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Los Temperamentos

1) El documento describe los cuatro temperamentos principales: colérico, sanguíneo, melancólico y flemático. 2) Explica que el temperamento se refiere a la disposición fundamental del alma y cómo reacciona a estímulos externos e internos. 3) Conocer el propio temperamento y el de los demás tiene ventajas como comprender mejor a los demás, tratarlos con más justicia y paciencia.

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Los Temperamentos

1) El documento describe los cuatro temperamentos principales: colérico, sanguíneo, melancólico y flemático. 2) Explica que el temperamento se refiere a la disposición fundamental del alma y cómo reacciona a estímulos externos e internos. 3) Conocer el propio temperamento y el de los demás tiene ventajas como comprender mejor a los demás, tratarlos con más justicia y paciencia.

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LOS TEMPERAMENTOS

El temperamento es, una disposición fundamental del alma, manifestada particularmente, en las ocasiones en
las que el alma recibe una impresión, ya sea por ideas y representaciones o bien por acontecimientos exteriores.
El temperamento nos da la contestación a esta pregunta: ¿Cómo se conduce el hombre, qué sentimientos lo
embargan, qué móvil le impulsa a obrar, cuándo algo le impresiona? Así por ejemplo: ¿cómo se porta el alma,
cuando es alabada o reprendida, cuando se la ofende, cuando advierte en sí cierta simpatía o tal vez antipatía
hacia tal persona, o cuando, en ocasión de una tormenta o de hallarse de noche en un camino solitario, le
sobreviene el pensamiento de un inminente peligro?

Aquí cabe hacer las siguientes preguntas:

1. Ante tales impresiones ¿se excita el alma con rapidez y fuerza, o por el contrario con lentitud y debilidad?

2. Bajo tales impresiones ¿se siente el alma impulsada a obrar de inmediato y a reaccionar con rapidez, o bien
siente la inclinación de esperar y estarse tranquila? ¿Muévanla tales casos a obrar con ardor, o a postrarse
más bien en un estado de pasividad?

3. ¿Esta excitación del alma dura por largo o corto tiempo? ¿Quedan grabadas en el alma por mucho
tiempo tales impresiones, de manera que con su solo recuerdo se renueve la excitación, o sabe el alma
sobreponerse de inmediato y con facilidad, de modo que el recuerdo de una excitación no llega a provocar
otra nueva?

La contestación a estas preguntas nos lleva como por la mano a los cuatro temperamentos y nos da al mismo
tiempo la clave del conocimiento de cada temperamento particular e individual.

El colérico se excita fácil y fuertemente; se siente impulsado a reaccionar de inmediato; la impresión queda
por mucho tiempo en el alma y fácilmente conduce a nuevas excitaciones.

El sanguíneo, así como el colérico, se excita fácil y fuertemente, sintiéndose asimismo impulsado a una rápida
reacción; pero la impresión se borra luego y no queda mucho tiempo en el alma.

El melancólico se excita bien poco ante las impresiones del alma; la reacción o no se produce en él o llega
después de pasado cierto tiempo. Las impresiones, sin embargo se graban muy profundamente en el alma,
sobre todo si se repiten siempre las mismas.

El flemático no se deja afectar tan fácilmente por las impresiones, ni se siente mayormente inclinado
a reaccionar; y las impresiones, por su parte, muy luego se desvanecen.

El descubrir nuestros temperamentos tendremos ventajas para la vida en comunidad, las cuales nunca
podríamos apreciar debidamente, sin conocimiento de uno mismo. Estas ventajas son:

Llegaremos a comprender mejor a nuestro prójimo. El Dr. Krieg en su obra: "La ciencia de la dirección
espiritual en particular" dice: "No podremos entender a nuestro prójimo mientras no lleguemos a conocer su
temperamento, sus aspiraciones y tendencias, pues conocer a un hombre significa sobre todo conocer su
temperamento.

Trataremos con más justicia a nuestro prójimo. A un colérico se le conquista exponiéndole


sosegadamente las razones; las palabras severas e imperiosas por el contrario le mortifican, lo obstinan y
lo irritan hasta lo extremo. El melancólico se vuelve tímido y taciturno con una palabra dura o una mirada
recelosa, más con un tratamiento atento le veremos más dado, confiado y fiel. De la palabra de un colérico
bien puede uno fiarse, pero no de las promesas más formales de un sanguíneo. Desconociendo, pues, el
temperamento de nuestro prójimo nuestro trato redundará sin justicia en daño propio y ajeno.

Sobrellevaremos con más paciencia a nuestro prójimo. Sabiendo que los defectos y flaquezas del
prójimo están fundados en su temperamento, se los disculparemos fácilmente, sin irritarnos. No nos
impacientaremos, si un colérico es agrio, duro, impetuoso y obstinado; o si un melancólico se porta tímida e
indecisamente, si no habla mucho y si lo que tiene que decir, lo profiere de un modo impropio; o si un
sanguíneo se muestra locuaz, ligero y veleidoso; o si un flemático nunca sale de su acostumbrada
tranquilidad.

1
Es de gran provecho el conocimiento del temperamento de nuestro prójimo. Conociéndolo nos compren-
deremos también mejor a nosotros mismos, nuestras disposiciones de ánimo, nuestras propiedades y nuestra
vida pasada. Una persona muy experimentada y encanecida en la vida espiritual, al leer los siguientes
conceptos sobre los temperamentos confesó: "Nunca me llegué a conocer tan bien como cuando me vi pintada
de cuerpo entero en estas líneas; pero tampoco nadie me ha dicho tan francamente la verdad como lo hace
este librito".

Conociendo nuestro temperamento, trabajaremos con más acierto en nuestra perfección, puesto que todos
nuestros esfuerzos en pro de nuestra alma se reducen únicamente a cultivar las buenas cualidades de nuestro
temperamento y a combatir sus deficiencias. De manera que el colérico siempre tendrá que luchar ante todo
contra su terquedad, ira y orgullo; el melancólico contra su desaliento y miedo a la cruz; el sanguíneo contra su
locuacidad e inconstancia, y el flemático contra su pachorra y pereza.

Conociendo nuestro temperamento, seremos más humildes, ya que nos iremos convenciendo, de que lo bueno
en nosotros no es tanto virtud sino consecuencia de nuestro natural y de nuestro temperamento. Entonces el
colérico hablará con más modestia de la fuerza de su voluntad, de su energía e intrepidez; el sanguíneo de la
serena concepción de la vida, de la facilidad de tratar caracteres difíciles; el melancólico de la profundidad de
su alma, de su amor a la soledad y a la oración; el flemático de su suavidad y sosiego de espíritu.

El temperamento, por ser innato en el hombre, no puede por lo tanto tocarse con otro. Pero sí podemos y
debemos cultivar y desarrollar la parte buena del mismo y combatir y neutralizar sus influjos nocivos.

Cada temperamento es bueno en sí mismo y con cualquiera de los cuatro se puede obrar el bien y llegar al
cielo. Es, por ende insensatez e ingratitud desear otro temperamento. "Todos los espíritus alaben al Señor" (S.
150, 6). Todos los movimientos y propiedades de nuestra alma han de servir a Dios contribuyendo así a la
gloria de Dios y salvación de las almas. Hombres que tienen diversos temperamentos y viven juntos, no
debieran rechazarse mutuamente sino completarse y ayudarse (unos a los otros).

Cuando más adelante se diga: el colérico, el sanguíneo, etc., hace así o de otro modo, no quiere eso
decir: "tienen que hacerlo así", o "lo hacen siempre así", sino: "lo hacen ordinariamente así" o "se inclinan a
hacerlo así".

EL TEMPERAMENTO COLÉRICO

I. ESENCIA DEL TEMPERAMENTO COLÉRICO.

El alma del colérico por las influencias que recibe, se excita de inmediato y con vehemencia. La reacción sigue al
instante. La impresión queda en el alma por mucho tiempo.

II. DISTINTIVO DEL COLÉRICO

El colérico aspira siempre a lo grande, a lo más alto. Ambiciona una fortuna grande, una buena profesión, una
casa magnífica, un puesto destacado, un deseo vehemente de santificarse, de hacer grandes sacrificios por Dios
y por el prójimo y de salvar muchas almas para la eternidad. La virtud innata del colérico es la generosidad, que
desprecia lo bajo y vil y suspira por lo noble, grande y heroico.

En estas sus aspiraciones a lo grande le apoyan:

1º Un entendimiento agudo. El colérico es un buen talento; es un hombre intelectual.

2º Una voluntad fuerte, que no se amilana ante las dificultades, empleando toda su vitalidad, y persevera a
costa de grandes sacrificios hasta llegar a su meta. No conoce lo que es desaliento.

3º Un gran apasionamiento. El colérico es el hombre de las grandes pasiones; rebosa de violento


apasionamiento sobre todo cuando encuentra resistencia o persigue sus altos proyectos.

2
4º Un instinto a menudo inconsciente de dominar y sujetar a los demás. El colérico ha nacido para
mandar; está en su elemento, cuando puede ordenar y organizar las grandes masas del pueblo.

III. CUALIDADES MALAS DEL COLÉRICO.

a) El colérico es muy pagado de sí mismo. Tiene en alta estima sus cualidades personales y sus éxitos y se
tiene por algo excepcional y llamado a altos destinos. Hasta sus mismas faltas, por ejemplo, su orgullo,
testarudez y cólera, las considera como justificables y aún dignas de toda aprobación.

b) El colérico es muy caprichoso y egoísta. Cree tener siempre razón, quiere tener la última palabra, no
sufre contradicción y no quiere ceder en nada.

c) El colérico se fía mucho de sí mismo. Es decir, rechaza la ayuda ajena, gusta hacer solo los trabajos ya
por creerse más apto que los demás en la plena seguridad de su autosuficiencia y conocimiento para llevar
a feliz término algún proyecto. Difícilmente se convence de que aún en cosas pequeñas requiere el auxilio
divino; por lo cual, no es de su agrado pedir la gracia de Dios y quisiera con sus propias fuerzas resistir
victoriosamente a grandes tentaciones. Por esta presunción, en la vida espiritual cae el colérico en muchos
y graves pecados y es esta también la causa porque tantos coléricos, a pesar de sus grandes sacrificios, no
llegan nunca a hacerse santos. En él radica una buena parte del orgullo de Lucifer. Se conduce, como si la
santidad y el llegar al cielo no debieran atribuirse en primer lugar a la gracia divina, sino a sus esfuerzos
personales.

d) El colérico desprecia a su prójimo. A los demás los tiene por tontos, débiles, torpes y lerdos, por lo menos
en comparación suya. Este menosprecio por el prójimo lo pone de manifiesto en sus palabras despreciativas,
burlonas e inconsideradas y en su proceder altanero con los que le rodean, sobre todo con sus súbditos.

e) El colérico es ambicioso y mandón. Siempre quiere figurar en primer término, ser aplaudido y suplantar a
los demás. Su ambición le hace empequeñecer, combatir, y perseguir a aquellos que se le cruzan en el
camino, y esto no raras veces con medios poco nobles.

f) El colérico se siente hondamente herido cuando es avergonzado y humillado. No sin mal humor
recuerda sus pecados, pues le obligan a tenerse en menos y no pocas veces llega hasta desafiar a Dios.

g) Se excita profundamente por la contradicción, resistencia u ofensas personales. Normalmente


exterioriza su resistencia con palabras duras, hirientes, con tono alto. Es capaz de herir profunda y
dolorosamente con pocas palabras. En su apasionamiento llega a malinterpretar y tergiversar cualquier
comentario o hasta la más buena intención y se cree ofendido, y las reprocha con las expresiones más
amargas. Le cuesta olvidar los insultos y es capaz de abandonar proyectos planeados durante largos años,
solamente por no ceder a un capricho. Dice el P. Schram en su libro "Teologia mistica ": "El colérico prefiere
la muerte a la humillación".

h) Suele recurrir al disimulo y a la hipocresía .Por su soberbia y terquedad recurre, no pocas veces, a estos
medios tan ruines, pudiendo ser, por otra parte, muy noble y sincero por naturaleza. No queriendo aceptar
su debilidad, disimula. Al ver que sus planes no son reconocidos, a pesar de su empeño, no le queda más
que fingir y valerse de fraudes y mentiras. El P. Schram dice en otro lugar: "Si es castigado, no corrige sus
vicios, antes bien, los oculta".

i) Es insensible y duro. Es ajeno a sentimientos tiernos y afectuosos y aborrece las manifestaciones delicadas
de amor y cariño que suelen nacer de las amistades particulares. El colérico puede permanecer indiferente
e insensible frente al dolor ajeno y si su propio encumbramiento lo reclama, no vacila en pisotear
despiadadamente la felicidad que otros disfrutan. Sería de desear que los superiores de índole colérica se
examinaran diariamente, si no han sido tal vez duros y exigentes con sus súbditos, particularmente con los
enfermizos, débiles de talento y remisos.

IV. CUALIDADES BUENAS DEL COLÉRICO

a) Son de fortaleza espiritual .El colérico tiene por decirlo así, dos inteligencias, pero un solo corazón. Esta
deficiencia en la vida sentimental puede parecer algo malo pero le trae ventajas como por ejemplo: No se
apena al verse privado de consolaciones sensibles en medio de la oración y puede soportar por largo
tiempo el estado de aridez espiritual. Asimismo no se olvida ni abandona su vida espiritual y fe por algún
afecto o compromiso sentimental.

3
b) Es un gran instrumento apto para la gloria de Dios. Esto pasa cuando el colérico pone su vitalidad
característica al servicio del bien, aporta mucho a la salvación de las almas redundando todo ello en su
propio aprovechamiento espiritual y temporal. A todo ello contribuye sobremanera la agudeza de su
entendimiento, su aspiración a lo noble y grande, el vigor y decisión de su varonil voluntad y esa maravillosa
amplitud y claridad de miras con que concibe sus pensamientos y proyectos.

c) Con relativa facilidad puede llegar el colérico a la santidad. Los santos canonizados por la Iglesia, son,
en su gran mayoría, coléricos o melancólicos. Un colérico sólidamente formado no siente mayores
dificultades para mantenerse recogido en la oración; pues, con la energía de su voluntad desecha
fácilmente las distracciones; debido a que pone toda la intensidad de su atención en un determinado
asunto. Y esta es probablemente también la razón por que los coléricos llegan tan fácilmente a la
contemplación, o, como la llama Santa Teresa, a la oración de la quietud. En ningún otro temperamento
podrá hallarse la contemplación propiamente dicha con tanta frecuencia como en el colérico. El colérico
bien desarrollado, es muy paciente y fuerte en sobrellevar dolores corporales, sacrificado en los
sufrimientos, constante en penitencias y mortificaciones interiores, magnánimo y noble para con los
menesterosos y débiles, despreciando lo malo. Y aunque la soberbia penetre el alma del colérico muy
profundamente, de modo que parezca no tener otra pasión más que la soberbia, sabe no obstante
sobrellevarla y buscar voluntariamente las más vergonzosas humillaciones, cuando seriamente aspira a la
santidad. Por su naturaleza insensible y dura tiene pocas tentaciones de concupiscencia y con gran
facilidad puede llevar una vida casta. Sin embargo, cuando se entrega voluntariamente al vicio de la
impureza buscando su satisfacción personal y ego, el colérico puede llegar a las más atroces y horrendas
pasiones.

d) Es un gran profesional. Por ser su temperamento activo, se siente incitado continuamente a la actividad
y al trabajo. No puede estar desocupado y sus trabajos los hace con rapidez y aplicación; todo le va muy
bien. En sus negocios es persistente y no se amedrenta ante dificultades. Puede colocárselo sin cuidado
en puestos difíciles y confiarle grandes cosas. En el hablar el colérico es breve y conciso. Esa forma breve,
concisa y firme en su hablar y presentarse, da a los coléricos, que trabajan en la educación, mucha
autoridad. Las educadoras coléricas tienen algo de varonil y no dan a sus alumnos el brazo a torcer como
les pasa muchas veces a las melancólicas indecisas. Los coléricos además saben callarse como un
sepulcro.

V. RECOMENDACIONES PARA EL COLERICO

1. El colérico debe sacar grandes pensamientos de la palabra de Dios (meditación, lectura, sermón), o de la
experiencia de su propia vida. Ellos han de arraigarse bien en su alma y entusiasmarle siempre de nuevo
hacia el bien y las cosas de Dios. No hace falta que sean muchos esos pensamientos. Al colérico San
Ignacio de Loyola, le bastaba el de: "Todo para la mayor gloria de Dios"; al colérico San Francisco Javier:
"¿Qué aprovecha al hombre ganar el mundo entero si con ello daña su alma?". Un buen pensamiento, que
cautiva al colérico le servirá de norte y guía para conducirlo, a pesar de todas las dificultades a los pies de
Jesucristo.

2. Un colérico debe aprender a pedir diariamente a Dios con constancia y humildad su ayuda divina. Mientras
no haya aprendido esto, no adelantará mucho en el camino a la perfección. Pues también para el colérico
vale la palabra de Cristo: "pedid y recibiréis". Y si además se venciera para pedir un consejo y apoyo a su
prójimo, aunque no fuera sino a su superior o confesor, adelantaría aún más.

3. Un colérico debe dejarse llevar en todo por este buen propósito: No quiero buscar nunca mi propia persona,
sino he de considerarme siempre: a) como instrumento de Dios que Él puede usar a discreción, y b)
como siervo de mi prójimo, que diariamente se sacrifica por los demás. Debe obrar según la palabra de
Cristo: "Quien entre vosotros quiera ser el primero, sea el siervo de todos".

4. Un colérico tiene que luchar continuamente contra el orgullo y la ira. El orgullo es su desgracia, la humildad
su salvación. Por lo tanto: a) ¡haz sobre este punto tu examen particular por muchos años! b) ¡humíllate por
propia iniciativa ante los superiores, el prójimo y la confesión! ¡Pide por una parte a Dios y a los que más de
cerca te rodean, humillaciones, y por otra acepta con generosidad las que te sobrevengan! Vale más para
un colérico ser humillado por otros que humillarse a sí mismo.

VI. DE LO QUE HAY QUE APRENDER DEL COLERICO

El colérico puede con sus facultades ser de grande utilidad a la familia, a los que le rodean, a la comunidad y
al estado. Pues ha nacido para ser jefe e incansable organizador. El colérico bien educado va en pos de las
almas extraviadas sin descanso ni respeto humano. Propaga con constancia la buena prensa y trabaja de
4
buena gana a pesar de malos éxitos en el florecimiento de las asociaciones católicas, siendo así una bendición
para la Iglesia. Mas, por otra parte, si el colérico no combate las malas cualidades de su temperamento, la
ambición y la obstinación le podrán llevar al extremo de causar como la pólvora, grandes estragos y confusión
en las asociaciones públicas y privadas. Por lo cual, el colérico merece una esmerada educación, sin
escatimar trabajos y sacrificios, ya que son grandes los bienes que ella aporta.

1. Al colérico hay que perfeccionarlo bien en cuanto sea posible, a fin de que aprenda realmente algo, siendo
sus aptitudes excelentes. De lo contrario, querrá el mismo perfeccionarse más tarde, descuidando su labor
profesional o, lo que es mucho peor, envaneciéndose sobremanera de sus habilidades aunque en realidad
no haya cultivado sus aptitudes, ni en rigor haya aprendido algo.

Los coléricos menos aprovechados de talento o con sus facultades poco desarrolladas (en las fuerzas de
sus facultades), pueden llegar, una vez independientes o con el cargo del superior en las manos a grandes
desaciertos y amargar la vida, de los que les rodean, obstinándose en sus ordenanzas, aunque no entiendan
mucho ni tengan claros conceptos de lo que se trata. Tales coléricos obran a menudo según aquel famoso
dicho: Así lo quiero, así lo ordeno; baste mi voluntad por razón.

2. Hay que inducir al colérico a que se deje educar voluntariamente, es decir, a que acepte voluntaria y
alegremente todo lo que se le ordena para humillar su orgullo y refrenar su cólera. No se corregirá el colérico
con un tratamiento duro y orgulloso, antes bien, se agriará y endurecerá más; en cambio, proponiéndole
razones y motivos sobrenaturales se le podrá llevar fácilmente a lo bueno. En la educación del colérico no
hay que dejarse llevar por la ira diciendo: "A ver si llego a romper la terquedad de este hombre". Al contrario,
hay que quedarse tranquilo y esperar a que también se tranquilice el educando; luego, se le podrá hablar
en estos términos: "Sea sensato y déjese conducir de manera que puedan subsanarse sus faltas y
ennoblecerse lo bueno en usted".

También en la relación con el colérico lo principal será el sugerirle buenos pensamientos, ponerle ante los
ojos su buena voluntad, su pundonor, su repugnancia al pecado, insinuarle su felicidad temporal y eterna e
inducirle a corregir bajo la dirección del educador, sus faltas y perfeccionar sus buenas cualidades, por
iniciativa propia. No conviene agriar al niño colérico con castigos vergonzosos, sino más bien hay que
persuadirlo de la necesidad y justos motivos del castigo impuesto.

VII. SANTOS QUE TUVIERON ESTE TEMPERAMENTO

San Pablo Apóstol, San Jerónimo, San Ignacio de Loyola y San Francisco de Sales.

CAPÍTULO III

EL TEMPERAMENTO SANGUÍNEO.

I. ESENCIA DEL TEMPERAMENTO SANGUÍNEO.

El alma del sanguíneo se excita rápida y vehementemente por cualquier impresión; la reacción sigue al instante;
pero la impresión queda muy poco tiempo en el alma. El recuerdo de cosa pasadas no provoca tan fácilmente
nuevas emociones.

II. DISTINTIVO DEL SANGUÍNEO

1. Superficialidad. El sanguíneo se contenta con lo superficial .Antes de concentrarse en algo, el interés del
sanguíneo ya se paraliza y desvanece por las nuevas impresiones que le ocupan. Es amigo de trabajos
fáciles, vistosos, que no exigen demasiada labor intelectual. Y es difícil convencerle de este defecto
suyo: la superficialidad; pues siempre cree haber entendido todas las cosas; así por ejemplo, haber
comprendido bien un homilía, aunque la mitad de la misa haya estado durmiendo o pensando o otras
cosas.

2. Inconstancia. Por no quedarse mucho tiempo las impresiones en el alma sanguínea de inmediato se
siguen otras. Consecuencia de ello, es una gran inconstancia, que todos los que tratan con sanguíneos
han de tener en cuenta, si no quieren desengañarse bien pronto. El sanguíneo es inconstante en su
disposición de ánimo; rápidamente pasa de la risa al lloriqueo y viceversa; es inconstante en sus opiniones:
hoy defiende con pasión lo que rechazo hace una semana; es inconstante en sus posiciones: al
proponérsele un nuevo punto de vista abandona sin remordimientos todos sus planes y proyectos

5
anteriores; esta inconstancia hace a veces sospechar que el sanguíneo no tiene carácter ni principios. El
sanguíneo niega esta inconstancia, puesto que aduce nuevas razones para cada uno de estos cambios.
No se fija lo bastante en que es necesario deliberar de antemano todas sus acciones para no entregarse
sin más ni más a cualquier impresión u opinión. También en sus trabajos y diversiones es inconstante,
queriendo sobre todo la variedad; se asemeja a la abeja, que volando de flor en flor extrae de todas ellas
tan solo lo mejor; o a un niño, que bien pronto se cansa del nuevo juguete recibido en regalo de sus padres.

3. Interés por las cosas exteriores. El sanguíneo no se concentra de buena gana en su interior, sino que
le gusta más fijar su atención en cosas exteriores. Dicho gusto por las cosas exteriores se muestra en el
interés que toma el sanguíneo por la hermosura de la ropa de la casa, por la forma elegante del trato con
los demás. En él sobre son activos en su plenitud los 5 sentidos. El sanguíneo todo lo tiene que ver y oír
y de todo tiene que hablar. En él llaman mucho la atención la facilidad, vivacidad e infinidad de palabras,
la cual muchas veces es para los demás una gravosa locuacidad. Por su viva acción sensitiva tiene mucho
interés para las cosas pequeñas, lo cual es una cualidad favorable.

4. Serena concepción de la vida. El sanguíneo lo considera todo bajo su aspecto más sereno. Como es
optimista no conoce dificultades, sino que siempre confía en el buen éxito. Y si realmente le ha salido mal
alguna cosa se consuela fácilmente y no se aflige por mucho tiempo, teniendo en cuenta este su gozo por
la vida, se explica su peculiar inclinación de burlarse de los demás, tomarles el pelo y hacerles víctimas de
sus bromas y malas jugadas; para lo cual supone el sanguíneo como cosa natural, que los demás aguanten
sus bromas extravagantes y no puede menos que admirarse al ver que, por el contrario, se le enfadan por
sus bromas y burlas poco agradables.

5. Carencia de pasiones establecidas. Como se excitan tan fácilmente las pasiones del sanguíneo, no
penetran en lo profundo de su alma; y se parecen a un fuego de paja que por un momento produce una
fuerte llama, y muy luego se hunde en sí mismo; mientras que las del colérico son semejantes a un incendio
devorador. Esta carencia de afectos profundos le es de tanta mayor utilidad cuanto que casi siempre le
priva de grandes tempestades internas, y le ayuda a servir a Dios con cierta alegría y tranquilidad, libre del
apasionamiento del colérico y de la timidez y ansiedad del melancólico.

III. CUALIDADES MALAS DEL SANGUÍNEO.

a) Vanidad y satisfacción de sí mismo. La soberbia del sanguíneo no se manifiesta en un afán inmoderado


de mandar o ser egoísta como en el colérico, ni en el miedo a las humillaciones, como en el melancólico,
sino en cierta vanidad y complacencia de sí mismo. Experimenta una alegría casi pueril de sí mismo, de
su exterior, de su vestido y sus trabajos; se mira de buena gana en el espejo o en el vidrio de puertas y
ventanas. Al ser alabado se siente feliz, y es, por consiguiente, muy adicto a ser reconocido. Por medio de
elogios y fácilmente se deja inducir a los mayores vicios y aún a los más vergonzosos pecados.

b) Inclinación a los galanteos, la envidia y los celos. Como el sanguíneo se muestra tan susceptible a
palabras halagadoras y tan poco concentrado en sí mismo, y dando por otra parte demasiada importancia
a las cosas exteriores, se inclina fácilmente a las amistades particulares y a los amoríos. Pero su amor
inconstante no le penetra hasta el fondo del alma. El sanguíneo bien educado quisiera contentarse en sus
galanteos con solo las ternuras y exteriores muestras de afecto; sin embargo, su ligereza y culpable
transigencia le arrastran a graves extravíos, frutos, las más de las veces de su optimismo o sea de la
opinión que tiene, de que el pecado no le podría llevar a desgraciadas consecuencias. Una mujer
sanguínea de mala vida, se entrega sin temor ni vergüenza al pecado; ni después de ello se inquieta
mayormente por los remordimientos.

c) Tiende a ser envidioso y celoso. Por su vanidad y la inclinación a los amoríos llevan al sanguíneo a
la envidia, a los celos y a todas aquellas descabelladas concepciones, miras estrechas y violaciones de la
caridad, que la envidia y los celos traen consigo.

d) Es imparcial e injusto Por dejarse absorber fácilmente de las exterioridades y por su propensión a las
amistades particulares, al sanguíneo le cuesta mucho ser imparcial y justo. Los coordinadores o
autoridades que son sanguíneos tienen a menudo un favorito, a quien anteponen a los demás. El
sanguíneo se siente impulsado a alabar a los que le agradan.

e) Goce por la vida y afán de placeres. El sanguíneo no ama la soledad sino que busca la compañía y
conversaciones de los hombres; quiere disfrutar de la vida y en sus diversiones puede ser muy amoroso y
juguetón, licencioso y frívolo. Por lo general su concepción de Dios de el de un ser que no castiga y hace
suya la frase “como puede castigar y juzgar si Dios es amor”.

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f) Miedo a las virtudes que exigen esfuerzos. Todo lo que significa sacrificio para el cuerpo y los sentidos
le parece difícil. Cosas penosas son para él el mortificar la vista y los oídos, el dominar la lengua y observar
el silencio. Tampoco son de su agrado la abnegación del paladar y la abstención de manjares agradables;
teme todo ejercicio de penitencia corporal. Solo un perfecto sanguíneo logra hacer penitencia de muchos
años por sus pecados anteriores. El sanguíneo ordinario vive según el principio de que la absolución
sacramental de la penitencia borra los pecados, y tiene, por tanto, como inútil y aún perjudicial el
apesadumbrarse por las faltas pasadas

g) Sus juicios son con frecuencia falsos, ya porque no averigua más que la superficie de las cosas, ni ve
las dificultades de las mismas, ya porque se muestra parcial en sus afectos de simpatía.

h) Las empresas o proyectos del sanguíneo fracasan fácilmente, pues, confian siempre en el buen éxito,
y no consideran las eventuales dificultades e impedimentos; otro motivo de sus fracasos lo hallamos en su
inconstancia que bien pronto y por cualquier cosa le quita el interés. Prueba de ello es el hecho muy
significativo de que muchos de los que quiebran en sus negocios o sufren grandes pérdidas de fortuna,
son de índole sanguínea.

i) El sanguíneo es inconstante en lo bueno. Se deja seducir con gran facilidad, cayendo en manos de
personas perversas. El sanguíneo se entusiasma rápidamente por lo bueno, pero bien pronto se desanima.
Como San Pedro, salta con valor de la navecilla queriendo caminar sobre las olas del lago, mas luego le
sobreviene el temor de poderse sumergir; como San Pedro, saca impetuosamente la espada en favor de
su maestro para huir poco después; como San Pedro, se junta con la mejor intención a los enemigos de
Cristo y entre ellos muy luego le niega tres veces.

j) Le cuesta mucho alcanzar el conocimiento de sí mismo. Por disipar siempre su corazón y ser enemigo
de todo recogimiento y de cualquier reflexión profunda sobre sí propio y sobre su modo de obrar.

k) La vida de oración del sanguíneo esta mermado con estas tres dificultades:

La primera, surge en las así llamadas oraciones interiores, en las cuales se requieren reflexiones más
largas y tranquilas: es decir, en la meditación, la lectura espiritual y el examen particular.

Luego la distracción, fácilmente provocada por la viveza de sus sentidos y la intranquilidad de su fantasía,
le impide llegar a una concentración más profunda y duradera en Dios.

Finalmente, da en sus oraciones excesiva importancia a los sentimientos y al consuelo sensible, lo cual,
en tiempo de aridez le quita el gusto por la piedad.

IV. CUALIDADES BUENAS DEL SANGUÍNEO.

a) El sanguíneo tiene muchas cualidades por las cuales puede llevarse bien con sus semejantes y
hacérseles simpático.
b) Bien pronto conocido en todas partes es confiado y locuaz con todas las gentes y se comunica fácilmente
con personas desconocidas.
c) Es afable y alegre en sus palabras y conducta y sabe entretener divertidamente a los que le rodean
refiriendo interesantes narraciones, bromas y agudezas.
d) Es muy atento y obsequioso. No presta un beneficio con la frialdad del colérico, ni con corazón tan
afectuoso, como el melancólico, sino que lo hace de una manera tan alegre y serena que con gusto se
le acepta el favor.
e) Se muestra sensible y compasivo en las desgracias de su prójimo siempre dispuesto a ayudarle en su
congoja con palabras serenas y alentadoras.
f) Posee el don especial de hacer notar los defectos del prójimo, sin que este se sienta herido, ni le cuesta
mucho dirigirle una reprensión. Si a alguno se le han de comunicar cosas desagradables conviene
preparar el terreno por intermedio de un sanguíneo.
g) Es verdad que, al ser ofendido, se enciende rápidamente y su ira prorrumpe a veces en expresiones
ruidosas y casi indeliberadas; pero después de haberse desahogado, lo olvida todo, sin guardar rencor a
nadie.
h) El sanguíneo tiene muchas cualidades que le hacen simpático a sus superiores.
i) El sanguíneo es dócil y sumiso; por lo cual, la virtud de la obediencia, que generalmente se tiene por
difícil de guardar no le acarrea mayores dificultades.
j) Es sincero y sin mayor sacrificio sabe desahogarse ante los superiores respecto a sus dificultades, estado
de ánimo y aún sus pecados vergonzosos.

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k) Si es castigado no guarda rencores; pues la obstinación le es desconocida. Los súbditos sanguíneos no
causan mayores dificultades al superior. No obstante tenga este cuidado con ellos; puesto que los tales
pueden corresponderle con la adulación; lo cual pone en peligro la paz de la vida común. Ni tampoco
muestre el superior mayor preferencia por un sanguíneo que por los coléricos y melancólicos, ni reprenda
a estos últimos, por ser ellos tan reservados y por no poder expresarse ni desahogarse tan fácilmente.

V. RECOMENDACIONES PARA EL SANGUINEO

1. El sanguíneo ha de aprender a reflexionar mucho, así en los asuntos espirituales como en los materiales. Con
especial esmero cultivará los ejercicios de piedad que requieren reflexión, como son la meditación matutina,
la lectura espiritual, el examen particular, la meditación en el rezo del Rosario y frecuentes actos de la
presencia de Dios. La disipación significa la ruina para el sanguíneo, al paso que el recogimiento y el cultivo
de la vida interior son su salvación. Al ocuparse en sus negocios deberá decirse siempre: No creas haber
deliberado lo bastante el asunto - considera todos sus puntos y detalles - toma en cuenta las dificultades, que
casualmente te sobrevinieren - no seas demasiado confiado, ni optimista.

2. El sanguíneo ha de ejercitarse diariamente en la mortificación de los sentidos, dominar la vista, los oídos y la
lengua, endurecer su tacto, preservar su paladar de las golosinas, etc.

3. El sanguíneo deberá seguir las instrucciones de los buenos (no de los malos) y aceptar por lo tanto su ayuda
y sus consejos en la dirección espiritual. Dice Schram (op. cit. p. 68): "Bien protegidos los sanguíneos llegarán
a la santidad". Una fuerte muralla de amparo se la ofrecerá un horario bien regulado; y en la vida común la
observancia de la regla de la casa o de la orden a que pertenece.

4. La aridez de larga duración es para el sanguíneo una prueba particularmente saludable porque en ella se
purifica su malsana vida sentimental.

5. El sanguíneo debe perfeccionar además sus buenas cualidades, como la caridad al prójimo, la obediencia, la
sinceridad, la alegría del alma; y estas buenas cualidades las ha de ennoblecer por medio de las intenciones
sobrenaturales. Combatirá sin descanso aquellas faltas a las cuales se inclina más su naturaleza, es decir: la
complacencia de sí mismo, la predilección por las amistades particulares, la sensualidad, los celos, la ligereza,
superficialidad e inconstancia.

VI. DE LO QUE HAY QUE APRENDER DEL COLERICO

El trato con los sanguíneos es relativamente fácil. Se le tendrá reducido a estrecha vigilancia; se insistirá en
que no deje sin acabar los trabajos comenzados. No se deberá dar demasiado crédito a sus palabras,
propósitos y promesas; hay que fijarse además en el cuidado que puso en sus trabajos; nunca se le deberá
tolerar una lisonja de su parte, ni anteponerle a los demás por su carácter atento. Por fin, téngase presente
que el sanguíneo no guarda en sus adentros lo que se le haya dicho o lo que él haya observado en nosotros,
sino que todo lo ha de comunicar a los demás. Por lo tanto, se deliberará bien todo antes de hacerlo
confidente.

En la relación con una persona sanguínea se tendrán en cuenta los puntos siguientes:

1. Conducirlo con severidad a la abnegación de sí mismo, y en particular, al perfecto dominio sobre sus
sentidos, a la tenaz perseverancia en sus trabajos y a la observancia del buen orden.

2. Reducirlo a estrecha vigilancia y dirección; preservarlo cuidadosamente de las malas compañías (ya que
con tanta facilidad se deja seducir).

3. No contrariarle ni quitarle su jovialidad; manteniéndole no obstante, en sus justos límites.

VII. SANTOS QUE TUVIERON ESTE TEMPERAMENTO

Sanguíneos ciento por cien fueron el apóstol San Pedro, san Agustín, Santa Teresa y San Francisco Javier.

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CAPÍTULO IV

EL TEMPERAMENTO MELANCÓLICO

I. ESENCIA DEL TEMPERAMENTO MELANCÓLICO.

El alma del melancólico se excita débilmente por influencias externas; y su reacción, si es que reacciona, es
asimismo débil. Pero tal excitación, aunque siempre débil, permanece largo tiempo en el alma; y favorecida por
nuevas impresiones, que se repiten en el mismo sentido, ahonda más y más hasta apoderarse y mover con
violencia el alma, y no dejarse arrancar luego sin dificultad. Las impresiones en el alma del melancólico se
parecen a un poste, que, a fuerza de martillazos, se va hundiendo en la dura tierra pero creciente tensión,
fijándose con tanta firmeza, que no es fácil arrancarlo. Esta nota característica del melancólico merece especial
atención, puesto que nos da la clave para llegar al conocimiento de muchas cosas que en la conducta del
melancólico nos parecen inexplicables.

II. DISTINTIVO DEL MELANCÓLICO

a) Propensión a la reflexión. Reflexiona demasiado en la profundidad y naturaleza humana para saber y


descubrir su modo de actuar y las cosas que ha vivido, buscando espiritualizar o buscar algún mensaje en
todo ello.

b) El melancólico posee un corazón lleno de abundantes y tiernos afectos, en el cual siente en cierto
modo lo que piensa. Sus reflexiones van acompañadas de un misterioso anhelo. Al meditar sobre sus
planes y particularmente sobre asuntos religioso se siente conmovido y emocionado.

c) Tiende a estar en soledad .A la larga, el melancólico no se siente bien en la compañía de personas.


Prefiere el silencio y la soledad. Encerrándose en sí mismo, se aísla de lo que le rodea y emplea mal sus
sentidos. En presencia de otros se distrae fácilmente y no escucha ni atiende, por ocuparse con sus propias
ideas. A causa del mal uso que hace de sus sentidos no se fija en las personas, como si estuviera soñando,
ni siquiera saluda a sus amigos en la calle. Semejante desatención y soñar a ojos abiertos le acarrean mil
contrariedades en sus tareas y vida cotidiana. El melancólico tiene pocos amigos, porque no son muchos
los que le comprenden y los que gozan de su confianza.

d) Seria concepción de la vida e inclinación a la tristeza. El melancólico siempre considera las cosas en
su aspecto más negro y adverso. En lo íntimo de su corazón se halla de continuo cierta suave melancolía,
cierto "llorar interno"; lo cual no proviene, como afirman algunos, de una enfermedad o disposición
morbosa, sino de un profundo y vivo impulso que el melancólico siente en sí hacia Dios y lo eterno, y al
cual no puede corresponder, atado como está a la tierra por el peso y las cadenas de la materia. Viéndose
ausente de su verdadera patria y teniéndose por peregrino en este mundo, siente nostalgia por la
eternidad.

e) El temperamento melancólico es un temperamento pasivo. El melancólico no conoce el proceder


acelerado, impulsivo y laborioso del colérico y del sanguíneo; es más bien lento, reflexivo y cauto; ni es
fácil empujarlo a acciones rápidas; en una palabra, en el melancólico se nota una marcada inclinación a la
quietud, a la pasividad. Desde este punto de vista, podrá explicarse también su miedo a los sufrimientos y
su temor a los esfuerzos interiores y a la abnegación de sí mismo.

f) Es muy reservado. El melancólico difícilmente se acerca a personas extrañas, ni entra en conversación


con desconocidos. Mucho menos comparte sus dolores. Un coordinador o guía ha de conocer y tener en
cuenta esta nota característica del melancólico; de lo contrario, tratará a sus hermanos melancólicos con
gran injusticia. Por lo general, al melancólico le cuesta mucho el confesarse, no así al sanguíneo. El
melancólico quisiera desahogarse por medio de un coloquio espiritual, pero no puede; el
colérico pudiera expresarse, pero no quiere.

g) El melancólico es indeciso. Por sus demasiadas reflexiones, por su temor a las dificultades, por su miedo
de que le salga mal el plan o el trabajo a emprender, el melancólico no acaba de decidirse. Se puede pasar

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meses enteros en decisiones que pudieran hacerse en una hora. El melancólico nunca acaba con una
cosa. Muchos necesitan largos años hasta poner en claro su vocación religiosa y tomar el hábito. El
melancólico es el hombre de las oportunidades perdidas. Mientras los demás están ya al otro lado del
camino, él se está pensando y reflexionando, sin atreverse a iniciar. Descubriendo en sus dudas, varios
caminos que conducen a la misma meta, y no pudiendo decidirse sin gran dificultad a un determinado
camino, fácilmente concede la razón a los demás, ni persiste con terquedad en sus opiniones propias.

h) El melancólico se desanima. Al comenzar un trabajo, al ejecutar un encargo desagradable, al internarse


en un terreno desacostumbrado, muestra el melancólico desaliento y timidez. Dispone de una firme
voluntad, ni le falta talento y vigor, pero sí le faltan muy a menudo valor y ánimo suficientes. Por eso se
dice con razón: "Al melancólico hay que tirarlo al agua para que aprenda a nadar". Si en sus empresas se
le atravesaran algunas dificultades, aunque de poca monta, pierde el ánimo, y quisiera dejarlo y
abandonarlo todo, en vez de sobreponerse, de compensar y reparar los fracasos padecidos, redoblando
sus esfuerzos.
i) Tiene cierto miedo de mostrarse en público y de aceptar alabanzas. Teme mucho los bochornos y las
humillaciones. Se retrae a menudo excitando de este modo las apariencias de modestia y humildad; pero
que en realidad es cierto temor a la humillación. En los trabajos cede la presidencia a otras personas
menos aprovechadas y aun incapaces; sintiéndose, sin embargo, herido en su corazón por no habérsele
respetado y apreciado lo bastante sus talentos. El melancólico, si quiere realmente llegar a la santidad, ha
de dirigir especialísima atención hacia este despecho, arraigado en lo más profundo de su corazón y fruto
de la soberbia, como también hacia su sensibilidad y susceptibilidad a las más pequeñas humillaciones.

III. CUALIDADES BUENAS DEL MELANCÓLICO.

1. El melancólico practica con facilidad y gusto la oración mental. La seria concepción de la vida, el
amor a la soledad, la inclinación a reflexionar, le son al melancólico de todo punto provechosos para
conseguir una gran intimidad en su vida de oración. El melancólico posee, por decirlo así, una natural
disposición a la piedad. Contemplando las cosas terrenas, piensa en lo eterno; caminando en la tierra, el
cielo le atrae. Muchos santos tuvieron un temperamento melancólico. Con todo, también el melancólico
encuentra precisamente en su temperamento una dificultad para la oración. Porque, desanimándose en
las adversidades y sufrimientos, le falta la confianza en Dios y así se distrae con sus negros pensamientos
de pusilanimidad y tristeza.

2. En el trato con Dios, halla una profunda e indecible paz. Nadie mejor que el melancólico entiende la
palabra de San Agustín: "Nos has creado para Ti, oh Dios e inquieto está nuestro corazón hasta que
descansare en Ti". El corazón blando y lleno de afectos del melancólico siente en el trato con Dios una
inmensa felicidad, la cual conserva también en sus sufrimientos caso de tener suficiente confianza en Dios
y amor al Crucificado.

3. El melancólico es a menudo un gran bienhechor de la humanidad. El melancólico es para los demás


un guía en el camino hacia Dios, un buen consejero en las dificultades, un superior prudente, benévolo y
digno de confianza. Las necesidades de sus hermanos le despiertan extremada conmiseración, junto con
un gran deseo de ayudarles; y cuando la confianza en Dios le alienta y le apoya, sabe hacer grandes
sacrificios en bien de su prójimo, quedándose él mismo firme e imperturbable en la lucha por sus ideales.
Schubert en su "Ciencia del alma humana", dice respecto al natural melancólico: Esta ha sido la forma
predominante del alma de los poetas y artistas más sublimes, de los pensadores más profundos, de los
inventores y legisladores más geniales y sobre todo de aquellos espíritus, que abrieron a su siglo y a su
pueblo el acceso a un mundo feliz y superior, al cual levantó él mismo su propia alma atraído por
inextinguible nostalgia".

IV. CUALIDADES MALAS DEL MELANCÓLICO.

a) Los melancólicos incurren por sus pecados en temibles angustias. Penetrando más que otros en lo
profundo del alma por el anhelo hacia Dios, el melancólico se resiente muy en particular del pecado. Le
preocupa demasiado el pensamiento de estar separado de Dios por el pecado mortal. Y si alguna vez cae
profundamente, no llega a levantarse con facilidad; ya que le cuesta mucho el confesarse por la
humillación, a que se debe someter. El melancólico vive asimismo en constante peligro de recaer en el
pecado, porque el recordarlos le causan estos siempre nuevas y graves tentaciones; en las cuales de buen
grado se deja llevar de sensiblerías y tristes sentimientos, que aumentan más la fuerza de la tentación. La
obstinación en el pecado o la recaída en él le sumergen en una profunda y prolongada tristeza que poco
a poco le va privando de la confianza en Dios y en sí mismo. Entonces es víctima de semejantes
pensamientos como “no tengo las fuerzas necesarias para levantarme”; “ni Dios me envía para ello su
auxilio oportuno”; “Dios ya no me quiere, y, por el contrario, busca de condenarme”. Este estado puede

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llegar a convertirse en cansancio de la vida. El melancólico quisiera morir; pero teme la muerte. Por fin su
infeliz corazón se rebela contra Dios, haciéndole amargos reproches y sintiendo en sí la excitación del odio
y de la maledicencia contra su Creador.

b) Los melancólicos sin confianza en Dios ni amor a la cruz son arrastrados en medio de sus sufrimientos a
un excesivo desaliento, y pasividad y aún a la desesperación. Si los melancólicos tienen confianza en Dios
y amor a la cruz se acercarán a Dios y se santificarán precisamente por los padecimientos, como
enfermedades, fracasos, calumnias, tratos injustos, etc. Pero si les faltaran estas dos virtudes, su causa
andará muy mal. Les sobrevendrán penas, tal vez muy insignificantes, y entonces se entristecerán
deprimidos, enfadados y desazonados. No hablarán nada o muy poco y esto harto de mala gana y con
cara hosca; huirán de la compañía de los hombres y llorarán de continuo. Muy pronto se les acabará el
ánimo para seguir sus trabajos, perderán el gozo en su vida profesional encontrando su mayor
complacencia en verlo todo negro. Su continua disposición de ánimo será: en las 24 horas del largo día no
conozco más que dolores y penas. Este estado puede llegar a convertirse en formal melancolía y
desesperación.

c) Los melancólicos que se abandonan a sus sentimientos de tristeza, incurren en muchas faltas contra la caridad
y llegan a ser gravosos para sus prójimos.

d) El melancólico pierde fácilmente la confianza a sus semejantes, en particular a sus superiores y al confesor; y
esto solo por algunos defectos insignificantes que en ellos descubre, o porque recibe de parte de los mismos
algunas leves reprensiones.

e) Interiormente se subleva e indigna con vehemencia por cualquier desorden e injusticia que nota. El motivo de
su indignación puede a menudo justificarse, pero no así el grado de su enojo; en eso va demasiado lejos.

f) Difícilmente podrá olvidar las ofensas; de las primeras hace al principio caso omiso; pero si llegaran a repetirse
las desatenciones, penetrarán estas hasta lo más profundo de su alma, excitándole un dolor difícil de superar,
y despertándole hondos sentimientos de desquite. Gota a gota y no de repente va infiltrándose en el
melancólico el virus de la antipatía hacia aquellas personas, de las cuales tiene que sufrir mucho o en las
cuales encuentre algo que criticar. Semejante aversión llega a ser tan vehemente, que apenas se digna mirar
a las tales personas, o dirigirles la palabra, llenándole al fin de disgusto y nerviosidad su solo recuerdo. De
ordinario no se desvanece esta antipatía, sino cuando el melancólico está separado y lejos de tal o cual
persona, y entonces solo después de transcurridos meses y aún años enteros.

g) El melancólico es muy desconfiado. Raras veces confía en un hombre, temiendo siempre que no se busque
su bien. De este modo tiene a menudo y sin motivo algunas duras e injustas sospechas de su prójimo; se
imagina en él malas intenciones y tiene miedo a peligros que no existen.

h) Lo ve todo negro: Al melancólico le gusta lamentarse en sus conversaciones, llamar siempre la atención sobre
el lado serio, quejarse luego con regularidad de la malicia de los hombres, de los tiempos aciagos que corren
y de la decadencia de las buenas costumbres. Su estribillo es: Vamos de mal en peor. También en las
adversidades, los fracasos y ofensas considera y juzga las cosas peores de lo que son en realidad. Como
consecuencia le sigue a veces una exagerada tristeza, un grande e infundado enojo hacia los demás,
cavilaciones varias sobre injusticias reales o sospechadas; todo lo cual dura días y semanas. Los
melancólicos que se abandonan a esta inclinación de ver en todo lo obscuro y tétrico llegarán a
ser pesimistas es decir hombres que en todas partes esperan el mal éxito; hipocondríacos, esto es hombres
que en pequeños padecimientos corporales se lamentan continuamente temiendo siempre enfermedades
peligrosas; misántropos, hombres, que, adoleciendo de esquivez y odio al hombre, manifiestan aversión al
trato humano.

i) Una dificultad particular tiene el melancólico en la corrección y reprensión de los demás. Como ya se ha dicho,
el melancólico se indigna sobremanera al notar desórdenes e injusticias y se siente obligado a intervenir
contra estos trastornos, aunque muchas veces no tenga ni ánimo ni habilidad para tales reconvenciones.
Antes de dirigir la reprensión medita detenidamente el modo del proceso y las palabras que ha de emplear;
pero en el momento en que tiene que hablar, le quedan las palabras en la garganta o da la reconvención tan
cautamente, con tanta ternura y reserva que apenas merece el nombre de reprimenda. En toda su conducta
se nota cuán difícil le es castigar a otros. Y cuando el melancólico quiere dominar esta su timidez, incurre
fácilmente en el extremo contrario de dirigir la reconvención con enojo y nerviosidad o prorrumpir en palabras
demasiado severas; no alcanzando de esta suerte ningún fruto verdadero. Esta dificultad es la cruz pesada
de los superiores melancólicos. No saben encauzar a nadie y acumulan por eso mucho enojo y dejan echar
raíces a muchos desórdenes, aunque su conciencia les amoneste a oponerse a estos trastornos. Asimismo
tienen con frecuencia los educadores melancólicos la gran debilidad de callar demasiado ante las faltas de

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sus subalternos y al reprenderlos luego, lo hacen grosera y ruidosamente, y, en vez de animar a los
educandos, los desaniman y paralizan en su formación.

V. RECOMENDACIONES PARA EL MELANCOLICO

1. El melancólico tiene que fomentar en sí grande confianza en Dios y amor a los sufrimientos. De esto
dependerá todo. La confianza y el amor a la cruz son los dos pilares, con los cuales se mantendrá en pie
con tal firmeza que ni en las pruebas más graves ha de sucumbir a los lados flacos de su temperamento.
La desgracia del melancólico está en que no lleva su cruz; siendo su salvación el aceptarla con gusto y
alegría (no a la fuerza). Por lo cual, el melancólico debe tener mucho ante la consideración la divina
Providencia, la bondad del Padre celestial, que envía las penas para nuestro bien, y abrigar asimismo una
tierna devoción a la Pasión de Cristo y a la Madre dolorosa.

2. Si le sobrevienen afectos de antipatía o simpatía, de desaliento, desconfianza, abatimiento, ha de resistir


desde el principio, a fin de que estas malas impresiones no penetren demasiado en su alma.

3. Al sentirse triste debe decirse siempre el melancólico: No está tan mal como te lo imaginas; ves las cosa
demasiado negras.

4. El melancólico debe estar siempre bien ocupado; para no dar tiempo a las tentaciones. El trabajo constante
lo supera todo. El melancólico cultivará las buenas cualidades de su temperamento, en particular la
inclinación a la vida interior y la compasión por las desgracias de los hombres; pero al mismo tiempo
combatirá constantemente sus particularidades y lados flacos, indicados más arriba.

6. Santa Teresa, en un capítulo especial sobre el tratamiento de melancólicos mal dispuestos dice: "Con muy
poca atención se podrá ver que se inclinan de un modo particular a imponer su voluntad, a proferir todo lo
que les viene a la mente, a detener la consideración en las faltas de otros, para ocultar las propias, y a
buscar su satisfacción y su paz en su propio capricho". Santa Teresa señala aquí dos puntos en los cuales
debe fijarse particularmente el melancólico en su autoeducación. Con mucha frecuencia está el
melancólico tan excitado, tan lleno de amarguras y congojas, porque sus pensamientos no se ocupan sino
en las faltas de los demás y porque todo lo quisiera según su voluntad y gusto. El melancólico puede caer
en el mal humor y desaliento, cuando las cosas no marchan aún en las más mínimas pequeñeces, como
él quisiera. Por lo cual pregúntese el melancólico siempre que se vea invadido de la tristeza: ¿No te has
detenido nuevamente y en demasía en las faltas de tu prójimo? Deja hacer a los demás lo que quieran.
¿O no resultó tal vez tal o cual cosa según tu deseo y voluntad? Convéncete de una vez por todas de la
verdad de las palabras de la Imitación de Cristo: ¿Por qué te turbas si no te sucede lo que quieres y
deseas? ¿Quién es el que tiene todas las cosas a medida de su voluntad? Por cierto, ni yo, ni tu, ni hombre
alguno sobre la tierra. Ningún hombre hay en el mundo sin tribulación o angustia, aunque sea rey o Papa.
Pues ¿quién es el que está mejor? Ciertamente, el que puede padecer algo por Dios. (Im. I, 22).

VI. LO QUE HAY QUE APRENDER DEL MELANCOLICO

a) Hay que tratar de comprender al melancólico. Los melancólicos presentan muchos enigmas en su conducta
para aquel que no conoce las propiedades del temperamento melancólico. Por consiguiente hay que
estudiarlo y a la vez esforzarse por averiguar en qué forma se caracteriza en la persona interesada. Sin
esos conocimientos se cometerán graves faltas en el trato con melancólicos.

b) Trátese de ganar la confianza del melancólico. Lo cual no es fácil, por cierto, y solo se logra dándole
en todo buen ejemplo y buscando sinceramente su bien. Como se abre al brillo del sol un brote cerrado,
así se abre el alma melancólica, cuando la alumbran los rayos solares de la bondad y de la caridad.

c) Alentar siempre al melancólico. Reprensiones ásperas, brusquedad de trato y dureza de corazón le abaten
y paralizan las fuerzas. Palabras atentas y alentadoras, paciencia sufrida y constante le dan ánimo y
fortaleza. El melancólico se muestra muy agradecido por tal amabilidad.

d) Se debe exhortar al melancólico al trabajo; pero sin aplastarlo por eso. Como toman todo demasiado a
pecho y trabajan mucho con sus sentimientos y corazón, están los melancólicos muy expuestos al peligro
de debilitar sus nervios, por lo cual debe preocuparse que súbditos melancólicos no agoten completamente
las fuerzas de sus nervios; pues gastados estos caerán en un estado lamentable de postración, y no se
aliviarán sino con grandes dificultades.

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f) También en la relación con el melancólico hay que fijarse de tratarlo con afabilidad, de animarlo e impulsarlo
al trabajo. Acostúmbresele además, a expresarse bien en sus conversaciones, a emplear bien sus sentidos
y a cultivar la piedad. Es digno de especial atención el castigo del niño melancólico; pues los desaciertos
tienen sobre todo en este punto funestas consecuencias, haciéndolo sobremanera terco y reservado. Por
eso castíguesele con gran prudencia y bondad, evitando lo más posible las apariencias de injusticia.

VII. SANTOS QUE TUVIERON ESTE TEMPERAMENTO

Fueron temperamentos nerviosos el apóstol San Juan, San Bernardo, San Luis Gonzaga, Santa Teresa
del Niño Jesús,

CAPÍTULO V

EL TEMPERAMENTO FLEMÁTICO

I. ESENCIA DEL TEMPERAMENTO FLEMATICO.

Las varias impresiones provocan tan solo una excitación débil en el alma del flemático, si es que en algún modo
la afectan. La reacción es asimismo débil, si no llega a faltar por completo. Las impresiones desaparecen pronto.

Es tranquilo, nunca pierde la compostura y casi nunca se enfada. Por su equilibrio, es el más agradable de todos
los temperamentos. Trata de no involucrarse demasiado en las actividades de los demás. Por lo general suele
ser una persona apática, además de tener un buena verborrea. No busca ser un líder, sin embargo puede llegar
a ser un líder muy capaz.

Al flemático no le faltan amigos porque le gustan las personas y tiene un sentido del humor natural y satírico.
Es del tipo de persona que puede hacer que los demás se desternillen de la risa mientras él permanece
imperturbable. Posee una capacidad especial para descubrir el lado humorístico de los demás, y de las cosas
que hacen los demás, y tiene una actitud siempre positiva hacia la vida. Tiene buena retentiva y puede ser un
buen imitador. Una de sus grandes fuentes de diversión consiste en provocar a los demás o en burlarse de los
otros tipos temperamentales.

II. DISTINTIVO DEL FLEMATICO

a) El flemático no se interesa mayormente por lo que pasa fuera de él.

b) Muestra pocas ganas por el trabajo; da, sin embargo, gran preferencia al descanso. Todo anda y se
desenvuelve en él muy quedo.
c) Es un individuo calmoso, tranquilo, que nunca se descompone y que tiene un punto de ebullición
tan elevado que casi nunca se enfada.
d) Generalmente, ese temperamento da personas muy capaces y equilibradas.
e) Es el tipo de persona más fácil de tratar y es por esa naturaleza el más agradable de los
temperamentos.
f) El flemático es frío y se toma su tiempo para la toma de decisiones.
g) Prefiere vivir una existencia feliz, placentera y sin estridencias hasta el punto que llega a
involucrarse en la vida lo menos que puede.

III. CUALIDADES MALAS DEL FLEMATICO.

a) Ama el descanso .Es muy propenso a descansar, al comer y beber, siendo además perezoso (lerdo) y
negligente en el cumplimiento de sus obligaciones. Por lo mismo suele tender una seria tendencia a la gulay
pereza, que tarde o temprano lo llevan a la lujuria.

b) Ama su zona de confort. No tiene energía, ni se propone un elevado ideal, siquiera sea en su devoción. Vive
para si mismo haciéndolo caer en constantemente en actitudes egoístas.

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c) Suele no tener interés, es lento y ocioso. La debilidad más evidente del flemático es su aparente falta de
empuje o de ambición. Si bien pareciera que siempre hace lo que se espera de él, raras veces hace más de lo
necesario. Hace pensar en que tiene un metabolismo bajo, o lento, y con frecuencia se queda dormido en el
momento que se sienta. Raramente propicia alguna actividad, y en cambio busca excusas para evitar tener que
comprometerse en las actividades de los demás. Incluso su ritmo tiende a disminuir con el paso de los años. El
flemático generalmente se levanta temprano, se va a su trabajo o actividad diaria de buen humor, y habiendo
cumplido un horario corrido, regresa "completamente agotado". Con frecuencia duerme una larga siesta, tras lo
cual se sienta frente al televisor (que maneja a control remoto), y en el curso de la tarde se duerme y se despierta
según los programas. Por último, después de las noticias de la noche, su mujer lo despierta y lo ayuda a meterse
en la cama, donde se duerme profundamente hasta la mañana siguiente. Y esto todos los días invariablemente.

d) Se auto protege. A nadie le gustan las heridas, y esto resulta particularmente cierto en el caso del flemático.
Si bien no es tan sensible como el melancólico, tiene piel bastante delgada y por lo tanto, aprende a protegerse
a una edad muy temprana. Es bastante frecuente que aprenda a vivir como una tortuga, erigiendo un duro
caparazón protector que lo escude de todo dolor o afrenta externos.

e) Mezquino y avariento. Esta es una característica de las que solo pueden dar fe las personas que
viven con un flemático, pues su actitud siempre cortés y correcta para con los demás, hacen que el
resto de las personas no se percaten de ella. El flemático cuida cada centavo y actúa como un avaro,
excepto cuando se trata de comprar algo para si mismo. Normalmente es el que da las propinas más
pequeñas.
f) Es demasiado terco Nadie es más terco que el flemático; pero es tan diplomático, hasta en eso, que
la gente le puede pasar desapercibido. Casi nunca se enfrenta con otra persona, ni se niega a hacer
algo, pero de algún modo se las arregla para eludir la responsabilidad. Ante una situación familiar el
flemático jamás grita o discute. Se limita a arrastrar los pies o se planta y se niega a moverse.
g) Es indeciso y temeroso. Debajo de la amable superficie del flemático late un corazón sumamente
temeroso. Esta tendencia a temer le impide, con frecuencia, aventurarse por su cuenta para sacar el
mayor provecho de sus potencialidades.

h) Es desobediente .El flemático no le gusta obedecer sobretodo, y más aún, cuando las actividades coaxionan
con sus propios planes o sus comodidades. Es muy difícil de que lo convenzan en realizar algo que conlleve
esfuerzo o largas jornadas de oración y si lo convencen lo hace de mala gana

IV. CUALIDADES BUENAS DEL FLEMATICO.

a) El flemático trabaja despacio, pero asiduamente, con tal que no tenga que pensar mucho en su trabajo.

b) No se irrita fácilmente ni por insultos, fracasos o dolencias. Permanece tranquilo, cachazudo, discreto y tiene
un juicio práctico y sobrio.

c) No conoce mayores pasiones, ni grandes exigencias por la vida.

d) El flemático trabaja despacio, pero asiduamente. No se irrita fácilmente por insultos, fracasos o enfermedades.
Permanece tranquilo, sosegado, discreto y juicioso. Es sobrio y tiene un buen sentido práctico de la vida. Su
lenguaje es claro, ordenado, justo, positivo. Es prudente, sensato, reflexivo, obra con seguridad, llega a sus fines
sin violencia, porque aparta los obstáculos en lugar de romperlos.

e) El flemático es la confiabilidad en persona, su característica jovial y bonachona, lo hacen una persona que no
se amilana, se sorprende o escandaliza por secretos que se le puedan contar, son leales y a pesar de las
adversidades, se puede confiar en ellos.

V. RECOMENDACIONES PARA EL FLEMATICO

Debe trabajar para reemplazar su carácter apocado y ganar confianza en sí mismo, basado en una vida
controlada por el Espíritu Santo, la oración y la mortificación. Amar y comprometerse por los demás
neutralizando su egoísmo e indiferencia.

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Desarrollar motivación por su trabajo, percibiendo las necesidades de aquellos que lo rodean. Dejando de lado
su pereza y lentitud. Esto llevara a ganar la virtud de templanza para cuando las tentaciones y alguna
sequedad espiritual acechen.

Debe superar su pasividad y entregarse a sí mismo, dejar de actuar como si fuera un creyente y serlo
realmente, admitir sus temores como pecado y tratarlo como tal. No aparentar ante la demás calma y la
autosuficiencia, cuando por dentro hay tormenta, no desperdiciar oportunidades de servir a Cristo, a causa de
su temor a las personas y su inseguridad, tanto en su familia como en la iglesia (2Timoteo 1.7).

Debe de sacar provecho para el bien de la comunidad, siendo el nexo o el que inste a la paz en pleno conflicto
o enemistad entre los miembros de su comunidad, debido a su carácter que no tiende a guardar rencores,

Trabajar mucho en la mortificación con ayunos, mortificación del cuerpo con trabajos arduos y ejercicios físicos,
debido a su constante tendencia a caer en la pereza, que puede ser nexo para caer luego otros vicios.

VI. LO QUE HAY QUE APRENDER DEL FLEMATICO

Su disposición y la manera en que se toma las cosas, a menudo nos aceleramos o miramos muy lejanas las
cosas, sin embargo algo que debemos de aprender de las personas flemáticas es la tranquilidad con la que
realizan sus proyectos.

Los flemáticos tienden a dar muy buenos consejos debido a que su propio temperamento, tranquilo sosegado.
Tienen una mirada distinta de los problemas, de los conflictos que a menudo su opinión tiende a resolverlos o
ayuda mucho en esto.

Tener a un flemático en alguna comunidad conlleva a tener la opinión clara y concisa a un problema o
proyecto que se desea realizar, a menudo los flemáticos debido a tienen, por lo general las cosas claras y una
visión simple de la vida, suelen ahorrar mucho tiempo a los grupos de trabajo y son capaces de tomar
desiciones o plantear ideas que sin su ayuda hubiera tomado horas y algunos días.

VII.SANTOS QUE TUVIERON ESTE TEMPERAMENTO

El profeta Elías, Abraham y El rey David. Santo Tomás de Aquino poseyó los mejores elementos de
este temperamento.

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