Un creyente
Cuento de G. L. Frost
Caía la tarde. Por las ventanas de la galería de cuadros penetraba la última claridad del
crepúsculo. Casi todos los visitantes se habían marchado. Se acercaba la hora del cierre, y el
silencio cada vez más absoluto se iba sumando a la oscuridad casi completa de los pasillos, que
apenas permitía ya contemplar los detalles y matices de las pinturas.
En uno de los pasillos, dos desconocidos se encontraron. Con un ligero escalofrío, uno de
ellos dijo:
―Vaya... Cuando está oscuro, este lugar es siniestro, ¿verdad?
El otro le miraba sin responder.
―¿Usted cree en fantasmas? ―añadió el primero―.
―Yo no ―respondió el otro―. ¿Y usted?
―Yo sí ―dijo el primero, y cruzando la pared desapareció―.
Un creyente
Cuento de G. L. Frost
Caía la tarde. Por las ventanas de la galería de cuadros penetraba la última claridad del
crepúsculo. Casi todos los visitantes se habían marchado. Se acercaba la hora del cierre, y el
silencio cada vez más absoluto se iba sumando a la oscuridad casi completa de los pasillos, que
apenas permitía ya contemplar los detalles y matices de las pinturas.
En uno de los pasillos, dos desconocidos se encontraron. Con un ligero escalofrío, uno de
ellos dijo:
―Vaya... Cuando está oscuro, este lugar es siniestro, ¿verdad?
El otro le miraba sin responder.
―¿Usted cree en fantasmas? ―añadió el primero―.
―Yo no ―respondió el otro―. ¿Y usted?
―Yo sí ―dijo el primero, y cruzando la pared desapareció―.
Un creyente
Cuento de G. L. Frost
Caía la tarde. Por las ventanas de la galería de cuadros penetraba la última claridad del
crepúsculo. Casi todos los visitantes se habían marchado. Se acercaba la hora del cierre, y el
silencio cada vez más absoluto se iba sumando a la oscuridad casi completa de los pasillos, que
apenas permitía ya contemplar los detalles y matices de las pinturas.
En uno de los pasillos, dos desconocidos se encontraron. Con un ligero escalofrío, uno de
ellos dijo:
―Vaya... Cuando está oscuro, este lugar es siniestro, ¿verdad?
El otro le miraba sin responder.
―¿Usted cree en fantasmas? ―añadió el primero―.
―Yo no ―respondió el otro―. ¿Y usted?
―Yo sí ―dijo el primero, y cruzando la pared desapareció―.