C
R
V U
I C
I
A
S
MEDITACIONES EXTRAÍDAS DEL LIBRO
“CAMINO DE LA CRUZ”
DE FRAY MARIO JOSÉ PETIT DE MURAT
ORACIÓN INICIAL
Todo, todo se debe ir a buscar a la Pasión de
Cristo. Si quieres conocer a Dios, su bondad, su
misericordia, imaginaos qué misericordia es esa
que siendo Él inaccesible para nosotros,
estando a una distancia infinita -por el solo
hecho de ser creaturas y por la aversión que
implica el pecado- es Él el que viene a
buscarnos y viene a ocupar nuestro lugar y a
darnos aquel Reparador, aquel Mediador que
nosotros no podemos tener por nosotros mismos.
El mismo se constituye en el Reparador de
nuestros vicios.
PRIMERA ESTACIÓN
JESÚS ES CONDENADO A MUERTE
Jesús fue llevado de Anás a Caifás y de Caifás
a Anás, de Pilato a Herodes y de Herodes a
Pilato. Allí, en esta caterva de jueces, recibió la
sentencia exacta, la sentencia que pesa sobre
nosotros: se lo juzgó de sedicioso y se lo juzgó de
blasfemo; y todos nosotros, cuantas veces
pecamos y sobre todo por el pecado original, y
sobre todo por la aptitud que ha dado a
nuestra naturaleza el pecado original, somos
blasfemos y somos sediciosos.Blasfemos para
con Dios, porque usurpamos su trono y
queremos ser como dioses al querer comenzar
en nosotros y ser principio de nosotros mismos y
de nuestro destino.Y somos sediciosos, porque
con nuestros pecados perturbamos el orden de
las creaturas y las violentamos, y queremos
erigirnos en eje y en principio de ellas,
produciendo así una horrible y espantosa
subversión de valores, origen de nuestras
idolatrías.
SEGUNDA ESTACIÓN
JESÚS CARGA CON LA CRUZ
El Señor carga con nuestra cruz. Alguna
tradición dice que el Señor, cuando recibió la
cruz, la abrazó y la besó. El pecado está
compuesto de dos elementos: la culpa y la
pena. Mientras nosotros queremos la culpa y
tenemos horror y huimos a la pena, el Señor
abrazó la pena y aborreció la culpa. Nos
completó en el pecado. Es necesario que
salgamos al encuentro de todo dolor, con
impulso propio, y que amemos la pena tanto
cuanto hemos amado al pecado, y nos
gocemos cuando tenemos ocasión de expiar,
hagamos de la necesidad virtud. Cuando nos
visite una tribulación, una prueba, sepamos
ante todo que nosotros somos los causantes de
ella, y gocémonos de que el Señor nos visite
cuando nos da la oportunidad de expiar
nuestros pecados y pasar el purgatorio en la
tierra.
TERCERA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR PRIMERA VEZ
Jesús cayó porque caímos. ¡Cuánto nos ama!
Nos busca y nos busca, si hay que hundirse en
uno y otro abismo, se hunde para encontrarnos.
Y con tanto amor recubre con su inocencia
nuestra culpa. Hemos caído aquella primera vez
cuando nos ensalzamos hasta el trono de Dios,
cuando no quisimos ser creaturas de Dios:
Rubén, no crezcas; te has atrevido a subir al
estrado de tu padre, te derramarás como agua
(Gn. 49, 3-4). Ésta fue la sentencia que cayó
sobre nosotros. Tenemos que ir hasta el fondo
de nuestra alma y sacar de allí ese fondo de
maldición que está latente en nosotros: en
cuanto nosotros no somos de Cristo en nuestra
vida práctica, crece y reina de manera
espantosa el pecado original, actitud que está
en todos nosotros en la medida en que no
somos fieles al santo Bautismo y a los
mandamientos de Dios.
CUARTA ESTACIÓN
JESÚS ENCUENTRA A SU MADRE
¡Qué estación espantosa! La Virgen Santísima
encuentra a Jesús, así, de frente. Avanza este
gusano, nuestro hijo, el de nuestra maldición.
Por amor, cargó con la maldición que pesaba
sobre nosotros, y está tomando nuestra figura y
semejanza. Mira, Virgen, mi hijo. ¡Qué distinto al
tuyo! Qué horror si la Virgen no lo aceptara y
me reprochara, y me exigiera la tremenda
deuda de que le devolviera a su Hijo, Aquel que
era el más bello de los hombres. Mas, la Virgen
ama a este otro Jesús también, y me recibe a
mí en esa llaga, escupida, latigazo que
acepta,y quiere ser Madre de todos nosotros,
los llagados. Y Cristo me ama más, porque
también soy de María, y María me ama porque
ya soy Jesús, mi hijo. ¡Oh consumación
maravillosa del amor! Cómo se hace mayor el
mismo amor de Jesús al encontrarlo en María, y
cómo somos metidos así en el diálogo íntimo del
amor de Jesús y María.
QUINTA ESTACIÓN
EL CIRENEO AYUDA A JESÚS
Aquí nos encontramos ya con una anticipación
de frutos, un esbozo de lo que será la
resurrección de las almas por la Pasión y
expiación de Cristo. Aquí está el nuevo hombre,
aquel que sabe hacerse justo y abrazar su cruz,
porque esa cruz que lleva Jesús es mi cruz. Jesús
no tiene cruz, no tiene por qué tener cruz; Él
recogió mi cruz. Aquí está el hombre nuevo que
al fin es iluminado por la verdad, y completa la
pasión de Cristo, a través de todos los tiempos,
en esta pobre Iglesia deshonrada, vilipendiada
y oscurecida por la ingratitud de sus hijos.
SEXTA ESTACIÓN
LA VERÓNICA LIMPIA EL ROSTRO DE JESÚS
Esta estación completa la anterior. Aquí está la
creatura magnífica, levantada por la gracia, la
que da testimonio de que la tierra ha sido
visitada, que refleja la luz de la belleza de Cristo,
y tanto, que es capaz de limpiar el rostro de
Cristo. ¡Si llegáramos a hacer esto en medio de
este mundo que tanto ha ensuciado al Hijo de
Dios e Hijo del Hombre!
SÉPTIMA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR SEGUNDA VEZ
Reaparece la Pasión de Cristo, y en esta
estación estamos nosotros. Segunda caída.
Hemos caído con reincidencia en la confusión,
hemos vuelto al pecado original de nuestro
nacimiento, y hoy estamos pagando las
consecuencias de la confusión. Todo está
subvertido. Todo ha sido prolijamente
cambiado, sustraída la verdad con toda
paciencia y obstinación. Cualquier principio de
este mundo que aceptes, estás perdido; allí
está la grieta que aprovechará Satanás para
llevarte al infierno, porque el sistema de
confusión es total. Y para que veas bien lo que
es eso, míralo a Jesús pringado de mugre, de
estiércol y de restos de cadáveres, porque esta
segunda caída fue cuando salía de la ciudad,
en el basural de las orillas de la ciudad. Cayó
precisamente porque resbaló en nuestro
estiércol, y a su divino cuerpo llagado se
pegaron los restos de cadáveres, la basura y el
estiércol.
OCTAVA ESTACIÓN
JESÚS CONSUELA A LAS MUJERES
“No lloréis por mí sino por vosotras y por vuestros
hijos, porque vendrán días en que dirán
‘bienaventuradas las estériles y los vientres que
no engendran y los pechos que no
amamantan’”. ¿Esto es consuelo? La verdad
siempre consuela porque esa advertencia que
nos duele, libra del mal. Aprendamos que la
Pasión no la tenemos que llorar en Él sino en
nosotros, que en cuanto nosotros lloramos
nuestros pecados somos alivio de Cristo.
Miremosel amor inmenso que nos tiene Jesús,
que olvida sus dolores para estar mirando
incluso nuestros dolores temporales. Atendamos
a su admonición terrible: “si esto pasa en el
árbol verde -en Él- qué no pasará en el seco”.
¡Ten cuidado, hijo, de no llevar frutos de buenas
obras, porque siempre eres árbol árido y no
servirás nada más que para el fuego!
NOVENA ESTACIÓN
JESÚS CAE POR TERCERA VEZ
Tercera caída de Jesús, que nunca dice “no
puedo más”, que nunca dice “basta”.
Aprendamos cómo se las industria para sacar
nuevos modos de padecer por nosotros y cubrir
así toda iniquidad. Porque si cae por tercera vez
es porque caímos nosotros por tercera vez, y
estamos caídos, en esa caída que manifiesta
nuestra perversión, esa malicia nuestra de
excusarnos siempre, de que siempre tenemos
razón, de que siempre tenemos aptitud para
juzgar y no para juzgarnos; esa malicia que es el
último fruto del pecado, donde el pecado se
hace perfecto, se cierra. Orgullo, confusión,
malicia: los tres elementos constitutivos del
pecado.
DÉCIMA ESTACIÓN
JESÚS ES DESPOJADO DE SUS VESTIDURAS
¡Y nunca dice basta! ¡Siempre encuentra
nuevas maneras de padecer! ¡Lo que habrá
sido esta expoliación! Cuando le arrancan las
vestiduras pegadas a sus llagas, se reabren,
porque se reabren las nuestras cuantas veces
reincidimos en el pecado. Tú, bautizado, tenías
restañadas tus llagas con el Bautismo, y cuando
pecas una y otra vez las reabres. Y Cristo quiso
padecer la pena de tus pecados y mira lo que
eso le cuesta. ¿Cómo no murió acá? Era llagas
de pies a cabeza. Y los verdugos no son
hombres para tener consideración; riéndose le
arrancaron los vestidos, así como tú también
riendo vuelves a pecar, riendo, siempre
pecamos riendo. Y esto cuesta tu risa.¡Qué
inmensa confianza nos da esta Pasión! Yo, que
vuelvo a caer y caer, aquí está mi lugar, esta
sangre que vuelve a reaparecer es para mí.
Señor, ten piedad de mí y líbrame de ser
reincidente, que me convierta de verdad y
para siempre.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
CRUCIFIXIÓN DE JESÚS
El suplicio llega a su fin. Jesús ha perdido su
color y lo veo con sed, y le sirvo vinagre y mirra y
hiel, y voy y corro y estoy preocupado y tengo
muchos asuntos que tratar y lo dejo en su sed
abandonado: “Consummatumest”. Gracias,
Señor, que has colmado la medida de la justicia
de manera exuberante. “Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?”. Y así lo
tenemos también nosotros; golpea, llama y
nadie quiere las delicias de su Corazón. Como
nunca, estamos afuera de Cristo y de sus
caminos, disipados. Somos “buenos”, “no
hacemos mal a nadie”, pero cuántas pequeñas
maldades todos los días. No soy capaz de
matar, pero soy capaz de pinchar. Esta
soledad, esta incapacidad para amar, el peor
de los crímenes.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
MUERTE DE JESÚS
Y que todo este dolor total, Señor, sirva para mí,
para resucitarme. Aunque esté muerto de
cuatro días, ten compasión y llámame fuera del
sepulcro como a Lázaro. “En tus manos
encomiendo mi espíritu”, en cualquier
tribulación y prueba, y sobre todo en el
momento magnífico de la muerte.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
JESÚS ES BAJADO DE LA CRUZ
¿Y qué, todavía nos queda orgullo? ¿Todavía
nos queda amor propio? Mirad lo que le
devolvemos a María. Podemos ya confesar
convencidos de que hay en nosotros una fuerza
de muerte, este pecado, metido en nuestras
entrañas, que pasa a través, primero, de nuestro
entendimiento, y luego de nuestra boca y de
nuestras manos, cauterizando todo, hiriendo
todo. Sino, miradlo: ¡qué cosa le devolvemos a
María! ¡Qué despojo espantoso! ¿Todavía te
queda orgullo? A ver si grabas bien este espejo
en ti, y cuantas veces tengas movimiento de
amor propio, acuérdate de su imagen, de la
imagen que tú eres capaz de darle a Jesús.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
JESÚS ES COLOCADO EN EL SEPULCRO
Si por lo menos al comulgar fuéramos capaces
de darle un sepulcro del todo nuevo, que no
resistiera a su resurrección, en el que Jesús
pudiera hacer su obra en nosotros, germen
divino, y que nos transformara de edad en
edad espiritual, hasta que realmente
manifestáramos el Reino de Dios a los hombres,
diéramos testimonio con nuestra presencia de
que realmente hemos comido a Dios.Tengamos
cuidado, somos más duros que las piedras;
comulgamos y seguimos siendo nosotros, y
volvemos a comulgar y seguimos siendo
nosotros, y nunca se lo ve a Jesús. Estamos
sumamente distraídos;son muy graves nuestros
proyectos, y mientras tanto ahogamos a Jesús
como no lo hicieron las piedras que al tercer
día, verídicas y sumisas, se abrieron para dejar
paso al Resucitado. ¡Si fuéramos capaces de
ofrecer por el arrepentimiento y la conversión
verdaderos un sepulcro del todo nuevo al
Señor, para que haga su obra en mí y al fin
resucite en mí!
ORACIÓN FINAL
Amados hermanos míos: han querido escuchar
la verdad, la Palabra de Dios; y la Palabra de
Dios es para vivirla. No es mera palabra, sino
causa de verdadera vida. Lo que han
escuchado tienen que ponerlo en práctica.
Recemos a la Santísima Virgen para que nos
auxilie con su protección y nos consiga la
gracia de ser fieles a lo que hemos escuchado.