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6 Fábulas PDF

1) Un perro bebe agua del Nilo mientras camina y un cocodrilo le advierte que beba quieto, a lo que el perro responde que sería peligroso esperar a que el cocodrilo lo ataque. 2) Un ratón es atrapado por un león pero lo perdona cuando lo implora. Más tarde, el león queda atrapado en una red y el ratón lo libera. 3) Un cuervo se jacta de su canto frente a una zorra para presumir su queso, pero la zorra apro

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6 Fábulas PDF

1) Un perro bebe agua del Nilo mientras camina y un cocodrilo le advierte que beba quieto, a lo que el perro responde que sería peligroso esperar a que el cocodrilo lo ataque. 2) Un ratón es atrapado por un león pero lo perdona cuando lo implora. Más tarde, el león queda atrapado en una red y el ratón lo libera. 3) Un cuervo se jacta de su canto frente a una zorra para presumir su queso, pero la zorra apro

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FÁBULA DE SAMANIEGO 

 
1.- El perro y el cocodrilo 
 
Bebiendo un ​perro​ en el Nilo,
al mismo tiempo corría.
- ¡Bebe quieto! -le decía
un taimado ​cocodrilo​.

Díjole el ​perro​ prudente:


- Dañoso es beber y andar;
pero ¿es sano el aguardar
a que me claves el diente​?
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2.- El león y el ratón 
Estaba un ratoncillo aprisionado en las garras de un león; el desdichado en tal ratonera no fue
preso por ladrón de tocino ni de queso, sino porque con otros molestaba al león, que en su retiro
descansaba.

Pide perdón, llorando su insolencia. Al oír implorar la real clemencia, responde el rey en majestuoso
tono: -¡Te perdono!
Poco después, cazando el león tropieza en una red oculta en la maleza.
Quiere salir; más queda prisionero. Atronando la selva, ruge fiero. El libre ratoncillo, que lo siente,
corriendo llega, roe diligente los nudos de la red, de tal manera que al fin rompió los grillos de la fiera.
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3.- La zorra y el cuervo 


La zorra salió un día de su casa para buscar qué comer. Era mediodía y no se había desayunado.
Al pasar por el bosque vio al cuervo, que estaba parado en la rama de un árbol y tenía en el pico un
buen pedazo de queso. La zorra se sentó debajo del árbol, mirando todo el tiempo al cuervo, y le dijo
estas palabras:
-Querido señor cuervo, ¡qué plumas tan brillantes y hermosas tiene usted! ¡Apenas puedo creerlo!
Nunca he visto nada tan maravilloso. Me gustaría saber si su canto es igual de bonito, porque
entonces no habrá duda que es usted el rey de todos los que vivimos en el bosque.
El cuervo, muy contento de oír esas alabanzas, y con muchas ganas de ser el rey del bosque,
quiso demostrarle a la zorra lo hermoso de su canto.
Abrió, pues, el pico y cantó así:
-¡Crrac!
La zorra se tapó las orejas, pero abrió bien el hocico para atrapar el queso que el cuervo dejó caer
al abrir el pico. Lo atrapó, lo masticó despacio, lo saboreó, se lo tragó, y le dijo al cuervo:
-Muchísimas gracias, señor cuervo. ¡Qué sabroso desayuno!
La zorra se fue, relamiéndose los bigotes, y el cuervo se quedó muy pensativo.

Jean de la Fontaine – Francia


4.- La liebre y la tortuga​ (Esopo)
En el mundo de los animales vivía una liebre muy orgullosa, porque ante todos decía que era la
más veloz. Por eso, constantemente se reía de la lenta tortuga.
-¡Miren la tortuga! ¡Eh, tortuga, no corras tanto que te vas a cansar de ir tan de prisa! -decía la liebre
riéndose de la tortuga.
Un día, conversando entre ellas, a la tortuga se le ocurrió de pronto hacerle una rara apuesta a la
liebre.
-Estoy segura de poder ganarte una carrera -le dijo.
-¿A mí? -preguntó, asombrada, la liebre.
-Pues sí, a ti. Pongamos nuestra apuesta en aquella piedra y veamos quién gana la carrera.
La liebre, muy divertida, aceptó.
Todos los animales se reunieron para presenciar la carrera. Se señaló cuál iba a ser el camino y la
llegada. Una vez estuvo listo, comenzó la carrera entre grandes aplausos.
Confiada en su ligereza, la liebre dejó partir a la tortuga y se quedó remoloneando. ¡Vaya si le
sobraba el tiempo para ganarle a tan lerda criatura!
Luego, empezó a correr, corría veloz como el viento mientras la tortuga iba despacio, pero, eso sí,
sin parar. Enseguida, la liebre se adelantó muchísimo. Se detuvo al lado del camino y se sentó a
descansar.
Cuando la tortuga pasó por su lado, la liebre aprovechó para burlarse de ella una vez más. Le dejó
ventaja y nuevamente emprendió su veloz marcha.
Varias veces repitió lo mismo, pero, a pesar de sus risas, la tortuga siguió caminando sin detenerse.
Confiada en su velocidad, la liebre se tumbó bajo un árbol y ahí se quedó dormida.
Mientras tanto, pasito a pasito, y tan ligero como pudo, la tortuga siguió su camino hasta llegar a la
meta. Cuando la liebre se despertó, corrió con todas sus fuerzas pero ya era demasiado tarde, la tortuga
había ganado la carrera.
Aquel día fue muy triste para la liebre y aprendió una lección que no olvidaría jamás: No hay que
burlarse jamás de los demás. También de esto debemos aprender que la pereza y el exceso de
confianza pueden hacernos no alcanzar nuestros objetivos.

5.- La zorra y las uvas

La vieja y taimada zorra estaba decepcionada. Durante todo el día había


merodeado tristemente por los densos bosques y subido y bajado a las colinas, peró. ..
¿de qué le había servido? No hallaba un solo bocado; ni siquiera un ratón de campo.
Cuando lo pensaba -y se estaba sintiendo tan vacía por dentro que casi no podía pensar
en otra cosa-, llegó a la conclusión de que nunca había tenido más hambre en su vida.
Además, sentía sed..., una sed terrible. Su garganta estaba reseca.
En ese estado de ánimo. dio la vuelta a un muro de piedra y se encontró con algo
que le pareció casi un milagro. Allí. frente a ella, había un viñedo lleno de racimos de
frescas y deliciosas uvas, que sólo esperaban que las comiesen. Eran grandes y
jugosas e impregnaban el aire con su fragancia.
La zorra no perdió el tiempo. Corrió, dio un salto y trató de asir la rama más baja,
con sus hambrientas mandíbulas ... ¡pero no llegó a alcanzarla! Volvió a saltar, esta vez
a una altura algo mayor, y tampoco pudo atrapar con los dientes una sola uva. Cuando
fracasó por tercera vez, se sentó por un momento y, con la reseca lengua colgándole,
miró las docenas y docenas de ramas que pendían fuera de su alcance.
El espectáculo era insoportable para una zorra famélica, y saltó y volvió a saltar,
hasta que sintió mareos. Necesitó mucho tiempo, pero, por fin, comprendió que las uvas
estaban tan fuera de su alcance... como las estrellas del cielo. Y no le quedó más
recurso que batirse en retirada.
-¡Bah! -murmuró para sí- ¿Quién necesita esas viejas uvas agusanadas? Están
verdes..., sí, eso es lo que pasa. ¡Verdes! Por nada del mundo las comería.
-¡Ja, ja! -dijo el cuervo, que había estado observando la escena desde una rama
próxima- ¡Si te dieran un racimo, veríamos si en verdad las uvas te parecían verdes!

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6.- La cigarra y la hormiga

El invierno sería largo y frío. Nadie sabía mejor que la hormiga lo mucho que se
había afanado durante todo el otoño, acarreando arena y trozos de ramitas de aquí y
de allá. Había excavado dos dormitorios y una cocina flamantes, para que le sirvieran
de casa y, desde luego, almacenado suficiente alimento para que le durase hasta la
primavera. Era, probablemente, el trabajador más activo de los once hormigueros que
constituían la vecindad.
Se dedicaba aún con ahínco a esa tarea cuando, en las últimas horas de una
tarde de otoño, una aterida cigarra, que parecía morirse de hambre, se acercó
renqueando y pidió un bocado. Estaba tan flaca y débil que, desde hacía varios días,
sólo podía dar saltos de un par de centímetros. La hormiga a duras penas logró oír su
trémula voz.
—¡Habla! —dijo la hormiga—. ¿No ves que estoy ocupada? Hoy sólo he
trabajado quince horas y no tengo tiempo que perder.
Escupió sobre sus patas delanteras, se las restregó y alzó un grano de trigo que
pesaba el doble que ella. Luego, mientras la cigarra se recostaba débilmente contra
una hoja seca, la hormiga se fue de prisa con su carga. Pero volvió en un abrir y
cerrar de ojos.
—¿Qué dijiste? —preguntó nuevamente, tirando de otra carga—. Habla más
fuerte.
—Dije que... ¡Dame cualquier cosa que te sobre! —rogó la cigarra—. Un bocado
de trigo, un poquito de cebada. Me muero de hambre.
Esta voz la hormiga cesó en su tarea y, descansando por un momento, se secó
el sudor que le caía de la frente.
—¿Qué hiciste durante todo el verano, mientras ye trabajaba? —preguntó.
—Oh... No vayas a creer ni por un momento que estuve ociosa —dijo la cigarra,
tosiendo—. Estuve cantando sin cesar. ¡Todos los días!
La hormiga se lanzó como una flecha hacia otro grano de trigo y se lo cargó al
hombro.
—Conque cantaste todo el verano —repitió—. ¿Sabes qué puedes hacer?
Los consumidos ojos de la cigarra se iluminaron.
—No —dijo con aire esperanzado—. ¿Qué?
—Por lo que a mí se refiere, puedes bailar todo el invierno —replicó la hormiga.
Y se fue hacia el hormiguero más próximo..., a llevar otra carga.

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