Controlados por el Espíritu Santo
Romanos 8:12-14. Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que
vivamos conforme a la carne; 13 porque si vivís conforme a la carne, moriréis; más
si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. 14 Porque todos los que
son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
Introducción: Pablo presenta dos estilos de vida que son el centro de toda su
argumentación hasta el v. 17.
Preposición: Dios nos dado al Espíritu Santo para capacitarnos en la lucha contra la Carne; por lo tanto, dejemos que el Espíritu de Dios
controle nuestras vidas.
A) Hay dos direcciones posibles en la vida, y muestra sus últimas
consecuencias. Andar conforme a la carne es seguir los deseos de la vida vieja.
Andar conforme al Espíritu es dejarse guiar por el Espíritu Santo, para vivir de
una forma que sea agradable a Dios. Aunque Pablo no lo dice claramente, la
implicación es que somos deudores del Espíritu, de vivir de acuerdo con el Espíritu.
Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme
a la carne—Es decir, “En un tiempo estábamos vendidos a sujeción bajo el
Pecado (cap. 7:14); pero ya que hemos sido libertados de aquel duro amo, y
llegado a ser siervos (esclavos) de la Justicia (cap. 6:22), nada debemos a la
carne, desconocemos sus injustas pretensiones y hacemos caso omiso de
sus imperiosas demandas.” ¡Glorioso sentimiento! Porque si viviereis conforme a
la carne, moriréis; más si por el espíritu mortificáis las obras de la carne [griego: “del
cuerpo”] viviréis. El apóstol no se contenta sólo con asegurarles que no están bajo
obligaciones algunas hacia la carne para escuchar sus encantamientos, sino
que también les recuerda el resultado de ello si lo hacen; y emplea la palabra
“mortificar” (matar) para hacer una especie de juego de palabras con el término
“moriréis” que antecede: “Si vosotros no matáis al pecado, el pecado os matará
a vosotros.” Pero esto lo templa con una alternativa aduladora: “Si por el Espíritu
mortificáis las obras del cuerpo, tal curso infaliblemente resultará en ‘vida’
eterna”. Dice que los cristianos tienen la capacidad para escoger hacer algo
que no es característico de ellos, esto es, andar «conforme a la carne»; y les
advierte que no lo hagan. Mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne:
Un buen resumen del proceso de santificación (crecer en santidad) en la vida
cristiana. Debemos trabajar activamente para crecer en santidad y «dar
muerte» a cualquier pecado en nuestras mentes, tanto en palabras como en
obras. Pero, a pesar de que hagamos todo nuestro esfuerzo, Pablo nos recuerda
que solamente alcanzaremos la victoria «por el Espíritu», esto es, por el poder del
Espíritu Santo.
Y esto guía al apóstol a una línea nueva de pensamiento, que introduce su tema
final: la “gloria” que espera al creyente justificado. “No puede haber seguridad,
santidad o felicidad alguna, para los que no están en Cristo: ninguna
seguridad, porque los tales están bajo la condenación de la ley (v. 1); ninguna
santidad, porque sólo aquellos que están unidos a Cristo tienen el Espíritu de
Cristo (v. 9); ninguna felicidad, porque la “mentalidad carnal es muerte” (v. 6).
[Hodge.] La santificación de los creyentes por cuanto tiene toda su base en la
muerte expiatoria, así también tiene su fuente viviente en la inmanencia del
Espíritu de Cristo. Ningún refinamiento de la mente carnal la hará espiritual, ni
compensa por la falta de la espiritualidad. “La carne” y “el espíritu” son
esencial e permanentemente contrarios; así pues la mente carnal, como tal, no
puede sujetarse a la ley de Dios (vv. 5-7). La conciencia de la vida espiritual en
nuestra alma renovada es una gloriosa garantía de la vida resurreccional del cuerpo
también, en virtud del mismo Espíritu vivificador que ya mora en nosotros. Sea cual
fuere la profesión de vida religiosa que los hombres hagan, consta eternamente que
“si vivimos conforme a la carne, moriremos,” y solamente “si por el Espíritu
mortificamos las obras del cuerpo, viviremos”.
Conclusión: El estilo de vida de aquellos que son hijos de Dios. Pablo está
alentando a vivir, no de acuerdo con la carne, sino para hacer morir las obras de la
carne (v. 13). Por lo tanto, ser guiado «por el Espíritu de Dios» supone hacer morir
progresivamente los apetitos pecaminosos de la naturaleza inferior. Esto implica
que, aunque todos los cristianos son de alguna manera guiados «por el Espíritu de
Dios», hay diversos grados en la actitud de aceptar la dirección del Espíritu.
Mientras más plenamente sea guiada la gente por el Espíritu, más obedecerán la
voluntad de Dios y mejor se conformarán a sus estándares santos.
La palabra griega traducida como son guiados es un participio presente y debe ser
entendida como que «muchos son guiados continuamente por el Espíritu de Dios».
Esta guía divina no se reduce al conocimiento objetivo de los mandamientos de la
Escritura y al esfuerzo consciente por obedecerlos (aunque lo más seguro es que
los incluya). Por el contrario, más bien se refiere al factor subjetivo de ser receptivos
a los impulsos del Espíritu Santo a lo largo del día, impulsos que si de verdad vienen
del Espíritu Santo nunca nos inducirán a actuar en contra de lo que enseña la
Escritura.
Lo que se percibe como la dirección subjetiva del Espíritu Santo, especialmente en
las decisiones más importantes, o en los impulsos para hacer algo poco usual, debe
ser sometido a la confirmación de varios consejeros (Pro_11:14; Pro_24:6) para que
nos ayuden a protegernos de errores y a mantener una clara visión de las normas
objetivas de la Escritura.
8 . 15 , 16 El Espíritu Santo nos concede la seguridad subjetiva de que somos hijos de Dios. Abba es la palabra aramea para Padre.
Como quienes están «en el espíritu» (v. 9) y viven ahora según la norma del espíritu, ahora somos libres gracias a la acción liberadora de
Dios. Y por ello, precisamente en cuanto libres, somos «deudores», aunque nunca deudores de la «carne». Pues, la vida de quien confía
en su «carne», es decir, en sí mismo, conduce necesariamente a la muerte. Por el contrario, nos oponemos a ella cuando, «con el
Espíritu, dais muerte a las obras del cuerpo». La idea que aquí late es la práctica pecaminosa en la que el «cuerpo» -o, lo que es lo
mismo, el yo del hombre- encuentra siempre placer. Tal práctica debe ser muerta por el Espíritu, que nos capacita y nos guía hacia una
nueva práctica cristiana (v. 14).
En el v. 13, la muerte y la vida aparecen como las dos posibilidades que se presentan al cristiano. Pero ¿se le brindan realmente a su libre
elección, de tal modo que pueda decidir entre ambas? Si puede darse la libertad psicológica de elección o de decisión, ello se debe a que
esta libertad está ya intrínsecamente condicionada de forma bien explícita por el poder del Espíritu que guía al cristiano en la fe. Todo lo
que ahora le interesa es mantenerse en la libertad que le ha otorgado el Espíritu. Así pues, la elección que el cristiano debe hacer de
conformidad con todo ello, consiste en adherirse al Espíritu, en dejarse guiar por el Espíritu. Si no se mantiene firme ahí, necesariamente
sucumbirá al impulso mortífero del pecado.
Puesto que somos libres, somos realmente hijos de Dios (v. 14). Pues, el espíritu que hemos recibido no es el «espíritu de servidumbre»,
sino el de «adopción», con el que nos otorgan nuevas relaciones como hijos adoptivos de Dios (v. 15). Al acto liberador del Hijo de Dios
(v. 24) responde el nuevo estado de liberados como hijos de Dios, que por la acción salvífica divina han entrado en posesión plena de sus
derechos de hijos adoptivos (v. 16s)34. Pablo recuerda estas nuevas relaciones con Dios, que los cristianos han obtenido, para referirse
una vez más a la libertad refrendada por Dios como base de la nueva práctica de vida cristiana.
Así como la adopción de los cristianos lograda en el Espíritu se funda en el acto del Hijo de Dios, así también éstos le dan una respuesta
adecuada en su vida, por lo que se refiere al padecer con él en el presente como a la glorificación con él en el futuro. Es curioso que
Pablo, de cara a la salvación, defina el presente como un «padecer con él», que tiene asegurada la promesa de la gloria futura. Por lo que
hace a la glorificación de los hijos de Dios, en su nueva vida ellos sólo la experimentan de momento como un «todavía no» dentro de «lo
que ya han logrado». Lo cual no equivale precisamente a una ilusión, sino a una promesa y esperanza. Pues, es justo el conocimiento
seguro de la promesa de Dios en la experiencia del Espíritu lo que no solamente hace que nos mantengamos firmes frente a los trabajos
del presente, sino que además nos mantiene esperanzados. Por todo lo cual el caminar según el Espíritu hace que no despreciemos con
un entusiasmo exaltado la existencia en el mundo transitorio, sino que nos la presenta a una luz completamente nueva y llena de sentido.
Vv. 10-17.Si el Espíritu está en nosotros, Cristo está en nosotros. Él habita en el corazón por fe. La gracia en el alma es su nueva
naturaleza; el alma está viva para Dios y ha comenzado su santa felicidad que durará para siempre. La justicia imputada de Cristo
asegura al alma, la mejor parte, de la muerte. De esto vemos cuán grande es nuestro deber de andar, no en busca de la carne, sino en
pos del Espíritu. Si alguien vive habitualmente conforme a las lujurias corruptas, ciertamente perecerá en sus pecados, profese lo que
profese. ¿Y puede una vida mundana presente, digna por un momento, ser comparada con el premio noble de nuestro supremo
llamamiento? Entonces, por el Espíritu esforcémonos más y más en mortificar la carne.
La regeneración por el Espíritu Santo trae al alma una vida nueva y divina, aunque su estado sea débil. Los hijos de Dios tienen al Espíritu
para que obre en ellos la disposición de hijos; no tienen el espíritu de servidumbre, bajo el cual estaba la Iglesia del Antiguo Testamento,
por la oscuridad de esa dispensación. El Espíritu de adopción no estaba, entonces, plenamente derramado. Y, se refiere al espíritu de
servidumbre, al cual estaban sujetos muchos santos en su conversión.
Muchos se jactan de tener paz en sí mismos, a quienes Dios no les ha dado paz; pero los santificados, tienen el Espíritu de Dios que da
testimonio a sus espíritus que les da paz a su alma.
Aunque ahora podemos parecer perdedores por Cristo, al final no seremos, no podemos ser, perdedores para Él.
12, 13. SEGUNDO: La filiación de los Creyentes—Su herencia futura—La Intercesión del Espíritu a su favor (vv. 14-27).
14. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, etc.—Hasta aquí el apóstol ha hablado del Espíritu sencillamente como un
poder por medio del cual los creyentes mortifican el pecado; ahora habla de él como benéfico y amoroso Guía, cuya “dirección”—gozada
por todos aquellos en los que está el Espíritu del amado Hijo de Dios—enseña que ellos son también “hijos de Dios.”
15. Porque no habéis recibido [al tiempo de vuestra conversión] el espíritu de servidumbre—Esto es, “el espíritu que recibisteis no era
espíritu de servidumbre.” para estar otra vez en temor—como lo estabais bajo la ley, la cual “obra ira;” es decir, “Tal era vuestra condición
antes de que hubieseis creído, viviendo en servidumbre legal, acosados de constantes presentimientos bajo el sentido de pecado no
perdonado. Pero no para perpetuar dicha condición desdichada recibisteis al Espíritu.” mas habéis recibido [“recibisteis”] el espíritu de
adopción, por [“en”] el cual clamamos, Abba, Padre—La palabra “clamamos” es enfática, y expresa la espontaneidad, la fuerza, y la
exuberancia de las emociones filiales. En Gal_4:6 se dice que el clamor procede del Espíritu en nosotros, y da origen a la exclamación
filial en nuestros corazones: Aquí, se dice que procede de nuestros corazones bajo la energía vitalizadora del Espíritu, como el mismo
elemento de la vida nueva en los creyentes (comp. Mat_10:19-20; y nota, v. 4). “Abba” es el vocablo sirocaldaico por “Padre;” y se agrega
la correspondiente palabra griega, no por cierto para decir al lector que ambas significan la misma cosa, sino por la misma razón que
motivó las dos palabras en los labios de Cristo mismo durante su agonía en el huerto (Mar_14:36). A él le gustaba, sin duda, pronunciar el
nombre de su Padre en las dos formas usuales, dando primero la de su amada lengua materna, y luego la que había aprendido. En este
sentido, el uso de ambos vocablos aquí tiene sencillez y fervor encantadores.