[go: up one dir, main page]

0% encontró este documento útil (0 votos)
135 vistas22 páginas

Misterio de Dios Clase 3

Este documento resume la enseñanza de la Sagrada Escritura sobre el misterio de Dios en tres partes: 1) El Dios único y trascendente en el Antiguo Testamento, incluyendo su singularidad, personalidad y creación. 2) Los rasgos del Dios de la Alianza como ser personal que se revela y habla. 3) La continuidad del Dios del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento a través de Jesucristo.

Cargado por

Ignatius Mariae
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
0% encontró este documento útil (0 votos)
135 vistas22 páginas

Misterio de Dios Clase 3

Este documento resume la enseñanza de la Sagrada Escritura sobre el misterio de Dios en tres partes: 1) El Dios único y trascendente en el Antiguo Testamento, incluyendo su singularidad, personalidad y creación. 2) Los rasgos del Dios de la Alianza como ser personal que se revela y habla. 3) La continuidad del Dios del Antiguo Testamento en el Nuevo Testamento a través de Jesucristo.

Cargado por

Ignatius Mariae
Derechos de autor
© © All Rights Reserved
Nos tomamos en serio los derechos de los contenidos. Si sospechas que se trata de tu contenido, reclámalo aquí.
Formatos disponibles
Descarga como DOCX, PDF, TXT o lee en línea desde Scribd
Está en la página 1/ 22

TEOLOGÍA DOGMÁTICA I: MISTERIO DE DIOS

Año académico 2020; materia anual


UNIDADES III, V & VI
Lic. Fr. Fernando M. Reta, O.P.
UNIDAD III

C. El Misterio de Dios en la Sagrada Escritura. 1. El Dios único y trascendente en el


Antiguo Testamento: singularidad de la doctrina veterotestamentario en torno a Dios; Dios
como ser personal; creación, trascendencia divina y conocimiento natural/revelado de Dios.
2. Los rasgos del Dios de la Alianza. 3. La continuidad del Dios de la Antigua Alianza en el
Nuevo Testamento.

El Misterio de Dios en la Sagrada Escritura


1. El Dios único y trascendente en el Antiguo Testamento
La doctrina cristiana sobre Dios tiene una larga historia, ya que hunde sus raíces en las
enseñanzas del A. T. En efecto, cuando Jesús habla de su Dios 1 o de su Padre2, se está refiriendo
al Dios de su pueblo, el Pueblo de Israel, es decir, al Dios en quien cree y adora 3. Éste es el Dios
de Abraham, de Isaac y de Jacob (cf. Mt 22, 32). La Carta a los Hebreos se refiere al mismo
Dios diciendo: «Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres
por medio de los Profetas en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien
instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos» (Hb 1, 1-2).
A su vez, el Dios al que se refiere el A.T. es, antes que nada, el Dios en quien esperan los
padres4, el que intervino tantas veces en favor de Israel. Se trata de un ser personal que no es un
«descubrimiento» humano, sino que es Alguien que ha salido al encuentro del hombre y que ha
hablado a Israel revelando su voluntad y manifestándole sus designios 5. Este Dios se ha revelado
a Sí mismo y como resultado de esa revelación a su pueblo, éste lo ha acogido.
La Sagrada Escritura, el concepto de Dios contenido en ellas se ha ido forjando en
sucesivos encuentros entre Dios y los hombres, es decir, en la conjunción entre la auto-
manifestación de Dios y la acogida de los hombres 6. Nuestra atención no se centrará sobre
1
«Esto mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si no perdonáis de corazón cada uno a vuestro hermano» (Mt
18, 35).
2
«Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo» (Jn 17,
3).
3
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 41.
4
«a Ti clamaron, y salieron salvos, en ti esperaron, y nunca quedaron confundidos» (Sal 22, 5).
5
«Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho en amor y en compasión, te
desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahveh.» (Os 2, 1-2).
6
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 41.

1
cómo fue desarrollándose la comprensión del misterio de Dios por parte del Pueblo de Israel,
sino en cuáles son los rasgos fundamentales que Dios ha manifestado de Sí mismo, tal y
como han quedado plasmados en la Sagrada Escritura7. Podemos, entonces, presentar una
síntesis de la enseñanza sagrada en torno a ese Dios único que se ha manifestado a los hombres,
primero parcialmente, y luego con toda plenitud en Jesucristo8.
Desde Abraham a San Pablo, pasando por Moisés y los Profetas, el Dios del que nos
habla la Sagrada Escritura es siempre Aquel que llamó a los Patriarcas para constituirse un
pueblo de su elección y que, para poder realizar esta elección, «en un principio creó el cielo y la
tierra» (Gn 1, 1). persiguiendo incansablemente su designio de acercamiento a los hombres.
Cristo nos redimió para que la bendición de Abraham, en quien fueron benditas todas las
naciones de la tierra, se extendiese a todas las gentes en Jesucristo y por la fe recibamos la
promesa del Espíritu Santo9.
a. Singularidad de la doctrina veterotestamentaria en torno a Dios
De entre todos los pueblos de la tierra, Israel se nos presenta con personalidad única y
singularísima en los que se refiere a la cuestión de Dios. Lo que le da fuerza y unidad al A. T. es
la afirmación de la soberanía de Dios; Dios está siempre por encima de todas las cosas y de
todos los acontecimientos, y es, también, el fundamento de toda la creación10.
Según el A. T., el Pueblo de Israel debe su existencia a la libre elección divina, pueblo
que es el portador de la Promesa mesiánica. Es Dios quien ha decidido establecer su Alianza con
dicho pueblo y la ha llevado a cabo. El A. T. se nos muestra como una revelatio in fieri, es decir,
como una revelación progresiva que Dios hace de su voluntad, de sus designios y, al hacerla,
revela algunos rasgos de cómo es Él mismo11.
Ya desde los relatos del Libro del Génesis se destaca la distancia existente entre Dios y el
mundo: el mundo ha sido creado por Dios en un comienzo, «en el principio» (Gn 1, 1). Dios, que
es su creado, no tiene principio ni fin. Dios ni está al mismo nivel que el mundo creado, ni puede
confundirse con él, pero esta distinción no significa lejanía o ausencia, al contrario, el Dios que
se revela a Israel es un Dios íntimamente relacionado con el mundo, con el hombre y con su
historia12.
La Alianza constituye el hecho central de la reflexión veterotestamentaria. Tanto la
creación como la providencia divina están relacionados con la Alianza. Hasta los seres
inanimados llega la bendición de los tiempos mesiánicos13, cuya finalidad última es la salvación
7
Cf. Ibíd., p. 42.
8
Cf. Ibíd.
9
Cf. Ibíd.
10
Cf. Ibíd.
11
Cf. A. DEISSLER, «El Dios del Antiguo Testamento», en J. RATZINGER (ed.), Dios como problema, Madrid
1973, p. 60, en L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 43.
12
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 43.
13
«Mientras dure la tierra, sementera y siega, frío y calor, verano e invierno, día y noche, no cesarán» (Gn 8, 22) y
«serán sus hijos como antes, su comunidad ante mí estará en pie, y yo visitaré a todos sus opresores. Será su
soberano uno de ellos, su jefe de entre ellos saldrá, y le haré acercarse y él llegará hasta mí, porque ¿quién es el que
se jugaría la vida por llegarse hasta mí? - oráculo de Yahveh -. Y vosotros seréis mi pueblo, y yo seré vuestro Dios.

2
de la humanidad, comenzando por Israel. Cuando habla de la salvación otorgada en Cristo, San
Pablo también se referirá a la criatura material, que «la creación entera gime hasta el presente y
sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu,
nosotros mismos gemimos en nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo. esperando
la manifestación de los hijos de Dios» (Rm 8, 20-21). Éste era el plan salvador establecido desde
el principio en Cristo, pues «todo fue creado por Él y para Él; Él es anterior a todo y todo
subsiste en Él» (Col 1, 16-17)14.
La Sagrada Escritura comienza con lo que podría llamarse un prólogo de once capítulos
(Gn 1-11), que narra la creación del mundo y el exordio (introducción, preámbulo de una obra o
discurso) de la historia. En él, el principal dilema de la historia es la aceptación o rechazo de
Dios por parte del hombre. Por parte de Dios, esta relación del hombre con Dios es descrita
como acercamiento, llamada, elección15, y así se pone de manifiesto en la Alianza establecida
en el Sinaí (cf. Ex 19-24).
Dios se revela actuando, salvando, liberando. Su palabra es omnipotente y creadora 16;
es eficaz, no vuelve a Él vacía 17. Esta efectividad de la Palabra divina viene acompañada por otro
rasgo esencial en el concepto escriturístico de Dios: Yahvé no es un ser caprichoso y
arbitrario, sino que es Alguien de quien uno puede fiarse siempre; Él es eternamente fiel. La
alianza con Yahvé es, sobre todo, una promesa, en la que se incluyen unas claras exigencias
éticas. No se cree en Dios como verdad teorética, sino que, antes que nada, se confía en Él como
fuerza providente y Señor de la historia; se cree que Él salvará al pueblo y a la historia18.
La enseñanza bíblica en torno a Dios excluye además la idea de que existe una relación
natural entre el dios nacional y sus adoradores, ya sea una especie de parentesco de sangre o una
vinculación con el país, que ligue al dios con sus habitantes. La religión de Israel es una
religión de elección de parte de Yahvé, por eso se la distingue de las demás religiones
naturales, por ejemplo, que sostenían los pueblos vecinos de Israel.
b. Los Nombres de Dios
Dios trasciende todo conocimiento y, en consecuencia, trasciende toda palabra que pueda
ser dicha sobre Él. Pero, a la vez, si no se le pudiese atribuir ningún nombre, Dios se nos
presentaría como una fuerza anónima e impersonal, incapaz de ser invocado con un nombre
concreto. Por consiguiente, la cuestión del nombre de Dios es, pues, inseparable de la
Mirad que una tormenta de Yahveh ha estallado, un torbellino remolinea: sobre la cabeza de los malos descarga. No
ha de apaciguarse el ardor de la ira de Yahveh hasta que la ejecute, y realice los designios de su corazón. En días
futuros os percataréis de ello» (Jr 33, 20-24).
14
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 44.
15
Se ve en Noé « He aquí que yo establezco mi alianza con vosotros, y con vuestra futura descendencia, y con toda
alma viviente que os acompaña: las aves, los ganados y todas las alimañas que hay con vosotros, con todo lo que ha
salido del arca, todos los animales de la tierra…» (Gn 9, 9-17) y en Abraham « Y, puesto ya el sol, surgió en medio
de densas tinieblas un horno humeante y una antorcha de fuego que pasó por entre aquellos animales partidos» (Gn
15, 17).
16
«Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz» (Gn 1, 2).
17
«Así será mi palabra, la que salga de mi boca, que no tornará a mí de vacío, sin que haya realizado lo que me
plugo y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55, 11).
18
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 44.

3
consideración de Dios como ser personal. En efecto, al revelar su nombre, Dios entra
definitivamente en la historia humana como un ser personal al que se puede invocar19.
La Sagrada Escritura da una gran importancia al nombre de Dios. Así se muestra en la
solemnidad con que se presenta la revelación del nombre de Dios en el monte Horeb20; también
en el Decálogo21, donde se prohíbe utilizar el nombre de Dios en vano; o en el Padrenuestro22,
donde Jesucristo coloca como primera petición el que sea santificado el nombre del Padre que
está en los cielos.
Las cualidades que acompañan el nombre de Dios muestran hasta qué punto, en el
pensamiento bíblico, el nombre se identifica con el mismo Dios. Por lo tanto, el nombre de Dios
es santo23, grande y terrible24, incomunicable25 –no conviene a ningún otro sino solamente a
Dios--, y es poderoso. Los profetas hablan en nombre de Dios ya que hablan como enviados de
Dios a los hombres26. Incluso Jesucristo no habla más que en nombre de su Padre27.
El nombre propio del Dios de Israel es Yahvé (YHWH), pero hay otras formas
complementarias de designar a Dios. Entre ellas están: El Sadday (Dios omnipotente)28, El Olam,
(Dios Eterno)29, El Elyon (Dios Altísimo)30, y Adonai (Señor)31. «El» (en lengua hebrea) es el
nombre genérico de cualquier dios en la Biblia. Se trata del término común a todas las lenguas
19
«Dios se reveló a su pueblo Israel dándole a conocer su nombre. El nombre expresa la esencia, la identidad de la
persona y el sentido de la vida. Dios tiene un nombre. No es una fuerza anónima. Comunicar su nombre es darse a
conocer a los otros. Es, en cierta manera, comunicarse a Sí mismo haciéndose accesible, capaz de ser íntimamente
conocido y de ser invocado personalmente» (CEC, n. 203).
20
«Contestó Moisés a Dios: «Si voy a los israelitas y les digo: “El Dios de vuestros padres me ha enviado a
vosotros”; cuando me pregunten: “¿Cuál es su nombre?”, ¿qué les responderé? Dijo Dios a Moisés: “Yo soy el que
soy”. Y añadió: “Así dirás a los israelitas: ‘Yo soy’ me ha enviado a vosotros”» (Ex 3, 13-14).
21
«No tomarás en falso el nombre de Yahveh, tu Dios; porque Yahveh no dejará sin castigo a quien toma su nombre
en falso» (Ex 20, 7).
22
«Vosotros, pues, orad así: “Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre”» (Mt 6, 9).
23
«Ha enviado redención a su pueblo, ha fijado para siempre su alianza; santo y temible es su nombre» (Sal 111, 9).
24
«Pero vosotros lo profanáis, cuando decís: ¡La mesa del Señor es impura, y despreciables sus alimentos. ¡Maldito
el tramposo que tiene macho en su rebaño, pero que promete en voto y sacrifica al Señor bestia defectuosa! ¡Que yo
soy un gran Rey, dice Yahveh Sebaot, y mi Nombre es terrible entre las naciones!» (Mal 1, 11.14).
25
«De aquí provino la asechanza que se le tendió a la vida: que, víctimas de la desgracia o del poder de los
soberanos, dieron los hombres a piedras y leños el Nombre incomunicable» (Sb 14, 21).
26
«Si alguno no escucha mis palabras, las que ese profeta pronuncie en mi nombre, yo mismo le pediré cuentas de
ello» (Dt 18, 19). Idem Jos 9, 9; Mt 7, 22; Lc 24, 47.
27
«Yo he venido en nombre de mi Padre, y no me recibís; si otro viene en su propio nombre, a ése le recibiréis» (Jn
5, 43) y «Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son
las que dan testimonio de Mí» (Jn 10, 25).
28
«Cuando Abram tenía 99 años, se le apareció Yahveh y le dijo: «Yo soy El Sadday, anda en mi presencia y sé
perfecto» (Gn 17, 1). Idem (Gn 28, 3), (Ex 6, 3).
29
«Abraham plantó un tamarisco en Berseba en invocó allí el nombre de Yahveh, Dios eterno. Abraham estuvo
residiendo en el país de los filisteos muchos años.» (Gn 21, 33).
30
«Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo. y le bendijo
diciendo: “¡Bendito sea Abraham del Dios Altísimo, creador de cielos y tierra y bendito sea el Dios Altísimo, que
entregó a tus enemigos en tus manos!”. Y le dio Abraham el diezmo de todo. Dijo luego el rey de Sodoma a
Abraham: “Dame las personas, y quédate con la hacienda”. Pero Abram dijo al rey de Sodoma: “Alzo mi mano ante
el Dios Altísimo, creador de cielos y tierra”» (Gn 14, 18-22).
31
«“Porque es muy poca cosa todo sacrificio de calmante aroma, y apenas es nada la grasa para serte ofrecida en
holocausto. Mas quien teme al Señor será grande para siempre”» (Jdt 16, 16).

4
semitas para designar a la divinidad, entendida como poder supra-terreno y sirve para designar
a la divinidad es su acepción más amplia y primitiva entre los semitas. Se podría decir que
significa algo como «energía inteligente», que pertenece a una misteriosa esfera superior y que
puede actuar sobre las cosas y sobre los hombres. Entre los politeístas, «El» era el término usado
para designar al ser divino en general o al dios principal de su panteón, mientras que entre los
monoteístas el termino se usaba para designar al Dios único32.
El Antiguo Testamento utiliza también el término hebreo «Elohim» para referirse a Dios.
Es un nombre que se puede encontrar aplicado tanto al Dios verdadero como a los dioses
falsos; se trata de una forma plural, aunque con ella se designe muchas veces al Dios único en
una forma que se suele entender como plural mayestático o plural de grandeza. «Elohim» casi
siempre designa al Dios verdadero y en este caso viene precisado de diversas formas: con un
artículo: Yahvé es el verdadero Elohim33 o con un complemento: el Elohim de Abraham34.
«Yahvé» es el nombre propio del Dios de los israelitas. Consta de cuatro caracteres, en
castellano, letras: YHWH. Las nociones de santidad, trascendencia, unicidad y salvación
están unidas indisolublemente a este nombre como atributos propios y exclusivos de Él. En los
ambientes judíos, la denominación Adonai (el Señor) se convierte en sinónimo de Yahvé, puesto
que es lo que se dice, cuando se debe leer el tetragrammaton. El Libro del Éxodo dice que Yahvé
es el nombre que Dios revela a Moisés en la teofanía de la zarza ardiendo (cf. Éx 3, 13-15). Dios
llama a Moisés desde una zarza que arde sin consumirse y le dice: «Yo soy el Dios de tus padres,
el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob» (Ex 3, 6). Por tanto, el Dios que ahora
llama a Moisés es el mismo que llamó a los padres; es el Dios fiel y compasivo que se acuerda
de ellos y de sus promesas y viene a liberar a sus descendientes de la esclavitud35.
El centro del relato de Moisés y la zarza ardiendo se encuentra precisamente en el
nombre que Dios revela a Moisés –YHWH—y en el significado que entraña. Se trata de un
nombre relacionado con el concepto de ser o existencia, y que se suele traducir por «Yo soy el
que soy» o «Yo soy» o «Yo soy el que es», o también «Yo soy el que Yo soy» o, incluso «Yo
seré el que seré». Los israelitas utilizan dicho nombre en tercera persona: «El que es»36.
La fórmula «Yo soy el que soy» expresa una existencia que se manifiesta activamente, es
un ser eficaz. El nombre propio de Dios revelado a Moisés implica de una forma u otra la
eficacia de la ayuda divina: Yo estaré contigo. Dios es el que es por sí mismo, por oposición a
todo ser contingente, que no existe por sí mismo, y por oposición a los dioses de las naciones
que «no son nada». Así se interpreta la traducción de los LXX, tomando el verbo «es»
significando el ser el sentido absoluto. También lo entiende así el Libro de la Sabiduría, que
llama a Dios «ton onta», es decir, «el que es» (Sb 13, 1)37.
32
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, pp. 48-49.
33
«A ti se te ha dado a ver todo esto, para que sepas que Yahveh es el verdadero Dios y que no hay otro fuera de él»
(Dt 4, 35).
34
«diciendo: “Bendito sea Yahveh, el Dios de mi señor Abraham, que no ha retirado su favor y su lealtad para con
mi Señor. Yahveh me ha traído a parar a casa del hermano de mi Señor”» (Gn 24, 27).
35
L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 49.
36
Cf. Ibíd., p. 50.
37
Cf. Ibíd., p. 51.

5
El nombre de Yahvé es un nombre misterioso en la medida en que, al mismo tiempo que
se afirma su relación con el ser o el estar, no se añade ningún rasgo que caracterice ese ser o
estar. Pero es el ser o estar propio de alguien, por eso en la Biblia de los LXX se le designa en
masculino (ho on, el que es), y no en neutro (to on, lo que es)38.
En el pasaje del Éxodo39 se insiste en la identidad del Dios que habla a Moisés desde la
zarza ardiente con el Dios de los padres, dando a entender que el Dios que ahora habla a Moisés
no era desconocido del todo para los Patriarcas. A partir de Moisés –desde la tierra de Egipto,
como dice Oseas40—Yahvé es el Dios de Israel, el Dios de la alianza que está en el centro de la
unión de todas las tribus de Israel.
Dios se manifiesta a Moisés como una realidad viviente que está por encima del
tiempo; Él es el Dios del pasado, del presente y del futuro; es un Dios que entra en contacto
con los hombres, y es en ese contacto y vicisitudes de esta historia humana donde se manifiesta
su ser, su existencia. Los Patriarcas conocían a Yahvé con el nombre de «El», y con la cualidad
de «Sadday» (todopoderoso).

c. Dios como ser personal


El carácter personal del Dios de Israel expresa que posee una individualidad propia, con
inteligencia, voluntad y libertad, que ya se manifiesta en las primeras páginas de la Sagrada
Escritura. Dios crea con sólo una palabra, ve que todo cuanto hizo es bueno, impone un precepto
a los primeros padres, pasea con ellos en el paraíso, les impone un castigo por su desobediencia,
y les promete un redentor (cf. Gn 1-3). Dios se manifiesta siempre con un poder sabio,
misericordioso y providente. Dios es Aquel que a lo largo de los siglos es fiel a la Alianza en la
que Él tuvo la iniciativa (cf. Ex 19, 1-6).
En la Sagrada Escritura no se muestra un dios panteísta ya que Dios no está al nivel
de la naturaleza, ni es una idea abstracta o difusa, sino un ser entrañablemente personal 41. En el
A.T., este carácter personal de Dios se subraya con el uso abundante de antropomorfismos.
El hecho de hablar de Dios como de Alguien que se indigna, que se compadece, se arrepiente de
haber creado al hombre, etc., implica necesariamente concebirlo como un «ser personal». El uso
38
Cf. Ibíd.
39
«Dios dijo a Moisés: “Yo soy”. “Así dirás al pueblo de Israel: YO-SOY me ha enviado a ustedes. Y también les
dirás: YAVÉ, el Dios de sus padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, me ha enviado. Este
será mi nombre para siempre, y con este nombre me invocarán de generación en generación”» (Ex 3, 14-15).
40
«Yo soy el Señor, tu Dios, desde el país de Egipto: te haré habitar de nuevo en carpas, como en los días del
Encuentro» (Os 12, 10) y «Pero yo soy el Señor, tu Dios, desde el país de Egipto: no conoces a otro Dios más que a
mí, y fuera de mí no hay salvador» (Os 13, 4).
41
«En la Biblia, Dios no es una idea que se concibe, sino que es una persona que se “mir” (Sal 16, 8) o se
“recuerda”, y el fin del hombre es el de contemplar su rostro (Sal 11, 7; 16, 11; 17, 15). Dios no es una elaboración o
una categoría mental, sino que es Alguno. Y el hombre que se vuelve o se convierte a Él, lo “encuentra” y mira su
arcano rostro en lo íntimo de su fe. El Único es individuo indivisible e inasimilable; es el Yo dominante y
condicionante, por sí solo de todo lo que existe y acaece. Es el ser personal por excelencia. Es un Viviente que es el
origen y el fin de todo y de todos, el Viviente eterno que crea y después asiste a los seres, que va al encuentro de
aquellos que le “buscan”» (A. ROMEO, «Dios en la Biblia», en G. RICCIOTTI (ed.), Con Dios y contra Dios,
Barcelona, 1969, 331-332, en L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 52.

6
de antropomorfismos es fruto del esfuerzo por expresar el carácter individual de un Dios.
Ante la trascendencia y la inefabilidad de Dios, el lenguaje antropomórfico resulta inadecuado,
es casi un balbuceo sobre Dios, como también son inadecuados el lenguaje filosófico y el
teológico ya que Dios está más allá de todo concepto y palabra. Sin embargo, todos estos
lenguajes dicen «algo» de Dios. El uso de antropomorfismos al hablar de Dios no implica, pues,
un desconocimiento de la absoluta trascendencia divina, sino más bien refleja la imposibilidad
de expresar adecuadamente con palabras humanas la grandeza de Dios. En el caso de la
Sagrada Escritura, estos antropomorfismos están claramente enmarcados en afirmaciones y
manifestaciones de la transcendencia e inefabilidad de Dios, de su absoluta superioridad sobre el
hombre y todo lo creado y, al mismo tiempo, utilizados con una fuerza y vigor poéticos
extraordinarios: Dios habla42, oye43, ve44, modela el barro y lo sopla45, etc.
En la Sagrada Escritura, Dios no es una abstracción filosófica para explicar el esquema
del universo como su causa primera, ni tampoco se confunde con el cosmos. Dios controla y
dirige las fuerzas cósmicas y la marcha de la historia, pero siempre lo hace al servicio de sus
designios de salvación de los hombres. El carácter revelado de la religión de Israel está
intrínsecamente unido a la concepción de Dios como un ser personal.
d. La noción de creación y sus implicaciones en el concepto de Dios
En la enseñanza de la Sagrada Escritura, el monoteísmo del pueblo de Israel está
expresado aún con más nitidez al estar acompañado por el concepto de «creación ex nihilo», es
decir, Dios hizo todas las cosas de la nada46 y, por lo tanto, es anterior a ellas. Por esta misma
razón, Dios es el único y supremo Señor del mundo, que de ninguna manera puede ser
confundido con él o mezclado con sus elementos; Dios no forma parte del mundo, ni el
mundo es divino en el sentido de que provenga de una emanación suya. Dios es el Señor
Supremo y absoluto, el único, precisamente porque Él es el único que ha hecho todo cuanto
existe. Él es el primero y el único 47. Por esta razón, Dios no es esclavo de la creación, sino su
Señor y su Juez; sus designios son inescrutables, por. lo que nadie puede enseñarle nada ni
nadie puede pedirle cuentas de su proceder (cf. Jb 38-40)48.
La Sagrada Escritura señala que la creación es el fruto de un hablar omnipotente de Dios:
«Por la palabra de Yahvé fueron hechos los cielos… Pues Él habló y fue así, mandó Él y se
hizo» (Sal 33, 6-9). Este hablar eficaz de Dios no sólo constituye la primera creación, sino
42
«Dijo Dios: “Haya luz”, y hubo luz» (Gn 1, 3).
43
«He oído las murmuraciones de los israelitas. Diles: Al atardecer comeréis carne y por la mañana os hartaréis de
pan; y así sabréis que yo soy Yahveh, vuestro Dios» (Ex 16, 12).
44
«Dios miró a la tierra, y he aquí que estaba viciada, porque toda carne tenía una conducta viciosa sobre la tierra»
(Gn 6, 12).
45
«Entonces Yahveh Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida, y resultó el
hombre un ser viviente» (Gn 2, 7).
46
«Te ruego, hijo, que mires al cielo y a la tierra y, al ver todo lo que hay en ellos, sepas que a partir de la nada lo
hizo Dios y que también el género humano ha llegado así a la existencia» (2Mac 7, 26-28) y «Así dice Yahveh, tu
redentor, el que te formó desde el seno. Yo, Yahveh, lo he hecho todo, yo, solo, extendí los cielos, yo asenté la
tierra, sin ayuda alguna» (Is 44, 24).
47
«» (Sal 90, 2); «» (Pr 8, 22); y «» (Is 41, 44; 44, 6; 48, 12).
48
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 57.

7
también lo que suele denominarse «conservación y gobierno del universo» 49. El universo
depende totalmente de Él en todo y está sometido a sus designios50 y su soberanía es absoluta51.
Este Dios Único y Creador es el Dios de la Alianza. La creación, más que el marco en
que se desarrolla la Alianza es ya una prefiguración de esta Alianza. Más aún, la Alianza es el
fin de la creación, mientras que esta última es un acontecimiento imprescindible para la Alianza.
e. La trascendencia divina
La trascendencia de Dios se pone de manifiesto en las afirmaciones que declaran que Él
es el Único, el Creador, el Omnipotente. Dios se encuentra en todas partes, pero sin estar atado a
ninguna de ellas.
Esta trascendencia se muestra en forma especialmente gráfica en la narración de las
teofanías de Yahvé, en el signo de la nube y de la gloria, en la prohibición de representar a
Yahvé con imágenes, etc. La trascendencia de Dios sobre todo lo creado se manifiesta en dos de
sus atributos constantemente destacados en la Escritura: la santidad y la espiritualidad52.
El concepto de «santo» es inseparable del concepto de Dios, hasta tal punto que puede
afirmarse que, en la Sagrada Escritura, contrariamente a las religiones naturistas, la santidad se
predica esencialmente de Dios, ya que es como la esencia de Dios: Dios es el ser totalmente otro,
separado de lo que no es Dios, el ser transcendente. La esfera de Dios es la esfera de la santidad;
fuera de ella está lo profano, lo no santo. Entre las dos esferas hay posibilidad de comunicación.
Dios, en efecto, se comunica a los hombres, por lo que lo santo es, a la vez, mysterium
tremendum –algo temible, si uno se acerca a Él como profano, sin las debidas disposiciones--, y
mysterium fascinans, misterio fascinante, que atrae y que salva, como poder de auto-
comunicación53.
La santidad de Yahvé le acompaña siempre en todas sus obras. Yahvé es santo54; Él es el
santo de Israel55. Yahvé manifiesta su santidad revelando su poder en sus prodigios 56, por la
obra de la creación57, por la elección y por la liberación de su pueblo58. Es la santidad de Dios la
que inspira veneración al creyente –temor y confianza a un tiempo--, pues en la santidad de
Dios se manifiesta su infinita majestad y pureza 59. Como Dios es totalmente santo, todas sus
obras son santas también. Es santo también todo lo que tiene relación con Yahvé, desde el

49
«Cuando dice a la nieve: “¡Cae sobre la tierra!”, y a los aguaceros: “¡Lloved fuerte!”» (Jb 37, 6).
50
«Todo lo que ocurre es el resultado de su plan y proyecto: Yo lo digo: mis planes se realizarán y llevaré a cabo
todos mis deseos» (Is 46, 10).
51
«Hago gracia a quien hago gracia y tengo misericordia de quien tengo misericordia» (Ex 33, 19).
52
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 58.
53
Cf. Ibíd.
54
«» (Is 40, 25); «» (Ha 3, 3); y «» (Jb 6, 10).
55
«» (Is 1, 4) y «» (Is 10,17).
56
«» (Lv 10, 3) y «» (Nm 20, 13).
57
«» (Is 41, 20) y «» (Is 45, 11-12).
58
«» (Ez 20, 41) y «» (Ez 28, 22-25).
59
«» (Ez 15, 11); «» (Os 11, 9); y «» (Is 8, 13).

8
lugar en que se manifiesta60, hasta las vestiduras sacerdotales61. Debe ser santo todo aquel que
se acerca a Yahvé62.
Ante la tremenda santidad de Yahvé, el hombre experimenta su nada y la infinita
trascendencia de Dios. Así, Abraham se siente presa del terror ante Yahvé63, y se percibe
como polvo y ceniza64; Job enmudece lleno de temblor ante la experiencia de la suprema
santidad de Dios65; y, finalmente, Moisés y Elías se cubren el rostro ante la gloria de Yahvé
que pasa66.
Dar gloria a Dios es reconocerle como santo y poderoso. Santificar el nombre de
Yahvé es reconocerle como Dios; esto comporta bendecir su nombre y comportarse uno con
la santidad moral exigible a que se encuentra relacionado con Dios. De ahí que los pecados de
Israel sean un desafío «a la gloria» de Dios67. Yahvé no puede ceder «su gloria» a nadie68.
El Antiguo Testamento, al mismo tiempo que utiliza los antropomorfismos para subrayar
la personalidad de Dios, deja claro que Dios no es un hombre. Así dice que Dios no duerme, ni
sueña (Sal 121, 4); no se cansa (Is 40, 28); no tiene ojos como los hombres (Jb 10, 4). Dios
llena la tierra (Jr 23, 24), tiene el cielo como trono y a la tierra como escabel de sus pies (Is 66,
1), y es demasiado grande para que puedan contenerlo los cielos y no se ha manifestado bajo
figura laguna (Dt 4, 15.16). Todas estas descripciones apuntan hacia la espiritualidad de Dios,
es decir, hacia la concepción de un ser personal que trasciende toda materialidad69.
Al hablar de la espiritualidad de Dios, la perspectiva teológica del A.T. no coincide
totalmente con las nociones propias de la filosofía griega, para la cual el espíritu se contrapone a
la materia, esta última implica composición, pesadez, limitación y caducidad. Para el A.T. el
sustantivo ruah, que significa viento, hálito vital, es una noción dinámica, así como el soplo que
hace vivir al hombre. Así pues, ruah aplicado a Yahvé no es tanto una descripción de su
inmaterialidad como una expresión de su fuerza creadora, que da la vida a los seres vivientes
y que se comunica a los hombres de un modo carismático.
f. El conocimiento natural de Dios
En la Sagrada Escritura Dios es la realidad suprema y total, la primera y suma certeza a la
que está subordinada la visión del mundo. Los escritores sagrados no se preocupan de demostrar
su existencia, ya que consideran que la realidad de Dios se impone por sí mismo, puesto que se
manifiesta en la intervención de Dios en el acontecer histórico 70. También la creación les
60
«» (Gn 28, 17) y «» (Ex 3, 5).
61
«» (Ex 29, 37) y «» (Ex 30, 29).
62
«» (Jos 3, 5); «» (1 Sam 16, 5); «Sed santos, porque Yo son santo, Yo Yahvé, vuestro Dios» (Lv 11, 44); «» (Lv
19, 1); y «» (Lv 20, 26).
63
«» (Gn 15, 12).
64
«» (Gn 18, 27).
65
«» (Jb 40, 3-5).
66
«» (Ex 3, 6); «» (Ex 33, 22); y «» (1 Re 19, 13).
67
«» (Is 3, 8).
68
«» (Is 42, 8) y (Is 48, 11).
69
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 59.
70
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 60.

9
resultaba con facilidad lugar de encuentro con Dios, como si las cosas fuesen transparentes para
mostrar el fundamento, que es Dios, del que reciben el ser.
Cuando la Sagrada Escritura habla de «conocer» a Dios se está refiriendo frecuentemente
a «reconocerlo» como suprema norma de vida, sometiéndose a sus exigencias71 y reconocerlo
como el Dios Único, con exclusión de toda otra divinidad 72. El profeta declara: «No reconocerás
a otro Dios fuera de mí» (Os 13, 4; Sal 8, 11), lo mismo que se exige en el Decálogo 73. En todas
estas expresiones, «reconocer» a Dios significa en realidad «honrarlo» con una conducta de
entrega a su voluntad. No se puede separar el acto cognitivo intelectual y su proyección moral.
Así se dice de los hijos de Helí, que eran perversos en su conducta: «No conocían a Yahvé» (1
Sm 2, 12), es decir, no reconocían los derechos de Yahvé en los sacrificios y ofendas que se
presentaban en el santuario de Silo. El profeta Jeremías declarará más tarde que los sacerdotes
desaprensivos desconocieron a Yahvé: «Los depositarios de la Ley me desconocieron» (Jr 5,
12)74.
El autor del Libro de la Sabiduría califica de «vanos» a los hombres que no fueron
capaces de reconocer al verdadero Dios a través de las cosas visibles creadas, sino que
llamaron dioses a las fuerzas de la naturaleza 75. La admiración por las cosas visibles debería
llevar al descubrimiento de la existencia de Dios, de allí que el autor aplica intencionalmente a
Dios el título de «arquitecto» del universo, por lo que, el Dios al que llegan los filósofos, por
ejemplo, Aristóteles, es el mismo que el Dios de la Sagrada Escritura. Debería haberlos
llevado un poco más allá; debiera haberlos llevado a descubrir algo de la verdadera
naturaleza de Dios, y, sobre todo, debiera haberles llevado a descubrir a un Dios distinto del
mundo, en lugar de confundirlo con las fuerzas elementales del mundo, divinizándolas. Por
consiguiente, si los filósofos, por ejemplo, los estoicos, tan atentos a la belleza y armonía del
universo, hubiesen llevado hasta sus últimas consecuencias la «analogía» como una vía de
acceso a lo divino, habrían evitado extraviarse al hablar de la naturaleza divina76.
En este sentido, puede decirse que son vanos aquellos hombres que no saben leer en
toda su profundidad el libro de la creación y, por dicha razón, no «conocen» a Dios, su
Autor. El pasaje del Libro de la Sabiduría al que nos hemos referido concluye con un juicio
moral sobre este «desconocimiento del Creador». Aquellos que no aciertan a leer bien el libro de
la creación son más excusables que aquellos que ni siquiera intentan leer, aunque no excusables
del todo. Si tuvieron fuerza para dominar los elementos del mundo, no debieron dejarse dominar
por ellos al punto de no intentar dar pasos para conocer a su Hacedor77.

2. Los rasgos del Dios de la Alianza


71
«» (Dt 11, 2-8); «» (Is 41, 20); y «» (Os 11, 3).
72
«» (Is 43, 10); «» (Is 44, 8); «» (Is 45, 5-6); y «» (Sb 13, 1-9).
73
«» (Ex 20, 1-3).
74
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 61.
75
«» (Sb 13, 1-9).
76
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, pp. 62-63.
77
Cf. Ibíd., pp. 63-64.

10
Podemos afirmar que, si Dios existe y es un ser personal, necesariamente, ha de poseer
unas «características» o «rasgos» que le distingan de los demás seres. En la Sagrada Escritura
se ofrecen algunos rasgos de cómo es Dios, rasgos que le hacen distinto de todo lo creado, sin
embargo, no se encuentra en la Biblia ni una enumeración sistemática de estas
características, atributos o perfecciones divinas. Éstas se van presentando en la medida en
que se narran las intervenciones de Dios en la historia, pues así es como Dios se manifiesta78.
Los atributos de Dios no son distintos de la naturaleza divina, pero el hombre sólo posee
un conocimiento «analógico» de Dios, ya que, como dice el Libro de la Sabiduría, «Pues
partiendo de la grandeza y hermosura de las criaturas, se contempla por analogía a su
Hacedor» (Sb 13, 5) y, por lo tanto, no tiene otro camino para hablar de cómo es Dios más que
enumerando sus perfecciones.
En el ámbito creatural, los atributos de las criaturas indican unas cualidades que están
«en» ellas como en un sujeto. De este modo se puede decir que el hombre «tiene» vida,
sabiduría, amor. Esas mismas perfecciones se encuentran en Dios de una manera muy distinta:
no están «en» Él como en un sujeto, sino que Dios «es» esas perfecciones: Dios es la Vida,
Dios es Amor, Dios es Sabiduría, etc. Todos estos atributos divinos son idénticos a la esencia
divina, ya que en Dios «el acto de ser» (esse) es idéntico a su «esencia». Dios no sólo es bueno,
sino que es la Bondad misma; no sólo es justo sino la Justicia misma, etc., y dada la
«simplicidad» de Dios, también éstos son idénticos entre sí, es decir, la bondad de Dios es su
justicia; su justicia es también su misericordia, etc. Todas estas perfecciones se identifican
realmente en Dios. Cuando hablamos de ellas, estamos utilizando conceptos humanos, que son
limitados. Por consiguiente, es necesario respetar la ley de la «analogía» para no convertir
los atributos divinos en fórmulas que pretendan expresar adecuadamente qué cosa es Dios,
ya que no podemos saber lo que es, sino más bien lo que no es. En efecto, «Dios es infinito»,
pero «»la realidad infinita de Dios es tan sólo análoga al infinito matemático; no es la misma in-
finitud de los números o de las magnitudes matemáticos. Es legítimo también decir que «Dios es
eterno», pero la eternidad de Dios no equivale a un tiempo inmensamente largo, que no se
acabará nunca. Por eso es peligroso imaginar realidades teológicas sin tener en cuenta la
«analogía», con sus tres pasos de «afirmación» de cualidades en Dios; de «remoción» de
todo lo que es creatural –limitado o imperfecto--, y de «eminencia», acto del entendimiento
por el que declaramos abiertos y sin límites los términos humanos que designan cualidades
divinas79.
a. La «omnipotencia» de Dios
La omnipotencia de Yahvé viene destacada desde los primeros versículos del Libro del
Génesis. Ya en la creación del mundo se manifiesta espléndidamente el poder de Dios sobre
todas las cosas, ya que todo lo que existe fuera de Él ha sido creado por Él, y todo lo que existe
es conservado por Él en el ser80. Dios ha creado el universo con sólo su palabra omnipotente;
esta palabra nunca retorna a Él vacía, pues siempre consigue su objetivo por orden al ejército
78
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 67.
79
«» SANTO TOMÁS DE AQUINO, STh. I, q. 3, intr.
80
Cf. Gn 1; «» (Sal 19, 33); «» (Sal 33, 6); y Jb 38-40.

11
celeste y a cada estrella por su nombre; «Gracias a su esfuerzo y al vigor de su energía no falta ni
una» (Is 40, 26).
La omnipotencia de Yahvé se muestra con especial fuerza en la forma en que salva
al pueblo elegido; Dios vence siempre, y sin esfuerzo, a los enemigos de Israel: «Yahvé es un
guerrero, Yahvé es su Nombre» (Ex 15, 3); «Cantad a Yahvé porque es Altísimo; ha precipitado
en el mar al caballo y al caballero» (Ex 15, 1). Cuando Dios interviene a favor de su pueblo, todo
se allana a su voluntad; la tierra tiembla, se ponen a su servicio incluso el mar, las nubes, el sol:
«Oh Yahvé, cuando subiste a Seir, cuando avanzaste por los campos de Edom, tembló la tierra,
se estremeció el cielo, las nubes se fundieron en agua. Delante de Yahvé se licuaron los montes,
delante de Yahvé el Dios de Israel (Jc 5, 4-5). Los milagros del Libro del Éxodo, por ejemplo,
el maná, las codornices, el agua que brota de la roca, las victorias contra los enemigos 81, son una
prueba de la omnipotencia divina.
No hay lugar al que no llegue el poder de Dios, aunque sea el mismísimo abismo, el
sheol; no hay nada, ni siquiera las fuerzas del mal, que escape del poder de Dios:
Hasta los muertos tiemblan debajo de la tierra, los mares y cuanto en ellos mora. El
abismo está ante Él desnudo y sin velos el sepulcro. Él tendió el septentrión sobre la
nada, Él colgó la tierra sobre el vacío (…). A su soplo centellean los cielos, y su mano
dirige la serpiente tortuosa. Y todo esto no es, sin embargo, más que la orla de sus obras.
Es un leve susurro de su palabra; el estallido del trueno de su poder, ¿quién podría oírlo?
(Jb 26, 5-14).

La omnipotencia divina se manifiesta en todo lo que Dios hace y abarca todo: la


creación, el gobierno de los pueblos, los juicios sobre los hombres, es decir, todo lo referido a
la naturaleza y la historia. Se trata de un poder que se ejerce con sabiduría, gobernándolo todo
«fortier et suaviter», con fortaleza y suavidad82. Es Dios con su poder el que hace fecunda a Sara,
mujer de Abraham, y el que después concederá a María una maternidad virginal; Él da la vida y
la muerte, la salud y la enfermedad: «Ved ahora que yo, sólo yo soy, y que no hay otro Dios
junto a mí. Yo doy la muerte y doy la vida, hiero yo, y santo yo mismo, y no hay quien se libre
de mi mano» (Dt 32, 39; cf. Os 13, 14; Is 66,9). Incluso los corazones de los hombres están en
sus manos: «¡Señor, Señor, Rey omnipotente! Todo está sometido a tu poder y no hay quien
pueda resistir tu voluntad si has decidido salvar a Israel. Tú hiciste el cielo y la tierra y cuantas
maravillas existen bajo el cielo. Eres Señor de todo, y nadie puede resistir a tu majestad» (Est 13,
9-11).
En el A.T. la omnipotencia divina es designada especialmente con las figuras del «poder
de la palabra» que Dios pronuncia, tanto con respecto a la creación 83, así como con respecto a la
historia; del «poder del brazo» o «de la mano de Yahvé» que se extiende a todo84; del «hálito»

81
Cf. (Ex 16-17).
82
«» (Sb 8, 1).
83
«» (Gn 1, 1-2); y «» (Sal 148, 5).
84
«» (Ex 15, 6); (Ex 32, 11); (Sal 44, 2-4); y (Is 53, 1).

12
o «espíritu de Yahvé» que lo alcanza todo y por el que se hizo el cielo y la tierra, 85con el que
dañó a los egipcios.
En el N.T. se sigue afirmando la total omnipotencia divina, recogiendo toda esta
doctrina. El arcángel Gabriel dice a la Virgen María que «no hay nada imposible para Dios»
(Lc 1, 37). Su poder se manifiesta especialmente en la curación de los enfermos y en el perdón
de los pecados86 que realiza Cristo con la autoridad que ha recibido de su Padre 87. Cristo realiza
la redención también con el poder de su palabra 88. El hombre está en manos de Dios como el
barro en las manos de un alfarero.
b. Eternidad y fidelidad de Dios
En el pensamiento bíblico, Dios es el que nunca muere ni está sometido al proceso de
desgaste de la criatura material; Él es el Creador del cosmos, no una parte de él: «¿No eres
tú desde antiguo, Yahvé, mi Dios, mi santo, que no muere?» (Ha 1, 12). Mientras que alrededor
de Israel los dioses forman parte del proceso de nacimiento y muerte, hacerse y perecer son
simplemente categorías imposibles dentro del A.T. sobre Dios.
Boecio definió la eternidad como «interminabilis vitae tota simul et perfecta posessio»,
una posesión total y simultánea de la vida. Los hagiógrafos bíblicios nunca formularon la
eternidad de Dios en estos términos, ni en esta perspectiva. El concepto bíblico de eternidad hay
que deducirlo negativamente, abstrayéndolo de límites temporales pues positivamente como un
«eterno presente» no es concebible. El Dios de los hebreos dominaba la perspectiva del tiempo y
no estaba sujeto a la temporalidad; para ellos, todo entra dentro de la generación y de la
corrupción, excepto Dios Yahvé.
En la Sagrada Escritura es claro que Dios es ante todo «el viviente» o «Dios vivo». Unas
veces significa la vitalidad de Yahvé en comparación con los ídolos, que son dioses «muertos,
impotentes y sin vida»89; otras veces designa la asistencia divina a los piadosos que confían en
Él90. Porque la existencia es algo inseparable de la divinidad, los autores bíblicos nunca plantean
la cuestión del origen de Dios puesto que dan por obvia su pre-existencia a la creación. El,
Elohim, Yahvé es el Dios eterno91, para el cual no cuenta el tiempo: «Antes de que fuesen los
montes y naciesen la tierra y el orbe, eres Tú desde la eternidad hasta la eternidad… Mil años
son a tus ojos como el día de ayer, que ya pasó; como una vigilia de la noche» (Sal 90, 2-4).
Además, «los años de Dios duran de edad en edad».
Los Profetas recalcan el atributo divino de «eterno» al señalar su «fidelidad» a sus
promesas. En efecto, la fidelidad divina sería imposible si Yahvé fuese un Dios que pudiese dejar
de existir. Como afirma el Libro del Deuternonomio: «Él, Dios de antaño, es tu refugio; bajo de
Él, poder eterno» (Dt 33, 27). Y el Libro de Isaías: «¿Quién hace esto?; ¿quién lo cumple? El
85
«» (Sal 33, 6).
86
«» (Mt 19, 26); «» (Mc 14, 36); y «» (Mc 10, 27).
87
«» (Jn 5, 19-22).
88
«» (Mc 2, 1-12).
89
«» (Jr 16, 20); «» (Is 44, 18); «» (Sal 135, 15-17); y «» (Sb 15, 17).
90
«» (Sal 42, 3) y «» (Sal 84, 3).
91
«» (Gn 21, 33).

13
que desde el principio llamó a las generaciones. Yo Yahvé, que era el primero, y soy siempre, y
seré en los últimos tiempos» (Is 41, 4); y «Yo soy el primero y el último, y no hay otro Dios
fuera de mí» (Is 44, 6; 48, 12). Las afirmaciones en torno a la eternidad de Dios son numerosas y
claras en los profetas y en los libros sapienciales92.
En el Libro de Jeremías el atributo divino de «eterno» aparece en relación con su «vida»:
«Yahvé es el Dios verdadero, es el Dios vivo y el Rey eterno» (Jr 10, 10). Su plenitud vital es,
por lo tanto, el fundamento interno de su eternidad. Todas las generaciones de Israel juran por
Yahvé, «el Dios vivo»93, y reconocen así que su vitalidad es lo último y más elevado de su
esencia. Esa vida no puede disminuir de ninguna manera, si siquiera debido al pecado 94; así
mismo, no puede aumentar ni por medio de la justicia del hombre95 ya que es enormemente rica.
Se pone así de relieve la absoluta vitalidad de Dios de tal manera que cuanto se diga
después en torno a la «inmutabilidad» divina nunca podrá esta confundirse con la «apatheia»
del pensamiento griego. Sin embargo, la «eternidad» de Dios y su «fidelidad» a la Alianza con su
Pueblo hablan de permanencia y, por consiguiente, apuntan hacia una «cierta» inmutabilidad de
Dios, como dice el siguiente Salmo: «Desde el principio fundaste la tierra, y el cielo es obra de
tus manos. Pero éstos perecerán y Tú permanecerás, mientras todo envejece como un vestido…
Pero Tú siempre (eres) el mismo, y tus días no tienen fin» (Sal 102, 26-28). Justamente porque
Dios no tiene principio ni fin, tampoco es susceptible de cambio en su ser; Él permanece
siempre. La «eternidad», en efecto, entendida como plenitud de vida, está ligada al concepto de
«inmutabilidad», no en tanto ausencia de cambios, sino en tanto que posee la «plenitud de la
vida». Esta es una vida que no disminuye y que, como es siempre plena, no crece tampoco.
La «fidelidad» divina implica una cierta «inmutabilidad de la voluntad divina»: «La
palabra de Dios permanece para siempre» (Is 40, 8), y «jamás retira su palabra» (Is 31, 2).
«Pasarán los cielos como humo, se envejecerá la tierra como un vestido, y morirán como
mosquitos sus habitantes. Pero mi salvación durará la eternidad, y mi justicia no tendrá fin» (Is
51, 6). Estos textos bíblicos que se refieren a la inmutabilidad de la voluntad divina coexisten en
el A.T. con otros en los que se atribuyen a Dios cambios de actitud y arrepentimiento. Por
ejemplo, cambia su decisión de exterminar al pueblo de Israel como castigo por su infidelidad
adorando a un becerro de oro ante los rezos de Moisés para que los perdone 96, o de infligir otros
castigos97. Se trata de textos en los que se quiere destacar «la infinita misericordia» de Yahvé y
«el poder de la oración y de la intercesión» sobre el corazón de Dios. Los hebreos no
necesitaron conciliar ambas actitudes de Dios, sin embargo, Oseas intenta explicar la
misericordia incomprensible de Yahvé a la vista de su Pueblo culpable de infidelidad frente a la
santidad de Yahvé.
c. Omnipresencia y Sabiduría de Dios
92
«» (Is 26, 4); «» (Is 33, 14); «» (Is 40, 28); «» (Dn 12, 7); «» (Sal 9, 8); «» (Sal 10, 16); «» (Sal 29, 10); y «» (Sal
92, 9).
93
«» (Jc 8, 19) y «» (1 Sm 14, 39).
94
«» (Jb 7, 20) y «» (Jb 35, 6).
95
Cf. Jb 35, 6.
96
«» (Ex 32, 10-14).
97
«» (Am 7, 3.6) y «» (Os 11, 8-9).

14
La omnipotencia divina viene acompañada en la Sagrada Escritura por otros atributos
sin los cuales esta omnipotencia no sería verdadera y real: la «omnisciencia», es decir, el
conocimiento de todas las cosas, la «inabarcabilidad», y la «omnipresencia» de Dios. Sólo
quien lo conoce todo y quien está en todas partes y no puede ser circunscrito tiene de hecho el
poder sobre todas las cosas.
Dada la mentalidad concreta de los israelitas, el pensamiento de la «espiritualidad» de
Dios no es captado fácilmente y la religiosidad popular tiende a «localizar» a Dios en algunos
lugares. Pero conviene tener presente que, ya desde el Libro del Génesis, al describir el
«poder» de Dios, se le presenta interviniendo en los distintos lugares de que se nos habla,
mostrando así que su poder se extiende a todos ellos: Dios llama a Abram desde Ur de Caldea,
lo conduce a la tierra de Canaán y lo protege en Egipto 98; obliga al faraón a dejar libres a las
tribus de Israel99; interviene con mano poderosa en el Mar Rojo100; y acompaña al pueblo por la
larga travesía por desierto. Así pues, Yahvé aparece como un Dios que no está exclusivamente
ligado a un lugar concreto, sino presente en algunos lugares, por ejemplo, en Siquem 101, en
Berseba102 o en Hebrón103, pero no está constreñido por ninguno, sino que se encuentra por
encima de todo lugar. Sin embargo, los israelitas han construido santuarios en dichos lugares
para recordar las revelaciones de Yahvé a sus antepasados.
Esta es la razón por la que el Templo de Jerusalén aparece como el lugar por excelencia
de la presencia de Dios: Yahvé tiene su residencia en Sión, su monte santo 104. La presencia
especial de Dios en medio del pueblo era el mayor orgullo y la mayor confianza de Israel; era lo
que daba sentido a su unidad y a su pasión por la tierra prometida; y, al mismo tiempo, se
recalcaba la presencia de Dios en el Cielo105 de una manera en la que, al afirmar que se
encuentra allí, se está afirmando también que se encuentra en todas partes, utilizando unas
expresiones poéticas que significan la «omnipresencia» De Dios: «el cielo es mi trono y la tierra
el escabel de mis pies» (Is 66, 1; cf. Jr 23, 24).
La «inmensidad» de Dios aparece afirmada en la plegaria del rey Salomón en la
inauguración del Templo de Jerusalén: «¡He aquí que ni la tierra ni los cielos de los cielos
pueden conteneros; cuanto menos esta casa que yo he construido!» (1 Re 8, 27). Los cielos y la
tierra están llenos de la gloria de Dios 106; es Dios mismo quien llena cielos y tierra; Dios es más
alto que los cielos, más profundo que el sheol, más extenso que la tierra, y más ancho que el
mar107.

98
Cf. Gn 11-12.
99
Cf. Ex 6-7.
100
«» (Ex 15, 1-2).
101
«» (Gn 12, 6).
102
«» (Gn 21, 33).
103
«» (Gn 18, 1).
104
«» (Sal 46, 5); «» (Am 1, 2); «» (Is 2, 2); «» (Is 11, 9); y «» (Is 48, 2).
105
«» (Sal 2, 4); «» (Sal 11, 4); «» (Sal 68, 6); «» (Am 9, 6); y «» (Is 63, 10).
106
«» (Is 6, 3).
107
«» (Jb 11, 9-10).

15
La afirmación de la «omnisciencia» divina es aún más explícita en las Sagradas
Escrituras que la «omnipresencia»: Dios conoce el futuro108; Dios conoce todo lo que sucede en
todas partes; Yahvé no ignora nada de cuanto ocurre en la tierra; los ojos de Yahvé penetran
hasta en el sheol109 y en los corazones de los hombres 110. Dios conoce los pensamientos
humanos111, las intenciones secretas112, y los planes secretos113. El conocimiento de Dios penetra
hasta los riñones y el corazón del hombre114
Así como sucedía con la «omnipresencia», también la «omnisciencia» divina se
encuentra expresada en la Sagrada Escritura en estrecha relación con su acción como Creador, ya
que El que formó su corazón escruta todo su obrar 115. Por eso afirma el salmo: «Tú has formado
mis riñones, Tú me tejiste en el seno de mi madre… Del todo conoces mi alma. Mis huesos no te
eran ocultos cuando fui modelado en secreto… Ya vieron tus ojos mis obras, que están escritas
todas en tu libro. Estaban mis días determinados cuando aún no existía ninguno de ellos» (Sal
139, 13-16). También, Dios dijo a Jeremías respecto a su vocación: «Ya antes de haberte
formado yo en el seno materno Yo te conocía» (Jr 1, 5).
Dios conoce desde siempre todos los acontecimientos futuros, tanto los de los hombres
en particular como los de los pueblos. De hecho, el carisma profético se fundamenta en este
conocimiento divino del futuro: el profeta conoce dichos acontecimientos porque Dios se los ha
hecho ver, pues Dios es el único que conoce el futuro por Sí mismo: «¿Quién predijo estas cosas
desde hace mucho tiempo?; ¿Quién desde mucho tiempo antes, las anunció? ¿No soy Yo Yahvé,
el Único, y nadie más que Yo?» (Is 45, 21; cf. 41, 23).
Dios posee la «sabiduría» en plenitud. A este atributo divino se refiere ya el Libro del
Génesis al afirmar que Dios posee la ciencia del bien y del mal 116. La sabiduría es una de las
cualidades divinas constantemente alabadas por la Sagrada Escritura 117. Se dice que es una
sabiduría insondable118, que Dios no ha recibido de nadie119 y que sobrepasa todos los cálculos
humanos: «Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni mis caminos son vuestros
caminos, dice Yahvé. Cuanto son los cielos más altos que la tierra, tanto más están mis caminos
por encima de los vuestros, y mis pensamientos por encima de los vuestros» (Is 55, 8-9).
En el N.T., este pensamiento de que la sabiduría de Dios está muy por encima de la
sabiduría de los hombres, encuentra una formulación radical en la teología de la Cruz; esta
sabiduría no ha sido recibida por la sabiduría de los hombres; de ahí que la sabiduría de los
108
«» (Gn 25, 22); «» (Ex 18, 15); «» (Nm 27, 21); «» (Jos 9, 14); «» Jc 1, 1); «» (Jc 18, 5); «» (1 Sam 9, 9); y «» (1
Sam 10, 22).
109
«» (Pro 15, 11) y «» (Jb 26, 6).
110
«» (Pro 15, 11); «» (Sal 11, 4); y «» (Jb 26, 6).
111
«» (Sal 84, 1-2).
112
«» (Sal 139, 1-4).
113
«» (Sal 44, 22) y «» (Sal 139, 2).
114
«» (Jr 11, 20) y «» (Jr 17, 10).
115
«» (Sal 7, 10).
116
«» (Gn 3, 5) y (Gn 17).
117
«» (Is 28, 29); «» (Is 31, 2); «» (Is 40, 13-14); «» (Dn 2, 20-23); «» (Jb 9, 4); y «» (Jb 11, 6-8).
118
«» (Is 40, 28); «» (Jb 11, 6-9); «» (Sal 92, 6); y «» (Sal 139, 17-18).
119
«» (Is 40, 13-14).

16
hombres ha sido rechazada, y la sabiduría de Dios se manifiesta ahora en la Cruz de Cristo de
modo claro e incomprensible: dicha sabiduría es locura para los griegos, escándalo para los
judíos, pero es poder y salvación para el que cree120.
En el A.T. se insiste en que la sabiduría de Dios se encuentra presente en todas sus
obras: en la Ley121, en la creación y en el gobierno del mundo 122. Si los hombres alcanzan la
sabiduría se debe a que la reciben de Dios123. En la literatura sapiencial la sabiduría de Yahvé –
que le acompaña en todas sus obras como atributo Creador y Ordenador del universo-- aparece
descrita como una personificación poética.
El pueblo de Israel, precisamente por la dificultad que experimenta para utilizar
nociones abstractas, tiende a «personalizar» algunos de los atributos divinos; en la Sagrada
Escritura se habla de «sabiduría de Dios y palabra de Dios» ya que Dios hace todas las cosas
acompañado por su sabiduría y la palabra de Dios es verdaderamente eficaz, la palabra crea las
cosas.
En los libros sapienciales existen himnos dedicados a la sabiduría que la describen como
algo divino y en los que su personificación es tan acentuada que parece una entidad
independiente. En el Libro de los Proverbios, la sabiduría es presentada como una señora que
llama a los hombres, exhortándoles a la justicia, a la bondad y a la prudencia 124. Se trata de
una sabiduría con carácter ético. Es la personificación del arte de gobernarse a sí mismo y de
gobernar a los pueblos: «Su comienzo es el temor del Señor» (Si 1, 14). La personificación es
tan fuerte que encontramos frases como:
Yahvé me creó como primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la
eternidad fui moldeada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los
abismos fui engendrada, cuando no había fuentes cargadas de agua… Cuando asentó los
cielos allí estaba yo… Yo estaba allí como arquitecto, y era yo todos los días su delicia,
jugando en su presencia todo el tiempo (Pr 8, 22-31).

En este pasaje la Escritura se está refiriendo a la «sabiduría de Dios», la que le sirve


como «arquitecto» para la construcción del mundo. Esta sabiduría tiene tal autonomía como
para ser la delicia de Yahvé y jugar en su presencia en todo el orbe de la tierra: «La Sabiduría ha
edificado una casa» e invita a todos «venid y comed de mi pan, bebed del vino que he mezclado»
(Pr 9, 1-6).
En el Libro del Eclesiástico, la sabiduría es descrita como proveniente de Dios y presente
en todas las obras de la creación: «Toda sabiduría viene del Señor… Antes de todo fue creada la
sabiduría… Es el Señor quien la creó y la distribuyó… y la otorgó a los que la aman» (Eclo 1, 1-
10). En el Libro de la Sabiduría se encuentra la más hermosa personificación de la sabiduría.
Ella es un «espíritu» dotado de cualidades espléndidas, que le hacen penetrarlo e invadirlo

120
«» (1 Co 1, 22-23); «» (1 Co 19-20); y «» 2 Co 1, 12).
121
«» (Dt 4, 5-6) y «» (Sal 19, 8).
122
«» (Gn 1, 10) y «» (Gn 1, 31); (Jb 36-37); (Sal 8); «» Pro 3, 19-20); y «» (Sb 7, 22-27).
123
«» (Jb 32, 8); «» (Sb 7, 7); y «» (Sb 9, 17).
124
(Pr 8-9).

17
todo; es un hálito del poder divino; una emanación de la gloria de Dios; un resplandor de la
luz eterna; permaneciendo en sí misma, todo lo renueva:
Cuanto está oculto y cuanto se ve, todo lo conoció, porque la que lo hizo todo, la
Sabiduría, me lo enseñó. Pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple,
sutil…, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus… Es un hálito del
poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente… Es un reflejo de la luz
eterna… Aun siendo sola, lo puede todo… entra en las almas santas y forma amigos de
Dios (Sb 7, 21-27).

Por consiguiente, la personificación de la sabiduría expresa los rasgos con que se la


describe: participa en la creación, en el gobierno del mundo, santifica las almas haciendo a
los hombres amigos de Dios. El pasaje bíblico recién mencionado se encuentra en el trasfondo
de algunos textos joánicos y paulinos (cf. Jn 1; Col 1, 15) en los que se habla de Cristo como
Sabiduría de Dios y del espíritu de Cristo como espíritu santificador. Se trata sólo de una
personificación poética, que será utilizada en el N.T. como vehículo para expresar la
doctrina trinitaria. Se trata de una «preparación, no de un comienzo» del misterio trinitario, ya que
el comienzo de la revelación de este misterio sólo se dará en el N.T. 125. Los textos veterotestamentarios
respecto a la sabiduría muestran que son simples personificaciones literarias de una acción
manifestación o cualidad divina, sin que se les pueda tomar en el sentido preciso de persona
o de realidad subsistente. Sin embargo, se trata de unas personificaciones que están abiertas
más allá de las meras imágenes poéticas, aunque no pueden atribuírseles una hipóstasis en el
sentido en que sólo aparece más tarde en el concepto de la palabra de Dios126.
Idéntico papel juega el tema bíblico de la «palabra» con la que Dios se ha manifestado
en la historia. La palabra pronunciada por Dios no es un vano sonido, sino una realidad
operante y eficaz. Es con su palabra como Dios crea el mundo127 y gobierna los fenómenos de la
naturaleza, y es con su palabra como Dios se manifiesta a Israel 128. La palabra de Dios viene
descrita no sólo como un mensaje inteligible a los hombres, sino también como una realidad
dinámica y poderosa que realiza los designios divinos. Es una realidad que proclama tanto la
trascendencia de Dios como su cercanía al pueblo: Dios está presente por su palabra que llama,
enseña, reprende, perdona. Se trata de una palabra viva que actúa con poder129.
La personificación de la sabiduría y de la palabra de Dios son descritas como
«mediaciones» entre Dios y el mundo. De ahí que puede decirse que la revelación de la
Trinidad en el N.T. ha sido preparada por la afirmación y por el sentimiento vivido de la
trascendencia de Dios, por las mediaciones destinadas a unir esta trascendencia con la presencia
125
«El misterio de la Trinidad no ha sido revelado en el A.T. Los hombres no han tomado conciencia de este
misterio más que por la misión del Hijo, que ha entrado personalmente en la historia humana por su encarnación y,
después, por la misión del Espíritu, prometido por el Hijo y enviado conjuntamente por el Padre y el Hijo después de
Pentecostés. No hay lugar, pues, para buscar ninguna expresión de teología trinitaria en el sentido literal de los
textos bíblicos ants de los Evangelios» (P. GRELOT, Sens chrétien de l’Ancien Testament. Esquisse d’un traité
dogmatique, Paris, 1962, 466, en L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 79.
126
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 79.
127
«» (Gn 1, 3) y «» (Sal 107, 25).
128
«» (Is 9, 7) y «» (Sal 46, 7).
129
«» (Is 55, 10-11); «» (Sal 107, 20); y «» (Sal 119, 81).

18
de Dios a su pueblo; mediaciones atribuidas a seres dotados de personalidad que preparaban el
espíritu del creyente al reconocimiento de personas distintas en Dios130.
d. Verdad y Fidelidad de Dios
Entre los atributos divinos mencionados en el A.T. existen algunos que son «morales»,
entre ellos se encuentran la verdad, la justicia, la fidelidad y el amor. Más tarde, en el N.T., se
dirá que «Dios es amor» (1 Jn 3, 3) como el rasgo divino que resume todos los demás atributos
de Dios. Sin embargo, los cuatro atributos morales mencionados aparecen muy relacionados
entre sí, tanto que a veces es difícil atribuir a cada uno una significación distinta. Por ejemplo, la
verdad de Dios se significa frecuentemente su fidelidad y su lealtad. Dios es verdadero ya que
nunca miente y, por lo tanto, es siempre fiel a su alianza.
En el A.T. «verdad» y «fidelidad» aparecen con significado prácticamente indistinto 131,
indicando «estar siempre firme», «ser estable», seguro, que la persona es aquello que debe ser.
En este sentido, la veracidad y la fidelidad de Dios responden a que «Dios es siempre Aquel que
es fiel a lo que debe ser». El A.T. gira en torno a las nociones de elección y de alianza, por
consiguiente, se afirma repetidas veces que Yahvé es el que siempre es fiel y veraz, el que
siempre cumple lo que ha prometido. Por lo tanto, émet (verdad, fidelidad, seguridad) va unido
con hesed (bondad, gracia). Dios es rico en verdad y bondad132, en piedad y verdad; su fidelidad
(émet) es una protección segura133. Yahvé es un guía seguro134; todos sus senderos son bondad y
fidelidad135, por lo que toda su obra se inspira en la benevolencia y en la fidelidad a sus
promesas.
Yahvé es la verdad: todos sus caminos son misericordia y verdad 136; la misericordia y la
verdad le preceden137; las obras de sus manos son verdad y juicio 138; la verdad del Señor
permanece para siempre139. Cuando en el N.T. se dice que el Señor está lleno de gracia y de
verdad140 o Él mismo afirma de sí mismo que Él es el Camino, la Verdad y la Vida (cf. Jn 14, 6),
es claro que se está refiriendo a atributos de Yahvé especialmente destacados en el A.T.
e. La Justicia divina
Ya que el A.T. gira en torno a la elección, alianza y promesa de Yahvé, los conceptos de
veracidad, fidelidad y misericordia van indisolublemente unidos al concepto de «justicia» o
de la salvación en los planes divinos, puesto que tienen como centro la promesa del Salvador.

130
Cf. J. H. NICOLAS, Synthèse Dogmatique, Paris 1986, pp. 51-52, en L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino,
EUNSA, Pamplona 20083, p. 80.
131
«» (Sal 25, 19); «» (Sal 26, 3); «» (Sal 40, 11-12); «» (Sal 36, 6); y «» (Sal 89, 2-3).
132
«» (Ex 34, 6).
133
«» (Sal 91, 4).
134
«» (Sal 43, 3).
135
«» (Sal 25, 10).
136
«» (Tb 3, 2) y «» (Sal 24, 10).
137
«» (Sal 88, 15).
138
«» (Sal 110, 7).
139
«» (Sal 116, 2).
140
«» (Jn 1, 14).

19
La «justicia» de Dios (sedeq) es la conformidad en el obrar con relación a lo que «debe
ser». Ya desde los tiempos patriarcales, el A.T. muestra a Yahvé no como una fuerza ciega e
incontrolable sino como un poder omnipotente que siempre obra según la equidad y la
justicia. Dios es justo en todos los sentidos, pues ¿no va a hacer justicia quien es el Juez de la
tierra?141. En el A.T. el concepto de justo tiene siempre un marcado sentido religioso, ya que
Yahvé es la fuente de todo derecho. Yahvé está ligado al Pueblo de Israel por una alianza
concreta y esto lleva consigo consecuencias jurídicas y exigencias recíprocas. Yahvé, por ser
«el Justo», el que siempre es veraz y fiel, es siempre la fuente de todo derecho y, por
consiguiente, el que señala la línea de lo justo según sus propias normas. La voluntad divina
es la regla suprema para los que creen en Yahvé y ésta se halla siempre en concordancia con los
rasgos de justicia y misericordia.
Yahvé es el Dios de Israel, que «ligado» por la alianza, hace justicia a Israel de sus
enemigos y establece justicia entre los miembros de su pueblo. Por eso los israelitas conciben
sus victorias sobre sus enemigos como «actos de justicia de Dios»142. Así mismo, Yahvé castiga a
quienes quebrantan su Ley143. Frente a toda injusticia, Dios es el valedor de los débiles, como los
pobres144, los huérfanos y las viudas145.
El futuro Rey Mesías, sobre el que descansará el espíritu de Yahvé, ejercitará
santamente la justicia e implantará el derecho: «Saldrá un vástago del tronco de Jesé… Se
posará sobre él el espíritu de Yahvé… No juzgará según las apariencias, ni sentenciará de oídas.
Juzgará con justicia a los débiles, y sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra… Justicia
será el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos» (Is 11, 1-5). En el N.T., el
Mesías establecerá como ley fundamental de su reino la doctrina de las
bienaventuranzas146. Se trata de una justicia superior a la farisaica y que lleva consigo la
exigencia de ser «perfectos» como el Padre celestial lo es147.
De ahí que el concepto de «justicia» aplicado a Dios esté relacionado con el concepto de
«santidad», ya que la justicia «es atribuida al Santo, que no comete iniquidad; que no deja al
malvado sin castigo, ni al bueno sin ser reconocido como tal; al Dios misericordioso y tardo a la
ira, que no desea la muerte del pecador, sino que se arrepienta y viva; al Dios amoroso, que
busca la salvación de su pueblo y que comunica su justicia al pecador y lo justifica» 148. Por lo
que en el N.T. el término «justicia» (dikaiosyne) es, a la vez, un atributo divino y un don que
Dios hace a los hombres, una gracia que hace «en» Cristo, a quienes tienen fe en Él: «Pero
ahora, independientemente de la ley, la justicia de Dios se ha manifestado, atestiguada por la ley
u los profetas, justicia de Dios por la fe en Jesucristo, para todos los que creen, pues no hay
141
«» (Gn 18, 25).
142
«» (1 Sm 12, 7); «» (Mi 6, 5); y «» (2 Sm 18, 31).
143
«» (Am 5, 24) y «» (Is 5, 16).
144
«» (Sal 139, 13).
145
«» (Ex 22, 22); «» (Dt 10, 18); y «» (Dt 27, 19).
146
(Mt 5, 20-48).
147
«» (Mt 5, 48).
148
G. MARTIN, La notion de justice de Dieu dans l’Ancien Testament, cit. por E. JACOB, Théologie de ‘Ancien
Testament, Neuchâtel, 1968, 76, en L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 83.

20
diferencia alguna; todos pecaron y están privados de la gloria de Dios, y son justificados por el
don de su gracia» (Rm 3, 21-24).
f. La misericordia y el amor de Dios
En el A.T. el atributo de «justicia» es frecuentemente acompañado de la noción de un
Dios «clemente y misericordioso, lento a la ira y rico en piedad» (Ex 34, 6), dejando en claro de
esta manera que la justicia divina es, en primer lugar y sobre todo, «santidad», y que la relación
de Dios con el Pueblo de Israel es principalmente una «relación de misericordia».
Siempre que Israel quebranta la alianza, Yahvé no le retira su bondad (hesed) porque es
un Dios rico en misericordia y compasivo, magnánimo, rico en bondad y en fidelidad (émet), que
permanece fiel durante mil generaciones, perdonando la iniquidad, el crimen y el pecado149.
Dios, quien no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva150 se manifiesta
en la actitud de Jesucristo cuando muestra entrañas de misericordia para con un pecador, como el
«hijo pródigo» de la parábola del Padre misericordioso. De esta manera, Jesús está llevando a su
plenitud la verdad ya manifestada en el A.T. respecto a la «misericordia divina». Además, Jesús
enseña que el tema principal del juicio universal serán las «obras de misericordia» 151, que ya
tenían su gran importancia en el A.T.
Se trata de una misericordia que es eficaz y que se encuentra ligada al concepto de
alianza, por lo que, los sentimientos de Yahvé llevan el sello del afecto familiar. Como ya hemos
dicho, Yahvé no es una divinidad abstracta con atributos concretos, sino que es un Ser que se
manifiesta siempre en el contexto histórico de la problemática del Pueblo de Israel. A partir
de la posterior reflexión profética y sapiencial, Yahvé aparecerá como el Dios de todos los
pueblos, y entonces sus atributos y sentimientos revestirán una universalidad fuera del ámbito
familiar del Israel histórico.
La «misericordia divina» aparece también en estrecha relación con el «amor de Dios»,
el amor que Dios profesa a su pueblo, a los hombres, a la creación. Este amor ya aparece en el
Libro del Génesis dirigido al primer hombre Adán152, a Noé y su familia153, y a los patriarcas154.
En el contexto de la alianza, el amor de Dios viene descrito especialmente como el amor del
esposo a la esposa o como el amor del padre al hijo.
A partir de los profetas, especialmente Oseas, Jeremías, Ezequiel e Isaías, la alianza de
Yahvé con su pueblo viene descrita como una «alianza esponsal» por lo que los pecados que el
pueblo comete vienen descritos como una infidelidad a esa alianza155.

149
«» (Ex 34, 6-7); «» (Nm 14, 18); «» (Sal 86, 15); «» (Sal 103, 8); «» (Jl 2, 13); y «» (Jon 4, 2).
150
«» (Ez 33, 11).
151
«» (Mt 25, 34).
152
«» (Gn 2, 8) y «» (Gn 3, 21).
153
«» (Gn 7, 1.16).
154
«» (Gn 12, 2-3) y «» (Gn 15, 1-18).
155
(Os 2-3); (Jr 2, 1-36); (Ez 16, 1-52) e «» (Is 40, 1-6).

21
Dios es también el Padre de su Pueblo 156, padre que lo trata con cuidados paternales, por
lo que el «amor de Dios» brota de su paternidad divina 157. A veces este amor viene descrito
con la ternura de un amor maternal: «¿Puede la mujer olvidarse del fruto del vientre, no
compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues, aunque ella se olvidare, Yo nunca te olvidaría» (Is
49, 15). En continuidad con estos pensamientos, Jesucristo explicará a Nicodemo que «de tal
forma amó Dios a este mundo que el entregó a su Hijo Unigénito» (Jn 3, 16).158

156
«» (Ex 4, 22); «» (Dt 14, 1) y «» (Dt 32, 5).
157
«» (Os 11, 1-9).
158
Cf. L. F. MATEO-SECO, Dios Uno y Trino, EUNSA, Pamplona 20083, p. 86.

22

También podría gustarte