Tema 92: ¿Quiénes eran los sucesores de
los Apóstoles?
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Cons. Lumen Gentium.
18. Para apacentar el Pueblo de Dios y acrecentarlo siempre, Cristo Señor instituyó en su Iglesia
diversos ministerios, ordenados al bien de todo el Cuerpo. Pues los ministros que poseen la sacra
potestad están al servicio de sus hermanos, a fin de que todos cuantos pertenecen al Pueblo de Dios y
gozan, por tanto, de la verdadera dignidad cristiana, tendiendo libre y ordenadamente a un mismo fin,
alcancen la salvación.
Este santo Sínodo, siguiendo las huellas del Concilio Vaticano I, enseña y declara con él que Jesucristo,
Pastor eterno, edificó la santa Iglesia enviando a sus Apóstoles lo mismo que El fue enviado por el
Padre (cf. Jn 20,21), y quiso que los sucesores de aquéllos, los Obispos, fuesen los pastores en su
Iglesia hasta la consumación de los siglos. Pero para que el mismo Episcopado fuese uno solo e
indiviso, puso al frente de los demás Apóstoles al bienaventurado Pedro e instituyó en la persona del
mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y de comunión [37]. Esta
doctrina sobre la institución, perpetuidad, poder y razón de ser del sacro primado del Romano Pontífice
y de su magisterio infalible, el santo Concilio la propone nuevamente como objeto de fe inconmovible
a todos los fieles, y, prosiguiendo dentro de la misma línea, se propone, ante la faz de todos, profesar y
declarar la doctrina acerca de los Obispos, sucesores de los Apóstoles, los cuales, junto con el sucesor
de Pedro, Vicario de Cristo [38] y Cabeza visible de toda la Iglesia, rigen la casa del Dios vivo.
19. El Señor Jesús, después de haber hecho oración al Padre, llamando a sí a los que El quiso, eligió a
doce para que viviesen con El y para enviarlos a predicar el reino de Dios (cf. Mc 3,13-19; Mt 10,1-
42); a estos Apóstoles (cf. Lc 6,13) los instituyó a modo de colegio, es decir, de grupo estable, al frente
del cual puso a Pedro, elegido de entre ellos mismos (cf. Jn 21,15-17). Los envió primeramente a los
hijos de Israel, y después a todas las gentes (cf. Rm 1,16), para que, participando de su potestad,
hiciesen discípulos de El a todos los pueblos y los santificasen y gobernasen (cf. Mt 28,16-20; Mc 16,
15; Le 24,45-48; Jn 20,21-23), y así propagasen la Iglesia y la apacentasen, sirviéndola, bajo la
dirección del Señor, todos los días hasta la consumación de los siglos (Mt 28,20). En esta misión fueron
confirmados plenamente el día de Pentecostés (cf. Hch 2,1-36), según la promesa del Señor:
«Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos así en
Jerusalén como en toda la Judea y Samaría y hasta el último confín de la tierra» (Hch 1,8). Los
Apóstoles, pues, predicando en todas partes el Evangelio (cf. Mc 16,20), recibido por los oyentes bajo
la acción del Espíritu Santo, congregan la Iglesia universal que el Señor fundó en los Apóstoles y
edificó sobre el bienaventurado Pedro, su cabeza, siendo el propio Cristo Jesús la piedra angular (cf. Ap
21, 14; Mt 16, 18; Ef 2, 20) [39].
20. Esta divina misión confiada por Cristo a los Apóstoles ha de durar hasta él fin del mundo (cf. Mt
28,20), puesto que el Evangelio que ellos deben propagar es en todo tiempo el principio de toda la vida
para la Iglesia. Por esto los Apóstoles cuidaron de establecer sucesores en esta sociedad
jerárquicamente organizada.
En efecto, no sólo tuvieron diversos colaboradores en el ministerio[40], sino que, a fin de que la misión
a ellos confiada se continuase después de su muerte, dejaron a modo de testamento a sus colaboradores
inmediatos el encargo de acabar y consolidar la obra comenzada por ellos [41], encomendándoles que
atendieran a toda la grey, en medio de la cual el Espíritu Santo los había puesto para apacentar la
Iglesia de Dios (cf. Hch 20,28). Y así establecieron tales colaboradores y les dieron además la orden de
que, al morir ellos, otros varones probados se hicieran cargo de su ministerio [42]. Entre los varios
ministerios que desde los primeros tiempos se vienen ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la
Tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados Obispos por una sucesión que se
remonta a los mismos orígenes [43], conservan la semilla apostólica [44]. Así, como atestigua San
Ireneo, por medio de aquellos que fueron instituidos por los Apóstoles Obispos y sucesores suyos hasta
nosotros, se manifiesta [45] y se conserva la tradición apostólica en todo el mundo [46].
Los Obispos, pues, recibieron el ministerio de la comunidad con sus colaboradores, los presbíteros y
diáconos [47], presidiendo en nombre de Dios la grey [48], de la que son pastores, como maestros de
doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros de gobierno [49]. Y así como permanece el oficio que
Dios concedió personalmente a Pedro; príncipe de los Apóstoles, para que fuera transmitido a sus
sucesores, así también perdura el oficio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ejercer de
forma permanente el orden sagrado de los Obispos [50]. Por ello, este sagrado Sínodo enseña que los
Obispos han sucedido [51], por institución divina, a los Apóstoles como pastores de la Iglesia, de modo
que quien los escucha, escucha a Cristo, y quien los desprecia, desprecia a Cristo y a quien le envió (cf.
Lc 10,16) [52].
21. En la persona, pues, de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice
supremo, está presente en medio de los fieles. Porque, sentado a la diestra del Padre, no está ausente la
congregación de sus pontífices [53], sino que, principalmente a través de su servicio eximio, predica la
palabra de Dios a todas las gentes y administra continuamente los sacramentos de la fe a los creyentes,
y por medio de su oficio paternal (cf.1 Co 4,15) va congregando nuevos miembros a su Cuerpo con
regeneración sobrenatural; finalmente, por medio de su sabiduría y prudencia dirige y ordena al Pueblo
del Nuevo Testamento en su peregrinar hacia la eterna felicidad. Estos pastores, elegidos para apacentar
la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1 Co
4,1), a quienes está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rm 15,16; Hch
20,24) y la gloriosa administración del Espíritu y de la justicia (cf. 2 Co 3,8-9).
Para realizar estos oficios tan excelsos, los Apóstoles fueron enriquecidos por Cristo con una efusión
especial del Espíritu Santo, que descendió sobre ellos (cf. Hch 1,8; 2,4; Jn 20,22-23), y ellos, a su vez,
por la imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don espiritual (cf. 1 Tm 4,14; 2
Tm 1,6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal [54]. Enseña, pues, este santo
Sínodo que en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden, llamada, en
la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres, sumo sacerdocio, cumbre del
ministerio sagrado [55]. La consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también
los oficios de enseñar y de regir, los cuales, sin embargo, por su misma naturaleza, no pueden ejercerse
sino en comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del Colegio. Pues según la Tradición, que
se manifiesta especialmente en los ritos litúrgicos y en el uso de la Iglesia tanto de Oriente como de
Occidente, es cosa clara que por la imposición de las manos y las palabras de la consagración se
confiere [56] la gracia del Espíritu Santo y se imprime el sagrado carácter [57], de tal manera que los
Obispos, de modo visible y eminente, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Pontífice, y
actúan en lugar suyo [58]. Pertenece a los Obispos incorporar, por medio del sacramento del orden,
nuevos elegidos al Cuerpo episcopal.
22. Así como, por disposición del Señor, San Pedro y los demás Apóstoles forman un solo Colegio
apostólico, de igual manera se unen entre sí el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, y los Obispos,
sucesores de los Apóstoles. Ya la más antigua disciplina, según la cual los Obispos esparcidos por todo
el orbe comunicaban entre sí y con el Obispo de Roma en el vínculo de la unidad, de la caridad y de la
paz [59], y también los concilios convocados [60] para decidir en común las cosas más importantes
[61], sometiendo la resolución al parecer de muchos [62], manifiestan la naturaleza y la forma colegial
del orden episcopal, confirmada manifiestamente por los concilios ecuménicos celebrados a lo largo de
los siglos. Esto mismo está indicado por la costumbre, introducida de antiguo, de llamar a varios
Obispos para tomar parte en la elevación del nuevo elegido al ministerio del sumo sacerdocio. Uno es
constituido miembro del Cuerpo episcopal en virtud de la consagración sacramental y por la comunión
jerárquica con la Cabeza y con los miembros del Colegio.
El Colegio o Cuerpo de los Obispos, por su parte, no tiene autoridad, a no ser que se considere en
comunión con el Romano Pontífice, sucesor de Pedro, como cabeza del mismo, quedando totalmente a
salvo el poder primacial de éste sobre todos, tanto pastores como fieles. Porque el Romano Pontífice
tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia,
plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente. En cambio, el Cuerpo
episcopal, que sucede al Colegio de los Apóstoles en el magisterio y en el régimen pastoral, más aún,
en el que perdura continuamente el Cuerpo apostólico, junto con su Cabeza, el Romano Pontífice, y
nunca sin esta Cabeza, es también sujeto de la suprema y plena potestad sobre la Iglesia universal [63],
si bien no puede ejercer dicha potestad sin el consentimiento del Romano Pontífice. El Señor estableció
solamente a Simón como roca y portador de las llaves de la Iglesia (Mt 16,18-19) y le constituyó Pastor
de toda su grey (cf. Jn 21, 15 ss); pero el oficio de atar y desatar dado e Pedro (cf. Mt 16,19) consta que
fue dado también al Colegio de los Apóstoles unido a su Cabeza (cf. Mt 18, 18; 28,16-20) [64]. Este
Colegio, en cuanto compuesto de muchos, expresa la variedad y universalidad del Pueblo de Dios; y en
cuanto agrupado bajo una sola Cabeza, la unidad de la grey de Cristo. Dentro de este Colegio los
Obispos, respetando fielmente el primado y preeminencia de su Cabeza, gozan de potestad propia para
bien de sus propios fieles, incluso para bien de toda la Iglesia porque el Espíritu Santo consolida sin
cesar su estructura orgánica y su concordia. La potestad suprema sobre la Iglesia universal que posee
este Colegio se ejercita de modo solemne en el concilio ecuménico. No hay concilio ecuménico si no es
aprobado o, al menos, aceptado como tal por el sucesor de Pedro. Y es prerrogativa del Romano
Pontífice convocar estos concilios ecuménicos, presidirlos y confirmarlos [65]. Esta misma potestad
colegial puede ser ejercida por los Obispos dispersos por el mundo a una con el Papa, con tal que la
Cabeza del Colegio los llame a una acción colegial o, por lo menos, apruebe la acción unida de éstos o
la acepte libremente, para que sea un verdadero acto colegial.