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Crónicas de viajeros

Nicaragua Vol. I

Introducciones y notas:
Jaime Incer
Crónicasde
Viaajeros
Nicaragua

San José, Costa Rica, 1990


917.285
C947c Crónicas de viajeros: Nicaragua/
Comp. Jaime Incer. —1 ed. — San José, C.R.
Asociación Libro Libre, 1990
v. (Colección Quinto Centenario: Serie Rakes)

ISBN 9977-89-012-9

1. Nicaragua - Descripciones y viajes. 2. Nicaragua - Historia.


I. Incer, Jaime. II. Título. III. Serie

Libro Libre
Apartado 1154-1250
Escazú, Costa Rica
Impreso por: Litografía LiL SA.
INDICE

Nota Editorial 11

Crónicas del cuarto viaje de Co lón relativas al


descubrimiento de la costa de América Central
Introducción 15

I.- Carta de Colón a los Reyes de España, informándoles


de lo relativo a su cuarto y último viaje en 1502 23

II. Relación del cuarto viaje realizado por Cristóbal Colón,


escrito por el escribano de la expedición Diego de Porras,
en San Lúcar de Barrameda a 7 de Noviembre de 1504 35

III. La Narración del Cuarto Viaje de Cristóbal Colón escrita


por su hijo Hernando 40

W. El Cuarto Viaje de Colón según relación de Pedro Mártir


de Anglerfa 52

V. Relato del Cuarto Viaje según Fray Bartolomé de las Casas 61

La expedición de Gil González a Costa Rica y Nicaragua

Introducción 69

I. Carta del Capitán Gil González Dávila al Rey de España,


dándole cuenta del Descubrimiento de los territorios de
Costa Rica y Nicaragua 75
8 CRONICAS DE VIAJEROS

II. Relación de las leguas que el capitán Gil González Dávila anduvo
a pie por tierra por la costa del mar del sur, de los caciques e
indios que descubrió y se bautizaron y del oro que dieron para
sus majestades 91

III. La exploración de Gil González referida por el cronista Pedro


Mártir de Anglería 96

IV. Expedición de Gil González de Avila a Costa Rica y Nicaragua, según


la refiere el Cronista de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo 111

V. Crónica de Francisco López de Gómara sobre la


expedición de Gil González 136

VI. Crónica de Antonio de Herrera sobre la expedición de Gil González 141

La conquista de Nicaragua efectuada por


Francisco Hernández de Córdoba

Introducción 149

I. Carta de Pedrarias Dávila al Emperador, refiriendo el


descubrimiento de Nicaragua por su lugarteniente
Francisco Hernández de Córdoba 153
II. La Crónica de la Conquista según el Adelantado
Pascual de Andagoya 158
III. La Conquista de Nicaragua referida por Antonio de Herrera 161

Reconocimiento geográfico de costas y lagos


y exploración del río San Juan

Introducción 167

I. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo describe los


accidentes a lo largo de la costa del Mar del Sur 171
H. Primera descripción de los lagos y lagunas de Nicaragua,
por el cronista Fernández de Oviedo 181

III. Exploración del río San Juan por los capitanes


Alonso Calero y Diego de Machuca 191

Crónicas sobre el volcán Masaya

Introducción 205
INDICE 9

I. El cronista Gonzalo Fernández de Oviedo explora y describe


el volcán de Masaya 209

H. Blas del Castillo entra en la Boca del Infierno 221

III. Testimonios y ensayo químico de las muestras sacadas


del volcán Masaya 243

IV. Juan Sánchez Portero: entrada y descubrimiento del volcán Masaya


que está en la provincia de Nicaragua 248

V. Relación del Adelantado Pascual de Andagoya sobre


el volcán Masaya 254

VI. Fray Bartolomé de las Casas: descripción del volcán Masaya,


de Nicaragua 255

VII.Fray Toribio Benavente (Motolinia): relación sobre el volcán


Masaya 261

VIII.Juan de Torquemada: La boca del infierno 265


NOTA EDITORIAL

Con una colección selecta de veinticinco crónicas que se refieren a los


sucesos relativos al descubrimiento, la conquista y la exploración de Ni-
caragua en el siglo XVI, iniciamos la serie de publicaciones sobre viajeros,
con motivo del quinto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo.

En ese sentido, Nicaragua resultó favorecida por haber discurrido en la


pluma de algunos celebrados cronistas de aquellos tiempos, entre los que
figuraron los mismos protagonistas del descubrimiento y conquista del país,
así como otros testigos que visitaron Nicaragua, como Gonzalo Fernández
de Oviedo y Bartolomé de Las Casas, o que estuvieron bien enterados de
las características y acontecimientos del territorio.

Estas Crónicas, así corno las que se presentarán en los tomos venide-
ros, son comentadas, anotadas y en algunos casos traducidas por el geó-
grafo nicaragüense Jaime Incer, autor del libro "Nicaragua: Viajes, Rutas y
Encuentros" quien se ha dedicado a recogerlas e interpretarlas de fuentes
primarias y documentos originales.

Libro Libre se complace en publicarlas como un homenaje en la con-


memoración del acontecimiento que juntó dos razas y dos mundos, cimen-
tando la rica cultura que hoy disfruta la América hispana.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN

RELATIVAS AL DESCUBRIMIENTO

DE LA COSTA DE AMERICA CENTRAL


INTRODUCCIÓN

Uno de los testimonios más auténticos sobre el Cuarto Viaje de Colón


es, sin lugar a dudas, la llamada "Lettera Raríssisma", carta que el propio
Almirante escribiera a los reyes de España en julio de 1503 desde la isla de
Jamaica, una vez concluido su cuarto y último viaje a Las Indias.

Habiendo naufragado dos de los navíos, por inservibles, junto ala costa
de Panamá, el Almirante logró llegar a la isla a duras penas, con su tripu-
lación compuesta de unos 150 hombres, donde las dos carabelas restantes
se anegaron y fueron a pique. Abandonado y desamparado, Colón envió un
bote con la intención de cruzar el estrecho de mar que separa Jamaica de
la isla Española (Santo Domingo), en busca de socorro, a sabiendas de que
el gobernador de esta isla, el Comendador fray Nicolás de Obando, tenía
órdenes de no dejado desembarcar. En esa misión iba la carta donde el cé-
lebre descubridor de América da cuenta de sus hazañas y últimos infortu-
nios a los monarcas españoles, Isabela y Fernando, así como también la
esperanza de conseguir ayuda humanitaria que le permitiera regresar a Es-
paña con sus hombres sanos y salvos.

Enfermo y lleno de tribulaciones, Colón se encontraba en Jamaica con


el ánimo abatido. Su misiva refleja amargura y decepción. Contiene recla-
mos por promesas incumplidas y por derechos que él cree le han sido usur-
pados. Algunas veces delira con visiones celestiales que le hablan como si
él fuera el abanderado del mundo cristiano, el llamado a encontrar las minas
del Rey SalomónrSpecoinasqtuJylé.

El Almirante desconoció, o no quiso creer, que la tierra firme que tocó


durante el cua rto viaje era un nuevo continente. Seguía aferrado a la idea
marcopolesca de las tierras fabulosas del Gran Khan, y que navegando por
ese rumbo no tardaría en encontrar la Aurea Quersoneso, (el estrecho de
Malaca), que lo llevaría a la India del río Ganges en cuestión de pocas joma-
16 CRÓNICAS DE VIAJEROS

das. No es de extrañar que su hermano Bartolomé, que anduvo con él en


esa ocasión, dibujara Sinarum Montis (los Montes de China) en el interior
de la tierra centroamericana.

En otra parte de su carta Colón se detiene a explicar las circunstancias


de la navegación en los términos más azarosos y esforzados, mezclando
su cosmografía ptolomaica con su astrología de posiciones planetarias pa-
ra explicar el voluble temperamento de vientos y corrientes.

Por otro lado, las descripciones de lo que realmente vio y descubrió en


tierra firme son relativamente pocas, quizá sospechando quo la carta iba a
pasar porotras manos antes de llegar a los soberanos destinatarios. En ella
se manifiesta el recelo del gran descubridor de revelar con detenimiento los
lugares por donde anduvo, confirmado por la expropiación que hiciera en
Jamaica de los mapas levantados por sus pilotos, celoso quizá que otros le
usurparan el descubrimiento de la fabulosa tierra de Veragua, donde en dos
días encontró más oro que en cuatro años en la Española, según su propia
confesión.

De su llegada alas islas de la Bahía y recorrido por la costa de Honduras


el Almirante no dice mucho, más que haber sufrido por sesenta días terrible
borrasca; aunque más adelante se refiere a cierto interesante comercio de
productos textiles y metálicos, traídos en una larga canoa. Obviamente pro-
cedían de la costa de México, según la detallada información escrita años
después por Fernando Colón, su hijo, quien también participó en la ex-
pedición.

La descripción de la costa de Nicaragua es igualmente pobre, salvo la


mención del cabo Gracias a Dios. La narración se recobra una vez alcan-
zado Cariay donde Colón intercambió artículos con los indios y anotó sus
costumbres, añadiendo las únicas observaciones de valor etnológico y zoo-
lógico efectuadas en todo el viaje. Las referencias a la provincia de Ciguare,
aunque un tanto fantasiosas, no dejan de ser enigmáticas porque su ubi-
cación coincide con Nicaragua. Más interés manifestó el Almirante en la
descripción de la costa de Veragua, donde envió a explorar las minas de oro
del Q uibián.
El decaído ánimo que perdura a lo largo de la carta de Colón lo hace
declarar al final de la misma: "Llore por mí quien tiene caridad, verdad y jus-
ticia. Yo no vine en este viaje a navegar por ganar honra ni hacienda: esto
es cierto porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta". Y así con-
tinúa el Almirante sermoneando citas y proverbios.

De más está decir que el Almirante no disfrutó de los beneficios de las


nuevas tierras descubiertas. Al regresar a España, la reina Isabela, su
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 17

protectora, había fallecido y la Corona no estaba dispuesta a reconocerle


más derechos. Año y medio después fallecía en Valladolid pobre y olvidado.

lI

La relación del Cuarto Viaje ofrecida por el escribano de la expedición


Diego de Porras, en el puerto de San Lúcar, una vez que ésta estuvo de re-
greso en España en noviembre de 1504, es muy concisa pero más cohe-
rente que la Leffera Rarissima.

Describe paso a paso el itinerario seguido, nombrando lugares y agre-


gando información adicional sobre el carácter de la costa recorrida, los na-
tivos que la poblaban y los artículos que trocaban. Relata principalmente las
aventuras por la costa de Veragua, donde un grupo fue destacado tierra
adentro a explorar ciertos placeres auríferos.

Quizá la información más importante ofrecida por Porras es el señala-


miento de lugares y distancias en leguas a lo largo de los principales puntos
por donde los navíos pasaron, lo cual permiten reconstruir con exactitud el
derrotero seguido por Colón. A este respecto, conviene anotar la ubicación
del río del Desastre, como situada a 70 leguas al sur del cabo Gracias a Dios
y 67 al noroeste de Cariay, (ó 124 de la isla del Escudo), punto que coincide
más propiamente con el delta del actual río Escondido que con la desem-
bocadura del río Grande de Matagalpa, como algunos historiadores erró-
neamente sostenían.

La relación incluye, finalmente, las piezas de oro y artículos rescatados,


así como los nombres y oficios de cada uno de los marineros asignados a
las respectivas embarcaciones, (Capitana, Santiago de Palos, Gallega y la
Vizcaína, alias Sospechoso), detalles que hemos omitido en beneficio de la
brevedad.

Ill

Una más completa versión del cuarto viaje, por su secuencia, detalle y
claridad, es la ofrecida por Fernando (Hernando) Colón, hijo del Almirante,
quien escribió la biografía del célebre descubridor y tomó parte del recorrido
que su padre y tío emprendieron por la costa caribe centroamericana en
1502.

No obstante que Fernando contaba entonces con trece años de edad,


y que su Relación fue escrita casi treinta años después de haberse et ec-
tuado, la narración es rica en detalles que añaden nuevos aspectos alas es-
cuetas versiones del Almirante y del escribano Porras. Posiblemente el re-
cuerdo excitante de aquella memorable experiencia, así como la informa-
18 CRÓNICAS DE VIAJEROS

ción adicional que pudo haber obtenido de las notas de su padre, le ayu-
daron a reconstruir aquella aventura y redactarla con mayor detalle.

La llegada de la flotilla descubridora a la costa de Honduras es descrita


con mejor ilustración. Fernando enfatiza un hecho poco considerado en las
otras relaciones, cual es la presencia de una galera de indios comerciantes,
que sorprendieron en la isla de Gua naja, como de posible procedencia de
México (dando la vuelta por Yucatán), dirección a la cual el Almirante dio las
espaldas. Prefirió continuar hacia el este y al sur en busca del estrecho que
supuestamente conducía a la India gangética, principal razón del viaje. El
uso del cacao como moneda, de brocados finamente tejidos, las espadas
de madera con navajas de pedernal en los filos y las hachuelas de cobre
parecen confirmar la procedencia mejicana de la embarcación indígena. La
descripción de los salvajes Orejones es también una interesante informa-
ción etnográfica de ese sector de la actual Costa de la Mosquitia.

Femando es el cronista-testigo que refiere el naufragio de un bote en


el do del Desastre, el cual se había aventurado a remontar la barra en la
desembocadura para recoger agua y leña. Este fue el único incidente que
sufrieron los expedicionarios cuando navegaban a lo largo de las tranquilas
aguas frente a la costa de Nicaragua, rutabcqonrtasuóle
navegación por la de Honduras.

Llama la atención la falta de mención de poblaciones Indígenas en el


litoral nicaragüense, aparentemente deshabitado y que recorrieron sin
guía, y sobre lo cual no dice nada la minuciosa narración de Fernando. En
cambio, la llegada a Cariay, en la presente Costa Rica, significó a los es-
pañoles no sólo un activo trueque con una tribu de hechiceros y embalsa-
madores, sino también la observación de ciertos acontecimientos de gran
importancia etnológica: de allí en adelante, hasta la costa de Veragua, los
indígenas maleaban el oro en ornamentos pectorales que los españoles no
tardaron en trocarpor chucherías. Hubo en efecto una incursión tierra aden-
tro en busca de minas, una vez de regreso de Retrete y Portobelo, dos abri-
gadas bahías así bautizadas por Colón, que marcaron los confines del viaje.

Complementa la narrativa la descripción de cierta flora del istmo, que


comprende pinos, encinos, icacos, jocotes, bambúes y palmas de siete
clases incluyendo palmitos. Entre la fauna mencionada por Fernando figu-
ran gallinas de la tierra (pavas), patos, jaguares, ciervos, sahinos, monos
y otras especies exóticas para los visitantes españoles.

IV

El fraile milanés Pedro Mártir de Anglería vivía en la Corte de los Reyes


Católicos, como tutor de los Infantes, durante los años del descubrimiento
CRÓNICAS DRL CUARTO VIAJE DE COLON 19

del Nuevo Mundo y primeras épocas de la conquista española. Aunque


nunca viajó a Las Indias, como los españoles llamaron primeramente a los
nuevos territorios encontrados, tuvo la oportunidad de entrevistar a los que
venían de ellas y organizar una colección de crónicas de invaluable valor
documental, como "corresponsal" en su época, dedicadas a informar a sus
superiores y a los pontífices de Roma acerca de la últimas noticias proce-
dentes del nuevo continente. Con ellas conformó sus famosa obra De Orbe
Novo, en ocho "Décadas", escritas originalmente en latín desde 1493 hasta
la época de su muerte en 1526.

Anglería estaba en la Corte cuando llegó Colón triunfante de su primer


viaje, y desde entonces no fallo en registrar las hazañas de los descubri-
mientos, ofreciendo algunas versiones y pormenores que supo por boca
misma del célebre marino.

La versión de Pedro Mártir sobre el cuarto viaje del Almirante es tan rica
y llena de detalles como la ofrecida por Femando Colón, siguiendo como
éste una descripción secuencial de los sitios visitados, anotando varios
nombres de lugares según la toponimia aborigen, e introduciendo términos
frutales no necesariamente indígenas como 'emblicos", "chébulos" y "miro-
balanos". También explica con detenimiento situaciones anecdóticas, seguro
que serían bien recibidas y con curiosidad por los selectos lectores, inte-
resándose en presentar algunos detalles que aunque simples resultaban
muy novedosos, como aquello de la desnudez de los indios y de las indias
cubriendo sus vergüenzas con una venda de algodón", referencias insóli-
tas procedentes de un fraile para ser leídas ante un pontífice. Añade ade-
más interesantes observaciones de especial valor etnológico, por estar en-
tre las primeras procedentes de los indios que vivían a lo largo de la costa
caribe del istmo centroamericano a principios del siglo XVI, antes de entrar
en contacto con los europeos.

En lo referente a Nicaragua, encontramos en la información de Anglería


las primeras noticias sobre Corn Islands, las islas que Colón bautizara como
Umonares. En otra parte de sus Décadas menciona el Río de los Perdidos,
(bautizado como San Mateo por Colón), donde zozobró Diego de Nicuesa
ocho años después, el cual parece corresponder al presente río Punta
Gorda.

Una versión sobre el Cuarto Viaje, aunque de segunda mano, es la


ofrecida por fray Bartolomé de las Casas en su Historia de Las Indias, libro
que le tomó 40 años en escribir, en medio de interrupciones por viajes rea-
lizados a España abogando por la causa de los indios. La versión no añade
20 CRONICAS DE VIAJEROS

nada nuevo a la de Fernando Colón, cuya narración sigue con bastante fi-
delidad, aunque el fraile usa su propio estilo.

Obviamente no se trata de una simple transcripción, como la que hiciera


fray Bartolomé del Diario de Colón referente al primer viaje, porque además
de su propia escritura excluye algunos pasajes anecdóticos, (como aquél
de la lucha entre dos animales salvajes en Cariay). Aparentemente, Las
Casas tuvo acceso al mismo documento que utilizó Femando, y posible-
mente a las notas de Colón sobre el cuarto viaje, algunas de cuyas obser-
vaciones el Almirante omitió en su Carta a los Reyes de España.

Fray Bartolomé agrega ciertas fechas que marcaron diversos eventos


del viaje, algunas de las cuales fueron omitidas o aparecen cambiadas en
la relación de Fernando. A este respecto, hablando del descubrimiento del
cabo que Colón llamó Gracias a Dios, Bartolomé escribe textualmente: 'Es-
to dice el Almirante que fue a 12 de setiembre del mismo año de 502"; en
cambio Fernando señala, posiblemente por error, el dia 14 del mismo mes
como la fecha del evento. Por otra parte, fray Bartolomé menciona que el
domingo 17 de septiembre, (que en realidad cayó en sábado), la flotilla arri-
mó a Cariay; según Fernando ese día llegaron al río del Desastre (como lo
confirma el escribano Porras en su alarde y obituario), y no fue sino hasta
el domingo 25 que alcanzaron aquel puerto.

No obstante las inconsistencias expresadas por Fray Bartolomé, repro-


ducimos aquí su texto, tratándose de la pluma de uno de los mejores histo-
riadores y polemistas de las cosas de Las Indias que tuvo la oportunidad de
conocer y tratar de cerca a varios testigos de la época de los descubrimien-
tos.

VI

A manera de recapitulación se presenta a continuación el derrotero y


la tabla cronológica de los eventos acaecidos durante el Cuarto Viaje de
Colón.

Año 1502:

Mayo 11.- Los cuatro barcos con 150 tripulantes salen de Cádiz y hacen una corta
parada en las islas Canarias.
Junio 15.- Arriban a la isla Martinica.
Julio 14.- Después de haber escapado de un huracán, refugiándose en una bahía
al sur de la isla de Santo Domingo, Colón reinicia el viaje rumbo al oeste.
Julio 16.- Arriba a Jamaica.
Julio 24.- Llega a Cayo Largo, al sur de Cuba.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 21

Julio 27.- Comienza la travesía desde la costa de Cuba hasta la de Hondu-


ras.
Julio 30.- Arriman ala isla de Guanaja, bautizada por Colón como Isla de los
Pinos.
Agosto 14.- Se celebra la primera misa en tierra firme, en el lugar donde más
tarde los españoles fundarían Trujillo.
Agosto 20.- Continúa el viaje mas allá de Punta Caxinas y progresa muy poco
contra viento y marea.
Septiembre 12.- Colón dobla y bautiza el cabo Gracias a Dios.
Septiembre 17.- Un bote zozobra en el río del Desastre.
Septiembre 18.- Descubrimiento de las islas Limonares (Corn Islands).
Septiembre 21. - Colón bautiza un río como San Mateo, (posiblemente el Punta
Gorda).
Septiembre 25.- La flotilla arriba a Cariay. (Puerto Limón).
Septiembre 28.- Un par de adolescentes son regaladas a los visitantes por los
indios de Cariay, pero Colón las devuelve al día siguiente.
Octubre 2.- Bartolomé Colón visita al pueblo y descubre cuerpos embalsama-
dos.
Octubre 5.- Los barcos levan anclas y continúan hasta la bahía de Cerabaró,
(Bocas del Toro).
Octubre 7.- En botes arriman los españoles a la tierra firma para trocar con los
indios.
Octubre 17.- Dejan la región de Bocas del Toro y continúan rumbo a Veragua.
Octubre 21.- Los indios del río Guayga amenazan e impiden el desembarco,
pero son ahuyentados con un disparo de bombarda.
Noviembre 2.- Llegan a Portobeb, donde quedan detenidos una semana por mal
tiempo; aprovechan para comerciar con los indígenas.
Noviembre 10.- Arriban al Puerto de Bastimentos, después conocido como Nombre
de Dios.
Noviembre 26.- Alcanzan el puerto de Retrete, límite de la exploración a lo largo
de la costa caribe del istmo.
Diciembre 5.- Colón da la vuelta y regresa a Veragua

Año1503:

Enero 6. La tripulación arriba al río Yebra, llamado Belén, donde encuen-


tran refugio los barcos.
Febrero 6.- Una expedición es destacada tierra adentro en busca de minas de
or.
Abril 16.- Con sólo dos barcos Colón deja la costa de Veragua, donde los
indios le impidieron fundar un pueblo.
Mayo 10.- La corriente y el viento lo llevan a descubrir las islas Caimán.
Junio 24.- Alcanza la costa de Jamaica donde los inservibles navíos zozo-
bran.
Julio 7.- Colón, escribe una Carta a los Reyes de España dando cuenta de
sus descubrimientos y desventuras. Envía un bote a Santo Domingo
en demanda de socorro.
22 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Año 1504:

Junio 28.- Después de un año de permanecer aislada en Jamaica la tripula-


ción es rescatada y llevada a Santo Domingo.
Noviembre 7.- Colón y su gente llegan a España y desembarcan en el puerto de
San Lúcar, poniendo fin al viaje.
CARTA DE COLON A LOS REYES DE ESPAÑA,
INFORMÁNDOLES DE LO RELATIVO
A SU CUARTO Y ULTIMO VIAJE EN 1502*

'Carta que escribió don Cristóbal Colón, Virrey y Almirante de las Indias, a los
cristianísimos muy poderosos Rey y Reina de España, Nuestros Señores, en que
les notifica cuanto le ha acontecido en su viaje; y las tierras, provincias, ciudades,
rios y otras cosas maravillosas, y donde hay minas de oro en mucha cantidad, y
otras cosas de gran riqueza y valor".

Serenísimos y muy altos y poderosos Principes Rey y Reina, nuestros


Señores: De Cádiz pasé á Canaria en cuatro días, y dende á las Indias en
diez y seis días, donde escribia. Mi intencion era dar prisa á mi viaje en
cuanto yo tenia los navíos buenos, la gente y los bastimentos, y que mi
derrota era en la Isla de Jamaica; y en la Isla Dominica escribí ésto: hasta
allí truje el tiempo á pedir por la boca. Esa noche que allí entré fué con
tormenta, y grande, y me persiguió despues siempre. Cuando llegué
sobre la Española invié el envoltorio de cartas, y a pedir por merced un
navío por mis dineros, porque otro que yo llevaba era inavegable y no
sufria velas. Las cartas tomaron, y sabrán si se las dieron la respuesta.
Para mi fué mandarme de parte de ahí, que yo no pasase ni llegase á la
tierra: cayó el corazón á la gente que iba conmigo, por temor de los llevar
yo léjos, diciendo que si algun caso de peligro les viniese que no serían
remediados allí, antes le sería fecha alguna gran afrenta. Tambien á
quien plugo dijo que el Comendador habia de proveer las tierras que yo
ganase. La tormenta era terrible, y en aquella noche me desmembró los
navíos: á cada uno lleevó por su cabo sin esperanzas, salvo de muerte: cada
uno de ellos tenia por cierto que los otros eran perdidos.' Quién nasció,

• Tomado de los Documentos para la Historia de Nicaragua. Colección Somoza. Tomo I. Madrid, 1954.
El human de esos dí as hundió flota donde regresaba el ex-gobernador Bobadilla, quien en ocasión
anterior h abía arrestado a Colón, devolviéndolo en cadenas a España.
24 CRÓNICAS DE VIAJEROS

sin guitar á Job, que no muriera desesperado? que por mi salvacion y de


mi fijo, 2 hermano' y amigos me fuese en tal tiempo defendida la tierra y
los puertos que yo, por la voluntad de Dios, gané á España sudando san-
gre; —E torno á los navíos que asi me habia llevado la tormenta y dejado
mi solo. Deparómelos nuestro Señor cuando le plugo. El navío Sospe-
choso había echado á la mar, por escapar fasta la isola; la Gallega perdió
la barca, y todos gran parte de los bastimentos: en el que yo iba, aba-
lumado a maravilla, nuestro Señor le salvó que no hubo daño de una paja.
En el Sospechoso iba mi hermano; y él, después de Dios, fue su remedio.
E con esta tormenta, así ágatas, me llegué a Jamaica: allí se mudó de mar
alta en calmeria y grande corriente, y me llevó fasta el Jardin de la Reina.
sin ver tierra. De allí cuanto pude, navegué á la tierra firme, adonde me
salió el viento y corriente terrible al opósito: combatí con ellos sesenta
dias, y en fin no le pudo ganar mas de 70 leguas.— En todo este tiempo
no entré en puerto, ni pude, ni me dejó tormenta del cielo, agua y trom-
bones y relámpagos de continuo que parecia el fin del mundo. Llegué al
cabo de Gracias á Dios, y de allí me dio nuestro Señor próspero el viento
y corriente. Esto fué á 12 de Setiembre. Ochenta y ocho días habia que
no me habia dejado espantable torments, á tanto que no vide el sol ni es-
trellas por mar; que á los navíos tenia yo abiertos, á las velas rotas, y per-
didas anclas y jarcias, cables, con las barcas y muchos bastimentos, la
gente muy enferma, y todos contritos, y much os con promesas de religion,
y no ninguno sin otros votos y romerías. Muchas veces habian llegado á
se confesar los unos a los otros. Otras tormentas se han visto, mas no du-
rar tanto ni con tanto espanto. Muchos esmorecieron, harto y hartas ve-
ces, que teníamos por esforzados. El dolor del fijo que yo tenía allí me
arrancaba el ánima, y mas por verle de tan nueva edad de 13 años en
tanta fatiga, y durar en ello tanto: nuestro Señor le dió tal esfuerzo que
él avivaba á los otros, y en las obras hacia él como si hubiera navegado
ochenta años, y él me consolaba. Yo había adolescido, y llegado hartas
veces á la muerte. De una camarilla, que yo mandé facer sobre cubierta,
mandaba la via. Mi hermano estaba en el peor navío y más peligroso.
Gran dolor era el mio, y mayor porque lo truje contra su grado; porque,
por mi dicha, poco me han aprovechado veinte años de servicio que yo he
servido con tantos trabajos y peligros, que hoy día no tengo en Castilla
una teja; si quiero comer 6 dormir no tengo, salvo el meson ó taberna, y
las mas de las veces falta para pagar el escote. Otra lástima me arran-
caba el corazon por las espaldas, y era de D. Diego mi hijo, que yo dejé en
España tan huérfano y desposesionado de mi honra y hacienda; bien que
tenia por cierto que allá como justos y agradecidos Príncipes le restitui-
' Fernando Colón que lo acompañaba.
Bartolomé Colón, quien iba también en el via*.
• Archipielago al sur de la isla de Cuba.
• En la costa norte de Honduras.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 25

rian con acrescentamiento en todo.- Llegué a tierra de Cariar, adonde


me detuve á remediar los navíos y bastimentos, y dar aliento á la gente,
que venía muy enferma. Yo que, como dije habia llegado muchas veces
a la muerte, allí supe de las minas de oro de la provincia de Ciamba, que
yo buscaba. Dos indios me llevaron a Carambaru, adonde la gente anda
desnuda y al cuello un espejo de oro, mas no lo querian vender ni dar a
trueque. Nombráronme much os lugares en la costa de la mar, adonde de-
cia que habia oro y minas; el postrero era Veragutr, y léjos de allí obra de
25 leguas; partí con intencion de los tentará todos, y llegado ya el medio
supe que había minas á dos jornadas de andadura: acordé de enviarlas
ver víspera de San Simon y Judas, que habia de ser la partida: en esa
noche se levantó tanta mar y viento, que fué necesario de correr hacia
donde él quiso; y el indio adalid de las minas siempre conmigo. En todos
estos lugares, adonde yo habia estado, fallé verdad todo lo que yo habia
oido: esto me certificó que es así de la provincia de Ciguare, que segun
ellos, es descrita nueve jornadas de andadura por tierra al Ponientes: allí
dicen que hay infinito oro, y que traen corales en las cabezas, manillas
á los pies y á los brazos dello, y bien gordas; y del, sillas, arcas y mesas
las guarnecen y enforran. Tambien digeron que las mujeres de allí traían
collares colgados de la cabeza á las espaldas. En esto que yo digo, la gente
toda de estos lugares conciertan en ello, y dicen tanto que yo sería con-
tente con el diezmo. También todos conocieron la pimienta. En Ciguare
usan tratar en ferias y mercaderías: esta gente así lo cuentan, y me
amostraban del modo y forma que tienen en la barata. Otrosí, dicen que
las naos traen bombardas, arcos y flechas, espadas y corazas, y andan
vestidos, y en la tierra hay caballos, y usan la guerra, y traen ricas ves-
tiduras y tienen buenas cosas. También dicen que la mar boxa á Ciguare,
y de allí á 10 jornadas es el río de Ganges. Parece que estas tierras están
con Veragua, como Tortosa con Fuenterrabia ó Pisa con Venecia. Cuando
yo partí de Carambaru y llegué á esos lugares que dije, fallé la gente en
aquel mismo uso: salvo que los espejos del oro quien los tenia los daba por
tres cascabeles de gabilan por el uno, bien que pe-sasen 10 ó 15 ducados
de peso. En todos sus usos son como los de la Española.. El oro cogen con
otras artes, bien que todos son nada con los de los cristianos. Esto que yo
he dicho es lo que oyo. Lo que yo sé es que el aft 94 navegué en 24° al
Poniente en término de nueve horas, y no pudo haber yerro porque hubo
eclipses: el sol estaba en Libra y la luna en Ariete. Tambien esto que yo
supe por palabra habia yo sabido largo por escrito. Tolomeo creyó de ha-
ber bien remedado á Marino, y ahora se falla su escritura bien propincua
al cierto. Tolomeo asienta Catigara á 12 líneas lejos de su Occidente, que
'Donde actualmente está Puerto Limón, Costa Rica.
En la cos ta noroeste de Panamá.
Lugar situado posiblemente en el golfo de Nicoya o junto al lago de Nicaragua.
I sla de Santo Domingo.
26 CRÓNICAS DE VIAJEROS

él asentó sobre el cabo San Vicente en Portugal dos grados y un tercio.


Marino en 15 líneas constituyó la tierra é términos. Marino en Etiopía
escribe al Indo la linea equinoccial mas de 24°, y ahora que los portugue-
ses le navegan le fallan cierto. Tolomeo diz que la tierra mas austral es
el plazo primero, y que no abaja mas de 15° y un tercio. E el mundo es poco:
el enjuto de ello en seis partes, la séptima solamente cubierta de agua:
la experiencia ya está vista, y la escribí por otras letras y con adorna-
miento de la Santa Escriptura, con el sitio del Paraiso terrenal, que la
santa Iglesia aprueba: digo que el mundo no es tan grande como dice el
vulgo, y que un grado de la equinoccial está 52 millas y dos tercios.): pero
esto se tocará con el dedo. Dejo esto, por cuanto no es mi proposito de fa-
blar en aquella materia, salvo de dar cuenta de mi duro y trabajoso viaje,
bien que él sea el mas noble y provechoso.- Digo que víspera de San Simón
y Judas corrí donde el viento me llevaba, sin poder resistirle. En un
puerto excusé diez días de gran fortuna de la mar y del cielo: allí acordé
de no volver atras álas minas, y dejélas ya por ganadas. Partí, por seguir
mi viage, lloviendo: llegué á puerto de Bastimentos? adonde entré y no
de grado: la tormenta y gran corriente me entró allí catorce días; y
después partí, y no con buen tiempo. Cuando yo hube andado 15 leguas
forzosamente, me reposé atrás el viento y corriente con furia: volviendo
yó al puerto de donde habia salido fallé en el camino al Retrete, adonde
me retruje con harto peligro y enojo, y bien fatigado yo y los navíos y la
gente: detúveme allí quince días, que así lo quiso el cruel tiempo; y
cuando creí de haber acabado me fallé de comienzo: allí mudé de senten-
cia de volver á las minas, y hacer algo fasta que mi viniese tiempo para
mi viage y marear; y llegado con 4 leguas revino la tormenta, y me fatigó
tanto a tanto que ya no sabia de mi parte. Allí se me refrescó del mal la
llaga: nueve días anduve perdido sin esperanza de vida: ojos nunca vie-
ron la mar tan alta, fea y echa espuma. El viento no era para ir adelante,
ni daba lugar para correr ha cia algun cabo. Allí me detenia en aquella
mar fecha sangre, herbiendo como caldera por gran fuego. El cielo jamás
fue visto tan espantoso: un dia como la noche ardió como forno; y asi
echaba la llama con los rayos, que cada vez miraba yo si me habia llevado
y velas; venian con tanta furia espantable que todos creía- losmate
mos que me habian de fundir los navios. En todo este tiempo jamás cesó
agua del cielo, y no para decir que llovia, salvo que resengundabaotr
diluvio. La gente estaba ya tan molida que deseaban la muerte para salir
de tantos martirios. Los navíos ya habian perdido dos veces las barcas,
anclas, cuerdas, y estaban abiertos, sin velas.- Cuando plugo á nuestro
Señor volví a Puerto Gordo, adonde reparé lo mejor que pude. Volví otra
vez hacia Veragua para mi viage, aunque yo no estuviera para ello.
Todavía era el viento y corrientes contrarios. Llegué casi adonde antes,
" En realidad equivale a unos 110 kms.
" Cerca del actual Portobelo, Panamá.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 27

y allí me salió otra vez el viento y corrientes al encuentro, y volví otra vez
al puerto, que no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan
desbaratados en costa brava, porque las mas de las veces trae tempestad
ó fuerte viento. Esto fué dia de Navidad en hora de misa. Volví otra vez
adonde yo había salido con harta fatiga; y pasado año nuevo. torné a la
porffa, que aunque me hiciera buen tiempo para mi viage, ya tenia los
navios inavegables, y la gente muerta y enferma. Dia de la Epifania lle-
gué á Veragua, ya sin aliento: allí me deparé nuestro Señor un río y se-
guro puerto, bien que ala entrada no tenia salvo 10 palmos de fondo: me-
time en el con pena, y el dia siguiente recordó la fortuna: si me falla fuera,
no pudiera entrará causa del banco. Llovió sin cesar fasta 14 de Febrero,
que nunca hubo lugar de entrar en la tierra, ni de me remediar en nada;
y estando ya seguro á 24 de Enero, de improviso vino el río muy alto y
fuerte; quebráronme las amarras y proeses, y hubo de llevar los navíos,
y cierto los vi en mayor peligro que nunca. Remedié nuestro Señor, como
siempre hizo. No se si hubo otro con mas martirios. A 6 de Febrero.
lloviendo, invié 70 hombres la tierra adentro; y á las 5 leguas fallaron mu-
chas minas; los indios que iban con ellos los llevaron á un cerro muy alto,
y de allí les mostraron hácia toda parte cuanto los ojos alcanzaban, di-
ciendo que en toda parte habia oro, y que hácia el Poniente llegaban las
minas 20 jornadas, y nombraban las villas y lugares, y adonde habia de
ellos más 6 menos. Despues supe yo que el Quibian que habia dado estos
indios, les habia mandado que fuesen á mostrar las minas lejos y de otro
su contrario; y que adentro de su pueblo cogian, cuando el quería, un
hombre en diez dias una mozada de oro; los indios sus criados y testigos
de esto traigo conmigo. Adonde el tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió
mi hermano con esa gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro
horas que fué allá á la estada. La calidad es grande, porque ninguno de
estos jamás habia visto minas, y los mas oro. Los mas eran gente de la
mar, y casi todos grumetes. Yo tenia mucho aparejo para edificar y mu-
chos bastimentos. Asenté pueblo, y dí muchas dádivas al Quibian, que
así llaman al Señor de la tierra; y bien sabia que no habia de durar la
concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y me apo-
sesionaba en su término: después que el vido las cosas fechas y el tráfago
tan vivo acordé de las quemar y matarnos á todos: muy al revés salió su
propósito: quedó preso el, mujeres, fijos y criados; bien que su prisión
duró poco: el Quibian se fuyó a un hombre honrado, á quien se habia en-
tregado con guardia de hombres; é los hijos se fueron â un maestre de
navío, á quien se dieron en el á buen recaudo. En Enero se habia cerrado
la boca del rio. En Abril los navíos estaban todos comidos de broma, y no
los podia sostener sobre agua. En este tienpo hizo el rio un canal, por
donde saqué tres dellos vacios con gran pena. Las barcas volvieron aden-
tro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no les dejó salir fuera:
De1503.
28 CRÓNICAS DE VIAJEROS

los indios fueron muchos y juntos y las combatieron, yen fin los mataron.
Mi hermano y la otra gente toda estaban en un navío que quedó adentro;
yo muy solo de fuera en tan brava costa, con fuerte fiebre, en tanta fatiga:
la esperanza de escapar era muerta: subi así trabajando lo mas alto,
llamando á voz temerosa, llorando y muy aprisa, los maestros de la gue-
rra de vuestras Altezas, a todos cuatro los vientos, por socorro; mas nun-
ca me respondieron. Cansado, me adormecí gimiendo: una voz muy pia-
dosa oí, diciendo: `¡O estulto y tardo á creer y a servir a tu Dios, Dios de
todos! Qué hizo él más por Moysés o por David su siervo? Después na-
ciste, siempre él tuvo de tí muy grande cargo. Cuando te vido en edad de
que él fué contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra.
Las Indias que son parte del mundo, tan ricas, te las dió pór tuyas: tú las
repartiste adonde te plugo, y te dió poder para ello. De los atamientos de
la mar océana, que estaban encerrados con cadenas tan fuertes, te dió las
llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste
tan honrada fama. Qué hizo el mas a su pueblo de Israel cuando le sacó
de Egipto? Ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate á él,
y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita; tu vejez no impedirá a
toda cosa grande: muchas heredades tiene él grandisimas. Abrahan
pasaba de cien años cuando engendró a Isaac, ni Sara era moza? Tu lla-
mas por socorro incierto: responde, quién te ha afligido tanto y tantas
veces, Dios ó el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios, no las
quebranta, ni dice despues de haver recibido el servicio que su interven-
cion no era esta, y que se entiende de otra manera, ni dá martirios por
dar color á la fuerza; él v á al pie de la letra: todo lo que él promete cumple
con acrescentamiento: esto es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha fecho
portly hace con todos. Ahora medio muestra el galardon de estos afanes
y peligros que has pasado sirviendo a otros. Yo así amortecido of todo;
mas no tuve yo respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis ye-
rros. Acabó él de fablar, quien quiera que fuese, diciendo: No temas, con-
fía: todas estas atribulaciones están escritas en piedra marmol, y no sin
causa".

Levan téme cuando pude; y al cabo de nueve días hizo bonanza, mas
no para sacar navíos del rio. Recogí la gente que estaba en tierra, y todo
el resto que pude, porque no bastaban para quedar y para navegar los
navíos. Quedara yo a sostener el pueblo con todos, si vuestras Altezas
supieran de ello. El temor que nunca aportarian allí navíos me determinó
á esto, y la cuenta de que cuando se haya de proveer de socorro se pro-
veerá de todo. Parti en nombre de la Santísima Trinidad, la noche de Pas-
cua, con los navíos podridos, abrumados, todos fechos agujeros. Allí en
Belen dejé uno, y hartas cosas. En Belpuerton hice otro tanto. No me que-
daron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por
" Portobelo.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 29

haber de pasar 7,000 millas de mar y agua, 6 morir en la via con fijo y her-
mano y tanta gente respondan ahora las que suelen tachar y reprender,
diciendo allá de en salvo: porqué no hadades esto allí? Los quisiera yo en
esta jornada. Yo bien creo que otra de otro saber los guarda: á nuestra fé
es ninguna. Llegué el 13 de Mayo en la provincia de Mago, que parte con
aquella del Catayo.4, y de allí partí para la Española: navegué dos días con
buen tiempo, y después fue contrario. El camino que yo llevaba era para
desechar tanto número de islas, por no me embarazar en los bajos dellas.
La mar brava me hizo fuerza, y hube volver atrás sin velas: surgí á una
isla adonde de golpe perdí tres anclas, y á la media noche, que parecia que
el mundo se en solvia, se rompieron las amarras al otro navio, y vino sobre
mi, que fué maravilla como no nos acabamos de se hacer rajas: el anda,
de forma que me quedó, fué ella después de nuestro Señor, quien me
sostuvo. Al cabo de seis días, que ya era bonanza, volví a mi camino: así
ya perdido del todo de aparejos y con los navíos horadados de gusanos
mas que un panal de abejas, y la gente tan acobardada y perdida, pasé
algo adelante de donde yo había llegado denantes: allí me torné a reposar
atrás la fortuna: paré en la misma isla en mas seguro puerto: al cabo de
ocho días torné a la via y llegué á Jamaica en fin de junio, siempre con
vientos punteros, y los navíos en peor estado: con tres bombas, tinas y
calderas no podian con toda la gente vencer el agua que entraba en el
navío, ni para este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para
me acercará lo mas cerca de la Española, que son 28 leguas; y no quisiera
haber comenzado. El otro navío corrió á buscar puerto casi anegado. Yo
porfié la vuelta de la mar con tormenta. El navío se me anegó, que
milagrosamente me trujo nuestro Señor á tierra. Quién creyera lo que
aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los
que fueron con el Almirante lo atestigüen. Si place a vuestras Altezas de
me hacer merced de socorro un navío que pase de 64, con 200 quintales
de bizcocho y algún otro bastimento, abastará para me llevará mí y á esta
gente a España de la Española. En Jamaica yo dije que no hay 28 leguas
á la Española. No fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya
dije que me fué mandado de parte de vuestras Altezas que no llegase á
allá. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta invio por
via y mano de indios: grande maravilla será si allá llega.— De mi viage
digo: que fueron 150 personas conmigo, en que hay hartos suficientes
para pilotos y grandes marineros: ninguno puede dar razon cierta por
donde fuí yo me vine: la razón es muy presta. Yo partí de sobre el puerto
del Brasil: en la Española no me dejó la tormenta ir al camino que yo
quería: fué por fuerza correr adonde el viento quiso. En ese día caíyo muy
enfermo: ninguno había navegado hácia aquella parte: cesó el viento y
mar dende á ciertos días, y se mudó la torments en calmeria y grandes
" Creyendo que exploraba la costa oriental de Asia, Colón confunde la costa sur de Cuba con Mangi,
provincia al sur de Catay o China.
30 CRÓNICAS DE VIAJEROS

corrientes. Fuí á aportar a una isla que se dijo de las Bocas., y de allí a
tierra firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay
razon que abaste; porque fué ir con corriente sin ver tierra tanto número
de dias. Seguí la costa de la tierra firme: esta se asenté con compás y arte.
Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo 6 cuando yo partí de ella
para venir á la Española. Los pilotos creian venir á parar á la isla de
Sanct-Joan!" y fue en tierra de Mango, 400 leguas mas al Poniente de
adonde decian. Respondan, si saben, adonde es el sitio de Veragua. Digo
que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo que fueron á unas tierras
adonde hay mucho oro, y certificarle; mas para volverá ella el camino tie-
ne ignoto, seria necesario para irá ella descubrirla como de primero. Una
cuenta hay y razon de astrología, y cierta: quien le entiende esto le basta.
A visión profética se asemeja esto: Las naos de las India s, sino navegan
salvo a popa, no es por la mala fechura, ni por ser fuertes: las grandes co-
rrientes que allí vienen, juntamente con el viento hacen que nadie porfie
con bolina, porque un día perderian lo que hubiesen ganado en siete; ni
saco carabela aunque sea latina portuguesa. Esta razon hace que no na-
veguen, salvo con colla, y por esperarle se detienen álas veces seis y ocho
meses en puerto; ni es maravilla, pues que en España muchas veces acae-
ce otro tanto.— La gente de que escribe Papa Pio, segun el sitio y señas,
se ha hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro, ni es mara-
villa, porque allí las tierras de la costa de la mar no requieren, salvo pes-
cadores, ni yo me detuve porque andaba á prisa. En Cariay, y en estas
tierras de su comarca, son grandes fechiceros y muy medrosos. Dieran el
mundo porque no me detuviera allíí una hora. Cuan do llegué allí luego me
inviaron dos muchachas muy ataviadas: la mas vieja no seria de once
años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura que no serian mas
unas putas: traian polvos de hechizos escondidos; en llegando las mandé
adornar de nuestras cosas y las invié luego a tierra: allí vide una sepul-
tura en el monte, grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto
y mirando en ella. De otras artes me dijeron y mas excelentes. Animalías
menudas y grandes hay hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puer-
cos hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un
ballestero habia herido una animalía, que se parece á gato paul, salvo
que es mucho mas grande, y el rostro de hombre: teníale atravesado con
una saeta desde lo pechos a la cola, y porque era feroz le hubo de cortar
un brazo y una pierna: el puerco en viéndole se le encrespé y se fue hu-
yendo: yo cuando esto ví mandé echarle begare, que así se llama adonde
estaba: en llegando á él, así estando á la muerte y la saeta siempre en el
cuerpo, le echó la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con la
mano que le quedaba le arrebató por el copete como á enemigo. El auto

" Se refiere a Bonaxa o Guanaja en la bahia de Honduras.


" Isla de Puerto Rico.
" Se trata del mono araña.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 31

tan nuevo y hermosa montería me hizo escribir esto. De muchas maneras


de animalías se hubo, mas todas mueren de barra. Gallinas muy grandes
y la pluma como lana vide hartas.,. Leones, ciervos, corzos otro tanto, y
así aves. Cuando yo andaba por aquella mar en fatiga en algunos se puso
heregia que estábamos enfechizados, que hoy dia están en ello. Otra
gente fallé que comian hombres: la desformidad de su gesto lo dice." Allí
dicen que hay grandes mineros de cobre: hachas de ello, otras cosas
labradas, fundidas soldadas hube, y fraguas con todo su aparejo de
platero y los crisoles. Allí van vestidos; y en aquella provincia vide
sábanas grandes de algodon, labradas de muy sotiles labores; otras
pintadas muy sutilmente á colores con pinceles. Dicen que en la tierra
adentro hácia el catayo las hay tejidas de oro. De todas estas tierras y de
lo que hay en ellas, falta la lengua, no se sabe tan presto. Los pueblos,
bien que sean espesos, cada uno tiene diferenciada lengua, y es en tanto
que no se entienden los unos con los otros, mas que nos con los de Arabia.
Yo creo que esto sea en esta gente salvage de la costa de la mar, mas no
en la tierra adentro.- Cuando yo descubrí las Indias dije que eran el ma-
yor señorío rico que hay en el mundo. Yo dije del oro, perlas, piedras
preciosas, especierías, con los trataos y ferias, y porque no pareció todo
tan presto fui escandalizado. Este castigo me hace agora que no diga sal-
vo lo que yo oigo de los naturales de la tierra. De una oso decir, porque
hay tantos testigos, y es que yo vide en esta tierra de Veragua mayor
señal de oro en dos dias primeros que en la Española en cuatro años, y
que las tierras de la comarca no pueden ser mas fermosas ni mas labra-
das, ni la gente mas covarde, y buen puerto, y fermoso rio, y defensible
al mundo. Todo esto es seguridad de los cristianos y certeza de señorío,
con grande esperanza de la honra y acrescentamiento de la religión cris-
tiana; y el camino allí será tan breve como á la Española, porque ha de
ser con viento. Tan señores son vuestras Altezas de esto como de Jerez
ó Toledo: sus navíos que fueren allí van á su casa. De allí sacarán oro: en
otras tierras, para haber de lo que hay en ellas, conviene que se lo lleven,
ó se volverán vacíos, y en la tierra es necesario que fien sus personas de
un salvage.— Del otro que yo dejo de decir, ya dige por qué me encerré:
no digo así, ni que yo me afirme en el tres doble en todo lo que yo haya
jamás dicho ni escrito, y que yo esto a la fuente, genoveses, venecianos
y toda gente que tenga perlas, piedras preciosas y otras cosas de valor,
Was las llevan hasta el cabo del mundo para las trocar, convertir en oro:
el oro es excelentísimo: del oro se hace tesoro, y con él, quien lo tiene, hace
cuanto quiere en el mundo, y llega ti que echa las animas al paraiso. Los
Señores de aquella tierra de la comarca de Veragua cuando mueren en-

" Se refiere al pavón.


"La única gente caníbal que encontraron fue en la Costa de la Oreja, en tre los cabos Camarón y G racias
a Dios.
"En la Costa Norte de Honduras e islas de la bahía.
32 CRÓNICAS DE VIAJEROS

tierran el oro que tienen con el cuerpo, así lo dicen: á Salomon llevaron
de un camino 666 quintales de oro, allende lo que llevaron los mercaderes
y marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro fizo 200 Ian-
zas y 300 escudos, y fizo el tablado que habia de estar arriba dellas de oro
y adornado de piedras preciosas, y fizo otras muchas cosas de oro, y vasos
muchos y muy gran des y ricos de piedras preciosas. Josefo en su crónica
Antiquitatibus lo escribe. En el Paralipómenon y en el libro de los Reyes
se cuenta de esto. Josefo quiere que este oro se hobiese en la Aurea: si así
fuese digo que aquellas minas de la Aurea son unas y se convienen con
estas de Veragua, que como yo dije arriba se alarga al Poniente 20
jornadas, y son en una distancia lejos del Polo y de la linea. Salomon com-
pró todo aquello, oro, piedras y plata, é allí le pueden mandar á coger si
les aplace. David en su testamento dejó 3.000 quintales de oro de las In-
dias a Salomon para ayuda de edificar el templo, y según Josefo era el
destas mismas tierras. Hierusalem y el monte Sion ha de ser reedificado
por mano de cristianos: quien ha de ser, Dios por boca del Profeta en el
décimo cuarto salmo lo dice. El Abad Joaquin dijo que este había de salir
de España. San Gerónimo ala santa mujer le mostró el camino para ello.
El Emperador del Catayo ha dias que mandó sabios que le enseñen en la
fé de Cristo. Quién será que se ofrezca á esto? Si nuestro Señor me lleva
a España, yo me obligo de llevarle, con el nombre de Dios, en salvo.—
Esta gente que vino conmigo han pasado increibles peligros y trabajos.
Suplico á V.A., porque son pobres, que les mande pagar luego, y les haga
mercedes á cada uno según la calidad de la persona, que les certifico que
á mi creer les traen las mejores nuevas que nunca fueron á España. El
oro que tiene el Quibian de Veragua y los otros de la comarca, bien que
segun informacion él sea mucho, no me paresció bien ni servicio de
vuestras Altezas de se lo tomar por via de robo: la buena orden evitará
escándalo y mala fama, y hará que todo ello venga al tesoro, que no quede
un grano. Con un mes de buen tiempo yo acabaré todo mi viaje: por falta
de los navíos no porfié a esperarle para tornar á ello, y para toda cosa de
su servicio espero en aquel que me hizo, y estaré bueno. Yo creo que V.A.
se acordará que yo quería mandar hacer los navíos de nueva manera: la
brevedad del tiempo no dió lugar a ello, y cierto yo había caído en lo que
cumplia.— Yo tengo en mas esta negociacion y minas con esta escala y
señorio, que todo lo otro que está hecho en las Indias. No es este fijo para
dar á criar a madrastra. De la Española, de Paria y de las otras tierras
no me acuerdo dellas que no llore; creia yo que el ejemplo dellas hobiese
de ser por estotras al contrario; ellas están boca a yuso, bien que no
mueren: la enfermedad es incurable, ó muy larga: quien las llegó á esto
venga agora con el remedio si puede ó sabe: al descomponer cada uno es
maestro. Las gracias y acrescentamiento siempre fué uso de los dar
quien puso su cuerpo á peligro. No es razon que quien ha sido tan
contrario á esta negociacion le goce ni sus hijos. Los que se fueron de las
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 33

Indias fuyendo los trabajos y diciendo mal dellas y de mí, volvieron con
cargos: así se ordenaba agora en Veragua: malo ejemplo, y sin provecho
del negocio y para la justicia del mundo: este temor con otros casos hartos
queyo veia claro, me hizo suplicar a V.A. antes que yo viniese á descubrir
esas islas y tierra firme, que mas las dejasen gobernar en su Real nom-
bre: plágoles: fue por privilegio y asiento, y con sello y juramento, y me
intitularon de Viso Rey y Almirante y Gobernador general de todo; y
aseñalaron el término sobre las islas de los Azores 100 leguas; y aquellas
del Cabo Verde por línea que pasa de polo á polo, y desto y de todo que
mas se descubriese, y me dieron poder largo: la escritura á mas larga-
mente lo dice.— El otro negocio famosísimo está con los brazos abiertos
llamando: extrangero he sido fasta agora. Siete años estuve en su Real
corte, que a cuantos se fabló de esta empresa todos a un a dijeron que era
burla; agora fasta los sastres suplican por descubrir, es de creer que van
saltear, y se les otorga, que cobran con mucho perjuicio de mi honra y
tanto del negocio. Bueno es de dar á Dios lo suyo y aceptar lo que le
pertenece. Esta es justa sentencia, y de justo. Las tierras que acá obe-
decen á V.A. son mas que todas las otras de cristianos y ricas. Despues
que yo, por voluntad divina, las hube puestas debajo de su Real y alto se-
ñorío y en filo para haber grandísima renta, de improviso, esperando
navíos para venir á su alto con specto con victoria y grandes nuevas del
oro, muy seguro y alegre, fué preso na-
ehcyonrmduas
vío, cargado de fierros, desnudo en cuerpo, con muy maltratamiento, sin
ser llamado ni vencido por justicia: quién creerá que un pobre extrangero
se hobiese de alzar en tal lugar contra V.A. sin causa, ni sin brazo de otro
Principe, y estando solo entre sus vasallos y naturales, y teniendo todos
mis fijos en su Real corte? Yo vine a servir de 28 años, y agora no tengo
cabellos en mi persona que no sea cano y el cuerpo enfermo, y gastado
cuanto me quedó de aquellos, y me fué tomado y vendido, y á mis herma-
nos fasta el sayo, sin ser oido ni visto, con gran deshonor mio. Es de creer
que esto no se hizo por su Real mandato. La restitucion de mi honra
dabs, y el castigo en quien lo fizo, fará sonar su Real nobleza; y otro tanto
en quien me robó las perlas, y de quien ha fecho daño en este almiran-
tado. Grandísima virtud, fama con ejemplo sera si hacen esto, y quedará
á la España gloriosa memoria con la de vuestras Altezas de agradecidos
yjustos Principes. La intencion tan sana que yo siempre tuve al servicio
de vuestras Altezas, y la afrenta tan desigual, no da lugar al á nima que
calle, bien que yo quiera: suplico á vuestras Altezas me perdonen.— Yo
estoy tan perdido como dije: yo he llorado fasta aquí á otros: haya mise-
ricordia agora el cielo y llore por mí la tierra. En el temporal no tengo
solamente una blanca para la oferta; en el espiritual he parado aquí en
las Indias de la forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo,
aguardando cada día por la muerte, y cercado de un cuento de salvajes
y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos
34 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Sacramentos de la Santa Iglesia, que se olvidará desta ánima si se aparta


acá del cuerpo. Llore por mí quien tiene caridad, verdad y justicia. Yo no
vine este viage á navegar por ganar honra ni hacienda: esto es cierto
porque estaba ya la esperanza de todo en ella muerta. Yo vine a V.A. con
sana intención y buen zelo, y no miento. Suplico humildemente a V.A que
si a Dios place de me sacar de aquí, que háya por bien mi ida a Roma y
otras romerías. Cuya vida y alto estado la Santa Trinidad guarde y
acreciente. Fecha en las Indias en la isla de Jamaica á 7 de julio de 1503
IL RELACIÓN DEL CUARTO VIAJE REAUZADO POR
CRISTÓBAL COLÓN, ESCRITO POR EL ESCRIBANO DE
LA EXPEDICIÓN, DIEGO DE PORRAS, EN SAN LOCAR
DE BARRAMEDA A 7 DE NOVIEMBRE DE 1504'

Relación del viage é de la tierra agora nuevamente descubierta por el Almirante


D. Cristobal Colón.

Fizose á la vela de la bahía de Cádiz con los cuatro navíos que llevó,
miércoles á once días de mayo año de mil é quinientos é dos años. Llevó
la via de las Islas de Canaria de la Isla del Fierro. Mandó tomar la derrota
para las Indias al Oueste cuarta al Sudueste; despidióse de vista destas
islas jueves á veinte é seis dias deste dicho mes.

Miércoles de mañana, quince días de junio, tomó tierra de una isla


que se dice Matinino,, que son aquellas las primeras islas de las Indias:
están trescientas leguas antes de la Isla Española y en su camino: aquí
pidió el Almirante parescer á los hombres de mar, dándoles cuenta por
do quena y podia seguir su viage: él siguió la via de la Isla Española; en
ella se detuvo algunos días sin surgir ni entrar en el puerto de Santo Do-
mingo, mas de cuanto mandó ir un suyo a tierra de la isla: á que fue no
se sabe; la salida fue abajo del puerto do estaba el Gobernador.

Desta isla se despidió jueves á catorce días de julio la via del Oueste.
Sabado siguiente llegó a la vista de la Isla Jamaica, do antes habia de
tomar su derrota para de allí ir a descubrir, no paró en ella: fue cuatro
dias la via del Oueste cuarta al Sudueste, sin fallar otra tierra: fue otros
dos dias al Nornorueste, é otros dos al Norte. Domingo veinte é cuatro
dias deste mes vieron tierra: estaban los navíos mas decaidos de lo que

• Tomado de Colección de Viajes y Descubrimientos de Martín Fernández de Navarrete. Tomo I, 1825.


'Martinica , una de las Antillas Menores.
36 CRONICAS DE VIAJEROS

pensaban por las muchas corrientes. Fue a tomar una isla baja donde
tomó su derrota para ir a descubrir.. Desta isla, que ya antes era des-
cubierta, que está comarcana con la tierra de Cuba, tomó su derrota para
ir a descubrir. Partió de aquí miércoles a veinte y siete dias deste dicho
mes; atravesó un golfo pequeño en que habrá poco más de noventa le-
guas: fue la via del Sur cuarta al Surueste.

Sabado siguiente vieron tierra. Fue una isla la primera tierra que
descubrió.: es pequeña, bojará veinte leguas, no tiene cosa de provecho:
mostraronles á los indios oro en grano é perlas; maravilláronse de vello,
demandábanlo: es gente de guerra, son flecheros, son hombres de bue-
na estatura.

Desta isla pareció otra tierra muy alta é cercana, fue á ella por el Sur;
estará desta isla diez leguas: de aquí se tomó un indio para llevar por
lengua á esta tierra grande, é este dijo algunos nombres de provincias
desta tierra: tomó puerto al cual nombró el Almirante la Punta de Caxi-
nas: de esta punta comenzó a ir descubriendo por esta costa, y por ser los
vientos contrarios anduvo muy poco; nunca de la costa desta tierra se
apartó de dia, é todas las noches venia a surgir junto con tierra: la costa
es bien temerosa, ó lo fizo parescer ser aquel año muy tempestuoso, de
muchas aguas é tormentas del cielo: iba continuo viendo la tierra, como
quien parte del cabo de S. Vicente hasta el cabo de Finisterre, viendo
continuo la costa: quince leguas adelante de desta pun ta fizo tomar la po-
sesión en un rio que salia grande de la tierra alta, é dicese el Rio de la Po-
sesión.

Pasando de aquí adelante fue toda la tierra muy baja, de gente muy
salvage, y de muy poco provecho: hizo la tierra ya casi al fin de la tierra
baja un cabo que fasta aquí fue lo peor de navegar, é púsole nombre de
Cabo de Gracias a Dios.

Pasó adelante; llegó una provincia que se nombra Cariay, tierra de


muy gran altura.: hállase gente de muy buenas disposiciones, muy agu-
dos, deseosos de ver: extrañaban mucho cualquier cosa que les mostra-
ban: aquí paresció entre algunos principales algun guank: tenian algo-

▪ Cayo Largo, junto a la costa sur de Cuba.


▪ Isla Cuanaja, en la costa norte de Honduras, descubierta el sábado 30 de Julio de 1502, la primers
tierra de América Central visitada por Colón.
• Punta Caxinas, o Cabo de Honduras cerca de Trujillo, así Ramada por Colón por ciertas frutas (icacos)
que observó en la costa.
• Es el actual Rio Tinto, o Rfo Negro.
• Puerto Limón, teniendo al fondo las montañas de Costa Rica.
• Guantn, oro de baja ley aleado con cobre.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 37

don tejido; todos andaban desnudos por toda la costa, salvo que traen
mugeres é hombres cubiertas sus partes secretas con unas telas que
sacan debajo de las cortezas de los árboles: traen los cuerpos é las caras
todos pintados como los berberiscos: aquí vemos puercos y gatos monte-
ses, é los trajeron á los navíos: aquí se tomaron indios para lengua, é
quedaron algo escandalizados.

De aquí pasó adelante, é como iba requiriendo puertos é bahías,


pensando hallar el estrecho, llegó a una muy gran bahía: el nombre de
esta tierra se dice Cerabaro: aquí se falló la primera muestra de oro fino
que traía un indio una como patena en los pechos, é se resgató: aquí se
tomaron indios para informarse donde habia aquel oro é dinde se traía,
de aquí comenzó a ir resgatando por toda la costa.

Por informacion de los indios fue a otra gran bahía, que se dice Abu-
reman era por allí la tierra muy alta é fragosa, las poblaciones puestas
en las montañas: hobose aquí un indio el cual dijo que adelante por la
costa andadura de medio dia habia de aquello que pediamos: es la gente
por toda esta costa tan salvage y tan sobre sí cada Señorío, que de veinte
en veinte leguas no se entienden unos aotros.

Pasó desta bahía y fue a un río que se nombra Guyga, do salieron a


ribera muchos indios armados con sus lanzas é flechas, é algunos de- la
llos con espejos de oro puestos en los pechos: es esta gente de manera que
despues de habido nuestro resgate luego lo aborrecian que parescian
bien tener en mas su joyas que las nuestras: es esta tierra A la costa de
la mar fragosa, de arboledas muy espesas; ninguna población está A la
costa, salvo dos ó tres leguas la tierra adentro, é no pueden ir dende la
mar a las poblaciones por tierra, sino por los rios en sus canoas.

De aquí pasó adelante a otra provincia que se dice Çobraba y por


entonces, á causa de no haber puerto, no se cató mas de tomar un indio
para lengua: pasó a la ida por toda esta costa de Veragua sin saber el
secreto, salvo seguir adelantea descubrir mas tierra, y despues que de
aquí pasó iba paresciendo menos oro.

Fue lo postrero que descubrio una tierra do falló un puerto muy pe-
queño que puso nombre el Puerto del Retrete, y aquí no traían los indios
sino unos sarcillos de oro bajo: ya por aquí parescian muchas muestras
de la costumbre é uso de los indios de la tierra de las perlas, y en algunas
cartas de navegar de algunos de los marineros juntaba esta tierra con las
' Bahia del Almirante.
• Boca del Toro.
" Lugar abrigado un poco al este de Portobelo.
38 CRONICAS DE VIAJEROS

que había descubierto Hojeda y Bastidas,n que es la costa de las perlas:


será en suma la tierra que agora descubrió trescientas é cincuenta le-
guas.

De aquí deste puerto dió la vuelta á la tierra que atrás quedaba por
información del indio que traía por lengua, que adelante no había mas
oro, sino que las minas quedaban en la tierra de Veragua: llegó al rio de
Veragua, no hobo entrada para los navíos, hallóse cerca otro rio que se
dice Yebra, aquí fizo meter los navíos á mucho pelegro: martes diez dias
de Enero de quinientos tres años entraron los navios en este rio; es en la
misma tierra de Veragua.

Luego se informó el Almirante del cacique á do estaban las minas: de


muy buena voluntad lo dijo, é así lo fizo que envió dos fijos suyos con los
cristianos á que nos enseñasen las minas: mostraba mucha voluntad
los cristianos: dende en veinte y seis dias que los navíos estaban dentro
en este rio se descubrieron las minas, estan del puerto do nombran Santa
María de Belen hasta ellas ocho leguas; es tierra trabajosa así de mon-
tañas como de muchos ríos, que rio hay que se pasa treinta é nueve veces:
hallamos muchas minas afondadas de los mismo indios, fondura de me-
dio estado: son muy diestros en el sacar del oro: fuemos setenta é cinco
hombres á ellas, é en obra de un dia sacamos dos o tres castellanos sin
aparejo ninguno, sino de las mismas minas que los indios tenian fechas,
es el oro muy menudo: no volvimos mas á ellas: lo que mas se anduvo por
la tierra adentro fueron diez leguas: no se supo mas secreto de decir que
dentro la tierra había mayores poblaciones, y por ser gente de poca
veradad no quiso el Almirante que fuese gente á vella; y como luego man-
dó prender al Cacique do se le fizo mucho daño que le quemaron su po-
blación, que era la mejor que habia en la costa é de mejores casas, de muy
buena madera, todas cubiertas de fojas de palmas, é prendieron a sus
fijos, é aquí traen algunos dellos de que quedó toda aquella tierra es-
candalizada, desto no sé dar cuenta sino que lo mandó facer é aun apre-
gonar escala franca.

De aquí se partió porque los indios, después de preso su Cacique, die-


ron en el real de los cristianos do mataron y firieron muchos, quedó
dentro deste rio uno de los navíos que no podía salir porque pedia mucha
agua, otro quedó en otro puerto de la costa que habia recibido mas daño
de la broma é era mas viejo; en los otros dos navios se vino con la gente
la vuelta de la Española que decia que no habia fasta ella ciento é cin-

" Hojeda había explorado am anterioridad la Costa de Perlas (Venezuela) y Bastidas recorrido las de
Colombia y noreste de Panamá, hasta Retrete.
" Río que bautizó como B elén, por haber fondeado junto a su boca el dia de la Epifanía, 6 de Enero de
1503.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 39

cuenta leguas, fué a parar a tierra de Cuba mas de cien leguas abajo de
la Española: los marineros no traían ya carta de navegar que se las habia
el Almirante tomado a todos: se decian que el yerro que se hizo al prin-
cipio habia causado gran desconcierto en el descubrir. Vínose por esta
costa de Cuba fasta cabo de Cruz, cincuenta leguas de la Española, que
pudiera ir muy bien a ella, y fuera el vi age mas breve y no hobiera el daño
que hobo por irse a la Isla Jamaica do estuvimos catorce meses ganando
la gente y los navíos sin facer ningun servicio: la causa desta ida a
Jamaica no hay quien lo sepa mas de querello facer. Llegó a surgir a S.
Lúcar jueves siete de Noviembre de quinientos cuatro años.

Relación de las derrotas de la costa de la tierra que deja descubierta.

De la punta de Caxinas, que es la primera tierra en que dió, do


comenzó a descubrir, fasta el cabo de Gracias a Dios, hay ochenta leguas:
correse Leste Oueste 80

Del cabo fasta el rio del Desastre hay setenta leguas: correse
Nornordeste Su-Sudeste. 70

Deste rio a cabo de Roas hay doce leguas: correse Norte Sur. 12

Deste cabo fasta Cariay han cincuenta ó cinco leguas: correse


Norueste Sueste 55

De Cariay fasta Aburema hay cuarenta ó dos leguas: corre se Norues-


te Sueste 42

De Aburema la Isla del Escudo, hay quince leguas, correse Norues-


te Sueste 15

Del Escudo fasta punta de Prados, veinte ó ocho leguas: correse Leste
Oueste 28

De Punta de Prados fasta Puerto de Bastimento, hay treinta ó cinco


leguas: correse Lesnordeste Oueste Sudueste 35

De Puerto de Bastimento fasta el Puerto del Retrete, que fue la


postrera escala que fizo de descubrir, hay quince leguas: correse Leste
cuarta Sueste 15

" La distancia lleva hasta el Rio Escondido, y no al río Grande de Matagalpa como generalmente se
cree.

" El cabo Roas parece corresponder a Monkey Point.


LA NARRACIÓN DEL CUARTO VIAJE DE CRISTÓBAL
ESCRITA POR SU HIJO HERNANDO' COLN,

Capítulo LXXXIX

De cómo el Almirante salió de la Española, siguiendo su viaje y descubrió las Islas


de los Guanajes.

Mientras el Almirante estaba en el puerto de Azua, con sus navíos,


dió lugar a su gente para que pudiese respirar de los trabajos padecidos
en la tempestad. Y siendo uno de los placeres que proporciona el mar,
cuando no hay otra cosa que hacer, la pesca, entre las muchas especies
de peces que cogieron me acuerdo de dos, uno de gusto y otro de admi-
ración; el primero fué un pez llamado esclavina, grande como media
cama, al cual hirieron con un tridente los de la nave Vizcaína cuando
dormía sobre el agua y lo aferraron de tal modo que no pudo zafarse; pero
atado con una cuerda larga y gruesa al banco del batel, se lo llevaba
detrás tan velozmente por aquel puerto, de aquí para allá, que parecía
una saeta, de modo que la gente de los navíos, que no conocía el secreto,
estaba como atónita viendo correr sin remos el batel de un lado para otro;
hasta que se murió el pez y fue llevado a bordo de los navíos, adonde lo
subieron con los ingenios que suelen alzar las cosas pesadas. El segundo
pez fue cogido con otro ingenio, y le llaman los indios manatí, que no se
conoce en Europa. Es del tamaño de una ternera, y su carne es también
semejante en el sabor y el color, acaso algo mejor y más grasa. De donde
aquellos que afirman que hay en el mar toda clase de animales terres-
tres, dicen que estos peces son verdaderamente becerros, pues no tienen
forma de pez ni se mantienen de otra cosa que de la hierba que encuen-
tran en las orillas.
Volviendo ahora a nuestra historia, digo que después que el Almi-
rante vió que su gente había descansado algo, y los navíos estaban
Extracto del libro: Vida del Almirante Don Cristóbal Colon, escrita por Hernando Colón.
' Puerto abrigado en la costa sur de la isla de Santo Domingo.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 41

arreglados, salió del puerto de Azua y fué al del Brasil, que los indios
llaman Yaquimo,, para guarecerse allí dentro de otra tempestad que iba
a venir. De aquí partió después a 14 de julio, con tanta bonanza que no
pudiendo seguir el camino que quería, lo echaron las muchas corrientes
a ciertas islas muy pequeñas y arenosas que están cerca de Jamaica, a
las cuales llamó las Pozas; porque no hallando agua en ellas, se hicieron
muchas pozas en la arena, de las que nos abastecimos para el servicio de
los navíos. Luego navegando hacia tierra firme por la ruta del Mediodía,
llegamos a ciertas islas, aunque no tomamos tierra, sino en la mayor, que
se llamaba Guanaja, de cuyo nombre tomaron después los que hacen las
cartas de navegar el de todas las islas Guanajas, que están a doce leguas
de tierra firme, cerca de la provincia que ahora se llama cabo de Hon-
duras, aunque entonces el Almirante la llamó punta de Caxinas. Pero
como éstos hacen las cartas sin andar por el mundo, incurren en ésto en
grandísimo error, el cual, puesto que ahora se me ocurre hablar de ello,
quiero referir aunque rompa el hilo de mi historia; y es así.

Estas mismas islas y la tierra firme la ponen dos veces en sus cartas
de marear, como si en efecto fuesen tierras distintas; y siendo el cabo a
Gracias a Dios el mismo que llaman cabo de Honduras, hacen dos. Y la
razón de este error fué que, después que el Almirante hubo descubierto
estas regiones, un cierto Juan Díaz de Solís, de cuyo nombre el Río de la
Plata se llama Río de Solis, por haberle matado allí los indios, y Vicente
Yañez, que fue capitán de un navío en el primer viaje del Almirante,
cuando descubrió las Indias, fueron juntos a descubrir el año 1508, con
intención de seguir la tierra, que había descubierto el Almirante en el
viaje de Veragua, hacia Occidente. Siguiendo éstos casi el mismo camino,
llegaron ala costa de Cariay, y pasaron cerca del cabo Gracias a Dios has-
ta la punta de Caxinas, que ellos llamaron de Honduras; y a las dichas
islas llamaron las Guanajas, dando, como hemos dicho, el nombre de la
principal de todas. De aquí pasaron más adelante, y no quisieron con-
fesar que el Almirante hubiese estado en ninguna de dichas partes, para
atribuirse ellos aquel descubrimiento y mostrar que habían encontrado
un gran país. A pesar de que un piloto suyo, llamado Pedro de Ledesma,
que había ido antes con el Almirante en el viaje de Veragua, les dijese que
él conocía aquellas regiones, y que eran de las que había ayudado a des-
cubrir con el Almirante; y por él lo supe yo más tarde. La razón y el diseño
de las cartas demuestran esto claramente, porque se pone dos veces una
misma cosa y la isla de una misma forma y en una misma distancia por
haber, cuando ellos volvieron, llevado aquel país dibujado como es ver-
daderamente; pero decían que estaba más allá de lo que el Almirante ha-
bia descubierto. De modo que una misma tierra está puesta dos veces en

' En la costa sur del actual Haití.


42 CRONIÇAS DE VIAJEROS

la carta; lo cual, placiendo a Dios, mostrará el tiempo ser así, cuando se


navegue más aquella costa, porque no encontrarán país de aquella forma
más de una sola vez, tal como se ha dicho.
Volviendo a nuestro descubrimiento, digo que habiendo llegado a la
isla de Guanaja, mandó el Almirante al Adelantado Don Bartolomé Co-
lón, su hermano, que fuese a tierra con dos bateles. Al lí encontraron
gente parecida a la de las otras islas, aunque no con la frente tan ancha.
Vieron también muchos pinos y pedazos de tierra llamada cálcide, con la
cual se fun de el cobre, la cual algunos marineros, pensando que fuese oro,
llevaron mucho tiempo a escondidas. Estando el Adelantado en aquella
isla, con deseo de saber sus secretos, quiso su buena suerte que llegase
entonces una canoa tan larga como una galera, de ocho pies de anchura,
toda de un solo tronco, y de la misma hechura que las demás, la cual venía
cargada de mercancías de las partes occidentales, hacia la Nueva Espa-
ña.. Tenía en el medio un toldo hecho de hojas de palma, no distinto del
que llevan en Venecia las góndolas, el cual defendía lo que estaba debajo
de tal modo que ni la lluvia ni el oleaje podían mojar nada de lo que iba
adentro. Bajo aquel toldo estaban los niños, las mujeres, y todos los ba-
gajes y las mercancías. Los hombres que llevaban la canoa, aunque eran
veinticinco, no tuvieron ánimo para defenderse contra los bateles que les
persiguieron. Tomada, pues, la canoa por los nuestros sin lucha, fué
llevada a los navíos, donde el Almirante dió muchas gracias a Dios, vien-
do que un momento, sin fatiga ni peligro de los suyos, era servido darle
muestra de todas las cosas de aquella tierra. Luego mandó que se sacase
de la canoa lo que le pareció ser de mayor vista y precio, como algunas
mantas y camisetas de algodón sin mangas, labradas y pintadas con
diferentes colores y labores; y algunos pañetes con que cubren sus ver-
güenzas, de la misma labor y paño con que se cubrían las indias de la ca-
noa, como suelen cubrirse las moras de Granada; y espadas de madera
largas, con un canal a cada lado de los filos, a los cuales estaban sujetas
con hilo y pez navajas de pedernal, que entre gentes desnudas cortan co-
mo si fuesen de acero; y hachuelas para cortar leña, semejantes a las de
piedra que usan los demás indios, salvo que eran de buen cobre; y tam-
bién de aquel metal llevaban cascabeles y crisoles para fundirlo; y por
vituallas llevaban raíces y grano, que comen los de la Española, y cierto
vino hecho de maíz semejante a la cerveza de Inglaterra, y muchas de
aquellas almendras que tienen por moneda de la Nueva España,.las que
parecía que tuviesen en gran estima, porque cuando fueron puestos en
la nave con sus cosas, noté que al caer alguna de aquellas almendras,
todos se agachaban en seguida a cogerla, como si se les hubiese caído un
ojo. Al mismo tiempo parecía que aunque no volvieran de su estupor,
•México.
• La cerveza era la chicha y las almendras el cacao.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 43

viéndose sacar presos de su canoa a la nave entre tanta gente extraña y


feroz como somos nosotros respecto de ellos, como la avaricia de los hom-
bres es tanta, no debemos maravillarnos de que aquellos indios la ante-
pusieran al temor y al peligro en que se veían.
Asimismo digo que también debemos estimar mucho su honestidad
y vergüenza, porque si al entrar en la nave ocurría que les quitasen algu-
no de los paños con que cubrían sus vergüenzas, en seguida el indio, para
cubrirlas, ponía delante las manos y no las levantaba nunca; y las muje-
res se tapaban la caray el cuerpo, como hemos dicho que hacen las moras
de Granada. Esto movió al Almirante a tratarlos bien, a restituirles la ca-
noa, y a darles algunas cosas a cambio de aquellas que los nuestros les
habían tomado para muestra. Y no retuvo de ellos consigo sino a un viejo,
llamado Yumbé, el cual parecía de mayor autoridad y prudencia, para
informarse de las cosas de la tierra, y para que animase a los otros a
platicar con los cristianos; lo que hizo pronta y fielmente todo el tiempo
que anduvimos por donde se entendía su lengua. Por lo que en premio y
recompensa de esto, cuando llegamos a donde no podía ser entendido, el
Almirante le dió algunas cosas y lo envió a su tierra muy contento. Esto
sucedió antes de llegar al cabo de Gracias a Dios, en la costa de la Oreja.
Capítulo XC .

De cómo el Almirante no quiso ir a la Nueva España, sino volver hacia oriente,


en busca de Veragua y del Estrecho de la Tierra Firme.

Aunque el Almirante, por aquella canoa, se diese cuenta de las gran-


des riquezas, policía e industria que había en los pueblos de las partes
occidentales de la Nueva España; no obstante, pareciéndole que por es-
tar aquellos países a sotavento, podría navegar a ellos desde Cuba cuan-
do le fuese conveniente, no quiso ir a ellos; y siguió su intento de descubrir
el estrecho de la Tierra Firme, para abrir la navegación del Sur, de lo que
tenía necesidad para descubrir las tierras de la Especiería. Y así a tientas
decidió seguir la via del oriente hacia Veragua y el Nombre de Dios, don-
de se imaginaba y creía que estuviese el estrecho referido, como en efecto
estaba. Pero se engañó en su idea, porque él no pensaba que fuese estre-
cho de tierra, como otros, sino de mar, que pasase como canal de un mar
a otro. De cuyo error podía ser causa la equivocación del nombre, porque
al decir que en Veragrua y Nombre de Dios está el estrecho de esta Tierra
Firme, podía entenderse de agua o de tierra; y él tomaba esto por lo más
común y por lo que más deseaba. Aunque si bien es aquél estrecho de tie-
rra, ha sido no menos, yes, la puerta por donde se dominan tantos mares,
y por donde se han llevado y descubierto tantas riquezas; porque no qui so
Dios que una cosa tan grande y de tanta importancia se consiguiese de
44 CRÓNICAS DE VIAJEROS

otro modo, pues por aquella canoa se tuvo conocimiento de la Nueva Es-
paña.

Para buscar aquel estrecho, no habiendo en aquellas islas de los Gua-


najes cosa de valor, sin otra demora navegó hacia Tierra Firme, a una
punta que llamó de Caxinas, porque había en ella muchos árboles que
producen unas manzanillas algo arrugadas y tienen el hueso esponjoso,
y son buenas para comer, especialmente cocidas, a las cuales llaman
caxinas los indios de la Española., Como no se veía en toda aquella tierra
cosa digna de mención, el Almirante no quiso perder tiempo en entrar en
un gran golfo que allí se forma,. sino seguir su camino hacia el Este, a lo
largo de aquella costa que corre el mismo rumbo en el cibo de Gracias a
Dios. La cual es toda muy baja, de playa muy limpia. Los indios más cer-
canos a Caxinas llevaban las dichas camisetas pintadas y pañetes sobre
sus vergüenzas; y hacen petos de algodón colchados, que bastan para
defensa de sus azagayas y aun para resistir algunos golpes de nuestras
armas. Pero la gente que está más arriba hacia Oriente, hasta el cabo de
Gracias a Dios, es casi negra, y de feo aspecto, y no lleva cosa alguna
cubierta, yen todo es muy selvática. Y según decía el indio que fué preso,
comen carne humana, y peces crudos tal como los matan; y traen las
orejas horadadas con agujeros tan anchos que cómodamente podría en-
trar en ellos un huevo de gallina. Por lo que el Almirante llamó a aquellas
tierras Costa de Oreja.

En aquella costa salió a tierra el Adelantado, la mañana del domingo


14 de agosto del año 1502, con las banderas y los capitanes y con muchos
de la armada para oir misa. El miércoles siguiente, yendo las barcas a
tierra para tomar posesión de aquel país en nombre de los Reyes Cató-
licos nuestros señores, acudieron a la playa más de cien indios, cargados
de vituallas, esperando a los nuestros, ofreciendo sus presentes al Ade-
lantado tan pronto como llegaron; y luego se apartaron sin decir palabra.
El Adelantado mandó entonces que les diesen cascabeles, cuentas y otras
cosillas; y les preguntó por las cosas de la región, por señas y por el in-
térprete referido. Aunque éste, por hacer poco tiempo que estaba con no-
sotros, no entendía a los cristianos, por la distancia, aunque pequeña,
que hay de su tierra a la isla Española, donde muchos de los navíos ha-
bían aprendido la lengua de los indios; y tampoco entendía a los mismos
indios. Pero quedando éstos satisfechos de lo que se les había dado, vol-
vieron al día siguiente al mismo lugar más de otros doscientos, cargados
también de vituallas de varias clases, a saber gallinas de la tierra, que
' Se trata del icacao, (Chrysobalanus icaco), comen en las las playas arenosas.

La laguna costars de Caratasca.


Estos salvajes eran posiblemente antecesores de los actuales Misquitos, Ilamados Guabas o Guayas
a principios del siglo XVII.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 45

son mejores que las nuestras, ocas, pescado asado, habas coloradas y
blancas semejantes a los frijoles, y otras cosas nada diferentes de las que
hay en la Española, y casi todas las otras frutas y mirobalanos de los que
llaman hobos en la Española, y casi todas las otras frutas y vituallas que
en la Española se encuentran.. Asimismo había muchos leopardos, cier-
vos y corzos; y hay muchos de aquellos peces de la Española que no se
conocen en Castilla.

La gente de este país es casi de igual disposición que en las otras


islas, pero no tienen las frentes anchas como aquéllos, ni muestran tener
religion alguna. Hay entre ellos lenguas diferentes, y generalmente van
desnudos, aunque traen cubiertas sus partes vergonzosas. Algunos usan
ciertas camisetas como las nuestras, largas hasta el ombligo, y sin man-
gas. Traen labrados los brazos y el cuerpo con labores moriscas, hechas
con fuego, que les dan un aspecto extraño. Algunos llevan pintados leo-
nes, otros ciervos, y otros castillos torreados, y otras figuras diversas. Los
más nobles llevan en vez de bonetes ciertos pañetes de algodón blancos
y rojos; otros llevan colgando sobre la frente algunos mechones de pelo.
Si se adornan para alguna fiesta, se tiñen la cara unos de negro y otros
de colorado; otros se hacen rayas de varios colores en la cara, y otros tie-
nen un pico como de avestruz, y otros se ennegrecen los ojos. Y así se ador-
nan para parecer hermosos, cuando en realidad parecen diablos.

Capítulo XCl .

De cómo el Almirante pasó la Costa de Oreja por el Cabo Gracias a Dios, y llegó
a Cari ay, y de lo que allí hizo y se vió.

El Almirante navegó por la mencionada costa de Oreja hacia Orien-


te, hasta el cabo de Gracias a Dios, que fué llamado así porque, no ha-
biendo desde la punta de Caxinas hasta él más de sesenta leguas, se pa-
deció mucho por la contrariedad de los vientos y de las corrientes en
setenta días de navegar de bolina para caminarlas, salien do de una bor-
dadahacia el mar y volviendo de otra hacia tierra, ganando muchas veces
con el viento y perdiendo otras muchas, según que era fresco o escaso en
las bordadas que se hacían. Es cierto que si no hubiera sido la costa de
tan buenos surgideros como era, hubiéramos tardado mucho más en pa-
sarla; pero como era limpia y hasta media legua de tierra había dos bra-
zas de fondo, y entrando en el mar por cada legua crecía el agua otras dos
brazas, teníamos gran comodidad para fondear de noche, o cuando era
muy poco el viento; de modo que, aunque con dificultad, a causa del buen
fondo, fue navegable aquel camino.
Después, cuando el 14 de setiembre llegamos a dicho cabo, viendo
que la tierra daba vuelta hacia Mediodía, y que con los vientos levantes
• Jobos, ciruelos o jocotes (Spondias sp.).
46 CRÓNICAS DE VIAJEROS

que allí reinaban y que nos habían sido tan contrarios, podíamos con-
tinuar cómodamente nuestro viaje, todos en general dimos gracias a
Dios. En memoria de esto el Almirante le dió el nombre de cabo de Gra-
cias a Dios.

Poco más allá pasamos por algunos bajos peligrosos, que salían al
mar por cuanto podia alcanzar la vista. Como teníamos necesidad de to-
mar agua y leña, el sábado 16 de setiembre, envió el Almirante los bateles
a un río, que parecía profundo y de buena entrada. Pero no fué tal para
la salida, porque habiéndose enfurecido los vientos del mar, y estando
ésta muy gruesa, rompiendo contra la corriente de la boca, embistió alas
barcas con tanta violencia que zozobré una y pereció toda la gente que en
ella iba. Por lo que le llamó el Almirante río del Desastre... En este río y
sus inmediaciones habían cañas tan gruesas como el muslo de un hom-
bre.

El domingo 25 de setiembre, siguiendo hacia el Mediodía, fondeamos


en una isleta llamada Quiribirí, y en un pueblo de Tierra Firme llamado
Cariay, que eran de la mayor gente, palsy sitio que hasta entonces había-
mos hallado; así porque la tierra era alta y de muchos ríos, y abundante
en árboles altísimos, como porque dicha isleta era frondosísima, llena de
boscajes de árboles muy erguidos, así de palmitos y mirobalanos como de
otras muchas especies. Por lo cual el Almirante la llamó la Huerta.

Esta isleta dista una legua corta de la población llamada por los
indios Cariay, la cual está cerca de un río, donde acudió infinita gente de
aquellos contornos, muchos con arcos y flechas, y otros con varas de
palma, negras como la pez y duras como hueso, cuya punta iba armada
con huesos y espinas agudas de peces, y otros con macanas o recios bas-
tones, y habían ido allí con muestras de querer defender su tierra. Los
hombres llevaban los cabellos trenzados enrollados a la cabeza, y las
mujeres los llevaban cortados como nosotros. Viendo que éramos gente
de paz, mostraron gran deseo de obtener cosas nuestras a cambio de las
suyas, que son armas, mantas de algodón, camisetas de las dichas, y
aguilillas de guanines, que es oro muy bajo, que llevan colgado del cuello,
como nosotros llevamos el Agnus Dei u otra reliquia. Todas estas cosas
las llevaban nadando a las barcas, porque los cristianos ni aquel día ni
al siguiente salieron a tierra; ni el Almirante permitió que se les tomase
cosa alguna, para que no nos tuviesen como hombres que deseaban lo que

• Colón menciona el 12 de Septiembre como la fecha del paso por el cabo, que marca el día del
descubrimiento de la actual Nicaragua.
"El lugar parece corresponder al delta del río Escondido y la fecha al sábado 17 de septiembre, cuando
perecieron dos tripulantes de la nave Vizcaína, s egún la medida y alarde de Porras.
"La isla Uvita, junto a Puerto Limón, Costa Rica.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 47

ellos tenían; antes les hizo dar mucha cosas de las nuestras. Los indios,
cuanto menos caso de rescatar veían que hacíamos, tanto más lo desea-
ban, haciéndonos muchas señas desde tierra, y extendiendo sus mantas
como banderas, convidándonos a ir a tierra. Finalmente, viendo que
ninguno iba, cogieron todas las cosas que les habíamos dado, sin dejar
ninguna, y bien atadas todasjuntas, las pusieron en el mismo sitio donde
habían ido las barcas a recibirlos, y allí las hallaron los nuestros el
miércoles siguiente que salieron a tierra.

Como los indios vecinos de este lugar creían que los cristianos no se
fiaban de ellos, enviaron alas naves un indio viejo de venerable presen-
cia, con una bandera puesta en un palo y con dos muchachas, una de ocho
años y otra de catorce; y una vez entradas en la barca, hizo señal de que
los cristianos podían desembarcar con seguridad. Vistos sus ruegos, sa-
lieron a tomar agua, teniendo los indios mucho cuidado de no hacer nin-
guna señal ni ademán de que recibiesen temor los cristianos. Y cuando
después los vieron volver a los navíos, les hacían muchas señas de que
llevasen consigo alas mozas con los guanines que traían al cuello. Ya ins-
tancias del viejo que las llevaba, aceptamos que quedasen con nosotros.
En lo cual no sólo mostraban más ingenio del que se había visto en otros,
sino que en las muchachas se observó una gran fortaleza, porque siendo
los cristianos de tan extraña vista, trata y generación, no dieron muestra
alguna de dolor ni de tristeza, manteniéndose siempre con semblante
alegre y honesto, por lo que fueron muy bien tratadas por el Almirante,
que hizo que se les diese de vestir y de comer; y luego mandó que fuesen
devueltas a tierra, donde habían cincuenta hombres; y el viejo que las
había llevado tornó a recibirlas, alegrándose mucho con ellas.

Volviendo aquel mismo día los bateles a tierra, encontraron a la


misma gente con las mozas, quienes, con los indios restituyeron a los cris-
tianos todo aquello que les habían dado, no queriendo que les quedase co-
sa alguna. Y al día siguiente, bajando a tierra el Adelantado para tener
información de aquellas gentes, se acercaron dos de los principales a la
barca donde el estaba, y tomándolo por los brazos en medio de ellos, lo
sentaron en la hierba de la orilla; y preguntándoles el Adelantado algu-
nas cosas, mandó a los escribanos de la nave que anotasen lo que res-
pondían. Pero viendo el papel y la pluma se alborotaron de tal forma que
la mayor parte de ellos se dieron a la fuga. Lo cual, según se pudo con-
jeturar, fué por el miedo que tuvieron a ser hechizados con palabras o
signos, aunque en realidad eran ellos quienes nos parecían a nosotros
grandes hechiceros, y con razón. Porque, al acercarse a los cristianos, es-
parcían por el aire cierto polvo, y con sahumerios en los que echaban
dicho polvo, hacían que el humo fuese hacia los cristianos. Además de que
el no querer recibir cosa alguna de las nuestras y el devolverlas mostra-
48 CRANICAS DE VIAJEROS

ban que tenían tal sospecha, pues como suele decirse, piensa el ladrón
que todos son de su condición.

Habiéndonos detenido aquí más de lo que requería la presteza del


viaje, reparados y aprestados los navíos con todo lo necesario, el domingo
2 de octubre mandó el Almirante que saliese el Adelantado a tierra con
alguna gente para reconocer la población de aquellos indios, sus costum-
bres y naturaleza, junto con la calidad del país. Lo que vieron de más
notable fue que dentro de un palacio grande de madera, cubierto de
cañas, tenían sepulturas, en una de las cuales había un cuerpo muerto,
seco y embalsamado, yen otra dos, pero sin mal olor, y envueltos en paños
de algodón. Sobre las sepulturas había una tabla en la que estaban algu-
nos animales esculpidos; en otras se veía la figura del que estaba sepul-
tado, adornado de muchas joyas, de guanines, de cuentas y de las cosas
que más estimaban.

Por ser éstos los indios de más razón que en todas aquellas partes se
habían encontrado, mandó el Almirante que se tomase alguno para saber
los secretos de la tierra; y así, entre siete que se cogieron eligió dos prin-
cipales, y despachó a los otros cinco con algunas dádivas, habiéndolos
tratado muy bien para que no se alborotase la tierra. Dijo a los otros que
los llevaría por guías en aquella costa, y que después los dejaría marchar.
Pero ellos, creyendo que los prendíamos con avaricia, o por ganar resca-
tándolos por susjoyas y mercancías, al día siguiente llegó de golpe mucha
gente a la playa, y enviaron cuatro mensajeros a la capitana para tratar
del rescate, por el que prometieron algunas cosas, y llevaron de regalo
dos puercos de la tierra, que aunque pequeños, son muy bravos. El Al-
mirante, vista la prudencia de esta gente, entró en deseo de tratar con
ellos, y no quiso partir de allí sin tomar lengua. Sin tener en cuenta sus
ofertas, mandó que a los embajadores se les diesen algunas cosillas, a fin
de que no se fuesen mal satisfechos, y que les fuesen pagados los puercos.
Con éstos hubo una cacería, que fue como sigue.

Entre otros animales de aquella tierra hay algunos gatos de color


gris, del tamaño de un lebrel pequeño, pero con la cola más larga, y tan
fuerte que cogiendo algo con ella, parecía que estaba atado con una cuer-
da. Andan éstos, por los árboles como ardillas, saltando de unos a otros,
y cuando dan el salto, no sólo se agarran a las ramas con las manos, sino
también con la cola, de la cual muchas veces se quedan colgados, como
por juego o descanso." Cierto ballestero trajo de un bosque uno de estos
gatos, el cual había echado a tierra de un árbol con un virote, y porque
estando ya en tierra se puso tan bravo que no se atrevía a acercarse a él,
le cortó un brazo de una cuchillada. Trayéndolo así herido asusto a un
u Estos gatos son reaImente monos; el descrito parece ser Atetes geoffroyi, el mono araña o 'pancho'.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 49

buen perro que teníamos; pero mucho más miedo le dió a uno de los
puercos que nos habían llevado, porque apenas vió al gato, echó a correr,
mostrando grandísimo miedo." Esto nos causó gran admiración, porque
antes de que esto sucediese el puerco atacaba a todos y no dejaba al perro
quieto en cubierta. Por lo cual mandó el Almirante que lo arrimasen más
al gato, que viéndolo cerca que le rodeó el hocico con la cola, y con el brazo
que le había quedado sano le agarró la nuca para moderlo, mientras el
puerco gruñía de miedo. Por esto conocimos que semejantes gatos deben
de cazar como los lobos y los lebreles de España.

Capítulo XCII.

De cómo el Almirante partió de Cariay, fue a Cerabaró y Veragua, y navegó hasta


que llegó a Portobelo; cuyo viaje fue todo por costa múy fértil.

El miércoles 5 de octubre, se hizo el Almirante a la vela, a arribó al


puerto de Cerabaró, que tiene seis leguas de largo y más de tres de ancho;
en el cual hay muchas isletas y tres o cuatro rocas muy a propósito para
entrar y salir con todos los vientos. Por entre estas islas van las naves
como por calles, tocando las cuerdas de los navíos a las ramas de los árbo-
les. Tan luego como fondeamos en este puerto, fueron las barcas a una de
aquellas isletas, donde había en tierra veinte canoas, y la gente en las
orillas, desnudos como salieron del vientre de sus madres, y traían sola-
mente un espejo de oro al cuello, y algunos un águila de guanín. Sin mos-
trar miedo alguno, por mediación de los dos indios de Cariay, trocaron un
espejo que pesó diez ducados por tres cascabeles; y dijeron haber gran
abundancia de aquel oro, y que se cogía en la tierra firme, muy cerca de
ellos.

Al día siguiente, 7 de octubre, fueron a tierra firme los bateles; donde


se encontraron con quince canoas llenas de indios, y porque no quisieron
rescatar sus espejos con nuestra gente, fueron presos dos de los más prin-
cipales, para que el Almirante se informase de ellos por medio de los in-
térpretes. El espejo que llevaba uno de ellos pesó catorce ducados, y el
águila del otro, veintidós. Decían estos indios que a una o dos jornadas
tierra adentro se cogía mucho oro en algunos lugares que nombraban;
que en aquel puerto había muchísimos peces, y en tierra muchos ani-
males de los que decimos haber en Canarias; y gran cantidad de las cosas
que ellos comen, como raíces de plantas, granos y frutas. Los indios van
aquí pintados de varios colores, blanco, negro y rojo, tanto en la cara como
en el cuerpo. Van desnudos, salvo que cubren las partes deshonestas con
un pañete de algodón ajustado.
"El puerto era un safno (Tayassu tajucu).
50 CRÓNICAS DE VIAJEROS

De este puerto de Cerabaró, pasamos a otro que confina con él, y se


le parece en todo, llamado Aburemá.. Después a 17 del mismo mes
salimos a alta mar para seguir nuestro viaje. Y llegamos a Guayga, que
es un río distante doce leguas de Aburemá. El Almirante envió las barcas
a tierra; las cuales, cuando iban, vieron más de cien indios en la playa,
que las acometieron con furia, entrando en el agua hasta la cintura, agi-
tando sus azagayas y tocando cuernos y un tambor en actitud de guerra
para defender el país; y echaban agua salada hacia los cristianos, mas-
caban hierbas y las escupían hacia los nuestros. Pero ellos, sin moverse,
procuraron aquietarlos, cosa que se logró. Acabaron por acercarse para
rescatar los espejos que traían al cuello, quien por dos cascabeles y quien
por tres. Con esto se adquirieron dieciséis espejos de oro fino que valían
ciento cincuenta ducados.

Al día siguiente, viernes 21 de octubre, volvieron a tierra las barcas


para rescatar y antes de desembarcar ningún cristiano, llamaron a cier-
tos indios que estaban en la orilla, bajo unas ramadas que habían hecho
aquella noche para guardar la tierra, temiendo que los cristianos desem-
barcasen para hacerles algún daño. Por más que los llamaron muchas
veces, ningún indio quiso venir, ni los cristianos quisieron desembarcar
sin saber primero en qué disposición estaban, pues, según luego lo supi-
mos, los esperaban con ánimo de asaltarlos cuando bajasen de las barcas.
Viendo que no salían, empezaron a tocar los cuernos y el tambor, y con
mucha grita saltaron al agua como el día antes y llegaron hasta cerca de
las barcas, haciendo muestras de querer lanzar sus azagayas si los nues-
tros no se volvían a los navíos. Incomodados los cristianos por esta acti-
tud, para que los indios no tuviesen tanto atrevimiento ni los desprecia-
sen, hirieron a uno de ellos en un brazo con una flecha y dispararon una
lombarda; por lo que fue tanto su miedo que todos se volvieron huyendo
en confusión a tierra. Entonces desembarcaron cuatro cristianos; y ha-
biéndoles llamado dejaron las armas y vinieron hacia los nuestros con
mucha seguridad, rescatando tres espejos y diciendo que no traían más,
porque no venían dispuestos para rescatar, sino para combatir.

El Almirante no cuidaba en este viaje más que de obtener noticias.


Por esta razón, sin detenerse más, abreviando el camino, pasó a Cateba
y echó anclas en la boca de un gran río. Se veía cómo las gentes de la tierra
se llamaban con cuernos y tambores para juntarse. Después enviaron a
las naves una canoa con dos hombres, los cuales, habiendo hablado con
el indio que se había tomado en Cariay, entraron luego en la capitana
muy seguros, y por consejo de dicho indio dieron al Almirante dos espejos
de oro que traían al cuello; y el Almirante les dió otras cosillas de las nues-
" Cerabaró es la actual la bahía de Almirante, y Aburemá la laguna de Chiriquí. Ambas forman las
llamadas Bocas del Toro en la costa noroeste de Panamá.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 51

tras. Tan pronto como volvieron a tierra, vino otra canoa con tres hom-
bres que llevaban espejos al cuello, los cuales hicieron lo mismo que los
primeros. Trabada amistad, bajaron los nuestros a tierra, donde encon-
traron a mucha gente con su rey, el cual en nada se diferenciaba de los
demás, salvo en estar cubierto con una hoja de árbol, porque entonces
llovía mucho. Para dar ejemplo a sus vasallos rescató un espejo; y les dijo
que rescatasen también los suyos, que en total fueron diecinueve de oro
fino. Aquí fue la primera vez que se vió en las Indias muestra de edificio,
que fue un gran pedazo de estuco, que parecía estar labrado de piedra y
cal. De lo cual mandó el Almirante tomar un pedazo, en memoria de
aquella antiguedad.

Desde allí siguió hacia Oriente y llegó a Cobrava, cuyos pueblos es-
tán situados junto a ríos de aquella costa. Como no salía gente a la playa
y el viento era muy bueno, siguió de largo su camino y pasó a cinco pue-
blos de mucho rescate, entre los cuales estaba Veragua, donde decían los
indios que se cogía el oro y se hacían los espejos. Al día siguiente llegó a
un pueblo que se llama Cubiga, donde según decía el indio de Cariay, se
acababa la tierra de rescate que tenia principio en Cerabaró y continuaba
hasta Cubiga, que hay cincuenta leguas de costa. Sin detenerse, el Al-
mirante siguió navegando hasta que entró en Portobelo, al que puso este
nombre porque es muy grande, hermoso y poblado, y tiene en torno mu-
cha tierra cultivada. Entró allí el 2 de noviembre por entre dos isletas.
Dentro de él pueden las naves acercarse a tierra y salir volteando, si quie-
ren. La región que rodea el puerto no es agreste, sino cultivada y llena
de casas, distantes unas de otras un tiro de piedra o de ballesta; parece
una cosa pintada, la más hermosa que se haya visto.

En siete días que aquí estuvimos detenidos por las lluvias y malos
tiempos, venían a los navíos canoas de todo el contorno a rescatar de las
cosas que allí se comen, y ovillos de algodón hilado muy lindo, que daban
a cambio de algunas cosillas de latón, como alfileres y agujetas.
IV. EL CUARTO VIAJE DE COLÓN
SEGÚN RELACIÓN DE
PEDRO MÁRTIR DE ANGLERIA.

Capítulo I

Había resuelto, Beatísimo Padre, parar aquí; pero cierto fueguecillo


que atormenta el alma me estimula a extender algo más el discurso. He
dicho que la Veragua fue descubierta primeramente por Colón. Me pare-
cía que defraudaba a aquel hombre y cometía delito imperdonable si pa-
sara en silencio los trabajos que padeció, los cuidados que le angustiaron,
y, finalmente, los peligros en que se vi&

El año mil quinientos dos de nuestra salud, a diez de Mayo, zarpó de


Cádiz con una flotilla de cuatro naves que eran de cincuenta y de sesenta
toneles y con ciento setenta hombres, y al quinto con feliz viaje arribó a
Canarias. Desde allí, a los diez y seis días, aportó a la isla Dominica, que
es patria de caribes, y desde ella al quinto día llegó a la Española, y así
en veintiséis días, con ayuda de los vientos y la corriente del océano de
Oriente a Occidente, navegó desde España hasta la Española, trayecto
que los marinos dicen que es de mil doscientas leguas.

En la Española, fuera por su voluntad, sea por amonestaciones del


Virrey, se detuvo poco; siguiendo en derechura al Occidente, dejando ha-
cia el Septentrión a mano derecha las islas de Cuba, y Jamaica, escribe
que fué a parar en una isla más al mediodía que Jamaica, llamada por
los indígenas Guanasa,. toda increíblemente verde y fértil.

Recorriendo las costas de ella se encontró con dos canoas del país, de
las cuales bastante hemos dicho más arriba. Esclavos desnudos y unci-

• Tomado de la Década Tercera, Libro IV, de las Décadas del Nuevo Mundo.
' Guanaja, una de las islas del golfo de Honduras.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 53

dos tiraban de ellas con cuerdas, como suele hacerse en los ríos corriente
arriba. En las canoas iba el principal de la isla con su mujer e hijos, todos
desnudos; los esclavos indicaban con altanería, por mandato de su amo,
a los nuestros que habían bajado a tierra, que les dieran paso cuando ve-
nían, y al ver que se resistían les amenazaban. Tanto es su simplicidad,
que ni temieron ni admiraron las embarcaciones de los nuestros, ni su po-
der, ni su muchedumbre, parecíales que los nuestros les harían ceremo-
nias a su amo con igual reverencia que ellos. Comprendieron que era un
mercader que regresaba de otras tierras.

Ellos tienen ferias, y llevaban objetos de feria: campanillas de latón,


navajas, cuchillos, y segures de piedra amarilla, transparente y brillan-
te, torneados con cierta especie de madera dura; también utensilios y
vasijas de cocina y de alfarería, maravillosamente elaborados, en parte
de madera, en parte del mismo mármol, pero principalmente llevaba
mantas y objetos de algodón, tejidos de varios colores. Prendieron al amo
ya toda su familia con todo lo que llevaban; pero de seguida el Almirante
mandó soltarles y restituirles la mayor parte de las cosas para ganarles
la voluntad. De ellos adquirió noticias sobre las tierras que había más al
Occidente, y tomó este rumbo derecho.

A poco más de diez millas, encontró un territorio dilatado que en


lengua de los indígenas se llamaba Quiriquetana, pero él le puso Ciam-
by Hizo celebrar Misa en la playa y encontró el país lleno de habitantes
desnudos. Estos, pacíficos y sencillos, depuesto el temor, acudían a ver
a los nuestros cual una cosa admirable, cargados de viandas de aquella
tierra y de agua recién cogida, y, ofrecido su don, retrocedían reverentes
andando hacia atrás y con la cabeza inclinada. Compensó los regalos de
ellos con otros de cosas nuestras, como sartas de cuentas de cristal y algu-
nos espejos, agujas, brazaletes y otros objetos así, que para ellos eran
extraños.

En aquel trayecto hay dos regiones; una Taía y otra Maía.*

Escribe que toda aquella tierra es saludable y amena, y dotada de


excelente clima, que no cede a ninguna otra cuanto a la fertilidad de sus
campos, dotada de admirable temperatura, que tiene parte montañosa
y parte de excelente y vasta planicie, toda ella con árboles y cubierta de
verdor, y goza de perpetua primavera y otoño, cuyos árboles todo el año
tienen hojas y dan fruto.

Ciamba, o mas bien Champa, nombre antiguo de Indochina, donde Colón pensaba había arrimado.
'Mala, posible primera alusión al territorio maya. En los 'Pleitos de los herederos de Colón, que
tuvieron lugar antes que se descubriera Yucatán, se afirma que la tierra donde arrimaron se llamaba
Maya.
54 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Dice que está llena de encinares y pinares, y siete especies de palmas,


de las cuales unas producen dátiles y otras son estériles. Cría la tierra
espontáneamente entre los árboles pámpanos con sus uvas colgando, pe-
ro agrestes. Cuenta que es allí tal la abundancia de otras frutas nativas
útiles y sabrosas, que no tienen cuidado de cultivar la uva.

De cierta clase de palmas hacen sus macanas, esto es, espadas an-
chas de madera y astas arrojadizas. La tierra aquella cría por todas par-
tes árboles con algodón, y también mirobalanos de varias clases, como
emblicos y chébulos,. según les llaman los médicos, y cría también maíz
y yuca, ajis y batatas como las demás regiones de por allá, y también
leones y tigres, ciervos y cabras, y otros animales semejantes; también
diversas aves, y de las que se comen tiene las que otra vez dijimos que se
parecen a las pavas en el color, en el tamaño y en el gusto y sabor. Re-
fieren que los indígenas de ambos sexos son altos y muy bien formados,
y dice que se cubren las ingles con velos de algodón tejidos de varios
colores.
Para ponerse elegantes se pintan con el jugo de ciertas frutas, que
para eso crían en los huertos, negras y coloradas, como leemos de los aga-
tirsos; unos se embadurnan todo el cuerpo, otros algunas partes, y el ma-
yor número se dibujan a trechos flores y rosas, o cintas entrelazadas, se-
gún a cada uno se le antoja.

Los idiomas son totalmente diferentes que en las islas circunvecinas:


las aguas corrían hacia el Poniente a manera de torrentes; pero se pro-
puso buscar la parte oriental de aquella tierra, pensando en Paria y la
Boca del Dragón y otras comarcas que ya dijimos había descubierto por
el oriente, juzgando que serían contiguas, como lo eran.*

Capítulo II

Salió, pues, el veinte de agosto de la dilatada región quiriquetana. A


la distancia de treinta leguas halló un río, fuera de cuya desembocadura
había agua dulce en el mar. La costa estaba limpia de escollos y rocas,
y tenía por doquiera fondo a propósito para anclar. Escribe que era fuerte
la contraria corriente del mar, que en cuarenta días apenas pudo hacer
setenta leguas. Marchaba siempre claudicando y dando vueltas por alto

' Se refiere a la uva de playa, Coccoloba auifera.


a Frutas semejantes a los icacos y jocotes.
Colón decidió navegar hacia el oriente, contra la corriente, con la esperanza de alcanzar el golfo de
Paria y la Boca del Dragón (entre Venezuela y Trinidad), lugares que habla descubierto en su tercer
viaje.
' Río Tinto, bautizado como Río de la Posesión.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 55

la flotilla, y a veces se encontraba repelido y echado atrás por el empuje


de las aguas, queriendo tomar tierra por la tarde por temor de naufragar
en ignotas playas entre las tinieblas de la noche.

En el espacio de ocho leguas, escribe, que halló tres ríos grandes


de agua cristalina, en cuyas orillas se criaban cañas más recias que el
muslo de un hombre, y abundancia grande de peces y grandes tortugas.,
yen varios lugares muchedumbre de cocodrilos que en la arena tomaban
el sol, abriendo grandes bocas. También varios animales, a que no puso
nombre, y cuenta que la tierra presenta diferente aspecto; algunas par-
tes peñascosa y llena de pelados promontorios y rocas escarpadas; en
otra suelo benigno, a ningún otro inferior.

También en varias regiones nombres varios de caciques y magnates:


al reyezuelo le llaman cacique, como ya lo tenemos dicho; en otras partes
queví, en algunas tiba, y el principal acá saco; allá yurd; al que mostró
bravo en la guerra y ostenta cicatrices en la cara, le llaman cupra y le tie-
nen por héroe; al vulgo le llaman chybís; al hombre en alguna parte le di-
cen homem; si alguno quiere decir: toma, hombre, es: hoppa home.

Después se llegó a otro río apto para grandes naves, ante cuyas bocas
había cuatro isletas, floridas y con árboles, que formaban el puerto; a és-
tas llamó las Cuatro Témporas.

Al oriente de ellas, a trece leguas de distancia, navegando siempre


contra la corriente, encontró dos pequeñas islas; y porque las vió con una
nueva especie de fruta parecida a nuestros limones, las apellidó Limona-
res."

Vagando por el mismo rumbo, a las doce leguas halló un puerto gran-
de que se introducía en tierra, trecho de tres leguas con poco menos de
anchura, en el cual desaguaba un río caudaloso.» Allí se perdió poco
después Nicuesa buscando a Veragua, como arriba se dijo, y por eso los
modernos le han llamado el río de los Perdidos.»

Prosiguiendo sin cesar el Almirante Colón contra el furor del mar,


hallaba varios montes, diversos valles, ríos y puertos, y cuenta que el
La tortuga verde, Chelonia mydas, regresa en esa época a sus comederos habituales de los cayos
Miskitos.
'Probablemente unos islotes en la desembocadura del río Escondido, que en aquel tiempo echaba sus
agua directamente al mar.
Son las islas hoy llamadas Corn is lands, que distan exactamente a trece leguas al oriente de la antigua
desembocadura del Escondido.
" El río Punta Gorda.
" El barco de Diego de Nicuesa, buscando Veragua en 1510, zozobró en la barra del rio.
56 CRÓNICAS DE VIAJEROS

ambiente de todos era suave y recreaba la naturaleza, y que ninguno de


los compañeros enfermó hasta la región que los indígenas llamaban Qui-
quirí , con acento en la última, en la cual está el puerto de Cariai. que el
propio Almirante llamó Mirobalano, porque este árbol abundaba allí."
En este puerto Cariai se presentaron unos doscientos indígenas llevando
en la mano tres o cuatro dardos, aunque eran pacíficos y hospitalarios;
pero estaban preparados a saber qué quería aquella gente nueva; pidie-
ron ponerse al habla, y, dada señal de paz, a nado llegaron a los nuestros,
comenzaron a hacer tratos y pidieron permuta de objetos.

El Almirante, para granjearse la benevolencia de ellos, mandó dar-


les de las cosas nuestras, pero en balde. Ellos rehusaron el favor por
señas, pues ni una palabra comprendieron de su idioma, como que sos-
pechaban que nuestros regalos tendrían alguna trampa, porque los
nuestros no habían querido recibir lo que ellos les ofrecieron, y todo lo que
se les había dado lo dejaron en la playa. Tanta cortesía tienen los cariai-
renses y tanta benignidad, que dar les gusta más que recibir.

Enviaron a los nuestros dos muchachas doncellas de elegante figura,


las cuales hacían señas de que se las podían llevar. Estas, como las demás
mujeres, se cubrían las ingles con una venda de algodón, que tal es la cos-
tumbre de las mujeres cariairenses y la de los hombres ir desnudos. Tam-
bién ellas llevan el cabello partido; los hombres lo conservan en la parte
occipital, pero por delante se lo raen, y se lo prenden con cintas colgantes,
y se lo rodean a la cabeza como entre nosotros lo hacen las jóvenes. El Al-
mirante habiéndolas hecho vestir y dándoles buenos regalos, las volvió
a enviar con una montera roja de lana para que se la dieran a su padre.
Pero otra vez lo dejaron todo en la playa, porque los nuestros habían
rehusado sus dones. Sin embargo, se llevó consigo dos hombres, mas no
a la fuerza, a fin de que ellos aprendieran nuestra lengua, o nosotros la
de Cariai.

Comprendió que en aquellas regiones había poca marea viendo que


había árboles en la playa, como en las orillas de los ríos. Lo mismo dicen
los demás que han visitado aquellas costas, que hay poco flujo y reflujo
en las orillas de aquellas tierras o islas. Ala vista de aquel territorio, dice
que en el mismo mar se crían árboles, que inclinan sus ramas hacia bajo
después que las han levantado arriba, y que llegando al suelo las ptintas,
como sucede con los sarmientos de la vid, tomando la tierra echan raíces
y se convierten en árboles de la misma especie perennemente verdes.» De
" El jocotejobo, Spondias mombin.
14 Se refiere obviamente al mangle, cuyo fruto al caer en el lodazal de los esteros echa raíces y origina
una nueva planta.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 57

estos árboles habló Plinio en su libro duodécimo de la Historia Natural,


pero refiriéndose sólo a la tierra, que no al mar.

Hemos dicho que en Cariai se crían los mismos animales que en otras
partes; pero hallaron uno de muy diferente naturaleza. Es igual a un
mono grande, con más largo y fuerte rabo. Colgándose de la cola y to-
mando fuerza como columpiarse tres o cuatro veces, salta de rama en ra-
ma, y de un árbol se tira a otro como si volara.

Cierto arquero de los nuestros cruzó a uno con una flecha; herido el
mono, se dejó caer y acometió rabioso al enemigo que le había herido. El
cazador embistió al animal con la espada desenvainada, le cortó un brazo
al mono y le cogió manco, resistiéndose ferozmente. Llevado a la armada,
poco a poco se amansó entre los hombres.

Cuando así lo conservaban, sujeto con una cadena de hierro, otros


cazadores trajeron un jabalí de las lagunas que había en la costa (pues
el deseo de comer carne les obligaba a explorar las playas). Enseñáronle
al cercopiteco el jabalí también enfurecido: encrespáronse los dos, el mo-
no saltó furioso contra el jabalí, y con la cola se le enroscó; con el brazo
que su vencedor le había dejado cuando le cazó, le agarró el cuello al ja-
balí, y, por más que éste se resistía, le ahogó el cercopiteco. Estos y otros
monstruos semejantes cría aquella tierra.

También los de Cariai conservan, desecándolos en parrillas, los ca-


dáveres de sus próceres y sus padres, envolviéndolos en hojas de árboles;
para el pueblo, los bosques y las selvas les sirven de sepulcro.

Capítulo III

Marchando de Cariari, a veinte leguas hallaron un golfo tan espacio-


so que calculan tiene diez leguas a la redonda. Cuatro isletas feraces,
poco distantes entre sí, que están frente a las bocas del golfo, hacen un
puerto seguro. Este es el que otra vez hemos dicho que los indígenas le
llaman Cerabaró, con acento en la última; pero ahora han aprendido que
sólo uno de sus lados se llama así, y es el que hay entrando a mano dere-
cha; pero el de la izquierda se dice Aburema.

Dicen que es notable por sus islas, en general fértiles y pobladas .y con
árboles con fondo apto en todo los sitios para echar anclas, con agua clara
y admirable abundancia de pescado. La tierra adyacente por ambos la-
dos, ajuicio de ellos, no es inferior a ninguna otra cuanto a fertilidad de
su suelo. Dieron con dos indígenas; éstos se adornan el cuello con joyas
de oro que llaman guanines, con figuras muy bien hechas de águilas, leo-
nes u otros animales; pero el oro aquel echaron de ver que no es puro.
58 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Por los dos cariairenses aquellos que dijimos se habían llevado los
nuestros, supieron que Cerabaroa y Aburema son regiones ricas de oro,
y que los de Cariai todo el oro con que adornan lo adquieren de éstos a
cambio de cosas suyas. Los mismos cariairenses descubrieron a los nues-
tros que en las regiones de Cerabaroa y Aburema hay cinco aldeas exce-
lentes para recoger oro, que no distan mucho de la costa al interior; pues
ambas naciones tuvieron siempre frecuente comercio desde sus antepa-
sados. Los nombres de estas aldeas dicen que son estas: Chirará, Kurén,
Chitazá, Seureche y Atamea.

Todos los hombres de la provincia de Cerabaroa van completamente


desnudos, pero pintados de diferentes maneras. Les gustan mucho los
festones de flores y las coronas entretejidas con uñas de leones y tigres.
Las mujeres cubren sólo sus vergüenzas con estrecha venda de algodón.

Por fin, saliendo ya de allí por la misma costa, a la distancia de die-


ciocho leguas, en la orilla de un río que encontraron, se presentaron tres-
cientos hombres desnudos, que les amenazaban dando gritos y escupían
a los nuestros agua que tomaban en la boca o hierbas de la playa. Tirán-
doles armas arrojadizas, vibrando sus picas y macanas (ya dijimos que
son espadas de madera), se esforzaban de apartar a los nuestros de su
playa. Iban pintados de varias maneras; unos, a más de la cara, todo el
cuerpo, otros a pedazos; indicaban no querer paz ni trato ninguno con los
nuestros. Entonces mandó el Almirante dispararles algunos tiros, pero
apuntando alto para que no mataran a ninguno, pues Colón, siempre
llevó el propósito de tratar apaciblemente con aquellas gentes. Aterrori-
zados con el estruendo de la bombarda disparada, caen todos a tierra,
piden la paz y comercian mutuamente, cambiando los guaninos de oro
por cuentas de cristal y otras cosas semejantes.

Estos tienen tambores y caracoles de mar, de que usan en la guerra


para enardecer los ánimos. Los ríos de aquella región son: Acateba, Cua-
reba, Zobraba, Aiaguitiu, Uridán, Duribá y Veragua. En todos ellos se
podía recoger oro. Para defenderse del sol y de la lluvia se cubren con an-
chas hojas de árboles, en vez de capotes.

Desde allí examinó las costas de Ebeteré y Embigar: En ellas corren


los ríos Zhaorán y Cubigar, de agua dulce, y notables por lo abundantes
de pescado. Aquí se acaba la abundancia de oro, en trecho de las de cin-
cuenta leguas. Dista de allí sólo tres leguas la roca que dijimos en el in-
fausto viaje de Nicuesa, que los nuestros la llamaron el Peñón; pero en
la lengua de los indígenas la región se llama Bibá, en el cual trayecto está
también, a solas seis leguas, el puerto que dijimos fue llamado Bello por
Colón,» y a la región llaman los indígenas Xaguaguara.
" Portobelo.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 59

El territorio aquel está todo muy poblado de gente, pero desnuda. En


Xaguaguara el cacique se pinta de color negro, y los del pueblo de rojo.
El rey y siete magnates llevaban pendiente de las narices una lámina de
oro hasta los labios. Reputan que este adorno significa suma honra. Los
hombres incluyen sus vergüenzas en una concha marina. Las hembras
se las cubren con una venda de algodón.

En los huertos crían una fruta semejante a las piñas del pino, que
otra vez hemos dicho nace de una verdura semejante al cardo, pero que
es delicada vianda y digna de un rey." También tienen árboles de cala-
bazas a propósito para llevar bebida; de éstas ya se habló otra vez
extensamente: al árbol le llaman hibuero..
En otra parte encontraban cocodrilos, que cuando huían o se sumer-
gían, dejaban detrás un olor más agradable que el de almizcle o el de cas-
tor. Los habitantes del Nilo me contaron a mí lo mismo acerca de la hem-
bra del cocodrilo, principalmente del abdomen, cuyo olor decían que
iguala a cualquier aroma de la Arabia.

Regresó de aquí el Almirante con su flotilla, ya porque no podía


aguantar la corriente, ya porque de día en día se le pudrían más las naves
y las taladraban los gusanos que se crían por lo templadas que están las
aguas en todas aquellas regiones, que casi caen bajo la línea equinoccial.
Aquellos gusanos les llama bisas un mercader veneciano; también se
crían en dos puertos de Alejandría de Egipto, y echan a perder las naves
si están mucho tiempo ancladas. Tienen de largo un codo, y a veces más;
de recios no tienen más de un dedo. Los marinos españoles llaman a esta
plaga broma."
Temiendo, pues, a la broma el Almirante Colón, y molestado por el
mar contrario, se volvió corriente abajo hacia el Occidente. Tomó el río
Hiebra, que dista dos leguas del río Veragua, porque era más a propósito
para las naves grandes. La región aquella toma nombre de Veragua me-
nor, porque el cacique que domina en ambos ríos habita en Veragua.

Digamos lo favorable y adverso que allí sucedió. Estando Colón en


Hiebra, envió al río Veragua, con los botes de servicio y sesenta y ocho
hombres, a su hermano Bartolomé Colón, Adelantado de la Española.
Salió al encuentro del Adelantado, río abajo, en canoas del país, el caci-
que de la región, pintado a usanza de ellos, desnudo, con gran acompa-
ñamiento, pero sin armas. Apenas se pusieron al habla, los familiares del

"Aludes la pitahaya, Cereus undolus.


"Se trata del jícaro sabanero, Crescentia al ata.
unmolsctadr. ' ElTerdo,
60 CRÓNICAS DE VIAJEROS

cacique, cuidadosos del descanso de su amo y no olvidando su majestad


real, para que no estuviera de pie mientras trataba, cogieron de allí cerca
una piedra, la lavaron y refregaron decentemente y, trayéndola, se la pu-
sieron con reverencia a su cacique.

Sentándose él, pareció que por señas daba permiso para que los
nuestros pudieran recorrer los ríos de su jurisdicción. El ocho de febrero,
el Adelantado, dejando los botes, fue a pie orilla arriba del río Veragua
y llegó al río Urabá, el cual dice es más rico de oro que no el Hiebra y el
Veragua, pues en todos los ríos de aquella tierra se cría oro. Entre las raí-
ces de los árboles que había en la orilla, entre las piedras y cascajo que
habían dejado los torrentes, y donde quiera que abrían hoyos de a palmo
y medio, la tierra que sacaban la encontraban mezclada de oro.

Por eso pensaron establecerse allí; pero los indígenas, oliendo su


futura ruina, se los impidieron; formando un escuadrón se echaron en ho-
rrenda gritería sobre los nuestros, que ya habían comenzado a levantar
casas. El primer empuje apenas lo resistieron los nuestros; los bárbaros
desnudos lucharon, primeramente tirándoles desde lejos y sin cesar ar-
mas arrojadizas; después se pusieron a luchar con furia cuerpo a cuerpo
con sus espadas de madera, que dijimos llaman macanas. ¡Cosa admira-
ble!

Tan irritados estaban ya, que ni con los arcos, ni con los escorpiones,
y, lo que es más, ni con el estruendo de las bombardas que les disparaban
desde las naves, se amedrentaban. Una vez cejaron, y, reuniéndose en
mayor número, volvieron de segunda más fi eros que antes; mejor que-
rían morir que permitir que ocuparan su patria los extranjeros. Como
huéspedes, los habían recibido benignamente; como habitantes no los to-
leran. Cuanto más apretaban los nuestros, tanto más gente se reunía del
contorno. De noche y de día, cuando de frente, cuando por los lados, se
veían atacados los nuestros. La armada que estaba a la espalda en la cos-
ta, era la que los resguardaba. Abandonaron, pues, los nuestros aquella
tierra, y se volvieron por donde habían ido.

Con las naves agujereadas a modo de cribas por la broma, usando


esta palabra española, apenas pudieron arribar a la isla Jamaica, que
por el mediodía es colateral de la Española y Cuba.

En el camino estuvieron a punto de perecer. A fuerza de brazos


salvaron al fin la vida vaciando agua que se les entraba por anchas
grietas, y llegaron a Jamaica medio muertos.
V. RELATO DEL CUARTO VIAJE,
SEGÚN FRAY BARTOLOME DE LAS CASAS.
I
Capítulo XXI

Habiéndolo señalado aquel indio viejo las provincias de Veragua y


otras por ricas y que estaban al Oriente, dejó de perseguir la vía que
llevaba del Poniente (la cual, si prosiguiera, ninguna duda debe haber de
que no topara el reino de Yucatán y luego los de la Nueva España, du-
rándoles los navíos), dió la vuelta por la vía de Levante y Oriente. La pri-
mera tierra que de la firme vió y se llegó a ella, fué una punta que llamó
de Cairinas, porque había muchos árboles, cuyo fruto es unas manzani-
llas buenas de comer, que en la lengua de los indios desta isla Española
llamaban, según decía el Almirante, caxinas, aunque yo, que supe algo
de ella, no me acuerdo que tal nombre oyese. Las gentes que moraban
más cercanas de aquella punta de Caxinas traían vestidas unas jaquetas
pintadas, sin mangas como las dichas, y los almaizares con que se cu-
brían las vergüenzas, que debían ser habidos de mercaderes de la tierra
de Yucatán, de donde la canoa que dijimos creemos que venía.

Salió el Adelantado un domingo, a catorce de agosto, con mucha


gente de los españoles a tierra a oír misa, y el miércoles siguiente, tomó
a salir en la tierra para tomar la posesión en nombre de los Reyes de Cas-
tilla, y estaban ya en la playa cien personas o más, cargadas de bas-
timentosy comidas de la tierra, como pan de maíz, gallinas, venados, pes-
cados y frutas; y presentadas ante el Adelantado y los cristianos, se re-
trajeron atrás sin decir palabra. El Adelantado les mandó dar de los res-
cates, como cascabeles y sartas de cuentas y espejuelos y otras menuden-
cias. Otro día siguiente, amanecieron en el mismo lugar más de doscien-
tas personas, todos cargados de gallinas y ánsares y pescado asado y
diversas especies de frixoles, que son como habas, y otras frutas.

' Tomado de la Historia de las Indias.


62 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Es la tierra muy fresca, verde y hermosa, en la cual había infinidad


de pinos, encinas y palmas de más de seis o siete especies, y de los árboles
que llamaban en esta isla hobos, que nosotros llamamos mirobalanos,
fruta odorífica y sabrosa. Sintieron que había leones, pardos y ciervos y
otros animales, y pudieran sentir que había hartos tigres. La gentes de
por aquellas comarcas no tenían las frentes anchas como las de estas is-
las; eran de diversas lenguas; algunas totalmente desnudas; otras, sola-
mente las vergüenzas cubiertas; otras vestidas de unas jaquetas como
las cueras que les llegaban hasta el ombligo, sin mangas. Tenían labra-
dos los cuerpos con fuego, de unas labores como moriscas, unos figurando
leones, otros ciervos y otras figuras; los señores, o más honrados entre
ellos, traían por bonete unos paños de algodón blancos y colorados;
algunos tenían en la frente unos copetes de cabellos como una flocadura.
Cuando se ataviaban para sus fiestas, teñíanse algunos los rostros de ne-
gro, otros de colorado, otros hacíanse rayas por la cara de diversos colores
y otros teñían el pico de la nariz, otros se alcoholaban los ojos y los teñían
de negro, y estos atavíos tenían por mucha gala; y porque había otras
gentes por aquella costa que tenían las orejas horadadas y tan grandes
agujeros que cupiera un huevo de gallina bien por ellos, puso nombre
aquella ribera la costa de la Oreja.

De aquella punta de Caxinas navegó el Almirante hacia el Oriente


con muy grandes trabajos, contra viento y contra las corrientes, a la bo-
lina, como dicen los marineros, que apenas se andan cada día cinco le-
guas y no dos muchas veces; van los navíos dando vueltas cuatro y cinco
y más horas hacia una parte, y otra hacia otra, y desta manera se ahorra
un poco que se anda y algunas veces se pierde lo que se ha ganado en dos,
de una vuelta. Y por qué habiendo 60 leguas de la punta de Caxinas y un
cabo de tierra que entra mucho en el mar, tardó con estos trabajos en
llegar el Almirante, y de allí vuelve la tierra y se encoge hacia el Sur, por
lo cual los navíos podían mejor y bien navegar, púsole nombre a aquel
cabo el Cabo de Gracias a Dios; y esto dice el Almirante que fué a 12 de
setiembre del mismo año de 502. Pasado el Cabo de Gracias a Dios tu-
vieron necesidad de tomar agua y leña; mandó el Almirante ir las barcas
a un gran río que allí parecía, donde, por la creciente de la mar y la
corriente del río que se combatían, se perdió la una de las barcas con toda
la gente que traía, y por este desastre púsole nombre del Desastre al río.

El domingo, a 17 de setiembre, fueron a echar anclas entre una isleta


llamada Quiribrí y en un pueblo de la tierra firme llamado C ariarí. Allí
hallaron la mejor gente y tierra y estancia que habían hasta allí hallado,
por la hermosura de los cerros y sierra y frescura de los ríos y arboledas,
que se iban al cielo de altas, y la isleta verde, fresquísima, llana, de
grandes florestas, que parecía un vergel deleitable; llamóla el Almirante
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 63

la Huerta, y está del dicho pueblo Cariay, la última luenga, una legua
pequeña. Está el pueblo junto a un graciosísimo río, adonde concurrió
mucha gente de guerra con sus armas, arcos y fiechas y varas y macanas,
como haciendo rebato, y mostrando estar aparejado para defender su tie-
rra. Los hombres traían los cabellos trenzados, revueltos a la cabeza, y
las mujeres cortados, de la manera que los traen los hombres nuestros;
pero como los cristianos le hicieron señas de paz, ellos no pasaron ade-
lante, mas de mostrar voluntad de trocar sus cosas por las nuestras.
Traían mantas de algodón y jaquetas de las dichas y unas águilas de oro
bajo, que traían al cuello. Estas cosas traían nadando a las barcas, por-
que aquel día ni otro los españoles no salieron a tierra. De todas ellas no
quiso el Almirante que se tomase cosa, por disimulo dalles a entender
que no hacían cuenta dello, (y cuando más dellas se mostraban menos-
precio, tanta mayor cudicia e importunidad significaban los indios de
contratar, haciendo muchas señas, tendiendo las mantas como banderas
y provocándolos a que saliesen a tierra). Mandóles dar el Almirante cosas
de rescate de Castilla; mas desque vieron que los cristianos no querían
de sus cosas y que ninguno salía e iba a contratar con ellos, todas las cosas
de Castilla que habían recibido las pusieron liadas junto alamar, sin que
faltase la menor dellas, cuasi diciendo: "Pues no queréis de las nuestras,
tomaos las vuestras", y así las hallaron todas los cristianos otro día que
salieron en tierra.

Y como los indios que por aquella comarca estaban sintieron que los
cristianos no se fiaban dellos, enviaron un indio viejo que parecía per-
sona honrada y de estima entre ellos, con una bandera puesta en una va-
ra, como que daban seguridad; y traía dos muchachas, la una de hasta
catorce años, y la otra de hasta ocho, (con ciertas joyas de oro al cuello),
el cual las metió en la barca, haciendo señas que podían los cristianos
salir seguramente. Salieron, pues, algunos a traer agua para los navíos,
estando los indios modestísimos y quietos y con aviso de no se mover, ni
hacer cosa por donde los españoles tomasen ocasión de tener algún miedo
dellos. Tomada el agua, y como se entrasen en las barcas para se volver
a los navíos, hacíanles señas que llevasen consigo las muchachas y las
piezas del oro que traían colgadas del cuello; y por la importunación del
viejo lleváronlas consigo y era cosa de notar las muchachas no mostrar
señal de pena ni tristeza, viéndose entregar a gente tan extraña y feroz,
y de ellos en vista y habla y meneos tan diversas, antes mostraban un
semblante alegre y honesto. Desque el Almirante las vido, hízolas vestir
y dalles de comer y de las cosas de Castilla, y mandó que luego las tor-
nasen a la tierra, para que los indios entendiesen que no eran gente que
solían usar mal de mujeres; pero llegando a la tierra no hallaron persona
a quien las diesen, por lo cual las tornaron al navío del Almirante, y allí
las mandó aquella noche tener con toda honestidad, a bien recaudo. El
64 CRÓNICAS DE VIAJEROS

día siguiente, jueves, a 29 de setiembre, las mandó tornar en la tierra,


donde estaban unos 50 hombres, y el viejo que las había traído las tornó
a rescibir, mostrando mucho placer con ellas; y volviendo a la tarde las
barcas a tierra, hallaron la misma gente con las mozas, y ellas y ellos vol-
vieron a los cristianos todo cuanto se les había dado, sin querer que dello
quedase alguna cosa.

Otro día, saliendo el Adelantado a tierra para tomar lengua y hacer


información de aquella gente, llegáronse dos indios de los más honrados,
a lo que parecía, junto a la barca donde iba, y tomáronlo en medio por los
brazos hasta sentarlo en la hierbas muy frescas de la ribera; y pregun-
tándoles algunas cosas por señas, mandó al escribano que escribiese lo
que decían, los cuales se alborotaron de tal manera viendo la tinta y el
papel y que escribían, que los más echaron luego a huir, creyóse que por
temor que no fuesen algunas palabras o señales para los enhechizar, por-
que, por ventura, se usaban hechizos entre ellos; y presumióse, porque
cuando llegaban cerca de los cristianos, derramaban por el aire unos pol-
vos hacia ellos, y de los mismos polvos hacían sahumerios, procurando
que el humo fuese hacia los cristianos, y por este mismo temor quizá no
quisieron que quedase con ellos cosa de las que les habían dado de las
nuestras.

Reparados los navíos de lo que habían menester y oreados los bas-


timentos y recreada la gente que iba enferma, mandó el Almirante que
saliese su hermano el Adelantado con alguna gente a tierra para ver el
pueblo y la manera y trato que los moradores dél tenían; donde vieron
que dentro de sus casas, que eran de madera cubiertas de caña, tenían
sepulturas en que estaban cuerpos muertos, secos y mirrados, sin algún
mal olor, envueltos en unas mantas o sábanas de algodón; y encima de
la sepultura estaban unas tablas y en ellas esculpidas figuras de ani-
males y en algunas la figura del que estaba sepultado y con él joyas de
oro y cuentas y cosas que por más preciosas tenían. Mandó el Almirante
tomar algunos de aquellos indios, por fuerza, para llevar consigo y saber
dellos los secretos de la tierra. Tomaron siete, no sin gran escándalo de
todos los demás, y de los siete dos escogió, que parecían los más honrados
y principales; a los demás dejaron ir, dándoles algunas cosas de las de
Castilla, dándoles a entender por señas que aquéllos tomaban por guías
y después se los enviarían. Pero poco los consoló este decir, por lo cual
luego, al siguiente día, vino a la playa mucha gente y enviaron cuatro por
embajadores al navío del Almirante; prometían de dar de lo que tenían
y que les diesen los dos hombres, que debían ser personas de calidad, y
luego trujeron dos puercos de la tierra, en presente, que son muy bravos,
aunque pequeños. No quiso restituirles los dos presos el Almirante, sino
mandó dar a los mensajeros que habían venido algunas de las bujerías
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 65

de Castilla y pagarles sus porquezuelos que habían traído, y saliéronse


a tierra con harto desconsuelo de aquella violencia e injusticia de to-
malles aquéllos por fuerza y llevárselos contra voluntad de todos ellos,
dejando sus mujeres e hijos huérfanos. Y quizá eran señores de la tierra
o de los pueblos los que detenían injustamente presos; y así, tuvieron de
allí en adelante justa causa y claro derecho de no se fiar de ningún cris-
tiano, antes razón jurídica para hacelles justa guerra, como es manifies-
to.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ

A COSTA RICA Y NICARAGUA


INTRODUCCIÓN

Pasaron veinte años después del Cuarto Viaje de Colón, antes de que
los españoles se aventuraran por el territorio de Nicaragua. Fue necesario
poblar antes el Darién, descubrir el océano Pacífico y explorar la costa hacia
el oeste de Panamá.

Entre 1522 y 1523 una partida de cien españoles, al mando de Gil


González Dávila, hizo una travesía a pie desde Chiriquí hasta las costas del
lago de Nicaragua, mientras el piloto Andrés Niño exploraba el litoral del Pa-
cífico del istmo centroamericano.

Rescatando oro y bautizando indios, el grupo avanzó por el presente te-


rritorio de Costa Rica, y a partir del golfo de Nicoya comenzó a encontrar tri-
bus con evidentes características de las culturas mesoamericanas del nor-
te, entre ellas las de lenguas chorotega y nahuateca. En las orillas del lago
de Nicaragua fueron amigablemente acogidos por el cacique del mismo
nombre, quien aparentemente aceptó las demandas de los conquistadores
para recibir el bautismo y someterse al vasallaje del rey de Castilla, entre-
gando además cierta cantidad de oro a los visitantes. Más adelante, sin em-
bargo, los conquistadores se encontraron con la enconada resistencia del
cacique Diriangén, quien les cortó el paso y obligó a regresar por la vía
andada.

Un descubrimiento considerado entonces como notable fue el hallaz-


go de la Mar Dulce, como los españoles primeramente llamaron al gran lago
de Nicaragua. Sospecharon que tenía salida hacia el Mar del Norte (Ca-
ribe), la que eventualmente facilitaría por un lado la comunicación con otras
tierras ya conquistadas por los españoles, y por el otro el acceso a la Mar
del Sur (Pacífico), obviando el paso a través del istmo de Panamá, o Castilla
del Oro, donde gobernaba el codicioso Pedrarias Dávila.
70 CRÓNICAS DE VIAJEROS

La carta del capitán Gil González al emperador Carlos V —presentada


a continuación— es la fuente más auténtica sobre la primera incursión de los
españoles a Nicaragua, no obstante su estilo pesado y anticuada dicción,
que hemos tratado de suavizar, para mejor entendimiento, sin atentar con-
tra la fidelidad de su contenido.

Al momento de escribir la carta, en marzo de 1524, Gil se encontraba


en la isla Española, dispuesto a reiniciar la incompleta conquista de Nica-
ragua. Tenía armada una flota para entrar de nuevo al país por la costa norte
de Honduras, donde esperaba encontrar el desaguadero de la Mar Dulce.
Ignoraba que para entonces otro conquistador, Francisco Hernández de
Córdoba, actuando bajo las órdenes de Pedrarías, estabá batallando en Ni-
caragua y afianzando la conquista a favor de este usurpador, y que Hernán
Cortés, por su lado, enviaba a Cristóbal de Olid para asegurar a sus domi-
nios las riquezas auríferas de Honduras.

Enredado en disputas con los capitanes competidores y conjurado en


la muerte de Olid, Gil fue remitido a España. Aunque el juicio lo absolvió de
culpa, no pudo gozar del cargo como primer Gobernador de Nicaragua por
haberle sorprendido poco después la muerte en aquella península.

II

Debemos al tesorero de la expedición, Andrés de Cereceda, la cuantifi-


cación de los logros materiales y morales que resultaron de la incursión de
Gil González a Nicaragua, así como la única lista de los caciques o cacicaz-
gos que, al tiempo de la conquista y en forma sucesiva, poblaban u ocupa-
ban la región del Pacífico en amplio territorio que se extendía desde el oeste
de Panamá hasta el sur de Nicaragua.

Durante la caminata de 224 leguas, que llevó a cabo desde finales de


enero de 1522 hasta mediados de abril de 1523, Gil González visitó más de
cincuenta caciques, nombrados por Cereceda en su inventario. Claramen-
te se nota que aquellos que vivían en las regiones selváticas del sureste de
Costa Rica aportaron muy poco oro, mientras los que ocupaban las tierras
secas de Nicoya y Rivas entregaron la mayor contribución. Como estos últi-
mos lugares no son productores del codiciado metal, es válido pensar que
sus influyentes caciques lo obtenían por trueque con otras tribus que tenían
acceso a los placeres auríferos, posiblemente en las regiones de Veragua,
Tilarán, Chontales, Segovia y Olancho.

La cantidad de oro colectada por los españoles ascendió a 112,524 pe-


sos oro. Aunque carecemos de elementos para traducir esa cantidad a su
equivalente valor actual, valga decir, a manera de comparación, que con mil
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 71

de ellos Gil González logró comprar una carabela que lo transportó a la isla
de Santo Domingo. Una quinta parte de la ganancia fue destinada a las ar-
cas reales, según lo convenido, y enviada a España bajo la custodia del mis-
mo Cereceda, quien llevó además la carta de su jefe al emperador, mapas
y otras informaciones concernientes a la expedición.

Un aspecto íntimamente ligado al proceso de la conquista era la evan-


gelización y bautismo de los indígenas. Para este efecto Gil González llevó
consigo al fraile mercedario Diego de Agüero, que mojó la crisma con agua
bendita a 32,264 nuevos conversos, a juzgar por la cuenta de Cereceda.
Obviamente el sacramento no tenía gran validez, por cuanto fue realizado
en forma masiva y después de una prédica que los indios no enténdían. Po-
siblemente los indígenas lo aceptaban por obediencia a sus caciques, la
mayoría de los cuales claudicaron tácitamente ante los términos del Reque-
rimiento presentado por los españoles. En esta declaración se estipulaba,
entre otras cosas, que el rechazo a la religión cristiana y al vasallaje de la
corona española significaba guerra. La insincera conversión de los indios
quedó demostrada cuando cinco años después otro fraile mercedario,
Francisco de Bobadilla, recorrió los pueblos indígenas de Nicaragua, levan-
tando una encuesta entre los caciques. Algunos de ellos respondieron al re-
ligioso que no se sentían cristianos y que habían olvidado hasta el nombre
de pila que les habían puesto los primeros conquistadores.

III

La carta enviada por el capitán Gil González al Emperador Carlos V,


más otros documentos referentes a la primera incursión española a los terri-
torios de las presentes Costa Rica y Nicaragua, sumados a la información
verbal que presentó el tesorero Andrés de Cereceda, fueron recogidos y co-
mentados por Pedro Mártir de Anglería en ocho capítulos de sus célebres
Décadas como "corresponsal pontificio" de los papas Adriano, León y Cle-
mente.

El erudito y curioso fraile confirma y complementa con sus escritos la


relación de Gil González, presentándola y comentándola en forma elegan-
te y discreta, confiado en que las cartas, enviadas al arzobispo de Cohenza,
serían leídas y apreciadas por el pontífice de Roma.

Tres son los asuntos novedosos que más importan en la narración de


Anglería, casualmente aquellos que el cronista clasifica como "investigacio-
nes ociosas" , pero que podían llegar "a manos de los hombres estudiosos",
a saber: la detallada argumentación que sobre temas cósmicos y religiosos
sostuvo el capitán español con el cacique Nicaragua, de la cual se puede
inferir buena parte de las creencias de los indígenas; la descripción de la
72 CRÓNICAS DE VIAJEROS

plaza y orfebrería del cacique, donde se labraban hachas y ornamentos de


oro; y las referencias sobre los ritos sanguinarios y antropofagia ritual que
practicaban aquellos pueblos, y que indudablemente los identifican como
de herencia e influencia mexicanas, tal como lo confirmara después el cro-
nista Juan de Torquemada.

IV

La narración del cronista Gonzalo Fernández de Oviedo sobre la expe-


dición de Gil González a Nicaragua no añade sino pocas noticias a las tres
versiones anteriores, en cuanto se refiere a la aventura en sí. No obstante,
debido a que Oviedo inserta ciertas digresiones en su relato y es abundante
en comentarios y pareceres personales, su narración al fin y al cabo enri-
quece la comprensión del proceso de la aventura del capitán Gil González
y del momento histórico en que se llevó a efecto.

Aspecto importante en la versión de Oviedo es la presentación de los


antecedentes sobre la expedición, como una consecuencia de la muerte de
Vasco Núñez de Balboa, a quien estaba reservado el descubrimiento de
Costa Rica y Nicaragua si el gobernador de Castilla del Oro, Pedrarias Dá-
vila, no hubiera mandado a ejecutarle antes. Sin embargo, quedó el deseo
de la exploración entre algunos pilotos y gente de Panamá que querían
aprovechar los barcos que el infortunado Adelantado tenía hechos para
continuar con el descubrimiento de la Mar del Sur en dirección al poniente.

El relato de Oviedo al respecto de la expedición de Gil González y de


Andrés Niño es valioso como testimonio, no obstante que el cronista se en-
contraba entonces en España gestionando la remoción de Pedradas de la
gobernación de Castilla del Oro. Habiendo sin embargo vivido en Panamá
poco antes del acontecimiento y, a su vuelta de la corte, radicado en Nica-
ragua, conoció todo el intríngulis de la expedición y tuvo trato con variospro-
tagonistas que tomaron parte en la organización y conducción de la misma.

Sin ambages presenta Oviedo la conducta del gobernador Pedrarías


que puso reparos a Gil González, no obstante tener éste autorización real
para la exploración que lo llevaría a Costa Rica y Nicaragua y, después de
verificada ésta, tratando de arrebatarle el oro obtenido durante la misma.
También se refiere el Cronista de las Indias a la segunda expedición de Gil
a Nicaragua, esta vez cuando venía por la costa norte de Honduras, para
evitar al gobernador Pedrarias, y porque a lo largo de ese litoral esperaba
encontrar la salida de las aguas de la Mar Dulce que había anteriormente
descubierto. Oviedo describe el encuentro del capitán con los emisarios del
otro conquistador de Nicaragua, Hernández de Córdoba, quien fuera envia-
do en el ínterin por Pedrarias a posesionarse de las tierras descubiertas por
Gil González.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 73

Inserta el cronista en medio de su narración una descripción del golfo


de Nicoya, con las islas, producciones y las costumbres de sus habitantes,
donde los barcos de Niño anclaron y Gil González tomó cuatro caballos y
cien hombres para continuar su caminata por las ricas provincias de Nicoya
y Nicaragua. También relata Oviedo los accidentes litorales que se encon-
traban entre los golfos de Nicoya y Fonseca, costa recorrida por Andrés Ni-
ño, sin que este piloto, descubridor de la bahía de Corinto y del golfo de Fon-
seca (y posiblemente de las costas de El Salvador y Guatemala), haya deja-
do más información que los autos de posesión que hiciera en ambos lugares
a nombre de los soberanos españoles.

La narración de Francisco López de Gómara sobre la conquista de Ni-


caragua fue presentada en su 'Historia General de las Indias", escrita unos
30 años después de acontecida, sin que para entonces la hazaña hubiera
perdido veracidad o frescura, tal como la relata fielmente este religioso,
quien fuera en España capellán y secretario del famoso conquistador de
México, Hernán Cortés.

La narración, en efecto, está presentada en un estilo conciso, con agi-


idad y gracia, como si el autor tratase de hacer un breviario de lo escrito al
respecto por los cronistas que le antecedieron. Hay en ella, sin embargo, pe-
queños detalles, aunque no significativos, que revelan que el autor usó, si
no un poco de su imaginación al menos otros testimonios o fuentes quedes-
conocemos, como se puede leer en los detalles que ofrece sobre el célebre
dálogo sostenido entre Gil González y Nicaragua, en la reacción de Dirian-
gén ante la intromisión de los conquistadores y en otras informaciones ori-
ginales concernientes a la provincia de Nicaragua y a sus pobladores en
general.

En la versión Gómara insiste en que el móvil de la expedición fue prin-


cipalmente la búsqueda de aquel hipotético estrecho que permitiría, a tra-
vés de la comunicación interocéanica, el acceso a las islas Molucas, ricas
en especiería. Esta fue una de las razones por las cuales el capitán obtuvo
la concesión y el favor real para emprenderla. El cronista fue siempre un
convencido de la ventaja de abrir esa ruta al comercio, para mayor gloria
de España", como una vez escribiera al emperador Carlos V.

VI

La última relación detallada sobre el viaje de Gil González a Nicaragua


y Costa Rica la ofrece Antonio de Herrera en su "Historia General de los He-
chos de los Castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar Océano", escrita
74 CRONICAS DE VIAJEROS

a finales del siglo XVI. Como hábil copista supo extraer de los cronistas que
le precedieron buena parte del material con que elaboró su obra; la intención
del calco es notoria en algunas partes de la misma, siendo posible, por
ejemplo, leer el texto a la par de la versión dada por Gómara.

No obstante la falta de originalidad del historiador Herrera, la concate-


nación que hace—en la parte que corresponde a la conquista de Nicaragua—
de los hechos que siguieron, proporciona a los lectores un sentido de con-
tinuidad para entender esa época y proceso, sobre lo cual volveremos á in-
sistir más adelante en esta presentación de documentos primarios sobre los
descubrimientos.
CARTA DEL CAPITÁN GIL GONZÁLEZ DE DÁVILA AL REY
DE ESPAÑA, DÁNDOLE CUENTA DEL DESCUBRIMIENTO
DE LOS TERRITORIOS DE COSTA RICA Y NICARAGUA'

Muy alto y muy poderoso católico príncipe Rey y Señor.

Esta será para que vuestra majestad sepa como loores a Nuestro
Señor y su gloriosa Madre yo llegué a Panamá, que es en la Mar del Sur
de tierra firme, de vuelta del descubrimiento que vuestra majestad me
mandó hacer, a cinco días de junio del año pasado de quinientos veinte
y tres años, con ciento doce mil pesos de oro, la mitad de ello muy bajo de
ley, que los caciques de la costa al poniente dieron de servicio para
vuestra majestad, y dejo tornados cristianos 32,000% y tantas ánimas así
mismo de su voluntad y pidiéndolo ellos, y quedan andadas por mar des-
de la dicha Panamá de donde partimos 650 leguas al poniente y en este
cometido quedan descubiertas por tierra que yo anduve a pie 224 leguas.,
en las cuales descubrí grandes pueblos y cosas hasta que topé con la len-
gua de Yucatán. y soy venido a la isla Española donde con Andrés de Ce-
rezeda, tesorero de esta dicha armada envío a vuestra majestad diez y
siete mil pesos de oro de ley que le cupieron; desde diez y ocho quilates
hasta doce, y de otro oro de hachas más bajo quince mil trescientos
sesenta y tres pesos, que dice el fundidor de tierra que halló que tenía
doscientos maravedíes de oro cada peso, como parece por la fe del mismo
fundidor que con ésta envío, de más de otros seis mil ciento ochenta y dos

• (Archivo General de Indias, Sevilla. Patronato 26. Ramo 17. Reproducido de los Documentos para la
Historia de Nicaragua, Madrid, 1954).
Indios bautizados durante la expedición.
'Desde Chiriqui en Panamá, hasta el río Ochomogo en Nicaragua.
'Se refiere mas bien a los grupos chorotegas y nicaraos cuyas lenguas eran afines con algunas que se
hablaban en México.
' El quinto real, o quinta parte del oro obtenido, era destinado a la Corona.
76 CRÓNICAS DE VIAJEROS

pesos de cascabeles que dicen que no tienen ley ninguna. Lo cual todo va
repartido en las cinco naves que ahora van como vuestra majestad lo tie-
ne mandado en estas partes. Y si vuestra majestad quisiere saber lo que
en este medio tiempo me ha sucedido y lo más breve que he podido sacar
de la Relación general de todo el viaje, suplico a vuestra majestad mande
leer lo que se sigue:

Después de hechos otros navíos en la isla de las Perlas,' porque los


cuatro primeros que se hicieron en la tierra firme cuarenta leguas en un
río arriba se perdieron, como a vuestra majestad en las cartas antes de
ésta escribí, quedome tan poca gente y tan flaca de trabajos de haberlos
hecho que no osaba partir con ella y después de haber ido a Panamá don-
de estaba Pedrarias a pedirle y requerirle de parte de vuestra majestad
que dejase ir conmigo alguna gente de la que conmigo quisiese ir, como
por los requerimientos que con ésta envío, pareciera nunca haber hallado
en él la salida, ni respuesta que para ésto convenía, me volví a la dicha
isla de las Perlas que es en la mar doce leguas frontero de Panamá y de
ahí partí a hacer el descubrimiento que vuestra majestad me mandó
hacer por la mar del sur al poniente, en veintiuno de enero del año (mil)
quinientos veintidós.
Ya que teníamos navegadas cien leguas por la costa al poniente, avi-
sáronme los marineros que toda la vasija del agua estaba perdida, que
no sostenía ninguna agua y tal que no se podía remediar sin hacer otra
y según pareció ser la causa no ser los arcos de hierro y también me avi-
saron que los navíos estaban muy tocados de broma.. Por esto fue forzado
sacar en tierra todas las cosas de los navíos y a ellos mismos para ado-
barlos y hacer otra vasija de nuevo con arcos de hierrro, que no fue poca
osadía según la parte donde estaba.' Pues sacados los navíos y la fragua
y herreros, para hacer los arcos y los aserradores para la madera, despa-
ché un bergantín a Panamá, donde Pedrarias estaba, por pez para brear
los navíos. Pues como yo con la gente aunque poca no me pudiese sostener
allí donde los navíos estaban por falta de mantenimientos y por no....
(roto)... a los marineros que habían de guardar los navíos, lo que había,
ya los oficiales que trabajaban en hacer la vasija, fue necesario meterme
la tierra adentro con hasta cien hombres, aunque en ellos había harta
hijada para sostenerme con ellos en tanto que la pez venía y se hacía la
vasija.

Caminando yo siempre por la tierra adentro al poniente, metido al-


gunas veces tan lejos de la costa por hallar poblado donde me sostuvie-

• Situada en el golfo de Panamá o San Miguel.


• Un molusco que perfora el casco de los barcos.
' En la costa de Chiriquí.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 77

se, muchas veces me hallé arrepentido. Dejé mandado a Andrés Niño,


que con los navíos quedaba, que una vez venida la pez y adobados y hecha
la vasija para el agua, que se viniesen la costa abajo al poniente y que
andadas ochenta o cien leguas, si llegaba antes que yo, me esperase en
el mejor puerto que por la comarca hallase, porque así lo haría yo si lle-
gase primero.

Y andando yo en este medio tiempo por la tierra adentro, sostenién-


dome y tornando cristianos muchos caciques e indios, a causa de pasar
los ríos y arroyos, muchas veces a pie y sudando, sobrevínome una en-
fermedad de tullimiento en una pierna, que no podía dar un paso a pie,
ni dormir las noches ni los días de dolor, ni caminar; puesto que me lle-
vaban en una manta atada en un palo muchas veces indios y cristianos
en los hombros, de la cual manera caminé hartasjornadas. Pero por cau-
sa de caminar de esta manera, me era el caminar muy dificultoso y por
las muchas aguas que entonces hacía, que era invierno, hube de parar en
la casa de un cacique muy principal, aunque con harto cuidado de ve-
lamos.

El cacique tenía su pueblo en una isla que tenía diez leguas de largo
y seis de ancho, la cual hacía dos brazos de un río, el más poderoso que
yo haya visto en Castilla (del Oro),' pueblo donde tomé la casa del cacique
por posada y era tan alta como una mediana torre hecha a manera de pa-
bellón, armada sobre postes y cubierta con paja, y en medio de ella
hicieron para que yo estuviese una cámara, para guardarme de la comu-
nidad, sobre postes, tan alta como dos estados.

A los quince días que llegué llovió tantos días que crecieron los ríos
tanto que hicieron toda la tierra una mar y en la casa donde yo estaba,
que era lo más alto, llegó el agua a dar a los pechos a los hombres. Al ver
ésto la gente de mi compañía, uno a uno, me pidieron licencia para irse
fuera del pueblo, a valerse en los árboles alrededory quedé yo con la gente
más de bien, en esta gran casa, esperando lo que Dios quisiese hacer, cre-
yendo que no bastaría el agua para derribarla. Y estando ellos y yo a la
medianoche con harta sospecha y temor de lo que acaecía, teníamos en
lo alto de la casa por dentro una imagen de Nuestra Señora y una lám-
para de aceite que la alumbraba, y como la furia del agua creciese mien-
tras más llovía, a la medianoche quebraron todos los postes de la casa y
cayó sobre nosotros y derribó la cámara donde yo estaba y quedé yo, con
unas muletas que traía, de pies encima de la dicha cámara, el agua en los
muslos, y llegaron las varas de la techumbre al suelo, y quedaron los
compañeros el agua a los pechos sin tener parte por donde resollar. Plugo
'El río Térraba, al sureste de Costa Rica.
78 CRÓNICAS DE VIAJEROS

a Dios, por quien él es, que con cuanto golpe la casa hizo al caer, no se mu-
rió la lámpara que teníamos delante de la imagen de Nuestra Señora, y
fue la causa que como la casa dió sobre el agua y vino poco a poco sin dar
golpe en el suelo, no hizo fuerza para que la lámpara se muriese.

Como quedamos con lumbre púdose hallar manera con que saliése-
mos de allí, y fue que rompieron con una hacha la techumbre de la casa
y por allí salieron los compañeros que conmigo se habían quedado, ya mí
me sacaron en los hombros, que los otros todos, el día antes, se habían ido
con mi licencia a salvarse a los árboles y sus indios que traían de servicio.
De esta manera me llevaron dando voces para que los compañeros nos
pudiesen oír y juntarnos con ellos. Ya que nos juntamos pusiéronme en
una manta atada con dos cordeles a dos árboles, y allí estuve hasta la ma-
ñana, lloviendo lo posible. Allí estuvimos dos días hasta que el agua men-
guó y tornaron los ríos a sus madres. Y por si otra vez tornasen a crecer
de la misma manera, hicimos hacer yo y todos, en los árboles, con varas,
a manera de sobrados y tejados con rama y hojas, de manera que tenía-
mos luego en ellos los dichos sobrados y otras dos veces nos venimos hu-
yendo.

Quedó toda la tierra tan enlamada y tan llena de árboles caídos y


atravesados, que los ríos trajeron, que a gran pena los compañeros po-
dían andar sobre ella. Allí se nos perdieron muchas espadas y ballestas,
y vestidos y muchas rodelas, de cuya causa hice hacer muchas adargas
de algodón bastado para los compañeros, en lugar de las rodelas perdi-
das, y también para los cuatro de a caballo que después de juntado con
los navíos saqué a tierra.

Pues como así mismo el agua nos llevase los mantenimientos, fueron
forzados ir a buscar donde hubiese que comer y como nuestro fin fuese
volver a la costa de la mar, que había diez leguas hasta ella, y por tierra
no podíamos ir, fue forzado hacer balsas de maderos grandes y atados
unos sobre otros, puesto encima nuestro fardaje y los indios que nos ser-
vían, fuímonos en ellas el río abajo hasta llegar a la mar, que seríamos
más de quinientas ánimas, y de ventura como algunos compañeros llega-
ron de noche, arrebatólos la corriente del río y sacólos a la mar a media
noche, metiéndolos la resaca muchas veces debajo del agua. Al siguiente
día desde la costa los veíamos dos leguas la mar adentro, que como la
menguante de la mar los llevó, la creciente los tornaba hacia tierra con
todo. Yo mandé luego que en otras balsas pequeñas saltasen hombres
sueltos nadadores y fueron allá y los trajeron, a los cuales ayudaron tales
que ya se dejaba de ayudar, plugo a Dios, por quien él es que no se perdió
ninguno.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 79

Una vez recogidos, caminé por la costa de la mar al poniente hasta


que llegué a un golfo que se llama el golfo de San Vicente,. que es donde
hallé a Andrés Niño, que acababa de llegar con los navíos adobados y la
vasija del agua hecha; y vistos pensé embarcarme en ellos y hacer el des-
cubrimiento con los marineros, porque no tenía pierna para andar por
tierra, a caballo ni a pie, y dejar a un teniente mío en tierra con los hom-
bres que yo traía; y como la gente de mi compañía lo supo comenzó a sen-
tir soledad, pensando quedar sin mí, porque en la verdad ya habíamos
comenzado a topar mayores caciques, y visto yo ésto y considerando que
tenían razón, envié a mi teniente con Andrés Niño y a otros dos pilotos
juramentados para que midiesen y contasen las leguas que se andaban
en el dicho descubrimiento, y yo quedé con mis cien hombres y cuatro ca-
ballos prosiguiendo mi descubrimiento por tierra y por la costa al po-
niente, porque aquella era la verdad para que vuestra majestad fuese
servido, como lo fue con pensamiento de pacificar los caciques que topase
y hacerlos vasallos de vuestra majestad por manera de bien, y a los que
no quisiesen, hacerlo hacer por fuerza como lo hice.

Pues partidos los dos navíos a descubrir y dejados otros dos en dicho
golfo de San Vicente para que a los descubridores de por mar y de por
tierra nos esperasen allí con 11,000 castellanos de oro que ya teníamos,
yo partí por tierra haciendo muchos caciques amigos y vasallos de vues-
tra majestad y tornándose todos cristianos muy de su voluntad y llegué
a un cacique que se llama Nicoya, el cual me dió de presente 14,000 cas-
tellanos de oro y se tornaron cristianos muy de su voluntad 6,000, y tan-
tas personas con él, y sus mujeres y principales quedaron tan cristianos
en diez días que estuve allí que cuando me partí me dijo el cacique que
pues el ya no había de hablar con sus ídolos que me los llevase. Y dióme
seis estatuas de oro de grandura de un palmo y me rogó que le dejase al-
gún cristiano que le dijese las cosas de Dios. Lo cual yo no osé hacer por
no aventurarle y porque llevaba muy pocos.

Como hube andado cincuenta leguas tuve nueva de un gran cacique


que se llama Nicaragua y muchos indios principales que conmigo llevaba
me aconsejaron que no fuese allá porque era muy poderoso, y aún muchos
de los compañeros que iban conmigo me aconsejaban lo mismo, pero la
verdad es que yo iba determinado de no volver atrás hasta hallar quién
me estorbase por fuerza de armas de ir adelante, y como llegué una jor-
nada antes de su pueblo enviéle a decir lo que a los otros cacique solía.
Y es que yo era un capitán que el gran rey de los cristianos enviaba por
aquellas partes a decir a todos los caciques y señores de ellas que su-
piesen todos que en el cielo más arriba del sol hay un Señor que hizo todas
Ala entrada del golfo de Nicoya.
80 CRÓNICAS DE VIAJEROS

las cosas y los hombres, y que los que esto creen y lo tienen por Señor y
son cristianos, cuando mueren van arriba donde él está, y los que no son
cristianos van a un fuego que está debajo de la tierra, y que a todos los
señores y caciques de atrás haci á donde el sol nace lo había dicho, y todos
lo creen así, y lo tienen por Señor y son cristianos y quedan vasallos del
gran Rey de Castilla y que a todos los caciques y señores de do hacia el
sol se pone lo había de decir, porque este mismo Dios así lo manda. Que
estén en su pueblo él y sus indios y que no haya miedo, que yo le diré otras
cosas muy grandes de este mismo Dios que habrá placer de saberlas, y
que si esto no quisiere hacer, ni ser vasallo del gran rey de los cristianos,
que se salga al campo de guerra que yo seré con él otro, día.

Este mismo día en la tarde unos espingarderos que llevaba, proban-


do la pólvora, pusieron fuego a su posada ya la mía y quemáronse a ellos
mismos, que fueron tres, que no fue poca turbación entre los compañeros
por ser en víspera de tal día como esperábamos; por allí se dijo a todos lo
que convenía y quedaron con harto menos escándalo, los cuales dejé allí
a curar y un otro hombre con ellos.

Al siguiente día, como yo llegué una legua de su pueblo, hallé cuatro


principales y los míos que me dijeron que el cacique me esperaba en su
pueblo, de paz; y llegado aposentóme él mismo en una plaza y casas de
alrededor de ella y luego me presentó parte de quince mil castellanos que
en todo me dió, y yo le dí una ropa de seda y una gorra de grana y una
camisa mía y otras muchas cosas de Castilla. En dos o tres días que se
le habló de las cosas de Dios, vino a querer ser cristianos él y todos sus
indios y mujeres, en que se bautizaron en un día 9,017 ánimas chicas y
grandes y con tanta voluntad y tanta atención que digo verdad a vuestra
majestad que vi llorar algunos compañeros de devoción y diciendo los
primeros a ellos y a ellas aparte, como Dios es testigo, que este Dios que
hizo todas las cosas no quiere que nadie se torne cristiano contra su vo-
luntad, y con todo esto dijeron que querían ser cristianos y cristianas.
Aquí estuve ocho días y puse dos cruces como en los otros pueblos traía
de costumbre, una muy grande en unos montones grandes de gradas que
en cada lugar en la plaza hay, que sin duda no parece sino que los mismos
montones están pidiendo las cruces, y dejé otra en su mezquita, que él
mismo la llevó en sus manos a que allí se pusiese, y quedó encima de un
altar atada por pie y hecho un monumento de mantas pintadas y muy
devota.

Pasados los ocho días me partí a una provincia que está a seis leguas
adelante, donde hallé seis pueblos legua y media y dos leguas uno de otro,
de dos mil vecinos cada uno, después de haberles enviado a decir el men-
saje y cosas que a este cacique Nicaragua (dije), y aposentándome en un
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 81

pueblo de ellos, y después de venirme todos los señores de ellos a ver y


héchome presente de oro y esclavos y comida, como es su costumbre, y
como ya ellos sabían que Nicaragua y sus indios se habían tornado
cristianos, casi sin hablarse lo vinieron a quererlo ser, y cada día se venía
a bautizar un señor de cada pueblo con su gente y hecho ésto venían cada
día a decirme que fuese el clérigo• a sus pueblos a hablarles de Dios, y
así se hacia y madrugaban los del un pueblo y del otro para (ver) cuál le
llevaría antes.

Estando en medio de esta buena obra ya dicha, parece que supieron


de mi otros caciques grandes que estaban más adelante, y debían saber
lo que los otros caciques hacían conmigo, y uno de ellos que se dice Dirían-
gen vinorne a ver de esta manera: Trajo consigo hasta quinientos hom-
bres, cada uno con una pava o dos en la mano, y tras ellos diez pendones,
y tras ellos diez y siete mujeres, todas casi cubiertas de patenas de oro
y doscientos y tantas hachas de oro bajo, que pesaba todo diez y ocho mil
castellanos, y más atrás cerca de sí y de sus principales venían cinco
trompetas, y en llegando cerca de la puerta de mi posada tocaron un rato
y acabado entraron a verme con las mujeres y el oro. Mandeles preguntar
que a qué venían y dijeron que a ver quien éramos, que les habían dicho
que éramos una gente con barbas y que andábamos encima de unas ali-
mañas, que por ver quien éramos y lo que queríamos venía a vernos, yo
mandé a la lengua que les dijese todo lo que se había dicho al cacique Ni-
caragua, y ellos respondieron que todos querían ser cristianos. Pregun-
teles que cuándo querían bautizarse, dijeron que ellos vendrían dende a
tres días a ello, y como al diablo no le place de la salvación de los hombres,
hízolos mudar propósito y también creo que fue la causa vernos tan po-
cos.

Al tercer día que dijeron, habiendo ido el clérigo con el mejor caballo
que teníamos y dos compañeros valientes hombres a predicar a unos pue-
blos vecinos, estando todos algo descuidados de cosa de guerra, sábado
diez y siete de abril, a medio día, con la mayor siesta del mundo, dan sobre
nosotros tres o cuatro mil indios de guerra, armados a su manera, de ju-
bones bastados de algodón y armaduras de cabeza, y rodelas y espadas
y otros arcos y flechas y varas, y quiso Dios, por quien él es, que un tiro
de ballesta antes que llegasen al lugar, un indio del pueblo donde está-
bamos, los vió venir y me avisó, y lo más presto que pude cabalgué en uno
de los tres caballos y recogí todos mis compañeros a la plaza, delante de
mi posada, poniendo la tercia parte alas espaldas y alrededor de ella, por-
que como eran muchos temí que nos cercasen la casa y le pusiesen fuego.
Y como los indios llegaron de golpe a la plaza, arremetieron a nosotros
*Diego de Agüero, fraile m ercedario.
82 CRÓNICAS DE VIAJEROS

y nosotros a ellos, y como a manera de torneo se dieron los nuestros y ellos


tantos golpes que estuvo cosa un rayo en peso sin que nadie supiera cuya
era la victoria. Después de habernos derribado seis o siete hombres en el
suelo heridos y llevarnos un hombre en peso, vivo, sin quererlo matar a
lo que parecía, habiendo yo arremetido con los caballos y andando entre
ellos pusiéronse en huída; y seguido el alcance por los nuestros y acuchi-
llándolos de pie los que podían, y los de caballo alanceando los que topá-
bamos, los echamos fuera del pueblo. Allá en el campo, yo que tenía el me-
jor de los rocines, aunque tan mal aderezado de cosas de la jineta que cer-
tifico a vuestra majestad que traía las espuelas de palo, y uno de los otros
ninguna, seguí algo más el alcance que los otros, y después de haberme
cansado, alanceando los que a una parte y a otra hallaba, acordéme que
era gran yerro dejar mi gente tan lejos y vuelto sin duda a la vuelta eran
tantas las varas y las piedras y garrotes y flechas y varas que los indios
me tiraron, que lo tuve por peor que cuando de la plaza los echamos. En
fin, que cuando topé los delanteros de mi compañia, que era fuera ya del
pueblo, no consentí que nadie pasase adelante porque me pareció que si
en el campo nos tuviesen verían que éramos tan pocos que osarían volver
sobre nosotros y que no bastaríamos con ellos, y aún también se me acor-
dó que quedaba la posada sola, con el oro y la ropa, y que los del pueblo
podría ser que no nos fuesen leales y que viéndonos fuera nos robasen.
Y por ésto, lo más presto que pude, traje mi gentecilla, aunque en ánimos
más que gente, a ponerla otra vez en orden delante de mi posada, porque
si volviesen nos hallasen alertados y, según lo que pareció, ellos hubieron
por bien de no volver y creo sin duda que lo causó porque ellos tienen de
costumbre cuando pelean de no dejar ningún herido ni muerto en el cam-
po y de hallarse embarazados con los muertos y heridos no tuvieron ma-
nera de volver.

Pues estando todos delante de mi posada, apercibiéndonos para si


otra vez tornasen, el clérigo nunca era venido, ni los compañeros que con
él habían ido, y como el pueblo a donde habían ido era hacia la parte don-
de los indios vinieron, sin duda creímos todos que los habían muerto de
camino cuando vinieron, pero por satisfacernos, escribile una carta con
un indio de los del pueblo donde yo estaba, en que le decía lo que pasaba,
y vista mi carta luego vino, de lo cual todos los compañeros recibieron
mucho placer, porque era su padre de confesión, pues recogidos todos,
como la gente aún hasta allí había llegado contra su voluntad y como digo
arriba murmurando de mí. Luego me dijeron todos que no debería dar un
paso más adelante, porque era más (importante) poner en cobro lo gana-
do que ganarlo de nuevo, y yo, de ver toda la gente con esta opinión, tomé
a los oficiales de vuestra majestad y quise que ellos y toda la gente más
principal de toda la compañía dijesen sus dichos acerca de ello, los cuales
todos dijeron que era conocida locura pasar adelante y que Dios ni vues-
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 83

tra majestad no se serviría de ello; los cuales dichos con ésta (carta) envío
a vuestra majestad, porque sin duda yo quería que esa noche fuéramos
a dar en ellos, aunque después de vista la flaqueza de nuestra gente y los
heridos y el oro (que) se aventuraba, porque había de quedar allí, y de los
del pueblo no teníamos seguridad, y con este parecer me torné de allí con
pensamiento que vuelto a tierra de cristianos, aunque estaba bien lejos,
podría tomar alguna más gente y caballos y tornar a castigar y hacer de
paces aquella gente.

Pues como el gran cacique Nicaragua por donde yo había pasado su-
piese que yo me venía, después de haber peleado con el otro Diriangen y
sus valedores, y supiese que llevábamos cantidad de oro, pensó él y los
suyos tomárnoslo y matarnos, según lo que después pareció que por muy
extenso va sabida la verdad de ello. Yo también, sospechoso de lo que él
pensaba por los indicios y muestras que todos veíamos al pasar por su
pueblo, puse esa poquilla de gente que traía, que era hasta sesenta hom-
bres sanos, en la mejor orden que me pareció, e hice un escuadrón y metí
dentro de él toda la gente flaca y el oro y las cargas de nuestra comida y
hacienda, yen las cuatro esquinas cuatro de (a) caballo que éramos y cua-
tro espingarderos, y de esta manera pasé por el pueblo a las once del día.

Ya que estábamos fuera de él, comienzan indios a venir y decir a los


indios que nos llevaban las cargas que las soltasen y huyesen con ellas,
y tanto les sufríamos ésto por no quebrar con ellos, que se ponían en que-
rer sacarnos los indios con las cargas del escuadrón, de lo que recibíamos
mucho daño, y visto ésto mandé a algunos ballesteros que los tirasen y,
como hirieron algunos, súbitamente comienzan a salir gente con armas
y de guerra del pueblo. De ver el negocio en tal estado dije al tesorero y
a los que llevaban el oro con él a cargo y el mantenimiento y otras cargas
que anduviesen lo que pudiesen, y mandé a los tres caballos que que-
dasen conmigo en la rezaga, y algunos peones ballesteros y rodeleros y
los cuatro espingarderos, que fueron todos ellos los que pudieron quedar
hasta trece y los cuatro de caballo, que fueron diez y siete. La gente que
del pueblo salía era innumerable y mucha parte de ellos con arcos y
flechas, y comienzan a llegarse a nosotros con la mayor grita del mundo,
tirando flechas, y los de caballo haciendo algunas vueltas sobre ellos y
alanceando algunos, y otras veces los ballesteros hiriendo los que más se
allegaban; fuimos de esta manera hasta que el sol se quería poner por un
llano, donde nos acaecieron muy aventurados trances, especialmente al
pasar de los arroyos, porque aún de los cuatro de a caballo el uno de ellos,
y aún los dos, lo más del tiempo entendían en tomar dolientes de la rezaga
y pasar a la delantera, y el otro en alancear los indios que soltaban las
cargas. Como vieron que antes perdían gente que la ganaban, y no salían
con lo que querían, venida ya casi la noche ellos dijeron que querían paz,
84 CRÓNICAS DE VIAJEROS

y yo de ver que estábamos todos tan cansados se las otorgué, y dejadas


las armas, tres principales de ellos, mandada a quedar toda la otra gente,
me vinieron a hablar y era su fin, desde que no pudieron salir con su in-
tención, disculparse diciendo que Nicaragua ni los suyos no tenían culpa
de aquello, sino que la gente de otro cacique que estaba en aquel pueblo,
que se llama Zoatega, que yo no había visto cuando pasé por allí, había
hecho aquello. Yo les respondí que yo conocí muchos y principales en la
batalla de los de Nicaragua, a lo que no tuvieron qué responderme. Plugo
a Dios y a su bendita Madre que ningún hombre ni oro perdimos, ni vino
nadie herido, excepto mi caballo de una flecha, menos lo que le faltaba,
pues como los más de los indios que nos traían las cargas eran del mismo
Nicaragua, que a la pasada me los había prestado para llevar las cargas,
con lo que les decían los que nos hacían la guerra, casi todos soltaron las
cargas y se perdió mucha ropa de los compañeros, por manera que hubo
algunos que quedamos sin vestidos y sin comida de ellos, por guardar la
rezaga y de ellos por guardar el oro.

Esa noche puse en orden la gente, así los dolientes y heridos que
traíamos, como la gente sana para que aunque otro día tornasen los in-
dios a salimos al camino pudiésemos andando defendernos y ofenderlos,
y hecho ésto bien se puede creer que sin dormir. A medianoche con la luna
me partí porque tuve nueva que había un paso que desde el pueblo había
otro camino para él, donde podían (lo s indios), tomándole primero que
nosotros, hacernos mucho daño; y puestos en esta orden caminé esa no-
che y todas las otras y los días hasta que llegué al golfo de San Vicente,
donde nos despartimos yo y Andrés Niño, cuando fue a descubrir, y hallé
que había ocho o diez días que eran venidos y que habían descubierto
trescientas cincuenta leguas del golfo de San Vicente al poniente, y que
por causa de la falta de los navíos y aún de agua no pasaron adelante,
como vi por los autos que acerca de ésto se hicieron, que por ante escri-
bano pasaron, los cuales con ésta envío." Llegaron por la costa hasta po-
nerse en diez y siete grados y medio, y puede vuestra majestad creer que
Andrés Niño en esta jornada ha trabajado hasta ahora muy bien y con
mucha voluntad.

Vuestra majestad ha de saber que este pueblo de este cacique Ni-


caragua está la tierra adentro tres leguas de la costa de esta mar del sur,
y junto a las casas de la otra parte está otra mar dulce. y digo mar porque
crece y mengua y los indios no saben decir que por aquella agua vayan
a otra salada, sino que todo lo que ellos han andado por ello a una parte

"Niño de descubriendo la costa hasta Tehuantepec los autos que se conocen son las tomas de posesión
de la bahía de Corinto y del golfo de Fonseca.
"El lago de Nicaragua.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 85

ya otra es dulce. Yo entré a caballo en ella y la probé y tomé la posesión


en nombre de vuestra majestad. Preguntado a los indios si esta mar dulce
se junta con la otra salada dicen que no, y cuanto nuestros ojos pudieron
ver todo es agua, salvo una isla que está dos leguas de la costa," que dicen
que está poblada; el tiempo no dió lugar acá a saber otra cosa más de que
yo mandé entrar media legua por el agua una canoa en que los indios na-
vegan, para ver si el agua corría hacia alguna parte, sospechando que
fuese río, y no le hallaron corriente. Los pilotos que conmigo llevaba cer-
tifican que sale a la mar del norte, y si así, es muy gran nueva porque ha-
bía de una mar a otra dos o tres leguas de camino muy llano.

Llegado yo al golfo de San Vicente hallé que el navío mayor de los


cuatro que teníamos no se podía tener encima del agua y en los otros y
en canoas de indios me embarqué con toda la gente, aunque con harta
aventura, y vine mediante Dios a Panamá con harto riesgo por la falta
de los navíos, adonde hice fundir el oro conforme a la instrucción que
vuestra majestad me mandó dar. En todo cuanto me ha sucedido de cui-
dado sirviendo a vuestra majestad en esta jornada no he recibido tanto
trabajo como en pesar la gente que traje de Castilla por tierra firme a la
mar del sur, y sostenerlos conmigo casi dos años, que aquí me detuve
haciendo dos veces los navíos, y esos pocos de compañeros que me que-
daron fue bien menester gastar con ellos de mi hacienda y joyas y aún
partir con ellos de la parte que vuestra majestad me manda que gane en
esta armada y a otros prestar de mis dineros con los cuales hartos se me
huyeron, sólo porque lo gastado por vuestra majestad en esta armada no
se perdiese y también por salir yo con lo comenzado.

Yo Señor quedo de aquí con pérdida de dientes y de parientes, porque


perdí dos sobrinos que murieron de enfermedades, que me quitaban de
harto trabajo y con harta flaqueza de persona. Suplico a vuestra majes-
tad me mande hacer merced de alguna ayuda de costas, porque diga más
con vuestra majestad que cada que conmigo que la pido y sea librada en
las partes donde yo voy, y mande librar a mi mujer en Sevilla el salario
de capitán que se me debe, con que mis hijos se críen y aprendan.

Todas las cosas de Yucatán habemos topado, así en casas como en ro-
pa y armas, por donde está cierto que por esta mar del sur tiene vuestra
majestad descubierto tanto al levante como al poniente, como por la mar
del norte.

Vuelto a Panamá dije a Pedrarias con el tesorero de vuestra majes-


tad, Alonso de la Puente, lo que cerca de ésto pasaba, y que si me quería
dar él ayuda y socorro que en la tierra había, que con esa poca gente que
Ometepe.
86 CRÓNICAS DE VIAJEROS

yo traía yo volvería a castigar la traición que estos caciques me habían


hecho ya hacerlos de paz. Y respondiome que si lo quería ir a hacer como
su teniente y en su nombre que me lo daría, de lo cual yo no quedé poco
corrido, porque me pareció a mí que siendo yo capitán de vuestra ma-
jestad, en cuyo nombre se lo pedía, que era conocida bajeza aceptarlo sin
la diferencia que de su linaje al mío hay, y sobre ésto pasé con él otras
cosas que serían largas para escribir.

El dicho Pedrarias, a la sazón que yo llegué a Panamá, me dijo que


él estaba por enviar a descubrir por la otra costa de Panamá al levante,
que de allá tenía él mayores nuevas que yo traía, y como fui avisado de
los que conmigo vinieron y de mí de la riqueza de las tierras y pueblos que
yo había hallado, dejó lo otro y ha enviado gente de la suya y a la que yo
traje a ellos. Yo le requerí no la enviase sin consultar a vuestra majestad,
porque de la manera que los pueblos quedaban no convenía y demás de
todo porque eran cristianos y les dije en el requerimiento muchas razo-
nes por donde no había de enviar allá, a las cuales no tuvo respeto, puesto
que vistas y oídas toca bien al servicio de Dios y de vuestra majestad,
como podrá mandar ver por el mismo requerimiento que le hice, que con
ésta envío, y hago saber a vuestra majestad que una de las principales
cosas que le hizo osar a Pedrarias enviar gente a aquellas tierras que yo
dejo descubiertas y de paz, fue que incitó a los oficiales de vuestra majes-
tad que se juntasen con él a ser armados y ellos de ver el gran interés lo
aceptaron, usando conmigo el dicho Pedrarias de muchas malacrian-
zas.

Pues como yo ví que por la vía del socorro de Pedrarias no podía tor-
nar a castigar y pacificar aquellos dos caciques, yo y los oficiales de vues-
tra majestad nos despachamos de Panamá y la salida de latiera firme con
mucha brevedad por dos cosas. La una por hacer saber a vuestra majes-
tad lo que se había hecho y descubierto hasta entonces y lo que sobre ello
pensaba hacer, y la otra por venir a la isla Española a procurar con los
jueces y oficiales de vuestra majestad me diesen lugar para sacar de aquí
la gente y caballos que fuese menester para ello, lo cual viendo ellos como
vuestra majestad se servía de ello lo aceptaron. Y porque de mi ida a Cas-
tilla sin más no se ganaba, sino hacer tornar a gastar dineros a vuestra
majestad para tornar a armar de nuevo, porque por ser la cosa cual es,
no se sufre otra cosa, y para avisar a vuestra majestad de lo que pasa mi
carta bastaba.

Porque visto un capítulo de mi instrucción vuestra majestad manda


que trabaje mucho por saber si hay estrecho de una mar a otra y que
procure que lo que yo descubriere por la mar del sur tenga salida a la mar
del norte, y porque volviendo desde aquí de la Española al golfo de las
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 87

Higueras," que es el paraje de la mar dulce que yo hallé, se podrá saber


la duda de todo, yo me parto mediante Dios con cincuenta de (a) caballo
y trescientos hombres, donde pienso presto dar aviso a vuestra majestad
de grandes riquezas y nuevas; y para que vuestra majestad mejor esté
(informado) de ello, envío esta figura que nuevamente ahora se ha hecho,
la más verdadera que se ha podido hacer por los pilotos que lo han nave-
gado.

Visto los reveses y estorbos que ami salida y de los oficiales de vues-
tra majestad se procuraba en tierra firme, se compró de la hacienda de
vuestra majestad una carabela por mil castellanos de oro, para salir de
la tierra con el oro, y dar esta cuenta a vuestra majestad, y a poner en
efecto esto que digo, y no fue tan espaciosa la salida y la embarcada que
no fue a la mayor prisa que pudo ser y vista por el gobernador y oficiales
de vuestra majestad el punto de nuestra partida, se pusieron en reque-
rimos que no se trajese el oro todo en aquel navío porque venia a peligro
por ser uno, y yo les respondí que a mayor peligro quedaba en su poder,
como creo realmente que queda la veintena que vuestra majestad me
mandó dejar allá, y como esto no bastó y nos vió partidos al (puerto de)
Nombre de Dios, a la costa del norte donde la carabela estaba, se partió
el dicho gobernador luego tras nosotros a muy gran prisa, y llegando a dos
leguas del Nombre de Dios fui avisado de su venida ya la hora nos embar-
camos con el oro e hicimos vela para esta isla Española.

Pues llegado a esta ciudad de Santo Domingo de la Isla Española, con


este cuidado y deseo de buscar por esta mar del norte entrada a aquella
mar dulce, que yo descubrí yendo por la otra costa del sur, para que aque-
llos grandes pueblos y aquella tierra se pueda gobernar y visitar desde
Castilla, y que aunque el estrecho de agua de una mar a otra no se halla-
se, que hallando la mar dulce que salga a la del norte hay tres leguas de
una mar a otra, las dos de tierra muy llana que se puede andar sin carre-
tas, y la otra legua de tierra que aunque no es como las dos leguas no se
dejara de acarretar, es bastante estrecho para gozar de la especiería por
este camino, porque por la parte que yo fui a descubrirlo que es por donde
está Pedrarias no se puede desde Castilla aquellos pueblos ni tierra pro-
veer, por estar la tierra en medio y hay de allí a la mar dulce doscientas
cincuenta leguas, y en esta otra parte de más del aparejo que hay por la
vía de haber este estrecho de tierra ya que de agua no se halle. A pro-
porción de ésto, en la costa del sur hay dos muy hermosos puertos" para
hacer navíos para ello, y demás de ésto hay mucha madera y encinas co-
mo las de Castilla y muchos cedros y los indios dan nueva de pinos y yo
vi y tuve mucha tea de ellos."
"El golfo de Honduras.
"Se refiere a la bahía de la Posesión (Corinto) y al golfo de Fonseca.
Obviamente extraído de los montes de Segovia.
88 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Y porque vuestra majestad principalmente, como tengo dicho por un


capítulo de mi instrucción, me manda que con mucha diligencia procure
de saber si hay mar o camino para que desde Castilla se pueda ir a las
partes que yo descubriese, sin tornar por donde está Pedrarias, habien-
do platicado lo uno y lo otro a los jueces y oficiales de vuestra majestad
de esta isla Española, y mostrádoles el capítulo de lo que sobre ello vues-
tra majestad manda que se haga y la figura de lo descubierto, parecióles
a todos que vuestra majestad recibiría gran servicio que por esta mar del
norte se halle aquella mar dulce o estrecho de agua, o la certeza de ser
la tierra estrecha de tres leguas de una mar a otra, porque hallado lo uno
o lo otro aquellas tierras y pueblos que yo descubriese, puede decir que
son halladas y de esta causa deseoso yo de hacer a vuestra majestad
algún gran servicio, olvidada mi casa y mi reposo por este deseo que digo,
voy desde aquí a buscar y descubrir por la mar del norte lo que descubrí
y hallé por la del sur, que es otro Yucatán en la riqueza y en la lengua y
en las otras cosas que los indios visten y tratan.

Y porque supe en esta isla que aunque envío a vuestra majestad poco
oro que llegará a buen tiempo, y por no hacer más gasto de esto que ahora
se lleva a vuestra majestad, creyendo que en esto le hago también ser-
vicio, procure aquí con lo que yo tenía y con ayuda de mis amigos que ayu-
dasen con dineros para la costa de lo que voy a hacer y porque espero en
Dios Nuestro Señor que de la misma cosa enviando a vuestra majestad
un gran presente de oro, quedara de las sobras con que pagar a ellos y a
mí el costo que en ello se hiciere, y esto es una de las principales cosas que
a esto me ha puesto espuelas de mas de ver cuanto conviene e importa
a su servicio, que se descubra y halle por la mar del Norte la (mar) dulce
que digo, y el estrecho de agua, y de las tres leguas de tierra como vuestra
majestad me lo manda a buscar; y habiéndolo visto y sabido, si me pare-
ciera poblarlo, haré en la parte más a proporción de lo que conviene a la
tierra y de la mar que se hallare, y de poblar no llevo duda sino que po-
blaré mediante Dios, porque esta es la verdad en lo de acá y haciéndolo
será con el menor daño y escándalo de los indios que se pueda.

Aquí no se ha podido sacar gente sino a la costumbre de esta tierra,


que es que sacando el quinto para vuestra majestad, de lo demás se toma
la mitad para el costo y la otra mitad para el capitán y la gente, en el cual
por vuestra majestad se puso el navío que se compró en tierra firme para
traer el oro a esta isla, que llegado aquí y adobado se avaló en mil pesos
de oro; y de lo que Dios me hubiere encaminado, que haga lo más breve
que pudiere, haré mensajero a vuestra majestad con esperanzas de bue-
nas albricias.

Y porque el tesorero de vuestra majestad Andrés de Cerezeda, lleva-


dor de ésta, se ha hallado presente conmigo en todos los principales tra-
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 89

bajos y hambres y peligros, que en esta jornada se ha ofrecido desde el


principio hasta ahora, y con el oro lleva a vuestra majestad la figura de
lo descubierto por mar y por tierra, pues es oficial de vuestra majestad,
a él me remito.

Así mismo va allá el contador de vuestra majestad, Francisco de Sa-


lazar, a curarse de cierta enfermedad que tiene, que de los trabajos le ha
sobrevenido, que así mismo le cupo parte de ellos y deja acá en su lugar
a una persona por contador, con otra persona que deja en su lugar el dicho
tesorero, para que tenga cuenta y razón de la hacienda de vuestra ma-
jestad.

Y porque como arriba he dicho, tengo por cierto que poblaré, porque
en ciertos capítulos de mi instrucción, parece que vuestra majestad me
manda que lo haga, pues mando dar orden de lo que en la forma de los
pueblos y repartimientos se ha de hacer, pues la mucha bondad de la tie-
rra lo permite, y porque según la sed de los vecinos que de una parte y
de otra están, aunque lejos, podía ofrecerse algún impedimento de estor-
bo, y porque a mí y no a otro vuestra majestad mandó venir a hacer este
descubrimiento con certeza de mercedes. Suplico a vuestra majestad
mande con brevedad despachar una su cédula en que mande que cada
uno se esté en lo que tenía descubierto, hasta que yo por mandato de
vuestra majestad, comience a hacer éste, porque conviene mucho al ser-
vicio de vuestra majestad y al bien y pacificación y población y descubri-
miento de la tierra.

Si vuestra majestad quisiere ver bien probada la intención que tuve


a hacer los caciques que topé de paz, ha de saber que vuestra majestad
me hace merced en mi instrucción, que de todas las cabalgatas y presas
que hiciere, haya cuatrocientos ducados de valor, valiendo la dicha ca-
balgata o presa diez mil ducados, y si valiera menos la veintena parte, y
tuve tanta gana de hacerlas de paz que jamás hice en ellos presa ni cabal-
gata ninguna, puesto que muchos de ellos no dieron causa a que se hicie-
se. Y por esto de todos ciento y doce mil castellanos y más no quise tomar
como capitán, sino una patena de oro que pesó ciento y cuarenta y cuatro
pesos de oro, testigos de estos son los oficiales de vuestra majestad que
allá van, a los cuales en esto me remito.

Lo de hasta aquí es dar cuenta a vuestra majestad lo más en breve


que he podido de los hechos, porque lo demás que nos ha acaecido, aunque
muy extraño es muy largo; por esto no envío a vuestra majestad en ésta
la razón de ello, porque creo que no tiene tiempo para ello, y también por-
que en ser trabajos míos, parecería que los escribo por contarlos, pero en-
vío Relación de todas las cosas y hechos que con los caciques me acae-
90 CRÓNICAS DE VIAJEROS

cieron, como de ellos da fe un escribano, que de ello tuvo cargo desde que
el descubrimiento se comenzó hasta volver a Panamá, en la cual, además
de otras cosas muchas, vuestra mejestad podrá ver que a ningún capitán
de los que a estas partes han pasado no ha hecho Dios tanto favor como
a mí, lo cual todo creo ha manado de la buena ventura de vuestra ma-
jestad, porque cinco o seis cosas señaladas que me han acaecido nunca
ninguno gozó de ellas como yo. La primera, que nunca ninguno descubrió
tantas leguas a pie por tierra nueva como yo y con tan poca gente. La
segunda, que nunca ninguno tornó tantos cristianos, porque se bautiza-
ron 32,000 y tanto, pidiéndolo ellos. La tercera, que nunca ninguno sacó
de una entrada tanto número de castellanos de oro; la cuarta, que nunca
ninguno peleó con tantos indios las veces que yo, que no le matasen algu-
nos cristianos como a mí. La quinta, que nunca ninguno ha venido a des-
cubrir que no volviese perdidos los dineros del costo, sino yo, por lo cual
Dios Nuestro Señor sea loado por siempre.

Y pues a otros, sin mandarles vuestra majestad venir a servir ni de-


jar su casa y reposo como yo, vuestra majestad les ha hecho grandes mer-
cedes. Suplico a vuestra majestad no sea yo de peor condición que ellos
y me haga merced de la gobernación de lo que yo he descubierto y descu-
briere con título de almirante de la mar dulce, y con la décima parte de
los derechos de oro y rentas y granjerías y otras cosas que a vuestra ma-
jestad en ello le perteneciere, y que todo esto sea perpetuo para mí y para
mis herederos y sucesores y descendientes; que de las islas que en la di-
cha mar dulce se descubrieren pueda señalar tres para mí y para los
dichos mis herederos, conforme a un memorial que el tesorero de vuestra
majestad Andrés de Cerezeda lleva, que por no dejar salir Pedrarias con-
migo de su gobernación, ninguna persona, más de un paje y dos mozos
que me sirvieron, no tuve persona que a vuestra majestad solicitase so-
bre ello de los que fueron testigos de los trabajos; y estas mercedes suplico
a vuestra majestad me haga, porque además de haberlo yo de trabajar
y haberlo trabajado con tanta aventura de la vida y hacienda, los que acá
tienen algo, si no lo tienen perpetuo, trabajan para destruirlo y disiparlo,
antes que venga otro que se lo quite como se ha visto por experiencia.

Guarde Nuestro Señor la Sacra Cesárea y Católica persona de vues-


tra majestad muchos años y con muy próspero estado a su servicio, de es-
ta ciudad de Santo Domingo de la isla Española, seis días del mes de mar-
zo de 1524 años.

D.V.S.M.
Humildísimo siervo que sus reales pies y manos besa.
Gil González Davyla.
II .- RELACIÓN DE LAS LEGUAS QUE EL CAPITÁN GIL GONZÁLEZ
DÁVILA ANDUVO A PIE POR TIERRA POR LA COSTA DEL
MAR DEL SUR, DE LOS CACIQUES E INDIOS QUE DESCUBRIÓ
Y SE BAUTIZARON Y DEL ORO QUE DIERON PARA SUS MAJESTADES

Partió de la isla de las Perlas, martes 21 de enero de 1522 años y llegó


a la isla Çeguaco (Zebaco), 1 que está 50 leguas, de allí bautizáronse el
cacique y 184 ánimas; con los que se bautizaron a la vuelta dió 1,844
pesos, 7 tostones de oro.

A esta isla envió el cacique Guanat, que está en la tierra firme 86


pesos y4 tostones de oro.

La isla de la Madera está 105 leguas por mar de Çeguaco; vinieron


allí los caciques de la comarca, que son: Tutuque, Pera, Huysca, el Crao,
Brocatebagia, Tucuria; tornáronse cristianos 37, dieron 1,095 pesos y4
de oro. tosne

La isla de Cebo está 12 leguas por mar de la isla de la Madera; bau-


tizáronse 6 ánimas, dió el cacique 39 pesos y 4 tostones de oro.
Cheriquí (Chiriquí) está 5 leguas de la isla de Cebo por tierra firme,
de aquí adelante fue el capitán con gente por tierra; aquí vino un cacique
de la sierra; bautizáronse 8 ánimas; dió el cacique de la sierra 54 pesos
de oro.

• Reproducido del Archivo General de Indias, Sevilla. Patronato. Leg. 20, Na 3, Ramo I. Tomado de los
Documentos para la Historia de Nicaragua. Tomo I. Madrid, Espatla, 1954.

' Situada junto y al oeste de la península de Azuero en Panamá.

' Posiblemente la isla Coiba. Las CV leguas parecen indicar una transcripción errónea; probablemente
ton XV leguas.
92 CRÓNICAS DE VIAJEROS

El cacique Copesiti está 6 leguas delante, bautizáronse 44 ánimas,


dió 55 pesos de oro y los caciques de Calaocasala que vinieron allí 174
pesos y los caciques de Barecla 84 pesos y el de Cheriqui 26 pesos, que son
todos 339 pesos de oro.

El cacique Charirabra está 3 leguas adelante, bautizáronse 64 áni-


mas, dió 55 pesos, y unos principales de otros caciques 35 pesos, que son
todos 90 pesos.

El cacique Buricas está 10 leguas adelante; bautizáron se 48 ánimas,


dió a 249 pesos, 6 tostones de oro y Andrés Niño trajo lo que le di6 el caci-
que de la isla de Quitro 120 pesos, y64 pesos que le dió un cacique en la
isla de la Madera, que son todos 433 pesos, 6 tostones de oro; a esta pro-
vincia de Burica llegó el alcalde mayor por el gobernador de Pedrarias
por tierra y no más adelante.

El cacique Osa´está 8 leguas adelante; bautizáronse 13 ánimas, dió


465 pesos de oro.

El cacique Boro está 9 leguas adelante; bautizáronse 6 ánimas, dió


y hubiéronse 418 pesos, 4 tostones de oro.

El cacique Coto. está doce leguas adelante la tierra adentro; bauti-


záronse 3 ánimas, a que se hubieron de esta provincia con lo que dieron
los caciques Dujuray y Dabova 541 pesos de oro.

El cacique Guaycara está 13 leguas adelante, hacia la costa del mar;


dió 112 pesos de oro.

La provincia de Durucaca. está 3 y 4 leguas de Guayacara; dieron los


caciques de ella 2,184 pesos, dos tostones de oro, con lo que se tomó a uno
de ellos que anduvo huyendo, que no quería venir a ser vasallo de su alte-
za, tornáronse cristianos 6 personas. Aquí a esta provincia de Durucaca
trajo Andrés Niño 59 pesos de oro que le dió el cacique Boto y el capitán

' En la punta o península situada entre Panamá y Costa Rica.


'Gaspar de Espinosa, alcalde mayor de Panamá, enviado por Pedrarias Dávila en 1519 para reconocer
la costa al oeste.

• A orillas del Golfo Dulce, al sureste de Costa Rica.

• Junto al río del mismo nombre, cerca de Golfito.


' Posiblemente en el extremo del Golfo Dulce.

• En el valle del Diquis.


LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 93

Ruy Díez 106 pesos que le dió el cacique Alorique, que son todos 165 pesos
de oro.

El cacique Carobareque está 10 leguas adelante de la costa de la


mar; bautizáronse 6 ánimas, dió 25 pesos, 4 tostones de oro.
El cacique Arocora está 5 leguas adelante; tornáronse cristianos 29
personas, dió 212 pesos.

El cacique Cochira está 8 leguas adelante; bautizáron se 58 ánimas,


dió 1,250 pesos de oro.

El cacique Cob está 6 leguas adelante; bautizáronse 68 ánimas, dió


1,800 pesos, 2 tostones de oro.

El cacique Huetaca está 20 leguas adelante; las 12 por costa y las


8 tierra adentro, bautizáronse 28 ánimas, dió 333 pesos, 4 tostones.
El cacique Chorotega está 7 leguas adelante, cerca de la costa de la
mar en el golfo de San Vicente, que es lo postrero do llegaron los navíos
del alcalde mayor por la mar es caribe y de aquí adelante lo son; bau-
tizáronse 487 ánimas; dió 4,780 pesos, 4 tostones de oro.

Aquí trajo Andrés Niño de la isla de Chira 468 pesos, 2 tostones de


oro.

El cacique Gurutina (Orotina) está seis leguas adelante; bautizá-


ronse 713 ánimas, dió 6,530 pesos, 6 tostones de oro.

El cacique Chomi, que está seis leguas la tierra adentro, ausente el


cacique y huyeron de sus bohíos, trajeron de allá 633 pesos, 2 tostones de
oro.

El cacique Pocosi está de Gurutina 4 leguas que atraviesan el golfo


de Sanlúcar por mar; dió 133 pesos de oro.
'En la bahía de Coronado.
Huetares, en la región de Candelaria y Turrubares.
a Las barcos, despachados por el alcalde Gaspar de Espinosa, llegaron hasta la bahía de San Vicente
en Octubre de 1519, a la entrada del golfo de Nicoya, que llamaron San Lúcar.
" Caníbales.
ala mayor de las islas del golfo de Nicoya.
"Chones, cerca de la actual Puntarenas.
"La isla de Pocosi era la primera a la entrada del golfo de Nicoya, según el cronista Oviedo.
94 CRÓNICAS DE VIAJEROS

El cacique Paro está dos leguas adelante, bautizaron 1,160 ánimas;


dió 658 pesos, 4 tostones de oro.

El cacique Canjen (Canjel) está tres leguas adelante, lbautizáronse


1,118 ánimas; dió 3,257 pesos.

El cacique Nicoya está cinco leguas adelante la tierra adentro; bau-


tizáronse 6,053 ánimas; dió 13,442 pesos de oro, con un poco que dió el
cacique Mateo.

El cacique Sabandi., está cinco leguas adelante.

El cacique Corevisi (Corobicí), está 4 leguas de Sabandi, bautizáron-


se 210 ánimas; dió este cacique y los principales de Sabandi y Maragua
y los caciques de Chira 840 pesos, tres tostones de oro.

Del cacique a las minas de Chira hay seis leguas. El capitán fue a
verlas; sacáronse con una batería en obra de tres horas 10 pesos, cuatro
tostones de oro bajo, y de vuelta otras seis leguas.

El cacique Diriá está de Corebisi ocho leguasr , dieron los caciques


133 pesos, seis tostones de oro, tornáronse cristianos 150 personas.

El cacique Namiapi está cinco leguas en la costa de la mar .bauti-


záronse seis ánimas; dió 172 pesos de oro y 22 pesos de perlas.

El cacique Orosi está cinco leguas la tierra adentro;" tornáronse


cristianos 134 ánimas; di6 198 pesos, cuatro tostones de oro.

El cacique Papagayo está diez leguas adelantepbautizáronse 137


ánimas, 259 pesos, lo más de ello oro bajo.

El cacique Niqueragua (Nicaragua) está seis leguas adelante, las


tres de ellas la tierra adentro junto con la mar dulce; ibautizáronse 9,170
ánimas; dió 18,560 pesos de oro, lo más de ello muy bajo.

11 Sabandi o Sepan" junto al rfo Tempisque.


" El río Diriá corre entre Santa Cruz y Filadelfia, Guanacaste.
Posiblemente en la bahía Culebra.
M pie del volcán homónimo.
''' En la costa de El Ostional, Rivas.
e A orillas del lago de Nicaragua, donde hoy es San Jorge.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 95

Los caciques de Nochari están seis leguas adelante, entre la mar del
sur y la mar dulce: son los caciques Ochomogo, Nandapia, Monbacho,
Nandayme, Morati, Zotega; bautizáronse en esta provincia 12,670 áni-
mas; dieron 33,434 pesos de oro, todo lo más muy bajo.

A esta provincia de Nochari vinieron los caciques de Dirianjen (Di-


riangen) y trajeron de presente 18,818 pesos de oro, lo más de ello muy
bajo, con un poco de oro que había de los caciques de Nochari.

Alrededor del golfo de Sanlúcar se anduvieron doce leguas, por el


asiento de los caciques Avancari (Abangares) y Cotori hasta volver a la
provincia de Gurutina. 29,442 (almas) 89,060 pesoss, seis tostones..

Sumario

Anduvieron por tierra, por costa y algunas veces la tierra adentro,


doscientas veinticuatro leguas.

Tornáronse cristianos, treinta y dos mil doscientas sesenta y cuatro


ánimas.

Dieron de presente para sus majestades ciento doce mil quinientos


veinticuatro pesos, tres tomines de oro, lo más de ello bajo.

Más ciento cuarenticinco pesos de perlas, los ochenta de ellos que se


hubieron en la isla de las Perlas estando allí.

(Firma y rúbrica) Cerezeda

• En el valle de Nandaime.

• La ubicación de estas dos localidades al final de la lista, parece indicar que se detuvieron allf al
regresar de Nicaragua. La cantidad exagerada de indios bautizados y pesos en oro recogidos parece
errónea para solamente dos localidades y no son compatibles con la sumatoria final.
iii. - LA EXPLORACIÓN DE GIL GONZÁLEZ
REFERIDA POR EL CRONISTA PEDRO MÁRTIR DE ANGLERIA*

Capítulo I

Introducción.- Relaciones de Gil González. Seis colonias hacia el istmo.

Antes que te volvieras a Roma, una vez desempeñada en España tu


embajada útil y honrosa para dos Pontífices, cuando esta nación no tenía
Reyes porque se había marchado el César a tomar posesión de la corona
imperial que le había sido ofrecida, me parece que sabías que entre los
nobles españoles que andaban navegando por las costas australes de
nuestro creído continente en el Nuevo Mundo no dejaban de distinguirse
Gil González y el licenciado Espinosa, jurisconsulto. Acerca de Espinosa
puse mucho, estando tú aquí, en mi tercera Década que escribí para el
Pontífice León a petición suya.

Ahora, al cabo de dos años, tenemos cartas de Gil González, fechadas


en la Española, capital de aquellas regiones, el 6 de Marzo de 1524, a la
cual isla dice que arribó con ciento doce mil pesos de oro, y que había
vuelto a Panamá el 25 de Julio del otro año 1523.

Es muy grande el volumen de sus cartas, porque refiere todas las


menudencias que le sucedieron en largo espacio de tiempo y de tierra.
También son difusas las peticiones que hace al César por los trabajos y
peligros, y calamitosa necesidad que pasó en aquella expedición, y no fal-
tan quejas sobre Pedro Arias, Gobernador general de aquellas tierras
que designamos con el nombre común de Castilla del Oro, y habla pi-
diendo encarecidamente que se le emancipe de la autoridad de él; entre

• Tomado del libro De Nove Orbe, Década Sexta. Capitulos al VIII.


LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 97

otras cosas, dice que él es nacido de más noble sangre, como si importara
el que sean hijos de un indolente figonero o de un Héctor, los que son nom-
brados por los Reyes para estos negocios laboriosos y grandes, particu-
larmente en España, donde piensan la mayor parte que es prerrogativa
de los nobles el vivir sin ejercitarse en nada como no sea la guerra, y éso
mandado, que no obedeciendo.

He recibido cartas tuyas, que me las entregó tu Juan Pablo Oliver,


fechadas en Roma el 7 de Mayo, en las cuales, entre otras cosas, me dices
que el Sumo Pontífice Clemente no se complace menos de estos apuntes
que su tío el papa León, o su predecesor Adriano, que con Breves suyos
me mandaban escribirlos. De entre muchas cosas he escogido un poco,
que te lo dirijo a tí, no a su Beatitud, el cual si como su tío León, si como
el sucesor de éste, Adriano, me manda a escribir, obedeceré con gusto; de
lo contrario, no me tomaré este trabajo, no sea que lenguas malignas di-
gan que he incurrido en la nota de temerario.

Siguiendo, pues, mi costumbre, dejaré a un lado los gustos de los que


escriben, y tocaré lo que me parezca que necesita conocerse. Y de este pro-
pósito no me apartará un punto el encabezamiento aquél de tu carta, en
que me haces saber que en Alemania se ha traducido palabra por pala-
bra, del español al latín, por consejo de Juan de Granada, electo obispo
de Viena, todo lo que a nuestro cesáreo Senado de las cosas de Indias y
al mismo César ha escrito Fernando Cortés, conquistador de las inmen-
sas regiones de Yucatán y Méjico; porque como sabes, de su relación y las
de otros he entresacado yo solamente lo que me parecía digno de notarse.

Entremos ya en materia, y comencemos por las colonias que se han


eregido para que, con reglas de la geografia antigua, se entienda más fá-
cilmente qué derroteros recorrió Gil. Acerca de la extensión de aquellos
territorios, que casi, y sin haberles encontrado el fin, son tres veces más
largos que toda la Europa, hice mención bastante extensa, bajo el nombre
de Creído Continente, en mis primeras Décadas, que se han impreso y co-
rren por el orbe cristiano.

Al calcular la anchura del río Marañón, escribí que aquella tierra tie-
ne adyacentes dos mares inmensos: este nuestro occidental, que es sep-
tentrional para aquella tierra, y el otro al Sur. Esto supuesto, sepa Vues-
tra Beatitud que los españoles han levantado seis colonias en los lados
de aquella tierra: tres en el septentrional, en las márgenes del río Darién,
en el golfo de Urabá, que se llama Santa María de la Antigua; una en
Acla, a veinte leguas de Darién; la de Nombre de Dios, en la jurisdicción
del cacique Careta, y la tercera a treinta y siete leguas de Acla. En la cos-
ta austral erigieron otras tantas, a una de las cuales, dejándole el nombre
98 CRÓNICAS DE VIAJEROS

patrio, llamaron Panamá, con final aguda; la segunda Natam, a treinta


y nueve leguas de Panamá; y la tercera llamada Chiriquí, a setenta y cin-
co leguas de Natam.

Capítulo II

Carretera para cruzar el istmo de Pa na md. Expedición de Gil González en busca


de un estrecho.- Falta pan y sobra oro.- Enfermedades y trabajos.

Desde el puerto de la colonia septentrional llamada Nombre de Dios


hasta la Panamá austral, se propusieron los habitantes, con el goberna-
dor Pedro Arias abrir un camino por montañas intransitables; de ásperos
riscos y densos bosques intactos ab aeterno. Pues aquel trecho de tierra
de entre ambos mares no tiene más que diecisiete leguas, que compren-
den unas cincuenta leguas, por más que en otras partes es la tierra muy
ancha, y tan ancha que desde las bocas del río Marañón, que desaguan
en el océano, de Norte a Sur, se extiende cincuenta y cuatro grados más
allá del ecuador, como creo que lo viste en la Década enviada a Adriano,
que murió poco ha; que te la envié para que la entregaras al sucesor, aun-
que dedicada a otro, supuesto que el falleció sin haberla recibido, en la
cual se habla largamente de las islas que crían los aromas, halladas por
aquel rumbo.

Pues por aquel istmo, con sumo gasto, ya del rey, ya de los habitan-
tes, rompiendo rocas y guaridas harto emboscadas de varias fieras, ha-
cen un camino por donde pueden pasar dos carros, a fin de que, pasando
fácilmente, puedan investigar los secretos de ambos mares; pero áun no
lo han llevado a cabo.

Gil González dice que con una flotilla casi inerme de cuatro naves
zarpó hacia Occidente el día 21 de Enero del año 1522 de nuestra salud,
desde la isla que en las primeras Décadas dije que se llamaba Rica, y aho-
ra isla de las Perlas por haber allí gran abundancia de ellas, por obedecer
a lo que había mandado el César por consejo de nuestro Real Senado; de
los cuales recibió orden de que, explorando las no recorridas regiones oc-
cidentales, investigara con diligencia si entre los últimos confines, ya ha-
ce tiempo conocidos, del creído continente y el principio del territorio de
Yucatán, se encontraría algún estrecho que divida aquellas inmensida-
des.

Por decirlo en pocas palabras: estrecho no encontraron; pero voy a


decirte lo que hizo, dejando atrás muchos rodeos, notados ya la mayor
parte. El escribe que por el espacio de unos diecisiete meses penetró ha-
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 99

cia Occidente seiscientas cincuenta leguas, que son alrededor de dos mil
millas, por nuevas regiones e imperios de caciques.

Entre tanto que reparaban las naves averiadas y taladradas por las
culebrillas del mar que los españoles llaman broma; no teniendo qué co-
mer, se vió en la precisión de entrarse por tierra; recorrió por lo interior
doscientas cuarenta y cuatro leguas con unos cien hombres, mendigando
pan para sí y sus soldados, de la mayor parte de los caciques, los cuales,
dice, le regalaron ciento doce mil pesos de oro. El peso es un tercio más
que la dracma, como precisamente hubiste de aprenderlo en los catorce
años que tuviste tan distinguido lugar entre los españoles. Dice que los
clérigos que tenía consigo bautizaron más de treinta y dos mil indígenas
de ambos sexos, y no contra su voluntad.

Afirma que navegó tanto, que al otro lado de la provincia de Yucatán


encontró las mismas costumbres e idiomas que tienen los habitantes de
Yucatán.. De los ciento doce mil pesos traídos por el tesorero Cereceda,
enviado por él, dice que, por la parte que le toca al César, le envía por una
parte diecisiete mil pesos de oro medio puro, que alcanza doce o trece gra-
dos y por otra parte quince mil pesos, y trescientos sesenta pesos en
hachas, ineptas para la carpintería en vez de las de hierro y acero.
Calculado el peso de las hachas, escribe que por testimonio de los
maestros que prueban los quilates de oro, designados para esto, cada una
vale, poco más o menos, medio ducado de oro.

Lo que nosotros tenemos en mucho, es el haberse descubierto tierras


en que los instrumentos fabriles y rústicos son todos de oro, aunque no
puro. También dice que en cascabeles fundidos de oro, a que son muy
aficionados, ha enviado seis mil ochenta y seis pesos; como no tienen
ningún grado, o casi ninguno, según cálculo de los peritos, para que los
cascabeles, meneándolos, tengan más suave y agudo sonido, creen los
nuestros que los fabrican así sin ley ninguna, pues el sonido del oro, como
debes saberlo, es más flojo cuando más puro es el oro.

Pero refiriendo más particularmente la mayor parte de las cosas,


dice que, aunque estaban próximos al equinoccio, no tenían mucho frío,
pero que por el paso de los ríos y las frecuentes lluvias, porque eran los
meses de nuestro invierno, a él y sus compañeros les sobrevinieron
varias enfermedades que les imposibilitaban el hacer grandes cosas en
el viaje, pasando con canoas unilígneas del país a una isla nueva que,
según él y sus compañeros, tiene de larga diez leguas y de ancha seis.
'M exactamente del centro de México.

'Quilates.
100 CRÓNICAS DE VIAJEROS

El cacique de la isla le recibió benignamente; su palacio dice que está


construido en un collado de poca elevación con vigas de punta, y el techo
de paja larga y de hierbas que le defienden de la lluvia, y tiene la forma
de las tiendas de campaña. En esta isla, y cerca de la corte, corre un gran
río dividido en dos*, el cual dice que en el tiempo que él anduvo en casa
del cacique detenido por los aluviones, inundó tanto toda la isla e invalidó
la propia morada regia hasta la cintura de un hombre, de modo que,
reblandecidos por la furia de la crecida los cimientos de los postes que sos-
tenían el palacio, se hundió éste; pero las puntas superiores de la vigas,
unidas entre sí, sostuvieron compacta la obra, evitando que del todo se
les cayera encima; a hachazos abrieron una puerta para poder salir. Re-
fugiáronse en las ramas de altos árboles, donde cuenta que pasaron dos
días él, y juntamente sus compañeros y sus huéspedes, hasta que, cesan-
do la lluvia, las aguas volvieron a sus álveos.

Refiere muchos casos particulares; pero ya te bastará con dar cuenta


de aventuras al Beatísimo Clemente, a quien la inmensa mole de los ne-
gocios debe de tener siempre ocupado.

Habiéndose llevado el aluvión las provisiones, obligado por la nece-


sidad para buscar qué comer avanzó aún por tierra hacia el Occidente,
pero sin perder nunca de vista la costa, y llegó hasta un puerto ya cono-
cido, y llamado por los nuestros el puerto de San Vicente. Halló que ha-
bían aportado allí sus compañeros con los cuales así había convenido al
separarse de ellos mientras arreglaban las naves y las vasijas de agua.

Capítulo III

Se bautiza el cacique Nicoydn y su gente.- Y nueve mil de Nicoragua.- Obsequios


del cacique Diriagen.

Después de haberlos saludado como el caso lo requería, y deliberado


con madurez lo que debiera hacer cada cual, sacando de las naves los
cuatro caballos que habían traído, mandó a los de la flotilla que fueran
navegando despacio en derechura al Occidente; les ordenó que no lleva-
ran extendidas las velas de noche, por temor de los escollos y los bajo de
arena, supuesto que tenían que navegar por desconocidos derroteros del
mar; y él, caminando por tierra con aquellos cuatro caballos y unos cien
infantes, vino al territorio de un cacique llamado Nicoyán.

Habiéndoles recibido benignamente Nicoyán, le regaló catorce mil


pesos de oro; y persuadido por los nuestros de que hay encima del sol otro
'El río Térraba en territorio del cacique Durucaca, valle del Diquia, Costa Rica.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 101

Criador del cielo y de la tierra que no es el que ellos piensan, el cual sacó
de la nada al mismo sol y la luna y los demás astros que se ven, y los
gobierna con sabiduría, ya cada hombre le da la recompensa que merece,
quiso recibir el bautismo con toda su familia y, a ejemplo del cacique, se
bautizaron de su reino miles de personas de ambos sexos. En unos die-
cisiete días que pasó con Nicoyán le dejó tan instruído, que al marcharse
el cacique en su lengua, que entendían los convecinos, le dijo lo siguiente:

"Toda vez que ya no he de hablarles más a estos antiguos simulacros


de dioses, ni les he de pedir nada, llévatelos"; y esto diciendo, dió a Gil
González seis simulacros de oro, un palmo de altos, antiguos monumen-
tos de sus antepasados.

Supo que a cincuenta leguas de la corte de Nicoyán reinaba un


cacique llamado Nicoraguamia, que estaba en su regia sede, Nicoragua,
camino de un día. Envió mensajeros que notificaran al cacique lo mismo
que los nuestros suelen decir a los demás reyezuelos antes de obligarles
a saber: que se hagan cristianos y que admitan la obediencia y las leyes
del gran Rey de las Españas, y que si lo rehusaba le haría guerra y le
obligaría. Al día siguiente le salieron al encuentro cuatro nobles de Ni-
coragua, diciendo en nombre de su cacique que deseaban la paz y el bau-
tismo. Fueron los nuestros a Nicoragua con toda la gente, y bautizaron
a un número algo mayor que los otros: nueve mil. Nicoragua dió quince
mil pesos de oro en varias joyas a Gil González, que compensó dones con
dones. Dió a Nicoragua un vestido de seda, y una camisa de lino, y un go-
rro de púrpura; y levantando allí dos cruces, una en el templo de ellos, y
otra fuera de las casas del pueblo, se marchó.

Fué a otra región, a seis leguas, marchando siempre hacia Occidente,


donde dice que encontró seis poblaciones como de dos mil casas cada una.
Habiéndoles llegado la fama de los nuestros, por deseo de verlos mien-
tras estaban por aquellos seis pueblos, se les presentó otro cacique de
más al Occidente, que se llamaba Diriagen, acompañado de quinientos
hombres y veinte mujeres, diez banderas y cinco trompeteros, que iban
delante según su usanza. Acercándose el cacique a Gil González, que le
esperaba en un solio dispuesto con aparato regio, mandó tocar la trom-
peta, después callar e inclinar las banderas que iban adelante.

Cada uno de los hombres traían, éste uno, aquél dos aves semejantes
a los pavos, y no inferiores a ellos ni en lo grandes ni en el sabor: son los
que crían en las casas como nosotros las gallinas. Hago una pequeña
digresión con tu permiso. Repito muchas particularidades de éstas, y a
' Nicaragua es mas bien el nombre del territorio y por extensión el del cacique que lo gobernaba y no
al contrario.
102 CRÓNICAS DE VIAJEROS

un Esculapio como tú te propino una medicina yo, inepto labriego, pues


muchas de estas cosas te son muy conocidas, y en mis Décadas las he
mencionado extensamente. Pero juzgando que esto puede llegar a manos
de los hombres estudiosos, que no lo saben, ni tú se lo has de explicar, lo
repito para que por tí logren su deseo: no me acuses pues, tú que has na-
cido para utilidad de muchos.

Trajo este régulo, Diriagen, por medio de sus criados, más de dos-
cientas hachas de oro que cada una pesaba dieciocho pesos o algo más.
Preguntado por los intérpretes que Gil tenía a su lado y entendían a los
nuestros qué motivo le habían inducido a venir, dicen que respondió que
por lograr ver a la gente nueva que había oído andaba por aquellas regio-
nes, y saber lo que deseaban de él, ofreciéndose a obedecerlos.

Exponiendo las mismas razones que a los demás, les exhortaron a


que se hicieran cristianos y aceptaran la obediencia del gran Rey de las
Españas. Respondió que le parecían bien ambas cosas, y prometió que a
los tres días volvería a recibir órdenes de los nuestros. Y se marchó.

Capítulo IV

Preguntas de los indios, y respuestas de Gil González sobre el diluvio universal,


y otros varios puntos.- Capitán y misionera

Entre tantos que los nuestros estaban en Nicoragua, pasaron mu-


chas cosas no indignas de contarse. A más de que las entresaqué de las
cartas de Gil González, me las contó, y al marcharse me las dejó escritas
su cuestor regio, que comúnmente se dice tesorero, el cual tomó no pe-
queña parte de todos aquellos trabajos, y se llama Andrés Cereceda.

Recayendo la conversación sobre varios asuntos, por no tener qué ha-


cer, entre Gil, capitán de nuestras tropas, y el cacique Nicoragua, me-
diante un intérprete nacido no lejos del reino de Nicoragua y educado por
Gil, y que hablaba bastante bien el idioma de ambos, Nicoragua preguntó
a Gil qué sentían en la tierra de aquel Rey poderoso, de quien Gil se de-
claraba vasallo, de un cataclismo pasado que había anegado toda la tie-
rra con todos los hombres y animales, según él lo había oído de sus maya
res. Gil le dijo que se creía eso mismo. Preguntado si se pensaba que ven-
dría otro, le respondió Gil que no, sino que así como una vez habían pere-
cido todos los animales, excepto unos pocos, en un diluvio de agua a causa
de las iniquidades de los hombres, y principalmente por la carnalidad,
así, tras una serie de años que los hombres no conocen, ha de suceder que
todo quede reducido a cenizas por llamas de fuego enviadas del cielo. Se
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 103

quedaron todos pasmados al oír esto. (A la pregunta) si esta gente tan


sabia venía del cielo, el intérprete le dijo que sí. Si habían bajado en línea
recta o dando vueltas o formando arcos, preguntó con cierto aire de ino-
cente sencillez, a esto el intérprete respondió que no lo sabía, pues había
nacido en la misma tierra que el propio Nicoragua, o cerca de ella.

Después le dijo que preguntara a su amo Gil si alguna vez la tierra


se voltearía boca arriba. Gil declaró que este secreto lo sabe únicamente
el Creador del cielo, de la tierra y de los hombres. Preguntó del fin general
del linaje humano, y de los paraderos destinados a las almas cuando sa-
len de la cárcel del cuerpo, del estado del fuego que un día ha de enviar
(el cielo), cuándo cesaran de alumbrar el sol, la luna y los demás astros;
del movimiento, cantidad, distancia y efectos de los astros y de otras mu-
chas cosas. Aunque Gil tenía buen ingenio y era aficionado a manejar li-
bros en romance, traducidos del latín, pero no había alcanzado tanta ins-
trucción que pudiera dar a todo esto otra respuesta sino que la Providen-
cia se reservaba en su pecho el conocimiento de aquellas cosas.

A las preguntas que Nicoragua hizo sobre el soplar de los vientos, las
causas del calor y del frío, y la variedad de los días y las noches, aunque
entre ellos es poca, por distar poco del equinoccio, y sobre otras muchas
cosas semejantes, respondió Gil explicando la mayor parte según sus al-
cances, y dejando lo demás al divino saber.

Después de esto, descendiendo Nicoragua y sus cortesanos a las co-


sas terrenas, preguntaron si se puede sin culpa comer y beber, engen-
drar,jugar, cantar, danzar, ejercitarse en las armas. Les respondió de es-
te modo: dijo que es preciso comer y beber, pero que en esto se ha de evitar
la crápula, porque todo lo que se toma fuera de lo que la naturaleza nece-
sita, es dañoso al vigor de espíritu y a la salud del cuerpo, y que resultan
de ahí semilleros de vicios, riñas y enemistades; que también es lícito el
trato conyugal, pero sólo con una mujer, y ésta unida con el vínculo del
matrimonio, y que hay que abstenerse también de otros géneros de impu-
reza si se quiere agradar a Dios que lo ha criado todo; que tampoco está
prohibido tener a su tiempo cantares, juegos y danzas honestas.

Acerca de las ceremonias y la sanguinaria inmolación de víctimas


humanas, como nada le preguntaron, habló que aquellas oblaciones de
sacrificio eran sumamente desagradables a Dios, y que el gran Rey, su
señor, tiene ley que a hierro muera el que a hierro mate a otro; y que aque-
llos simulacros a quien ellos ofrecen sangre humana son imágenes de los
demonios que hacen prestigios, los cuales, arrojados por su soberbia de
sus asientos del cielo, fueron encerrados en los antros infernales, de don-
de, saliendo de noche, se aparecen las más veces a hombres inocentes, y
104 CRÓNICAS DE VIAJEROS

con sus artes engañosas los persuaden que hagan lo que se debe omitir
en todo orden de cosas, a fin de apartar nuestras almas del amor de Aquél
que las creó, y mediante la caridad y demás buenas obras de esta vida,
desea llevárselas consigo, no sea que arrebatándolas aquellos vestigios
de las delicias eternas, preparadas para después de la muerte corporal,
a los perpetuos tormentos y calamitosas desdichas, se hagan compañe-
ras de ellos.

Capítulo V

Gil González civilizando.- Réplica de los indios tocante a la guerra.- Ejemplar


inauguración del culto cristiano.- Barbas guerreras.- Casas y templos de allá.

Luego que Gil, cual predicador de púlpito, se explicó en este o seme-


jante sentido, se lo hizo entender a Nicoragua del mejor modo que pudo
por medio del intérprete. Nicoragua dió asentimiento a lo dicho por Gil,
y a la vez preguntó qué deberían hacer ellos para agradar a aquel Dios
que él predicaba cual autor de las cosas. Gil respondió a Nicoragua, se-
gún atestigua su cuestor regio Cereceda, lo que sigue.

No de que se maten hombres, ni de que se derrame sangre alguna,


se complace el que nos crió a nosotros y todas las cosas; lo único en que
se goza es en el amor fervoroso que le tengamos; los arcanos de nuestro
corazón están patentes para él; las aspiraciones de nuestro corazón de-
sea solamente; no se alimenta de carne ni de sangre; nada hay que tanto
le irrite como la matanza de los hombres, de quien desea ser alabado y
glorificado. A los que son enemigos suyos y vuestros, arrojados a lo pro-
fundo del infierno, cuyas imágenes veneráis aquí, les gustan estos sacri-
ficios abominables, y asimismo todas las maldades, para llevarse consigo
a la perdición eterna nuestras almas cuando salgan de aquí. Eliminad de
vuestras casas y templos estos simulacros vanos y perniciosos; abrazaos
a esta cruz, cuya imagen Cristo-Dios bañó con su sangre por la salud del
linaje humano, que estaba perdido, y podréis prometeros años felices y
una eternidad de dicha para vuestras almas. También aborrece las gue-
rras el Creador de las cosas, y ama la paz entre los vecinos, a los cuales
nos manda amar como a nosotros mismos. Pero si, viviendo vosotros
tranquilamente, alguno os ofende, le es lícito a todo hombre evitar la in-
justicia y defenderse a sí mismo y sus cosas; mas el provocar a otro por
ambición o avaricia está prohibido, y el hacer eso es contra las buenas
costumbres y voluntad del mismo Dios.

Hecha esta explicación, Nicoragua y sus cortesanos, allí presentes,


con la boca abierta, mirando de hito en hito a Gil, dieron asentimiento a
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 105

todas las demás proposiciones, y sólo hicieron mal gesto a eso de la gue-
rra, preguntando que adónde habían de tirar sus dardos, sus yelmos de
oro, sus arcos y sus flechas, sus elegantes arreos bélicos y sus magníficos
estandartes militares. "Daremos todo esto a las mujeres para que ellas
lo manejen? Nos pondremos nosotros a hilar con los husos y las ruecas
de ellas, y cultivaremos nosotros la tierra rústicamente?". Gil no se atre-
vió a replicar a esto, conociendo que lo habían dicho medio alborotados.
Pero a la pregunta que le hicieron del misterio de la cruz y utilidad de
adorarla, les respondió: "Si mirándola con sincero y puro corazón y acor-
dándoos piadosamente de Cristo, que en ella padeció, pedís algo, lo co-
seviréis como sea cosa justa lo pedido. Si os proponéis alcanzar la paz,
la victoria contra enemigos soberbios, frutos abundantes, aire tranquilo
y saludable u otras peticiones semejantes, las conseguiréis".

He mencionado que Gil les alzó dos cruces, una bajo el techo del tem-
plo y otra al raso, en una alta mole hecha de ladrillo. Refiere Cereceda
que, cuando llevaban a poner la cruz, iban delante pomposamente los sa-
cerdotes, y detrás Gil, acompañado del cacique y de sus súbditos. Mien-
tras la estaban fijando, comenzaron a tocar las trompetas y atabales; y
cuando la hubieron asegurado por los escalones que pusieron subió pri-
mero a la base Gil, con la cabeza descubierta, y arrollidándose, hizo allí
oración en silencio, y al acabar, abrazándose al pie de la cruz la besó. El
cacique, y a ejemplo suyo todos los demás, hicieron lo mismo. Así los dejó
imbuídos en nuestros ritos.

Acerca de la distribución de los días, les dijo que por espacio de seis
días hay que dedicarse perpetuamente al cultivo y demás trabajos y ar-
tes, pero que el día séptimo es menester destinarlo al descanso y a las co-
sas sagradas, y les señaló por día séptimo el domingo, y no pensó si sería
útil imponerles además larga serie de días festivos.

Voy a añadir una cosa que omite Gil en el discurso de la narración y


la ha contado Cereceda. Todos los bárbaros de aquellas naciones son im-
berbes, y tienen horror y miedo a los barbudos. Por ésto, a veinticin co jó-
yenes que por su edad eran imberbes, cortándoles el pelo y arreglándo-
lo,les puso barbas para presentar mayor número de barbudos que infun-
dieran terror si se movía guerra, como después sucedió.

Añadió Cereceda que Gil le ha escrito que con doscientos cincuenta


infantes que recogió en la Española y setenta jinetes, se dió a la vela el
15 de Marzo de este año 1524, con el empeño de buscar el anhelado estre-
cho. Por este asunto no se ha presentado aún a nuestro Senado. Cuando
se sepa lo sabrás.
106 CRONICAS DE VIAJEROS

Dejemos ya estas cosas, y pasemos a decir algo de la horrible cos-


tumbre lestrigónica de aquellas naciones, y de la situación y estructura
de las casas y templos. Los palacios de los caciques tienen de largo cien
pasos, y de ancho quince. Todos están abiertos por delante y cercados por
detrás. Los pavimentos de los palacios están levantados medio estado de
hombre sobre la tierra; los de las otras casas no se levantan nada sobre
el suelo. Todas las casas están hechas de vigas, y cubiertas con paja, con
un techo y sin piso. Los templos de lo mismo. Son anchos, y tienen sus
sagrarios interiores, obscuros y bajos, en los cuales cada uno de los nobles
entierra sus penates, y los tienen por armería como que allí, con las ban-
deras que llevan espectros pintados, guardan en tiempo de paz los ins-
trumentos bélicos, arcos, aljabas, corazas y yelmos de oro, y anchas espa-
das de madera con que pelean de cerca, y también armas arrojadizas pa-
ra pelear de lejos, y varios adornos guerreros; ya las imágenes de los dio-
ses propios de cada uno, que se los dejaron sus mayores, les inmolan par-
ticulares víctimas humanas, y los adoran con fingidas oraciones de votos
compuestos a su estilo por los sacerdotes.

Capítulo VI

Las plazas y la orfebrería.- Los mataderos de víctimas humanas.- Dos clases de


ellas.- Modo de inmolarlas.

Las fachadas de los palacios de los caciques están guardadas, según


la disposición y grandeza de su pueblo, por grandes plazas. Si el pueblo
consta de muchas casas, tienen también (plazas) pequeñas, en las cuales
pueden reunirse a comerciar los vecinos distantes del palacio. La plaza
real la rodean por todas partes las casas de los nobles, y en medio de ella
hay una que habitan los artífices del oro. Allí se funde el oro que se ha de
labrar en diversas j oyas después; reducido a pequeñas láminas o barras
lo forjan al gusto de los amos, y por fin, le dan las formas que se desean,
y por cierto que no mal.

Pero delante de los templos hay levantadas en el campo diferentes


bases de ladrillos sin cocer y de cierto betún de tierra, a modo de plata-
formas, para varios usos. Tiene ocho escalones, en algunas partes doce,
y en otras quince. El espacio de arriba es vario, según la cualidad del mi-
nisterio a que se destina: en uno caben diez hombres, y en medio de él so-
bresale una piedra de mármol que en lo larga y ancha iguala a la estatura
de un hombre tendido: aquella infausta piedra es la de las miserables víc-
timas humanas. El día determinado para la inmolación, a vista del pue-
blo que le rodea, sube el cacique a otra plataforma de enfrente para pre-
senciar la matanza.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 107

El sacrificador, de pie sobre la piedra aquella que sobresale, oyéndolo


todos, hace el oficio de pregonero, y vibrando el agudo cuchillo de piedra
que lleva en la mano (pues en todas aquellas tierras tienen donde cortar
piedras a propósito para hacer hachas, espadas y navajas, y de allí obte-
nemos nosotros cuantas queremos, y tampoco se quedó sin ellas el carde-
nal Ascanio), hace saber que se van a inmolar víctimas, y si son de los ene-
migos o de las que se crían en casa.

Porque dos clases de víctimas humanas hay entre ellos: una de ene-
migos cogidos en la guerra, y otra de las que crían en las casas. Pues cada
cacique o cada noble cría desde la niñez en su casa, a sus expensas, vícti-
mas para inmolar, y sabiendo ellos para qué los guardan, y les alimentan
mejor que a los demás. Y no por ello están tristes, porque desde niños vi-
ven en la persuacion de que, acabando la vida con aquel género de muer-
te, se convertirán en habitantes del cielo. Así es que, andando libremente
por los pueblos, todos los que los encuentran les reciben ya con reverencia
como héroes, y los despachan cargados de todo lo que piden, sea de comer
o para adornarse, y al donante le parece que le han concedido los dioses
no pequeña dicha el día en que así ha dado algo.

Pues estos varios géneros de víctimas tienen diferente manera de in-


molarlos. A unas y a otras las tienden boca arriba, y del mismo modo,
abriéndolos, les sacan el corazón por entre las costillas, y con la sangre
de unos y otros, guardando la misma forma, ungen los labios y la barba
(de los ídolos). Pero cuando la matanza es de enemigo, el pregonero y
sacrificador, tomando el cuchillo en la mano y dando vueltas con ciertos
cantos lúgubres alrededor de ella, tendida sobre la piedra, la purifica tres
veces, de seguida la abre, luego la corta en trozos, y cortada, la reparte
para que se la coman de este modo. Al cacique se le guardan las manos
y los pies: los corazones se los dan a los sacerdotes y a sus mujeres e hijos,
que les es lícito tenerlos, y lo demás se reparte al pueblo en pedacitos; pe-
ro las cabezas se cuelgan como trofeos en las ramas de ciertos árboles pe-
queños que para ésto se crían poco distantes de aquel matadero.

Cada cacique crían en un campo próximo árboles determinados, que


guardan los nombres de cada región enemiga, para colgar en ellos las
cabezas inmoladas de los prisioneros de guerra, al modo que nuestros
capitanes cuelgan en los muros de los templos los yelmos, banderas y
otras insignias semejantes por testigos de su loca sevicia, que llaman vic-
toria. Les parece que sería mal año para ellos el en que no participaran
el pedacito de la víctima enemiga.

Más a las víctimas caseras, aunque las despedazan del mismo modo,
después de muerta disponen de ella diferentemente; veneran todos sus
108 CRÓNICAS DE VIAJEROS

trozos, y una parte como los pies, las manos y las entrañas, echándolas
en una calabaza la entierran delante de las puertas de los templos; los
demás trozos, y juntamente el corazón, entre los aplausos de los sacerdo-
tes y cantos al fuego aquel, los queman a la vista de los dichos árboles des-
tinados a los enemigos, haciendo una gran hoguera entre las cenizas de
las víctimas anteriores, que se quedan en el aquel campo y nunca se qui-
tan de allí.

Capítulo VII

Oraciones y ofrendas de sangre propia a los ídolos.- Ataque de un cacique traidor.

Y cuando el pueblo ve que entre el acostumbrado murmullo de los sa-


cerdotes se les refriegan los labios a los dioses (con la sangre de las vícti-
mas), hacen entonces sus votos y oraciones, pidiendo buenas cosechas de
los campos y demás sementeras, salubridad del aire, paz o victoria si hay
que pelear, y que los libren de la oruga y la langosta, de inundaciones y
de sequía, de fieras y cualesquier adversidades: cada uno pide según el
cuidado que le aqueja.

No contentos con estas ceremonias, el cacique y los sacerdotes y los


nobles hacen también ofrenda, aunque sólo a un simulacro. Fijándolo en
la parte alta de un asta de tres codos, con suma pompa los ancianos gra-
ves lo sacan del templo donde lo guardan religiosamente todo el año, a
la vista del cielo. También éste es semejante a las deidades del infierno,
como para espantar a los hombres las pintan en las paredes. Van delante
los sacerdotes con sus ínfulas: cada pelotón del pueblo lleva en la marcha
sus banderas, pintadas de mil colores, tejidas de algodón con las imáge-
nes de sus espectros. De los hombros de los sacerdotes, que los llevan
cubiertos con varias telas, penden unos cinturones más gruesos que el
dedo, hasta las pantorrillas, los cuales, en cada una de sus orladas extre-
midades, llevan sujeta una bolsa en que llevan los agudos cuchillos de
piedra y unos saquitos de polvos, hechos de ciertas hierbas desecadas.
Detrás de los sacerdotes van, por orden, el cacique, y junto a él los nobles;
después sigue mezclada la muchedumbre del pueblo sin dejar uno; a nin-
guno que pueda tenerse de pie le es permitido faltar a esta superstición.

Llegados al lugar designado, poniendo primero debajo hierbas oloro-


sas o colchas pintadas para que el asta no toque el suelo, hacen alto, sos-
teniéndola los sacerdotes, y saludan al diablillo con sus acostumbrados
cantares e himnos; los jóvenes saltan alrededor, bailando y danzando, y
ostentando agilidad con mil géneros de juegos, agitando los dardos y los
escudos.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 109

Hecha una señal por los sacerdotes, cogen todas las navajas y vol-
viendo la vista al simulacro, se hieren ellos mismos la lengua con incisio-
nes, otros se la traspasan, la mayor parte la dividen hasta derramar no
poca sangre; y todos con aquella sangre, como lo hemos dicho de los sa-
crificios anteriores, restregan los labios y la barba del necio simulacro;
de seguida, echándose el polvo aquel de la hierba, llenan las heridas. Di-
cen que aquel polvo tiene tal virtud, que las úlceras se curan en pocas
horas de modo que nunca se conoce que las hubo.

Hechas estas cosas, los sacerdotes abajan un poco el asta, y, primero


el cacique, después los nobles y por fin los plebeyos, le hablan al oído al
simulacro. Cada cual le expone las turbias tempestades de su alma, y
cuchicheando con temor reverente y con la cabeza inclinada, le suplican
que les favorezca fausta y felizmente en lo que desean. Engañados así por
los sacerdotes se vuelven a casa.

Mientras los nuestros se ocupaban en investigar estas cosas y otras


ociosas, llegaron uno tras otro varios espías, dando parte de que Diriagen
venía armado con intención, no sólo de retirar lo que él mismo había dado
a los nuestros, sino también de matarlos. Ellos supieron que se aproxi-
maba ya, confiado en que eran pocos según los había espiado, y con la es-
peranza de apoderarse de lo que tenían consigo. También ellos hacen es-
tima del oro, aunque no como moneda, sino para hacer joyas y adornarse
con ellas. Llegó pues, con gran chusma de gente armada a su usanza, y
acometió a los nuestros, que si los hubiese encontrado desprevenidos, los
habrían matado sin dejar uno. Hubo recio combate hasta la noche.

Capítulo VIII

Reduce Gil González al cacique Nicoyán, rebelde. Gran lago en Nicaragua.- !Sin
encontrar el estrecho!

Aquí cuenta muchas cosas, que omito para que yo no te moleste a tí,
y tú al Pontífice y a tus amigos. Infiérelas. Un puñado de los nuestros
venció a muchedumbres muy grandes. Refiere con piadoso temor que los
asistió Dios, Señor de los ejércitos, y los sacó sin novedad de aquel peligro.

El cacique Nicoyán (que había dejado a la espalda yendo en pos de


la cambiada fortuna, y a cuyo territorio se había visto precisado a regre-
sar), trataba asimismo de matarlos para quitarles el mucho oro que lle-
vaban. Sospechándolo Gil González, no se fió de Nicoyán. , Formando los

Aqul Angleria confunde las intenciones del cacique Nicaragua con las de Nicoya.
110 CRÓNICAS DE VIAJEROS

soldados y guardando las filas, y colocando los enfermos y el oro en medio


del escuadrón, con los cuatro caballos y los diecisiete arqueros y arcabu-
ceros rechazó el furor de los enemigos y mató a muchos. Pasó aquella no-
che sin dormir: apenas amaneció pidieron la paz; les fue concedida, y se
volvieron al puerto de San Vicente, de donde habían salido.
Encontraron que habían regresado las naves, que ya habían recorri-
do hacia Occidente unas trescientas leguas de mar desconocido, entre-
tantro que el mismo capitán hacía estas investigaciones en lo interior. Y
se habían vuelto, como él lo dice, para reparar otra vez en aquel puerto
las naves.

Los alrededores de Nicoragua los describe así. Al lado interior del


mismo palacio de Nicoragua dice que halló un lago de agua dulce tan lar-
go que no pudieron explorar su fin, y cuenta que sus aguas experimen-
tan flujo y reflujo, por lo cual opina que debe llamarse mar de agua dulce,
y dice que está lleno de islas. Preguntando a los indígenas dónde desa-
gua, y si lo hace en el mar vecino, que dista tres leguas, declararon que
no tiene salida ninguna, particularmente al próximo mar austral; pero
dice que dejaron en duda si desaguaba o no por otra parte. Por esto él es
de parecer, conforme dice que lo tienen por seguro fundándose en la opi-
nión de los marinos, que aquéllo es la aglomeración de aguas que se co-
rresponden con el mar septentrional, y que allí se podrá encontrar el tan
deseado estrecho.

Si deseas saber lo que yo opino en ésto, digo, y sea dicho excusándole,


que no ha encontrado el estrecho. Ya por ser las aguas potables, ya por-
que los naturales no saben que tengan salida, tenemos que continuar
atormentados del mismo deseo (de saber) si estrecho alguno corta aque-
llos extensísimos territorios.
IV .- EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ DE AVILA A COSTA RICA
Y NICARAGUA, SEGÚN LA REFIERE EL CRONISTA
DE LAS INDIAS, GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO'

Capítulo XIV

Cómo el capitán Gil González de Avila fue a la Tierra-Firme con el piloto Andrés
Niño, para ir desde Panamá a descubrir por la mar del Sur, por mandato del
César.

Había andado en la Tiera-Firme un piloto, llamado Andrés Niño; y


éste, como vió preso al adelantado Vasco Núñez (de Balboa), sintió que
de su prisión no podía resultar sino su perdición, y que pudiendo haber
aquellos navíos que él tenía hechos, se esperaba con ellos saber grandes
cosas, y descubrir grandes riquezas en la mar del Sur.

Esta invención fue del tesorero Alonso de la Puente, el cual, con un


criado suyo, llamado Andrés de Cereceda, que envió a España con este
piloto, se puso entre ellos por movedor de la cosa. Llegados a España a
la corte, el Andrés Niño intentó la negociación, y como no halló tanto
crédito para que se le fiase el cargo, puesto que era diestro piloto y ex-
perimentado en las cosas de la mar, juntáronse él y el Cereceda con Gil
González de Avila (contador del César en esta ciudad de Santo Domingo
e Isla Española), que estaba en aquella sazón, el año de 1518, en la corte,
el cual había sido criado , del obispo de Palencia, don Juan Rodríguez de
Fonseca, Presidente del Consejo de estas Indias; y le dieron aviso de la
prisión de Vasco Núñez, y concertados con él, pidió Gil González el des-
cubrimiento, y obtuvo la merced, por causa del obispo, para que él y

• Tom ado de la Historia General y Natural de los Indias Libro XXIX.

Véase protegido.
112 CRÓNICAS CE VIAJEROS

Andrés Niño, con sus dineros y los de otros armaran, tomando Sus Majes-
tades la parte que fuesen servidos de tener en esta armada.

Y hecha su capitulación, diósele una cédula, en que el Rey mandó a


su lugarteniente general y gobernador de Castilla del Oro, porque era
informado que Vasco Núñez de Balboa, sin licencia especial de Su Majes-
tad, fue a la parte de la mar del Sur a hacer cierto descubrimiento con
ciertos navíos y gente, y que en él tomó y hubo algunas cosas, y que al
presente el Vasco Núñez estaba preso, y porque Su Alteza enviaba a Gil
González de Avila y Andrés Niño con cierta armada al descubrimiento de
la mar del Sur; por tanto mandó que en recibiendo su cédula, proveyese
cómo se entregasen a Gil González todos los navíos y fuistas que Vasco
Núñez llevaba y quedaron de su armada, para que con los demás, que de
España llevaba, pudiese hacer el dicho descubrimiento y viaje, por ante
un veedor que para ello el gobernador de Castilla del Oro nombrase, que
le hiciese cargo de todo por inventario, y que lo proveyese luego el gober-
nador, como cosa que mucho tocaba a su servicio real.

Esta cédula yo la vi y se despachó en Barcelona a 18 días de Junio de


1519, y no habla con gobernador señalado, porque entonces se trataba de
enviar a Castilla del Oro otro, y quitar el cargo a Pedrarias Dávila. Y así
en la misma Barcelona fue proveído de aquel oficio y gobernación, desde
a pocos días, Lope de Soza; pero cuando Gil González llegó a la Tiera-Fir-
me, ya había pasado lo que se ha dicho en el capítulo precedente del viaje
del licenciado Espinosa.

Y pocos días antes que Lope de Soza muriese, llegaron al Darién el


capitán Gil González de Avila y el piloto Andrés Niño, para entender en
su descubrimiento, en el año de 1520, poniendo Su Majestad cierta can-
tidad, y armando en su real compañía Andrés de Haro, burgalés, y los
mismos capitán Gil González y piloto Andrés Niño, y el susodicho Andrés
de Cereceda que iba proveído por tesorero, y otros particulares que
también ponían su parte en la armada. Y luego Gil González, desde Acla,
comenzó a entender en su despacho,y en hacer ciertos navíos en el río que
llaman de la Balsa, que va a dar a la mar del Sur, en el golfo de San Mi-
guel; porque aunque presentó la cédula que he dicho, y requirió con ella
a Pedrarias, aprovechó poco, porque a aquellos navíos de Vasco Núñez
opusiéronse muchos, diciendo que eran de compañía. Y atender a ésto es-
taba Pedrarias muy puesto en estorbar a Gil González, y esta contención

Gaspar de Espinosa, por orden de Pedrarias, había tomado los barcos del ajusticiado Balboa e ido a
explorar la costa del Mar del Sur hasta la entrada del golfo de Nicoya.
8 El nuevo gobernador murió al desembarcar en Castilla del Oro, de modo que Pedrarias Dávila
continuó al frente de la gobernación de esa provincia.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 113

no se acabara sin estar primero podridos los navíos, y a esta causa fuera
más (difícil) aparejarlos que hacer otros.

En esta armazón entraron el tesorero Alonso de la Puente y el conta-


dor Diego Márquez, oficiales de Castilla del Oro, por cuyo respecto Gil
González y sus consortes la pudieron sacar a luz; porque de otra forma
fuera imposible, porque al gobernador le pesaba de esta armada, y le pa-
recía que además de ser en vergüenza suya ir a su gobernación a armar
a otro, con licencia del Rey, le era gran cargo y ofensa, y se apocaba su cré-
dito, y no deseaba que por manos de otro se hiciese ni se supiese cosa al-
guna de aquella mar del Sur. Y así, en cuando él podía, por diversas for-
mas, daba desvíos a la expedición y aviamiento de Gil González con mu-
chas cautelas.

Sentido esto por el capitán Gil González, y entendido en parte la con-


dición y codicia del gobernador, y por aviso de los oficiales, el tesorero
Alonso de la Puente y el contador Diego Márquez, que de más días y mejor
le tenían conocido, se acordó de meterle en compañía en la armada, por-
que por esta vía sería fácil cosa el despacho; y así Gil González le movió
un partido algo donoso, y fue que le vendiese Pedrarias un negrillo que
tenía volteador, y que le daría por él trescientos pesos, y que aquellos los
tuviese Pedrarias en la armada, y gozase lo que de ella procediese por
rata lo que le cupiese, por razón de los trescientos pesos. Con esto, luego
entró y vendió al negro en el precio que he dicho, y se asentó aquella
cantidad en el caudal por Pedrari as, como armador y partícipe de la com-
pañía de aquella armada, como si de otra cosa (Gil) no tuviera tanta nece-
sidad como de un muchacho que voltease, que aun para grumete no era:
y con esto luego le comenzó a favorecer el gobernador, y dió lugar a su des-
pacho, puesto que a la verdad, aunque lo disimulaba, todavía le pesaba
en el ánima de este descubrimiento, el cual se hizo de la manera que se
dirá en el siguiente capítulo.

Capítulo XXI
Que trata de algunas cosas notables que pasaron en la Tierra-Firme entre el go-
bernador Pedrariasy el capitán Gil González Dávila y otros capitanes, en tanto
que yo estuve en España negociando la ida del nuevo gobernador Pedro de los
Ríos, para que Pedrariasfuese removido, y la relación de lo que descubrió el ca-
pitán Gil González en la mar y costa austral de la Tierra Firme, y porque es larga
la narración de lo uno y de lo otro, irá este capitulo diviso en ocho párrafos.

Acordárseos debe, lector, si habéis continuado la lección, cómo de ha-


ber sido removido Pedrarias del oficio de la gobernación de Castilla del
114 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Oro, o al menos proveído Lope de Sosa en su lugar, le quedó mucha indig-


nación contra mi: y también habréis visto por que vía y rodeo se trataron
mis trabajos, y fui acuchillado a traición, y cómo y con cuanta razón y
causa acordé gastar cuanto tenía, siguiendo mi justicia en España, y pi-
diendo gobernador contra Pedrarias; y cómo en fin Su Cesárea Majestad,
como justísimo Príncipe, proveyó de aquel oficio y gobernación de Cas-
tilla del Oro a Pedro de los Ríos. Y pues está dicho que el año de 1526 fue
a Tiera-Firme, y yo con él a pedir mi justicia, y en lo que paró parte de
ello, antes que a más se proceda, conviene a la historia que se digan algu-
nas cosas notables que pasaron en Tiera-Firme, desde el año 23 hasta el
de 26 que estuve ausente, entre Pedrarias y el capitán Gil González Dá-
vila y otros capitanes, porque son cosas notables y del mismo jaez de esta
historia.

I. En el capítulo XIV se dijo cómo Gil González había ido a descubrir


en la mar del Sur con una armada, de la cual fue por piloto mayor Andrés
Niño; el cual viaje hizo, y al tiempo que yo me partí de Acla para ir a Es-
paña, como se dijo en el capítulo precedente, llegó a Panamá de vuelta de
su viaje el capitán Gil González con el oro y razón de lo que había descu-
bierto, y cómo había hallado una laguna muy grande, que se pensaba que
era mar dulce, en la provincia de Nicaragua, y había convertido y bauti-
zado muchos millares de indios; y que tornado a Panamá se fundieron no-
venta y tantos mil pesos de oro que trajo, y apartado el quinto de Su Ma-
jestad para enviarlo a España, quísoselo embarazar Pedrarias, diciendo
que Gil González había venido a esta ciudad de Santo Domingo con el oro
del Rey, y que si algún desastre o caso siniestro le acaeciese, a él sería car-
go, si no pusiese recaudo en ello, para que se enviasen seguros a Su Ma-
jestad quince mil pesos y más, que eran de aquel oro el quinto. Gil Gon-
zález decía que él lo había ganado en la armada, que estaba a su cargo,
y los que con él habían ido con mucho trabajo, y que con la lanza en la ma-
no lo había sacado de las manos de sus enemigos e infieles, que menos
sería llevarlo por tierra y mares de Sus Majestades y de los amigos, y que
él lo ponía en recaudo y daría cuenta de ello, y si necesario fuese, iría en
persona a la corte a llevarlo a sus Majestades.

Todo esto contradecía Pedrarias y ponía inconvenientes para que el


oro quedase en su poder o en la persona que él mandase; pero en fin Gil
González se partió con el oro, y vino a la ciudad y puerto de Nombre de
Dios; y después de partido, cayó en mayor arrepentimiento Pedrarias,
por haberlo dejado ir, y luego se puso en camino tras él para prenderlo
y tomar el oro. Y cuando llegó al Nombre de Dios, hallóle embarcado y he-
cho a la vela. Y así se vino Gil González a esta ciudad de Santo Domingo
de la isla Española, y desde aquí envió a España al tesorero Andrés de
Cereceda con el oro del quinto de Su Majestad, y para que hiciese relación
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 115

del descubrimiento, porque se había hallado presente a ello. Lo cual diré


aquí con brevedad que supiere decirlo, porque es en parte que conviene
a la historia.

II. Dicho tengo que el primero que descubrió la mar del Sur a los cris-
tianos fue el adelantado Vasco Núñez de Balboa; y asimismo he escrito
cómo con sus navíos fue (después que le degollaron) enviado por capitán
a descubrir por la mar del Sur el licenciado (Gaspar de) Espinosa, alcalde
mayor y teniente de Pedrarias, y lo que de aquella mar y costa vió lo dije
en el capítulo XIII, conforme a las alturas y grados en que está la costa
e islas, de que en su viaje se tuvo noticias, siendo piloto mayor en aquel
camino Juan de Castañeda. El tercero que de los españoles navegó en el
mar austral fue el capitán Fernando de Magallanes, cuando descubrió
aquel memorable grande Estrecho en el año de 1520, por el cual entró por
la boca que tiene al Oriente y fue por la mar del Sur y por alta mar a las
islas de Maluco y Especiería, lo cual también queda dicho en el libro XX.
El cuarto capitán y descubridor en la costa austral fue el capitán Gil Gon-
zález Dávila y el piloto Andrés Niño, y lo que se acrecentó por su industria
en la moderna cosmografia, he de decirlo como la carta enmendada lo
platica y yo la he visto de la mano del cosmógrafo Alonso de Chaves, al
cual no culpo en aquello que él no hubiere visto en la discrepancia de los
grados, porque soy tan obligado a creer, o mejor diciendo, testificar lo que
mis ojos vieren, como a lo que otros que no lo navegan quisieren signi-
ficarme.

Yo dije que lo último que el licenciado Espinosa y Juan de Castañeda


descubrieron fue hasta ver el embocamiento del golfo de San Lúcar (que
mas cierto se llama de Orotina), pero no entraron en él; la cual ensenada
está entre el promontorio o punta de la Herradura y la punta o promon-
torio del Cabo Blanco, y-de allí no pasaron.. Y hasta allí hay ciento ochen-
ta leguas, pocas más o menos, aunque nuestros pilotos las llaman dos-
cientas, y así lo serían o más por la costa, tierra a tierra: y de allí adelante
se atribuye a esta otra armada, de que fue por capitán Gil González de
Avila. Y todo lo que Andrés Niño anduvo más que el licenciado Espinosa,
fueron hasta cien leguas y cuanto más ciento veinte hasta la bahía de
Fonseca, puesto que tierra a tierra por la costa serían algunas más; pero
no las que Gil González y Andrés Niño se jactaban, que les daban nombre
de seiscientas cincuenta desde Panamá a donde había Andrés Niño Ile-
gado.. Y Gil González decía que por tierra había él caminado trescientas
Durante ese viaje fueron capturadas dos indios que, llevados luego Panamá, aprendieron el
castellano y sirvieron de intérpretes en la siguiente expedición de Gil González.
' Andrés Niñ o avanzó más allá del golfo de Fonseca, hasta Tehuantepec, como él insistió, y lo confirma
unavisoqeldrnaHáCotésbrelapncidoselaMrSupqel
do.
116 CRÓNICAS DE VIAJEROS

veinte leguas, desde donde tornó con ciento doce mil pesos que le dieron
los caciques, y más de la mitad de ello de oro muy bajo: a mi me escribió
que se habían bautizado treinta y dos mil ánimas o más de su voluntad
y pidiéndolo los indios; pero me parece que aquellos nuevamente conver-
tidos a la fe la entendieron de otra manera, pues al cabo le convino al Gil
González y su gente salir de la tierra mas que de paso.

Hallaron grandes poblaciones, y descubrieron una grandísima lagu-


na, que pensaron que era mar dulce, en las costas de la cual viven grande
multitud de pueblos y gentes de indios, lo cual yo vi después muy mejor,
cuando fuí a aquella tierra, y se sabe más puntualmente. Y cuando se ha-
ble adelante en particular de aquella gobernación de Nicaragua, se dirán
muchas cosas más, allende de las que estos armadores vieron, a los cua-
les no se les debe negar el loor de su trabajo. Pero tornemos al camino,
que en la verdad fue harto menos de lo que Andrés Niño y Gil González
le pintaron y no fue menos de lo que yo aquí les atribuiré.

III. Gil González, hizo cuatro navíos en el río que llaman de Balsa,
que no estuvieron para navegar y se perdieron todos, y en esto gasté
mucho tiempo y dineros, y tuvo mucho trabajo. Después hizo otros cuatro
en la isla de Perlas, que está en el golfo de San Miguel, y de allí se partió
esta armada a los 21 días de Enero de 1522, y después que navegaron
hasta cien leguas al Occidente, dijeron los marineros que toda la vasija
del agua estaba perdida, y que no se detenía en ella el agua ni se podía
remediar sin hacerse otra, y también hallaban ya los navíos tocados de
mucha broma; y por eso les fue forzado sacar en tierra todo lo que lleva-
ban donde mejor disposición hallaron, y poner a monte los navíos para
adobarlos. Lo cual lloró por algunos años después el cacique de Burica,
porque este adobo se hizo en su tierra y muy a su costa y de su gente, y
les hizo hartas fuerzas y sinrazones Andrés Niño y sus marineros; y así
después lo pagó con su cabeza, y le mataron indios, como se dirá en su lu-
gar. Desde allí enviaron un bergantín a Panamá por pez para brear y por
otras cosas, y como la gente no se podía sostener allí, donde los navíos
estaban, por falta de mantenimientos, y porque se guardase el bastimen-
to, que era para el camino de la navegación, fue necesario que el capitán
Gil González, con cien hombres se entrasen la tierra adentro para
sostenerse, en tanto que la pez venía y la vasija se hacía y los navíos se
adobaban, y también para comenzar a granjear oro, que era lo que princi-
palmente buscaban; porque de armada hecha por muchas bolsas no se
puede sospechar que el deseo de henchirlas es poco, ni que la codicia de
los ministros de ella sea el mayor cuidado, sino el mayor intento de los
armadores. Así que, caminando Gil González la tierra adentro hacia el
Poniente, algunas veces se halló tan apartado de la costa, que se vió arre-
pentido; pero dejó mandado a Andrés Niño, que quedaba con los navíos,
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 117

que venida la pez, y adobados los navíos, y hecha la vasija, se fuese la cos-
ta abajo al Poniente, y que andando ochenta o cien leguas, si llegase más
presto, le esperase en el mejor puerto que por la comarca hallase, porque
así lo haría él, si primero llegase.

Yendo Gil González por la tierra adentro, sosteniéndose y bautizan-


do muchos caciques e indios, le sucedió que a causa de pasar los ríos mu-
chas veces, a pie y sudando, le sobrevino un tullimiento de una pierna,
que no podía dar un paso a pie, ni dormir de noche ni de día del dolor, ni
caminar a pie ni a caballo; y por esto le llevaban en una manta atada en
un palo, muchas veces en hombros de indios y de cristianos, y de aquesta
manera fue hartas jornadas. Mas porque el caminar era así muy difi-
cultoso, como por las muchas aguas que entonces hacía, hubo de pararse
en casa de un cacique principal, aunque con harto cuidado de velarse (el
cual cacique tenía su pueblo en una isla que tenía diez leguas de longitud
y seis de latitud, la cual hacía dos brazos de un río muy poderoso); y apo-
sentóse Gil González en la casa del cacique, que era tan alta como una
mediana torre y de hechura de un pabellón, armada sobre postes, y cu-
bierta de paja, y en medio de ella le hicieron una cámara, por la humedad,
sobre postes, y tan alta como dos estados.

Desde a quince días que allí estaban, llovió tanto y crecieron los ríos
de tal forma, que anegaron y cubrieron toda la isla, y en la casa donde el
capitán estaba, que era lo más alto, llegó el agua a dar a los pechos de los
hombres; y de ver aquesto los españoles pidieron licencia al capitán, para
irse a valer fuera del pueblo en los árboles, y él se las dió, y se quedó allí
en aquella gran casa con la gente mas de bien, esperando lo que Dios qui-
siese hacer, y pensando que no bastaría el agua a derribarla, y conjetu-
rando en esta sospecha, y temerosos de ver crecer el agua sin saber hasta
cuándo. Con este cuidado tenían en lo alto de la casa puesta una imagen
de Nuestra Señora y una lámpara de aceite que la alumbraba, y cada ho-
ra se venían allí más compañeros de los que no se hallaba de su propósito
de fuera y en otras partes: y a la media noche se quebraron todos los pos-
tes, y cayó la casa sobre los que estaban dentro, y derribó la cámara donde
estaba el capitán, y quedó sobre dos muletas de pie encima de la cámara,
el agua a los muslos, y llegaron las varas de la techumbre al suelo y que-
daron los compañeros el agua a los pechos. Plugo a Dios que con cuantos
golpes dió la casa sobre el agua vino poco a poco al suelo, sin dar golpe en
tierra y sin hacer fuerza para que la lámpara se muriese; que fue muy
gran socorro no quedar sin lumbre, para hallar manera con que saliesen
de allí y no se ahogasen, que estaban como los pájaros que se toman (o
ratones) con la losilla, puestos todos debajo de una sobrecopa. Y así rom-
pieron con un hacha la techumbre de la casa, y por allí salieron los com-
pañeros que con el capitán se habían quedado, y a él le sacaron en los
118 CRÓNICAS DE VIAJEROS

hombros, porque los demás se habían con tiempo acogido, con licencia de
Gil González, a los árboles, y con ellos los indios mansos que tenían de
servicio. Y de esta manera lo llevaron, dando voces para que los compa-
ñeros y el capitán se pudiesen juntar, lo cual se hizo con mucha fatiga.
Después que fueron juntos, colgaron una hamaca o manta de un árbol a
otro, en que el capitán fue puesto, y así estuvieron hasta que fue de día,
no cesando en toda la noche de llover mucho y con muchos truenos y re-
lámpagos; y de esta forma estuvieron hasta que el agua cesó y mengua-
ron los ríos y tornaron a su curso. Y temiendo que podría tornar a acae-
cerles lo mismo, hicieron sobre los árboles con varas y ramas ciertos so-
brados y cámaras cubiertas con hojas, y de tal manera que tenían fuego
en ellos; en los cuales sobrados se socorrieron otras dós veces por otras
crecientes, huyendo de las otras casas bajas. Después quedó la tierra tan
llena de lama y cieno y de árboles que el río trajo, que a gran pena podían
andar por allí.

En este trabajo se les perdieron algunas espadas y rodelas y vestidos,


y recibieron mucho daño, a causa de lo cual hicieron daragas de algodón
bastado, en lugar de las rodelas que perdieron; y como el agua les llevó
los mantenimientos, fuéles forzado ir a buscar de comer hacia la costa,
que era su intento, de la cual estaban desviados diez leguas o más, y por
tierra no podían, y por esto hicieron balsas de madera y árboles atados
unos a otros: y así pusieron encima de ellos su fardaje y sus personas con
los indios que traían y les servían, y fueron por el río abajo hasta llegar
a la mar, aunque eran más de quinientas ánimas los que en esta flota de
balsas iban. Y como algunos compañeros llegaron de noche, arrebatólos
la corriente del río y sacólos a la mar a medianoche, metiéndolos la resaca
muchas veces debajo del agua; y otro día, desde la costa, los veían esos
otros dos leguas dentro de la mar, y como la menguante los había apar-
tado de la tierra, la creciente los volvía después. Pero el capitán viéndolos
en tal peligro, mandó entrar en otras balsas pequeñas y algunos compa-
ñeros sueltos nadadores, y fueron allá y los trajeron: a los cuales hallaron
tales, que ya se dejaban de ayudar, rendidos a la muerte y desanimados
del cansancio y fatiga; pero plugo a Dios que ninguno se perdió. Mas es
de creer que se acordaron muchas veces con cuanto menos peligro gana-
ban de comer, estándose en su patria. En fin, estas cosas los hombres han
de hacer, y no todos, sino aquellos que son para más que otros.

Recogida esta gente a su capitán, caminaron por la costa de la mar


al Poniente, y llegaron a un golfete que se dice San Vicente, donde halla-
ron a Andrés Niño, que acababa de llegar con los navíos aderezados y con
la vasija del agua hecha. Y una vez pensó el capitán Gil González de me-
terse en la mar y hacer su descubrimiento con los marineros, porque no
tenía piernas para andar por tierra a pie ni a caballo, y quiso dejar en tie-
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 119

rra un teniente con los hombres que llevaba. Y como la gente tuvo cono-
cimiento de esto, comenzaron a murmurar y quejarse de él, porque de-
jaba su compañía, y porque ya habían comenzado a topar mayores caci-
ques, y la esperanza de enriquecerse aumentaba, y en tierra había más
aparejo que en la mar para hallar oro: y así por esto como por el conten-
tamiento de los soldados, y porque con su presencia se harían mejor las
cosas que tocaban a la paz y a la guerra, acordó de quedar entierra, y con
cien hombres y cuatro caballos proseguir adelante. Y mandó que un te-
niente suyo, con Andrés Niño y otros pilotos juramentados, midiesen y
asentasen las leguas que se anduvieron en el descubrimiento de lo que
viesen, y así por mar como por tierra se continuase el viaje la vía del Po-
niente, con intención de hacer paces y con buen tratamiento a todos los
caciques y señores que hallasen; y a los que por bien no quisiesen la paz,
se les hiciese la guerra. Y quedaron allí dos navíos y parte de la gente en
guarda de cuarenta mil pesos de todos oros, que ya habían habido; y An-
drés Niño fue con los otros navíos adelante a descubrir, y Gil González
prosiguió por la tierra: y acordóse que al mismo puerto se tornasen a re-
coger.

Este golfo de San Vicente, si yo no lo tengo mal entendido, está en la


punta o promontorio que está próximo a la isla del Caño, la cual punta
dista de la equinoccial ocho grados y medio a la banda de nuestro polo;
y de allí adentro es el ancón o golfo, y lo que de él es más septentrional
en la costa está a nueve grados de la línea del equinoccio, y dentro de esta
ensenada están algunas islas pequeñas.

IV. Dada la orden que es dicho, en el camino de la mar y de la tierra,


por donde iba el capitán Gil González, se bautizaban muchos caciques e
indios de su voluntad: y llegó a un cacique llamado Nicoya, el cual le dió
catorce mil pesos de oro, y con él seis mil personas más se bautizaron y
tornaron cristianos, y quedaron tan amigos de los cristianos nuestros
españoles, que en diez días que allí estuvieron, cuando se quiso partir Gil
González, le dijo el cacique, que pues que no había de hablar ya con sus
ídolos, que se los llevase. Y no le diera él tantos cuantos el capitán tomara
de buena voluntad, y así le dió seis estatuas de oro tan grandes como un
palmo, y algunas algo mayores; y rogóle que le dejase algún cristiano de
los nuestros que le dijese las cosas de Dios, lo cual no osó hacer Gil Gon-
zález, por no aventurarle y porque llevaba poca gente.

Decíame Gil González que desde aquel golfo de San Miguel hasta
Nicoya anduvo cincuenta leguas (pero harto menos camino hay), y no me
maravillo, porque entonces no se sabía la tierra.

Allí tuvo noticias del cacique de Nicaragua, y muchos indios princi-


pales, que consigo llevaba, le aconsejaron que no fuese allá, porque era
120 CRÓNICAS DE VIAJEROS

muy poderoso, y aun los españoles le decían lo mismo; pero el capitán no


quiso temer sin ver de quién y prosiguió su camino. Y una jornada antes
de su pueblo envió las lenguas que llevaba y seis indios principales de los
que con él iban, y envióle a decir lo que a otros caciques acostumbraba,
y era esto: "Que él era un capitán del gran Rey de los cristianos, que por
su mandato iba a aquellas partes a hacer saber a todos los caciques
principales o señores de ellos, que en el cielo, mucho más alto del sol, hay
un Señor que hizo el sol y la luna y cielos y estrellas, y a los hombres y
animales y aves y la mar y los ríos y los pescados y todas las otras cosas;
y los que esto creían y lo tenían por Señor son los cristianos, y cuando
mueren, van arriba donde él está y gozan de su gloria; y los que no son
cristianos, van cuando mueren, a un fuego que está debajo de la tierra a
penar para siempre: y que todos los señores o caciques o principales, a
quien en aquella lengua llaman calachuni, que atrás quedaban hacia
donde el sol nace, lo sabían ya, y él y otros capitanes se lo habían dicho
y lo creían así, y tenían por señor al Rey de Castilla, cuyos eran aquellos
cristianos y el capitán, y se habían hecho cristianos y quedaban por
vasallos del Rey de Castilla. Y que él iba a decirlo a los otros cal achunis
y príncipes de hacia donde el sol se pone, porque Dios así lo manda; y que
le rogaba que lo atendiese en su pueblo con sus indios y gente toda, y que
no hubiese miedo; y que él le diría otras cosas muy grandes de este mismo
Dios, con que habría mucho placer, sabiéndolas; y que si esto no quisiese
hacer, ni ser vasallo del gran Rey de los cristianos, que se saliese al campo
de guerra, que otro día sería con él".

Aquel mismo día en la tarde, ciertos escopeteros, probando la pól-


vora, pusieron fuego a su posada y a la del capitán, y quemáronse ellos
mismos, que fueron tres, lo cual dió mucha turbación a los demás todos,
por ser en víspera de tal jornada como la que esperaban otro día. Y el capi-
tán, como era caballero y de gentil ánimo, les habló y dijo lo que era razón
para que no temiesen ni hubiese flaqueza en ninguno, pues que eran
españoles y de patria donde tan valerosos corazones se crían. Dedales
que se acordasen que cuando el conde Fernando González había querido
dar la batalla a los moros y a su rey Almanzor, que la tierra se abrió y
tragó a un caballero cristiano, y por eso no dejó de ser vencedor el conde,
y quedó más victorioso; y que así esperasen que lo serían ellos, si a las ar-
mas viniesen, y que aquello cada día acaecía a los que trataban la pólvora
(cuanto más que aquellos vivirían). Y así a este propósito les hizo un gen-
til razonamiento, con que quedaron de voluntad y ánimo aparejados a
todo lo que pudiese sucederles.

Allí dejó el capitán los tres escopeteros a curarse y otro hombre con
ellos, y al día siguiente llegó una legua del pueblo y topó cuatro indios
principales con los otros que él había enviado; y aquellos cuatro dijeron
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 121

a Gil González que el calachuni le esperaba en su pueblo de paz y como


amigo. Yen llegando, aposentó al capitán y a los españoles en una plaza
y casas de alrededor de ella, y luego le presentó parte de quince mil pesos,
que en todo le dió; y Gil González le dió una ropa de seda y una gorra de
grana y una camisa de Holanda delgada y otras cosas de Castilla. Y en
dos o tres días que se le habló de las cosas de Dios, dijo que quería ser cris-
tiano él y sus mujeres e indios, y en un día se bautizaron más de nueve
mil personas, con tanta voluntad, a lo que mostraban, que de placer y de-
voción lloraban algunos de nuestros soldados, dando gracias a Dios de lo
que veían.

Allí estuvieron el capitán y su gente ocho días, y se pusieron dos cru-


ces, como lo acostumbraban hacer en los otros pueblos; y puso una muy
grande en un montón de tierra grande de gradas, y en cada plaza tienen
uno de estos montones de tierra, que parece que los mismos montones pi-
den la cruz; y dejó otra en su mezquita, que el mismo calachuni la llevó
en sus brazos, y quiso que allí se pusiese.

Esto de estos montones no lo entendió Gil González ni los cristianos


entonces para qué efecto los tienen; y es para sacrificar y matar hombres,
como se dirá en su tiempo adelante, cuando se hable de esta gobernación
de Nicaragua (la cual gente es de la misma lengua de México y de la Nue-
va España).

Desde a ocho días que Gil González allí estuvo, pasó a otra provincia,
seis leguas de allí, y halló seis pueblos a legua ya legua y media o dos uno
de otro, de cada dos mil vecinos cada uno de ellos; y después que les hubo
enviado sus mensajeros, se aposentó en uno de estos, y los señores le fue-
ron a ver, y le presentaron oro y esclavos, y dieron de comer a los cris-
tianos. Y como sabían que Nicaragua y sus indios se habían bautizado,
dijeron que también querían ser ellos cristianos; y vino cada señor con su
gente a recibir el bautismo, y cada dia de otros pueblos enviaban a pedir
ai González que les enviase el capellán que los bautizase y les dijese
las cosas de Dios. Y así se hacían y madrugaban los de un pueblo y de otro
para (ver) cuál llevaría antes el clérigo.

Estando en medio de esta buena obra, parece ser que otros caciques
grandes, que estaban adelante, hubieron noticia de estos nuestros espa-
ñoles, y también sabrían cómo les presentaban taguizte (que así llaman
al oro en aquella lengua); y uno de ellos, llamado Diriajen, vino a ver a
Gil González, y llevó consigo hasta quinientos hombres, y cada uno con
un pavo o pava o dos en las manos, y detrás de ellos diez pendones o ban-
deras pequeñas sobre sus astas, y todas blancas, y detrás de estos pendo-
nes diecisiete mujeres, todas casi cubiertas de patenas de oro y doscien-
122 CRONICAS DE VIAJEROS

tos y tantas hachuelas de oro bajo, que pesaba todo más de dieciocho mil
pesos. Y más atrás, cerca del calachuni y de sus principales, venían cinco
trompetas, o mejor dicho pífanos, y cerca de la posada del capitán Gil
González tocaron un rato; y acabado de tañer, entraron a verle con las
mujeres y el oro. Y mandóles preguntar que a qué venían, y dijeron que
a ver quién eran: que les habían dicho que era una gente con armas que
andaban encima de unas animalias de cuatro pies; que por ver quién
eran y lo que querían, los venían a ver. Entonces el capitán Gil González
hízoles hacer aquel su sermón que se hizo a Nicaragua, y él acostumbra-
ba hacer a los indios con las lenguas a la soldadesca (después de haber
puesto en recaudo el oro), y respondieron que querían ser cristianos. Pre-
guntóseles que cuándo se querían bautizar, y dijeron que desde a tres
días venían a ello.

Es de pensar que estos que nuestra católica fe predicaban a estos in-


dios, no publicaban ni les decían la pobreza que Cristo y sus Apóstoles ob-
servaron, con tanto menosprecio del oro y de los bienes temporales, te-
niendo principal intento a la salvación de las ánimas, ni traían cuchillo,
ni pólvora, ni caballos, ni esos otros aparejos de guerra y de sacr sangre.
Mirad lo que el Apóstol San Bartolomé hizo, cuando le cupo en suerte la
predicación de Lycaonia y en la India Oriental, y por consiguiente los
otros Apóstoles, do quiera que se hallaron, que si solamente el comer,
otra cosa no tomaban; pero nuestros convertidores tomábanles el oro, y
aun las mujeres y los hijos y los otros bienes, y dejábanlos con nombres
de bautizados, y sin atender el bien de tan alto Sacramento los que les re-
cibían. Plugiera a Dios que de cada millar de ellos, así bautizados,
quedaron diez que bien lo supieran.

Como quiera que ello fuese, este nombre cristiano no place al diablo,
ni quiere la salvación de los hombres; y es de pensar que él apartaría del
propósito del bautismo aquellos indios, y también ellos vieron el poco nú-
mero de nuestros españoles, y al tercer día que dijeron (habiendo ido el
clérigo en el mejor de los caballos de cuatro que tenían y dos valientes
hombres con él, a predicar a unos pueblos no lejos), estando los españoles
descuidados de la guerra, sábado 17 de Abril, (de 1523) a mediodía, y con
grandísima calor, dieron sobre el capitán Gil González y su gente hasta
cuatro mil indios armados a su guisa, con unos jubones o corazas sin
mangas de algodón bastados, y armaduras de cabeza de lo mismo, y rode-
las y espadas de palo recias, y muchos de ellos con arcos y flechas (puesto
que no tienen hierba) y otros con varas para tirar. Y quiso Dios que a un
tiro de ballestas antes que llegasen al lugar, un indio del pueblo donde
estaban los cristianos, los vió venir y dió aviso, y lo más presto que pudie-
• Se refiere al yont, especie de coca, que los indios mascaban para infundirse valor y energía antes de
entrar en combate.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 123

ron cabalgó el capitán en un caballo de los tres, y recogidos los compañe-


ros en la plaza, delante de su posada, puso la tercia parte de su gente a
las espaldas y alrededor, porque como eran muchos los contrarios, temie-
ron que los cercasen y les pusiesen fuego. Y con grandísimo ímpetu, lle-
gados a la plaza, arremetieron a los cristianos, y ellos contra los indios,
de manera de torneo, peleando los unos y los otros con el mayor esfuerzo
que podía ser. Y estuvo la batalla casi medio cuarto de hora en peso, sin
que se conociese cuya había de ser la victoria. Y después de haber herido
y derribado en tierra seis o siete españoles, llevábanse otro vivo en peso,
sin quererlo matar, a lo que mostraban: y como los de caballo arremetie-
ron y anduvieron un rato entre los enemigos revueltos, atropellando y
alanceando, ellos pusiéronse en huida; y siguiendo el alcance, animando
a los de pie, los echaron a lanzadas fuera del pueblo. Yen el campo, como
el capitán estaba en el mejor de los tres caballos, aunque mal aderezado
de jaez, iba de los delanteros esforzando los nuestros, y haciendo como
buen capitán, su deber. Y desde que se hubo cansado de alancear a los que
a una parte y a otra topaba de los enemigos, pareciéndole que era error
dejar tan atrás a su gente, dió la vuelta, en la cual fueron tantas las varas
y flechas y piedras que los indios le tiraron, que pasó mayor peligro que
cuando de la plaza los echaron.

En fin, como llegó a los delanteros de los compañeros que seguían el


alcance fuera del pueblo, no consintió que procediesen adelante, así por
su desventaja del poco número, como porque los indios no le tuviesen en
poco o sospechasen que no eran más los que quedaban en el lugar, y no
se atreviesen a volver sobre ellos y renovasen la batalla, y aun porque en
la posada se quedaba el oro solo y que los del pueblo no tentasen otra
ruindad viéndolos fuera, e los robasen. Y así lo más presto que pudieron,
se recogieron con la victoria, dando gracias a Dios, y se pusieron en orden,
esperando la segunda batalla, si se la diesen: lo cual no hicieron por reco-
ger los heridos y muertos y no dejarlos en el campo.

En este tiempo aún el clérigo y los compañeros que con él fueron no


eran tornados; y como el pueblo donde fueron, era hacia la parte de donde
vinieron los indios que es dicho, pensóse que los habrían muerto. Y luego
el capitán les escribió en breves renglones, con un indio del pueblo, que
se viniesen luego, diciendo lo que había acaecido; y vino luego el capellán
y los dos hombres, sin haber topado quien los enojase. Allí se acordó que
diesen la vuelta a buscar los navíos, y se tornasen a la costa, así porque
hasta allí la gente había ido contra su voluntad, como porque todos se lo
aconsejaron al capitán, y el conoció y vió que no debía hacer otra cosa con-
tra el parecer de todos, y por poner en cobro lo que hasta entonces habían
ganado. Y así se lo requirieron los oficiales y algunos otros de los prin-
cipales españoles, porque vieron que el capitán esa noche tenía en volun-
124 CRÓNICAS DE VIAJEROS

tad de dar en los contrarios por los respetos ya dichos; y porque la gente
estaba cansada, y algunos compañeros heridos, y otros enfermos, y por
no aventurar el oro que tenían allegado, y además de eso que de los de
aquel pueblo no tenían mucha seguridad, dieron la vuelta con pensa-
miento que llegados a tierra de cristianos, aunque estaban bien lejos de
ella, podrían con más gente y caballos y con más propósito volver a
castigar y hacer de paz aquella gente, y a saber los secretos de la tierra,
porque ella es tal, que ninguno la puede ver sin que le parezca muy
bien.

V. Como el cacique Nicaragua supo que Gil González se tornaba, y


que había peleado con el cacique Diriajen, y supo que llevaban los espa-
ñoles cantidad de oro, pensó de tomárselo y matarlos, como después lo en-
señó la experiencia, y así lo sospecharon los nuestros, al pasar de su pue-
blo; con la cual sospecha el capitán Gil González ordenó su gente, que se-
rían hasta sesenta hombres los que estaban san os, y hecho un escuadrón;
metió dentro en él el oro y la gente flaca y las cargas de la comida y ha-
cienda que llevaban, y a los cuatro cornisales o esquinas iban los cuatro
de caballo que tenían, y cuatro escopeteros. Y de esta manera pasaron
por el pueblo a las once horas del día, y ya que estaban fuera de la pobla-
ción comenzaron indios de salir en su rastro, y decían a los indios que les
llevaban las cargas, que las dejasen y se huyesen con ellas; y así cami-
nando, los sufrían, por no quebrar con ellos; y algunos se atrevían a
entrar entre los nuestros a sacar los indios, con las cargas, del escuadrón.
Y viendo esta osadía el capitán, mandó a los ballesteros que les tirasen
y como hirieron algunos, súbitamente comenzaron a salir del pueblo mu-
chos indios de guerra. Entonces parecióle a Gil González que no se podía
excusar de pelear, y mandó al tesorero Andrés de Cereceda y a los que
llevaban la guarda del oro que caminasen todo lo que pudiesen, y asimis-
mo los indios que llevaban las cargas del bastimento y ropa, y el capitán
con los otros tres de caballo y algunos sueltos peones y ballesteros y ro-
deleros y cuatro espingarderos, que todos sería hasta diez y siete, se que-
dó en la recarga. Y la gente que salía del pueblo era innumerable y mu-
chos de ellos flecheros: y comenzaron a allegarse con mucho denuedo y
grita muy grande, tirando flechas, y los de caballo hacían algunas vuel-
tas sobre los enemigos, y otras veces los escopeteros y ballesteros, hirien-
do a los que se acercaban. Pero cuando los de caballo volvían, era tanta
la prisa del huir de ellos los indios, como la que suelen hacer los peones
en mi tierra de aquellos bravísimos toros de la ribera de Xarama; y
alanceaban algunos, con mucha risa de ver el temor que habían a los
caballos. A los indios les parecía gran novedad los hombres a caballo, por-
que nunca tales animales habían visto, y no era para ellos menor espanto
que el de los centauros en las bodas de Perithoo, en aquella batalla que
Hércules hubo con ellos, pero no obstante el miedo que los indios habían
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 125

de los caballos, era tan grande la muchedumbre de ellos como enjambres


de abejas.

El cansancio que los nuestros hubieron en esta jornada fue muy exce-
sivo; pero mezclado su temor con su esfuerzo y con la prudente diligencia
de su capitán, no cesaron de trabajar valerosamente hasta que el sol se
quiso poner por una hermosa vega: y lo que mayor fatiga les fue era el pa-
sar de algunos arroyos, por no desamparar los dolientes y pasar los de la
resaca adelante, y en cobrar los indios que les dejaban las cargas.

Finalmente, como vieron los contrarios que perdían gente, y que no


ganaban nada en seguir a los cristianos, cuando el sol se Puso, dijeron que
querían paz y el capitán Gil González se las otorgó; y dejadas las armas,
tres indios principales mandaron que se quedase atrás toda la otra gente,
y vinieron a hablar con los nuestros, disculpando a Nicaragua y los suyos;
y decían que aquello habían hecho la gente de otro cacique, que estaba
aquel día en su pueblo, que se llamaba Zoatega, que los españoles no le
habían visto, cuando la primera vez por allí habían pasado. A lo cual Gil
González respondió que él había visto y conocido algunos indios princi-
pales aquel día en la batalla, y que así lo dijesen a su teyte (que quiere
decir lo mismo que calachuni o señor) y que le hacía saber que los cristia-
nos todos que él traía eran tapaligues (que así llaman en aquella tierra
al hombre experimentado, y al que ha muerte a otro de cuerpo a cuerpo
dícenle tapaligue); pero que él era contento de la paz, y que si ellos otra
cosa quisiesen, que él les haría la guerra de otra manera, porque los cris-
tianos no se cansan, ni han menester yaat, que es cierta hierba que los
indios traen en la boca, con la cual dicen ellos no se cansan tanto como
no teniéndola, sin comparación. A lo cual no supieron los indios respon-
der ni replicaron más en ello, sino volviendo las espaldas iban diciendo:
teba, teba, teba, xuya: quiere decir teba bueno, y xuya vete, como quien
dice: bien lo dices y bueno eres; vete en buena hora. Y hablando a los otros
indios, iban diciendo estos principales: toya, toya muchas veces, que
quiere decir anda o aguija; y así lo hacían todos, tornándose hacia su pue-
blo. Plugo a Dios que ningún hombre ni oro perdieron los nuestros, ni hu-
bo algún herido de ellos, excepto un caballo de una flecha, pero no peligró.

Esa noche reposaron en un cerro, que había en su derecho camino,


haciendo buena guarda; pero perdióseles mucha ropa a los compañeros,
porque los indios que les llevaban las cargas, eran los más de los de Nica-
ragua, que se los habían prestado a la pasada primero, y como veían que
a la vuelta los llevaban de su tierra, dejaron las cargas unos y otros se las
llevaron. Y de esta causa quedaron algunos de los compañeros sin vesti-
do, y otros sin comida, por atender a guardar el oro y no dejar a los dolien-
tes, y por no salir de su ordenanza; y los indios que les quedaron, eran
126 CRÓNICAS DE VIAJEROS

más orientales (e hartos de la lengua de Cueva)', y como volvían a su tie-


rra y no entendían a los de Poniente, esos no hicieron mudanza; antes
(bien) algunos de ellos pelearon muy bien, ayudando a los cristianos. Des-
pués que hubieron reposado cinco o seis horas, pasada la medianoche, y
salida la luna, tornaron a caminar, por pasar antes del día un mal paso,
al cual por otro camino podían ir a él desde el lugar, y tomándole los indios
primero, les pudieran hacer mucho daño a los cristianos; pero no halla-
ron impedimento en pasarlo, y así caminaron el resto de aquella noche
y los días siguientes hasta que llegaron al golfo de San Vicente, donde se
habían departido, cuando Andrés Niño fue a descubrir desde allí, el cual
era tornado hacía ocho días, y decía que había descubierto trescientas
cincuenta leguas al Poniente desde allí; pero él se engañó mucho en la
cuenta de esas leguas. Por la falta de los navíos, y aun del agua, no pasa-
ron adelante.

Ami me escribió una carta Gil González, que dice que de aquel pue-
blo de este cacique de Nicaragua la tierra adentro tres leguas de la costa
de la mar del Sur; junto a las casas de la otra parte, está otra mar dulce,
que crece y mengua, y que él entró a caballo en ella, y tomó la posesión
en nombre del Emperador, y que se veía una isla dos leguas adentro o
apartada de esta costa de esta agua dulce poblada, y que el tiempo no le
dió lugar a saber más en esto; pero que mandó a entrar a algunos cris-
tianos en una canoa media legua adentro, para ver si el agua corría hacia
alguna parte, pensando que fuese río, aunque no veían la otra costa de
hacia el Norte; y los que entraron no conocieron que hubiese corriente.
Y sus pilotos porfiaban que salía aquel agua a la mar del Norte; pero él
y ellos hablaban por conjeturas y a tiento.

Bien se me acuerda que hablando Plinio de la gente de Scythia, dice


que Alejandro Magno dijo que aquel mar es dulce, y que Marco Varron
escribe que lo mismo fue mostrado a Pompeyo, cuando en la guerra de
Mitrídates era allí vecino o estaba cerca de esta mar dulce; y que esto
procede por el gran acopio de los ríos que allí entran, que vencen ala salo-
bre agua del mar. Todo esto es de este autor; pero ya tengo dicho cómo en
el golfo de Urabá con bajamar está dulce el agua, y así podría ser eso que
vió Alejandro y vió Pompeyo, y menos es ser dulce la laguna de Nicara-
gua, porque su asiento y sitio es bajo, y acuden a ella infinitos ríos.

Ya he dicho en otra parte que, después que Gil González estuvo en


Nicaragua, yo fuí a aquella tierra, y vi ésta y otras grandes lagunas, y
muchas otras que dejo para decirlas adelante en su lugar.

Una provincia en la parte oriental de Panamá.


LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 127

Tornando al propósito de Gil González, digo que después que llegó al


golfo de San Vicente, halló que el mayor de los navíos no estaba para na-
vegar ni tenerse sobre el agua, y en los otros y en canoas se embarcó con
su gente para Panamá.

Pero quiero yo ahora decir la forma de la costa, y lo que navegó An-


drés Niño hasta la postrera parte que llegó, y también diré aquella ense-
nada del golfo de San Lúcar, que otros llaman golfo de Nicaragua (y otros
le dicen golfo de Orotiña, y otros golfo de los Güetares), y cualquiera de
estos dos nombres postreros es su nombre propio. Y he de pintarle como
yo le ví, y no como le hallo en las cartas de nuestros cosmógrafos puesto,
hasta el presente año de 1548; y diré las principales islas que hay en esta
ensenada, la cual aunque está en el camino que este piloto navegó, no la
vió ni entró en este golfo de Orotiña o de los Güetares, que el licenciado
Espinosa y el piloto Juan de Castañeda llamaron golfo de San Lúcar (des-
de fuera), pero tampoco entraron en él. Y se sabe de presente que se pobló
después de cristianos alguna parte de aquella gobernación por el capitán
Francisco Hernández, teniente de Pedrarias. Y diré asimismo desde allí
al Poniente la costa y sus alturas, según la carta moderna y nueva correc-
ción de ella.

Y porque dije que desde las islas de San Lázaro navegó otras veinte
leguas al Poniente el licenciado Espinosa y el piloto Juan de Castañeda,
digo que desde aquellas islas de San Lázaro hasta el puerto de la Herra-
dura, la costa abajo al Occidente, al Oeste cuarta del Noroeste, se ponen
veinte leguas, y allí comienza la boca de este golfo de Güetares, que el
Espinosa llamó San Lúcar, y se hace una ensenada de dieciocho o veinte
leguas de longitud, que tiene en partes nueve de latitud, o más o menos,
dentro del cual hay gentiles islas y muy fértiles y pobladas. Y de la otra
parte de este golfo, frontero del puerto de la Herradura, está la punta del
Cabo Blanco (y llámase así, porque es terreno blanco, y sin eso tiene un
farallón cerca de la punta muy blanco); entre el cual y la Tierra-Firme o
punta puede entrar sin peligro una carabela de ochenta o cien toneladas.
Está el puerto de la Herradura en ocho grados de esta parte de la línea
equinoccial, y el dicho Cabo Blanco está en siete grados y medio, según
el cosmógrafo Alonso de Chávez o los que le informaron; y porque mejor
se entienda este golfo, pongo aquí la figura de él, si lo supe entender to-
davía, so enmienda de quien más particularmente lo hubiere compren-
dido.

VI. Pues he pintado la figura del golfo de Orotina o de los Güetares,


que comúnmente suelen llamar de Nicaragua, yen las cartas de navegar,
o por no estar informados los cosmógrafos que las hacen, o por no haber-
las visto ellos, no lo ponen tan puntualmente. Quiero pasar a lo demás
128 CRÓNICAS DE VIAJEROS

que de este golfo estos descubridores no dijeron, y que yo vi, y es así: la


isla de Chira puede bojar siete u ocho leguas, y es muy poblada y fértil:
en la cual había, cuando Gil González por allá anduvo, más de quinientos
hombres de guerra, sin viejos ni mujeres ni niños y de otras edades. Y la
isla que nuestros españoles llaman isla de Ciervos, es la que los indios
llaman Cachoa; pero en ésa y en las otras hay innumerables ciervos y
puercos, y es menor, y está entre la de Chira y la de Chara en la banda
del Norte, en la Tierra-Firme. En frente de la isla Cachoa está la gente
y provincia de Chorotega, y a las espaldas, más al Norte y al Nordeste,
están las sierras y gentes llamados Güetares. Entre la isla de Cachoa y
la costa, hacia el Sur, está otra isleta que se dice Yrra, y más al este está
otra que se dice Urco; y más al Oriente adelante otra isleta que se dice
Pocosi, cerca de tierra, a la parte austral del golfo. Estas tres pequeñas
islas están entre la Tierra-Firme y la isla de Ciervos, dicha Cachoa. De
este golfo sube tres leguas la marea por el río Çapandi,. que está en la
culata o fin de este golfo; y allí hay un cacique, que tiene el nombre del
río, y se llama asimismo Çapandi; y a la par de él, al Noroeste, está otro
cacique que se llama Corobiçi.

Los Güetares son mucha gente, y viven encima de las sierras del
puerto de la Herradura, y se extienden por la costa de este golfo al Po-
niente de la banda del Norte hasta el confin de los Chorotegas. Al opósito,
en la otra costa del mismo golfo, de la banda del Sur, el más cercano río
de Çapandi es Cange, y en la del cacique Niquia, y en el de Nicoya (que
todos son vecinos de este golfo) hay mucho brasil, de lo cual hallé yo al-
gunos leños en la isla de Chara, con que las indias tiñen y dan color al al-
godón y a lo que quieren teñir. Y los españoles que allí se hallaron con-
migo, por brasil lo juzgamos; pero el cacique, señor de la isla, llamado Na-
ri, me dijo que eran árboles de una braza o poco más de alto, y llamábanlo
nanzi de los cuales árboles hay muchos en tierra de Nicoya y en Masaya
y en Tezoatega y en muchas partes de Nicaragua.

Hay en la isla de Chira muy buena loza o vidriado de cántaros yjarros


y todo lo que se suele hacer de barro: la cual parece propio azabache en
la tez y color negro; y es muy hermosa cosa de ver las vasijas de ello, y yo
he traído desde allí algunas piezas gentiles de esta loza hasta esta ciudad
de Santo Domingo.

La isla de Chara es la que los cristianos llaman San Lúcar, y allí y


en la de Chira y esas otras de este golfo traen las indias unas bragas pin-
tadas, que son un pedazo de algodón de muchas labores y colores, cogido

' El río Tempisque.


• El nancite, Byrsonima crassifolia.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 129

en un hilo que se ciñen; y esta tela es tan ancha como dos palmos, y por
detrás baja desde la cinta y métenla entre ambas piernas y pasa delante,
y alcanza a cubrir el ombligo y ponerse debajo del mismo hilo o cinta, y
así cubren todas sus partes vergonzosas; todo lo demás de las personas
traen descubierto o desnudo. Los cabellos pártenlos los mujeres por mi-
tad de la cabeza derechamente por la crencha, desde media frente al colo-
drillo, y de la una mitad hacen un trenzado que viene a quedar encima
sobre una oreja a un lado y de los otros medios cabellos. Y es gente muy
bien dispuesta, así los hombres como las mujeres. Algunas veces acaece
que por algún inconveniente o necesidad guardan aquel voto de Semíra-
mis, que no quiso acabar de coger los cabellos, cuando se le rebeló Babi-
lonia, hasta que la hubo sojuzgado y vuelto a su obediencia: y así estas
indias, cuando alguna necesidad o servicio de su señor o marido les ocu-
rre, primero proveen a aquello que a la gala de sus trenzados. Y así veía
yo algunas de ellas con un trenzado hecho y otro suelte: y así Semíramis
no se quiso acabar primero de concertar sus cabellos hasta restituir su
ciudad a su obediencia.

Tornando a nuestra historia, estas mujeres que he dicho de este golfo


de Nicoya y sus comarcas, y los hombres son gente bien dispuesta. Ellos
traen cogidos los cabellos con una cinta de algodón, hechos todos los cabe-
llos un trenzado detrás, y es tan largo como un palmo o menos al colo-
drillo: otros los cogen para arriba y el trenzado sube derecho sobre la co-
ronilla de la cabeza. El miembro generativo traen atado por el capullo,
haciéndole entrar tanto adentro, que a algunos no se les parece de tal ar-
ma sino la atadura, que es unos hilos de algodón allí revueltos. Pregun-
tándoles yo la causa por qué andan así, decían que por que aquello era
su usanza, y era mejor traerlo así que no suelto, como los indios de la isla
de Chira o como nuestros caballos.

En la isla de Chara vi una niña de hasta dos años que mamaba, y


llorando por su madre, que andaba entendiendo en su casa, decía mama
muchas veces; y preguntando yo al cacique que qué decía, me dijo que lla-
maba a su madre. Estos indios de Chara son de otra lengua diversa, y en-
tiéndense algo con la de Cueva, porque con la plática que tienen con los
cristianos, la han aprendido. Bojará la isla de Chara en su circunferen-
cia cuatro leguas.

En estas islas hay perlas, y yo las ví en las islas de Chara y Chira y


Pocosi, y las saqué de algunas ostras que los indios nos traían para
comer. La isla de Pocosi es pequeña, y puede bojar hasta una legua, y yo
la he andado por su costa a la redonda. Es alta y muy singular puerto, y
está un tiro de escopeta de la Tierra-Firme, o poco más, y tiene un pueblo
pequeño de indios y es abundantísima de pesquerías. Hay en estas islas
130 CRONICAS DE VIAJEROS

un pescado que llaman los cristianos pie de burro, que son como unos os-
tiones muy grandes y muy gruesos, y también se hallan perlas en algunos
de ellos. Afirman los hombres de la mar que es el más excelente pescado
de todos: de las conchas de ellos hacen los indios cuentas para sus sarta-
les y puñetes, que ellos llaman chaquira, muy gentil y colorado, que pare-
cen corales y también morado y blanco, y cada color es perfecto en las
cuentas que hacen de estas conchas del pie de burro y asaz duras, y son
tan grandes estos pies de burro como la cabeza de un hombre, y de ahí
para abajo algo menores.

Hay asimismo de aquellos nacarones en los cuales también se hallan


perlas; y de las conchas de estos hacen palas para sus labores, y también
hacen de ellos na hes oremos para sus canoas y balsas; pero en estas islas
de Chara y Pocosi no tienen canoas, sino balsas de cuatro, cinco o seis ma-
deros atados a los cabos y en medio a otros palos más delgados atrave-
sados: y la ligadura es de tomizas de esparto de aquella tierra, que es co-
mo lo de Castilla o más largo, pero no tan recio; mas basta para estoy pa-
ra atar y liar la paja en la cobertura de las casas o bohíos.

Hay junto con estas grandes pesquería y perlas de estas islas (en
especial en la de Pocosi, en que yo me detuve algunos días, a causa de re-
parar allí una carabela que se nos iba a fondo), otra manera de trabajo
que para mi fue cosa nueva y muy enojosa, de muchas chinches en los
bohíos con alas: y no aparecen de día, ni había pocas de noche, y son más
diligentes y prestas y enojosas que las de España, y pican más y son ma-
yores que aladas grandes: y si se ensucian, lo cual hacen muy a menudo,
o las matáis, rodandóos en la cama, se despachurran sobre la hamaca o
sábana, y dejan una mancha tan grande como la uña de un dedo, y tan
negra como tinta de escribir y muy peor, porque nunca sale de la ropa con
jabón ni lejía hasta que sale todo el pedazo de la tela, tan grande como
fue la mancilla que hizo; pero no hieden. Y estas chinches en toda la pro-
vincia e islas de Nicaragua las hay.

Comen los indios en estas islas muchos venados y puercos, que lo hay
en grandísima cantidad, y maíz, y frijoles muchos y de diversas maneras,
y muchos y buenos pescados, y también sapos: y yo les he hallado atados
en las casas de los indios, y se los he visto comer asados, y ninguna cosa
viva dejan de comer por sucia que sea. Tienen muchas frutas, en las cua-
les no me quiero aquí detener, porque cuando se dé noticia de las otras
cosas de Nicaragua se dirá de ellas, en especial de aquella que llaman pa-
co, que es cosa mucho de notar.

Los indios de Nicoya y Orosí son de la lengua de los Chorotegas, y


traen horadados los bezos bajos, y puestos sendos huesos blancos redon.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 191

dos del tamaño de medio real o más, como lo traen los indios en la Nueva
España. Son flecheros y valientes hombres, y Iláman se cristianos desde
que Gil González anduvo por allí; pero yo creo que hay pocos de ellos que
lo sean. Son idólatras y tienen muchos ídolos de barro o de palo en unas
casillas pequeñas y bajas que les hacen dentro del pueblo, allende de sus
casas principales de oración, que llaman teyopa en lengua de los Choro-
tegas, y en la de Nicaragua archilobo.

Es tierra Nicoya de mucha miel y cera, y las abejas no pican, y son


desarmadas y tan pequeñas como moscas de España, y negras. Hay avis-
pas muy malas, pequeñas y que pican y dan muy gran dolor.

Todos los indios de Nicoya, en especial los príncipes y sus mujeres,


traen pintados los brazos de aquella pintura negra que se hace con la san-
gre propia y carbón, cortando y dibujando primero con navajas de peder-
nal, y la divisa son tigres, que estos Chorotegas llaman nambue , y en len-
gua de Nicaragua se dice teguata, y en lengua de Cueva ochi.

VII. Desde el Cabo Blanco, bajando la costa al Poniente, cerca de tie-


rra, está una isla que se llama Moya, y está más al Occidente de Cabo
Blanco veinte leguas; pero antes está el puerto que llaman de las Velas.
Y desde el dicho Cabo Blanco adelante hasta el puerto de la Posesión hay
cien leguas, poco más o menos, yendo en alta mar al Poniente: y todo
aquello se llama golfo de Papagayo, y no es impropio nombre, porque
acaece que hablan allí los hombres llorando u orando, porque es mal pa-
so de navegar. Está la isla de Moya en siete grados y medio de esta par-
te de la línea equinoccial; y está junto a la punta de Catalina otra isleta,
y este punto está en ocho grados y un tercio dieciocho o veinte leguas de
la isla de Moya. Desde la punta de Catalina hasta la punta de Nicaragua
hay treinta leguas, y en la mitad del camino se hace cierta ensenada que
llaman golfo de Santiago!' Esta punta de Nicaragua está en nueve gra-
dos y medio, y siempre desde el Cabo Blanco, poco a poco la costa abajo
al Occidente, se va la costa enarcando y metiéndose hacia nuestro polo
o Norte.

Desde la punta o promontorio de Nicaragua hasta el río de la Pose-


sión hay diez leguas, el cual río, según las cartas modernas del cosmógra-
fo Alonso de Chaves, está a diez grados y medio. Este puerto tiene en la
entrada de la boca del río una isla alta (y llana en lo alto de ella), que boj a-
rá un cuarto o algo más hasta media legua en redondo, así que hace el río
dos bocas; y por la del Este pueden entrar navíos pequeños, y por la del
"La punta Catalina es la península de Santa Elena; bahía de Santiago es la ensenada del Astillero; y
la punta Nicaragua, el cabo Desolado o actual punta Masachapa.
132 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Oeste entran las naves y mayores navíos:, Yo he estado dos días surto
en este embocamiento, y se mataron muchos peces de los que llaman ron-
cadores, porque roncan, y son bien armados de dientes y es buen pescado:
llámase este puerto y río de la Posesión, porque allí hizo ciertos actos de
posesión el piloto Andrés Niño en este descubrimiento. Pero midan él y
Gil González como quisieren, esas sus seiscientas cincuenta leguas que
dijeron que habían descubierto por la mar: que en muchas más de la mi-
tad se engañaron, porque desde este puerto de la Posesión a Panamá, no
hay sino trescientas leguas, según lo que se platica al presente, pocas
mas o menos, y yo le he navegado dos veces con pilotos diestros en aquella
navegación.

Entre este río de la Posesión y la punta de Nicaragua susodicha, hay


otro río que se dice de Mesa... Verdad es que Andrés Niño bajó más al
Poniente veinte leguas que hay hasta la bahía de Fonseca, el cual nombre
le puso por echar cargo al presidente del Consejo Real de estas Indias,
que a la sazón era don Juan Rodríguez de Fonseca, obispo de Palencia
(que después lo fue de Burgos), cuyo criado fue Gil González Dávila; y a
una isla que está dentro de la bahía la llamó Petronila, por otra venidad
que yo no digo, y que a aquel piloto lagotero se le antojó... Querría yo que
ya que estos descubridores no saben dar nombres apropiados al puerto
o al río o al golfo o promontorio, que procurasen de saber de la gente natu-
ral de la tierra el nombre propio que tiene la cosa. La boca de esta bahía
de Fonseca está en algo menos de once grados de esta parte de la equinoc-
cial, según el cosmógrafo alegado; en lo cual, y en todo lo que es dicho de
esta costa desde Panamá, yo creo que le fue hecha falsa relación. Y por
tanto para que el Ch aves y los otros cosmógrafos de César enmienden sus
patrones y pinturas de sus cartas de navegar, si me quisiesen creer, diré
lo que hallo en mis memoriales, que escribí, tomando por mi persona con
el astrolabio las alturas en las partes que ahora diré, en tierra y sosega-
damente, y muchas veces.

Está Panamá en ocho grados y medio: la isla de Chira, dentro del


golfo de Orotiña o de Nicaragua, está a diez grados. Está la isla de Chara,
que otros llaman San Lúcar, a nueve grados y treinta y ocho minutos, que
son dos tercios de grado menos dos minutos. Está la isla de Pocosi más
al Este dos leguas, y más metida al Sur en nueve grados y algo más de
medio grado. Está la punta del Cabo Blanco, que es la boca del dicho golfo,
a la parte austral, mas al Poniente, en siete grados y medio. Está la boca
del dicho río y puerto de la Posesión, en trece grados de esta parte de la
" El "río" de la Posesión es la actual balita de Corinto, con la isla del Cardón dividiendo su entrada
" Es el actual río Tamarindo que tiene sus fuentes en la mesa de El Tablón.
" La isla Petronila, actualmente Meanguera.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 133

línea equinoccial indudablemente. Por manera que lo que Andrés Niño


vió, y descubrió más adelante aquel piloto Juan de Castañeda, fue desde
el golfo de Orotiñ a y Cabo Blanco hasta la bahía de Fonseca, que pueden
ser ciento veinte leguas, poco mas o menos, puesto que para descubrirlas
se navegarían más; porque, como dice aquel proverbio vulgar, "el camino
que no se sabe, más largo es al que nunca le vió".

Entre aquel río de la Posesión y la bahía de Fonseca está otro río, que
se llama río de San Pedro.. La punta más occidental de la bahía de Fon-
seca se llama cabo Hermoso," en el cual quiero hacer punto por ahora a
la cosmografia de esta costa, hasta que tornemos a ella; porque me parece
que es tiempo que volvamos al discurso de Gil González y Pedrarias
Dávila en lo que sucedió de este descubrimiento y oro, cuando volvió a Pa-
namá, que fue a los 25 de Junio de 1523, donde se fundió aquel oro; y fue
mucho menos el valor que el bulto de ello, porque la mayor parte era de
muy bajos quilates, y harto sin ley, puro cobre.

Pero escapado Gil González de Castilla del Oro y de los impedimen-


tos de Pedrarias, como está dicho, vínose a esta ciudad de Santo Domingo
de esta nuestra isla Española, y tornó a armar aquí de nuevo y volvió con
muy buena gente y navíos a la Tierra-Firme, más al Poniente, donde le
pareció a él y al piloto Andrés Niño que podría responder al paraje de la
gran laguna dulce que ellos pensaban que desaguaba o entraba en este
mar del Norte. Y fueron a desembarcar al cabo y puerto que se dice Higue-
ras; y púsole Gil González Puerto de Caballos.

VIII. Allí se les murió un caballo (y esto no era causa suficiente para
mudar su nombre al puerto, que otros habían mucho tiempo antes descu-
bierto), e hízolo enterrar secretamente, no por hacerle obsequias ni hon-
rarle con sepultura, como Alejandro Magno a Bucéfalo, su caballo (y otro
caballo hizo asimismo enterrar Octaviano Augusto, emperador, y el Cid
Ruy Díaz mandó a enterrar a Babieca, su caballo); pero hízolo Gil Gonzá-
lez, porque los indios no lo viesen ni supiesen que los caballos eran mor-
tales, a los cuales mucho temen, porque allí no los habían visto nunca. Y
a otro puerto más adelante llamó Puerto de Honduras, e hizo un asiento
y pueblo, y Ilamóle San Gil de la Buena-Vista, y dejó allí algunos espa-
ñoles, y entróse con la mayor parte de la gente tierra adentro, y púsose
diez o doce leguas de aquel puerto de San Gil, en la parte que le pareció
más apropiada para su descubrimiento y conquista.

"El do Viejo de Aserradores.

11 El cabo Fermoso de los mapas antiguos corresponde hoy a la punta Cosigüina, situada en la entrada
oriental del golfo de Fonseca.
134 CRÓNICAS DE VIAJEROS

En el tiempo que Gil González vino a esta Isla y hacía su segunda ar-
mada en esta ciudad de Santo Domingo, súpolo Hernando Cortés, que es-
taba en la Nueva España, y proveyó dos armadas contra Gil González,
porque no tomase aquel puerto de Higueras (que decían que era cosa ri-
ca); y envió la una por tierra con el capitán Pedro de Alvarado, y otra por
mar con el capitán Cristóbal de Olit, hombres de guerra y experimenta-
dos capitanes. Y el Cristóbal de Olit fue con sus navíos a la isla de Cuba,
y como allí tocó, luego se alzó contra Cortés, y dijo que no iba por él, sino
por sí propio, y quería también un pedazo de la Tierra-Firme, que le per-
tenecía también, como a Cortés lo que tenía de ella. Y desde aquella isla
atravesó a la costa de la Tierra-Firme, y salió en el puerto de Higueras,
y púsose en la costa con su armada, cerca del otro pueblo de San Gil, don-
de estaba Gil González, y pobló allí. Y como tuvo noticia de Gil González
Dávila y el Gil González de Cristóbal de Olit, por sus cartas y mensajeros
se confederaron y quedaron muy amigos, para ayudarse y hacer el uno
por el otro: y así se visitaban por letras, y al parecer tenían mucha confor-
midad, porque su fin de ellos era hacer sencillos sus enemigos y asegurar-
sede sus émulos; porque como tengo dicho, Gil González tenía por contra-
rio a Pedrarias a las espaldas, y (éste) había enviado a poblar a Nicaragua
a su teniente Francisco Hernández con otros capitanes y gentes. Y Cris-
tóbal de Olit temía se de Hernando Cortés: que les bastaban competido-
res poderosos, sin que los dos contendiesen entre sí. No es ahora conve-
niente decir lo que Cortés hizo en esto, porque cuando se trate de esa go-
bernación de Honduras, se dirá.

Tornemos a Pedrarias, que como fue ido Gil González de Panamá, en


tanto que él estuvo armando en esta ciudad de Santo Domingo para vol-
ver a Tierra-Firme, codiciando Pedrarias juntar lo que Gil González ha-
bía descubierto al Poniente de Panamá en la provincia de Nicaragua con
lo que él tenía, envió una armada a ocuparla con su teniente general, el
capitán Francisco Hernández, y con él a los capitanes Gabriel de Rojas
y Francisco Campañón, y Hernando de Soto, y otros. Y estos fueron y po-
blaron en la provincia de Nagrando, a par de la gran laguna, donde ahora
está la ciudad que llaman León (la cual fundó por su mal aquel teniente
Francisco Hernández); y desde allí envió la tierra adentro al capitán Ga-
briel de Rojas con gente, y topó acaso con Gil González, donde estaba po-
blando, y Gil González le dijo que él no tenía que hacer en aquella tierra
ni Pedrarias; que se tornase en buena hora a Francisco Hernández, y que
por su persona del capitán Rojas allí tendría toda la parte que él quisiese;
pero que como capitán de Pedrarias, a él ni a otro había de consentir que
anduviesen por aquella tierra. Y con algunas buenas palabras de corte-
sía el capitán Rojas se fue, porque no tenía tanta gente que fuese parte
para hacer otra cosa, y aun díjose que prometió de no tornar. Como Rojas
llegó al capitán Francisco Hernández, y le dió noticias de Gil González,
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 135

envió luego con más gente al capitán Hernando de Soto en busca de Gil
González, el cual estaba en vela y sospechoso que el capitán Rojas y otros
capitanes de Pedrarias tornarían sobre él. El tuvo aviso de los indios de
la tierra cómo el capitán Hernando de Soto y muchos cristianos iban: y
sabido esto, madrugó y asaltóles, dando sobre ellos en el lugar donde es-
taban, de noche; y pelearon los unos contra los otros, y en fin el capitán
Soto y los que con él iban, fueron presos y desarmados y algunos muertos,
y los despojó y quitó el oro bajo, que era harto lo que ya tenían. E desde
a dos o tres días los soltó sobre cierto juramento y pleistesía y les hizo
tornar su oro y armas, y se tornaron a su capitán o teniente Francisco
Hernández.

Habida esta victoria contra el capitán Soto, se fue (Gil González) a


donde estaba Cristóbal de Olit, su amigo, el cual lo prendió. Y porque ya
esto de aquí en adelante sería fuera de la historia de Nicaragua, y no
quiero tratar sino del gobernador Pedrarias, vuelvo a él, y digo que como
llegó al puerto de Nombre de Dios y no pudo alcanzar al Gil González, pa-
ra detenerle y tomar el oro que trajo de Nicaragua, como queda susodi-
cho, supo allí que el nuevo obispo de Tiera-Firme, llamado fray Vicente
Peraza, de la Orden de Santo Domingo, sucesor al obispo fray Juan de
Quevedo, había desembarcado en la ciudad de Santa María de la Antigua
del Darién; y así para dar orden en que allí no parase, como para acabar
de destruir y despoblar aquella ciudad, se embarcó y fue al Darién, a ver-
se con el obispo, de las cuales vistas resultó lo que se dirá en el capítulo
siguiente.
V .- CRÓNICA DE FRANCISCO LÓPEZ DE GUIARA
SOBRE LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ

Nicaragua

Del cabo Blanco a (golfo) Chorotega cuentan ciento treinta leguas de


costa, que descubrió y anduvo Gil González de Avila, el año 1522. Están
en aquel trecho el golfo de Papagayos, Nicaragua, la Posesión y la bahía
de Fonseca; y antes de Cabo Blanco está el golfo de Ortiña; que también
llaman de Guetares, el cual vió y no tocó Gaspar de Espinosa, y por eso
decían él y Pedrarias que Gil González les había usurpado aquella tierra.

Armó pues Gil González en Tararequi (islas de Perlas, Panamá),


cuatro carabelas, abasteciéndolas de pan, armas y mercería; metió algu-
nos caballos y muchos indios y españoles, llevó por piloto a Andrés Niño,
y partió de allí el 26 de enero del año antedicho. Costeó la tierra que digo,
y aún algo más, buscando estrecho por allí que viniese a este otro mar del
Norte, pues llevaba instrucción y mandato para ello del Consejo de In-
dias. Andaba entonces el pleito y negocio de la especiería caliente, y de-
seaban hallar por aquella parte paso para ir a las Molucas, sin choque de
portugueses, y muchos decían al Rey que por allí había estrecho, según
dichos de pilotos. Así que se dedicó a buscar con gran diligencia, hasta
que se comieron las provisiones, y se le comieron los navíos de broma. To-
mó posesión de aquella tierra por el rey de Castilla, en el río que llamó
de la Posesión; yen honor del obispo de Burgos que le favorecía como pre-
sidente de Indias, la nombró bahía de Fonseca; ya una isla que allí dentro
está, Petronila, por causa de su sobrina.

Del puerto de San Vicente salió a descubrir Andrés Niño, y Gil Gon-
zález entró tierra adentro con cien españoles y cuatro caballos, y tropezó
• Extracto de la Historia General de las Indias
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 137

con Nicoian, hombre rico y poderoso; le requirió con la paz, y fue bien
recibido. Le predicó y lo convirtió; y así el tal Nicoian se bautizó con toda
su casa, y por su ejemplo se convirtieron y cristianizaron en diecisiete
días casi todos sus vasallos. Dió Nicoian a Gil González catorce mil pesos
de oro de trece quilates, y seis ídolos de lo mismo, no mayores que un pal-
mo, diciendo que se los llevase, pues nunca más les había de hablar ni
rogar como solía. Gil González le dió algunas cosillas de poco valor.

Se informó de la tierra y de un gran rey llamado Nicaragua, que esta-


ba a cincuenta leguas, y se encaminó allí. Le envió una embajada, que
sumariamente contenía que fuese su amigo, pues no iba por hacerle mal,
sino servidor del Emperador, que era monarca del mundo; y cristiano,
que mucho le interesaba, y si no, que le haría guerra. Nicaragua, com-
prendiendo la forma de ser de aquellos nuevos hombres, su resuelta peti-
ción, la fuerza de sus espadas y la bravura de los caballos, respondió por
medio de cuatro caballeros de su corte que aceptaba la amistad por el bien
de la paz, y aceptaría la fe si le parecía tan buena como se la elogiaban.
Y así, acogió pacíficamente a los españoles en su pueblo y casa, y les dió
veinticinco mil pesos de oro bajo, y mucha ropa y plumajes. Gil González
le recompensó aquel presente con una camisa de lienzo, un sayo de seda,
una gorra de grana, y otras cosas de rescate que le contentaron, y le pre-
dicó, en unión de un fraile de la Merced, la fe de Cristo, reprobando la
idolatría, embriaguez, bailes, sodomía, sacrificio y el comer hombres, por
lo cual se bautizó con toda su casa y corte, y con otras nueve mil personas
de su reino, que fue una gran conversión, aunque algunos dijeron no es-
tar bien hecha, pero les bastaba creer de corazón.

De cuantas cosas dijo Gil González, se alegraron Nicaragua y sus ca-


balleros, excepto de dos, una de ellas que no hiciesen guerra, y otra que
no bailasen emborrachados, pues mucho sentía dejar las armas y el pla-
cer. Dijeron que no perjudicaban a nadie con bailar ni sentir placer, y que
no querían arrinconar sus banderas, sus arcos, sus cascos y penachos, ni
dejar la guerra y las armas en manos de las mujeres, para hilar ellos, te-
jer y cavar como mujeres y esclavos. No les replicó a esto Gil González,
pues los vió alterados; mas hizo quitar del templo grande todos los ído-
los, y poner una cruz. Hizo fuera del lugar un humilladero de ladrillos con
gradas, salió en procesión, hincó allí una cruz con muchas lágrimas y mú-
sica, la adoró subiendo de rodillas las gradas, y lo mismo hicieron Nica-
ragua y los demás españoles e indios, lo cual fue una devoción digna de
ver.

Preguntas de Nicaragua

Nicaragua, que era agudo, y sabio en sus ritos y antigüedades, tuvo


grandes pláticas y discusiones con Gil González y los religiosos. Preguntó
138 CRÓNICAS DE VIAJEROS

si tenían noticias los cristianos del gran diluvio que anegó la tierra, hom-
bres y animales, y si habría de haber otro; si la tierra se habría de tras-
tornar o caer el cielo; cuándo y cómo perderían su claridad y curso el sol,
la luna y las estrellas; por qué eran tan grandes; quién las movía y tenía.
Preguntó la causa de la oscuridad de las noches y del frío, tachando a la
naturaleza, que no hacía siempre claro y calor, pues era mejor; qué honra
y gracia se debían al Dios trino de los cristianos, que hizo los cielos y el
sol, a quien adoraban por Dios en aquellas tierras, el mar, la tierra, el
hombre, que señorea en las aves que vuelan, peces que nadan y en todo
el resto del mundo. Dónde habían de estar las almas, y que habrían de
hacer una vez fuera del cuerpo, pues vivían tan poco, siendo inmortales.
Preguntó asimismo si moría el santo padre de Roma, vicario de Cristo,
Dios de cristianos; y como Jesús, siendo Dios, es hombre, y su madre, vir-
gen pariendo; y si el emperador y rey de Castilla, de quien tantas proezas,
virtudes y poderío contaban, era mortal; y para qué tan pocos hombres
querían tanto oro como buscaban.

Gil González y todos los suyos estuvieron atentos y maravillados


oyendo tales preguntas y palabras a un hombre medio desnudo, bárbaro
y sin letras, y ciertamente fue un admirable razonamiento el de Nicara-
gua, y nunca indio alguno, a lo que alcanzo, habló como él a nuestros
españoles. Le respondió Gil González como cristiano, y lo más filosófica-
mente que supo, y le satisfizo a cuanto preguntó bastante bien. No pongo
las razones, que sería fastidioso, pues todo aquel que sea cristiano las sa-
be y las puede considerar, y con la respuesta lo convirtió. Nicaragua que
estuvo atentísimo al sermón y diálogo, pregunto al oído al faraute si
aquella gente de España tan sutil y avisada venía del cielo, y si bajó en
nubes o volando, y pidió en seguida el bautismo, consintiendo en derribar
a los ídolos.

Lo que hizo además Gil González en aquellas tierras

Viendo Gil González que lo recibían cariñosamente, quiso calar los


secretos y riquezas de la tierra, y ver si confinaban con lo que Cortés con-
quistaba, pues en muchas cosas los de allí semejaban a los de Méjico, se-
gún las noticias que de allí tenían. Así que fue y halló muchos lugares no
muy grandes, mejores y bien poblados. No cabían en los caminos los mu-
chos indios que salían a ver a los españoles, y se sorprendían de su traje
y barbas, y de los caballos, animal nuevo para ellos. El principal de todos
fue Diriangen, cacique guerrero y valiente, que vino acompañado de qui-
nientos hombres y veinte mujeres, todo en orden de guerra, aunque sin
armas, y con diez banderas y cinco bocinas. Cuando llegó cerca, tañeron
los músicos y desplegaron las banderas. Tocó la mano a Gil González, y
lo mismo hicieron cada uno de los quinientos, ofreciéndoles sendos galli-
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 139

pavos, y muchos de ellos dos cada uno. Las veinte mujeres le dieron cada
una veinte hachas de oro, que pesaban dieciocho pesos, y algunas más.
Fue más vistoso que rico aquel presente, porque el oro no era más de ca-
torce quilates, y aun menos. Emplean aquellas hachas en la guerra y edi-
ficios. Dijo Diriangen que venía para ver a tan nueva y extraña gente, que
tal fama tenía. Gil González se lo agradeció mucho, le dio algunas cosas
de quincallería, y le rogó que se volviese cristiano. El dijo que le parecía
bien, pidiendo tres días de plazo para consultarlo con sus mujeres y sa-
cerdotes; y era para reunir gente y robar a los cristianos, despreciando
su pequeño escuadrón, y diciendo que no eran más hombres que él.

Fue, pues, y volvió muy armado y orgulloso, aunque muy en silencio,


y cayó sobre los nuestros armando un gran griterío de improviso, pen-
sando espantarlos y destruirlos, y hasta comérselos. Gil González estaba
bien preparado, habiendo sido avisado por sus corredores, que sintieron
a los enemigos. Diriangen acometió y peleó animosamente durante casi
todo un día. Volvióse a la noche por donde vino con pérdida de muchos de
los suyos, teniendo a los barbudos por más que hombres, y comenzó a lla-
mar a los amigos y comarcanos, despechado porque no venció.

Gil González dio muchas gracias al Señor de los ejércitos, que libró
a tan pocos españoles de tantos indios. Y de miedo, o por conservar el oro
que ya tenía, se desvió de aquel cacique, y se volvió al mar por otro cami-
no; en el cual pasó grandes trabajos, hambre y peligro de morir ahogado
o comido.

Caminó más de doscientas leguas andando de pueblo en pueblo. Bau-


tizó treinta y dos mil personas, y obtuvo doscientos mil pesos de oro bajo,
entre lo que le dieron y lo que cogió. Otros dicen que más, y algunos que
menos. Sin embargo, fue mucha riqueza, cual nunca pensara él, y lo en-
soberbeció.

Halló en San Vicente a Andrés Niño, que, según afirmaba, había na-
vegado trescientas leguas de costa hacia poniente sin hallar estrecho, y
se volvió a Panamá, y desde allí fue a Santo Domingo a dar cuenta de su
viaje, y a concertar otras naos para volver a Nicaragua por Honduras, y
saber en qué parte de aquella costa estaba el desaguadero de la laguna.
Mas ya se ha dicho cuándo yen qué fue, y cómo se perdió y le prendió Cris-
tóbal de Olid.

Conquista y población de Nicaragua

Volvieron tan contentos los españoles que fueron con Gil González,
de la frescura, bondad y riqueza de aquella tierra de Nicaragua, que
140 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Pedrarias de Avila pospuso el descubrimiento del Perú en compañía de


Pizarro y Almagro, por probarla; y así, envió allá con gente a Francisco
Hernández, el cual conquistó mucha tierra, consiguió mucho dinero, y
pobló a orillas de la laguna a Granada y a León, donde está el obispado
y la cancillería. También fundó otros lugares, pero éstos son los principa-
les. El puerto y trato es en la Posesión. Supo Gil González esto en Hon-
duras o en el cabo de Higueras, y fue contra Francisco Hernández. Le to-
mó algún oro y peleó con él tres veces;' mas al cabo se quedó el otro allí,
y se volvió él a sus navíos, donde Cristóbal de Olid lo prendió.

Pedrarias, como lo removieron de Castilla del Oro, le fue a Nicara-


gua, que la sentía en gobernación, y degolló a Francisco Hernández, di-
ciendo que trataba de alzársele con la tierra y gobierno, por tratos que
traía con Hernando Cortés; pero fue pretexto que tomó.

Es cosa notable la laguna de Nicaragua por la grandeza, poblaciones


e islas que tiene. Crece y mengua, y estando sólo a tres o cuatro leguas
de aquel mar del Sur, vacía sus aguas en este otro del Norte, a cien leguas
de él, por el sitio que llaman Desaguadero, según dije . en otro lugar, por
el cual Melchior Verdugo bajó de Nicaragua al Nombre de Dios en barcas.

Mientras que Gil González de Avila estuvo rescatando y convirtien-


do en tierra de Nicaragua, según se ha dicho, recorrió el piloto Andrés Ni-
ño la costa hasta Tecoantepec, según contaba, buscando el estrecho, el
año 1522.

1 No exactamente. Gil González peleó contra Hernando de Soto, enviado por Córdoba.
VI.. CRÓNICA DE ANTONIO DE HERRERA
SOBRE LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ'

Capítulo V

Que Gil González Dávila salió con su Armada y descubrió el Mar del Sur, con el
Piloto Andrés Niño, y que se quedó en Nicaragua, y lo que pasó en aquella Tierra.

Gil González Dávila había estado en la isla Terarequi del golfo de


San Miguel, haciendo sus cuatro navíos: y al cabo de muchos trabajos y
sudores, venciendo grandes dificultades, en que mostró mucha constan-
cia de ánimo, los puso en perfección, y salió con ellos para su viaje a 21
de Enero de este año, (1522) con el piloto Andrés Niño, llevando buen nú-
mero de indios con pocos caballos, armas, vitualla y mercería. Y ya que
tenia navegadas cien leguas por la costa al poniente, supo que el agua pa-
ra beber estaba corrompida, y los navíos tocados de broma, convino sa-
carlos a tierra para aderezarlos y hacer vasijas con arcos de hierro y
enviar a Panamá por pez y recado, y entretanto Gil González se metió en
la tierra con cien hombres, dejando ordenado a Andrés Niño, que estando
aderezados los navíos, se fuese la costa abajo, y que a ochenta leguas le
aguardase, que lo mismo haría él si llegase primero.

Fue caminando por la tierra, aunque enfermó, y por las muchas


aguas hubo de parar en casa de un cacique principal, que tenía su pueblo
en una isla de diez leguas de largo y seis de ancho: y llovió tanto en quince
días que se hundió la casa poco a poco, sin matar una lámpara, que tenía
encendida delante de una imagen de Nuestra Señora, porque como no ca-
yó de golpe, no hizo fuerza para que la lámpara se muriese. Con la lumbre
salieron cortando la techumbre y se fueron a estar sobre los árboles, y con
maderos hicieron sobrados, adonde estuvieron dos o tres días, hasta que
cesó el agua, teniendo fuego en que calentarse. Y porque diez leguas, que
142 CRÓNICAS DE VIAJEROS

había hasta la mar, no había forma de caminarlas por tierra, hicieron


balsas de muchos maderos juntos, atados con bejucos, en que fueron,
aunque con mucho trabajo, y perdiendo muchas armas y vestidos.

Llegaron al golfo de San Vicente, adonde hallaron al piloto Andrés


Niño, que acababa de llegar. Prosiguió su camino por tierra con sus cien
hombres y cuatro caballos, y envió al piloto con los dos navíos a descubrir,
dejando los otros dos en el mismo golfo. Y habiéndose topado con algunos
caciques, y hallando en ellos voluntad de recibir la Santa Fe Católica, lle-
gó a tierra del cacique Nicoia, hombre poderoso; requirióle con la paz y
fue bien recibido. Declaróle la Fe, conforme a la instrucción real que lle-
vaba. Convirtió se y bautizose y en diez días, a ejemplo suyo, hicieron lo
mismo todos sus vasallos, que eran más de seis mil. Dióle Nicoia catorce
mil pesos de oro de trece quilates, y seis ídolos de lo mismo, del tamaño
de un palmo, diciendo, que se los llevase, pues no había de tratar más con
ellos.

Gil González le dió algunas cosillas de Castilla: y habiendo tenido no-


ticia que estaba cincuenta leguas de allí un gran señor, llamado Nicara-
gua, fue a él, aunque algunos indios le aconsejaban que no lo hiciese, por-
que era muy poderoso. Envióle a decir que fuese su amigo, pues no iba a
hacerle mal, sino para declararle la Fe de Jesucristo y rogarle que obede-
ciese al rey de Castilla, que era Monarca del Mundo, y si no, que le haría
guerra, y que para ello saliese al campo, que otro día le aguardaría para
pelear.

Y habiendo entendido Nicaragua la manera de aquellos nuevos hom-


bres, la fuerza de sus espadas y la bravura de sus caballos, respondió con
cuatro caballeros de su corte: que por el bien de la paz aceptaba su amis-
tad y aceptaría la Fe si le pareciese buena, y admitió los castellanos y les
dió veinticinco mil pesos de oro bajo y mucha ropa y plumajes: Gil Gon-
zález le dió una camisa de lienzo, un sayo de seda, una gorra de grana y
otras cosas de Castilla, que le contentaron; y juntamente con un clérigo
que llevaba, le dió a entender la idolatría en que vivía y que por su salva-
ción le convenía vivir en la fe de Jesucristo, apartándose de la borrachez,
gula, sodomía y sacrificio de hombres, y de comer carne humana; por lo
cual admitió de buena gana la fe, con su casa y corte y nueve mil personas
de su reino. En sólo dos cosas reparó Nicaragua y los caballeros de su
corte, la primera, en su prohibición de hacer la guerra: la segunda, en de-
jar el bailar con la embriaguez, porque decían que en bailar no perjudi-
caban a nadie, y que no querían dejar sus banderas, sus armas y sus
penachos y que tratasen las mujeres la guerra, y ponerse ellos a hilar,
tejer, y cavar, como ellos y los esclavos.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 143

Preguntó Nicaragua si los cristianos tenían noticia del Diluvio que


anegó la Tierra, si había de haber otro y si la Tierra se habría de tras-
tornar o caer el cielo; cuándo y cómo perderían su claridad y curso el sol
y la luna y las estrellas, qué tan grandes serán, quién las tenía y movía?
Preguntó la causa de la oscuridad de las noches y del frío, tachando la
naturaleza, que no hacía siempre claro y calor, pues era mejor. ¿Qué hon-
ra se debía al Dios de los Cristianos, que hizo los cielos y el sol, a quien
adoraban por Dios en aquella Tierra, la Mar, la Tierra, el Hombre, que
señorea las aves que vuelan y peces que nadan y todo lo del mundo?
Adonde tenían de estar las Almas y qué habían de hacer salidas del
cuerpo, que vivían tan poco, siendo inmortales? Preguntó asimismo si mo-
ría el Santo Padre de Roma, Vicario de Cristo, Dios de los Cristianos. Si
el Emperador rey de Castilla, de quien tanto decían, era mortal; y para
qué tan pocos hombres querían tanto oro.

Los castellanos estuvieron espantados de oir tales preguntas de un


hombre medio desnudo, bárbaro y sin letras: y jamás se halló que indio
tal hablase con castellanos. Gil González que era discreto le respondió y
satisfizo de manera que le contentó. Y Nicaragua que había estado aten-
to, preguntó al intérprete al oído, si aquella tan avisada gente de Castilla
venía del cielo, o si bajó con nubes, o volando: y pidió luego el bautismo,
consintiendo derribar los ídolos.

Y pareciendo a Gil González, que él y sus caballeros estaban incli-


nados a las dos cosas sobredichas, no los quiso apretar más por entonces:
y teniendo una cruz en un montón de tierra grande, con gradas, que había
en la plaza del lugar, salió en procesión con muchas lágrimas y música;
adoróla, subiendo de rodillas por las gradas, y lo mismo hicieron Nicara-
gua y todos los castellanos e indios con mucha devoción; y el mismo caci-
que llevó otra en sus manos, que puso en el templo en un monumento que
le hicieron de mantas pintadas; y por esta orden convirtió a otros caci-
ques.
Capitulo VI.

Del descubrimiento que hiciera Gil González Dávila por Mar y por Tierra.

Pareciendo a Gil González, que allí era recibido con amor, quiso en-
tender los secretos de la tierra: y porque ya se tenía mucha noticia de
Nueva España, pensó en saber hasta dónde alcanzaba lo que Hernando
Cortés había pacificado. Anduvo por la tierra y halló muchos lugares, que
aunque no grandes eran buenos y bien poblados. Salían infinitos indios
a los caminos, maravillándose de ver las barbas y trajes de los castellanos
y los caballos, animal tan nuevo para ellos. El principal que hallaron fue
Diriangen, cacique guerrero, que fue acompañado de quinientos hom-
144 CRÓNICAS DE VIAJEROS

bres y diecisiete mujeres cubiertas de patenas de oro, todos en ordenanza


de guerra, aunque sin armas, con diez banderas y trompetas, a su modo:
y cuando llegó cerca, desplegaron las banderas, tocó la mano a Gil Gonzá-
lez y lo mismo hicieron todos los quinientos, ofreciéndole un gallipavo
cada uno y algunos le daban dos. Las mujeres le dieron cada una viente
hachas de oro, de catorce quilates que pesaban dieciocho pesos y algunas
más.

Preguntaes, a qué iban y qué buscaban? Ajo el cacique: Que a ver


quienes eran; porque les habían dicho que era gente con barbas y que
andaban encima de animales. Gil González se lo agradeció; dióle cosillas
de Castilla, rogóle que se hiciese cristiano. Pidió tres días de término pa-
ra comunicarlo con sus mujeres y sacerdotes, y súpose que era para jun-
tar gente y robar a los cristianos, menospreciando el poco número de
ellos, y diciendo, que no eran más valientes que él.

Y habiendo ido un clérigo con el mejor caballo que tenían y dos com-
pañeros a predicar a unos pueblos vecinos, sábado 17 de Abril, con la me-
jor fiesta del mundo, dieron sobre los castellanos ti-eso cuatro mil indios,
armados a su manera, de jubones basteados de algodón y armaduras de
cabeza, rodelas y espadas, arcos, flechas y dardos arrojadizos: pero quiso
Dios, que siendo sentidos de un indio amigo, avisó a los castellanos, que
luego salieron a la plaza. Allí acometieron los indios, pensando vencerlos
y comerlos. Diéronse los unos a los otros buenos golpes por gran rato, y
derribaron siete castellanos heridos, y se llevaban otro en peso, sin que-
rerlo matar, y habiendo arremetido con los caballos y andando entre
ellos, se pusieron en huida, dejando el que llevaban y mucha gente muer-
ta, quedando en orden los castellanos, porque si los indios volvían, no los
hallasen descuidados, y la demasiada confianza les hiciese daño; no lo
hicieron, por recoger los muertos y heridos, porque usaban, no dejar nin-
guno en el campo: y en esto volvió el clérigo y los compañeros, sacando de
cuidado, a los que pensaban, que los indios los habían muerto.

Pareció a todos que por ser pocos, andaban en gran peligro, y con la
mejor orden que pudieron, se fueron retirando a la mar, y al pasar por el
pueblo de Nicaragua, salieron a ellos grandísimo número de indios: que-
daron de retaguardia dos caballos, cuatro arcabuceros y trece balleste-
ros, porque no había más tiradores en toda la compañía, ya pasando arro-
yos y caminando, dándoles mucho trabajo los indios que dejaban las car-
gas y se huían. Fueron peleando y caminando, hasta que llegó la noche,
que pidieron paz, diciendo: Que Nicaragua no había hecho aquello, sino
otro cacique su vecino. A medianoche, aunque con trabajo, por los dolien-
tes, y habiendo perdido mucha ropa y vitualla, comenzaron a caminar,
y llegaron a San Vicente, adonde hallaron a Andrés Niño, que había
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 145

vuelto, dejando descubiertas trescientas cincuenta leguas: y habiendo


caminado desde donde salieron, seiscientas cincuenta, hasta ponerse en
diecisiete grados y medio.

Era aquel pueblo del cacique Nicaragua tres leguas la tierra adentro,
en la costa de la Mar del Sur, y de la otra parte, junto a las casas del lugar
está otra Mar dulce, que llamaron así porque crece y mengua, que es la
Laguna de Nicaragua. Los indios no dieron relación adonde salía, pero
los pilotos castellanos dijeron entonces que aquel agua salía a la Mar del
Norte.

Pareció a Gil González que era bien volverse a Panamá, habiendo an-
dado por tierra por la costa y algunas veces la tierra adentro doscientos
veinticuatro leguas: dejó bautizadas treinta y dos mil doscientas seten-
ticuatro ánimas. Llevo ciento doce mil quinientos veinticuatro pesos de
oro bajo, ciento cuarenticinco pesos de perlas. Costeó la tierra desde Cabo
Blanco hasta Chorotega. Reconoció el golfo de Papagayos, Nicaragua, la
Posesión, la bahía de Fonseca. Iba con cuidado de buscar por allí estre-
cho, para pasar al Mar del Norte, porque muchos pilotos afirmaban que
la había, para poder hacer la navegación más breve a las islas de la Espe-
ciería, sin ir por el camino de los portugueses. Dió nombre a la bahía de
Fonseca, por memoria del obispo de Burgos, y a una isla, que está dentro
de ella, llamó Petronila por una sobrina suya. Dijeron los castellanos
grandes cosas de aquella tierra, por lo cual Pedrarias Dávila, desde en-
tonces trató de enviar a poblar a Nicaragua.
LA CONQUISTA DE NICARAGUA

EFECTUADA POR FRANCISCO HERNÁNDEZ

DE CÓRDOBA
INTRODUCCIÓN

La carta de Pedrarias Dávila gobernador de Castilla del Oro al empe-


rador Carlos V, refiriéndole ciertos pormenores de la conquista de Nicara-
gua por parte de su lugarteniente Francisco Hernández de Córdoba, es
ciertamente el único documento testifical que se ha descubierto sobre ese
interesante proceso de la historia de Nicaragua y parece una transcripción
de la información original que este conquistador le enviara por manos de
Sebastián Benalcázar.

En la carta Pedrarias informa al soberano español sobre la fundación


de los tres primeros poblados españoles, León, Granada y Bruselas y se
menciona la presencia de los volcanes Masaya y Momotombo, cuyas activi-
dades sorprendentes en el año mismo de la conquista —1524— parecen ser
las primeras en su género reportadas desde el Nuevo Mundo.

La información se refiere además a los destacamentos que Córdoba


envió a Honduras y El Salvador, posiblemente en busca de minas de oro,
y la escaramuza que tuvo que librar el capitán Hernando de Soto contra Gil
González Dávila. Este último había desembarcado en la costa norte de
Honduras y venía en busca del lago de Nicaragua, sin sospechar que Pe-
dradas le estaba usurpando la conquista que había emprendido entre 1522
y1523.

El gobernador despotrica contra Gil González y Fernández de Oviedo,


quienes se quejaron ante la Corte de los caprichos y abusos de Pedrarias
en Castilla del Oro. Para desgracia de los indígenas sometidos por Córdoba
el déspota fue removido de Panamá y confirmado como gobernador de la
nueva provincia de Nicaragua. El propio conquistador y lugarteniente sufrió
de la venganza de Pedrarias, quien le mandó a degollar por haber tratado
de 'alzarse con la tierra", como se llamaba entonces a todo intento de
reclamar para sí las tierras conquistadas.
150 CRÓNICAS DE VIAJEROS

La muerte inesperada del conquistador de Nicaragua también borró


tras ella las hazañas de su conquista, quedándonos únicamente el juicio
que de él hiciera el cronista Oviedo: "El capitán Francisco Hernández, te-
niente general del gobernador Pedradas Dávila, y muy su acepto y querido,
fue por su mandado a Nicaragua, donde se dió muy buena maña, y era gentil
y hábil poblador. Este fundó las ciudades de León y Granada, con sendas
fortalezas en la costa de la gran laguna, y repartió y encomendó los indios
a los pobladores cristianos; y estaba muy bien quisto comúnmente de todos
los españoles, excepto de algunos capitanes particulares, que le enemis-
taron de tal manera con el gobernador Pedrarias, que fue desde Panamá
a buscarle, y le hizo un proceso a la soldadesca, y le hizo cortar la cabeza,
y no sin pesar a los más de su muerte y con placer de los particulares sus
enemigos. Pero la verdad es que él estaba tenido por crudo y de poca con-
ciencia; y así me parece que se hubieron con él crudamente, puesto que los
méritos que ante Dios tenía para merecer tal fin, no somos jueces de ello.
Mas en aquellas poblaciones, que he dicho, yo vi después que muchos le
suspiraban y loaban de buen poblador, y culpaban a sus émulos de mali-
ciosos y envidiosos y a Pedradas de inconstante y acelerado y mal juez.
Perdone Dios a todos".

II

El Adelantado Pascual de Andagoya vino con Pedrarias al Darién en


1514 y fue uno de sus más fieles seguidores, llegando después a ser regidor
de la ciudad de Panamá en 1521. También fue explorador de la costa de Su-
ramérica, el primero en traer nuevas de la existencia del Perú. Su Relación
muestra al respecto la gran fidelidad por la causa de Pedrarías, al cual pare-
ce justificar por la muerte de Córdoba. Andagoya ofrece algunos pormeno-
res sobre la rebelión de este capitán, una vez conquistada Nicaragua, con-
tra el poder del gobernador de Castilla del Oro. El relato presenta la cruda
disputa ya veces la lucha entre los mismos conquistadores por asegurar las
nuevas tierras conquistadas. Andagoya es el primero en emplear el término
Nicarao, aunque refiriéndose a la tierra visitada por Gil González. Fue tam-
bién gran observador de las costumbres indígenas, como veremos en otra
parte, no obstante el mordaz comentario que de él hiciera el cronista Fer-
nández de Oviedo: -Era Pascual de Andagoya hombre de noble conversa-
ción y virtuosa persona pero falto de ventura o lato de conocimiento".

III

Antonio de Herrera se refiere a las circunstancias de la conquista de


Nicaragua copiando información de la carta de Pedrarias, la Relación de
Andagoya y de otros cronistas; no obstante detalla lo relativo a la confron-
tación entre las varias facciones españolas que en ese tiempo hicieron
LA CONQUISTA DE NICARAGUA 151

avanzadas por la posesión de los territorios de Honduras y Nicaragua, inclu-


yendo la fallida intentona del conquistadorde México por asegurar a su juris-
cicción estas apartadas provincias, en contra de las pretensiones del gober-
nador de Castilla del Oro. Resulta interesante considerar al respecto que los
conquistadores de ambas provincias: Gil González Dávila, Francisco Her-
nández de Córdoba y Cristóbal de Olid, no vivieron lo suficiente para gozar
de sus respectivas conquistas.
I. CARTA DE PEDRARIAS DÁVILA AL EMPERADOR,
REFIRIENDO EL DESCUBRIMIENTO DE NICARAGUA POR SU
LUGARTENIENTE FRANCISCO HERNÁNDEZ DE CÓRDOBA*

S.C.C.- A diez de este mes de Abril de 25 llegó aquí a esta Ciudad de


Panamá un mensajero de poniente que mi Teniente Francisco Fernán-
dez me envió, que se dice Sebastián de Benalcazar, que se ha hallado en
todo lo que se ha hecho al poniente, con el cual me escribió e hizo saber
las cosas siguientes:

En el estrecho dudoso se pobló una villa que se dice Bruselas, en el


asiento de Brutina (Orotina),la cual tiene los llanos por una parte y por
la otra la mar, y por la otra la sierra donde están las minas que serán a
tres leguas; están los Indios pacíficos, y este pueblo está en medio de toda
la gente de aquellas provincias; es muy buena comarca, tiene buenas
aguas y aires y montería y pesquería en cantidad; es la tierra fructífera,
y de buenas huertas y a propósito de pan de la tierra (maíz) que lleva en
abundancia.

De este pueblo a la provincia de Nequecheri hay 35 leguas, es la tie-


rra hasta aquí muy poblada y abundosa; en esta provincia hay más tér-
mino de tres leguas de poblado, en medio de ella se fundó y pobló la nueva
Ciudad de Granada; tiene en su comarca hasta ocho mil vecinos natura-
les de la tierra, y tiene muy buenos ríos y huertos y pesquerías y mate-
riales; está (en la) ribera de la mar dulce; hízose en esta Ciudad un muy
suntuoso templo, el cual está bien servido y adornado.
En la Provincia de Nicaragua (Rivas) no se hizo pueblo porque ella
es en sí grande, y está en el principio de la tierra, y no hubo necesidad de
poblar allí.

• Tomado de la Colección Muñoz. Real Academia de Historia de España . Tomo LXXVII, folios 140a 149.
154 CRÓNICAS DIC VIAJEROS

De la dicha nueva Granada bajamos a la provincia de Imabite; queda


en medio la provincia de Masaya, que es grande provincia y muy poblada,
y la provincia de Enderi (Tenderi o NindirO, y Managua; cabe esta pro-
vincia de Masaya sale una boca de fuego muy grande, (el volcán) que ja-
más cesa de arder, y de noche parece que toca en el cielo del gran fuego
que es, y se ve 15 leguas como de día. En esta provincia de Imabite yen
medio de ella se pobló la nueva Ciudad de León, tiene en sus arrabales
15.000 vecinos de los naturales de la tierra, casados; hízose el mejor tem-
plo en ella que en estas partes se ha hecho; cabe esta ciudad de León está
otro cerro muy alto (Momotombo), y por encima de la corona sale el fuego,
que se ve a la clara de día y de noche por cinco bocas; a la redonda de este
cerro hay muy grande cantidad de azufre. Toda esta tierra es muy llana
y hay en ella muy grandes ríos; en algunas partes hay falta de agua,
algunos de estos ríos están muy calientes, que apenas los pueden pasar
por el calor del agua, y hay una fuente que a la continua hierve, tanto que
metiendo un ave u otra cosa cruda sale cocida incontinenti, y si la quieren
asar, a la calor del agua se asa ptestamente, Está esta Ciudad (en l a) ri-
bera de la mar dulce, tiene muchas y muy grandes huertas y árboles.

La mar dulce son dos bocas, y la una tiene treinta leguas de ancho,
y de la una a la otra hay un estrecho (Tipitapa), por donde se sangra, y
en medio de estas dos bocas está una laguna pequeña (Tisma); hay en ella
muchas islas pobladas. Por esta mar dulce echó al agua un bergantín,
que es para llevar en piezas, el dicho mi Teniente, para descubrir la mar
dulce, con que se bojó toda, halllóse una salida de un río (San Juan) por
donde sangra, por el cual no pudo ir el bergantín porque es de muchas pie-
dras y va muy recio y tiene dos grandes saltaderos (raudales), y fueron
por él en una canoa y no se pudo saber a donde va aparar, créese que sale
a la Mar del Norte.

Por medio de esta tierra fue otro Capitán (Gabriel Rojas) con gente
80 leguas y halló la tierra (Olancho) muy poblada, y hay muy grandes ár-
boles de sándalo, cetrino, y de cedros y pinos y de robles y quejigos y al-
cornoques en gran cantidad y de los pinos se ha hecho y hace mucha pez.

De esta Ciudad de León se fue (Hernando de Soto) descubriendo y pa-


cificando hasta la gran Ciudad de Nequepio (El Salvador), que decían
que era Melaca, adonde había llegado (Pedro de) Alvarado con su gente
de Cortés, y allí se vió donde tuvo el real (campamento) que tuvo y se vie-
ron algunas cosas de las que allí dejó, en especial una lombarda y algún
calzado. De allí se volvió la gente, y estando aposentados en una Ciudad
que se dice Toreba, , llegó Gil González con cierta gente de caballo y esco-

' Torola, actual frontera entre Honduras y El Salvador.


LA CONQUISTA DE NICARAGUA 155

peteros y ballesteros de pie, al cuarto tercio de la noche, diciendo: "San


Gil, mueran, mueran los traidores", y al ruido salió el dicho Capitán (So-
to) con la gente que tenía, y pelearon sin saber quien eran y murieron
algunos caballos y caballeros, y el esto Gil González después de la gente
y caballos muertos dio grandes voces diciendo: "Ah señor Capitán paz,
paz por el Rey", y el dicho Capitán Soto respondió, "paz por el Empera-
do?, y creyendo el dicho Capitán Soto que la dicha paz era verdadera y
no fingida, retrajo a los suyos, aunque le fue dicho por sus compañeros
que lo hacía Gil González con maña, porque esperaba más gente; todavía
se desvió con su gente más que le vino, y como los tomó sobre paz, viendo
la ventaja de la gente que tenía, tornó a pelear, y tomóle ciento treinta
mil pesos de oro de la tierra bajo y ciertos despojos como si fueran sus
enemigos; y visto Gil González el yerro que había hecho, y que no se podía
sostener, desamparó a su gente y dejó la bandera y algunas alabardas y
una silla de caderas y otro repuesto y se fue con diez de caballo y con vein-
te peones. Sobre lo cual me envió el dicho mi teniente una probanza cerra-
da y sellada, el traslado (copia) de la que él envió a V.M., signado y me
queda el original por la mala tinta de que vino escrita, porque podría ser
que yendo tanto camino cuando allá fuera no se pudiera leer.

También dice que se ha convertido a Nuestra Santa Fe Católica, de


su propia voluntad, más de cuatrocientas mil ánimas y continuamente
vienen a demandar bautismo, porque quisieron una Cruz de madera en
un pueblo que se les había puesto y nunca la pudieron quemar, así moría
toda la gente del pueblo de pestilencia que no quedó ningún Indio; y visto
este milagro los Indios comarcanos y con otros milagros que han acaeci-
do, luego vinieron a bautizar y pedir cruces, las cuales se las dan con la
mayor solemnidad que se puede. Así mismo en ciertas Mezquitas donde
aún no les habían dado imágenes de Nuestra Señora, cayeron rayos y se
quemaron, y viendo esto los de aquellos pueblos vienen a pedir imágenes
de Nuestra Señora y Cruz y bautismo, y como hay pocos clérigos los mis-
mos Indios viendo el auto que hacen los Clérigos se santiguan y se echan
el agua unos a otros.

Dice también que ha enviado a buscar minas de oro a la mar del Nor-
te, y tiénese por cierto que las hay; y para el oro que tienen habido y para
lo demás que adelante hubieren y sacaren de las minas, me envían a pe-
dir fundición, la cual enviaré lo más presto que ser pueda.

El Tesorero Alonso de la Puente partirá con la ayuda de Dios en fin


de Mayo a más tardar o en fin de Junio con todo el oro que tiene y lo que
más viniere y se pudiere haber, y no va ahora ninguno porque este navío
va solo y el dicho Tesorero llevará todo lo que acá hubiere para entonces,
con la cual cuenta y razón de la hacienda real que es y ha sido su cargo.
156 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Esto es lo que ha hecho hacia el poniente por la mar del Sur con la
armada que envié con el dicho Teniente Francisco Fernández y gente, lo
cual se hizo sin tocar en la hacienda real de V.M., para ello me ayudaron
algunas personas de estos de V.M., porque mi hacienda no basta para tan
grandes gastos como cada hora se ofrecen.

Al levante por la mar del Sur tengo enviada otra armada como le he
escrito a V.M., a descubrir con el Capitán Pizarro mi Teniente de Levan-
te, con muy buena gente y buen aderezo donde espero muy buenas nue-
vas cada hora de que Dios y V.M. serán servidos y estos reinos ennoble-
cidos porque hay nuevas de mucha riqueza. Plega a nuestro Señor guiar-
lo todo de manera que en algo pueda servir a V.M. Para esta armada del
levante me han ayudado con sus haciendas el reverendo Padre Dn. Fer-
nando de Luque, Maestre Escuela, y el dicho Capitán Pizarro y Diego de
Almagro, con aquella voluntad que verdaderos vasallos de V.M debía ha-
cer.

Entendiendo estoy en hacer navíos, y lo que es necesario para traer


aquí a esta Ciudad de Panamá la experiencia, donde más certifican Pilo-
tos que la traerán. Suplico a V. M. porque los gastos de acá son muy gran-
des y para esto de experiencia es menester ayuda de V.M. me mande a
favorecer y ayudar para ello y así mismo mande proveer de religiosos y
personas doctas que doctrinen a los indios en las cosas de Nuestra Santa
Fé Católica, porque hay acá mucha necesidad de ellos, sobre lo cual va
el reverendo P. Fr. Francisco de Bovadilla, nuestro Procurador y Provin-
cial de la Orden de Santa María de la Merced de estos Reinos, a hacer re-
lación a V.M. a la cual humildemente suplico mande dar Audiencia por-
que es persona que da ejemplo y doctrina, ha fructificado mucho en la
conversión de los Indios y dado mucha consolación a los cristianos con sus
predicaciones y es persona que sabe las cosas de acá como testigo de vista,
el cual tiene fundadas ciertas casas de su santa religión y le mande volver
luego porque de su doctrina, así para los Indios como para los Cristianos,
hay acá mucha necesidad, y le made dar favor, para que traiga religiosos
con que se aumente la Santa Fé de Jesucristo, pues la principal cosa que
V.M me tiene mandado en que lo sirva es esto.

Acá he sabido que el Capitán Gil González, olvidando los beneficios


que de mí recibió en estos reinos, y lo mucho que le ayudé por servir a
V.M. en la armada que trajo a su cargo, apartándose de la verdad, ha in-
formado a V.M. y a los de su muy alto Consejo de cosas no ciertas, y así
mismo un Oviedo (Gonzalo Ferández) que ha estado acá sirviendo unos
Oficios del secretario López Cochillos, y se fue huyendo secretamente por
temor a la pena que sus crímenes merecían, dicen que ha dado ciertos ca-
pítulos contra mí, y porque en mí se ha de ejecutar más gravemente que
LA CONQUISTA DE NICARAGUA 157

en otro la pena por cualquier culpa que haya cometido, muy humilde-
mente suplico a V.M., en remuneración de los servicios que desde mi ni-
ñez he hecho o fue a los bienaventurados católicos reyes de gloriosa me-
moria, vuestro abuelo y padre ya V.M., mande proveer de un juez sin sos-
pecha que me venga a tomar residencia, porque yo tengo por cierto que
V.M. sería informado de mis servicios y yo quedaré libre de las inicuas
informaciones que los susodichos han hecho y dado contra mf, y también
suplico a V.M. me mande dar licencia para que vaya a besar sus reales
manos y pies, porque en el acatamiento de V.M. ninguno ose decir suso-
dicho y si no lo cierto, porque quien con su honra no cumple, no cumplirá
con el servicio de Dios ni de Vuestra Majestad.
ii• LA CRÓNICA DE LA CONQUISTA SEGÚN
EL ADELANTADO PASCUAL DE ANDAGOTA.

En el año 17 vino Gil González de Avila con cierta capitulación de


S.M. al Darién, con gente y carpinteros de hacer navíos y toda la muni-
ción para ello, para hacerlos en el río de la Balsa, y la ligazón de ellos llevó
de España hecha: lo cual todo fue a desembarcar a Acla, y el Gil González
fue al Darién a que el Gobernador le favoreciese para ello, y los navíos
hizo en el río de la Balsa, y bajó ala mar y pasó a la isla de las Perlas, y
de allí el año del 19, poblada Panamá, vino allí con su armada. Este había
de descubrir cierta cantidad de legua al poniente, por lo que capituló, y
así corrió la costa y llegó al golfo de Sanlúcar, que ya estaba descubierto
por Pedrarias, que es el principio de la tierra de Nicarao, y pasados al
paraje donde ahora es León y Granada, desembarcó y dió en un pueblo
donde halló en una mezquita 100,000 pesos de oro bajo.

Y como en la tierra se supo esto, vino sobre él mucha gente de guerra,


y se hubo de tornar a embarcar, no siendo parte para poder resistirlos,
y se volvió a Panamá, donde fundió el oro, y desde allí se vino a España,
y volvió a Santo Domingo e hizo armada para ir por Honduras a poblar
en Nicarao. En este tiempo, Pedrarias envió a un Francisco Hernández
de Córdoba por capitán y con gente bastante para ganar y poblar aquella
tierra, y éste entró ganando y conquistando aquella tierra, donde hubo
muchas escaramuzas y guerra, y pobló la ciudad de León y Granada, y
en ellas hizo fortalezas para defenderse.

• Tomado de la 'Relación de los Sucesos de Pedrarias Dávila en las Provincias de la Tierra Firme.
Colección de los Viajes y Descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV.
Martín Fernández de Navarrete.

'El golfo de Nicoya fue descubierto en Octubre de 1519 par los pilotos Juan de Castañeda y Hernán
Ponce de León, enviados por el Alcalde de Panamá, Gaspar de Espinosa, por órdenes de Pedra-
rias.
LA CONQUISTA DE NICARAGUA 159

Este Francisco Hernández que pobló aquella tierra, viéndose pode-


roso de gente y tan vicioso de todo los demás, trató de alzarse y no
obedecer a Pedrarias, ni a ninguno que enviase; y para esto hizo juntar
los principales de estos dos pueblos para que escribiesen a S.M. que se lo
diese por gobernador, y los capitanes Francisco Campañón y (Hernando
de) Soto no solamente no vinieron en ello, mas antes le reprendieron lo
que hacía; y temiéndose de ellos (que eran diez o doce que hacían concilio
por si para resistirle lo que quería hacer) prendió al Soto y le puso en la
fortaleza de Granada, y el Francisco Campañón, con los nueve que tenía
de su parte, se fue a Granada y sacó de la cárcel al Soto, y salieron todos
diez al campo bien armados y sus caballos. Y el Francisco Hernández,
como lo supo, vino a Granada con hasta 60 hombres y hallólos en el campo
que le estaban aguardando, y no los osó acometer porque tenía por cierto
que habían de matar a él antes que a nadie; y éstos tomaron la vía de
Panamá, y con mucho peligro y trabajo, dejando los caballos en el camino
por no poderlos pasar, llegaron ya descalzos, pasando de noche por los
pueblos de indios y tomando comidas se salían de ellos; y llegaron a la
provincia de Cheriqui, que es entre Burica y Nisca, que arriba decimos,
donde estaba un pueblo que un capitán Benito Hurtado había poblado
por mandato de Pedrarias, que se decía la ciudad de Fonseca, y aquí se
refrescaron, y este capitán les dió una canoa en que vinieron hasta Nata.
Y dando nueva y razón de lo que allá pasaba a Pedrarias, aderezó navíos
y gente para ir allá, y prendió al Francisco Hernández y le cortó la cabeza.

Esta ciudad de Fonseca, después que pasaron por allí los diez espa-
ñoles, salió el capitán con cierta gente la vuelta de Nicaragua, donde és-
tos vinieron, y metióse tanto en la tierra de Nicaragua que el Francisco
Hernández le prendió y le tomó la gente; y así se despobló aquel pueblo,
porque los que quedaban en él, visto que el capitán y la gente que con él
iba no volvía, se fueron tras ellos en el golfo de Sanlúcar, que era frontera
de los que iban de Panamá. El Francisco Hernández pobló una villa
(Bruselas); y ésta, entendido que él se quería alzar, se alzó de él, y envió
sobre ella y la despobló.

En este tiempo pasó el marqués del Valle (Hernán Cortés) cuando


vino a Honduras por cerca de Nicaragua. Y el Francisco Hernández, que-
riendo desasir de Pedrarias, le envió a decir que viniese allí, y que le daría
la tierra. El Gil González, que salió de Santo Domingo en demanda de
Nicaragua por la vía de Honduras, encontró en una provincia que se dice
Manalaca con el capitán Soto que el Francisco Hernández había enviado
a aquella parte; y resistiéndole que no pasase adelante, el Gil González
se detuvo, y usando de maña con el trato de paz; él de gente, no le temió,
antes por estar muy cerca unos de otros no puso guarda en su Real, y una
noche dio el Gil González en él y tomándolos descuidados los prendió y
160 CRÓNICAS DE VIAJEROS

tomó las armas, y de la gente que salió a resistirle murieron dos hombres
con dos arcabuces. Y no estando el Gil González de tener en su compañía
tal gente lo soltó y visto que a Nicaragua no era parte para entrar, se vol-
vió de allí a Puerto de Caballos, donde estaba Cristóbal de Olid, capitán
de Cortés, y (Francisco de las) Casas, que era un capitán que había envia-
do Cortés sobre él. Y el Gil González, estando todos en poder de Cristóbal
de Olid, un día estando comiendo le dieron de puñaladas y murió.

Estando ya Pedrarias en Nicaragua, envió a un Martín Estete con


cierta gente a poblar en una provincia de Manalaca, y habiendo poblado
una Villa, envió don Pedro de Alvarado de Guatimala otro capitán dicien-
do que entraban en su gobernación, y ésto tomó el pueblo al Martín Es-
tete, y él se vino huyendo a Nicaragua solo, y pobló aquel capitán la villa
de San Miguel, que ahora es de la gobernación de Guatimala.

Arriba decimos cómo Lope de Sosa venía por gobernador de Tierra


firme, el cual, en llegando al púerto del Darién, sin desembarcar murió.
Después vino por gobernador de aquella tierra Pedro de los Ríos, y estan-
do Pedrarias en Nicaragua vino a Panamá a hacer residencia, y el Pedro
de los Ríos fue a Nicaragua, y al tiempo que llegaba vino por la provincia
de Honduras un Diego López de Salcedo, proveído de la audiencia de San-
to Domingo por gobernador de Honduras, y vínose a meter en Nicaragua,
y llegando entre ambos casi en un día a León, se dió tan buena maña con
el asistente que quedaba allí por teniente de Pedrarias, que sin traer pro-
visiones para ello le recibieron y echaron al Pedro de los Ríos de la tierra,
y se volvió a Panamá.

En ese tiempo vinieron provisiones a Pedrarias de la gobernación


de aquella tierra, y fué allá, donde murió. Después de él quedó el obispo
Diego Alvarez Osorio por gobernador, el cual murió dende a poco tiempo
que gobernaba. Y quedó el licenciado Castañeda, que era alcalde mayor
en la gobernación: éste hizo tales cosas, que sabido que venía por gober-
nador Rodrigo de Contreras, yerno de Pedrarias, que no osándole a
aguardar se fue al Perú con toda su casa; y sabido que era pasado por Pa-
namá, se vino el licenciado a Santo Domingo, y de allí a esta corte, don-
de murió. El Rodrigo de Contreras ha gobernado hasta ahora que vino a
esta corte preso, y le mandaron volver a hacer residencia. No hizo en
aquella tierra cosa buena que sea de contar, antes persiguió a los vecinos
casados y honrados.
III:. LA CONQUISTA DE NICARAGUA
REFERIDA POR ANTONIO DE HERRERA.

Capítulo XII

Que Francisco Hernández de Córdoba pobló a Granada, en Nicaragua, lo que


pasó entre su gente, y Gil González Dávila.

Francisco Hernández de Córdoba salió de Panamá con la armada,


que le dió Pedrarias, con voz de poblar en Nicaragua, diciendo que le per-
tenecía; porque primero que Gil González había descubierto aquella tie-
rra: y así era verdad, que hasta el golfo de San Lúcar tenía descubierto.
Pobló un villa en el Estrecho Dudoso, que llamó Bruselas, en el asiento
de Urutina, que por una parte tenía los llanos, y por la otra la mar, y la
otra la sierra de las minas. Pasó treinta leguas adelante, a la provincia
de Nequecheri, adonde fundó la nueva ciudad de Granada, en la orilla de
la laguna: y fabricó un templo muy suntuoso y una fortaleza, porque
aunque hasta entonces había tenido victoria, en muchos reencuentros
con los indios, por ser la tierra muy poblada, convenía asegurarse de
ellos, y por entonces no hubo necesidad de poblar en la provincia de Nica-
ragua (Rivas); pasó de Granada a la provincia de Ymabite, dejando en
medio la de Masaia, grande y bien poblada. Llevó un bergantín en pie-
zas, con el cual hizo descubrir y bojar toda la laguna, y hallóse salida a
un río por donde sangra, y no pudo navegar adelante el bergantín por ha-
ber muchas piedras y dos raudales o saltos muy grandes; pero confir-
máronse en que salía a la Mar del Norte. Envió a un Capitán (Rojas) con
alguna gente (que) anduvo ochenta leguas por la tierra y hallóla muy po-
blada y con grandes arboledas, de diversas suertes.
Llevó Francisco Hernández algunos religiosos, los cuales, con mucho
fervor (se) entendieron, por medio de los intérpretes, en la predicación y
Tomado de la Historia general de los hechos de los castellanos, Libros Quinto y Nono.
162 CRÓNICAS DE VIAJEROS

en hacer los ejercicios catóficos que eran necesarios, plantando cruces en


las partes que les parecían más convenientes. Y lo que más movió a los
indios fue, que habiendo hecho gran fuerzas en derribar una cruz de un
lugar, nunca la pudieron quitar ni quemar, y se moría toda la gente de
pestilencia. Este milagro con otros, que cada día se veían, admiró de tal
manera a los indios comarcanos, que infinito número de ellos acudió a
pedir cruces y bautizarse; y en ciertos templos, donde no había entrado
la señal de la Cruz, ni se habían puesto imágenes, cayeron rayos y se que-
maron, por lo cual todos los pueblos pedían bautismo y las imágenes de
Nuestra Señora; y como había pocos clérigos, los mismos indios, a imi-
tación de los sacerdotes católicos, se echaban agua unos a otros. De todo
esto dió cuenta Francisco Hernández a Pedrarias, con Sebastián Benal-
cázar, y le avisó que había descubierto que gente castellana andaba por
cerca de aquella tierra, y que hasta entonces no sabía de quien era, pero
que con cuidado lo procuraba saber.

La gente de esta tierra decía que había descendido de la mexicana:


su traje, lengua era casi como el de México y las mujeres vestían muy
bien. Tenían sus mercados en las plazas, adonde contrataban con cacao
por moneda. Había muchas mujeres hermosas; tenían por costumbre los
padres, cuando eran ya doncellas para casar, de enviarlas a ganar para
su casamiento, y así andaban públicamente por toda la tierra, y en te-
niendo lo que habían menester, las casaban, y los maridos estaban tan
sujetos a ellas, que si se enojaban los echaban de casa, y aún ponían las
manos en ellos y los hacían servir; y ellos iban a rogar a los vecinos para
que aplacasen a la mujer. También usaban que en la noche del casamien-
to dormía el mayor sacerdote, que en su lengua decían Papa, con la novia.
Tenían el sacrificio de hombres y mujeres, y la disciplina, sacándose san-
gre de las lenguas con que untaban a los ídolos, ofreciéndosela. Confesa-
ban al Papa las cosas que tenían por pecados, con que les parecía que
quedaban libres.

Hay en estas provincias volcanes y es el principal el de Masaia, de


que se ha hablado, adonde los indios llevaban a ofrecer doncellas, en cier-
tos tiempos, y las echaban dentro, pareciendo que con sus vidas aplaca-
ban aquel fuego, que no abrasase la tierra, y ellas iban muy alegres.

Habiéndose apercibido Gil González Dávila de la gente y vitualla que


hubo menester en la isla de Santo Domingo, se encaminó a Honduras, pa-
ra sin impedimento de Pedrarias, atravesar Nicaragua. Llegó a Guaimu-
ra, que así se llamaba primero la Provincia de las Ybueras, y no pudiendo
tomar a Puerto de Caballos, excelente estancia para mucho número de
navíos, y el mejor puerto que ni en lo descubierto (había), con el mal tiem-
po echó a la mar algunos de los caballos que llevaba, de donde le quedó
LA CONQUISTA DE NICARAGUA 163

el nombre, y el tiempo le hizo decaer; hasta el Golfo Dulce. Y por no tener


reconocida la Tierra Firme, que le parecía áspera y montuosa, acordó
poblar un lugar que llamó San Gil de Buena Vista, y los indios, deseosos
de verle fuera de allí, le mostraban la tierra de Honduras, rica y espa-
ciosa; acordó meterse en ella, pues era aquel su intento, por entre el cabo
de Camarón y Trujillo, dejando alguna gente en San Gil a cargo de Fran-
cisco Riquelme. Fue por la tierra adentro, pensando de hallar el Mar del
Sur y en el valle de UI ancho tuvo nueva de Francisco Hernández de Cór-
doba y que su gente andaba cerca.

Ya Francisco Hernández, como tuvo noticia de la gente castellana


que andaba a la parte del Norte, envió al capitán Soto, con algunos sol-
dados, para que tomasen lengua. Y estando aposentado en Toreba, dió
Gil González sobre él, al cuarto tercio de la noche, diciendo: San Gil, mue-
ran los traidores. Salió el capitán Soto con su gente y pelearon y murieron
algunos. Estando peleando, Gil González, a grandes voces, dijo:A Señor
Capitán, paz, paz, por el Emperador; y creyendo Soto que esto se hacía
sin malicia, retiró a los suyos, aunque le dijeron que Gil González era as-
tuto, y que lo hacía por aguardar más gente. No los creyó y así estuvieron
los unos y los otros algunos días, en los cuales Soto dió aviso a Francisco
Hernández de Córdoba como era Gil González el capitán que andaba en
aquella tierra y los pensamientos que llevaba. Llegó más gente a Gil Gon-
zález, con lo cual, sin respeto de la paz, dió sobre los soldados de Soto y
los desvalijó; y entre otras cosas les tomó ciento treinta mil pesos de oro
bajo que tenían.

Francisco Hernández, sabido que Gil González andaba en la tierra,


por no darle lugar a entrar en ella, se acercó más a él, y pobló en medio
de la provincia de Ymabite la ciudad de León, con templo y fortaleza, así
para la resistencia de Gil González, como para la defensa de los indios,
porque en sus arrabales había quince mil vecinos.

No pareciendo a Gil González que estaba seguro, aunque había de-


sarmado a la gente de Soto, temiendo de Francisco Hernández, soltó los
presos y dejó la gente, y con el oro tomado volvió a Puerto de Caballos,
porque tuvo noticia que otra armada había llegado a aquella parte, que
era de Cristóbal de Olid, el cual pobló luego, catorce leguas más abajo del
Puerto de Caballos, la villa del Triunfo de la Cruz, habiendo tomado pri-
mero la posesión por el Rey, porque en tal día tomó tierra, y nombró por
alcaldes y regidores y oficiales del Consejo a los que Cortés le había seña-
lado, aunque los bandos se echaban en nombre del rey y de Cristóbal de
Olid, que se comenzó a entender que se iba apartando de la obediencia
de Cortés, y como atentamente miraba como lo tomaba la gente, a unos
con el temor atraía así y a otros con premios, con que los sosegó y tuvo su
164 CRÓNICAS DE VIAJEROS

voluntad. Envió diversas tropas a reconocer la tierra, y él mismo fue al-


gunas veces, con tanta templanza que nunca dió ocasión para que los in-
dios se quejasen. Halló el valle de Naco, (San Pedro Sula) la mejor tierra
de aquella provincia, llano fértil, espacioso, cercado de sierras, con an-
chos caminos, con muchas flores, frutas y verduras muy deleitosas, casi
semejante a Valencia. Supo también que Gil González andaba por allí,
trato confederación con él, para contra Francisco Hernández, con el cual
tuvo algunos reencuentros, pero sin mucho daño de los unos y de los
otros: y entretanto ya tenía Cristóbal de Olid descubiertas treinta leguas
de tierra, sin alteración de los naturales.

Capítulo I

Que Pedrarias fue a Nicaragua. La instrucción que llevó Pedro de los Ríos para
gobernar en Castilla del Oro.

Partió en el principio del año de mil quinientos veinte y seis el go-


bernador Pedrarias Dávila, de Panamá para Nicaragua, con motivo de
que, con deseo de servir al Rey, había enviado a Francisco Hernández de
Córdoba, con poder suyo y en nombre de su majestad, a pacificar las pro-
vincias de Nicaragua y poblarlas; y que para abastecer la armada que le
dió gastó cuanto tenía y buscó mucho dinero prestado de sus amigos, con
que quedó muy adeudado; y que habiendo llevado orden para que de lo
que se ganase se pagase lo que pertenecía al rey y a particulares lo que
se había gastado, y que lo demás se repartiese entre todos, conforme a las
ordenanzas yuso y costumbre de la tierra. Hallándose el dicho Francisco
Hernández apoderado de las provincias y con mucha riqueza traté de al-
zarse, aunque tuvo muchos que dijeron que Pedrarias Dávila no se movió
sino por la noticia que tuvo que Don Hernando Cortés quería pasar a Ni-
caragua, para defender de que no entrase en aquella tierra, que preten-
día que era de la gobernación de Castilla del Oro, y que habiendo sabido
que iba Pedro de los Ríos por sucesor, no quiso aguardar la residencia. En
llegando a la ciudad de León, prendió a Francisco Hernández y le cortó
la cabeza, cosa que dió mucho sentimiento a los amigos de Francisco Her-
nández, que negaban estar alzados y afirmaban que cuando lo estuviera
se defendiera de Pedrarias, de manera que no le hubiera fácilmente a sus
manos.
RECONOCIMIENTO GEOGRÁFICO

DE COSTAS Y LAGOS Y EXPLORACIÓN

DEL RÍO SAN JUAN


INTRODUCCIÓN

Una vez consolidados los procesos del descubrimiento y conquista de


Nicaragua, el país quedó abierto a la exploraciones geográficas. Además
de las 'entradas" realizadas por los conquistadores en el nuevo territorio,
con el afán de localizar "minas" de oro, fue necesario reconocer las costas
marinas y los lagos interiores; fundar puertos y encontrar rutas que asegu-
rasen la comunicación y el comercio de los pueblos fundados en Nicaragua
con el resto de las colonias españolas en el Nuevo Mundo, no sin descartar
la posibilidad de dar con el anhelado Estrecho que permitiría el paso de un
mar a otro, el cual era buscado desde los tiempos de Colón.

Para 1530 el contorno de América estaba todavía grotescamente dibu-


jado en los mapas, para no decir incompleto, no obstante la información traí-
da por los pilotos que recorrían las costas de América. El océano Pacífico,
entonces bautizado como Mar del Sur, había sido descubierto por Balboa
en 1513 y la costa de Centroamérica, hasta el golfo de Tehuantepec, reco-
nocida la vez primera por Andrés Niño diez años después.

Una completa información de esa parte de la costa la ofrece Gonzalo


Fernández de Oviedo, en su Historia General y Natural de las Indias, aun-
que el cronista solamente reconoció la sección comprendida entre Panamá
y el puerto de La Posesión o El Realejo. Como aficionado a la cartografía,
Oviedo usó a menudo el astrolabio para rectificar las primeras medidas de
latitud en los sitios que fue tocando en su tránsito costero entre Panamá y
Nicaragua, con un error promedio de sólo medio grado, posiblemente debi-
do más a la imperfección del instrumento que a yerro de cálculo.

La información de primera mano que presenta sobre el litoral de la ac-


tual Costa Rica, incluyendo la descripción del golfo de Nicoya y de sus islas,
es muy instructiva. Aparentemente Oviedo navegó de Panamá a Nicoya,
rumbo a Nicaragua, en 1527, y lo hizo en sentido inverso, a su regreso dos
168 CRÓNICAS DE VIAJEROS

años después. Los dos únicos puntos costeros del país donde el cronista
estuvo fueron el puerto de La Posesión, cuando midió la latitud y conoció
los peces roncadores y la costa de Papagayo (El Ostional-Bahía de Sali-
nas), así llamada por los españoles debido a un cacique que Gil González
encontró en ese sector en 1523, no obstante que Oviedo atribuye el nombre
al parloteo" producido entre el velamen y las jarcias de los barcos que so-
lían navegar por aquella ventosa costa.

En otra parte de su Historia el cronista menciona algunos accidentes


costeros comprendidos entre la punta de Santa Catalina (hoy península de
Santa Elena) y la bahía de Chorotega, (golfo de Fonseca, como lo bautizara
Andrés Niño), en cuyos contornos vivían los Chorotegas Malalacos. Entre
los accidentes del actual litoral nicaragüense cita: el golfo de Santiago, que
parece corresponder a la ensenada del Astillero; la punta de Nicaragua,
(después llamada Desolada, hoy Masachapa); el río Mesa (Tamarindo); el
río San Pedro (Río Viejo de Aserradores), y el cabo Hermoso, la actual pun-
ta Cosigüina.
II

La primera descripción de los lagos y lagunas de Nicaragua realizada


por el cronista Oviedo constituye una rica pieza de información novedosa,
no obstante las digresiones que inserta. La fascinación por aquel país don-
de vivió por dos años parece haber abrumado la mente del escritor, al extre-
mo de hacerle deslizar la pluma hacia variados temas que en el momento
de manejarla se le ocurrieron.

Al tiempo de su estadía en Nicaragua, no existía una idea clara sobre


la cuenca lacustre. Se sospechaba que la formaba una serie de lagunas in-
terconectadas, con salida al Mar del Norte —léase Caribe— por medio del río
Desaguadero, más adelante llamado San Juan. El conquistador Gil Gonzá-
lez Dávila, un lustro antes, había descubierto el gran lago de Nicaragua, al
cual bautizó como Mar Dulce en vista de su dimensión, oleaje y "mareas".
Sospechó que tenía una salida hacia el Mar del Norte. El siguiente con-
quistador, Francisco Hernández de Córdoba, reconoció poco después el la-
go de Managua y su conexión con el gran lago a través del "río" Tipitapa.
También echó un bergantín en las aguas de este último para descubrir su
desagüe, por donde la nave bajó hasta donde los primeros raudales la de-
tuvieron. De ahí en adelante todo quedó en especulación. Martín Estete fue
mandado por el gobernador Pedrarias a "reconocer el fin de las lagunas',
en 1529, pero no llegó al mar Caribe, al cual aparentemente columbró desde
la sierra volcánica de Costa Rica, sospechando entonces que se trataba
mas bien de una tercera laguna. El reconocimiento total del río San Juan fue
realizado por Alonso Calero en 1539, tal como se describe en la crónica co-
rrespondiente.
COSTAS, LAGOS Y EL Río SAN JUAN 169

Resulta interesante la información de Oviedo sobre los saurios y peces


de los lagos. El descubrimiento de un "cacaste" de pez-sierra en una playa
del lago de Nicaragua acabó por confirmarle la sospechada comunicación
del sistema lacustre con la Mar del Norte. En realidad, la existencia de tres
especies de selacios marinos en las aguas dulces de los lagos sigue siendo
una de las más interesantes excepciones de la fisiología zoológica en aguas
tropicales.

Obviamente el paisaje de islas volcánicas, de lagunas cratéricas y de


volcanes en las márgenes de los lagos, dio muchos argumentos a la pluma
del cronista, situaciones que no habían sido reportadas todavía en las otras
regiones de las Indias. Al volcán de Masaya, con su lava incandescente en
el fondo del cráter, dedicó varios capítulos del libro XLII, los cuales se pre-
sentan al final de este Tomo. Oviedo reconoció dos lagunas volcánicas en
las cercanías de León (Viejo), además de la laguna de Tiscapa, cuadrada
como una alberca; la de Lenderí, adonde bajaban las indias por unos horro-
rosos despeñaderos en busca de agua, y la de Diriá o Apoyo, un poco salo-
bre pero de buena pesca.

III

La odisea de los capitanes Alonso Calero y Diego de Machuca bajando


por el selvático y raudaloso curso del Desaguadero es sin lugar a dudas la
mejor de las aventuras experimentadas por los españoles en Nicaragua,
tanto como para inspirar un interesante filme dramático, sin necesidad de
auxiliar al guión con exabruptos hollywoodescos.

Alonso Calero inicia su pormenorizada Relación —escribiendo siempre


en tercera persona— con el relato de la azarosa travesía del gran lago, si-
guiendo la protegida costa de Chontales, no obstante los vientos contrarios
que soplaban después de mediodía y que hacían retroceder su flota tanto
como lo avanzado en el día. Luego describe el cauteloso ingreso al río San
Juan, calando su profundidad, sorteando los turbulentos raudales, hasta al-
canzar finalmente el mar, después de haber dividido su tropa y enviado a
Machuca por la selva en busca de las fabulosas poblaciones del Yare.

Agotadas las provisiones, al extremo que los que se internaron en la sel-


va tuvieron que comerse los caballos, salteando los plantíos de los indios
que por lo general éstos solían quemar para desalentar el paso de los espa-
ñoles, enfrentando tribus belicosas y aguerridas entre sí, expuestos al ata-
que de fieras y animales ponzoñosos, acicateados por el hambre, sin poder
cazaren la selva con la pólvora mojada, llegaron tras dura travesía a la costa
del mar. Buscaron a Machuca sin encontrarlo, como tampoco hallaron comi-
da después de navegar junto a la costa y penetrar por los ríos en una región
170 CRÓNICAS DE VIAJEROS

aparentemente deshabitada. Hambrientos y harapientos solamente nueve


españoles de los setenta que fueron con Calero, además de algunos indios
ayudantes, lograron embarcarse con rumbo a Nombre de Dios en busca de
salvación.

Además de dramatismo, el relato de la expedición ofrece información


de gran valor etnológico sobre los primitivos habitantes que vivían a ambos
lados del río. El itinerario, cuidadosamente estudiado, nos lleva a la con-
clusión que el nombre dado después a la corriente obedeció a la fecha 24
de Junio de 1539, fiesta de San Juan Bautista, día en que los exploradores
descubrieron el final del río, cumpliendo así con una cédula real enviada al
gobernador de Nicaragua, Rodrigo de Contreras, ordenándole mandase a
investigar el término del Desaguadero, cuyo destino no había sido aún es-
clarecido a quince años de la conquista de Nicaragua.
1.- EL CRONISTA GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO
DESCRIBE LOS ACCIDENTES A LO LARGO
DE LA COSTA DEL MAR DEL SUR *

Capítulo II

En continuación de la geografía y asiento de la Tiera-Firme, desde la ciudad y


puerto de Panamá hasta el río de la Posesión, que es en la gobernación de la
provincia de Nicaragua.

Yo he navegado lo que hay en la mar del Sur desde la ciudad y puerto


de Panamá, que es en la gobernación de Castilla del Oro en Tiera-Firme,
y de la lengua que los indios dicen de Cueva, hasta el río que llaman de
la Posesión, a la parte occidental que está en la gobernación de Nicara-
gua, y más de una vez y con diversos pilotos y hombres de la mar diestros
en aquella costa. Y comúnmente ponen desde Panamá a la Posesión tres-
cientas leguas, navegándolo por alta mar y no costa a costa; pero ahora
pondré la costa de la tierra y diré las leguas que yo hallo por estas costas
modernas, e digo así:
Desde Panamá hasta la punta de Chame se ponen veinticinco leguas
en larga mar, pero corridas tierra a tierra por la costa son más de cincuen-
ta. Aquella punta está en siete grados y medio (digo Chame); más la mis-
ma Panamá está en ocho grados y medio de esta parte de la línea equi-
noccial (indudablemente), porque yo he muchas veces tomado la altura
con el astrolabio y en diversos tiempos, y estando el sol de esta parte de
la línea, y también dando en el trópico de Capricornio de la otra parte de
ella.
Desde la punta de Chame hasta la punta de Güera hay veinticinco
leguas, pero andándolas tierra a tierra son más de treinta; y está la dicha
( Tomado de la Historia General y Natural de las Indias. Parte Tercera, Libro XXXI).
172 CRÓNICAS DE VIAJEROS

punta de Güera en seis grados y medio. Y entre ambas puntas está el gol-
fo que llaman de Paris, porque allí estuvo un rico y poderoso cacique lla-
mado Paris pero los españoles le hicieron presto pobre y flaco. Notorio es
que en veces más de noventa o cien mil pesos de oro dió, y le tomaron
diversos capitanes.

Desde la punta de Güera a la punta de Buenavista se ponen veinte


leguas, pero andándolas por la costa son más de veinticinco. Y está la
punta de Buenavista en seis grados y medio de esta parte de la línea, y
en este camino está entre ambas puntas el río de Güera.

Desde la punta de Buenavista a la punta de Santa María hay


veintitrés o veinticuatro leguas, y andándolas costa a costa más de cua-
renta y cinco. En este ancón está, en la parte más septentrional de él, el
puerto de Ponuba, el cual está a siete grados y medio de esta parte de la
línea; pero la punta Santa María está a seis grados y tres cuartos de esta
parte del equinoccio; y dentro del dicho ancón y de las dichas puntas es-
tán las islas de Zebaco, a tiro de escopeta o poco más la una de la otra, que
son dos, y de buenas fuentes y torrentes y arroyos. Yen la que está más
al Este está enterrado aquel docto filósofo veneciano, llamado Codro, que
con sus deseos de saber los secretos de estas partes pasó acá y murió allí,
y el piloto Juan Cabezas lo enterró en aquellas islas, donde a su ruego lo
sacó a morir. Y acabó encomendándose a Dios, como católico, no obstante
que un día o dos antes emplazó al capitán Jerónimo de Valenzuela que
le había maltratado; y le dijo estas palabras el Codro: "Capitán, tú eres
causa de mi muerte, por los malos tratamientos que me has hecho. Yo te
emplazo para que vayas a estar a juicio ante Dios conmigo dentro de un
año, pues yo pierdo la vida por tu mal comportamiento". Y el capitán le
respondió que no curase de hablar aquellos desvaríos, y que si se quería
morir que a él se le daría poco de su emplazamiento; que el enviaría un
poder a su padre y abuelos y otros deudos suyos, que estaban en el otro
mundo, que le responderían como él merecía.

El caso es que el capitán le pudiera hacer placer en contestarle, y sin


exponer nada de su caso, si quisiera. Finalmente, que el Valenzuela mu-
rió dentro del término que el otro le señaló y dijo en su emplazamiento.
Yo estuve con el mismo piloto en la misma isla, y me enseñó un árbol, en
la corteza del tronco del cual estaba hecha una cruz cortada, y me dijo que
al pie de aquel árbol había enterrado a dicho Codro. De forma que este
murió en su oficio como Plinio en el suyo, escudriñando y andando a ver
secretos de natura por el mundo.

A este piloto le pesaba mucho de la muerte de Codro, y le loaba de


buena persona. Ya otros que le trataron he oído decir lo mismo, y me dijo
COSTAS, LAGOS Y EL Rio SAN JUAN 173

que estando apartados de tierra en la mar, le rogó que por amor a Dios
le sacase a morir fuera de la caravela en una de aquellas islas, y el piloto
le dijo: "Mi ser Codro, aquello que decís que son islas, no lo son, sino tierra
doblada, y no hay islas allí". Y el replicó: "Llévame, que sí hay dos buenas
islas junto a la costa y de muy buena agua, y más adentro está una gran
bahía o ancón con un buen puerto en la Tierra-Firme". Y así era la ver-
dad, y el puerto por quien Codro decía es el de Ponuba, del que de suyo
se dijo; y el piloto quedó maravillado después que salieron a tierra y vio
ser como Codro había dicho, sin haber estado allí cristiano alguno ni sa-
berse tal puerto de nignún español. Pasemos a lo demás.

Cerca de esta punta de Santa María está una buena isla, que se dice
isla de Santa María, y desde la punta de Santa María hasta la punta de
Borica hay veinte leguas; dentro de las cuales puntas hay algunas islas,
y la que está más afuera de la mar es la isla de Benamatia, y los cris-
tianos, engañándose, la llamaron Santo Matías, la cual dicha isla está en
seis grados de esta parte de la equinoccial, y la punta Borica está en seis
grados y medio. En estas veinte leguas que he dicho que hay de punta a
punta, andándolas por dentro, tierra a tierra, hay más de cuarenta por
la costa de la tierra.

Esta tierra de Borica es muy fértil y de muchas y buenas pesquerías


y ríos, y de mucha montería de puercos y venados y de otras salvajinas,
y de muchos y buenos y grandes mameyes y de muchos cocos de los gran-
des. Dentro en la mar, enfrente de Borica, a diez o doce leguas antes de
la tierra de Norte a Sur, y otras tantas adelantes y más, en espacio de
treinta y cuarenta leguas de mar, pocas más o menos, hay innumerables
culebras negras por encima y amarillas por debajo, y de lo negro bajan
unas puntas en los lados, y de lo amarillo suben otras puntas entretejidas
en los costados, como dientes o puntas amarillas o negras, que entran
unas en otras, y ándanse sobre aguadas, y llámase aquello el golfo de las
Culebras. Son más gruesas que el dedo pulgar de la mano, y de cuatro pal-
mos de largo y menores..

Desde la punta de Burica hasta el cabo de Santa María que está más
al Occidente hay quince leguas, y hácese un gran ancón redondo de pro-
montorio a promontorio, y ambos están en una altura y grados, y llámase
aquella mar que está entre medias Golfo de Osa, dentro del cual hay un
buen río; pero estas quince leguas por dentro son largamente treinta.

Desde el cabo Santa María hasta la punta que está cerca de la isla
del Caño hay dieciocho o veinte leguas, y la dicha isla está cerca de tierra;

Se refiere a la serpiente marina Pelamys platurus.


174 CRÓNICAS DE VIAJEROS

y llámase del Caño porque según fui informado del piloto Juan de Casta-
ñeda, que la descubrió en compañía del licenciado Gaspar de Espinosa,
hay allí un caño de una fuente natural, muy hermoso, que cae de una pe-
ña alta, y pueden meter la barca debajo y henchir las pipas que quisieren
dentro de las barcas, y es tan grueso o más que un círculo de un real de
plata castellano. Esto doy al precio que lo hube; porque aunque le he pre-
guntado a otros, no lo han visto o no lo saben tan puntualmente. Y pasé
dos veces bien cerca de esta isla y con determinación de ver si era así como
lo he dicho y me habían informado, y el tiempo no dio tal oportunidad, co-
mo yo quisiera, para comprobar lo que es dicho, y así nos convino apartar
y meternos más alamar. La punta de la Tierra-Firme que está más cerca
de la dicha isla del Caño, está en siete grados de aquesta parte de la línea
del equinoccio, y en los mismos está la dicha isla del Caño.

Desde la dicha punta o isla del Caño hasta el Cabo Blanco, o al puerto
de la Herradura hay cuarenta leguas, la vuelta del Poniente. Y aqueste
puerto y el dicho cabo es el embocamiento del golfo de Orotiña, alias golfo
de Nicaragua, y otros le dicen golfo de Güetares, que es otra nación. Está
dicho puerto de la Herradura en ocho grados de la línea equinoccial, y el
dicho Cabo Blanco está en siete grados y medio según la carta; pero otros
le ponen en ocho y al puerto de la Herradura en ocho y medio.

En este camino de estas cuarenta leguas están la punta de San Lá-


zaro y el golfo de San Lúcar y algunas islas pequeñas. Y hasta este golfo
de San Lúcar es hasta donde llegó (el licenciado Espinosa) con la vista y
no con los navíos que había hecho el adelantado Vasco Núñez de Balboa;
pero no entró el dicho licenciado en el dicho golfo, y de allí adelante des-
cubrió después el capitán Gil González Dávila.

Desde el puerto de la Herradura entra aquel golfo de Orotiña o de Ni-


caragua dieciocho o veinte leguas de longitud, y por la otra costa yendo
hasta el dicho cabo otras tantas, que son por todas cuarenta leguas den-
tro de la ensenada y de este golfo y de sus islas, que son Chara, Chira, Ca-
choa, Irra, Urco y Pocosi, que todas están pobladas y son fértiles, ya lo
tengo escrito en el lugar alegado, y no hay para qué repetirlo aquí; pero
yo estuve en aquel golfo o islas que están dentro de él, y tomé el sol mu-
chas veces y así mismo la estrella (polar) (porque tuvimos necesidad de
reparar allí la caravela), y hallé el golfo de la Herradura casi en nueve
grados y el Cabo Blanco en ocho y medio, y la isla de Chira en diez, y la
de Chara en nueve y dos tercios, y la de Pocosi en nueve y algo más de me-
dio grado de esta parte de la equinoccial. Lo que dije primero es de las car-
tas de navegar, y esto último vi yo, si lo supe entender, y aun en compañía
de pilotos diestros.
COSTAS, LAGOS Y EL Río SAN JUAN 175

Desde el Cabo Blanco hasta el Puerto de la Posesión ponen a ojos los


pilotos cien leguas, y hasta el dicho cabo desde Panamá doscientas; pero
ya desde Panamá he dicho más puntualmente lo que hay conforme a las
cartas. Dígase ahora lo que hay desde este cabo al Occidente hasta el río
y puerto de la Posesión.

Digo que desde el Cabo Blanco hasta una isla que la carta llama Mo-
ya, pone veinticinco leguas, y en estas nombra a Pocosi; y es un engaño,
porque Pocosi es una isleta dentro del golfo de Nicaragua u Orotiña, y no
tierra fuera de la costa; y nombra Arrecifes y Pari, y también se engaña,
que no ha de decir sino Paro, que es un buen cacique y río; y deja de nom-
brar el puerto de las Velas, que está en la costa delante del Cabo Blanco,
y luego comienza el golfo que llaman del Papagayo, y aun a veces es de
más la navegación; y llámanle así porque los papagayos las más de las
veces hablan y chirrían sin voluntad de su dueño; y así allí las cuerdas
yjarcias de los navíos parecen que hablan y suenan más de lo que querían
los que por aquel golfo navegan.

La isla dicha Moya está cerca de la costa, en siete grados y dos tercios
de esta parte de la equinoccial, y hay hasta ella desde el dicho Cabo Blan-
co veinte leguas (después de la isla de Moya hasta el río o puerto de la Po-
sesión), cincuenta y cinco leguas o más; pero como la costa va enarcán-
dose, bien se pueden contar ochenta hasta la Posesión desde el Cabo
Blanco o más, no obstante que los hombres de la mar comunmente las
cuentan por ciento bien cumplidas.

Yen este camino desde la dicha isla de Moya, siguiendo al poniente


veinte leguas, pone la punta de Catalina. en ocho grados y dos tercios de
esta parte de la línea, y desde allí a la Posesión treinta y cinco; pero en
estas pone en la carta una isleta que nombran Nicaragua y un río llama-
do Mesa; y pone el dicho puerto de la Posesión en poco más de diez grados,
en lo cual se engaña mucho la carta y quien le informó de ella, porque co-
mo he dicho (en algunas partes) en lo que se ve de vista, quiérome creer
a mí.

Este puerto de la Posesión está en trece grados justos de esta parte


de la línea equinoccial; y yo estuve allí doce o trece días en tierra a la par
del puerto, esperando tiempo para navegar, y estaban dos pilotos, el uno
Juan Cabezas y el otro se decía Juan Miguel, diestros en aquella costa,
y ellos y yo juntamente, cada uno por sí, tomamos la altura del sol y de
las estrellas muchas veces, y siempre lo hallamos todo en conformidad
ser así, y no haber más ni menos de trece grados.

'Actualmente la península de Santa Elena.


176 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Este puerto está trece o catorce leguas de la ciudad de Nicaragua,


que está la tierra adentro en la provincia de Nagrando, junto a una de las
lagunas grandes, de las cuales en su lugar se hablará más copiosamente.
Este puerto tiene en la embocadura una isla alta de peña tajada y llaní-
sima., Podrá tener de circunferencia una pequeña legua. La boca más
oriental de este puerto es menos hondable que la occidental. Allí mata-
mos muchos pescados de un palmo o poco más o menos, de los cuales no
permitiera Pitágoras comer a sus discípulos, el cual les mandaba tener
silencio cinco años primero que gozasen de su doctrina, y que comiesen
peces, porque son callados, lo que no eran aquestos que en aquel puerto
tomábamos, porque a la verdad echados en una caldera una docena de
ellos, no hacen menos ruido que otros tantos cochinos'gruñidores. Son
armados de malos y agudos dientes, y llámanlos acá los hombres de la
mar roncadores, y lo son en tanta manera que yo no he visto cosa seme-
jante, según su mucho gruñir o roncar; pero es muy buen pescado y sano,
y menos flemoso que otros, y de escama.

Tornando a nuestro propósito y camino, yo he dado relación particu-


lar en estas trescientas leguas que se ponen en larga mar; y digo lo que
hay más puntualmente por la costa, y hallo que son trescientas noventa,
aunque como he dicho, hallo en la carta veinte menos desde el Cabo Blan-
co hasta la Posesión, de lo que los hombres de la mar lo marcan; que a la
verdad hay cien leguas o más, y seguramente por la costa y tierra no po-
demos hacer este camino menos de cuatrocientas leguas.

Llamo el puerto de la Posesión, porque la armada del capitán Gil


González Dávila, de la cual era piloto mayor Andrés Niño, tomó allí la po-
sesión de la tierra por Su Majestad, cuando fue por su mandato a des-
cubrir por la mar del Sur. Pasemos a lo demás de la geografía.

Capítulo III

Continuándose la geografía de la costa de la Tierra-Firme en la mar austral,


desde el golfo o puerto de la Posesión, que es en la gobernación de Nicaragua,
siguiendo la vía del Poniente hasta el río Sancti Spiritus, que es hasta el presente
tiempo lo último que en la carta de navegar está anotado al Poniente de la Nueva
España la vuelta del Norte, como más puntualmente se dirá en este capítulo,
conforme a la pintura de la carta moderna del cosmógrafo Alonso de Chaves.

Desde el puerto y río de la Posesión, en la provincia de Nicaragua,


seguiré la costa al Poniente y Septentrión todo lo que hallare anotado en
la geografía de estas cartas de navegar, aunque en la verdad, como son

'La isla del Cardón.


COSTAS, LAGOS Y EL Río SAN JUAN 177

tierras nuevas, no me satisfago en algunas cosas de esta pintura; porque


los que navegan por acá más se siguen por derrotas la carta en la mano
que por el astrolabio, ni la han menester donde la tierra se ve, porque su
intento es solamente hacer su camino y no ir apuntando puntualmente
las alturas, ni aun lo saben hacer los más de ellos. Así, los errores que
aquí se hallaren, no serán míos, donde los hubiere, sino de los que no
saben informar a los que en Sevilla en España hacen las cartas.

Ya dije de suyo que en la carta hallo que ponen el río del puerto de
la Posesión en diez grados o poco más, y se yo muy cierto, y he visto,
medido y experimentado muchas veces aquello, y son trece; porque con
pilotos y hombres diestros del cuadrante lo examiné allí, estando dete-
nido por falta de tiempo, y se que la costa, cuanto más adelante va al Po-
niente, más se va enarcando y dando la vuelta al Norte, y los grados
aumentándose, y han de ser más de los trece que he dicho poco a poco. Y
por tanto, habido aquesto por máxima, tomad lector lo que aquí diré por
relación del cosmógrafo que ha dicho como la hallares, que aquí en ade-
lante no es mío lo que diré, sino del cosmógrafo Alonso de Chaves y de su
carta, y no solamente en ella sino después, diré lo que expresa por el
patrón nuevo acabado y examinado por todos los cosmógrafos de Su Ma-
jestad el año de 1536 en Sevilla. Pero yo quisiera más que dos o tres de
ello lo hubieran visto o navegado.

Torno a decir aquella autoridad de Plinio que dice que estas cosas
encubiertas e inextrincables así las da y las cuenta, como las ha recibido,
puesto que aquesto no es ininteligible, si los que lo apuntaron lo enten-
dieran bien, yen cada puerto o parte hicieran la diligencia y examin ación
como convenía, o como yo la hice en este puerto de la Posesión; el cual
nombre dió el capitán Gil González Dávila, que fue criado del obispo don
Juan Ruiz de Fonseca, obispo de Burgos, presidente del Consejo de las
Indias, y el piloto Andrés Niño, cuando lo descubrieron, como he dicho.
Y llamáronle así porque además de lo que otros capitanes habían descu-
bierto de aquella costa, fue allí donde en lo que estos ni otros españoles
no sabían, tomada posesión en nombre de Su Majestad.

Desde allí se corren al Noroeste quince leguas hasta la bahía de Fon-


seca; y pues la costa ya vuelve al Norte, de razón había de estar en más
grados desviada de la equinoccial que el puerto de la Posesión. Y pone la
carta que he dicho esta boca de la bahía en once grados, que es notorio
error, pues había de poner catorce; y aquesta ignorancia, como he dicho,
no es de los que hacen las cartas, sino de quien los informa, porque es im-
posible que deje de estar en los catorce, poco más o menos. De aquí en ade-
lante no quiero repetir más estas fallas, por la razón que he dicho, sino
conformándome con Plinio, darlo como me lo dan y lo veo pintado.
178 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Debajo de la Posesión está un río que llaman San Pedro, y dentro de


aquella bahía está una isla, entre otras menores, que el dicho piloto y Gil
González la llamaron Petronila,4y a la bahía Fonseca, que es este nombre
y el otro un disparate, y por echar cargo al dicho obispo por alguos respec-
tos que no son para la historia, ni fueron bien puestos. Así que, no curan-
do de esas faltas de la graduación, pasaré de largo, con pretexto que cuan-
do hubieren las cartas enmendado, si yo estuviera vivo, enmendaré lo
que aquí diré, conforme a mejor examen; pero para mí yo creo que hay
asaz faltas en esta costa, y que está más puesta al Septentrión de lo que
esta carta moderna dice.

Desde la dicha bahía de Fonseca hasta el golfete de Chorotega hay


algo más de veinte leguas. Háse de decir Chorotega Malalaco. Estos in-
dios chorotegas son de otra lengua por sí, y más varones y hombres de
guerra que los de la lengua de Nicaragua, y la lengua de Nicaragua y la
de México o Temistitan en la Nueva España es toda una. Los chorotegas
todos comen carne humana, y también hay gente de ellos entre los de Ni-
caragua; y antes que cristianos allá pasasen tenían guerra los unos con
los otros, porque así como difieren en las lenguas, así en ceremonias y
ritos y amistad, y en todo lo demás son diferentes.

Está en el golfo de Chorotega y dentro de aquel ancón, que se puede


decir más propiamente golfo, una isla redonda y poblada y otras yermas,
que son escollos; y pónenla en esta carta en once grados y algunos minu-
tos, y córrese del Este al Oeste; pero el promontorio que tiene la bahía de
Fonseca hacia el Poniente, o hacia Chorotega, llámase Cabo Hermoso..

Desde aquella boca o isla de Chorotega hasta el río del Campo pone
la carta siete u ocho leguas y en la misma altura de Chorotega; y de allí
se va la costa y trae ocho leguas hacia el Norte, y de allí va otras doce o
trece hasta el río Grande, la boca del cual pone esta carta en doce leguas.
Desde el río Grande hasta el golfo de Guazetan hay cien leguas, en que
está el río Grande; pero en estas cien leguas hay adelante del río Grande
todo lo que aquí diré sucesivamente: Río de Marisma, Rostro Fragoso,
Los Frailes: estos son tres isletas en triángulo a la punta o boca de un río,
y hasta estos Frailes desde el dicho río Grande hay treinta leguas. Y más
adelante está el Aguada de Briza, y más al Poniente está el río de Guate-
mala, que es en la gobernación del adelantado Pedro de Alvarado, desde
la cual al dicho golfo hay cuarenta y cinco leguas, poco más o menos.
Delante de Guatemala está la Playa, y más adelante Río Ciego, y adelan-
te está el ancón de Matas, y más adelante el río San Jerónimo, y más

Meanguera, la isla mayor del golfo de Fonseca.


Punta Cosigüina, aunque situada mas bien al miente.
COSTAS, LAGOS Y EL RIO SAN JUAN 179

adelante Soconusco, y más adelante las sierras de Gil González Dávila,


y más adelante está la punta de Zitula, donde se cumplen las dichas cien
leguas, que es a la entrada del golfo de Guazetan.

Y de allí adelante al Poniente entra un ancón al Oeste derechamente,


que tendrá veinticinco leguas de longitud y tendrá de latitud seis o siete
u ocho leguas, poco más o menos, y vuelve a subir la otra costa del mismo
ancón otras veinte y cinco leguas al Este; y todo aquello se cuenta del
dicho golfo de Guazetan, y está en los dicho doce grados de esta parte de
la equinoccial, o en la punta de aqueste embocamiento, que está de la
banda del Sur, y lo llama la carta Laguna de Cortés. Desde esta punta de
la Laguna de Cortés al golfo ya dicho, la cual punta está en once grados
y medio, se corren casi cuarenta leguas al Oeste, cuarta de Sudeste, has-
ta la punta de Coyta, que está en once grados. desde la punta de Coyta
al Río Cerrado hay sesenta leguas, yen estas hay muchas islas pequeñas
e islotes, y está el dicho Río Cerrado en trece grados de esta parte de la
línea equinoccial, y allí a par de él se hace un gran ancón.

Desde el Río Cerrado a la punta que el dicho ancón tiene hay diez le-
guas, yen la vuelta del dicho ancón otras tantas, que son veinte en todas,
y está la dicha punta del ancón que he dicho en doce grados y un cuarto.
Desde la punta del dicho ancón hasta Tegoantepeque hay veinticinco le-
guas, y la costa se vuelve en arco, como medio grado al Norte, y en el ca-
mino están los Pegios; y está el dicho Tegoantepeque y su puerto o río en
trece grados, según esta carta.

Delante de Tegoantepeque está Tuantepeque, y más adelante Zaca-


tula hay poco más de veinte leguas al oeste; y la dicha Zacatula está en
los mismos trece grados tras un ancón redondo de muchos bajos; y de la
parte del Poniente en la punta del ancón de Zacatula hay otras islas pe-
queñas. Desde Zacatula hasta Cabo de Isleos hay treinta leguas, y está
el dicho Cabo de Isleos en trece grados de esta parte de la equinoccial.
Desde el Cabo de Isleos hasta la mitad del ancón de Coluna hay treinta
leguas, (el cual dicho ancón o bahía le pintan lleno de bajos), y está aquel
embocamiento de Coluna en catorce grados de esta parte de la línea equi-
noccial. Desde la mitad del embocamiento o bahía de la Coluna hasta la
mitad de otro ancón, que está al Noroeste, hay veinticinco leguas, y es de
notar que todo lo que hay desde el Cabo de los Isleos hasta el ancón pos-
trero que es dicho se corre Noroeste-Sureste, y está este ancón en catorce
grados y tres cuartos.

Desde el ancón que he dicho hasta el río Grande se corren otras vein-
ticinco leguas, así mismo al Noroeste, y está la boca del dicho río Grande
en algo más de quince grados; y delante del dicho río Grande, la vuelta
180 CRÓNICAS DE VIAJEROS

del Oeste-Sudoeste, están tres islas que van una delante de otra,
cercanas y sin nombre. Desde la punta occidental del río Grande hasta
la Playa hay treinta leguas, y está la punta inferior de la dicha Playa en
dieciseis grados de esta parte de la línea. Desde la Playa hasta el Cabo
Salido hay treinta leguas. Está el dicho Cabo Salido en diez y seis grados
y medio de esta parte de la línea equinoccial. Desde el Cabo Salido hasta
la punta inferior del golfo Salado hay algo más de treinta leguas, y está
el dicho golfo y punta en diecinueve grados de esta parte de la línea. Des-
de la punta del golfo Salado hasta el río de Sancti Spiritus hay cuarenta
leguas, y está la boca de este río en veintiún grados y un cuarto; y de allí
en adelante no hay escrito ni nombrado más en la carta, salvo lo que pin-
tan en ello sin nombre alguno, señalando todavía que la 'costa se va enar-
cando hacia el Norte. Y yo soy de opinión que estos grados desde el río de
la Posesión adelante, en todas las partes nombradas, hasta el dicho río
de Sancti Spiritus, son tres grados más de lo que la carta pinta. De mane-
ra que el dicho río Sancti Spiritus estará en veinticuatro grados, poco
más o menos. Póngolo así, porque como he dicho, siempre se va la costa
hacia el Norte.

Por manera que si he sabido darlo a entender, (o el lector ha com-


prendido lo que he dicho), yo he dado relación particular en este capítulo
de seiscientas doce leguas, con que se da fin al presente libro y geografia
de él, hasta en fin del año que pasó de 1540, atendiendo lo que más nos
enseñare el tiempo presente y el venidero. Y en todo lo que he dicho he
dado relación desde el cabo del Anguilla, que está en la costa austral de
la otra parte de la línea equinoccial hasta el río de Sancti Spiritus, que
está en la parte septentrional y mares exteriores de la otra parte de la
Tierra-Firme, hasta ahora que estamos ya en el año de Natividad de
Nuestro Redentor Jesucristo, de 1547 años, mil cuatrocientas treinta
leguas; y quedamos en la parte austral por saber lo que hay puntualmen-
te desde la dicha punta o cabo de Anguilla hasta el embocamiento occi-
dental del estrecho de Magallanes, que es la pausa de lo incógnito que ta-
sé en ochocientas cincuenta leguas; las cuales juntadas con las susodi-
chas, serían dos mil doscientas y ochenta y cinco leguas por todas, no obs-
tante que aquestas ochocientas cincuenta han de ser mucho más, sabién-
dose puntualmente aquello. Y quedan a la parte septentrional desde el
dicho río de San cti Spiri tus hasta la tierra del cabo del Labrador, que está
así mismo por saber, muchas leguas de costa, según la pintura del mundo
nos requiere que se sospeche de lo que se espera saber adelante.
II.- PRIMERA DESCRIPCIÓN DE LOS LAGOS Y LAGUNAS
DE NICARAGUA, POR EL CRONISTA FERNÁNDEZ DE OVIEDO

Capítulo IV

En el cual se trata de las lagunas de Nicaragua, que unos decían que eran dos y
otros que tres, y yo digo que no es sino una todas aquellas, pues que la una desagua
en la otra, y la otra en la otra, y la otra y última o tercera en esta mar del Norte;
y también se tratará aquí de otras lagunas de aquel reino y gobernación.

Más ceremonias y ritos y costumbres y cosas notables están por decir


que no se han dicho de esta gobernación y sus anexos, y decirlas todas se-
ría imposible, así por no entenderse tan particularmente como conven-
dría, a causa de las diversidades de lenguas, como por la guerra y conver-
sación de los cristianos y por el tiempo que ha consumido y dado fin a las
vidas de los indios viejos, y aun de los mozos, y la codicia de los jueces y
gobernadores y de otros que han dádose mucha prisa a sacar indios con
nombre de esclavos fuera de aquella tierra, para venderlos en Castilla
del Oro y para otras partes.

Y si lo eran o no, yo no quiero esa cuenta, pues quien la ha de tomar


tiene tan sabida la copia y número de todos ellos, que en uno ni ninguno
puede ser defraudado, ni esconderse el que lo ha de pagar; pero sé yo muy
bien que aunque los bautizados que la historia ha dicho por Gil González
y por el padre Bobadilla son ochenta y cuatro mil quinientas cincuenta
y ocho personas, (y quiero que se añadan y atribuyan a cumplimiento de
cien mil, con los que en otro tiempo del capitán Francisco Fernández y de
otro se bautizaron), son cuatro tantos más los que se han sacado de la tie-
rra y se han muerto a causa del nuevo señorío en que están. Pues ved si
faltando tanta multitud de esta gente, se han de haber olvidado las cere-
tomada de la Historia General y Natural de las Indias. Libro Tercero. Parte LXIL
182 CRÓNICAS DE VIAJEROS

monias y todo lo demás, acabándose las vidas. Todavía se dirán otras mu-
chas particularidades que pude yo saber más que el fraile que he dicho,
porque residí más tiempo en la tierra, y muchas más quedarán por decir
que no supe.

Para inteligencia de lo que se trata, es de saber que los indios de la


lengua de Chorotega son los señores antiguos y gente natural de aquellas
partes, y estos son una cruda gente y valerosos en su esfuerzo, y muy
mandados y sujetos a la voluntad y querer de sus mujeres; y los que lla-
man y son de la lengua de Nicaragua son muy señores de sus mujeres y
las mandan y las tienen sujetas. Y como los de Nicaragua y su lengua son
gente advenediza, éstos, (de donde quiera que vinieron), son de los que
trajeron a la tierra el cacao o almendras que corren por moneda en aque-
llas partes; y en poder de esos están los heredamientos de los árboles que
llevan esa fruta, y no en poder de los Chorotegas un solo árbol de éstos;
y en poder de los Chorotegas están todos los árboles de los nísperos, que
en aquella lengua se llama nunozapop que es la mejor fruta de todas las
que yo he visto en estas partes ni fuera de ellas. De los unos y de los otros
se trata más particularmente en la primera parte de esta historia, en el
libro VIII; pero dejemos estos que se ha dicho de estas dos generaciones
de gente, y vengamos a particularizar estas lagunas de Nicaragua, que
son muy notable cosa.

A estas lagunas han dado diversas medidas; a la que está más cerca
de la mar del Sur en la provincia de Nagrando, a la par de la cual está la
ciudad de León, dicen qué tiene cincuenta leguas de circunferencia; ya
la que está más adelante hacia el Norte, a la par de la cual está la ciudad
de Granada, en la provincia de Jalteva, dánle de circunferencia ciento
cincuenta leguas.

Siguióse que el año de 1529, Martín de Estete fue por mandato de Pe-
drarias a una provincia que se dice Votto. con cierta gente, para ver el fin
de estas lagunas y si iban a vaciar en la mar del Norte, pues que la pri-
mera lleva su curso a vaciar en la segunda. Y como este capitán sabía más
de amotinarse y revolver que no de la guerra ni ejercitarla como debía,
dióse mal recaudo y volvió huyendo y desbaratado, y le mataron algunos
cristianos e indios de los de servicio que llevaban. Y si no fuera por el buen
ánimo y esfuerzo del capitán Gabriel de Rojas, no quedara español con
la vida. El cual hizo cara a los enemigos y peleó como muy valiente sol-
dado y experto capitán en cierto paso, de tal manera que resistió los con-
trarios y se pudieron recoger los cristianos y salir de ciertos trampalesy
Achros S apota.

Situada entre el río San Juan y el volcán Poás.


COSTAS, LAGOS Y EL Iba SAN JUAN 183

ciénagas y de donde estaban casi perdidos, si por este capitán no fuera.


Así que, Estete volvió a León, donde en lugar de ser castigado, fue más
favorecido de su amo Pedrarias Dávila; y quitó al capitán Diego Alvarez
una entrada que le había dado y hecho gastar muchos dineros en adere-
zarse para ello y comprar caballos, y dióla al Estete, y se fue a ella y hizo
lo peor que en la que es dicho; y desdeñado Diego Alvarez, y enojado del
descomedimiento de Pedrarias, se fue de la tierra a Panamá. En aquel
viaje que Estete hizo a Votto, se tuvo noticia de otra tercera laguna, y des-
de ciertas cumbres algunos soldados españoles la vieron muy lejos, tanto
que unos decían que era agua y otros lo ponían en duda.

Yo me hallé en esa sazón en aquella ciudad de León y of a algunos


hablar en esto de los que fueron a aquella entrada, y se afirmaron que era
otra laguna el agua que de lejos habían visto más hacia la parte del Norte;
y creían que la segunda gran laguna iba a vaciar o se desaguaba en la ter-
cera. Esto está ya averiguado, porque el año pasado de 1540 vino a esta
ciudad de Santo Domingo, y desde aquí fue a España, el piloto Pedro Cor-
zo, que es uno de los que se hallaron en el viaje a Votto con Martín Estete,
y vió aquella tercera y dudosa laguna, y me dijo que viniendo él de la Nue-
va Castilla, (donde es gobernador el marqués don Francisco Pizarro),
halló ciertos amigos suyos y conocidos de la provincia de Nicaragua en el
puerto de Nombre de Dios; los cuales tenían allí una fusta y un bergantín,
que en compañía de un hidalgo llamado Diego Machuca, que yo conozco,
(al cual está encomendado el cacique de Lenderi y aquella tierra del
infierno de Massaya), habían hecho en la costa de la laguna grande de
Granada, (cuyo nombre propio en la lengua de los naturales es Coabol-
co); y gastaron muchos millares de pesos de oro en la labor de esos navíos
y en proveerlos, y todo a su propia costa, con determinación de morir o
ver el fin de dichas lagunas.

Y por la tierra este capitán Diego Machuca, con hasta doscientos


hombres, siguió su camino, y la fusta y bergantín y algunas canoas por
el agua hicieron lo mismo. Y salieron los de los navíos a esta nuestra mar
del Norte, donde parecen que las dichas lagunas desaguan. Y como en la
boca o puerto donde salieron, no conocieron la tierra, para saber donde
estaban, subieron la costa de la mar al oriente y fueron al puerto de Nom-
bre de Dios, donde este piloto los vió y habló y comunicó y comió y bebió
con esos que así salieron de las dichas lagunas.

Y me dijo más: que el doctor Robles, que gobernaba a Castilla del Oro,
tenía presos a aquellos que vinieron de las lagunas y les había embarga-

' Se trataba del mar Caribe en realidad.


Más bien fue el capitán Alonso Calero el que llegó a la desembocadura del rfo San Juan y prosiguió
hasta Nombre de Dios.
184 CRÓNICAS DE VIAJEROS

do la fusta y navíos, y que él quería enviar a poblar aquel puerto de dicho


desaguadero para gozar de sudores ajenos, como por acá lo han acostum-
brado algunos jueces letrados, yen eso han sabido emplear sus estudios
y letras y robos mas que en hacer justicia. Y éste más que otro; porque
hasta ahora los otros eran bachilleres y licenciados, y aqueste es doctor,
que es más alto grado en ciencia, y así lo ha sido el más alto o apto y más
diestro tirano, y por tal le han removido del oficio.

Bien se cree que aunque hubiese enviado a poblar en el dicho desa-


guadero de las lagunas, que los que fuesen, ya hallarían en la costa de la
mar al capitán Machuca, que no daría lugar a que se perdiese su tiempo
y hacienda y trabajos para que con su malicia saliese el dicho doctor, por-
que hasta esto también lo alcanza un buen soldado veterano como un fa-
moso legista.

Preguntando yo a este piloto a qué parte de la costa del Norte habían


salido aquellos navíos por las lagunas, dijo que no se lo habían querido
decir aquellos; y yo pienso que no hubo gana de que yo lo supiese, y aun
me puso en sospecha que él iba sobre el mismo negocio a España, por par-
te de aquellos que hallaron el dicho desaguadero. Yo pienso, y aun otros
hay de mi opinión, que aquel embocamiento de esta mar para ir a las la-
gunas que es dicho, es en la bahía del puerto de Cartago o cabo de Arre-
cife, o por allí; y puede ser cincuenta leguas, poco más o menos, más al
occidente del puerto del Nombre de Dios, pero en sabiéndose aquesto más
puntualmente, se enmendará aquí o más adelante en este presente libro
del número XLII.

Ahora quiero decir mi opinión, pues que siempre he dicho que estas
lagunas no son dos ni tres ni más, sino sólo una, porque para dividirlas
no se han de comunicar ni continuar el agua de una con la otra, como lo
hacemos en la tierra, que para ser isla ha de ser cercada de agua, y así
para ser lago ha de ser cercado de tierra. Habiendo tantos millares de le-
guas en la Tierra-Firme continuada, no se tiene por isla, porque haya po-
co camino desde Panamá al Nombre de Dios, ni porque desde lo último
de estas lagunas y más hacia el Sur esté cerca de la mar austral. Por ma-
nera que toda es una laguna, y según sus vueltas y viajes o asiento, a cau-
sa de los promontorios de la tierra, yo pienso que hay más de doscientas
cincuenta leguas en circunferencia de su entrada a la mar del Norte has-
ta la parte más austral de la dicha laguna por la una y otra costa de ella.

Y las medidas primeras de Pedrarias y otros, claro está que son fal-
sas, porque pues no sabían la longitud, cómo arbitraron la circunferen-
cia? Llamaron una laguna a aquella agua de ella que estaba a par de León
de Nagrando, porque cuando llega a la tierra de un cacique de aquella
COSTAS, LAGOS Y EL R lO SAN JUAN 185

costa, que es donde dicen que desagua en la de Granada, es aquello allí


estrecho, y en verano está tan bajo que un hombre lo atraviesa de costa
a costa, dándole el agua a los pechos o más abajo; y aquel paso o el cacique
se llaman Itipitapa

Hay en esta laguna muchos y buenos pescados en todas partes de


ella, (o de ellas, si quisieres que sean diversas), pero yo téngola por todo
una, y aun hay otra razón para ello muy perentoria, y es que hay pescados
muy grandes en ella que son de la mar, y de ella entran en la laguna, así
como tiburones y lagartos muchos y cocatrices. Y lo que tengo en más y
confirma mi opinión y me ha hecho estar firme en que es toda un agua
y comunicable con la mar, es que al año de 1529 yo hallé en la costa de
esta laguna, en la playa, en la provincia de Nicaragua, un pescado muer-
te que la misma agua debiera haber echado fuera; el cual nunca hombre
vid ni es muerto sino en la mar; y llámanlepexe vigüela, que es aquel que
trae por hocico alto en el extremo de la mandíbula superior aquella
ferocísima espada llena de colmillos muy agudos (en ambos filos) puestos
a trechos., Y son grandísimos pescados, y yo le he visto tan grande, que
un par de bueyes con una carreta tienen asaz carga en tal pescado.

En la primera parte, libro XIII, capítulo II, hallaréis cuáles son estos
pescados, y este que digo que hallé muerto fuera de la laguna no podía
ser sino que entró por el dicho desaguadero; y aunque era de más de doce
pies de largo, era pequeño, porque aquella espada era pequeña y no ma-
yor que palmo y tres dedos, y no más ancha en lo más ancho o en su naci-
miento que dos dedos.

De muchas y diversas maneras hay pescados, y el agua es muy buena


y sana, y no muy delgada ni es gruesa. Y entran innumerables ríos y arro-
yos en ella, y harto de ellos muy calientes en algunas partes, a causa de
aquellos montes que echan fuego y mineros de azufre que están en las
costas de esta grandísima laguna, la cual en algunas partes es de ocho
o diez y veinte brazas o más hondo, y en otras menos, y muy baja. Y así
por todas partes no es navegable, sino a la medida y forma del hondo,
haciendo los navíos y barcas para ello.

Hay dentro muchas islas de muy buenas maderas y para ganados y


otros servicios. Hay otros islotes y peñones dentro de esta agua dulce;
pero la principal isla que en ella hay es de más de ocho leguas de circun-
ferencia y está poblada de indios, y otro tiempo lo estuvo más, y había en
ella nueve o diez pueblos, y es muy fértil, de muchos venados y conejos,
y llámese esta isla Ometepet, que quiere decir dos sierras: Orne quiere
1 Se refiere al pez-sierra (Pristis sp.), que junto con el tiburón ha invadido las aguas dulces del lago de
Nicaragua.
186 CRÓNICAS DE VIAJEROS

decir dos, y tepet quiere decir sierra. La una y la otra sierra están conti-
nuadas; y la que está a la parte del Este es más baja que la que esta hacia
el Poniente, y aquella más alta es tan alta que muy pocas veces se puede
ver la cumbre de ella. Y cuando ya pasé por la costa de esta laguna, de
ventura estuvo clara ciertas horas, y la vi muy ami placer, porque dormí
en una estancia de un hidalgo llamado Diego de Morán, y de un Avilés,
y el Avilés era el estanciero; la cual estancia está en la costa de la laguna
y a la legua poco más o menos de la dicha isla, (que esto puede estar de
tierra), y aquel Avilés me dijo que había más de dos años que estaba allí,
y que sólo otra vez había visto clara la cumbre de la dicha isla, a causa
que siempre está coronada y cubierta de nublados o niebla lo alto de esta
sierra. Yen la cima de ella está partida; y por eso la pinté aquí, para darlo
mejor a entender al lector. La hendidura de aquella cumbre o valle den-
tro de las puntas está del Este al Oeste, así que un pico está al Sur y el
otro al Norte, y entre ambos se hace aquel valle que los divide como en
esta figura se ve.

La playa o camino que está entre la gran laguna tiene de anchura,


enfrente de otro lago que se llama Songozama, ciento cincuenta pasos
(porque yo lo medí), y por ello llaman a aquella estancia que he dicho la
estancia de Songozama. El cual lago está a la banda del Sur, con el inter-
valo que he dicho desde la laguna. Y este lago o brazo es de aquella llove-
diza, y cuando acuden las lluvias crece mucho, porque está más alto que
la laguna, y deságuase en la laguna grande, y rompe un vallador o monto-
nes de arena que hay entre la una agua y la otra, al trecho que dicen de
los ciento cincuenta y doscientos pasos en partes, y atraviesa el agua la
playa. Yen aquel tiempo que la playa y camino de la costa tiene aquella
corriente, entran de la laguna en el dicho lago innumerables pescados y
grandes lagartos, o mejor dicho cocatrices; y cesadas las lluvias y venido
el tiempo seco, sécase aquel desaguadero de la playa y queda enjuto el
camino, y yo pasé por él en seco. Y cuando así está seco el pantano y char-
co, matan a palos los indios innumerables lagartos y pescados; pero siem-
pre queda alguna agua en partes e innumerables charcos y tendrá y es
largo más de legua y media, y de ancho casi la mitad. Cuando yo lo vi fue
en fin de julio del año 1529 y tenía poca agua.

Ese Avilés que estaba allí en Songozama tenía muchos puercos, que
eran suyos y del Diego de Morán, de los cuales daban carne a la ciudad
de Granada; y como comían infinito pescado de aquel charco, parábanse
muy gordos, tanto, que de gordos y porque tenían sabor y aun olor de pes-
cado, eran aborrecibles, y por eso los traían ya apartados del agua, y no
los dejaban entrar en ella para más de beber.

• Hoy Ñocari me.


COSTAS, LAGOS Y EL Río SAN JUAN 187

Allí en la costa de Songozama hay cierta generación de tigres negros,


que habían hecho harto daño en aquellos puercos; y aqueste Avilés, con
muy buenos y denodados perros, había muertos algunos. Y entre otros
perros tenía uno, que decía que aquel solo, sin ayuda de los otros canes,
había matado dos o tres de aquellos tigres. Y me mostró el cuero de uno
de ellos, tan negro como un terciopelo y muy lindo el pelo; y me decía que
eran mayores y más fieros tigres los negros que los pintados. Y al perro
se le parecía bien en la lucha e insignias de sus batallas, porque así la ca-
ray cabeza, como todo el cuerpo, tenía lleno de las señales de las heridas
y cicatrices que había baratado y habido de las uñas y dientes de los ti-
gres. Y me juraba aquel Avilés que no daría el perro por quinientos pesos
oro; porque decía que sus puercos valían más de mil, y que si los tenía era
por aquel perro, porque sin él ya los hubieran muerto todos los leones y
tigres, y así ya no osaban llegarse al charco de sus puercos en oyendo la-
drar un perro, cualquiera que fuese, para el cual efecto estaba ya bien
proveído de canes.

Volvamos a nuestras lagunas, porque ocurre una particularidad que


yo noté mucho, y es que en aquella ciudad de León y por allí, hay más
indios tuertos que en toda la tierra y gobernación restante de Nicaragua;
y es la causa del continuo polvo, que allí es muy cotidiano, y por maravilla
(no) falta el viento del Este, que sale de aquella laguna; y como hay mu-
cha arena y menuda, echa aquel polvo sobre la ciudad. Y de si misma la
tierra de Nicaragua es muy polvorosa, y si va hombre por aquellos llanos,
parece que pisa sobre terreno hueco, y de hecho espesas veces los caballos
por donde hombre va, meten el pie o la mano un palmo y atollan donde
no se piensa.

Otra laguna de mayor admiración que la muy grande de quien se ha


tratado, se me ofrece, la cual, aunque no es en grandeza digna de com-
pararse a la de Cocabolca, es en calidad y en la forma de ella cosa más de
ver y de mejor agua; y llamase la laguna de Lenderi, que es tres leguas
de la ciudad de Granada de Jalteva, y muy grandes a mi parecer, y aun-
que las llamasen cuatro me parece que las hay bien cumplidas. Yo llegué
allí el día del glorioso apóstol Santiago, 25 de Julio del año 1529, y dormí
en la estancia de aquel hidalgo llamado Diego Machuca, de quien se hizo
mención de suyo, donde fui muy bien acogido y hospedado; y luego fui a
ver con él aquel lago, que es cosa muy extraña; y allí cerca de la casa del
Machuca está un camino, o escala más propiamente que camino, de mu-
chas bajadas, que hay para bajar al agua de este lago y es de esta manera:

Está un cerro muy alto y redondo, en la cumbre del cual hay un caos
o profundidad grandísima, de la que sale fuego o tal resplandor como
aquel de Mongibel en Sicilia, alias Etna, y mucho mayor y más continuo,
188 CRÓNICAS DE VIAJEROS

como adelante en su lugar se dirá. Este monte se llama el monte de


Massaya, y de la parte de Mediodía baja tendiéndose un malpais hasta
el agua del dicho lago, o muy cerca, porque queda alguna playa llana por
aquella parte cerca del agua. Por las otras tres partes de Levante y Po-
niente y Mediodía es muy grande hondura de bajar y con mucha difi-
cultad. Y como llegué al principio de aquella bajada, vi una senda la más
espantosa y dificultosa que se puede pensar para descender de peña en
peña, y de tal género la peña que muchas piedras y partes de la montaña
parecen propio fierro; y en partes está aquella senda por donde bajan al
lago, tan derecha como una pared rasa, a causa de lo cual en diversos lu-
gares hay tres escalas de madera gruesas de seis o siete escalones, que
se bajan no con menos temor que todo lo demás de esta vía. La cual está
arbolada de muchos e diversos géneros de árboles, y tendrá más de ciento
treinta brazas hasta el agua en descender, y allá abajo está aquel lago
muy hermoso y claro, el que tiene de longitud legua y media o más, y de
latitud una legua.

Dijéronme este hidalgo Machuca y su cacique, que es el señor prin-


cipal de allí, que hay en torno del dicho lago más de viente escalas o cami-
nos peores que el que tengo dicho por donde yo bajé, por las cuales todos
los días del mundo bajan por el agua que beben todos los vecinos de las
poblaciones, que hay alrededor del dicho lago, donde viven sobre cien mil
personas. En verdad yo me vi arrepentido más de una vez en haber co-
menzado a bajar por tan peligrosa senda, sino (fuera) que de una parte
la vergüenza, y de la otra ver que otros lo hacían, y también que subían
cargadas muchas indias con cántaros de una arroba o más de agua, tan
sueltas como si fueran por un camino muy llano, esto me hizo proseguir
lo comenzado. En lo bajo, tocando el agua con la mano, está tan caliente
que de mala gana o con mucha sed se beberá; pero subida en lo alto fuera
de aquella sierra y profundo, luego en el instante se torna templada y
fría, y es de las mejores aguas que puede haber en el mundo.

Este lago, a mi parecer (y así lo juzgan otros) está en el peso y hon-


dura que está el fuego que dije en el pozo del monte de Massaya, que así
se nombra en lengua de aquellos chorotegas (Massaya), que quiere decir
sierra o monte que arde. A este lago de Lenderi no le hallan suelo por su
mucha hondura, ni en el hay pescados de ningún género, sino unos pesca-
dicos tan pequeños como cabo de agujetas, que no se pueden comer por
ser tan menudos mejor que en tortilla de huevos, y así los comíyo en casa
del dicho Machuca.

Dicen los indios que aquella agua les es muy sana y provechosa, por-
que no consiente criar bazo, y para lavarse y nadar en ella; y así cuantos
indios e indias bajan por ella, primero se lavan y nadan que tornar arriba,
COSTAS, LAGOS Y EL Rio SAN JUAN 189

y aun la subida es tal que el bazo se deshiciera presto a los que lo conti-
nuasen.

Yo le pregunté al cacique que por qué no echaban en aquel lago algu-


nos buenos pescados, traídos de algunas partes, y me respondió que mu-
chas veces se había probado para que se multiplicasen y tuvieran qué co-
mer, y que luego se mueren y hieden, y el agua los sube encima de sí, y
aun la dañan; y por eso, como cosa muy experimentada, no curan de ello.

Entre las otras escaleras que hay para bajar por esta agua, hay una
que es de bejuco de alto a bajo; y no hay otra agua hasta dos o tres leguas
de allí. Y como en lo demás es tierra fértil, sufren o soportan este trabajo
de traer agua a los pueblos de aqueste lago, y porque como es dicho, es
muy buena.

Yendo desde la población y plaza que llaman Managua a la dicha


Lenderi, a un tiro de ballesta o poco más de Managua, está otra laguna
muy hermosa y cuadrada que parece alberca, y está de montes bien altos
y de peña tajada en partes y muy hennosamente cercada; y así los montes
naturalmente puestos en cuadra de diez y quince y veinte estados de alto
aquellas cumbres alrededor del agua; y tiene solamente una entrada
allá, que es la del camino, y tiene mucho pescado y bueno, y en los cuatro
ángulos o rincones hay de uno a otro hasta trescientos pasos poco más o
menos. Y llámase la laguna de Managua.,

Otra laguna hay en la provincia que se dice el Diriá, y es mayor que


la que se dijo de suyo Lenderi; esa es de agua salada como la misma mar,
y tiene mucho pescado y muy bueno, que hace ventaja en el gusto y bon-
dad a todos los otros pescados de todas las otras lagunas dulces ya dichas.
Y está a dos leguas de la de Lenderi hacia Oriente, y está de la mar cinco
o seis leguas y está aquesta laguna del Diriá a legua y media o dos leguas
de Jalteva, que es Granada; y todos los indios de estas lagunas son de la
lengua de los chorotegas, sino es aquella provincia de Nicaragua donde
el padre Bobadilla anduvo, bautizando indios, como ya se dijo.

Otra laguna hay a dos leguas de la ciudad de León, de agua dulce, que
puede bojar dos leguas; y beben de ella los vecinos que están cerca de ella:
llámase Teguazinabi e. Hay otra laguna a cuatro leguas de León, que pue-
de bojar dos leguas o algo más, de agua dulce, y beben de ella, la cual se
llama Tecuañauete..

' Itiscapa.

Las lagunas del Tigre y Monte Galán respectivamente.


190 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Todas estas lagunas y lagos están pobladas en las costas de mucha


gente, en especial de los chorotegas; mas pues de estas lagunas y lagos
se ha dicho lo que parece que basta al cumplimiento de lo que conviene
a la historia, pasemos a estos montes espantables y fogosos, que a la ver-
dad me parece que exceden a Mongibel y Vulcano y otros que son muy
nombrados por el mundo.
III.- EXPLORACIÓN DEL RIO SAN JUAN POR LOS
CAPITANES ALONSO CALERO Y DIEGO DE MACHUCA

Según la Relación de lo que el magnífico señor Capitán Alonso Calero ha visto y


descubierto que va del Desaguadero por el muy magnífico señor Rodrigo de
Contreras, Gobernador y Capitán General en estas provincias de Nicaragua por
su Majestad.

Partió Su Merced a 6 de Abril del año 1539 de las isletas que están
sobre la ciudad de Granada, sobre las provincias de Nicaragua, y fuése
entre las isletas aquel día primero; y fue a surgir sobre la postrera, donde
entró en acuerdo con el Capitán Machuca y los Reverendos Padres y otros
hidalgos y caballeros que al dicho Señor Capitán le pareció llamar, sobre
que al dicho Señor Capitán le parecía que las fustas y barca y canoa iban
muy cargadas de gente y caballos y puercos y bastimentos, y que sería pe-
ligroso atravesar el golfo de la laguna tan cargados.

Y el parecer que se dió fue que quedaba allí la mitad de la carga; con
la otra mitad el Capitán Machuca, con las dos fustas y canoas, las cuales
eran cuatro, atravesase el golfo de la dicha laguna y fuese a unas islas que
están en la otra costa hasta ocho leguas (de) ahí, y en una de ellas que es
la más alta, que se llama la isla de la Ceiba, descargase la gente y otra
carga que llevaba y tornase a enviar las fustas y canoas al señor Capitán
para que tomase el resto de la gente que había quedado y atravesase el
dicho golfo.

Lo cual así hecho, y llegado el dicho señor Capitán a la isla de la Cei-


ba, mandó a embarcar toda la gente, que primero había pasado, el día que
• Tomado de los Documentos para la Historia de Nicaragua. Colección Somoza. Tomo VII. Documento
CDXCII. Editados por Andres Vega Bolaños. Madrid, España, 1954).

'Actualmente Isla Grande, frente a Puerto Díaz.


192 CRÓNICAS DE VIAJEROS

allí llegó con todo el más hato, y otro día por la mañana se hizo a la vela
con toda la armada junta y caminó su viaje a hacer noche en una punta
que aparece adelante (sobre) la vía del Desaguadero., que según los
maestros decían habría cuatro leguas, y allí hizo noche y otro día de ma-
ñana partió de allí navegando la costa en la mano con buen tiempo.

Anduvo hasta después de mediodía, donde a esta hora saltó el viento


por delante. Fue muy recio, y convino surgir, porque el viento daba por
las proas; fue tan recio que los que estaban en la barca con los caballos
comenzaron a dar voces al Capitán diciendo que se les había abierto la
barca, que se anegaban, y el dicho Señor Capitán, creyendo que era así,
mandó en el armada todos levantasen las anclas y todos 'trabajasen por
llegar a tierra, que estaría bien dos leguas de ella. No se pudo tornar tan
presto que no tornasen para atrás todo lo que aquel día se había andado.

A la tarde surgió apegado a la tierra y otro día de mañana mandó


echar los caballos a tierra y miróse la dicha barca, la cual estaba muy
buena, y el dicho señor Capitán rogó al señor Capitán Machuca que con
toda la gente de caballo se fuese por tierra, lo cual se hizo así con ciertas
señas que llevaba para que tornase a hablar cada vez que fuese menes-
ter, y (con) todo el matalotaje con todos los demás aderezos que fuese
menester para llevar por tierra se partió el Capitán Machuca.

Hecho esto, otro día de mañana se partió el Sr. Capitán con su arma-
da y fue con buen tiempo a tomar una punta donde se hace un gran río',
y allí surgió y estuvo esperando al Sr. Capitán Machuca, y llegóse con la
gente por tierra para que los encaminase, los cuales los toparon y traje-
ron donde estaba el Sr. Capitán y asentaron su real junto aquel río, y se
atravesó una soga por él, que era en ancho doce brazas; y por aquella soga
iban y venían las canoas pasando caballos a la otra banda, de manera que
todo el día tuvieron que pasar. Pasada la gente y caballos y dando el bas-
timento que hubieron menester para cuatro días, caminaron y el Sr. Ca-
pitán se volvió a su armada, y otro día de mañana se hizo a la vela y ca-
minaron hasta después de mediodía porque a esta hora siempre le volvía
el viento por delante y surgió hasta otro día de mañana, que tenia el vien-
to casi al Norte.

Otro día de mañana se hizo a la vela y llegó a surgir cerca de las islas
de Mayali, donde estuvo todo el día surto, y no pudo llegar a las islas
hasta la noche, que tomó una isla pequeña antes de las otras y desde allá
envió una canoa, que no podían ir los bergantines, que era bajío, a hablar
' Punta Mayales.

' Desembocadura del Acoyapa-Ojocuapa.


COSTAS, LAGOS Y EL Rio SAN JUAN 193

al Sr. Capitán Machuca, el cual se aparecía con la gente de caballo a decir


que se fuesen a Mayali, que estaba de allí obra de tres leguas la tierra
junto a la laguna, y vuelta la canoa otro día de mañana se partió de allí
con su armada y se fue entre las islas de Mayali, que son seis o siete, y
en medio de éstas una chiquita, en la cual estaban dos bohíos sin gente
ninguna ni otra cosa, la cual se llama Quiamegalpa.

Más adelante halló otra isla donde estaba una mezquita muy ruin y
muchos enterramientos donde se enterraban los indios. De allí partimos
después de medio día y llegamos al puerto de Mayali; está en la costa de
tierra firme, que son dos bohíos harto ruines, y estuvimos aquel día y
aquella noche. Y otro día de mañana, como el Capitán Mach'uca no venía,
enviólo a buscar y hallaron el rastro como había pasado y mandóle seguir
y que fuesen y le siguiesen, y hallaron al Sr. Capitán Machuca que había
acabado de pasar un río., el cual porque no volviese atrás dijo que se fuese
en frente de uns islas despobladas que estarían dos leguas de allí y él lo
hizo así. Y otro día por la mañana el Sr. Capitán se hizo a la vela y fue
a surgir aquellas islas., donde saltó a tierra, y a donde a poco rato llegó
el Sr. Capitán y mandó a embarcar todos los caballos y que no fuesen más
por tierra porque llevaban mucho trabajo de ciénagas y de ríos y se hizo
así.

Embarcados los caballos y toda la tropa, hizo noche allí y en otros dos
días fue a otras dos islas que estaban a mano izquierda de las islas So-
lentinamejunto a la costa, y allí mandó a surgir y rogó al Sr. Capitán Ma-
chuca que tomase el bergantín pequeño y que sacados los indios e indias
y otra carga que venía sobre cubierta, tomase veinte hombres que fuesen
con él a la isla de Solentiname y trabajase por tomar alguna guía que nos
llevase al río que desagua a la laguna, por donde el señor Capitán había
de salir; y él lo hizo y se partió sobre tarde y aquella noche tomó un indio
en una canoa con el cual se volvió, el cual trató de ser tan bueno, que sabía
muy bien el río y tres o cuatro lenguas de las que en él se platican.

Venido el Capitán Machuca se partió el Sr. Capitán con toda la ar-


mada y aquel día llegó a la boca del río donde surgió e hizo noche; y en
toda esta costa todo los más es bajíos, que no tiene sino una braza y media
braza, a donde nos era forzados desviarnos de la costa dos leguas y legua
y media. El tiempo que hallábamos era que desde mediodía hasta la me-

' Las islas de Mayalí, hoy llamadas Nancital.

' El Oyate.

• Islas de San Bernardo.


• Islas del Sapote.
194 CRÓNICAS DE VIAJEROS

dianoche corría del Norte hasta el Levante, y desde medianoche hasta


mediodía tornaba hacia atrás hasta el Norte; de manera que mientras te-
níamos el tiempo por el Norte podíamos navegar, hasta tanto que el vien-
to se ponía a mediodía, que entonces nos convenía surgir porque nos daba
por las proas, y aguardando el tiempo de esta manera, navegábamos la
costa de la dicha laguna.

La armada que el señor Capitán llevaba es la siguiente: dos fustas,


una de quince bancos y otra de doce, cuatro canoas, una barca grande he-
cha a manera de proel, la cual llevaba un tillado en cámara, debajo del
cual iban cuarenta caballos, y un corral de puercos en que iban cincuenta
puercos. La gente toda iba en la cámara de tillado, y ésta llevaba la fusta
grande por popa y con esta armada susodicha comenzó de caminar el río
abajo.

Día de San Felipe y Santiago (1 rodeMayo)lichñ,neombr


de Dios, el señor Capitán entró el río abajo, donde el primer día se halló
por él braza y media y dos brazas. Halláronse tres islas grandes; la mayor
de ellas tenía un tiro de arcabuz de largo; halláronse unos esteros, aun-
que metían poca agua; a la tarde mandó a surgir e hizo noche.

El segundo día de mañana comenzó a caminar por la orden del pri-


mero día pasado, que era: en el bergantín pequeño traía la góndola y las
canoas venían por sí con el capitán, y el señor Capitán con dos gentiles
hombres en una canoa pequeña venía adelante descubriendo. Halláron-
se aquel día otras dos islas y un río grande que viene de la parte del
Mediodía. y otros esteros pequeños de poca agua. Viniendo así caminan-
do el río abajo, el agua comenzaba a correr más recia de lo que solía, que
sería a hora del mediodía, y el señor capitán mandó a surgir, que iba ade-
lante con una canoa, y surtos se fue abajo por ver lo que era, y a una vuelta
que hace el río vio estar unos indios pescando en medio de un raudal., y
vistos se encubrió lo mejor que pudo y se volvió a la armada y tomó una
canoa grande con diez compañeros y mandó al veedor Alonso Ramírez
que luego tomase otra y saliese con otros diez compañeros tras él, el cual
lo hizo antes que le sintiesen y arremetió a ellos y halló que eran dos ca-
noas con cuatro indios, de los cuales se tomaron los tres y el otro se fue
porque tomó antes la tierra; y luego el señor Capitán se volvió a las ca-
noas, las cuales había dejado porque los indios se huyeron de ellas, donde
se hallaron seis pescados, que tenía cada uno de ellos dos arrobas de peso,
la cosa más hermosa que podía verse en parte ninguna. 10 Hallóse una red

• Río Medio Queso.


• El Toro.
"El sábalo real (Tarpon atIonticus).
COSTAS, LAGOS Y EL Rio SAN JUAN 195

grande de malla como convenía para tan grandes pescados, y con esto se
volvió a su armada, donde hubo que comer aquella noche y otro día y otro.

El Real, así españoles como indios, otro día de mañana se vino a sur-
gir a un ancón, porque estaba el agua más sesga; preguntados los indios
por el señor Capitán por su pueblo y también por el río, dijeron que su
pueblo eraAbito, el cual estaba a la mano izquierda a la banda del Norte,
yen lo del río habían cinco raudales, y que pasando éste sobre el que está-
bamos había otro que llamaban la Casa del Diablo..

Luego este mismo día rogó el señor capitán al Capitán Machuca que
tomase veinte hombres y se fuese y mirase de qué manera iba el río, el
cual se proveyó con dos canoas y los dichos veinte hombres, y despachado
esto mandó a Damián Rodríguez que se fuese con otras dos canoas y otros
veinte hombres el río arriba a dar a Abito. Dentro de dos días vino el capi-
tán Machuca, el cual llegó hasta el raudal del Diablo y otro más bajo"; dijo
que le parecía cosa difícil pasarse los navíos.

Dentro de cuatro días volvió Damián Rodríguez, el cual no llegó al di-


cho pueblo, y visto esto, el señor Capitán apercibió cuarenta hombres y
el Reverendo Padre Morales consigo y se metió en cuatro canoas y caminé
el río abajo dos días e hizo noche cabe el pueblo que se llama Pococol, y
amaneciendo dio sobre él, donde en una isla que hace dicho río y otro que
arriba de Boto viene se halló un bohío, el cual se dió; y por ser mucho el
ruido que llevaba con las canoas no se pudo tomar más que un indio y al-
gunas indias, de las cuales se supo como estaba destruído todo el pueblo
que estaba el río abajo, el cual se llamaba Tori, obra de un mes había,
y que en todos los otros bohíos no había quedado sino el cacique y cuatro
viejas, y que todos los otros habían llevado y quemado y muerto; y luego
el señor Capitán dijo que quería ir a ver si tomaba al cacique para tomar
lengua, el cual partió con sus canoas río arriba, el cual río viene de la
parte del Mediodía, de la parte de la misma población de Boto, habría
obra de media legua de camino. Estúvose en andar más de medio día des-
de que amaneció, por venir el agua muy recia y no haber otro camino sino
el río donde llegamos, allá se tornó el cacique y con él se volvió al primer
bohío porque estaba buen asiento; el cual, comido y reposado el señor
Capitán, se apartó con sus lenguas e indios e intérpretes.

Preguntado aquel cacique como estaba destruido, el cual le respon-


dió que habría diez lunas que vino ami Boto, que está el río arriba, yendo
2 Abito, es actualmente La Toboba y la Casa del Diablo, los raudales de El Castillo.
" El raudal que hoy lleva su nombre.
"El río San Carlos, antiguo Pococol, que baja de la sierra volcánica de Costa Rica.
" Es el vértice del delta del rfo San Juan.
196 CRÓNICAS DE VIAJEROS

cuatro días por él y uno por sierra, el cual vino con cuatro canoas y mucha
gente en ellas y me mató muchos indios de los míos y me llevó muy mu-
chas indias y muchachos; habrá una luna que vino Tori, que está el río
abajo dos días, el cual me mató y llevó toda la gente, que no quedó mas
que yo que me escondí, y estas cuatro viejas que aquí véis. Y luego el señor
Capitán les preguntó por el río, si había mucha agua y si había más rau-
dales como los pasados y él respondió: "De aquí a Tori no teneis ningún
raudal ni piedras; desde Tori hasta Suere. el agua va muy recia y teneis
piedra, no es tan baja como esta otra que habeis pasado". Esto es lo que
el señor Capitán pudo saber del río abajo; y luego otro día por la mañana
se partió para volver a su armada. Estuvo en el camino cuatro días, por-
que hay cinco raudales, los cuales son muy trabajosos de subir; trajo la
gente muy trabajada y muy llagada de los pies, porque era forzoso saltar
la gente en los raudales para pasar, digo, en el agua.

Luego que el Señor Capitán llegó a su real", rogó al Capitán Machuca


que tomase una canoa que traía, la cual es larga de cuarenta y cinco pies,
muy bajita de bordes; tiene hechas sus bancadas para remar de dos en
dos, rémanla doce remos, y que en ella metiese los españoles que le pare-
ciese y que fuese a descubrir aquel río arriba que está junto al Real, adon-
de había ido Damián Rodríguez; el cual subió por el río dos días después,
y después de andado dos días, el tercero salió a tierra y caminó hasta
mediodía y dió en los maizales del pueblo, y visto el camino por donde
iban a las poblaciones, de allí se volvió porque así se lo había rogado el
dicho Señor Capitán, porque no levantase la tierra. En un día volvió has-
ta el real y vueltos, los caballos estaban aparejados y gente para salir; y
apercibióse toda la gente de caballo y de pie hasta completamiento de se-
senta hombres, con los cuales el dicho Señor Capitán rogó al Señor Ca-
pitán Machuca que se fuese y tomase relación de todo lo de adelante que
pudiese y que él le esperaría en el dicho real quince días.

Al cabo de los once el capitán envió cinco españoles y veinte indios


cargados de maíz, y con los dichos españoles le envió una carta en la cual
le decía que la tierra toda estaba poblada y visto que la población no
estaba toda junta, sino cada bohío por sí, que era tierra muy doblada de
quebradas; y seis jornadas de allí estaba Yari, que era pueblo grande,
y que de allí adelante que iban pueblos grandes y que la tierra era muy
harta de maíz y de yuca y de ají, y luego, vista su carta, el señor Capitán
despachó los mensajeros con los cuales envió a rogar al Capitán Machuca
que se fuese a Yari y que el se iría a Tori por el río abajo, aunque con
" La barra del Colorado.
" El campamento estaba en la Boca de Sábalos.
"En las cabeceras del río Punta Gorda.
COSTAS, LAGOS Y EL Rio SAN JUAN 197

trabajo, por temor de los raudales; y que de allí se tornarían a hablar y


darían orden para lo de adelante como Dios lo encaminase; plega a Dios
de encaminarlos al uno por el río y al otro por sierra.

En todas estas cosas estuvo el real asentado y la armada en este pri-


mer asiento del río que podrá haber desde la boca hasta el real, siete u
ocho leguas. Estuvo en el dicho asiento desde dos de mayo hasta ocho de
Junio, donde este postrero día acabó de pasar su armada este primer rau-
dal, y va al Nombre de Dios prosiguiendo su armada, el cual plega a El
de encaminarlo.

Después que el capitán Diego Machuca se partió y pasó las fustas, en


el raudal del Diablo (El Castillo) se hubiera de ahogar, porque el capitán
quiso saltarle por todas partes y andaba él en una canoa y el alférez en
otra y Hernán Márquez en otra, por manera que la del Capitán dió en una
peña, que se trastornó con él y con los que con él iban, y se perdieron las
espadas y rodelas y el Capitán se quedara allí si Dios no lo socorriera y
un indio que le asió y le ayudó a poner sobre una peña, donde le tomaron
y le sacaron los que iban en la canoa del alférez.

Los demás raudales se pasaron bien, aunque con trabajo, y fue el


capitán con toda su flota hasta Pococol, donde estuvo diez días esperando
que pasase el tiempo que entre él y Diego de Machuca había concertado,
porque habían concertado de esperarle allí un mes y no pudo esperar allí
más de los dichos diez días, porque no había comida que les pudiese su-
frir, y de allí se partió en demanda de Tori, donde en día y medio llegó allá
y surgió un cuarto de legua antes que llegásemos, y estuvo allí hasta la
noche, por tomar de noche algún guía en aquel pueblo; yen la noche envió
a Hernán Márquez en unas canoas para que al alba diese en el pueblo;
y Hernán Márquez lo hizo, y tomó largamente y tomaron ciento sesenta
castellanos de todos oros, y entre Tori y Pococol dejó un río a la mano dere-
cha como veníamos de Nicaragua, en el cual largamente dijeron que esta-
ba, que se llamaba Caquiribi y acordó enviar a Hernán Márquez, el cual
fue con veinte españoles con dos canoas, el cual por venir venido y pasó
mucho trabajo, y cuando llegó al pueblo le halló quemado y los mismos
indios le quemaron.

Y vuelto de allí el Capitán mandó que nos levantásemos de allí por-


que no había comida, que el pueblo era de pescadías, que no se daban a
hacer comida, sino a rescates; y a esta causa mandó como he dicho, que
se levantase la armada para ir en demanda de Suerre, porque en el dicho
pueblo de Tori, entre los indios que se tomaron, se tomó un mercader que
II sarapiquí
198 CRÓNICAS DE VIAJEROS

sabia bien aquella tierra, el cual nos dijo y nos dió muy gran relación de
la tierra toda y contó muchos pueblos. Y partidos de Tori con este medio
llegó a la mar del Norte, donde desde que el capitán se vió allí creyó que
estaba en alguna laguna como los indios de Nicaragua decían, porque la
mar hace allí un gran ancón."

A la salida del río se halló una barra algo trabajosa y luego mandó
el capitán surgir y luego mandó que la barca se deshiciese y de ella se
hiciese una fragata para subir por los ríos arriba; y entretanto que se ha-
cía acordó de mandar a Hernán Márquez que con la fusta menor llamada
San Juan, esquifada, fuese a ver la costa de la mano izquierda, que era
la parte donde venía el capitán Machuca, para que si hubiese salido a la
costa le viesen y le hiciesen señales por donde se conociesen; y como el
maestre de la fusta no sabía de navegación, desvióse algo de la costa y to-
móles calma y echólos por el contrario, donde anduvieron diez días per-
didos y volvieron harto fatigados de sed y de hambre, y venidos al real,
el Capitán les mandó descansasen tres o cuatro días, en cabo de los cuales
les mandó volver por la otra costa que va la vuelta de Guaymura que
es por la que venía el capitán Machuca en demanda de Yari, el cual le lle-
vó a dicho ríos, y subieron por él tres días, a cabo de los cuales dieron con
un bohío donde tomaron un indio que se había suelto al dicho capitán Ma-
chuca y de él se informó Hernán Márquez como el capitán Machuca esta-
ba de allí tres días con toda su gente; y aquella noche se les fueron siete
cristianos de once que llevaba y se quedó con cuatro, y visto esto se volvió
donde habían dejado la fusta a la entrada del río, porque él había subido
en una canoa; y con esto se volvió al capitán y en el camino le topó, que
iba en su demanda, y después de dada la bienvenida le dijeron lo que pa-
saba; y él visto esto acordó de ir al dicho río con toda la armada y con toda
ella entró por el río y subió por el cinco días, los cuales hizo creyendo po-
derse allegar donde el capitán Machuca estaba, porque su intento era po-
der tomar al capitán Machuca y a toda su gente y caballos, y pasarlos a
la otra parte de las poblaciones.

Mandó surgir y desde allí mandó a Hernán Márquez de Avila que con
diez españoles y con las guías y lenguas se fuesen en busca de Machuca,
el cual lo hizo, y en el camino le adolesció un hombre y acordó de enviarle
al real con otros tres hombres; y llegó al rastro que llevaba el capitán Ma-
chuca y le siguió un día donde él había estado de asiento; y de allí se volvió
al Capitán, el cual hubo mucho enojo porque no había seguido más ras-
tros; y luego el capitán escogió otros diez hombres recios y les dijo que vol-
" La bahía de San Juan del Norte.
Costa norte de Honduras.
Actual río Punta Gorda.
COSTAS, LAGOS Y EL RIO SAN JUAN 199

viesen luego a seguir el rastro, y así se hizo; y el capitán les dijo que quería
bajar la armada a la mar y que les dejaba allí una canoa en que se fuesen
cuando volviesen en su busca, el cual dijo que le hallarían en la salida del
río. Y llegando el capitán a la mar mandó surgir y apercibir de la gente
que le había quedado diez españoles, y les dijo que fuesen con él a buscar
comida, que ya no la había, y se aderezó y entró en la fragata.

Iba en demanda de un río que las guías decía que estaba poblado, y
el primero día que salimos surgimos en unas isletas que había en el cami-
no , otro día de mañana, yendo con el buen tiempo, se comenzó a arre-
ciar la mar y el capitán iba con una calentura cuartana, y yendo así se
trastornó la fragata de manera que volvió la quilla arriba y lo demás
abajo, y con ayuda de Dios todo se hizo tan bien, que todos nos hallamos
encima de la quilla sin faltar persona de veintidos españoles e indios que
llevaba, donde con todos los demás estuvieron una hora o más, que no sa-
bían que decirse, en cabo de la cual ciertos hidalgos que allí iban acome-
tieron a decir a todos los que sabemos nadar: "Procuremos de salvar al
Capitán", y el Capitán respondió: "Cómo me podeis salvar vosotros, que
yo no sé nadar?", y ellos respondieren: "En una escotilla os llevaremos",
y el Capitán dijo: "Si eso se puede hacer, salvaos vosotros, que estos in-
dios me salvarán a mí", y luego comenzó cada uno a tomar tablas y remos
y maderas, y sobre ellos irse nadando vuelta de tierra, y los indios alle-
garon una escotilla a la fragata y el capitán se echó de pecho sobre ella
y los indios lo hizieron tan bien que sacaron al Capitán, el primero que
llegó a tierra, donde nadaron cerca de media legua que había hasta la tie-
rra, por manera que aquella noche se quedaron tres en la quilla, que no
se osaron echar al agua y con ellos quedaron los guías y lenguas y otras
dos piezas.

Y aquella noche el Capitán recogió los que habían salido desnudos y


descalzos y con mucha agua estuvieron; y uno de los que con él saltó
desmayó de tal manera que dende a dos días murió; y en la mañana miró-
se por la fragata a ver si había salido a tierra o aparecía en el mar. No se
pudo ver, y de que no apareció el Capitán dijo: "Hea, hijos, antes que más
desmayemos vamos donde dejamos la otra fusta"; y comenzamos a cami-
nar por la playa desnudos y descalzos y hallamos en la costa un peño>
que fue necesario entrarle la tierra adentro para pasarle, y acabado de
pasar volvimos a la playa. Se halló tres rastros de indios y luego el Ca-
pitán dijo: "Estos son los guías que se van, que han salido a nado, de otra
manera volvamos por aquí que quizá habrá salido la fragata". Fue así que
andando un poco se halló sobre unas peñas la fragata y toda la gente, que

• Islotes frente a Monkey Point


" Acantilado de Monkey Point.
200 CRÓNICAS DE VIAJEROS

no saltó nadie, sino los guías y lenguas que se nos había ido; la fragata
estaba sobre dos peñas, la cual no había recibido mucho daño, y la saca-
mos y remediamos y nos metimos en ella y tomamos los remos que halla-
mos por la playa y nos volvimos a remo donde había el Capitán dejado las
fustas con un clérigo y otros españoles enfermos. Y yendo de esta manera,
en el camino vimos una vela de alta mar, donde conocimos que estábamos
en la mar del Norte, porque hasta allí no pensábamos que estábamos sino
en una laguna, y así lo traíamos por relación desde Nicaragua.

Y llegados donde estaba la fusta, el Capitán mandó aderezar la me-


nor, llamada San Juan, para tornar a buscar comida, porque ya no co-
míamos sino yerbas y palmitos y cangrejos y otras chucherías que se ha-
llaban. Por manera que aderezada la fusta, el Capitán mandó sacar la
gente que había y juntó diez españoles sanos y enfermos, y con estos se
volvió a ver si podría hallar algún maíz, y vuelto entró en muchos ríos
donde en ninguno halló aparejo de comida, y si Dios no socorriera con una
isla donde se tomaron dos lobós marinos. y muchos pájaros, el Capitán
con los que con él iban perecieran de hambre.

Y desde allí se tornó a la fusta, ya toda la gente muy flaca por falta
de comida y el mucho trabajo que habían pasado, donde halló al padre
muy malo y algunos de los pocos que habíamos dejado muertos. Y visto
esto, y que los que habían ido en busca de Machuca no volvían, los cuales
habían se ido cerca de cuarenta días, el capitán estuvo dos días allí y man-
dó traer el bergantín menor y maestro y de él tomó las velas y mástil y
antena, para que si el mástil de la fusta se quebrase que pudiese poner
aquel, y hecho esto, mandó recoger toda la gente sana y enferma y les hizo
un parlamento en que les dijo: "Hermanos, ya veis el estado a que somos
venido, yo quiero ahora que cada uno de vosotros me dé su parecer para
ver cómo mejor o dónde nos salvaremos", y ellos dijeron pareceres des-
concertados y el Capitán visto esto dijo: "Ahora quédese para mañana y
daré yo el mío y rogad todos a Dios que me le dé tal". A la mañana dijo:
"Hermanos, yo sé que estamos en la mar del Norte y donde nosotros mejor
podremos ir para podernos salvar, irnos hemos al Nombre de Dios», por-
que yo hallo que no estamos ochenta leguas de él, porque para volver por
el río de Nicaragua no hay brazos que remen; para ir por tierra no hay
pies que anden. Encomendémonos a Dios que nos lleve con sus vientos,
que de otra manera a ninguna parte podremos arribar".

Y luego mandó que alzásemos las velas de las fustas y tomamos la


fragata por popa de ella y en una noche y un día venimos sobre el río de

"La foca-monja del Caribe, Monachus tropicalis, actualmente extinta.


Puerto sobre la costa norte de Panamá, más tarde reemplazado por Portobelo.
COSTAS, LAGOS Y EL RIO SAN JUAN 201

Nicaragua", donde tomamos agua, y de esto tuvimos estrecha necesidad,


(porque no teníamos vasijas), tanta que se murieron dos españoles de be-
ber agua salada. Dende allí partimos siendo el piloto el Capitán, porque
no había otro que más supiese, el cual iba con la carta en la mano diciendo
las señas que habíamos de hallar, y en dos días llegamos a las islas de
Zarabaro donde se conoció del todo la costa y donde estábamos, y en una
isla de aquellas tomamos muchos caracoles y pájaros donde tuvimos co-
mida, pero agua nos fatigaba mucho porque, como he dicho, no llevába-
mos vasijas en que llevarla. De allí fuimos a tomar agua en un río, donde
se halló tanta sardinilla que era cosa de espanto, y de allí tomamos el ca-
mino. Así mismo en el camino con anzuelos tomamos muchos pescados
grandes, donde la comida pasábamos bien, aunque como he dicho, del
agua padecíamos gran falta. Luego conocimos la isla del Escudo, y desde
allí fuimos al Nombre de Dios, donde llegamos tan al cabo, que fue mara-
villa escapar con el Capitán nueve hombres y algunas piezas.

Lo que se ha sabido hasta ahora del capitán Machuca es que volvió


a Nicaragua muy fatigado y se le murió siete hombres de los que llevaba,
y tuvieron tanta hambre que se comieron todos los caballos que llevaban.
Esto se pudo saber de un navío que vino de Nicaragua al puerto de Pana-
má, el cual dijo que tornaban a hacer otra armada para ir en busca del
Capitán, porque hasta entonces no se sabía; de antes tenían que era
muerto; no se ha sabido otra cosa.

La laguna de Nicaragua tendrá treinta leguas de travesía, desde


Granada hasta el Desaguadero. El río tendrá desde la laguna hasta la
mar treinta leguas poco más o menos; había en él tres raudales: el pri-
mero y postrero se pueden pasar botando con palancas y remando; el de
en medio, que llaman la Casa del Diablo, es un peñón todo y corto, el cual
tendrá obra de quinientos pasos y se debe subir con una guindaleza a la
sirga. Pueden subir o bajar todo el río barcos que tengan de carga cua-
trocientas arrobas; sale la boca del río obra de noventa leguas del Nombre
de Dios, la vía del agua y tierra; hay al cabo de dicho río un puerto muy
bueno, donde pueden entrar y salir navíos y estar muy seguros.

Río San Juan.


" En el golfo llamado Bocas del Toro.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA
INTRODUCCIÓN

Cuando los conquistadores españoles entraron por vez primera bata-


llando por las provincias chorotegas de Masaya y Nindirí, el volcán estaba
en plena actividad. Un lago de lava ardía en el fondo del amplio cráter y los
caciques de los pueblos vecinos consideraron aquella manifestación como
señal del disgusto de la diosa hechicera a la que solían consultar con fre-
cuencia dentro de la oquedad. En esa ocasión, según la versión de los in-
dios, la pitonisa suspendió sus pronósticos hasta tanto los indígenas no ex-
pulsasen a los invasores.

Por su parte los españoles consideraron la actividad ígnea del volcán


como prueba de que el cráter era "la Boca del Infierno", nombre con que ori-
ginalmente bautizaron al volcán. El fraile mercedario Francisco de Bobadilla
subió hasta la cumbre, donde plantó una cruz para exorcizar al diablo. Otros
pensaban que el material que brillaba en el fondo era azufre o metal derre-
tido, incluyendo oro, idea esta última que tentó al dominico Blas del Castillo
para organizar un atrevido descendimiento hasta el fondo en busca del codi-
ciado metal.

El enigma del cráter no podía pasar inadvertido para el acucioso Cro-


nista de las Indias, Gonzalo Fernández de Oviedo, quien antes de abando-
nar Nicaragua decidió escalar el volcán y echar una mirada hacia el gigan-
tesco y misterioso báratro que se abría en la cumbre. Para ello se hizo guiar
por el cacique de Nindirí, quien le refirió la supersticiones de los indios en
relación con el volcán.

Asombrado por el fenómeno que contempló allá abajo, y admirado ante


la osadía del dominico, quien nueve años después de su visita se hizo bajar
con cuerdas hasta donde brillaba la materia incandescente, Oviedo dedicó
206 CRÓNICAS DE VIAJEROS

varios capítulos del libro XLII para referir sus impresiones sobre el volcán
y relátar la audaz exploración del fraile al fondo del cráter.

El tema del volcán Masaya y los intentos de buscar oro en su interior in-
teresaron a varios cronistas que visitaron Nicaragua en el siglo XVII, u oye-
ron hablar de él, cuyas versiones y opiniones se presentan más adelante;
pero ninguno de ellos les dedicó tantas páginas y pensamientos como lo
hizo Oviedo. Su descripción y dibujo son, en efecto, los primeros testimo-
nios que se tuvieron sobre un volcán en actividad en el Nuevo Mundo, el cual
resultó también ser el único del continente, y uno de los pocos en el mundo,
que presenta lagos de lava en el fondo de manera recurrente y por largos
períodos.

II

A las manos del Cronista de las Indias llegó posteriormente la narración


escrita de Blas del Castillo sobre el osado descenso que en busca de oro
realizara el fraile al fondo del volcán. Oviedo comenta con ironía la aventura
de fray Blas, tildando de insensata aquella empresa. Habían transcurrido
nueve años entre la visita de Oviedo y la aventura del dominico y la lava se-
guía ardiendo como fuego líquido dentro del cráter y como oro derretido en
la mente del fraile y de algunos vecinos de Granada que apoyaron su idea
y su proyecto.

Habiendo tenido noticias sobre aquel intento, el no menos codicioso go-


bernador de Nicaragua, Rodrigo de Contreras, se trasladó al volcán y perso-
nalmente dirigió la operación de extraer el supuesto oro. Grande debió ha-
ber sido su decepción al comprobar que aquellas ascuas se convertían en
vulgares escorias azufrosas una vez sacadas del crisol del volcán. Así tam-
bién lo comprobaron los plateros que examinaron las muestras ya salidas
y frías en la casa de fundición de León, (Crónica III). En consecuencia, el
gobernador prohibió a fray Blas y compañía seguir en el intento.

La muerte posterior del fraile, cuando regresaba de España trayendo la


aprobación real para continuar investigando 'el oro del volcán", no desalen-
tó a sus seguidores, entre los que se encontraba Juan Sánchez Portero,
quien había bajado al cráter en el segundo intento, antes que interviniese
el gobernador. Pero Contreras se mostró inflexible, lo cual obligó a Sánchez
a solicitar de nuevo el permiso del rey para una nueva aventura y que le otor-
gase además la concesión en la explotación del supuesto mineral, (Cróni-
ca IV).

La incandescente lava debió haber vuelto a ocupar el fondo del cráter


a mediados del siglo XVI, a juzgar por una nueva petición presentada en
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 207

1551 por el dean de la catedral de León, donde le pedía al soberano dos-


cientos esclavos para perforar con un túnel las paredes del cráter y vaciarlo
del oro que contuviera, solicitud que Carlos V denegó aduciendo que no te-
nía esclavos que mandar.

En una tercera etapa de actividad -alrededor de 1573-otro fraile, el car-


melita Alonso de Molina, obtuvo una concesión bajo condición de dar a la
Corona la quinta parte de las riquezas que esperaba sacar del Masaya. En
1586 se autorizaba a Benito Morales a "buscar el secreto del volcán", dema-
siado tarde porque para entonces el cráter sólo arrojaba humo, de acuerdo
con el testimonio del cronista Antonio de Ciudad Real. Es probable que los
derrames de lava en el fondo del cráter continuasen su ciclo hasta 1670,
cuando la entera oquedad quedó colmada, desbordándose la corriente de
lava por la ladera norte. Ya para entonces nadie creía en la fabulosa mina
de oro del volcán de Masaya.

III

Al lado de las crónicas escritas por los que escalaron el volcán -tra-
tando de averiguar sobre la verdadera naturaleza del material incandescen-
te encerrado en el cráter- entre los que figuraron Pascual de Andagoya
(Crónica V), Bartolomé de las Casas (Crónica VI) y fray Toribio Benavente
-alias Motolinia- (Crónica VII), aparecen otros comentarios intesantes co-
mo los de fray Juan de Torquemada (Crónica VIII), y versiones repetidas de
Francisco López de Gómara, Jerónimo Benzoni, Juan López de Velasco y
Antonio de Herrera. Estos últimos dedicaron en sus crónicas algunos párra-
fos a la extraña actividad del volcán, las cuales serán presentadas en el si-
guiente Tomo. Entre algunos de los frailes la polémica tenía ribetes teoló-
gicos, pues se trataba de determinar si el luego" del volcán era el mismo
que el que ardía en el infierno.

Era la creencia de fray Bartolomé que el crisol del Masaya se atizaba


con ciertos vientos subterráneos, impelidos por el oleaje de los lagos veci-
nos a través de conductos cavernosos que comunicaban con el volcán.
Juan de Torquemada, por su parte, comentaba que muchos visitantes que
escalaron el cerro lo tomaban como boca del infierno, y el fuego que en sus
entrañas tenía que ser fuego de los condenados".

Así pues, el fascinante enigma del volcán Masaya llegó a constituir un


tópico muy discutido entre aquellos primeros españoles que poblaron Nica-
ragua.
I.- EL CRONISTA GONZALO FERNÁNDEZ DE OVIEDO
EXPLORA Y DESCRIBE EL VOLCÁN DE MASAYA.

Capítulo V.

El cual trata del ardentísimo y espantable monte de Masaya, del cual continua-
mente todas las noches sale fuego, o tal resplandor que muchas leguas lejos de él
se ve aquella claridad; y de otros montes que arden y hechan humo en aquella
provincia y gobernación de Nicaragua, y de los veneros de piedra azufre y acige,
y de otras cosas que cuadran a la hi8toria.

Acuérdome que estando el Emperador, nuestro señor, en la ciudad


de Toledo, el año de 1525, le osaron escribir el gobernador Pedrarias y sus
ministros que en Nicaragua se había hallado una ciudad de tres leguas
de largo, y otras cosas inciertas y las exorbitancias que se atreven los des-
comedidos a escribir a su Príncipe y Rey soberano; que si se castigasen
sabrían que no hay licencia (donde hay vergüenza) para tanto atrevi-
miento. Y llegó la cosa a tanto, que además de los traslados que emba-
jadores y extranjeros por el mundo enviaron de la copia de sus cartas, (en
que esa gran mentira y otras estaban), les dieron muchos créditos, con
verlas predicar, como se predicaron en púlpitos y templos principales de
aquella ciudad, a vueltas del sagrado Evangelio. Y así lo afirman aque-
llos predicadores, como la misma verdad, que son obligados a pregonar
y dar a entender a los fieles; pero todo esto no era con falta de artificio ni
sin malicia, para engañar al Rey y a su Consejo y a cuantos aquellos
sermones oían. Y yo escuché algunos de ellos, lo cual yo tuve por fábula,
como lo era; no porque yo lo dudase por cosa imposible, sino porque cono-
cía muy bien al inventor de aquellas novelas, y sabía el crédito que sus
palabras merecían. Y así lo dije y desengañé a algunos de aquellos
señores del Consejo Real de Indias, aunque aprovechó poco; y propuse de
ir a Nicaragua a ver si aquellos púlpitos habían sido bien informados, y
ninguna cosa hallé ser así como la predicaron y aquella carta decía.
' Tomado de la Historia general y natural de los Indias. Tercera Parte, Libro XLII.
210 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Y por lo que se dijo fui a la población de Managua de la lengua de


Chorotega, que a la verdad fue una hermosa y populosa plaza, y como es-
taba tendida a orilla de aquella laguna, yendo de León a ella, tomaba
mucho espacio; pero no tanto, ni habiendo cuerpo de ciudad, sino un ba-
rrio o plaza delante de otro con harto intervalo. Y cuando más próspero
estuvo (antes que entrase allí la polilla de la guerra)., fue una congrega-
ción extendida y desvariada. Como en aquel valle de Alava o en Vizcaya
y Galicia, y en las montañas y valle de Ibarra y otras partes, están las
casas apartadas ya vista de otras que tenían mucho compás. Pero aques-
tas de Managua estaban como soga a lo largo de la laguna, y no en tres
leguas ni una; pero había en su prosperidad diez mil indios de arco y fle-
chas y cuarenta mil ánimas. Era la más hermosa plaza de todas y estaba
ya la más despoblada y asolada que había en aquella gobernación, cuan-
do yo la ví, que fue poco más de tres años después de aquella carta y ser-
mones. Esta población de Managua está ocho leguas de León.

Había en Matinari cuatro mil ánimas, en que eran los seiscientos de


arcos y flechas; en Matiari había mil flecheros, que eran más de doce mil
ánimas, y en aquel cacique de Itipitapa, en la otra costa de la laguna a
seis leguas, habían bien seis mil ánimas y ochocientos arqueros. En fin,
porque en esto no nos cansemos, digo que en el tiempo que el capitán Gil
González fue a aquella tierra, y después de él el capitán Francisco Fer-
nández, teniente de Pedrarias, parecía que hervía de gente aquella tie-
rra, según yo lo supe en ella de los que la vieron.

Dejemos aparte el asolamiento y causas de tantas muertes de los


indios, y tratemos de los montes que arden y de los ríos calientes de
aquellas partes, que es lo que yo quiero predicar o atribuir a este quinto
capítulo, y digo así:

Desde Managua hasta Itipitapa hay dos leguas de camino, en el cual


paso hay 231 arroyos de agua caliente que entran en la laguna de Léon2,
en la costa de la cual están Managua e Itipitapa de la banda del Sur, y
de más lejos nacen una legua de dicha laguna, y todos ellos vienen de
hacia la parte y monte de Massaya. Pero comencemos del infierno, que
llaman los indios mamea, que es cosa muy notable de ver y considerar..

Legua y media de la ciudad de León está un cerro muy alto de la otra


parte de la laguna, el cual es de la manera que le pinté aquí, y la cumbre
más alta tiene muchos agujeros por donde, apartados unos de otros, con-

' Se refiere a las luchas de la conquista.


▪ El lago de Managua.
'Mamea, contracción chorotega por Momotombo.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 211

tínuamente, sin cesar un momento, sale humo. Bien creo yo que hasta la
cabeza o parte superior del monte, y desde León, hay más de tres leguas,
porque más de 10 ó 20 leguas se aparece este humo, el cual ni de día ni
de noche echa llama. Hay por allí mucha piedra azufre y muy buena, y
aún tiénese por la mejor que se ha visto, según la loan los artilleros, para
hacer pólvora, y otros para diversos efectos.

En las espaldas y lados de este monte y sus anexos, que tendrán en


redondo más de cinco o seis leguas, hay en muchas partes muchas bocas
de agua hirviendo, de la manera que en el Puzol adoso tres leguas de Ná-
poles, hierve la solfatara; y así pienso yo que es todo este monte o sierra
mineros de azufre.

Hay otros agujeros por la tierra adentro de la dicha circunferencia,


por donde sale grandísimo viento y muy caliente, tanto que no se puede
soportar de cerca. Hay otros agujeros por donde no sale viento, sino algún
poco de aire; pero llegándose hombre cerca, (como lo hacen muchos sin
peligro), se oye muy grandísimo ruido, que parece que allá adentro sue-
nan diversos e innumerables fuelles de fraguas de herreros. Y algunas
veces cesa aquella espantable armonía por poco espacio, y torna a hacer
lo mismo, y así de cuando en cuando son aquellas pausas o silencio; pero
el tiempo que cesa es menos que la cuarta parte del tiempo que se oye
aquel estruendo. También se halla mucho acije perfecto por allí, y entre
las otras fuentes calientes hay una cerca de un pueblo que se dice Totoa,
tan caliente que cuecen allí los indios la carne y el pescado y el pan que
comen, que no se tarda en cocer tanto como se tardará en decir dos veces
el Credo; y los huevos antes que se diga la mitad del Ave María se cuecen.*

En tiempos que truena o llueve, o en aquel tiempo en que las aguas


se continúan, (aunque a la verdad muy pocas veces llueve en aquella Tie-
rra), pero lloviendo o sin llover, ningún año pasa sin temblar muchas
veces la tierra. Y no es temblor así sumario ni presto, sino muy recio y lar-
go; y yo he estado en aquella ciudad, y vi temblar de tal manera aquellas
casas que nos salimos huyendo de ellas, a las calles y a la plaza, porque
no se hundiesen sobre la gente. Y conté en un solo día y noche sesenta y
tantas veces esos temblores, y aquestas o más muchos días, y a veces tan
continuos y unos tras otros que es cosa de mucho temor. Y a veces caen
rayos y matan gente y queman casas.

Todo lo que yo he visto en aquel pueblo de Léon, y sin duda no hay


comparación en la tierra tremol o temblores la de la ciudad de Puzol,.
Las fuentes termales de Totoa, están situadas a pocos kilómetros al noroeste de León Viejo, en la
hacienda actualmente llamada La California.
1 Cerca de Nápoles.
212 CRÓNICAS DE VIAJEROS

(que por ellos la ví yo un tiempo casi destruída), con lo que hacen en León;
y soy de opinión que si fuese edificada de casas de piedra, como esta nues-
tra ciudad, o como las de España, que muchas derribarían aquestos tem-
blores de la tierra con muertes de muchos.

Pasemos a los montes que se llaman los Maribios., que también son
cosa notable: hay una cordillera de una sierra continuada, yendo de la
ciudad de León al puerto de la Posesión, y en esta sierra se alzan tres
montes, uno delante del otro continuados, y las cumbres de ellos distin-
tas, como aquí los pinté. A la parte del norte son de tierra áspera, y a la
parte del sur tienen sus vertientes tendidas igualmente hasta los llanos.
Y es tierra muy fértil, y como allí es muy continuo el viento oriental,
siempre pende un humo continuo y muy ancho y largo hacia la parte del
poniente, que sale de los tres montes más altos de toda la cordillera. Y ca-
si una gran legua continuada va aquel humo, y tendrán esos montes así
en aquel cuchillo de sierra seis o siete leguas, y el más cercano monte de
este humo a la ciudad de León estará cuatro o cinco leguas de ella. , Acaece
algunos años, ventando recios nortes, dejar el humo, que ordinariamen-
te suele llevar su camino a poniente, e ir hacia el sur, y bajar por aquellas
vertientes a los llanos, y quemar y abrazar los maizales y las otras la-
bores del campo, y hacer grandísimo daño en tres o cuatro o más leguas
y en los pueblos, que hay muchos por allí, y no poder tornar la tierra en
sí en esos cuatro o cinco años, por haberla dejado quemada y destruída
el fuego.

Otro monte hay en aquella provincia que llaman Massaya, del cual
hablaré como hombre que le ví y noté después de haber oído muchas fá-
bulas a diversos hombres que decían haber subido a verle. He visto a Vul-
cano. y he subido hasta la cumbre de aquel monte del que sale continuo
humo. Y allá encima está un hoyo de 25 6 30 palmos de hondo, y en él no
se ve sino ceniza, entre la cual sale aquel sempiterno humo que se ve de
día, y dicen algunos que de noche se convierte en un resplandor o llama.
Pero yo estuve allí el día que llegué, dos horas antes que fuese noche, y
estuve el día siguiente todo, y con otros salté entierra, y subí a ver aquella
cumbre, y estuve encima más de un cuarto de hora; y bajado estuve en
aquel puerto también aquella segunda noche hasta que fue de día en el
tercero que llegué allí con la serenísima Reina de Nápoles, mi señora, a
quien yo servía de guardaropa, mujer que fue del Rey Don Fernando
Segundo; y con siete galeras estuvo Su Majestad en aquel puerto el tiem-
po que he dicho, año de 1501, y desde allí fuimos a Palermo.
• Maribios, no Marrabios, como erróneamente se escribe.
• Los tres volcanes mencionados como activos eran posiblemente San Cristóbal, Telica y El Hoyo.
$ En las islas Lípari, Italia.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 213

También he oído en Sicilia hablar a muchos de aquel Mongibel, que


los antiguos llaman Etna, y de quien tanta mención hacen los historia-
dores y poetas antiguos.

También he oído hablar a muchos de nuestros españoles de aquel


monte fragoso de Guaxozingo en la Nueva España..
También he oído que en Grecia, en la provincia Lacónica, está el mon-
te Tén aro, en que hay una boca oscura y profunda, que algunos pensaban
ser boca del infierno.

También he oído que en la parte meridiana está el monto que los grie-
gos llamaban Honocauma (en la mar), el cual siempre arde, desde el cual
hay navegación de cuatro días hasta el promontorio Hesperizeras, en el
confín de Africa, cerca de los etíopes y Hesperis. Esto es de Plinio, y pien-
so que dice por la isla de fuego, que es una de las de Cabo Verde.

En Licia arde el monte Quimera, y de día y noche dura la llama; y en


la misma Licia hay montes llamados Efesios, que tocándolos con un tizón
ardiendo, se encienden de tal manera que la tierra y la piedra y la arena
de las riberas arden en el agua, etc. Y en la tierra de los Bactrian os la
cumbre del monte Cofanto arde de noche, y lo semejante interviene en
Media, en los confines de la Persia. En el llano de Babilonia, por espacio
de una yugada, arde la tierra de tal manera que parece un lago de fuego.
En Etiopía, cerca del monte Espero, hay campos que de noche parecen
que están llenos de estrellas. Estoy otras cosas más escribe Plinio en su
Natural historia.

Ya dije en el libro XXXIII de la segunda parte, de aquellos tres mon-


tes de la isla de Islandia, las cumbres de los cuales están cubiertas de
perpetua nieve, y al pie de cada uno un horrendo abismo de perpetuo
fuego, semejante a aquel Mongibel de Sicilia. También sé por autoridad
del mismo Olaf Gotho, que en la isla de Escocia hay un monte de continua
llama en aquella punta o promontorio, que circunda el mar de Calidonia.
Y otras cosas semejantes y muchas podría traer a propósito de estos mon-
tes, o partes que arden, para que no nos parezca que es cosa nueva, ni de
que debemos espantarnos de este Massaya. Pero a mi me parece que nin-
guna de las susodichas es de tanta admiración ni tan notable cosa como
Massaya, de la cual diré lo que entendí y ví, y el lector juzgue lo que le
pareciere del que lo haya cotejado con las cosas susodichas, o con otras;
y su figura es aquesta, y pues he pintado o puesto la figura de aqueste
monte de Massaya, que quiere decir monte que arde en la lengua de los

'Se refiere al Popocatépetl.


214 CRÓNICAS DE VIAJEROS

chorotegas, en cuyo señorío y tierra está, y en la lengua de Nicaragua le


llaman Popogatepe, 10 que quiere decir sierra que hierve, dígase lo que vi.

Yo partí un día 25 de Julio del año 1529 de la plaza o pueblo de Mana-


gua, y fui a dormir a Lenderí, cuatro leguas, a la estancia de aquel hidalgo
que he dicho que se dice Diego Machuca, que está a la par de la bajada
del lago que dicen de Lenderí, y obra de media legua del pie de este monte
de Massaya, (pero tornando atrás está una legua, porque yo iba de la par-
te del norte, y la estancia está del otro cabo de aquesta sierra, hacia
Jalteva o Granada). Y este mismo día bajé a ver el lago, y aquella misma
noche de Santiago, antes que fuese de día, partí de la estancia para subir
al monte de Massaya a ver aquel fuego. Y lo que allí hay és una sierra muy
áspera y de dobladas montañas, (pero poblada de indios de la lengua
Chorotega que he dicho), en la cual hay muchos tigres y leones y otros
diversos animales nocivos. De este monte que he dicho precede espacio
de media legua un pais o terreno, que vulgarmente así llaman los espa-
ñoles a una tierra fragosísima, que es toda ella a manera de escorias de
herreros o peor. De este terreno se encumbra un monte separado y bien
alto, desde el pie del cual a lo superior de sus cumbres hay más de una
legua. Tendrá de circuito la redondez inferior tres leguas y media o cua-
tro. Este monte es redondo y distinto de todas las otras montañas de la
dicha sierra o comarca.

Bien sé que algunos han escrito de aqueste monte de Massaya al Em-


perador, nuestro señor, y algunos ha ido a España que han dicho que le
vieron, lo cual yo no dudo, y por eso huelgo yo de hablar en una cosa tan
señalada y que no falten otros que lo aprueben, aunque la subida de este
monte es de trabajoso y áspero camino. Yo subí a caballo más de las tres
partes de él, y llevaba conmigo por guía al cacique indio y señor de aquella
tierra, que estaba con su gente encomendada al dicho Machuca, y a otro
hidalgo llamado Barroso. Y ningún cristiano iba conmigo (porque uno o
dos que habían de aguardar en la estancia y prometieron subir conmigo,
y venían un día antes, cuando llegaron a la vista de Massaya acordaron
no atenderme ni cumplir su palabra).

Aunque dicen muchos que han visto a Mas saya, es desde lejos; pero
pocos son los que se atreven a subir allá arriba. Y porque algunos decían
que tres leguas apartados de este monte veían de noche a leer un carta,
por la claridad que de él sale (lo cual yo no apruebo), yo partí como he di-
cho, de noche de aquella estancia de aquel hidalgo Machuca, y me ama-
neció encumbrado y bien cerca de lo alto de aquel monte; pero no pude ver
a leer en unas hojas de rezar que llevaba, puesto que estaba ya menos de

" Variante de Popocatépelt en lengua náhuat


CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 215

un cuarto de legua de aquel cabezo que está en lo más alto de la montaña,


aunque hacía muy oscuro, y aquel resplandor que de allí procede en no-
ches oscuras da mayor claridad.

Verdad es que a personas de crédito he oído decir que cuando hace


muy oscura noche y llueve, resplandece más aquella llama y luz que de
este monte sale, y que se ve leer una carta a media legua o más apartado
del monte; lo cual no dudo ni afirmo, porque en Granada de Jalteva, que
está a tres leguas de allí, todas las noches que no hace luna, parece en la
claridad que la hay por la lumbre que redunda del resplandor de
Massaya en toda aquella comarca, y aún algo más adelante de donde es
dicho. Yes verdad que a 18 y 20 leguas apartado de aquella sierra he visto
y se ve muy claramente aquel resplandor; pero aunque de suyo dije llama
y pinté llamas de fuego, en la boca por donde sale aquella luz fogosa no
alza ni hay llama alguna, sino humo tan encendido como fuego, que de
día no se ve de lejos y de noche es cual digo.

Así que tornando a mi camino, iba conmigo aquel cacique llamado


don Francisco, (y su primer nombre en lengua de Chorotega, antes que
se bautizase, era Nacatime), y un negro y otros dos indios mansos míos;
pero aunque el negro era seguro, yo confieso que fue error llevar tal com-
pañía, pero lo causó el deseo que yo tenía de ver el fin de esto, y que al
Machuca hallé enfermo y que los que dije haber faltado a su palabra se
fueron a Granada antes que yo llegase. Pero como yo no me podía detener
en mi viaje, quise acabar de entender las novelas y particularidades que
diferentes me habían contado los que decían haber allí subido.

Cuando la disposición del camino dió lugar a poder ir el caballo ade-


lante, apeéme de él y calzéme unas alpargatas, (porque ningún zapato es
bueno ni bastante para tal terreno); y dejando allí un indio en guarda del
caballo, seguí tras el cacique que me guiaba, y al negro y al otro indio tam-
bién los hice ir delante de mí. Y así como el guía llegó cerca de la boca don-
de está aquel fuego asentóse desviado de ella quince o veinte pasos y me
la señaló con el dedo, donde estaba aquel temeroso espectáculo. A pocos
pasos de allí, aunque ya era llano aquello, (pero de mala disposición de
peñas color rubias y pardas y negras y otros colores y mezclas), vi que
toda la altura del monte, cuando grande era, estaba sobre un pozo, excep-
to por aquella parte en que yo iba, que era de la banda del oriente. Y era
tan grande la redondez o boca de esta sima, que ninguna escopeta (a mi
parecer) alcanzara de una parte a otra por cualquier parte que la atra-
vesasen (de medio a medio tirando). Y de allí salía un humo continuo y
no enojoso a la vista, ni la empachaba ni excusaba de verse toda la parte
y circuito de toda la redondez alta y baja de esta boca, a causa de ser tan
sobre el dicho humo, y también porque en aquella tierra aquel viento
216 CRÓNICAS D E VIAJEROS

oriental, que los marineros llaman del Este, es muy continuo y así venta-
ba entonces, aunque poco. Así que los que allí suben, van con el viento por
propia disposición de natura, y el viento no les da empacho ni les es mo-
lesto. Aquella hondura bajaba, a lo que yo pude considerar, (y aún así lo
he oído decir y estimar a otros), 130 brazas o estados, y allí en lo bajo no
es tan ancho como en lo alto y circunferencia de donde yo lo miraba."

Este monte todo es mucho más alto en todas las otras partes que la
parte oriental desde donde se mira su profundidad, ni que la del Medio-
día. Y parece como si fuera hecho a mano, según esta liso y pendiente de
todas partes, salvo que de aqueste lugar o miradero que es dicho, está la
peña más áspera y diferente, y hay algunas concavidades en ella, aunque
se ve poco de la pared, (de la parte que está el que mira), y hacia abajo,
porque no se osa hombre parar tan adelante.

Abajo, en el fin de aquesta hondura, está una plaza redondísima, y


tan grande al parecer que en otro tanto compás podían jugar a las cañas
más de cien a caballo, y mirarlos más de mil personas; y si no hubiese un
pozo que hay en la dicha plaza, (más acostado al mediodía que a otra
parte), sería mucho mayor el número de gente que en aquella plaza ca-
bría. Todo está tan claro que ninguna cosa se esconde, ni fuera de la dicha
sima o plaza desde donde se mira no hay cosa más clara, ni en todo cuando
el sol mira en todo el mundo.

A la parte del Mediodía, como he dicho, hay en aquella plaza baja un


pozo, que cuando yo le vi me pareció que era tan hondo lo que se veía de
él como la mitad o tercia parte de la altura que dije que había desde la
plaza a lo más alto de la peña o monte, y tamaño que en el través de la
boca de ese pozo podrían haber catorce o quince pasos, poco más o menos,
según la vista mía arbitraba. Pero en la verdad debe ser mucho más por
la gran distancia que hay desde donde se mira hasta el pozo, y de allí aba-
jo desde la boca de él a la materia que allí dentro se cuece, queda o hay
de espacio entre el pozo y la peña, a la parte meridional de ella, las tres
partes menos que hacia la parte del norte. Después en Valladolid, año de
1548, estando en la corte del Príncipe, nuestro señor, me dijo Rodrigo de
Contreras, gobernador de aquella provincia por Su Majestad, que en su
presencia se había medido esta altura que es dicho, y que desde donde se
mira esta sima hasta la plaza hay ciento treinta brazas, y en lo que se ve
del pozo, hasta la materia que en él arde, hay cuarenta brazas.

Uno de las cosas de que yo más me maravillo, es que oí decir al co-


mendador fray Francisco de Bobadilla, provincial de aquellas partes de
"El cráter visitado por Oviedo en 1529 es el Nindirí, (situado contiguo y al oeste del moderno cráter
Santiago), rellenado por lavas posteriores.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 217

la Orden de la Merced, (que subió con otros a ver lo que digo que allí hay),
que entonces estaba el pozo en medio de la plaza, y que la materia o fuego
que dentro de él hay llegaba cerca de la boca, y que no se veían de las pa-
redes del pozo cuatro palmos, al parecer; y no habían pasado seis meses
desde que el fraile lo vió hasta cuando yo lo ví. Y creo que debía ser así;
porque además de ser religioso y persona de crédito, oí decir al mismo
Machuca que él había visto la materia o fuego que hay dentro del pozo
casi ras con ras de la boca de él.

Digo que en la hondura y última parte que yo ví de este pozo había


un fuego líquido como agua, o la materia que ello es estaba más que vivas
brasas encendida su color, y si se puede decir mucho más fogosa materia
parecía, que fuego alguno puede ser; la cual todo el suelo y parte inferior
del pozo ocupaba y estaba hirviendo, no en todo, pero en partes, mudán-
dose el hervor de un lugar otro, y resurgió un bullir o borbollar, sin cesar,
de un cabo al otro. Y en aquellas partes, donde aquel hervor no había (o
cesaba), luego se cubría de una tela, tez o nata encima, como horrura o
resquebrada, y mostraba por aquellas quebraduras de aquella tela o
nata ser todo fuego líquido como agua lo de abajo, y así por todo el circuito
del pozo. Y de cuando en cuando toda aquella materia se levantaba por
sí con gran ímpetu, y lanzaba muchas gotas para arriba, las cuales se tor-
naban a caer en la misma materia o fuego, que a la estimación de mi vista
más de un estado subían. Y algunas veces acaecía caer a la orilla del pozo
allá abajo, fuera de aquel fuego, y estaba más espacio de lo que se tar-
daría en decir seis Credos, sin acabarse de morir poco a poco, como lo hace
una escoria de una fragua de un herrero.

No creo yo que haya hombre cristiano que, acordándose que hay in-
fierno, aquello vea que no tema y se arrepienta de sus culpas, en especial
trayendo a comparación en este venero de azufre, (que tal pienso que es),
la infinita grandeza del otro fuego o ardor infernal, que esperan los in-
gratos a Dios.

Encima de aquel pozo que es dicho, casi en el mismo espacio que hay
desde lo más alto de esta montaña, y hasta la boca de él o plaza ya dicha,
volaban muchos papagayos de los de las colas largas, que llaman xaica-
bes, a los cuales nunca pude ver los pechos, sino las espaldas, porque yo
estaba mucho más alto que ellos, y estos criaban y se entraban en la peña
debajo de donde yo miraba. Y los que allí van, miran así aquel pozo o lo
que es dicho.

Digo más, que yo arrojé algunas piedras, y también las hice tirar al
negro, que era mancebo y recio, y nunca jamás pude ver adonde paraban
o daban, sino que salidas de la mano hacia el pozo parecían que ya se iban
218 CRÓNICAS DE VIAJEROS

enarcando y se metían debajo de donde hombre estaba mirando; en fin,


que ninguna se vió donde paró, lo que notoriamente mostraba la mucha
altura que hay hasta la plaza. Quieren algunos decir que así como por
andar allí aquellos papagayos, aquella plaza o pozo, que no es fuego, sino
agua y materia de azufre. Esta determinación remito yo a los que mejor
la sabrán decidir, y también no me aparto de su parecer.

Junto y continuando con aquella boca alta de este cerro sube un cu-
chillo de sierras a la parte del Este, sobre el camino por donde van a ver
lo que es dicho; y allí está otra hondura tan grande como la que tiene el
pozo, y está más alta aquella cumbre, y de noche humea, y de día no se
ve tan claro el humo de ella, mas de noche da la misma claridad que la
otra, y se mezcla el resplandor del uno con el otro; pero en lo bajo de ella
no hay plaza, sino un hoyo que en la abertura arriba es grande y des-
ciende, disminuyéndose en forma de una tolva, y en lo bajo parece todo
ceniza."

Díj orne aquel cacique que el fuego había estado allí primero en tiem-
po de sus antepasados, y que después se había venido a donde está ahora,
y un hoyo y el otro están distintos con ciertas peñas, y ambos tienen jus-
tamente la circunferencia que tengo dicho, a como lo muestra la figura.

Todo aquel terreno está en la mayor parte lleno de árboles salvajes


y sin fruto, excepto que hay muchos que llevan unas majuelas amarillas,
tamañas como pelotas de escopeta o algo mayores, y llámanse nances, y
son buenas de comer, y dicen los indios que restriñen el flujo del vientre.

Ningunas aves allí vi por aquellas sierras, excepto los papagayos


donde dije, y acá afuera algunos cuervos.

Parece gran extremo o cosa que en ella misma se contradice decir que
yo vi aquel fuego en tanta hondura del pozo, y que aquel religioso y Diego
Machuca me dijeron y certificaron haberlo visto casi a vara de la boca. Y
platicando en esto, supe que cuando está cerca de la boca aquella mate-
ria, es porque de próximo ha llovido, y con el agua que de las cumbres y
de toda la plaza allí se recoge, crece y sube y se aumenta para arriba y
está lleno hasta que el agua se consume y es vencida por el contrario
ardor de aquel licor o fuego. Con esto consuena lo que escribe aquel cos-
mógrafo y docto varón Olaf Gotho, que de suyo alegué: el cual dice, ha-
blando del fuego de los montes de Islandia, que es de manera que no pue-
de encender o consumir la estopa, y continuamente consume el agua. Y
así debe ser el del Massaya, porque es verdad que viendo de noche aquel

1 Este segundo cráter corresponde al Masaya propiamente dicho, también llamado San Fernando
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 219

resplandor desde una legua o media de él, parece no llama sino un humo
más encendido que vivísimas brazas, que se viene extendiendo y cubrien-
do aquellos montes, lo cual no se puede ver sin mucha admiración y es-
panto. Y si fuego fuese, no quedaría árbol, ni hoja, ni cosa verde por todo
aquello. Y es al contrario, pues que toda la montaña está arbolada y con
hierba muy verde y fresca, y hasta muy cerca de la dicha boca de
Massaya.
Después que estuve más de dos horas, y aún casi hasta la diez del día
de Santa Ana gloriosa, mirando lo que he dicho y dibujando la forma de
este monte con papel, como aquí lo he puesto, seguí mi camino para la ciu-
dad de Granada, alias Jalteva, que es tres leguas de Massáya; y así en
aquella ciudad como en más de otras dos adelante resplandece Massaya
de noche, como lo suele hacer la luna muy clara, pero casi como luce pocos
días antes de ser llena.
Oí decir a aquel cacique de Leriderí que había él entrado algunas ve-
ces en aquella plaza, donde está el pozo de Massaya con otros caciques,
y que de aquel pozo salía una mujer muy vieja desnuda, con la cual ellos
hacían su monexico, (que quiere decir consejo secreto), y consultaban si
harían guerra o la excusarían, o si otorgarían treguas a sus enemigos; y
que ninguna cosa de importancia hacían ni obraban sin su parecer y
mandato; y que ella les decía si habían de vencer o ser vencidos, y si había
de llover o cogerse mucho maíz, y que tales habían de ser los temporales
y sucesos del tiempo que estaba porvenir, y que así acaecía como la vieja
lo pronosticaba. Y que antes o después, un día o dos que aquesto se hicie-
se, echaban allí en sacrificio un hombre, o dos, o más, y algunas mujeres,
muchachos y muchachas; y aquellos que así sacrificaban, iban de agrado
a tal suplicio. Y que después que los cristianos habían ido aquella tierra,
no quería salir la vieja a dar audiencia a los indios, sino de tarde en tarde,
o casi nunca, y que les decía que los cristianos eran malos y que hasta que
se fuesen y los echasen de la tierra, no quería verse con los indios como
solía.
Yo le pregunté que cómo bajaban a la plaza, y dijo que primero había
por donde bajar por la peña, pero que después se había hecho mayor la
plaza y había caído de todas partes la tierra y se había quitado aquel
descendedero y oportunidad de bajar. Yo le pregunté que después que ha-
bían habido su consejo con la vieja, o monexico, qué se hacía ella, y qué
edad tenía o qué disposición. Y dijo que bien vieja era y arrugada, y las
tetas hasta el ombligo, y el cabello poco y alzado hacia arriba, y los dientes
largos y agudos, como perro, y la color más oscura y negra que los indios,
y los ojos hundidos y encendidos; y en fin él la pintaba en sus palabras
como debe ser el diablo. Y eso mismo debía ella ser; y si éste decía la
220 CRÓNICAS DE VIAJEROS

verdad, no se puede negar su comunicación de los indios y del diablo. Y


después de sus consultaciones esa vieja infernal se entraba en aquel po-
zo, y no la veían más hasta otra consulta.

De estas vanidades y otras copiosamente hablan los indios, y segun


en sus pinturas usan pintar al diablo, que es tan feo y tan lleno de colas
y cuernos y bocas y otros visajes, como nuestros pintores lo suelen pintar
a los pies del arcángel San Miguel, o del apóstol San Bartolomé, sospecho
que le deben haber visto, y que él se les debe mostrar en semejante mane-
ra; y así le ponen en sus oratorios y casas y templos de sus idolatrías y
diabólicos sacrificios.

A la par de la boca de esta sima de Massaya estaba un gran montón


de ollas y platos y escudillas y cántaros quebrados y otras vasijas, y algu-
nos sanos y de muy buen vidriado, o loza de la tierra, que solían llevar los
indios, cuando allí iban, llenos de manjares y diversos potajes, y los deja-
ban allí, diciendo que eran para que la vieja comiese, y por complacerla
y aplacarla, cuando algún terremoto o temblor de tierra u otro recio tem-
poral se seguía, porque pensaban que todo su bien o su mal procedía de
la voluntad de ella.

Aquella posada o materia, (donde aquella vieja decía este indio que
se recogía), yo no lo sabría comparar ni me pareció de otra manera que
la pasta del vidrio, cuando está cociéndose, o como el metal o bronce de
una campana o de un tiro de pólvora, y así aquello que hervía en el pozo
de Massaya parecía lo mismo. Son las paredes de la barranca mayor de
piedra recia en parte y de tosca y deleznable en mayor cantidad del cir-
cuito; y el humo que sale del pozo, es de la parte del Este, y extiéndese
al Oeste por la continuación de la brisa, y en la boca del pozo, a la orilla,
hacia el Norte, también sale un poco de humo.

Este monte de Massaya está a seis o siete leguas de la mar del Sur,
y apartado de la costa dentro en tierra en doce grados y medio, pocos mi-
nutos más o menos, de la línea equinoccial en la parte de nuestro polo ár-
tico. Y aquesto baste cuanto a lo que prometí escribir en este quinto ca-
pítulo.
II.- BLAS DEL CASTILLO ENTRA
EN LA BOCA DEL INFIERNO

Capítulo VI

En que se trata y hace memoria de cierta relación que escribió fray Blas del
Castillo, de la Orden de Santo Domingo, y la enderezó al reverendo padre fray
Tomás de Berlanga, obispo de Castilla del Oro, el cual fraile entró en el dicho
infierno de Massaya; y por evitar prolijidad decirse ha lo que hace al caso, dejando
muchas menudencias, que él quiso decir a su propósito o por su voluntad

Tarde se remedian las palabras que por el mundo se esparcen contra


la verdad, aunque ésta, sabiéndose, las confunda y deshaga; porque no
todos los primeros mal informados pueden después ser avisados y desen-
gañados de lo que antes se dijo.

Si este padre fray Blas del Castillo mirara que era posible venir a mis
manos su relación, no dijera en la introducción de ella que Gonzalo Fer-
nández de Oviedo, cronista de Las Indias por Sus Majestades, no más de
porque había visto el dicho infierno de Massaya, le pidió por armas a Su
Majestad, etc. Sin duda a mí nunca me pasó por pensamiento pedir tales
armas ni merced, ni yo ni otro cristiano las debe querer, y el fraile dijo
lo que le plugo en ello. En lo que yo escribí en el capítulo precedente dije
lo que vi y lo que sentí, y este religioso dice lo que a él le fue mostrado por
sus ojos, según lo entendió. Y no me maravillo de que bajando a la plaza
de esta sima, tenga otra vista y haya más cosas que notar de las que yo
tengo dichas en este caso. Y por tanto abreviando su relación, sin dejar
de decir lo que a su relación compete y es substancial, diré lo que siento
de su motivo, y lo que después he entendido de esta materia, porque el
lector quede más informado de la historia.
• Tomado de la Historia General y Natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo. Tercera
Parte. Libro LXII).
222 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Este fraile, el año de 1534, estando en Nicaragua oyendo hablar de


este infierno de Massaya, tuvo deseo de verlo, y no pudo por entonces
porque iba al Perú, desde donde volvió después a la Nueva España. Yen
el año de 1536 fue desde México hasta Nicaragua, que hay cuatrocientas
leguas por tierra; y fuése a Granada, y acordó de ir a ver a Massaya des-
pués que lo hubo comunicado con un fraile de San Francisco, flamenco o
francés que allí halló, llamado fray Juan de Gandabo. Y para esto tomó
en su compañía a Juan Antón y Juan Sánchez Portero y Francisco Her-
nández de Guzmán, y llegaron a ver aquella sima martes en la tarde, día
de San Basilio, doce de Junio de 1537.

Y dice este padre que ninguno de los que allí han subido, no saben
decir ni afirmar qué cosa es aquello que ven en aquel profundo; porque
unos dicen que es oro, otros que es plata, y otros que es cobre, otros que
es hierro, y otros piedra azufre, y otros agua, y otros dicen que es infierno
o respiradero del mal; que en el fin de su relación hablará sobre todos esos
pareceres, pues no se confirman, ni hay quien sepa dar a entender lo que
ven a quien no lo ha visto. Y dice que crecido su deseo de entrar a ver qué
cosa es aquello, que en aquel abismo con tan gran furia y ruido de día y
de noche así hierve, comenzó a reprender a los que aquella tierra habían
gobernado, pues en catorce años o más que en ella había cristianos, no
se había entendido qué cosa era aquello, porque aunque no fuese cosa de
provecho lo que allí está, sería muy bien inquirirlo para la conversión de
los indios, y sería hacer mucho servicio al Emperador, nuestro señor, el
que esta verdad y secreto supiese. Y certificaba a los que he dicho este pa-
dre que si le diesen aparejo e indios que entrasen con él, que él entraría
en aquel infierno, porque el solo no bastaría para sacar cosa alguna de
lo que en aquella caldera profunda o pozo que es dicho había. Y aquel
Juan Antón dióle del codo y le dijo: "Callad padre, que por ventura Dios
no quiere que lo descubran capitanes ni personas ricas, sino pobres y hu-
millados".

Después que estuvieron allí platicando y se hartaron de ver aquel


fuego y suma, se tornaron a Granada, concertando la entrada al dicho in-
fierno. Y desde que estuvieron en la ciudad, aconsejáron se con aquel frai-
le flamenco, el cual ya antes había visto a Massaya y deseaba saber este
secreto, y aún les dijo que aquello que ardía no podía ser sino metal de
oro o plata y la mayor riqueza del mundo. Y dábales algunas razones para
que ello sucediese así, y que a su parecer sería bien entrar a verlo.

Pues como fray Blas y los demás oyeron esto, y aquel fraile francisco
hablaba a propósito de su codicia, acogieron otros dos compañeros: el uno
se decía Gonzalo Melgarejo y el otro Pedro Ruíz, vecinos todos de la mis-
ma Granada. Y todos los seis y fray Blas juraron el secreto y capitulación.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 223

Y prometió fray Blas ser el primero que en aquel infierno entrase, y el


Juan Sánchez Portero se profirió de ser el segundo, y Pedro Ruíz dijo que
él sería el tercero. Y así les pareció que no había necesidad que indios en-
trasen, sino que se estuviesen arriba con los otros compañeros restantes
para meter y sacar a los que habían de entrar.

Con este concierto ya dicho, el fraile y Juan Antón y Francisco Her-


nández fueron con cuerdas de cabuya a medir la hondura que h abía hasta
la plaza del dicho infierno, y no se pudo por entonces saber, porque la
cuerda se les quebró por muchas partes.

Después, a los treinta de aquel mes, Juan Antón fue solo con mucha
cantidad de cuerda y lo midió; y halló que hasta cierto muladar o montón
de tierra y piedra que hay abajo en la plaza, son 120 brazas. Después, el
8 de Agosto, volvieron a Masaya fray Blas y Juan Antón, para informarse
mejor de la medida, y anduvieron .el terreno de dicho infierno todo por
arriba, (en que hay una legua y de malísimo camino), por considerar a ver
por qué parte debía ser la entrada más a propósito y segura; y tornando
a medir hallaron que había hasta la peña principal, que está o sale en
medio del camino, 66 brazas, y desde la dicha peña hasta el muladar o
montón de tierra que es dicho que está abajo, otras 67 brazas y desde allí
hasta la plaza abajo dice este padre que hay 100 brazas, y desde la plaza
hasta aquella materia que hierve otras ciento; de manera que todas son
300 brazas o más, desde donde todos pueden llegar arriba a verlo hasta
donde anda aquello que hierve. Y hecha esta diligencia, se tornaron a
Granada.

Esta medida yo no la apruebo ni la creo, ni otros muchos que allí han


estado, ni tampoco el gobernador Rodrigo de Contreras, que se halló pre-
sente cuando este fraile entró la tercera vez en aquel infierno o sima, y
otros muchos que en conformidad dicen que desde lo alto hasta la plaza
no hay más de 130 brazas. Y así me parecieron a mí, cuando lo ví que
podría ser ello, poco más o menos. Pero pues dijo que yo pedí por armas
aquel infierno, así como en ello no dijo lo cierto, no me maravillo que se
alargue en su medida, la cual no aceptará ningún hombre de razón y
buena vista que allí haya subido y visto aquella hondura.

Alce veinte de Agosto se tornaron ajuntar el fraile y sus compañeros,


y rectificaron su compañía y ordenaron de contribuir en los gastos, y
eximieron de esa cosa a este padre por ser religioso y el inventor de esta
su empresa, y se ofrecía de ser el primero que había de guiar o entrar don-
de es dicho. Así por las aguas que sobrevinieron, para allegar los perte-
chos y maromas y cosas necesarias para efectuar lo que estos deseaban,
se dilató algunos meses este negocio; pero juntadas todas las poleas y
224 CRÓNICAS DE VIAJEROS

recabado todo lo necesario, se pusieron en un pueblo de indios, que se


llama Mambozima, que está media legua de Masaya, el cual pueblo ser-
vía a aquel Gonzalo Melgarejo, consorte de los susodichos.

Hiciéronse muchos aparejos para esta labor, así como poner una asa
de hierro a un servidor de lombarda grueso, y una esfera grande, redonda
de hierro con sus barras, que se podría abrir y cerrar, para meter en ella
cangilones de barro, que en cierta manera metidos en aquel pozo pudie-
sen sacar en ellos aquel metal o licor. Y porque faltaba un cabestrante y
no lo mandaban hacer por no ser descubiertos, el fraile lo hizo por su ma-
no en el lugar que es dicho que estaban todos los otros aparejos. Y un
miércoles diez de Abril del año 1538, juntado el fraile y su compañía, el
Pedro Melgarejo les dijo que esto era un peligro notorio y nunca visto su
semejante, y que no quería estar presente ala entrada de aquel infierno,
porque pensaba que cuantos entrasen, habían de morir, o se quemarían
vivos. Pero que él se quería ir a su pueblo de Mambozima y les daría in-
dios y todo recaudo, y que el fraile y sus compañeros se fuesen con Dios.
También se salió afuera el Francisco Hernández. Al fin, los cuatro com-
pañeros restantes, Juan Antón, Juan Sánchez, Pedro Ruíz y fray Blas,
procedieron en su tema y fueron a la cumbre de Massaya, y el viernes si-
guiente asentaron el cabestrante, que él puso y todo lo demás a punto pa-
ra entrar otro día siguiente sábado.

Dice este padre que la boca de este infierno es como una campana la
boca hacia arriba y angostándose para abajo, y arriba en las orillas no
está igual en altura como la otra ya dicha, ya la parte oriental, que es ha-
cia la otra, o sea más igual y bajo, y por todas las otras partes está mucho
más alto, y al Poniente es casi un tercio más alto que por el Oriente: quie-
re decir que si a Oriente tiene trescientas brazas de hondo, como dice el
fraile que las tiene, que son quinientas y más al Poniente.

Crían por todas aquellas peñas y socarenas, que están hacia adentro
del infierno, muchos papagayos grandes y pequeños, porque es mucha la
distancia que hay de parte a parte de la boca, que será a parecer un tiro
de falconete o pasavolante, y bien se puede andar la boca a pie alrededor,
aunque es mucha la distancia, y hay una legua en torno y de mal camino.
Y yéndose angostando la boca de esta sima para suyo, como es dicho,
hácese allá abajo una gran plaza grande, no bien redonda, prolongada un
poco de Oriente a Poniente, que tendrá de ancho abajo casi un tiro de
escopeta; y de la tierra que de muchos tiempos y años ha caído con las
muchas aguas y temblores de tierra, (los cuales en aquellas partes son
muy continuos), hay tanta tierra y piedra abajo en la plaza, que se han
arrimado a las paredes de las barrancas, alrededor de la plaza, unos mu-
ladares o montones de tierra y piedra de cien estados y más en alto. La
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 225

tierra de las barrancas y paredes alrededor es de muchos colores, con-


viene saber: blanca, roja, negra, azul, amarilla y parda. Vienen alrededor
en todas las barrancas de alto a bajo, que parece que van al profundo ha-
cia lo que hierve, unas cintas o vetas, unas derechas y otras dando vuel-
tas como culebras, que se diferencian mucho de la otra tierra de las ba-
rrancas. Y las dichas vetas son más anchas que palmo y medio y dos
palmos.

En toda la parte de dentro, en paredes ni en la plaza, no hay rama ni


hierba chica ni grande, sino tierra de peña tosca, y de las más peñas que
quiten de ellas pedazos, son muy pesados, como que tienen metal en sí.
Y lo mismo tiene la tierra que arrancaron de sobre las vetas", no obstante
que la vecindad del tan gran fuego todo lo tenga chupado y atraído a sí.
En la plaza, abajo, de lo que ha caído de arriba de peñas muy grandes,
como cuatro o cinco carretas juntas, y de todas suertes, por su mucha hon-
dura y distancia, parecen desde arriba bolas o chapines de mujeres. Está
la dicha plaza llena de espinas negras y un poco rubias, a manera de lis-
tas o raspas de trigo, que el mismo infierno arroja y despide de abajo con
tormentas y huracanes, cuando esas escorias echa por el aire muy que-
madas y recogidas y livianas, como esponjas.

Capítulo VII

De lo que dice el autor o cronista añadiendo o advirtiendo al lector en lo que está


dicho de la relación del fraile.

Antes que a más se proceda en la relación de este padre fray Blas del
Castillo, porque el que lee no deje de saber lo cierto, en que me parece y
aún afirmo que se engaña este religioso, y yo no lo sentí así cuando vi este
espectáculo o monte de Massaya, pues dice que la plaza baja de esta sima
no es redonda, sino prolongada, y aún me pareció redondísimamente
perfecto su círculo, excepto si se debe comprender y sospechar que no
siempre tiene una forma, sino que con el tiempo hace mudanza, a causa
de aquel continuo hervor que en lo bajo anda de aquel fuego o licor que
allí está, pues que el pozo le han visto en este tiempo que ha que los cris-
tianos están en aquella tierra más hondo, al parecer, de lo que en dichos
tiempos otros le han visto, o por aguas o temblor de tierra, o por cualquier
cosa que ello sea. Y aquellos muladares que este padre dice que hay abajo
en torno de la plaza, tampoco yo no los vi cuando en aquel monte subí, ni
aquellas vetas de muchos colores y continuados, como él dice, sino a par-
tes. Y no por orden, sino una mancha acá y otra acullá, desviadas. Torno
a decir que no me maravillo que allá abajo tenga aquella profundidad
otra figura o parecer muy distinto de lo que desde tan lejos pueden con-
siderar o ignorar los ojos humanos, viéndolo desde la parte superior que
226 CRÓNICAS DE VIAJEROS

aquello se mira, y desde donde yo estuve mirando aquella sima; cuanto


más que aun en las cosas que los hombres miran desde tan cerca, los unos
como los otros lo suelen juzgar en diferente manera en muchas particu-
laridades; y así las entienden diferenciadamente por defecto de los mis-
mos ojos, por la diferencia, o porque el sentido es diferente en los hom-
bres, y por otras causas que a este propósito se podrían dar, en que no me
quiero detener por proceder en la relación de este religioso.

Capítulo VIII

En la presecución de la relación de fray Blas del Castillo en lo que por él se notó


del infierno de Massaya.

La manera de la caldera o pozo que dice que está en medio de la plaza,


me hace así mismo sospechar en las mudanzas de su forma. Cuando yo
lo vi, estaba más acostado a la parte del Sur que a otra parte, como lo pin-
té en mi relación e historia; y'yo no contaba aquella hondura del pozo
desde la plaza hasta la materia que arde, como el lector puede haber oído,
sino tan hondo como la mitad de tercia parte, o yo arbitré de la altura que
hay desde la dicha plaza a lo más alto de la peña, y dice fray Blas que tiene
cien brazas de hondo el pozo desde la plaza a la materia. El gobernador
Rodrigo de Contreras, y otros que se hallaron presentes, cuando la ter-
cera vez este fraile entró, dicen que no había sino hasta 40 ó 50 brazas.

Yo me maravillo también de que dice este padre que por arriba en la


cumbre se puede este monte andar muy bien en derredor, como unas va-
randas de azotea que tienen su patio en medio, porque a mí me pareció
asperísimo poderse andar como él dice. También dice que la boca del pozo
no es redonda, sino prolongada (como la plaza) de Oriente a Poniente, y
a mí me pareció desde arriba tan redonda como un compás podría hacer
un círculo.

Dice que tendrá de largo aquella caldera tanto como dos carreras de
caballo grandes, y una buena de ancho, y yo no la juzgara así ni por la
octava parte de esa grandeza; y como he dicho no me quiero detener en
esto, que mejor lo pudo tocar quien bajó, como el fraile, a aquella plaza,
que el que lo miró desde donde yo lo vi.

Dicen que por la parte de Poniente no van las peñas derechas hacia
abajo, sino echadas o angostándose hacia el metal o aquello que hierve;
de manera que arriba está ancha la boca del pozo, y abajo, junto a la mate-
ria que hierve, está angosto por aquella parte del Poniente, y que a la par-
te del Oriente no van así las peñas, sino al revés; que arriba está la calde-
ra angosta, y abajo, junto aquel licor que hierve, está ancho; de manera
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 227

que lo demás de la plaza de aquella parte está socavada o en vago. Lo que


anda debajo derretido dice que es de esta manera: una laguna colorada,
con tan grande ruido como la mar, cuando con mucha furia bate en las
peñas, y encendida esta laguna o licor sin llama, como el metal de una
campana cuando está derretido y lo quieren soltar para que entre en el
molde, o como el oro o plata derretido líquido en la rielara, salvo que tiene
una tela o nata encima, negra y muy grande, de dos o tres estados en gor-
do, al parecer. Y es de notar que si no fuese por esa tela y horrura de esco-
rias que aquel licor ya dicho encima de sí tiene, echaría a todo sazón tanta
claridad y resplandor de sí, que no solamente en la plaza abajo no se po-
dría estar o entrar, mas arriba en lo alto de la cumbre de este monte no
habría quien por el mucho calor se pudiese asomar a verlo; pues esta tela
y horrura, ya se abre o resquiebra por unas partes y ya por otras y ya por
toda ella juntamente, y entonces aparece el licor y metal abajo colorado,
a manera de relámpago, cuando va ondeando por el cielo, como culebra,
y esto por muchas partes y en todo tiempo, sin jamás cesar.

En medio de esta laguna o metal saltan o revientan dos borbollones


o manaderos muy grandes de aquel metal continuamente, sin ningún
punto cesar, y siempre está el metal o licor allí colorado y descubierto, sin
escorias; y echa allí aquel metal más alto, al parecer, de cuatro o cinco
estados, y unas veces más que otras.

Está el un borbollón o manadero un tiro de herrón bueno apartado


del otro, y esto es hacia en medio de la laguna y a las orillas hacia las
peñas o junto a ellas; y salta y hierve y revienta aquel metal o licor, ya
por una parte ya por otra, que parece que vienen de lejos a entrar en él
arroyos o gruesos caños de aquel licor o metal; y esto con gran ruido o fu-
ria, que andan las olas de una parte a otra hacia las paredes o peñas, co-
mo artillería cuando baten muralla. Y todo esto con tan gran sonido como
una mar, cuando anda brava con tempestad, batiendo en peñas y rocas.

Tienen todas las peñas o paredes que están alrededor juntas al metal
siete u ocho estados al parecer muy negras, que se diferencian mucho de
las peñas de más arriba; y esto es que cuando hierve, salta o arroja aquel
metal arriba; y alcanza hasta allí. Al Oriente, un poco más al Este-Nor-
deste, allá abajo junto al metal, va una entrada de cueva por debajo de
las peñas, muy honda y muy ancha al parecer, que tendrá un tiro grande
de herrón de anchura; y del metal o licor de la misma laguna entra por
la dicha cueva un arroyo a manera de río de aquel metal, que parece que
el mismo metal de la laguna se va desaguando por la dicha cueva, de ma-
nera que corre un rato y párase otro, y corre otro, y cesa otro, y así anda
siempre. Sale de dentro de esta cueva hacia la laguna gran humada, por-
que es más el humo que sale por aquella cueva que el de toda la laguna
228 CRÓNICAS DE VIAJEROS

junta, el cual humo huele un poco a piedra azufre, y no mucho, a respeto


de su gran cantidad, y todo aquel humo de la laguna y de la cueva es gra-
siento, como en las minas de plata, cuando funden el metal.

Finalmente, sale de toda aquella caldera hacia arriba tan gran calor
y resplandor, que no se puede creer ni decir, si no se ve, porque de noche
con el gran resplandor y claridad que de sí echa, para todo el cielo o aire
de encima de la caldera y de la sierra tan claro, que es cosa de ver de esta
manera: que de noche encima de aquel volcán o sierra hay una claridad
muy grande y muy clara, y más arriba un trecho en otras nubes hay otra
claridad tan grande como una corona de un papa, y esto en las nubes o
en el aire de encima. De manera que la dicha claridad dice fray Blas que
él la ha visto de noche muchas veces por tierra doce leguas, y por otras
partes se ve más, y en la mar del Sur la ven los marineros de noche, y
cuando más oscura es la noche, más claridad parce. Está el dicho infierno
de la mar del Sur la tierra adentro poco más de siete u ocho leguas.

Es de notar que este fuego, o lo que es, no echa llama ni abajo la hay
chica ni grande, salvo que cuando desde arriba echan un palo o una saeta
tirada con ballesta, como dice este padre que las vió tirar encima de la es-
coria, que entonces la hay durante que el palo o saeta arde, como una can-
delica muy pequeña, e quemado aquel palo, no hay más llama.

Dice el cronista Gonzalo Fernández de Oviedo que desde donde el vió


aquella nata o tela y horrura que está sobre aquel licor, de que aquí se
trata, no parecía sino muy delgada, como una espuma que se hace en una
olla al fuego puesta con agua, y que pues el fraile testifica de tanta gro-
sura, como dice, que así debe ser; pero no acepta que parece aquel licor
como relámpago debajo de aquella horrura, ni creo que si no la tuviese,
echaría tan excesiva claridad, como el padre dice, que no se pudiese en-
trar en la plaza ni asomarse arriba a verlo: y pruébase lo contrario, por-
que cuando huye aquella horrura con el borbollar y hervor que alza aquel
licor, no hay más claridad ni calor que hasta entrar. En lo demás no se
debe dejar de creer que estas cosas y otras cuanto de más cerca son con-
sideradas, mejor se penetran de nuestra vista y más proporcionadas al
natural se entienden que desde lejos.

Hay mucha diferencia en ver este infierno de día o de noche, porque


de noche echa tan gran claridad que parece muy bien y es cosa de ver. En
verano o en tiempo de aguas o truenos hay tanta diferencia, que no se
puede creer sin verlo, porque en levantándose el aguacero o nublado, ha-
ce cosas y visajes que parece que es cosa viva y que siente, y no cosa
muerta y sin sentido. Y cuando el agua cae derecha del cielo en la caldera,
en el aire, antes que llegue a la escoria, con su gran calor la consume, tor-
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 229

nándola humo o niebla, de manera que todo lo oscurece. Esto es de día,


porque de noche todo está claro, de forma que desde lo más alto de la ba-
rranca o monte, donde todos pueden llegar los que verlo quisieren, se lee
muy bien a cualquier hora de noche en todo el tiempo una carta olas que
quisiere. En así dice este padre que rezó allí maitines y lo que quería, sin
echar menos el día para rezar.

Algunos dicen en aquella tierra que en unos pueblos de indios que


están cerca del dicho infierno, una legua abajo apartados, han leído algu-
nas veces españoles las cartas mensajeras de noche al resplandor: lo cual
el fraile dice que él no lo ha visto, y dice que los que miran desde arriba
la caldera de ese metal o licor, no pueden ver por su gran hondura todo
el campo o grandeza o cantidad del metal, y que cuando mucho vieren,
podrá ser la tercera parte, de esta manera: que si el que mira abajo se po-
ne a la parte del Oriente, no se ve abajo en la caldera sino el tercio que
de ella está al Poniente; y si mira desde la parte del Poniente, no se ve
de la caldera sino lo que ella tiene al Oriente. Y así de las otras partes,
excepto los que han entrado a la plaza abajo o los que entraren, que aque-
llos lo ven bien y aun no todo, y con mucho peligro de caer dentro.

Afirman en aquella tierra los indios, y aun los españoles, que después
que se ganó aquella provincia, una vez que llovió mucho aquel año, subió
y creció aquel licor o metal hasta arriba, y no saben de qué manera; y que
con su gran fuego quemó en una legua o más alrededor cuanto halló, y que
echó un rocío o vapor de sí tan caliente, que todas las hojas de los árboles
y ramas y hierbas en dos leguas y más alrededor se cocieron en toda
aquella tierra.

Tienen los indios por su dios a este infierno, y solían allí sacrificar
muchos indios e indias y niños chicos y grandes, y los echaban dentro en
la plaza por aquellas peñas abajo; y esta causa dice este padre que le mo-
vió principalmente a entrar dentro, por quitar a los indios, si pudiese, de
tal creencia y fé como en ese diablo tienen. Y es de notar que si no eran
ciertos viejos que allí tenían cuidado de los sacrificios, como sacerdotes,
los demás, por gran reverencia y temor, no osaban, ni aun ahora osan, lle-
gar a verlo.

Dice más este padre: que no hay persona que lo pueda ver, sin gran
temor e admiración o arrepentimiento de sus culpas y pecados, porque
en esta vida no se puede ver ni imaginar otro fuego mayor después del
fuego eterno, ni hay quien perfectamente pueda escribirlo ni dar a enten-
der como ello es. Y a esta causa dice que en aquella tierra los confesores
han dado por penitencia a algunos que han confesado, que lo vayan a ver;
pero que después de haberlo visto la primera vez, no se hartan los ojos
230 CRÓNICAS DE VIAJEROS

humanos de verlo, aunque mil veces lo hayan visto, porque alegra mucho
la vista aquel licor que allá abajo anda hirviendo y encendido. Porque
según él dice, con toda verdad se puede decir que es aquel un lugar, donde
no hay oscuridad ni noche.

Capítulo IX

En prosecución de la empresa y relación de fray Blas en el infierno de Massaya.

Ya tengo dicho (dice fray Blas) que como se trajeron los aderezos ne-
cesarios sobre la barranca del infierno y los asentaron para entrar, otro
día siguiente sábado, pusieron el cabestrante treinta piel apartado de la
orilla de la barranca, y pusieron una viga de veinticinco pies o poco más
con un agujero al cabo, yen el una roldana o castillo con un perno o clavo
grueso; y el cabo de esta viga salía afuera volante sobre la barranca
cuatro o cinco pies, y de esta otra parte o cabo en tierra cargáronla de
grandes piedras. Esto era en derecho y en par del cabestrante, al cual se
puso un grueso cable o maroma de 135 brazas; y metieron el cabo de esta
maroma por la dicha roldana y polea que tenía la viga, donde salía fuera
de la barranca. A este cabo del cable ataron un troncón de un árbol de ma-
dera muy pesada, y tan gordo como un buey y algo más largo que un es-
tado y medio; y por en medio este troncón tenía una muesca, por donde
estaba atado el cable a ese troncón, porque las peñas no lo rozasen por
allí. Y soltaron o aflojaron el cabestrante poco a poco, y de esta manera,
y no con poco trabajo, metieron el tronco hasta que se sentó sobre uno de
los muladares o montones de tierra y piedras y tierra que este troncón de-
rribó por donde pasó, por su gran peso, y el ruido que iba haciendo no se
puede creer sin verlo; pero totalmente este palo les alisó y aseguró el
camino.

Después que lo tuvieron asentado abajo, tiraron a tirar de la maroma


como la quisieran subir, y así se estiró y atesó el cable todo lo posible, en
tal forma que se salvaban muchas peñas y socavaduras o socareñas que
hay en la barranca, y quedó el cable que parecía estar de nave, (que es
aquella cuerda que desde la gavia de la nave, para tenerla fuerte, va tira-
da hasta el castilla de proa), excepto que esta iba más derecha para abajo;
y este era el camino para los que habían de bajar.

Tenían otra roldana o castillo redondo, del tamaño de un plato, con


un agujero en la mitad tan grande como la muñeca del brazo; y esa rol-
dana con un cerco de hierro redondo que alrededor la apretaba, y a una
parte, después de ceñida en el mismo cerco, una asa de hierro, a la que
estaba atada otra gruesa maroma, tan grande y tan larga como la que te-
nía el troncón. Y en esta segunda metían al que había de entrar, (salvo
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 231

que el primer cable o estay iba metido por enmedio del carrillo de palo ya
dicho y de su arco de hierro), de manera que atado el hombre al aro o asa
de hierro de la roldana íbanlo metiendo con la maroma y cabestrante po-
co a poco; y no podía ir por las peñas de la barranca acá ni allá, sino dere-
cho por el cable o estay abajo hasta el muladar, donde estaba el troncón
asentado allá abajo. Y el hombre iba metido en un balso o cincho como
aquellos que cogen la orchilla en Gran Canaria; de manera que si el que
así bajaba muriera o se desmayara en el camino, lo podían tornar a subir
arriba. Estos artificios peligrosos enseña la codicia humana a los codicio-
sos, que sin temor de perder el cuerpo y el ánima, se ponen y aventuran
tan determinadamente a poner las vidas en riesgo y aventura de morir
o cumplir sus vanos deseos.

Así que, llegando el sábado del año de 1538, y en el mes de abril, y an-
tes de la dominica de Ramos, trece de aquel mes, el fraile y sus tres com-
pañeros se levantaron muy de mañana, y después de haberse confesado
y los que habían de entrar tris él, (que eran Juan Sánchez Portero y Pe-
dro Ruíz), el fray Blas dijo misa de Nuestra Señora, y rezó las horas de
aquel día todas juntamente, y almo-zaron. Y hecho esto se pidieron per-
dón los unos a los otros con lágrimas, porque no sabían si se habían de
tornar a ver ni en que había de parar este negocio, y luego el fraile cogió
muy bien las faldas de sus hábitos a la cinta, y puesta la estola como sa-
cerdote en cruz delante de su pecho, y atada con la cinta bendita, tomó
un martillo pequeño, y púsoselo en la cinta a la mano derecha, (para de-
rribar las piedras movedizas por el camino), y una calabaza pequeña con
hasta un cuartillo de vino y agua, y atada a la mano siniestra, y un casco
de hierro a la cabeza, y encima un sombrero bien atado. Y así se puso en
el balso o cincho en que había de entrar, y atado muy bien, tomó una cruz
de palo pequeña, la cual llevaba en la mano y a veces en la boca por su
camino o maroma abajo; y después que a cuarenta o cincuenta indios que
allí estaban les dió a entender que la cruz que en la mano llevaba era la
espada y armas de los cristianos contra el dios o diablo de los indios, des-
pidióse este padre de sus compañeros, y ellos le encomendaron a Dios.

Entrando dentro por la forma que es dicho, fue el primer hombre que
tal camino hizo, y no sin harto trabajo y peligro, porque como los que arri-
ban quedaban no eran diestros en el oficio, y muchas veces le perdían de
vista por las concavidades de la barranca, soltábanle muchas veces en el
aire o en vago cuatro o cinco estados o más, como al que dan tracto de cuer-
da. De manera que cuando llegó abajo al troncón ya dicho, le faltaban la
mayor parte del cuero de las manos, y le hubieran aprovechado asaz unos
guantes, y a no llevar casco en la cabeza corriera peligro su vida, porque
le acertó a dar una piedra tamaña como una nuez en la cabeza con tanta
furia, que le hizo meter el pescuezo en el cuerpo y temblar todas las
232 CRÓNICAS DE VIAJEROS

carnes. Y es muy continuo caer allí piedras y galgas de toda suerte, jun-
tamente con tierra de muchas partes, en especial entonces por donde iba
este padre, porque los cables ya dichos derribaron de la barranca muchas
piedras.

Llegado abajo, se hincó de rodillas, y besó la tierra dando gracias a


Dios que le había guardado, y fuese con su cruz en la mano por el muladar
abajo hasta la plaza, que hay buen trecho y de cuesta muy derecha. Y co-
mo llegó a la plaza, le perdieron de vista desde arriba sus compañeros por
la mucha hondura.

Me parece que el atrevimiento y osadía de este fraile es el más teme-


rario caso que he oído, porque como he visto este infierno de Massaya y
me acuerdo de su profundidad, me maravillo más de lo que este padre
emprendió. Y yo lo tengo por más osado y codicioso que sabio, pues mu-
chas veces en su relación quiere dar a entender que aquella materia que
hierve, es oro o plata.

Dice que bajado ya a la plaza, fuése santiguando con la cruz que lle-
vaba a mano, y recatándose si por acaso había, acercándose a la caldera
fogosa, algún peligro, porque en muchas partes en el llano mismo de la
plaza sale el humo como de chimenea por entre las peñas; e iba diciendo
el evangelio de San Juan, y aquel acabado, decía: "Non nobis Domine,
non nobis; sed nomini tua da gloriam»."No a mí, Señor no a mí; más a
vuestra santo nombre sea dada la gloria".

Y comenzó a mirar si por aquellos muladares veía los huesos de algu-


nos indios de los que allí habían despeñado o algunos ídolos, y no vió cosa
alguna, porque aunque los hubiese, la tierra que cae de lo alto lo tendría
todo cubierto. Después Ilegóse este padre a una de aquellas vetas que ba-
jan de alto abajo, y con el martillo que llevó, dió golpes en ellas, y no halló
nada más de parecerle a él vetas de metal de plata, y que por el gran fuego
de abajo de la caldera, están chupadas y mamadas sin virtud.

Después que eso hubo hecho, fue a una peña de las grandes que está
en la plaza, y encima de ella puso la cruz de palo pequeña que llevaba,
lo mejor que pudo, con unas piedras en torno de ella, porque el viento no
la derribase. Y volvióse fray Blas por donde había bajado, y le divisaron
y vieron desde arriba sus compañeros, y no poco se holgaron, porque ha-
bía rato que no lo veían en ninguna parte de la plaza, a causa de la gran
distancia; y pensaban que era ya quemado. Y como el fray Blas miró arri-
ba, vió que le hacían señas con un paño blanco, sin que las voces que le
daban se pudiesen entender ni oír más del eco y retumbar de ellas, no cla-
ro lo que le decían; pero entendió que esas señas le llamaban para que se
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 233

subiese y atase al balso, porque los indios, pensando que era muerto, se
huían, y los de arriba no los podían detener. Entonces este padre se fue
al balso o cincho, y halló que se lo habían subido en el aire más de dos
lanzas de alto; y a más no poder le fue necesario, para alcanzarlo, que se
acordase de lo que había aprendido a trepar antes que fuese fraile, y con
harto peligro por la tierra que de lo alto caía. Podría estar en todo cuanto
estuvo dentro de la plaza, espacio de tres horas largas: atado al balso, le
tornaron a subir arriba.

No dejo de creer que este fraile fue marinero algún tiempo, y que sien-
do hombre de la mar, pasó a las Indias, pues dice su relación que fray To-
más de Berlanga le dió el hábito en Santiago: el cual, mucho tiempo antes
que fuese obispo, fue morador en las Indias y prelado y buen religioso en
el monasterio de la ciudad de Santiago; de la Isla Española.

De los peligros que se sospechaban antes que fray Blas entrase en


Masaya, diré algunos; y eran tener por imposible entrar allí hombre vivo,
y ya que allá bajase, ser imposible tornarlo a subir. Lo segundo, que como
desde arriba parece en la plaza todo lo que de ella se puede ver pardo, pen-
sábase que sería ceniza, y no terreno tieso y seguro, sino flojo y caliente,
por la vecindad de tan gran fuego, y que el que entrase allí se sumiría y
se quemaría. Lo tercero, porque se pensaba que allá abajo la calor sería
excesiva, e insoportable ella y el humo que allá anda. Y otras muchas
otras cosas decían que se dejan por su prolijidad; y aún platicaban entre
los españoles que el que allí entrase, no había de ser sino alguno ya sen-
tenciado por delitos a la muerte; y sospechábase que allá en aquella pro-
funda sima no andaba viento que templara tanta calor, y poder alentar
al que allí descendiese.

En fin, subido fray Blas, fue grande el gozo de los compañeros, y mu-
chas las preguntas que le hicieron de aquel infierno de donde venía; el
cual les respondió que en cuanto a subir y bajar ya ellos lo había visto,
y que en cuanto a la ceniza no era la que parecía, sino espinas que el mis-
mo infierno echa fuera del pozo cuando las despide a manera de escorias;
y que como las envía calientes, se van derritiendo en el aire como hilitos
o aristas o raspas de las espigas de trigo, y rubias un poco; y después que
se enfrían quiébranse por muchas partes; y que no le pesara haber lleva-
do guantes, porque no pocas de esas espinas traía hincadas en las manos.

En cuanto a la calor, dijo que no la había allá abajo, sino tanto o más
aire que el que hay arriba o fuera de aquella sima, tanto que en partes
es perjudicial, porque de la tierra que de arriba cae el aire hace mucho
polvo y lo metía por los ojos; y que el que allá abajo está, es menester guar-
darse de las galgas y piedras que las barrancas despiden. Y que de cuan-
234 CRÓNICAS DE VIAJEROS

do en cuando salen de aquella caldera unos vahos calientes y grasientos,


como de metal, que huelen un poco a piedra azufre; pero que abajándose
el hombre un poco, tapada la caray los ojos, luego pasa aquello, y que otro
peligro alguno en Dios y en su conciencia no había tenido ni sentido allá
abajo; y que él tenía a todo su juicio por plata aquello que anda derretido
en la caldera de aquella profundidad, y que era menester que tuviese más
compañía para sacar la muestra de ello y salir de esa duda.

Capítulo X

Continuándose la relación del fraile en las cosas del infierno de Masaya.

Como vieron fray Blas y sus compañeros el término en que estaba su


empresa, y que tenían abierta la puerta y hecho claro el camino para no
temer cosa que tan temerosa antes les parecía, y que el estay y todo los
demás estaba aparejado, acordaron que uno de ellos quedase allí a guar-
dar todo aquello, (este fue Pedro Ruíz, con algunos indios), y el fraile y los
demás se fueron aquella noche a Granada a dar orden en acrecentar el
número de la compañía.
Y el domingo de Ramos, catorce del dicho mes, se juntaron por la
mañana en San Francisco, y llamaron a Gonzalo Melgarejo y contáronle
todo lo que había pasado; el cual se holgó de oírlo, y dieron parte a otro
llamado Benito Dávila, y dijo que él sería uno de los que entrase en
Massaya, y aun sería el primero; y a su ruego tornaron a recibir a Fran-
cisco Fernández, pues que la cosa era tan rica, si saliese como ellos lo
arbitraban, que había para sacar de necesidad a muchos. Así que ya eran
siete compañeros, conviene saber: fray Blas, Juán Antón, Juan Sánchez
Portero, Golzalo Melgarejo, Pedro Ruíz, Benito Dávila y Francisco Fer-
nández.
Y concertaron que otro día, lunes de la Semana Santa, disimulada-
mente, unos por una parte y otros por otra, se fuesen luego al infierno de
Massaya a conseguir su propósito; y así se juntaron el martes 16 de Abril
de la Semana Santa, encima del monte de Massaya. Y después de haber
oído misa, cada uno decía que quería ser el primero que entrase, por ga-
nar honra; y para quitar este litigio echaron suertes, y al primero que ca-
yó fue a Pedro Ruíz, y al segundo cupo la suerte a Benito Dávila, y al ter-
cero a Juán Sánchez, y al cuarto a Fray Blas. Hecho esto, se escribió la
capitulación de esta compañía, y la firmaron de sus nombres, e hicieron
tres cédulas para ponerlas abajo en la plaza a manera de posesión que to-
maban de aquella caldera de metal que allí hierve, en nombre de Su Ma-
jestad y de ellos, y esas cédulas metió el fraile por todos sus compañeros,
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 235

cada una puesta en su encerado sobre sí, que se escondieron en la dicha


plaza.

Así que, estando todo a punto, después de haber dicho misa este pa-
dre, y ya que querían almorzar para comenzar su entrada, vieron asomar
gente a caballo que venían en su rastro, y eran ciertos vecinos de esa ciu-
dad de Granada, llamados Alonso Calero, Francisco Sánchez, Francisco
Núñez, Pedro López, Diego de Obregón y otros, de los cuales el fraile y sus
consortes recibieron pena en verlos; pero disimularon su enojo, pues que
en aquello pensaban que servían a Dios y al Emperador Rey, nuestro se-
ñor.

Y llegados los que así venían, maravilláronse de ver el artificio para


entrar en aquel infierno, tan a punto y con tanta jarcia y cadenas y lo
demás, y conocieron que aquello era cosa pensada y aparejada desde
muchos días antes, y aunque lo veían no lo creían, pues les pareció que
aquello era empresa de un príncipe, más que de hombres semejantes. Y
como deseaban ayudar a los primeros, no como testigos, sino como
compañeros, unos se quejaban al fraile, y otros a los otros, en no haberles
dado parte de aquel secreto al principio. En fin, dadas sus buenas
respuestas, todos almorzaron juntos, y los que habían de entrar se
pusieron en orden, unos con guantes, y los que no los tenían pusiéronse
paños en las manos, por las espinas que el fraile les había dicho que
había; y cada uno con su casco en la cabeza, por las piedras y galgas que
caen; y algunos se pusieron nóminas con reliquias al cuello, y se
encomendaron a Dios, y en las oraciones de los que acá quedaban, como
los que van a morir.

No es poco de loar el esfuerzo y osadía de esta nuestra nación; y es


cierto que aunque esto está de muchos y muy largos tiempos experimen-
tado, y por incontables autores y ojos de los pasados y presentes visto, que
quien ha mirado este infierno de Massaya, como yo, le parecerá que es
una de las mayores osadías que un hombre mortal puede acometer,
entrar en aquella sima tan profundísima, donde sólo mirarlo desde
arriba, y estando seguro del peligro, es mucho esfuerzo llegarse hasta
aquella boca, cuanto más descender a donde tan ciertos inconvenientes
y trabajos están aparejados, y tan dificultosa la bajada e incierta la
vuelta. Cosa es verdad de gran espanto pensarlo, e historia muy peregri-
na y muy estimada de cuantas se han oído o escrito por verdaderos
autores.

Al primero que de esta compañía le cupo entrar en Massaya, fue


Pedro Ruíz; y atado en el balso, y atada consigo una cesta con una
calabaza de agua dentro y comida, y alrededor puesta paja, porque no se
236 CRÓNICAS DE VIAJEROS

quebrasen las vasijas por las peñas, y encomendándole todos los mirado-
res a Dios, anduvo el cabestrante y torno, que lo traían los indios, poco
a poco, y así lo metieron hasta el muladar. Y se desató allá a sí y a la cesta,
y fuése por el muladar abajo a la plaza. Y tornaron a subir el balso, y pú-
sose en él Benito Dávila con otra cesta de bastimento o comida y agua,
y una cruz de palo pequeña, y fue bajado por la misma orden, y desa-
tándose bajó desde el troncón hasta la plaza; y llegado allá, le vieron des-
de arriba cómo se hincó de rodillas a la otra cruz, que el fraile había meti-
do allá el sábado antes, que estaba sobre una peña, yen otra el Benito Dá-
vila hincó o clavó la cruz que llevaba, con un clavo. Vuelto el balso, entró
en él Juan Sánchez con otra cesta, en que iban los cangilones de barro
cocidos, que dentro en la esfera de hierro se habían de meter cada uno por
sí. Y tornando el balso arriba, entró fray Blas, y a él atados sus hábitos
y puesta su estola, como hizo la primera vez, y llevaba las tres cédulas
de la posesión; y metió otra cesta con las cadenas y la esfera de hierro, y
un mortero o servidor de lombarda y un martillo y unas tenazas y escoplo
y algunos clavos, por si fuesen menester.

Como todos cuatro fueron abajo, dióse orden de meter una viga gran-
de de veintinueve pies de largo, con una roldana al cabo, en que se ocu-
paron y se pasó aquel día hasta la noche, dejando cansados a los de arriba
y de abajo, por lo cual no se les pudo meter agua; y la que habían llevado
los que en la sima estaban era poca, y con el trabajo y la calor bebieron
la que les quedó con muy estrecha ración, y así pasaron hasta el siguiente
día. Y la primera noche, por su sed, no se pudo hacer más de llegar la viga
a la orilla de la caldera, y asentáronla por donde les pareció que convenía,
de esta manera: sacaron un cabo de la viga, con la roldana o carrillo que
tenía, hasta cinco pies de la orilla de la caldera, y al cabo que quedaba
dentro de la plaza cargáronle de piedras, y pusieron las cadenas y maro-
ma a punto; y hecho esto se pusieron a dormir un rato en la plaza.

De noche, la gran claridad que de sí echa aquella caldera, es causa


que lo que habían de hacer lo podían como de día efectuar, porque allí no
hay noche en aquella plaza, y por eso no aguardaron a la mañana; sino
como reposaron alguna cosa, comenzaron a trabajar, aunque el sueño,
según el fraile dice, él sólo durmió y no los demás, a causa del ruido por
la batería de aquel licor en las peñas y rocas, que parece que toda la plaza
tiembla. Así que, levantados todos en pie, fueron todos cuatro a la viga e
alistóse la soga, y comenzaron a meter el mortero de hierro hasta una
braza, e hincáronse de rodillas y prometieron a Nuestra Señora de Gua-
dalupe cierto voto; y levantáron se en pie y comenzaron a meterlo los tres
de ellos, porque el otro que fue Juan Sánchez, fue a la otra parte de la cal-
dera, casi al contrario, enfrente de los compañeros, para ver cuándo lle-
gaba abajo.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 237

Encima del mortero de hierro arriba, cuanto una braza de él en la


misma cadena, iban atadas ciertas hilachas blancas, para que el que iba
a la otra parte viese el mortero, y lo segundo para que cuando se encen-
dían y ardían esas hilachas, se entendiese que el mortero llegaba abajo
a la escoria. Finalmente se metió el mortero tres veces, yen las dos no sa-
có nada, aunque les parecía que habían llegado abajo a las escorias, pero
la verdad era que no llegaba. Ala tercera vez, como la cadena y el mortero
se pegaron con la escoria abajo, tuvieron trabajo en arrancar y despegar
el mortero de la escoria por su gran peso, y les pareció que traía metal,
y era que el mortero y la cadena venían todo enfoscado y cubierto alre-
dedor de escorias. Lo cual, subido arriba, y visto que no podían sacar más
de las escorias de encima del metal y que la escoria era nimba y negra
y liviana y agujereada de agujeros muy lucios y blancos y resplandecien-
tes, (como que de ellos se hubiera sacado metal, y parecía que debía ser
oro o plata más que otros metales), y porque entonces quedaban cansados
y con mucha sed, estos experimentadores tornaron a reposar hasta la
mañana.

Cuanto a la hondura de cien brazas en la cadena hasta aquel licor,


dice Rodrigo de Contreras que no hay sino cuarenta o cincuenta brazas,
desde la boca o plaza hasta esa pasta o lo que es, que fray Blas afirmaba
ser oro o plata, y los más tienen que es minero de azufre.

Llegado el día, los de abajo enviaron con las sogas una carta para que
les bajasen agua; y no les escribieron lo que pasaba por no desmayados.
Antes les significaron que era gran riqueza y que había muestra de plata;
y en tanto que la carta iba, les pareció a los de abajo que se debían salir
luego, porque eran pocos para lo mucho que había quehacer, y por la gran
hondura, el mortero, y la cadena y soga pesaban mucho, y las catorce bra-
zas de cadena que eran menestar más porque la soga que metían iba a
riesgo de quemarse, y cada vez salía chamuscada en partes, ya quemarse
aquella soga corrían los de abajo gran peligro, así de no poder tornar arri-
ba como de no poderlos desde encima proveer de comida ni de agua, por-
que con aquella soga, que sería de ciento cuarenta brazas, tenían los de
abajo lo que desde arriba se les enviaba.

Era esa soga tan gruesa como el dedo pulgar, y con esa cuerda el balso
era guiado; y así por lo que es dicho tenía de tornar a meter la dicha soga
en la caldera con las cadenas y lo demás, y por tanto estaba de voluntad
de subir arriba para volver a su labor con mejor aderezo a concluir lo
comenzado.

Los de arriba holgáron se con la carta, y enviaron luego una calabaza


de agua y una cesta con una carta, en que les enviaban a decir, pensando
238 CRÓNICAS DE VIAJEROS

que habían sacado mucha plata, que mirasen lo que hacían y cómo la sa-
caban, porque los hidalgos que allí habían venido, codiciaban mucho ver
y saber qué eran lo que habían sacado, contra su voluntad, si de grado no
se les mostrase, y que subiese Benito Dávila primero.

Como los de abajo vieron esta carta, acordaron que dijesen que había
gran muestra de riqueza y subieron los tres primeros y quedó el fraile a
la postre. Y llevaba consigo una cesta, en que la esfera y el servidor o mor-
tero habían bajado, y les dió a entender que allí iba lo que habían sacado;
yen la verdad, si no usara de este ardido les diera esperanza con la cesta
a los de arriba, posible fuera que algún travieso y de poca consistencia le
hiciera alguna burla y le cortara la soga. Y acabado de subir, todos fueron
a él, y le rogaron que les mostrase lo que traía, pero él dijo que no lo podía
hacer sin licencia de los compañeros, y con la mejor manera que lo supo
encubrir, metió la cesta en un arca que allí tenía, y guardó la llave.

Visto esto, se apartaron de allí enojados los que atendían y escribie-


ron al gobernador Rodrigo de Contreras, que estaba en Léon, haciéndole
saber lo que habían visto y que sospechaban que se había sacado gran
muestra de riqueza. Y con el Benito Dávila escribió fray Blas al goberna-
dor lo que había pasado, y dándole a entender que no se debía ya llamar
infierno Massaya, sino paraíso, aunque él tampoco lo entendió, como los
demás, puesto que entró dentro.

Aquella tarde desbarataron el cabestrante y púsose en cobro lo de-


más, y otro día amanecieron estos compañeros y el fraile en Granada. Por
manera que publicada la cosa, y entrando en sospecha que aquello era un
gran tesoro, avisado el gobernador, él escribió que tuviesen a punto todos
los aparejos que convenían para entrar en aquella sima, porque él quería
mandar entrar en aquel infierno y estar presente para ver qué cosa era
aquella.

Y así se hizo: el sábado 27 de Abril de aquel año, el gobernador fue


en persona, y se puso en orden todo lo necesario; y el martes siguiente,
postrero de abril, señaló siete personas que entrasen en el infierno, los
cuales fueron estos: fray Blas del Castillo, Pedro Jiménez Paniagua,
Juan Platero, Juan Martín, Antón Fernández, portugués y Nicardo,
francés. Cada uno se aparejó y proveyó de casquetes y guantes y lo que
más les convino. Y mandó el gobernador alargar diez brazas de cadena,
y fueron con las que primero tenía veinticuatro brazas. Y el martes por
la mañana, postrero de abril de 1538, después que el fraile se hubo meti-
do en el balso y le hubieron encomendado a Dios y comenzaron a meterlo,
el gobernador se fue de la otra parte contraria para verle mejor entrar.
Yen fin el bajó y después de él otros dos juntos que eran Pedro Jiménez
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 239

y el Nicardo. Y volvió el balso o cincho arriba y bajaron otros dos, que eran
Paniagua y Juan Platero, estos bajaron riñendo; y tornando el balso a su-
bir, bajaron Juan Martín y Antón Fernández, portugués, y venían mal-
tratados de las piedras que caían3 riñendo como los otros; pero a esos
otros se les quebraron las vasijas de agua en el camino y quedaron con
poca agua. Y pasóseles lo restante de aquel día en meter otra viga con su
roldana al cabo, por donde habían de bajar las cadenas al metal, porque
la que la otra vez metieron, el frailes la había echado al fuego por ver si
hacía llama.

La siguiente noche, ya puesta muy bien su viga, y con su cadena y


polea, había en la cadena que habían de meter con el mortero tres señas
en la cuerda, una braza apartada una de otra, con ciertas hilachas y cabos
de soga blancos para que mejor se determinase el mortero allá abajo,
cuando aquellas se encendiesen.

Después que estuvieron juntos los de abajo, se hincaron de rodillas


e hicieron oración, y después de haber hecho su plegaria, metieron el
mortero cuatro veces, y en las dos no sacaron nada, porque no llegaban
abajo, aunque ellos pensaban que sí. Y la tercera vez salió el mortero de
hierro tapada la boca, con gran bulto de escorias y mucho peso, y pensa-
ban por eso que traía algo; y subido arriba, no había sino escorias. Tor-
nado a meter la cuarta vez, entraron 17 6 18 brazas de cadena; y como la
escoria era grande y tan gorda no dejó pasar el mortero abajo al metal de-
rretido, y quedóse allá con aquellas brazas de cadena, la cual era delgada,
poco más gorda que la guarnición de una espada, y el resto de la cadena
salió colorada; y la soga salió por muchas partes quemada y chamuscada.

Hecho esto, luego desde arriba les bajaron agua y una carta del go-
bernador, en que les decía que le enviasen de lo que habían sacado y de
la tierra que estaba cabe las vetas; y así se le subieron unas piedras
pequeñas y pesadas, de las de la plaza, y algunas escorias de las que se
habían sacado de la caldera. Lo cual visto arriba, quedaron descontentos
muchos que lo estaban ahí esperando, y cada cual se fue por su parte a
la ciudad; pero todavía fray Blas porfiaba que aquella materia que allí
anda derretida es metal, por muchas razones que él quiere dar conformes
a su codicia, que no le deben ser creídas. Y para que se le crean, dice que
todas las personas doctas que hasta entonces habían llegado a ver aquel
infierno son de su opinión, conviene a saber: fray Francisco de Bobadilla,
de la orden de la Merced, y el maestro Alonso de Rojas, clérigo, y fray Bar-
tolomé de las Casas, de la Orden de los Predicadores, y fray Juan de Gan-
dabo, de la Orden de San Francisco; y que todos esos decían que aquello
era metal, a su parecer. A lo menos ninguno de esos que este padre nom-
bra, negará que él no estaba tenido por hombre de tantas letras como
240 CRÓNICAS DE VIAJEROS

codicioso, porque yo los conocí muy bien a todos, excepto al Gandabo. Pe-
ro en fin el mismo fray Blas dice que de cierto no se sabe que aquello sea
metal, porque el gobernador de aquella provincia no había consentido
que otros entren allí.

Y habla este padre con mucho fervor y afición, porfiando que aquella
materia que en aquella sima arde es plata, y que todos o los más lo juzgan
por azufre; y en la verdad así me pareció a mí, y me parece que el go-
bernador, como sabio y prudente, y porque le pareció notoria liviandad
la de este fraile, no quería que los hombres se pusiesen a tan notorio pe-
ligro.

Y como Rodrigo Contreras, a cuyo cargo está aquella tierra por Sus
Majestades, es caballero prudente, hacía muy bien en no consentir que
aquella temeraria opinión de ese padre, y de los otros codiciosos que con
él andaban embelesados, con la opinión de bajar a aquel infierno, pro-
cediesen adelante. Antes si fuera otro gobernador, le maltratara a él ya
los demás por su loca osadía. Y no quería el gobernador que sin consulta
del Emperador, fraile ni otro hombre entendiese en aquello; ni el fraile
tenía licencia de su prelado para estar allí, ni para hacer esos juramentos
y capitulaciones que él hizo, o a los otros codiciosos que con él se juntaron,
exhortados por él; y en mucho peligro de su ánima y conciencia hizo todo
lo que hizo, y así lo he yo oído platicar y culparle otros religiosos de su
misma Orden, muy letrados y de autoridad, y aquella osadía no le llama
ni llamará ningún prudente ni discreto varón celo de servir a Dios ni al
Rey, sino especie de hurto, y querer él por aquella vía necesitar para
capitular después con su majestad, si por caso salía el efecto al propósito
del fraile.

Dice así mismo su relación, que el gobernador les tornó a escribir,


estando él en persona mirando la sima, que pues no quería subir que su-
biese más tierra de cabe las vetas para que se pudiese hacer ensayo; y
como no tenía barreta ni herramienta para ello, mas de aquel martillo
que he dicho, con él el fraile y Juan Platero arrancaron lo que pudieron
y pusiéronlo en una cesta. Este Juan Platero decía que sin duda aquello
que estaba derretido en la caldera era oro derretido. Entonces, cómo le
oyó decir esto el Pedro Jiménez, dijo que se fuesen todos, que aquella veta
más principal que está hacia la parte de León, que él la tomaba en nom-
bre de su señor Alonso Calero.

Otro de los que estaban abajo, que se decía Paniagua, dijo que se fue-
sen todos, que otra veta que él señalaba a la parte de Momborima, que
es un pueblo de indios, la tomaba para su señor Francisco de la Peña, pri-
mo del gobernador.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 241

Como el fraile oyó esto, creyendo o barruntando que sus amos les ha-
bían mandado arriba que así lo hiciesen, antes que allá entrasen, dijo:
"Sedme testigos que yo no tomo esta veta ni esa otra, sino que tomo esa
caldera de metal que allá abajo hierve, en nombre del Rey, nuestro señor,
y del mío y de mis compañeros", de lo cual se rieron todos.

Después de esto comenzaron a reñir los unos con los otros y amena-
zarse para cuando hubiesen salido de allí, y en tanta manera creció la
rencilla que cuantas calabazas de agua les bajaban quebraban por reñir,
no tirando como habían de tirar la cuerda. Pero el fraile les hizo allí ami-
gos, y subieron todos de dos en dos, cada uno con el que había bajado esta
tercera vez: que era Pedro Jiménez y el Nicardo, Paniagua y Juan Pla-
tero, Juan Martín y Antón Fernández, portugués; y el fraile subió a la
postre con la cesta para hacer el ensayo de la tierra que en ella se sacó,
y como fue arriba, la presentó al gobernador. Lo cual después el goberna-
dor en León lo mandó a ensayar y no salió nada.

No cansado el fraile y los demás de su bando, suplicaron y aun requi-


rieron al gobernador que les diese licencia para tornar a entrar en aquel
infierno, y no se la quiso dar, ni permitir que estos ni otros allá fuesen a
entrar en aquella sima. Y a esta tercera vez que el fraile y los otros seis
que es dicho entraron, el gobernador estuvo presente, con otros muchos
que los vieron entrar y salir.

Gran paciencia es la que ha menester y mucha prudencia el goberna-


dor para contentar a los súbditos de su jurisdicción, yen especial algunos
tan desatinados como andaban inducidos por este fraile; que como él no
ponían dineros en el negocio, ni le dolían los que los simples compañeros
habían gastado, ni le penaba que se acabasen de perder tras sus pala-
bras. Pero como es dicho, el gobernador, viendo el notorio peligro y aven-
tura en que aquellos querían traer sus vidas y sus haciendas, no les quiso
dar lugar a que se perdiesen, y aun porque todos aquellos aparejos y jar-
cias subían los cuitados indios por aquellas breñas y sierras con excesivo
trabajo, de que tampoco se dolía fray Blas ni su compañía.

Digo yo que para dar licencia para entrar allí a algún cristiano, no
osara hacer ningún gobernador católico, si no fuese despiadado y cruel
y de poca consistencia, cuanto más que bastaba ya lo experimentado para
sacar a este padre y a los demás de su falsa opinión, y que se conformasen
con el parecer de innumerables, que todos creen que es aquel licor piedra
azufre.

Otras muchas cosas y novedades cuenta el fraile en su relación de po-


co fruto, en especial otro nuevo juramento que él y otros cuatro de sus
242 CRÓNICAS DE VIAJEROS

compañeros hicieron encima de los Evangelios, y les tomó el fraile


francés fray Juan de Gandabo, de permanecer en su errada o vana
opinión. Y da así mismo anchas razones en fin de todo para que se le crea
que aquella materia que allí hierve en aquella profunda sima es metal,
y que no es boca de infierno ni respiradero de él ni agua; y dice que aquel
ruido tan grande que allá anda, no es sino de metal, y no salitre ni piedra
azufre, como algunos quieren decir. Y dice que tampoco es hierro ni cobre
y concluye que es oro o plata o juntamente oro y plata. Y afirma que los
que dicen que es plata, esos traen más razón; y yo pienso que él y los tales
están fuera de ella, y que no lo entienden. Ni yo aquí pusiera esto, sino
porque me parece conveniente, por lo que ahora diré: lo primero, porque
de necesidad aquel hoyo y sima ha de tener otra disposición y vista allá
bajo muy diferente de la que de arriba pueden ver y considerar los que
desde donde yo lo vi lo han visto o lo vieren, y esto cuéntalo bien este
padre, aunque en la distancia y brazas de la hondura no dicen todos
tantas como él; y yo he oído después al gobernador Rodrigo de Contreras,
que lo vió y se halló presente la tercera vez que el fraile y los que he dicho
allí entraron; y aun dice que después que entran en aquella profundidad,
hay otra disposición, y cada día la hay y se hunde mástierra en torno de
aquella plaza donde esos llegaron. Lo segundo que me movió a sacar o
poner aquí esta suma de la relación de este padre fray Blas, es porque se
sepa un tan temerario acometimiento como este religioso tuvo, en que no
solamente aventura la vida sino el ánima, a lo que parece. Yen fin, todo
ello es para dar loores a Dios en todo lo que es dicho, y no dejar de dárselos
por haberle librado de su desatino y codicia a él y a los que él movió y trajo
a su opinión.
III.- TESTIMONIOS Y ENSAYO OU( MICO
DE LAS MUESTRAS SACADAS DEL VOLCÁN MASAYA .

En el volcán de Masaya, término de la ciudad de Granada de esta pro-


vincia de Nicaragua, en primer día del mes de Mayo, año del nacimiento
de nuestro Salvador Jesucristo de 1538, el muy magnífico señor Rodrigo
de Contreras, gobernador y capitán general en esta provincia, por ante
mí Martín Mimbreño, escribano de su Majestad y público y del cabildo
de la ciudad de León de esta provincia y escribano de gobernación, hizo
parecer ante sí las personas que de suyo serán contenidas, que entraron
en el dicho volcán de Masaya, para haber infomación si la entrada y sali-
da es muy peligrosa, y qué es el metal que en el dicho volcán hay, y recibió
juramento de Juan Martínez, una de las personas que en él entraron, el
cual habiendo hecho el dicho juramento y prometido de decir la verdad,
fue preguntado qué es lo que vió en el dicho volcán y en la caldera de fuego
que dentro arde, y dijo que lo que sabe acerca de lo susodicho, que este
testigo con las otras personas que bajaron al dicho volcán metieron unas
cadenas asidas con unas maromas y un servidor de tiro de pólvora, dos
o tres veces, y que la una sacaron ciertas escorias como de fragua de he-
rrero, y no sacaron ningún metal, las cuales dichas escorias mostraron,
y después tornaron a echar otro lance para ver lo que allí había debajo
de las escorias, y el fuego de la dicha caldera fue tan grande que teniendo
metidas a lo que le parece diez brazas de cadena, se derritió en el fuego
y se quedó allá dentro con el dicho servidor. Fue preguntado que qué es
lo que le parece que está en la dicha caldera, dijo que le parece que es me-
tal pero que no sabe que metal es, mas de que el olor que de ello sale es
de piedra azufre y que le parece a este testigo que el dicho señor gober-
nador no debe de permitir que entre ninguna persona allí dentro, porque
es gran peligro y riesgo de las personas que allí entraren y que hasta

• Levantado en la cumbre del volcán por Martín Membreño, escribano de la ciudad de León. Archivo
General de Indias, Sevilla.
244 CRÓNICAS DE VIAJEROS

ahora a lo que este testigo ha visto no ha visto allí riqueza ninguna de oro
ni de plata, y que esta es la verdad y lo que le parece de este caso para el
juramento que hizo y no lo firmó y señalolo el dicho señor gobernador.

Este dicho día fue recibido juramento en forma de derecho de Anto-


nio Hernández, una de las personas que entraron en el dicho volcán, el
cual habiendo jurado en forma de derecho y prometido de decir la verdad
dijo que lo que de este caso sabe es que ayer entró este testigo con Juan
Martínez y las otras personas que entraron en el volcán, y ha estado has-
ta hoy miércoles y que metieron unas cadenas en unas maromas y con un
servidor de tiro y lo echaron cuatro veces a la caldera de fuego que está
en lo bajo y que sacaron unas escorias sin nigún metal en el dicho ser-
vidor, y que como vieron que no sacaban metal, tornaron a meter a la pos-
tre otra vez las dichas cadenas y servidor más de diez o doce brazas en
el fuego, y con el dicho fuego se quedó abajo derretida la dicha cadena y
el dicho servidor, y así no sacaron ningún metal y que le parece a este tes-
tigo que es gran fuego el que allí está, y que da un gran olor de salitre y
piedra azufre, y que no sabe ni vió que metal es, y que este testigo no
entraría dentro otra vez por el peligro que corre, y que no debería el señor
gobernador dejar entrar a ninguna persona por el gran peligro que hay,
y que esto es la verdad para el juramento que hizo y firmolo de su nombre.
Antonio Hernández.

Este día fue recibido juramento en forma de derecho de García Mar-


tín de Paniagua, una de las personas que entraron en el dicho volcán, el
cual habiendo prometido de decir la verdad, dijo que este testigo bajó aba-
jo al dicho volcán con las personas que mas bajaron y estuvieron desde
ayer hasta hoy, y que en la caldera donde está el fuego que arde metieron
unas cadenas con un servidor de lombarda y unas maromas, y que la
echaron al fuego cuatro veces y no sacaron sino escorias, y a la postrera
echaron otra vez la cadena y con el fuego se derritió la cadena y se quedó
con el dicho servidor en el dicho fuego, que es tan grande que no se puede
pensar y que no sabe este testigo qué es el fuego que está allí abajo, si es
metal o que es, y que es gran riesgo entrar allí abajo por que es mucho
peligro y no debería el dicho señor gobernador dejar entrar persona nin-
guna por el gran peligro que hay en la bajada y estadía, porque anda allí
gran humo en lo bajo y reciben gran trabajo, en que esto es la verdad para
el juramento que hizo y lo firmó de su nombre García Martín Paniagua.

Este dicho día fue recibido juramento en forma de derecho de Juan


Platero, una de las personas que entraron en el dicho volcán, el cual ha-
biendo prometido de decir la verdad y siendo preguntado por el tenor de
lo susodicho, dijo que este testigo bajó ayer martes con las demás per-
sonas que bajaron abajo en el dicho volcán y que estuvieron hasta hoy
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 245

miércoles, y que allí en la plaza hay un gran fuego y que arde y que no
se sabe que metal es, y que este testigo como persona que sabe algo de mi-
nas y afinar plata le parece que no es tierra de plata y que hay grandes
escorias que arden en el dicho fuego, y que no se vió metal ninguno y que
metieron en la dicha boca de fuego cuatro veces unas cadenas asidas a
unas maromas y un servidor de tiro de pólvora, y que con el gran fuego
se deshizo y derritió la cadena más de diez brazas, y quedó en el fuego con
el dicho servidor y que hay gran trabajo en la bajada, y que no sacaron
ningún metal ni tal vieron y que a este testigo le parece que el señor
gobernador no debería dejar entrar ninguna persona abajo, porque tiene
gran riesgo, y como dicho tiene no es tierra de plata ni tal cree que está
en la dicha caldera donde está el fuego, y que allá abajo hay gran humo
como de salitre y piedra azufre, y que así huele lo de abajo y que esta es
la verdad para el juramento que hizo y no firmó porque no sabe, y señalolo
el dicho gobernador.

Este dicho día fue recibido juramento de Pedro Ximenez, una de las
personas que entraron en el dicho volcán, el cual habiendo jurado según
forma de derecho y prometido de decir verdad y siendo preguntado por
el tenor de lo susodicho dijo que este testigo entró en el dicho volcán ayer
martes con las otras personas que entraron y que estuvieron abajo hasta
hoy miércoles, y que metieron en la caldera grande donde está el fuego
unas cadenas grandes con un servidor de tiro de pólvora asido a las di-
chas cadenas y a unas maromas, y que las metieron cuatro veces para ver
si podrían sacar del metal que arde, y que no sacaron las tres veces nada,
salvo unas escorias como de herrero quemadas, y que a la postrera torna-
ron a echarlas dichas cadenas y muchas sogas y que con el gran fuego
quemó y deshizo las cadenas más de doce o quince brazas de cadena, a
lo que a este testigo le parece y que se quedó dentro en el dicho fuego con
el dicho servidor, y que no sabe que metal es aquello que está allí dentro
y que el humo que sale es grande y malo, y que le parece que es muy da-
ñoso para la salud porque huele a azufre y salitre, y que es gran riesgo
bajar abajo, y que si no fuese por fuerza que este testigo no bajaría allá
y que el señor gobernador no debería dar lugar a ello ni que bajase nin-
guna persona, ni este testigo sabe que metal es aquello, salvo el mucho
fuego y escoria que tiene, y que esta es la verdad para el juramento que
hizo y fírmolo de su nombre, y que por lo que este testigo ve de fuera le
parece que en estar abrasado aquello que no es riqueza ninguna, porque
todo lo de arriba está quemado, y que si alguna riqueza hubiese, que no
podría ser sino que se pareciese, y firmolo Pedro Ximenez.

Este dicho día se recibió juramento de Pedro Nicardo en forma de


derecho, so cargo del cual habiendo prometido de decir la verdad y siendo
preguntado por el tenor de los susodicho, dijo que este testigo bajó al
246 CRÓNICAS DE VIAJEROS

volcán ayer con las otras personas y echaron a la caldera de fuego unas
cadenas con un servidor de tiro y unas maromas, y las dos o tres veces no
sacaron sino unas escorias como de herrero quemadas, ya la postre echa-
ron otra vez las cadenas y servidor y con el fuego se deshizo las cadenas
y quemadas con el servidor se quedó en el fuego, y que este testigo no sabe
que metal es aquello ni que cosa sea salvo el gran fuego que arde y que
da gran humo y que es dañoso para la salud, y que es gran peligro bajar
abajo, y que este testigo no bajaría allá si no fuese con mucha premia, y
que el señor gobernador no debería dejar bajar ninguna persona porque
es muy gran peligro, y que esta es la verdad para el juramento que hizo
y no firmó porque no sabe.

Y luego este dicho día, salidas las dichas personas, luego incontinen-
te sacaron de lo bajo del volcán una lava, la cual se deslió delante del di-
cho gobernador y de Luis de Guevara, alcade mayor y teniente de
gobernador y del capitán Palomino y de Diego Teyerma, alcaldes ordina-
rios de la ciudad de Granada y de Juan Caravallo, regidor, y de Ber-
nardino de Miranda escribano de Granada, y de otras personas, la cual
lava desliada se halló que traía en ella unos pedazos de peña y de maná
de acije, en cantidad de cuatro o cinco libras de la dicha tierra y piedras
para hacer la experiencia, y fundirlo para ver lo que era, lo cual llevó en
su poder yo el dicho escribano para hacer la experiencia de lo que es.

Y después de lo susodicho, en la ciudad de León de esta provincia de


Nicaragua, en quince días de Mayo del dicho año, ante mí el dicho Martín
Mimbreño, escribano susodicho, estando presente el dicho señor gober-
nador y Luis de Guevara su alcalde mayor y teniente de gobernador y el
tesorero Pedro de los Ríos y Pedro de Buitrago, contador de su majestad,
hicieron hacer fundición y ensaye de la tierra y piedras que sacaron del
dicho volcán, que estaba en poder de mí, el dicho escribano, depositado
a Hector de Leton y Adrián Correa, plateros, los cuales juraron en forma
de derecho por Dios y por su Santa María, que bien y fielmente harían
la dicha fundición, y para saber que metal tenían las dichas piedras y
tierra y las molieron en unos almires y las echaron en un crisol y estuvo
en la fragua un poco de tiempo en el fuego, por espacio de más de dos ho-
ras, poco más o menos, y después lo sacaron, y visto por los dichos oficia-
les plateros dijeron que so cargo de juramento que sus mercedes les to-
maron, que aquello no era ningún metal, sino unas piedras quemadas,
que se quemaban como ascuas por tener cantidad de piedra azufre y sali-
tre, y que así lo mostraron al tiempo que estaban en la fragua oler a azu-
fre, y que no era cosa de venero de plata, ni de oro, ni de otro metal rico,
salvo lo que dicho tienen, y que esta es la verdad, lo cual todo, que dicho
es, pasó ante mi el dicho escribano y estando presentes todos los dichos
señores gobernador y oficiales y justicias, y por testigos Alvaro de Ca y
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 247

Rodrigo de Peñalosa y Diego de Cáceres y Alonso de Orozco, vecinos y


estantes en esta ciudad y otras personas y lo firmaron los dichos plateros
Hector de Leton, Adrián Correa.

Y yo, Martín Mimbreño, escribano de su majestad y público y del


cabildo de esta ciudad de León, y escribano de gobernación en el lugar
del señor secretario Juan de Samano, fui presente a lo susodicho, con el
señor gobernador y testigos y le hice escribir e hice aquí este mío signo
a tal, (hay un signo). En testimonio de verdad. Martín Mimbreño, escri-
bano.
IV.- JUAN SÁNCHEZ PORTERO: ENTRADA Y DESCUBRIMIENTO
DEL VOLCÁN MASAYA QUE ESTÁ EN LA PROVINCIA DE NICARAGUA .

Sacra Católica Real Majestad:

Juan Sánchez Portero, vecino de la ciudad de Huete, digo que yo pasé


a las Indias donde estuve dieciseis años, los trece de ellos en la provincia
de Nicaragua, donde serví mucho a vuestra majestad con mi persona y
hacienda, armas y caballos, en todas las conquistas y descubrimientos
que en aquel tiempo había de indios, y en especial me hallé en el des-
cubrimiento y entrada del volcán de Masaya que en la dicha provincia
hay, que se tiene entendido que es la cosa más rica y próspera que hay
en todas las Indias y la cosa más admirable de ver en el mundo, lo cual
hicimos ciertos compañeros y yo por servir a vuestra majestad, gastando
en el dicho descubrimiento y entrada mucha cantidad de pesos de oro en
las cosas que fueron menester, así de maromas como de cadenas y rol-
danas y pernos y otras cosas necesarias para la dicha entrada, los cuales
artificios se tardaron en hacer un año, y al cabo de él, yo y otros com-
pañeros entramos en el dicho volcán por las maromas abajo, poniendo
nuestras vidas a grandísimo riesgo y peligro de muerte a causa de haber
quinientos estados de hondo hasta la primera plaza de abajo, y allí hay
otra boca en medio de la dicha plaza que tendrá dos carreras de caballo
de ancho, y de allí a donde anda el metal derretido hay cien estados de
hondo, el cual dicho volcán le han ido a ver muchas personas, plateros y
mineros y que tienen gran experiencia en las minas y metales, y visto por
ellos decían que lo que hay en el dicho volcán es cosa muy rica de oro o
plata, porque sale del dicho metal muy gran resplandor y claridad, y que
si otra cosa fuera según el fuego y resplandor de abajo todo fuera con-
sumido e ido en uno, y que el dicho oro y plata cuanto más fuego tiene más

• Archivo de Indias, Sevilla. Reproducido por Manuel Serrano y Sane en las Relaciones Históricas y
Geográficas de la América Central. Madrid, 1908.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 249

purificado queda, y por estas razones no hay nadie que viese el dicho vol-
cán que no dijese que era cosa muy rica, y así se tiene por cosa notoria en
la dicha provincia y en otras partes de las Indias.

En aquella provincia, antes que se descubriese por nosotros el dicho


volcán, se decía que los que habían de entrar en el dicho volcán había de
ser los sentenciados por delitos, y ninguna persona después que se des-
cubrió la dicha provincia de Nicaragua no había osado entrar en el dicho
volcán, ni aun llegado a mirarle, y nosotros con deseo de servir a vuestra
majestad nos aventuramos a entrar y entramos dentro por las dichas ma-
romas abajo, llevando cadenas y todo lo necesario para descubrir el se-
creto que está en el dicho volcán, y en la primera plaza de ábajo estuvimos
dos días, y a causa de faltarnos el agua nos vimos en gran necesidad por
la sed que padecimos y trabajo que tuvimos de meter maderas y cadenas
yjarcias y otras cosas, y echamos las cadenas y maromas por la segunda
boca abajo del dicho volcán para llegar al metal, y como estaba tan hondo
no se pudo con un servidor de lombarda hecho con una punta y muy pe-
sado, con sus asas asidas las cadenas, a llegarle al dicho metal, aunque
echamos cuatro lances y no sacamos en cada lance sino escorias muy
livianas de muchos colores, las cuales parecían ser de metal rico, y como
no pudimos llegar abajo en los cuatro dichos lances que echamos, ya cau-
sa de la sed y fatiga que teníamos, determinamos de tornarnos a subir
arriba y otro día tornar a entrar en el dicho volcán, y meter agua y comida
y más maromas y cadenas, y hacer abajo un cabrestante de palo y bajar
más gente con nosotros para saber el dicho secreto del dicho volcán, pues
en ello serviríamos a vuestra majestad.

Ciertos españoles que había venido en nuestra busca, escribieron a


la ciudad de León a Rodrigo de Contreras, gobernador que a la sazón era
en la dicha provincia de Nicaragua, haciéndole saber cómo nosotros ha-
bíamos entrado en el dicho volcán y que habíamos sacado de él gran te-
soro, todo por envidia que nos tenían, y el dicho gobernador sabiendo lo
que pasaba, so color que no le habíamos pedido licencia para entrar en
el dicho volcán, mandó a un alcalde de la ciudad de Granada que nos
prendiese y nos tuviese presos en la fortaleza de aquella ciudad, y
viéndonos presos y fatigados, nos preferimos de tornar a entrar en el di-
cho volcán y hacer aderezos y todo lo necesario, y no salir de él sin saber
el dicho secreto, y el dicho gobernador al cabo de ciertos días fue con mu-
cha gente de la ciudad de León, a un pueblo de indios que se dice Nenderí,
que está dos leguas del dicho volcán, y allí vinieron los alcaldes de la di-
cha ciudad de Granada, con casi toda la ciudad, y subieron con el dicho
gobernador al dicho volcán, y yo y los dichos mis compañeros con ellos,
llevando todo el aderezo que era menester para la bajada por las dichas
maromas, y estando nosotros aparejados para entrar, el dicho goberna.
250 CRÓNICAS DE VIAJEROS

dor nos tomó las maromas y cadenas y aparejos que teníamos y dijo que
el traía seis marineros para entrar en el dicho volcán, de los cuales nin-
guno oyó que osase entrar en él, si no fue que el dicho gobernador mandó
a fray Blas del Castillo, nuestro compañero, que entrase en el dicho vol-
cán, pues había entrado otra vez y sabía el camino y entrada, y así el dicho
fray Blas y los dichos compañeros entraron y metieron las dichas cadenas
y maromas y jarcias en el dicho volcán donde está el metal, y echando el
primer lance se quebró la cadena por ser delgada y se cayó abajo, lo cual
sabido por el dicho gobernador mandó que se subiesen todos arriba y sa-
lidos él y toda la gente se fueron a la dicha ciudad de Granada, donde
tornamos a requerirle de parte de vuestra majestad nos diese licencia pa-
ra que nosotros entrásemos en el dicho volcán, y que a nuestra costa ha-
ríamos otras cadenas y maromas y todo lo necesario, el cual no quiso dar
la dicha licencia, y se fue a la ciudad de León, y al cabo de días yo el dicho
Juan Sánchez y Pedro Ruíz, mi compañero, fuimos a la ciudad de León
a requerir al dicho gobernador nos diese la dicha licencia para tornar a
entrar en el dicho volcán y hacer los aderezos a nuestra costa, pues se te-
nía y tiene en la dicha provincia por la cosa más rica que está descubierta
en el mundo, y vuestra majestad sería muy servido en ello, el cual se enojó
con nosotros y no quiso dar la licencia.

Visto esto nos volvimos a la dicha ciudad de Granada y juntos todos


los dichos compañeros determinamos de enviar al dicho fray Blas del
Castillo a estos reinos de España a hacerlo saber a vuestra majestad, y
que fuese informado de lo que pasaba acerca del dicho descubrimiento
del dicho volcán, por un libro que el dicho fraile trajo, que es éste de que
ante vuestra majestad hago demostración, juntamente con la pintura y
traza de la manera del dicho volcán, y de la manera que entramos en él,
que es cosa muy de ver, y visto por dicha majestad el dicho libro, e infor-
mado del dicho fraile, vuestra majestad nos mandó dar esta cédula real
de que hago presentación, para que el dicho gobernador no nos impidiese
la dicha entrada, y el dicho fray Blas del Castillo volvió a la dicha pro-
vincia de Nicaragua con la dicha cédula yen desembarcando en el puerto
que se llama la Posesión murió, y por su muerte y por haber muerto des-
pués otros dos compañeros de los que habíamos entrado en el dicho vol-
cán, y yo haber gastado todo lo que tenía y estar muy pobre, no pude vol-
ver a entender en la dicha entrada.

Y de allí me fui con Diego Machuca y de Suazo y Alonso Calero, capi-


tanes, a descubrir la laguna del río desaguadero, que es en la dicha ciu-
dad de Granada, porque vuestra majestad lo había mandado por su real
provisión que se descubriese el dicho río hasta la mar del norte, porque
así convenía a su real servicio y era cosa muy importante, en el cual des-
cubrimiento yo fui con mis armas y caballos en ciertos bergantines por
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 251

la dicha laguna, ami propia costa, en lo cual gasté mucha cantidad de pe-
sos de oro, yen el dicho (viaje), yo y los que a él fuimos pasamos muy gran-
des trabajos, hambres y necesidades y murieron muchos españoles y de
hambre nos comimos más de cuarenta caballos y los indios de la tierra
nos daban mucha guerra, y descubrimos caminos y viajes, así por tierra
como por agua, hasta el Nombre de Dios, en el cual descubrimiento hay
ahora muy grande trato de fragatas y navíos y barcas que van y vienen
al Nombre de Dios desde la ciudad de Granada por la dicha laguna y río,
a traer las mercaderías que van de España para el Perú y Guatemala y
Nueva España y otras partes.

Y al cabo de cierto tiempo fue de España Diego Gutiérrez, goberna-


dor de Cartago y Costa Rica, el cual subió desde el Nombre de Dios por
el río del dicho desaguadero a la provincia de Nicaragua, a donde llegó
muy pobre y la gente que había llegado consigo se le había muerto, y no
tenía posibilidad con que poder hacer gente en la dicha provincia de Nica-
ragua para ir a conquistar y poblar la dicha provincia de Cartago y Costa
Rica, porque le tenía por tierra muy rica y de muchos indios, y que en ella
había mucho oro entre los indios y grandísimas minas, de donde vuestra
majestad sería muy servido que se conquistase y poblase, y yo el dicho
Juan Sánchez, como descubridor de la dicha tierra y servidor de vuestra
majestad y de vuestros gobernadores procuré y negocié con un amigo mío
que se llamaba Francisco Calado que prestase al dicho gobernador Diego
Gutiérrez dos mil castellanos de oro para hacer la dicha armada y gente,
donde yo ayudé a hacer la dicha gente y bastimentos y fui con el dicho go-
bernador Diego Gutiérrez por la laguna de Granada, el desaguadero aba-
jo, en ciertas fragatas y canoas hasta llegar a la mar del norte, y desde
allí fuimos por la mar hasta la dicha provincia de Cartago y Costa Rica,
donde entramos por un río arriba la tierra adentro, donde poblamos una
vía que se llama Santiago, donde estuvimos poblando casi dos años, a
donde los indios venían de paz y traían muchas piezas de oro muy fino
a rescatar con nosotros, y así mismo teníamos noticias de los dichos in-
dios que nos decían que en la dicha tierra habían muy grandes minas de
oro y mucha cantidad de indios muy fuertes guerreros, en la cual dicha
conquista y población yo el dicho Juan Sánchez fui con mis armas y ade-
rezos de guerra a mi costa, en lo cual gasté mucha cantidad de pesos de
oro por servir a vuestra majestad, y al cabo de cierto tiempo el dicho go-
bernador Diego Gutiérrez quiso que despoblásemos la villa y pasásemos
adelante, y despoblada atravesando la dicha sierra salió gran cantidad
de indios a nosotros con muchas armas y flechas, donde mataron al dicho
gobernador Diego Gutiérrez y a cuarenta y dos españoles, donde nos es-
capamos trece o catorce soldados y un clérigo muy heridos y perdido todo
cuanto teníamos, donde padecimos muy grandes hambres y trabajos, pa-
sando muchos ríos y ciénagas, hasta que llegamos al río desaguadero,
252 CRÓNICAS DE VIAJEROS

donde allí hayamos a un español que nos dió alguna comida, de donde en
una fragata que venía del Nombre de Dios nos subimos por el dicho río
desaguadero hasta llegar a la laguna, donde llegamos a la dicha ciudad
de Granada muy enfermos, rotos y pobres.

Y llegado a la dicha provincia de Nicaragua, al cabo de cierto tiempo,


Gonzalo Pizarro envió a la dicha provincia dos navíos, en los cuales venía
por capitán Juan Alonso Palomino, y traía trescientos hombres arcabu-
ceros para que se apoderasen en la dicha provincia y fuese gente y ca-
ballos a la provincia del Perú, y sabida la venida del dicho capitán Palo-
mino al puerto de la Posesión, el dicho gobernador Rodrigo de Contreras
hizo sus capitanes, los cuales hicieron en la dicha provincia más de qui-
nientos hombres de a pie y de caballo, para defenderle la entrada al dicho
capitán Palomino, entre los cuales yo, el dicho Juan Sánchez, fui con los
dichos capitanes y gente a un puerto que se dice del Realejo, con mis ar-
mas y caballos a mi propia costa, donde serví en la dicha jornada a vues-
tra majestad, no dejando desembarcar al dicho capitán Palomino y gente
que traía, donde estuvo en el dicho puerto más de un mes, hasta tanto que
de pura hambre envió a decir al dicho gobernador que él se qüería ir, que
le vendiesen alguna comida y caballos, la cual el dicho gobernador le
mandó dar y el dicho capitán Palomino se fue con los dichos navíos y gen-
te que traía a la ciudad de Panamá, donde estaban mil hombres de parte
de Gonzalo Pizarro, y luego como el dicho capitán Palomino de ahí a cier-
tos días él y el general Pedro de Inojosa dieron la dicha armada y gente
a vuestra majestad y al licenciado de la Gasca, visor-rey de la provincia
del Perú, en la cual dicha defensa servimos a vuestra majestad, de donde
de la dicha provincia de Nicaragua fue mucha gente, caballos y bastimen-
tos al dicho licenciado la Gasca, que estaba en la costa del Perú con toda
la gente que llevaba de Panamá contra el dicho Gonzalo Pizarro, donde
lo prendió a él y a toda su gente y quedó el dicho Perú por de vuestra ma-
jestad.

Y al cabo de todo este tiempo, habiendo yo servido a vuestra majestad


en todo lo arriba dicho y no habiéndome dado indios de remuneración de
lo que yo había servido y estando muy pobre y de los trabajos enfermo,
el licenciado Cerrato, presidente de la audiencia real de Guatemala, fue
informado de una persona que me tenía odio que yo era casado en estas
partes, el cual envió a la dicha provincia de Nicaragua al licenciado Gui-
jado a prenderme y me prendió y me envió a estos reinos muy pobre, para
hacer lo que vuestra majestad mandaba, y llegado a ellos a causa de los
muchos y grandes trabajos que pasé en Indias, he estado en estas partes
muy enfermo de graves enfermedades, seis años sin haber podido venir
a dar noticia de todo lo susodicho a vuestra majestad, hasta ahora, en las
cuales enfermedades he gastado lo poco que traje de allá y lo que tenía
de mi patrimonio.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 253

Y así mismo sepa vuestra majestad que en Italia el capitán Sánchez


y Antonio Sánchez mis tíos, hermanos de mi padre, fueron personas muy
señaladas y murieron en servicio de vuestra majestad en la guerra, y el
dicho capitán Sánchez hizo cosas muy señaladas en la guerra, y de los
servicios de los dichos mis tíos ellos ni sus deudos nunca fueron remune-
rados en cosa alguna, ni yo lo he sabido de los servicios que a vuestra
majestad hice en las Indias, en lo arriba dicho, como toda consta por estas
informaciones y cédula y cartas de que hago presentación.

Por ende pido y suplico a vuestra alteza que, atento que yo fui uno de
los primeros descubridores del dicho volcán y que entré en él con gran
riesgo de mi persona y tengo experiencia de lo que es necesario para vol-
ver a entrar en él y que de ello vuestra majestad será muy servido y acre-
centado su real patrimonio, porque como está dicho se tiene por cierto
que es la cosa más rica del mundo, me mande dar licencia para que yo
pueda tornar a descubrir el dicho volcán y entrar en él y saber el secreto
y sacar el metal que en él hubiere para vuestra majestad, y que pueda
llevar en mi compañía hasta seis personas para que me ayuden a hacer
el dicho descubrimiento, con que descubierto vuestra majestad me haga
merced de la parte que fuere servido darme de lo que el dicho volcán sa-
care; y porque yo estoy pobre y no tengo posibilidad para hacer el dicho
descubrimiento y es necesario hacerse gran gastos en los ingenios y arti-
ficios, suplico a vuestra majestad me haga merced de mandar que se me
dé en Sevilla la cantidad que vuestra majestad fuere servido para hacer
los dichos aparejos, los cuales son maromas y cadenas y otras cosas nece-
sarias, porque acá se pueden hacer muy mejores y a muy menos costo que
en aquellas partes.

Y también vuestra majestad me haga alguna ayuda de costa para


poder pasar a hacer este servicio y otro, si porque para el dicho descubri-
miento será menester gente y requiere hacerse costa, vuestra majestad
sea servido de hacerme merced de un pueblo de indios en la ciudad de
Granada que se llama Monimbó, que está por de vuestra majestad, que
es cerca del dicho volcán, para que yo lo tenga en nombre de vuestra ma-
jestad, y lleve los tributos de él para ayuda de costa del dicho descubri-
miento, y en remuneración de mis servicios y de mis pasados; y si el dicho
pueblo de Monimbó no hubiere lugar de dárseme, vuestra majestad me
haga merced de otro pueblo de indios en la ciudad de León, de los pueblos
que están por de vuestra majestad, tanto para que pueda sustentarme,
pues vuestra majestad siempre ha hecho y hace mercedes a los conquis-
tadores y descubridores.
Otro, si pido y suplico a vuestra majestad me haga merced de una
escribanía pública y del consejo de la dicha ciudad de Granada, que al
presente esta vaca, que en todo recibiré merced. = Juan Sánchez =
rubricado.
V.- RELACIÓN DEL ADELANTADO
PASCUAL DE ANDAGOYA SOBRE EL VOLCÁN MASAYA .

En esta provincia hay un volcán o boca de que a la continua sale hu-


mo, y de noche tres leguas a la redonda donde está se ve allí una gruta;
de noche parece llama y de día humo. Es una boca redonda como de poza,
y al medio hace una mesa a la redonda como cuando hacen un pozo: que
hasta el medio es la boca más grande, y de la mesa que dejan para empe-
drarlo abajo es más angosto. Hay tiempos que sale aquel fuego con mu-
cha furia y escupe muchas piedras fuera que parecen escorias de herrero
y mayores, y son livianas. Yo las he visto, y parece que ha pasado el fuego
por ellas y las deja como corcho, y cuando sale con esta furia, quema a la
redonda media legua la yerba que hay. Y los indios para aplacar este fue-
go que no llegase a quemarlos, por ciertos tiempos del año llevaban allí
doncellas a ofrecer y las echaban dentro, y ellas iban alegres como si fue-
ran a salvarse; y en este y en el sacrificio de la estatua moría cada año
mucha gente. Un fraile dicen que entró hasta la mesa de la mitad de la
boca, y de allí que vió hervir abajo cierta cosa como metal que estaba de
color de fuego, y que para ver si se pegaba alguna cosa de él, metió un hie-
rro de una cadena con una soga, y que se derritió y no sacó nada. Metal
de oro yo creo que no puede ser, porque el oro es frío, y si no fuera con gran-
dísima fuerza no podría estar derretido mucho. Yo creo que lo que es
aquello, en sí tiene fuego, y no lo recibe de otra parte.

• Tomado dele `Relación de los Sucesos de Pedrarias Dávila en las provincias de lo tierra firme o Costilla
del oro'. Reproducido por Martín Fernández de Navarrete en la "Colección de los Viajes y Descubri-
mientos que hicieron por mar los Españoles desde fines del siglo V'
Vi.- FRAY BARTOLOME DE LA S CASAS:
DESCRIPCIÓN DEL VOLCÁN MASAYA, DE NICARAGUA'

Cosas se han dicho maravillosas que la naturaleza secretamente


obró y obra cada día en los susodichos volcanes, y verlos a ellos y al fuego
que de sí brotan, no habrá quien no se maraville y espante. Pero quiero
yo ahora en este capítulo describir otro que a todos los ya referidos por
todos los autores presentes y pasados, y creo yo que a todos los que pue-
den referirse, sobrepuja y que sobre los que haya por todo el mundo es,
sin encarecimiento hablando, admirable. Este es el volcán que llaman el
Infierno de Masaya en la provincia de Nicaragua, porque está cerca de
un pueblo de indios que llamaban los indios Masaya, puesto que hay otro
pueblo o pueblos más cerca de él que Masaya, y por ventura no el pueblo,
sino aquella tierra de por allí toda se nombraba Masaya.

Aquella provincia que llamamos Nicaragua, que está a la mar del


Sur, entre el puerto de Panamá, doscientas leguas al poniente, y ciento
y tantas de la de Guatimala, es de las más felices de las Indias y del mun-
do, y de todas las cosas necesarias y deleitosas a la vida humana más que
abundante. Tiene muchas lagunas o lagos de agua dulce, pequeñas y
grandes, y de las grandes hay dos que la una tiene cuarenta leguas de bo-
ja o entorno, y ésta desagua en la otra, que tiene ciento y tantas.

En cierta parte de esta provincia, tres leguas de las lagunas, está una
sierra levantada que tendrá una legua de subida; casi toda fértil tierra
de su naturaleza, y al pie de ella está un valle pequeño que casi la corta
y hace algo redonda, y por una parte hay un lago de agua dulce que ten-
drá, si no me he olvidado, una legua y más en su redondo, y es de tanta
hondura que, según allí entendimos, con ninguna cantidad y longitud de
cuerdas se puede llegar al suelo, ni saber su fondo. Por la parte de las dos
• Tomado de la Apologética Historia de las Indias.
256 CRÓNICAS DE VIAJEROS

grandes lagunas donde hay las mejores poblaciones, y confines de la sie-


rra y volcán, que es tierra muy llana y muy graciosa, es así mismo ca-
vernosa y que, andando por ella como si estuviese toda hueca, retumba.
La subida de la sierra es rasa y de subir no muy trabajosa, porque puede
subirse a caballo.

Subimos por ella, en lo más alto hallamos la sierra toda abierta, y su


abertura es cuanto ella es grande, y tendrá la abertura en redondo más
de mil quinientos pasos, si no se me han olvidado. La abertura y las pare-
des de ellas y todo lo que se dirá, bajo y alto, es tan patente y tan claro
como lo es una plaza grande de una ciudad de España, porque sin algún
impedimento el sol baña todo ello como baña y clarifica cualquier campo.
Esta abertura va casi a un pozo, todo el hoyo, digamos, hasta abajo; de
manera que lo de abajo, que es un suelo y plaza que luego se dirá, es como
la abertura, o poco menos ancho. Habrá desde arriba, que decimos la
abertura, hasta el suelo o plaza que está abajo, según nos pareció, dos-
cientos y más estados. La plaza es muy llana, como si estuviera hecha a
mano, y, como dije, tan clara y alegre como un campo llano, salvo que la
yerba verde le falta. Casi en medio, aunque algo a un lado, más a costado
de la plaza, está un pozo redondo, como que lo hubieran hecho a mano,
el cual, a lo que parece desde arriba, tendrá en torno veinticinco o treinta
pasos; de hondo, más de treinta estados. Allí luego está el fuego, o lo que
es, de la misma manera que el metal derretido de que se hacen los tiros
de artillería y las campanas. Está siempre moviéndose e hirviendo, y
estos movimientos y hervores casi son oídos de los que arriba en la aber-
tura estamos, y de rato en rato, a veces ordinarias, como si lo atizasen o
pusiesen más fuego debajo, levanta unas olas y echa de sí parte de aquel
metal, o lo que es, como chispas que se apegan por las paredes en alto dos
o tres estados, las cuales luego se apagan.

Dentro de este pozo andan muchos pájaros y pequeñas aves, y, a lo


que parece, del fuego no mucha distancia. Todo lo que está dicho lo vimos
desde arriba tan claro como si estuviésemos nos y ello en un llano. Verdad
es que, como aquella hondura sea tan grande y desde la abertura hasta
abajo vayan las paredes casi por nivel tajadas, no sin gran miedo de caer
y peligro, a la vera de la abertura, para verlo más nos acercamos.

Lo que de todo esto siento ser más admirable, sin duda, es que, siendo
aquel fuego o metal, no llama, sino brasa, y estando tan hondo, sólo el
vaho y resplandor que de él sale se sube a las nubes encima por derecho,
y cincuenta leguas por la mar se ve y parece que es llama que arde. Para
gozar bien de verlo y cuánta es su claridad, conviene subir y dormir en
lo alto de la sierra una noche, y así lo hice yo, porque con el Sol, de día,
no se ve cuánta es su claridad. Estuvimos toda una noche ciertos frailes,
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 257

y creo que rezamos maitines sin otra lumbre más de la que nos comunicó
el resplandor del volcán. Estimábamos que era tanta la lumbre que ha-
cía, cuanta hace el día en las mañanas nubladas. Estando mi compañe-
ro y yo en un pueblo que llaman los indios Nindirí, la última sílaba aguda,
legua y media del volcán, y andándonos y paseando, juzgábamos con
nuestros cuerpos hacíamos tanta sombra de la parte contraria donde te-
níamos el resplandor del volcán, como la hiciéramos si tuviéramos la Lu-
na de ocho días por aquella parte.

Visto lo que arriba se ha dicho de las causas naturales de que el fuego


se engendra en los volcanes, creo que aqueste se causa de los grandes mo-
vimientos que hacen las aguas de las dos lagunas que dijimos ser gran-
des, porque desde medio día abajo, y algunas veces antes, hay en ellas or-
dinarios vientos grandes, tanto que se levantan tantas y tan altas ondas
como si fuese la mar. Estos golpes y movimientos, como estén dos o tres
leguas del volcán, deben por algunas cavernas entrar, y aquellas engen-
drar viento, y el viento encender la piedra azufre, y haber allí mucho del
bitumen, y así sustentarse aquel fuego, y tener también por materia cier-
ta especie de metal de que luego se dirá.

Cuando aquel fuego revienta, que debe ser cuando hay grandes llu-
vias, por las razones arriba de los otros volcanes dichas, o por otra causa
oculta, sube a lo alto con gran estruendo y furor y lleva consigo grandí-
sima cantidad de piedras pómez y esponjosas, y avienta las más livianas
y quema con ellas y con la ceniza cuatro leguas de tierra en su alrededor.
En el vallecillo que digo que cerca todo casi el monte o volcán, está de esta
piedra pómez y liviana quemada, que parece como las escorias de las fra-
guas de los herreros, sobre un millón de carretadas, en tanta manera, que
no se puede andar sino sobre infinitas de ellas, y porque cuanto más pesa-
da es la piedra, o lo que más de sí echa, menos lejos la avienta, de aquí
es que en lo alto de la sierra está todo lleno de piedras más pesada, y toda
áspera, como las escorias que dije de las fraguas de los herreros, y esto
en tanta cantidad, y ella toda tan pizarreña en aspereza, que casi en toda
la sierra apenas hallamos tierra desocupada de aquellas piedras en que
pudiesen caber nuestros cuerpos para echarnos a dormir.

Esta piedra que está sobre la sierra no es distinta una piedra de otra,
como son las piedras pómez de que digo que aquel valle o vallecillo está
lleno, y por otra parte avienta, sino que están pegadas unas con otras y
hechas peña asperísima, como si allí naciera, y como suelen estar en las
sierras ásperas las peñas pizarreñas, que son como puntas de diamante
o alesnas; y porque, como dije, cuanto más pesado es lo que de sí echa,
tanto menos lo avienta, de aquí es que junto a la boca tiene grandes
pedazos de piedra o metal (según yo no dudo que sea), no pizarreña, si-
258 CRÓNICAS D E VIAJEROS

no casi lisa y de color de hierro, y más tira a color de cobre que de hie-
rro.

Y para argumento que aquel metal sale, o sube muy tierno cuando
lo echa, es que aquellos pedazos están resquebrajados, como suele res-
quebrajarse, y no más, un gran pedazo de masa del pan que comemos,
cuando decimos que la masa, de muy levada, se hace como vinagre, ácida,
parece que se resquebraja, embebiéndose en sí o enjugándose poco a poco
cuando se hiela. Y éste ser metal, especie de hierro o de cobre, de que se
debe sustentar por materia como leña aquel fuego, ninguna duda tengo.
Concuerda con esto lo que arriba hemos referido de los otros volcanes de
ese otro mundo viejo, de donde sale aquel metal, o que es de color de hie-
rro. Y porque con las aguas se derrumban las paredes del rededor de toda
esta sierra, mucha tierra y piedra, y va a caer todo su poco a poco, al pozo
donde está el fuego, de aquí es que debe ser la tierra que cae metalina,
o que aquel metal engendra, y la piedra pómez debe estar llena de aquel
jugo o betumen, y así es aquel fuego perpetuo. Por manera que cuando
el humor o jugo o betumen de aquellas piedras pómez, o esponjosas, se
acaba de consumir con el fuego, entonces quedan livianísimas y las puede
lanzar tan lejos, y algunas que no están del todo gastadas, más cerca.

Ignorando las razones y causas naturales arriba traídas de cómo es-


tos fuegos se engendran, todo el vulgo de los españoles que aquel volcán
han visto, han tenido imaginación que aquel metal, o que es, que allí sus-
tenta aquel fuego, sea plata, u oro, u otra cosa de valor, porque como dice
San Ambrosio, al codicioso todo lo que ve y oye se le antoja dinero.

Por esta causa se han ofrecido algunos al rey que a su costa querían
inquirir lo que allí había, pidiendo las albricias de ellas mismas. Otros,
de callada trabajaron de hacer ciertos instrumentos para entrar dentro,
y estuvieron un año en hacerlas, y hechos, acordaron de entrar cuatro
juntos, y por curiosidad, un fraile fue uno de ellos, y al tiempo de entrar
en el vaso de madera que para ello tenían hecho, viendo tanta hondura
y cosa tan peligrosa, temieron. Pero el fraile, con más temeridad que es-
fuerzo, quiso entrar solo, y tomando una cruz en la una mano yen la otra
un martillo para quebrar alguna piedra si por la pared abajo del volcán
lo impidiese, finalmente llegó sano y bueno abajo, y paseóse a su placer
por la plaza con risa y gasajo, escarneciendo de los que no habían osado
ser sus compañeros. Llevaba sus sogas largas y al cabo una buena cade-
na, y en ella un capacete de hierro para coger de aquel metal o tesoro lo
que cupiese; el cual, echando su soga y en ella la cadena y en la cadena
el capacete, todo lo que de la cadena con su capacete entró en el fuego, así
lo trozó en un momento como si fuera un rábano que se cortara o trozara
con un machete.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 259

Consideró el fraile muy despacio todas las cosas que veía de este me-
tal que ardía, y fuego y hondura del pozo y lo demás que había en él, y
porque era de mí muy conocido, dándome particular noticia de todo lo que
había hecho y visto, me escribió largo, estando yo en la ciudad de México,
y entre otras cosas que me afirmó fueron éstas: una, que lo que de arriba
nos parece de la hondura del pozo tener treinta estados hasta el fuego,
que eran ciento o más de ciento. La otra, que aquel metal, o que es, que
allí parece estar ardiendo, no está quedo, sino que es un río de ello que
pasa de camino como si de agua fuese. La tercera, que aquel río de metal
o de fuego, o quiera que sea, es tan ancho como una calle de las de la ciu-
dad de México. Cualquiera de las calles de México es tan ancha como la
calle de Valladolid que llaman la Corredera. Otras cosas me escribió
acerca de esto, de que no me acuerdo, y creo cierto que no me escribió cosa
contraria de lo que en la verdad era.

Después supimos que tornando a entrar cieros españoles, y creo que


el fraile con ellos, con más instrumentos de hierro más fuertes para coger
del metal, o que es, y también se los trozó o derritió el fuego; y así quedan
todos hasta hoy con duda o sospecha que de antes tenían, si es plata, u
oro, o cobre, o hierro, u otra cosa de valor aquella materia. Y cierto están
engañados con su imaginación, porque no debe ser otra cosa sino que
aquel fuego se enciende y arde y conserva y perpetúa naturalmente con
la piedra azufre y con el jugo o bitumen de aquellas piedras pómez, y con
aquella especie de metal que tiene color de cobre o de hierro, y no de otra
manera. Todo esto se puede colegir de lo que de los otros volcanes habe-
mos dicho.

Lo que me era a mí más admirable y como increíble, fue lo que el fraile


me escribió, diciendo que era río que pasaba de camino, y siempre dudé
de ello hasta que ví lo que escriben los autores acerca de los volcanes que
arriba dejo referido. Y así, luego que lo ví, ninguna duda me quedó de ello,
ni debe alguno tenerla, porque es cosa natural y certísima: aquel río de
fuego y metal encendido va a parar por sus caños y caminos, mantenién-
dose siempre de la piedra azufre, o del betumen, o de aquella especie de
metal que parece cobre o hierro, por debajo de la tierra, a otros volcanes,
que hay muchos por aquella provincia, cerca o lejos de aquí. O por ven-
tura va a parar a la provincia donde tienen los españoles cierta villa que
llaman San Miguel, cuarenta leguas de allí, donde hay volcán o volcanes,
y debe correr adelante otras cincuenta a la de Guatemala, donde están
tres juntos; pero todos son de la manera del de la isla de Sicilia, oscuros
y con bocas estrechas, por las cuales producen humo y de cuando en
cuando revientan y echan fuego, y la ceniza esparcen por mucha distan-
cia de tierra.
260 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Podemos colegir de lo dicho que los volcanes de que hablaron los anti-
guos, y hoy aún viven, como los de Sicilia, tienen su fuego o metal o betu-
men de que se mantienen, como éste; salvo que como están cerrados y no
tienen más de aquellas bocas estrechas, no se ve. Y así, éste nos enseña
lo que en los otros se contiene también; no ser maravilla que críen aves
y tengan sus nidos en las paredes del Etna, pues en éste las vimos volar
tan cercanas del fuego, cierto se debe tener a éste por una de las mara-
villas del mundo que obra la Naturaleza, y podemos también colegir,
para confirmación de nuestra fe, un cristiano argumento, que pues la Na-
turaleza obra un fuego así tan perpetuo, que cosa es creedera haber fuego
infernal para castigo y tormento de los dañados, que sea eterno, consti-
tuído por la divina justicia e infalible Providencia. De este argumento
trata San Agustín, libro 21, capítulo 4o. de La Ciudad de Dios.

Un cuarto de legua de la boca de éste, algo más bajo, aunque en la


misma sierra, está otro volcán, ya ciego, de tierra caída en él, que anti-
guamente, según afirman los indios, ardía como éste, según al presente
me parece. Y con esto demos fin a lo tocante al dios Vulcano y a lo que pre-
side, según la lectura de los gentiles, que es fuego.
VII.- FRAY TORIBIO BENAVENTE (MOTOLINIA):
RELACIÓN SOBRE EL VOLCÁN MASAYA'

Capítulo 68

De la extremada y muy espantosa boca del infierno que se muestra en la provincia


de Nicaragua; y cómo excede a todas las que se ven por todas las partes del mundo.

Entre los volcanes que hay por toda esta gran tierra, y aunque entren
todos aquellos de quien se tiene noticia hasta el día de hoy, no se ha visto
otro semejante y tan espantoso como el de Nicaragua, que está entre la
ciudad de León y entre la ciudad de Granada. Hay de León al dicho volcán
diez leguas, y de Granada tres.

No está encima de muy alta sierra, como otros, mas encima de un ce-
rrejón redondo, al cual pueden subir cabalgando; tendrá de subida media
legua escasa, y arriba se hace un llano redondo, y en medio está la boca
de aquel espantoso volcán, que también es redonda. Tiene abajo, obra de
media legua, el extremado fuego que siempre en aquella hoya anda; da
tanta claridad que de noche se ve leer una carta a dos leguas. Algunos
quieren decir que de más lejos se leerá; otros que de menos, o no de tan
lejos, y todo puede ser, porque cuando llueve, con el agua se enciende más
y sale mayor resplandor, y entonces de más lejos se leerá la carta. La
claridad que por allí sale vese de noche dentro en la mar por distancia de
veinte leguas, y más de cinco que hay hasta la mar, y lo mismo por tierra
se ve de más de veinte leguas.

Desde la boca se ponen a mirar abajo como pozo, donde bajando dos-
cientas sesenta brazas se hace a la manera de un gran sombrero, la copa
es la boca, y ésta tiene cerca de un tiro de ballesta de ancho y puédese an-
• Tomado de la Historia de Los Indios de la Nueva España.
262 CRÓNICAS DE VIAJEROS

dar todo a la redonda como un claustro, y desde allí se parece el fuego y


metal que abajo anda, que está en hondo ciento sesenta brazas, y con-
tando desde lo alto son por todas cuatrocientas brazas hasta el fuego. El
fuego que allí parece es como de muy mucha cantidad de metal muy de-
rretido, y hierve muy espantosamente, y de cuando en cuando da un gran
bramido y levántese en alto aquel fuego, al parecer de arriba en altor de
un estado, y vierte por todas partes, y sale tan negro que parece turbar
todo aquel metal; y donde en otro poco torna de la otra parte a hacer otro
tanto, y así de todas partes batiendo que nunca cesa, mas anda con aque-
lla furia y fuerza, que los indios moradores viejos nunca le han visto hacer
mudanza, ni sus antepasados.

Desde la boca alta guindaron un fraile, y a otro o dos españoles, me-


tiéndoles en una caja o cesto, y bajadas aquellas doscientas sesenta bra-
zas, desde allí metieron un caldero, y cerca del caldero una cadena de hie-
rro, para ver que metal o qué cosa fuese, y llegado al metal, es tanta la
cabeza del fuego que comió el caldero con ciertos eslabones, y no pudieron
conocer que metal fuese, mas pensaron ser oro, porque si otro metal fue-
se, gastarlo y consumirlo haría el fuego. Durmieron una noche allá abajo,
que hay mucho espacio, y salidos, querían tornar a entrar; no les consin-
tieron porque debe ser trabajo y peligro y que mucha costa le hizo aquel
encaro.

Cuanto más llueve más se embravece y más sube el fuego, hasta tan-
toque dicen que sube hirviendo y bramando cerca de cien estados arriba
de do suele andar, y otros dicen que allega hastajunto del borde de la pri-
mera boca que está ciento cuarenta (estados). Cosa cierta muy temerosa
de ver y muy extraño de los otros volcanes, porque los otros volcanes a
tiempo echan fuego o humo o ceniza, y otros tiempos cesan. Los otros se
deben cebar de alcrebite o piedra azufre, y según la materia o fuego que
por dentro anda, así sale de fuera, porque como el cuerpo de la tierra en
su manera tenga sus venas como un cuerpo humano, y así como las venas
fenecen y acaban unas en los pies y otras en las manos, etc., bien así la
tierra tiene sus venas y concavidades y sus bocas por donde respira, y en
muchas partes anda el viento muy bravo y cálido, y cuando hiere en los
mineros o vetas de la piedra azufre saca fuego como hiriendo y fregando
un palo con otro, que saca lumbre, que esto cada rato acontece en esta tie-
rra, bien así el viento en su manera, y entonces aquel fuego, según más
o menos que tiene de materia, así echa de sí por aquellas chimeneas que
llamamos volcanes, fuego, humo y ceniza.

Pero el fuego de aquel volcán que decimos de Nicaragua, sin echarle


materia ni saber dónde se puede cebar cosa tan brava, que parece que si
le echasen un buey y una gruesa viga en un momento lo consumiría, por
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 263

lo cual algunos han querido decir que sea aquella boca del infierno y fuego
sobrenatural e infernal, y lugar a donde los condenados por manos de los
demonios sean lanzados, porque según leemos en los Diálogos de San
Gregorio, libro IV, capítulo 36, yendo a Sicilia unos caballeros del rey
Teodorico a demandar el pecho que era acostumbrado de darse cada año,
y cobrado, en aquella isla moraba un varón solitario de gran virtud, y
mientras los marineros aparejaban la nave, fue él haber aquel siervo de
Dios y a encomendarse en sus oraciones, y como aquel siervo del Señor
le viese y hablase con él, y con los que iban con él, díjolee "Sabéis cómo
es muerto el rey Teodorico", y respondieron ellos diciendo que no era ver-
dad, que ellos le dejaban vivo y sano y no habían oído cosa ninguna tal,
y dijo el siervo de Dios: "Muerto es cierto, que este otro día fue tomado del
papa Juan y de Simaco, patricio, y fue echado en esta hoguera de vulcano,
que es aquí cerca, desnudo y descalzo y atadas las manos"; y ellos, oyendo
aquesto, anotaron el día con diligencia, y tornando a Italia, supieron que
ese mismo día moría el rey Teodorico, que el siervo de Dios viera su muer-
te y pena, y justamente fue echado en el fuego por aquellos que él ator-
mentara injustamente en esta vida, que él hiciera matar en la cárcel al
papa Juan, y descabezar a Simaco, patricio, varón de gran bondad. Pues
si aquella es boca del infierno, esta otra de que hablamos no sólo parece
boca del infierno, mas el mismo fuego infernal, que es río de ardiente y
abrasante fuego, y cuán espacioso irá allá dentro en la tierra a los abis-
mos, pues allí a la boca tan furioso se muestra.

Quién, considerando lugar de tanto horror y espanto, por soberbio y


ambicioso que sea no se humillará hasta la tiera, y cuál habrá tan ava-
riento y codicioso de las cosas temporales, transitorias y corruptibles,
que no moderará y trocará sus deseos, y que no restituya lo ajeno, por no
ir para siempre a ser allí atormentado? Y cuál será tan carnal, que con-
siderando aquella terrible pena que no tiene fin, que no ponga fin a su
deshonesto vivir, y cuál hombre habrá tan iracundo y vengativo, que no
perdonase sus injurias porque Dios le libre de aquel ardentísimo fuego?
Pregunta el profeta a los obstinados: Quis poterit habitare de vobis cum
igne devorante? quis habitabit ex vobis cum ardori bus sempiternis? Cuál
de los pecadores que ahora no quiere hacer penitencia, podrá después
morar en aquel tan bravo y tan gastador fuego; y cuál de los que ahora
no quieren dejar los vicios y pecados, podrá estar con los ardores y muy
encendidas llamas sempiternas; cuáles aquí en esta boca infernal y fra-
gua del infierno parecen y se muestran al ojo? y quién podrá morar como
los moradores y administradores de aquellos tormentos, que son demo-
nios, de los cuales es dicho que el fuego encendido que les sale de la boca
es comparado a las lámpares ardientes, y por las narices le sale humo in-
tolerable? Halitus ejus prunas ardere facit et flama de ore ejus agreditur;
el resuelto del demonio enciende las brasas, y por su boca procede llama
264 CRÓNICAS D E VIAJEROS

ardiente y abrasante. Allí a los pecadores que se dieron a los vicios y


pecados mucho tiempo o por espacio de cien años, y que fueran mil, les
parecerá que fue un solo momento, por los cuales sin fin serán atormen-
tados. Las penas de nuestra amenaza, verdaderas son, mas no vistas; pe-
ro las que Dios allí en aquella hornaza ardiente muestra a todos los sen-
tidos, porque parece el mismo lugar que San Juan en su Apocalipsis dice
que fue y será lanzado el mismo Anticristo con sus satélites: Missi sunt
in stagnum ignis ardentis sulphure; fueron echados (pretérito por futuro)
en aquel estanque de fuego y de piedra azufre ardiente; y de aquel lago
de desesperación parece ésta ser una y la más espantable boca de cuantas
en el mundo se ven, que no se iguala el purgatorio de San Patricio.

Allí en aquello alto de aquel volcán están unos altares y teucales so-
bre los cuales invocan los demonios, y allí les ofrecen sacrificios, y en
tiempos de sequedad, que no llovía, en lugar de sacrificio y ofrenda des-
peñaban por allí abajo niños y muchachos para que fuesen por agua, y los
moradores de aquella provincia tenían que luego que allí se ofreciesen
aquellos niños había de llover, y antes que llegasen abajo iban hechos
pedazos.
VIII.- JUAN DE TOROUEMADA:
LA BOCA DEL INFIERNO.

Capítulo XXXIII

De la horrible, y muy espantosa Boca, que llaman de Infierno, que es el Volcán de


la Provincia de Masaya, en la Nación de Nicaragua, y de su Sitio, y forma.

De las cosas que se han dicho en los Capítulos pasados se conocen las
maravillosas obras de la Naturaleza, que por secreto beneplácito de Dios,
ha obrado y obra cada día, en los extraños efectos de estos Volcanes; pero
aunque estas cosas pueden causar espanto; diré aquí de otro que parece
que excede su consideración a todas las cosas que de semejantes lugares
pueden decirse, que es el de Masaya, en la provincia de Nicaragua; por-
que aunque hay muchos en esta grande y extendida tierra, excede a todos
ellos, y aun entiendo, que a todos los que hasta el día de hoy se han visto
en el mundo, porque pienso no haber otro semejante, ni tan espantoso.

A este volcán llamaron a los principios, los nuestros, el Infierno de


la Provincia de Nicaragua, o el Infierno de Masaya, porque lo situó Dios
en aquella provincia que después, los que la moraron, la llamaron de Ma-
saya.

En una parte de esta provincia, cerca de poblado, y a tres leguas de


dos muy grandes lagunas está una sierra levantada, no en muy alta dis-
tancia, aunque el cerro es redondo y todo el sitio de su contorno es caver-
noso y retumba andando por ella como si estuviese hueca. La subida de
esta sierra es rasa y no muy trabajosa, porque se puede ir hasta lo alto
a caballo, y es poco más de media legua el camino que hay desde lo llano
a su cumbre.
° Tomado de Veinte y Un Libros Rituales y Monarquía Indiana, Libro XIV.
266 CRÓNICAS DE VIAJEROS

Esta cumbre, o cabeza de sierra, está toda abierta, y su abertura es


del mismo tamaño y grueso de su cabeza, y tiene esta abertura en redon-
do más de mil quinientos pasos. Esta abertura y hueco, con sus paredes
en lo alto y en lo bajo, es tan patente y manifiesto como lo es una plaza
grande de una ciudad de estas de las Indias, o de España; porque sin nin-
gún impedimento lo baña el sol todo, como baña y clarifica los campos
muy escombrados. Esta abertura y hueco va casi a peso hasta abajo aun-
que, según dice el Padre fray Toribio, que la vió, que es de hechura o for-
ma de sombrero, vuelto lo de arriba abajo, de manera que lo extremo y
bajo de esta hoya es un suelo y plaza poco menos ancho que el hueco de
la abertura, por lo que va disminuyendo en la forma que decimos de som-
brero, vuelta la falda hacia arriba.

Hay desde lo alto de esta sierra al suelo que está dentro de ella, que
hace manera de plaza, doscientos y más estados, (según cuenta el Obispo
de Chiapas, que lo vió, y se lo certificaron otros compañeros); la plaza es
muy llana, como de si propósito la hicieron a mano; pero no hay que ma-
ravillar, pues es hecha de la mano poderosa de Dios, y aunque la baña el
sol, no tiene hierba verde, porque el calor del fuego debe de abrazarla.

Allí en aquello alta de aquel volcán están unos teocales o altares, so-
bre los cuales llamaban a sus dioses y ofrecían sacrificio los indios de
aquellas provincias; y cuando les faltaba el agua, para los temporales, en
tiempo de secas, en lugar de los sacrificios ordinarios despeñaban por allí
abajo niños y muchachos, para que fuesen por agua, y los moradores de
aquella provincia creían, que luego que allí ofreciesen aquellos niños ha-
bía de llover, los cuales, antes de llegar abajo, iban echos muchos peda-
zos.
Está casi en medio, aunque algo a un lado más acostado de la Plaza,
un pozo redondo como si fuera hecho a mano, y puédese andar todo a la
redonda, y a todas partes por el buen espacio que hay del suelo. La boca
de este pozo tiene, (según dice el padre fray Toribio), de través un buen
tiro de ballesta; y según el obispo de Chiapas, veinticinco o treinta pasos,
que será lo mismo poco más o menos; y lo que parece de hondo son más
de treinta estados.

En este parejo de hondura está el fuego, o metal, que se ve, y es de


la misma manera que el metal derretido de que se funden los tiros de arti-
llería o las campanas. Desde lo alto de aquella plaza se ve bien el fuego,
o metal, que abajo anda, y está a treinticinco o cuarenta brazas de este
suelo que la hoya hace; y hay hasta arriba a la Cumbre doscientos veinte.

Está este metal siempre moviéndose, y hierve espantosísimamente,


y anda un hervor en medio que parece que viene del profundo del in-
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 267

fierno, y en espacio y tiempo que puede decirse un Credo se levanta una


ola como una torre y repentinamente se deshace y desbarata, y da tan
gran golpe y hace tan gran ruido como cuando quiebran las olas de la mar
de tumbo, y nunca cesa aquel espantoso y bravo hervor, y ruido tan fu-
rioso, y echa de sí parte de aquel metal, como chispas que se pegan por
las paredes, dos o tres estados en alto, los cuales luego se apagan.

Dentro de este pozo andan muchos pájaros y aves pequeñas, y a lo


que parece, no mucha distancia apartados, que no hace poco espanto
también esto.

Todo lo dicho se ve desde arriba tan claramente, (dice el obispo de


Chiapas), como si estuviesen los que lo ven, y ello, juntos en un llano. Ver-
dad es (dice luego) que como aquella hondura es tan grande, y desde la
abertura hasta lo bajo vayan las paredes casi por nivel tajadas, no sin
gran riesgo y peligro de caer, nos acercamos para verlo a la vera de la
abertura.

Los indios naturales, ni sus antepasados, (dice el Padre fray Toribio),


que le dijeron no haberle visto hacer mudanza, salvo que aquel metal
sube y baja, y cuando más llueve más se inflama, como la fragua de herre-
ro bien encendida cuando le echan agua; y hasta tanto acontece subir
(prosigue luego) que hinchándose, como la caldera que le dan mucho fue-
go, llega hasta aquella plaza y suelo donde comienza la boca de este pozo,
y luego dice: la vi esta boca del Infierno el año de 1544, en principio del
mes de agosto, y había subido aquel metal hasta la plaza, y aún vertió un
poquillo encima, hacia la parte de oriente, y ahí tornaba bajado dos o tres
estados, y entonces estaba muy de ver aquel espantosísimo fuego, y vilo
de día y de noche, que es de más de ver, y está tan claro como de día, y
en una noche que dormí encima de la boca, como el ruido es tan grande,
despierta muchas veces a los que allí duermen y todas las veces que des-
pertaba me paraba a mirarlo y siempre me parecía cosa nueva y muy es-
pantosa.

Lo que de todo esto parece ser más admirable, es que siendo aquel
fuego, o metal, no llama, sino brasa, estando tan hondo, solo el vaho o res-
plandor que de él sale se sube a las nubes encima, en línea recta, y se ve
y resplandece treinta leguas la mar adentro, y parece llama que arde. Y
prosigue el Obispo de Chiapas en la relación que hace de este volcán, di-
ciendo: Para gozar bien de verlo y ver cuánta es su claridad, conviene
subir y dormir en lo alto de la sierra una noche, y así lo hice yo, porque
con el sol de día no se ve cuanta es su claridad; estuvimos toda una noche
ciertos frailes y yo, y rezamos maitines, sin otra lumbre mas de la que nos
comunicó el resplandor del volcán, y vimos ser tanta la claridad que ha-
268 CRÓNICAS DE VIAJEROS

cía, cuanta hace el día en las mañanas nubladas; y estando mi compañero


y yo en un pueblo que llaman los indios Nindiri, legua y medio del volcán,
y andándonos paseando, juzgábamos que con nuestros cuerpos hacíamos
tanta sombra, de la parte contraria donde teníamos el resplandor del vol-
cán, como la hiciéramos si tuviéramos la luna de ocho días por aquella
parte.

Esto dice este Apostólico Obispo, y a esto añade el Venerable Padre


fray Toribio: El estruendo y mucho fuego que siempre andan en aquella
hoya, da tan claridad, que de noche se ve a leer una carta cerca de una
legua; y otros quieren decir que de más lejos, y todo puede ser verdad, por-
que cuando llueve, con el agua y con las nubes que se bajan, hacen re-
verberar el resplandor, y que repercuta hacia abajo, y con esto da mas cla-
ridad en sus alrededores, mas yo lo vi en casi todo el tiempo de aguas y
paréceme que apenas se podía bien leer una carta más de la distancia
dicha.

Está este volcán cinco leguas de la Mar del Sur, y vése su claridad
veinte o veinticinco leguas la mar adentro. Para ver aquel fuego que allí
sale, pónense a mirarlo desde arriba, encima de unas peñas, y miran pa-
ra abajo, como quien mira una profunda cueva. Estas son palabras de es-
te bendito Padre.

Visto lo que dejamos dicho, de las causas naturales de que el fuego


se engendra en los volcanes, podemos creer que aqueste se causa de los
grandes movimientos de las aguas de dos lagunas muy grandes que tie-
nen en su vecindad y cercanía, porque desde medio día abajo, y algunas
veces antes de medio día, hay en ellas ordinarios y recios vientos, tanto
que se levantan tantas y tan altas olas como en la mar cuando hay borras-
ca y tormenta. Estos golpes y movimientos, como estén dos o tres leguas
del volcán, deben de entrar por algunas cuevas o cavernas en él, y ésto
engendrar viento, y el viento encender la piedra azufre, y haber allí mu-
cho betún, ya dicho, que lo sustenta; y con esta agitación y permanencia
hacerse fuego continuo, que es el que en aquella hoya o poza permanece.

Cuando aquel fuego revienta, (que debe de ser cuando hay grandes
lluvias, por las razones dichas de los otros volcanes, o por otra alguna
causa oculta), sube a lo alto con grande estrueno y furor, y lleva consigo
grandísima cantidad de piedra pómez, y las más livianas de ellas las
avienta a distancia de cuatro leguas, poco más o menos, y con ellas y con
la ceniza que va a vueltas, que es a manera de rescoldo, quema la tierra
que alcanza en sus alrededores.

En el vallecillo que hace en su contorno este volcán hay de esta piedra


liviana o pómez, que parece como las escorias de las fraguas de los herre-
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 269

ros, y esto en más de un millón de carretadas, en tanta manera que no


se puede andar sino sobre ellas; y porque cuanto más pesada es la piedra,
tanto menos la aparta de sí; de aquí es que en lo alto de la sierra está todo
lleno de la piedra más pesada y áspera, que son como la escoria que deci-
mos que sale del hierro purificado en la fragua, y esto en tanta cantidad,
y ella toda tan áspera, que casi en toda la sierra apenas se halla tierra
desocupada de aquellas piedras donde se pueda fácilmente acostar un
hombre.

Esta piedra que está sobre esta sierra no es distinta una de otra, co-
mo son las piedras pómez que caen en el llano o valle donde este monte
o volcán está sentado, sino que están pegadas unas con otros y hechas
peña asperísima, y no parecen arrojadas del fuego, sino nacidas en los
mismos lugares donde aparecen, como suelen estar en los malpaises y
sierras ásperas las piedras pizarreñas, que son como puntas de diaman-
tes o de alesnas; y porque (como ya dije) cuanto más pesado es lo que de
sí echa, tanto menos la avienta .; de aquí es que junto a la boca tiene gran-
des pedazos de piedra, o metal (según yo no dudo que sea), no de la aguda
y pizarreña, sino casi lisa y de color de hierro, y más parece cobre que hie-
rro; y para argumento que aquel metal sale o sube muy tierno cuando lo
despide, es ver que aquellos pedazos están resquebrajados, como suele
abrirse o resquebrajarse un gran pedazo de masa de pan que comemos,
cuando la masa de muy levada se avinagra o aceda; porque parece que
se resquebraja, embebiéndose en sí, o enjugándose poco a poco cuando se
hiela; y esto hace mucha fuerza para creer que aquel es metal de hierro
o cobre, del cual aquel fuego se sustenta, si acaso sólo es, aunque es cosa
muy dudosa. Concuerda con esto lo que arriba hemos referido de los de-
más volcanes donde sale metal, o cosa que lo parece, y puédese creer que
la tierra de esta sierra es jugosa de jugo que engendra esta materia, que
produce este fuego, y que se engendra en los poros de estas piedras espon-
josas, o pómez; y cuando se acaba de consumir el humor, o jugo de ellas,
convirtiéndose en aquel metal o fuego, entonces quedan livianas y las
puede arrojar tan lejos, y las que no están del todo gastadas, no tanto,
sino más cerca.

Ignorando las razones y cosas naturales arriba referidas, de como es-


tos fuegos se engendran, todo el vulgo, de los españoles que aquel volcán
han visto, han tenido imaginación que aquel metal o fuego que allí se sus-
tenta es plata u oro, u otra cosa de valor; porque como dice San Ambrosio:
Al codicioso todo lo que ve y oye se le antoja dinero; y por esta causa se
ofrecieron algunas personas al rey, diciendo que a su costa querían saber
e inquirir lo que allí había, pidiendo las albricias de ser minas de grande
importancia. Otros, de callada, trabajaron de hacer cierto instrumento,
para entrar dentro, y se ocuparon un año en hacerlo, y hecho, acordaron
270 CRÓNICAS DE VIAJEROS

de entrar cuatro juntos, y por curiosidad fue un fraile con ellos, y al tiem-
po de entrar en un vaso de madera que tenían hecho para el efecto, viendo
tanta hondura, y pareciéndoles cosa muy peligrosa, temieron; pero el
fraile, con más temeridad que esfuerzo, quiso entrar solo, y tomando una
cruz en la una mano, y un martillo en la otra, para quebrar alguna piedra,
si la hubiere por las paredes del pozo, que le fuese estorbo o impedimento
para bajar abajo, hízose bajar y llegó sano y bueno al suelo de la plaza,
y paseóse por ella muy a su placer, con risa y gozo, escarneciendo de los
que no habían osado ser sus compañeros. Llevaba sus sogas largas, y al
cabo una buena cadena, y en ella un capacete de hierro para coger de
aquel metal lo que cupiese, y echando abajo sus sogas, y en ellas la cadena
con el capacete, llegó al fuego y todo lo que entró de la cadena y vaso den-
tro de él lo cortó, con si fuera con cuchillo. No sacó nada el fraile, pero con-
sideró muy despacio todas las cosas que había de este metal que ardía,
y fuego, y hondura del pozo, y lo demás que había en él; y lo que después
afirmó fue que aquel metal (o lo que es) que allí parece estar ardiendo no
estaba quedo, sino que es un río de ello, que pasa de camino, como si lo
fuese de agua, y que aquel río de metal o fuego es tan ancho como una
calle de las de esta ciudad de México, que son muy anchas; pero después
tornaron a entrar ciertos españoles, con más instrumentos de hierro más
fuertes para coger el metal, y también los cortó y derritió el fuego.

El padre fray Toribio dice que el año de 1538 entraron diez o doce es-
pañoles, en aquella hoya y plaza, poniendo arriba un cabestrante, y ba-
jaban uno a uno, metiéndose en un cesto, y muy atados y con otras mu-
chas diligencias (y dice que con todo fue una muy gran locura y que se pu-
sieron a muy grande riesgo y peligro) y desde aquella plaza donde está
la poza tornaron a poner otro cabestrante con una soga, y por remate una
guesa cadena de hierro con un servidor de oro, para coger de aquel metal,
que en todo su seso pensaban que era oro, diciendo que a ser otro metal
lo gastara y consumiera el ardentísimo fuego de aquella hornaza, porque
el fuego gusta todos los metales, sino es el oro.

Durmieron allá abajo una noche, porque como ya dijimos, hay por to-
das partes a la redonda de la boca donde anda el fuego buen espacio; me-
tieron su soga y cadena, y en llegando la cadena al metal la torció y cortó,
y quedose allá el servidor; y de creer es que no tardó mucho en derretirse;
yen la punta de la cadena salieron pegados ciertos granos de aquel metal
que allí hierve, y llevados a los plateros nunca conocieron que el martillo
que estaba acerado no lo podían ablandar; antes el metal entraba por el
acero como si se metiera por cera, que es mucho de considerar. Esto dice
el Padre fray Toribio.

Más ánimo parece que mostró, (según dicen algunos), el otro conde-
nado a muerte que entró en el monte Etna que estos que bajaron a esta
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 271

plaza, del cual dicen los que escriben sus maravillas que cierto rey de Si-
cilia, queriendo inquirir lo que había dentro de aquel volcán, obligó aun
condenado a muerte a que entrase dentro, y que si saliese con vida lo
dejaría ir libremente; el cual alentado con la vida que se le prometía sa-
liendo con ella de aquella boca, se metió en un cesto con comida dentro,
y con cierto artificio que para ello hicieron bajó hasta increíble hondura,
la cual no se presumía; y estando todo el día adentro, al poner del sol lo
sacaron, y dijo que en los lados y paredes del monte había muchos nidos
de aves y que por toda aquella hondura por donde bajó nunca vió cosas,
más de que oyó grandes ruidos y estruendos de aguas que por lo más bajo
corrían; y esta es la verdad de aquel fuego, que las aguas de la mar, que
por allí están cerca (como sea isla) con sus golpes y movimientos conti-
nuos engendran el viento, y el viento enciende la piedra azufre y así se
hace aquel fuego; pero digo que aunque fue mucho el ánimo de este con-
denado a muerte, lo fue mayor el de estos que entraron en este de Masa-
ya, porque eran libres y se ponían voluntariamente al peligro, y ese otro
era condenado, y así como si estaba sentenciado a muerte, y más cierta
la tenía por otra vía que entrando en aquella boca de aquel monte.

Por lo dicho vemos no haberse conocido nada de este fuego o metal,


y así quedan todos hasta hoy, con la duda o sospecha que de antes tenían,
si es plata, oro, cobre o hierro, u otra cosa de valor, aquella materia que
por alli corre; y están muy engañados en esta imaginación, porque no de-
be ser otra cosa sino que aquel fuego se encienden y arde y conserva natu-
ralmente con la piedra azufre y jugo o betún de aquellas piedras pómez,
y con ella especie de metal que tiene color de cobre o hierro, y no de otra
manera; y todo esto se puede colegir de lo que de los otros volcanes habe-
mos dicho.

Lo que me podía a mí ser de mayor admiración era lo que el religioso


había dicho, que era río que pasaba de camino, y se pudiera dudar de esto
si no concertara con ello lo que los autores escriben acerca de los volcanes
arriba nombrados; y siendo aquel% verdad, lo puede ser esto, porque no
hay más razón para creer lo uno que lo otro; que por probar esta verdad
en este he traído a consecuencia esos otros; y están tan mal acreditadas
las cosas de las Indias que como se digan y presenten desnudas y sin ca-
misa, las tienen por sueño o por patraña, y por esto es menester vestirlas
con otras cosas que hay en las otras partes del mundo, que con sus seme-
jantes, para que con vestido que en otros se ha visto se conozcan estas,
a las cuales también les viene. Y se debe creer que aquel río de fuego y
metal encendido va a parar por sus caños y venas por debajo de la tierra
a otros volcanes, que hay muchos por aquella tierra, cerca o lejos, y por
ventura va a dar a la provincia donde tienen los españoles poblada la Vi-
lla de San Miguel, cuarenta leguas de este sitio, donde hay volcán y vol-
272 CRÓNICAS DE VIAJEROS

canes, y debe correr adelante otras cincuenta, a la de Guatemala, donde


están los otros dos que dijimos; aunque todos estos son de la manera del
de la isla de Sicilia, obscuros y con bocas estrechas por las cuales echan
humo, y de cuando en cuando revientan y echan fuego y esparcen y derra-
man la ceniza por mucha distancia de tierra.

Podemos colegir de lo dicho, que los volcanes de que hablaron los an-
tiguos, y hoy aún viven, como los de Sicilia, tienen su fuego y metal, o be-
turnen, de que se mantienen, como aqueste de Masaya, salvo que como
es-tan cerrados y no tienen mas de aquellas bocas estrechas, no se ve por
ellas el metal o fuego que tienen, y así éste nos enseña lo que en los otros
hay, aunque en ellos no lo vemos. También se debe colegir no ser mara-
villa que críen aves y tengan sus nidos en las paredes dentro del monte
Etna, pues en éste se ven volar tan cercanas al fuego.

Cierto se debe tener aquesto por una de las maravillas del mundo,
obrado con particular Mano de la Omnipotencia de Dios. Y podemos tam-
bién colegir, para confirmación de nuestra Fe, un cristiano argumento,
y es, que pues la Naturaleza obra un fuego así tan perpetuo, que es cosa
muy creedera haber fuego infernal, para castigo y tormento de los daña-
dos, como la fe expresamente nos lo dice y enseña, el cual ha de ser eterno,
constituido por la Divina Justicia e infalibe Providencia de Dios. De este
argumento trata el glorioso Padre San Agustín, en los libros de la Ciudad
de Dios.

Un cuarto de legua de la boca de éste, alguno más bajo, en la misma


sierra está otro volcán ya ciego de tierra que ha caído en él, que anti-
guamente (según afirman los indios) ardía como éste, y tendrá de hondo
en lo que ha quedado por cegar hasta seis u ocho estados, según de arriba
parece.

Capítulo XXXIV

Como muchos han creído ser boca de Infierno este Volcán de Masaya, y su Fuego
el mismo que el de los condenados, y se contradicen SUS razones.

Muchos que vieron el Fuego de este Volcán de Masaya, ignorando las


causas de su continuación, creyeron ser boca de Infierno, y el fuego que
en sus entrañas tenía ser fuego de los condenados; y las razones que les
movían a pensar ser esto así era aquella continuación de estar encendido
siempre y no apagarse, y ser tan fuerte su metal que antes entrase por
el acero que ablandarse ni abollarse, y ver que el hierro con tanta faci-
lidad lo derritiese, y aun de esta opinión fue el Padre fray Toribio Moto-
linia, fundándose en la que Mayrones pone en su Cuarto libro de las Sen-
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 273

tencias, hablando del monte Etna de Sicilia, y dice tenerlo él para sí creí-
do así, y añade luego: Porque según leemos en los Diálogos de San Gre-
gorio, un hermitaño que vivía en aquella isla, vió en visión que el día que
murió el rey Teodorico de los Godos, Arriano, y tirano, que había afligido
la iglesia de Dios mucho en Italia, al papa Juan y Simaco Patricio, suegro
de Boecio, a los cuales había martirizado, lo traían atado y lo echaron por
la boca ardiente de Mongibel, o volcán de Sicilia, y que yendo ciertos
caballeros a recoger los tributos y alcabalas de este dicho rey a la misma
isla, mientras los marineros aparejaban la nave para volverse, se fueron
al lugar donde este santo hermitaño estaba, a encomendarse en sus ora-
ciones, por la mucha fama que de su santidad corría; el cual les dijo: Sa-
beis como es muerto el rey Teodorico? Y ellos respondieron, que no era sí,
porque ellos lo habían dejado bueno y sano en la posesión de su reino, y
que no habían oído nada en contrario, a lo cual el siervo de Dios dijo, sin
duda es muerto, porque el otro día fue llevado del papa Juan y de Simaco
Patricio, y echado en esta hoguera de Vulcano, desnudo, descalzo y ata-
das las manos; y ellos oyendo aquesto, notaron el día y hora que el her-
mitaño había dicho, y volviendo a Italia supieron que aquel mismo día
había muerto el rey, lo cual le fue mostrado en visión a este Santo Varón.

De este caso arguyeron algunos que no lo echaron allí, si no fuera bo-


ca y fuego del infierno; y de éstos fue fray Francisco de Mayrones (como
ya hemos dicho) diciendo, que el Día del Juicio, cerrará Dios la boca de
Mongibelo, y todas las otras que son del infierno; y por ventura el
Apostólico Varón fray Toribio, habiendo leído este parecer y sentencia,
y pareciéndole de hombre grave en especial, que tiene por renombre, El
Iluminado o Alumbrado, se le arrimaría a él, en la consideración del fue-
go de este volcán de Masaya.

Otros tuvieron creído ser boca de infierno aquel lugar, por lo que de
él se decía, y lo que entre los populares corría era decir que cerca de aque-
llos montes que echan de si fuego ven los marineros visiones de demonios
y oyen voces, y que les hacen burlas y escarnios, desatándoles las jarcias
y las cuerdas y cabo de los navíos, si no hacen sobre ellos la señal de la
cruz; y que ven peleas de demonios de una isla a otra, que oyen gemidos
lamentables de los dañados, y otras semejantes cosas que el pueblo igno-
rante fácilmente cree, por causa de carecer esta gente común y popular
de saber los secretos de la naturaleza. Pero deshaciendo invenciones de
gente simple y ruda y hablando con hombres doctos y sabios, digo, que es
muy fácil de responder a todo lo dicho, en especial a las cosas que tocan
al fuego de los volcanes, negando ser del que arde en los infiernos, porque
como el infierno sea cárcel constituída por Dios para los condenados, por
esto el fuego de allá no ha de dañar, ni ofender, sino sólo aquellos que por
justos juicios suyos son sentenciados a sus tormentos y penas; y vemos
274 CRÓNICAS DE VIAJEROS

que el fuego que sale de esos volcanes mata a los hombres y destruye las
tierras por donde se derrama; luego no es del infierno. Lo otro, porque co-
mo las ánimas sean incorpóreas, no tienen necesidad que el infierno ten-
ga bocas. Lo otro, por que si aquel fuego fuese del infierno sería muy oscu-
ro, como humo sin luz, porque ninguna cosa debe ser a los dañados ale-
gría; y según San Basilio y otros santos, aquel fuego infernal, demás de
no tener luz y ser muy oscuro, quema y abrasa incomparablemente más
que este nuestro, y este que sale de estos volcanes es claro y hace lumbre:
luego no es del infierno.

En cuanto a lo que dicen los vulgares que oyen voces, y ven todo lo de-
más que queda referido y dicho, digo, que todo debe ser 'compuesto con-
sejas o invenciones de hombres fáciles y vanos que piensan que las áni-
mas apartadas de los cuerpos dan voces en el infierno, considerándolas
en aquel lugar como vivían en este mundo; mas es falso, porque allí las
ánimas ni dan voces ni pueden llorar, porque carecen de cuerpo y órganos
vocales. A las burlas que dicen que hacen los demonios a los marineros,
decimos que si esto es verdad, lo habemos de atribuir a obra de la Provi-
dencia Divina, que ordena las obras de los demonios para confirmación
de nuestra fe, y para que más estimemos y honremos la virtud de la Santa
Cruz, en que nuestro redentor murió. Yen lo que toca a la visión del áni-
ma del rey Teodorico, se responde ser verdad haberla visto aquel santo
hermitaño, pues San Gregorio lo dice; pero no se sigue que la boca de
aquel volcán sea boca del infierno, ni su fuego ser infernal; porque aque-
llo que apareció no debía ser el ánima del rey Teodorico, sino que fue he-
cha aquella relación o demostración a aquel santo hermitaño por la vo-
luntad de Dios, para dar a entender que aquel mal hombre que tanto ha-
bía turbado y afligido la Iglesia, era condenado para los tormentos del in-
fierno; y esto parece por aquello que dicen ser el ánima, y que la llevan
aquellos dos santos varones, el Papa Juan y el Patricio Simaco, a los cua-
les había martirizado. Las ánimas dañadas para los infiernos nos las lle-
van las ánimas de los santos, sino los demonios. Luego, por alguna signi-
ficación quiso Dios mostrar ésta a este hermitaño; visión esta pudo muy
bien ser para mostrar el gran pecado y pecados que aquel tirano había
cometido en toda Italia, favoreciendo a los herejes Arrianos, y en afligir
la iglesia católica y matar los varones santos, en especial al Papa Juan
y al Patricio Simaco, y también al santo Boecio, yerno de Simaco, y por
las opresiones y tiranías que había cometido, afligiendo los pueblos y ro-
bando los ejércitos en toda Italia, como lo cuenta Boecio en su Libro de
Consolación. Lo otro, para consolación de muchos, que vivían varones
santos a quienes había perseguido y oprimido, y habían padecido por él
y por sus oficiales, sufriendo grandes tiranías y calamidades, las cuales
sabiendo la pena de aquel que era manifiesta, se consolaban, entendien-
do que los que sucediesen en aquel reino temerían hacer semejantes ma-
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 275

les a los fieles cristianos. Lo otro, porque quiso mostrar la Divina Justicia
el pago que da después de esta vida a los perseguidores de la Iglesia y a
los reyes tiranos; porque por mucho que vivan y gocen de todo su poder
con ellos, disimulando Dios en sus perversas obras, entiendan que al fin
no se han de escapar de sus manos. Y por no causar enfado me remito en
otras muchas cosas de lo que de esto se puede decir, y saber al tostado en
la admirable repetición que hizo Ve statu Animarum post hanc vitan",
y en el Libro de sus Paradojas, donde larga y maravillosamente trata de
esta materia.
specialmente hoy, en que está tan cercana la celebra-

E ción del quinto centenario del descubrimiento de Amé-


rica, conviene reflexionar sobre los acontecimientos
que, al unir dos razas y mundos, dieron origen a nuestros pue-
blos hispanoamericanos. Y para que nuestras reflexiones no
se pierdan en el vacío, es indispensable que conozcamos lo que
escribieron los propios protagonistas del descubrimierito y
conquista de nuestro continente.

De allí la importancia de esta obra en la que desfilan invalua-


bles crónicas de viajeros, desde la Lettera Rarissima, donde
Cristóbal Colón describe las peripecias de su cuarto viaje a los
Reyes Católicos, hasta relaciones de Gil González Dávila, Fer-
nández de Oviedo, Fray Bartolomé de Las Casas y muchos
otros, en las que quedaron estampadas inolvidables descrip-
ciones de la geografía centroamericana, así como de las cos-
tumbres de sus pobladores.

El lector, con la ayuda de las introducciones y notas del geó-


grafo y naturalista Jaime Incer, se solazará al revivir las riva-
lidades entre los conquistadores, la sabiduría de algunos caci-
ques, -cuyas preguntas asombraron a los españoles-, así co-
mo la astucia o ingenuidad de otros. Al mismo tiempo, obten-
drá un mejor conocimiento de esa época tan discutida y se li-
berará de muchos mitos que se han forjado en torno a ella.

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