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Cartas Sobre La Muerte Del Ministro Portales

Este documento contiene una carta de José Antonio Álvarez a Manuel Montt fechada en junio de 1837 en Valparaíso. En la carta, Álvarez expresa su opinión contraria a las ideas de Montt sobre el fallecido ministro Diego Portales, a quien veía como una amenaza a las libertades chilenas. Álvarez también discute otros temas políticos como la guerra con Perú y la educación.

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Cartas Sobre La Muerte Del Ministro Portales

Este documento contiene una carta de José Antonio Álvarez a Manuel Montt fechada en junio de 1837 en Valparaíso. En la carta, Álvarez expresa su opinión contraria a las ideas de Montt sobre el fallecido ministro Diego Portales, a quien veía como una amenaza a las libertades chilenas. Álvarez también discute otros temas políticos como la guerra con Perú y la educación.

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Cartas sobre la muerte del Ministro Portales 1

Señor don Manuel Montt.


Valparaíso, Junio de 1837.
Mi apreciado amigo: acabo de ver y considerar un largo rato el
espectáculo más horrible, capaz de conmover una piedra, dos
cadáveres: el uno de don Diego Portales y el otro de Cavada,
Ambas personas han sido muertas del modo más inhumano,
principalmente don Diego en cuyo cuerpo enterraron floretes y
bayonetas más de treinta veces, fuera de una bala que le llevó
los dientes y casi toda la mandíbula de abajo. Mi amigo don
Domingo Espiñeira con quien iba acompañado, cortó una porción de
cabellos de la ilustre víctima. Le incluyo una porción de ellos
por si acaso Ud. gusta de estas pequeñeces.
Vidaurre ha sido derrotado completamente, pero de las milicias
que fueron las únicas que se batieron, han quedado en el campo
Santiago Saldívar y muchos otros, cuyas muertes han hecho
derramar a sus familias más lágrimas que la sangre corrida. Se
halla actualmente Valparaíso en la mayor consternación. No me
extiendo en pormenores porque Ud. los sabrá ya todos por otro
conducto.
Dígame, por su madre, que es lo que hay de mi mujer. Ínsteles a
los de mi casa en mi nombre para que me escriban.
Yo estoy aquí perfectamente. Miro los toros desde muy lejos, y
sólo cuando está todo concluido bajo a filosofar sobre las
ruinas.
Dios lo guarde a Ud. muchos años y a mí también para tener el
gusto de verle algún día. Su amigo.
J. Antonio Álvarez (2).
A Cerda Ramón, muchas memorias.

Valparaíso Junio 12 de 1837.


1
Las cartas originales se encuentran entre la correspondencia recibida por el señor Montt, hoy en poder de su hijo
don Benjamín y fueron publicadas en la Revista Chilena de Historia y Geografía N° 27, 1917.
2
Don José Antonio Álvarez desempeñaba el cargo de juez de Valparaíso en la fecha de la muerte del Ministro
Portales, y en esa calidad le correspondió actuar como Auditor de Guerra en el proceso seguido a los jefes y
oficiales del Maipú.
Álvarez había nacido en Nancagua, provincia de Colchagua, en 1808, y hecho sus estudios en el Instituto Nacional;
recibióse de abogado en 1834, después de haber practicado, según el uso de la época, en el estudio de don Manuel
José Gandarillas.
Su carrera judicial la inició en 1836 con el nombramiento de juez de Valparaíso, cargo que desempeñó hasta 1839
fecha en que vino a Santiago con igual puesto, del cual ascendió a Ministro de la Corte de Apelaciones en 1853 y
estuvo en él hasta 1862, fecha en la cual pasó al Tribunal de Cuentas, donde lo sorprendió una grave enfermedad,
que lo obligó a jubilar en 1863. Más tarde, repuesto de ella, pidió volver a la carrera judicial para evitar gastos inútiles
al fisco, pero no lo obtuvo. Álvarez figuraba entre los amigos de la administración del 51 al 61.
Sr. D. Manuel Montt.
Muy apreciado amigo: '
He dormido irregularmente como solía en ésa, y quiero emplear una
parte de la noche en contestar su larga y apreciable carta de
fecha... del corriente.
Siento muchísimo no estar acorde con las ideas que Ud. vierte.
Yo, por mi parte, si he de decir la verdad y expresar mis
sentimientos sin doblez, soy de opinión que aun cuando fuéramos
más estúpidos que los hotentotes, más herejes que los ateístas y
gobernados por las leyes de Dracón, con tal que gozáramos de la
libertad de nuestros antiguos progenitores, Chile sería veinte
mil veces más feliz que si estuviera poblado de hombres eruditos,
santos y cuanto Ud. quiera, pero serviles y degradados; y a esta
objeción abominable marchábamos con pasos agigantados en vida del
Ministro Portales. El era, no se puede negar, un hombre
extraordinario, de gran talento, y la patria fue su ídolo, a
quien con una heroicidad que honra al país, sacrificó su fortuna,
su reposo y todo cuanto valía, con admirable constancia; pero,
amigo, se iba ya corrompiendo poco a poco, y a mi ver, sin
advertirlo él mismo. Colocado a principios de la revolución del
29 en una posición violenta, se vio en la necesidad, por el bien
de la República, de tomar medidas fuertes y se le había hecho la
mano a dar esos golpes de autoridad por quítame allá esas pajas.
Lo que más contribuía a que el mal se fuera haciendo incurable,
era la multitud de adoradores que le rodeaban. No se encontraba
un hombre, entre los de gabinete, (a excepción de Ud., hablo
francamente), que se atreviese a contradecirle y decirle la
verdad. Yo he tenido ocasión de conocer esto, porque he leído
toda su correspondencia privada cuando formé el inventario. Al
pobre Cavareda (hombre bueno y fuera muy útil al país si tuviera
bastante energía para obedecer a sus inclinaciones), me dicen,
que le trataba a la baqueta, y así a todos los demás, sin
respetar al más condecorado. De donde resultaba que no tenía más
amigos que hombres obscuros, sin ningún mérito, sus protegidos,
que estaban todo el día con la boca abierta, adivinándole el
pensamiento para ejecutarlo al momento; fuese lícito o ilícito,
lo mandado. ¿Le parece a Ud, buen presagio este imperio absoluto
en el gobernante y esa obediencia ciega en los súbditos,
inclusive los intendentes y gobernadores de toda la República?
Mire Ud. esta unidad bajo el punto de vista que le parezca, pero
no podrá negarme este hecho. Portales tenía en su mano la suerte
o desgracia de toda la República, podía disponer de ella a su
antojo, sin la menor contradicción. Por lo menos contaba con los
medios y todo se lo podía prometer de su gran influencia, de su
talento y coraje; y ¿no le parece a Ud. muy triste, muy precaria,
muy miserable la felicidad de un Estado que penda sólo de la
voluntad de un hombre? Y de qué hombre: de quien teníamos
presunciones muy vehementes para creer que se había de convertir
en tirano detestable. Aun cuando no hubiera sido un seductor
inmoral, como es público, sino un santo, el más virtuoso, todos
debíamos temerlo. Salomón, iluminado por Dios y al principio de
su reinado, de mayor rectitud que Portales, fue al fin un déspota
cruel, Nerón mismo inspiró en su juventud grandes esperanzas y se
presumía el padre de la patria. Es necesario no conocer al hombre
para creer siempre invariable su conducta. No, no pienso del
mismo modo que Ud. Como hombre, se me partió el alma al ver el
cadáver de Portales; derramé sobre él lágrimas muy sinceras,
hubiera dado mi vida por resucitar a este hombre tan grande, que
nos prestó servicios eminentes, dignos de mejor suerte; pero como
chileno, bendigo la mano de la Providencia que nos libró en un
solo día de traidores infames y de un ministro que amenazaba
nuestras libertades.
Ahora ya el Presidente tomará más respetabilidad; porque, a la
verdad, antes no era sino como un tronco de roble, de quien nadie
hacía caso. Las Cámaras cobrarán también más energía y
popularidad, sabrán que han sido creadas para defender los
derechos de sus comitentes y oponer algún dique ejecutivo,
equilibrando los poderes. Todo, en fin, cambiará de aspecto, y yo
solamente hago votos por que no haya derramamiento de sangre y
por que cualquiera innovación se haga observando las leyes y para
el bien de la Patria.
La guerra con el Perú no me parece tan necesaria. Podemos hacer
alguna transacción honrosa y ventajosa para Chile, y en caso de
que el Gobierno determine llevarla adelante, poco se ha perdido.
El costo principal está hecho, sólo faltan hombres, y ociosos
sobran en Chile. Si a Ud. le parece, proponga que me manden a mí
de cualquier cosa. Yo moriré con gusto con tal que no abandonen
después a mi mujer y a mi Virginia.
No sé cómo diga Ud. que entraba en los planes del Ministro
mejorar la educación. Yo convengo en que esos serían sus deseos,
mas no en que los medios que había adoptado fuesen los más a
propósito. A Ud. mismo le he oído mil veces que se llevó luchando
a fin de impedir la abolición del Instituto. ¡Quién sabe, si
Meneses y Bello se hubiesen salido al cabo con la suya!
Ya quiere amanecer y cuando duerma otra vez irregularmente
continuaré sobre este asunto.
No crea Ud. que aquí hablo con alma nacida sobre cosas políticas.
Don Domingo Espiñeira, de quien tendrá Ud. noticias, y un primo
de él, son los únicos amigos que veo y trato y quisiera que no se
fastidiaran de mí y estrecháramos cada día más nuestras
relaciones. Exceptuando esto, a los demás los miro como mis
mayores enemigos, ando huyendo de ellos y estoy violento el rato
que paso fuera de casa. Se hila aquí muy delgado, cada uno tiene
las de Quico y Caco. Cosa que se va haciendo para mí
insoportable. He aprendido más a vivir en un mes de Valparaíso,
que si hubiera estado diez años en Santiago, y el que me ha
enseñado y a quien lo debo todo es a don Domingo Espiñeira. Tanto
por estas razones que son muy poderosas, por mi carácter franco y
confiado como por otras muchas que escribiré después, deseo
ardientemente que Ud. me haga el mayor servicio que también lo
será para Ud. mismo, porque estará Ud. libre de mis majaderanzas.
Este servicio que si Ud. puede sin perjuicio del prójimo es que
se me traslade a Chiloé.
Lo he meditado mucho y veo que es lo más conveniente. Preferiría
dos mil pesos en Chiloé a cinco mil en Valparaíso. Le hablo a Ud.
lo que siento.
Sobre la batalla del Barón y los demás accesorios, quisiera
escribir a Ud. largamente, pero temo que no se me crea. Yo lo he
visto casi todo; si Ud. pues me tiene por testigo imparcial y
verídico, avísemelo y cuando tenga lugar le referiré lo más
mínimo.
Dispénseme los borrones no puedo escribir sin ellos al primer
golpe y esta se ha alargado tanto que tendrá a bien de
dispensarme que ésta se la haya mandado así. Mande Ud. a su amigo
J. A. Álvarez (3)
3
La actuación de Álvarez ha sido juzgada por la posteridad con la justicia y aplauso a que se hacen merecedores
los hombrea que en el cumplimiento de su deber, olvidan las pasiones y asumen la actitud que les dicta su
conciencia, sin temor a sus resultados; y en aquella época, aun afrontando la indignación de un Gobierno que tenia
en sus manos la plenitud del poder y como sanción a los actos de los ciudadanos, la atroz ley que estableció los
Consejos de Guerra permanentes.
Sotomayor Valdés (Gobierno de Prieto, tomo II, pág. 38) sin apreciar la conducta de Álvarez y exponiendo sólo los
hechos, deja constancia de la oposición del auditor a que se procediera en conformidad a los trámites violentos de la
ley de 12 de Febrero del 37, y se sujetara en cambio la tramitación, a los procedimientos señalados en la Ordenanza
Militar.
Fundaba Álvarez su petición en la necesidad de efectuar varias citas, de verificar careos, de reconocer cartas, todas
diligencias indispensables para dictar una sentencia en que se jugaba la vida de muchos individuos; como fuera
preciso, dice Vicuña Mackenna (Portales, tomo II) someterse a su dictamen con grave disgusto, de Corvalán, el
fiscal, se aplazó por algunos días la reunión del Consejo pero a pesar de esto "no dejó aquel célebre proceso de
adolecer de una extraordinaria precipitación en el procedimiento judicial".
Los autores citados hacen referencias a la creencia existente en algunos, en aquellos años, que los procedimientos
del auditor Álvarez tendían a escapar de las garras de la sanguinaria ley de Febrero de ese año, a muchos de esos
desgraciados, que tal vez eran más ilusos que revolucionarios, más locos que asesinos.
Esta creencia se encuentra confirmada por la misma carta de Álvarez y por la enviada por don Manuel Lira a su
hermano don Santos (Revista de Historia y Geografía, tomo IX) en la cual relatando la forma como se siguió el
proceso, deja constancia de los esfuerzos del auditor para regularizar el procedimiento, y esperar de esa manera, se
calmarán un tanto las pasiones.
Conviene también recordar que Álvarez patrocinó la petición del defensor de Vidaurre, para que éste fuera oído por
el Consejo, para vindicarse de los tres cargos que se le hacían; o sea para probar su ninguna intervención en la
muerte del Ministro Portales; su inocencia en la connivencia que se le atribuía con el General Santa Cruz, y por fin,
su pureza en el manejo de los fondos del regimiento.
Pero no fue esto sólo, el auditor que era, como dice Vicuña Mackenna, un hombre recto y bondadoso que sabia
conciliar la severidad de la ley, con las consideraciones debidas al infortunio, obtuvo se rehiciera la primera
Señor don Manuel Cerda.
Valparaíso, Junio 29 de 1837.
Muy apreciado y querido amigo: en contestación a tu última,
repito que ya está todo hecho, y sólo he cumplido en la parte que
se podía con las instrucciones que me has dado apurando por todas
vías la reunión de consejo, y será tan pronto como sea posible.
El señor Cavareda que ha prometido ya, que sin más trámite que la
fe de haber entregado los autos a los defensores, lo cual está
hecho, se proceda a juzgar a todos; y que la defensa sea cabal,
lo mismo la lista; tu has de estar en que si Vidaurre se demora
dos días más en dar la batalla, hay en su ejército una contra
revolución. La mayor parte de los que a ti te parecen cabezas, no
aparecen criminales infragantes, sino violentados. La prueba es
(fuerza de proceso) que casi ningún oficial ha pecado sino los
soldados solos en sumo desorden; porque cada hijo de su madre
trató en la ocasión que se les presentaba de salvar su bulto y
nada más. Si se hubiera hecho lo que pedía el auditor se habrían
fusilado dos cuando más, y eso era muy poco escarmiento, mientras
que ahora saldrán al patíbulo a un tiempo probablemente más de
diez. En resumidas cuentas, yo me doy por muy contento con haber
errado, antes que haber faltado a lo que concebía mi
entendimiento y me dictaba mi conciencia. Todavía no he visto el
decreto del Gobierno, de que me alegro. En la causa no está.
No vi en los autos (por lo que recuerdo) un documento a favor de
Blanco, y el mismo Vergara, en justicia, debía ser privado de su
empleo. El Consejo quizá tome en consideración que el tal jefe de
caballería sólo se separó, pudiendo hacerlo antes, cuando vio mal
parada la columna primera enviada a Valparaíso con la cual vino
también caballería.
sentencia, por la cual se condenaba a muerte a más de 20 individuos, logrando así escapar con vida, doce de ellos
entre los cuales se encontraban Muñoz Gamero, Agustín Vidaurre y Sotomayor".
¡Cuantos problemas nacen de la lectura de las cartas de Álvarez y de los actos ejecutados por él para librar de la
muerte impuesta por la ley a tantos desgraciados que se procuró condenar sin oír!
Evidentemente Álvarez era un gran corazón, un hombre de profundo sentido moral y de una voluntad tan firme que
no trepidó en tomar la actitud que se le conoce, aun cuando tenía por contendores la indignación producida por la
muerte del Ministro y la espada levantada por la ley de Febrero, sobre la cabeza de los ciudadanos que no se
acomodaran con los procedimientos gubernativos.
Estaba fresca la sangre de los muertos de Curicó, y en la imaginación de todos, los sufrimientos que padeciera el
General Freire en su destierro a las Islas de la Oceanía.
Álvarez tenia la visión de las consecuencias que tendría para el país el mantenimiento de una dictadura que con las
apariencias legales constituía una tiranía.
¿Qué habría sido del regimiento entero de Vidaurre si Portales no muere?
¿Qué habría sido de Benavente y Campino?
Preguntas son estas que no pueden fácilmente responderse, pero sí, es un hecho que el motín de Quillota tuvo
mucho mayor alcance que la conspiración de Curicó, que la batalla de Lircay; y se sabe como unos y otros fueron
juzgados. — M. V. V.
Tú me conoces demasiado para creer que haya en mí, rastro de
orgullo, y mucho menos presunciones de ver las cosas mejor que
don Mariano. El modo de expresarme te hizo probablemente formar
un mal concepto. Dime, pues, entonces, que es lo que te parezca
acerca de la ejecución. Aquí están todos en la persuasión de que
debe ejecutarse sin demora la sentencia del consejo, sin revisión
ni otro recurso; y apresúrate a contestarme si crees lo
contrario. Todos los subalternos van a ser juzgados; porque no
tiene ninguno de ellos más pruebas que dar, ni más testigos que
los que ya han declarado. ¿Qué más, pues, se necesita para que el
sumario esté completo respecto de ellos? Yo también me he
interesado en esto a ver si se horrorizan de tantas víctimas, y
se escapan algunos más. Mañana sale el cadáver de don Diego, y
como es tan larga esta función y hemos de asistir todos los
empleados presididos por el Gobernador, va a alargarse un día el
tormento de los infelices aprisionados que ojalá estuvieran
despachados cuanto ha.
Ha llegado la I Griega y le ha traído a don D. Espiñeira una
carta de Salvá, contestándole otra sobre aquel proyecto de
sociedad de libros; y una multitud de éstos muy escogidos, en
español. Me ha dicho don Domingo que, tanto esta partida, como
otra que tiene en Santiago y aquí se las quiere entregar a Ramón
Concha, para que él reparta (por su dinero se entiende), entre
los amigos las obras mejores.
Alcancé a copiar la carta de Salvá, la que te incluyo de mala
letra.
Me espera la falúa para ir a bordo y adiós.
J. A. Álvarez.

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