FRESCO DE KIKO ARGÜELLO IGLESIA DE LA DOMUS GALILEA
Premisa General
La pintura de Kiko Argüello, iniciador junto con Carmen Hernández del Camino
Neocatecumenal, se inserta en la tradición de la iconografía oriental. Es una tradición que
occidente ha perdido, y que es importante recuperar en este momento de profunda crisis
estética en el arte sacro occidental.
En Oriente la iconografía no es un elemento accesorio, un ornamento con un fin en sí
mismo, sino que es parte integral y esencial de la liturgia: es un anuncio, el anuncio de
Jesucristo. Todas las grandes Iglesias Orientales son ricas en iconos, y al inicio de cada
“divina liturgia”, es decir de la Eucaristía, se inciensan los iconos, que son el anuncio de la
realidad de cielo. El oro que abunda en los iconos, en el fondo de la decoración, de las
imágenes, significa el anuncio de la realidad celeste. El pintor de hecho no puede hacer lo
que le plazca, divertirse como quiera, a lo mejor en nombre de una presunta autonomía de
la verdad del arte, como afirman algunos artistas. Cada tema sacro (ejemplo: la
anunciación) para el pintor oriental es de hecho caracterizado por una composición, por una
serie de imágenes preestablecidas, tradicionales, que ya han sido fijadas por un canon.
Para poder pintar en primer lugar debe haber un mandato del Obispo. Después es
necesario una seria preparación espiritual: El pintor reza, se confiesa, comulga, en pocas
palabras vive con gran intensidad este periodo. En oriente existen muchísimos santos que
han pintado iconos. Finalmente el pintor no pinta el icono teniendo en cuenta lo que él
quiere, sino que recibe de la tradición iconográfica y adopta toda una serie de elementos ya
fijados, canónicos. ¿Entonces en qué consistirá su arte? Consistirá en la forma que dará a
aquella composición, por ejemplo, en la elección y distribución de los colores, cálidos y fríos,
en el diseño de los rostros, en fin, todo lo que él puede poner de suyo en estas líneas
tradicionales. Este punto es importante.
Teniendo en cuenta la grave crisis que caracteriza el Occidente en lo que se refiere a la
estética. Esto involucra tanto la iconografía como la arquitectura sagrada. También en este
último se tiende ha hacer lo que se da la gana, sin tener en cuenta, en la construcción de
una iglesia, de cómo debe estar la gente en aquella iglesia, qué cosa significa la asamblea
del pueblo de Dios. Kiko Argüello ha sentido la necesidad de reconstruir la tradición
oriental, que es la más antigua en el ámbito de la iconografía. En Oriente el arte está al
servicio del pueblo de Dios, que és el Cuerpo de Cristo. Esto se ve también en la
perspectiva. De acuerdo con la perspectiva clásica, el punto de convergencia de la
iconografía oriental no está al interno del cuadro, sino en quién lo está observando. La
pintura converge fuera de sí, anuncia algo a quién la observa, lo interroga, interpela. Existe
un fuerte valor kerigmático, el Anuncio. El Icono es un anuncio que alcanza a quien lo
observa, que llega a quien está delante de él.
En Occidente, al menos, ya a partir de Giotto, se produjo un progresivo distanciamiento del
arte occidental a partir de patrones comunes con respecto a Oriente, una especie de
separación gradual. Esto con el tiempo ha ocasionado un cambio de perspectiva, es decir,
la introducción de un punto de vista geométrico y científico, que tiene su punto de
convergencia dentro del cuadro. En este sentido quién mira es introducido dentro del cuadro
o del fresco, que representa por lo tanto un hecho pasado, concluido, mítico, o histórico. Se
crea así un espacio, una brecha, una ruptura entre la vida del espectador y la imagen
representada. De hecho hay una actitud que podemos llamar arqueológica, en el sentido de
que la imagen es de alguna manera relegada a un pasado concluido y distinto. En la
tradición Oriental al contrario el pintor tiene una actitud totalmente opuesta. La imagen llega
a quien la observa, lo interpela, le hace un fuerte anuncio, lo alcanza aquí y hoy, habla a su
vida.
EXPLICACIÓN DEL ICONO
Llegamos ahora al tema de la pintura. La elección del tema del juicio final es muy
importante. En efecto, estamos en el Monte de las Bienaventuranzas y en este monte,
Jesucristo no sólo ha pronunciado el sermón de la montaña, según algunos exégetas de la
Sagrada Escritura también ha hecho el envío de los apóstoles de Galilea a todo el mundo:
Id pues y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolos en el nombre del Padre, del
Hijo y del Espíritu Santo, enseñándoles a guardar, a poner en práctica todo lo que yo os he
mandado. Mateo 28, 19 - 20. Es decir hasta que Cristo regrese. Jesucristo, por lo tanto, no
sólo envió a los apóstoles de aquí a las cuatro extremos de la tierra, y los reunirá al final
de los tiempos. Nosotros de hecho, creemos que habrá un juicio: este es un dogma, es una
verdad de fe profesada también en el Credo (Cristo vendrá a juzgar a vivos ya muertos y su
Reino no tendrá fin) El envío de Cristo en el monte de las bienaventuranzas es de hecho
muy importante, porque ya los apóstoles llevan a los confines de la tierra un Juicio. Es un
juicio en el que se hemos pasado, porque cuando cada uno de nosotros, ha llegado el
anuncio del Evangelio, esta Buena Noticia ha hecho un juicio sobre nuestros, nos ha puesto
en la verdad. Este juicio ha consistido en manifestar todo aquello que estaba dentro de
nosotros, todo aquello que estaba guardado y escondido en las arrugas más complicadas:
hipocresías, engaños, ilusiones, todo ha salido a flote poco a poco, con el combate, de
alguna manera con este juicio. Y el juicio de Dios sobre nuestra vida concreta ha sido un
juicio de misericordia.
Para poder pintar este Juicio Universal fue necesario que Kiko estudiara muchísimos iconos
antiguos del oriente con este tema, para tomar los elementos esenciales, las líneas de
composición fijadas por la tradición. Finalmente se ha tomado un icono del siglo XVI,
ejemplo típico de la tradición rusa, se presenta el juicio en la última hora de la humanidad
sin traicionar ninguna ansiedad o temor de que se puedan imponer las fuerzas del mal. Este
fresco es el fruto de un incesante trabajo de Kiko, junto con un grupo de hermanos, durante
dos semanas, día y noche, es una síntesis catequética profundísima, integralmente fundada
en la sagrada escritura. Miremos los elementos particulares.
Las figuras están rigurosamente distribuidas en varios órdenes, con base a su importancia y
a su significado. Elemento central de la composición es la esfera de Dios Padre hacia el
cual convergen todos los otros planos. El espacio de hecho no está dividido en bandas
horizontales como normalmente se pueden ver en los iconos, sino en bandas curvadas, que
subrayan la tensión hacia Dios. El Padre es representado como un anciano de túnica blanca
y cabellos blancos y está coronado con una doble aureola de azul oscuro y verde claro
(signo de la inaccesibilidad de la divinidad) Ésta a su vez está rodeada con tres círculos que
indican los varios cielos, dentro del cual se representan, en algunos medallones, las
jerarquías celestes. En el círculo exterior a la izquierda, hay una figura humana con un rollo
abierto. Se trata del profeta Daniel. Hace referencia al capítulo 7 del libro del profeta. en el
cual tiene la visión de un anciano: “sus vestidos -dice Daniel- eran blancos como la nieve y
los cabellos de su cabeza puros como lana (7, 9); delante de esta figura “Y he aquí que en
las nubes del cielo venía como un Hijo de hombre”(7,13). Los Evangelios nos muestran
como Jesús aplicará esta figura a sí mismo, en ciertos aspectos misteriosa, de la cual habla
el profeta Daniel: Cristo se llamará a sí mismo el “Hijo del Hombre” asumiendo esta figura y
realidad profética del antiguo testamento, y presentándose al pueblo de Israel como Aquel
que lleva a cumplimiento la Ley y los Profetas.
Sobre la imagen del Padre hay una aureola y en el interior un cáliz de tres pies, lleno de un
líquido color rojo sangre. Tal vez se trata, en el icono original, de una alusión a la copa de
Salomón, que prefigura la copa eucarística, la sangre de Cristo que ha redimido el mundo:
de esta manera el misterio de la Encarnación, del amor de Dios al hombre, se encuentra al
vértice de la visión celeste. Sin embargo esta copa es también el cáliz de la justicia de Dios.
En el libro del profeta Jeremías, profeta que vive en un periodo turbulento y terrible, se
habla a menudo del cáliz de la justicia de Dios, de la cólera de Dios, cáliz que Dios dará a
beber a las naciones. De este cáliz habla el Evangelio: ¡«Padre mío, si es posible, que pase
de mí esta copa, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú.» (Mt 26, 39) El cáliz
también está presente arquitectónicamente en la construcción de siete metros de altura que
se encuentra sobre la capilla del Santísimo. El rojo de este cáliz domina toda la pintura,
rodeando al Padre, al Hijo, y abriéndose al centro como una especie de río rojo impetuoso,
que corre hasta el infierno. La justicia de Dios de hecho llega desde el cielo hasta la tierra.
Dios ha creado el universo y la tierra con inmenso amor y con gran armonía.
Existe un sabio y profundo equilibrio que abraza todo, comenzando por los colores (a cada
rojo le corresponde un tipo de verde complementario) de modo que cada cosa te lleva la
otra, en una polifonía maravillosa: El cielo azul, el verde de las hojas de los árboles, las
montañas ásperas y rugosas, todo canta y proclama la belleza de la obra de Dios. También
esta belleza es signo de un amor inmenso de Dios, de su gran bondad por el hombre
(universalia in unum convertuntur). Este amor de Dios por el hombre se expresa en efecto
en una belleza armoniosa, tiene un profundo valor estético, porque Dios que ama quiere
también darle placer al hombre a través de la naturaleza, de la comida, de la unión física del
hombre y la mujer. Más la libertad, don del amor de Dios, permite al hombre la posibilidad
de renegar de todo esto, de despreciarlo y de intentar desfigurar y destruir la creación. Dios,
sin embargo, vendrá a hacer justicia en la tierra de todo esto y su justicia también debe ser
vista como reconstrucción del universo.
A la izquierda del Padre tenemos la imagen del paraíso, de la Jerusalem celeste. Las
imágenes de los santos con las túnicas blancas están siempre presentes en los iconos del
Juicio Universal. Al respecto existen dos tradiciones: el cielo de hecho se puede hacer
presente sea a través del bautismo o a través de la eucaristía. Al centro de la composición
tenemos un bautisterio, en forma de cruz, con diseños internos en forma de racimos, los
frutos del bautismo: el bautismo de hecho nos lleva a la tierra prometida, nos da la vida
eterna, nos hace hijos de Dios, introduce en nosotros la naturaleza divina. En otros iconos
hay diversas representaciones: los santos del paraíso están dibujados en grupos, en medio
de cada uno de los cuales hay una mesa con el pan y el vino. Así tenemos cuatro grupos,
cuatro eucaristías celebradas al mismo tiempo. (Así como en las comunidades del Camino
Neocatecumenal, en consonancia con una tradición presente en los iconos antiguos.)
También tenemos la corona de los apóstoles, que han sido mandados a llevar el juicio de
Dios, juicio de misericordia, mediante el anuncio del Evangelio a todas las gentes, y que
estarán presentes también en el juicio final. Por debajo de esta se encuentra la imagen de la
Nicopeia, que significa “operadora de victoria”, María Madre de la Iglesia, que nos ha
precedido al Cielo y que los cristianos le cantan y rezan como “Reina de los Cielos”. Junto a
ella aparece, como testigos, dos ángeles y el buen ladrón, al que Cristo, sobre la cruz dijo:
Hoy estarás conmigo en el Paraíso. (Lucas 23, 43). Otro elemento importante del paraíso es
al que Israel llama el seno de Abraham, esto se aplica a Israel, pero también se aplica a la
Iglesia (pensemos en la parábola del rico epulón que mira a Lázaro en en el seno de
Abraham en Lucas 16, 19 - 31; o cuando Jesús en Mateo 8, 11 dice: “Y os digo que
vendrán muchos de oriente y occidente y se pondrán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob
en el reino de los Cielos”) En esta pintura el seno de Abraham está presente con los tres
Patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob), que son la imagen del paraíso en toda la tradición de
Israel y de la Iglesia. Por debajo de los Patriarcas hay imágenes de algunos monjes, que
están cerca del Paraíso, porque ya viven una vida de renuncia al mundo. Son
representados con alas, como ángeles, siguiendo las indicaciones de su fundador (S.
Antonio Abad u otro) y volando hacia el Paraíso, casi flotando. Entrada del Paraíso es la
Puerta Santa, junto a ella está San Pedro, con la llave, que acoge a un grupo en procesión,
de los cuales se reconocen David, los Apóstoles, S. Pablo y algunos santos.
En la parte opuesta de la pintura está lo contrario del Paraíso, la zona del combate y de la
lucha contra Dios. Está el combate en la historia, un combate con los ídolos representados
en la luna, el sol y las estrellas. simbolizados en el rollo abierto por dos ángeles. Este
combate se inició en el seno de Dios, cuando algunos ángeles desobedientes se opusieron
y fueron expulsados por los arcángeles. Estos últimos son representados con un círculo
verde y azul, mientras despiden con sus lanzas los ángeles rebeldes en el círculo negro que
contienen los seres privados de la luz de Dios. Entre el pecado de los ángeles y el cielo está
la cruz, símbolo de la redención, que interrumpe la fatal lógica del pecado y ha abierto las
puertas del Paraíso. En este combate viene por tanto anunciado Jesucristo, Aquel que
dominará el mundo, cuyo reino no tendrá fin. El apoya sus pies en una tabla cuadrada,
antiguamente se pensaba que la tierra tenía forma cuadrada, por lo que esta imagen indica
el señorío de Cristo sobre la historia y sobre la tierra.
Al lado de Cristo tres ángeles llevan en la mano los signos de la Pasión: el cáliz, la corona
de espinas y los clavos. Al lado a las tres cruces están la esponja y la lanza. Debajo, a
continuación hay una imagen muy eficaz y moderna de la resurrección de los muertos. S.
Pablo en la primera carta a los Corintios (15, 52) “En un instante, en un pestañear de ojos,
al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles
y nosotros seremos transformados”. Así al sonar de la tromba del juicio los muertos
envueltos en vendas blancas están resucitando, las tumbas de hecho se abrirán y también
en los mares resucitarán todos los ahogados.
A este juicio final estarán convocados todas las naciones de la tierra, como ya está
profetizado en el antiguo testamento. Así que tenemos también a Moisés, con las tablas de
la ley que indica el Mesías al pueblo. Y los primeros en ser juzgados serán los hebreos, que
llevan en su cabeza el talit y sobre su frente el estuche con el shemá, luego los
musulmanes, representados con el turbante en la cabeza,y luego poco a poco todos los
demás.
Descendemos así a la última parte del icono, abajo a la derecha donde está representado el
infierno: así como existe el Paraíso existe el infierno. Hay un demonio con alas horrendo,
todo negro, que tiene sobre sus rodillas el hijo de la perdición, Judas Iscariote, (según la
Iglesia Oriental). Los cuadrados junto a él indican en forma simbólica y abstracta las penas
de los siete pecados capitales. En otros iconos del juicio universal viene simbolizada una
pena eterna específica y terrible por cada pecado: por ejemplo. los lujuriosos, que a lo largo
de sus vidas han buscado el placer del cuerpo, son sumergidos en un caldero de brea
hirviendo, mientras que el avaro está atado a una roca..
Nella parte centrale de la pintura domina el Cristo Pantocrátor, junto a él están los dos
testigos de cristo presentes en todos iconos orientales: La Virgen, en pie, que es testigo de
Cristo desde que lo ha tenido en su seno, y san Juan Bautista, que ha anunciado y que ha
sido su precursor. Sin embargo también hay dos personajes que conscientes de estar al
origen del pecado en la historia, están intercediendo por las almas en este juicio: se trata de
Adán y Eva. Esta última que ha tocado el fruto del árbol de la vida, no tiene manos. Debajo
de ellos están todos los elementos del juicio. El alma en primer lugar, dos ángeles
desenrollando todos los hechos de su vida, todo el bien y mal que ha hecho. Cada
acontecimiento será llevado a la presencia de Dios. Seremos juzgados según el Evangelio,
puesto sobre el Arca de la Alianza, de frente a los signos de la pasión. En este juicio habrá
un gran combate entre nuestro ángel de la guarda y el demonio. Tanto Israel como en
Oriente le dan mucha importancia al ángel de la guarda, contrario a nuestra cultura
occidental, víctima de una mentalidad empírica y racionalista, que lo han dejado a un lado.
Pero la Iglesia cree firmemente en la existencia de los ángeles custodios y de los
arcángeles, y dedica a ellos dos fiestas importantes. La fiesta de los ángeles custodios y de
los arcángeles no son de hecho invenciones ab libitum ( a placer, a voluntad), sino signo
concreto de aquello en que la Iglesia cree. Lex orandi, lex credenti: Todo aquello en que la
Iglesia cree, la Iglesia reza. Dice un teólogo oriental que el ángel de la guarda quiere un
bien inmenso al alma, que es como su compañero, tiene una connaturalidad con él, la
defiende y le habla incesantemente. Hasta el fin de nuestros días el ángel de la guarda nos
defenderá. luchará con nosotros. En este icono hay una balanza donde el demonio quiere
hacer caer el peso de su lado, para llevar el alma al infierno, sin embargo el ángel de la
guarda con un tridente expulsa al demonio y defiende el alma.
Otros factores deben ser considerados. Hay una gran mano, que hace presente la Diestra
Potente de Dios, cantada en el canto de Moisés en cada noche de la Pascua. Es el brazo
potente de Dios que hará justicia, que tiene en su manos los inocentes, simbolizados como
unos niños. Dios efectivamente siempre se pondrá de lado de los inocentes, de los últimos,
de aquellos que no se pueden defender, les hará justicia. Los últimos son los
bienaventurados en el sermón de la montaña, que es la proclamación de la verdad, como
cada uno está llamado a hacer en la propia vida. Esta justicia que Dios hará indica el
profundo sentido escatológico que anima a la Iglesia. La mano de Dios sostiene en este
fresco a los indefensos, los niños víctimas de los abortos, cuántos han pagado las
consecuencias del mal en la historia, por ejemplo: en los campos de concentración. Encima
se ve una ánfora, que recoge todas las lágrimas de los hombres. Isaías dice: “consumirá a
la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahveh las lágrimas de todos los rostros, y
quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahveh ha hablado” (Is 25,8)
Finalmente existe una figura que a lo mejor es la más interesante de toda la obra, una figura
que es como la llave para entender esta pintura. Se trata de un hombre atado a una
columna: Es una figura presente en muchísimos iconos y frescos orientales y que puede
representar la llave de la actitud humana de frente a la Verdad. El crítico oriental Trubeckoj
escribió algo importante sobre este personaje atado a la columna en la parte baja de la
composición, en la frontera entre el Paraíso y el Infierno. Este personifica el hombre medio,
limitado, que predomina en la humanidad, al cual le es ajeno la profundidad celeste y el
abismo satánico. Es un mediocre atado al trabajo, a la familia, a sus pequeños problemas,
pensando que en eso consiste la vida, que eso sea la verdad. Es una persona que se ha
adaptado a su entorno, que ha reducido su existencia a escapar del sufrimiento, busca tener
todo asegurado, y no complicarse la vida. A este hombre Dios y la Virgen le importan en lo
más mínimo. La verdad para él es todo aquello que puede tocar, que puede tener, todo
aquello que lo obliga. Más allá de este horizonte no existe otro. Este hombre no piensa que
morirá y dejará todo aquello al cual está apegado. Pero la profunda catequesis de esta
pintura proclama y confiesa que la Verdad no es esta columna al cual esta figura está atada,
sino toda la composición en su totalidad. La verdad es que la vida es una batalla en el
corazón de la historia entre dos realidades opuestas: El Paraíso y el Infierno, la Vida y la
Muerte. Esta es la Verdad: “Muerte y Vida se han enfrentado en un prodigioso duelo; el
Autor de la vida estaba muerto,mas ahora está vivo y triunfa”. (Secuencia Pascual) La
Iglesia nos recuerda que nadie tiene nada asegurado, por cuantas buenas obras el crea
haber realizado. Nuestras pequeñas seguridades, la columna a la cual estábamos
encadenados, el dinero, los afectos, el trabajo, la casa, etc. ellos no son la seguridad o la
garantía, y los hechos de nuestra vida se encargan de demostrárnoslo concretamente. La
Iglesia entonces nos invita mistagógicamente a ponernos en camino hacia la Puerta del
Paraíso, porque es al Cielo a lo que hemos sido llamados. Esta pintura es en efecto un
apocalipsis, una manifestación del sentido profundo de la historia de cada hombre, es más
de toda la humanidad, del mundo entero. Por eso en un medallón a los pies de Cristo están
simbolizadas también cuatro bestias, las bestias de la cual habla el profeta Daniel y
Apocalipsis, las bestias que se enfrentan en la historia que la dominan por un cierto tiempo.
Son los imperios que han existido, de acuerdo con una concepción de historia universal
tanto bíblica como greco-romana: imperio babilónico, imperio egipcio, imperio romano, etc.
Cada uno de estos imperios que de vez en cuando han dominado el mundo, han llegado ha
pensar que son los únicos, en tener el control total de la historia, para dominar el mundo por
siempre. Pero todos los imperios, también en nuestros días, están infaliblemente destinados
a declinar y caer, para someterse finalmente a Cristo, único SEÑOR de la historia.