La abuela Elena (capítulo de novela)
Uno de los últimos recuerdos que tengo de mi abuela Elena es verla en casa de mis
tíos, en la cama de abajo de una cucheta, en una habitación de dos metros por uno, con piso
de cemento alisado y olor rancio.
La tarde que fui a verla miraba el vacío, cuando llegué no me miró, no tenía interés.
Los ojos miraban sin ver, como si estuviera tan concertada mirando más allá que el primer
plano estaba desenfocado.
Mientras yo le hablaba, ella se rascaba la cabeza, sacaba algo y lo comía. Era como
un documental de monos acicalándose. Todos sabíamos que mi abuela ya estaba con más olor
a cajón que a fruta, así que esas ocurrencias no nos preocupaban. Casi jugando le dije: - ¿Te
pica abuela? ¿dónde? ¿acá? – y le rasqué un brazo de piel seca y hueso. Me agarró la mano y
la puso sobre su cabeza. Yo, contenta, le dije: - ¿Acá? Se sentía la piel frágil bajo mis dedos.
Una bolita negra saltó de su cabeza, otra le bajó por el cuello y otro, ahora ya
confirmado bicho, por la frente. Saqué la mano, pero ella no me soltaba, quería que siguiera
rascándole la cabeza.
Miré a mi novio y no hizo falta ninguna aclaración. – Voy a llamar a tu tía - me dijo.
Asentí con la cabeza, mientras intentaba rascar con la mano levantada en un arco, para no
apoyarla.
La abuela Elena estaba llena de piojos. Esa fue la última vez que vi a mi abuela fuera
de un hospital o de un cajón.
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Otoño, 2012
La llamada de mi prima me sorprendió.
- Mi mamá quiere que te cuente algo, prima. Voy para allá, llego mañana al
mediodía.
No podía imaginarme algo que justificara un viaje de setecientos kilómetros para
contarme algo, que podría haber dicho por teléfono. No entendía que tenga que decírmelo ella
y no mi tía. No entendía, y nunca entendí, ese afán de llamarme “prima” todo el tiempo.
Es cierto que las personas se confunden en mi familia. Soledad, mi prima que viene en
viaje comparte el nombre con su hermana mayor, que murió antes que ella naciera. Elena es
el nombre de mi abuela y de mi hermana. La hermana menor de las dos Soledades, se llama
Olga, como mi mamá y Carolina como yo. No puedo explicar el odio que me dio que le
pusieran mi nombre. Al menos puedo decir que soy la primer Carolina de la familia, eso debe
valer algo.
Día D
Acá estoy esperando a Soledad. Durante la mañana me pasé imaginando posibles
circunstancias para esta movida tan enigmática de mi tía y mi prima. Me imaginé
enfermedades incurables, herencias, secretos de familia. Descarté los dos primeros, porque no
soy médica, ni ellos son ricos. Me quedé con el secreto familiar. ¿Qué más podía haber de
secreto en una familia como la mía donde las peores cosas ya habían pasado?
Mas vale que lo que tenga que decirme valga la pena, porque me levanté temprano
y estoy sin dormir siesta, enojada por el sueño y por haber comido a una velocidad inusual.
La veo llegar con una tranquilidad que me molesta. Nos sentamos en el patio interno
de mi casa y ahí bajo el sol de una tarde de otoño, mi prima me escupió todo el enigma.
- Mi mamá me pidió que viniera a contarte lo que de verdad paso con Soledad.
- ¿Qué pasó con Soledad? - Otra vez vuelvo a lo de las enfermedades terminales que
seguramente terminarían afectándome a mí y todos mis descendientes.
- Mi papá no la mató por accidente, mi papá la mató.
Tabula rasa. Un idioma que no entiendo, una palabra que no está en mi diccionario. Un
golpe en la cabeza con los ojos abiertos. El despertar de un sueño profundo.
- No entiendo.
- Mi papá le estaba pegando a mi mamá. Le decía que la iba a matar. Soledad se puso
en el medio y le dijo “Matame a mí”, mi mamá dice que él le contesto “Bueno” y
disparó. Me pido que venga a contártelo personalmente. Ella está muy mal,
arrepentida. Lloró mucho cuando lo contó. – Intenta agarrarme del brazo, lo saco,
como si hubiera sentido una descarga eléctrica de 220 voltios.
Ni siquiera puedo imaginarme la expresión de mi cara. La cara de ella es la de alguien
que viene a suplicar mi perdón. ¿Por qué me vino a contar esto a mí?
- Pero ¿Cómo te lo conto? ¿qué pasó?, no entiendo.
- Estábamos en la iglesia y una persona subió a dar testimonio y contó que había
matado a alguien, se arrepentía y le pedía perdón a Dios por lo que hizo. Mamá
comenzó a llorar y lloraba y lloraba y lloraba. Con mis hermanos nos miramos y no
dijimos nada.
- ¿Le preguntaron porque lloraba?
- No. Solo nos mirábamos.
- Ah… pero entonces ¿ustedes de donde sacaron eso?, ella no dijo nada.
- Si lo dijo, lo contó todo. Fue todo el camino en el auto llorando, nunca la había visto
así a mi mamá, ni siquiera cuando murió mi papá. Entonces la llamamos al comedor,
nos sentamos los cinco y le dijimos “Bueno mamá, ¿Qué pasa?”, nos soltó todo.
- ¿Qué contó?
- ¡Dijo eso!, que él le estaba pegando y que le dijo “te voy a matar”, Sole se puso en el
medio y le gritó “¡No, matame a mí, a mi mamá no!” y él dijo “Bueno” y disparó.
Un tornado que se eleva en mi cabeza. Floto en el punto ciego. Ese último trago que
se transformó en botella. Un dolor en el estómago como el lobo de caperucita cuando
despertó con piedras en el estómago.
Seguro estoy blanca, como espectro en una tele blanco y negro, porque mi prima
(ahora se me pegó lo de decirle prima todo el tiempo) me pregunta si me siento bien. Se
levanta y me trae un vaso de agua.
Nos quedamos en silencio. Un buen rato.
En mi cabeza está Soledad. La primera, la que jugaba conmigo, la que casi no hablaba.
Está su foto en el comedor de mis tíos. La Soledad viva, no la conoció, yo sí. Yo jugué con
ella y la vi en el cajón con mi vestido, el beige con las flores marrones y el cuello blanco, que
mi mamá hizo que se lo cambiaran.
La pared, yo, y el cajón. Siempre en esas malditas habitaciones que no miden más de
dos metros, parece que las viviendas sociales, están hechas para gente que no mide más de
veinte centímetro de diámetro. Mi tío entrando con esposas en las muñecas (lo traen dos
hombres) se acerca al féretro y con unas manos que se ven sobredimensionadas al lado de la
cara de mi prima, le agarra las mejillas y le pide perdón. Le acaricia la frente hasta donde
llegaba la venda; (el tiro había entrado por el ojo y había quedado detrás de la oreja, la
operaron, pero no vivió ni un día.) Le tiemblan los dedos cuando pasa por arriba del ojo
morado, hinchado. Los muertos son raros, son muñecos de cera, con mucho azul y poco rojo.
Entonces desde la puerta que estaba a mi izquierda se escucha:
- ¡Asesino!
Mi tía Norma, se le lanza como una un perro con rabia, le pega. Grita – Soltala, vos la
mataste, solta a mi hijia, no la toques – en un movimiento rápido e inesperado agarra de las
manos el cadáver de Soledad y lo sienta. Puedo ver su pelo largo a treinta centímetros de mis
ojos, ondula en un movimiento de su cabeza hacia atrás mientras ellos dos la tiran. Mi tía
grita. Los sonidos están bajo el agua. Puedo tocar su pelo si extiendo mi mano. Me quedo
inmóvil, fría, helada, más de lo que está mi prima. La cabeza se le inclina hacia atrás como si
estuviera desmayada, el resto del cuerpo no. El resto parece una silla dura.
Pienso en Soledad sentada en el cajón con la mitad de la cabeza con venda y la otra
mitad con el pelo largo y suelto. Mi tío llorando y ella, mi tía Norma, la que hoy manda un
mensajero a mi casa, gritando en un sonido sordo como las caricaturas de Snoopy, donde lo
que dicen son sólo sonidos inentendibles. Termina todo con el golpe seco de un cuerpo
muerto. Mi prima queda igual, creo. No miro. Mi mente vuela, ahora está afuera, en la vereda
de la vecina que prestó su casa para el último día de Sole. Miro al costado, en una calle
cerrada veo la casa donde siempre jugamos, pero con policías a los costados. Estoy sentada
en el sol, es invierno, hace frio y es de mañana. Serán las diez, me miro las uñas, me las pinté
de un color suave, pero brillante. Colores claros son los únicos permitidos a los trece casi
catorce años.
- Caro, entendela, no tuvo una vida fácil. Mi papá era muy malo.
- Siempre que fui a verlos parecía que se querían mucho. No sabía que el tío era así. ¿A
ustedes les pegaba, les hizo algo?
- No, con nosotros se contenía mucho. Supongo que había aprendido. Yo lo quería
mucho, pero le tenía miedo. A veces me tocaba la cara me acariciaba la cabeza y no
sabía si iba a pegarme o iba a llorar.
- Bueno, pero entonces ¿cómo era malo? No entiendo nada. ¿Como salió como si nada?
¿lo van a denunciar? - agrego para mí – … ya está muerto.
- Igual ya prescribió, pasaron 30 años Caro.
- Ay... no te puedo creer que hizo eso, que maldito. Pero, ¡tu mamá!, ¡tu mamá ¡tuvo
cinco hijos más con el! ¡Por dios!, ¿qué le pasa a tu mamá? ¡Le mató la hija! ¿Por qué
lo cubrió? ¡Es cómplice del asesinato de su propia hija!
- No, Soledad no era hija de él. – Me lo dice tranquila. Pierdo el eje. Soy una casetera
que se tragó la cinta, la canción es cada vez más gruesa, cada vez más lenta, se corta.
- ¡¿Como que no era hija de él?!
- No, mi mamá se escapó de la casa donde la criaron a los 14, no quiere contarnos
quien la embarazo. Ahí lo conoció a mi papá, tenía 16 años y estaba en la escuela de
cadetes de gendarmería, la llevó a vivir a su casa. Soledad, para todo el mundo, se
convirtió hija de ambos.
- Mirá Sole, yo sé que era tu hermana, pero vos no la conociste Yo sí, yo jugaba con
ella, yo la recuerdo. No puedo creer que tu mamá se haya acostado de nuevo con un
hombre que mató a su hija.
- Me pidió que te cuente todo. Ella sabía que no ibas a entenderla y me dijo que te pida
perdón.
- ¿Perdón? A mi ¿y porque a mí?
- No sé, te quiere, sos su sobrina favorita.
- Si, tu mamá era un modelo para mí. Siempre tranquila. Los trataba bien a ustedes y al
tío. Pensaba que tu casa era una casa pobre pero llena de amor y paz. - No puedo
llorar, pero siento el corazón oprimido, seco. Embotado.
- ¿La abuela lo sabía?
- Si. Siempre lo supo. Ella fue la primera que declaró a favor de papá. Dijo que él
estaba limpiando el arma y que la nena paso y se disparó. Fue la abuela quien la
obligo a mamá a declarar a favor de papá.
- A ver Sole, ¿la abuela?, ¿qué hizo para obligarla? ¿Por qué le tu mamá le haría caso?
- Vos no tenes idea lo que era la abuela.
Nunca me cayó bien mi abuela. Una época en la que vivió con nosotros, fueron unos
pocos meses o semanas que me parecieron meses. Pasó algo que de niña no entendí nunca. El
recuerdo es corto. Las dos amasando en la cocina. Le miro el pelo que le caía sobre los ojos
mientras amasaba y en un arranque de colaboración se lo acomodo tras la oreja. En silencio,
se limpia las manos en el delantal y sale. Me quedo parada mirando la masa. Entra mi mamá
y comienza a pegarme mientras me susurra: - ¿Como te atreves a tirarle el pelo a tu abuela,
sos insoportable? Ya vas a ver vos, es la última vez que te atreves a levantarle la mano a tu
abuela – y sigue pegándome en la cabeza y tirándome los pelos. Sentía el mismo mareo que
ahora, ese mareo de un piano que te cae en la cabeza, una baja de presión que te hace perder
la noción de tu cuerpo. Mientras mi madre me lleva a los empujones fuera de la cocina, para
seguir con más comodidad su faena de adoctrinarme, mi abuela sigue amasando con la
cabeza agachada sobre la mesada, en ningún momento levanta la vista y no emite sonido
alguno.
Soledad continuó lo que había comenzado hace un minuto.
- La abuela cuando mi mamá llego a vivir con ellos, le pegaba y la tenia de esclava más
o menos; pero lo más feo que me contó es que la escondía en un placard; le tapaba la
boca, para que no grite, y la obligaba a ver como mi papá se acostaba con otras chicas.
“no llores, acostúmbrate. Mi hijo es bien macho y si te acepto con tu hija, tenes que
aceptarlo como es. Acostumbrate”
El rumor que mi mamá era hija de la primer hija de mi abuela y dos posibles
versiones, a) un novio que nadie conoció o b) mi abuelo; y que mi tío, el asesino, era hijo de
mi abuelo y una prima que ella llevo a vivir a los 14 años, dejaba dudas suficientes sobre mi
abuela. Pero esto ya es demasiado. Me retuerzo de dolor y desilusión, pero no lo dudo. No la
defiendo. Ni siquiera recuerdo la voz de mi abuela. Se que hablaba, me dijo cosas, a lo largo
de los años:
- Tenes que hacer lo que sea para que Don Carlos (mi novio de 22 años) se case con
vos.
- Ya estas vieja, nadie te va a querer.
- Estas muy negra - cuando estaba bronceada.
- Estas muy flaca.
- Hacete un rulo en la frente y pegatelo con gel. Queda lindo.
- Comenzaron tus problemas – Cuando tuve mi primer periodo.
Se que es verdad.
Crecí con la imagen lastimosa de mi tío fumando atado tras atado, culpándose por
haber matado a su hija por accidente. Entendí la locura de mi tía ese día en el velorio, como
dolor. Fui feliz cuando se amigaron, porque a pesar del dolor de perder un hijo, mi tía lo
había superado y el amor era más fuerte. Me apenabas verlo consumirse en la pobreza de un
trabajo que jamás volvió a tener. Me dolió su muerte prematura. Hoy pienso que es un
cobarde, por morirse, sin pagar.
- Mi papá nunca más fue feliz. Pagó con cada día de su vida, creo que hubiera vivido
más si hubiera ido a la cárcel. Ojalá puedas perdonar a mi mamá. Entendela, ella te
quiere mucho.
- No Sole, alguien tiene que estar del lado de Soledad.
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La tarde se evapora y en lo único que pienso es que mañana es sábado y tengo que ir a
contarle a mi mamá. Tengo que ser la mensajera maldita y decirle que su hermano mató a su
sobrina, que su nuera y su mamá lo supieron siempre.
Duermo con los ojos mirando el techo, en un espacio de quietud, como si estuviera en
una operación, donde la anestesia no funcionó del todo. No pienso, siento.
No puedo sonreír. Mi mamá me recibe como siempre. Me abraza con ese vaivén como
si fuéramos perros que mueven la cola. Me da dos besos, uno por cada mejilla. Le toco la
cabeza, en un acto que cuela un poco mi preocupación.
- ¿Estás bien Carito?
- No se mami, ya vamos a hablar.
- Tomemos un cafecito.
- Bueno mamita, gracias.
Mientras prepara el café, abro la bolsa de tortillas. Se que le gustan. Se va a deshacer
en desilusión, ojalá ayuden unas tortillas. Me duele el estómago, tengo escalofríos y siento
los omoplatos y la nuca como un pedazo de cemento. No sé cómo manipular, sin que me
explote en el cuerpo, una bomba así. Me preparo para todas las posibles reacciones. Para
peor, estamos solas. Por si se descompensa miro alrededor y busco la libreta con los
teléfonos. ¡Que alivio!, está donde siempre, al lado del inalámbrico. Cualquier cosa, llamo a
mi hermano y al ambulancia.
- Mamita, sentate. Tengo que decirte algo.
Le vomito, como puedo, todo lo que pasó ayer. La visita de Soledad. Lo que contó mi
tía, solo me detengo cada tanto para acariciarle la espalda y el pelo. Me mira un momento,
después hace un mohín como un puchero con la boca y mira al frente, mueve la cuchara en el
café mientras me escucha, sin mirarme, con la boca como si estuviera por dar un beso. Suelta
la cuchara y toma un sorbo de café.
- Tomá que se enfría. ¿o ya se enfrió? ¿queres que lo caliente?
Está en shock, pienso. Se levanta con mi taza de café y se queda mirando el
microondas mientras la taza da vueltas. Cuando se escucha el sonido agudo indicando que ya
está listo para sacarlo, vuelve con la taza. Se sienta y se queda de nuevo mirando al frente, yo
estoy de costado.
- Mamita, ¿estás bien? ¿Queres decir algo?
- Ahora que mi hermano está muerto vuelve de nuevo con esa estupidez. Igual ya
pasaron treinta años, ahora que hable lo que quiera. Mi hermanito ya está muerto, a
quien le va a ir a reclamar por esa hija suya.
Lo dice con odio, como quien se está conteniendo las ganas de clavar un cuchillo en la
mesa.
Nos quedamos en silencio.
Veo todas las bolsas de mercaderías que les llevábamos una vez al mes. Escucho otra
vez las voces bajo el agua: “hermanito”, “Solita”. Pestañeo y veo el cuadro en la pared.
El café se enfría. Me pica la cabeza. No me rasco. No puedo.
En cuanto al capítulo de tu novela, solo puedo decir que es impresionante. Juzgando los ejercicios previos
que hiciste, es, de verdad, muy notable: esta voz fluye, la estructura en fragmentos funciona, solo hay
pequeños ajustes que hacer -ciertas imágenes que no van, como Snoopy en la escena del cadáver
repeticiones de palabras, etc. Pero son cositas. Veo una narrativa potente y la marca de quien necesita,
puede y debe narrar la historia que trae dentro. Te felicito por todo lo que trabajaste