Tres Viajes Misioneros de Pablo
Tres Viajes Misioneros de Pablo
“PUERTA DE SALVACION”
MINISTERIO DE EDUCACIÓN CRISTIANA
CURSO DEL NUEVO TESTAMENTO
Dios reveló a los profetas de la iglesia de Antioquia que apartaran a Bernabé y a Saulo
para la obra a que Él los había llamado (Hch. 13:1-3).
Este primer viaje inició aproximadamente entre los años 47 a 48 d. C., cuando Pablo y
Bernabé, acompañados de Juan Marcos, se embarcaron en el puerto de Seleucia, que
distaba pocos kilómetros de Antioquía de Siria; este pequeño grupo se dirigió en barco a
Chipre, y desembarcó en Salamina, sobre la costa oriental de Chipre, país de origen de
Bernabé. El evangelio no era desconocido en esa isla, pues por la dispersión de los
discípulos, los que habían predicado a los gentiles en Antioquía venían de Chipre y de
Cirene (Hch. 11: 19), y habían antes anunciado el evangelio a los judíos en sus lugares de
origen.
1/
Diversos factores, bajo el designio de Dios, favorecieron la expansión del Evangelio entre los gentiles: la
seguridad de los viajes (pax romana), las carreteras construidas por el Imperio Romano para unir diversas
guarniciones militares, y que la lengua griega estaba esparcida por todas partes.
2/
Este era un centro civil y militar y colonia del Imperio Romano que estaba a 1,200 metros de altura sobre
el nivel del mar.
Es de interés señalar que Timoteo, quién sería uno de los colaboradores más cercanos a
Pablo, y a quien la Biblia registra dos cartas dirigidas por el apóstol Pablo a él, era un
convertido de Listra, por los trabajos que el apóstol realizó en esa ciudad (Hch. 16:1). Así
finalizó el primer viaje misionero de Pablo, durante el cual había recorrido los centros al
oeste de donde el Evangelio se había implantado.
El apóstol Pablo relata brevemente en 2 Ti. 3: 11 los sucesos que le ocurrieron en sus
esfuerzos evangelísticos en estas ciudades «...persecuciones, padecimientos, los que me
sobrevinieron en Antioquia, en Iconio, en Listra, persecuciones que he sufrido, y de todas
ellas me ha librado el Señor».
Las noticias del éxito de la obra evangelista de Pablo entre los gentiles llegaron a
Jerusalén y provocaron a envidia entre ciertos cristianos de origen judío, en su mayoría
fariseos convertidos, que todavía estaban aferrados a la Ley de Moisés, a los que se
denominó judaizantes. Estos fueron de Jerusalén a Antioquia con el fin de anunciar a los
gentiles convertidos que la salvación dependía de la circuncisión (Hch. 15: 1). Esto originó
un enfrentamiento con Pablo y Bernabé, por lo que se acordó que el asunto sería
analizado con los apóstoles y ancianos en la ciudad de Jerusalén (Hch. 15: 6-29). Este es
el primer antecedente de división de la Iglesia y del primer concilio eclesial que tuvo lugar
probablemente alrededor del 48 a 49 d. C.
Pedro, quien al igual que Pablo participaba en las comidas de los creyentes incircuncisos,
con la llegada de los judaizantes, se apartó de comer con los gentiles convertidos. Pablo,
como lo narra en la carta a los Gálatas, respondió públicamente a Pedro (Gal. 2: 11), y
reafirmó los principios doctrinales de la salvación por medio de Cristo, que se extendían a
los gentiles en la Iglesia. Durante la discusión en el concilio Pedro les recordó que Dios
había revelado Su voluntad a este respecto cuando Cornelio había sido convertido, y que
los mismos judíos no habían podido llevar el yugo de la ley. Era el mismo apóstol Pedro
quien les hablaba y su argumentación tuvo mucho peso entre los congregados.
Tomaron la palabra Pablo y Bernabé y les relataron sus experiencias y «contaban cuán
grandes señales y maravillas había hecho Dios por medio de ellos entre los gentiles»
(Hch. 15: 12). A continuación habló Jacobo (Santiago, el hermano del Señor). Los fariseos
esperaban que este varón, devoto a la ley de Dios, tomase defensa de la posición
legalista, pero fue grande su sorpresa, cuando Jacobo se refirió al profeta Amos (9: 11-12)
en la parte que dice que la venida de Cristo tendría por resultado la salvación de los
gentiles 3/:
«Después de esto volveré y reedificaré el tabernáculo de David, que está caído; y
repararé sus ruinas, y lo volveré a levantar, para que el resto de los hombres
busque al Señor, y todos los gentiles, sobre los cuales es invocado mi nombre,
dice el Señor, que hace conocer todo esto desde tiempos antiguos» (Hch. 15: 16-
18).
3
/ El profeta Amos dirigió su mensaje a la nación de Israel, o sea el Reino del Norte, antes de su destrucción
en el año 722 a.C. Les invitó al arrepentimiento, pues Dios castigaría su desobediencia. En la visión del
futuro, Amos les advierte que Dios reedificaría el tabernáculo de David, con el propósito de que los
gentiles llegaran a conocer a Dios. Cuando Dios escogió a los judíos como un pueblo especial, su
propósito era que fuesen luz y ejemplo entre los pueblos de la tierra para llevarles al conocimiento del
Único y Verdadero Dios.
Concluye Jacobo, haciendo el siguiente llamado: «Por lo cual yo juzgo que no se inquiete
a los gentiles que se convierten a Dios, sino que se les escriba que se aparten de las
contaminaciones de los ídolos, de fornicación, de ahogado y de sangre» (vv. 19 y 20).
Porque estas prácticas son abominación 4/ ante Dios y ofensivas a los judíos piadosos (ver
Lv. 17: 10-16). El concilio resolvió reconocer como hermanos a los convertidos
incircuncisos, liberándolos de la Ley, pero demandándoles que respetaran unas
prohibiciones necesarias (de idolatría, de sangre y de comer animales ahogados y de
fornicación (Hch. 15: 20-22)), las primeras tres prohibiciones fueron impuestas a Noé y
sus descendientes (Gn. 9: 3-4) y la última respondía a una vida transformada en Cristo.
La carta a las iglesias de Antioquía
Dice el libro de Hechos que:
«… pareció bien a los apóstoles y a los ancianos, con toda la iglesia, elegir de entre
ellos varones y enviarlos a Antioquía con Pablo y Bernabé: a Judas que tenía por
sobrenombre Barsabás, y a Silas, varones principales entre los hermanos; y
escribir por conducto de ellos:
“Los apóstoles y los ancianos y los hermanos, a los hermanos de entre los
gentiles que están en Antioquía, en Siria y en Cilicia, salud.
“Por cuanto hemos oído que algunos que han salido de nosotros, a los cuales no
dimos orden, os han inquietado con palabras, perturbando vuestras almas,
mandando circuncidaros y guardar la ley, nos ha parecido bien, habiendo
llegado a un acuerdo, elegir varones y enviarlos a vosotros con nuestros
amados Bernabé y Pablo, hombres que han expuesto su vida por el nombre de
nuestro Señor Jesucristo.
“Así que enviamos a Judas y a Silas, los cuales también de palabra os harán
saber lo mismo. Porque ha parecido bien al Espíritu Santo, y a nosotros, no
imponeros ninguna carga más que estas cosas necesarias: que os abstengáis
de lo sacrificado a ídolos, de sangre, de ahogado y de fornicación; de las cuales
cosas si os guardareis, bien haréis. Pasadlo bien.”» (Hch. 15: 23-29).
El profeta Isaías había anunciado: «Acontecerá en aquel tiempo que la raíz de Isaí, la cual
estará puesta por pendón a los pueblos, será buscada por las gentes; y su habitación será
gloriosa. Asimismo, acontecerá en aquel tiempo, que Jehová alzará otra vez su mano
para recobrar el remanente de su pueblo que aún quede en Asiria, Egipto, Patros 5/, Elam,
Sinar y Hamat, y en las costas del mar» (11: 10-11).
Dios ha tenido en su divina voluntad tener Su pueblo no sólo entre los judíos sino entre
los gentiles, entre aquellos que creen en Su Hijo Jesucristo como el Mesías enviado por Él
para la remisión de los pecados, de los que arrepentidos que declaran Su Nombre. Si bien
el evangelio no ha convertido a todos los hombres, si ha llevado a muchos a salvación y
ese es el propósito divino. Amén.
4/
Para mayor referencia, ver por ejemplo: la prohibición de comer la carne sacrificada a los ídolos (1 Co. 8:
10), los matrimonios prohibidos por la Ley (Lv. 18: 6-18, 26; Nm. 25: 1 y 2 Co. 6: 14), comer carne de
animales estrangulados o ahogados sin derramar su sangre, y comer la sangre misma (Gn. 9: 4; Lv. 17:
10-16)
5/
Para una mejor ubicación: Patros, se refiere a la parte sur de Egipto; Etiopía, al territorio al sur de Egipto,
que corresponde en general a lo que hoy es Sudán; Elam, al sudeste de Mesopotamia, en el Irán actual, y
Hamat a la ciudad de Siria (Is. 10: 9).
Un primer propósito de Pablo fue visitar las iglesias para entregar copia de la carta que el
concilio de Jerusalén había enviado a la iglesia de Antioquía; esto dio sus frutos para
engrandecimiento de la iglesia de Cristo: «las iglesias eran confirmadas [fortalecidas] en la
fe, y aumentaban en número cada día» (Hch. 16: 5) (El resaltado del texto es mío).
Los misioneros deseaban ir a predicar más allá de los límites de las iglesias que habían
visitado, tal vez visitar Efeso, una de las principales ciudades en esa región. Mas cuando
atravesaban Frigia y la provincia de Galacia, les fue prohibido por el Espíritu Santo
«hablar la palabra en Asia» (Hch. 16: 6). Entonces se dirigieron hacia Bitinia, otra
provincia del Asia Menor), pero de igual manera el Espíritu Santo los detuvo. Pasaron
junto a Misia y descendieron a Troas, la antigua ciudad de Troya 6/. Pablo entonces tuvo la
visión de un hombre macedonio que le rogaba y decía: «Pasa a Macedonia y ayúdanos.
Cuando vio la visión, en seguida procuramos partir para Macedonia, dando por cierto que
Dios nos llamaba para que les anunciásemos el evangelio» (vv. 9-10). El Espíritu Santo
envió a Pablo a llevar el evangelio a Europa 7/. Al parecer es en esa ciudad donde Lucas
se une al grupo y le acompaña para anunciar el evangelio.
Macedonia era la provincia norteña de Grecia, y en ella estaban las ciudades de Filipos,
Tesalónica y Berea, donde Pablo estableció iglesias. A las primeras dos iglesias Pablo
escribiría sus conocidas cartas a los Filipenses y a los Tesalonicenses. Los misioneros se
dirigen en barco a Filipos, viaje que dura dos días (Hch. 16: 11-12). La ciudad era una
colonia romana poblada por soldados romanos jubilados, lo que le confería cierto
prestigio.
Pablo en Filipos
En Filipos Pablo continuó con su método de evangelización de predicar primero a los
judíos. No había allí una sinagoga, lo que indica que había pocos judíos en esa ciudad 8/.
Ello obligaba a los judíos a reunirse (los sábados) en otro lugar para adorar a Dios; la
orilla del río era un sitio apropiado tal fin. Pablo, Silas, Timoteo y Lucas acudieron allí para
predicar a las mujeres el mensaje de salvación de Cristo. Entre las mujeres se encontraba
Lidia, una mujer vendedora de púrpura 9/ que escuchaba y «adoraba a Dios» (Hch. 16:
14), lo que indica que era gentil pero cuyo corazón «abrió el Señor» (v. 14) para que
escuchara su Palabra por medio de sus mensajeros.
Nos narra Lucas que por la fe de esta mujer, ella y los de su casa fueron bautizados. Ella
insistió y casi los obligó para que Pablo y sus compañeros de ministerio se hospedaran en
su casa durante su estancia en la ciudad, con lo que se estableció la primera iglesia base
para la predicación del evangelio en Europa. Tal vez Pablo recordaba al escuchar la fe de
esta mujer, la oración que hacían los fariseos “Dios mío, te doy gracias que no son gentil,
ni esclavo, ni mujer”. Esta reflexión le llevaría probablemente a escribir en Gal. 3: 28 «Ya
no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos
vosotros sois uno en Cristo Jesús».
6/
Puerto del Mar Egeo y punto de embarque para Macedonia, la provincia romana que abarcaba el norte de
Grecia.
7/
Nos refiere Jorge G. Parker, en su libro "Estudios sobre los Hechos" (p. 144), la opinión de Roy Allison en
su "Comentario sobre los Hechos de los Apóstoles" (p. 253):
“Cuatrocientos años antes, Jerges, rey de Persia, cruzó el mar con 900 mil soldados para conquistar
Macedonia, y fracasó. Tan gran ejército no ejerció influencia alguna en el futuro de Europa. Pablo y
compañía cruzan quieta la frontera llevando el Evangelio de Cristo y el destino de toda Europa queda
transformado. Ese es el cristianismo: una fuerza silenciosa que cambia los corazones y las vidas de los
hombres”.
8
/ Se requería un mínimo de diez hombres para establecer una sinagoga.
9
/ Una tinta extraída de un molusco, que se empleaba para teñir telas finas y cortinas y para confeccionar
adornos finos. Lidia era de Tiatira de Asia Menor (ver el mensaje dirigido a esa iglesia, en Ap. 2: 18-29).
Sucedió que en tanto Pablo y sus compañeros estando en la ciudad de Filipos, y mientras
se dirigían al lugar de la oración, se encontraron con esta muchacha, quien les seguía y
daba voces, diciendo: «Estos hombres son siervos del Dios Altísimo, quienes os anuncian
el camino de salvación» (Hch. 16: 17). La joven vivía una doble esclavitud pues siendo
esclava no tenía derecho sobre su vida, ya que estaba sujeta a las decisiones de su amo
y también estaba cautiva de un espíritu de adivinación, el que la hacía hablar acerca de
cosas futuras 10/. Sus amos la usaban para lucrar, ya que el demonio contestaba las
preguntas que le hacían y ellos obtenían la pagas por estos servicios.
Es pertinente recordar que durante el ministerio del Señor Jesús los demonios testificaban
y decían verdad cuando declaraban que él era el Hijo de Dios, más Jesús no aceptaba el
testimonio nulo del diablo ni de los demonios, ni de los que viven en maldad, pues les
ordenaba callarse y ellos obedecían. Sabemos que el diablo está dispuesto a hablar la
verdad y a emplear la Palabra de Dios con el fin de que aceptemos dialogar con él, mas
su propósito es nuestra caída y muerte espiritual (ver Lc. 4: 1-13). No debemos permitir
que el demonio y los que le sirven tomen el evangelio, pues conducirán a los débiles a la
herejía.
Pablo no toleró más esta burla y se dirigió a la muchacha y ordenó al demonio que saliera
de ella. El demonio se sometió al poder del nombre de Jesucristo y abandonó a su
esclava. Esta joven fue transformada de inmediato, pues dejó de hablar con
adivinaciones. Sus amos viendo perdidas sus ganancias, se enfurecieron contra Pablo y
Silas y prendiéndoles los llevaron a las autoridades 11/.
Pablo y Silas fueron acusados con cargos falsos que exageraban el antisemitismo que
existía en esa época (y en la nuestra). «Estos hombres, siendo judíos, alborotan nuestra
ciudad, y enseñan costumbres que no nos es lícito recibir ni hacer, pues somos romanos»
(Hch. 16: 20-21). Podemos afirmar que es la historia cotidiana de todo cristiano al llevar el
evangelio de salvación.
El imperio romano permitía la libertad religiosa y siendo Pablo y Silas ciudadanos
romanos podían ejercer sus derechos en cualquier parte del imperio. Pero no les fue
permitido contestar los cargos y los magistrados les hicieron azotar sin investigación ni
juicio. Les pusieron en el calabozo de más adentro y colocaron sus pies en el cepo, tal
como si se tratara de criminales de alta peligrosidad 12/ y los pusieron a cargo del
carcelero de la prisión.
Podríamos pensar que Pablo y Silas, después de este castigo que les había marcado
heridas en sus espaldas que sangraban, con golpes y heridas abiertas, estuviesen
abatidos, pero no fue así. Estos hombres fieles al Señor no proferían queja alguna, sino
que a la medianoche cantaban himnos y su alabanza a Dios llegaba a todos los presos
que les escuchaban asombrados. Era la misma prisión pero distinta la causa. Pablo y
Silas estaban padeciendo la persecución y la tribulación de la que Jesús habló a sus
10
/ Ese espíritu de adivinación era llamado ‘pitón’, en referencia a la serpiente Pitón de la mitología griega que
guardaba el oráculo de Delfi. El término fue usado para nombrar a los adivinos.
11/
Comentario: Cuántos casos no conocemos de aquellos que pervierten la Palabra de Dios y la emplean
para obtener jugosas ganancias.
12
/ La prisión romana tenía tres divisiones: La primera donde había luz y aire para los prisioneros, una
siguiente donde las celdas estaban cerradas con puertas y barrotes de hierro y, finalmente una muy al
fondo y escondida donde estaban los calabozos de los condenados al suplicio.
Los cepos eran piezas de madera muy pesadas, con agujeros para hacer pasar los pies. Había también
iguales instrumentos de tortura para ser usados en las manos y el cuello.
discípulos. Cuan poderoso testimonio estaban dando en medio de la adversidad que Dios
usó la alabanza para mover el corazón del carcelero.
Ocurrió entonces la intervención de Dios pues hubo un terremoto de tal magnitud que las
puertas de la prisión se abrieron mas no cayeron las paredes. Las cadenas y el cepo
fueron rotos y liberaron los pies de todos los presos; estos pudieron aprovechar la
oportunidad y huir de la prisión pero nadie se movió de su lugar. El carcelero, pensando
que habían escapado, «sacó la espada y se iba a matar» (v. 27). Este hombre era
responsable de los prisioneros y si hubiesen escapado tendría que pagar con su vida.
Pablo en lugar de aprovechar este momento y vengar el maltrato de que fue víctima,
actuó con amor y le dijo en voz alta: «No te hagas ningún mal, pues todos estamos aquí»
(v. 28). Dios había dispuesto que el futuro creyente en Jesucristo escuchara el evangelio,
quien aún con temor pregunta a Pablo y a Silas: «Señores, ¿qué debo hacer para ser
salvo?». Las palabras de Pablo fueron como un bálsamo para este hombre: «Cree en el
Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa» (v. 31). El carcelero, en lugar de tratar a
Pablo y a Silas como criminales, les lleva a su casa, les lava las heridas y se bautiza junto
con su familia: todos creyeron en Jesucristo, el Señor. Luego regresaron a la celda.
Si bien la salvación es personal, la misericordia y la gracia de Dios alcanzan a nuestra
familia para llevarlos también a una salvación personal. El apóstol Pablo nos enseña al
respecto en su Primera Carta a los Corintios: «Porque, ¿qué sabes tú, oh mujer, si quizá
harás salvo a tu marido? ¿O que sabes tú, oh marido, si quizá harás salva a tu mujer?»
(1 Co. 7: 16).
En Tesalónica
Los misioneros se dirigieron hacia el oeste para continuar su tarea evangelística en
Macedonia y pasando por Anfípolis y Apolonia, llegaron a Tesalónica 13/. Se dirigen
entonces a la sinagoga de ese lugar (Hch. 17: 1-3). Lucas nos menciona que estuvieron
discutiendo en la ciudad durante tres semanas, en tanto que Pablo en su carta a la iglesia
de este lugar, cita que hizo trabajo manual entre ellos «de noche y de día, para no ser
gravoso a ninguno de vosotros» (1 Ts. 2: 9), lo cual nos sugiere que Pablo se quedó ahí
por un tiempo más largo.
13/
La ciudad de Tesalónica (hoy Salónica) estaba a unos 170 km al oeste de Filipos y fue fundada alrededor
del año 315 a.C. por el rey macedonio Casandro, que le dio ese nombre en honor a su esposa, que era
media hermana de Alejandro Magno. Era una ciudad muy importante y ocupaba un lugar estratégico por
su ubicación, sus vías de comunicación y por ser un centro comercial. La vía Ignacia corría a través de la
ciudad de este a oeste. Tesalónica tenía una comunidad judía importante, pues había ahí una sinagoga.
Es interesante mencionar que Pablo debió trabajar en su oficio de hacer tiendas (Hch. 18:
3) para sostenerse (1 Ts. 2: 9; 2 Ts. 3: 7-10) y en más de una ocasión recibió ofrendas de
la iglesia de Filipos (Fil. 4.16).
Su predicación se basaba en el mensaje de que para cumplir las profecías era necesario
que el Mesías padeciese y resucitase de los muertos y que Jesús es el Cristo. «Y algunos
de ellos creyeron, y se juntaron con Pablo y con Silas; y de los griegos piadosos gran
número, y mujeres nobles no pocas» (Hch. 17: 4). Muchos de los que integrarían la iglesia
en Tesalónica eran gentiles temerosos de Dios, que tomaron con amor el evangelio, pues
Pablo les escribiría después: «os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo
y verdadero» (1 Ts. 1: 9).
También podemos citar la manera en que Pablo inspirado por el Espíritu Santo escribió en
su carta a la Iglesia de Tesalónica del ministerio de la predicación del Evangelio y el
cuidado de las congregaciones e iglesias, como vemos a continuación:
«Porque vosotros mismos sabéis, hermanos, que nuestra visita a vosotros no resultó vana;
pues habiendo antes padecido y sido ultrajados en Filipos, como sabéis, tuvimos denuedo
en nuestro Dios para anunciaros el evangelio de Dios en medio de gran oposición.
Porque nuestra exhortación no procedió de error ni de impureza, ni fue por engaño,
sino que según fuimos aprobados por Dios para que se nos confiase el evangelio, así
hablamos; no como para agradar a los hombres, sino a Dios, que prueba nuestros
corazones.
Porque nunca usamos de palabras lisonjeras, como sabéis, ni encubrimos avaricia; Dios es
testigo;
ni buscamos gloria de los hombres; ni de vosotros, ni de otros, aunque podíamos seros
carga como apóstoles de Cristo.
Antes fuimos tiernos entre vosotros, como la nodriza que cuida con ternura a sus propios
hijos.
Tan grande es nuestro afecto por vosotros, que hubiéramos querido entregaros no sólo el
evangelio de Dios, sino también nuestras propias vidas; porque habéis llegado a sernos
muy queridos.
Porque os acordáis, hermanos, de nuestro trabajo y fatiga; cómo trabajando de noche y de
día, para no ser gravosos a ninguno de vosotros, os predicamos el evangelio de Dios.
Vosotros sois testigos, y Dios también, de cuán santa, justa e irreprensiblemente nos
comportamos con vosotros los creyentes;
así como también sabéis de qué modo, como el padre a sus hijos, exhortábamos y
consolábamos a cada uno de vosotros,
y os encargábamos que anduvieseis como es digno de Dios, que os llamó a su reino y
gloria.
Por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando recibisteis la
palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra de hombres, sino
según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros los creyentes.
Porque vosotros, hermanos, vinisteis a ser imitadores de las iglesias de Dios en Cristo
Jesús que están en Judea; pues habéis padecido de los de vuestra propia nación las
mismas cosas que ellas padecieron de los judíos,
los cuales mataron al Señor Jesús y a sus propios profetas, y a nosotros nos expulsaron; y
no agradan a Dios, y se oponen a todos los hombres,
impidiéndonos hablar a los gentiles para que éstos se salven; así colman ellos siempre la
medida de sus pecados, pues vino sobre ellos la ira hasta el extremo» (1 Ts. 2: 1-16)
El éxito del ministerio evangelístico de los misioneros provocó también la oposición de
parte de muchos judíos que no creyeron la noticia de salvación e instigaron un alboroto;
pagaron a la plebe, a «algunos ociosos, hombres malos, y juntando una turba, alborotaron
la ciudad» (Hch. 17: 5). Al no encontrar a Pablo y a Silas, tomaron a Jasón en cuya casa
Pablo en Atenas
Atenas era la ciudad más famosa de los antiguos helenos, es hoy la capital de Grecia. Su
importancia venía de que en ella se cultivaban el arte, la literatura y la filosofía. Entre los
hombres que adquirieron fama podemos citar a Sócrates, Aristóteles, Platón; Pericles y
Demóstenes, Sófocles y Eurípides, Herodoto y Tucídides. En la época en que Pablo llegó
a esta importante ciudad, su gloria se había desvanecido, pues el arte y la filosofía habían
declinado y los atenienses se habían vuelto frívolos y dados al placer, su cultura decayó
en vicio y su religión politeísta los llevó a prácticas vergonzosas de ritos paganos. Un
autor comparaba a Atenas como uno de esos grandes y añosos árboles que están
podridos por dentro y que lo que los sostiene son sus ramas agonizantes.
¿Mas acaso está en nuestra facultad seleccionar aquellos que recibirán el evangelio?
Definitivamente No. Dios no hace acepción de personas. Tenemos que atender
diligentemente la misión para la cual Cristo nos ha enviado: Predicar el evangelio a toda
criatura. Amén.
Al llegar a Efeso, prosiguió con su método de discusión en las sinagogas. Pero estuvo
muy breve tiempo, ya que deseaba ir a Jerusalén para ofrecer sacrificio a Dios. Aunque
los judíos le rogaron que se quedara un poco más de tiempo con ellos, no aceptó, pero
les dijo «Otra vez volveré a vosotros, si Dios quiere» (Hch. 18: 21c). Pablo haría realidad
este ofrecimiento durante su tercer viaje misionero.
Pablo termina su segundo viaje en el mismo punto donde lo inició: la ciudad de Antioquía.
Los resultados habían sido palpables: la palabra del evangelio fue llevada por Grecia y
Macedonia y se habían fundado iglesias en Filipos, Tesalónica, Berea y Corinto. Pero aún
más, Pablo formó discípulos que fueron líderes de las iglesias instaladas en los lugares
donde llevó el evangelio; Aquila y Priscila se quedaron en Efeso y continuaron la obra de
Dios.
Entretanto, llegó a Efeso un joven judío llamado Apolos, natural de Alejandría (ciudad muy
importante de la costa norte de Africa y centro cultural de la cultura griega), quien era un
varón muy elocuente, y con gran conocimiento de las Escrituras, (el Antiguo Testamento),
aunque tan sólo conocía lo dicho por Juan el Bautista (Hch. 18: 25).
Una vez instalado, Apolos comenzó a hablar en la sinagoga; Aquila y Priscila, le
escucharon y vieron que no conocía del evangelio, por lo que le enseñaron lo que habían
aprendido. Debemos destacar la humildad con la que Apolos recibió los conocimientos
acerca de Jesucristo que el matrimonio le ofreció con gran amor. Recordemos lo que dice
la carta de Santiago respecto de la humildad: «Dios resiste a los soberbios, y da gracia a
los humildes» (Stg. 4: 6).
El joven predicador, llevó cartas de los hermanos de la iglesia de Efeso a los de Corinto, y
hablaba con denuedo de la palabra del Evangelio, y les demostraba «por las Escrituras
que Jesús era el Cristo» (Hch. 18: 28).
14/
Se formaron iglesias en Colosas, Laodicea, Hierápolis, y otras más como se menciona en Ap. 1-3.
El alboroto en Efeso
Estaba Pablo por irse de Efeso cuando ocurrió un gran alboroto originado por los plateros
de Efeso que hacían «templecitos de Diana» (Hch. 19: 20). Efeso era el principal centro
de adoración a la diosa Artemisa (Diana para los romanos), la deidad de la tierra, autora
de la vida y de la fertilidad, cuyo templo estaba en Efeso, pero que era venerada en todo
el imperio romano.
Los plateros de la ciudad tenían un próspero negocio de confección de imágenes de la
diosa y de su templo. Conforme avanzaba el evangelio, la demanda de estas imágenes
iba decayendo. Por fin uno de los plateros, Demetrio, reunió a los demás de su gremio y
acusó a Pablo de perjudicar su negocio e insultar a la diosa. El disturbio era «acerca del
Camino» (v. 23), nombre con el que se usaba para referirse a los discípulos de Cristo
(Hch. 9: 2; 19: 9; 23; 22: 4 y 24: 14, 22), pues el Señor Jesús había dicho «Yo soy el
camino... » (Jn. 14: 6). Este problema tal vez haya ocurrido durante la fiesta primaveral en
honor a la diosa.
Los plateros se unieron y alborotaron en toda la población y muchos «se llenaron de ira, y
gritaron, diciendo: ¡Grande es Diana de los efesios!» (Hch. 19: 28). La ciudad entró en
gran confusión y la gente se lanzó hasta el teatro «arrebatando a Gayo y a Aristarco,
macedonios, compañeros de Pablo» (v. 29b). Pablo, que tal vez estaba con Aquila y
Priscila, intentó presentarse en el teatro, mas sus discípulos y varios amigos sabiamente
le convencieron de que no lo hiciera. Y muchos de los que se amotinaban «no sabían por
qué se habían reunido» (v. 32).
Los judíos, queriendo dar a conocer a la multitud que ellos no tenían nada que ver con el
problema, enviaron a Alejandro a hablar a la gente, pero cuando los reunidos se dieron
cuenta de que era judío hicieron un gran escándalo y le impidieron hablar y durante dos
horas gritaban ¡Grande es Diana de los efesios!. Fue entonces que el escribano municipal
logró calmar los ánimos cuando les explicó que ninguna ley se había quebrantado ni se
había blasfemado contra la diosa. Les indicó que si Demetrio y los demás artífices tenían
alguna querella contra alguno, que la presentasen ante las cortes de la ciudad, para
resolverla por los medios legales. Entonces despidió al pueblo, quien salió del teatro en
calma. Es de interés citar que por esa época las autoridades romanas no eran contrarias
aún a la iglesia, sino que permanecían en una posición que le favorecía. Más tarde las
cosas cambiarían drásticamente.
Si bien el viaje misionero de Pablo por las tierras de Macedonia y Grecia, estuvo pleno de
peligros, problemas y dureza de corazón de aquellos a quienes llevó el mensaje de la
Palabra de Dios, podemos considerarlo como el más importante. Su estancia y labor le
llenaron de gozo al tiempo que le significaron múltiples tribulaciones por el
comportamiento de estas nacientes comunidades cristianas. Esta época que cubre los
años del 53 al 58 d. C. y fue inspirada por el Espíritu Santo, le llevó a escribir sus cartas a
los Corintios y Romanos, y algunas para las Iglesias de Efeso, Filipo, Colosa y para
Filemón.
Fue una época de triunfos y de sinsabores, de proclamación del Evangelio y de amenazas
por las herejías que asediaban a los recién convertidos. Sin embargo, la Palabra de Dios
no regresó vacía y sus Cartas constituyeron parte de las Sagradas Escrituras, llenas de
autoridad para todas las generaciones. Sabiendo que había judaizantes y que lo
desacreditaban en Galacia, Pablo escribió su Epístola a los Gálatas, en la que defendió
su apostolado.
Pablo se enteró durante su estancia en la ciudad de Efeso de los problemas en Corinto en
su tercer viaje misionero, alrededor del año 55 d. C. Escribe entonces su primera Carta a
los Corintios y posteriormente, tal vez desde la ciudad de Filipos, les envía una segunda
epístola mientras iba de viaje de Efeso a Corinto.
Después de haberse calmado los ánimos, Pablo partió de Efeso hacia Macedonia, donde
visitó a las iglesias que había fundado y les exhortó «con abundancia de palabra»
(Hch. 20: 2), lo que indica que estuvo algún tiempo en esos lugares. Tal vez llegó hasta lo
que hoy es Yugoslavia, ya que en Romanos 15: 19 les menciona que había predicado el
evangelio desde Jerusalén hasta Ilírico 15/.
De la Macedonia Pablo se dirigió hacia el sur a la provincia de Acaya, donde visitó por
segunda vez la iglesia de Corinto, desde donde escribió su Carta a los Romanos. En esa
ciudad, permaneció durante tres meses y pensó embarcarse hacia Siria, pero se
descubrió que los judíos habían planeado matarle, por lo que Pablo y sus compañeros
cambiaron de planes y regresaron a Macedonia, de donde zarparon de Filipos pocos días
después de la Pascua. Viajaron hacia Troas, donde permanecieron por espacio de una
semana.
Era un domingo por la noche; los discípulos de Troas se habían reunido para escuchar a
Pablo, quien partiría de viaje la mañana siguiente. En esa ocasión Pablo predicó hasta la
media noche. Los cristianos estaban reunidos en un aposento alto, y tenían prendidas
antorchas que les ofrecían luz y calor. Un joven llamado Eutico estaba sentado en la
ventana desde donde podía tomar aire fresco, pero el calor y el sueño le vencieron y se
quedó dormido. Entonces cayó desde ese tercer piso y se mató. Pablo recibió una vez
más el poder de Dios para devolverle la vida a Eutico, para consolación de los cristianos
de esa iglesia. Después del servicio de comunión Pablo y sus compañeros de despidieron
y partieron hacia Asón, unos por mar y Pablo por tierra.
15/
La región de Ilírico tenía importancia estratégica y económica para el imperio romano, porque sobe la
costa había diversos puertos comerciales y contaba con importantes minas de oro en sus regiones
interiores, además de que era el punto de partida de la vía Ignacia. En la actualidad se corresponde con
Croacia, Bosnia y Herzegovina, Montenegro y una parte de Albania.
Pablo En Mileto
En Asón Pablo tomó el mismo barco en que viajaban sus compañeros y se dirigieron
hacia el sur, rodeando la costa de Asia Menor. Pablo había decidido no regresar a Efeso
porque su deseo era llegar a Jerusalén para Pentecostés y sólo le quedaba poco más de
un mes. En Mileto el barco tuvo que fondear por varios días para realizar operaciones de
carga y descarga, por lo que Pablo envió a Efeso un mensajero para pedir que los
ancianos viniesen a verle en esa ciudad.
Habiendo sido advertido de los peligros que le esperaban en Jerusalén y convencido de
que no volvería a ver a los miembros de la iglesia de Efeso, habla de forma conmovedora
a los ancianos respecto de sus responsabilidades y deberes para con la iglesia. Les
recuerda que su ministerio lo ha realizado «sirviendo al Señor con toda humildad, y con
muchas lágrimas, y pruebas» que le habían «venido por las asechanzas de los judíos»
(Hch. 20: 19). Constituye la despedida de los hermanos cristianos a quienes no volverá a
ver (Hch. 20: 25).
Les recuerda que su labor evangelística la realizaba al mismo tiempo que trabajaba
haciendo tiendas, por lo que nadie podía acusarle de pretender enriquecerse por la
predicación del evangelio (Hch. 20: 33-34).
También les advierte de los peligros que deberán enfrentar: la persecución de afuera y los
falsos profetas de adentro. Pablo hace un llamado a los ancianos a servir a Dios, «mirad
por vosotros, y por todo el rebaño en que el Espíritu Santo os ha puesto por obispos, para
apacentar la iglesia del Señor, la cual él ganó por su propia sangre» (Hch. 20: 28). Este
llamado se ha transmitido a los ancianos de la iglesia de Cristo a través de los siglos.
La despedida fue triste en gran medida, con llanto de todos. El grupo acompañó a Pablo
hasta el barco.
Abandonando Mileto, la nave se dirigió hacia la isla de Cos, a 64 km, al sur. Al día
siguiente llegó a Rodas, capital de la isla de ese nombre, a unos 80 km al sureste de Cos.
De Rodas la nave tocó Pátara, sobre la costa de Licia, donde el grupo misionero efectuó
un cambio de naves, emprendiendo viaje hacia Fenicia (Siria). Pasaron a la vista de
Chipre, que dejaron a mano izquierda, y arribaron a Tiro. El apóstol y sus amigos se
quedaron allí por siete días; los cristianos de Tiro suplicaron a Pablo en vano que no fuera
a Jerusalén. Después de haber orado con ellos, el apóstol y sus compañeros subieron en
un navío que iba a Tolemaida. Se quedaron unos días en casa de Felipe el evangelista,
cuando «descendió de Judea un profeta llamado Agabo» (Hch. 21: 10).
Agabo, el profeta que había predicho una época de hambre durante la primera estancia
del apóstol Pablo en Antioquia de Siria (Hch. 11: 28), se ató los pies y las manos, y
anunció que los judíos atarían de aquélla manera a Pablo y lo entregarían a los gentiles
(Hch. 21: 11). A pesar de estas advertencias y de las lágrimas de la comunidad, Pablo, y
algunos de sus discípulos, subieron a Jerusalén.
Así se da por finalizado el tercer viaje misionero de Pablo.