LA FORMACIÓN PARA LA VIDA CONSAGRADA EN UN CAMBIO DE ÉPOCA
Muchas veces se ha dicho y muchas otras lo hemos repetido: de la formación
que recibimos y de la formación que damos depende el presente y el futuro de nuestra
vida y misión. En efecto, la formación es la llave que nos abre la puerta para una vida y
una misión significativas. Sin una formación adecuada a las exigencias de hoy, el
riesgo de repetirnos, de pararnos y de perder el sentido de lo que somos y hacemos es
más que una simple hipótesis de trabajo.
En el seminario que recientemente hemos celebrado sobre la Teología de la
Vida Religiosa no se habló directamente de la formación. Las temáticas tratadas,
dentro del tema general del seminario: Teología de la vida consagrada: identidad y
significatividad de la Vida religiosa apostólica, han sido muy ricas y variadas. Todas
ellas eran sugeridas por algunas situaciones que está viviendo la Vida consagrada
apostólica, sobretodo en el mundo occidental: problemas de identidad, envejecimiento,
falta de vocaciones, dificultad en la gestión de las obras, activismo y fragmentación de
la comunidad, entre otras. Dichas situaciones pueden llevar a la Vida religiosa a una
crisis de identidad y a la consecuente pérdida de credibilidad, significatividad y
visibilidad.
Quienes hemos participado en el citado seminario lo hemos calificado de una
rica experiencia de comunión nacida de la escucha atenta y de la acogida respetuosa
de las diferencias, en cuanto epifanías de un Dios que hace nuevas todas las cosas, y
de un Espíritu que no está en crisis, como muchas veces se repitió durante la
celebración del seminario. En este contexto de comunión que sabe acoger las
diferencias y convivir con ellas, el seminario proyectó una mirada benévola y
esperanzadora sobre el presente y el futuro de la Vida religiosa apostólica.
Concluido el seminario se siente la necesidad de hacer que dichas reflexiones
cristalicen en la vida cotidiana de nuestras Órdenes e Institutos. Para ello es necesaria
la mediación de la formación permanente e inicial. En lo que sigue, teniendo presente
dicho seminario, pues eso es lo que se me ha pedido principalmente, pero también
acogiendo los desafíos que nos lanzó Vita Consecrata y los que nos llegan hoy desde
la situación misma de la vida religiosa, intentaré entresacar algunas líneas formativas
que nos puedan ayudar a dar una respuesta concreta a los desafíos que se nos
presentan y, de este modo, reforzar nuestra identidad como religiosos.
Algunas convicciones previas
Antes de afrontar el tema directamente quiero subrayar algunas convicciones
que considero importantes para tenerlas en cuenta cuando hablamos de formación:
1.- Lo que diré en lo que sigue tiene en cuenta tanto la formación permanente
como la inicial. Y si hubiera que dar alguna preferencia la daría a la formación
permanente. Para ello me apoyo en el documento Caminar desde Cristo, primer texto
de la Iglesia en que la formación permanente es tratada antes que la pastoral de las
vocaciones y la formación inicial. De este modo se abandona el orden que podríamos
llamar “orden cronológico”, poniendo el acento en la formación para todos, como ya se
entrevía de la lectura atenta de Vita Consecrata1.
2.- Esta convicción me lleva a otra muy importante: la formación es un camino
que dura toda la vida. La formación no sólo se refiere, como expresamente dice
Caminar desde Cristo2, a los
1 Cf. Juan Pablo II, Exchoratación postsinodal Vita Consecrata (=VC), Roma 1996, 15. 2 CIVCSVA,
Caminar desde Cristo (=CdC), Roma 2002, 15.
1
años en los que uno se prepara para la primera profesión o la consagración definitiva.
Formarse no es eso, sino algo que nunca acaba, o mejor aún: algo que inicia con la
primera llamada del Señor y termina con la visita de la hermana muerte corporal. Por
eso mismo es necesario hablar de una formación nunca terminada.
3.- Otra convicción de la que parto es que la formación consiste
fundamentalmente en dejarse transformar y configurar con el Maestro, dejar que el
Espíritu nos vaya con-formando con Él. Una actitud fundamental que han de mantener
constantemente tanto los que se encuentran en la formación inicial como en la
permanente es “abrir toda su vida a la acción del Espíritu Santo3”. La formación es
“conversión a la Palabra de Dios”4, es ir cambiando actitudes para mejor acoger la
Palabra de Dios, para dejar que nuestra vida se conforme cada vez más con la de
Cristo, y no un simple saber más.
Nuestra llamada supone seguimiento, un seguimiento total, vinculante,
englobador, que pretende asimilar y hacer propias las actitudes, los valores y el estilo
de vida de Jesús de Nazaret, el Maestro, como puede deducirse de un texto, a mi
modo de ver muy importante, de Vita Consecrata en el que se describe la formación
como una “asimilación progresiva de los sentimientos de Cristo”5. La formación es
sencillamente “convertirse”6, transformación de la mente y del corazón, según la mente
y el corazón de Cristo, por eso es un proceso dinámico de crecimiento en que cada uno
abre su corazón al Evangelio en la vida diaria, comprometiéndose a la conversión
continua para seguir a Cristo con fidelidad cada vez mayor al propio carisma.
Esto lleva a asumir la radicalidad de vida como una exigencia normal del
seguimiento de Cristo. Si la vida religiosa consiste en “reproducir” y “seguir más de
cerca” la vida de Jesús, la radicalidad evangélica no es un optional, sino una opción de
vida7. La teología de la formación8 ha superado el modelo de “imitación”, ha
profundizado el modelo de “seguimiento” y se está fraguando desde el modelo de
“identificación” con los sentimientos de Cristo. Ello comporta, tanto en la formación
permanente como inicial, una formación profundamente humana y evangélicamente
exigente.
4.- Una cuarta convicción es esta: la formación se realiza sobre todo en la vida
de cada día, en las situaciones que vive la propia comunidad, asumiendo las cosas de
siempre, también la alegría, el cansancio y el dolor, los éxitos y los fracasos, como
lugares privilegiados que nos ofrece
3 VC, 65. 4 VC, 68. 5 VC, 65. 6 VC, 109. 7 En este contexto es bueno recordar que en los orígenes de la
vida consagrada el Evangelio, la integridad del Evangelio, y la firme voluntad de vivirlo y de configurar la
propia vida a él, era el criterio fundamental del discernimiento vocacional. Ello hacía que los consagrados
viviesen una vida radicalmente evangélica. Es la hora de volver a caminar desde el Evangelio, si
queremos revitalizar nuestra vida y misión, y si queremos alejarnos de la mediocridad de vida y de misión
cf. José Rodríguez Carballo, OFM, Vida consagrada en Europa: Compromiso por una profecía
evangélica, en USG 2’10, 86-87, también en Verdad y Vida, año LXIX, n. 258, 18-20. 8 Cf. Amadeo
Cencini, Formazione permanente: ci crediamo davvero?, Roma 2011, pp. 21-26; “È la vera formazione,
verrebbe da dire, quella in cui Cristo diviene davvero la forma, nel senso profondo e pervasivo del
termine, della personalità del chiamato, no solo la norma del suo agire o l’orma che i suoi passi seguono.
Ben oltre, dunque, i livelli dell’imitazione o della sequela, pur ponendosi in continuità con essi e
integrandone-assumendone l’indubbia valenza positiva (specie circa la sequela). Ed è quanto mai
interessante e ricco di senso il fatto che questo invito faccia da introduzione all’inno della Kenosi, quasi a
esplicitare il contenuto di questi sentimenti che il chiamato deve apprendere e imparare a vivere, e che
sono, per l’appunto, i sentimenti manifestati del Figlio nel suo non trattenere nulla per sé, nell’assenza di
ogni gelosia, nel suo amoroso abbassarsi per farsi uomo, servo, umile e obbediente fino alla croce...
L’inno della kenosi non potrebbe a questo punto essere chiamato: l’inno dei sentimenti del Figlio?”, pp.
24-25.
2
el Señor para transformar nuestra vida. En la formación no se pueden despreciar las
mediaciones más ordinarias en las que el Señor puede hacerse presente. Formarse y
formar es asumir la vida como formación en sí misma, de tal modo que “toda actitud y
todo comportamiento manifiesten la plena y gozosa pertenencia a Dios, tanto en los
momentos importantes como en la circunstancias ordinarias de la vida cotidiana”9.
5.- Lo señalado anteriormente me lleva a afirmar la necesidad de asegurar
experiencias formativas a lo largo de todo el proceso. Experiencias que sean bien
preparadas, acompañadas y evaluadas, experiencias que lleven a un antes y a un
después, si no se quiere caer en meros experimentos.
6.- La formación, permanente e inicial, ha de “ser formación de toda la
persona”10, formación integral, es decir: tiene en cuenta a la persona en su totalidad
para que desarrolle de un modo armónico sus dotes físicas, psíquicas, morales e
intelectuales, y se inserte activamente en la vida social y comunitaria. En el proceso de
formación de lo que se trata es de alimentar la vida entera, no sólo una dimensión, por
importante que sea. En la formación se han de cuidar las dimensiones humana,
cristiana y carismática a la vez, y se ha de trabajar para que “toque” los cuatro centros
vitales de la persona: la mente (son importantes los conceptos), el corazón (se trata de
asimilar y de personalizar los conceptos y para ello son fundamentales los
sentimientos), las manos (la formación ha de ser práctica), y los pies (la formación
parte de la vida y desemboca en la vida, pues vive en clave de misión).
7.- Permaneciendo fiel al Evangelio y al propio carisma, el proceso formativo
debe estar atento a la unicidad de la persona y al misterio de Dios inherente a cada
uno. Es por ello que se ha de seguir un proceso personalizado, adecuado a cada
persona. Al mismo tiempo debe inculturarse en las condiciones del ambiente y del
tiempo en el que se desarrolla. Este aspecto es muy importante para el diálogo con la
cultura actual y el anuncio del Evangelio. En este sentido, el estudio, según los dones
particulares de cada uno, ha de considerarse uno de los componentes esenciales de la
formación.
8.- Teniendo en cuenta las exigencias de la formación y la situación en la que
nos llegan nuestros candidatos o en la que se encuentran nuestras
fraternidades/comunidades, pienso que sea imprescindible que la formación promueva
un auténtico sentido de disciplina, dirigida a la honesta autocomprensión, al
autocontrol, a la vida fraterna y al servicio apostólico y misionero.
Un elemento determinante, y por lo tanto clave en el discernimiento vocacional,
es la pasión: pasión por Cristo, pasión por la humanidad. La pasión es el distintivo de
las personas enamoradas. El religioso está llamado a una sequela radical o, si se
prefiere, a una sequela apasionada. Es la pasión, de hecho, la que dinamiza la opción
vocacional; es la pasión la que moviliza todas las energías y coloca a quien la vive en
una actitud constante que permita “seguir más de cerca” las huellas de Cristo,
abrazando las exigencias más radicales del seguimiento; es la pasión la que posibilita
un compromiso definitivo, de por vida, y la que pone a uno en constante búsqueda para
asegurar la fidelidad creativa; es la pasión la que lleva a vivir para los otros,
particularmente para los más pobres, a donarse gratuitamente, viviendo desde la lógica
del don; es la pasión la que sostiene el sentido de pertenencia a Cristo y a la propia
Orden o Congregación; es la pasión, en fin, la que permite atravesar cualquier tipo de
barrera cultural o de distancia geográfica para “restituir” el don del Evangelio. Mantener
esta pasión exige autodisciplina. Sin ella la pasión pronto se apagará.
9 VC, 65. 10 VC, 65.
3
9.- La vida religiosa es un don en la Iglesia y para la Iglesia: “La profesión de los
consejos evangélicos pertenece indiscutiblemente a la vida y a la santidad de la
Iglesia”11, es una “expresión de la santidad de la Iglesia”12. Es por ello que no se
puede pensarla ni vivirla si no en comunión con la Iglesia. La formación inicial ha de
potenciar en nuestros formandos un gran amor a la Iglesia, tanto universal como local,
amor que la formación permanente debe alimentar cuidadosamente: “no se puede
contemplar el rostro de Cristo sin verlo resplandecer en el de su Iglesia. Amar a Cristo
es amar a la Iglesia en sus personas y en sus instituciones”13, como hicieron nuestros
fundadores. Ese amor es el que permitirá a la vida religiosa desempeñar su misión
profética en todo momento: anunciando y denunciando cuando las circunstancias lo
exigieran.
10.- Todo ello ha de plasmarse en un Proyecto de Formación o Ratio
Formationis, que puede ser provincial o general. El Proyecto de Formación o Ratio ha
de responder a las exigencias de una formación que, además de lo dicho
anteriormente, sea gradual y orgánica. Para ello, en dicho Proyecto deben figurar con
claridad los objetivos generales y específicos, así como los medios para conseguir
dichos objetivos en cada una de las etapas formativas. Al mismo tiempo ha de ofrecer
los criterios básicos de discernimiento vocacional para pasar de una etapa a la otra. El
Proyecto debe evaluarse periódicamente. Tener un Proyecto nos cura de los
personalismos en favor de la comunidad, de las improvisaciones en aras de claridad de
principios, objetivos, medios..., de medir la eficacia meramente desde los números para
baremar el arte de la formación primando la calidad evangélica.
Buscar lo esencial
Buscar lo esencial es el desafío principal y más urgente que tiene hoy la Iglesia,
el ser humano y, por supuesto, vida religiosa. El tiempo, la rutina, la costumbre..., nos
van llenando de cosas accidentales que llegan a parecernos imprescindibles e
irrenunciables. Por eso hay que hacer, de vez en cuando, un alto en el camino para
preguntar qué es esencial, necesario, imprescindible..., y qué es accidental,
contingente e, incluso, superfluo en nuestra vida. Hay que hacer silencio, de vez en
cuando, para identificar lo que constituye la esencia de la vida religiosa, su entraña más
profunda. Hoy más que nunca se nos impone volver, transcendiendo los aspectos
periféricos, al corazón mismo de nuestra opción cristiana y religiosa. Esta es la gran
tarea que tiene hoy la vida religiosa por delante: identificar los elementos irrenunciables
de este proyecto de vida. Y en eso, en los elementos irrenunciables, es en lo que tiene
que centrarse y concentrarse la formación, tanto permanente como inicial.
Desde el Concilio Vaticano II hasta nuestros días la vida religiosa ha llevado a
cabo un serio proceso de discernimiento, tanto a nivel de cada Orden o Congregación,
como a nivel de la misma vida religiosa. La reflexión teológica en este sentido ha sido
un elemento dinamizador importante para identificar y, cuando se vio necesario, volver
a lo esencial e irrenunciable. Como reconoce Juan Pablo II, se trata de un “periodo
delicado y duro [...], un tiempo rico de esperanzas, proyectos y propuestas
innovadoras”. Todos estos esfuerzos han sido realizados con la voluntad de una mayor
fidelidad a esos elementos irrenunciables. Sin embargo ese esfuerzo “no siempre se ha
visto coronado por resultados positivos”. Ello ha podido inducir al desánimo de no
pocos. Es hora, sin embargo, de continuar ese trabajo con “nuevo ímpetu”14. Por
consiguiente, la reflexión teológica actual, como se evidenció en el seminario sobre
Teología de la vida consagrada: identidad y significatividad de la Vida religiosa
apostólica, celebrado en Roma en el 2011, y antes en el I
11 Lumen Pentium, 44; cf. VC 29. 12 VC, 32. 13 CdC, 32. 14 Cf. VC, 13.
4
Congreso Internacional de vida consagrada, celebrado en Roma en el 2004, debe
seguir buscando esos elementos esenciales e irrenunciables de la vida religiosa, que
forman la identidad de la misma, “es decir, aquellos sin los cuales no puede haber vida
cristiana radical, seguimiento radical de Cristo”15. Sin esos elementos, la identidad
será una “identidad líquida”, en cuanto el sentido de pertenencia pierde cohesión y los
límites del “yo” corren el riesgo de ser, cada día más, excesivamente flexibles.
Frente a la crisis de identidad, que ciertamente ha afectado a la vida religiosa en
los años del post Concilio, es urgente clarificar dicha identidad, fundándola en un
modelo de relación más que en un modelo de contraposición de las identidades fuertes,
como acontecía hasta no hace mucho. Es una tarea tan necesaria y urgente como
también ardua, pues no es fácil mantenerse fieles a la propia identidad, y, al mismo
tiempo, abrirse a la integración con los otros. Identidad clara y, al mismo tiempo,
abierta, La formación, permanente e inicial, juega en esto un papel fundamental.
El citado Congreso Internacional de vida consagrada, así como el Seminario
sobre Teología de la vida religiosa han identificado tres elementos que son
característicos de la vida religiosa en este momento histórico que estamos viviendo: la
espiritualidad, la vida fraterna en comunidad y la misión. Sobre estos mismos
elementos insistió Benedicto XVI en la audiencia que concedió a los Superiores
Generales el 26 de noviembre de 201016. A mi modo de ver estos son los elementos
claves de la identidad de la vida consagrada, a los cuales cada Orden o Instituto debe
añadir los que caracterizan su propia opción carismática. Sobre unos y otros ha de
insistir principalmente la formación en estos momentos.
La dimensión espiritual de la vida religiosa Tú lo eres Todo17: arraigados y
edificados en Cristo, firmes en la fe (Col 2, 7)
Punto de partida
Este es el primer fundamento teologal de la vida religiosa. Sobre él se debe re-
fundar y re- fundamentar la vida consagrada. “La vida religiosa consiste en haber sido
completamente seducidos por el Dios vivo”18. La experiencia del religioso es la del
profeta: “Me sedujiste Señor y me dejé seducir, me has agarrado y me has podido” (Jr
20, 7), o la del Apóstol: haber sido escogido desde el seno materno y haber sido
llamado por sola su gracia (cf. Gal 1, 15).
Dios es lo único verdaderamente necesario, es lo verdaderamente primordial en
la vida de un religioso19. La vida religiosa no se entiende sino desde la experiencia de
ser llamados, seducidos, atraídos por el Dios vivo y verdadero, y desde el seguimiento
radical de Cristo “en una comunidad de discípulos para servir y realizar un ministerio en
su nombre”20. Su misión no es otra que la de afirmar, con la propia vida, la primacía
absoluta de Dios21, y su fuerza y fecundidad apostólicas radican en la íntima unión con
Cristo y en la configuración con Él, expresada y realizada mediante
15 Felicísimo Martínez, Situación actual y desafíos de la vida religiosa, en Frontera 44, 55, Vitoria 2004.
16
Cf. Discorso del Santo Padre Benedetto XVI ai partecipanti all’Assemblea Generale dell’Unione dei
Superiori Generali (USG) e dell’Unione Internazionale delle Superiore Generali (UISG) Sala Clementina,
Sala Clementina,Venerdì, 26 novembre 2010 17 San Francisco de Asís, Alabanzas al Dios altísimo, 3. 18
Mary Maher, Llamados y enviados. Reflexiones sobre la Teología de la Vida Religiosa, CONFER, n. 190,
2011, 55. 19 “Todo cristiano está llamado a la perfección de la caridad, a poner a Cristo en el centro de
su existencia, a decirle: ‘Tú solo eres el Señor’... Los bautizados con vocación al matrimonio hacen la
elección radical por Cristo recibiendo a su cónyuge y después a sus hijos...; el ‘Tú solo’ que dirigen a
Cristo no puede ser efectivo sin un ‘tú solo’ dirigido a su cónyuge. Los llamados a la vida religiosa hacen
una opción radical por Cristo sin cónyuge y descendencia; dicen a Cristo un ‘Tú solo’, sin otro ‘tú solo’”,
Sylvie Robert, La reología de los consejos evangélicos en la Vida Consagrada Apostólica, en CONFER,
vol 50, n. 190, 75-76. 20 Idem. 21 Cf. VC, 85.
5
la profesión de los consejos evangélicos22. Leemos en Vita Consecrata: “Cuanto más
se vive de Cristo, tanto mejor se le puede servir en los demás, llegando hasta las
avanzadillas de la misión y aceptando los mayores riesgos”23. Esta configuración con
Cristo hace que la vida religiosa sea “memoria viviente del modo de existir y de actuar
de Jesús [...], tradición viviente de la vida y del mensaje del Salvador”24
En la formación se ha de poner particular atención a la experiencia de Dios, de
tal modo que uno pueda desarrollar la capacidad y la sensibilidad para captar el
lenguaje de Dios, sentir su presencia y su trabajo amoroso en la vida cotidiana. Es la
experiencia de Dios la que nos llevará a decir con Job: “antes te conocía de oídas,
ahora te han visto mis ojos” (Job 42, 5-6).
Una experiencia siempre marca un antes y un después, también en la relación
personal con Dios. La experiencia de Dios es siempre rompedora, produce el efecto de
un verdadero terremoto interior, hasta tal punto que lo que antes era amargo se
transforma en “dulzura del alma y del cuerpo”25. Sin ese después “la experiencia se
consume, pero no se consuma”26. No se puede confundir la experiencia de Dios con el
consumo de oraciones y ejercicios de piedad, aunque todo ello sea necesario. La
experiencia consumada genera actitudes, comportamientos, y, en definitiva, una nueva
vida, la de quien se siente y vive como discípulo. La experiencia de Dios, más que
ninguna otra, forja la propia existencia, pues la transforma en “icono” del Señor.
Formarnos para formar en el primado de Dios
En tiempos de invierno, de vendavales y de tormentas como los que estamos
viviendo, es urgente volver a fundar o refundar la vida religiosa sobre la roca que es
Cristo, sobre la roca firme de la fe radical, sobre la experiencia de Dios. Si no queremos
edificar sobre arena movediza hemos de favorecer en la formación permanente e inicial
una verdadera experiencia de Dios, una experiencia que lleve a abrirse a Él, y a
acogerlo incondicionalmente. Una experiencia que provoque en uno un movimiento
irreversible que se oriente hacia la conversión, se traduzca en una identidad sólida, y
se convierta en misión. Una experiencia que suponga un proceso tal que uno pueda
decir: allí estaba Él, yo no lo veía, no lo oía, no lo tocaba, pero Él estaba allí. A partir de
esa confesión comienza el camino de la fe.
La experiencia de Dios de la que estamos hablando supone, en primer lugar,
formarnos y formar en una fe radical, en la experiencia del absoluto que relativiza todo
lo demás. Es la fe radical o experiencia teologal la que da sentido y sabor al proyecto
de vida de un religioso. Esa fe radical es la que lleva al creyente, al religioso, a la
entrega confiada a la providencia de Dios, antes incluso de traducirse en prácticas
religiosas o en compromisos históricos. La fe radical es la que nos introduce en la
dimensión contemplativa y se alimenta de ella; es la que envuelve toda la persona y se
convierte en manantial de la verdadera alegría, de la esperanza que no defrauda, y de
nuestro testimonio en el mundo.
Queda claro, entonces, que la fe radical no se confunde con el mero
conocimiento o reflexión teológica, repetición de fórmulas, sistema ideológico o
convicción voluntarista; ni se confunde con el mero sentimiento religioso, o se agota en
el mundo de la afectividad. Tampoco tiene mucho que ver con una vivencia emocional
de los momentos de oración. La fe radical de la
22 Cf. VC 30. 23 VC, 76. 24 VC 22. 25 San Francisco de Asís, Testamento, 3. 26 Lola Arieta, Itinerarios
en la formación. Pista para el camino del seguimiento de Jesús, Vitoria 2007, en Frontera, 56, 48.
6
que estamos hablando tampoco se reduce a los momentos de oración propiamente
dichos, aun cuando se alimenta de ellos. La fe radical es un hallazgo, una acogida
gradual y viva de la realidad de Dios y del hombre a la luz de Jesucristo. La fe radical
es, sobre todo, una experiencia de confianza en el Señor como la que manifiesta Pedro
cuando afirma: “confiando en tu palabra echaré las redes” (Lc 5, 5). Una confianza que
va más allá de toda razón, de toda garantía humana, y que supera nuestras fuerzas,
nuestras razones, nuestras luces. Esta confianza es la que sostiene la fidelidad, aun en
los momentos de mayor prueba. La fe radical es la que introduce en la vía del
seguimiento, hasta “tener los mismos sentimientos de Cristo” (Fil 2, 5).
Para hacer esta experiencia no basta regresar a una mera observancia regular o
ampliar el tiempo de oración y de meditación, o multiplicar las celebraciones litúrgicas y
las prácticas devocionales propias de cada familia religiosa. Para hacer esta
experiencia hay que ir más allá de lo meramente ritual y de la mera observancia. Es
necesario pedirla con insistencia, acogerla con docilidad (pues se trata de un don del
Espíritu), ejercitarla con constancia a través de una oración personal intensa, de la
escucha diaria de la Palabra de Dios y de la celebración de los sacramentos de la
Eucaristía y de la Reconciliación.
Si hay un problema serio en la vida religiosa hoy, es el problema de la
espiritualidad, de la fe radical; y si a algo ha de prestar una atención especial la
formación permanente e inicial hoy en día es a la experiencia de Dios, a la educación
en la fe radical. Sin Él nada podemos hacer (cf. Jn 15, 5). La fe, libremente aceptada,
es el único fundamento sólido sobre el cual puede construirse una vida de oración, de
castidad, de fraternidad, de pobreza y de servicio.
Eso sí, cuando hablamos de espiritualidad, estamos hablando de: - una espiritualidad
unificada que nos haga ser hijos del cielo y de la tierra, en la que el mundo lejos de ser
obstáculo para el encuentro con Dios sea camino normal en el que Dios se manifiesta. -
una espiritualidad en tensión dinámica que nos convierta en místicos y profetas, y nos
lleve a vivir la pasión por Dios y la pasión por la humanidad a un mismo tiempo. - una
espiritualidad de presencia, que nos transforme en discípulos y testigos27.
Mediaciones formativas para la experiencia de Dios
Entre las mediaciones formativas para hacer experiencia de Dios subrayo las
siguientes:
1. De Dios sólo se puede hablar por experiencia, no de oídas. Y si esto es
verdad, y yo personalmente estoy muy convencido de ello, entramos en un terreno
fundamental en lo referente a la formación: la necesidad de maestros del espíritu y de
un verdadero acompañamiento espiritual. En la formación inicial esto requiere la
presencia de formadores que estén en camino de hacer dicho proceso, personas
creíbles por su vida de fe, verdaderos maestros del espíritu. Por su parte, en la
formación permanente son necesarios esos mismos maestros que, habiendo llenado su
sed de Dios, como la samaritana, se transformen en testigos y en maestros en la
búsqueda del agua de la vida (cf. Jn 4, 1ss). Me parece que esta debe ser una
verdadera prioridad en la formación permanente como inicial, porque, a mi modo de
ver, es una gran laguna que existe en este momento en la vida religiosa, y tal vez en la
misma Iglesia.
2. Por otra parte, particularmente en las casas de formación inicial, se requiere
también favorecer un ambiente de silencio habitado28, de oración intensa, de
intercambios espirituales
27 Alvaro Rodríguez Echeverría, Profecía de la existencia y presencia amorosa de Dios en la vida
consagrada, en Theós. Identidad y profecía. Teología de la Vida Consagrada hoy. USG, Roma 2011,
79ss.
7
profundos, ambientes en los que, sin miedo, se verifique incesantemente la fe. Sólo así
los jóvenes en formación inicial y los adultos en formación permanente podrán
testimoniar con su misma búsqueda, que Dios vive, que Jesús es el Señor, que el
Espíritu es la fuerza que los anima. Y entonces las fraternidades/comunidades serán
lugares de alumbramiento de la fe, lugares de oración y de referencia evangélica para
los mismos religiosos y para los hombres y mujeres que buscan un sentido a sus vidas.
Es ésta una urgencia que se siente en la vida religiosa y que sienten nuestros
formandos: la necesidad de casas formativas que sean “escuelas de oración”29. Es
esta una respuesta que esperan muchos laicos de nosotros los religiosos: formar
comunidades donde la vida de oración sea vivida como manifiesta prioridad. Es éste un
medio un medio de evangelización que no podemos olvidar, si queremos responder
adecuadamente a tantas expectativas que nos llegan de nuestra sociedad
profundamente secularizada, pero también en búsqueda de sentido.
3. Otras mediaciones formativas para favorecer la experiencia de Dios son: la
formación a un auténtico espíritu litúrgico, la introducción en el estudio y a la lectura
orante de la Palabra de Dios30, el cultivo de la auténtica devoción mariana,
experiencias de retiro y de eremitorio. Así mismo es importante una
educación/formación adecuada que posibilite la lectura de la propia vida y de la propia
historia con los ojos de la fe, la contemplación de Cristo en el pobre y la jerarquización
evangélica de valores y actividades, así como un adecuado uso del tiempo, teniendo en
cuenta las exigencias de la vida fraterna en comunidad, las necesidades personas y la
misión, y el uso de los medios de comunicación con la discreción necesaria31.
Vida fraterna en comunidad De la vida en común a la comunión de vida
Punto de partida
Jesús inaugura un tipo de familia, basada en la escucha de la Palabra y en los
lazos de la fe (cf. Hch 2, 42ss). Esta familia está llamada a transformar los vínculos de
la carne y de la sangre (cf. Mc 10, 22; Mt 19, 29).
La vida fraterna en comunidad es el segundo elemento irrenunciable de la vida
religiosa. Las formas de vivirla cambian según el carisma, segundarios pueden ser los
modelos sociológicos de comunidad religiosa, las formas de organización y los ritmos
comunitarios, pero lo esencial permanece: una vida fraterna en comunidad que muestre
al mundo en qué consiste el amor cristiano; una vida fraterna en comunidad que llegue
a ser una verdadera “familia unida en Cristo”32, donde cada uno manifieste al otro sus
propias necesidades, y donde todos sus miembros puedan alcanzar la plena madurez
humana, cristiana y religiosa.
28 Es el camino de los místicos: “la noche sosegada, en par de los levantes de la aurora, la música
callada, la soledad sonora, la cena que recrea y enamora” S. Juan de la Cruz, Cántico Espiritual. 29
La formación tiene en los místicos grandes maestros de oración: San Pedro de Alcántara, “Tratado de
oración y devoción”, “Porque la meditación discurre con trabajo y con fruto; mas la contemplación sin
trabajo y con fruto; la una busca, la otra halla; una rumia el manjar, la otra lo gusta; la una discurre y hace
consideraciones, la otra se contenta con una simple vista de las cosas, porque tiene ya el amor y gusto
de ellas; finalmente, la una es como medio, la otra como fin; la una como camino y movimiento, y la otra
como término de este camino y movimiento”, (Capitulo XII, De algunos avisos que se deben tener en
este santo ejercicio, octavo aviso).
30 Cf. Benedicto XVI, Exchortación apostólica Verbum Domini, Roma, 2010, ns. 83. 86. 31 “La cultura
mediática trae también en su seno contravalores. Y, por consiguiente, exige un espíritu crítico y un sabio
discernimiento”, Vera Ivanese Bonbonatto en su ponencia durante el seminario, Reflexión teológica sobre
las nuevas experiencias de vida apostólica . 32 Ecclesiae Sanctae, II, 25.
8
Lo que decíamos antes hablando de la experiencia de Dios, también ahora lo
podemos decir en relación con la vida fraterna en comunidad: la vida religiosa está
llamada a re-fundarse o refundamentarse y, por supuesto, a revitalizarse, a partir de
una vida fraterna comunitaria significativa evangélicamente hablando. La vida fraterna
en comunidad es, de hecho, uno de los signos más fuertes del amor del Eterno, pero
también el lugar donde se decide y se hace más creíble la renovación de la vida
religiosa. La vida fraterna en comunidad es, al mismo tiempo, una realidad estratégica y
decisiva, tanto desde el punto de vista espiritual y psicológico, como desde el punto de
vista teológico y sociológico, y, en cuanto tal, el aspecto, tal vez más creíble, de la vida
religiosa hoy.
En una cultura que acuna el “egotismo”, el primado de uno mismo, y, como
consecuencia, el individualismo más atroz; en una cultura como la nuestra en la que se
han debilitado los grupos primarios: la pareja, la familia, la aldea e incluso la amistad, la
vida fraterna en comunidad tiene hoy un alto valor testimonial para nuestros
contemporáneos, pues muestra lo más esencial de la vida cristiana: el amor fraterno, y,
precisamente por ello, es, en sí misma, anuncio del Evangelio. Para muchos es la
primera forma de evangelización33.
Formarnos para formar en una vida fraterna en comunidad que sea significativa
La vida fraterna en comunidad es un elemento no sólo esencial en la vida
religiosa, sino también uno de los más atrayentes para muchos jóvenes que se acercan
a ella. Estos buscan en la vida fraterna en comunidad un espacio donde se comparta y
se celebre comunitariamente la fe, y la Palabra de Dios; una espacio que ponga al
centro la persona, multiplicando los espacios de encuentro, y no tanto las estructuras;
un ámbito vital donde se dé la comunidad de bienes y de servicios, así como la misión
compartida; un espacio donde se viva la reconciliación y la corrección fraterna, y donde
cada hermano acompañe el camino de fidelidad de los otros hermanos; un espacio, en
fin, caracterizado por un estilo de vida sencillo34 y abierto al compartir con la gente,
especialmente con los más pobres.
Según estas búsquedas y exigencias de muchos de los más jóvenes que se
acercan a nosotros, y que me parecen del todo razonables, la vida fraterna en
comunidad, significada y alimentada por la Eucaristía, sacramento de unidad y de
caridad, implica la coparticipación material y espiritual, la búsqueda de Dios y de Jesús,
en la oración en común, los intercambios y las interpelaciones fraternas; implica,
también, un discernimiento comunitario continuo que haga posible conservar la
identidad carismática propia, y que aleje a sus miembros de una vida rutinaria y
mediocre.
En este contexto, bien podemos decir que una fraternidad o comunidad que
desee definirse como formativa ha de sentirse llamada a dar una respuesta a las
exigencias anteriormente indicadas y, al mismo tiempo, debe esforzarse por buscar
constantemente los medios adecuados para recrear la comunión, la intercomunicación,
la calidez y la verdad en las relaciones de los miembros entre sí. Una fraternidad o
comunidad que quiera ser formativa debe ser también una comunidad profética,
33 Como se afirmó en el Seminario y subrayó Fr. Mauro Johri, “la credibilidad de la evangelización se
demuestra en el modo de vivir la fraternidad”, cf. M.Johri, ¡De la vida común a la comunión de vida!, en
Theos, Identidad y Profecía. Teología de la vida religiosa hoy, USG, 2011, 88ss. 34 Vera Ivanese
Bonbonatto en la ya citada ponencia durante el seminario, Reflexión teológica sobre las nuevas
experiencias de vida apostólica afirma al respecto: “La búsqueda constante de austeridad y de
radicalidad de vida es una característica distintiva de las nuevas experiencias de vida consagrada
apostólica. ... La austeridad y la radicalidad de vida se expresan en términos de renuncia valiente al
bienestar que la sociedad postmoderna ofrece, y señalan una rupturas con los patrones del consumismo
y del individualismo. Consecuentemente con concebidos como signos proféticos”.
9
una fraternidad-signo, que sepa leer los signos de los tiempos35 y encarnar el
Evangelio de manera concreta y comprensible para la cultura de hoy. Una fraternidad
llamada a formar ha de saberse y sentirse en formación, buscando juntos lo que le
agrada al Señor, aceptándose mutuamente, limitando la propia libertad por la de los
otros, sometiéndose a las exigencias de la vida comunitaria y a las estructuras
indispensables de la fraternidad. Una fraternidad formativa ha de ser, en definitiva,
sacramento de la trascendencia, y, al mismo tiempo, profundamente humana y
humanizante. Para ello han de cultivarse valores como la mutua amistad, la cortesía, el
espíritu jovial, en modo tal que sea estímulo permanente de paz y alegría, colocando
siempre en el centro a Cristo.
Mediaciones formativas para la vida fraterna en comunidad
Para formarnos y formar en la vida fraterna en comunidad es importante prestar
atención a algunas mediaciones que se deducen de cuanto hemos ido indicando. He
aquí las que a mi modo de ver pueden ser consideradas las más importantes.
1. Una de las primeras mediaciones es la vida ordinaria como escuela de
formación. Es la cotidianidad, la ferialidad, y la normalidad el verdadero secreto de la
formación y lo que la hace permanente. Huir de todo ello sería una pura pretensión
pueril y lo que haría del religioso una frustración permanente, tal vez en búsqueda de
coartadas permanentes36.
2.- Otra mediación importantísima es la del conflicto. Aparentemente puede
parecer una contradicción, y sin embargo el conflicto asumido con madurez, lucidez, y
autenticidad, puede ser un elemento formativo importante. Ante los conflictos, la
formación ha de ayudar a los jóvenes y a los adultos a no asumir una reacción de
huída, de acomodación, o de competición, sino que se dé una reacción de
colaboración. Esta última es la de quien no rehúye el conflicto, sino que le presenta
cara, y, al mismo tiempo, y gracias a su actitud fundamentalmente solidaria, es
respetuoso con posturas opuestas a las propias, capaz de diálogo y de colaboración,
buscando con honestidad una salida al conflicto, poniendo en cuestión sus propias
razones37.
Para una reacción así se ha de tener una actitud de diálogo, en cuanto camino
de luz: uno ilumina al otro, intercambiando pequeñas chispas de verdad. Por otra parte,
para que el diálogo sea posible son necesarias dos actitudes: inteligencia interior y
capacidad relacional. Por inteligencia interior entendemos la toma de conciencia de que
toda relación es una prueba tanto para la propia madurez, como para la propia
inmadurez. Esta inteligencia es la que lleva a descubrir lo que cada uno lleva en el
propio corazón. Por capacidad relacional entendemos la capacidad de aprender a
escuchar a los otros en actitud humilde, para llegar a sintonizar con lo que está
viviendo el otro.
3.- Importante, y mucho, es también la comunicación interpersonal. Ésta es el
primer paso para avanzar en la construcción de una auténtica vida fraterna en
comunidad. La comunicación, para que sea una herramienta al servicio de la
construcción de la vida fraterna en comunidad, ha de darse a tres niveles: de lo que
uno hace, de lo que uno piensa y de lo que uno siente. La comunicación es más que un
simple intercambio de ideas o de noticias. Una comunicación cualitativamente profunda
es la que tiene que ver con una situación de encuentro entre personas. Comunicarse
es entrar en relación directa con “otro” al que puedo llamar definitivamente “tú”. Es
encontrarme con un “tú” que me hace más “yo”38.
35 Cf. Gaudium et Spes, 4; VC, 81, Pablo VI, Octogesima adveniens, 1965, 3. 36 Cf. Amadeo Cencini,
“Guardate al futuro...” Perché ha ancora senso consacrarsi a Dio, Ed. Paoline, Milano 2010, 96. 37 Cf.
Luis López Yarto, Relaciones humanas en comunidad. Instrumento de ayuda. Frontera 54, Vitoria 2006,
63ss. 38 Cf. Martín Buber, Yo y Tú, Buenos Aires, 1974;.
10