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Evangelio en Tiempos de Pandemia, Ciclo A, 21 Noviembre 2020.

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Evangelio en tiempos de pandemia

Ciclo A.

Pbro. Nelson Chávez Díaz


Párroco san Juan Bautista – Curicó

¿Cómo nos imaginamos nuestra muerte y futura resurrección?

Lucas 20, 27-40.

1. Los saduceos eran un partido político religioso compuesto fundamentalmente


por gente de clase alta, adinerados; en cuanto a sus creencias religiosas no creían
en la resurrección, lo que los hacía estar en contra de los fariseos. En esta
escena de hoy, tratan de poner en ridículo a Jesús para que pueda explicar la
resurrección futura de los hombres y las mujeres a través de un caso hipotético en
donde se aplica la llamada “ley del levirato” que establecía que si un esposo
muere sin dejar descendencia el hermano debe casarse con la viuda.
2. A propósito del evangelio de hoy, ¿cómo nos imaginamos nuestra resurrección?
¿Será posible que, en el más allá, vayamos a poder reconocernos? ¿Cómo será
eso de resucitar con un “cuerpo glorioso”?. El Señor Jesús plantea algunos
elementos interesantes en torno a cómo será nuestra resurrección. Por ejemplo,
nuestra resurrección no será una “continuación” de nuestra vida terrenal. En
efecto, dice Jesús que ya no existirá la institución del matrimonio y, por tanto, la
descendencia quedará superada. La resurrección, por tanto, no es lo que le pasó
a Lázaro, es decir, una “reanimación cadavérica” (pues murió por segunda vez)
sino una transformación total de nuestra condición humana que ya no estará
sujeta a este “mundo” y, por tanto, a las coordenadas espaciales y temporales en
las cuales nacemos y vivimos. Una segunda respuesta de Jesús con respecto a la
resurrección dice que la resurrección otorga una vida inmortal (“ya no pueden
morir”). Ahora bien, preguntémonos muy sinceramente: ¿de verdad queremos vivir
eternamente? Es decir, si la “vida eterna” es la prolongación de la “vida terrenal”
entonces a lo mejor muchos no desearían vivir para siempre. Pero la fe nos dice
que esa “vida eterna” es algo totalmente “otro”. No sabemos cómo será esa “vida”
eterna y tampoco sabemos a cabalidad que es la “vida” finalmente. Respecto de
estas experiencias de la resurrección y la vida eterna a veces es mejor declararse
no conocedor. Como dice san Agustín refiriéndose a lo que es esa vida eterna:
“”Así, pues, hay en nosotros, por decirlo de alguna manera, una sabia ignorancia”.
No sabemos lo que queremos realmente, no conocemos esta “vida eterna” y, sin
embargo, por la fe, creemos y queremos creer que debe existir algo así y que será
totalmente distinto a lo que conocemos (véase la encíclica de Benedicto XVI “Spe
salvis”, 10-11). ¿Cómo vivir nuestra vida, entonces, desde el momento en que
estemos, como una “preparación” para ese instante de “corte y de tránsito” que
será la muerte? ¿Asustados y angustiados? ¿Confiados y con esperanza de que
será el inicio de una etapa definitiva? Un párrafo del teólogo brasileño Leonardo
Boff puede esclarecer lo que significa el momento de la muerte como nuevo
nacimiento y evento previo a la vida resucitada: “Cuerpo y alma no son “cosas”
paralelas, susceptibles de separación, aunque puedan y deban ser distinguidas.
La muerte, dentro del estatuto antropológico que enunciábamos arriba, es una
divisoria entre un tipo de corporalidad limitado, biológico, restringido a un
fragmento del mundo, es decir, a nuestro “cuerpo” y otro tipo de corporeidad en
relación a la materia ilimitado, abierto, pancósmico, correspondiente al nuevo
modo de ser en que entra el hombre tras la muerte, la eternidad. La muerte es el
corte entre el modo de ser temporal y el modo de ser eterno en el que el hombre
penetra. Al morir, el hombre-alma no pierde su corporeidad; le es esencial. No
deja el mundo; lo penetra de manera más radical y universal. No se relacionará
exclusivamente con unos pocos objetos como cuando andaba por el mundo
dentro de las coordenadas espacio temporales, sino con la totalidad del cosmos,
de los espacios y de los tiempos” (En “Hablemos de la otra vida”).

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