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Guias Español Grado Octavo
Guias Español Grado Octavo
Guias Español Grado Octavo
Área humanidades
Asignatura de español
Guía de trabajo
Objetivo: Fortalecer las habilidades comunicativas a partir de la comprensión y la producción textual del estudiante.
Sesión 1
A. Conceptos
literatura precolombina
La literatura precolombina, como su propio nombre indica, hace referencia al conjunto de obras con valor literario producidas en
América (del Norte, Central y del Sur) antes de la llegada de Cristóbal Colón y de la subsiguiente conquista española.
En ese largo período de tiempo, que va desde el surgir de los primeros pueblos americanos hasta la mencionada conquista, existieron
literaturas muy diferentes, cada una propia de una cultura o pueblo. Hay tres de ellas que, sin embargo, fueron más brillantes y
conocidas, tres literaturas que van en consonancia con las tres grandes culturas americanas precolombinas: la azteca, la maya y la
inca. Cada una de ellas utilizó una lengua diferente. Los aztecas hablaban y producían su literatura en lengua nahuatl; los mayas en la
llamada lengua maya; y los incas en lengua quechua. La lengua aymara por su parte también produjo -y en menor medida sigue
produciendo- una importante literatura.
Una -triste- realidad común a estas tres literaturas que acabamos de mencionar es el escaso número de testimonios que conservamos.
Si bien aztecas, mayas e incas fueron pueblos profundamente desarrollados y avanzados en su relación con las artes y la ciencias, no
tuvieron por costumbre fijar por escrito su producción literaria. Ésta se basaba fundamentalmente en la tradición oral, y por este medio
se transmitía y conservaba. Sólo algunas obras muy particulares se grababan en algún soporte escriptorio.
Es bien sabida la esquilmación humana y material que sufrieron estos pueblos con la llegada de los españoles. La conquista destruyó
sus culturas y muy pocos retos se conservaron. Lamentablemente, la literatura fue uno de los ámbitos más perjudicados, y sólo gracias
a la labor de algunos cronistas, que tradujeron ciertas obras y las fijaron al alfabeto latino, se pudieron conservar algunos ejemplos de
su literatura, si bien, probablemente, no de la forma en que fueron creados.
Por medio de esos ejemplos, sabemos que se trataba en su mayor parte de una literatura poética, que versificaba casi todos los géneros.
Sabemos que su temática iba casi siempre relacionada con los dioses, bien en forma de himnos o alabanzas, bien en forma de
descripción e instrucciones para rituales y conmemoraciones religiosas. Por otra parte, sabemos también que existía una literatura que
hoy, amén de las lógicas reservas, podemos asimilar al ensayo: había obras, en efecto, que trataban de ciencias, astronomía y filosofía.
B. Actividad
1. Realice la lectura del siguiente texto y de acuerdo con lo expresado represente gráficamente a cada una de las criaturas que
allí mencionan.
El dzulúm
En las serranías de Chiapas existe un ente maléfico conocido como el dzulúm, una criatura misteriosa que provoca una
atracción irresistible en las mujeres. Las jóvenes que lo avistan sienten unos deseos irreprimibles de seguirlo, se adentran a la
selva de los montes y nunca más se les vuelve a ver… El nombre de este extraño animal significa, en español, “ansia de morir”.
Yoaltepuztli
Se dice que en los bosques cercanos a Tenochtitlan rondaba este ser sin cabeza, que hacía ruidos semejantes a los de la tala
de un árbol. Quien lo escuchaba acudía a él a pedir su favor, riquezas, ayuda para capturar un guerrero enemigo o cometer
alguna hazaña. Esta criatura les brindaba a algunos lo pedido y, a otros, pobreza y miseria. El fantasma obsequiaba espinas
de maguey y, entre más valiente y de espíritu más indómito fuese su visitante, más espinas recibía. Así, a los más débiles les
regalaba una y a los más esforzados hasta cuatro espinas y la gracia de sus favores.
Otra forma de obtener sus favores era arrancándole el corazón y correr con él hasta resguardarlo y envolverlo. A la mañana
siguiente, si en el envoltorio se encontraba algo de valor como plumas o algodón, entonces la riqueza se aproximaba. Si, por
el contrario, se encontraba carbón o un manto raído y sucio, significaba que la desgracia caería sobre aquel que había robado
el corazón. ¡Ay!
Ahuizotl
Ahuizotl era una criatura con forma de perro, manos de mono y con una larga cola que terminaba en una mano y con la que
ahogaba a los incautos. Estaba al servicio de las deidades del agua, por lo que la víctima sólo podía ser tocada por los
sacerdotes luego de haber sido sacada del agua. Era símbolo de mala suerte y desgracia.
Ixpuxtequi
De acuerdo con la mitología de los nahuas, era una de las bestias prehispánicas conocidas como las cuatro deidades de la
muerte. Su nombre, derivado del náhuatl, significa “cara rota”. Esta deidad es representada como un ente con pies de águila.
Los antiguos mexicanos pensaban que Ixpuxtequi vagaba por las noches por calles y caminos para sorprender a los viajeros
solitarios.
Cipactli
El caimán en los cimientos de la Tierra fue muerto por la lanza de Tezcatlipoca, aunque le arrancó a éste el pie izquierdo,
también llamado Tlaltecuhtli.
Aluxes y chaneques
La creencia es que los aluxes y chaneques eran seres diminutos que no medían más allá de la rodilla de un hombre normal y
eran quienes cuidaban las plantas, las lagunas y hacían travesuras. Por esta razón, las culturas prehispánicas tenían rituales
de protección contra ellos, ya que se creía que podían robar tu energía protectora. Los aluxes también eran invocados para
cuidar las cosechas y aún hoy algunos nativos siguen dedicándoles altares y ofrendas.
Nahuales
Los nativos prehispánicos creían que existían nahuales, es decir, personas con la capacidad de cambiar su forma física a
cualquier otra forma animal e incluso humanas a voluntad. Aún hoy en día en cada pueblo con raíces nativas se cuentan
leyendas o se conocen personas de las que, se dice, tienen esta capacidad…
Quatezcatl
Tenía el tamaño de una paloma y un espejo en la cabeza, el resto de su plumaje era azul y blanco. Estos seres nadaban en
las lagunas de Anáhuac. Cuando se zambullían, los quatézcatl tomaban la forma de brasas resplandecientes que iluminaban
las profundidades. Se dice que quien se contemplaba en el espejo de la cabeza del quatézcatl podía ver su porvenir.
Según el Códice Aubin, Cihuacóatl fue una de las dos deidades que acompañaron a los mexicas durante su peregrinación en
busca de Aztlán. De acuerdo con la leyenda prehispánica, fue ella quien -poco antes de la llegada de los españoles- emergió
de los canales para alertar a su pueblo de la caída de México-Tenochtitlán, vagando entre los lagos y templos del Anáhuac.
Vestida con un vaporoso vestido blanco y con sus cabellos negros y sueltos, se lamentaba la suerte de sus hijos con la frase –
¡Aaaaaaaay mis hijos… Aaaaaaay aaaaaaay!… A dónde iréis….a dónde os podré llevar para que escapéis a tan funesto
destino….hijos míos, estáis a punto de perderos…-.
Posterior a la caída de Tenochtitlan y durante la colonia, las apariciones de esta mujer seguían siendo consistentes, y múltiples
versiones sobre su origen se generaron en todo el país. Hoy en día, de manera general, se la llama “La llorona”.
Sesión 2
A. Conceptos
La literatura colombiana durante los convulsionados años de la Independencia, así como todas las antiguas provincias
españolas en el continente, se vio influenciada por el ánimo político, lo que determinó el pensamiento y el estilo de los autores
criollos. Además, en la literatura de la independencia se destacaron los géneros literarios: la crónica y la poesía.
La literatura colombiana no deja de ser heredera de la hispánica y aquel sabor independentista e inconforme ante el estado de
cosas, coincide a la vez con el romanticismo en boga que dominaría todo el siglo XIX en Colombia. El de la Independencia se
ha considerado como un período de transición entre el Neoclásico y el Romanticismo. Es un Romanticismo incipiente donde
aparece la glorificación de la naturaleza americana, la exaltación de la lucha por la libertad, el canto a los héroes, la expresión
de sentimientos apasionados.
Se destacan:
José Celestino Mutis (Cádiz, 1732 - Bogotá, 1808). El sacerdote y científico español es bien conocido por sus estudios botánicos
y sus dibujos de la flora americana. También hizo estudios lingüísticos sobre los idiomas indígenas nativos. Su obra más
conocida es Flora de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada: 1783-1816.
Francisco José de Caldas (Popayán, 1768 - Bogotá, 1816). Apodado el Sabio por su erudición, escribió sobre la geografía del
país.
Simón Bolívar (Caracas, 1783 - Santa Marta, 1830). El discurso político de entonces, liderado por el propio Libertador, marcaría
fuertemente la vida literaria del país.
Antonio Nariño (Bogotá, 1765 - Villa de Leyva, 1823). Nariño representa al intelectual de la época, una figura fundamental en
el naciente periodismo republicano (enlace roto disponible en Internet Archive; véase el historial y la última versión)., así como
un importante actor político y militar. Su traducción de los derechos del hombre lo hizo ser castigado por el gobierno español.
Camilo Torres (Popayán, 1766 - Bogotá, 1816). Abogado, intelectual, político y prócer. Es famoso su Memorial de Agravios, un
texto donde criticaba al gobierno español.
Durante este periodo se produjeron obras de teatro por dramaturgos como José María Salazar, José Miguel Montalvo, José
Fernández Madrid, José Domínguez Roche.
Luis Vargas Tejada (Bogotá, 1802 - 1829). Fue fabulista, poeta, traductor y el más conocido dramaturgo de la época. Fue autor
de varias obras como Sugamuxi, A mis Amigos, A mi lira, Recuerdo de Boyacá, La madre de Pausanias, Doraminta, Catón de
Útica y la comedia Las convulsiones, representada en julio de 1828.
En la poesía, se produjeron versos satíricos, versos políticos, así como cantidad de versos en honor a la recién fundada patria.
José Joaquín Ortiz (Tunja, 1814 - Bogotá, 1892). Famoso por su poema "La bandera colombiana", escribe acerca de la patria,
la naturaleza y los símbolos nacionales, entre otros.
La decisión unánime de los padres de la patria de proteger y promover el idioma español o castellano en el suelo nacional,
evidencia la gran importancia que la época daba a la palabra. De allí que sea Colombia la primera nación hispanoamericana
en fundar en 1871 la Academia Colombiana de la Lengua; Ecuador lo hará poco después en 1874 con la Academia Ecuatoriana
de la Lengua y Venezuela en 1883 con la Academia Venezolana de la Lengua para completar el cuadro de las naciones
neogranadinas e integrarse posteriormente en lo que hoy se conoce como la Asociación de Academias de la Lengua Española
(Panamá conformará su propia Academia Panameña de la Lengua en 1923).
La constitución de la República
La producción literaria que se generó durante la segunda mitad del siglo XIX en Colombia es el resultado de una serie de
procesos que se vivieron durante esta época. La necesidad de construir una literatura nacional surge del proyecto político de
conformar una nación colombiana; por consiguiente, durante este periodo se puede evidenciar una estrecha relación entre la
literatura y la política. La creación de la categoría de “literatura nacional” abarca no solamente las obras producidas durante el
siglo XIX, también trata de encajar las producciones literarias de siglos anteriores dentro de dicha categoría, con el fin de
argumentar la idea de que la nación colombiana siempre ha existido en sí misma y, por consiguiente, su literatura también. En
consecuencia, se pueden evidenciar los primeros intentos de escribir una historia de la literatura nacional. Un ejemplo de ello
es la Historia de la literatura en Nueva Granada escrita por el bogotano José María Vergara y Vergara.
Luego de los procesos de Independencia, las personas que habitaban el territorio americano se vieron en la necesidad de
conformar un nuevo orden político que respondiera al contexto global en el que estaban inmersos. El siglo XIX supone grandes
cambios para occidente, que se caracterizan por el desmoronamiento o transformación de las monarquías europeas, la
consolidación de los estados nacionales y la conformación de una nueva economía de mercado. El proyecto de orden escogido
en la Nueva Granada fue la conformación de una República que, según debates historiográficos, posteriormente se convertirá
en un intento por conformar una nación colombiana. A lo largo del siglo XIX surgen nuevas formas de entender la historia
colombiana; la conformación de un proyecto nacional implica que las personas construyan una nueva forma de entender su
pasado y la conformación de una literatura nacional se enmarca dentro del debate de la creación de la nación colombiana.
Así, en el libro Fundaciones: canon, historia y cultura nacional. La historiografía literaria del liberalismo hispanoamericano del
siglo XIX, Beatriz González-Stephan afirma que:
“[...] el siglo XIX es el siglo de la historia: porque profundos cambios sacuden el orden tradicional; porque surge la compulsiva
necesidad frente a la fundación de órdenes nuevos escribir o inventar los pasados y las tradiciones; porque el nuevo sujeto que
irrumpe en la escena política necesita legitimarse del discurso historiográfico. Precisemos: una concepción moderna de la
historia que todo lo invade".4
De este modo, se muestra cómo surge una nueva forma de ordenar y, por lo tanto, de conocer el mundo durante el siglo XIX.
La idea moderna de progreso permea la forma de entender la Historia. Por consiguiente, se empiezan a entender los procesos
del pasado de forma lineal y continua, cuyos orígenes están dados para que la Historia cumpla un curso determinado y
encaminado hacia el progreso de las naciones. En otras palabras, la historia se utiliza para argumentar que un elemento como
la nación colombiana siempre ha estado presente.
La literatura colombiana que se está conformando en ese momento también entra dentro de las lógicas de progreso, así, por
ejemplo, la Historia de la literatura en Nueva Granada, escrita por José María Vergara y Vergara en el 1876 tenía la “[...]
necesidad de escribir una historia propia que se desprendiera de la española en el reconocimiento de una tradición, a la vez
que de estudiar su desarrollo en América”.5 Para Vergara la literatura del siglo XIX era resultado de la producción escrita que
se había generado tiempo atrás, tomando como referencia la idea de un progreso literario que va de la mano con el desarrollo
de las sociedades, en consecuencia, se afirma la “[...] existencia de un movimiento literario, digno de mención y aplauso,
anterior a 1810”.5 Se tiene la pretensión de construir una tradición literaria que dé cuenta del progreso nacional.
No obstante, la conformación de una “Literatura nacional” en el contexto del progreso moderno, presenta una paradoja: Por un
lado, el progreso implicaba no volver a lo tradicional porque esto significaba un retroceso al pasado. Por el otro lado, el pasado
era necesario para legitimar el proceso presente de la conformación de un Estado nacional. De esta forma, las propuestas, para
la conformación de una literatura nacional, fueron variadas, es decir que la creación de una literatura nacional debe pensarse
no como una sola propuesta que responde a un solo proyecto político. Al igual que dichos proyectos políticos, las propuestas
literarias eran diversas y apuntaban a señalar diferentes puntos de vista de acuerdo con el autor que las escribía. Por ejemplo,
no es lo mismo una producción literaria escrita por un conservador antioqueño a una producción literaria escrita por un liberal
del Valle del Cauca.
El romanticismo en Colombia
El Romanticismo es un movimiento cultural de origen europeo que emerge como una reacción a la tradición clasicista. La
literatura del Romanticismo representa el individualismo, la libertad de creación y la expresión artística, entre otros. En
Colombia, su auge coincide con la gesta y el espíritu de la Independencia y con el proceso de representación de la nueva
sensibilidad nacional. Se destacan algunos temas, como:
El paisaje: El hombre romántico adapta el paisaje a sus sentimientos. Para algunos autores, esta temática es la que justifica la
idea de la existencia del romanticismo en Colombia, ya que los autores europeos hablaban de la vuelta a la vida natural y su
belleza.
La exaltación de lo nacional y lo popular: a través de la voz o la actuación de diversos personajes se reconstruyeron aspectos
del folclor y de las expresiones culturales del territorio colombiano.
La vida y la muerte: El dilema existencialista se vio reflejado en novelas como María, en las que el hombre sufre por un destino
que domina su voluntad. El amor que sienten Efraín y María se ve siempre afectado por los problemas sociales y cuando estos
se resuelven, la muerte demuestra la imposibilidad de su amor.
Una primera corriente romántica, entre 1830 y 1860, coincide con los movimientos de liberación nacional y los periodos de
estabilización gubernamental. Se celebra la idea de la patria y los valores cívicos de las nuevas sociedades. Se puede identificar
con los autores siguientes:
José Eusebio Caro (Ocaña, 1817 - Santa Marta, 1853). Poeta, periodista y escritor; también fue ideólogo y fundador del Partido
Conservador Colombiano.
Julio Arboleda. (Timbiquí, 1817- Berruecos, 1862) fue un poeta, dramaturgo, periodista y estadista, elegido presidente de la
Confederación Granadina en 1861.
Gregorio Gutiérrez González. (La Ceja del Tambo, 1826 - Medellín, 1872) fue un poeta, reconocido principalmente por Memoria
sobre el cultivo del Maíz en Antioquia.
Una segunda corriente romántica, aproximadamente desde 1860 hasta 1880, coincide con la organización del estado nacional.
Entre los exponentes asociados con ésta etapa se encuentran:
Epifanio Mejía (Yarumal, 1838 - Medellín, 1913). Poeta, autor de la letra del Himno de Antioquia.
Rafael Pombo (Bogotá, 1833 - 1912) fue un escritor, poeta, fabulista, traductor, intelectual y diplomático. Es reconocido por sus
fábulas infantiles como La Pobre Viejecita, Simón el Bobito y El Renacuajo paseador.
Candelario Obeso (Mompóx, 1849 ‒ Bogotá, 1884). Se le considera uno de los primeros poetas negristas; fue novelista,
dramaturgo y catedrático.
Miguel Antonio Caro (Bogotá, 1843 - 1909) fue un humanista, periodista, escritor, filólogo y político colombiano.
Julio Flórez (Chiquinquirá, 1867 - Usiacurí, 1923) fue un poeta perteneciente al grupo Gruta Simbólica.
B. Actividad
María
Jorge Isaacs
I
Era yo niño aún cuando me alejaron de la casa paterna para que diera principio a mis estudios en el colegio del doctor
Lorenzo María Lleras, establecido en Bogotá hacía pocos años, y famoso en toda la República por aquel tiempo.
En la noche víspera de mi viaje, después de la velada, entró a mi cuarto una de mis hermanas, y sin decirme una sola
palabra cariñosa, porque los sollozos le embargaban la voz, cortó de mi cabeza unos cabellos: cuando salió, habían
rodado por mi cuello algunas lágrimas suyas. Me dormí llorando y experimenté como un vago presentimiento de muchos
pesares que debía sufrir después. Esos cabellos quitados a una cabeza infantil; aquella precaución del amor contra la
muerte delante de tanta vida, hicieron que durante el sueño vagase mi alma por todos los sitios donde había pasado, sin
comprenderlo, las horas más felices de mi existencia.
A la mañana siguiente mi padre desató de mi cabeza, humedecida por tantas lágrimas, los brazos de mi madre. Mis
hermanas al decirme sus adioses las enjugaron con besos. María esperó humildemente su turno, y balbuciendo su
despedida, juntó su mejilla sonrosada a la mía, helada por la primera sensación de dolor. Pocos momentos después
seguí a mi padre, que ocultaba el rostro a mis miradas. Las pisadas de nuestros caballos en el sendero guijarroso
ahogaban mis últimos sollozos. El rumor del Sabaletas, cuyas vegas quedaban a nuestra derecha, se aminoraba por
instantes.
Dábamos ya la vuelta a una de las colinas de la vereda en las que solían divisarse desde la casa viajeros deseados;
volver la vista hacia ella buscando uno de tantos seres queridos: María estaba bajo las enredaderas que adornaban las
ventanas del aposento de mi madre.
Resumen:
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II
Pasados seis años, los últimos días de un lujoso agosto me recibieron al regresar al nativo valle. Mi corazón rebosaba
de amor patrio. Era ya la última jornada del viaje, y yo gozaba de la más perfumada mañana del verano. El cielo tenía un
tinte azul pálido: hacia el oriente y sobre las crestas altísimas de las montañas, medio enlutadas aún, vagaban algunas
nubecillas de oro, como las gasas del turbante de una bailarina esparcidas por un aliento amoroso. Hacia el sur flotaban
las nieblas que durante la noche habían embozado los montes lejanos. Cruzaba planicies de verdes gramales, regadas
por riachuelos cuyo paso me obstruían hermosas vacadas, que abandonaban sus sesteaderos para internarse en las
lagunas o en sendas abovedadas por florecidos písamos e higuerones frondosos. Mis ojos se habían fijado con avidez
en aquellos sitios medio ocultos al viajero por las copas de añosos gruduales; en aquellos cortijos donde había dejado
gentes virtuosas y amigas. En tales momentos no habrían conmovido mi corazón las arias del piano de U***: ¡los perfumes
que aspiraba eran tan gratos comparados con el de los vestidos lujosos de ella; el canto de aquellas aves sin nombre
tenía armonías tan dulces a mi corazón! Estaba mudo ante tanta belleza, cuyo recuerdo había creído conservar en la
memoria porque algunas de mis estrofas, admiradas por mis condiscípulos, tenían de ella pálidas tintas. Cuando en un
salón de baile, inundado de luz, lleno de melodías voluptuosas, de aromas mil mezclados, de susurros de tantos ropajes
de mujeres seductoras, encontramos aquella con quien hemos soñado a los dieciocho años, y una mirada fugitiva suya
quema nuestra frente, y su voz hace enmudecer por un instante toda otra voz para nosotros, y sus flores dejan tras sí
esencias desconocidas; entonces caemos en una postración celestial: nuestra voz es impotente, nuestros oídos no
escuchan ya la suya, nuestras miradas no pueden seguirla. Pero cuando, refrescada la mente, vuelve ella a la memoria
horas después, nuestros labios murmuran en cantares su alabanza, y es esa mujer, es su acento, es su mirada, es su
leve paso sobre las alfombras, lo que remeda aquel canto, que el vulgo creerá ideal. Así el cielo, los horizontes, las
pampas y las cumbres del Cauca, hacen enmudecer a quien los contempla. Las grandes bellezas de la creación no
pueden a un tiempo ser vistas y cantadas: es necesario que vuelvan a el alma empalidecidas por la memoria infiel.
Antes de ponerse el sol, ya había yo visto blanquear sobre la falda de la montaña la casa de mis padres. Al acercarme a
ella, contaba con mirada ansiosa los grupos de sus sauces y naranjos, al través de los cuales vi cruzar poco después las
luces que se repartían en las habitaciones.
Respiraba al fin aquel olor nunca olvidado del huerto que se vio formar. Las herraduras de mi caballo chispearon sobre
el empedrado del patio. Oí un grito indefinible; era la voz de mi madre: al estrecharme ella en los brazos y acercarme su
pecho, una sombra me cubrió los ojos: supremo placer que conmovía a una naturaleza virgen.
Cuando traté de reconocer en las mujeres que veía, a las hermanas que dejé niñas, María estaba en pie junto a mí,
velaban sus ojos anchos párpados orlados de largas pestañas. Fue su rostro el que se cubrió de más notable rubor
cuando al rodar mi brazo de sus hombros, rozó con su talle; y sus ojos estaban humedecidos aún, al sonreír a mi primera
expresión afectuosa, como los de un niño cuyo llanto ha acallado una caricia materna.
Resumen:
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III
A las ocho fuimos al comedor, que estaba pintorescamente situado en la parte oriental de la casa. Desde él se veían las
crestas desnudas de las montañas sobre el fondo estrellado del cielo. Las auras del desierto pasaban por el jardín
recogiendo aromas para venir a juguetear con los rosales que nos rodeaban. El viento voluble dejaba oír por instantes el
rumor del río. Aquella naturaleza parecía ostentar toda la hermosura de sus noches, como para recibir a un
huésped amigo. Mi padre ocupó la cabecera de la mesa y me hizo colocar a su derecha; mi madre se
sentó a la izquierda, como de costumbre; mis hermanas y los niños se situaron indistintamente, y María quedó frente a
mí.
Mi padre, encanecido durante mi ausencia, me dirigía miradas de satisfacción, y sonreía con aquel su modo malicioso y
dulce a un mismo tiempo, que no he visto nunca en otros labios. Mi madre hablaba poco, porque en esos momentos era
más feliz que todos los que la rodeaban. Mis hermanas se empeñaban en hacerme probar las colaciones y cremas; y se
sonrojaba aquélla a quien yo dirigía una palabra lisonjera o una mirada examinadora. María me ocultaba sus ojos
tenazmente; pero pude admirar en ellos la brillantez y hermosura de los de las mujeres de su raza, en dos o tres veces
que a su pesar se encontraron de lleno con los míos; sus labios rojos, húmedos y graciosamente imperativos, me
mostraron sólo un instante el velado primor de su linda dentadura. Llevaba, como mis hermanas, la abundante cabellera
castaño-oscura arreglada en dos trenzas, sobre el nacimiento de una de las cuales se veía un clavel encarnado. Vestía
un traje de muselina ligera, casi azul, del cual sólo se descubría parte del corpiño y la falda, pues un pañolón de algodón
fino color de púrpura, le ocultaba el seno hasta la base de su garganta de blancura mate. Al volver las trenzas a la
espalda, de donde rodaban al inclinarse ella a servir, admiré el envés de sus brazos deliciosamente torneados, y sus
manos cuidadas como las de una reina. Concluida la cena, los esclavos levantaron los manteles; uno de ellos rezó el
Padre nuestro, y sus amos completamos la oración.
La conversación se hizo entonces confidencial entre mis padres y yo. María tomó en brazos el niño que dormía en su
regazo, y mis hermanas la siguieron a los aposentos: ellas la amaban mucho y se disputaban su dulce afecto.
Ya en el salón, mi padre para retirarse, les besó la frente a sus hijas. Quiso mi madre que yo viera el cuarto que se me
había destinado. Mis hermanas y María, menos tímidas ya, querían observar qué efecto me causaba el esmero con que
estaba adornado. El cuarto quedaba en el extremo del corredor del frente de la casa: su única ventana tenía por la parte
de adentro la altura de una mesa cómoda; en aquel momento, estando abiertas las hojas y rejas, entraban por ella floridas
ramas de rosales a acabar de engalanar la mesa, en donde un hermoso florero de porcelana azul contenía
trabajosamente en su copa azucenas y lirios, claveles y campanillas moradas del río. Las cortinas del lecho eran de gasa
blanca atadas a las columnas con cintas anchas color de rosa; y cerca de la cabecera, por una fineza materna, estaba la
Dolorosa pequeña que me había servido para mis altares cuando era niño. Algunos mapas, asientos cómodos y un
hermoso juego de baño completaban el ajuar.
-¡Qué bellas flores! -exclamé al ver todas las que del jardín y del florero cubrían la mesa.
-María recordaba cuánto te agradaban -observó mi madre.
Volví los ojos para darle las gracias, y los suyos como que se esforzaban en soportar
aquella vez mi mirada.
-María -dije- va a guardármelas, porque son nocivas en la pieza donde se duerme.
-¿Es verdad? -respondió-; pues las repondré mañana.
¡Qué dulce era su acento!
-¿Tantas así hay?
-Muchísimas; se repondrán todos los días.
Después que mi madre me abrazó, Emma me tendió la mano, y María, abandonándome por un instante la suya, sonrió
como en la infancia me sonreía: esa sonrisa hoyuelada era la de la niña de mis amores infantiles sorprendida en el rostro
de una virgen de Rafael.
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