PABLO PEUSNER - Conferencias en Pandemia - 2020
PABLO PEUSNER - Conferencias en Pandemia - 2020
PANDEMIA
Pablo Peusner
ÍNDICE
Buenas noches, es un gusto estar aquí con ustedes. Antes que nada quisiera agradecer a
Gabriel Letaif por su invitación a participar de este Conversatorio, junto a colegas de la Asociación
Argentina de Psicología Jurídica y Forense, y amigos de otros lugares de nuestro país y del mundo.
Mi título invita a un recorrido que se inicia con un significante: “ideal de familia”. Quisiera
proponer, a modo de tesis, que ese ideal de familia que intentaré definir muy pronto está supuesto
en ciertos discursos e instituciones por los que transcurre la vida de los sujetos humanos hablantes,
o sea nuestra vida. Ese ideal, a veces oculto y otras veces expuesto, se encuentra presente
fuertemente en las instituciones sanitarias, jurídicas, religiosas y educativas; y como tal es el
fundamento de los enunciados que las mismas producen –diagnósticos, pericias, preceptos morales
y evaluaciones, entre otros.
La familia “en orden”, o sea la familia conyugal tan cercana al ideal, conformada por el
padre, la madre y los hijos menores y solteros, es en realidad el resultado de una historia: la historia
de la institución familiar, porque la familia –al menos desde la perspectiva del psicoanálisis
lacaniano– es una institución y, como tal, ha tenido diversas configuraciones: paternal, agnática,
cognática y otros formatos menos conocidos y más locales como, por ejemplo, la zadruga eslava.
1
Roudinesco, Elizabeth. La familia en desorden (2002), FCE, Buenos Aires, 2004.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 3
Cuando se instituyó la familia conyugal –debemos el término al sociólogo Émile Durkheim, quien
lo propuso en1892, término que Lacan califica de “excelente”2– parece que la familia se puso en
orden y alcanzó el ideal. Desde allí, siempre pensando con el ideal, cualquier formato que no
coincida con aquella está en desorden: homoparental, monoparental, coparental y hasta la familia
ensamblada.
Antes de continuar conviene destacar que, a pesar de que la institución familiar tiene una
historia, conserva un rasgo que se ha mantenido incólume a lo largo del tiempo y sus mutaciones,
el que me gustaría presentar con palabras de Jacques Lacan: se trata de “lo irreductible de la
transmisión familiar”3. La familia, cualquiera sea su forma de organización, no puede no
transmitir4 –y no se trata aquí de herencia biológica, sino de un modo de transmisión que se opera
por lo simbólico y que se encuentra animado por un deseo que puede ser anónimo o no serlo. No
hay nada natural, biológico, en la construcción de una familia. Obviamente la reproducción es un
hecho biológico, pero no es lo mismo “parir una cría” que “tener un hijo”.
Ya desde la década del ’50, Lacan tensaba la relación entre el lenguaje y la biología,
poniéndola –al menos– al mismo nivel… Cito, en primer lugar, una línea del seminario sobre La
relación de objeto, donde afirma que “desde el origen el niño se nutre de palabras tanto como de
pan, y muere por ellas”5. En esta frase, el lenguaje introduce lo específicamente humano, más allá
de la biología –siendo el lenguaje el rasgo que diferencia al sujeto humano de un organismo
puramente biológico. Pero había más y más temprano, porque en 1954, en ocasión de su
conferencia acerca “Del símbolo y de su función religiosa”, afirmó: “Ustedes no lo ignoran,
nacemos tanto de las palabras como del simple momento del acoplamiento de nuestros padres, y
las palabras del mediador tienen allí un rol totalmente genésico”6. Esta es más fuerte aún: nacemos
2
Lacan, Jacques. “Los complejos familiares en la formación del individuo” (1938), en Otros escritos, Paidós,
Buenos Aires, 2012, p. 37.
3
Lacan, Jacques. “Nota sobre el niño” (1969), en Otros escritos, Óp. Cit., p. 393.
4
V. Peusner, Pablo. Huir para adelante. El deseo del analista que no retrocede ante los niños. Letra Viva,
Buenos Aires, 2015. Cap. III: “Lo irreductible de una transmisión”, pp. 69 y ss.
5
Lacan, Jacques. El Seminario. Libro 4. La relación de objeto (1956-1957). Paidós, Buenos Aires, 1994, p. 191.
6
Lacan, Jacques. “Del símbolo y de su función religiosa” (1954), en El mito individual del neurótico, Paidós-
paradojas, Buenos Aires, 2009, p. 89.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 4
tanto de la biología de los cuerpos como de las palabras de nuestro padre y nuestra madre. Otra
vez, la biología sola no alcanza para dar cuenta de la producción de un sujeto.
Sabemos que todas las especies vivas comparten dos instrucciones en su programa
genético: reproducirse (replicar la especie) e intercambiar energía con el medio (o sea, alimentarse,
eliminar desechos y descansar). Los animales en estado de naturaleza cumplen con ese programa
genético, el que los obliga a reproducirse y a intercambiar energía con el medio de forma
proporcionada: se alimentan de lo estrictamente necesario, eliminan sus desechos cuando así lo
necesitan, descansan para reponer las energías que consumieron durante la jornada y, en la época
de celo, buscan el correspondiente ejemplar de la misma especie para copular y reproducirse. Ni
más, ni menos: lo justo, lo exacto. Y esa proporción lograda es efecto del instinto que, como afirma
Lacan, “se define como aquel conocimiento en el que admiramos el no poder ser un saber”7:
justamente, porque se trata de una codificación genética no admite equívocos sino fallas, pero no
es lo mismo puesto que no opera allí el significante. No existen excesos ni defectos en la naturaleza
–y aprovecho aquí para definir a la naturaleza como lo no tocado por el significante. Esa
proporción lograda que llamamos instinto, se perturba apenas domesticamos algún animal (Lacan
los llamaba animales dombrésticos en su texto “Televisión”8), o sea, apenas lo sumergimos en
nuestro mundo del significante: comen de más y engordan mucho, o dejan de comer (como el león
en el zoológico), o es imposible hacer que se reproduzcan, o lo intentan con un almohadón o con
la pierna de algún invitado a nuestro hogar… Obviamente, domesticar un animal es una operación
contra natura.
Aprovecho aquí para decir que la alimentación humana también es contra natura y por eso
nos alimentamos a la carta o podemos elegir ser omnívoros, vegetarianos o veganos. Y está claro
que más allá de la fantasía de contar las calorías que ingerimos, del sueño de la nutrición
equilibrada, siempre comemos más o siempre comemos menos de lo que sería estrictamente
equivalente a las calorías que consumimos –a veces hasta la patología, y tenemos así la causa de
los trastornos alimentarios. Hay todo un mundo de problemas con la eliminación de las heces, el
que se extiende desde su enseñanza y aprendizaje hasta las dificultades con los lugares y momentos
para realizarla (sujetos que aguantan de más y otros que no aguantan nada y se hacen encima…)9.
Lo mismo nos pasa con el descanso –hay quien duerme mucho y personas que no duermen nada–
y, por supuesto, con la sexualidad: Freud decía que esta última es siempre infantil –y hasta
7
Lacan, Jacques. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1969), en Escritos
2, Siglo veintiuno editores, Buenos Aires, 1984, p. 783.
8
Lacan, Jacques. “Televisión” (1973), en Otros escritos, Óp. Cit., p. 537.
9
“A diferencia de lo que ocurre en todos los niveles del reino animal –la cosa comienza en el elefante y el
hipopótamo y termina en la medusa– el hombre se caracteriza en la naturaleza por el extraordinario embarazo que le
produce – ¿cómo llamarlo, Dios mío, de la manera más simple?– la evacuación de la mierda”. Lacan, Jacques. “Mi
enseñanza, su naturaleza, sus fines” (1968), en Mi enseñanza, Paidós-paradojas, Buenos Aires, 2007, pp. 84-85
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 5
podríamos llegar a decir que es contra natura cada vez que no tiene un fin reproductivo. En
síntesis: en el mundo humano, que es un mundo del lenguaje, nada puede hacerse “como un
animal”. Todo es desproporcionado por exceso o por defecto.
Para seguir jugando un poco con estos términos, también podría afirmarse que la
proporción sexual es al instinto lo que la desproporción es a la pulsión. Así, mientras que el instinto
determina ciclos, la pulsión es una fuerza constante (Freud la llamaba Drang, y la traducimos
habitualmente por ‘esfuerzo’) y ante su demanda el sujeto no puede detenerse –es habitual
encontrar sujetos humanos hablantes que “no pueden parar”…
En consecuencia, las funciones biológicas básicas tales como alimentarse, eliminar las
heces, descansar y reproducirse, se encuentran tan afectadas en el ser hablante que la desproporción
con la que se ejercen llega en ocasiones hasta la patología. Otro matiz de lo que va contra natura
en el sujeto humano hablante. Y agrego: no hay manera de pensar a este sujeto contra natura en
una familia biológica, tal como la propone el ideal de familia.
Es el instinto, modo logrado de la proporción sexual, el que durante la época de celo empuja
a un animal salvaje hacia otro ejemplar de su especie, de sexo biológico opuesto. Allí prima y
empuja el instinto, ningún animal en estado de naturaleza duda acerca de su identidad sexual o de
su género. Allí solo hay sexo biológico puesto al servicio de la reproducción para mantener a la
especie. Curiosamente, los discursos que promueven el ideal de familia, quieren convencernos de
que lo normal sería comportarnos como animales salvajes: a cada macho le correspondería una
hembra y viceversa, y si llevamos la cosa al extremo de, por ejemplo, los cultos religiosos más
extendidos, solo con fines reproductivos.
Freud, que era sumamente lúcido en estos temas, nos legó un significante muy valioso para
nombrar el asunto: el malestar en la cultura. No vivimos en la naturaleza, sino en la cultura. Y
porque la diferencia entre la cultura y la naturaleza es el lenguaje, en la cultura no hay proporción
sino malestar. Este malestar podría ser otro de los nombres freudianos para la desproporción
sexual. En líneas generales, el malestar en la cultura quiere decir que todo lo que en el sujeto
humano hablante se puede pensar como un fenómeno biológico, todo aquello en lo que se parece
a un animal, en realidad está profundamente afectado, modificado, transformado y deformado
hasta el malestar, por su inmersión en el lenguaje.
Está claro a esta altura que el psicoanálisis no podría promover el ideal de familia, ni
ninguno de sus supuestos sin incurrir en complejas contradicciones. Lejos de la tribuna política,
muchos de nosotros venimos haciendo esfuerzos en nuestro trabajo cotidiano con analizantes para
defender a la familia como una institución en permanente movimiento –a veces incluso contra las
posiciones de algunos célebres colegas decididamente homoterroristas y heteropatriarcales.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 6
Ahora bien, el ideal de familia incide fuertemente en una de las funciones principales de la
familia que consiste en la crianza de los hijos e hijas. Del ideal de familia se desprende un ideal
de crianza, ese sí defendido y auspiciado por la psicología, el que se ha intentado modelizar desde
hace más de 2500 años: encontramos las primeras huellas escritas de ello en la Constitución de los
Lacedemonios –de Jenofonte– y en la República de Platón, las huellas intermedias están en
diversas obras que abordaron la crianza y educación de los niños y niñas (desde la Pedagogía de
Kant al Emilio de Rousseau); más acá los libros de la célebre Escuela para Padres de la década del
’60, y las últimas… bueno, en las redes sociales y en tutoriales de YouTube.
Y tarde o temprano, esos que alguna vez fueron criados mediante prácticas
desproporcionadas visitarán a un analista y se tenderán en un diván para testimoniar de tales
excesos o defectos... El ideal de familia sueña un ideal de crianza proporcionado, animal, natural.
Sueña también con un padre y una madre que saturen la función –algo imposible por definición.
Y finalmente sueña un universal: un “para todo equis” que reduzca a un único modelo el deseo y
los modos de satisfacción paradójica que intervienen, de ambos lados, en el proceso de crianza.
Pero todo el proceso de crianza de un sujeto humano hablante es contra natura: un hijo o
una hija son siempre más, menos u otra cosa de lo que se esperaba –y ya tenemos ahí un matiz de
la desproporción. Y además, como señalé, las funciones parentales que los recibirán serán
excesivas o defectuosas, haciendo caer así cualquier ideal en juego.
Veo con frecuencia en mi labor clínica cómo se hacen presentes en el discurso de mis
analizantes (niños o adultos; padres, madres o hijos) esos ideales de familia y de crianza, incluso
cuando a veces llegan a visitarme para pedirme que realice los ajustes necesarios a fin de volverlos
proporcionados –curiosa paradoja si las hay. Esos ideales habitan la lengua popular, por eso
impacta tanto cuando la literatura o el cine rompen con ellos y develan ese rasgo contra natura del
que venimos hablando –pienso en la madre que nos presenta Amélie Nothomb en Golpéate el
corazón, o en el padre que Eduardo Halfon introduce en Saturno, pero también en los modos
parentales que nos muestran filmes como El Castillo de Cristal o Capitán Fantástico…
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 7
Si consideramos la actitud tierna de los padres hacia sus hijos habremos de discernirla como
renacimiento y reproducción del narcisismo propio, hace mucho abandonado. La sobrestimación
(...) gobierna, como todos saben, ese vínculo afectivo10.
Ahora bien, este punto de partida es muchas veces rechazado en estos tiempos del
capitalismo donde siempre hay alguien que sugiere tener el manual para que la tarea de la crianza
resulte efectiva y esa compensación se produzca proporcionadamente. Dichos gurúes juegan con
una necesidad casi estructural de quienes ejercen la función imposible de la crianza proporcionada
propuesta desde el ideal. Es algo que seguirá existiendo mientras exista el capitalismo. El problema
ocurre cuando quienes encarnan esos discursos son ocupados por pretendidos psicoanalistas –hay
varios y están muy presentes en este momento tan especial de la pandemia.
10
Freud, Sigmund. “Introducción del narcisismo” (1914), en Obras completas, Amorrortu editores, Buenos
Aires, 1975, p. 87.
11
Ibíd., p. 88.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 8
sentido. Todos sabríamos instintivamente qué y cómo hacer para criar a nuestros hijos, y en modo
alguno haría falta un ideal.
La desproporción introducida por el lenguaje crea las condiciones para que los humanos
nazcan sujetado a los avatares del deseo y del goce del Otro, para que dependa de aquel. A su vez,
este Otro carece de un conocimiento acabado y completo que le permita garantizar la
proporcionalidad de su operación y, como ya afirmé, hace lo que puede. Y como lo que puede
siempre es poco o demasiado, otra vez nos encontramos con la ausencia de la proporción.
En su retorno a Freud, Lacan planteó que el sentido producido por el inconsciente tiene por
función suplir esa proporción imposible en el ser hablante –ese al que prefirió nombrar
“hablanteser”, parlêtre (en francés), escrito así, en una sola palabra. Ahora bien, mientras el
hablanteser intenta producir algo que impida la irrupción de dicha desproporción, resulta
capturado por un modo de satisfacción paradójica, nombre freudiano si los hay para el goce:
satisfacción que toma el valor de placer para un sistema y displacer para el otro (son los clásicos
términos de Freud), pero que debido a su propia estructura es imposible de compartir con cualquier
otro. Entonces, como efecto de la singular operación que cada hablanteser realiza con la
desproporción sexual, quedamos solos: somos “dispersos dispares” según la conocida figura que
propone Lacan en 1976, en el “Prefacio a la edición inglesa del seminario XI”12. Pero entonces…
¿cómo podemos vivir así?
Podemos vivir juntos, compartir espacios, agruparnos e incluso formar pareja y familia
gracias a la tontería (betise) del significante y al lazo que esa tontería permite producir. Lacan
llamó “discursos” a las modalidades del lazo que tienen por función, entre otras, civilizar los
modos de satisfacción paradójica para que podamos vivir juntos. Si seguimos esta lógica, la pareja
y la familia son un modo de lazo que surge del significante y, como tal, una tontería. ¡Qué lejos
estamos del ideal de familia, aquel que la considera un hecho biológico natural!
Y el amor –incluido el amor familiar– es un modo radical de la tontería que tiene por
función velar la desproporción. Por eso en todos los lazos que construimos, cada tanto, tarde o
temprano, los velos caen y la desproporción se deja ver atacando el lazo. Así, donde antes regía el
porvenir de la ilusión (otro significante bien freudiano) que nos mantenía juntos, aparece lo que –
según otra expresión de Lacan– realmente somos: Unos-discretos-de-goce. Por eso sostener
nuestros lazos es una especie de lucha –el famoso escritor francés Michel Houllebecq afirma que
vivimos en un “campo de batalla”13. Y en el habla de todos los días, en nuestras conversaciones
más coloquiales, aparecen los adverbios como indicadores de la desproporción: “te quiero
demasiado, colaborás poco, tendrías que comprometerte más, sos exageradamente demandante,
todo ocurrió demasiado rápido o demasiado tarde…”. En fin, siempre se trata de algo más, de algo
12
Lacan, Jacques. “Prefacio a la edición inglesa del Seminario 11” (1976), en Otros escritos, Óp. Cit., p. 601.
13
Houllebecq, Michel. Ampliación del campo de batalla (1994). Anagrama, Barcelona, 2001.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 9
menos o de algo distinto de lo esperado, que está siempre al acecho, amenazando disolver el lazo
para devolvernos a la verdad de la estructura.
Pero además, esta desproporción no solo se verifica en el lazo con el otro, sino que el propio
Freud señaló que amenaza nuestro sí-mismo (si acaso este existe), haciendo participar al
psicoanálisis de la revolución copernicana que expulsó al hombre del centro del universo. ¿Cómo
es que ocurre eso? Hablando; cada vez que algún sujeto humano habla; cualquiera sea la capacidad
y la formación del hablante, cualquiera sea su nivel intelectual y su cultura. Porque mucho tiempo
antes de la llegada de Freud, podríamos decir incluso que desde que el sujeto humano habla,
cuando lo hace, siempre dice más, menos u otra cosa de lo que quería decir. Este es el primer nivel
para situar la desproporción: en el propio lugar del agente, que es el lugar ocupado por el lenguaje.
No hay proporción lograda entre la voluntad de decir y lo que se dice. No hay proporción lograda
entre enunciado y enunciación –y esto, más allá del talento oratorio o discursivo del hablante.
Este fenómeno fue reconocido por los primeros filósofos del lenguaje (sería impropio
denominarlos “lingüistas”), mucho antes de que Freud apareciera en escena. Y lo consideraron un
déficit que podía provenir de una falla en el instrumento de comunicación, tanto como obedecer a
otros factores (contextuales, propios del hablante, etc.). La maniobra de Freud que además operó
como la condición de la invención del psicoanálisis fue convertir ese fenómeno estructural en un
signo positivo de la existencia de lo inconsciente.
Probablemente, que un hijo o una hija siempre sea más, menos u otra cosa de lo que
esperaban su padre y su madre, resulte el mejor argumento para afirmar que en el marco de la
familia humana tampoco hay proporción sexual. Y basta con conversar con estos padres y madres
para que la desproporción resulte presentada como una característica propia del niño o la niña en
cuestión, característica que aparece siempre en el mismo lugar: “es demasiado demandante, come
poco, es muy irritable, se mueve más de lo conveniente, su tiempo de atención no es el necesario,
se masturba exageradamente, habla escasamente, retiene excesivamente las heces y tantas
otras…”. Las manifestaciones clínicas de la desproporción dividen e interpelan a esos Otros
primordiales, convirtiéndose en causa de un sufrimiento que han intentado resolver, la mayoría de
las veces, mediante un recurso que falló y reinició el ciclo.
Hace muchos años, en 1999, llamé a esa posición “el sufrimiento de los niños”14 en sentido
objetivo y propuse el “dispositivo de presencia de padres, madres y parientes”15 para hacerle lugar
y favorecer su tratamiento analítico. Hoy me atrevo a afirmar que el sufrimiento de los niños tanto
en su matiz subjetivo como objetivo, es uno de los nombres clínicos de la desproporción16. Los
discursos del ideal la enfrentan intentando corregirla, sancionarla o normalizarla. Es una tarea
14
V. Peusner, Pablo. El sufrimiento de los niños. JVE-editores, Buenos Aires, 1999 y segunda edición corregida
y aumentada en Letra Viva, Buenos Aires, 2009.
15
V. Peusner, Pablo. El dispositivo de presencia de padres y parientes en la clínica psicoanalítica lacaniana con
niños, Letra Viva-textos urgentes, Buenos Aires, 2010.
16
V. Peusner, Pablo. Autoridad y desproporción sexual en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños, Letra
Viva, Buenos Aires, 2019.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 10
imposible. Sabemos que si bien se trata de un componente estructural, la misma responde al caso
por caso.
¿Los analistas celebramos dicha desproporción? Eso sería tan inútil como querer
eliminarla. Lacan decía en el ’74 que “Allí donde no hay proporción sexual eso produce
troumatisme17. Uno inventa. Uno inventa lo que puede, por supuesto”18.
17
Neologismo por condensación, intraducible al español, creado a partir de los términos trou (agujero) y
traumatisme (traumatismo). Una posibilidad, aunque bastante incómoda, sería agujeromatismo.
18
Lacan, Jacques. Seminario Les non dupes errent, sesión del 19 de febrero 1974, inédito (traducción personal).
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 11
EL ANALISTA POSEÍDO
Un deseo que no retrocede ante lxs niñxs ni la pandemia
Buenas tardes, es mi primer Live de Facebook, espero que puedan verme y escucharme
bien. Quiero agradecerles por estar ahí, del otro lado, aunque no los vea. Y agradecerles también
a Leandro Salgado y a Luciana Villegas de la librería-editorial Letra Viva (que promovió el evento
y aloja la transmisión desde su sitio), por todo el apoyo que permanentemente le dan a mi trabajo.
No por nada Letra Viva ha publicado 11 libros firmados por mí, y seguramente habrá más. La
invitación para esta actividad se remonta al inicio de la pandemia. Fueron tiempos difíciles, no
tenía nada que decir en aquel momento…
Hace un tiempo recibí un mensaje por un grupo de WhatsApp donde me preguntaban cómo
estaba. Respondí: “cansado y aprendiendo todo de nuevo”. Sigo así, más cansado aún, pero con
una idea, una sola, que quiero compartir con ustedes. Veremos si logro hacerla pasar a través de la
pantalla
Titulé este encuentro “El analista poseído”. Y la bajada, dice “Un deseo que no retrocede
ante lxs niñxs ni la pandemia”. Puede sonar raro, ya veremos.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 12
Todos conocemos la consigna de Lacan de no retroceder ante la psicosis. Es una frase que
pronunció explícitamente en 1976 en ocasión de la “Apertura de la sección clínica”19.
Ahora bien, esa figura del “no retroceder” tiene un antecedente 26 años antes: en mayo de
1950, en una comunicación que Lacan presentó en colaboración con Michel Cénac, en la treceava
Conferencia de Psicoanalistas de Lengua Francesa con el título “Introducción teórica a las
funciones del psicoanálisis en criminología” (que encontrarán en los Escritos 1).
En la página 139 del texto –me refiero a la versión revisada de 2009–, el niño aparece
presentado con dos significantes que a mí me sonaron curiosos. Uno de ellos es “miseria
fisiológica”, y el otro “individuo en un estadio increíblemente precoz de su desarrollo”. Estas dos
fórmulas remiten a “niño”, claramente.
Y a partir de esta presentación del niño, se afirma la “dependencia genérica del hombre con
respecto al medio humano”. Hasta acá, pareciera que se trata de la prematuración biológica y de
la satisfacción de las necesidades. Sin embargo, el texto produce un salto lógico increíble, al
afirmar: “que esa dependencia pueda aparecer como significante no es un hecho ante el cual deba
el psicoanalista retroceder”20.
Creo poder leer en estas líneas una indicación de orden clínico (ojo, tal vez sea un delirio
mío el que estas ideas se conviertan en orientadores para la clínica pero, en definitiva, es mi trabajo
de todos los días hacer clínica, no sirvo para ninguna otra cosa…).
Y para dar un paso más podríamos reescribir la frase de Lacan y su colega, así: “que esa
crianza aparezca como desproporcionada (por exceso o por defecto), no es un hecho ante el cual
deba el psicoanalista retroceder”.
19
“La psicosis es aquello ante lo cual el analista en ningún caso debe retroceder”, es la frase exacta. V. Lacan,
Jacques. “Apertura de la Sección Clínica” (1976), en Ornicar? 3, Ed. Petrel, Barcelona, 1981, p. 45.
20
V. Lacan, Jacques y Cénac, Michel. “Introducción teórica a las funciones del psicoanálisis en criminología”
(1950), en Escritos 1, Siglo Veintiuno editores, 2009, p. 139.
21
V. Soler, Colette. Lacan, lector de Joyce. Ediciones S&P, Barcelona, 2017, pp. 41-42.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 13
Por supuesto que esta reescritura incluye ese pequeño truco que hice el año pasado al llamar
al instinto “proporción sexual” y a la pulsión “desproporción sexual” –pueden leerlo en mi último
libro que aborda, justamente, “Autoridad y desproporción…”22. No hay nada de la proporción
sexual en los sujetos humanos hablantes (o lo que es lo mismo, no hay nada del instinto en el
mundo humano). Y los analistas no retrocedemos ante los niñxs aunque verifiquemos que el
proceso de crianza que habitan es excesivo o defectuoso (no podría ser de otra manera), ni tampoco
cuando escuchamos en sus Otros que ese niño es más, es menos, o es otra cosa de lo que ellos
esperaban.
Quise hablarle a los analistas hoy, porque realmente pienso –con Lacan– que si no se
reflexiona sobre este asunto, se retrocede. Lo veo muy a menudo y lo escucho en las dificultades
que suelen presentarse a la hora de trabajar con los padres, madres y parientes de los analizantes-
niñxs. El universal y la psicología psicoanalítica son los nombres que hoy en día toma ese
retroceso. No siempre hace falta más crianza, a veces incluso es necesaria un poco menos, según
el caso. Y respecto de la terapia, ya lo decía Lacan, también en el ‘76: “terapiar lo psíquico, no
vale la pena”23. Personalmente, prefiero y apuesto por el análisis…
Si durante un viaje en taxi por la ciudad de Buenos Aires uno comete la imprudencia de
comentar que trabaja como psicoanalista, es casi seguro que el taxista le responderá:
“¡Psicoanalista soy yo que estoy todo el día acá, escuchando cosas!”. Este hecho banal y hasta
cómico, me hizo reflexionar acerca de cómo el saber popular realiza una captura intuitiva del
trabajo del analista. Sabemos bien que la afirmación del taxista no puede ser verdadera, pero habría
que demostrarlo.
22
V. Peusner, Pablo. Autoridad y desproporción en la clínica psicoanalítica lacaniana con niños. Letra Viva,
Buenos Aires, 2019.
23
V. Lacan, Jacques. “Apertura de la Sección Clínica”. Óp. Cit. p. 45.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 14
En fin, esa es una de las caras de nuestra tarea y –salvo que uno entre en esas fases algo
neuróticas en las que se cuestiona su propio talento e inteligencia– nos permite obtener algunas
satisfacciones narcisistas. Eso no cansa. Allí no se retrocede.
Pero nuestro trabajo tiene otra cara, donde se nos exige soportar la transferencia. Eso es
bastante difícil, agotador. Por eso prefiero evitar la explicación del burn-out causado por el home-
office para explicar lo que nos está ocurriendo en estos momentos, porque ese cansancio que uno
manifiesta al final de la jornada de trabajo no un cansancio cualquiera: es el costo que paga el
cuerpo por soportar la transferencia.
Ese fastidio porque un analizante no cumple con las consignas del dispositivo analítico,
porque llega tarde incluso a la videollamada, porque se atrasa con el pago que encima es una
transferencia…
Esa molestia, ese embole, por un tono de voz monocorde, esa inquietud que nos atrapa ante
la queja permanente y la denuncia de que nuestro trabajo es inútil…
Un analista debe revisar todas esas percepciones, todas esas sensaciones y todas esas ideas
tan pesadas. Porque ellas abren la puerta a un terreno en el que es muy tentador retroceder.
Vamos a pensar un poco sobre todo esto a partir de una idea teórica que conviene
considerar, y que es bien lacaniana. Cito: “La transferencia, en la opinión común, es representada
como un afecto. Se la califica, vagamente, de positiva o de negativa”24.
Ahí nomás, Lacan agrega que hay otro uso del concepto de la transferencia que vale la pena
y que hay que distinguir del anterior. Lo presenta con una más de sus breves fórmulas, poco
trabajada tal vez, afirmando que la transferencia “rige la manera de tratar a los pacientes”25. Eso
24
Lacan, Jacques. El seminario, Libro 11, Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis (1964). Paidós,
Buenos Aires, 1984, p. 129.
25
Ibíd. p. 130.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 15
es otra cosa, sobre todo: porque sitúa a todo el problema del lado del analista. Y por eso, tenemos
que pensarnos…
APÉNDICE CLÍNICO
Tengo un analizante de 10 años que ya pasó por tres escuelas. Siempre ocurre lo mismo
porque, según me dicen su padre y su madre, “es insoportable”. Instalado en un discurso adulto y
bastante policial, denuncia a sus compañeros cuando se copian y suele señalar a los responsables
de los desmanes anónimos. En nombre de la Real Academia Española y del correcto uso del
lenguaje, se burla de sus compañeras que escriben con lenguaje no-binario en el grupo de
WhatsApp de su clase. Siempre atento a lo que se habla en la familia, reproduce esa misma
conducta durante los encuentros familiares, generando situaciones de disputa que, además, dejan
a su madre y a su padre en evidencia. Puesto que comenzamos nuestro trabajo durante la pandemia,
nos encontramos en videollamadas que él me realiza a través de su propio celular. No hay manera
de que ese celular se quede quieto, él lo mantiene en la mano y no acepta ponerlo en un soporte o
apoyarlo en algún lado. El movimiento es permanente, por lo tanto la cámara nunca logra hacer
foco y el audio se entrecorta.
Uno se tienta… Yo podría sancionar la situación, solicitar una moción de orden afirmando
que así no se puede trabajar, que no se cumplen las condiciones para mi tarea, pidiendo incluso
una intervención parental. Pero, la transferencia “rige el modo de tratar a los pacientes”, y entonces
pensé que este niño encontró la manera de hacerme partícipe de su asunto, de su sujeto: ser
insoportable para el Otro.
**
Desde antes de la pandemia, veníamos trabajando en análisis con un niño de 11 años, quien
solía responder a las situaciones de frustración con reacciones muy extremas y violentas, llegando
incluso a agredir verbal y físicamente a su madre, con quien se llevaba realmente muy mal. Como
su madre y su padre están separados, cuando ella lo convocaba para contarle la situación, el padre
respondía con fastidio, quitándose el asunto de encima. En la primera etapa del análisis mantuve
entrevistas semanales con el niño y mensuales con cada uno de ellos. La pandemia nos obligó a
comunicarnos por videollamadas. Y en la segunda ocasión de conversar con el niño acerca de una
película que había visto el fin de semana y de la que no recordaba el nombre, escuché con claridad
la voz de su mamá soplándole el título. Él le agradeció por recordarle y aprovechó para pedirle un
vaso de gaseosa con galletitas… Pero entonces, ¿su mama estaba allí, en el mismo ambiente,
escuchándonos? Exactamente. ¿Y al niño no le incomodaba? Parece que no.
transferencia “rige el modo de tratar a los pacientes” y entonces, pensé que este niño había
encontrado la manera de comunicarse con su madre ante un tercero mejor ubicado y menos
atravesado por el fastidio que el que correspondería.
**
Susi tenía 6 años y estaba a punto de comenzar primer grado cuando estalló la pandemia.
Hija única de un padre y una madre jóvenes, es una tirana. Los vuelve locos. Los divide
permanentemente. Pero… ¡es tan hermosa! Ha filmado comerciales para la televisión y estaban a
punto de cerrar un contrato para que participara de una serie, cuando llegó el fatal 20 de marzo.
Un pequeño ejemplo, previo a la pandemia: su madre la llevaba en auto a un cumpleaños y decidió
estacionar a un par de cuadras del salón para llegar caminando. Susi respondió con un escándalo
tremendo: gritos, llanto, golpes… Su mamá cedió y llegaron en auto al salón, donde debió
estacionar en doble fila para bajar con la niña. El padre me contó que al momento de irse a dormir,
ella decidía el formato: a veces su papá tenía que contarle un cuento, a veces su mamá. Otras veces
uno de ellos debía acostarse en la cama con ella hasta que se durmiera, aunque también podía
ocurrir que ella decidiera acostarse en la cama matrimonial con ellos… Si alguna de estas
condiciones no se cumplían, se armaba un gran escándalo. En nuestro primer encuentro por
videollamada, Susi me indicó todo lo que íbamos a hacer: primero dibujar un teatro, después cantar
una canción que ella elegía. Cada vez que intentaba preguntarle o decirle algo distinto a lo que ella
indicaba, apagaba la cámara. Al rato la encendía como si no hubiera pasado nada, retomando su
monólogo y sus indicaciones. Así estamos hace ya varios meses…
**
Mariel está terminando la primaria y se encuentra muy angustiada y enojada por todo lo
que, según dice, “la pandemia le robó”: las vacaciones de invierno, el final del ciclo con sus
compañeros, el viaje y la fiesta de egresados, y tal vez también las vacaciones del verano…
Justamente esta angustia, ese enojo y las crisis que le producen, la condujeron al análisis. Ella
trabaja mucho en sesión, se hace preguntas buenísimas, es muy locuaz e inteligente, pero tenemos
severísimos problemas de conectividad: se corta la señal todo el tiempo, o se tilda y se interrumpe.
Perdemos tiempo. Se producen pausas. La sesión tiene múltiples interrupciones que por momentos
hacen pensar más en una sesión de espiritismo que en un análisis: “¿estás ahí?”, “¿me escuchás?”.
Y uno se tienta… Porque en nombre de la pureza del dispositivo podría pedirle a su madre
que le mejore la conexión, que pida más Megas, que le consiga otro dispositivo porque así no se
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 17
puede trabajar… Pero como la transferencia “rige el modo de tratar a los pacientes”, pienso que
de este modo ella logra hacerme participar de su asunto: el enojo y la angustia por la pérdida.
¿Cómo soportar todo esto? O mejor, ¿cómo lo soporto yo hace tantos meses, todos los días,
muchas horas por día, supongo, como muchos de Ustedes?
Para comenzar a responder, tengo que reconocer que me afecta. Me afecta mucho. Me
agota, me vampiriza, me come la energía y termino el día muy cansado. Siento en mí una batalla,
peleo contra las cosas que me van pasando, que voy sintiendo, que voy pensando…
Lejos estoy del ideal de la apatía estoica, ese que propone un sujeto que permanece
insensible tanto a las seducciones como a las crueldades del otro (con minúscula). Ahora bien, si
me alejo de esta vía, me pregunto (con Lacan):
Nunca pude reconocerme en el ideal apático del estoicismo –estoy lejos de Crisipo o de
Séneca. Respondo. Muchos de ustedes me conocen, lo saben. Me ha traído problemas, pero eso es
otra historia.
Imagino aquí un diálogo que podría haber mantenido con Lacan. Yo le diría: O sea que,
según propone Usted, Dr. Lacan, el análisis no nos aleja de las pasiones…
Yo aún diría más: cuanto más analizado esté el analista, más posible será que esté
francamente enamorado, o francamente en estado de aversión, o de repulsión, bajo las modalidades
más elementales de la relación de los cuerpos entre ellos…27.
Ah… bueno, ahora sí se complicó. Uno se analiza para poner a punto al inconsciente y
resulta que eso no elimina las pasiones, al contrario, las revela con mayor claridad. Entonces, la
apatía o la ausencia de las pasiones, no es el fundamento de la posición del analista para soportar
la transferencia. Se me ocurre que, suponiendo que el ideal estoico resultara posible para alguien,
sería mucho más fácil el trabajo, pero menos efectivo. A lo mejor quienes comprenden literalmente
la famosa posición “del muerto”, esa que Lacan tomó como referencia al juego de bridge, suponen
que desafectarse es un modo de aquel ideal. Pero no es esa la propuesta de Lacan.
26
Lacan, Jacques. El seminario, Libro 8, La transferencia (1960-1961). Paidós, Buenos Aires, 2003, p. 213.
27
Ibíd. p. 214.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 18
Entonces, si esto es así, ¿por qué el analista no reacciona, por qué realiza una “imagen” que
da la idea de ser un estoico ante su paciente, cuando no lo es?
Lacan, que es humano como todos nosotros, dice que a veces pasa, y dice también que sería
de mal pronóstico no haber sentido nunca esa tentación. Pero que no debe ocurrir. Y no debe
ocurrir porque, cito, “el analista dice estoy poseído por un deseo más fuerte (…), eso, en tanto que
en él se ha producido una mutación en la economía de su deseo”29.
El analista está poseído. La frase es potente y equívoca, pero además vale como toda una
definición de nuestra función: ser analista es estar poseído por un deseo más fuerte…
El analista está poseído por un deseo más fuerte, puesto a punto en su propio análisis: “No
se trata en su caso de un inconsciente en bruto, (…) sino de un inconsciente más la experiencia de
este inconsciente”30. Ese inconsciente habilita el deseo de analizar, que algo más tarde Lacan
formalizará como el deseo del analista.
Vuelvo al Freud de 1937, antes de la partida al exilio (que fue en junio del ’38), al
ultimísimo Freud. Porque al final del primer capítulo de “Análisis terminable e interminable”, duda
de validez universal de ciertos recursos técnicos y dice que es mejor “dejarlos librados al tacto, ya
que un yerro será irreparable”31. Me gusta este Freud que parece creer más en el tacto de cada
analista que en las indicaciones y los consejos técnicos que –incluso a pesar suyo– se volvieron
universales. Es una especie de lo dejo a tu criterio (los argentinos entenderán el chiste). Pero antes
28
Ibídem. (Las itálicas son mías).
29
Ibíd. p. 215. (Las itálicas son mías).
30
Ibíd. p. 211.
31
Freud, Sigmund. “Análisis terminable e interminable” (1937), en Obras Completas, Volumen XXII, Amorrortu
editores, Buenos Aires, 1984, p. 222.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 19
de cerrar el capítulo, la clava en el ángulo retomando una frase que ya había escrito en el historial
del Hombre de los Lobos: “no se debe olvidar el aforismo de que el león salta una sola vez”32.
Es una metáfora, no hay duda. No hay ningún león en la situación analítica (literal –como
dicen los pibes y las pibas en estos tiempos). La metáfora es una comparación abreviada, donde
uno de los términos falta. En este caso “el salto del león” es la intervención del analista (no creo
que el analista sea un león), y ese “único salto” es el modo en que Freud ubica lo particular de ese
momento, único e irrepetible porque, incluso repitiendo la misma intervención, ya no sería la
misma –así es la estructura del significante.
Y acá se junta todo: el interpretador de textos con el que soporta la transferencia. En ese
momento puntual del “salto del león”. No hay manuales para dar el salto del león –les ruego que
no confundan el salto del león con el salto del tigre, que es muy otra cosa. No hay manuales para
dar el salto del león ni ante la neurosis, ni ante la psicosis, ni ante el autismo… no hay. No podría
haberlos, porque no hay nada más alejado del universal que ese salto. Sin embargo, esos saltos se
producen y funcionan. Los vivimos junto a nuestros analizantes niñxs y adultos, los ubicamos en
las supervisiones, los leemos en los textos y, sobre todo, los experimentamos en nuestros análisis.
Muchas veces nos sorprendemos y nos preguntamos cómo fue que el analista en cuestión
logró ese salto tan preciso –incluso cuando en ocasiones fuimos nosotros. A veces, cuando son
intervenciones muy geniales (porque las hay), nos preguntamos… ¿cómo pescó eso?
¿Experiencia? ¿Talento innato?
Voy a traer a Lacan por última vez. Escúchenlo, por favor, porque es un gran argumento
para motivarnos a seguir trabajando:
Aquello de lo que deberíamos esperar la mayor pertinencia, el salto del león del que nos
habla Freud –ese que solo se lleva a cabo una vez–, no sería tanto de una prolongada experiencia
del analista, ni un extenso conocimiento de lo que puede encontrar en la estructura. No. Es de la
comunicación de los inconscientes. De esto dependería lo que iría lo más lejos posible, hasta lo más
profundo y con mayor efecto33.
Lxs dejo por hoy. Sigamos aprendiendo juntos a sostener ese deseo inédito de no retroceder
ante los niñxs. Y no se dejen engañar porque, como dice el maravilloso Pascal Quignard, “no hay
contraseña para la infancia”34.
32
Ibídem.
33
Lacan, Jacques. El seminario, Libro 8, La transferencia. Óp. Cit., p. 211.
34
Quignard, Pascal. Morir por pensar. Último reino IX. El cuenco de Plata, Buenos Aires, 2015, p. 138.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 20
EL ÓRGANO IMPOSIBLE
Relaciones entre el lenguaje y el cuerpo en la clínica psicoanalítica
Buenas tardes. Antes que nada quiero agradecer a la Fundación Naceres, a Sacha Denis y
a Daniel Pérez Sucunza por la invitación, y a Camila por la asistencia técnica. Tal como dijo Daniel
en su generosa presentación, la invitación se produjo al inicio de la pandemia, y preferí esperar un
poco. Supongo que como muchos de ustedes, sentía en aquel momento una angustia importante:
no sabía qué iba a pasar con nosotros, con nuestro trabajo, con nuestra vida, con nuestra cultura.
Hicimos lo que pudimos y seguimos aprendiendo de todo los que nos viene ocurriendo. Ocho
meses después, me pareció que ya era un buen momento como para encontrarnos, contarles un
poco lo que estuve pensando y también para intercambiar ideas acerca de esas cuestiones. Les
agradezco que hayan decidido dedicar parte del viernes a trabajar juntos –sé que, además de amigos
y colegas de la Argentina, contamos con la presencia de gente querida de México, Puerto Rico y
Ecuador.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 21
En el año 2015 me encontré con una idea que se me torna cada vez más actual. Se trata de
lo insoportable del lenguaje como causa. Esta idea me permite reformular la antigua batalla acerca
de la concepción del sujeto y de la enfermedad mental: qué es lo que enferma y, por otra parte,
cómo pensar al sujeto. El contexto en que se me presentó esta idea, fue el de una discusión que
estaba muy en primer plano en aquel tiempo, y de la que nos hicimos eco la última vez que pudimos
estar en un evento de la Fundación Naceres, en Neuquén junto a mi querido amigo y colega Jaime
Fernández Miranda: el debate en torno a la noción y al abordaje del autismo infantil.
Era un momento en el que se hablaba mucho del autismo y había fuertes campañas contra
el psicoanálisis –incluso muchos médicos, ya sea pediatras o psiquiatras, indicaban a las familias
que tenían niños diagnosticados como autistas que consultaran a los psicólogos cognitivo-
conductuales, pero que evitaran a los psicoanalistas. Claramente, eran maniobras que apuntaban
directamente a prohibir que los casos de autismo fueran abordados desde la perspectiva
psicoanalítica –sin distinguir mucho la perspectiva psicoanalítica en cuestión. Esa época continúa
y se actualiza: de hecho, durante estos últimos cinco años apareció una enorme cantidad de
bibliografía sobre el tema, con aportes de diverso alcance. No voy a abordar el tema del autismo
exactamente, sino algo con lo que me encontré mientras reflexionaba sobre el tema: la idea de que
en la actualidad resulta insoportable pensar al lenguaje como causa, se prefiere el cuerpo –y afirmo
esto incluso corriendo el riesgo de que se entienda como un universal: no lo es. Lo planteo más
bien como una idea que forma parte del espíritu de la época, algo para lo cual, obviamente, siempre
hay excepciones.
Quiero introducir el tema con una breve viñeta clínica, que está incluida en uno de mis
35
libros –no soy tan ingenuo ni megalómano como para creer que todos los presenten lo hayan
leído. La viñeta presenta una situación con la que seguramente se han encontrado, o se pueden
encontrar, en algún momento.
En cierta ocasión recibí en consulta al padre y la madre de un niño que presentaba cierto
tipo de conductas que, para ellos, resultaban extrañas: repetía palabras, estallaba en ataques
violentos frente al señalamiento de algún límite, se quitaba la ropa en cualquier situación social y
tenía dificultades para ubicarse en el tiempo y el espacio. Además, no lograba los objetivos
escolares. Luego de un período de entrevistas con ellos y con el niño, realicé una devolución –algo
que es bastante habitual en nuestra práctica– en la que intenté dar cuenta del diagnóstico. Se trataba
de un diagnóstico delicado y por eso lo enuncié con mucho cuidado, evitando las etiquetas,
informando que en mi trabajo con el niño había notado cierta “inestabilidad de la estructura
simbólica”. Se trata de un diagnóstico un poco general tal vez, inventado por mí, que no está en
ningún manual de trastornos de los que habitualmente se pueden consultar. En general, cuando lo
utilizo, mis interlocutores me preguntan a qué me refiero por “estructura simbólica”, y eso es algo
35
V. Peusner, Pablo. Huir para adelante. El deseo del analista que no retrocede ante los niños. Letra Viva, Buenos
Aires, 2015, p. 64.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 22
que puedo responder con cierta facilidad, pero en este caso no ocurrió así: la mamá comenzó a
llorar muy angustiada, me preguntó cómo pasó algo así, cuál era su responsabilidad en el estado
de este niño, y la pregunta final –tal vez, la más desgarradora, porque a pesar de que uno tenga
muchos años de experiencia clínica, cuando se encuentra con el padecimiento del padre y la madre
de un niño es muy difícil permanecer inmune a eso– fue “¿que hicimos mal?”.
En aquella ocasión improvisé una respuesta que probablemente fuera incorrecta porque
incurre en ciertos fallos lógicos, pero que en esas coordenadas era necesaria. A veces los analistas
se esconden bajo la indicación lacaniana de no responder a la demanda (y hay que considerar que,
en francés, demande es ‘demanda’ y también ‘pregunta’). Pero Lacan fue muy claro acerca de cuál
es la demanda que un analista no debe responder: “la de saber qué quieren ellos”36 –se refiere a los
analizantes. Las otras sí pueden responderse, obviamente, las que no son estrictamente demandas
en el sentido analítico, sino más bien pedidos: un cambio de horario, un vaso de agua, la solicitud
de un diagnóstico o una pregunta como la de “dígame usted qué hicimos mal”.
Esa última fue la pregunta y la respuesta que improvisé está llena de errores, pero tuvo el
mérito de permitirnos continuar trabajando. La voy a contar porque en ese caso funcionó, pero no
sirve como receta: la idea es que funcione como disparador para reflexionar acerca de cómo se
presenta lo insoportable del lenguaje como causa en la clínica cotidiana. Les dije lo siguiente:
“Vivimos en un mundo del lenguaje y ese mundo nos preexiste. Es un mundo que
está compuesto por códigos, reglas, convenios y convenciones que las familias deben
transmitir de una generación a otra. Y esa trasmisión puede fallar… ¿Recuerdan la época
en que copiábamos un CD de música? Se colocaba un CD de música en la computadora, la
computadora levantaba la información del CD y generaba en el disco rígido un archivo
temporal con la información. Luego se quitaba el CD y se colocaba uno en blanco.
Finalmente, la información se copiaba desde el archivo temporal al CD en blanco. Uno
hacía todo eso correctamente y, en ocasiones, al colocar el CD en el equipo de música, la
copia se había realizado de forma incompleta o tenía fallas. ¿Qué había ocurrido? La copia
falló. ¿Que se hizo mal? Nada. Algo similar ocurrió a la hora de transmitir el orden
simbólico a su hijo. No es necesario que hayan hecho algo mal”.
Esta respuesta provocó dos efectos: el primero fue importante porque nos permitió
continuar hablando, ya que la señora se calmó. Insisto en que la analogía de la copia del CD no es
del todo correcta pero, en este caso, funcionó. Es lo que Lacan llamaba el truco del analista y,
como tal, requiere semblante: mi explicación permitió que la angustia cediera y que pudiéramos
continuar conversando. No sé si hubiera ocurrido lo mismo si acaso le hubiera dicho a esa señora
“yo no doy diagnósticos”.
36
Lacan, Jacques. “Reseña con interpolaciones del seminario de la Ética” (comienzo de la década del ’60), en Reseñas
de enseñanza, Manantial, Buenos Aires, 1988, p. 9.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 23
Les decía que mi respuesta provocó dos efectos. El segundo efecto resultó bastante
inesperado, porque apenas la señora se calmó y pudo volver a hablar, me planteó lo siguiente: “Lo
que usted me dice me resulta insoportable. Hubiera preferido que me dijera que mi hijo tenía un
tumor o algo así en el cuerpo, algo concreto”.
Su respuesta me resultó sorprendente. ¿Es preferible saber que un hijo padece de un tumor
a que sufre de cierta inestabilidad en la estructura simbólica? Es raro, todos sabemos hacia dónde
conduce la cadena asociativa que comienza con la palabra “tumor”. Pero fue en ese punto, en una
situación que se ha repetido en mi clínica muchas veces, que me pregunté por qué resulta tan
insoportable pensar al lenguaje como causa. ¿Cómo se entiende habitualmente al lenguaje como
para suponer que se trata de algo abstracto (como insinuaba esta señora), como algo que no es
concreto? La madre de este niño expresó explícitamente su deseo de que la causa radicara en “algo
más concreto”. ¿Acaso el lenguaje no es algo concreto?
La suposición de que el lenguaje no es algo concreto resulta negada por la experiencia más
sencilla para cualquier sujeto humano hablante. Una palabra o varias, para el caso es lo mismo,
puede producir muchísimos efectos. El lenguaje nos afecta notablemente. Por eso nos llama la
atención cuando alguien se mantiene inmune a las palabras del otro: ¡es tan difícil no reaccionar!
La palabra nos calma o nos irrita, produce efectos en el cuerpo (taquicardia, excitación, temblores,
balbuceos…), nos mueve a la acción o nos detiene cuando estamos a punto de actuar. Todo el arco
de lo que popularmente se denominan “sentimientos” y en psicoanálisis llamamos “afectos”, es
susceptible de aparecer como respuesta a algunas palabras: el amor, el odio, la vergüenza, la cólera,
la angustia… Cuántas veces apenas unas palabras están en la causa de una bofetada –pienso en
“mi mujer no es nada para mí”, pronunciada por el Sr. K en el Caso Dora–, tanto como de un beso
apasionado.
Es por eso que Lacan recomendó volver a la Retórica de Aristóteles, una obra clásica
escrita cinco siglos antes de Cristo, fundamenta su lógica en esa misma idea: cómo organizar el
discurso en la asamblea para que hacerle sentir a los otros participantes determinado afecto, y
obtener su apoyo al momento de votar. Por ejemplo, si alguien quería que su ciudad atacara a una
ciudad vecina y su discurso tenía por objetivo llegar a una votación de si movilizar o no a las tropas
para ese fin, su discurso tenía que lograr que quienes iban a votar odiaran profundamente a los
vecinos.
Lacan decía en su seminario El Sínthoma que “un hombre normal no se da cuenta de que
la palabra es un parásito (…), de que es la forma de cáncer que aflige al hombre”37
37
Lacan, Jacques. El seminario, libro 23, El Sínthoma. Paidós, Buenos Aires, 2006, p. 93.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 24
que eso: el testimonio crudo de que la palabra es un parasito. Las personas “normales”, normales
entre comillas, tienden a pensar –ni siquiera me animo a hablar en primera persona– que la palabra
no es un parásito, que la generan ellos, que no son hablados por el Otro. Y esa especie de
certidumbre se pone en cuestión cuando realizamos un acto fallido: si alguna vez cometieron un
acto fallido –y estoy seguro de que sí– seguramente habrán tenido esa sensación de que hay Otro
hablando en las palabras que quisieron decir. Porque “yo no quise decir eso que yo dije”: fíjense
que utilizo dos veces el pronombre “yo” a propósito, uno de ellos sitúa una extranjería total… Ese
es el cáncer del que habla Lacan, es un cuerpo extraño que se extiende, se ramifica en el sujeto. Y
por eso Lacan habló, en francés, del moterialisme. Es un neologismo buenísimo pero intraducible,
construido por la condensación de dos palabras: materialisme (materialismo) y mot (palabra,
vocablo). No hay modo de traducirlo en una sola palabra, en general se lo traduce como
“materialismo de palabra”, pero se pierde su potencia. El neologismo está ahí para defender la idea
de que el lenguaje y sus elementos no constituyen un idealismo ni una abstracción, son algo bien
material, bien concreto.
Demos un paso más hacia la tesis del órgano imposible. Para eso, volvamos a la clínica.
¿Cómo sabe el cuerpo que tal o cual persona está prohibida por la ley del incesto? Esta
pregunta, más o menos ingenua, en realidad parafrasea una pregunta que me hizo un analizante
varón de 22 años, quien mantenía relaciones sexuales con su hermano, apenas un poco mayor,
desde los 16. Tremenda pregunta, ¿no les parece? Como ven, no me voy con chiquitas. Estos son
los articuladores que elegí para acercarme al órgano imposible.
Este muchacho que era mi paciente manifestaba su doble condición: él me decía que su
cuerpo respondía “incestuosamente y homosexualmente”. Y yo, intentando sostener una posición
lacaniana, le señalaba esa partícula que se repetía en los adverbios: mente. A él le costaba mucho
defender con la mente lo que estaba haciendo –es decir, no lograba justificar su proceder, el que
por momentos le parecía horroroso y reprochable, pero del que no podía prescindir. Y sin saberlo
parafraseaba a Pascal afirmando que “el cuerpo tiene razones que la propia razón desconoce”.
Ahora bien, este muchacho no vino a analizarse conmigo por esta situación –para él, esta
práctica no era un problema. Y aunque manifestaba cierta extrañeza por el hecho de continuarla,
y se había hecho la pregunta que utilicé como disparador para esta parte de mi intervención, no
fue el motivo de consulta. De hecho, habló de esto cuatro años después de haber comenzado el
análisis.
Llegó a verme debido a su aislamiento social y sus dificultades para relacionarse con otras
personas. Desde que egresó de la escuela secundaria, donde estaba obligado a mantener relaciones
con otras personas todos los días, se aisló. Pero tiempo después consiguió un trabajo de oficina,
un humilde trabajo administrativo, donde todo iba relativamente bien. En ese ámbito, una
compañera de trabajo bastante mayor y con fama de gustar de los hombres jóvenes, le hizo una
propuesta muy concreta. Él, primero se asustó y luego se angustió. Y eso lo trajo al análisis. Él
había escuchado a sus compañeros de oficina hablar de la excitación que esa mujer les provocaba,
pero eso a él no le pasaba, su cuerpo no reaccionaba a la situación: ni cuando ella se presentaba un
tanto provocativamente, ni cuando los compañeros de trabajo contaban las situaciones sexuales
que habían tenido con ella. Ante todo eso él se sentía muy incómodo. Y cuando ella se dirigió a él
de manera concreta, pasaron dos cosas: él la rechazó y ella le hizo pagar el costo del rechazo con
toda clase de comentarios e ironías acerca de su sexualidad, las que rápidamente se extendieron,
pero también algo se le desencadenó y eso lo trajo a la consulta. Y si bien contó esa situación de
entrada, fue mucho tiempo después, en ocasión de retomarla, que abrió la pregunta acerca de cómo
sabe el cuerpo, y esa fue la puerta de acceso a su posición sexuada.
Suelo utilizar las preguntas de mis analizantes para reacomodar mis preguntas teóricas,
para aprender y para reinventar el psicoanálisis –esa era una exigencia de Lacan en el ‘78, espero
que la recuerden. Considero que es valioso reflexionar a partir de lo que se encuentra en la clínica,
es una tarea fastidiosa pero productiva. Y la pregunta de mi analizante es muy interesante porque
si bien como toda ley, la ley del incesto responde a lo simbólico, es mucho más que una ley escrita
en un código positivo. Hay muchas cosas que están prohibidas por la ley, pero no tienen una
inscripción en el cuerpo –a lo sumo, el sujeto puede experimentar cierta división al realizarlas,
pero nada más. Pero la ley del incesto funciona sin que siquiera sepamos que existe. Opera en el
cuerpo, es una regla simbólica que opera en el cuerpo y con una efectividad más o menos estable
para cada cultura, porque cada cultura define qué se considera incesto. Pero una vez que está
definido, eso opera en el cuerpo. No es que no tenemos relaciones sexuales con nuestros hijos
porque vamos a ir presos: no las tenemos porque el cuerpo no responde a eso, al menos, en sujetos
que se encuentran apalabrados por el discurso.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 26
Cómo sabe el cuerpo que no debe responder, es para mí una pregunta buenísima. Y se la
hizo –o me la hizo, no lo sé– un analizante. Es una pregunta por la relación del lenguaje con el
cuerpo, porque si una ley simbólica que tiene estructura de lenguaje puede ser efectiva sobre el
cuerpo, es porque de algún modo ambos se conectan. Y al abordar esta cuestión, soy consciente
de que entro en un terreno en que los analistas lacanianos somos criticados, creo que sin
fundamento, por hablar demasiado del lenguaje y poco del cuerpo. Es una crítica que se actualiza
hoy en día, en el marco de una pandemia, en que hemos tenido que retirar el cuerpo de los lazos
sociales y de los lazos laborales: antes nos encontrábamos para trabajar, poníamos el cuerpo, nos
saludábamos, nos dábamos la mano o un beso, nos abrazábamos, comíamos juntos. Ahora estoy
hablándole a mi computadora y no sé dónde están ustedes… Aquí, en Buenos Aires, donde vivo y
trabajo, estamos en una fase de Distanciamiento Social –ya hemos salido, por suerte, de la fase
anterior que era de Aislamiento. No obstante, debemos tomar distancia, y atendemos a nuestros
analizantes por medios virtuales –muy pocos asisten a sesiones presenciales, tratamos de reducirlo
al mínimo y solo para casos que no resisten el modo virtual.
La pandemia nos exige retirar el cuerpo del lazo social, del lazo laboral, pero el cuerpo
estaba ya en entredicho antes, por el tratamiento imaginario que recibe en las redes sociales:
actualmente, todo el mundo puede ser tapa de revista cuando quiera, de su propia revista... Antes,
los famosos se peleaban por aparecer en la tapa de la revista Caras, de la revista Hola. Ahora cada
uno tiene su Instagram y pone la foto que más le guste, es muy fácil mostrarse. El cuerpo se puede
exponer muy fácilmente.
Pero hay un hecho de la actualidad más interesante para nosotros, un fenómeno sobre el
que no hubo mucho análisis, que da cuenta de un cambio de paradigma a la hora de pensar la
relación del órgano imposible con el cuerpo. Es un fenómeno que se define partiendo de la tesis
de que la palabra afecta, toca, al cuerpo. Me refiero al acoso callejero.
Sin entrar en consideraciones políticas –que también las tiene, pero me llevarían en otra
dirección y perderíamos el eje que venimos trabajando–, creo que la gravedad de que un hombre
le diga algo a una mujer acerca de su cuerpo, tiene un nuevo valor hoy en día: es como tocarlo,
como tocar ese cuerpo. Pero para poder pensarlo así, hay que entender al lenguaje, al órgano
imposible, como algo material y no como un idealismo o una abstracción. Con el lenguaje se puede
tocar a otra persona, y eso constituye un abuso.
El lenguaje toca al cuerpo en la ley del incesto. El lenguaje toca al cuerpo en el acoso
callejero. De ninguna manera los psicoanalistas ignoramos al cuerpo a favor del lenguaje, es una
crítica pobre y sin fundamentos… Por eso me pareció importante que habláramos de un órgano
del cuerpo que no está en el cuerpo, de un órgano que no está compuesto de tejidos ni de sangre,
de un órgano que es fundamental para transitar el lazo social, de un órgano que se enferma como
cualquier otro pero que no se puede medicar… En fin, de un órgano imposible.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 27
Elegí para el flyer con el que invitamos a esta actividad la imagen de un personaje extraño,
extravagante. En la imagen se ve a un niño sentado en una máquina, una especie de esfera… Se
trata de una serie estrenada en 1967, y realizada íntegramente con marionetas: Joe 90.
Hoy que todo el mundo sigue series en diversas plataformas de streaming, causa gracia
pensar en una serie que estrenaba en la TV un capítulo por semana y, además, que estaba realizada
con marionetas –hubo muchas y muy famosas realizadas así, que llegaron a la Argentina en la
década del ’70. Ese niño, Joe, que está en la máquina rodeado por esa especie de esfera extraña, es
el hijo del científico que la inventó: se trata de un dispositivo operado por una computadora (que
se ve muy primitiva, pero era con lo que se soñaba en aquella década del 60)38 con el que podían
transferírsele al niño conocimientos específicos sobre algún tema, para luego encargarle una
misión, porque el niño… ¡era un agente secreto en los tiempos de la guerra fría!
Considero que debemos retomar la pregunta acerca de cómo es que el cuerpo sabe. Es una
pregunta por la articulación entre lo simbólico del lenguaje y el cuerpo. Me gusta la expresión “el
cuerpo sabe” –la que tomé de mi paciente– porque sitúa en el cuerpo un saber y no un instinto.
38
A quienes nunca hayan visto la serie, les recomiendo ver el video de apertura en YouTube, buscándolo
simplemente como “Joe 90” o siguiendo este link: https://www.youtube.com/watch?app=desktop&v=4utQWy9heEI
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 28
Para Lacan, el instinto no es un saber, sino un conocimiento. Así lo decía tempranamente, a finales
de los años ’60, en la época de “Subversión del sujeto”:
El instinto, (...) se define como aquel conocimiento en el que admiramos el no poder ser un
saber. Pero de lo que se trata en Freud es de otra cosa que es ciertamente un saber, pero un saber
que no comporta el menor conocimiento39.
Tenemos aquí una diferencia radical entre, por un lado, un saber estructurado por el
significante y por lo tanto sujeto a equívocos, malentendidos, ambigüedades; y, por el otro, un
conocimiento codificado genéticamente con letras que no producen equívoco, sino falla o error.
En la copia del código genético puede haber una falla o error, lo que producirá una enfermedad
genética. Eso explica por qué la codificación del instinto, ese conocimiento (en términos de Lacan)
está realizada por elementos que no admiten una lectura equívoca: no hay allí nada sujeto a la
interpretación, mientras que en cualquier estructura de la que participe el saber, sí la hay, porque
el saber está estructurado por el significante.
En la sexta parte de su texto “Televisión” –el que recoge una serie de apariciones televisivas
de Lacan en la década del ‘70–, afirma que “el sujeto del inconsciente embraga sobre el cuerpo”40.
Debemos tener cuidado porque la versión de los Otros escritos en español, en la página
563, traduce el verbo (conjugado) embraye por ‘empalma’, haciéndonos perder un importante
matiz en la cuestión. Quienes conducen un auto saben qué es un embrague: el pedal que debemos
pisar para realizar los cambios de marcha. Pero en realidad ese pedal pone en acción una pieza
mecánica, la que permite que dos engranajes que están en movimiento se articulen. Entonces, el
embrague es una pieza articuladora, presente en los automóviles pero también en muchos otros
tipos de máquinas. Me parece interesante que Lacan haya elegido ese término y por eso lo
defiendo. Es muy importante la idea del embrague: el sujeto –que es efecto del lenguaje– embraga
con el cuerpo. Se trata de dos órdenes distintos que están en permanente movimiento.
Voy a retomar el caso de mi paciente porque presenta dos cuestiones diversas que
confluyen para constituir una identidad sexual particular que no puede reducirse a la figura de
“incesto consentido entre hermanos varones”. Por eso, agrego otra pregunta que es mía: ¿se elige
de la misma manera la posición sexual y el objeto intrafamiliar? No cabe duda de que ambas líneas
39
Lacan, J. “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano” (1969), en Escritos 2, Siglo
veintiuno editores, Bs.As., 1984, p. 783.
40
V. Lacan. “Télévision”, en Autres Écrits, Seuil, Paris, 2002, p. 537 (la traducción es mía).
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 29
Mi pregunta apela a la ética porque interroga una elección, y solo cuando se habla de una
elección entramos al terreno de la ética. La diferencia entre la ética y la moral es muy clara: la
moral define lo que está bien y lo que está mal, por eso es relativa a una cultura y al momento
histórico (lo que está bien o mal cambia con las épocas y es diferente para cada cultura). Los
analistas no trabajamos con la moral, a nosotros nos interesa la ética. Y la ética interroga qué se
eligió hacer, dónde alguien eligió situarse, con qué criterios se tomó esa decisión…
La pregunta teórica entre la relación del lenguaje, ese órgano imposible, y el cuerpo, se me
actualiza con otra pregunta que es un poco más clínica: ¿Qué sucede con el incesto como ley y la
castración como efecto, como efecto de la ley en el cuerpo? Porque la lógica del incesto forma
parte de lo que se trasmite de generación en generación, transmisión que es irreductible:
La familia –cualquiera sea su formato– no puede no trasmitir, pero esa trasmisión debe
estar vehiculizada por un deseo que no sea anónimo. Cuando el deseo no es anónimo no hay ningún
problema, está todo bien. ¿Y si lo es? ¿Y si la transmisión queda vehiculizada por un deseo
anónimo?
41
V. Soler, Colette. Lo que queda de la infancia. Letra Viva, Buenos Aires, 2015, p. 87 y ss.
42
Lacan, Jacques. “Nota sobre el niño” (1969), en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 393.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 30
Reflexionemos sobre esta idea de lo anónimo. ¿Quién escribió un libro anónimo? Pudo
haberlo escrito cualquier persona que supiera escribir, no hay una diferencia entre el autor anónimo
de un libro y todos los otros autores posibles, no hay un S1 que represente al autor anónimo frente
al S2 de todos los otros autores. Pero si un libro está firmado, el nombre de su autor lo diferencia
de todos los otros autores posibles, ese nombre opera como un S1 que lo representa frente al S2 que
reúne a todos los otros. Lo anónimo no inscribe diferencia.
Como ustedes saben soy tan lacaniano que siempre retorno a Freud. Es fundamental para
construir nuestro órgano imposible. Les presento la que muy probablemente sea la cita en que por
primera vez Freud habla de un aparato del lenguaje. Dice así: “Nos proponemos ahora indagar qué
tipo de hipótesis puede hacerse acerca de la aparición de las afasias como consecuencia de lesiones
en un aparato del lenguaje”43.
La cita que les propuse es muy interesante porque propone que estudiando cómo es que
falla ese aparato del lenguaje, entenderemos cómo está construido… La idea proviene de un libro
bastante olvidado e ignorado, publicado en 1891 y titulado La afasia. No sé si tuvieron ocasión de
encontrarse con ese libro… En la biografía oficial de Freud, Jones dice que se imprimieron 850
ejemplares en 1891 y que nueve años después se habían vendido solamente 257, fue un fracaso
total.
Ahora bien, a pesar de estos datos, algo de ese escrito es muy conocido por todos nosotros,
porque algunos párrafos de la obra fueron incluidos a modo de apéndices al escrito “Lo
inconsciente”44 de Freud por James Strachey, el responsable de la edición inglesa, y por lo tanto
forman parte del texto también en la edición de Amorrortu: me refiero a los apéndices B y C,
titulados respectivamente “El paralelismo psicofísico” y “Palabra y cosa”.
43
Freud, Sigmund. La afasia (1891). Nueva Visión, Buenos Aires, 1973, p.86. (Las itálicas son mías)
44
Freud, Sigmund. “Lo inconsciente” (1915), en Obras completas, Volumen XIV, Amorrortu editores, Buenos Aires,
1984. Los apéndices en cuestión se encuentran en las páginas 204 (apéndice B) y página 207 (apéndice C).
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 31
Freud afirma en su libro que es importante diferenciar los aspectos psicológicos de los
anatómicos que componen dicho aparato del lenguaje. Tenemos aquí un binario en juego. La
pregunta de Freud y su inmediata respuesta explícita es la siguiente: ¿es en general admisible y
correcto el supuesto que aloja representaciones en células? Yo creo que no”45. Se dice por ahí que
Freud murió esperando que alguien localizara el aparato psíquico en las células, sus
representaciones en las neuronas... Y ya en 1891 Freud afirmaba que eso no era posible. Me
sorprendió encontrar esta idea tan claramente expresada tan temprano.
Freud defiende desde el inicio de su trabajo la alteridad de esos dos factores: las
representaciones por un lado, y las células por otro. Sin embargo, deja abierta la pregunta acerca
de los posibles modos de relación entre ambos, de eso se trata el texto. Una cosa son las células,
otra cosa las representaciones, pero hay que establecer cómo se vinculan porque no hay duda de
que se vinculan. Y si bien Freud es producto de su época, su trabajo con los tipos de
representaciones respecto de las cosas y las palabras, lo lleva a un esquema arborificado, una
especie de grafo bidimensional. Es el siguiente:
45
Freud, Sigmund. La afasia, Óp. Cit. p. 69.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 32
Tal vez sea en este nivel del apuntalamiento donde la teoría de Freud ha producido uno de
los mayores impactos, al diferenciar el sexo biológico de la sexualidad. Hablamos frecuentemente
de la “sexualidad infantil,” pero es un pleonasmo decirlo así porque toda la sexualidad es infantil,
siempre. Y si quieren entender “infantil” como lúdica y juguetona mejor todavía. Porque no hay
nada peor que tomarse la sexualidad en serio, eso acarrea muchos problemas. Y cuando hablamos
de sexualidad no hablamos solo de lo ocurre en la cama: la sexualidad abarca mucho más que la
cama, habita en los desfiladeros del significante, en las palabras.
¿Cuál es el operador que produce esta diferencia entre la sexualidad y el sexo biológico?
El órgano imposible: el lenguaje. ¿Cuál es la condición para que esto pueda funcionar? La
extensión de sexualidad tal como el propio Freud lo explica al final de la conferencia titulada “La
vida sexual de los seres humano”. Es maravillosa, por eso voy a leerles el párrafo final, así
concluye Freud esa conferencia. Cito:
Sin duda habrán oído decir ustedes, estimados señores, que el psicoanálisis
extiende de manera abusiva el concepto de lo sexual, con el propósito de sustentar las tesis
sobre la causación sexual de las neurosis y sobre la significación sexual de los síntomas.
Ahora pueden juzgar por sí mismos si esa extensión es injustificada. Hemos ampliado el
concepto de la sexualidad sólo hasta el punto en que pueda abarcar también la vida sexual
de los perversos y la de los niños. Es decir, le hemos devuelto su extensión correcta. Lo
que fuera del psicoanálisis se llama sexualidad se refiere sólo a una vida sexual restringida,
puesta al servicio de la reproducción y llamada normal46.
46
Freud, Sigmund. “Conferencias de introducción al psicoanálisis. Conferencia 20: La vida sexual de los seres
humanos” (1916-1917), en Obras completas, Volumen XVI, Amorrortu editores, Buenos Aires, 1984, p. 291.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 33
Parece una reivindicación, una frase pronunciada con orgullo: “le hemos devuelto la
extensión correcta”. Objetivo logrado: tantos años restringiendo la noción de la sexualidad al
momento en que dos cuerpos se encuentran en una cama y fuimos nosotros, los psicoanalistas,
quienes le devolvimos a la sexualidad su verdadero alcance, su real extensión…Me imagino ese
tono en Freud. Y dicha extensión de la noción de sexualidad permitió incluir en ella a la perversión
y a la sexualidad infantil. Más aún porque como si esto fuera poco, el resultado final es la tesis de
que la sexualidad no madura, siempre será infantil.
Quiero a continuación introducir una idea de Colette Soler, quien en su libro Lacan lector
de Joyce, propone que “la forclusión más radical, genérica causada por el lenguaje, es la de la
proporción sexual”47.
El lenguaje impide que los sujetos humanos hablantes dispongamos del cuerpo biológico
al cien por ciento, ninguno de nosotros habita un cuerpo biológico totalmente natural. Nuestros
cuerpos están atravesados por el lenguaje y ese atravesamiento los afecta notablemente. En nuestra
infancia, estudiamos en la escuela la construcción del cuerpo humano, hablábamos de un sistema
respiratorio, de un sistema digestivo, de un aparato excretor… Pero debemos sumarle un órgano
más: el órgano imposible, ese órgano que es del cuerpo pero que no es del cuerpo. Que no está
47
V. Soler, Colette. Lacan, lector de Joyce. Ediciones S&P, Barcelona, 2017, pp. 41-42.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 34
adentro del cuerpo pero que tampoco está afuera; que nos atraviesa, que produce efectos y altera
profundamente el funcionamiento biológico.
Nosotros los seres humanos no tenemos ningún registro de lo instintivo, no podemos hacer
nada como los animales. Es totalmente erróneo decir “comí como un animal”: ningún animal come
picada, achuras, asado, ensaladas, matambre, vacío, postre y después café con masas... Los
animales comen exactamente lo que necesitan para reponer la energía que consumieron en la
jornada. El instinto, ese conocimiento del cuerpo biológico, les indica la exacta proporción
necesaria, es un ciclo preciso, que se cierra. Los sujetos humanos hablantes estamos sometidos a
una fuerza constante y eso insiste. Por ejemplo, cuando los animales están cansados, buscan un
lugar cómodo, se echan y se duermen. Nosotros estamos cansados luego de trabajar una extensa
jornada, pero si un amigo nos convoca porque hay un bar nuevo al que podríamos ir a tomar una
copa y donde toca una banda… vamos. Y si la estamos pasando bien, esa aventura podría
extenderse por toda la noche. Los animales no pueden comportarse así.
Es muy interesante pensar los efectos que produce en nuestros cuerpos esa fuerza constante
que es la pulsión. Tal vez el primero de ellos sea que nos cueste detener al cuerpo: se trata de un
cuerpo que está en constante tensión y así las conductas programadas genéticamente quedan
alteradas. El órgano imposible altera las conductas que estaban programadas genéticamente. El
conocimiento instintivo es impecablemente perfecto y proporcionado; mientras que el saber del
cuerpo es equívoco y no puede evitar volverse desproporcionado, es su destino.
Otro de los efectos es que los agujeros del cuerpo cambian de función, se convierten en
bordes de goce. Lacan teorizó esta cuestión de la erogeneización de los agujeros del cuerpo
haciendo una referencia al teorema de Stokes, el que permite calcular una integral de línea de un
campo vectorial en el espacio mediante una integral de superficie del rotacional del campo. Esto
puede sonar difícil, pero se trata de la fuerza que se pone en juego en el borde del desagüe de, por
ejemplo, una bañera llena, cuando quitamos el tapón. Ese flujo que rota antes de salir, aplica una
fuerza sobre el borde del agujero del desagüe. Lacan citó este teorema en una nota a pie de página
en su escrito “Posición del inconsciente” –hay incluso un capítulo de Los Simpson48 en el que Bart
llama por teléfono a Australia para verificar para qué lado rota al agua al descargar un inodoro,
pero lo que está en juego allí es otra cosa llamada “el efecto Coriolis”: se trata de un fenómeno
que se produce porque la Tierra rota sobre su propio eje y afecta el movimiento de casi cualquier
objeto que se mueva sobre la Tierra. La referencia de Lacan al teorema de Stokes tiene por objetivo
situar a la pulsión en los agujeros del cuerpo. Por supuesto que estos cambian de función y, en
consecuencia, allí donde el cuerpo era sede de una función biológica se presenta una nueva
anatomía significante, recortando al cuerpo de su función biológica.
48
Se trata del capítulo 16 de la Sexta Temporada, titulado “Bart contra Australia”.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 35
¿Qué es lo que nos humaniza? Lo que nos humaniza es el lenguaje porque nos hace perder
la condición animal (el instinto) y nos condena a la pulsión –eso que con Lacan podemos
denominar desproporción sexual. Por eso, la noción freudiana de apuntalamiento es un modo muy
elegante de presentar el efecto del lenguaje sobre el cuerpo biológico. Tengamos en cuenta que
para el mundo humano ese cuerpo biológico, cuerpo de la necesidad, es mítico: aparece, por
ejemplo, en el escrito “Subversión del sujeto…”, inscripto en el grafo del deseo con una letra
griega Delta mayúscula, y Lacan se refiere a él como “sujeto mítico de la necesidad”. No es que
los humanos nacemos como los animales y luego de un rato llega el lenguaje y nos marca. No, ya
nacemos sumergidos en el lenguaje. Totalmente sumergidos en lo que Lacan llamó “el agua del
lenguaje”49. No hay un momento previo al encuentro con el lenguaje –por supuesto que sí hay un
tiempo en el que el nuevo sujeto no habla, es un momento pre-significante, pero aun así está
sumergido en el agua del lenguaje. De hecho, los niños son nombrados desde antes de nacer,
incluso desde antes de ser concebidos, y entonces ya son un asunto. Solo podemos afirmar, en
futuro anterior, que ese sujeto mítico habrá habitado algo de lo que llama el goce del viviente, y
por eso Lacan dice que el efecto del lenguaje es la pasión del cuerpo.
Quisiera volver al problema que me puso a trabajar, nada mejor que eso. Me he dedicado
a estudiar cómo dos materialidades que aparentemente son tan diferentes como el lenguaje y el
cuerpo pueden articularse. Obviamente, mi pregunta se abre hacia otras que podrían convertir mi
investigación en un recorrido infinito: ¿Qué es el cuerpo? ¿Qué es el lenguaje? ¿Cómo considerar
el origen del lenguaje? ¿Qué relaciones hay entre ambos elementos y los registros? ¿Cómo pensar
el nudo y el lenguaje? Me privo por ahora de eso, al menos hoy. Quizás en este recorrido haya
aparecido una pista, y quizás el recorrido que les propuse no haya sido tan ordenado ni prolijo
como otros que realicé en el pasado.
49
V. Lacan, Jacques. “Conferencia en Ginebra sobre el síntoma” (1975), en Intervenciones y textos 2, 1984, p. 124 y
ss.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 36
dato porque el Informe no es el Discurso. Son dos textos increíblemente diferentes. Voy a citar el
“Discurso…”
“¿De qué se trata?”, querría decir el estudiante si no temiera ser incongruente. “¿Qué puede
ocurrir de efectivo entre dos sujetos de los cuales uno habla y otro escucha? ¿Cómo una acción tan
inasible en lo que se ve y en lo que se toca puede alcanzar las profundidades de las que presume?”50
Es notable este párrafo. Lacan le atribuye la pregunta acerca de cómo es que puede
funcionar el psicoanálisis a un estudiante. Creo que es todo un gesto de su parte, un gesto
condescendiente, porque esa es la pregunta que me hago yo todos los días desde hace casi treinta
años. ¿Cómo puede ser que hablando, jugando, dibujando, logremos llegar a lugares tan difíciles
y provocar cambios? Porque no dudo de la efectividad de nuestra tarea, la he visto, soy testigo de
los alcances tanto sobre mí como sobre mis analizantes sin distinción de edades. Lo que me
interroga es el “cómo”. ¿Hombre de poca fe? Es posible, pero no me digan que no se hicieron esa
pregunta alguna vez…
En fin, mi argumento supone una lógica recíproca que me gusta ahora enunciar.
El lenguaje como causa de la afectación del cuerpo tiene como correlato al lenguaje como
instrumento para curar esa afectación. Si el lenguaje enferma, el lenguaje cura. Suena bastante
lógico aunque haya mucha gente que, hoy en día, no pueda creer en eso. Nosotros, los analistas,
somos los últimos creyentes.
***
CONVERSACIÓN
FERNANDO ROSADO: Una pregunta sobre lo último que mencionabas. Si el lenguaje puede
modificar cosas, entonces es ahí donde apunta nuestra labor como analistas. Esto me hace evocar
el tema del goce. Si el goce depende del significante y no del cuerpo, ¿haciendo maniobras e
intervenciones sobre el significante ese goce se puede modificar, se puede desvanecer incluso?
PABLO PEUSNER: Antes que nada, quiero agradecerte que nos acompañes desde México,
Fernando. Es un gusto que estés aquí. Respecto de tu pregunta, la respuesta es sí. Porque si bien
Lacan habla del goce como un acontecimiento del cuerpo, el goce no está totalmente separado del
significante. Lacan fue cambiando la perspectiva respecto del goce –no me gusta pensarlo en
términos de evolución de la teoría, prefiero pensar en distintas perspectivas. Tenemos una
50
Lacan, Jacques. “Discurso de Roma” (1953), en Otros escritos, Paidós, Buenos Aires, 2012, p. 148.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 37
perspectiva en la cual el significante vacía al cuerpo de goce. Pero tenemos otra en que el
significante es causa del goce. Entonces dependiendo de cuál sea el problema clínico que uno está
trabajando debe ver qué perspectiva es mejor adoptar. A mí me gusta pensar que el significante
permite la doble función de vaciar y causar al goce en el cuerpo. Por eso el analista debe estar
advertido del efecto que pueden producir sus significantes, sus intervenciones: porque pueden
causar goce. Es una respuesta global, genérica, que me hubiera gustado trabajar con un caso
clínico, pero espero haberte respondido.
La paciente era sumamente exigente, superyoica con su vida, y me dice que el escudo de
su familia sería uno totalmente blanco, limpio, pulcro –casi lavado con lavandina. “Totalmente
pulcro” –le digo. “Si, totalmente blanco” –responde. Cuando la hago hablar de las generaciones
anteriores trato de que se instale un poco en la constelación familiar, y llegamos a una escena
donde aparece su abuela como estandarte y protagonista de muchos de sus síntomas. La escena es
la siguiente: tienen que asistir a un acto de colación donde la paciente obtuvo el mejor promedio
(9.50). Van todos a recibir el premio menos su abuela que estaba postrada en la cama y no puede
asistir. La abuela la espera en la cama y cuando llegan todos le pregunta cómo le fue. Ella responde:
“Bien abuela, saqué promedio 9.50”. Y la abuela le responde: “Bueno, si no se pudo, no se pudo”
–haciendo referencia al 10. Es innegable la afectación del lenguaje en el cuerpo y el síntoma de
esta paciente: todo es imposible en su vida. Todas las referencias que trajiste esta noche me hacían
pensar en ella. La quería compartir porque tomé la idea de uno de tus libros.
PABLO PEUSNER: Te agradezco que hayas puesto a prueba aquella vieja idea –a veces uno
escribe y no sabe qué ocurre con eso, si alguien lo utilizó, si fue o no un aporte. Me alegra saber
que te haya servido. Lo que comentás es maravilloso porque retoma la lógica de generaciones
anteriores y el tratamiento de la falta. Hay algo que Lacan plantea sobre la falta que es interesante:
el significante crea la falta. Ustedes podrían afirmar que en este momento falta aquí, detrás de mí,
un cuadro de Maradona, y con eso sería suficiente para crear una falta (el vacío es otra cosa porque
para exista es necesario extraer un objeto, pero ese es otro tema). En este ejemplo que tan
generosamente trajiste, la frase de la abuela que nombra a esos cincuenta centésimos como “lo que
no se pudo” introduce la falta en un lugar muy paradójico, pero que marcó a tu analizante.
parece que podemos intentar trabajar esa hipótesis. La trasmisión es irreductible pero puede estar
mediatizada por el significante o por la holofrase. Si la trasmisión está articulada por el
significante, no será anónima y transmitirá claramente una diferencia que se inscribirá en el cuerpo.
Pero si la trasmisión está organizada por la holofrase no transmitirá una diferencia y habrá que ver
cuál será esa diferencia que no se va a inscribir en el cuerpo. Podrá ser la diferencia entre los
objetos intra y extra familiares, pero podrán también ser otras: la no inscripción de la diferencia
entre el cuerpo y el objeto, o la ausencia de diferencia a nivel de la palabra… Lo importante es
buscar dónde está lo anónimo, dónde el asunto no se ha dividido: porque cuando el asunto no se
divide, entonces no hay diferencia.
PABLO PEUSNER: el tema del baño del lenguaje es todo un problema porque fue objetado
por Jaime Fernández Miranda en su libro El trabajo de lo ficcional51. Por supuesto que fue una
objeción rigurosa y argumentada que me puso a trabajar. Saben que nuestro intercambio con Jaime
es permanente. El problema es cómo entender esa idea lacaniana de “el agua del lenguaje” que
surge de la Conferencia en Ginebra sobre el síntoma. Yo sospeché que me iban a preguntar algo
sobre esto y por eso les traje la respuesta de un escritor notable que es Pascal Quignard (hombre
que fue diagnosticado dos veces en su vida como autista, en su infancia y en su adolescencia).
Desde la primera hora, los sonidos que hay en el aire perturban al recién nacido, modifican
su ritmo respiratorio (su aliento, es decir, su psyché, su animatio, es decir, su alma), transforman su
ritmo cardíaco, lo hacen parpadear y mover de manera desordenada todos sus miembros.
Desde el primer instante, la audición de los llantos de otros recién nacidos desencadena su
propia agitación y lo hacen derramar sus propias lágrimas52.
Ustedes saben que trabajamos aquí en Neuquén junto a Jaime el año pasado, y nos fuimos
objetando el diagnóstico de autismo. No hay un mecanismo para todos los casos, es abordable
únicamente caso por caso. Pero hay baño del lenguaje para todos. Queda por ver la respuesta
subjetiva, porque el baño del lenguaje no alcanza para constituir un sujeto, hace falta una respuesta.
Entonces, el autismo es otro sistema operativo del sujeto –no es el Windows, no es el que más se
51
V. Fernández Miranda, Jaime. El trabajo de lo ficcional. Letra Viva, Buenos Aires, 2019.
52
Quignard, Pascal. El odio a la música (1996). El cuenco de plata, Buenos Aires, 2012, p. 136.
PABLO PEUSNER. “CONFERENCIAS EN PANDEMIA” 39
utiliza (disculpen esta analogía pero es muy clara). No hay manera de atribuir una causa que no
sea del lenguaje, el tema que debemos estudiar, discutir, es el de los tipos de respuesta que dan los
sujetos al encuentro con el lenguaje.
Conocemos bien las respuestas subjetivas al significante. Conocemos más o menos bien
las respuestas a la holofrase. El problema es que no hay forma de ubicar un mecanismo fundante
para el autismo. ¿Cómo construir una categoría clínica sin un mecanismo? Es un problema
epistemológico. Pero no voy a avanzar, estamos trabajando sobre este asunto con Jaime. Solo
quisiera agregar que el baño del lenguaje involucra al azar, es un encuentro que se produce al modo
de la tyché, absolutamente contingente. Los analistas no podemos decir que no hay casualidades,
porque estaríamos negando la tyché. El sueño del determinismo, que fue sin duda un sueño de
Freud, fue modificado por Lacan. Y entonces, el azar juega un papel en la constitución subjetiva,
en ese momento fundante. No se lo puede eliminar…