Cuerpo y Subjetividades Femeninas
Cuerpo y Subjetividades Femeninas
2016
Marín González, 2
Cuerpo y subjetividad
femeninos: espacios de
violencia, transgresión y
placer en "Cambio de
armas" de Luisa Valenzuela
Trabajo monográfico de pregrado para el título de literata
Presenta:
Dirige:
Carolina Alzate
2016
Marín González, 3
Debo hablar sobre la escritura de las mujeres: sobre lo que yo voy a hacer. La mujer debe
escribirse a ella misma: debe escribir sobre las mujeres y traer las mujeres a la escritura,
de donde han sido alejadas tan violentamente como de sus cuerpos –por las mismas
razones, por la misma ley, con la misma fatal meta. La mujer debe ponerse a ella misma en
el texto –así como en el mundo y en la historia –gracias a su propio movimiento.
Índice
Introducción………………………………………………………………………………....6
El cuerpo significante……………………………………………………………………....14
Bibliografía………………………………………………………………………………...36
Marín González, 6
Introducción
En medio de una crisis política y económica que azotaba a Argentina, Luisa Valenzuela tuvo
que salir de su país y permanecer en los Estados Unidos durante diez años. Allí se publicó
Cambio de armas en 1982. Entre 1976 y 1983 Argentina estuvo bajo el mando de una
dictadura militar encabezada por Jorge Rafael Videla, Emilio Eduardo Massera y Orlando
Ramón Agosti. Esta dictadura fue caracterizada por actos de tortura, desapariciones y
matanzas sistemáticas. A este tipo de violencia responde Luisa Valenzuela con esta
recopilación de cuentos, que son de alguna forma testimonio de lo que allí pasaba y que ella
que es el último de ellos. “Cambio de armas” cuenta la historia de Laura, una mujer que vive
con un militar llamado Roque. Lo primero que se nos dice es que Laura no recuerda mucho
de su pasado y que tampoco sabe muy bien qué hace allí. Todas las cosas de la casa, que es
donde acontece toda la acción, parecen decir que ella se ha casado con Roque. A lo largo del
cuento la lectora va descubriendo que la nueva vida de Laura obedece a todo un proceso de
tortura previo. Ella había sido atrapada en alguna clase de ataque contra la organización
militar de Roque, y ella le apuntaba con su revólver. Ahora él, después de latigazos continuos
y de un periodo de tortura psicológica, la tiene bajo su poder, como una niña, para ser violada
en casa y para ser mostrada a modo de trofeo. Sin embargo, esos momentos en casa permiten
que Laura vaya recordando algunas cosas, reconociéndose y reconociendo su cuerpo, lo que
permitirá al final una subversión y un cambio de armas. Por esta razón este trabajo toma
Marín González, 7
como tema principal el cuerpo femenino como lugar sobre el que se trazan los discursos de
violencia patriarcal, pero también como lugar para el conocimiento y para la gestación de
una revolución, que aunque en el cuento solo abarque lo doméstico, habla metonímicamente
que hace Marta Morello-Frosch en “Relecturas del cuerpo en Cambio de armas de Luisa
Valenzuela” (1996): “durante este periodo [el del Proceso de reorganización nacional (1976-
1983)] el discurso oficial autoritario utilizó la metáfora del cuerpo (enfermo) para referirse a
violentar, se justificaron en pro de una limpieza social nacional. Violentar a la mujer que
previamente ha sido rebelde y gestar una revolución es otra forma de restaurar una
Entonces Jehová Dios hizo caer sueño profundo sobre Adán, y mientras este dormía,
tomó una de sus costillas, y cerró la carne en su lugar.
Y de la costilla que Jehová Dios tomó del hombre, hizo una mujer, y la trajo al hombre.
Dijo entonces Adán: esto es ahora hueso de mis huesos y carne de mi carne; esta será
llamada Varona, porque del varón fue tomada.
Por tanto, dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una
sola carne.
Génesis 2, 21-24
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Laura es una olvidada de sí misma. Las primeras líneas que se leen en “Cambio de armas”
dicen que a Laura “no le asombra para nada el hecho de estar sin memoria, de sentirse
totalmente desnuda de recuerdos. Quizá ni siquiera se dé cuenta de que vive en cero absoluto”
(Valenzuela 113). Laura es una persona sin memoria, casi sin pensamientos, sin construcción
sin dejar rastro en la vida pública, sin proyectar un futuro. ¿Para qué saber? Saber implica un
pasado sobre el que se construye un conocimiento, y luego un proyecto a futuro que cuestiona
ese nuevo conocimiento. Saber es saberse bajo el yugo de una ideología dominante, que
ahora eterno. No ve hacia atrás ni hacia delante. No se reconoce parte de una sociedad, ni de
una comunidad, ni de un grupo mínimo. ¿Se sabe Laura mujer? Está Martina, que es mujer,
dos mujeres en el escalón de abajo de poder con respecto al hombre, Roque, don Roque, la
Martina.
Laura, falta de recuerdos, falta de “yo”, inexplicada, inexplicable por estar fuera,
como Helena: “Helena, ella está en cierto modo «fuera». Pero ella no puede apropiarse de
ese «fuera» (incluso es raro que tenga ganas), es su fuera de él: él fuera, a condición de que
permanece, por tanto, en un fuera doméstico” (Cixous 20. “La joven nacida”). Helena-Laura,
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simbólico (dentro del discurso masculino-opresor), fuera de un lugar para decir “yo”. Laura
narración), nunca fuera (en lo público, en la plaza -lugar de lo público-), siempre en esa casa,
medio rosada, ¿útero?, contenedora, lugar de la clausura. Y la puerta ahí, la conexión con un
presente eterno, absoluto, plano. “Loca no está. De eso al menos se siente segura aunque a
veces se pregunte -y hasta lo comente con Martina- de dónde sacará ese concepto de locura
y también la certidumbre. Pero al menos sabe, sabe que no, que no se trata de un escaparse
de la razón o del entendimiento, sino de un estado general de olvido que no le resulta del todo
desagradable. Y para nada angustiante” (115). Una Laura olvidada de sí misma, en el lugar
pensado en que hay un sistema y que quizá puede cambiarlo. Los cuerdos lo reproducen y lo
aceptan: Laura en casa, Laura no pregunta, Laura no habla, Laura no se habla. Laura,
cumplidora de su deber: objeto de deseo, objeto sexual, receptáculo vacío, tábula rasa, hoja
en blanco. Desconocedora de discursos, dibujan sobre ella (Roque, más que todo Roque) lo
que quieren ver, y sin pasado ni futuro, ella acepta. ¿Angustia de qué si se desconoce todo
afuera y todo dentro del sistema?, sin historia, casi sin palabra, como los lotófagos (los
Laura está casi-fuera y casi-dentro del lenguaje, las palabra que tiene, el discurso que
conformaba sus ideas, sus posturas políticas, sus deseos. Y luego el olvido y la tortura. Y
después re-aprender, re-entrar en el sistema (la lucha constante, mujer en tensión siempre:
poco a poco de las palabras, de un discurso siempre doméstico. “Le han dicho que se llama
Laura pero eso también forma parte de la nebulosa de su vida” (113), ni su nombre conoce,
y, ¿de dónde ese concepto? Discurso de hombre y Laura bajo el yugo del hombre. Las
palabras que le facilitan son las de la casa: llaves, té, cama, espejo, ventana. Fuera, nada. Pero
“ella, la llamada Laura, de este lado de la llamada puerta, con sus llamados cerrojos y su
llamada llave pidiéndole a gritos que transgreda el límite (...) y la fascinación de un otro lado
que ella no se decide a enfrentar” (114). Y surge la pregunta: ¿cómo es que estos significantes
no coinciden con sus significados? Unas llaves para no abrir el cerrojo, una ventana para no
“language conceals an invincible adversary, because it’s the language of men and their
grammar (...) woman has always functioned ‘within’ the discourse of man, a signifier has
always referred back to the opposite signifier which annihilates its specific energy and
diminishes or stifles its very different sounds” (Cixous 887. “The Laugh of the Medusa”).
mutuamente: mujer que sale del hombre como un anexo (de su costilla) y no como necesaria
o diferencia. “Noche para su día, así se ha imaginado desde siempre. Oscuridad para su
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blancura. Excluida del espacio de su sistema, ella es la inhibición que asegura al sistema su
funcionamiento” (Cixous 20. “La joven nacida”). El primer orden es este: el de los opuestos.
Había escrito Simone de Beauvoir en El segundo sexo (1949) que la mujer ha sido
como cuerpo, materia, fuera de la posibilidad de obtener poder simbólico, fuera de un “yo”
trascendente. Laura, solo materia, solo objeto de placer (que no obtiene placer en el primer
orden): “una ella borrada es lo que él requiere, un ser maleable para armarlo a su antojo. Ella
se siente de barro, dúctil y cambiante, y sus voces internas aúllan de rabia y golpean las
maleable, cambiable, imperdurable, siempre bajo la voluntad de otro, falto de deseos propios
y de sujeto. Materia prima, colonizada, a la orden del discurso opresor. “-No pienses, no te
tortures, vení conmigo, así estás bien, no cierres los ojos. No pienses. No te tortures (dejame
a mí torturarte, dejame ser dueño de todo tu dolor, de tus angustias, no te me escapes)” (132),
dice Roque. Déjame que yo-sujeto-hombre-blanco te moldee a la manera que me sirves: para
descubres. Déjame moldearte siempre para que seas espejo, para que dobles mi imagen, como
durante todo estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y
delicioso poder de reflejar una silueta del hombre del tamaño doble del natural
(...), por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la
de agrandarse”. (51)
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de tamaño, la mujer de todos, la mujer de siempre, mujer eterna, incambiable, siempre mansa,
siempre en casa, dadora de triunfos heroicos a los hombres grandes de la historia, que habitan
lo público.
cuerpo? Y cuerpo no-pensado. Solo masa para que otros amasen. Otros hombres. Materia sin
razón. Mujer no pensada por sí misma porque no es sujeto: “hemos interiorizado el horror a
lo oscuro. No han tenido ojos para ellas mismas. No han ido a explorar su casa. Su sexo les
asusta aún ahora. Les han colonizado el cuerpo del que no se atreven a gozar. La mujer tiene
miedo y asco de la mujer” (Cixous 21. “La joven nacida”). Mujer que tiene miedo de sí
misma, que no escudriña su cuerpo, que no lee en su interior, que siente pero no habla, cuerpo
que existe pero que no emite un discurso propio, cuerpo que significa, pero solo para otros.
Cuerpo de mujer, cuerpo incompleto según otros, tan falto de amor como de falo:
Cuerpo sin falo, cuerpo carente, mujer que por definición es pobre a falta de pene-poder.
Puesta del lado de la columna derecha, siempre. Laura tiene miedo al cambio:
Definida a partir de un otro siempre imperante y ella en la oposición pasiva. Lugar cómodo
por ser el lugar del no-saber. Lugar seguro para no entrar en discusión. Pero también miedo
de transgredir el margen que delimita el ser mujer. Discurso de hombre operado por la
impresión de miedo (¿a dónde más puede ir Laura?), de amenaza física (el rebenque) y
discursiva: no te tortures (yo te torturo), no te explores (yo te narro), no te ames (yo te quiero
para mí). Miedo hacia fuera y miedo hacia adentro: miedo a amarse y verse, “most of all,
don’t go into the forest. And so we have internalized this horror of the black” (Cixous 878.
“The Laugh of the Medusa”); y miedo a cruzar la puerta; y miedo al negro, al pozo negro que
esconde el cuerpo femenino, emisor de mensajes sin voz todavía, vetado por el hombre y por
Laura misma.
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Tú, hombre dueño que me cabalga o lo pretende, y yo, que te parezco seguir en ese juego,
consentir en él, pero en realidad rehusándolo, caminando ya en otros laberintos,
ciertamente tórridos, más trayectos míos.
Porque solo te importa verdaderamente mi posesión: yo tu tierra, tu colonia, tu árbol-
sombra-programado para calmar los sentidos. También tú me quieres de clausura: tú
mismo mi convento, mi única ambición, en definitiva mi único desierto.
“Primera carta II” de las Tres Marías en Nuevas cartas portuguesas.
Hay una ley en casa de Laura, hay unas normas estipuladas y unos castigos concretos para
unas violaciones de la ley determinadas. Laura tiene permitidas ciertas acciones como la
desnudez en casa y pedir la comida que desee cuando desee. Tiene, en cambio, unas
prohibiciones determinadas como hacer demasiadas preguntas o negarse a tener sexo. Todas
estas normas obedecen a la ley del padre de la casa, Roque, quien ha construido esa pequeña
nación para Laura, que es en todo caso reflejo de un “afuera” de la casa: la dictadura
acechante, la opresión del débil, la institución familiar como núcleo y reflejo a nivel micro
de la nación. Sin embargo esas normas particulares obedecen a una ley anterior, más amplia,
que cobija la norma y el castigo. Dice Foucault en El pensamiento del afuera (1966) que “la
ley, soberanamente, asedia las ciudades, las instituciones, las conductas y los gestos; se haga
lo que se haga, por grandes que sean el desorden y la incuria, ella ya ha desplegado sus
poderes” (21). Foucault se refiere a la Ley más grande, la ley absoluta, no la ley del papel,
sino la que se vela y se esconde, la que se inmiscuye en las palabras y cuya principal
característica es la disimulación:
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cada vez más retirada? ¿Cómo ver su invisibilidad, sino oculta en el reverso
del castigo, que no es después de todo más que la ley infringida, furiosa, fuera
de sí? (22)
Laura recibe diversos castigos a lo largo del cuento: ver el látigo, por ejemplo, recordarlo y
así sufrir una tortura psicológica que la devuelve a la docilidad de la que había querido
espacio material de la memoria, la respuesta del dictador a la subversión. Pero, ¿cuáles son
las posibilidades de escapar a esa ley? Si “la ley es esa sombra hacia la que necesariamente
se dirige cada gesto en la medida en que ella es la sombra misma del gesto que se insinúa”
(Foucault 23), cada acción retadora termina por convertirse en la ley misma, y de esta forma,
la ley contiene todas las posibilidades y sus respuestas. Cada intento de subvertirla, incluso
si parece lograrse, está previamente contemplado por la ley. Pensemos, por ejemplo, en el
momento en el que Laura obtiene el revólver. La pregunta que la lectora puede hacerse es:
¿se combate un sistema de violencia con violencia?, ¿se combate la escritura con la
escritura?, ¿por qué están las llaves puestas en el buró, como posibilidad de escape, tan fácil,
puerta falsa. La ley misma ofrece un supuesto sistema de escape, ofrece un espejismo de
fuga, una posibilidad: la distancia crítica. Verse oprimida, verse lejana y reconocerse y
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reconocer su cuerpo portador del castigo, le permite a Laura (siempre dentro de la ley) ver
Esa primera ley, la ley del padre, toma formas materiales, aunque en un primer
relación imaginaria de los individuos con sus condiciones reales de existencia” (57). Así, la
relación que establece el individuo con su entorno material obedece a unos nexos imaginarios
explica que “no considerando más que un sujeto (un individuo cualquiera), diremos que la
existencia de las ideas de su creencia es material, en cuanto que sus ideas son actos
materiales, reguladas a su vez por el aparato ideológico material del que dependen las ideas
de ese sujeto” (66). Cada acto que lleva a cabo cualquiera de los personajes del cuento
obedece a una ley absoluta anterior, a una ideología que todo lo cobija. La ideología que rige
el mundo de la casa de Roque, que la lectora sospecha que rige también el mundo exterior a
esa casa, se manifiesta, por ejemplo, cuando Roque le da un vestido a Laura para que lleve
en la reunión con sus amigos: Laura trofeo, cosa para mostrar, belleza materializada; se
manifiesta también cada vez que la llama “puta”: Laura objeto sexual, Laura dadora de
placer; o por ejemplo, todas las veces que recibió latigazos: Laura espacio para la violencia,
Laura esclava, Laura paciente. Cada una de estas prácticas son ecos de una ideología
patriarcal. Cada acto materializa ese pensamiento, vuelve tangibles las ideas del padre.
Bajo esa ley, y bajo esa ideología que siempre se materializa, están sometidos los
cada uno y qué acciones lleva a cabo materializan una manera de relacionarse con la realidad.
El cuerpo, su forma y las acciones que llevan a cabo son susceptibles al cambio, en tanto ley
e ideología se van transformando, y así mismo, cada cuerpo emite un discurso, que lo hace
como una entidad dotada de identidad, está anclado en esta materia viva, cuya
Así, para Braidotti, pensar en el cuerpo, decir qué es el cuerpo, depende de varios aspectos:
De esta forma, en tanto se define a partir de todo estos aspectos, una representación total es
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de Laura, como materia viva dotada de memoria, obedece igualmente a estos aspectos. La
pregunta que se hace la lectora, entonces, es: ¿cómo se representa este cuerpo de Laura?,
Extranjera, distinta. ¿Distinta de quiénes, de las demás mujeres, de sí misma? Por eso corre
de vuelta al dormitorio a mirarse en el gran espejo del ropero” (Valenzuela 118). Ella
diferente de otros. Decía Derrida en La différance (1968) que el signo juega su sentido en
tanto difiere de otros (tanto para el significado como para el significante), y explica:
“cosa” vale aquí tanto por el sentido como por el referente. El signo representa
Así, el signo resulta ser la marca de una presencia diferida. Una no presencia constante. De
que es capaz de identificarlo como diferente del cuerpo de Roque, del de Martina, del de los
guardaespaldas o del de los amigos de Roque. Así, asistimos al orden de la metonimia, más
que al de la metáfora: el cuerpo de Laura no representa “los cuerpos”, es más bien un cuerpo
que convive con cuerpos, es una extensión de otros cuerpos y que difiere de ellos, en tanto
significante, por su ausencia. Así, el cuerpo de Laura designa una ideología supuestamente
ausente, que se vuelve presente a partir del cuerpo mismo y de las prácticas inscritas en él.
Sin embargo, la ideología, como el significado, es presencia diferida: así como el significado
de la palabra necesita otras palabras (significantes) para definirse y por tanto se difiere al
infinito, la ideología y la ley se invisibilizan en el cuerpo. Podría pensarse así que el espejismo
ideología, tiene detrás una no-presencia, por ser presencia absoluta, un diferencia al infinito,
Por otro lado, el cuerpo como signo, significado y significante, es entonces un espacio
para la inserción de discursos. Una mirada atenta, que podría ser lo que Foucault llamó “la
distancia crítica”, permite leer este significante, ver qué está diciendo el cuerpo de Laura.
¿Qué está escrito en el cuerpo de Laura? La cicatriz en su espalda, por ejemplo, es una forma
inscrita en ella, está diciendo que está bajo el yugo de un poder que la oprime y que se acerca
a ella desde la violencia física y psicológica. Significa también que hay una
para ese otro superior: el padre. La violencia ejercida y duradera sobre su cuerpo habla de
quién es su dueño, para quién existe y quien controla sus movimientos corporales: Roque a
Laura, como el ganadero marca a las vacas. Y a pesar de que ella parece haber olvidado su
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pasado, el cuerpo no olvida y la cicatriz permanece. Están, por otro lado, las prácticas que
Laura lleva a cabo en su cotidianidad: llevar el vestido nuevo y caro que le regala Roque, ver
las llaves y no tocarlas, y hablar poco son todas formas en la que su cuerpo significa en tanto
produce estos actos, reflejo de la ideología hegemónica de esa casa y a partir de esas acciones
Así, como indica Sharon Magnarelli en su artículo “Luisa Valenzuela: cuerpos que escriben
marcada la espalda (una cicatriz que él la fuerza a mirar con frecuencia, para
que vea la inscripción del poder del amo), sino que además ha borrado su
hasta que en los últimos momentos del texto ella le apunta con ‘este
Hay una doble escritura sobre el cuerpo de Laura: la material y la simbólica, que aunque
diferentes, no se separan. Es por esto que “una ella borrada es lo que él requiere, un ser
maleable para armarlo a su antojo. Ella se siente de barro, dúctil y cambiante, y sus voces
antojo” (Valenzuela 138). Las palabras que se usan para decir esto hacen referencia a
cosa a la que se le da forma para llegar a un propósito: la mujer esperada, eco de Eva (hecho
Marín González, 21
habla: aproximación a la obra de Luisa Valenzuela (1994), “en un mundo como el nuestro
‘realidad’ (...), el nombrar del varón a la larga se identifica con el poder de crear: es esta
deconstruir con su práctica narrativa” (27). De esta forma, el coronel, identificado con el dios
Laura para construir una subjetividad que no solo la define dentro de una comunidad
patriarcal, sino que también ella internaliza como una subjetividad propia y obvia: el lugar
del esclavo, el ser paciente, la creatura y no la creadora. Como escribe Jane Ussher en el
Reproduction” (1997),
follow the various scripts of femininity which circulate in the symbolic sphere,
hegemonic at any point in time, in order to find a fit between what they wish
Así, aunque Laura escuche unas voces internas, en un principio lejanas y deformes, el
discurso hegemónico que se nos muestra primeramente es el de la mujer dócil que es ella y
cuyo discurso ha internalizado. Es, de hecho, el de una subjetividad casi no-subjetiva, pues
es ante todo cuerpo, pero cuerpo violentado y colonizado, cuerpo creído cosa y no materia
viva. “-Abrí los ojos y mirá bien lo que te voy a hacer porque es algo que merece ser visto,
¡Abrí los ojos, puta!” (Valenzuela 122), le dice Roque, y ese es el espacio de reconocimiento
simbólico (lenguaje aprendido al que no se puede escapar, otro espacio de la Ley) que ella
internaliza. Ser mujer, tener su cuerpo en ese determinado momento significa ser puta, su
puta.
de ti te distancias
y la medida es justa
como si de fátima vestida el agua se llenara
Buscarse, leerse, preguntarse, mirarse son las acciones que Laura lleva a cabo para poder
redescubrise y respensarse. Debe aprender a leer su cuerpo, las marcas en él, las acciones que
genera voluntaria e inconscientemente. Laura piensa que “loca no está. De eso al menos se
siente segura (...) sabe que no, que no se trata de un escaparse de la razón o del entendimiento,
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sino de un estado general de olvido que no le resulta del todo desagradable. Y para nada
angustiante” (Valenzuela 115). Y ese primer orden de la aceptación, del olvido querido, de
Un primer paso es el no saberse loca (estar fuera del discurso), sino saber que se comparten
enfrenta a su cuerpo primero como cuerpo representado: los espejos, las fotos. El primer
espejo que Laura ve es la foto de su boda: “la foto está allí para atestiguarlo, sobre la mesita
de la luz. Ella y él mirándose a los ojos con un aire nupcial. Ella tiene puesto un velo y tras
el velo una expresión difusa” (116). La foto está puesta en un lugar excepcional: la mesa de
la luz, que llama la atención sobre la foto porque alumbra y dice ¡mírame! (¡recuérdame!), y
que Laura no reconoce ni vagamente, aunque reconozca su cuerpo en ella. La foto muestra
su boda, que bien puede ser una puesta en escena (no lo sabemos aunque lo sospechamos),
pero que en todo caso emite un mensaje con miras a ser internalizado como pasado. No en
vano se usa la palabra “atestiguarlo”, de forma que la foto se vuelve garantía de un pasado
en el que no debe caber la duda, sino que más bien funciona como recuerdo detenido en el
tiempo, lugar al cual volver para descubrir un pasado. En la foto Roque y Laura se miran,
ella con un velo y expresión difusa. El velo se vuelve metáfora de la situación que ella vive
en el presente de la narración: ver a través de él que es su velo, sus lentes para ver el mundo,
su único contacto con un posible exterior de la casa, espacio para la familia pequeño-
“el hogar”, lugar de la represión y reflejo del velo de la fotografía. La expresión difusa de
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Laura, sin embargo, permite a su vez reconocerse perdida y ausente en el momento de la foto:
¿cuál Laura retrata la foto? La imagen en la mesita de la luz cumple así una doble función:
emite un mensaje con carácter de verdad, como testigo de una situación pasada, y a su vez
como se siente. Extranjera, distinta. ¿Distinta de quiénes, de las demás mujeres, de sí misma?
Por eso corre de vuelta al dormitorio a mirarse en el gran espejo del ropero” (118). Laura,
que comienza a sentirse diferente de otros, de otras, corre hacia al espejo para recordar su
cuerpo unitario, para recordarse todo el tiempo que es una y que su cuerpo no está diluido en
el espacio de la casa. Ella, que ha sido devuelta al estadio de la niñez, totalmente dependiente
de Roque, el padre, a manos de un olvido forzoso, carece aún de una subjetividad formada
por ella misma. Cuando Laura se ve en el espejo, asiste al reconocimiento de ella como ser
imagen fragmentada del cuerpo hasta una forma que llamaremos ortopédica
(102)
Marín González, 25
momento que se ve, se identifica con la imagen “ortopédica” reflejada y asimila su unidad
corporal, que finalmente dará lugar a la creación de una identidad corporal por lo menos más
definida que la inicialmente fragmentada. Ella, comparable a una niña por la forma en que es
vez que vuelve a hacerlo: “este momento en que termina el estadio del espejo inaugura (...)
la dialéctica que desde entonces liga al yo [je] con situaciones socialmente elaboradas” (104).
construcción identitaria dentro del lugar que Laura habita y a partir de las relaciones que
establece con los demás cuerpos en el cuento. Así ella ve la unidad que es su cuerpo, pero
también se fija en la escritura que hay sobre él: “una cicatriz espesa, muy notable al tacto,
como fresca aunque ya esté bien cerrada y no le duela” (Valenzuela 119). Y entonces
asimila que hace parte de su cuerpo y que esta marca también establece diferencias entre su
cuerpo y los demás cuerpos. Ese estigma identitario, vocero de un pasado, es testigo preciso
(a diferencia de la foto) de una experiencia vital, de una identidad robada que ahora ella busca
él la obliga a mirarlo [el espejo] y por ende a mirarse, boca arriba, con las
piernas abiertas. Y ella se mira primero por obligación y después por gusto, y
se ve allá arriba en el espejo del cielo raso, volcada sobre la cama, invertida y
lejana. Se mira desde la punta de los pies donde él en este instante le está
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trazando un mapa de saliva, se mira y recorre -sin asumirlos del todo- sus
pesados, un cuello largo y esa cara de ella que de golpe le recuerda a la planta
(algo vivo y como artificial), y sin querer cierra los ojos (…) y ella abre bien
las piernas, del todo separadas y son de ellas las piernas aunque respondan a
un impulso que ella no ordenó pero que partió de ella, todo un estremecimiento
deleitoso, tan al borde del dolor justo cuando la lengua de él alcanza el centro
de placer, un estremecimiento que ella quisiera hacer durar apretando bien los
En este espejo, a diferencia del primero, se mira por obligación (aunque luego por gusto). El
espejo, entonces, tiene una doble funcionalidad. Por un lado, el espejo en el techo tiene como
finalidad una internalización del rol que debe llevar Laura en casa: la esclava sexual a merced
de Roque, que ostenta el poder de la escena. El verse en el espejo hace que esa identidad en
formación de Laura guarde para sí este papel, esta normalidad en su vida. Por otro lado, el
espejo funciona aquí como otro reconocimiento corporal: ella ve cada parte de su cuerpo a la
vez que Roque la recorre con su lengua; sabe qué lugares estimulados son placenteros,
comprende sus dimensiones y sus formas y verse le resulta también placentero, dulce. Sin
embargo, cuando Roque alcanza su centro de placer y ella desea concentrase en su cuerpo,
solo en su cuerpo y no en su reflejo, Roque le grita “¡abrí los ojos, puta!” y la devuelve a la
con un rol en el espacio en que ella habita: su cuerpo como significante se asocia con la
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violación sexual normalizada, con un “puta” pronunciado por el hombre, que a fin de cuentas
la define. No en vano traza el mapa del cuerpo de Laura con su saliva: su boca la enuncia, la
que aún no toman forma en Laura: una autodefinición y un cuerpo autoexplorado o un cuerpo
Entre las pocas cosas de las que Laura puede hablar está su cuerpo porque es su
realidad inmediata, lo que cree suyo cada vez que se ve, que se toca: “a veces le duele la
cabeza y ese dolor es lo único íntimamente suyo que le puede comunicar al hombre” (115).
Ella habla solo de lo que conoce (no conoce qué pasa fuera de casa y por tanto no puede
hablar de ello), y está conociendo su cuerpo y comunica sus dolores, que son hasta ahora su
intimidad, algo solo suyo. Así, cuando comienzan a narrarse las escenas sexuales y ella
descubre otros lugares de su cuerpo y hace un mapa en su cabeza, amplía a la vez su espacio
corporal y su capacidad discursiva. Conoce nuevos lugares sobre los que decir algo:
los momentos de hacer el amor con él son los únicos que en realidad le
que está acá, -que toca- y que la configura a ella, toda ella. ¿Toda? ¿No habrá
algo más, algo como estar en un pozo oscuro y sin saber de qué se trata, algo
dentro de ella, negro y profundo, ajeno a sus cavidades naturales a las que él
de una interioridad donde está encerrado todo lo que ella sabe sin querer
saberlo, sin en verdad saberlo y ella se acuna, se mece sobre la silla, y el que
Y entonces el sentir su cuerpo, el conocerlo, abre las puertas para hacerse otra pregunta: ¿qué
más hay?, ¿dónde habita la interioridad?, ¿hay una? Los momentos de placer (“hacer el
amor”) atestiguan una interioridad, un fondo negro al que ella no se atreve a entrar todavía
como no se atreve a tocar las llaves: “ella, la llamada Laura, de este lado de la llamada puerta,
con sus llamados cerrojos y su llamada llave pidiéndole a gritos que transgreda el límite (...)
y la fascinación de un otro lado que ella no se decide a enfrentar” (114). Laura sabe que hay
un afuera, que las llaves quizá le posibiliten ese acceso, y también parece saber que hay un
adentro suyo, y una puerta que ella misma ha construido y que le han construido. Y esas
llaves del adentro tampoco las toma todavía. Todavía con miedo, todavía en el lugar seguro
de lo ya conocido: “el mensaje es demasiado fuerte para poder soportarlo, mejor estar fuera
de ese pozo negro tan vibrante, mejor reintegrarse a la pieza color rosa bombón que según
dicen es la pieza de ella” (130). Y ese cuerpo contado por otros que es solo su sexo, la
definición dada y un más allá, un más adentro que da miedo, porque es negro:
as soon as they begin to speak [las mujeres], at the same time as they’re taught their
name, they can be taught that their territory is black (...) your continent is dark. Dark
is dangerous. You can’t see anything in the dark, you’re afraid. Don’t move, you
might fall. Most of all, don’t go into the forest. And so we have internalized this horror
Y entonces vuelve al abismo, pero no lo salta, no se atreve por el miedo internalizado, por el
peligro que le han dicho que representa el negro. Aunque poquito a poquito va entrando, se
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cruza, no del todo, solo hasta que recuerde, hasta que cree memoria, hasta que tome las llaves,
La máscara
En una entrevista que dio Luisa Valenzuela a Montserrat Ordóñez en 1985, Valenzuela decía:
[La máscara] es lo que usamos para ocultarnos y para revelarnos. Creo más en
la máscara que revela que en la máscara que oculta. Eso lo dijo Oscar Wilde:
un poco tras aquello que somos y no somos, podemos decir nuestra verdad. Al
lleva.
Con las máscaras, con el juego de máscaras, podemos romper la doble barrera
En el caso de Laura, una primera máscara le ha sido impuesta por Roque: la máscara de la
debilidad, del silencio, del sujeto paciente. Esta máscara no oculta interioridad alguna,
porque esta interioridad misma (máscara impuesta) es la que se intenta despegar Laura todo
el tiempo, cada vez que se mira, que busca, que se acerca al hoyo negro. Sabemos de una
máscara anterior que fue robada: “algo hay que ella conoce y sin embargo tendría que revelar.
Marín González, 30
Algo de ella misma, muy profundo, prohibido” (Valenzuela 134), su anterior máscara, su
anterior verdad. Por momentos sabemos de su pasado que vuelve poco a poco, la máscara
que se reintegra y revela verdades: “desde el mismo rincón donde se ha refugiado parte hacia
otros confines donde todo es abierto y hay cielo y hay un hombre que de verdad la quiere -
sin rebenque-, es decir, hay amor” (132). Entonces Laura recuerda un pasado menos tortuoso,
es capaz de quitarse la máscara de Roque, obtiene una nueva arma, que es el revólver, una
nueva máscara.
Aunque el final del cuento no revela si Laura dispara o no (si dispara, ¿falla?), lo que
nos muestra en cambio es el juego de máscaras del que habla Valenzuela: desde la máscara
y su protección se articula una verdad, que sin su cobertura lleva a la doble censura del
exterior y la propia. La máscara que ha puesto Roque sobre Laura permite que ella lleve a
cambiar de máscara, una que le permita decir su verdad. Lo que no sabemos es si lo logra:
¿recuerda del todo?, ¿con qué máscara dispara si es que dispara?, ¿dispara a Roque para
una nueva subjetividad, una nueva máscara y desde allí ataca a su opresor? La máscara, que
el rostro siempre diferido, una identidad siempre detrás de otra identidad, de otra identidad,
Historia
puedes contarme cualquier cosa
creer no es importante
lo que importa es que al aire mueva tus labios
o que tus labios muevan el aire
que fabules tu historia tu cuerpo
a toda hora sin tregua
como una llama que a nada se parece
sino a una llama
Los momentos de placer a los que accede Laura son cortos pero efectivos. Cuando se mira
en los espejos y reconoce su cuerpo y cuando tiene placer sexual logra abrir brechas
pequeñitas en la ideología que la domina, para dejar transitar otras y para reconocerse como
pequeña rebelión contra el sistema que la oprime. Y estos descubrimientos se dan a partir de
la concesión del placer a Laura. Así, el espacio del placer se convierte en el espacio de la
subversión subjetiva y corporal. Laura puede escribir un nuevo texto/cuerpo y puede crear
un nuevo “yo”.
Cuando
ella abre bien las piernas, del todo separadas y son de ellas las piernas aunque
respondan a un impulso que ella no ordenó pero que partió de ella, todo un
posibilidad de obtener el placer subvierte la finalidad del acto sexual y Laura comprende que
el sexo genera placer, aunque el sexo también sea eco de una violencia. Ese placer que ella
obtiene es así prueba de que ese manto de opresión patriarcal tiene agujeros por los que de
vez en cuando ella escapa para reconfigurase a través del placer mismo.
De la misma manera funciona el texto de Valenzuela, que hace eco del cuerpo de
Laura: es un texto fragmentario que explora las posibilidades de placer escritural y de lectura
posibles. Y como el cuerpo de Laura, está erotizado. Muestra de a poquitos lo que viene, pero
no lo muestra todo. Se explora a sí mismo como cuerpo conjunto. Está bajo los dominios de
un escritor, pero es susceptible a ser leído de múltiples formas. Cuerpo y texto son espejo
centellea entre dos piezas (el pantalón y el pulóver), entre dos bordes (la
placer del strip–tease corporal o del suspenso narrativo. En uno y otro caso no
Marín González, 33
demasiado y sin cubrir del todo. Y la misma forma del cuento (y la misma forma de El placer
del texto) se escriben fragmentariamente. No se trata de una escritura tradicional, sino que
esta se explora a sí misma. Rompe unos límites propios para dejar entrever en las ranuras
otra escritura. Tiene un ritmo cortado, que hace referencia a los momentos de violencia, pero
también a las rupturas en el sistema cada vez que Laura asume su cuerpo. De esta forma,
forma tradicional del cuerpo (la mujer-objeto-esclava sexual) y del texto (la escritura del
padre).
Si ese placer del texto y ese placer del cuerpo se encuentran en las fisuras, allí en el
espacio entre lo que debe ser y en la subversión, los espejos en los que Laura se mira
adquieren otra nueva función, como cuando “ella se mira primero por obligación y después
por gusto, y se ve allá arriba en el espejo del cielo raso, volcada sobre la cama, invertida y
tradición, que es repasado por la labia del hombre y al cuerpo revolucionario y revolucionado:
“sus propias piernas, su pubis, su ombligo, unos pechos que la asombran por pesados, un
cuello largo y esa cara de ella que de golpe le recuerda a la planta (algo vivo y como
artificial)” (122). Laura se ve y lee su cuerpo como texto. Repasa con la mirada cada parte
Marín González, 34
que la compone y cada línea la asombra pues se enfrenta a su novedad y a su doble significado
de placer y de opresión. Se debate entre dos puntos, como la planta: algo vivo y como
artificial. Se reconoce en medio de dos discursos, uno que ahora emite ella misma y otro que
la dice. Su cuerpo, que es texto, obedece a lo que Barthes llama la redistribución de la lengua:
canónico tal como ha sido fijada por la escuela, el buen uso, la literatura, la
cultura), y otro límite, móvil, vacío (apto para tomar no importa qué
muerte del lenguaje. Esos dos límites –el compromiso que ponen en escena–
De esta forma, el alcance del placer al que llega Laura sólo es posible en medio de los dos
discursos que la dicen. El éxtasis sexual lo alcanza cuando Roque llega a su centro de placer,
con unos movimientos externos a ella que alguien más (la tradición) procura. Y luego está
ella, que se comienza a definir en todos los ámbitos, mirándose, estudiándose. Y es en ese
momento en el que se conjugan ambos acontecimientos (el verse en el espejo y el ser lamida-
dicha por el hombre) que llega a un éxtasis sexual, el goce corporal, el placer textual.
Después de este reconocimiento y hacia el final del cuento, Roque le dice a Laura:
Marín González, 35
todo lo que te hice lo hice para salvarte y vos tenés que saber, así se completa
depender de mí como una recién nacida, yo también tengo mis armas. (144)
pregunta por cuáles son esas armas que tiene Roque y que se muestran literales (el rebenque,
opresor. Y así, la fisura que abre Laura (el placer del cuerpo/texto) está en todo caso
contemplada por la Ley total. Para llevar a cabo una liberación no se escapa simplemente de
la ideología. Se deben resignificar los signos: “[Laura] empieza a entender algunas cosas,
entiende sobre todo la función de ese instrumento negro que él llama revólver. Entonces lo
levanta y apunta” (146). El revólver, que es una de las armas de opresor, se convierte en su
arma. El falo, que es la pluma que escribe, que es el discurso, se convierte en su arma. Se
cambia el sexo por la escritura. Y se cambia la tortura por una poética del placer.
Al final del cuento se empuña un arma contra la lectora, que también se resignifica
para dar lugar a la subversión. Laura levanta el revólver y apunta, pero no se sabe si dispara,
ni si quiera sabemos hacia dónde apunta. ¿Es un crimen pasional?, ¿se dispara Laura a ella
misma?, ¿mata a Roque?, ¿le dispara, pero falla? El texto violenta a la lectora porque no
entrega un final cerrado. Pero esta violencia y esta escritura dan lugar a una nueva fisura.
sobre este mismo cuerpo/texto. Ahora que Laura tiene la posibilidad de escribirse porque ha
empuñado el arma de la escritura, también puede la lectora ser autora del texto. La fisura
dialéctica que se abre entre autora y lectora es origen dador placer. La lectora/autora empuña
el arma de la escritura y así se politiza. Cuerpo y texto se politizan. Lectora, autora, Laura,
cuerpo, texto, espacios todos para la práctica politizada del placer escritural.
Bibliografía
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Valenzuela, Luisa. “Cambio de armas”. Cambio de armas. Hannover: Ediciones del norte,
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