INTRODUCCIÓN:
¿Por qué haces lo que haces? Pensé eso hace unos meses
mientras preparaba un mensaje que iba a compartir con un
grupo en mi iglesia, y creo que es una pregunta apropiada.
A primera vista, se trata de una pregunta simple. En realidad,
es compleja.
La respuesta puede revelar a cuál “dios” estamos adorando,
cuáles son nuestros ídolos, y hacia dónde está inclinado
nuestro corazón. Es una pregunta que puede responderse de
una forma superficial o de una forma profunda.
Una y otra vez, la pregunta venía a mí de varias maneras:
¿por qué te levantas en las mañanas? ¿Por qué vas al trabajo
o la universidad? ¿Por qué tienes las conversaciones que
tienes con tus amigos? ¿Por qué quieres enseñarle a otros
acerca de Jesús?
La verdad es que la única forma de vivir según el plan de
Dios para nuestras vidas, siendo jóvenes por su causa,
comienza respondiendo a esta pregunta. Y la respuesta a ella
debe ser: “Para glorificar a Dios”. Todo lo que hacemos debe
servir a ese propósito (1 Co. 10:31).
Si estamos en Cristo, esas palabras son para nosotros. Dios
es nuestro creador y Aquel que nos formó. Él tiene la
autoridad para decirnos cómo y para qué vivir. Él nos
recuerda que nos ha dado libertad al redimirnos; somos
suyos. No fuimos hechos para ser exitosos y felices de
acuerdo a lo que dice la sociedad (aunque vivir para Su
gloria nos hará ser exitosos y felices en realidad), sino que
fuimos creados para glorificar a Dios.
Si tomamos una pelota de béisbol para jugar fútbol podemos
patearla, correr de un lado a otro con ella, o incluso meter
algún gol con ella. Pero esa pelota no fue creada para eso.
Ella fue hecha para otro deporte. Se lanza con las manos, se
le pega con el bate. Usarla de forma diferente nunca será lo
mismo a como lo sería si la usamos bien. Asimismo,
podemos usar y vivir nuestras vidas de muchas maneras en
este mundo, pero no encontraremos sentido y satisfacción
real hasta que no vivamos en Cristo para la gloria de Dios.
Solo podremos ser luz en medio de las tinieblas cuando
vivimos abrazando la gloria de Dios como propósito para
nuestras vidas. Si ella no es nuestra motivación para
levantarnos cada mañana, será muy difícil brillar en medio
de esta generación perversa y torcida (Fil. 2:15).
Necesitas tener convicciones firmes en Dios para
permanecer firme mientras estás rodeado de no cristianos y
de una cultura con puntos opuestos a la Palabra, que te invita
a ver la vida solo de manera horizontal y no de manera
vertical, y que constantemente te presenta una realidad en
donde el hombre es el centro de todas las cosas y no Dios.
Quiero a animarte a tres convicciones vitales que por la
gracia de Dios te llevarán a vivir por su causa y para su
gloria:
1. Una convicción firme de quién es
Dios
Para ser luz en medio de las tinieblas debes conocer la fuente
de dónde emana nuestra luz. Si no conocemos a Dios, su
carácter, sus atributos, sus planes, y su voluntad, será
imposible resistir los embates y las tentaciones a nuestro
alrededor. Será imposible resplandecer. Como dijo A. W.
Tozer en su libro El conocimiento de un Dios santo:
“La historia de la humanidad ha señalado que ningún pueblo
se ha alzado a niveles más altos que su religión, y esta ha
demostrado que ninguna religión ha sido jamás más grande
que su concepto de Dios. La adoración será pura, o baja,
según el lugar en que el adorador tenga Dios”.[1]
En el mismo libro, Tozer presenta una verdad que ha sido
liberadora para mí:
“El hombre que llega a unas creencias correctas con respecto
a Dios queda aliviado de mil problemas temporales, porque
ve de una vez que éstos tienen que ver con cuestiones que, a
lo sumo, no le pueden preocupar por largo tiempo; pero aun
si se le pudieran quitar las numerosas cargas del tiempo, la
poderosa carga de la eternidad comienza a pesar sobre él con
un peso más aplastante que todos los sufrimientos del mundo
amontonados uno sobre otro”.[2]
Una visión correcta sobre Dios transforma nuestra visión
sobre todo lo demás. Nos permite vivir en verdadera libertad,
en medio de toda circunstancia y entendiendo el tesoro que
tenemos:
“Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la
excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros, que
estamos atribulados en todo, mas no angustiados; en apuros,
mas no desesperados; perseguidos, mas no desamparados;
derribados, pero no destruidos; llevando en el cuerpo
siempre por todas partes la muerte de Jesús, para que
también la vida de Jesús se manifieste en nuestros
cuerpos”, 2 Corintios 4:7-10.
El creyente es como la luna. Podemos brillar en la oscuridad
solo porque reflejamos la luz de una estrella mayor. Así
como la luna refleja la luz del sol, somos llamados a reflejar
la de Cristo. Por lo tanto, es necesario conocerlo cada día
más.
2. Una convicción firme de quién eres
El hombre es portador de la imagen de Dios (Gn. 1:26).
Fuimos dotados de la más alta dignidad, que está relacionada
al poder hacer uso en sujeción a Él de los atributos que Él
nos dio. Sin embargo, la imagen de Dios en el hombre ha
sido manchada debido al pecado. Todas nuestras acciones y
pensamientos están afectados como fruto de la Caída.
Al pensar que podía ocupar el señorío de Dios y dejarle de
lado, el hombre perdió su propia vida producto de su pecado.
Ahora la rebeldía está en el mismo centro de su persona, lo
que se conoce como el corazón, y esa rebeldía ha alterado su
propia constitución, pervirtiendo su naturaleza. Como dijo
una vez R. C. Sproul: “El hombre no es pecador porque
peca, peca porque es pecador”.[3]
Somos hombres y mujeres con pecados, debilidades, y
heridas que pueden impedirnos brillar y reflejar la luz del
Señor. Por tanto, debemos recordar cada día nuestra
necesidad de Jesús y lo poco que podemos hacer para Dios
por nosotros mismos.
Esto implica conocernos bien: saber cuáles son nuestras
fortalezas, nuestras debilidades, a qué podemos exponernos,
cuáles conversaciones podemos entablar y cuáles debemos
evitar, y más. El conocimiento de nosotros mismos nos
permite establecer límites que nos ayudan a no caer y
desfallecer en medio de las noches oscuras.
Sin embargo, los límites no son suficientes para llevarte a
brillar. Necesitas recordar a diario lo que eres en Cristo.
Somos Hijos de Dios (Jn. 1:12). Cuando Él te ve, no te
acepta gracias a tus logros o te mira conforme a tu pecado,
sino que te ve cubierto de la justicia de Cristo (Ro. 5:1). Por
tanto, Él ve a Cristo, a su Hijo amado en quién tiene
complacencia (Mt. 3:17). Además, Él te ha hecho un
embajador suyo para que lo representes ante el mundo (2 Co.
5:20).
Formas parte de un pueblo elegido por Dios, según su
voluntad (Ef. 1:3-5), de manera especial y con un propósito:
“Pero ustedes son linaje escogido, real sacerdocio, nación
santa, pueblo adquirido para posesión de Dios, a fin de que
anuncien las virtudes de Aquél que los llamó de las tinieblas
a Su luz admirable” (1 P. 2:9). Somos una nación bajo un
solo Rey. Tenemos una sola bandera, un solo pasaporte, y es
el de Cristo.
Así como la luz láser puede atravesar superficies duras
cuando está bien enfocada, el conocimiento de nosotros
mismos nos permite enfocar en nuestras vidas la luz de
Cristo para cumplir con anunciar sus virtudes ante toda
oposición contra la verdad.
3. Una convicción firme de qué es el
evangelio
El evangelio es un mensaje que nos muestra que somos
responsables ante nuestro Creador y merecemos ser juzgados
por nuestra rebelión ante Él. Ahora el hombre es un enemigo
de Dios (Ro, 5:10), esclavo del pecado (Ro. 6:17), y posee
un entendimiento entenebrecido (2 Co. 4:4).
Pero Dios en su gracia actuó a través de Jesucristo para
salvarnos y transformarnos. Inmediatamente luego de la
Caída de Adán y Eva, Dios mostró su gracia al prometer un
redentor, Aquel que destruiría las obras del maligno y
restauraría aquello que fue dañado por el pecado (Gn. 3:15).
Ese redentor es Jesús. Siendo una Persona de la Trinidad, se
encarnó y vivió la vida que no podíamos vivir, sufrió la
muerte que merecemos sufrir, y resucitó proclamando su
victoria y la vida que Él promete para aquellos a creen en Él.
El hombre debe responder a este mensaje dando frutos de
arrepentimiento, reconociendo su necesidad de perdón, y a
Cristo como el único camino para hallarlo (Ro. 10:8-10).
Esta necesidad del evangelio no desaparece luego de nuestra
conversión. Todos los días debemos decirle a Dios: “Señor,
te necesito. Perdona mis pecados a través de Jesús. Me
arrepiento por aquellas cosas que no me permiten mostrar
quien tu eres. Lléname de ti”.
El mensaje del evangelio no debe verse solo como un
instrumento para salvación, sino que debe ser el fundamento
de toda nuestra fe, al cual regresamos constantemente por
nuestra dependencia de Cristo.
Dios ha revelado el evangelio para que podamos vivir vidas
plenas al reconocer nuestra hambre de Él y que no somos
merecedores de nada, que todo lo que tenemos es por pura
gracia. ¡Pecadores condenados ahora son declarados hijos
amados! No hay ni habrá una verdad más hermosa. Por eso
debemos abrazarla para poder brillar en este mundo oscuro.
CONCLUSIÓN:
Ser luz y vivir como un joven por su causa en medio de la
cultura que nos rodea muchas veces puede sentirse como una
labor difícil… y lo es solo si queremos valernos por nosotros
mismos. Es difícil solo si pensamos que nuestros propósitos
están por encima de los de Dios. Es difícil si no recordamos
el carácter de nuestro Señor. Es difícil si no tenemos en
cuenta lo que Dios dice que somos. Y es difícil si olvidamos
el evangelio que nos da vida y nos sostiene.
Sé un joven que vive con convicción. Ten estas
convicciones y confía en el poder del Espíritu Santo para
usarte y seguir transformando tu vida.