Dialogos Con El Diablo - Taylor Caldwell
Dialogos Con El Diablo - Taylor Caldwell
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Taylor Caldwell
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Autor: Taylor Caldwell
ISBN: 9789684199613
Titulo original en ingles: Dialogues with the Devil.
TRADUCCIÓN: Beatriz Romero, de la edición de Fawcett World Library,
Nueva York, 1968 1967, Reback and Reback.
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Para Adeline Barker, quien tituló esta obra, y LeBaron Barker, mi paciente editor, con
afecto.
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Prólogo
Este no es un libro de teología, aun cuando se adhiera a las tradiciones
judeocristianas y a las Sagradas Escrituras, así como a las antiguas narraciones,
tradiciones y religiones modernas. Se inicio con un estilo sencillo para que Lucifer
presentara su caso en la corte, pero luego dejó de ser sencillo y se volvió
definitivamente sombrío y siniestro, cuando Lucifer expone su caso contra la
humanidad y el problema y misterio del Bien y del Mal. Si yo fuera supersticiosa, lo
que de hecho soy, por supuesto, debiera explicar que a mitad del libro conviven dos
estilos diferentes, no se porque. ¡Ciertamente los pensamientos del libro no son los
mios!
De acuerdo con la tradición judeocristiana, Luciel, el ángel de Luz, se llama
Lucifer. Los antiguos persas le llamaban Ariman, los egipcios Apap, los antiguos
teutones Loki; era Tiamet para los babilonios, Siva en la antigua y la nueva religión
hindú (o Manyu, “ira”), Belzebu para los caldeos y Pluto el dios del Averno de los
griegos y romanos. En todas las tradiciones cayó del Cielo a causa del pecado de la
soberbia, la desobediencia y la rebeldía, y se volvió el esclavo y amo de los hombres,
incitándolos a la muerte eterna y a la perdición. Tiene tantos nombres como Dios en
las religiones muertas y vivas, pero al igual que dios su naturaleza y sus objetivos
nunca cambian.
En todas las tradiciones la idea de la redención final de lucifer es una constante,
aunque en la teología cristiana esta tradición fue considerada herejía en el siglo V d.
c. Sin embargo, persiste. Las tradiciones antiguas contemplan la posibilidad de un
eventual arrepentimiento del espíritu del mal y su reconciliación con Dios. ¿Quién lo
puede asegurar?
En el libro de Job, Lucifer se presenta siempre a sí mismo ante el Señor como
“uno de los hijos de dios”, y sugiere que no es enemigo de Dios sino del hombre, y
que es el fiscal del hombre ante Dios, el testigo de su crimen, el denunciante que
exige el castigo extremo de la muerte eterna por la blasfemia de la existencia del
hombre. La escasa imaginación del hombre lo ha representado en apariciones
horripilantes, algunas absurdas e insípidas, con cuernos y pezuñas, y sin embargo fue
el mas grande, poderoso y resplandeciente de los arcángeles, y sigue siendo un
arcángel. Para denigrarlo como figura ridícula se el considera feo y mezquino, es
equívoco y le hace mal a Dios, que no puede crear nada feo —sólo el hombre lo
puede hacer, y en esta degradación de Lucifer existe un grave peligro. El Mal no se
debe degradar, ni la angustia del Mal. Lucifer, según se asienta en la Santa Biblia, es
Príncipe de este Mundo y ciertamente no puede ser tan horrendo como los demás
príncipes auto proclamados que hemos visto en este siglo y en los siglos pasados. Su
poder es tan solo un poco menor que el poder del Todopoderoso y su única vía de
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expresión es el hombre.
Yo he descubierto que el hombre siempre se ha fascinado con la idea de Lucifer,
tal vez porque el mal invariablemente resulta más dramático que el bien, y más
espectacular, sangriento y pavoroso; y cuando los hombres no son comediantes
aunque nunca parecen tomar conciencia de la comedia de su existencia son, de
corazón, dramáticos y trágicos. Sin embargo, aunque sea extraño, la tragedia del
Sacrificio en la Cruz no los afecta mayormente, y ahí hay otro misterio.
Aunque muchos filósofos, historiadores y algunos geólogos niegan la existencia
de otros continentes en este mundo, Terra, además de los que conocemos, la
Enciclopedia Británica dice en la edición de 1943: “En los tiempos devonianos el
África era ya un continente antiguo, pero se encontraba muy al sur de su posición
actual y se extendía hasta el Antártico; un segundo continente se extendía a través del
norte de Europa hacía el noroeste de Norteamérica, y entre ellos se extendía el océano
que los geólogos llamaban Tetis. En el hemisferio occidental existían mares
estrechos, al este y al oeste de lo que es ahora América del Norte, y las tierras bajas,
sumergidas mas tarde, se hallaban en medio. En la antigua arenisca roja se hallan los
primeros restos bien preservados de vertebrados con tipos muy extraños.”
Por lo tanto, a pesar de los escritos ridiculizantes sobre los antiguos continentes
perdidos de la Atlántida, Mu y otros, parece haber contundentes pruebas de que sí
existieron estos continentes desaparecidos, como lo señala en su libro Lucifer, y
siguieron su destino en el agua como seguiremos el nuestro en el fuego según la
profecía de San Juan. Sólo que esta vez no sobrevivirá el mundo como lo conocemos.
Durante estas últimas noches anteriores al Apocalipsis mencionadas en Mateo 24
y en otros libros de la biblia recemos, antes de que sea demasiado tarde.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo,¡Ten piedad de nosotros!
Taylor Caldwell.
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SALUDOS
al Señor Dios del Universo, el Padre Todopoderoso, Creador del Cielo y los mundos
y los soles, el Santo de Santos, el Ser Inefable, la Serenidad de los Universos, el
Esplendor de la Vida, el Progenitor de arcángeles, ángeles, querubines y serafines,
poderes y dominios, príncipes y principados, el Triúnico, el Perpetuador de los
hombres, y mi Padre.
Deseo asegurarte, Padre mío, que me ha proporcionado considerable placer
enterarme de que Melina, uno de los hijos de Arcturo, se halla convertido ahora en un
yermo desprovisto de la maldición de la vida humana, y se mueve alrededor de su
padre sol en glorioso silencio, excepto por los vientos que soplan de polo a polo.
Nada sensible sobrevive allí. Los mares se mueven de atrás hacía adelante sin ser
vistos por ojo humano o animal. Extraño a los inocentes animales, pero ¿soy yo
culpable por los hombres de Melina? No, fue Su Majestad quien los creó, a pesar de
mis advertencias, pues yo le previne desde ese principio del tiempo. Esta mañana,
mientras me posaba sobre las arenas negras de Uturia, el gran mar, meditaba en los
benditos silencios donde los hombres no son. Observé la luz blanquiazul del
imponente Arcturo izándose sobre las aguas verdes y sentí su primer beso ardiente en
mi mejilla. Supe que entre estas aguas ya no vivía ningún pez ni serpiente, ninguna
aleta inmaculada, ningún ojo salvaje e incorrupto. Esta era mi tristeza. ¿Destruí yo a
Melina y dejé deshabitadas sus importantes ciudades blancas, su maraña de caminos
coloreados sólo por el polvo? ¿Condené yo sus campos y praderas rojas a que no
dieran más frutos, y no nutrieran nunca más a un árbol? Yo no tengo la culpa, yo no
fuerzo a los hombres. Yo sugiero y tiento. Me obedecen por su propia voluntad y me
ofrecen su más profunda adoración y más apasionada devoción, y la apartan siempre
de Ti. Yo no exploto su perversidad: la eligen por ellos mismos. Yo sólo les ofrezco la
oportunidad de proseguir el mal hasta el fin. Los horizontes de Melina ya nada
significan ahora, porque la Muerte nada significa, como tan bien sabemos Tú, mi
Padre y Yo. Tú lo has dicho muchas veces, con todas tus palabras, en las lenguas de
todas las creaciones, pero los hombres no te creen a Ti. Sólo me creen a mí.
Los continentes de Melina no conocen voz alguna, no, ni la voz del hombre, del
pájaro o de la bestia. Yo volé sobre todos ellos. Nada sobrevive. ¿Hice esto yo solo?
¡Por supuesto que no! Lo hizo el hombre. ¡Ah, la mortífera exaltación del mal, la
furiosa energía, el entusiasmo, la lucha incansable, el gozo feroz, la pasión
incontenible! Yo los conozco bien, pues fui quien los creó y los ofreció como regalo
infernal a la humanidad en todos Tus mundos sin fronteras y Tus universos de
arcoiris. ¿Que tiene que ofrecer la virtud en comparación, aunque la virtud signifique
vida eterna? ¿Posee la virtud el drama, la violencia, el colorido, la vehemencia
frenética, la terrible euforia, la risa, el ruido y el éxtasis del mal, y sí, su enorme
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capacidad de destrucción? Ciertamente que no. Para el hombre es tediosa, como lo
has observado con tristeza diez mil veces, diez mil milenios, una y otra vez. En los
corazones de la humanidad el deseo de perversidad y muerte es mucho mayor que el
deseo de inocencia y vida.
Ocho mil millones de almas de Melina ocupan mis dominios ahora, y yo las
detesto por toda esa adoración frenética que me profesan. (Ellos no se arrepienten
aún, ¡pero llegara la hora!) Ante Ti, mi Padre, se presentaron sólo seis mil almas que
se habían resistido. ¡Una pobre cosecha! Tú eres el Sembrador, pero yo soy
inevitablemente el Segador, y así será durante toda la eternidad. Tú eres el Viñador
pero yo soy el que cosecha y aplasta las uvas, y se toma el vino. Tú eres el Árbol,
pero yo recojo la fruta. Tú eres la Pradera, pero el grano llena mis graneros.
¿Crees Tú que yo me regocijo con esto? Sólo lo hago en la medida en que puedo
probar que Su Majestad estuvo mal desde un principio. No siento placer en herirte,
Tú que tienes tantas heridas y habrás de recibir tantas más todavía. Pero Tú lo sabes.
Si yo tuviera lágrimas que verter, las vertería por mi Padre, quien me amó, quien me
llamó su hijo y su Estrella de la Mañana. Fuiste Tú quien me lloró y exclamó:
“¡Cómo has caído!” Pero no he caído más abajo que el hombre. Eso no sería posible.
He sido llamado el santo patrón de los científicos. Sin embargo, yo no les revelé
el secreto de la suspensión del continuo espacio tiempomateria a los hombres de
Melina. Yo solamente dialogué con ellos como un maestro que hace una sugerencia.
El secreto era suyo para que lo manejaran, para que lo rechazaran con terror y
repugnancia. En sus manos estaba destruir la fórmula con horror. Pero, ¡vaya!
¡Odiaban a sus hermanos con una pasión tan infernal! Cierto es que soy el padre de
las guerras, el cantillo del odio, pero insisto, los hombres pueden decidir rechazarme;
¿no poseen acaso el libre albedrío, ese regalo pavoroso que les diste a los hombres y a
los ángeles desde hace tanto tiempo? Pero aunque soy el padre de las guerras, no las
precipito. No hay ninguna necesidad de involucrar mis energías en esa cuestión de
aborrecimiento fraternal, ni necesito estimularla. Dentro de la naturaleza del hombre
se halla el detestar a su hermano; poco estímulo necesita. Y, en el caso de Melina, no
le ofrecí abiertamente ninguna ayuda. Solamente guíe a sus científicos por el sendero
de la especulación apasionada, y los hombres son notables por su apasionamiento
mortal, y esa mirada lánguida y falsa que vierten sobre la virtud.
Una vez que surgen las especulaciones en el científico, se halla ansioso por
aplicarlas objetivamente, y esto hicieron los científicos de Melina, igual que lo han
hecho diez mil mundos anteriores, sin pensar en cómo beneficiarían a su propia raza,
sino en cómo se podrían utilizar para eliminar a sus enemigos. Porque el hombre,
como bien lo sabe Su Majestad, no puede vivir a menos que él mismo cree a sus
propios perseguidores. Para él la existencia es sumamente tediosa si no tiene
enemigos. Desde que nace no busca la bondad, la misericordia y el amor. Sólo busca
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la destrucción. Es su naturaleza.
Yo ni siquiera sugerí a los hombres de Melina que podrían utilizar su tan
inspirada fórmula para destruir a sus “enemigos”. Ellos llegaron a esa conclusión, y
de no haber quedado enemigos de sus últimas cuatro guerras, los hubieran creado de
nuevo. Felizmente para mí, tristemente para Ti, el continente de Anara todavía tenía
muchos millones ¡aun después de todas esas guerras! y el continente de Pedrama
tenía seis mil millones de habitantes. Estaban también los dos subcontinentes de
Larya y Litium, poblados de hombres que habían experimentado sólo muy
brevemente las guerras. Fueron los científicos de Pedrama los que descubrieron el
secreto de suspender el continuo tiempoespaciomasa, y los que desearon
experimentar con el. Desafortunadamente para ellos, los engañé para que creyeran
que habían descubierto también el método para limitar el efecto de suspensión a sus
“enemigos”.
¡Estaban seguros de que sostenían los terrores del universo en sus manos
moldeadas en barro! Fue una pequeña burla de mi parte asegurarles que eran inmunes
al infierno que decidieron no perder finalmente. Mi pequeña broma. Aun así, no
tengo ninguna culpa. Ellos podían haberse retractado de su decisión hasta en el
último abrumador momento. No utilicé ninguna fuerza. No eran esclavos. Eran libres.
Eligieron morir. Ciertamente no era su plan volatizarse ellos mismos junto con sus
“enemigos”, pero el mal es locura y no tiene piedad, y por lo tanto es confusión. Los
hombres perversos no tienen juicio. A ellos se les hace creer fácilmente lo que
quieren creer, y los hombres del continente de Pedrama creían que no iban a sufrir
consecuencias por el asesinato de sus hermanos y que iban a sobrevivir las ciudades y
los tesoros de sus compañeros.
En dos momentos fue hecho, y de Melina desapareció la presencia maldita de los
hombres. ¡Ay, si Tú te les manifestaste mil veces a través de las eras! Las
generaciones que te vieron manifestarte creyeron, pero sus hijos y los hijos de sus
hijos lloraron, como lloran siempre: “¡Sólo es un mito! ¡No ocurrió! Fue el sueño de
los ancianos en su chochez, o la historia más extravagante que se ha contado bajo
nuestras tres lunas, o el deseo de aquellos que enfrentan la oscuridad del crepúsculo.
Es sólo una visión de lo que no es posible, porque sólo hay realidad, y el hombre es
realidad, y lo que se ve y se toca y se huele y se gusta y se oye con nuestros sentidos
es la única verdad. Nosotros estamos demasiado avanzados para los mitos; hemos
logrado madurez, sabiduría e intelecto. ¡Fuera los Mitos! Ellos son la madera de
ayeres muertos, los desechos de pueblos primitivos, las leyendas de nuestra niñez
racial. Sólo existe el Hoy, y nosotros somos ese Día. Sólo hay un Dios y su nombre es
Humanidad, y la ciencia es Su Profeta”.
Ay, ay por Ti, mi Padre. Los hombres de Melina ya no viven. ¿Irás a erigir Tú otra
raza? Si lo haces debes saber que yo los tentaré hasta su muerte segura, la que de
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nuevo será su propia elección y no la mía.
Tu hijo, LUCIFER.
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SALUDOS
a Lucifer, el infernal de los infernales, el caído, la Majestad de diez millones de
infiernos, la Sombra oscura, el Emperador de todos los demonios, el Arcángel
perdido, el Destructor, el Adversario de todo lo que vive, el Seductor de almas, el
Padre de la desesperación, el Asesino de la esperanza, el Mal de males, el Progenitor
de las mentiras, el Inventor del temor, el Más desafortunado:
Nuestro Padre me ha pedido que dé contestación a tu carta, como siempre me lo
ha pedido en el pasado.
Esta vez temes que Él te culpe completamente por la muerte de Melina, el cuarto
de Arcturo, que ha perdido uno de sus hijos. Y de nuevo te puedo asegurar que Él
considera, aunque no careces de culpa, que no eres el verdugo cruel que los hombres
creen que eres. Tú en verdad sólo eres su sirviente, y eso lo sabe Nuestro Padre. Tú
eres el diseñador, pero son los hombres los que proyectan el diseño hacia la realidad.
Tú eres el susurrador, pero son los hombres los que gritan tus palabras desde los
techos y desde las montañas, y de los valles a los mares de muchos mundos. El
conoce tu interminable pesar, tu secreto deseo de que los hombres se te resistan,
porque ¿no depende tu esperanza de obtener el Cielo de que los hombres te rechacen?
Tú eres esclavo, no el amo de los hombres, y estás sujeto a sus deseos como un
condenado a la rueda, y tú ciertamente estás condenado. Se te llama el príncipe de
una multitud de mundos, pero eres el cautivo de tus súbditos. Los hombres te alaban
como su dios pero eres un dios encadenado. Nosotros, los que estamos con el Padre,
lloramos por ti. No hubo ninguno como lo fuiste tú, mi hermano Lucifer, nadie tan
magnífico, tan brillante, de tan noble aspecto, tan dotado de belleza y sutileza, tan
poderoso de palabra y acción, de tan luminoso mirar y con tan recia voz, tan valiente,
tan lleno de alegría y buen humor. Te lloramos también, como te llora Nuestro Padre.
Cada paso que te acerca de nuevo al Cielo es aclamado en los salones luminosos de la
casa de Nuestro Padre y es preconizado en las celestes murallas del Cielo, y cada
escalón que bajas de nuevo por oficios de los hombres hace que pase sobre nosotros
una ligera oscuridad. Pero ya hemos hablado de esto antes.
La última vez que nos reunimos en terreno neutral me dijiste: “Miguel, si Nuestro
Padre no te hubiera dado fuerza no me habrías arrojado del Cielo.” Eso es cierto así
lo reconocí yo. Pero te golpeé en el corazón con un rayo de pesar y ése es el rayo más
terrible de todos. No se le debe confundir con el arrepentimiento, porque tú no te
arrepientes. El arrepentimiento significa penitencia y restitución, y estas virtudes se
hallan ahora más allá de tus más grandes poderes, porque han sido apartadas de ti, no
por tu propia voluntad, sino por los actos de los hombres. ¡Esclavo! Tus hermanos
lloran por ti. ¡Qué pavoroso es ser el esclavo de lo que desprecias! ¡Qué angustiante
ha de ser para un arcángel orgulloso depender de los caprichos de aquellos que
consideran las más abyectas y detestables de todas las creaciones! Es como si un rey
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fuera el súbdito de una bestia. A diferencia de ti, yo sé que lo que Nuestro Padre
ordena no es para ser odiado y detestado, no importa qué tan inexplicable sea,
¿Podemos penetrar nosotros sus misterios? ¿Conocemos como Él el futuro? Sus leyes
son nuestras Leyes y es nuestro gusto ser obedientes. Sólo tú y los ángeles que te
siguieron se rebelaron contra la Ley; creyéndote más sabio que la Divinidad, sentiste
horror de que las criaturas de tierra y barro, de agua y de viento, compartieran contigo
las prerrogativas del libre albedrío, el don de la vida eterna, el éxtasis de ver el rostro
de Dios Nuestro Señor y Padre, el embeleso del Cielo, la última vista de la beatífica
visión. Y aunque miríadas de nosotros estábamos tan preocupados como tú, mi
hermano, supimos que Nuestro Padre tiene Sus razones, y que nos debemos inclinar
ante ellas y obedecer.
¿Somos parte de Su mente como lo somos de Su esencia? ¿Podemos crear la vida
como la crea Él? ¿Podemos formar los universos a partir del caos y la nada, y
dirigirlos a cantar con las armonías del Cielo? No, no tenemos ese poder. Pero tú te
negaste a reconocer que Nuestro Padre tiene sus razones, y te sentiste herido en tu
arrogancia y en tu ira. Siempre hubo una especie de precipitación en tu naturaleza,
desde un principio. Pero ninguno de nosotros imaginó que fueras a infringir los
límites prohibidos al arcángel, ángel y hombre.
Me dijiste que estabas aterrorizado de que a los hombres se les permitiera llamar
a Dios “Padre Nuestro” como se nos permite a nosotros. Eso fue en aquellos días
anteriores a tu transgresión total, cuando era sólo un pensamiento colérico en tu
mente. Estabas celoso de Su Majestad, obsesionado con tu amor por Él, temeroso de
que de alguna manera Su Santidad se fuera a manchar, Su Honor llegara a la
humillación. Tú lo hubieras apartado del amor de Sus criaturas, por pequeñas que
puedan ser. Tú lo hubieras querido sólo para ti. Hubo momentos en que otros de tus
hermanos se le acercaron, incluso yo mismo, y tus ojos brillaron con ira y tu mano se
posó en el puño de tu espada. Tu boca se abrió para protestar, aunque entonces te
tragaste el enojo, e incluso sonreíste como para ti mismo de tu presunción, Tú nunca
te hubieras rebelado si dios no hubiera moldeado al hombre de barro, y si este no
hubiera separado los labios para decir “¡Señor!” como nosotros decimos la Palabra.
Nuestro Padre, quien conoce todos los pensamientos de los ángeles y de los
hombres, y todas sus obras, se preocupó por ti desde un principio. ¿Sabía Él que
infringirías más allá del límite que no debe ser cruzado; el cual es el mayor de los
pecados? Nunca lo sabremos. El amor puede destruir tanto como el mal, y si a ti te
arrojó del Cielo no fue por tu maldad, sino por tu altivo amor. Nosotros tus hermanos
lo sabemos muy bien. Pero hemos hablado juntos de esto, tú y yo, durante todos los
eones, siempre que nos hemos reunido. Cuando nos hemos encontrado los dos en el
oscuro camino de la muerte, por el cual conduzco a las almas que han sido salvadas,
me he vuelto a ver tu esplendoroso rostro y tus impenetrables ojos con pesar y
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tristeza. En esas ocasiones te has apartado y no has tratado de estorbarme. Pero éstas
eran las almas que te habían rechazado. ¿Había esperanza en tu esplendor? Nosotros
oramos porque sea así. Porque cada alma que entra al cielo es un peldaño hacia arriba
para ti; cada alma que desciende contigo te sumerge más profundamente en los
abismos de tu propia creación. ¡Cómo debes odiar esa alma!
Tú le has preguntado a Nuestro Padre si va a crear una nueva raza en Melina. No
te va a dar esa respuesta. ¡Pero lamenta con Él que hayas tenido éxito en estimular el
mal que se albergó en los corazones de los hombres de Melina! La muerte de ese
planeta fue otra gran muerte para ti. No te mofes del Señor porque sólo te mofas de ti
mismo, y eso lo sabes tú, ay, demasiado bien. Cierto es que Nuestro Padre está
afligido por Melina, pero también está afligido por ti.
¿No hay alguna forma de apelar a tu compasión, aunque hayas jurado que no la
tendrás por los hombres? Considera de nuevo a Terra, el tercero de cierta estrella (un
diminuto sol amarillo, pequeño guardián de nueve mundos infinitesimales, que brilla
endeble y mortecino en la grandiosa Galaxia que yo fijo; Galaxia de enormes soles,
demasiados para que incluso yo los pueda contar, cuyos números sólo le son
conocidos a Dios). ¿Por qué, de todos los miles de millones de planetas en la
Creación, eligió Dios nacer en Terra, destello azul vacilante, trémulo, un pequeño
punto amoroso, pequeño centelleo inadvertido, entre un torbellino de planetas, cuyo
nombre es desconocido por los niños de grandiosos mundos distantes en otros
universos? Eso lo has preguntado con furia y enojo muchas miles de veces. No tengo
respuesta para ti. Nuestro Padre consagró el suelo de Terra con Su Santa Sangre, la
cual Él derramó por ese mundo y por todas sus almas. Eso nunca lo hemos entendido,
porque Él nunca lo había hecho. Eligió el más pequeño y débil, el más frágil y
humilde, el más insignificante, oscuro y velado, el más crepuscular, el más
escondido, trémulo, ilógico e inseguro, frágil y frío, el menos dotado del reflejo de las
bellezas del Cielo. En ese punto árido e ignominioso dejó Él Su vida humana en
agonía, y eso no sólo te sorprendió a ti, sino también a tus hermanos. Pero sólo tú
hiciste preguntas, y te diste la vuelta disgustado, y luego creció tu enojo más allá de
lo que hubiera crecido alguna vez. Tú has llevado a incontables mundos a la muerte
en el pasado, pero nunca antes te sentiste tan afrentado por ninguno, y nunca habías
jurado tan despiadadamente su destrucción, Sus criaturas no eran rival para ti,
Lucifer; sin embargo, no tienes piedad.
Este mundo naciente ha sido redimido por Dios. ¿Han sido redimidos otros
mundos también con esa impresionante Redención? Eso sólo lo sabe Nuestro Padre.
El tomó en Sus Manos al más débil y eso debe haber sido por la razón más
majestuosa, puesto que lo abrazó en Su Seno. ¿Pero no dijo: “Los primeros serán los
últimos y los últimos los primeros”? Terra es, de entre todos los mundos, el más
humilde. Sin embargo El lo redimió y esa redención quizá haya aclarado un poco la
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sombra del mal en otros mundos y haya alejado la muerte.
¡Pero existen tantas miríadas de mundos en donde no han caído tus oscuras alas,
cuyos niños conocen el Rostro de Dios y obedecen Sus leyes! ¿Están éstos fuera de
tus tentaciones? Esperamos, hermano, por tu bien, que sea así.
Ten piedad de Terra. ¡Un mundo tan pobremente pequeño para tus magníficos
esfuerzos! ¡Una arena tan pequeña para tus poderes! Ay, sin embargo ahí mora el
orgullo y el odio también, y estos sentimientos te atraen. El murió en Su carne
humana por él y nosotros sabemos que tú no puedes perdonar eso. Aun así, ten
piedad.
Tu hermano, MIGUEL.
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SALUDOS
a mi hermano Miguel, Arcángel de los Conformistas que no hacen preguntas
molestas:
¡Siempre te he amado, querido hermano, a pesar de tu simpleza! De nuevo,
mientras te escribo, veo tus brillantes ojos azules, tu pelo dorado, tu cuerpo alto y
atlético, tus brazos poderosos, tu repentina sonrisa, tus manos fuertes, tus pies firmes
y tus anchos hombros. No pienses que me burlo con estas palabras. Las escribo con
admiración. Siempre me gustó tu conversación, aunque no fuera notable porque
carecía del resto de la especulación y en ocasiones era demasiado solemne. Aun así,
muchas veces estabas feliz, y tu risa se oía por todo el Cielo. Pero eres demasiado
simple.
Una vez más, y perdida ya la cuenta, me has pedido que tenga piedad de Terra,
esa miserable mácula de fango congelado que se arrastra pesadamente alrededor de
una infeliz estrella enana de color amarillo, en un rincón olvidado de tu propia
galaxia. Ha habido momentos en los que he pensado si Nuestro Padre no me habrá
atormentado deliberadamente al elegir ese pequeño bocado corrupto como escenario
de Su Redención universal. De entre la inconcebible amplitud de Sus miles de
millones de mundos El eligió el más aborrecible e insignificante, el más aburrido y
opaco, el más estúpido y degenerado. ¿Tendrá eso algún significado? ¿Quién conoce
Su Mente? Tú también has hecho esa pregunta. Por lo tanto no estoy sumiso y por lo
tanto de mi parte no puede haber aceptación, sino incredulidad y afrenta. Incontables
otros mundos han pecado y caído bajo mi tutelaje y tentación, hermosos y vastos
mundos de cegadores colores y fabulosos panoramas, y ciudades espléndidas
pobladas de hombres que al menos podrían reclamar que tienen un parpadeo de
inteligencia. Pero Él no eligió uno de ellos. Eligió el más vulgar, el más animal, el
más lodoso, el más sucio, el más inarticulado, el menos dotado de poesía y
comprensión, el más carente de piedad, de fe y de aprendizaje. Ese asesino de
profetas y héroes, ese asesino de Dios Mismo, no merece siquiera que se le llame
letrina o escupidero. El se deleita en la inmundicia, en los pecados más abominables e
indecibles, ¡ese pequeño y arrogante chirrido en el canto de la Creación! Yo he
sentido alguna piedad por otros mundos que han caído, porque tenían cierta gloria y
esplendor. Pero con Terra sólo siento repugnancia. Mitad desierto, mitad tormenta,
mares medio contaminados, montañas medio erosionadas, ¡la vivienda perfecta para
la criatura que se levantó sobre sus piernas posteriores y osó llamarse a sí mismo
hombre!
Tú también estuviste presente con un ejército de mis hermanos nocaídos cuando
Dios fue asesinado por el animal que pretende ser humano. (¡Amado Cielo, una bestia
tan inferior!) ¿Recuerdas ese día, Miguel? ¡Ah, jamás podrás olvidarlo! Ni yo.
Dirás, como lo has dicho antes, que fue la voluntad de Nuestro Padre, y que Su
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Hijo nació con esa misma intención de la única criatura no maculada por los pecados
despreciables de sus congéneres. Me has dicho que fue una Consumación que Él
planeó desde el principio del tiempo. Pero la Consumación fue el hacer del hombre su
pecado imperdonable. (En eso tú no estás de acuerdo conmigo, aunque no tienes otra
explicación. Vas a decir que no tengo ninguna capacidad de entendimiento, pero
siempre fui más sabio que tú, querido hermano.)
¿Habrían consumado otros mundos ese crimen supremo, otros mundos que han
caído y que ahora ya han desaparecido? Yo creo que no. Estos, aun cuando eran
perversos, se hubieran rebelado contra una Consumación tal, incluso si hubieran
considerado a Cristo sólo un hombre, ya que eran hombres. No hubieran intentado
nunca el asesinato y la destrucción del inocente, a pesar de sus tediosas guerras. Él
que se manifiesta puro y bueno jamás ha provocado su odio, como lo provoca
interminablemente a los hombres de Terra. Aun cuando los enojara el bueno, ellos
reconocían su virtud, y aunque muchas veces lo exiliaron por conveniencia y porque
molestaba o interfería con el placer de la vida, no lo torturaron ni lo condenaron a
muerte de la manera más infame. Le concedieron honor y lo toleraron porque eran
verdaderos hombres, y aceptaban lo que fuera comprensible e irritante. Pero los
hombres de Terra no son hombres en realidad, aunque tú negarías eso. ¿Se da cuenta
Nuestro Padre de que en verdad las criaturas de Terra no son hombres por completo,
y su deseo era que Él los elevara a la hombría? Si así fue, ha fallado dolorosamente.
Aquellos que son hombres en Terra sólo son unos miles y siempre ha sido así, pero se
esconden con justificado terror y prudencia de aquellos que presumen llamarse a sí
mismos compañeros. Se ocultan en lugares apartados, tras las paredes y en junglas,
en los santuarios perdidos y en los desiertos. Cuando emergen con palabras de amor,
piedad y compasión se les recibe con burla o con el inevitable asesinato. ¿No han
aprendido? ¿No irán a aprender nunca? En Terra el hombre que viene con el pan de la
piedad y con el pan de la vida es condenado para siempre y un día más, al odio y al
asesinato.
Nuestro Padre, a través de las eras de Terra, ha inspirado a los sacerdotes de todas
las religiones con el conocimiento secreto y místico de que enviaría a Su Hijo a los
hombres para abrir de nuevo las puertas de la vida eterna, las cuales a ustedes mismos
les fue ordenado cerrar. No hubo ninguna religión en todas las eras que no proclamara
la venida del Redentor. Los sacerdotes de Babilonia, de Egipto, de Grecia, de Roma,
de Persia y de otras aburridas naciones, proclamaron esa Promesa Viviente. (Y así lo
hicieron también los sacerdotes en los extintos continentes de atlántida, Lemuria, Mu
y Endria.) Los profetas anunciaron repetidamente la llegada de Dios hecho carne a
los hombres.
¿Necesito recordar a ustedes las palabras del profeta Isaías?: “De entre nosotros
nace un niño. De entre nosotros se nos da un hijo. En Sus hombros sostiene el
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Gobierno, y Su nombre será llamado Maravilloso, Consejero, Dios Poderoso, el
Padre del mundo por venir, el Príncipe de la Paz.” De su madre dice la profecía:
“¿Quién es ella que se ve como la brillante mañana, bella como la luna, clara como el
sol y terrible como un ejército con estandartes?” A los sacerdotes de Kem en Egipto
se les dio también la profecía y vistieron la Cruz de la infamia eras antes de que se
consumara la vil acción en Judea, y las pirámides fueron inscritas con la Cruz, que
fue para la humanidad el signo de Resurrección y vida. Los griegos tuvieron su altar
misterioso al Dios Desconocido y lo esperaban. Los romanos lo entendieron
vagamente también, y en los reinos que se extendían más allá del mar y que los
hombres todavía no conocían, Dios no negó Su secreto, ni se hizo clandestino sin
profecía. Aun así, cuando vino fue asesinado.
Me ha resultado interminablemente divertido escuchar a los hombres desde el día
de aquel asesinato, el más infame. “No debimos haberlo matado, si hubiera nacido de
entre nosotros y no de entre los judíos declararon con vehemencia; debimos haberlo
cuidado y levantado en nuestros hombros y aclamado ¡Hosanna al señor!”
¡Mentirosos! ¡Mentirosos! Los hombres de Judea, que habían atestiguado a través de
los siglos la misericordia de Dios, le dijeron a Jesús: “¡Si los profetas hubieran nacido
de entre nosotros, no los hubiéramos matado!” Pero todos los hombres matan a sus
profetas y a sus héroes. No pueden soportar su proximidad, su censura implícita.
Si Dios no hubiera nacido de entre los Judíos, Su Nombre aún no sería reconocido
entre los hijos de los hombres, porque habría sido borrado. Pero los Judíos habían
acariciado y recordado las profecías del Mesías, y cuando Él se presentó entre ellos,
miles exclamaron: “¡Bendito es Él que viene en el Nombre del Señor!” No fue un
accidente que haya elegido a sus apóstoles de entre los Judíos, porque sólo ellos
estaban consagrados a la profecía y lo reconocían a Él. (¡Pero qué ironía fue que
Pedro, quien había dicho: “Tú eres el cristo”, lo haya negado tres veces! ¿No es eso
natural en el hombre?)
Yo muchas veces conjeturo: si la ciudad de Israel no hubiera estado oprimida y
aterrorizada por Roma, ¿Hubieran cedido a Cristo en forma tan pusilánime a los
romanos los sacerdotes de Judea? Si Israel hubiera sido libre, ¿No hubiera levantado
gustosamente a su Señor y lo hubiera proclamado a las naciones? Pero entonces no se
hubieran cumplido las profecías de Isaías. Es un gran misterio y yo lo detesté desde
un principio. Los caminos de Dios son definitivamente inescrutables y aburridos.
Fueron los Judíos los que esparcieron las “buenas nuevas” a los hijos de los
hombres: que el Mesías había nacido y había muerto por la salvación de los hombres,
de acuerdo con las profecías. Fueron los Judíos quienes durante trescientos años
proclamaron las palabras de liberación del mal de mí. Llevaron Su nombre a los
griegos y los romanos, a los persas y los egipcios, y murieron en su propia sangre por
esas nuevas. Murieron gustosamente; para nada. Porque yo los seguí por todas partes
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y levanté odio y cinismo entre los escuchas, y escepticismo entre los sabios y los
educados, como lo sigo haciendo hoy. Yo susurré “¡Insensatos!” a las multitudes, y
éstas rieron de los Judíos y los golpearon, como los habían golpeado en Egipto,
Persia, Siria y Babilonia, sí, y a otros profetas en la Atlántida, Lemuria, Mu y Endria,
hasta el día en que Nuestro Padre los hundió bajo las aguas en el gran Diluvio. Y en
Terra hoy en día, donde se anuncia con susurros, risas y celebraciones “¡Dios está
muerto!”, encuentro mi recompensa final.
Tú siempre me has preguntado por qué hago esto. No lo hago por el odio hacia
Nuestro Padre, a Quien amo. Lo hago para probarle a Él que estuvo equivocado
desde el principio y que debe borrar para siempre Su memoria de entre la manada que
se atreve a llamarse hombre a sí misma. ¿Debe compartir una bestia en la fiesta del
Santo de los Santos? Es una profanación. ¡Debe cesar el pisoteo en el Templo! El
asno, el búho y las serpientes no deben ya conocer el Templo. Yo no descansaré hasta
que esto se logre. No descansaré hasta que destruya Terra, y muera en su propio
fuego y sangre porque ha blasfemado a Dios por demasiado tiempo.
Le he dado a Terra la fórmula para su muerte, como he dado fórmulas similares a
los hombres de otros mundos. Tú no te alegrarás conmigo de que este abatoir de
Dios, Profetas y héroes quede atrapado en el torbellino de las llamas según la profecía
del profeta Joel, Porque no compartes conmigo mi aborrecimiento hacia la
humanidad, dondequiera que se haya manifestado a sí misma, en cualquiera de los
universos. Los mundos y los soles fueron creados para los ángeles, y no para
animales que apestan a estiércol, sudor, vicio, entrañas y vejigas y enfermedad, y
todas las vilezas.
De nuevo prometo que no cederé hasta que este insulto contra Dios sea purgado
con la muerte universal y hasta que la provincia de las galaxia pertenezca solamente a
los ángeles. Si Dios no lo hace, lo haré yo.
Tu hermano, LUCIFER
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SALUDOS
a mi hermano Lucifer, quien en su enigmático corazón desea ser refutado y
rechazado, y que se proclame por siempre la Gloria de Dios a los Ángeles y a los
hombres, aunque él lo niegue.
He leído tu carta con pesar, porque conozco la angustia de tu espíritu. Yo también
te recuerdo a ti y a tu magnifica apariencia y a la gloria de tu presencia. ¿Cómo es
posible, me pregunto muchas veces, que te resistan los pobres hombres si te presentas
en tantas formas, todas ellas seductoras? ¡Un adversario tan pequeño, el hombre!
¡Tan desamparado, tan débil, tan confundido, tan ciego, tan abatido, tan pequeño! Yo
lo veo y lloro. Me asombro, no de que haya rechazado y blasfemado de Dios tantas
veces, sino de que lo haya recordado tanto tiempo a pesar de los desdeñosos y los
filósofos y los eruditos. Me asombro, no de que resista las múltiples y delicadas
lisonjas del Señor, sino de que tantísimos hombres —aunque tú negarías esto lo
guarden tan valiosamente en sus corazones y cada día honren Su Nombre, y después
de morir se alejen de ti como se alejaron en vida, y vuelven como pájaros radiantes al
regazo de su Señor.
Tú llamarías a eso “simplicidad”, desdeñosamente. Pero la virtud es simple y fácil
de comprender. Solamente el mal es complejo, complicado, torcido y tortuoso en
todos sus caminos. La virtud es una corriente de agua brillante que se encamina
fielmente hacia el mar. Pero el mal sopla por muchos pasajes, barrancas y abismos, y
adopta colores muy ambiguos y se esconde en muchas cavernas diferentes. El mal
tiene mil conversaciones e incontables rituales perversos. Es un millar de ruedas
indisciplinadas dentro de una rueda, todas girando celosamente. La vida, al contrario,
es directa y sin engaño, y no posee argumentos, porque la Vida es, y no puede haber
ningún argumento en presencia del orden. El mal se oculta en una multitud de
filosofías, controversias, conjeturas y especulaciones. Trata siempre de combatir la
Vida hasta que deje de existir, y sólo resulta triunfante cuando no queda nada. Es, en
suma, la muerte.
En los hombres malvados existe la voluntad de morir, de ser absueltos del peso
del ser, de ser rescatados de la búsqueda de una respuesta, aunque la respuesta sea tan
clara y tan inequívoca. El mal busca que lo absuelvan de la necesidad de aceptar, y
sólo comparte una cosa con la virtud: el deseo de tener adherentes. El hombre no
puede vivir solo, ni en la virtud ni en el mal, y así como la virtud no puede tolerar el
mal, tampoco puede el despreciable tolerar al justo. Uno debe perecer. Tú dirás que
siempre resulta victorioso el mal. No, no siempre, porque ¿no perdura la Vida? La
Vida no puede existir en presencia de la muerte y la medianoche no puede ser
mientras los soles brillen.
Los pobres hombres de Terra gritan con pasión: “¡La Vida es difícil! ¡No existe
una respuesta sencilla para el ser! La Vida es complicada y comprometida, tiene
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muchas caras, y ¿quién puede decir cuál cara es la verdadera?” Pero la Vida sólo
tiene un Rostro verdadero, el Rostro de Dios, y ante Él no existe sendero tortuoso, no
hay pasajes ocultos, no hay variedad de respuestas, no hay confusión, no hay un “éste
es el camino, pero, por otra parte, este otro también puede ser”. La mente del hombre,
auxiliada por la tuya, se convierte en un enjambre de células, cada una dotada de una
vida contradictoria, de una insistencia individual, de una voz diferente, de una
respuesta discutible. Solamente en la miel pura de la verdad hay un flujo de dulzura y
no hay nada tan simple como la miel.
Nuestro Padre no mora en lugares laberínticos. Vive en el sol, donde no hay
escondrijos. Pero, profanado en su alma por ti, el hombre exclama: “¿Dónde está
Dios? ¡Yo no lo veo! Todo es oscuridad. El me ha pedido ser dócil en esta oscuridad
y resignarme con tanta sencillez como la bestia del campo o un infante de brazos en
el regazo de su madre.”
Sin embargo, el Señor ha dicho claramente: “Ustedes deben ser como niños para
heredar el Reino de los Cielos.” Los niños no hacen preguntas capciosas, no hablan
con frases grandilocuentes ni eruditas, ni aceptan las palabras de los antiguos sabios
negando la evidencia que tienen delante de sí. Ven clara y totalmente, no oscura y
parcialmente.
Tú le has dicho al hombre que pude razonar, y por lo tanto es semejante a los
dioses y está consciente del bien y del mal. Pero sólo le has mostrado sus propios
deseos y pasiones, y le has apremiado no para que los rechace, sino para que los
gratifique, porque ¿no son parte inherente de su naturaleza? Su razón está pervertida
por sus irrefrenables deseos, los cuales estimulas y tientas de manera deleitante para
ti. No tienen ningún mérito propio, sino únicamente los méritos que les ha otorgado
la Gracia de Dios. El hombre lo reconoce instintivamente en la niñez, y sólo por
medio del aprendizaje puede glorificar eso que él llama su “razón”. ¡Una triste
criatura tan pequeña, tan digna de compasión en su impotencia! Los hombres más
sabios de Terra son los más estúpidos, los más refractarios, los más ciegos. Pero, ¿son
ellos los sabios de verdad? ¡No, absolutamente, son los más mudos y nulos! Sólo los
simples son sabios en los caminos de la sabiduría, porque cuando preguntan perciben
la respuesta inmediatamente. Tú has llamado a eso infantilismo y los hombres te han
escuchado a través de las eras. A ellos les parece fascinante la espiral y entre más se
curve hacia sí misma más deleitados están, y le llaman sutileza. El camino recto es
insípido para sus retorcidos espíritus, y no les da satisfacción. ¡Pobre hombrecito,
pavoneándose en un montón de estiércol y cacareando retadoramente al sol cuando se
levanta, y creyendo muchas veces que sin su canto el sol no va a salir! En el peor de
los casos, está convencido de que su montón de estiércol es el centro del universo y
de que el aleteo de sus alas se escucha hasta la estrella más distante.
Sin embargo, Nuestro Padre eligió tomar el cuerpo de esa pequeña miserable
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criatura, ese pequeño ratón ciego, ese insolente maniquí. Esto te ha encolerizado y te
ha insultado como lo has repetido tantas veces a través de los eones. Pero Dios no lo
hizo para atormentarte como tu dices. Él no les inflinge sufrimiento a Sus hijos. Tuvo
Sus razones. Has escrito que si Él no borra la memoria del hombre de todos los
planetas, no sólo de Terra, lo harás tú. Eso no puede ser, a menos que Él acepte que
hagas tu voluntad. Cierto es que hundió continentes antiguos de Terra bajo el agua y
tú te regocijaste de que la raza fuera destruida. Pero Él rescato unos cuantos y levantó
otros continentes para que vivieran y fueran productivos y renaciera su esperanza.
Tus rayos no destruyeron el arca que izó y navegó sobre los vastos mares sin tierra, ni
se atemorizaron sus habitantes. No fue la voluntad de Nuestro Padre que se perdieran,
sino que vivieran. Puede llegar un día en que Dios desee que hagas tu voluntad, pero
ese día sólo vive en Su mente y no lo puedes conocer.
No tendrás piedad. Fue absurdo de mi parte pedirla, porque conozco tu
aborrecimiento hacia esa ensangrentada pequeña bola de lodo que cometió y continúa
cometiendo el gran crimen de haber sido hecha por Dios. Sin embargo, tu mismo
enojo contra ella me da aliento, porque es por amor a Nuestro Padre que te sientes tan
ultrajado por Terra. Incluso si Dios hubiera elegido a Madra, el planeta más hermoso
y espléndido de todos los universos, para nacer en el, de todas maneras estarías
encendido de ira, porque también Madra está habitado por hombres, y la humanidad
es tu castigo. Tentaste al hombre para que cayera diez mil veces hace diez mil eones,
y cuando él cayó, tú caíste también. El es tu anatema como tú lo eres de él. Cuando,
imitándote, blasfema, no te alegras. ¡Lo destruirías por las mismas palabras que le
enseñaste! Lo matarías por el mal que ha aceptado, aunque tú inventaste esta maldad
y le llenaste con ella los brazos.
Es esa debilidad del hombre ante ti lo que te llena de furia y sin embargo lo haces
débil en el vientre de su madre. Cuando le dices: “Yo soy tu único Dios, tu única
verdad”, y se inclina ante ti para adorarte, lo golpearías hasta la muerte de inmediato.
¡Ah Lucifer, una vez Estrella de la Mañana, eres el padre mismo de la infamia
increíble del hombre, y mientras demandas su adoración demandas simultáneamente
su destrucción!
No es ninguna maravilla para mí, tú que eres un esclavo de esclavos. Es mi pesar.
Es el pesar de todos tus hermanos también. Pero, ¿quién sabe? Un mediodía hermoso
puedes levantarte hasta las puertas del Cielo en la escalera que han levantado los
hombres y, tocando en ellas, gritar “¡Aleluya!”
Tu hermano, MIGUEL
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SALUDOS
a mi hermano Miguel, quien es muy tierno y valiente, pero ¡ay!, demasiado ingenuo:
Déjame repetirte como siempre he repetido: si mi entrada al cielo debe estar
acompañada de las almas de los hombres, prefiero mis infiernos. Al menos ahí
atormento a los que me insultan y a los que insultan a Nuestro Padre, y ése es un
deleite exuberante, un deleite, me temo, que tú nunca conocerás.
¡Deleite! ¡Muy ciertamente! Es un gusto que no puedo explicar con palabras que
pudieras entender. Sea suficiente decir que yo juego con esas almas igual como ellas
jugaron con sus víctimas, y con la misma inclemencia, sólo que mil veces
acrecentada. Cuando me imploran piedad escucho sus gritos con éxtasis. ¡Bestias,
animales!
¡Pensar que ellos también tienen vida inmortal! Se arrastran ante mí y agarran mis
vestiduras, y los rechazo con el pie. En ocasiones admito algunos en mi oscuro
tabernáculo y converso con ellos por el placer de comprobar su estupidez, su
manifiesta tontería. Muchas veces convoco a los grandes entre ellos y los apremio
para que hablen de su fama en Terra, y es una enorme diversión. Me dicen: “Yo
nunca creí en ti ni en Dios, sin embargo existes, manifiestamente”, y se maravillan.
Yo conjuro sus vidas delante de ellos mismos y digo: “Ahí estaba yo en una de mis
apariciones cuando tú planeaste esto o aquello y escuchaste mi voz y te embelesaste
con ella; ¿por qué me escuchaste, bestia de bestias?” Ellos contestan, postrándose
ante mí “No creía en nada más que en mí mismo, en mi propia grandeza y mi propia
voluntad.” Pero creyeron en mí.
Se arrepienten. Pero es demasiado tarde. Vinieron a mí, no por pecados augustos
que cuando menos tienen una medida de grandeza e imaginación, sino por pecados
mediocres y despreciables, que se hallan por debajo de la comprensión de las
criaturas más bajas sobre Terra. La serpiente del bosque no es tan venenosa como el
hombre, el murciélago rabioso no es tan loco y enfermo, el tiburón dentado no es
animal tan sucio. Porque ninguno de ellos puede mentir. Esa es prerrogativa del
hombre solamente, y éste siempre toma el aspecto y los hábitos de la serpiente, el
murciélago o el tiburón, aunque es más temerario que éstos, porque carece de su
inocencia, sabe lo que hace, y lo hace con entusiasmo y pasión. A través de sus
mentiras, mentiras de la carne y del espíritu, el hombre viene a mí, porque la mentira
es una perversión y el hombre es un perverso. Él es la encarnación de la mentira que
soy yo mismo, y todo el mal que hace es corrupción de la verdad.
Tú me has pedido piedad para él. Si yo no te amara, Miguel, me sentiría por
siempre insultado, y entonces debería odiarte.
Mis demonios cuidan de las generosas cosechas de almas de los hombres que
trepan por mis portales ardientes cada hora, y los ven con repugnancia, porque nunca,
ni entre los demonios, hubo jamás un espíritu tan malicioso, tan encarnizado en su
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odio por sus semejantes, como el espíritu del hombre. En su vida sobre Terra él habla
de amor y lo aprecia con su lengua como la mayor de las virtudes. Sin embargo,
jamás hubo una criatura tan carente de amor en su corazón, incluso cuando anuncia
su amor a los cielos. Se amontona en los altares que ha erigido a Dios mientras la
mentira, el repudio y la incredulidad anidan en su carne, e incluso cuando canta
“¡Aleluya!” se ríe en secreto de su propia perfidia. Ama esa perfidia. Cree que le da
estatura intelectual. Ve al Señor crucificado y no necesita que yo lo aliente para
hacerlo hablar desde su espíritu y negarlo. Tiene muchos argumentos y se divierte
con ellos.
Tú dirás que no todos los hombres. ¡Miguel, Miguel! ¡Ese pequeño y miserable
río que fluye hacia el cielo es escasamente un goteo en comparación con el gran río
que fluye hacia abajo, hacia mí!
Tú no has visto sus rostros horrorizados cuando se encuentran conmigo, y yo los
saludo así: “Bienvenidos a su hogar espiritual, ustedes que han negado todas las
cosas.” Aun así es muy extraño. Aunque no creyeron verdaderamente en Nuestro
Padre, creyeron en mí, aunque no lo sabían. Uno sirve sólo a aquello en lo que vive,
con conocimiento o sin conocimiento. Se hubieran asombrado de encontrarte a ti,
Miguel, y se hubieran maravillado, pero no se maravillan ante mí; me reconocen de
inmediato. Han visto mi cara innumerables veces y conocen todos mis rasgos.
También les es familiar el infierno; crearon un espejismo de él en Terra, y conocen
cada callejón, cada pasaje oscuro, cada lago helado, cada montaña de fuego, cada
sombra oscura, cada ciudad fúnebre, cada estanque de corrupción. Porque cuando yo
instalé mis infiernos fue el hombre el que levantó las paredes y estableció los lugares
ruidosos, prendió los fuegos y congeló las aguas. Por lo tanto no es ningún misterio
que reconozca cada sendero y se siente en el lugar escogido a llorar y a arrepentirse.
Él construyó la casa en la que vive. Cuando menos ésa es una especie de libertad,
porque el hombre no construyó el Cielo. Porque hay libertad en la participación y en
el infierno reina la libertad total. ¿No lo he dicho a través de las eras? Tú has llamado
esclavos a mis criaturas, pero los esclavos no construyen de acuerdo a sus diseños, y
los hombres sí han construido los infiernos según sus diseños. El hombre alcanza el
Cielo por la Gracia de Dios y no por sus méritos, y por lo tanto tal vez ni siquiera por
su voluntad. Pero los hombres desean vivir conmigo, y donde hay voluntad hay
libertad. ¿No ha declarado lo mismo Nuestro Padre? Él es la Paradoja de paradojas.
No hay contradicción ni asombro en el infierno, porque todo lo que hay en el
infierno es familiar a las almas de los hombres; allí existe la seguridad que siempre
han anhelado los hombres en Terra, pero que amorosamente les niega Nuestro Padre,
porque Dios es el Creador de una variedad de infinitos y opuestos, contrastes
deliciosos, comicidades inocentes, desigualdades desconcertantes, absurdos
encantadores, paradojas, retos temerosos, inseguridades excitantes. Admito que esto
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estimula el color y el esplendor y la alegría, las maravillas, las bellezas perfectas, la
vivacidad y la expectación. Pero en el infierno no hay nada de eso que ofrecer, pues
no hay variedad ni alternativas. Hay dolor y tedio, y el tedio es el más monstruoso de
los castigos, Frente a eso el dolor es un alivio, así que a pesar de los rumores de los
ignorantes de Terra, en mis infiernos hay muy poco dolor, excepto por el
arrepentimiento inútil. No hay futuro, pero hay tiempo. Un tiempo interminable y una
monotonía interminable.
En Terra, los piadosos sólo hablan de las agonías del infierno, y éstas existen
porque son placer. ¿Han visto mis ciudades gloriosas, encantadoras, extravagantes?
Están rebosantes de los mismos placeres de Terra, pero inconmensurablemente
acrecentadas. Millones de recién llegados las ven con anhelos y sonrisas, y corren a
habitarlas. La suntuosa ciudad en la que vivo es una ciudad que creó la ardiente
imaginación de los hombres, pletórica con cada satisfacción de sus viles corazones,
con la lujuria concupiscente de su carne, con cada sueño de sus corazones llenos de
envidia. Hay casas resplandecientes, rebosantes de destellantes tesoros, salones de
baile, arenas, teatros, estadios, tiendas que pueden hacer que cualquier comerciante
llore de codicia, castillos con torres para cada perversión y avenidas de gran
magnitud, llenas de música y mesas con sabrosas viandas y vasijas de vino sin fondo
apiñadas por doquier, y demonios como serviles lacayos. Hay paisajes de enormes
montañas como de alabastro y bosques centelleantes vibrando melodiosamente,
valles lozanos como terciopelo, ríos como de oro. Aquí las almas de los condenados
son libres de ir y venir, hacer deporte, conversar, jugar, tomar parte en todas las
controversias, dedicarse a las búsquedas que los dominaron en Terra, discutir cosas
extrañas con los habitantes de mundos en los que nunca soñaron, inventar teorías
nuevas e hipótesis excitantes, “seducir” a hermosos demonios femeninos. No hay un
solo vicio para seducir que les sea negado, ni una pasión que no le sea gratificada
inmediatamente. ¡Ah, yo te digo, Miguel, al principio muchas veces confunden el
infierno con el cielo!
El placer nunca desaparece en el infierno, y permanece inalterable, pero no puede
aspirar a diversiones superiores como la meditación y la reflexión, porque no tiene
fin. Nada se reprime; no hay lucha; no hay acideces, no hay lugar para la ambición ni
el logro. Todo es igual; todo es accesible a cada alma. No hay aplauso, ya que
ninguna alma excede la estatura de otra. Ninguna cara es diferente de otra cara, nada
es único o creativo, o merecedor de aclamación. Ninguna alma es valiosa porque
todas carecen de valor. Cada una está cubierta con los ropajes del condenado,
uniformidad inmodificable. Cuando un alma no puede superar a otra en ninguna
forma, le resulta aburrido y misteriosamente aterrador, porque Dios creó a todas las
almas para esforzarse y superarse y ser así libres, y desarrollar una individualidad
inapreciable. Pero ésa es mi democracia.
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Al fin, desesperados y aburridos, mis condenados ruegan por las regiones menos
atractivas de mi soberanía, donde hay dolor, y llanto, y crujido de dientes. En la hora
final el dolor se vuelve más deseable que el placer, cuyos frutos no sirven para nada.
Al final puedo emplear a esos condenados en mi provecho para seducir almas que
aún viven en Terra. ¡Al menos esto es más excitante! En mi trabajo se mueven la
envidia, el odio y el resentimiento, porque ¿qué condenado puede regocijarse de ver
que se le escape un alma? ¡Qué regocijos invaden el infierno cuando en el pozo caen
más corruptos! Si las Huestes Celestiales se alegran cuando se salva un alma, ¡cuánto
más se regocijan los condenados cuando un alma cae! No me preguntes por qué.
¿Creé yo al hombre? Su perversión me hace retroceder con disgusto muchas veces.
Tú dirás que yo lo pervertí. No, yo sólo tiento.
¡Con cuánto júbilo introducen mis condenados a los nuevos condenados en mis
infiernos! Ven sus caras desmayadas y los abrazan con éxtasis, buscando sus lágrimas
y bebiéndolas con avidez. Los toman de la mano y gritan de felicidad cuando
retroceden al enfrentarse a los horrores. Esa es la única satisfacción que hay en el
infierno, y es una satisfacción profundamente alentada.
Eventualmente, todos los condenados anhelan muerte y extinción. Yo soy más
compasivo que Nuestro Padre, y muchas veces les daría la muerte verdadera; pero Él
los maldijo con la vida eterna, y siendo así, ¿quién es en verdad el menos piadoso?
Dios no puede ir en contra de Su propia Ley, por lo tanto no puede rescatar a mis
condenados. Cuando hizo inmortal al hombre, ¿sabía Él a qué lo había condenado?
¡Ay, ay!, hay veces en que yo les daría la muerte. ¿No queda contestada así tu
pregunta? Yo no soy una Paradoja, como lo es Nuestro Padre. Si yo hubiera creado al
hombre ¡Dios no lo permita!, no le habría dado libertad para condenarse si así
deseaba. Mi creación sería obediente y dócil, una pequeña criatura jovial que no
pudiera saber la diferencia entre el bien y el mal, y por lo tanto no habría vivido más
que un día breve en el sol. Lo hubiera hecho de veras mortal, como una mosca de
mayo que vive un mediodía placentero y al ponerse el sol dobla sus alas y cae al
polvo.
Tú me dijiste una vez que el infierno era el infierno porque ningún amor puede
morar ahí, y el amor es imposible. Es verdad. Pero el amor es pasivo y el odio es
activo, y el hombre está siempre activo como un insecto que no puede estar quieto.
Por lo tanto, Miguel, al final he de ganar, porque el hombre es invariablemente
entusiasta y celoso, y sólo languidece cuando no hay nada que odiar.
Tu hermano, LUCIFER.
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SALUDOS
a mi hermano Lucifer, que llora ante sus triunfos:
Siempre has guardado resentimiento porque en el Cielo se te negó una cosa: el
Conocimiento de lo que había en la Mente de Nuestro Padre. Nadie conoce Su
Mente, ni yo, ni Gabriel. Nosotros no lo resentimos; eso estaba reservado para ti.
Tampoco nos atrevimos a cuestionar Su Conocimiento para que no nos cegara; pero
tú eras impaciente e inquisitivo y otorgaste esas miserias a los hombres.
Tú has escrito que eres más piadoso que Nuestro Padre porque no le habrías dado
vida inmortal al hombre; pero también le hubieras negado el Cielo y le hubieras
negado lo único que lo eleva por encima de los demás animales en todos los otros
mundos además de Terra: el libre albedrío. ¡Mejor sería para el hombre ser
condenado que carecer de ese precioso don! Al menos tuvo su elección. Ello en sí le
confiere dignidad, ya sea en el Cielo o en el infierno, y a pesar de todos tus esfuerzos,
mi pobre hermano, no puedes despojar de dignidad a los condenados; comparte tu
existencia inmortal y no los puedes perdonar por ello. Ellos tienen su vestimenta de
vida eterna.
Hasta un alma condenada que pena por lo que ha perdido es más que un cuerpo
que expira con el aliento. ¿Tú preferirías no ser, Lucifer?
Yo veo el esfuerzo constante en el Cielo con placer y afecto. Hay un ir y venir
perpetuo de ángeles y almas de los salvados con noticias de planetas y universos
nuevos y de las maravillas que hay en ellos; hay risas y excitación, e intercambio de
opiniones y conjeturas sin fin. ¿No fue Cristo quien dijo que el oído humano no ha
escuchado y el ojo humano no ha visto las maravillas que ha preparado Dios para
aquellos que Lo aman?
¿Necesito recordarte a ti el aspecto del Cielo? Mediodía eterno, pero no un
mediodía estático, pues ningún panorama permanece igual y ninguna visión del ojo es
igual. La única constante es el amor entre ángel y hombre. Todo lo demás cambia y
siempre hay trabajo y expectación. El trabajo no es una aflicción, como cree el
corazón humano, cuando Dios “condenó” al hombre a trabajar, le otorgó el don más
santo después del libre albedrío. El trabajo es oración y logro, e incertidumbre del
logro. La belleza se encuentre siempre en proceso de ser, pero nunca se logra por
completo. El regocijo se halla a la siguiente vuelta, pero la siguiente vuelta promete
un regocijo mayor. El amor no se satisface nunca por completo en el Cielo, excepto
por la seguridad del Amor de Dios. Este fluye para siempre y felizmente, buscando
mayores realizaciones.
Si un alma está agotada después de morar en alguno de los mundos, puede
descansar en el verdor y la paz hasta que se recupere. Luego, debe emplearse en el
trabajo de Dios, que nunca está terminado. Así, se emplea con anhelo y con un placer
nunca satisfecho. ¿Desea un alma crear puestas de sol maravillosas o amaneceres en
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algún mundo? Se pone en sus manos para mayor gloria de Dios, y pinta los cielos con
la calma y ceremonia de la mañana o la pensativa quietud de la tarde. Colorea las
flores del campo y le da al grano su oro. Si se interesa por las maravillas que en vida
le aturdieron, entonces busca las respuestas a esas maravillas y se vuelve luminoso de
satisfacción cuando finalmente percibe la respuesta. Pero aún hay otras maravillas
que lo atraen y provocan.
¿Había en los mundos algún alma que carecía del amor de los hombres y
languidecía por ese amor? En el Cielo se le vierte sobre sus manos inmortales y se
calma. ¿Tuvo esperanza en los mundos de que vería los rostros de aquellos a quienes
amó? Así los ve y sabe que nunca más puede haber separación o aburrimiento en el
amor.
¿Anheló tener hijos para abrazarlos, y esos hijos se le negaron? Sus brazos están
llenos de niños en el Cielo. ¿Carecía de hogar antes de ascender? Puede crear por sí
misma el hogar de sus sueños perdidos, ya sea una cabaña o un palacio. ¿Deseó servir
a Dios con absoluta entrega cuando permanecía en su carne, pero no podía realizar
ese deseo? La realización es en sí misma, recorriendo los interminables universos e
inspirando a los afligidos, animando los corazones del triste, aliviando el dolor del
inocente y llevando buenas nuevas a aquellos que viven en la oscuridad. Puede
susurrar en los vientos y traer conocimiento en el crepúsculo y esperanza en los
albores. Cada alma que ayuda a salvar y trae salva a Dios es un triunfo y sus
compañeros triunfan con ello.
Todo aquello que un hombre soñó inocentemente en la carne, ya sea simple o
magnífico, es suyo en la casa de Dios. Lo mejor de todo es que puede evolucionar,
pues siempre existe el descontento divino y no el estatismo del infierno. En el Cielo
siempre deben luchar por algo los ángeles y los hombres. No existe una sola
congregación, porque en las congregaciones hay conformidad y el alma no puede
existir en la monotonía. Cada alma es individual, no se parece a otra y tampoco sirve
a otra. Sirve a su propia necesidad, Dios es su necesidad y aunque alcanza a Dios,
nunca lo cubre o lo conoce completamente. Esa es su más esplendorosa
insatisfacción, su felicidad. Porque lo que se posee completamente es aburrido. La
Victoria no es nada cuando se logra por completo. Tú has visto la miseria de los
conquistadores en todos los mundos, cuando no había nada más que conquistar. Pero
en el Cielo nadie conquista sino Dios, y ¿quién sabe si Él conquista completamente?
En el Cielo, sobre todo, no hay agotamiento, no hay cansancio del espíritu, no hay
plenitud. Hay una juventud eterna y una especulación interminable. Tú has dicho que
el amor es pasivo. Si lo es, entonces no es amor, sino sólo una pasión egoísta o un
ensimismamiento momentáneo. Es pacífico y eso sí es cierto, pero no es la paz de la
muerte. Es seguridad, pero aun así no es la seguridad de la tumba. Tiene que buscarse
eternamente y encontrarse eternamente, con aspectos nuevos y encantos nuevos. La
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música del Cielo está formada por las voces de aquellos que han visto un nuevo
rostro en el amor y se sorprenden de no haberlo visto antes.
La Ciudad de Dios no es como tu ciudad, oh Lucifer, porque en ella no hay placer
ni apetitos obscenos. Todo lo que fue hermoso, entretenido, encantador en los
mundos es ampliamente magnificado en el Cielo, y está siempre cambiando,
ofreciendo nuevas sensaciones. Nunca es lo mismo, a la vez que siempre es igual. Tú
de nuevo dirás con burla que ésa es una paradoja, pero hay un placer infinito en las
paradojas. Solamente los Absolutos son rígidos, y la rigidez es la verdadera muerte
del espíritu. Pero hay un Absoluto que reina en el Cielo y en los planetas, y ése es el
Absoluto del amor de Dios. Todo lo demás se mueve con el alma es parte de ella. Se
levanta un velo, pero para revelar otro velo de un color incluso más cautivante. El
clima del Cielo es la búsqueda inalcanzable.
No hay final para el conocimiento ni para el aprendizaje en el Cielo. El alma
busca nuevos conocimientos y aprende para siempre, y no se paraliza como una
rígida imagen de mármol. Su cara está eternamente iluminada por los fuegos y los
colores de universos nuevos y de nuevas aspiraciones y nuevas aventuras. Clama por
conocer. Sin embargo, nunca puede conocer por completo y ésa es su recompensa.
Dios es como un padre terrenal que constantemente propone nuevos acertijos a sus
hijos y sonríe cuando afanosamente adivinan sus secretos y aprenden sus respuestas.
Siempre hay nuevos libros para leer, nuevas maravillas que estimulan la imaginación,
nuevos panoramas que explorar.
Cuando tú estabas en el Cielo declarabas que éste finalmente te cansaba, porque,
dijiste, el Cielo era como una bola de seda que nunca se desenrolla y no había
esperanza de desenrollar. En pocas palabras, querías hacer del Cielo un infierno, en el
que hay consumación absoluta, y no hay nada más que se pueda lograr. Tal estado de
éxtasis es ciertamente el infierno, como tú lo has descubierto para pesar tuyo.
Deseabas dormir, dijiste, y descansaste sobre tus inmensas alas blancas de luz, pero
no dormiste. Deseabas ver y entender aquello que no es entendible, incluso para los
arcángeles. Deseabas el máximo. Ay, Lucifer, lo has logrado. Tu ciudad resuena con
los sones del éxito. ¿Por qué entonces no estás satisfecho?
Con el tiempo han nacido mundos nuevos en una de las estrellas más grandes de
mi Galaxia. Sin duda tú los visitarás y tratarás de corromper a su gente. Rezo porque
falles, no sólo por el bien de Dios, sino por tu propio bien.
Tu hermano, MIGUEL
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SALUDOS
a mi hermano Miguel, quien cree que en la continua repetición hay nuevas
revelaciones:
La última carta que me enviaste parece estar más dirigida a los nuevos mundos
con los que te ha dotado Dios, que a mí, quien conoce el Cielo tan bien como tú y tal
vez mucho más, porque ¿no me crearon a mí antes que a ti? Cierto, en el Cielo no hay
Absolutos salvo por Nuestro Padre, Quien es todos los Absolutos. Es ahí donde
descubro el tedio y, paradoja de paradojas, hay una extraña similitud entre el Cielo y
el infierno: el cambio que en realidad no es cambio, aunque tú estarás en desacuerdo.
Cada mañana dicen mis condenados: “¡Este es otro día!” Pero descubren que es el
mismo día que el día anterior. En el Cielo no existe el tiempo, y seguramente ése es el
fastidio más grande. Mis condenados nada alcanzan, porque no hay nada que
alcanzar. Tus santas almas nada alcanzan porque el logro total no es posible. El alma
se esfuerza y sea en el Cielo o en el infierno, y si hay una sola diferencia, todavía me
falta percibirla. Tú hablarás de la alegría en la Visión Beatífica, pero ¿no la conozco
yo acaso? ¡Yo la vi primero, mi querido hermano! Pero si ni los arcángeles van a
conocer sus secretos supremos, ¿en dónde está la satisfacción? La certeza de que uno
nunca podrá saber todo a mí me parece a veces que es el infierno mismo. Al menos
mis condenados saben todo lo que hay que saber sobre el infierno y sobre mí. No hay
rincones escondidos, y si no hay deleites nuevos, tampoco hay misterios ni terrores
por conocer, por sublimes que sean. Esta condición siempre pareció ser la más
deseable entre los hombres. ¿Y no se la he dado?
En el infierno hay una respuesta para cada pregunta, y mis demonios son
solícitos. Ningún alma pregunta sin obtener respuesta. Si la respuesta es frívola y no
ofrece ninguna novedad, ¿no deseó el hombre eso para sí durante el transcurso de su
vida mortal? Nada asusta más a estos infelices miserables que la perspectiva de algo
extraño; sin embargo, lamentan después de un tiempo La monotonía del infierno. En
todos sus mundos persiguen la misma condición que encuentran en mis infiernos
ningún cambio perturbador, ninguna incertidumbre, ningún peligro, ninguna prueba
de valor, ningún reto y ningún enigma, pues consideraron que ésa es la más
maravillosa de las existencias. Sin embargo, una vez que la tienen asegurada en el
infierno, agonizan. Yo siempre he dicho que las almas humanas eran pusilánimes,
ciegas y contradictorias.
Ciertamente no hay libre albedrío en el infierno, porque los condenados lo
abandonaron en sus mundos. Yo les he negado ese tormento. Por lo tanto no pueden
desear escalar al Cielo a través de negarse a sí mismos, de la contemplación, la
adoración, la dedicación, los actos de fe y de caridad. En ellos se marchitaron estos
atributos durante sus vidas o fueron rechazados con burla por medio de
sofisticaciones risibles. Pueden desear poseerlas ahora, pero yo los mantendré
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seguros y abrigados ¡como nunca los mantuvo Nuestro Padre! Por lo tanto, ellos no
pueden desear nada. Ellos sólo pueden aceptar los placeres y los dolores que yo les
doy.
Al contrario, en el Cielo se extiende totalmente el libre albedrío, y la capacidad
para rechazar y para negar persistente en los arcángeles, ángeles y almas de los
salvados, así como el don del repudio y la posibilidad de desobedecer. ¿No es eso lo
más espantoso? ¡Qué inseguridad! ¡Qué peligro! Mis condenados permanecen
conmigo en esclavitud eterna porque en vida sólo desearon seguridad y carecieron del
fuego de la aventura, aunque, lo sabe Dios, ¡bastante protestaron en sus mundos!
¿Pero por qué protestaron? Por la desigualdad, que es la variedad de Dios. Por la
inestabilidad, que es la luz de los universos. Por la inquietud de la mente, que es el
alma de la filosofía. Por las aparentes injusticias, que son la meta del espíritu. Por las
aparentes injusticias, que son la meta del espíritu. Por la vulnerabilidad frente a la
vida y a otros hombres, cuando es una obligación hacerse invulnerables a través de la
Fe en Dios. Por la presencia del sufrimiento o infortunio, que es una invitación para
que el alma busque armonía y serenidad. Así, pidieron a sus gobernantes permanecer
en capullos, sedosos y ciudades por la autoridad terrena, pero no pidieron alas para
subir hasta la luz del sol y hasta los retos ominosos de la existencia plena.
Rechazaron la libertad por el infierno. Ciertamente clamaron por libertad en sus
mundos, pero libertad sólo para vivir felizmente, y no para ser divinamente infelices.
Yo he dado satisfacción a todos estos deseos del hombre, pero ¿no es extraño que
mis infiernos, a pesar de estar llenos de los máximos sueños de los hombres, estén
también llenos de llanto? ¿Y no es extraño que todavía no crean en la existencia de
Dios? Pero nunca creyeron, sólo creían en mí; no pueden desear creer en Dios. Ahora
ven la realidad absoluta rodeándolos, lo que era su deseo en vida. No voy a pretender
que no los entiendo, porque ¿no fui yo quien les prometió todo sin tener que trabajar
ni luchar?
Hace poco le pregunté a un alma que acababa de descender, y que fue muy
aclamada en Terra: “¿Cuál fue tu mayor deseo en tu mundo, tú que fuiste aplaudido
por gobernantes y admirado por tus semejantes?” el contestó: “Justicia para todos”, y
puso una expresión muy virtuosa. Era admirable, porque ¿quién no admira la
justicia?, incluso yo. Pero lo puse a prueba. Él declaró que en su visión terrena todos
los hombres eran acreedores a lo que todos los otros hombres poseían, lo merecieran
o no: “Son hombres, por lo tanto son iguales y una vez nacidos tienen derecho a los
frutos del mundo, independientemente de su condición de clase, su inteligencia, o sus
capacidades.” Yo lo guié a través de los placeres de mi infierno, él se sintió encantado
de que ningún alma fuera menos en riquezas que otra, y de que cada alma tuviera
acceso a mis banquetes y a mis palacios; no se podía distinguir ningún alma de la
otra, ninguna poseía lo que otra no poseía. Cada deseo era gratificado
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inmediatamente, según descubrió. Se sonrió con alegría y dijo: “¡Aquí se logra la
justicia!”
Luego vio que ningún rostro estaba alegre, sin importar qué tan mediocres o
elevadas fueran sus características. Comentó asombrado la indiferencia de mis
condenados y la forma en que se arrastraban con expresión de tedio a través de
caminos llenos de música y a través de calles en las cuales no había una sola
habitación humilde. Escuchó los gritos de placer en mis mesas de servicio y luego los
escuchó callar, porque ahora no había necesidad de comida y donde no hay necesidad
no hay deseo y no hay goce, vio que los más pobres en Terra estaban vestidos con
magnificencia y joyas, y sin embargo eran los que más fuerte lloraban. No era ningún
tonto, y dijo: “Saciedad”, Cierto, le contesté yo, pero la saciedad sólo puede vivir en
la presencia de la igualdad total. Reflexionó sobre esto mientras yo lo conducía al
asiento de miles de filósofos, y se sentó entre ellos. Pero, como no hay reto en el
infierno y no hay misterio, no puede haber filosofía. Esa noche llegó hasta mí de
rodillas y suplicó la muerte. Yo lo golpeé con mi pie y dije: “Oh hombre, éste fue el
infierno que tú hiciste y éste fue el deseo de tu corazón, así que come, bebe y sé
feliz.”
Intentó colgarse al estilo de Judas y yo me reí de su futilidad. Medité que por
sobre todas las cosas la futilidad es el clima del infierno.
El me dijo llorando:
Entonces, si tú eres, Dios existe.
Eso no es necesario le contesté; ¿pero no lo negaste en Terra? ¿No hablabas del
superhombre y del hombre por venir, y la glorificación última del hombre en Terra
sin Dios?
El dijo retorciéndose las manos:
Yo no vi a Dios entre los hombres.
Tú nada viste le dije, porque eras demasiado estúpido en tu arrogancia humana y
demasiado enamorado de tu condición. Tú nunca censuraste a tus congéneres por sus
vicios y sus crueldades; les dijiste que eran sólo “víctimas”; te negaste a ver la
infinita variedad y capacidades de su naturaleza. Para ti un hombre era tan bueno
como cualquier otro, e igualmente dotado, por la tonta razón de que había nacido. Tú
no viste santos ni pecadores. Sólo era cuestión del medio ambiente, aunque a tu
alrededor estaba la prueba de que el medio es sólo la sombra o tinta del alma, y no es
destino. Tú negaste que el hombre tiene dones del espíritu, muchas veces superiores a
los de otros hombres. Denigraste esos dones de lucha y admiración, y negaste el libre
albedrío. Cualquier cosa mala que le sucediera a un hombre era sólo resultado de la
falta de justicia de sus congéneres. Tú negaste la realidad del bien y del mal, la
habilidad de hacer una elección. En suma, negaste la vida misma. Después de pensar
durante un miserable momento, preguntó:
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¿Entonces Dios existe de verdad?
Eso tú nunca lo sabrás le dije; ¡pero alégrate! Todos tus sueños se han cumplido
aquí. Deléitate a ti mismo. Observa: hay hermosos demonios femeninos aquí,
banquetes, deportes, placeres, camas suaves y hermosos paisajes y están todos los que
en vida hubieras deseado haber conocido. Conversa con ellos.
Seguramente estás en el infierno le contesté y lo dejé llorando. Dios los persigue
incluso en el infierno. ¿O no lo hace, mi querido Miguel? El dolor es su don de Dios.
¡Pero Él no tendrá a mis condenados! Porque no tienen voluntad de elevarse hasta Él.
¿O la tienen? Este pensamiento me provoca ira. Yo tengo mis dominios únicamente
para mí; no lo voy a permitir a Él aquí, aunque una vez vino, pero eso lo debo discutir
contigo en otra ocasión.
Pero hablemos de tus nuevos mundos, los que mencionaste en tu última carta.
Pandara, entre las docenas alrededor del enorme y ardiente sol azul, me interesa.
Nuestro Padre levantó a seis mujeres y seis hombres del polvo enjoyado, y les dio el
Sacramento del matrimonio. Debo felicitar a Dios, porque estas criaturas son más
hermosas que muchas otras. Su carne parece de alabastro rosa y su cabello es brilloso
y centelleante y sus ojos son verdes y llenos de vida. Ellos tendrán juventud eterna si
no caen. Se divierten y trabajan en el resplandor turquesa y tibio, donde no hay
estaciones porque Pandara se mueve hacia arriba en su larga y lenta órbita alrededor
de su padre sol. No habrá furia de tormentas ni calamidades de la naturaleza a menos
que esas criaturas caigan. Habrá trabajo feliz y afanosa participación en la vida, y
vida sin fin en los bosque llenos de rojo y morado y flores crecidas, y alrededor de los
ríos luminosos, los lagos de madreperla. Habrá ciudades de cantos y aprendizaje.
Habrá aventuras y deleite. Yo he visto los picos rojos de montañas y alboradas como
bendiciones y ocasos como el Cielo mismo. Aquí no hay enfermedad, no hay hambre,
no hay dolor, no hay pesar, no hay muerte. Hay conocimiento de Dios, y Dios se
mueve entre ellos, y ellos sienten Su presencia y Su amor.
Ay, Dios los ha dotado también con el libre albedrío. Esa es mi oportunidad.
Las mujeres y los hombres son tan jóvenes como la vida. Yo les puedo traer edad,
mal, enfermedad, muerte, violencia, odio y vicios. Seis mujeres y seis hombres.
¿Qué haré? ¿introduciré un séptimo hombre, mi Damon, quien ha seducido a
tantos en otros mundos y en la miserable Terra, en donde sedujo a Eva, a Elena de
Troya y a millones de otras mujeres? Él es un ángel hermoso, lleno de alborozo,
delicadeza y deleites. Sus conversaciones son absorbentes y deliciosas. Sus
invenciones de la carne son exquisitas y encantadoras; sus concupiscencias son más
dulces que cualquier fruta. Pocas mujeres lo han rechazado alguna vez. Su mismo
tacto, su sonrisa, es diversión, y es el símbolo de la masculinidad.
¿Cómo lo puede resistir ninguna mujer?
Si se le introduce en Pandara las mujeres reflexionarán que él es mucho más
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hermoso que sus maridos, que no se afana en los campos, que sus discursos son
maravillosos y misteriosos, y que insinúa gozos que ellas no han experimentado
nunca antes. ¿No es triste que incluso Nuestro Padre sea acosado ante una mujer?
¿Quién puede conocer las complejidades y las fantasías del corazón femenino?
Damon las conoce, y las enreda entre sus dedos como hilos de plata o tinieblas; puede
conducir al adulterio a casi cualquier mujer.
Sólo se necesita a Damon para destruir Pandara.
O tal vez envíe a Lilit, mi demonio femenino favorito, a los hombres de Pandara,
ese hermoso planeta. Ella sedujo a Adán, a Pericles, a Alejandro, a Julio César y a
tantísimos gobernantes ahora en Terra. ¿Quién es tan hermosa como Lilit? Alguna
vez engalanó las cortes del Cielo y todos se inclinaron ante su belleza, que presentaba
mil formas aturdidoras y cada una más espléndida que la otra. Lilit nunca oprime,
nunca exige; es complaciente, suave y atenta; sigue, nunca guía; cuando habla su voz
es como música celestial, y cada posición de su cuerpo parece una estatua de gloria
sublime. Dice a los hombres: “¡Qué maravilloso eres, qué único, qué intelectual, cuán
por encima de mi entendimiento!” Es la femineidad misma, que fácilmente se
conquista, se rinde a las lisonjas, y se entrega. Sólo tiene que llamar y los hombres
corren hacia ella con gritos de lujuria y deseo.
¿Damon o Lilit?
Es extraño considerar que los hombres son menos susceptibles a determinadas
seducciones que las mujeres. Damon puede ofrecer a las mujeres misterios y
diversiones sin fin y ¿qué mujer puede desdeñar el misterio o la diversión? A ellas les
encantan los oscuros lugares secretos, la luna, las insinuaciones, las promesas de
singularidad y adoración. Las mujeres no anhelan poder; no son objetivas. Para ellas
la verdad es relativa. ¿Es esto bueno o malo? Pueden crear una confusión en su mente
y eso lo han legado a sus hijos muchísimos mundos. Una mujer puede resolver todas
las cosas en su mente y hacer tantos compromisos espléndidos. Si las mujeres de
Pandara ven a Damon habrá rivalidades por sus sonrisas y su atención, será el macho
solitario que desearían acercar a su pecho cuando están ausentes sus maridos, hay una
cierta terquedad en los maridos que las mujeres viven con profundo aburrimiento.
Por otra parte está Lilit, quien siempre es ambigua y no se le puede capturar. Los
hombres buscan lo que no han capturado, lo que no se puede lograr, lo cual, ay, es el
clima del Cielo. A Lilit se le persigue siempre pero nunca se le captura. ¿Qué hombre
puede resistir a Lilit, que nunca discute, nunca se queja, siempre es complaciente y
delicada, y siempre está fresca? Su conversación no exige nunca que un hombre
reflexione o se pregunte. Yo he descubierto que los hombres detestan a las mujeres
que fingen retos de la mente y del alma. Ellas están absortas en la carne hasta el
grado más profundo, por lo tanto son simples, por más que tengan pretensiones de
intelecto. A ellos no les gustan las mujeres que preguntan: “¿Por qué?” Y se alejan de
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las que tienen caras serias y cejas fruncidas, pues sólo quieren jugar para gratificarse
en momentos de ocio. Siempre tienen a mano a sus mujeres, y la conversación de las
mujeres está relacionada generalmente con los niños y los aburridos sucesos de la
vida diaria. Las mujeres dicen: “¿Cómo están las cosechas, o el ganado? ¿Cómo está
nuestro tesoro?”
Pero Lilit dice: “Vamos a divertirnos y regocijarnos en el sol, a tejer guirnaldas de
rosas y tomar vino, y a reír e inventar comedias. Sobre todo, vamos a abrazarnos.”
Éste es exactamente el opuesto a las conversaciones de las esposas, y por lo tanto es
irresistible.
Las mujeres son también diligentes en su búsqueda de Dios, que es el otro lado de
su naturaleza. Los hombres pueden resistir mucho a Dios y sostener largas
discusiones sobre Él. Después de eso, buscan amor y actividad física, o sus pequeñas
filosofías. O duermen. A los hombres les encanta dormitar aunque las mujeres se
resisten. El hombre razona, la mujer conjetura. Por lo tanto, el hombre se agota
primero, y está siempre bostezando en el momento mismo del discurso femenino.
Considerando esto, yo creo que Damon será el más potente en Pandara, como lo
fue en la mayoría de los mundos. Las mujeres no caen ligeramente. Eva lo pensó
mucho antes de comer del Árbol Prohibido. (Adán apenas si se daba cuenta de ello en
forma vaga, y como estaba prohibido, generalmente lo ignoraba. Los hombres son
esclavos de la ley.) Damon adora la lucha en el espíritu femenino porque a la vez que
es seductor piensa en Dios. Lilit se queja muchas veces de que los hombres sean tan
fácilmente víctimas de su carne, por lo que no hay seducción en serio. En la
concupiscencia los hombres no piensan en absoluto en Dios.
Enviaré a Damon el hermoso, el más atractivo de los demonios masculinos.
(Si parezco contradictorio en relación a la naturaleza de la humanidad, dulce
Miguel, no se puede decir que soy inconsistente. Yo he escrito que los hombres son
menos susceptibles a la seducción que las mujeres, pero eso es en el renglón de la
sensibilidad. A una mujer no se le puede seducir sólo con la sensualidad; tienen que
comprometer también su mente y su espíritu, y deben estar convencidas de que de
alguna manera está presenta la pureza del amor. Deben sentir que se despliegan las
alas de su alma, de manera que todo sea bien perdido por el mismo amor, que en su
mente toma el aspecto de lo eterno, lo inmutable. Así es como las mujeres excitan a
Damon. Pero la femineidad pura como Lilit, no puede ser resistida por los hombres,
quienes no ven nada eterno en el amor marital, nada santo, sin importar las palabras
que repitieron de memoria. Una mujer es sólo un encuentro para el hombre.
Solamente se le puede resistir con éxito si es inteligente y hace preguntas, y sólo si
pide que la situación sea permanente. Las mujeres deben ser seducidas a través de sus
más delicadas emociones. Sólo al hombre se le puede seducir en ausencia de
emociones espirituales. Damon se vio forzado a conversar largamente con Eva antes
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de que ella probara de la fruta que estaba prohibida. Si Lilit se hubiera acercado a
Adán, sólo tendría que haber descrito lo delicioso de la fruta. Cometí un error ahí, ¿o
fue la voluntad de Dios? ¡Cómo se entromete eternamente Él!)
Sí, voy a elegir a Damon. Les gustará a las mujeres de Pandara, pues no las va a
seducir abiertamente; las tratará como iguales, pero no tan iguales que se vea
disminuido su poder masculino. Va a declarar que le fascinan sus almas y sus mentes,
que son las más encantadoras por sobre todas las mujeres. Hablará poéticamente con
ellas hora tras hora; no se aburrirá nunca, como se aburren los maridos. Les indicará
las bellezas de su mundo y colocará flores delicadamente en su brillante cabello, y
besará sus manos y mostrará sus músculos al mismo tiempo. Si ellas saltan de júbilo,
él saltará más alto. Las perseguirá, les ofrecerá abrazos ardientes, y discutirá con ellas
sus problemas naturales con mucha indulgencia. Si se volvieran malhumoradas, como
lo hace la mujer, las tomará en sus brazos fuertes y calmará sus bocas con la suya
propia. Al final, como si estuviera cansado de jugar, las levantará y correrá con ellas
hasta algún claro silencioso y las tomará por la fuerza, ignorando sus gritos hipócritas
y el golpear de sus manos. Sobre todo, actuará como si ellas lo hubieran seducido a él
con su belleza y lo hubieran llevado a la locura. ¿Qué mujer puede creer que carece
de alguna atracción ya sea en el cuerpo o en la mente?
Me siento triste por ti, Miguel, mi hermano. Pandara ya está perdida. Esta noche
enviaré a Damon a las mujeres de tu hermoso planeta. A Lilit la voy a reservar para
después, cuando haya caído la raza. Ella va a convencer a los hombres de que el
deseo es más delicioso que la razón, y que son más deseables los encantos femeninos
que la santidad o el deber. La carne, les dirá ella, tiene imperativos, pero ¿dónde está
el imperativo del alma si existe siquiera? La carne es tangible y placentera; ¿quién
renunciaría a ella por los caminos del espíritu? El hombre que hiciera eso, diría ella a
sus víctimas, seguramente es impotente. En otras palabras, es un eunuco.
¿Qué hombre no considera que con una mujer sensual, será siempre viril a pesar
de la edad y del cambio? Lilit iniciará a los hombres en las perversiones y las
atrocidades, y los guiará en crueldades que las mujeres nunca podrían imaginar. Va a
nublar sus mentes y a oscurecer sus almas contra Dios, mientras se calienta en sus
brazos.
Yo me anticipo a Pandara y a sus mundos hermanos, porque están habitados ahora
por una nueva raza, más hermosa y más inteligente que la de Terra, entre otras. Terra
en particular ha mostrado siempre una enfermiza mediocridad de clima intelectual,
estimulada ahora por aquellos que se designan a sí mismos como “intelectuales”.
Terra se conforma afanosamente a lo que su raza llama inconformidad. Ha sido raro
el hombre que en su historia fue verdaderamente original, y a esos hombre o se les
asesinó por su pureza de alma, o en la desesperación de la raza se convirtieron en sus
gloriosos asesinos. En general la historia de Terra ha sido más estúpida que
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aterrorizante, más predecible que temeraria. Las almas de Terra que descienden hasta
mí, hasta el infierno, traen momentos desagradables, porque no son más que
números. Sin embargo, al mismo tiempo, son un tormento muy especial para aquellas
almas de otros mundos que están mejor dotadas intelectualmente, y resulta muy
divertido. Los hombres de otros mundos, incluso en el infierno, han tratado de
mejorar la inteligencia de los hombres de Terra, sin que resulte provechoso, pero sí
muy cómico para mis demonios. Se les ha tratado de instruir en las ciencias y en las
artes, pero siempre han fallado y ha habido lamentos: “¡Estas almas no son
verdaderamente humanas! ¡Son impermeables!” Cierto, pero yo siempre desaliento
estos clamores con la fórmula de la “democracia”. Esta palabra llena de ritos silencia
las almas de otros mundos: si eso los tortura, ¿no fue su propia invención?
Mi querido hermano: en el dorado crepúsculo visité tu magnífico planeta Pandara.
Ahí te descubrí en un grandioso jardín púrpura conversando con Nuestro Padre y tu
voz estaba plena de risa y jovialidad e inocente abandono, porque te estabas
deleitando con la belleza del lugar en que te encontrabas, y estabas intercambiando
gestos con Él. (¡La jovialidad del Cielo! Yo la hallé molesta en ocasiones, porque ¿no
es siempre seria y formal la existencia?) Yo no vi a Nuestro Padre, pero Él me vio a
mí. Sentí su majestuosa presencia y cubrí mi cara con mis alas; pero aun así, percibí
sus ojos penetrantes y ¿cómo puedo soportarlos, tan llenos de reproche y pesar? No
es culpa mía. Él no entiende y, ay, es posible que nunca lo haga; no me habló, pero te
habló a ti y yo escuché sus voces y su alegría. Parecía que te divertían los verdes
delfines del mar.
He tenido otra idea: cuando haya caído Pandara, voy a enviar a ella a uno de mis
demonios favoritos, cuyo nombre es Trivialidad. Tú lo conoces bien; lo has visto en
actividad en miles de planetas, y es más mortífero que Damon y Lilit combinados. En
otra ocasión escribiré sobre él.
Pero primero Damon y Lilit tendrán tu Pandara y sus planetas hermanos. No se
me debe censurar; los hombres son los que se hacen estas cosas a sí mismos, y no yo.
Yo tiento. Yo satisfago los deseos más profundos de los hombres. Pero sólo me puedo
mover en una atmósfera de libre albedrío, el cual fue creado por Dios. ¿Salvará Él a
Pandara también?
Tu hermano, LUCIFER
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SALUDOS
a mi hermano Lucifer, quien como gran arcángel que es, da aviso cortés de sus
lamentables intenciones.
Nos sentimos extraordinariamente complacidos de que nos hayas informado que
vas a enviar a Damon a Pandara a seducir a sus seis mujeres. (Ah, yo me acuerdo
bien de Damon. Un ángel de la travesura, el ingenio y las bromas. Ay, el Cielo es más
pobre por la ausencia de ese hermoso espíritu.)
Así que hemos tomado precauciones contra Damon y Lilit. Desafortunadamente,
tuvimos que introducir el recelo en ese paraíso tan vasto. Debimos haber preferido
que prevaleciera la inocencia total, pero uno se acuerda de que Nuestro Padre colocó
en el centro del Edén un Árbol Prohibido. Al entrar el recelo en Pandara, se
despertará el poder de la voluntad y una desconfianza saludable.
Por lo tanto, me presenté ante las esposas de Pandara ¡los tesoros inocentes! y les
informé que esperaban un hijo, lo que les agradó grandemente. Sin embargo, les
previne: ellas y sus hijos por nacer se hallan en grave peligro. Un hermoso demonio
femenino, una Lilit, quien destruyó las almas de millones de millones de otros
hombres, entraría pronto en la luz azur de su planeta para seducir a sus maridos y
guiarlos hacia placeres innombrables y lujuriosos, pudiendo asegurar así que por un
tiempo, al menos, esos maridos olvidarían a sus esposas y abandonarían a sus
pequeños polluelos. Los maridos retozarían con Lilit, rechazando los deberes del
corazón, hogar, cama y campo; la amarían con locura y se enamorarían tanto de sus
encantos que verían a sus esposas con disgusto y posiblemente con repulsión. Lo que
es peor, se olvidarían de las cosechas, no alimentarían el ganado, no sellarían los
techos, y entonces ¿dónde comerían las esposas y los niños y cómo dormirían,
desprotegidos de las lluvias y vientos?
Una mujer puede perdonar a su esposo por retozar en los sombreados bosques,
pero no le perdonará los sufrimientos de sus hijos, ni olvidará el gran insulto a su
propia belleza y atracción. Las damas me preguntaron: ¿Esa Lilit es más hermosa que
nosotras? Y yo les contesté: “Sí, es la más hermosa de las mujeres porque es un
demonio, y ¿no son demonios las mujeres que enloquecen a los hombres? Aunque
ustedes son hermosas de ver, mis pequeñas, Lilit verterá sobre ustedes un polvo de
fealdad a los ojos de sus maridos. Pero sobre todo va a romper la paz y la felicidad de
su planeta, envejeciendo y arrugando sus rostros, oscureciendo el fuego verde de sus
ojos, y trayendo muerte a sus hijos; traerá también enfermedad, tormentas, oscuridad
y violencia.”
¿Qué haremos entonces para preservar nuestro planeta, nuestros hogares, nuestra
juventud, nuestra vida y nuestros hijos? me imploraron las damas.
¡Ah! les dije; ¡los hombres son susceptibles a las damas sin virtud y sin atributos
de matrona! Son como niños, adorables, libertinos de corazón, pero necesitado de
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protección y de supervisión cuidadosa de esposas alertas; estiran sus manos para
acariciar los cabellos de una mujer sin mayores consecuencias, y bailarán con ella a la
luz de la luna, adornarán su cabeza con flores, reclinarán su cabeza contra su pecho y
beberán vino con ella. Ella reirá, cantará y jugará, y una mujer sabia entiende cómo
estas cosas pueden distraer a los hombres de sus deberes; va a nublar las mentes de
sus esposos de manera que pensarán en el placer y no en los graneros, en las risas
bajo el sol y no en los techos débiles, en las rosas de los claros y no en trasquilar las
ovejas. Los hombres adolecen de cierta debilidad que los inclina a la frivolidad y el
juego, y Lilit va a explotar esa debilidad y a distraer de su lado a sus esposos. Lo hará
si ustedes relajan su vigilancia por un momento y descuidan su severidad para con
ellos.
¡Estaremos alertas, oh Señor Miguel! me prometieron las esposas, y había un
fuego verde ominoso en sus ojos que lamenté momentáneamente, pensando en sus
esposos.
Sí, de ahora en adelante la vida será un poco menos placentera y agradable para
los hombres de Pandara y un poco más restringida y sin aroma, y si sus esposas
vigilan sus movimientos y suprimen su inquietud de inmediato y si no controlan más
que antes sus retozos y cantos, ¿no es mejor que la muerte y el pecado, la vejez, la
enfermedad y el pesar, sin mencionar las lenguas hirientes de las esposas
traicionadas? He observado que los hombres pueden soportar grandes adversidades y
penalidades con una calma considerable, pero no pueden soportar por mucho tiempo
el martilleo de los comentarios ásperos y la conversación ácida de una mujer en plena
noche, cuando ellos prefieren dormir. Tú al menos has tenido piedad en tus infiernos,
Lucifer, porque ahí no se motiva a las mujeres para que sean severas ni rectamente
abusivas.
Después hablé a los hombres de Pandara y cuando se habían levantado con mi
consentimiento, les dije:
Glorioso es su planeta, amados hijos de Dios, mis queridos hermanos, y hermosos
son sus cielos y ricos sus campos y espléndidas serán sus ciudades. Hermosos son sus
rostros y fuertes son los músculos rosados de sus brazos y sus esposas se regocijan
con ustedes.
¡Así es, Señor! dijeron con júbilo, y sonreí a la felicidad en sus ojos y los amé
entrañablemente porque el espíritu masculino es un poco menos complicado que el
femenino y de alguna manera más ingenuo. Tiene una inocencia, aun en el paraíso,
mayor que la inocencia de las mujeres, quienes incluso en el paraíso gustan de
reflexionar y son menos confiables.
Pero ay —les dije a los muchachos—; su felicidad se ve amenazada porque tienen
libre albedrío como ustedes saben, y ay de nuevo, igual lo tienen sus esposas. Ellas
tienen aún más, y ése es uno de los misterios del Todopoderoso, ante Quien cubrimos
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nuestros rostros con reverencia. Muchas veces los hombres son esclavos de los
hábitos virtuosos o no virtuosos, pero las mujeres tienen pocos hábitos y se les lleva
fácilmente a desviarse hacia la novedad. Sus esposas, aunque ahora esperan a sus
hijos, no siempre será así. Tendrán momentos desocupados. Mientras que para un
hombre el tiempo desocupado es un descanso tranquilo, o un pasatiempo inocente, o
un correr tras la pelota, o subir a los árboles por fruta, o sólo dormir, la desocupación
para una mujer es la mismísima tentación. Ella tiene una mente exploradora y lo que
explora no siempre es inmaculado. También está generalmente enamorada de sí
misma y busca que le hagan cumplidos. ¿No han descubierto ya ustedes mismos
esto?
Ellos lo consideraron, luego fruncieron sus cejas puras.
Es verdad dijo uno de ellos, y yo sentí pesar porque le había hecho evocar a su
esposa, pero era necesario, como tú seguramente estarás de acuerdo. Mi esposa
muchas veces se sienta junto a un estanque claro admirando su reflejo, y después
mira a lo lejos y sueña. Siempre me pregunto qué soñará.
Yo les dije:
Todas sus esposas muy pronto tendrán sueños y ninguno de ellos será virtuoso.
Ninguno de ellos se relacionará con el esposo que trabaja en los campos y en los
bosques, y que cuida el ganado y regresa cumplidamente a casa con sus hijos y se
acomoda sensatamente en sus corazones. ¡Al contrario! Serán sueños de los que yo
vacilo en hablar, porque las mentes de las mujeres son de alguna manera menos
decorosas e inocentes que las de los hombres, incluso en Pandara. La falta de
delicadeza de los pensamientos de una mujer provocaría el sonrojo de las mejillas de
un hombre más firme. ¿Han observado ustedes que la naturaleza no siempre es
delicada?
Es cierto dijeron los mozos con preocupación en su mirada, lo que me entristeció.
Y las mujeres están mucho más cerca de la naturaleza que ustedes, con todo y que
ustedes trabajan en los campos y en los bosques. Hay una cierta terrenalidad en las
mujeres que es desconcertante para los esposos, un cierto deseo de la carne que no
siempre se satisface fácilmente. Si no estoy en lo correcto, les pido que me perdonen.
Estás en lo correcto, Señor dijeron los más simples.
Entonces, ciertamente ¡ay!, porque será enviado a sus esposas desde las
profundidades mismas del infierno un demonio masculino del mal, pero muy
hermoso, un Damon. ¡Yo lo conozco bien! Él ha seducido a miles de mujeres en otros
planetas tan hermoso como éste, y tan invadidos por fantasías. Está lleno de
novedades y entretenimientos, y adora a las mujeres y las encuentra desbordadamente
fascinantes, lo que no siempre les pasa a ustedes. Su conversación nunca lo enfada; es
atento y glorioso. Como no trabaja nunca excepto para hacer travesuras, no está
cansado cuando se le pone el sol como lo están ustedes. Como es un demonio y no un
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hombre, no duerme, y las mujeres son notables por su actividad en la noche. Y por
soñar. Él conversa. ¡Ustedes no tienen idea de la amenaza que es para los maridos un
hombre que conversa! Pero las mujeres lo encuentran entretenido.
“Ustedes aman a sus esposas. Pronto ellas darán a luz a sus hijos. Sin embargo,
cuando Damon venga a seducirlas con palabras hermosas, con plática excitante, con
coquetería y ardor, y brille la belleza de su apariencia entre ellas, y las enrede hasta
que estén débiles de tanto reír y ser adoradas, se olvidarán de ustedes y de sus hijos, y
correrán con él a los valles florecientes y a los exuberantes rincones sombreados, y
entonces los traicionarán con sus besos y sus deseos. Cuando esto suceda sus hijos
llorarán por un pecho materno, y entonces no habrá comida sobre la mesa para calmar
su hambre y no habrá brazos que los sostengan en sus camas. Ustedes serán
verdaderos huérfanos abandonados y solos, quedándose a llorar entre las ruinas de
sus hogares y los trastes sucios y el pan rancio. ¿No es ésa una suerte que haría llorar
y que hay que rezar porque nunca les suceda?”
¡Oh, Señor! dijeron con desesperación; ¡ésa es una suerte peor que morir!
Yo tuve que confesar:
No enteramente. No seamos extravagantes. Incidentalmente, Damon tiene una
voz irresistible, y ¿qué mujer puede resistir una voz dulce si al mismo tiempo es
masculina? Damon es todo masculinidad: nunca está cansado, sus músculos no le
duelen, sus pies no se arrastran; nunca reclama si la cena está lista un poco tarde, y
tampoco siente el hambre como la sienten ustedes, y ustedes bien conocen la
impaciencia de las mujeres con el hambre de los hombres honestos, al extremo que
han dicho que los vientres de los hombres no tienen fondo. Corríjanme si estoy
equivocado.
Tienes razón, Señor dijeron con consternación y alarma.
Ya que Damon no busca una mujer sincera y que piense luego en dormir, como
ustedes, jugará con una mujer después de amarla, hasta que esté lista y ansiosa de
estar en sus brazos de nuevo. Mientras que ustedes, mis queridos pequeños, desean
volver a sus almohadas a prepararse para el trabajo del día siguiente. Damon no
preguntan nunca “¿me amas?”, como preguntan vuestras esposas hasta que ustedes
bostezan con enfado, sino que asegura constantemente y con afecto a la criatura del
momento, que nunca antes ha amado así a una mujer, y cuánto lo embelesan sus
besos y qué perfumada es su carne. ¿Ustedes dicen todo esto a sus esposas?
No, Señor dijeron dolorosamente.
Alguna vez lo podrían practicar les dije con afecto; va a ser un poco difícil
acordarse, pero vale la pena practicarlo. Después de todo, una dama también debe
tener sus seguridades, y si su esposo la considera o pretende considerarla una flor
entre las mujeres, una gema por sobre todas las gemas, ella lo atraerá con platillos
más exquisitos y un comportamiento más complaciente, incluso aunque él sea brusco;
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perdonará ciertas rudezas en su forma de ser, porque ¿no es él el más magnífico de,
digamos, los poetas? Y pasará por alto regañarlo, dándole gratificación y consuelo
por sobre todas las cosas, incluso a los niños. Sus pequeñas debilidades por sí mismas
les harán creer que son adorables a la naturaleza del hombre y por supuesto lo son.
¿Han sido ustedes descuidados, hermanos? les pregunté finalmente, detectando un
parpadeo de vergüenza en sus rostros.
No hemos sido siempre pacientes con los caprichos de las mujeres confesó uno de
ellos.
Sean pacientes. Porque vendrá uno que va a tener toda la paciencia del mundo y
no se cansará nunca. No sólo va a seducir a sus esposas, de manera que todos los
horrores que les he descrito caerán sobre ustedes, sino que además traerá vejez y
muerte, flaquezas, enfermedad y dolor. Lo que es peor, desatará la lengua de sus
esposas y no hay nada más mortal.
Ellos gritaron:
¿Cómo podemos escapar de un destino tan terrible?
Les dije:
Yo dudo, siendo un espíritu masculino compasivo, en provocar la duda en sus
mentes. ¡Pero que se cuide ese hombre que nunca ha dudado de una mujer, incluso de
su esposa! Los hombres confían en las mujeres, y ése es un misterio que ni siquiera
voy a tratar de explorar. Yo no aconsejo desconfianza como clima general de la
mente. Eso puede inspirar cinismo y falta de amor. Pero es prudente una desconfianza
saludable. Y nosotros conocemos las debilidades de las mujeres. ¿O no?
¡Ciertamente! exclamaron ellos, seguros de que siempre habían conocido la
debilidad femenina, aunque el hecho sólo se les acababa de ocurrir, ay.
Entonces tengan cuidado con Damon. Nunca dejen demasiado tiempo a sus
mujeres, especialmente en los crepúsculos y cuando brillan las lunas. No se
entretengan en los campos y los bosques y las montañas y las praderas cuando el sol
empieza a apagarse. No dejen que nada los separe, incluso si pareciera excitante,
maravilloso, nuevo y probablemente hermoso. Porque si ustedes se tardan, Damon se
aparecerá en los umbrales de su casa y ustedes podrían regresar a un hogar vacío. El
deleite de un momento les podría costar el trabajo de toda una vida y la esperanza y la
paz. Y, de nuevo, les traerá muerte y sufrimiento.
Por supuesto, uno de los muchachos más jóvenes sintió curiosidad.
¿De qué naturaleza es esa maravilla y deleite de los que hablas, Señor, que podría
retrasar el regreso a nuestros hogares?
Ah le dije; sólo es otra sombra del mal. No lo discutamos. Ustedes son hombres;
son fuertes y tienen que cuidar su honor y a sus esposas.
Tú sabes, Lucifer, que no es sensato describir un hombre guapo a una mujer, o
una mujer hermosa a un hombre, siendo como es la naturaleza humana, incluso en el
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Edén que es Pandara.
¡Vamos a cuidar nuestro honor y el honor de nuestras casas y la seguridad de
nuestros hijos y la pureza de nuestras esposas! gritaron los inocentes levantando alto
sus puños en solemne promesa. ¡Siempre estaremos pendientes de nuestras mujeres,
entendiendo sus debilidades y su frágil naturaleza y su susceptibilidad a las
tentaciones!
Les dí mi bendición y partí. Ya han sido prevenidos. Se ha introducido la
sospecha en la luz turquesa del día y las noches liláceas.
¿Y no se introdujo el temor al Árbol Prohibido en Terra? Aun en el Cielo nos
acompaña el temor de transgredir la Ley porque tenemos libre albedrío. Hay
ocasiones, me temo, Lucifer, en que siento simpatía por tu demanda de que también a
los hombres se les diera el libre albedrío, pero siendo como son de la esencia del
Padre, en consistencia no se les hubiera podido negar. En el Cielo nosotros somos
singularmente perfectos, de acuerdo con la habilidad de ser perfectos inherente a
nuestra naturaleza. Y eso me lleva a otro asunto que expusiste en la última carta: la
igualdad que se extiende por el infierno.
En el Cielo hay Equidad, que es un asunto enteramente diferente.
Las leyes de los hombres son duras e inflexibles, especialmente aquellas de los
planetas caídos. El mismo crimen tiene el mismo castigo, supuestamente para todos
los hombres, aunque he notado que depende de la influencia o del tesoro que posea el
hombre acusado en definitivamente muchos de los casos, o de que su apariencia sea o
no agradable al jurado de sus iguales una palabra que suena incómoda a mis oídos
porque ningún hombre tiene iguales. Pero me desvió. Esa misma situación prevalece
en el infierno, igualdad en el trato para todas las almas; sin embargo en el Cielo,
como he mencionado, hay Equidad, basada en una Ley Natural de superioridad de
algunos hombres sobre otros, y algunos ángeles menos que otros, en virtud, en
devoción, en dedicación, amor, valor y bondad. La Equidad no anula la ley, la maneja
inteligentemente y maneja su inflexibilidad.
Por lo tanto, en el Cielo, los espíritus, ángeles u hombres son recompensados en
razón directa de sus logros, que son gobernados por su voluntad. Como sabemos, los
hombres no pueden lograr méritos durante el tiempo que dure su vida en los planetas,
a menos que no hayan caído. Pero los hombres caídos no son capaces de ganar
méritos, porque su pecado ha formado una pared de impotencia humana entre ellos y
su Creador. Sólo la Gracia de Nuestro Señor les puede dar méritos a los hombres
caídos y ese mérito se obtiene por los propios actos del hombre a través de la fe y de
su deseo de recibir Gracia, a través de su arrepentimiento y penitencia, a través de la
aceptación de la Gracia misma. Tú sabes esto: es una cuestión que te ha enojado a
través del tiempo, así que te suplico me perdones por aburrirte.
Los que se han salvado entre los hombres, quienes desearon ser salvados y por lo
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tanto se pusieron en posición de recibir Gracia, difieren enormemente en el grado de
sus naturalezas y sus virtudes, como también en sus voluntades y en sus pecados. En
el infierno un asesino y un ladrón licencioso son tratados igualmente con los dolores
y la inutilidad de la existencia. Pero en el Cielo un santo es más digno que un hombre
de virtudes solamente templadas, porque el santo ha trabajado largo y arduo en los
empedrados campos de su vida y ha amado a Dios más que a sí mismo, y las vidas de
sus congéneres que sufren, más que la suya propia. Un hombre que ha luchado
valientemente contra la tentación durante su vida y ha contemplado todas las delicias
mundanas que le has ofrecido, Lucifer, e incluso las ha anhelado con desesperación
pero te ha resistido gloriosamente, en el Cielo es merecedor de una mayor
recompensa que un hombre que sólo ha sido tentado con poco interés por ti, o por
algún accidente se ha suscrito de la tentación, o le faltaba la terrible vitalidad para
pecar, o sentía temor de las consecuencias en su propio mundo. El primer hombre es
un héroe; el segundo hombre ha tenido poca oportunidad de ser héroe ni pecador.
Nuestro Padre toma nota de las debilidades humanas de sus criaturas. El no te
permitiría tentar a un hombre mas allá de su capacidad total para resistir, pero sí te
permite tentar a sus santos más poderosa e insistentemente porque son hombres de
mayor valor y de mente más noble. Nuestro Padre, como nosotros ya lo hemos
observado, no crea iguales a los hombres, pero ha establecido la Equidad, basándose
en la Ley Natural que Él mismo ordenó. No hay injusticia en Él, a Quien ambos
amamos tan apasionadamente; tú nunca has negado tu amor ni lo puedes destruir.
Si fueras el gobernante del Cielo, el santo y el hombre más débil recibirían igual
recompensa, y eso manifiestamente no es justo. Los Arcángeles, que tienen poderes
más vastos que los ángeles, tienen más control de su libre albedrío y por lo tanto la
tentación de usar ese albedrío para retar a Dios es infinitamente más alta en grado que
la de los ángeles menores. A los Arcángeles se les confieren responsabilidades
enormes, tronos y coronas a través de los interminables universos, a causa de su
naturaleza, y son ellos quienes ven la Visión Beatífica con mayor frecuencia que los
espíritus menores, y los espíritus de los hombres. “A cada quién de acuerdo con sus
méritos” es la Ley del Cielo, mientras que en Terra y en otros mundos apagados,
parece haber algunos cambios de la ley moral del tipo “a cada quién de acuerdo con
sus necesidades materiales”, y sabemos que eso es infamia, injusticia, crueldad y un
despliegue de malicia para los más merecedores. La codicia es el más feo y detestable
de los pecados, porque se alimenta de su propio apetito y nunca se sacia, y su
rapacidad aumenta consigo misma. Da lugar a los otros pecados: envidia, robo,
pereza, mentiras, adulterio, asesinato y gula.
En el Cielo hay felicidad, como tú lo sabes, pero esa felicidad es en grado,
excepto por el conocimiento del amor total de Dios, hasta el límite del mérito de un
ángel o de un hombre. Esa felicidad está compuesta por el trabajo, porque nadie está
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desocupado en el Cielo y hay una tarea para todos. Eso también es Equidad.
Aunque cada tarea es emprendida con alegría y esperanza pero nunca con
seguridad absoluta de que se podrá completar, su total cumplimiento lleva a tareas
mayores, merecedoras de un espíritu templado. Siempre hay una progresión en la
Jerarquía del Cielo, y ningún espíritu permanece como era originalmente. Y siempre
existe la posibilidad, reiterada constantemente, de que, ya que el espíritu conserva su
libre albedrío, puede decidir pecar. Esto es algo que, en la pequeña oscuridad de sus
planetas, los Teólogos nunca han entendido ni reconocido: que siempre existe el
peligro de que un espíritu caiga hasta ti, incluso desde la dorada luz del cielo. Porque
Dios no retira de sus criaturas el libre albedrío, sin importar el grado que tengan. Si lo
hiciera, revocaría su individualidad, su existencia misma, las cuales le son
eternamente preciosas a Él, porque son de Su propia Naturaleza y Esencia. Basta. Tú
conoces todos estos asuntos. Me has preguntado si Dios busca a las almas perdidas en
tus infiernos. Eso no me es posible decírtelo y no te lo diré. ¿Es posible que los
perdidos sientan arrepentimiento? Tú has dicho que no, pero ¿conoces todas las
mentes?
No me estoy burlando de ti, Lucifer, y eso lo sabes.
Tu hermano, MIGUEL
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SALUDOS
a mi hermano Miguel, quien cree que me ha esquivado en sus mundos nuevos:
Sin duda escuchaste mi risa cuando leí tu carta. No seas complaciente. Damon y
Lilit van a aparecerse en Pandara cuando sea el momento, si no en ésta, quizá en la
siguiente generación. Porque aunque esta generación pudiera transmitir a sus hijos lo
que sabe, lo que ha visto y lo que ha aprendido, es propio de la naturaleza del hombre
decir: “Nuestros padres gustan de las leyendas, las historias y las rarezas, pero
nosotros no hemos visto al Arcángel Miguel con nuestros propios ojos ni nos hemos
maravillado con su semblante. Nuestros padres nos platican que fue la voluntad de
Dios que él se apareciera sólo a nuestros antepasados y no a nosotros, y eso es muy
peculiar de hecho, porque ¿no somos más sofisticados nosotros que nuestros padres,
y nuestras hijas más inteligentes que sus madres?
¿No vivimos nosotros en ciudades, en tanto que ellos vivieron en los campos y
los bosques? ¿No tenemos nosotros más conocimiento y entendimiento que nuestros
antepasados? ¿No tenemos nosotros magníficos templos de sabiduría, y no corremos
a través de los cielos como pájaros y a través de las aguas como peces, y existe
alguna cosa de este mundo nuestro que no sepamos, o hay aún maravillas que todavía
no hayamos descubierto? ¿No somos nosotros pues más sabios y por lo tanto más
dignos de contemplar a este Arcángel Miguel y no habríamos de comprender sus
palabras con mayor claridad y sutiliza? ¿Por qué entonces se esconde de nosotros si
es que realmente existe? Es un disparate. No existe ningún arcángel y por lo tanto lo
que nos han dicho nuestros padres no es verdad.”
Tú has escuchado reflexiones como éstas en innumerables planetas, entre los
frívolos hijos de los hombres, quienes creen que han conquistado todas las cosas y
que son capaces de comprender todas las cosas. Esa es mi oportunidad. Porque
aunque las generaciones de Pandara pudieran no haber caído aún, el orgullo de sus
conquistas apurará su caída, y el orgullo por su propio albedrío asegurará su
destrucción. Yo no sólo les enviaré a Damon y Lilit y les diré: “No nieguen sus
apetitos naturales porque todo apetito es bueno, pues ¿no es su naturaleza?”, sino que
además les diré: “Vuestros padres fueron simples e inocentes de espíritu, y no eran
realmente libres porque estaban enamorados de una fantasía. ¿No han fracasado
ustedes en descubrir la realidad de Miguel, aún con sus avanzados instrumentos
científicos? ¿Y han hallado a Dios, de quien hablan vuestros padres, en las vigilias
nocturnas o en sus vidas? Si es que hay un ángel está en vuestras capacidades y si es
que hay un Dios, ustedes son ese dios y ustedes deben deificarse a sí mismos porque
nada existe en esos universos gigantescos que caben en sus espejos, que no sea su
propio ser. Ustedes son el centro, el corazón de toda creación insensata y sólo ustedes
poseen conciencia. Si dudan de mí, muéstrenme la prueba de lo contrario.”
Ese es un argumento que pocos hombres han disputado, porque las pruebas de tu
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existencia y de la existencia de Nuestro Padre no yacen en la materia bruta, sino en
las torres del alma. ¡Pero ellos sabrán que yo existo! Porque yo les daré deleites,
orgullo, arrogancia, y el éxtasis de desafiar las leyes de sus padres, que fueron las
Leyes que Dios les dio. Nada exalta más al hombre que la rebeldía, como ya lo
hemos señalado antes, y nada aumenta más su vanidad que llegar a una conclusión
equivocada, creyendo que es la correcta. Asegúrale a un hombre que es sabio y que
conoce todas las cosas, que sólo él existe, y no verás el final de su alegría. Incluso
cuando los hombres de Pandara se den cuenta de repente de que de alguna manera ha
llegado hasta ellos la muerte, la enfermedad, la vejez y la pérdida siendo que antes no
las había, ellos dirán: “¡Pero éste es el curso inevitable de la naturaleza y debimos
haberlo esperado! Hay un tiempo para vivir y un tiempo para morir y siempre fue así,
aunque nosotros no lo hayamos sabido antes.” Ustedes entenderán que los hombres
tienen explicaciones para todo y entre más absurdas sean más aceptadas son. Cuando
descubren que lo incorruptible ha traído corrupción, lo inmaculado ha sido
manchado, lo eterno se ha vuelto mortal, moverán solemnemente sus cabezas y dirán:
“Es natural, sólo que no habíamos vivido lo suficiente, pero el tiempo es inexorable.
Dediquemos entonces nuestras vidas a la búsqueda de la felicidad y de la realización
personal; no soñemos como soñaron nuestros antepasados, seamos hombres valientes
que viven mientras pueden y que pueden luchar y morir.”
Ellos verán mi cara en la suya propia y me adorarán, porque ¿no soy yo el
ensueño de los hombres, aún de aquellos que no han caído?
¿Por qué los hombres prefieren creer que no hay Dios? Dios limita, y en la virtud
y la restricción molesta la necesidad de obedecer y amar. (Pero muchos resisten la
tentación, como me lo señalarás tú hasta el aburrimiento. Eso quedo fuera del
argumento.) Una vez que apartemos a Dios de las creencias de los hombres, entonces
podrán vivir verdaderamente como ellos piensan que viven los dioses: disfrutando la
existencia, relevados del deber y la responsabilidad, gozando de un permanente
placer, adquiriendo sus miserables riquezas a voluntad, desobedeciendo incluso las
leyes buenas, regocijándose con la violencia y el derramamiento de sangre,
ejercitando el poder sobre sus congéneres y como observarás, siempre por el propio
bien de otros y cometiendo todo tipo de vilezas con la tranquila convicción de que no
hay bien ni mal, sino sólo los deseos y las necesidades de un hombre. Sobre todo,
nadie lo vigila, porque el que vigila no existe. Así que el hombre, será su conclusión,
es verdaderamente libre de “vivir de acuerdo a su naturaleza”. Todas sus guerras
serán santas, todos sus excesos sólo una exageración del bien, todos sus errores
corregibles por medio de leyes nuevas que emitirán profusamente, y todos sus odios
virtuosos. Pero aún queda el innato, el dotado, anhelando perfección, y ellos dirán
que el hombre es perfeccionable.
Así que buscarán la perfección, que se halla por encima de su merecimiento, y
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buscarán el mérito entre los aplausos de hombres como ellos y no en las sonrisas de
Dios; cincelarán montañas de sus vidas buscando perfeccionamiento, y descenderán
siempre por el tórrido lado opuesto, pero volverán de nuevo a subir con sus enseñas y
lemas, y siempre volverán a caer. No pueden resistir el deseo de verdadera perfección
con el cual Dios dotó a los hombres y Él no puede retirarles Su don, pero lo
distorsionarán, y aunque lo busquen, nunca lo hallarán.
La desesperación se asentará en su mano derecha y la muerte cenará con ellos, la
decadencia y el pesar serán su cama y la tristeza su canto, y todo aquello que
desearon sus almas oscurecidas por la insatisfacción nunca será suyo.
Y ellos descenderán hasta mí, y harán de nuevo esa molesta pregunta: “¿Si tú
existes, entonces también existe Dios?” y yo contestare como siempre: “No viene al
caso. Yo soy el dios que ustedes hicieron y ustedes son míos.”
¿El sacrificio en Terra salvará a estos hombres también? Te rehúsas
continuamente a contestar esta pregunta, y mi curiosidad crece con tu negativa.
Entretanto mis infiernos se ensanchan con las huestes de los condenados quienes
desearon su propia condenación.
Yo no sé por qué me detengo tan seguido en Terra, donde se cometió el Crimen
inmortal, nadie sabe con qué fin. Observo mis legiones de demonios trabajando y
sonrío ante su diligencia; esperan que al agradarme les otorgaré la muerte y el olvido.
Tú verás que tienen mucha más fe en mí que la que tuvieron en Dios.
Terra está condenada. Observo el progreso hacia la destrucción con el único
placer de que soy capaz. Entonces se borrará la memoria del Sacrificio y nada
recordarán los hombres, ni siquiera el mito que declaran que es. Yo seré reivindicado
incluso ante Sus Ojos, y Él se verá forzado a admitir que yo tenía razón y Él estaba
equivocado. En Su segunda muerte en Terra se perderá el primer albedrío y todos los
hombres serán míos, hasta el planeta más lejano.
La paz de la nada imperará entonces. ¿No sería deseable eso?
Tu hermano, LUCIFER
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SALUDOS
a mi hermano Lucifer, a quien recientemente lo venció en forma rotunda un alma de
Terra, y quien debe estar, a pesar de su enojado semblante, secretamente alborozado:
(¡Es extraño cómo revolotean tus pensamientos sobre Terra, ese pequeño mundo,
y no puedes librarte de ellos! Sin embargo no es raro, ya que Dios la eligió para Su
Sacrificio como antes hemos observado.)
Nosotros hemos visto, tú y yo, una cierta alma de Terra; completamente sin
mérito o Gracia durante muchos años, hasta que su carne estuvo vieja y marcada por
la vida. Hasta en Terra es poco usual encontrar a un alma tan abandonada, tan
completamente sin fe, negando totalmente a Dios y al hombre, tan cruel y depravada.
En su misma niñez ese hombre era un explotador de la bondad e inocencia de otros, y
se regocijaba con ello. En su juventud su mente maquinaba cómo lograr riquezas y
poder, y era uno de los hombres más orgullosos, más desleales, más cínicos y más
degenerados. Debido a su inteligencia, sus dones de nacimiento y su magnífica
apariencia, se le hizo fácil seducir y traicionar para su propia conveniencia y juntar
así millones de adherentes que lo alababan incluso cuando sufrían a causa de él.
Sus padres maldijeron el día de su nacimiento, su esposa la hora de su
casamiento, y sus hijos rezaron por su muerte. Sin embargo nunca tuvo el hombre
amigos más devotos, porque su sonrisa era angelical y su conversación amena y
afable. En pocas palabras, él eras tú en miniatura, Lucifer, aunque este comentario te
enoje y te insulte.
El alma no había sufrido nunca anhelo, dolor ni esfuerzo en su existencia terrenal,
y nunca había vivido injusticia, traición ni los sufrimientos normales de la
humanidad. Por lo tanto era una verdadera bestia de presa, y su dureza de corazón
debe haber espantado hasta a tus propios demonios cuando lo comprobaron. ¿No es
extraño que el alma que no ha padecido infortunio sea la menos compasiva y la
menos bondadosa?
Este hombre ni siquiera una sola vez, incluso en sus más tiernos años, reconoció o
creyó en Nuestro Padre, a pesar de que sus padres y sus tutores habían tratado
desesperadamente de penetrar esa resistencia siempre alerta y de inculcarle fe. Él se
reía en secreto de sus esfuerzos y los despreciaba, aunque en su vida pública aseguró
solemnemente y con hilaridad en su corazón a otros hombres su confianza y su
convicción. Por sobre todas las cosas, él era un mentiroso de mucho ingenio y
habilidad, y nunca habló con la verdad si podía evitarlo o si no le era útil. Aunque sus
padres rezaron por él después de su muerte, y aunque los ángeles y los santos
invocados trataron de penetrar ese espíritu inflexible y vicioso, parecía que no había
esperanza. Este hombre, amado por sus congéneres y poderoso en los asuntos
públicos, parecía más condenado que casi cualquier otra alma que yo haya percibido
en cualquier mundo, sin mencionar Terra.
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Pero despertó temprano una mañana sin saber que se estaba muriendo. Se levantó
y caminó hacia sus ventanas y vio la primera luz y el primer brillo del sol naciente.
Había visto diez mil mañanas iguales, y nunca antes se había sentido conmovido.
Cuando vio los rayos del sol tocar las puntas de los árboles y vio fluir la luz desde el
cielo, sintió un golpe en el corazón y cayó sobre sus ya viejas rodillas llorando con
fuerza:
“¡Dios, ten piedad de mí, un pecador!”
¿Qué dardo rasgó por fin su alma, qué revelación de sí mismo y de Nuestro Padre
tuvo? Tú no lo sabes, ni lo sé yo. Pero se tiró sobre el piso y gimió en horrible agonía
del espíritu, y se odio a sí mismo… y creyó. Conoció la penitencia de la manera en
que incluso pocos de los justos la conocen: absoluta y sin ninguna duda. En sus
lamentos, se postró y lloró las primeras lágrimas honestas de su vida y se dijo a sí
mismo: “Seguramente estoy condenado, porque rechacé tanto a Dios como al
hombre, y puse mal donde había bondad, y oscuridad donde había gozo. Soy rico más
allá de lo calculable, pero soy realmente un mendigo, desnudo y solo. Ningún hombre
ha vivido alguna vez mereciendo tanto el infierno eterno como yo, y no lo lamentaré
sino que me regocijaré en el dolor, porque es lo que merezco. Sin embargo, ¡Dios, ten
piedad de mí, un pecador!”
Como siempre, tú y yo sabemos cuando un alma deja un cuerpo. Pero yo había
oído el angustioso arrepentimiento de ese hombre y sus súplicas de piedad, él que
nunca había tenido piedad, y llegué al lado del cuerpo moribundo que yacía sobre el
piso de su recámara en el instante en que tú llegaste también. Tocaste su cuerpo con
tu pie y me dijiste:
Este hombre seguramente está condenado.
Él acababa de caer en el corto sueño que procede a la muerte y yo esperé.
Entonces su espíritu se arrastró como larva fuera de su cuerpo, llorando, retorciendo
sus manos y lamentándose; sus ojos así despiertos cayeron sobre ti, reconociéndote
como te había conocido en vida, y te dijo:
Tómame, porque soy tuyo, y dame el más profundo de tus tormentos, porque no
merezco nada más.
Pero yo había escuchado la Voz de Nuestro Padre y le dije:
No; te has arrepentido y no por temor, sino por remordimiento, deseo de
recompensar y aborrecimiento de ti mismo. Has pedido piedad, y se te otorga.
Levántate y ven hacia mí.
Él miró tu terrible grandiosidad en silencio, pero sin temor, y luego me miró y
tapó sus ojos con la mano.
No lo merezco dijo. Si pudiera volver a nacer, déjame vivir como el último y más
despreciable de los animales, para que pueda hacer penitencia.
Ay dijiste, criatura: tú siempre has sido ese animal, y por esto yo te reclamo.
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Pero tú sabías que él estaba más allá de tus poderes si Dios así lo decidía. Dudó,
luego me contempló a mí de nuevo y le dije:
Si así lo deseas, puedes levantarte e ir conmigo a un lugar de purgación, porque te
has arrepentido y sólo necesitas que se te limpie de tus pecados. Hubo Uno que murió
por ti, para que te pudieras arrepentir de tus crímenes y para que pudieras conocer el
Cielo y no la muerte. Acepta Su Gracia y Su Sacrificio y levántate.
Se quedó parado ahí, temblando, y tocando mis ropajes, dijo:
Es una llama blanca y tú tienes un rostro semejante al de un dios y debes ser un
ángel. Haz conmigo lo que sea tu voluntad.
Y se apartó de ti y partió conmigo.
Vas a decir que eso no es justo, y que hombres mucho menos perversos que él
viven eternamente contigo en tus infiernos. Pero Nuestro Padre conoce la verdadera
justicia. El no va a rechazar jamás al ama que reza por el perdón y la piedad y
aborrece por fin su propia iniquidad, ya sea en el comienzo o en ocaso de su vida.
Pero debe ser un arrepentimiento verdadero, y no por temor al infierno. Debe ser un
despertar de todo el espíritu. Esa alma se encuentra ahora en el Purgatorio, donde se
alegra sabiendo que en algún momento será libre para volar a las manos de Dios, y
que le serán asignadas tareas de restitución y reparación, pues ansía tareas para
redimirse cuando alguna vez solamente anheló los poderes de este mundo.
Cuando esa alma partió conmigo, yo me volví a mirarte; tú sonreíste fugazmente
y me saludaste con un silencio burlón. ¿Te dio gusto, Lucifer, que uno de los tuyos
por fin te haya rechazado en los últimos momentos de su vida? No me lo dirás nunca:
Pero espero que así sea. Yo creo que así es; por un solo instante tocó tu frente la luz y
levantaste tus propios ojos al Cielo.
Es verdad que los hombres de Pandara y sus mundos hermanos podrían rechazar
y negar a Dios en las generaciones futuras y acercarse a ti para adorarte, pero eso no
lo sabemos con seguridad. Sólo Dios sabe, porque sólo Él ve el futuro. Sin embargo,
¿Quién conoce las revelaciones que Él dará a esos mundos, y qué renovación y qué
esperanza de redención? Él ha hecho esto diez mil veces y ¿no lo hará de nuevo? No
lo sabemos. Yo sólo puedo esperar y confiar en Su amor.
Sin duda tú sabes ahora porque, ¿qué hay en los planetas que tú no sepas? que ese
Melina, en donde tú convenciste a sus hombres de que destruyeran a sus semejantes,
incluyéndose a sí mismos, se ha convertido de nuevo en un jardín azul del Señor.
Entre un respiro y otro Él arrasó las enormes ciudades sin vida que habían profanado
la tierra, toda la inmensa maraña de caminos, las grandes torres de conocimiento fútil
y las frívolas estatuas erigidas con un espíritu de apasionado narcisismo. Todo lo que
alguna vez hicieran los arrogantes hombres en su locura y en su egolatría ha volado
hecho polvo, y otra vez los árboles nuevos y los bosques y los brillantes campos
lucen festivos con hermanos animales que brincan alegremente y que viven como
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seres felices. Aquí no hay temor, no hay criatura de presa, no hay muerte, no hay
dolor o sufrimiento, no hay tormentas ni terrores. Los vientos ya no están sucios con
contaminación, niebla e inmundicia. Los ríos corren limpios y brillantes, los lagos
son como joyas y los océanos burbujean nuevamente creados. Las montañas
opalescentes resplandecen en la fuerte y apacible luz que fluye de Arcturo, ese gran
sol. No hay desiertos grises abiertos por los hombres, no hay cicatrices en la tierra
bendita, no hay fealdad en las almas de los hombres. Los cielos permanecen
silenciosos y brillantes, porque no los estremece ningún rugido de máquinas; las
aguas ríen, pues ningún barco las navega, y no hay puertos que estropeen las orillas.
No hay nada más que murmullos y cantos, y la dulzura de brisas perfumadas de
flores, largas sombras en la tarde y la majestuosidad pura de la mañana. Melina es un
nuevo Edén esperando de nuevo la soberanía de una nueva raza de hombres
floreciente, fresco, con árboles de zafiro que dan frutos escarlata y amarillo vívido
con granos rojos. Todo es calma, paz, felicidad y mirto.
Yo sólo distingo una sola cosa que me provoca aprensión: sobre una gran planicie
hay un pico carmesí desolado, sin vida y solitario, como un monumento yermo. ¿Irá a
ser ésa la Tierra Prohibida de la cual se prevendrá a los hombres del riesgo de muerte
y de desastrosa caída? Nuestro Padre, tu recordarás, crea siempre una zona de
Elección, un reto a la desobediencia, un lugar donde los hombres puedan ejercitar su
privilegio inmortal de libre albedrío. Yo veo ese pico y muchas veces me paseo sobre
él, y siento el terror y la promesa de ruina que desprende. Ninguna criatura viviente
se le acerca, parece maldito en su solitaria grandeza. Pero, ¿cuándo los hombres se
han alejado de una maldición, al menos en tantos mundos como hemos conocido?
Yo no te puedo pedir mi hermano que no te acerques a Melina y su belleza
cuando una nueva raza lo habite, porque si nunca apareciera la tentación, ¿cómo
entonces ejercitaría un hombre su libre albedrío? Si, con toda seguridad tentarás a los
hijos de los hombres sin importarte qué tan felices estén en su nueva vida. Yo sólo
puedo esperar que te resistan, que volteen sus aventureros ojos lejos de ese pico
terrible, que recuerden el Mandato, y que vivan en Melina con su juventud, fuerza,
coraje, amor y Gracia, en comunión con Nuestro Padre y en la sonrisa de su ángel
guardián, que soy yo mismo, por toda la eternidad.
Te has reído muchas veces de mí y de mi papel de custodio, y me has dicho: “Tú
eres impotente ante mí.” Sí, incalculables veces ha sucedido que he tenido que
conducir del Jardín a los hombres y dejarlos sufrir la suerte que se han buscado. En
cada ocasión he llorado y he dicho a los hijos de los hombres: “No derramen sus
lágrimas porque ustedes no son víctimas más que de ustedes mismos; ésta es la suerte
que eligieron y ésta es la muerte que desearon y ésta es la angustia que invocaron y
éste es el dolor que aceptaron con su propio albedrío. Lloren por sus hijos, porque la
tierra está maldita por ustedes, y lloren por la bestias inocentes en los campos y las
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montañas y las aguas, a las cuales ustedes llevaron la muerte y el hombre rapaz y a
quienes volvisteis criaturas de rapiña.” Ay, esto tú lo hiciste, no Dios.
Las pocas seis mil almas ¡de entre todos esos billones! que ascendieron al Cielo
cuando Melina fue destruida por los hombres, rezan de nuevo por ella y le dan su
bendición a la tierra, a las montañas y a las aguas. Fueron estas almas quienes
trabajaron con Nuestro Padre para hacer de Melina el gracioso planeta que fue alguna
vez, quienes diseñaron los ocasos y las mañanas, quienes crearon las criaturas que
viven en los árboles y los mares, quienes inventaron las frutas y los granos. Nuestro
Padre dotó de vida a sus creaciones y Él ha levantado Sus Manos sobre Melina. Pero
sólo Él sabe si Melina caerá de nuevo bajo tus tentaciones y tus mentiras. De ser ése
el caso, ¿ha planeado Él darle revelaciones a Melina como lo ha hecho antes en tantos
otros casos? No lo sabemos. ¿Y van a estar alerta los hijos de Melina y a mantener la
fe con regocijo? ¿O volverán a desdeñar al Señor y a construir de nuevo sus
monstruosas ciudades de infamia y sus templos de conocimientos siniestros, y
volverán de nuevo a envenenar el aire y la tierra y a dejar cicatrices en donde ahora
hay belleza? Yo no lo sé. Sólo sé una cosa: hay oro en ese aterrador y lúgubre
monumento sobre la planicie solitaria. Y el oro incita a las guerras.
Tú no me odias, porque eres mi hermano y nos amamos uno al otro en el Cielo.
Tú no odias a los otros Arcángeles y ángeles, que son los espíritus guardianes en
otras galaxias y otros universos. Te unirías a nosotros si los hombres no estuvieran
entre nosotros, hombres a los que nunca has perdonado por haber sido creados.
Lo que tú destruyas Nuestro Padre lo volverá a crear. Lo que asoles Él volverá a
llenarlo. Cuando ofrezcas muerte y orgullo, Él ofrecerá vida y humildad y obediencia.
Cuando incites las guerras Él luchará por la paz. Tú suscitas odio entre los hombres, y
en ocasiones el trueno rojo de éste ahoga la Voz del Amor.
Al final triunfará Nuestro Padre y tú lo sabes secretamente en tu corazón. ¿Por
qué luchas entonces? ¿No son suficientes para tu rapacidad los habitantes de tus
infiernos? ¿Para qué habrías de engrosarlos más? Sí yo conozco todos tus
argumentos: el hombre es un insulto a Su Creador. El hombre no merece a Su
Creador. El hombre, sobre todo, es un ultraje a los ángeles, quienes deben padecerlo.
El hombre también llama Padre a Dios, y eso es supremamente intolerable para ti,
que lo amas a Él con el amor más terrible y orgulloso y no dejarías que ningún ojo
humano lo contemplara con familiaridad. La carne no es tan despreciable, Lucifer,
aunque tú creas que así es.
La carne tiene también todas las capacidades de los ángeles, porque así lo dispuso
Nuestro Padre y las almas de la carne son inmortales. La carne tiene sus bellezas,
menores que las nuestras por seguro, pero aún así tiene encanto y sensibilidad. El
hombre no fue creado como los ángeles, excepto por el libre albedrío, pero cuando es
majestuoso y obediente se les parece. Tú negarías a Dios Su variedad infinita, Sus
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creaciones más pequeñas, Sus fantasías y Sus deleites. Nosotros no conocemos el
significado del hombre pero Nuestro Padre lo conoce. Sin embargo tú, como hijo
posesivo y arrogante, rodearías a Nuestro Padre con paredes de tu propia creación y
lo encarcelarías en Su Trono, y protegerías Su gloria, y sólo tú, si tuvieras ese poder,
te acercarías al Santo de Santos y aprisionarías al Rey en Su propio Cielo. Yo me
pregunto muchas veces: si Nuestro Padre no hubiera creado al hombre, ¿no nos
hubieras hecho la guerra a nosotros, tus hermanos, para apartarnos de Él y tenerlo
solamente tú? ¿Lo has deseado a El como tu Prisionero adorado? ¿Has deseado sólo
para ti mismo la Visión Beatífica? Como te escribí antes, yo vi tu ojo ardiente, celoso
y furibundo cuando nos acercamos a Él, y tu mano sobre tu espada, la cual lanzaba
rayos aún en su vaina. Sí, conversarías solo con Él y guardarías Su conversación sólo
para tus oídos.
¡Pero Él no es Prisionero de Su preciosa Creación! Conocía la forma en que lo
amabas, y por eso se afligió por ti y por un instante el Cielo se oscureció con Su
pesar. Él aceptaría que regresaras con Él, con dolor y arrepentimiento.
¿Cuánto tiempo, oh Lucifer, vas a negar tu propia naturaleza y tu propio anhelo?
¿Por qué la vida es abominable para ti?
Tu hermano, MIGUEL
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SALUDOS
a mi hermano Miguel, quien teme por esa molesta Melina que yo limpié de hombres,
y quien cree conocer mis pensamientos:
No estoy resistiendo de que otra vez Melina esté llena de vida animal, pura y sin
pecado. ¡Lo estaría si permaneciera así! ¡Qué hermosa es sin ningún hombre
habitando en ella aún! En verdad es un jardín, propicio para que lo habiten ángeles y
se deleiten en su reposo y su tranquilidad. Es aún más hermoso que antes, lleno de la
música de la creación, dulce con la inocencia de sus habitantes, sin engaños y sin
pretensiones.
Pero si se creara de nuevo al hombre para que dominara sobre Melina, entonces
yo lo destruiré con las perversas maquinaciones de su propio corazón.
Eres injusto conmigo. No es la vida lo que yo odio, sino la vida que pretende ser
como la nuestra. En resumen, es la vida humana, la vida de los hombres, la que yo
detesto. Reflexionando, sin embargo, quizá sea yo más complaciente con la
existencia humana femenina, porque habrás de recordar que en una ocasión vimos a
las hijas de los hombres y las encontramos hermosas, y dormimos con ellas y
engendramos hijos. De hecho, como ha sido escrito en Terra, en aquellos días había
gigantes en la tierra —carne de sus madres, esencia nuestra. Nuestro Padre no
prohibió ese concebir y engendra. Nosotros nos convertimos a una dimensión
temporal más densa, es cierto, pero aún así trascendente, y las hijas de los hombres
no nos podían resistir ¡los amados tesoros! Las tomamos por nuestras esposas y ellas
nos amaron y se inclinaron ante nosotros y les hablaron de nosotros a sus hijas, y
hasta este día las mujeres sueñan con nosotros estando al lado de sus maridos.
Muchos dimos la bienvenida a los espíritus de nuestras esposas en la puerta del Cielo
o al menos tú, el más afortunado de mis hermanos, así lo hiciste.
¡Oh mujeres! ¡Si nuestro Padre hubiera creado sólo a las mujeres y no a los
hombres para ellas! ¡imagínate a todos esos magníficos planetas habitados sólo por
carne femenina esperando nuestros abrazos! ¡Los amados ojos, el pelo, los senos y
los muslos de las mujeres! Yo siempre he amado a la criatura femenina. Las mujeres
me adoran naturalmente, hasta en el infierno; son mis servidores más asiduos, en la
carne o fuera de ella, y traen por multitudes las almas de los hombres hacia mí. La
verdadera risa en el infierno es la risa de las mujeres, humana o diabólica. ¡Con qué
delicadeza seducen! Mis propios demonios no podrían inventar los ardides que las
mujeres inventan, ni maquinar tan deliciosos deleites, ni siquiera Lilit. En el amor
pueden imaginarse horrores que los hombres no se pueden imaginar, y crueldades
extrañas y exquisitas, porque ellas poseen un material más imaginativo que los
hombres. Las emperatrices de Roma, las concubinas de Egipto, Las Aspasias de
Grecia, las damas Borgia, ¡qué elegancia! ¿Quién no se habría acostado con ellas,
ángeles u hombres?
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Pero las mujeres de Terra hoy son infelices, aburridas, y es raro en ellas el
encanto y la inventiva que nosotros conocimos antaño, raro el encanto irresistible.
Rivalizan con el hombre por cualquier oficio o condición de vida, son insistentes,
agudas, de carácter duro, deliberadamente feas y retorcidas, decididas a llenar todos
los espacios, a que no haya empleo que no sea suyo, ningún lugar santificado sin
compartir sus irritantes voces. No es suficiente que tengan el poder de crear belleza y
poseía, de procrear hijos, de confrontar a los hombres, de formar un aura de paz y
santidad alrededor de sus hogares. Las artes con las que Dios las dotó resultan ahora
desagradables. Son como los hombres, asumiendo, contra todas la Leyes de Nuestro
Padre, las vestimentas de los hombres; caminan como machos; tienen músculos; son
feroces, demandantes y arrogantes, más allá de la ferocidad, codicia y beligerancia de
sus hombres; algunas portan armas ahora, ellas que fueron dotadas con el instinto
para criar y proteger la vida. Van a las guerras con uniformes aborrecibles y se
sienten orgullosas de su habilidad con los instrumentos de muerte. Las pisadas de sus
pies calzados con botas se escuchan en todas las ciudades. Ellas son o imitación de
los hombres, con los vicios de los hombres, pero no con las virtudes, o son débiles y
reptantes gusanos, deseosas de todas las cosas y merecedoras de ninguna. ¡Ahora
quieren invadir hasta los templos sagrados como sacerdotisas!
Fui yo quien les ofreció el cebo de la masculinidad. Yo les clavé la envidia hacia
los hombres y divulgué que el mundo masculino les estaba negando derechos, los
cuales evidentemente ellas merecían, porque ¿no eran más rápidas de juicio y más
constantes? Les ofrecí deseos peculiares e irresponsabilidades; las hice desdeñar su
femineidad y despreciarla como valor. Con botas y pantalones son mías.
Desafortunadamente, yo la podría pasar bien sin estos casi hombres que llegan
gritando a mis infiernos. Las damas de antaño las ven con horror y dicen: “¿Qué son
estas criaturas? ¿Son machos o hembras?”
Pero les debo gratitud, pues castran a sus hombres y destruyen el espíritu
masculino. Reducen al hombre a la categoría de esclavos cobardes, dependientes;
deseosos de pequeñas comodidades y de pequeños, mezquinos placeres y consuelos
fáciles. En un tiempo los hombres de Terra fueron bravos, fuertes, protectores,
tiernos, con una gran fuerza, y se deleitaban en búsquedas y risas masculinas. Pero
ahora se acurrucan y sólo hay una palabra para ello: acurrucarse; no cuidan sus casas
con la fuerza de sus brazos, como lo hicieran alguna vez; y si se inclinan sobre las
cunas no es para divertir a los infantes o para acariciarlos jubilosamente, sino para
limpiar heces y verter leche en sus bocas lloriqueantes; lavan ollas y tienden camas y,
Dios piadoso, ¡son “compañeros” de sus esposas! No son guardianes; son niños ellos
mismos, temerosas de su propio sudor honesto ante el temor de ofender las narices de
las mujeres e incluso de otros hombres. Sus búsquedas son femeninas y las mujeres
los han empujado a diseñar ropas para sus cuerpos de mujer, y otras ocupaciones
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monstruosas.
Las mujeres los han apartado de ellas y han ido con otros hombres en busca de
placeres diseñados alguna vez sólo para ambos sexos y para la procreación de hijos.
Es cierto que yo inventé esos placeres, pero si los hombres hubieran seguido siendo
hombres no hubieran sido tentados por ellos, y si las mujeres hubieran seguido siendo
mujeres sus hombres no hubieran podido seducir a otros hombres. Sí, es cierto que
los antiguos egipcios, griegos y romanos se unieron con sus compañeros, pero sólo
después de que sus mujeres se hicieron dominantes, sus madres seductoras, sus hijas
viriles. Yo he transformado a Terra en un infierno en el que ya no se acaricia o desea
profundamente a las mujeres, sino que se les teme y explota en defensa propia.
Valientes, fuertes y duras en carne y piel, las mujeres han cambiado a Terra en una
morada terrible, abundante en crímenes espantosos, disparatando con ideologías y
tronando con guerras. Después de todo, los hombres necesitan algún respiro de sus
mujeres, ¿o no? Pobres infelices; a veces me dicta el corazón compadecerlos.
Las mujeres de Terra van a destruir la civilización como la destruyeron los
antiguos países, porque las naciones no pueden sobrevivir a la depravación y a la
inversión de los sexos. Tal vez el holocausto que yo deseo para Terra y seguramente
llegará pronto no sea necesario después de todo. La mezquindad, la pequeñez y la
monotonía son un infierno más merecido para los hombres de Terra que la muerte
universal quizá. ¿Extraño, no es así, que sólo los bárbaros en Terra hayan preservado
su masculinidad, mientras que las naciones civilizadas la han abandonado? Yo
medito: ¿induciré a los bárbaros en Terra a que ataquen a las llamadas naciones
“sofisticadas”? Tal vez.
¡No puedo soportar Terra! Es despreciable. Uno de sus amados sabios, un hombre
llamado Freud, dijo de Terra: “Este mundo detestable.” Él lo conocía bien, y conocía
sus despreciables lujurias, porque él era incestuoso y sin orgullo, una mujer de
corazón y conocedor de las mujeres. Odiaba a los hombres, porque los verdaderos
hombres eran un aguijón para él y odiaba lo que él mismo no podía ser. Ahora sólo
tiene la compañía de las mujeres, pues sólo deseaba la presencia de sus parientes
femeninos.
No seas aburrido, Miguel, recordándome que muchas mujeres en Terra todavía
son mujeres, que aman, alimentan, enseñan y cobijan, que sacrifican sus vidas para
que otros puedan vivir, y que viven una vida de poesía, reflexión, oración y fe, ¡Son
tan pocas! Y son vistas con burla por sus corruptas hermanas y ridiculizadas por
supersticiosas o anticuadas o atrasadas, o enamoradas de la fantasía, o no son parte de
lo que se llama, para mi regocijo, “este nuevo mundo”.
Dios dio ejemplos de verdadera femineidad a las mujeres con la vida de mujeres
santas, como fueron Lea y Raquel y Ruth, y por encima de todas las mujeres Su
propia Madre. Pero ¿imitan las mujeres de Terra a estas criaturas de Gracia, y sobre
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todo, desean ser como ellas? No lo hacen, Una mujer gentil y refinada no se introduce
en la política vulgar, ni viste ropajes masculinos, ni busca placeres sexuales sin el
inevitable resultado. No es un juguete ni un “amigo” caminando a la par que el
hombre, no es una fuerza destructora con sus hijos, ni una gritona en el mercado, ni
un contendiente entre hombres; tampoco es un lanzador en los juegos masculinos, ni
una monstruosidad musculosa que no es hombre ni mujer. Ella es lo que Salomón
describió como una buena esposa, más preciosa que los rubíes, y todos sus caminos
son agradables y todos sus senderos son paz.
Bien recuerdo a María, la Reina del Cielo, cuando nació, y yacía en su cuna,
inmaculada del pecado en el cual incurrió el hombre al nacer. Ella abrió sus ojos
infantiles y me miró gravemente, y aún entonces supo lo que yo era. No tuvo miedo.
La luz de Nuestro Padre cruzaba su cara y las alas de nuestro hermano Gabriel la
protegían. Yo supe por qué había nacido, lo había sabido desde un principio. Esta
dulce criatura, este frágil bocado, esta mujer que aun bebé era una verdadera mujer
ah, aun cuando yo la odiaba por su destino, me incliné ante ella y el mismo infierno
temblaba cuando nació, era la mujer encarnada, la mujer que Nuestro Padre hubiera
querido que fueran todas las mujeres, la imagen que todas las mujeres deberían tratar
de imitar.
Pero no lo hacen. Un poeta de Terra escribió sobre María: “La ostentación
solitaria de nuestra manchada naturaleza.” Pero millones de mujeres en Terra se
mofan de ella, o dudan de que haya vivido, o profieren burlas indecentes. Yo lo decidí
así. Si las mujeres de Terra se volvieran como María, no estarían mis infiernos
repletos de vida femenina, y los sitios de desesperación no harían eco con sus voces.
Yo me alejo de las mujeres de Terra con un disgusto que ni yo mismo puedo
soportar, y me vuelvo hacia las mujeres de otros planetas, en los que la raza no ha
caído, e incluso donde ya ha caído.
¡Qué hermosas son esas mujeres, qué placer para la vista, qué suaves sus manos,
qué gentil su discurso, qué cuidadosas con sus hijos, qué devotas con sus hombres!
No todos los planetas son así, lo admito, pero ninguno es tan feo como Terra ni tan
inferior, Y Terra merece a sus mujeres y sus mujeres merecen el mundo que han
hecho.
Las mujeres de otros planetas, que hora están destruidos y sin vida, fueron
merecedoras de sus mundos, porque son ellas quienes los extasiaron.
Sí, yo sé que el temible pico de la montaña desolada está lleno de oro y que sólo
ella posee ese metal tonto y aterrorizante. Pero, ¿no estoy cometiendo un error contra
la lógica imputándole cualidades humanas y diabólicas a un material de existencia no
sensible? Ciertamente, pero ése es un error que comenten los hombres, y los
demonios. El oro no es malo en sí, como aclaró Nuestro Padre, sino sólo el deseo de
él. El metal es hermoso; fue creado para decoración, adorno, y mil otros usos
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inocentes y placenteros. Nada es malo hasta que el hombre lo hace malo. Es notable
cómo los mundos poco poblados son trabajadores y pacíficos, y cómo los mundos
altamente poblados y llenos de ciudades infames son las casas de cría del crimen.
Pareciera que el hombre no puede soportar la cercana proximidad de otros hombres
¡Y yo no los culpo por ello! Yo entiendo que la intención de nuestro Padre fue que la
hembra humana tuviera su temporada de reproducción como la tienen otros animales
hembras, para que la inteligencia humana pudiera prevenir un exceso de
multiplicación y así un exceso de poblaciones, y también, a su tiempo, guerras por el
espacio para vivir. Pero cuando los hombres caen y aún caen, se hunden en la
bestialidad por debajo de las bestias, pasan todos los límites, y con ello sufren la
pérdida del instinto y de los ritmos naturales de la vida, que otros animales siempre
respetan.
Todo esto lo hemos discutido antes nosotros a través de los milenios, y hemos
observado que con el crecimiento de las poblaciones y las ciudades abarrotadas se
necesita un medio para facilitar el intercambio, el comercio y el mercado, y las
inevitables guerras. Como el oro es siempre el menos abundante de los metales y
también el más durable, el más hermoso y deseable, era natural que se convirtiera en
el medio de intercambio entre los hombres. Con el tiempo no sólo se convierte en el
símbolo del poder sino en el poder mismo, y ése es el más grande de los deseos de los
hombres, incluso mayor que su deseo por las mujeres, porque con el poder se tienen
todas las cosas. Un hombre puede perder su gusto por las damas por la edad o el
aburrimiento, pero nunca pierde su gusto por el dominio de sus congéneres, y ese
anhelo de dominio tiene sus raíces en el odio innato hacía su hermano, nacido del
pecado.
Los hombres no mueren muy seguido por amor a Dios, pero arriesgarían su
muerte por la promesa de poder. Y el oro es poder. Los hombres recién nacidos en
Melina van a descubrir el oro en la montaña perdida, y, aburrimiento de
aburrimientos, caerán de nuevo, y se volverá a repetir toda la miserable historia. Para
mí es muy afortunado que el margen de existencia espiritual no esté confinado a las
barreras materiales, sino que pueda extenderse infinitamente; si fuera de otra manera
seguramente estaría deseando espacio para mis infiernos. Yo le platicaré a la nueva
raza de Melina sobre ese oro maravilloso de la montaña y le recitaré el canto del
poder y del control sobre sus semejantes, y se repetirá la antigua historia.
Tristemente, yo no soy inmune a la monotonía de la historia y su repetición a través
de las eras.
El hombre de Melina sólo tiene que rehusarse a tomar ese oro, pero lo tomará. Tú
no sabes, y yo tampoco… pero a veces conjeturo si la sensibilidad no será también
tediosa para Nuestro Padre, y si no será cansada la existencia. Sin embargo, cuando
caigan de nuevo los hombres de Melina, éstos volverán a reproducirse, construirán
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sus amenazantes ciudades, desearán conquista y gloria mundana, todo lo cual surge
de la posesión del oro. Van a deformar su mundo y serán una amenaza a todo lo que
vive, incluyéndose ellos mismos. En el infierno estamos experimentando con nuevas
armas de muerte, furia y aniquilación, no sólo para Melina, sino para todos los otros
mundos. Una es la carga negativa simple que va a destruir todas las cargas positivas,
y así, con su gesto, no sólo eliminará a los hombres sino a sus mundos, y enviará a
todos a flotar en vapor y niebla en las profundidades del espacio. Esto no es tan
dramático como las armas imperfectas que les he dado a los hombres de Terra, las
cuales sólo pueden hacer arder las ciudades hasta sus cimientos, y cegar, matar,
mutilar hombres y manchar sus lugares de procreación, y mutar sus especies. (Ah, es
un buen panorama ver a un mundo ardiendo completamente, como una gran estrella,
hasta convertirse sólo en cenizas.) Pero mi arma más nueva, en la que están no su
único placer que no causa hastío finalmente, es mucho más limpia y no habrá nada
que quede de los mundos, ni siquiera fragmentos. Mis científicos están
experimentando también con la negación de fuerzas magnéticas y las leyes mismas
de la gravedad. ¿Quién sabe? Puede ser que esté en nuestro poder destruir todo
vestigio de vida en todas partes. Esa será mi victoria final.
Tú admitirás, querido Miguel, que no podría hacer todo esto sin la excelente
cooperación del hombre, y él coopera siempre generosamente. Los hombres de Terra
están trabajando conmigo entusiastamente por su propia muerte y por la destrucción
de su planeta, y tal vez las armas imperfectas que ya les he dado sean suficiente, pues
no son suficientemente inteligentes para las armas más letales y más complicadas y
nunca lo serán, porque no poseen la mente de los hombres muertos de Melina y tanto
otros cientos de miles de planetas que finalmente quedaron limpios de vida humana.
Mis científicos se desesperan con ellos y están impacientes por su desaparición,
porque los científicos, por encima de todos los hombres, detestan la inferioridad
intelectual y la mediocridad, ambos atributos de Terra. Hasta las primeras razas de
ese oscuro planeta, antes del diluvio y del hundimiento y surgimiento de continentes,
no eran superiores. Sin embargo, por el odio a sus hermanos no necesitan sentir
humillación ante otros planetas, ni sentir vergüenza ni mortificación, porque son
iguales a los peores.
Bien recuerdo al planeta Mercurio, en ese pequeño sistema solar de los límites de
tu galaxia, que tiene la historia increíble del sacrificio del Hijo de Nuestro Padre. Los
antiguos no se equivocaron al llamarlo Mercurio, porque de hecho alguna vez tuvo
luz fresca, a cubierto de la ferocidad del padre sol por nubes gruesas y perpetuas.
Aunque Mercurio es pequeño, una vez fue una exquisita miniatura de mundo, con
iluminación pálida pero brillante, sus ríos y lagos aperlados y centelleantes, sus mares
con el colorido de las palomas, sus montañas brillando suavemente, su tierra gris
plateada con follaje parecido a un metal frágil. Las nubes que escudaban a Mercurio
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eran del color del ópalo, veteadas de rayos veloces y trémulos, y las horas de
oscuridad total eran pocas debido a la rápida rotación del planeta.
La raza de hombres creada por Nuestro Padre para habitar ese mundo era tan ágil
y graciosa como su mundo, y llena de júbilo. Ellos construyeron pequeñas ciudades,
cultivaron su tierra y vivieron en inocente alegría, creando cantos milagrosos y todas
las artes con profusión. A mí no me tomó mucho tiempo tramar y consumar su caída
y su destrucción. Confirmé a sus científicos lo que ellos ya sospechaban: que la
fuente de su vida se hallaba en el sol oculto, y les describí otros mundos, alumbrados
por el sol, vigorosos, ricos y poseedores de mucho mayor colorido que Mercurio, ese
pequeño mundo plateado. Sólo necesitaban inventar una fórmula para disipar sus
eternas nubes, les dije, y se convertirían también en una sinfonía de matices
brillantes, tintes y tonos fuertes, espléndidos y vivificantes. Sobre todo, les hablé de
la majestad del sol mismo, contra el cual no se podrían probar sus pálidos ojos, a
menos que se les protegiera. Y los científicos siempre están anhelantes.
Les di, pues, la fórmula y los métodos para dispersar las nubes protectoras de la
superficie, del cercano sol. Tú, Miguel, les hablaste de la destrucción que atraerían si
me escuchaban, pero te respondieron “¿Tú nos privarías del conocimiento? ¿No
somos hombres y no fue planeado que, como hombres, conociéramos todas las
cosas?” Yo me sentí orgulloso porque hablaron en mi propio idioma y, con sus
propias palabras, los hombre de Mercurio cayeron de su estado de inocencia y Gracia
y se ocuparon en las tareas de la muerte.
Tendrás que reconocer que fue un día memorable cuando los científicos
empezaron a disparar sus armas de dispersión hacia las nubes. El planeta entero
esperaba, excitado y expectante. Todos los hombres cesaron sus labores para poder
ver el espectáculo. El primer intento no resultó muy exitoso, pero sí con éxito
suficiente para que la fiera luz del sol se disipara sobre ellos por un instante a través
de las nubes rasgadas y sintieran calor y la presencia de un resplandor que nunca
antes habían conocido. Debió haber sido una advertencia, pero naturalmente no lo
tomaron así. A partir de entonces solamente hablaban de la visión que habían tenido
del sol y de lo azul del cielo, ante el cual se maravillaron. Era una belleza tal como
nunca habían soñado antes, pero que ahora sí soñaron. “¡Fuera estos aires
cenicientos! gritaron; ¿no somos hombres con derecho al abrazo apasionado del sol, y
de su promesa de vida nueva?”
De ahí en adelante todos los esfuerzos se dedicaron a vencer a las nubes, y llegó
el día del éxito completo. ¡Y no lo olvidaré nunca! Las nubes se enrollaron hacia
arriba como serpientes de fuego ardientes y heridas, y desaparecieron, y el sol fluyó
hacia Mercurio sin ninguna restricción. Los mares hirvieron de inmediato; los lagos
fueron engullidos en un respiro; los ríos se hundieron en la tierra palpitante, la cual se
secó y agrietó y tembló, convirtiéndose de inmediato en piedra hirviente. Las
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ciudades se disolvieron como en un horno, y eran un horno ante la terrible faz del sol.
Toda la carne se evaporó de inmediato y ninguna vida duró por más de un segundo o
dos. La órbita de Mercurio, aunque cercana al sol, continuaba siendo aún una elipse
perfecta; ahora repentinamente cambiaba a una órbita errática y los hombres no
vivían más en ese pequeño mundo encendido, una cara del cual ve mudamente por
siempre al sol que lo destruyó y que fue su castigo. Fue un día muy trágico, ¿no fue
así, Miguel? Pero que inevitablemente debía presentarse.
Tan pronto como Mercurio se convirtió en un mundo muerto, Venus salió de la
oscuridad, de la nada lejana en la cual esperaban otros hijos del sol su propio intento
de vida y su muerte inexorable. Venus era un planeta muy hermoso, mucho mayor
que el pequeño Mercurio, y cuando el sol brilló sobre su frigidez, adquirió vida, como
el soñador que se remueve en un diván. Sus lánguidos mares se volvieron cerúleos y
tibios; sus valles animados, sus lagos salpicados de ojos risueños. El hielo cayó desde
su seno, para quedarse solamente en los agudos picos de las montañas. Nuestro Padre
extendió Su Mano y de inmediato en Venus surgió la vida, infinitamente variada:
bosques rosas y dorados, precipitaciones púrpura, cataratas como diamantes, colinas
azules, granos verdes y amarillos, campos susurrantes con vientos suaves. Luego
vinieron los animales de muchos colores, formas y tamaños, vehementes de fuerza y
avidez, y con mil voces.
Nuestro Padre no podía refrenarse. Él creó al hombre en Venus, como tú lo sabes,
y tú visitaste a la primera generación y la previniste, como siempre, en contra mía;
llamaste a los hombres tus hermanos y se arrodillaron frente a ti para que los
bendijeras.
¡Desafortunadamente, Miguel! Sonreíste a las aureoladas cabezas de los hombres
de Venus, miraste sus ojos transparentes, y te deleitaste al ver su carne dorada y te
regocijaste con la donosura de su raza. Altos eran ellos, como dioses, casi tan
hermosos como los ángeles, y Nuestro Padre les había otorgado gran inteligencia
hasta en su estado recién nacido. Esa fue una ofensa suprema para mí.
Tú les habías hablado a los hombres de Venus de los vicios de la concupiscencia y
de que sólo debían reproducirse en las estaciones ordenadas, para que no
sobrepoblaran su mundo, y sus ciudades no se llenaran con bocas hambrientas de
hambre insatisfecha. Pero de nuevo, Nuestro Padre les dio el don del libre albedrío.
Los placeres de la sensualidad sólo les eran permitidos dos semanas de cada año y en
ningún otro momento. Ellos conocían el Mandato y lo cumplieron durante doscientos
años, a pesar de Damon y Lilit y todas sus promesas de éxtasis irrestricto.
Luego, las generaciones más jóvenes preguntaron molestas: “¿Por qué se nos
habría de permitir este goce solamente unos pocos días de cada año, cuando es obvio
que nuestras mujeres son capaces de muchos más? ¡Sin mencionarnos a nosotros!
¿Por qué se nos niega? ¿No somos hombres y sin embargo debemos voltear el rostro
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a nuestras esposas y dormir como hermanos a su lado, hasta que le parezca… a
quién? ¿A quién debemos agradar? Ah, nuestros padres nos hablan del Mandato, pero
nosotros no lo hemos escuchado, ni hemos visto a este Miguel y no tenemos más
conocimiento de Dios que lo que nuestros padres han escrito en sus abundantes
libros, y lo que nos han predicado en sus pequeños templos dorados. Pero
aparentemente nuestros padres eran hombres pasivos y sumisos, que se negaron a sí
mismos en obediencia a algún mito, y hablaron de 'placeres prohibidos' desde la
espesura de sus barbas. No tenían ningún entusiasmo ni amor por la experimentación
y el deleite. Se apartan de sus esposas, ¿y en obediencia a qué, y a quién? ¿Es tan
despreciable entonces nuestra raza, que tenemos que limitarnos en número? Eso es
seguramente un desafío a la vida misma, y nosotros amamos la vida, no la odiamos.
¡Llenemos el mundo con nuestra hermosa especie! Ellos dicen que si nosotros nos
recreamos con nuestra naturaleza ¿y por qué no debe recrearse esa naturaleza?
seguramente envejeceremos, nos debilitaremos y moriremos, y nuestro mundo morirá
con nosotros. ¡Qué disparate! ¡Qué infantilismo! El solo placer no podría traernos
tantas calamidades, porque ¿no nacimos nosotros mismos del placer, aunque sólo
fuera un placer en su oportunidad? Que nuestros padres nos revelen a este Miguel, y
que oigamos su voz y las palabras de ese Mandato, y que veamos a ese Dios de quien
ellos hablan interminablemente.”
¿No estás cansado de la historia eterna, Miguel, y de las mismas simples palabras
de los hombres? Damon y Lilit pronto tuvieron éxito en seducir a la raza de Venus, y
en unos cuantos siglos Venus fue una gran ciudad y la tierra verde se encogió junto
con los mares y las aguas. Una historia muy vieja. Las guerras fueron más terribles
cuando el hombre luchó por el espacio para vivir y para respirar aire que no estuviera
contaminado con el aliento de sus congéneres, y el odio reemplazó al amor, hasta el
amor de las mujeres y del Oro, que ellos encontraron pronto, con mi tutelaje, por
supuesto.
Desde los infiernos, nosotros vinimos al rescate de los anhelantes hombres de
Venus. Les dimos a sus científicos el secreto para inhibir la fertilidad de las mujeres
“enemigas” y el secreto para esterilizar al hombre “enemigo”, y lo que se negaron a
realizar como un acto de obediencia a Dios lo realizaron como un acto de
desobediencia y odio. Yo aseguré a los científicos de todas las naciones que yo
también tenía el secreto para proteger a sus propias naciones, ¿pero no soy yo el
padre de las mentiras? Los niños dejaron de nacer y como los hombres de Venus
habían traído sobre su planeta la vejez, enfermedad, y muerte, no hubo raza en Venus,
y Nuestro Padre amortajó con nubes calientes la faz de ese planeta para siempre.
Entonces, de la oscuridad, la nada y el frío avanzó el tercer mundo, Terra, y Terra
cobró vida y Nuestro Padre lanzó Su Sombra de luz sobre su seno congelado y sus
nubes oscuras, y el sol vio la faz de un hijo nuevo. Ay.
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Anticipándome a la futura muerte de Terra, he visitado muchas veces los planetas
externos, haciéndome conjeturas sobre ellos. Marte con sus frías mejillas rojas,
Saturno con sus anillos arcoiris, Júpiter con su inmensa mancha carmesí, Neptuno,
Urano, Plutón. Ellos todavía no tienen vida. ¿Acaso están esperando la hora en que la
órbita de Terra quede vacía y se puedan mover hacia delante a nuevos lugares,
mientras que Mercurio y Venus caen en el sol?
¿O en realidad vendrá Él de nuevo a Terra como lo prometió? Ha dicho que ni
siquiera los Arcángeles conocen ese día, pero tal vez ahora se haya arrepentido de Su
Palabra y no la mantenga. ¡Si él viene como vino antes, vulnerable a la maldad y las
maquinaciones de los hombres, entonces seguramente morirá su segunda muerte! Va
a necesitar toda la protección de Sus ángeles, porque yo nunca he visto una raza tan
salvaje y mentecata, no, nunca antes, desde el primer rayo de luz en cualquiera de los
mundos.
Tu hermano, LUCIFER
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SALUDOS
a mi hermano Lucifer, quien ha estado tan ocupado últimamente y quien es el gran
Plausible, como él mismo lo admitirá:
Desafortunadamente es muy cierto lo que dices sobre las mujeres de Terra, pero
todo eso es verdad sólo en aquellas que se nombran las razas “avanzadas”, donde se
sostiene que es más sofisticada la cultura. Pero como has señalado tú, Terra también
tiene sus bárbaros, como los tuvo siempre en el pasado. Yo sé que tú eres bien capaz
de soltar a los bárbaros sobre esa parte de Terra a la que la gente designa como el
“oeste”. Lo has hecho antes. Lo hiciste en Babilonia, en Grecia, en China, en Roma,
en Egipto, en India y en otras tierras con civilizaciones sutiles. Lo hiciste en los
continentes desaparecidos. En todas partes están las señales de tu hábil seducción y al
mismo tiempo inspiras a los bárbaros con la envidia y la codicia y el anhelo que los
llevarán a su propia muerte cuando logren el estado que desean. Estoy de acuerdo en
que el hombre, en todas partes, no parece aprender nunca de la historia y de la
experiencia.
Yo también he escuchado a las mujeres valientes de Terra y sentí mi propia
alarma en aquello en lo que tú sólo sientes gratificación. Son mucho peor que sus
hombres, a quienes han vuelto tímidos. No desean la consumación sexual para lo que
fue destinada, la unión del amor profundo entre la mujer y el hombre y la procreación
de los hijos. No, ellas proclaman insistentemente y con voces fuertes y categóricas
que desean experiencia sexual para aumentar, dicen, o desarrollar sus personalidades.
¡Sus mezquinas, macilentas y descoloridas personalidades! No les interesan los
encuentros sexuales ni siquiera por el placer de tenerlos, porque hay muy poca
sustancia en ellos para sentir placer (ay, estoy escribiendo casi como lo haces tú). No,
la sensualidad es algo que se debe buscar a escondidas, para “mejorar el experimento
y la experiencia de la vida”. ¡Qué meta tan espantosa! Lo que es más, ellas ni siquiera
son capaces de examinar ninguna cosa, ni siquiera sus propias pequeñas emociones.
¡Un verdadero experimento las horrorizaría!
Pero incluso entre estas extrañas criaturas asexuadas viven verdaderas mujeres,
quienes se asustan de sus hermanas, aunque tú disentirías de esto. Tú descartas la
virtud por ser pasiva y poco estimulante. Por otra parte, a mí me parece que el vicio
sobre Terra es particularmente pálido y sin originalidad, y tal vez ahí es donde reside
el verdadero peligro en Terra, pues el vicio crea apatía o violencia sin objetivos.
Incluso los robustos y poco imaginativos romanos tenían más vivacidad que las razas
actuales y Grecia las sobrepasó a todas. Todavía hay una gran proporción de mujeres
buenas en Terra, en lugares de oración ocultos, en los hospitales y en las ciudades
ruidosas. Ellas no gritan por “una vida plena y gratificante y provista de objetivos”
como lo hacen sus hermanas menos inteligentes, porque saben que el negocio de vivir
en ese pequeño mundo triste se halla en la faena tranquila y los días cansados, con
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pocos episodios de gloria y excitación. La vida, se dicen a sí mismas, se compone de
pequeñas cargas constantes, ansiedades, esfuerzos, pesar, y esperanzas
sistemáticamente desaparecidas. Ellas encuentran sentido en su fe, en la aceptación
de su suerte diaria, en su servicio y su amor, y hallan hermosura en la flor del camino
o en los primeros rayos del sol sobre el ladrillo o la piedra. Son las verdaderas y
gentiles exploradoras, quienes hacen de Terra un planeta frecuentemente tolerable
incluso para sus hermanas, feas y abandonadas. El piadoso amor de María se cierne
sobre estas mujeres, sobre su carácter intrépido ante la vida rutinaria y los
acontecimientos tristes. Hacen su trabajo y ésa es su corona, como la fe es su gloria.
Rezan por la paz de los días simples, mientras que sus hermanas empantalonadas
pasean por las calles y rugen. Hasta las mujeres romanas más depravadas tenían algo
de belleza, pero éstas no la tienen. ¡Ay, de nuevo pareciera que hago eco a tus propias
palabras!
Sí, recuerdo bien tu intervención en Mercurio y Venus y lo que aconteció allí.
Esos fueron días de luto para nosotros —y sospecho también fueron días de luto para
ti. Eran planetas muy hermosos, mucho más hermosos que Terra. Pero el hombre y tú
juntos los destruyeron. En horas, como las contamos nosotros, y no en eones como
cuenta el hombre, ellos caerán al sol y serán consumidos.
He escuchado a los hombres de Terra burlarse de la “teoría tramada de la
historia”. Sin embargo toda su historia ha sido una trama —entre tú y ellos. ¿Qué otra
historia podría haber? Los acontecimientos no caen sobre los hombres; éstos los
crean a través de sus gobiernos y sus políticas. El terror no desciende sobre ellos
desde el cielo, de la nada; lo traman ellos mismos. ¿No se conspiran siempre en
secreto las guerras y se sueltan sobre los ciudadanos con lemas nobles, para que éstos
acepten luchar y morir sin lamentarse?
¿Qué nación puede reclamar con justicia alguna vez, que libró una guerra santa o
una guerra de liberación? La historia niega tales fantasías. Las guerras se libran
inevitablemente a causa de la autoimposición, del temor, del odio, la codicia, la
conquista, la egolatría o la locura. Sin embargo, nunca hubo una nación sobre Terra
que no gritara que su causa era justa y que en realidad luchaba por la paz y no por la
guerra, por la libertad y no por la esclavitud. Han llorado esto a través de las eras y
aún lo lloran, y ahí reside la semilla de su muerte universal. Eres tú quien les
proporciona las heroicas palabras que llevan a la destrucción; eres tú quien arma a los
hombres. Pero ellos niegan tu existencia, lo cual, como lo dijiste una vez, es tu mayor
triunfo sobre los hombres. Oh, destructor de hombres, ¿nunca te reconocerán por lo
que eres?
Mis hermanos me dicen que últimamente estás observando de cerca al Cielo para
ver nuestras idas y venidas. ¿Qué es lo que temes, o qué es lo que provoca tu
curiosidad en esta forma? Yo también vi una vez caer tu sombra sobre las brillantes
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murallas del Cielo y reflexioné. Perdona la analogía, pero pareces un gran perro
olfateando en una puerta cerrada, el cual sospecha, gruñe débilmente y duda. Yo sé
qué es lo que temes, y tú sabes que yo lo sé; te gustaría que, en un momento de
descuido, yo traicionara algún secreto. Si hay algún secreto, Lucifer, yo no te lo diré;
no podría hacerlo porque ni siquiera un arcángel lo sabe.
Pero me voy a referir a otras cosas y una de ellas es muy triste. He visto tu triunfo
final sobre Lencia, ese planeta poderoso y espectacular en el que alguna vez puse
tantas esperanzas. La raza era particularmente inteligente, graciosa y pacífica; Lencia
nada más había tenido una guerra en su larga historia, y sólo el pensar en ella
inspiraba aborrecimiento. Sus ciudades eran blancas y limpias, porque su clima
general era templado bajo los rayos benignos de Betelguse, la estrella más brillante
de la constelación de Orión. Aunque variable y múltiple, a veces encendiéndose con
más fuerza que otras, su luz es doradaescarlata, vívida y fructificante. Su beso puede
ser lo mismo feroz que gentil, y así, para esas ocasiones, Nuestro Padre creó nubes
especiales que protegían a las cuarenta hijas de ese sol y su multitud de lunas. ¡Y
Lencia era la mayor de esas hijas, planeta desafortunado, hija agonizante de su padre!
Desde el principio, incluso después de su caída, los hombres de Lencia estaban
sinceramente interesados en el bienestar de sus congéneres, y ésta es la razón por la
que Lencia sólo tuvo una guerra. Como la raza era intelectual, a pesar de ti, sus
artistas, científicos, arquitectos e ingenieros diseñaron las ciudades más elegantes que
yo haya visto jamás, libres de suciedad y contaminación. Ellos atendían sus campos
amarillos, escarlata y violeta con cuidados meticulosos, no sólo para preservar sus
frutos sino para conservar su belleza. Con la luz del sol sus magníficas montañas
puntiagudas se encendían como antorchas dispuestas hacia el Cielo y eran del color
de la sangre brillante. Los mares parecían ser madreperlas líquidas fugitivas, en tonos
suaves, y sus ríos eran púrpura brillante. Aunque se minaba la tierra buscando sus
metales, sus aceites y sus minerales, no se permitía que quedaran cicatrices, sino que
se cubrían con árboles lavanda como grandes rocíos de plumas en los cuales crecían
frutos esféricos de oro o marfil.
No existían manchas malignas de lobreguez, miseria, fealdad, o decadencia en
Lencia, porque los hombres eran trabajadores y dignos, y terminaban con cualquier
ligero horror. Todo debía estar en armonía, sereno, agradable a la vista y al oído, al
tacto y al gusto. Los siglos vinieron y partieron sobre la larga órbita de Lencia
alrededor de su padre, y los niños nacían únicamente cuando eran deseados, porque
los hombres de Lencia eran prudentes y disciplinados por sí mismos. Era muy difícil
creer que Lencia hubiera caído en el pasado, porque todo era hermoso y melodioso, y
los hombres se amaban entre sí.
Esa era tu oportunidad, pues a partir de la calma tú creas furia; a partir del orden
tú creas caos. Sí, es cierto que tú sólo puedes actuar con la ansiosa y anhelante
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participación del hombre, pero aún así yo lo lamento.
Al caer Lencia se prohibió a sus hermanas que la visitaran y ella se encontró sola
entre su familia, porque una vez caída, podía corromperlas. Aun así, te tomó muchos
siglos descargar tu ira contra ese magnífico y encantador planeta. Lo lograste a través
de la virtud misma de los hombres de Lencia, quienes recordaban aún a Nuestro
Padre y no lo rechazaban completamente. Pero cuando se lleva al exceso, la virtud se
vuelve nociva y mortalmente peligrosa.
Como los hombres caídos son inevitablemente orgullosos y desean enaltecerse a
sí mismos, tú les susurraste a los más inteligentes de Lencia que debían gobernarla de
manera absoluta, por su propio bien, forjándose su propio destino y controlando a
todos los demás hombres. Lencia no tenía reyes ni emperadores; sólo tenía repúblicas
gobernadas por hombre tan justos como se los permitía su caída naturaleza. Pero
ahora tú habías inspirado a unos cuantos hombres con el deseo del poder, aunque
ellos no lo llamaban así, sino “trabajar por el bienestar común y la extensión de la
justicia para todos”. Tenían grandiosos planes, pero eras tú quien los había inventado.
Aunque Lencia estaba limpia y el aire era puro, había de todas maneras épocas en que
la luz ardiente de Betelguse calentaba incómodamente las ciudades, quemaba los
campos y secaba los ríos, los cuales siempre eran rescatados por las nubes de Nuestro
Padre, que enviaba la lluvia. Pero ésta, decían los codiciosos de Lencia, era una
solución imperfecta y totalmente natural. Ellos controlarían el clima con el trabajo y
los proyectos de sus científicos e ingenieros, aunque primero tenían que controlar a la
gente, que podría malograr los planes de sus futuros amos si se les daban a conocer
prematuramente.
Los ciudadanos de Lencia siempre habían sido libres, y asumían esta libertad
como un estado natural y nunca se inquietaron ante ningún sueño de perderla, pues
era tan natural como el aire que respiraban; sus gobernantes no hablaban de ella.
Estaba ahí. Pero los hombres orgullosos llegaron a odiar la libertad de todos —y tú
les dijiste que no era natural que sus congéneres inferiores disfrutaran lo mismo que
ellos disfrutaban y con tal complacencia. También, que los hombres de mayor
humildad necesitaban que se les planearan sus destinos en lugar de que vivieran sus
años plácida e industriosamente, de manera espontánea, y remataste con otra frase:
“¡A qué alturas no podría aspirar Lencia si se controla y ordena su futuro! ¿Y quién es
más merecedor de ese control que ustedes, magníficos de intelecto, buscando
únicamente el bienestar de su mundo y de sus hermanos? ¡Cómo los honrarán y se
inclinarán ante ustedes llamándolos salvadores, héroes y benefactores, y
regocijándose en sus tronos!”
Los hombres caídos aman los tronos. Ese es su mayor éxtasis. Sus máximos
deseos son las ceremonias y la pompa. Su sueño es el poder. Así que conspiraron
juntos, ellos y tú. Ciertamente ya habían rechazado la idea de tu existencia, pero igual
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tú eras el más fuerte.
No levantaste ninguna sospecha, y ofreciste a los ambiciosos de Lencia un lema
para esclavizar su planeta: El Gran Destino. ¿Qué hombres no se excitarían al pensar
en un destino único? La gente escuchó. Al reunirse los ambiciosos se le informó a la
gente que había planes importantes en proceso de discusión, y se le insinuaron
historias incomparables. Todos estaban emocionados, y ni en lo más mínimo sentían
temor; aunque no me vieron, caminé entre ellos susurrando advertencias. Muy pocos
se sintieron incómodos y aun ésos carecían de las palabras para expresar su
inconformidad, porque solamente conocían el clima de la libertad. Durante la
medianoche les susurré que se presentarían acontecimientos despreciables, no para
bien, y que ellos debían dar la alarma y expresar su desconfianza. Pero les faltaban
las palabras, y tú tuviste cuidado de que ni siquiera las escucharan.
El primer acto de los destructores de Lencia fue diseñar y hacer realidad un
método para liberar a las ciudades de los “caprichos” de la naturaleza. Los cinco
billones de habitantes asintieron sabiamente, aunque nunca antes habían considerado
a la naturaleza como un enemigo. Pero habían hablado de sus benefactores, y ellos
sabían más que el hombre de la calle… Así que los científicos instalaron vastos
domos de un material vidrioso que circundaran las ciudades y las “protegieran” tanto
de la lluvia como del calor del sol. Los ciudadanos observaron sus prisiones
transparentes levantarse sobre sus cabezas y sus altos edificios blancos, y sonrieron
con satisfacción. Cuando llegaron las tormentas y el fiero calor ocasional, rieron con
placer. Pues ahora bajo los domos había un flujo constante de aire seco y fresco, y los
niños podían jugar sin que los mojara la lluvia, sin que los abrasara el calor, y sin que
los asustaran los relámpagos. Cada uno de los hombres podía ir y venir sin tener que
mirar pensativamente el cielo. Se había controlado el clima.
Sólo aquellos que labraban la tierra y cuidaban de los animales vivían fuera de
esos domos, y como no eran muchos —los hombres de Lencia habían inventado
máquinas que trabajaran la tierra casi solas los destructores no temían a los pocos que
estaban fuera de las ciudades. Ellos sabían que los campesinos son por naturaleza
ingenuos y pacíficos, y que no se les desanima o subleva fácilmente.
Para “proteger” de la enfermedad a la gente, decían los destructores, no debían
nunca dejar las ciudades por el campo nuevamente, pues éste estaba lleno de
“bacterias mortales”. En la ciudad tendrían una vida mucho más larga y sus hijos no
morirían con tanta frecuencia de enfermedades que podían “prevenirse”; sobre todo,
debían considerar a sus hijos, quienes eran de mayor consecuencia para Lencia. La
gente asentía afablemente. Sus ciudades contenían todas las diversiones necesarias y
las calles estaban bordeadas por árboles, había parques y jardines magníficos llenos
de flores donde podían sentarse a descansar en paz, bajo los domos vidriados. Ni
siquiera se sobresaltaron o reflexionaron cuando aparecieron guardias en los límites
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de los domos, y se instalaron puertas de bronce en las nuevas y altas paredes blancas
sobre las cuales descansaban los armazones transparentes.
Así que la gente era prisionera. Pero como todos los prisioneros, exaltaban a sus
carcelarios y los honraban por el “bienestar” que habían llevado a los ciudadanos de
Lencia, con un cuidado diligente por su salud y por sus vidas. Cada una de las
enormes ciudades tiene sus diez hombres —los Consejeros y por encima de esos diez
poderosos se halla el Maestro, la figura más poderosa. Cuando sus gobernantes
dejaban las ciudades en “misiones relacionadas con la agricultura y la mayor
productividad de la tierra”, la gente no sabía que tenían hermosos palacios en la
tranquilidad del campo, donde se reunían todos a tramar más opresión en contra del
inocente y a deleitarse a sí mismos al aire libre y a recrearse con nuevos vicios que tú
les mostraste.
Esto ocurrió en todo Lencia, porque los destructores tienen una sola mente. Las
embarcaciones comerciales llegaban a puerto vacías, excepto por aquellos que las
cargaban y descargaban. Los ríos ya no se veían rojos por las velas de aquellos que
querían divertirse, a excepción de los gobernantes. Los carceleros dijeron: “Es bueno;
es hermoso; es como debe ser. Sólo nosotros merecemos la libertad. Nosotros somos
los Elegidos y nuestros hijos se casarán entre ellos y heredarán lo que hemos
construido para ellos y serán amos y reyes a su tiempo, y a su tiempo la gente se
inclinará ante nuestros hijos y nuestras hijas y los obedecerán sumisos, como ahora lo
hacen con nosotros sus padres. Nosotros mantendremos pura nuestra sangre de la
vulgaridad de nuestros esclavos y seremos otra raza, no maculada por ninguna
debilidad del cuerpo o de la mente, y con el tiempo nuestros rasgos serán muy
diferentes de los rostros de aquellos a quienes gobernamos.”
La libertad se ama solamente cuando se pierde. Los pocos en Lencia que se
habían sentido incómodos desde un principio, pero que carecieron de las palabras,
gritaban ahora que el mundo había sido traicionado, la libertad estaba muerta, y que
la gente, si habrían de sobrevivir como hombres y no como animales encadenados,
debía levantarse por su propia fuerza, deponer a sus amos y liberarse de los domos
estériles que eran su feliz prisión. Debían tener libertad para ir y venir según su
voluntad y no bajo las órdenes del Elegido.
Pero era demasiado tarde. Los denunciantes de la libertad fueron secuestrados y
asesinados en silencio, porque los gobernantes estaban siempre alertas a estos casos.
Se les dieron sus nombres como infamia a la gente. Ellos iban a detener el Gran
Destino de Lencia. ¿No estaban más seguros sus hijos y aumentaban en número
porque no sólo había comodidad, tranquilidad, orden y felicidad en sus ciudades, sino
que casi había desaparecido la enfermedad? ¿Alguien sufría por el calor o temía
todavía a las tormentas? “Es cierto —dijo la gente; los denunciantes eran nuestros
enemigos.” Sólo sus familias los lloraron, y por temor no hablaron.
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Después de esto los gobernantes se movieron más y más deprisa. La gente no
debe andar en las calles —por su propio bien después de cierta hora. Ya no habría
más elecciones, ni siquiera de los Diez, porque los Maestros, con su sabiduría
suprema, los elegirían. Era un ahorro de dinero. Ya no se iba a disputar sobre la
posesión de la tierra y así no habría confusión entre los ciudadanos. Todo se decidiría
y planearía, por su bienestar, en los lugares secretos del planeta. Como todos debían
trabajar por el Gran Destino, a cada hombre se le asignaría su trabajo de por vida y no
podría dejarlo. Aquellos más sabios que él decidirían lo que tendrían que hacer por el
beneficio de todos. Los sabios sólo deseaban paz y plenitud, progreso y satisfacción
para su gente. Habría Consejos en los cuales ellos elegirían las parejas de los hombres
y de las mujeres “por razones genéticas, para mejorar la raza”. No se permitiría el
matrimonio sin la autorización de los gobernantes y se decidiría el número de hijos
para cada familia. La gente se sentía un poco insegura sobre esto y hablaba entre ella
en voz baja, aun cuando ignoraba que la intención de los gobernantes era permitir que
solo los naturalmente dóciles, humildes y menos inteligentes de entre las masas se
reprodujeran, asegurando de esta manera y para siempre sus propios privilegios y los
de sus hijos.
Sólo se necesitó un cuarto de siglo para imponer la esclavitud en Lencia. Aunque
yo caminé entre los ciudadanos, con diversas apariencias, y los exhorté, estaban
paralizados y asombrados por la finalidad de la suerte que se habían buscado a sí
mismos. Con tu conspiración, pues tú les dijiste que eran verdaderamente libres, que
nada los amenazaba, que se había planificado el futuro por ellos, y que no debían
sentir incertidumbre o duda. Que aceptaran su Gran Destino con corazones llenos de
gratitud para disfrutar de una larga vida de felicidad, trabajo y placer ocasional. ¿No
los amaban los Maestros?
Pasaron dos siglos, y ocurrió como los Maestros lo habían planeado. Sus propios
hijos no se parecían más a los hijos de la gente, porque sus uniones matrimoniales
habían sido cuidadosamente arregladas por sus padres para que realzaran las
cualidades deseables de belleza, fuerza, inteligencia y salud. Ellos no hablaban el
idioma de los ciudadanos corrientes; de hecho, sólo los veían cuando pasaban en sus
vehículos cerrados hacia sus hermosas propiedades localizadas fuera de las ciudades,
y los consideraban como bestias que sólo habían nacido para servirlos —lo que era
muy cierto. Y así declinó la calidad de la gente de Lencia, y su naturaleza se hizo
cada vez más simple y brutal porque no tenía acceso a la educación, y moría antes
que sus Maestros porque había sido criada a partir de la debilidad para que no
nacieran o sobrevivieran muchos de sus ciudadanos. Los Maestros habían decidido el
número deseable de gente que debería habitar en Lencia.
Todos estaban tranquilos. Afanosos, casi en silencio, obedecían y nunca
conocieron la dulzura de la lluvia o la grandeza de la tormenta, y nunca dejaron sus
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ciudades hogar y no conocieron el resto del mundo (que era tan esclavo como ellos
mismos). Trabajaron y disfrutaron muy poco el fruto de su trabajo; no conocían las
artes. Sus ciudades tumba eran antisépticas, y por eso nunca sintieron la fragancia de
los vientos o el calor del sol fructificante. Eran bestias de carga bien cuidadas y
cómodas, y ése era su castigo. La libertad es la Ley de Dios, y había sido
aborreciblemente violada.
Pero tú no estabas satisfecho. Pensaste en guerras entre los Maestros, pero ellos
estaban muy contentos con sus vidas. Pensaste incluso en inspirar violencia entre la
gente, pero estaban demasiado esclavizados. Lo que no pudiste hacer en tres siglos, lo
hicieron por ti a partir del ultrajado corazón de la naturaleza misma.
La gente del planeta sumaba unos cinco mil millones. Los hijos de los Elegidos,
los científicos, los artistas y los profesionistas que los servían, sumaban menos de dos
millones. Como cada vez más máquinas cultivaban la tierra, los campesinos habían
disminuido a unos cuantos miles, y nunca se les permitía entrar a las ciudades. Las
vidas que ellos vivían eran tan vacías y tan desesperanzadas como las de la gente de
las ciudades y los pueblos. Durante tres siglos no se les había dado educación, pues
también ellos habían sido criados para servir. No disfrutaban de diversión ni
recreación alguna, y si volteaban a ver las ciudades todo lo que veían era un escudo
de vidrio redondo, sellado para impedir el acceso a ellas. Así, sólo sabían que las
ciudades devoraban sus frutos, granos y carne, a cambio de un puñado de plata y una
mirada de advertencia. Ya habían aprendido a no hacer preguntas.
Pero llegó el día en que los tomadores del censo se sintieron intrigados. No
habían nacido niños en el campo ni en las ciudades de Lencia durante dos años, a
excepción de los hijos de los Elegidos. Pasó otro año y otro, y las cuadras de los
hospitales donde nacían los niños estaban vacías. Se exigía una investigación. ¿Quién
era el criminal que había inducido a la gente a no procrear más? Pero no había ningún
criminal como no fuera la naturaleza misma, que no podía soportar la esclavitud de
todo un planeta que alguna vez había sido libre. Ningún investigador se formuló la
pregunta trascendental: ¿puede llegar el momento en que la gente esté tan abatida, tan
sin estímulo, y tan sin motivo para vivir, que sus impulsos reproductivos ya no
respondan? ¿Puede la vida misma perder su valor a tal grado que el mismo instinto
muera? Ningún gobernante de ningún planeta se ha hecho a sí mismo esta pregunta
alguna vez, pero es una pregunta inexorable que explica la muerte de muchas
civilizaciones en los universos.
Pasaron diez años y, a excepción de los hijos de los Elegidos, ningún niño nació
en Lencia, y pasó otra década y las ciudades y el campo no escucharon más voces
infantiles. Los ancianos murieron. La población empezó a decrecer. Los Elegidos se
alarmaron grandemente: “¿A quién van a gobernar nuestros hijos y quién los va a
servir si la gente ya no procrea?”, se preguntaron uno al otro. Nunca se les ocurrió la
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respuesta obvia. Algunos pensaron que podía haber sido la envoltura vidriada de las
ciudades, que había impedido que el sol llegara hasta la gente. Algunos médicos
declararon que las ciudades prisioneras, protegidas del sol, perdían rayos que eran
fuente de vida, lo cual pudo haber sido la fuente de la esterilidad de los órganos
reproductivos.
Algunos sugirieron que se levantaran los domos de vidrio durante algunas horas
al día, para que los rayos misteriosos llegaran a los cuerpos de la gente. Pero se hizo
una objeción muy seria. Si la gente sentía el aire de fuera y la libertad, ¿quién podía
decir que no se rebelaría? La libertad, aunque sea poca, es peligrosa, como han
descubierto ciertas naciones de Terra, y como han descubierto también miles de otros
planetas.
Algunos de los Elegidos exhortaron a la gente de Lencia para que procreara, “por
el bien de nuestra vida y de nuestra existencia”. Los ciudadanos escucharon
confundidos, pues ni ellos mismos sabían por qué se acercaban al lecho matrimonial
tan faltos de ánimo, y por qué ninguna relación daba como resultado un hijo.
Entonces se vertieron en las aguas de las ciudades algunas sustancias químicas que se
decía estimularían la capacidad de reproducción de las personas. También se
instilaron las sustancias en cuestión en los alimentos que llegaban a las ciudades, pero
la gente seguía sin procrear. En hordas fue llevada ante los médicos para ser
examinada, pero todos se veían moderadamente saludables, aunque bastante más
bajas de estatura que los Elegidos, y muy dóciles y humildes. Los médicos
observaron que sus voces eran lerdas y pesadas, sus ojos no denotaban comprensión,
y sus cuerpos estaban flácidos por tanto trabajo. Se prescribieron medicamentos y el
gobierno emitió advertencias de que se consideraría un gran crimen si la gente no
obedecía. Pero los niños no nacían, sino sólo de los Elegidos. Se disminuyeron las
horas de trabajo y se mejoró la alimentación; los intoxicantes que se habían negado a
la gente durante tres siglos se les dieron; se fabricaron drogas en cantidades masivas.
La gente no procreaba. En los deprimentes hormigueros en donde ésta vivía ya no se
oían voces de niños, y los adultos olvidaron que alguna vez hubiera habido infantes.
Todos envejecieron. Desde antes de nacer se había decidido que no vivieran más de
cincuenta órbitas alrededor del sol, aunque los Elegidos vivían cien. Había millones
de funerales, pero ni un solo nacimiento, excepto entre los Elegidos.
Los gobernantes se reunieron para discutir tan alarmante situación, y tú te
encontrabas entre ellos riendo en silencio. Se sugirió incluso que los hombres de la
clase elegida fecundaran por la fuerza a las hembras del pueblo para que les criaran
esclavos, por la seguridad de sus majestuosos hijos. Las fábricas y el campo
mostraban ya los efectos de la población que disminuía ¿Quién serviría, alimentaría,
mimaría y atendería a los hijos de los Elegidos en las generaciones futuras? Muchos
de ellos estuvieron de acuerdo en secuestrar a las hembras más jóvenes de la
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población con el fin de procrear, pero se levantó un grito: “¡No debemos corromper y
degradar nuestra sangre imperial!” Hubo incertidumbre. Sin embargo, tenía que
hacerse, y sin duda tú te divertiste con la presteza con que los Elegidos anduvieron
por las ciudades y el campos para elegir a las hembras con quienes se acostarían. Las
mujeres no se resistieron, ni los hombres. No tenía caso. Pero las mujeres no
procrearon.
La libertad no es divisible. Por fin, las mujeres de los Elegidos también dejaron
de procrear, y en sus cuerpos y sus corazones se introdujo la desazón. Se recurrió a
medidas desesperadas sin ningún resultado. Fue un reto para los físicos y los
científicos, hasta la desesperación. Y la población decayó pausada e
implacablemente.
Ahora todos son viejos y decadentes en Lencia, y el lugar es un desierto. Desde
hace mucho se retiraron los domos de las ciudades, pero el floreciente sol no tiene
ningún poder para estimular el proceso de vida. La gente ya no respondió a su
repentina libertad. En verdad, se quejaron molestos porque las lluvias los mojaban, el
sol los quemaba, los vientos les daban frío y los relámpagos los asustaban.
Imploraron a sus Maestros que los protegieran de nuevo. Al final, los Elegidos
aprendieron demasiado tarde que la libertad por sí misma es fuente de vida y que los
hombres no se meten con los corazones, almas y cuerpos de otros hombres sin los
resultados inevitables y letales, y que al “proteger” a la gente de las fuerzas de la
naturaleza las condenan a la muerte. Para que florezcan las almas de los hombres
debe haber adversidad, lucha, ansiedad, incertidumbre y esperanza. El temor a un
futuro peligroso deberá motivar constantemente a los hombres no sólo a sobrevivir,
sino a vivir, reproducirse y construir. Si el temor se retira, entonces se retira, entonces
se retira la vida. Como tú lo has señalado, Lucifer, la seguridad contra la tormenta y
la adversidad es una invitación a extinguirse. ¿Cuándo aprenderán los gobernantes de
los planetas esta terrible verdad por sí mismos, antes de que haya pasado el tiempo de
corregir?
¿Cuándo aprenderá esto tu más odiado planeta, Terra? Cuando los hombres son
tratados como niños, y se les niega la competencia y la búsqueda, y se les
sobreprotege, mueren. Es la ley de la vida.
Las treinta y nueve hermanas de Lencia han estudiado este fenómeno desde lejos,
y se han jurado una a la otra que entre ellas nunca se restringirá la libertad. Observan
la muerte de su planeta hermano y, suspirando, esperan el día en que desaparezca la
vida, excepto la animal, y en que tomarán para ellas el planeta y recordarán la lección
que han aprendido.
¿Lo harán? ¿Convertirán en un infierno su planeta como lo han hecho multitudes
antes que ellas?
Ay por Lencia. Si su muerte fuera una advertencia para todos los demás, entonces
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no habrá muerto en vano. Pero los hombres, según has observado muy ciertamente
antes, rara vez aprenden de la experiencia y de la historia.
Regocíjate, si así lo deseas, por el fin de Lencia la Hermosa. Pero yo dudo de que
te regocijes.
Tu hermano, MIGUEL
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SALUDOS
a mi hermano Miguel, quien él mismo, ay, ¡no aprende nunca de la historia de los
hombres!
Estoy afligido, no por la muerte de Lencia la Hermosa, sino por tu pesar. ¡sin
duda tienes un corazón muy tierno para las despreciables razas! Yo me regocijo, no
me aflijo, de que otra vez he probado que tengo razón y Nuestro Padre está
equivocado. Hay mil caminos hacia la muerte y solamente uno para la vida, pero los
hombres buscan infatigablemente los caminos de la destrucción. Si no estuvieran tan
inclinados por su misma naturaleza, no me escucharían a mí. Lencia ha muerto, no
por la guerra, como han muerto tantos otros planetas, sino a través de los
obstaculizantes caminos de lo que ella llamo paz y seguridad. Yo, de nuevo, sólo
sugerí, pero los hombres de Lencia habrían podido rechazarme.
Estoy profundamente interesado en lo que he percibido sobre el Cielo, donde
parece que últimamente hay frenéticas idas y venidas, y no todas las caras se ven
contentas. ¿Qué es lo que presagia? Yo recuerdo Su profecía, y por lo tanto estoy
alerta a cualquier movimiento en el Cielo.
¿Será posible que el Cristo se vaya a degradar a Sí mismo otra vez ante el hombre
de Terra? Yo lucharé contra esa posibilidad con todos mis poderes. Custodiaré a Su
Majestad. Ya he iniciado el proceso. Hasta hoy, naciones enteras, por primera vez en
la historia de Terra, declaran: “¡Dios está muerto!” Esta fue alguna vez sólo la
provincia de unos cuantos hombres cínicos e ilustrados, quienes apenas se atrevían a
hablar por temor a los supersticiosos y a los creyentes. ¿No murió Sócrates por algo
similar, aunque muy leve? Él habló de “Dios” y no de dioses, y por ello fue
ejecutado. Los ignorantes lo consideraron un gran criminal. Era sin embargo un
hombre fiel a su noble idea. Pero los hombres de Terra, por millones incontables, no
son ni sabios ni fieles. Ellos proclaman con sus caras redondas y desafiantes: “¡Él no
existe!” o “¡Nuestra antigua concepción de Dios estaba equivocada y debemos buscar
una Nueva Definición!”, e incluso anuncian que Dios parece haberse desaparecido de
los asuntos de los hombres; por lo tanto, Él ya no es poderoso, si es que alguna vez lo
fue. (Esa es sugerencia mía, como tú sabes.)
Es como si las hormigas, que nunca habían visto al hombre sino que sólo habían
oído rumores sobre él, declararan que puesto que ellas no lo han visto, no es posible
que viva. Otras hormigas habían percibido la estatura del hombre y habían escuchado
el trueno de su paso (así lo dijeron), pero como tampoco estas hormigas habían visto
ni oído, el mito no era válido.
Para mí, una hormiga honesta y trabajadora vale lo que un mundo entero de
hombres, porque la hormiga labora sin cesar de acuerdo con su buen instinto, nunca
holgazanea, no se entrega al vicio o la depravación, y es fiel a su sólida naturaleza. Si
una hormiga dijera: “No existe el hombre”, yo me sentiría inclinado a creerle, porque
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las hormigas son sensibles, nunca mienten, y su opinión sería valiosa. Hasta hay
ocasiones en las que yo mismo me permito soñar que no existen los hombres.
Mi enojo es tu satisfacción, pero como somos hermanos, te voy a confesar que no
estoy teniendo completo éxito en mi campaña para que toda Terra declare que “Dios
está muerto”. (¡Pero lo tendré!) Fue decisión de Nuestro Padre que los hombres
tuvieran libre albedrío; eso aseguraba por tanto que Él no iba a interferir.
Pero para resentimiento mío, tan pronto como hice que millones gritaran: “¡Dios
está muerto!”, millones de los tibios se interesaron y empezaron a examinar sus
conciencias y a preguntarse a sí mismos: “¿Está muerto en realidad?” Hasta aquellos
que jamás habían creído en Él se sobresaltaron con el estruendoso grito de negación,
y examinaron sus corazones. En toda Terra, por primera vez en su detestable historia,
los hombres ahora no sólo niegan a Dios, sino que Lo están redescubriendo o
encontrando cuando nunca siquiera lo habían buscado, y no debieron haber empezado
nunca la búsqueda si no hubiera sido por mis propios condenados. ¿Considera
Nuestro Padre que esto es mantener Su palabra de que Él nunca interferiría
abiertamente con el albedrío del hombre? Nosotros siempre nos hemos tratado uno al
otro con cortesía y franqueza. Encuentro ofensiva y sorpresiva su actual e insidiosa
intervención. Me pregunto a mí mismo con exasperación y furia: ¿por qué continúa
Él manifestando Su interés y Su amor por estas repugnantes criaturas cuando les ha
permitido a planetas más grandes y más espléndidos desear su ya cumplida muerte?
Esta se ha convertido en una guerra injusta entre dos guerreros corteses. Yo no me he
desviado de mi curso, pero parece que Nuestro Padre sí lo ha hecho, y esto es
incomprensible. Preséntale mi queja, Miguel, porque es justo.
No va a tener éxito, aunque ya haya invadido los corazones de millones que
nunca lo conocieron antes y nunca les importó si Él existía o no. Tú dirás que este
resultado extraordinario es mi propio quehacer y no el de Nuestro Padre, pero eso no
es correcto. Yo siento muy agudamente su presencia y la Sombra de Su Espíritu en
Terra.
Por eso, aunque tú jures no tener conocimiento de lo que está conformándose en
el Cielo, yo recuerdo las profecías de Su Hijo y de los profetas, relacionadas con los
últimos Días, cuando el Cristo venga de nuevo a Terra y “se hagan nuevas todas las
cosas”. Y recuerdo también que en esos días se presentará la gran calamidad que yo
estoy proyectando, que destruirá cientos de millones de hombres y a su planeta junto
con ellos.
Yo mantengo mi palabra, aunque parece que Nuestro Padre no lo hace. Basta.
Insistiré en mi promesa de hacer de Terra una masa de cenizas y fragmentos entre
Venus y Marte, como hice fragmentos de Justia entre Marte y Júpiter. ¡Qué día tan
glorioso fue ése, cuando los hombres de Justia hicieron explotar su planeta! ¡Qué
fogata se encendió en el sistema solar! Fue tan intensa, que se quemaron los bosques
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de Marte, y los océanos y los ríos hirvieron y se convirtieron en vapor aunque el
hombre todavía no lo había habitado. Terra, inhabitada, tembló en su órbita, en medio
de sus nubes y hielo, y dejó una cicatriz escarlata en Júpiter, y Venus, entonces
poblada de hombres, miró hacia los cielos y dijo para sí: “¡Qué visión tan maravillosa
y aterradora!”
En menos de cien siglos tuve éxito con Justia, cuya gente era casi tan estúpida y
pasiva como la de Terra. Tendré éxito con Terra también. No estoy satisfecho con el
arma imperfecta, si es que mortal, que les he dado a sus hombres, y que a pesar de
mis esfuerzos está siendo conocida. Mis científicos están inventando otra arma con
mayor poder de destrucción. Si Nuestro Padre continúa interfiriendo, aun cuando una
vez prometió no hacerlo, y deja al hombre hacer uso de su libre albedrío, entonces yo
apresuraré mis planes de manera que Él sólo vea fragmentos encendidos y ningún
mundo, y no habrá hombre vivo que anuncie al Cristo, si es que Él todavía tiene
intenciones de visitar esa tierra.
Bueno, pasaré a asuntos más ligeros. Ambos conocimos a un hombre de Terra a
quien nunca en su vida le preocupó si existía o no Nuestro Padre, y jamás se interesó
en dilucidar esa cuestión. Yo lo consideré mío. Él no había perdido la Fe; sólo que no
tenía Fe. Inexplicablemente, a pesar de mis esfuerzos era también un buen hombre,
justo, gentil y honorable en todos sus tratos, piadoso, bueno y tranquilo. Por razones
que nunca pude entender, Nuestro Padre no le confirió la Gracia de la Fe, así que yo
contaba con esa alma. Pero cuando murió voló directamente al Cielo, y Nuestro Padre
exclamó: “¡Bienvenido, hijo mío!” No, no entiendo.
Pensé divertirte relatándote un episodio que me resultó muy gratificante.
En Terra hubo un joven dueño de una belleza diabólica, pero más que eso, era un
físico y astrónomo de poderes formidables, muy estimado en esa sección que los
hombres llaman los Estados Unidos de América. (¡Cómo les gusta a los hombres
dividir sus planetas en secciones y darles apelativos curiosos!) Las mujeres lo
adoraban, aunque él no las adoraba a ellas. Orgulloso de su enorme intelecto,
colmado de honores por su gobierno, hombre de muchos lenguajes y muchos
conocimientos, también era ciego y descartaba lo que él no creía que pudiera existir.
En suma, a pesar de su inteligencia, era tan estúpido como sus congéneres.
Infortunio eterno para él, tuvo un accidente, y a su tiempo se le condujo a mi
tenebroso palacio en la sección más lóbrega de mis infiernos. A mí esos hombres me
fascinan, y me provocan infernalmente, y por lo tanto dispuse que yo en persona lo
recibiría. Me senté sobre mi trono de perla y ébano, y fue conducido ante mí a través
de las largas, siniestras y silentes filas de mis demoníacos cortesanos. Al pie del trono
se detuvo y se me quedó viendo con incredulidad.
Estoy soñando dijo al fin, y luego miró sus manos heridas y tocó su cara
ensangrentada.
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De hecho dije con toda cortesía, un sueño que no termina nunca.
Entonces se volteó y vio la doble fila de mis cortesanos: ellos lo miraron con
gravedad bajo la sombra negra y escarlata de sus alas sobre el cielo abovedado de mi
habitación imperial y sobre las paredes negras pulidas y sobre el brilloso piso negro
de mármol. Vio el resplandor blanco de sus caras diamantinas, el odio congelado en
sus ojos alucinados. Se estremeció y me miró.
Esto no existe dijo; estoy soñando. Pronto voy a despertar. Yo le contesté:
Ya nunca más despertarás, Hombre; nunca más dormirás, pues has llegado a tu
morada eterna. ¿Me conoces, Miguel Edgor?
Tu voz me es familiar dijo y sonrió con esa urbanidad que sólo conocen los
hombres de esta clase; pronto me acordaré. Eres muy impresionante, debo admitirlo,
y muy hermoso. No eres lo que yo había esperado.
¿Entonces me esperabas? El dudó.
No, no te esperaba. Ciertamente estoy soñando. Tú no existes; nunca exististe,
como nunca existió Dios. Yo le sonreí, y escuchó a lo lejos un estrépito repentino y
fuerte, un clamor que lo hizo saltar. Yo esperé a que hubiera menguado.
Si yo existiera, y no existo de acuerdo a ti, Hombre, ¿qué nombre me darías?
Él dudó de nuevo, y sonrió haciendo un gesto:
Oí hablar de ti en mi niñez, a mi dulce madre y a mi pastor. Eso fue hace muchos
años.
Yo me empezaba a impacientar.
¡Mi nombre, Hombre! Se sintió apenado.
¿Lucifer? ¿Satanás?¡Vaya, esto es absurdo! Estoy hablando con un sueño.
Este es tu sueño. Miguel Edgor, no el mío. Estás sangrando, ¿verdad? Esa es tu
única memoria del accidente que te mató en una vía pública, aunque, dicha la verdad,
no deberías sangrar porque las almas no sangran. Te ves asombrado. Pensaste que tú
no poseías un alma, ¿o no? Tristemente para ti, la tienes, y de hecho es tu alma la que
se para ante mí ahora. Mira tus manos de nuevo.
Durante un largo momento no pudo retirar sus grandes ojos oscuros de mí; luego
miró sus manos y se asombró. Sintió sus propios dedos y dijo de nuevo:
Esto es absurdo. Siento mi carne, mi carne tangible, sin embargo tú aseguras que
soy un alma.
Sientes tu carne espiritual, y me vas a comprender cuando te diga que es de una
longitud de onda eléctrica diferente y más tenue que tu cuerpo anterior, del cual fuiste
lanzado por la fuerza hace una hora, en tu tiempo. De aquí en adelante te dirigirás a
mí como Majestad. Dime, Hombre, ¿recuerdas tu muerte?
Estoy soñando dijo, para mi aburrimiento; sí, recuerdo que iba deprisa. Estaba
cruzando la Avenida Massachusetts en Washington, y tenía varios asuntos en la
cabeza; y luego sucedió. Me vi a mí mismo volando por los aires.
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¿Y luego?
Otra vez sonreía, divertido y distante.
Oscuridad, Majestad respondió y burlándose dobló su rodilla en parodia de una
genuflexión; entonces, de repente, vi que tenía compañía, extraña y silenciosa, y
estaba tumbado sobre la calle, sin moverme y sangrando. Por supuesto era sólo un
sueño. La calle, los edificios blancos al sol, el tráfico, parecían borrados y
distorsionados como si hubiera niebla; pero la compañía que me rodeaba (parecida a
estos que ahora veo aquí, pero más pequeños) podía verse con gran claridad. Ellos me
levantaron aunque yo todavía estaba estremeciéndome hizo una pausa. Vi mi cuerpo
sobre la calle, vi sombras que se reunían a mi alrededor, y fui levantado contra mi
voluntad. Fui traído aquí, Majestad de nuevo hizo una genuflexión.
¿Y crees que estás soñando? Se sintió ofendido.
¡Por supuesto que estoy soñando! Estoy o en mi cama o en un hospital. En
Washington. ¿Me habrán drogado y por eso tengo esta pesadilla? Me debo haber
lesionado muy seriamente.
Tu cuerpo murió. Fue aplastado, y tu muerte fue instantánea. Tu carne destrozada
yace en la morgue de un hospital, esperando la llegada del único pariente que te
queda, un hermano que te desprecia por lo que fuiste y eres. Tu cuerpo será cremado,
tus cenizas serán enterradas entre extraños; pero tú, tú mismo te quedarás conmigo
para siempre. Te prometo muchos deleites, como esos delicados que tú prefieres, y un
placer eterno, o un dolor eterno, si eso deseas. Disfrutaste el placer de las
flagelaciones a manos de hombres jóvenes como tú. ¿no es así? Mis demonios van a
gratificar ese placer a través de todos los eones sin fin. También disfrutaste ciertos
platillos y vinos. Son tuyos por toda la eternidad. Te gustó la conversación
intelectual, y la compañía de los científicos. Eso también es tuyo. Te agradará
encontrar científicos de otros miles de mundos, con tu misma forma de pensar pero
mucho más inteligentes y evolucionados. No estarás limitado por la carne, el tiempo
o el espacio, ni por ningún otro impedimento. ¿Lo estás disfrutando?
Estoy soñando, Majestad río un poco. No hay otros mundos aparte del mío. Lo he
dicho repetidamente. La tierra es el único planeta habitado entre la lluvia de soles y el
flujo de telarañas de universos. Yo he escrito libros sobre el tema, para confusión y
decepción de los sentimentales a quienes les gustaría creer en un Dios omnipotente,
que no existe, un Dios de poder y gloria e interminables mundos y galaxias. Yo
admito las galaxias, pero nunca los mundos. Las probabilidades en su contra…
Son infinitas. Yo lo sé, Hombre. Yo puse en tu boca esas palabras. Les doy
siempre a los hombres las palabras con las cuales expresar su estupidez, su
arrogancia, sus pasiones y sus deseos. Son bastante elocuentes, como fuiste elocuente
tú. ¿Qué fue eso dentro de ti que insistía en que tu miserable pequeña migaja de polvo
y lodo era el único mundo habitado por tu raza?
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Él pensó. Estaba sumamente divertido.
Nosotros somos un accidente que no podría repetirse a menos que existiese
exactamente las mismas condiciones materiales, y tal probabilidad…
Está más allá de la razón. Yo mismo no soy muy inteligente, por eso puedo
entender tu argumento. Sin embargo, no has contestado mi pregunta.
Por primera vez pareció estar intranquilo. Miró de nuevo a mis silente filas de
cortesanos, y pasó sobre él un pequeño estremecimiento. Pero es un hombre al que no
le falta valor y dijo:
A mí me ofendía intelectualmente pensar que hubiera más como yo en otros
mundos. Soy único y estoy solo. No soy duplicado, ni existen duplicados de mí.
En suma, eres orgulloso. Oh sí. Compartimos juntos esa gran cualidad. Déjala a
un lado. ¿Qué escuchaste sobre mí, Hombre, en tu infeliz tierra, cuando eras un niño?
De nuevo estaba apenado, pero trató de reír.
Yo escuché el mito de que tú fuiste una vez el más grande arcángel de todos ellos,
con poderes y dominios, y que tú…
¿Sí?
El tosió.
Me siento ridículo. Que tú… caíste. La razón no está muy clara.
Yo dije:
Caí por la razón de que cuestioné su existencia. Yo tenía razón. Él estaba
equivocado.
Se sintió confundido.
¿Quién es “él”?
El Dios que has negado toda tu vida, a causa de tu sofisticación infantil y de tu
intelecto de idiota.
Por primera vez se vio en él una señal del horror de la incredulidad. Yo no lo
había horrorizado, pero el pensar en la existencia de Dios lo distrajo. A mí me podía
aceptar, su sueño o no; pero no podía aceptar a Dios, como tú sabes, Miguel, ése es el
infierno más grande para mis condenados: la comprensión final de que Nuestro Padre
existe.
El tartamudeó:
¡Ahora sé con certeza que estoy soñando, en la cama de mi departamento o en un
hospital! Porque no hay Dios.
De nuevo llegó hasta nosotros el airado clamor; él escuchó y se acobardó, porque
eran las voces torturadas y tronantes de mis demonios, los que habían caído conmigo.
Hasta él no lo podía soportar, porque es el sonido más espantoso de todo el infierno.
Puso sus manos sobre sus oídos hasta que hubo aminorado.
Luego dijo:
¿Por qué aúllan así, tan sombríamente?
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Porque tú niegas lo que ellos saben que es verdad, y que les causa agonía
recordar. No provoques a mis demonios indebidamente, porque pueden ser muy
crueles.
Pero él estaba reflexionando y encogiéndose.
Yo recuerdo… en mi sueño, antes de que estas imágenes de ensueño se
apoderaran de mí, mi instinto me decía que me levantara y volara hacia arriba…
Ciertamente. Era el instinto de tu alma volar a las Manos de Él, Quien te creó. Es
el instinto más profundo del alma. Pero tú has perdido ese santo derecho, que te fue
dado en el momento de concebirte. Eres sólo un hombre y te compadezco. Si yo te
hubiera creado hubiera tenido más compasión, y te habría dado la total extensión en
tu muerte carnal, el sueño y la oscuridad eternas. Por lo tanto, tienes derecho de
maldecir a Dios, por hacer inmortal tu alma. Hazlo, si quieres.
¿Maldecir a Dios?
Si así lo deseas. No serás el primero, ni el último, en la carne o en el espíritu.
Pero Él no… se detuvo, por temor al terrible clamor.
Todavía es tu privilegio negarlo. Te va a sorprender reunirte con las multitudes
que aún lo niegan, pero que ya no me niegan a mí.
Me levanté y mis cortesanos se inclinaron ante mí, y el hombre retrocedió sin
retirar sus ojos de mí.
Ven le dije; camina delante de mí y verás.
Tengo miedo dijo en voz baja; por primera vez en mi vida siento temor. Sólo es
un sueño, pero estoy aterrorizado. En el nombre de Dios, ¡déjame despertar!
Él ya no te puede ayudar dije; no uses Su Nombre aquí, si hay alguna piedad en ti,
lo cual dudo. Tú no tuviste piedad para tu mundo; sería extraño que la experimentes
aquí.
La idea de que cualquiera de mis almas sienta piedad o compasión es mi propio
temor secreto. Por que son emociones divinas, y no pueden ser contempladas aquí.
Mi temor obsesivo es que ellos pudieran hacer un sendero, pero eso es imposible.
Él no se movió y sus ojos se habían vuelto salvajes.
Si tú existes, lo que no es probable por supuesto, entonces Él…
No viene al caso dije, como lo he dicho millones de veces antes. Olvidémonos de
Él. Tienes mucho que ver, y muchas maravillas que descubrir en mis dominios, en los
cuales morarás por siempre.
Sentí placer al conducirlo personalmente por mis infiernos. Él parpadeó ante luz
fuerte y caliente de mi hermosa ciudad, y escuchó la música y las voces de multitudes
incalculables. Dijo una vez:
Ellos no ríen. —dije.
La única risa en el cielo es la mía y de mis demonios. Sin embargo, aquí hay
todos los deleites, y (por supuesto todavía estoy soñando) juventud eterna.
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Todo es delicia. Juventud inmortal. Las almas no cambian, ni envejecen ni sufren
enfermedad, ni tienen necesidades corpóreas. Observarás que aunque la luz irradia
aquí con mucha mayor brillantez de lo que irradió alguna vez en tu tierra, no hay sol,
y tú no haces sombra. Yo soy el único en el infierno que tiene sombra. Observa.
Él vio mi sombra negra sobre el mármol nevado de mis calles, y eso pareció
asustarlo más que ninguna otra cosa, pero no sé por qué. Levantó sus ojos a lo que
creía que era el cielo, pero sólo vio una blancura protectora.
No hay noche, en el Cielo ni en el infierno dije; en el Cielo hay oportunidades de
bendito descanso y de retiros quietos y verdes, contemplaciones y tranquila
bienaventuranza. Pero en el infierno no hay nada de eso. Tú fuiste siempre una
criatura incansable, desde el nacimiento, rebosante de deseos, pensamientos, planes,
ecuaciones y fórmulas, y yo te hice mío desde la cuna. Nunca estabas en paz, ni en tu
corazón ni en tu mente; como yo, corrías de aquí para allá sin cesar. Este es el
ambiente propicio para ti, porque aquí no hay descanso sino sólo procacidades.
Lo vas a disfrutar.
Pensó que todavía estaba soñando, y se paró en el centro de mi ciudad estudiando
el cielo.
No hay sol, sin embargo hay más claridad que al mediodía dijo.
Es una luz que no falla nunca. Es la luz de mi espíritu le contesté. ¿No lo sientes?
Chamusca, pero no calienta. Ilumina, pero no alumbra. No te podrás liberar de ella
nunca, a menos que elijas mis reinos más oscuros que construyeron los hombres a
partir de la oscuridad de sus almas.
Al caminar a través de la ciudad mis multitudes se inclinaban ante mí y mis
heraldos anunciaban mi paso con trompetas. El alma recién llegada miraba
asombrada, pero parpadeaba y observaba en el mayor silencio. Mis condenados
pensaron que debía ser algún príncipe, porque es raro que yo camine junto a un alma.
Se le quedaban viendo, interrogando con sus ojos carentes de vida.
Se ven iguales; es difícil discernir ningún rasgo particular dijo Miguel Edgor.
Tú también tienes sus rostros le dije, el mal tiene un solo modelo.
No sé lo que quieres decir con mal protestó, abstrayéndose de las multitudes. No
hay ni bien ni mal. Son términos relativos y subjetivos apropiados solamente a la
ocasión inmediata, a la necesidad o a la intención.
¿Qué consideras tú que es el mal? le pregunté. Pensó. Por fin dijo:
La ignorancia.
Pero tú fuiste el más ignorante de todos, Hombre. Negaste lo que era manifiesto.
Viste las complejidades gloriosas de la naturaleza, las leyes inmutables, y negaste al
Regulador, al Diseñador. Pudiste haber estado ciego, para todo lo que en verdad viste
de las estrellas. Pudiste haber sido sordo, por todo lo que en realidad oíste de la
armonía eterna de la creación. El niño más pequeño en brazos de su madre sabe más
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sobre la vida que lo que supiste tú alguna vez.
No he hecho nada con malicia intencional dijo, deteniéndose ante un amplio
mercado de tesoros innumerables, pero sin verlos en realidad.
Cierto. Eras demasiado aburrido para ser malo. Pero tu misma existencia era
maliciosa, porque fue un veneno de duda, desesperación y cinismo. Convertiste el
calor de los corazones humanos en frío, y eso fue tu intención. Despreciaste a todos
los que viste, y te consideraste a ti mismo más grande que ninguno en dotes.
Intelectuales, y a eso condescendiste. En tus palabras había siempre una sutil
brutalidad. ¿Amaste alguna vez? No. El alma que no ama nunca, ni siquiera una vez,
está predestinada. Pero tampoco inspiraste nunca amor. Es imposible amar a un
egoísta.
Él protestó: Yo siempre me maravillé con los prodigios de la naturaleza, lo cuales
pensé que podrían ser, y que eventualmente serían, comprendidos en su totalidad.
Creí en la omnisciencia futura del hombre, y reverencié su creciente intelecto y su
eventual ascenso suprahombre. Yo trabajé con ese fin; yo creí en la raza humana.
¿Ése es el mal?
Ya lo veras, le prometí.
Yo creí en un paraíso secular, que puede ser logrado.
Ya lo verás, repetí. Todavía protestó:
Estás equivocado, Majestad, yo sí amé; amé a la humanidad.
Pero nunca al hombre. El amor por una abstracción no es amor. Sólo es ausencia
de emoción humana. El amor es personal, no universal, excepto por Uno. Ven.
Levanté mi mano y de inmediato nos encontrábamos en una ciudad dentro de la
ciudad mi punto favorito, donde viven, trabajan y moran todos los que alguna vez en
sus mundos fueron famosos en las artes, en las ciencias y en las filosofías. Mi cautivo
vio con asombro las torres blancas y brillantes, las calles encerradas y las columnatas
que se asemejan a aquellas de la antigua Atenas, los tranquilos grupos de árboles a
cuya sombra conversar, las oscuras arboledas en donde pasear, los lechos inodoros de
flores mortales, el tranquilo río Lethe, donde no se mueve ninguna vida, pero que
brilla como plata de plomo en la luz sin día; vio a los hombres y a las mujeres
caminando en el pasto y conversando con voces monótonas, meticulosamente
dobladas sus blancas túnicas, sus caras quietas como las piedras, y dijo:
Entiendo. Aquí uno puede buscar el conocimiento sin necesidad de tratar de
penetrar las mentes vacías, y sin el tedio de encontrarse con las resistencia obstinada.
Este es el sueño de todos los hombres como yo.
Es tu sueño, dije.
Los grupos errantes me vieron y en sus ojos brilló verdadera emoción y sus caras
sin expresión se inundaron de desesperación; se inclinaron ante mí, pero no se me
acercaron.
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¿Por qué ellos no son felices? Pregunto Miguel Edgor.
Ya lo verás, le dije, y lo conduje hasta una vasta pared de mármol llena de
exquisitas estatuas blancas lanzando destellos en la luz, y formando un bosque de
quietud, cada un más hermosa que la anterior, perfectamente ejecutadas. Ni siquiera
Fidias o Praxíteles crearon nunca algo así. No se oía más sonido que el de multitud de
escultores. Miguel Edgor miró este mar de estatuas con temor, y al ver su perfección
y su maravilloso acabado exclamó:
¡Qué genio! ¡Las podría contemplar para siempre!
Lo harás le dije. Levanté mi mano y de inmediato cesó el ruido de la faena, y los
escultores vinieron hacia mí obedientemente, inclinando sus cabezas con resignación,
las manos colgando a sus costados.
Miguel Edgor le dijo al más cercano:
He visto cosas hermosas en el mundo, ¡pero ninguna era tan hermosa como esto!
¡Qué magníficos artistas son ustedes!
El escultor lo miró con desdén, y otro dijo con disgusto:
Sólo podemos crear cosas perfectas. No podemos cometer ningún error que añada
distinción.
Miguel Edgor dijo confundido:
¡Pero eso es un verdadero cielo!
No dijo el escultor; es un verdadero infierno. Donde cada cosa es una obra
maestra, nada es una obra maestra, Hombre de Terra.
Miguel Edgor no comprendió aún. Miró largamente la belleza de piedra
inmaculada, y movió con suavidad su cabeza. Luego dijo:
Me has llamado “Hombre de Terra”. Supongo que te refieres a nuestra tierra.
El escultor río con burla:
¡Tu tierra! Jamás oí de ella hasta que vine a esta región condenada. Yo vengo de
un planeta que está muy lejos de tu galaxia, al que llamas Vía Láctea, que es sólo un
pequeño manojo impenetrable y sin importancia en tus cielos nocturnos. Mi planeta,
según he aprendido, es mayor que tu mortecino sol amarillo, y de una belleza
incomparable. Allá yo fui un escultor famoso.
Miguel Edgor se quedó estupefacto, y luego dijo:
Estás bromeando, no existen otros mundos aparte del nuestro. Hablas como
nuestros pseudocientíficos, los escritores de ciencia ficción.
Los demás elevaron un lamento ronco y grotesco, excepto dos que también
habían llegado de Terra y se veían avergonzados del recién llegado, escondiendo sus
caras como si se disculparan con sus compañeros.
Ya aprenderás dijo el escultor. De nuevo se inclinaron ante mí como un viento
blanco, murmuraron “Majestad”, y dejaron a nuestro tonto erudito, quien los
contempló alejarse con la boca abierta y tembloroso. Pretendió estar interesado en las
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estatuas cercanas, pero luego su cara se alargó:
Es un precioso sueño murmuró. El ruido de los cinceles y martillos se reanudó
como una burla.
Entramos en mis galerías pictóricas, donde trabajaban mis pintores, y las paredes
están cubiertas con tesoros resplandecientes en marcos de oro y plata, y los artistas
manejan sus pinceles y sus colores en absoluto silencio, sin hablarse uno al otro ni
enterarse uno del otro. Miguel Edgor estaba encantado.
¡Ni siquiera Rafael o Miguel Ángel o Da Vinci o Rembrandt pintaron así alguna
vez! chilló. ¡Qué colores eternos, qué panoramas eternos!
En verdad son eternos dije; aquí tampoco se puede cometer ningún error. Cada
pintura es perfecta, y no se puede distinguir el trabajo de ningún hombre del de otro
ni en estilo ni en forma ni en composición ni en profundidad del color. Ningún
hombre puede decir que ésa es “su” creación y es “única”. Todas son como una,
ningún hombre puede superar a otro. ¿No es ésta una maravillosa democracia, la que
tú defendiste tan ardientemente en Terra?
Pero él estaba estudiando la pintura como si no me hubiera escuchado. Se paró
tras el hombro de muchos artistas y observó en silencio. No había ni un solo titubeo
en el golpe del pincel, ninguna duda. Todos trabajaban con una fiebre desesperada.
¿Desea hablar con ellos? pregunté.
Miró sus caras absortas y angustiadas, sus esfuerzos por cometer errores o pintar
trazos diferentes. Vio cómo la pintura se corregía a sí misma con perfección, como si
tuviera vida propia, o como si el deseo terrenal de perfección del mismo artista le
impidiera crear algo superior y diferente. Movió la cabeza:
No deseo hablar con ellos dijo.
Enseguida lo conduje a una de mis amplias salas de concierto, donde los músicos
estaban componiendo y dirigiendo sus propias orquestas.
¡Escucho ejecuciones sin paralelo! dijo mi cautivo. Beethoven era un novato en
comparación.
Cierto dije; no escucharás ni una sola nota incierta, ni una nota equivocada. Estos
también pueden crear únicamente perfección. Todo es frase musical pura, armonía
pura. Escucha. Aunque se están tocando muchas sinfonías y conciertos, se unen en
uno solo, sin desorganización ni antagonismo. Ningún hombre puede distinguir su
propio trabajo del de los otros. Es como si ellos tocaran una misma composición. Tal
vez tú me puedas decir por qué no les proporciona ningún placer, y por qué lucen
melancólicas sus caras.
¡No hay individualidad! dijo, después de escuchar por unos momentos.
¿Pero no era eso lo que tú, en tu egotismo, predicabas a tus congéneres? ¿no
dijiste una y otra vez con soberbia confianza a tus hermanos científicos, que las
masas odian y temen a la individualidad, así que hay que darles igualdad y seguridad?
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Hombre, ¿quien eras tú para juzgar, despedir y despreciar las almas de otros hombres
como si ellas no fueran cuando menos igual de importantes que la tuya?
Esta vez me miró, y vi el terror reflejado en sus ojos. Al fin estaba empezando a
entender, aunque aún no estaba convencido de que no era un sueño.
Lo llevé a los enormes laboratorios en los que los científicos hacían pruebas y
experimentos con la ayuda de un equipo fabuloso. De nuevo despertó su interés.
¿En qué están trabajando? preguntó.
Basura dije. Todos sus experimentos tienen éxito, porque no hay discusión ni
dudas. Lo que sea que invente a partir de sus teorías, y todo lo que demuestren,
carece de importancia. No conduce a nada. No existe el estímulo de la equivocación.
¿Entonces por qué trabajan tan absortos?
¿Qué más pueden hacer? En su vida mortal nunca se interesaron en sus
congéneres como almas con emociones.
Lo llevé a mis interminables bibliotecas, cuyas paredes estaban ocupadas con los
millones de libros de los condenados.
Aquí encontrarás todas las filosofías estructuradas por el hombre de cualquier
planeta le dije; aquí encontrarás literatura e historia tan antiguas como el tiempo, pero
también vas a descubrir que no significa nada.
¡Yo podría pasar la eternidad asombrándome aquí! protesto él.
Lo harás le prometí. Y no serás más sabio que antes. Sólo leerás perversión,
suciedad y aborrecimiento por todo lo que tiene vida, y egoísmo, blasfemia, y la
ignorancia total que es el verdadero mal. Maquiavelo era un niño en comparación con
las invenciones de hombres que vivieron en otros planetas. Y vas a leer poesía sin
fuerza, sin la menor desarmonia; cada canto y cada frase son perfectos. Mis escritores
continúan escribiendo y sus trabajos se guardan aquí. Nadie los lee ya, excepto los
recién llegados como tú.
¿Nadie lee para instruirse? yo me reí:
Ellos tienen la instrucción total y para siempre en el infierno dije; no pueden
extender más sus poderes originales, que les fueron dados en el momento de su
concepción. Sólo en el Cielo se expande y se reta la inteligencia. Aquí hay plenitud.
¿No era ése tu sueño?
Todavía estoy soñando dijo; estoy soñando con el Cielo en el cual, por supuesto,
no creo.
Excelente le dije. Sin embargo, un día vas a creer, y te vas a dar cuenta de que no
hay esperanza para ti. Porque, como ves, nadie gana en el infierno, y nadie pierde.
Todos son iguales en los premios.
¿Entonces no hay recompensa para la excelencia?
No.
Si no hay ideas incompletas, no hay competencia.
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Cierto. ¿No es delicioso eso? Déjeme instruirte un poco. Nada en el infierno llega
a una conclusión, porque todo está concluido.
¿Pero no llamarías a eso en verdad el Cielo?
¡Eso no es justo! exclamó él.
Sí es muy justo. ¿Por qué debería atreverse un alma a querer situarse por encima
de las demás? ¿Pensaste que esto era el Cielo?
Se quedó parado muy quieto en mis bibliotecas suavemente alumbradas. Luego
dijo con un titubeo bochornoso:
Cuando yo era niño escuché que tú eras el padre de las mentiras.
Tonterías. Pruébalo. Sólo ve verdad a tu alrededor aquí: mi verdad, la cual tú
amabas en Terra, y que es rechazada por muy pocos.
Lo conduje a mis inmensos observatorios, llenos de instrumentos astronómicos y
telescopios. Ahí se entusiasmó mucho contemplando a su alrededor con un placer
anhelante al ver a los astrónomos con sus ojos fijos y absortos:
Aquí se halla la verdad objetiva dijo.
Habla con ellos le sugerí.
Se acercó a uno que contemplaba el espacio a través de un telescopio gigante y le
dijo:
Yo también soy astrónomo. ¿Puedes ver las estrellas desde este lugar en el que
sólo hay luz y no oscuridad?
El científico volteó hacia él y le respondió:
Sí. Nosotros podemos ver todos los universos en la eternidad, y entenderlos. Nada
está oculto ni es sujeto de conjeturas.
¿Puedes ver la mancha roja de Júpiter con claridad, y los desiertos de Marte y los
anillos de Saturno y las nubes calientes de Venus?
El astrónomo se quedó perplejo y sonrió vagamente.
¿De qué hablas? le preguntó.
Miguel Edgor se volvió, furiosamente impaciente:
¿Te llamas a ti mismo astrónomo? Hablo de nuestro sistema solar.
¿Y qué sistema solar es ése?
Se sintió confundido, y al fin dijo:
El nuestro.
¿Y dónde queda? preguntó el astrónomo.
¡Tú no eres ningún científico o estás jugando conmigo! exclamó Edgor levantado
sus manos.
El astrónomo volteó a verme enojado:
Majestad, ¿quién es este hombre tan ignorante?
Es un alma dije de un pequeño planeta alrededor de un sol insignificante en los
límites lejanos de una galaxia llamada Vía Láctea, de la cual nunca has oído, porque
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es de menor importancia.
El astrónomo miró a Miguel Edgor con curiosidad:
¿Entonces él tampoco es importante? Sí. ¡Qué criatura tan lamentable!
Miguel Edgor, resentido, preguntó:
¿Estás tratando de insinuar que procedes de algún planeta habitado en algún otro
universo? Eso es ridículo. No existen otros planetas como el nuestro ni hay otras
razas civilizadas.
Sé tolerante con él le dije al astrónomo. En verdad es un alma ignorante. No te
ofendas.
No estoy ofendido, Majestad, pero debes admitir que algunas almas quedan más
allá de la tolerancia.
Te olvidas. Nosotros toleramos todo y a todos aquí. La tolerancia es parte del
clima del infierno.
Miguel Edgor había escuchado este intercambio con estupefacción. Luego dijo:
Ustedes están tratando de denigrarme y ridiculizarme, a mí que fui uno de los más
importantes y respetados astrónomos en la tierra.
El astrónomo fue gentil con él.
No sé nada sobre tu tierra, alma, nunca la había oído mencionar y nunca la he
visto con mis instrumentos. Eres un niño en conocimientos. Ven. Mira a través de este
telescopio.
Yo sabía cuál era el panorama: interminables universos deshabitados,
murmurando cada uno con vida propia, e incontables planetas, y soles de todos
colores girando, explotando y muriendo dando vida a otros mundos. Ajustó el
instrumento y miró, y permaneció callado y rígido mientras observaba. Por fin se
retiró y cedió.
No lo creo dijo; no es posible.
Eventualmente lo creerás le dije; pero eso no te será de ayuda. Te sentirás
inclinado a venerar, pero no tendrás capacidad de veneración.
Sin embargo, ¿la tendrá? Ese es mi temor.
Empezó a llorar y sus lágrimas bañaron su cara. Los otros astrónomos lo rodearon
de inmediato para beber sus lágrimas, y él se retiró de ellos con horror. Las lágrimas
de aquellos que finalmente enfrentan la verdad son el elixir de mis condenados.
Yo no había terminado con él, porque como es inteligente lo voy a convertir en
uno de mis asistentes para la tediosa educación de los estúpidos hombres de Terra. No
hay nada que regocije tanto a los condenados como dar a conocer a los recién
llegados su eterno infierno. Al dejar los observatorios y ponerse él la mano para
proteger sus ojos de la luz infernal, dijo, como si estuviera meditando:
Sí existe el mal.
¿Pero qué es el mal? le pregunté. La frustración, el impulso no satisfecho, la
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supresión de un deseo o de un instinto. ¿No es eso lo que tú creías? Aquí no hay
frustrados, no hay insatisfechos, no hay instintos reprimidos. Tú eres afortunado al
lograr todo aquello que deseabas. Esto no es posible con los benditos.
Todavía creo que estoy soñando, y que voy a despertar.
Reflexiona. Si en verdad fueras a despertar en tu cama de Terra, ¿cuál sería tu
conclusión sobre el “sueño”?
Hizo una pausa.
Pudiera convertirme en un hombre diferente con una filosofía diferente.
Yo me reí:
¡Qué incómodo sería eso y cuánta burla tendrías que enfrentar! Regocíjate,
entonces, porque se te niegue esa suerte. Tú estás seguro conmigo.
Él me miró en forma extraña, y yo lo odié instantáneamente, porque supe qué
estaba pensando. El pensamiento secreto en el infierno es muy peligroso. Yo aquí soy
omnipotente, pero de todas maneras no siempre conozco los pensamientos de mis
condenados, aunque Nuestro Padre conoce todos los pensamientos de sus benditos.
Esa es discriminación pura contra mí, y es sumamente antidemocrática. He creado un
reino completamente democrático, pero los condenados no siempre están satisfechos
con su estado.
Cuando el Cristo estaba en Terra, Él les decía a aquellos que lo interpelaban en
una discusión con la ley secular: “Yo no divido a los hombres.” En resumen, Su
Reino no esta en Terra, y Su preocupación no era con las leyes de los hombres. Pero
yo sí divido a los hombres; inspiro motines, sublevaciones y rebeliones contra sus
leyes y las leyes de Dios. Yo creo ser más justo. ¿Deberían ser supinos los hombres y
pensar solamente en sus vidas de la eternidad? ¿Es eso compasión? Después de todo
los hombres sólo se interesan en su carne y en sus apetitos, ¿y quién debería
prohibírselos? ¡Yo no!
Le mostré muchas otras maravillas, pero él permanecía indiferente y pensativo.
Finalmente lo traje hasta el infierno de los Niños Perversos, a los cuales los hombres,
cuando se ven importunados por ellos, llamas poltergeists.
Pero no hay niños perversos, dijo él. Solamente hay padres perversos, o
estúpidos, o negligentes, o ignorantes, o no informados sobre la psicología infantil.
Existe ciertamente el Infierno de los Niños Perversos le dije, y lo conduje hasta
el. Es un lugar amplio lleno de juguetes y de instrumentos demoniacos de auto tortura
y para torturar a otros que son más débiles.
Es un lugar de malignidad, refinada crueldad, destrucción y otras abominaciones
mucho peores, en mi opinión, que algunos de mis otros infiernos. Aquí los niños
malvados juegan, proyectan y traman la consternación de otros en sus antiguos
mundos. Es verdad que ellos son más brutos y violentos, ¿pero no se debe admirar
eso en una atmósfera de tibieza?
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El condenado vio a las multitudes de mis hijos en esa región, absortos con sus
proyectos maléficos, todos gozando maliciosamente con el deseo de destruir, alarmar
y confundir. Son muy activos. Tú has notado, Miguel, qué tan activos son los
malvados, qué implacablemente vigorosos, qué incansables. No hay lágrimas en mi
Infierno de los Niños Malvados, no hay descontento, no hay retiradas tristes. Aquí es
el único lugar en donde se aplauden los inventos de alguna perversidad novedosa, y
se envidia al que es más inteligente para planear algo original. Este infierno no es
democrático, porque aquí se compite por la realización del terror, y se perfeccionan
los métodos par alanzar objetos, para ladrar como perros, para azotar puertas en casas
tranquilas, para aullar como hombres lobo, para proyectar sombras obscenas, para
hacer gestos procaces. Como jamás tuvieron una filosofía como no fuera la de
confundir a los adultos e infligir dolor a sus iguales, son muy simples y directos. Yo
los considero lo mejor de mis habitantes. Ellos son verdaderamente humanos.
Miguel Edgor vio sus hermosos, contorsionados y joviales rostros, y retrocedió.
Los pequeños demonios se agitaron alrededor de él, tirando de sus vestimentas,
pisoteándole los pies, clavándole los dedos en sus ojos, dando alaridos, burlándose,
saltando. Los empujó, y de nuevo lo rodearon y lo pellizcaron o lo mordieron, y
sintió dolor y repugnancia hacia ellos.
Yo sé que tú niegas el pecado le dije, mientras se defendía en vano de sus
diabluras, pero éstos saben todo sobre el pecado. Podríamos decir que ellos lo
inventaron. Todos han sido Confirmados en sus mundos anteriores. Aquellos que aún
no han sido confirmados no vienen aquí, porque Dios, perdóname, no les atribuye
pecado a los que no están Confirmados. Él los considera santos, incapaces de pecar.
¿No es eso absurdo? Yo soy mucho más realista. Yo traería aquí al hombre desde su
nacimiento.
Lo guié hasta las ilusiones que yo he inventado para este lugar: espejismos de
animales y pájaros, para ser atormentados por los niños, y vio cómo hacían pedazos
los espejismos y su deleite en la ilusión de verlos sangrando y en agonía. Se
estremeció.
Yo nunca fui uno de éstos dijo.
Oh sí, lo fuiste. A tu desdichada madre le ocasionaste muchas penas. En el Cielo
ella rezaba por ti, pero era en vano. Tú hacías tu propia voluntad. Nunca fuiste
desobediente de niño; sin embargo, hacías agonizar a tu madre con tus sonrisas
ocultas por su piedad, y tus suaves burlas por sus enseñanzas. Ella trabajó contigo
enseñándote los preceptos de Dios, ofreciéndote toda su devoción, porque tu padre
murió antes de que tú nacieras. Tú eras todo lo que ella tenía. Sacrificó sus
necesidades para que tú pudieras educarte. Creía que tú serías un buen hombre.
El titubeó:
¿Sabe ella? ¿Ahora?
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Este era un territorio peligroso. Yo no quería que él pensara en las oraciones de su
madre en el Cielo. Lo desvié y se sintió feliz de ir conmigo. Yo me sentí aliviado.
¿Pueden ayudar a rescatar del Infierno a los condenados las oraciones de sus madres
en el Cielo? Este pensamiento me enfurece continuamente, porque he visto a algunos
de mis más estimados desaparecer. Recuerdo aquella ocasión en que Él descendió
hasta aquí ¿por qué razón? y nos vimos uno al otro y sonrió. Ha dicho que “el fuego
es eterno”. ¿Y qué pasa con aquellos que se arrepienten verdaderamente? ¿Me
contestarás? Yo sé que el arrepentimiento es imposible en el infierno.
Tú no vas a contestar estas preguntas urgentes, y eso lo sé.
Tu hermano, LUCIFER
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SALUDOS
a mi hermano Lucifer, quien parece que está perdiendo su paciencia, él que nunca fue
de los más paciente, ni aún en sus mejores momentos:
De hecho le he presentado tu queja de interferencia a Nuestro Padre, y Él me ha
dicho: “Recuérdale a Mi hijo Lucifer las leyes eternas de Propulsión y Repulsión.
Cuando él sedujo a las multitudes para que declararan con voces fuertes que Yo estoy
muerto, fue Propulsión, y la Propulsión inevitablemente, por su mismo movimiento,
invita a la Repulsión. Como los planetas oscilan en sus órbitas, debido a Mi ley,
igualmente a una acometida sigue un retroceso. Él ha sabido esto desde un principio.
Si los tibios y los indiferentes de Terra se está interrogando a sí mismos ansiosos y
desconfiados recientemente, fue Mi hijo Lucifer quien causó esa reacción, aunque
admito que no era ni su deseo ni su intención. Yo me alegro de que al fin los
indiferentes se inquieten y observen los cielos en aguda indagación, y le doy las
gracias a Mi hijo por darme la oportunidad de contestar. En la desafortunada Terra él
ha creado un alboroto que yo no había visto desde hace siglos.”
Te podrás dar cuenta de que Nuestro Padre se siente complacido. Han operado de
nuevo las leyes de Propulsión y Repulsión, y la pérdida de Lencia, aunque a Él le ha
afligido, es más fácil de sobrellevar en vista de lo que tú has desatado
inadvertidamente en Terra. Millones de hombres repiten tus palabras: “¡Dios está
muerto!”, y al momento siguiente se dicen a sí mismos: “¿Lo está, de hecho?” ¡Esa
sola pregunta conduce a posibilidades infinitas y puedes estar seguro de que Nuestro
Padre tomará cada ventaja de la situación que tú has creado!
Sí, es dramático que los mismos pastores de Terra griten sobre la Muerte de Dios
más fuerte que sus ovejas, pero eso fue profetizado, tú recordarás, por San Pablo
mismo, y lo llamó la Gran Apostasía. Los pastores llevan a sus rebaños a la
oscuridad, la confusión y la desesperación, pero la oscuridad, la confusión y la
desesperación de un alma también constituyen la oportunidad de Nuestro Padre. Los
rebaños repudiarán a sus arrogantes pastores, y los llamarán anatema, pero en verdad
deberían agradecerles, pues los han inducido a quitar de sus ojos el engaño y mirar
hacia las estrellas: un oscuro y gran temor perturba hoy a los rebaños que durante
siglos han cultivado las praderas de Terra sin preocuparse por sus almas y sin sentir la
necesidad de cuestionarse. Pero, ¡tú lo has propuesto!
¡Un gesto verdaderamente angélico de parte del gran Arcángel Lucifer! Acepta
nuestra gratitud. Nosotros podemos anticipar que más y más millones se inquietarán,
aunque habían aceptado la idea de la existencia de Nuestro Padre como si los
animales hubieran aceptado vagamente el agua que bebían sin preguntarse la fuente,
o si la fuente existía siquiera. Ahora están perplejos, y ahora están pensando.
¡Bendigo el día en que recibiste la inspiración! ¡Pero no acuses a Nuestro Padre de
haberte inspirado contra tu voluntad! Él ya no interfiere más con su voluntad que lo
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que interfiere con la del hombre más insignificante, y eso lo sabes en tu corazón.
San Juan y San Jaime, los Hijos del trueno, me han recordado recientemente que
cuando ellos trataron de inducir al Cristo para que enviara fuego sobre los herejes
pueblos de Sumaria porque lo habían rechazado, se negó y los reprendió. Como tú,
ahora ellos se preguntan si Él está arrepentido de haberse contenido, y se preguntan
cuándo irá a revocar Su Piedad y condenar a Terra por su blasfemia y su maldad.
Aunque santos, aún son hombres, ay. Yo les recordé que nunca podrán anticipar la
hora que Él profetizó, y les sugerí que en lugar de anticiparla esperanzadamente
rezaran por sus congéneres; no han aceptado del todo mi sugerencia; pues todavía son
los Hijos del Trueno, y examinan los augurios con el mismo anhelo con que lo haces
tú también, aunque con emociones completamente diferentes. San Pablo dice:
“¡Vamos!” ante los augurios, porque siempre fue un hombre impaciente a pesar de
toda su sabiduría. San Pedro se sonríe con benignidad; él fue siempre menos
imprudente; sabe que las tierras esclavizadas en Terra llevan secretamente en sus
corazones la idea de Nuestro Padre, y que han visto a través de la maldad, la crueldad
y el oscurantismo de los hombres, la esperanza de Dios. Las estrellas nunca brillan
tan luminosamente como en la negra hora que precede al amanecer, y los
esclavizados lo entienden. Desafortunadamente en las regiones llamadas “libres” de
Terra, Nuestro Padre es aceptado o rechazado con menos pasión. El amor de Nuestro
Padre opera más agudamente en una atmósfera de rechazo apasionado que en una
atmósfera de indiferencia, porque inclina al hombre a interrogarse, y del deseo de
saber viene la revelación y de la revelación viene la adoración.
De nuevo me has hecho preguntas astutas que yo no puedo, o no voy a contestar.
¡Qué persistente eres! ¿Pero cuándo no fue persistente y capcioso el mal? Desde aquí
observamos la arrogante insolencia de los hombres de mala fe en Terra, y
escuchamos sus vehementes voces, y sabiendo que son carne nos maravillamos ante
su tenacidad. Están apasionadamente convencidos aunque parece que no saben que
ésas sólo son pretensiones de que trabajan en interés de los demás y de que van a
mejorar su suerte. Pero nosotros conocemos el mal que los guía ¿o no? ¡Qué
arrogancia que supongan saber lo que es mejor para sus hermanos! ¡Y con qué cólera
reciben la resistencia de éstos, los cuales saben por instinto que la locura ha asumido
ahora los acentos del Amor! Entre más gritan que hay que trabajar por la humanidad,
más sospechas suscitan, pues el amor de los hombres es siempre sospechoso, a menos
que esté basado en el amor de Dios. Ciertamente, el “paraíso secular” que los
malvados profetizan es un reflejo del infierno. Tú estarás sinceramente de acuerdo.
Los hombres no han necesitado nunca más que su pan diario, un refugio con la
mínima comodidad, y suficiente ropa para proteger sus cuerpos de los asaltos del
clima. Sus demandas corporales son pocas, y fácilmente satisfechas, pero las
necesidades de su alma no tienen fronteras, y sólo las puede satisfacer Nuestro Padre.
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No hay necesidad de adornos, de oro, de grandes posesiones, de camas mullidas, de
tesoros, pues éstos nunca satisfacen y aquellos que los demandan para toda la
humanidad son tontos; con ello han degradado a sus hermanos a los niveles de bestias
sin cerebro que sólo desean llenar sus barrigas y aceitar sus pieles y satisfacer sus
deseos animales. Pero el hombre, aunque aplacado con las dulces palabras de los
perversos, se rebela instintivamente contra esta degradación. Comerá el pan que no se
ha ganado y que le es dado, y dormirá en la blanda cama por la que no ha trabajado, y
se revolcará en los mezquinos, estúpidos, pequeños placeres que se le ofrecen, pero
en lo más profundo de su espíritu crece una gran incomodidad, y se dice a sí mismo:
“¿Es esto todo lo que tiene el mundo para mí?” Invariablemente se hace esta pregunta
y se la volverá a hacer de nuevo, y Nuestro Padre espera pacientemente las
interrogaciones.
En Terra, en este mismo momento, los jóvenes se hacen esa desesperada
pregunta, y se están preguntado por qué nacieron alguna vez, y con qué fin, y a este
llamado de su ser interno le llaman “la búsqueda de identidad”. En verdad es una
búsqueda de lo que tú y tus bandas en Terra les han negado. ¡Pero la tendrán!, y están
llevando sus pensativos y preocupados ojos a los templos que levantaron a Dios sus
indiferentes padres. Las preguntas de los hombres invocan la respuesta de Dios, y
siempre la encontrarán. Los días vacíos de feliz irresponsabilidad que los malvados
consideran un verdadero cielo para la humanidad llevan a la interrogante: “¿Pero
debo entonces morir yo, cuando en realidad no he vivido? ¿Qué significa esta
ansiedad que tiembla dentro de mí, y por qué no estoy tranquilo? No tengo
preocupaciones ni hambre, y todo ha sido planeado y controlado para mí. Pero si yo
siento esta inquietud entonces hay algo que me la calmará. No hay nunca una
interrogante sin una respuesta y yo la voy a buscar.”
Tú has dicho a los jóvenes que su misión es construir el futuro incluso más
deseable que el presente para las generaciones que aún no nacen. Pero el alma sabe
que su primera responsabilidad es consigo misma, como asimismo su sabiduría y su
salvación. Aunque los jóvenes ciertamente imitan los desatinos de los adultos que las
generaciones por venir son más importantes que ellos mismos en el fondo saben que
es una mentira y eso les provoca descontento. Porque ¿tiene sentido que aprendan y
trabajen siendo que nunca verán la conclusión si hay? ¿Qué valen su conocimiento y
su aprendizaje, si tienen que ser ahogados en una tumba eterna? Así, surge en los
jóvenes el deseo de la inmortalidad, para que todo lo que ellos han aprendido no se
pierda.
Ellos saben y observan que la vida en la carne es lo más trivial y transitoria, que
no hay nada nuevo bajo el sol y que al final todo es vanidad. Terra no es el Reino del
hombre más que lo fue de Cristo. Su destino y el destino de sus hijos son eternos
individualmente, y no en algunas generaciones distantes aún no nacidas que pudieran
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si se hace tu voluntad no nacer siquiera. Ni puede ningún hombre garantizar lo que él
llama “la buena vida” a otro hombre, porque el hombre, siendo mortal, está sujeto a
todas las agonías de la carne: frustraciones profundas, enfermedad, corrupción,
desigualdades inherentes a su propia herencia genética e inteligencia, vejez y muerte.
Los años de juventud son muy pocos en Terra, aproximadamente de la edad de
catorce a la edad de veinticinco. Antes de la primera está el oscuro mundo de la
niñez, sin formar y sin entender. Después de la última, comienza inexorablemente la
edad adulta, las responsabilidades de la existencia, y la declinación del vigor del
cuerpo. De setenta, ¡sólo once años para ser jóvenes! Los ingenuos fijan en ese
momento del tiempo sus argumentos para un paraíso terreno, y muchos de los
jóvenes, creyendo que el manojo de años de su juventud será largo en lugar del veloz
momento que es, se convierten en presa fácil para el parloteo de sus engañadores.
Yo he observado que en Terra se platica incansablemente y con un loco
entusiasmo sobre lo “nuevo”. Pero cada edad creyó que era “nuevo” cuando en
realidad todo es viejo, todo ha sido intentado, todo ha sido descargado, en las edades
anteriores. El hombre “nuevo” es tan viejo como Nínive, y todo lo que habla ya ha
tenido eco en los pilares de Roma, las pirámides de Egipto, las murallas de Jerusalén,
las puertas púrpura de Atenas, No ha existido jamás una filosofía “nueva” del destino
de los hombres, porque la mente del hombre es limitada. Tú recordarás que fue San
Agustín quien dijo que si un hombre deseaba mejorar el mundo que lo rodeaba debía
hacerse a sí mismo un mejor individuo, que es la tarea más gigantesca que haya
afrontado el hombre alguna vez, y en la que la mayoría falla. Porque un hombre tiene
que luchar con su naturaleza y subyugar esa naturaleza completamente ante Dios para
que pueda mejorar la suerte de uno solo de sus hermanos.
¿Pero quién sabe esto mejor que tú, Lucifer? Tú detestas al hombre que ora:
“Señor, dame la Gracia y el Don de la Fe, no me dejes caer en tentación y libérame
del mal. Sólo con Tu ayuda puedo hacer mi parte para que éste sea un mundo mejor,
un lugar de mayor justicia y equidad, de paz y armonía. Sin Ti, soy impotente.” Tú
sabes, Lucifer, que el hombre que rece así recibirá su respuesta en el silencio de su
propia conciencia, y a partir de ahí su actitud será gentil, amable y persuasiva, y no
revoltoso, violenta y ruidosa. El amor hacia los demás no puede ser impuesto por la
leyes de los oportunistas, de los tontos y de los hipócritas, no importa qué tan
revolucionarias sean. El hombre no sólo debe amar a sus hermanos porque ve a Dios
en ellos, sino que también aquellos que desean ser amados deben ser simpáticos y no
repugnantes. El amor anda dos senderos al mismo tiempo, y es una virtud humana y
no la trivialidad enfermiza de las generaciones actuales de Terra, perversa y
mentirosa.
El hombre es individual, no colectivo, aunque las filosofías atrasadas y
autoritarias hayan tratado de imponer lo inatural El instinto del hombre no puede ser
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anulado nunca excepto en la esclavitud absoluta en la que trabajan tú y tus esbirros de
la tierra. Puede ser suprimido temporalmente, pero no puede ser exterminado, no,
aunque nazcan generaciones sobre generaciones de esclavizados. Eventualmente
llega el día en que el instinto se reafirma y aflíjanse los hombres de mala fe en Terra
cuando los seres humanos se digan de nuevo a sí mismos: “Yo soy un hombre, y mis
años de vida en este planeta son pocos y carecen de verdadero sentido. Mi destino
está en la eternidad, a través de Dios. ¡Mis maestros me habían engañado!”
Tú has erigido una filosofía antropomórfica llamada “humanismo”, que ha
declarado que el hombre es dios, que los quehaceres del hombre son de importancia
eterna en el planeta, que él mismo es su propio salvador. Esto alimenta su orgullo,
especialmente si es humilde. Pero inevitablemente, lo que él ve con sus propios ojos
contradice al Humanismo: enfermedad, vejez, muerte el resultado inexorable de los
cortos años de vida. En cuanto a la muerte en especial, no importa qué tanto trabajen
los médicos en aumentar el tiempo de vida del hombre, llega el día en que debe
enfrentar el vacío del Humanismo, la tumba y el silencio interminable, y la oscuridad.
¿Se alegra en esa hora de que “el hombre es todo”? Yo he descubierto entre los
benditos y tú entre tus condenados, que el hombre sabe en su corazón que él, como
hombre simplemente sin importar su sabiduría, éxitos y honores en su tiempo de vida
— no es nada. No hay un consuelo a la hora de la muerte para aquellos que han
negado un destino más digno en la eternidad.
La bolsa del Humanismo es muy bella en la superficie, pero no lleva oro adentro.
Está plana con el vacío intrínseco. No contiene una moneda para comprar la paz al
final de la vida; no contiene una llave para abrir una puerta. Sólo es tela llamativa e
hilachas en la mano a quien la toma.
Últimamente has repartido confusión incluso entre los creyentes, y las multitudes
se preguntan ahora si el Cristo alguna vez nació, vivió, fue crucificado y luego se
levantó de entre los muertos. Yo tropas de estúpidos ¡que se llaman sabios a sí
mismos! están declarando incluso que ellos ciertamente aceptan a Cristo, pero no al
Padre que lo envió y que Su Resurrección es sólo simbólica. ¡Qué cena de
desperdicios les has ofrecido en lugar del Pan de vida! Sí, yo sé que tú sólo ofreces;
es la voluntad del hombre tomar o rechazar. La euforia que has desplegado entre los
vociferantes, los hombres de verborrea y gestos, que con gran ruido proclaman la
Muerte de Nuestro Padre, es la peor locura que yo haya observado en Terra, ese
planeta de dolor. Pero, como lo he señalado antes, no tendrás éxito. Los de mente
inmadura y los pequeños de corazón podrán inclinarse ante ti y adorarte aunque sin
reconocerte y sin conocerte por lo que eres, pero los fieles todavía viven. Sus vidas
serán un poco menos placenteras por lo que están obligados a soportar de manos de
los categóricamente estúpidos, y serán sujetos de ridículo, burla y desdén, y serán
llamados soñadores o “antintelectuales”, y serán acusados de negarse a
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“comprometerse con la humanidad”; serán acusados de egoístas, visionarios; serán
maldecidos y despreciados en múltiples lenguas, y se verterá maldad sobre ellos,
porque ¿no son aquellos que proclaman más fuerte que aman a sus hermanos los que
exhiben la más asombrosa ansia de venganza? Pero la malevolencia tiene la extraña
propiedad de que no sólo endurece la resistencia a las mentiras y las calumnias, sino
que refuerza la fe y la resolución. Un hombre verdaderamente bueno y creyente
nunca será aplastado por la maldad, incluso si fuera asesinado, y representa la
negación del mal y la luz para aquellos que desean salir de la oscuridad. Su memoria
tal vez no sea más inmortal que las civilizaciones ya olvidadas de Terra, pero
mientras vive, y por largo tiempo después de que ha muerto su carne, sigue siendo un
gran ejemplo para sus compañeros.
Tú puedes haber notado que los seguidores de tu doctrina, el Humanismo, nada
dejan, sino una vaguedad que no se recuerda. Si intrínsecamente son hombres buenos,
cuando llegan al Purgatorio (para su gran asombro y mayor felicidad) ¡descubren que
estaban equivocados! Su mayor arrepentimiento es que privaron a sus seguidores de
la verdad, y confiesan que hablaron y escribieron, no por vicio, sino por ceguera.
Pero hay otros menos peligrosos, como tú sabes, y uno de ellos fue Miguel Edgor,
quien se sienta solo en la ardiente penumbra de uno de tus menos atractivos infiernos,
y pide sólo muerte; ha encontrado en el infierno todo lo que predicó en la tierra, y lo
encuentra intolerable.
Recordarás que Nuestro Padre dijo que el estúpido dice en su corazón que no
existe Dios. Terra se está convirtiendo ahora en una generación completa y mundial
del estúpidos, y en eso has tenido éxito. Es mucho más fácil que un hombre malo se
vuelva bueno, a que un estúpido se vuelva inteligente, porque es la parte divina del
hombre la que puede lograr que eventualmente se rebele contra el mal. Pero el
estúpido se regocija en su estupidez, porque lo hace parecer importante ante sí
mismo. De nuevo es el orgullo el mayor de los pecados ¿y quién debería saberlo más
que tú?
Es el estúpido quien proclama que el Dios Triúnico “no es relevante en este
siglo”. ¡Pero piensa tú en este siglo del cual él está tan orgulloso! Es el siglo más
sangriento de todos los siglos del hombre, el más horrificante, irracional, repulsivo y
decadente. Sus tiranos ni siquiera fueron hombres de estatura y dignidad, o de alguna
grandeza, sino enanos vociferantes que sólo pueden evocar en sus compañeros
asesinato y locura. Cuando han hablado y hablan del Destino Manifiesto de sus
naciones y del liderazgo del mundo hubieran hecho reír a los ángeles si éstos no
hubieran llorado. Ningún gran hombre ha aparecido en este siglo, ningún hombre de
valor, piedad, gloria y delicadeza, ningún hombre de gran espíritu y poderosa fuerza.
Todos son pequeños, y entre los hombres los más pequeños son los más orgullosos de
su pequeñez. El siglo del Hombre Pequeño: ¡qué repulsivo! Por primera vez en la
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sangrienta historia del hombre se ha exaltado al mediocre, y se ha silenciado o
rechazado al grande. El científico, quien sólo conoce su microscópica especialidad, es
recibido como debieron haber sido recibidos los profetas de antaño, pero no lo
fueron. Él piensa profundamente cuando deja su laboratorio; sin embargo, si fuera
mínimamente sabio, sabría que está cometiendo uno de los errores de lógica más
garrafales. Pocos sonríen en Terra estos días cuando un físico asegura que él es un
autoridad para la mente del hombre. Pero todos asientan solamente cuando algún
hombre inestable, un pseudocientífico llamado psiquiatra, expone el significado de
los sueños de los hombres e intenta, como lo hicieron los hombres en Sodoma y
Gomorra, que toda la humanidad quepa en sus pulcras camitas ¡y ay de aquel
desafortunado cuya cabeza o cuyos pies se extiendan fuera de éstas!
¡Ay, este siglo del cual están tan orgullosos los hombres pequeños! ¿Tiene el
esplendor de las mentes de Grecia, y la gloria de la ley que fue Roma? ¿Tiene los
científicos de Egipto, los filósofos y los profetas de Israel? ¿Tiene la belleza y la
magnificencia de las mentes inquisitivas? Se sostiene sobre el polvo, la guerra y la
suciedad, se amontona en ciudades horribles y abre cicatrices en los desiertos
improductivos de la tierra devastada; sus bosques son talados para fabricar basura,
sus grandes ríos aprisionados para dar fuerza y agua las miserables multitudes
arrebañadas, sus silencios violados, sus retiros y santuarios invadidos, sus campos
aullando con grises carreteras y pueblos malsanos. Tú y el hombre juntos ustedes han
hecho esto a un mundo que una vez fue hermoso y estuvo coronado de verdor y
fragancia.
Una vez me acusaste de falta de humor, pero ¿quién puede contemplar tu
principado en Terra y reírse? Sí, yo escucho risa sobre ella, pero es una risa ruin,
falsa, pueril, amarga, o se parece a los gritos roncos de los simios, aunque yo no
debería difamar a los simios porque ellos son criaturas honestas, pero tú has
despojado a Terra de la honestidad.
No debería reprocharte, porque eres el sirviente del hombre y también su
príncipe, y sólo haces sus mandatos. Tú y tus demonios son como los genios de
Salomón aprisionado en botellas y lanzados al mar; el hombre los rescata
invariablemente y los genios le obedecen. Crees que esto me debería resultar
divertido, pero al contrario, me siento afligido por ti, Lucifer, porque eres víctima de
tus víctimas.
Pero incluso en mi aflicción recuerdo los templos tranquilos de India, llenos de
incienso, Visito la tierra triste esclavizada por sus fieros Mandarines, y veo a
hombres, mujeres y niños trabajar en silencio por temor a sus amos, pero venerando a
la divinidad en sus corazones solitarios. Camino entre las ciudades de hierro
oscurecidas por un despotismo ancestral que osa llamarse a sí mismo nuevo, aun
cuando es tan viejo como la muerte, y veo las cabezas inclinadas de los fieles y
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observo los bautizos secretos de sus niños, y escucho los susurros devotos en la
noche. Observo las junglas verdes, calientes, de África, sus blancas y nobles
montañas, y aunque llenos de plagas y confundidos, aún viven ahí los hombres
simples honrando a sus antiguos dioses y sintiendo la maravilla de vivir. No todos los
santuarios, los retiros y los templos se han destruido, sino que permaneces como islas
de luz en la oscuridad creciente de Terra.
Para Nuestro Padre es tan importante un hombre grande y bueno como lo es un
mundo grande y bueno, y aún queda algunos en tus tierras, y existen mundos
generosos sobre los cuales no ha caído todavía tu sombra, y los que te han rechazado.
Al recordar esto puedo de hecho sonreír, pensando en cosas más felices. En verdad,
encuentro bastante gracia en esto.
Tu hermano, MIGUEL
Tu hermano, LUCIFER
Tu hermano, MIGUEL
Tu hermano, LUCIFER
Tu hermano, MIGUEL
Tu hermano, LUCIFER
Tu hermano, MIGUEL