AGROECOLOGÍA PARA LA
SOBERANÍA ALIMENTARIA
Tierra, semillas y territorios libres de violencias
ACCIÓN POR LA BIODIVERSIDAD
Editado por Acción por la Biodiversidad
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Ilustraciones:
María Chevalier (dibujoschevalier@gmail.com)
Edición y corrección:
Nicolás Esperante (nicolasesperante@gmail.com)
Diseño y diagramación:
Sebastián D´Amen (sebastian_damen@hotmail.com)
Impresión:
Altuna Impresores (altunaimpresores@altunaimpresores.com.ar)
Agradecemos el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo con Fondos
del Ministerio Federal de la Cooperación Económica y Desarrollo de
Alemania (BMZ)
Agosto 2020 - Provincia de Buenos, Argentina
AGROECOLOGÍA PARA LA
SOBERANÍA ALIMENTARIA
Tierra, semillas y territorios libres de violencias
La crisis alimentaria a nivel mundial cobra mayor vigencia cada
día. Por un lado, la calidad de los alimentos preocupa a quienes
pueden acceder a ellos; por otro, es cada vez mayor la cantidad
de gente que no accede a una alimentación saludable. Los dos
aspectos de este conflicto comparten una misma raíz: un siste-
ma agroalimentario industrial que se ha desviado del objetivo
de alimentar a los pueblos, para convertirse en un multimillo-
nario negocio que está destruyendo el planeta y la salud de las
personas.
Como respuesta a la crisis generada por el agronegocio surge,
en la década de 1980, la agroecología: una propuesta para resol-
ver integralmente las problemáticas que el propio agronegocio
genera. Hoy, sin embargo, el modelo agroindustrial (inmerso en
una inevitable crisis) pretende reinventarse buscando una ima-
gen que lo desligue de los crímenes que, desde hace décadas,
viene perpetrando contra la naturaleza y los seres humanos.
Agroecología es hoy, entonces, un término en disputa.
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“Agroecología no es solo una forma de
producción sin químicos, es un montón de cosas
más. Es una forma de vida. Es estar vinculado
con el lugar donde uno está, en el lugar de
producción y además en el lugar de venta. Para
todo lo que producimos acá, el principal lugar de
venta es la misma comunidad. No nos ponemos
como objetivo la venta de productos orgánicos
hacia otros lados, sino que queremos que se
aprovechen estos alimentos en nuestra zona.
Creemos en pertenecer a un grupo, creemos
en el trabajo en red y en las relaciones. No
nos interesa estar produciendo en el campo
y desvincularnos de lo que pasa después
con nuestros alimentos, ni tendría sentido
producir sin agrotóxicos para que ese alimento
sea destinado a la clase social que más poder
adquisitivo tiene, ni trasladarlo lejos de donde
estamos. En la agroecología está presente lo
productivo, pero también lo ambiental, lo social,
lo cultural, lo económico, el acceso a la tierra y
tener una mirada colectiva”.
Andrea Tortorolo y Gabriel Arisnabarreta, de Chacra La Bonita,
Saladillo, provincia de Buenos Aires - Argentina.
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Desde las organizaciones campesinas, de productorxs, socioam-
bientales y medios de comunicación alternativos proponemos
una agroecología de base campesina, heredera de 10.000 años de
agricultura, que tiene como objetivo principal la Soberanía Ali-
mentaria de nuestros pueblos. Cuando hablamos de agroecología
de base campesina, creemos esencial tener en cuenta dimensio-
nes sociales, políticas y medioambientales, y no solo las técnicas
o prácticas agronómicas para producir alimentos. Eliminar el
uso de agrotóxicos es central para tener una alimentación sana,
pero hay muchos otros aspectos importantes a tener en cuenta.
No podemos, por ejemplo, pensar en la producción de alimen-
tos sin cuestionar profundamente las condiciones en las que se
producen, y sin reconocer y visibilizar los saberes que hace años
forman parte de los sistemas productivos.
Una agroecología de base campesina debe construirse a partir
de la lucha por el territorio en manos de los pueblos, con circui-
tos de comercialización locales y de intercambio justo, donde
las relaciones no prioricen el negocio, sino la solidaridad, la de-
fensa de los bienes comunes, la biodiversidad y la construcción
de relaciones más justas y espacios libres de violencias.
¿Por qué decimos que el concepto de agroecología está en dis-
puta? Porque, desde hace algunos años, las corporaciones y los
Estados se están apropiando de la palabra agroecología, otor-
gándole un sentido muy distinto. Plantean, sí, la eliminación
del uso de agrotóxicos en la producción; pero no cuestionan el
resto de sus prácticas que son igual de dañinas, como el uso
de maquinaria pesada, la concentración de la tierra, el control
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corporativo de las semillas, las plantaciones de monocultivos
o las relaciones desiguales entre lxs trabajadorxs rurales. De
esta manera se pretende quitar a la agroecología sus múltiples
dimensiones, para reducirla a una técnica uniforme y estanda-
rizada que no cambie la esencia del modelo agrícola dominante.
Es importante resaltar que la agroecología, para estos sectores,
es entendida sólo como un negocio y no como una forma de
alimentar a los pueblos.
A través de este segundo cuadernillo nos proponemos pensar
disparadores que contribuyan a fomentar y enriquecer el de-
bate colectivo. Para esto, nos enfocamos en tres ejes que con-
sideramos esenciales a la hora de pensar una agroecología de
base campesina: la construcción, desde las bases, de un
feminismo campesino acorde a las realidades y ne-
cesidades de los territorios y sus habitantes;
el rescate y la difusión de los conoci-
mientos ancestrales que permitie-
ron preservar y reproducir las se-
millas nativas y criollas durante
generaciones; el reclamo por el
acceso a la tierra por parte de
lxs campesinxs que la trabajan,
con la Reforma Agraria Integral
como única forma de lograrlo.
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CONSTRUCCIÓN DE UN FEMINISMO
CAMPESINO
Cada uno de los alimentos que llega a nuestra mesa está produ-
cido y sostenido por una trama de relaciones sociales. Muchas
veces, estas relaciones están cargadas de violencia y opresio-
nes. La agroecología que queremos apunta a construir vínculos
más justos, más solidarios, más cooperativos, para que todos
los ámbitos de producción y reproducción de la vida sean sos-
tenibles y saludables. Pensar este tipo de relaciones nos lleva,
necesariamente, a pensar en las opresiones instauradas por el
sistema patriarcal; sistema del que también forman parte los
ámbitos rurales.
La realidad de las mujeres está atravesada por múltiples vio-
lencias, de índoles física, económica y simbólica. Ante estas si-
tuaciones, el diálogo y la escucha entre compañeras comenzó
a crecer y a naturalizarse, generando debates y fomentando la
organización como forma de enfrentar estas violencias en for-
ma conjunta. Así, fue quedando en evidencia que lo que le pasa
a una es parte de un relato colectivo que da cuenta de un proble-
ma estructural, y no solo de experiencias individuales.
“Nosotras empezamos trabajando el eje de violencia
pero después empezamos a trabajar otras cuestiones.
Nos fuimos dando cuenta de que la violencia domésti-
ca es producto también de un sistema económico, que
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la agricultura aplica la misma violencia que se ejerce
sobre nosotras, sobre nuestros cuerpos. La agricultura
del agronegocio, la agricultura basada en los agrotó-
xicos, ejerce esa misma violencia sobre la naturaleza y
empezamos a identificarlo en el sistema de producción
de alimentos, desde lo más cotidiano y lo más llano [...]
Nosotras veíamos que el modelo de producción nos en-
venenaba, pero éramos una voz marginada, si bien tra-
bajamos siempre en las quintas [...] Las mujeres traba-
jadoras de la tierra somos mano de obra fundamental
en las quintas y sin embargo, la mayoría de las veces,
somos marginadas de la decisión de cómo producir”.
Rosalía Pellegrini, referente de la Secretaría de Género
de la UTT - Argentina.
La doble carga de tareas que representan el trabajo productivo y
el sostenimiento de las tareas de cuidado, sumada a la desvalori-
zación de los saberes en torno a la salud, al uso de plantas medi-
cinales y al manejo de cultivos que históricamente han realiza-
do, son aspectos que forman parte de un sistema que subordina
a las mujeres, y que se expresa de forma violenta. Afortunada-
mente, esta forma de opresión está siendo cada vez más cuestio-
nada y, poco a poco, reemplazada por nuevas configuraciones.
Teniendo en cuenta este panorama, destacamos el rol de las
mujeres rurales, quienes, históricamente, han cuidado y com-
partido las semillas, los saberes de plantas medicinales, el sue-
lo y la salud a la vez que, paradójicamente, son quienes menos
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participación tienen a la hora de decidir qué producir, cómo
producir y cómo administrar los ingresos que reciben por sus
producciones. Cuando decimos que la agroecología no puede
pensarse de manera aislada, damos cuenta también de este
proceso de visibilización de las desigualdades sufridas por las
mujeres rurales. Hablamos de la urgencia de la plena conquista
de derechos, en defensa de su autonomía, de la biodiversidad y,
en definitiva, de sus saberes.
Es necesario un cambio de paradigma en las relaciones, y con
ello también el cambio en la forma de producir alimentos, car-
gada de violencia y dominación hacia las mujeres y diversida-
des sexuales. Sin lugar a dudas, el feminismo campesino y po-
pular es una respuesta colectiva a estas problemáticas.
“Cuando estamos hablando de feminismo, al igual que
cuando hablamos de soberanía alimentaria, nosotras
hablamos de derechos: de los derechos de las mujeres,
de los derechos de la madre tierra, de los derechos de
campesinas y campesinos. Entonces ¿cómo hacemos
una mixtura, desde nuestros derechos, que nos de un
marco frente a la sociedad a la que aspiramos?”.
Francisca “Pancha” Rodríguez, de ANAMURI - Chile.
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SEMILLAS NATIVAS Y CRIOLLAS
“Si hoy la tierra es uno de los puntos
fundamentales para poder producir, las semillas
vienen inmediatamente después. Sin semillas
no tenemos cómo discutir un nuevo modelo
de agricultura. Ahí los conocimientos técnicos
y científicos junto a las prácticas agrícolas
campesinas son fundamentales. La defensa de
las semillas criollas junto a la lucha contra los
transgénicos fueron centrales para el MPA desde
el inicio”.
Gilberto Schneider del Movimiento de Pequeños Agricultores
(MPA) - Brasil.
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Nuestra historia como pueblos está, en gran parte, relacionada
al camino de las semillas agrícolas, que vienen siendo seleccio-
nadas, mejoradas, conservadas e intercambiadas por las muje-
res desde hace más de 10.000 años. Alrededor de las semillas se
construyeron comunidades, mercados y, más tarde, ciudades.
Decimos que ellas son la base de nuestra alimentación y, por
eso, quien controla la semilla controla toda la cadena de pro-
ducción y comercialización de alimentos.
A partir de la instauración de la agricultura industrial, las se-
millas nativas y criollas y sus saberes están en peligro. Tras la
denominada Revolución Verde -impuesta por el agronegocio en
la década de 1960- se fueron creando mecanismos para que las
familias agricultoras dependan de las semillas corporativas,
bajo el discurso que anunciaba que no era posible alimentar al
mundo sin semillas híbridas o, como las publicitaban, “me-
joradas”. Luego, se las modificó genéticamente para ser “más
productivas”, tóxicas a los insectos, y resistentes a los agrotó-
xicos; lo que permitió a las empresas adueñarse de las semillas
por medio de los derechos de propiedad intelectual, ya sea a
través de leyes de semillas o de su patentamiento.
Cuando decimos que quien controla la semilla controla toda la
cadena de producción de alimentos, hacemos referencia a que,
al convertir la semilla en un eslabón productivo, las corpora-
ciones definen qué se produce y cómo se produce en cada re-
gión, determinando qué alimentos llevamos a nuestras mesas
y a qué precio, desconociendo -además- las prácticas que los
pueblos realizan y realizaron a lo largo de su historia.
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La construcción de una agroecología de base campesina requie-
re que las semillas agrícolas mantengan su camino de la mano
de quienes históricamente las crearon, cuidaron y multiplica-
ron. Para ello es necesario, en primer lugar, que se eliminen
todos los obstáculos que impiden su libre circulación, cultivo y
multiplicación. Pero también es fundamental que se recupere
su valor simbólico, político y cultural, como “corazón de la So-
beranía Alimentaria”.
Las semillas son patrimonio de los pueblos y, por lo tanto, no
pueden pensarse como mercancías. Necesitan del cuidado de
lxs agricultorxs, que son quienes las defienden y quienes, al
compartirlas y sembrarlas, las mantienen vivas. Este cuidado
es una de las estrategias más antiguas de la humanidad; por
eso, las semillas sólo pueden ser libres en tanto y en cuanto los
pueblos y comunidades que las defienden y mantienen puedan
gozar de los bienes que las semillas nos brindan.
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“Nosotros creemos que las semillas son una creación
colectiva que tiene que ver con la historia de los pue-
blos, especialmente de las mujeres. Las semillas que
tenemos hoy son herencias, son un legado que nos han
dejado las comunidades indígenas, campesinas y agri-
cultoras, producto de un largo proceso de domestica-
ción. Millones de guardianas de semillas a lo largo de
miles de años crearon la diversidad de alimentos que
consumimos. Esto parece tan obvio, pero en general, en
la sociedad, las semillas están bastante ocultas. Es una
de las dimensiones ocultas de este capitalismo que hoy
se construye y que tanto daño hace a la naturaleza y a los
pueblos. Nosotros, los que vivenciamos esa relación que
establecimos con la semilla, con la tierra, con el viento,
con la lluvia, sabemos que esa semilla tiene incorpo-
rados todos esos elementos de la naturaleza junto con
conocimientos, afectos, visiones, formas de vida que se
ligan con el ámbito de lo sagrado”.
Alicia González, del Centro Ecuménico de Educación Popular
(CEDEPO) - Argentina.
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ACCESO A LA TIERRA
“Vamos recuperando los saberes campesinos, las
costumbres campesinas, la cultura campesina y
proponiéndolo sobre todo a la juventud [...] Esa
agroecología que nosotros queremos es algo muy
amplio. No sólo es un cuadrito con producción,
sino que tiene que ver con todo lo cultural, con
todos nuestros principios y con poder tener
políticas públicas. La cuestión comunitaria en la
agroecología es central”.
José Cuellar, coordinador de la Escuela de Agroecología del
Movimiento Campesino de Santiago del Estero - Argentina.
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Pensar la producción de alimentos exige, necesariamente, pen-
sar el acceso a la tierra. Los datos del último censo agropecua-
rio (2018) en Argentina, señalan que el 1% de las explotaciones
agropecuarias controla el 36,4% de la tierra, mientras que el
55% de lxs pequeñxs productorxs (con menos de 100 hectáreas)
cuentan con solo el 2,2% de la tierra.
Estas cifras muestran claramente la continuidad y profundiza-
ción de un proceso histórico de concentración de la tierra y des-
plazamiento de población rural que ha ido “vaciando el campo”
y permitiendo que grandes terratenientes (argentinos o extran-
jeros) se apropien de la mayor parte del territorio. Estos datos
dan cuenta de la situación -cargada de violencia y despojo- que
sufren quienes viven y producen en el campo, con la amenaza, a
la orden del día, de ser desplazadxs de sus territorios.
Las familias que cada día trabajan la tierra produciendo los
alimentos que consumimos deben pagar alquileres excesivos y
habitar espacios en condiciones precarias, muchas veces sien-
do expuestas al envenenamiento por agrotóxicos aplicados en
terrenos linderos. Su condición de arrendatarixs, para colmo,
conlleva la imposibilidad de construir una vivienda digna. Por
otro lado las personas que habitan territorios rurales desde
hace décadas, pero no poseen los títulos de propiedad de sus
tierras están expuestas constantemente a desalojos violentos.
En ese sentido, las familias organizadas, lxs pequeñxs produc-
torxs, el movimiento campesino e indígena reclaman una Re-
forma Agraria Integral para la soberanía alimentaria.
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“Planteamos el cambio del modelo productivo: salir del
envenenamiento con agrotóxicos para pasar a la pro-
ducción sobre la base de la agroecología. Pero no hay
soberanía alimentaria sin acceso a la tierra, que se sim-
boliza en la bandera de la Reforma Agraria Integral”.
Miryam Gorban, referente de la Cátedra Libre de Soberanía
Alimentaria de la Facultad de Medicina de la UBA.
Para que exista un verdadero acceso a la tierra -condición ne-
cesaria para la producción agroecológica y para la construcción
de soberanía alimentaria- es necesario iniciar un proceso de
Reforma Agraria Integral, entendida en el sentido amplio en
que lo plantea La Vía Campesina: dando cuenta de las relaciones
que se dan en el territorio para acceder a condiciones de vida
digna en el campo. En este sentido, la reforma que se propone
debe tener en cuenta las necesidades de los pueblos, sus formas
culturales y su organización.
“El trabajo de la soberanía alimentaria como dimensión
política es esencial en la agroecología, lo mismo que la
Reforma Agraria. Sin tierra tenemos que luchar por la
Reforma Agraria, y sin agroecología no podemos conce-
bir la producción de alimentos sanos y para el pueblo”.
Marta Greco, coordinadora de la Escuela Campesina de
Agroecología (UST-MNCI Somos Tierra) - Argentina.
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Como cierre a este material (y dejando abiertos los debates)
compartimos la firme idea de que, desde las organizaciones, te-
nemos que defender a la agroecología de base campesina, aque-
lla que retoma la agricultura que practican los pueblos desde
hace miles de años. Lxs invitamos a apropiarnos de esa agro-
ecología, y a ligarla a la lucha de lxs que producen alimentos en
nuestro país, con el objetivo de seguir pensando en la recupera-
ción de saberes, en la vuelta al campo, en la comercialización a
través de mercados locales, en las juventudes. ¡Porque no puede
haber agroecología si no hay vida digna, y sin territorio en ma-
nos de los pueblos!
“Podemos decir que el presente nos encuentra orga-
nizadxs, con semilla en la mano, con compañeras em-
poderadas, brotando y rebrotando por todos lados,
despacito pero sin pausa, listxs para avanzar sobre los
periurbanos de nuestros pueblos, con un agronegocio al
que cada vez le cuesta más esconder el saqueo y el en-
venenamiento. Porque somos parte de cientos de voces
y corazones que defienden la Madretierra, y que están
sosteniendo sus procesos en sus territorios. Porque el
desvío a la raíz es inminente. Así nos enseñaron nues-
tras papay (abuelitas) en un Wiñoy Tripantu, cuando la
Madretierra vuelve a comenzar el ciclo vital de la vida”.
Jeremías Chauque, de Desvío a la Raíz - Argentina.
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• Las citas textuales de este cuadernillo pertenecen a entre-
vistas de la serie #QuéAgroecologíaNecesitamos, que reco-
ge experiencias de productorxs, organizaciones campesinas y
socioambientales, y medios de comunicación alternativos. Las
entrevistas forman parte del cuadernillo “Construyendo una
agroecología para alimentar a los pueblos” que está disponible
en www.biodiversidadla.org
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BIODIVERSIDAD EN AMÉRICA LATINA Y EL CARIBE:
WWW.BIODIVERSIDADLA.ORG
Acción por la Biodiversidad, organización no gubernamental argentina,
forma parte de la Alianza Biodiversidad, que produce Biodiversidad en
América Latina y el Caribe: www.biodiversidadla.org y edita colectiva-
mente la revista trimestral Biodiversidad, sustento y culturas.
@biodiversidadla @biodiversidadla
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@biodiversidadla
“La agroecología va a ir creciendo, sin dudas.
Tenemos que definir qué agroecología queremos,
para qué y para quiénes. Para alimentar a los
pueblos y no a los negocios. Y para eso tiene que
haber acceso a la tierra y desarrollo local. Lo bueno,
y es algo que también se ve en los encuentros,
es que esto no termina acá. No hay un par de
referentes y ‘se terminó’. Todo el tiempo se está
construyendo desde abajo: desde las facultades
y desde los pueblos. Hay cada vez más chicos y
chicas que se interiorizan y participan. Desde el
punto de vista ecológico y ambiental no somos la
misma sociedad que hace veinte años. Por eso, y sin
desmerecer lo que tenemos enfrente, creemos que el
futuro viene bien”.
Andrea Tortorolo y Gabriel Arisnabarreta, de Chacra La Bonita,
Saladillo, provincia de Buenos Aires - Argentina.
CON APOYO DE