Mary y Max
Sitio:       FLACSO Virtual
Curso:       Diploma Superior en Psicoanálisis y Prácticas Socioeducativas - Cohorte 20
Clase:       Mary y Max
Impreso por: ADRIANA LORENA LEÓN DUARTE
Día:         lunes, 7 de octubre de 2019, 00:43
Tabla de contenidos
    Mary y Max
    Acerca del film
    Mary y Max: una lectura
    Sobran las fallas
    El uno para la otra
    La una para el otro
    Tan lejos, tan cerca
    Algunos apuntes sobre el director y la realización del film
Mary y Max
   Ficha técnica
Dirección: Adam Elliot
Duración: 92 minutos
Origen / año: Australia, 2009
Guión: Adam Elliot
Fotografía: Gerald Thompson
Montaje: Bill Murphy
Música original: Dale Cornelius
Producción: Melanie Coombs                                                                /
   Intérpretes de las voces
Toni Colette……………………….. Mary Daisy Dinkle
Philip Seymor Hoffman……….….. Max Jerry Horowitz
Barry Humphries…..……...……..... narrador
Eric Bana ..….................……..….…Damien
Bethany Whitmore.......…………… Mary niña
Renée Geyer..….….……........….…Vera Dinkle
Ian Meldrum ……………………….. pordiosero
Acerca del film
   Sinopsis
Mary Daisy Dinkle, una niña australiana nacida y criada en un hogar disfuncional, con una madre alcohólica y un padre sin
presencia, arranca casi accidentalmente un trozo de una guía telefónica de Nueva York en una salida de compras con su
madre. En ese pequeño pedazo de papel se encuentra un nombre y una dirección y los usará para empezar a escribir
profusamente una serie de cartas en las que se interroga por el mundo y por ciertas cuestiones fundamentales que aquejan
su curiosidad de niña que no tiene cerca a quién hacerle preguntas importantes para su vida. Del otro lado, se encuentra
con un hombre de mediana edad, Max Horowitz, que vive prácticamente encerrado en su departamento, huyendo del
mundo al que no logra integrarse y que siente que lo agrede constantemente. Max padece de síndrome de Asperger, por lo
que no comprende buena parte de la interacción social corriente entre las personas y se refugia en una serie de rutinas
imaginarias o concretas que, poco a poco, empezará a compartir por correspondencia con esta inusitada nueva amiga. Del
otro lado del mundo; Mary está dispuesta a conocerlo y a construir con él un diálogo atiborrado de sus expectativas y de
sus deseos de conocer la vida por medio de ese otro distante pero cada vez más cercano y valioso. Durante
aproximadamente dos décadas, Mary y Max intercambian cartas –y también silencios- mientras la vida los atraviesa y la
mirada del otro les deja marcas profundas y determinantes para sus propias biografías.
Mary y Max: una lectura
El roto y la descosida
Entrañable film de afectos y reconocimiento, que gana espesor y profundidad por el tratamiento sensible y cercano de su
director y, claro, por la elección de la técnica de stop motion –o de animación cuadro por cuadro, como se la solía conocer
en español- para construir y narrar su historia. Lejos de valerse de la animación para llevar su película a las arenas del cine
infantil o para niños, Elliot despliega aquí una imaginación frondosa para tejer entre sus criaturas un universo propio que
parece hacerse cada vez más grande y más denso a medida que se concentra en el espacio que se tiende entre sus
protagonistas. Este rasgo del film resulta aún más notable si se observa que el mundo –los mundos- alrededor de los
personajes resultan casi siempre una referencia secundaria y que la historia se desarrolla enfocando cada vez con mayor
decisión a una y a otro y a aquello que se teje en el vínculo entre ambos. No es fácil hacer con estos medios y con estos
marcos un film como este, sencillo en su trama, pero intenso y conmovedor en sus maneras de acercarse a sus personajes
y ciertamente complejo en las formas de narrar a cada quien y el entre quienes. Estamos ante un film en el que el vínculo
entre los protagonistas ofrece, en forma y contenido, muchísimo material para explorar y para intentar conocer a sus sujetos
con mayor profundidad. Nos proponemos en lo que sigue indagar en ciertos elementos de la historia y en ciertas decisiones
formales de sus realizadores para explorar determinados sentidos del film que nos interesa recuperar, componer y proponer
a otras miradas y elaboraciones.
                                                                                                                             /
Sobran las fallas
Desde el principio mismo del film, la voz de un narrador nos presenta a los protagonistas, comenzando por Mary, como
sujetos fallados, que se perciben a sí mismos en relación con lo que los torna anormales o incompletos y que encuentran en
sus propios defectos lo más íntimo de sus identificaciones subjetivas. Mary padece porque esa marca color caca en su
frente la hace motivo de burlas de sus compañeros de escuela y esto la torna introspectiva y solitaria, a la defensiva frente a
un mundo que le devuelve una imagen horrible de sí misma. A su turno, Max se nos presenta como un antisocial, un
inadaptado para casi todas las prácticas de la vida adulta que elige el encierro y la soledad para no tener que intercambiar
con otras personas señales, gestos y palabras que no puede decodificar ni significar adecuadamente. Por motivos
diferentes, Mary y Max se ven a sí mismos como sujetos fallados, aislados e incomprendidos y el vínculo entre ambos –
escritura de por medio- se construye a partir de este reconocimiento de lo que no tienen -amigos, otros referentes,
aceptación social- y este vacío compartido es un elemento clave de esa relación extraña e insólita que se tejerá entre
ambos.
                                     Mary Daisy Dinkle: toda una vida por delante, y una marca…
Pero las soledades de una y otro son diferentes, no sólo porque ella es una niña y su curiosidad e inquietud dan cuenta de
sus deseos de aprender, de crecer y de cambiar, sino porque Max, que parece resignado a su condición de ermitaño, tiene
una explicación médica para sus males: es un Aspie, como él mismo asume en cierto momento ante Mary exhibiéndose con
una graciosa remera con leyenda incluida, y entonces su disfuncionalidad social queda justificada y hasta cierto punto fijada
a su persona y a su forma de vivir: si el vacío de las faltas está en medio de ambos, Mary va a hacer de esta situación un
motivo de interrogación, desafío y superación para sí misma y para sus formas de estar con los otros, mientras que Max se
mantiene en general en una posición de cierta pasividad respecto del mundo; lo que no implica que el vínculo con su amiga
por correspondencia no lo afecte, como se verá en ciertos momentos claves de la relación.
Sus respectivos mundos próximos participan de sus debilidades y las continúan o las confirman. Vera Dinkle, la madre de
Mary, trasiega la escena familiar regándola de jerez y de tabaco, mientras se sumerge a los ojos de su hija en una
degradación sin final que la lleva incluso a robar alimentos en las tiendas del barrio con Mary a cuestas; en una de estas
situaciones, mientras madre e hija huyen del dueño de un almacén, Mary se cuelga de la guía telefónica de la que consigue
arrancar un pedacito de la página en la que se encontrará el nombre de Max Horowitz, como si esta acción desesperada y
azarosa significara para ella una soga para seguir conectada con el mundo más allá de las faltas de su madre. A los ojos de
Mary, su padre es un hombre hermético y ausente, que cultiva obsesiones que lo aíslan de su familia, como la taxidermia o
la búsqueda de metales, y que desaparece definitivamente poco tiempo después de retirarse de su empleo.
La situación familiar, de por sí inestable y con referencias débiles y lacerantes para Mary, se desbarranca entonces cuando
Vera queda a cargo del hogar cada vez más sujeta de sus adicciones y cada vez más ausente a medida que Mary crece.
En este entorno visiblemente problemático, Mary no encuentra con quiénes y ante quiénes proyectar sus deseos, sus
preguntas, sus temores, sus dudas y sus frustraciones y, como todo niño o toda niña de su edad, elabora especulaciones y
respuestas tomando de aquí o de allá elementos de los dichos de los adultos o de lo que se encuentra en un medio tan
incierto y fluctuante como el equilibrio de su madre. Alrededor, un conjunto de vecinos se vuelven significativos para la niña
también por sus fallas: el bueno de Len, un hombre minusválido que sufre además de agorafobia –el equívoco de la
pequeña Mary es delicioso en este punto: confunde agorafobia con homofobia- y no puede salir a la calle en su silla de
ruedas; o el bello Damien, un niño de su edad que atrae a Mary y que tartamudea cada vez que dice algo. El mundo de
Mary, el próximo y el más periférico, se constituye de fallas y de personas con las que no puede relacionarse; algunas
referencias menos personales vienen a ocupar ciertos huecos: lo Noblets, esos personajes de televisión que están llenos de
amigos, y un gallo que adopta como mascota y al que nombra Ethel que, para confirmar el desarreglo general del mundo, a
los ojos de Mary también está fallado porque es incapaz de poner huevos.
                                                                                                                             /
                                     Mary y su madre, tomando prestado en la tienda del barrio
Max no está mejor rodeado. Si su soledad es casi una obligación dada su incapacidad de conectar socialmente con alguna
fluidez, sus escasas salidas al mundo para el grupo de “comilones anónimos” o sus consultas con el psiquiatra confirman el
desajuste entre el sujeto y la vida alrededor: se angustia cuando una compañera le hace gestos de acercamiento sexual,
suelta sus gases en ascensores o paradas de colectivos sin comprender por qué esto resulta mal visto y se desborda de
enojo hasta la ira cuando observa que se ensucia la calle y que nadie hace nada para remediarlo. Su vecina Eve, casi
ciega, es la persona más próxima y la que lo atiende con cierta dedicación; pero Max no puede conectar afectivamente con
ella y se aferra en cambio a ciertos amigos imaginarios, a los Noblets –una de las aficiones que comparte con Mary- y a la
comida, que lo tranquiliza y lo aplasta aún más en su sillón. El mundo de Max debe ser pequeño y controlado, impermeable
a cambios y sorpresas y apoyado cotidianamente en ciertas rutinas que lo mantienen a salvo de las fallas propias y de las
ajenas.
El uno para la otra
Mary empieza a escribir cartas y encuentra medios para que las cartas de Max eviten la censura materna, bastante ineficaz
por sí misma. El entusiasmo que pone en la correspondencia con ese hombre distante y solitario expresa el tamaño de su
curiosidad y el deseo de ir más allá de los estrechos y desordenados límites de la casa. La primera carta de Mary, que nos
permite a nosotros conocer su voz en el momento en que la dirige a un otro concreto, está repleta de ternura y de ganas de
hablar con alguien, de ser alguien para otro. El encadenamiento estrafalario de preguntas y de afirmaciones desborda su
escritura y, para contarse a si misma ante un desconocido, habla de sus queridos Noblets, de su gusto por el chocolate y la
leche condensada y de su extraña mascota; pero también alude significativamente a las faltas de sus padres y a la
sexualidad, lo que perturbará sobremanera a su amigo.
Mary elabora en el intercambio con Max una imagen posible de sí misma más allá del cascarón de abandono, desprecio
parental y autocompasión en el que discurre su infancia a punto de concluir. Pero quizá la operación de enlace es para ella
más importante en el sentido de que da con alguien ante quien preguntarse y narrarse a sí misma, poner nuevos espejos de
su propia persona y de las personas cercanas y saltar el cerco de silencio y de degradación sin remedio que se ha
levantado con sus padres. Max juega entonces un papel decisivo en su posibilidad de moverse en relación con su medio
cercano, pero es importante advertir que no se trata de una referencia impersonal –como los Noblets o las mascotas- sino
de otro concreto, encarnado por un sujeto que se aprende a querer porque devuelve las preguntas, porque espera algo de
ella y porque, como ella, también sufre por la soledad. Hay un punto de identificación entonces, pero también un vacío que
comunica las faltas de ambos y que se hace productivo gracias a la distancia que los separa. Así, a lo lejos y con la
escritura como medio de narración de sí y de conocimiento del otro, Mary se aferra a Max como a una tabla en el océano
que le permite salvar su naufragio, pero también como a otro que habilita su posibilidad de estar en el mundo para sí y
frente a sus otros cercanos de otras maneras.
Las fallas de Max, más estructurales que las de Mary dado que comprometen su psiquis, no resultan aquí un obstáculo sino
una invitación a seguir conociéndolo –incluso más allá de lo razonable, como se verá en su momento-. ¿Cómo podría Mary
dar con un sujeto / referencia más fallado que Max? Es difícil imaginarlo, y si comparamos a Max con esos padres que
están cerca para no estar con ella, seguramente la principal ventaja del corresponsal es su distancia. Entonces, Max
                                                                                                                          /
Horowitz deviene para Mary Dinkle un sujeto necesario para tramitar y aliviar lo que dentro y cerca de sí misma la define
como una niña fea, despreciable y rechazada por el mundo; pero sobre todo, es un otro con quien teje un vínculo que le
permite proyectar otra imagen de sí misma y superar los espejos angustiantes que pueblan su vida cotidiana. Incluso
inadaptado y solitario, Max funciona para Mary como otro lazo con el mundo que se teje entre el afecto y el apoyo mutuo, la
distancia, los sobreentendidos y los malentendidos, pero también en el deseo real de saber del otro y saber de uno a través
del saber del otro.
La una para el otro
Un bálsamo para sus padecimientos y un padecimiento nuevo que trasciende los usuales, he aquí lo que Max Horowitz
experimenta en esta aventura epistolar que, como una bomba teledirigida desde Australia, explota en su pequeño mundo a
partir de la primera carta de Mary.
                                     Max Jerry Horowitz en su reducto, atravesando la soledad
El trabajo sobre el rostro del personaje, uno de los elementos técnicos más impresionantes del film, da muestras sobradas
de una conmoción casi imposible de tramitar para el sujeto ante los huracanes que se avecinan con esta novedad. Y si las
cartas de Mary le ofrecen en un principio y fundamentalmente una conexión real con el mundo más allá de sus amigos
imaginarios y de sus obsesiones, esa conexión no será para Max sin costos: sostener un intercambio con Mary lo pone
permanentemente al borde de su propio abismo de angustia, ansiedad y pánico, porque las preguntas y las afirmaciones de
la niña luego adolescente le exigen revisar y exponer ciertos arreglos laboriosos con sigo mismo que mantienen a raya los
efectos de su inadaptación social y de sus rutinas grises administradas como un fármaco. ¿Por qué acepta Max esta
aventura de a dos que implica para él un peligro constante y una invitación a hacer un equilibrio muy delicado entre sus
fallas y sus deseos? Seguramente la distancia que propicia –y que salva- la escritura está en la base del hecho de que este
hombre aislado y atrincherado pueda construir a lo largo del tiempo un vínculo cada vez más importante y significativo con
otra persona, pero hay que considerar también la posición en la que Mary pone a Max y lo que habilita para él. En los
momentos en los que escribe es cuando Max, incluso devastado por el libro de Mary, se expresa a si mismo más
completamente.
En esa postura de escritor obsesivo ante su máquina de escribir, ese hombre que no puede encontrarse con otros, se narra
a sí mismo ante Mary como ante nadie más: le puede contar lo que tiene y lo que le falta, lo que puede y no puede hacer, lo
que recoge del mundo alrededor y lo que rescata de su tratamiento con el psiquiatra –que resulta para él una referencia
importante que parece completarse al contársela a Mary-. Pero sobre todo, Mary Daisy Dinkle, esa niña que el azar le ha
puesto ante sí en imágenes infantiles, en tiernas fotografías y en un montón de palabras afectuosas y explosivas, se dirige a
Max como a alguien que sabe. Que sabe cómo son las cosas más allá de su mundo chiquito y asfixiado de niña sin adultos
habilitantes, que sabe cómo se vive en Estados Unidos, cómo se hacen o dónde se consiguen los bebés, o cómo plantarse
ante los compañeros de escuela que la agreden. Que sabe, incluso, o que puede saber, qué regalarle a ese chico vecino
del que se ha enamorado con solo verlo. Puesto en este lugar de saber, que implica para Max un posible terremoto a cada
paso, el hombre puede responder algunas preguntas y tambalea emocional y psíquicamente ante otras, pero ¿quién más lo
ha tratado antes como una referencia de saber? ¿Quién le ha preguntado por sus ideas, sus gustos o sus experiencias, o
incluso por sus debilidades? Max encuentra en la relación con Mary una situación insólita para su vida que, dada su
trascendencia, no puede sino desestabilizarlo, pero que supone también un nivel diferente de conexión con el mundo y con/
él mismo. Que el imaginario señor Ravioli se vaya en medio de la incomunicación con Mary implica claramente que para
este sujeto ermitaño y temeroso, haberse encontrado con otra persona que lo valora, lo aprecia y le presta atención a sus
palabras y a sus intercambios, es mucho más importante que el juego ordenado y controlado con sus propias fantasías
tranquilizadoras pero también mortificantes. Para Max, Mary es irremplazable, porque nadie más que ella lo ha visto y lo ha
tratado como una persona valiosa para su propia vida y lo ha puesto, más allá de sus faltas o incluso contando con ellas, en
el lugar de saber, escuchar, comprender y sostener al otro.
Tan lejos, tan cerca
A su turno, cada uno de los protagonistas verá abrirse el suelo bajo sus pies. Y aunque en ningún caso esto sea
enteramente atribuible al vínculo y a las heridas que se provocan al otro por correspondencia, sin embargo en ambos casos
las cartas ofician como desencadenantes de las propias caídas.
                                            Max después de una nueva carta de Mary
Para Max, esta era una posibilidad desde el principio, y una arremetida de Mary preguntando sobre amor, sexo y noviazgos,
va a resultar demasiado para su temblorosa estabilidad. No alcanza aquí con el banquito en el rincón y las decenas de hot
dogs de chocolate –una de sus más preciadas invenciones-; las preguntas de Mary son demasiado precisas y demasiado
reales y Max se hunde en su propio abismo para acabar a la deriva en una larga internación en la que la ciencia
experimenta con su cerebro para devolverlo a casa lavado, planchado y lustrado ocho meses más tarde. Su vecina ha
mantenido un mínimo de continuidad con su mundo anterior y Max puede de a poco y con pasitos cortos restablecer algo
del orden precario entre él y su ambiente próximo y reconquistar su lugar aparte del mundo. Es entonces cuando,
recomendado por el doctor Hazellhof, le cuenta a Mary sobre su enfermedad, bastante tiempo después del comienzo de la
relación. En este acto, Max parece liberarse ante Mary de una carga muy íntima, y sin embargo, también se exhibe ante ella
no como una persona fallada o incompleta sino como alguien que se puede nombrar a sí mismo casi con orgullo con un
nombre distintivo: un aspie.
El paso por el vendaval lo ha dejado nuevamente en pie y los vaivenes de la fortuna pasan por delante de sus ojos sin
apenas alterar su existencia: se gana la lotería, pero la caída del aire acondicionado de su departamento aplasta a un mimo
que trabajaba bajo su ventana. Nada de esto supone para Max un cambio significativo en sus rutinas, lo que lo hará estallar
de ira es la noticia que llega con una de las cartas de Mary. Graduada con mérito en la universidad, la muchacha ha
decidido especializarse en enfermedades mentales y ha tomado su caso como motivo de estudio: nunca antes vimos a Max
tan encolerizado, su reacción, después de varias cartas abolladas, no podría ser más expresiva: arranca la M de su
máquina de escribir y se la envía a Mary cortando toda otra comunicación con ella.
Del otro lado del mundo, Mary emprende entonces su propio descenso al infierno. ¿Está su degradación subjetiva
completamente motivada en la reacción inesperada de Max? No, no lo está, y seguramente hay que rastrear en otros datos
fundantes de su biografía para capturar ciertas constantes que parecen activarse súbitamente frente al rechazo violento de
un ser valioso a cuya figura le ha dedicado su afecto, su curiosidad y su esfuerzo. El hecho de que en su depresión Mary
aparezca cada vez más próxima a sus imágenes maternas y que Damien la deje por carta –ensobrada con otra M…- sin
que ella advierta siquiera su partida, remite claramente a las posiciones de su madre y de su padre en la escena familiar; /
pero no se puede omitir la circunstancia de que es el repudio de Max lo que detiene y resquebraja su aparente seguridad y
lo que hace aflorar en ella una serie de motivos personales oscuros y lacerantes que remiten a su infancia y que la sitúan
otra vez ante una imagen de sí misma con la que no puede enfrentarse. De esta forma, Mary parece confirmar algo que no
circula explícitamente en el intercambio pero que es constitutivo del valor que asume para ambos: del otro lado de su
escritura de niña, de adolescente y de mujer joven, hay alguien que sabe de ella algo que para Mary resulta inescindible de
su persona.
                                                       Un cielo de a dos
No discurriremos aquí sobre el desenlace emocionante de este film abigarrado de sentidos puntillosamente bordados a su
textura sensible. La secuencia final, tras el perdón de Max y el viaje de Mary a conocerlo personalmente, agrega un dato
que da cuenta de un movimiento en la vida de ella: en sus espaldas se apoya un bebé de unos pocos meses y su
presencia, que el film no explica ni subraya, adelanta que aquello que había sido un elemento importante en el intercambio
epistolar entre ambos va a ser una parte fundamental de ese encuentro final que no será del todo completo porque, como el
propio film nos lo ha contado, necesita en parte de la ausencia para ser real. Un mar de cartas pegadas al cielorraso del
departamento de Max parece poder cubrir la distancia geográfica que los ha unido durante años. Mary se encuentra allí a sí
misma como no podría encontrarse en ningún otro sitio, al otro lado de su escritura y en el corazón mismo de ese otro que
era incapaz de expresar sus emociones.
Algunos apuntes sobre el director y la realización del film
Cinco años le llevó a Adam Eliot realizar este film notable de animación que, como se percibe de principio a fin, exhibe un
trabajo minucioso, delicado y sensible, no sólo en relación con los personajes, sino también en la composición de
ambientes, objetos, climas y colores.
A la singularidad propia de la película se le suma el hecho curioso de que, hasta el año 2018, es el único largometraje de su
director, quien ha realizado hasta ahora siete películas, todas en extensión de cortometraje excepto la que nos ocupa.
Nacido en 1972 y criado en una granja de Australia del sur, Adam Elliot, empezó en 1996 sus estudios de fotografía, pintura
y poesía en la Escuela Victoriana de Artes. Como parte de esta experiencia compuso su primera obra de animación, la
trilogía Uncle (Tío, 1996), Cousin (Primo, 1999) y Brother (Hermano, 1999). Su obra es relativamente desconocida dado
que no ha tenido casi exhibición comercial, salvo por Mary y Max, que se exhibió en varios festivales a partir del año 2010 y
que fue nominada por Australia al Oscar como mejor film en el año 2010, sin éxito. En Argentina se exhibió como parte del
10° Festival de cine independiente de Buenos Aires, BAFICI.
                                                                                                                              /
                                              Adam Elliot montando un cuadro del film
Más allá de esta sucinta presentación del director y del film, nos importa señalar aquí ciertos elementos de la realización
que forman parte sustancial de los sentidos del film y que articulan con notable espesor y consistencia las distintas
instancias del relato.
Elliot exhibe en Mary y Max una técnica depurada en la animación y elige para ello una estética inarmónica y asimétrica,
que se vale en muchos pasajes del film de líneas torcidas y de contornos, figuras y cuerpos desequilibrados. Hay aquí una
evidente pasión por la imperfección del trazo que es inescindible de los sentidos de la obra y del cariño atento y rugoso con
el que se presenta a sus protagonistas: las fallas no son un accidente, son lo que conforma el universo de representación
del film y entonces, también una caricia para sus criaturas.
En distintas referencias a la obra se menciona que el argumento está extraído de una experiencia del propio Adam, que se
escribió durante años con un amigo corresponsal que vivía en Estados Unidos. Hay que anotar que hay otras referencias
personales dispersas en el film, no sólo su Australia natal sino también el nombre de su propio padre, Noel, que es también
el del padre de Mary. Por supuesto, el valor del film no se refiere a los elementos autobiográficos que puedan integrarlo, y
trasciende la leyenda del principio que señala que está basado en un hecho de la vida real. Elliot realiza una película cuyo
espesor humano torna anecdótica cualquier referencia particular. Y es notable cómo recurre a ciertos elementos
aparentemente laterales a la trama para componer también un mundo de sentidos múltiples y detalles infinitos.
Indagaremos en ciertos elementos del film para prolongar esta reflexión: el tratamiento del color es de una coherencia
notable a lo largo del relato. Veamos: el mundo de Mount Waverly, el suburbio donde vive Mary, aparece en general en un
tono sepia que replica el color de la mancha ignominiosa que aqueja a la niña, pero se ve aquí y allá salpicado de colores
que remiten –como ese anillo que expresa su humor- a los estados de ánimo de Mary y a una cierta diversidad cromática,
siempre significativa, que contrasta fuertemente con el mundo gris y en general monocromático que rodea a Max. Salvo por
el pompón que le envía Mary, de un rojo salvaje, el mundo de Max parece hundido en una tonalidad opaca y uniforme que
sólo se altera ante ciertos elementos del intercambio con su amiga. Por otra parte, el trabajo sobre la gestualidad facial de
ambos, en particular sobre la expresión de sus bocas, comunica también la consistencia de la realización, la técnica notable
del trabajo sobre expresividades en general contrastantes y una atención intensa sobre ciertos gestos significativos de
ambos: la sonrisa de Mary y los ojos aterrorizados de Max, por citar sendos ejemplos.
Por último, aunque esta consideración sobre la forma podría extenderse y esperamos hacerlo en nuestro intercambio, es
muy importante advertir el cuidadoso trabajo con las voces: escuchamos las voces de los protagonistas sólo cuando
escriben al otro, y la información al principio y en el medio de la trama que resulta importante para el avance del relato
queda siempre a cargo de un narrador exterior que refiere a las circunstancias de ambos más allá de la escritura. La
elección de Toni Colette y de Philip Seymoir Hoffman para componer las voces agrega matices e inflexiones muy precisas
en la interpretación que nos resultan inseparables de los personajes, particularmente de Max, que aparece tan presente en
su voz como en sus imágenes. No se trata entonces sólo de la técnica formidable del animador –que es aquí también
guionista y director- sino de la voluntad y el deseo de hacer cine con ella, de componer un universo cinematográfico cuyo
valor no se agota en la destreza y la imaginación para animar sino que se apoya en estos recursos como un punto de
partida para una realización que expresa a un artista inquieto, sensible y profundo.
                                                                                                               Marcelo Scotti*