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Fomento Del Resentimiento - Javier Marías

Javier Marías reflexiona sobre el impacto del resentimiento en la política actual, citando ejemplos de Brasil y otros países donde líderes como Bolsonaro, Trump y Le Pen fomentan divisiones y odios entre la población. A través de su análisis, destaca cómo la guerra y la lucha por el poder han permitido que las personas liberen sus resentimientos, lo que lleva a un clima de intolerancia y violencia. Marías advierte que es crucial que las personas civilizadas no se dejen arrastrar por estos sentimientos y mantengan la racionalidad en sus relaciones sociales.
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Fomento Del Resentimiento - Javier Marías

Javier Marías reflexiona sobre el impacto del resentimiento en la política actual, citando ejemplos de Brasil y otros países donde líderes como Bolsonaro, Trump y Le Pen fomentan divisiones y odios entre la población. A través de su análisis, destaca cómo la guerra y la lucha por el poder han permitido que las personas liberen sus resentimientos, lo que lleva a un clima de intolerancia y violencia. Marías advierte que es crucial que las personas civilizadas no se dejen arrastrar por estos sentimientos y mantengan la racionalidad en sus relaciones sociales.
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Fomento del resentimiento

Javier Marías
8 DIC 2018 - 17:00 CST
En demasiados lugares, políticos incendiarios y
fratricidas aspiran a que el resentimiento lo invada
todo y a que cada cual le ajuste cuentas a su vecino
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ME IMPRESIONÓ, y luego me dejó pensativo, un artículo de Eliane Brum


publicado en este diario hace unas semanas. Se titulaba “Brasil, la venganza de los
resentidos”, y en él la autora relataba episodios de la vida cotidiana de su país tras el
triunfo del tenebroso Bolsonaro. Algunas de las cosas que contaba (y eso que en el
Brasil aún no ha empezado la violencia institucionalizada desatada) me recordaron
inevitablemente a historias y anécdotas, oídas de primera mano, de nuestra Guerra
Civil. Muy de primera, porque uno de mis abuelos y uno de mis tíos se pasaron la
contienda escondidos, en embajadas o no se sabe dónde. A otro tío lo mataron, como
he evocado aquí alguna vez, tras llevarlo a la cheka de Fomento con una compañera,
los dos tenían dieciocho años. A mi padre, también es sabido, lo detuvo la policía
franquista nada más consumarse la derrota de la República, pasó meses en la cárcel
y luego fue represaliado hasta mediados de los años cincuenta para unas cosas, para
otras hasta el final. La casa de su progenitor, mi otro abuelo, quedó medio
destrozada por un obús. La de mi madre, llena de niños, tenía que ser evacuada cada
poco, por los bombardeos “nacionales”. Mis padres tenían unos veintidós años en
1936, así que vieron y oyeron mucho, ya adultos y enterándose bien. Les oí contar
atrocidades cometidas por ambos bandos, aunque, al vivir en Madrid, fueron más
testigos de las de los milicianos republicanos.
Aparte de las cuestiones políticas, lo que resulta evidente es que la Guerra, por así
decir, “dio permiso” a la gente para liberar sus resentimientos y dar rienda suelta a
sus odios. No sólo a los de clase, también a los personales. Si bien se mira —o si
uno no se engaña—, todo el mundo puede estar resentido por algo, incluso los más
privilegiados. Éstos basta con que consideren que se les ha faltado al respeto o no se
les ha hecho suficiente justicia en algún aspecto. Las razones de los desfavorecidos
pueden ser infinitas, claro está. “Aquel amigo de la infancia de quien se guardaba un
buen recuerdo”, explicaba Brum, “escribe en Facebook que ha llegado el momento
de confesar cuánto te odiaba en secreto y que te exterminará junto a tu familia de
‘comunistas’. Aquel conocido que siempre has creído que se merecía más éxito y
reconocimiento de los que tiene, ahora desparrama la barriga en el sofá y vocifera su
odio contra casi todos. Otro, que siempre se ha sentido ofendido por la inteligencia
ajena, se siente autorizado a exhibir su ignorancia como si fuera una cualidad”. Y,
en efecto, por lo general ignoramos qué se oculta en el corazón de cada conocido o
vecino, amigo o familiar. Alguien se puede pasar media vida sonriéndote y
mostrándose cordial, y detestarte sin disimulo en cuanto se le brinda la oportunidad
o, como he dicho, se le da “licencia”. Al parecer es lo que ha conseguido, en primera
instancia, la victoria de Bolsonaro. Vuelvo al texto de Brum: “A las mujeres que
visten de rojo, color asociado al partido de Lula, las insultan los conductores al
pasar, a los gays los amenazan con darles una paliza, a los negros les avisan de que
tienen que volver al barracón, a las madres que dan el pecho las inducen a
esconderlo en nombre de la ‘decencia”. Eso en un país que todos creíamos abierto y
liberal, casi hedonista, poco o nada racista, tolerante y permisivo.

La lucha por el poder es legítima, tanto como la aspiración a mejorar y progresar, a


acabar con las desigualdades feroces y no digamos con la pobreza extrema. Pero se
están abriendo paso, en demasiados lugares, políticos que más bien buscan fomentar
el resentimiento de cualquier capa de la población. Trump, un oligarca al servicio de
sus pares, ha convencido a un amplio sector de personas bastante afortunadas de que
los desfavorecidos se están aprovechando de ellas, y les ha inoculado la fobia a los
desheredados. Lo mismo hacen Le Pen en Francia y Salvini en Italia (el desprecio
por los meridionales es el germen de su partido, Lega Nord). Torra y los suyos
abominan de los “españoles” y catalanes impuros, según consta en sus escritos. Otro
tanto la CUP. Podemos ha basado su éxito inicial en sus diatribas contra algo tan
vago y etéreo como la “casta”, en la cual es susceptible de caer cualquiera que le
caiga mal: por clase social, por edad, y desde luego por ser crítico o desenmascarar a
ese partido como no de izquierda, sino próximo al de su venerado Perón (dictador
cobijado por Franco) y a los de Le Pen y Salvini, elogiado este último por el gran
mentor Anguita. El mundo está recorrido por políticos que quieren fomentar y dar
rienda suelta al resentimiento subjetivo y personal, el cual anida en todo individuo
con motivo o sin él, hasta en los multimillonarios y en las huestes aznaritas de
Casado, dedicado a la misma labor pirómana. Las personas civilizadas aprenden a
mantenerlo a raya, a relativizarlo, a no cederle el protagonismo, a guardarlo en un
rincón. A lo que esos políticos aspiran —y a Bolsonaro le ha servido— es a que el
resentimiento se adueñe del escenario y lo invada todo, a darle vía libre y a que cada
cual le ajuste cuentas a su vecino. Son políticos incendiarios y fratricidas. A menos
que sean también como ellos, no se dejen embaucar ni arrastrar.

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