LL CronicasviajerosNicaraguaVolIJaimeIncer
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LL CronicasviajerosNicaraguaVolIJaimeIncer
Nicaragua Vol. I
Introducciones y notas:
Jaime Incer
Crónicasde
Viaajeros
Nicaragua
ISBN 9977-89-012-9
Libro Libre
Apartado 1154-1250
Escazú, Costa Rica
Impreso por: Litografía LiL SA.
INDICE
Nota Editorial 11
Introducción 69
II. Relación de las leguas que el capitán Gil González Dávila anduvo
a pie por tierra por la costa del mar del sur, de los caciques e
indios que descubrió y se bautizaron y del oro que dieron para
sus majestades 91
Introducción 149
Introducción 167
Introducción 205
INDICE 9
Estas Crónicas, así corno las que se presentarán en los tomos venide-
ros, son comentadas, anotadas y en algunos casos traducidas por el geó-
grafo nicaragüense Jaime Incer, autor del libro "Nicaragua: Viajes, Rutas y
Encuentros" quien se ha dedicado a recogerlas e interpretarlas de fuentes
primarias y documentos originales.
RELATIVAS AL DESCUBRIMIENTO
Habiendo naufragado dos de los navíos, por inservibles, junto ala costa
de Panamá, el Almirante logró llegar a la isla a duras penas, con su tripu-
lación compuesta de unos 150 hombres, donde las dos carabelas restantes
se anegaron y fueron a pique. Abandonado y desamparado, Colón envió un
bote con la intención de cruzar el estrecho de mar que separa Jamaica de
la isla Española (Santo Domingo), en busca de socorro, a sabiendas de que
el gobernador de esta isla, el Comendador fray Nicolás de Obando, tenía
órdenes de no dejado desembarcar. En esa misión iba la carta donde el cé-
lebre descubridor de América da cuenta de sus hazañas y últimos infortu-
nios a los monarcas españoles, Isabela y Fernando, así como también la
esperanza de conseguir ayuda humanitaria que le permitiera regresar a Es-
paña con sus hombres sanos y salvos.
lI
Ill
Una más completa versión del cuarto viaje, por su secuencia, detalle y
claridad, es la ofrecida por Fernando (Hernando) Colón, hijo del Almirante,
quien escribió la biografía del célebre descubridor y tomó parte del recorrido
que su padre y tío emprendieron por la costa caribe centroamericana en
1502.
ción adicional que pudo haber obtenido de las notas de su padre, le ayu-
daron a reconstruir aquella aventura y redactarla con mayor detalle.
IV
La versión de Pedro Mártir sobre el cuarto viaje del Almirante es tan rica
y llena de detalles como la ofrecida por Femando Colón, siguiendo como
éste una descripción secuencial de los sitios visitados, anotando varios
nombres de lugares según la toponimia aborigen, e introduciendo términos
frutales no necesariamente indígenas como 'emblicos", "chébulos" y "miro-
balanos". También explica con detenimiento situaciones anecdóticas, seguro
que serían bien recibidas y con curiosidad por los selectos lectores, inte-
resándose en presentar algunos detalles que aunque simples resultaban
muy novedosos, como aquello de la desnudez de los indios y de las indias
cubriendo sus vergüenzas con una venda de algodón", referencias insóli-
tas procedentes de un fraile para ser leídas ante un pontífice. Añade ade-
más interesantes observaciones de especial valor etnológico, por estar en-
tre las primeras procedentes de los indios que vivían a lo largo de la costa
caribe del istmo centroamericano a principios del siglo XVI, antes de entrar
en contacto con los europeos.
nada nuevo a la de Fernando Colón, cuya narración sigue con bastante fi-
delidad, aunque el fraile usa su propio estilo.
VI
Año 1502:
Mayo 11.- Los cuatro barcos con 150 tripulantes salen de Cádiz y hacen una corta
parada en las islas Canarias.
Junio 15.- Arriban a la isla Martinica.
Julio 14.- Después de haber escapado de un huracán, refugiándose en una bahía
al sur de la isla de Santo Domingo, Colón reinicia el viaje rumbo al oeste.
Julio 16.- Arriba a Jamaica.
Julio 24.- Llega a Cayo Largo, al sur de Cuba.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 21
Año1503:
Año 1504:
'Carta que escribió don Cristóbal Colón, Virrey y Almirante de las Indias, a los
cristianísimos muy poderosos Rey y Reina de España, Nuestros Señores, en que
les notifica cuanto le ha acontecido en su viaje; y las tierras, provincias, ciudades,
rios y otras cosas maravillosas, y donde hay minas de oro en mucha cantidad, y
otras cosas de gran riqueza y valor".
• Tomado de los Documentos para la Historia de Nicaragua. Colección Somoza. Tomo I. Madrid, 1954.
El human de esos dí as hundió flota donde regresaba el ex-gobernador Bobadilla, quien en ocasión
anterior h abía arrestado a Colón, devolviéndolo en cadenas a España.
24 CRÓNICAS DE VIAJEROS
y allí me salió otra vez el viento y corrientes al encuentro, y volví otra vez
al puerto, que no osé esperar la oposición de Saturno con mares tan
desbaratados en costa brava, porque las mas de las veces trae tempestad
ó fuerte viento. Esto fué dia de Navidad en hora de misa. Volví otra vez
adonde yo había salido con harta fatiga; y pasado año nuevo. torné a la
porffa, que aunque me hiciera buen tiempo para mi viage, ya tenia los
navios inavegables, y la gente muerta y enferma. Dia de la Epifania lle-
gué á Veragua, ya sin aliento: allí me deparé nuestro Señor un río y se-
guro puerto, bien que ala entrada no tenia salvo 10 palmos de fondo: me-
time en el con pena, y el dia siguiente recordó la fortuna: si me falla fuera,
no pudiera entrará causa del banco. Llovió sin cesar fasta 14 de Febrero,
que nunca hubo lugar de entrar en la tierra, ni de me remediar en nada;
y estando ya seguro á 24 de Enero, de improviso vino el río muy alto y
fuerte; quebráronme las amarras y proeses, y hubo de llevar los navíos,
y cierto los vi en mayor peligro que nunca. Remedié nuestro Señor, como
siempre hizo. No se si hubo otro con mas martirios. A 6 de Febrero.
lloviendo, invié 70 hombres la tierra adentro; y á las 5 leguas fallaron mu-
chas minas; los indios que iban con ellos los llevaron á un cerro muy alto,
y de allí les mostraron hácia toda parte cuanto los ojos alcanzaban, di-
ciendo que en toda parte habia oro, y que hácia el Poniente llegaban las
minas 20 jornadas, y nombraban las villas y lugares, y adonde habia de
ellos más 6 menos. Despues supe yo que el Quibian que habia dado estos
indios, les habia mandado que fuesen á mostrar las minas lejos y de otro
su contrario; y que adentro de su pueblo cogian, cuando el quería, un
hombre en diez dias una mozada de oro; los indios sus criados y testigos
de esto traigo conmigo. Adonde el tiene el pueblo llegan las barcas. Volvió
mi hermano con esa gente, y todos con oro que habían cogido en cuatro
horas que fué allá á la estada. La calidad es grande, porque ninguno de
estos jamás habia visto minas, y los mas oro. Los mas eran gente de la
mar, y casi todos grumetes. Yo tenia mucho aparejo para edificar y mu-
chos bastimentos. Asenté pueblo, y dí muchas dádivas al Quibian, que
así llaman al Señor de la tierra; y bien sabia que no habia de durar la
concordia: ellos muy rústicos y nuestra gente muy importunos, y me apo-
sesionaba en su término: después que el vido las cosas fechas y el tráfago
tan vivo acordé de las quemar y matarnos á todos: muy al revés salió su
propósito: quedó preso el, mujeres, fijos y criados; bien que su prisión
duró poco: el Quibian se fuyó a un hombre honrado, á quien se habia en-
tregado con guardia de hombres; é los hijos se fueron â un maestre de
navío, á quien se dieron en el á buen recaudo. En Enero se habia cerrado
la boca del rio. En Abril los navíos estaban todos comidos de broma, y no
los podia sostener sobre agua. En este tienpo hizo el rio un canal, por
donde saqué tres dellos vacios con gran pena. Las barcas volvieron aden-
tro por la sal y agua. La mar se puso alta y fea, y no les dejó salir fuera:
De1503.
28 CRÓNICAS DE VIAJEROS
los indios fueron muchos y juntos y las combatieron, yen fin los mataron.
Mi hermano y la otra gente toda estaban en un navío que quedó adentro;
yo muy solo de fuera en tan brava costa, con fuerte fiebre, en tanta fatiga:
la esperanza de escapar era muerta: subi así trabajando lo mas alto,
llamando á voz temerosa, llorando y muy aprisa, los maestros de la gue-
rra de vuestras Altezas, a todos cuatro los vientos, por socorro; mas nun-
ca me respondieron. Cansado, me adormecí gimiendo: una voz muy pia-
dosa oí, diciendo: `¡O estulto y tardo á creer y a servir a tu Dios, Dios de
todos! Qué hizo él más por Moysés o por David su siervo? Después na-
ciste, siempre él tuvo de tí muy grande cargo. Cuando te vido en edad de
que él fué contento, maravillosamente hizo sonar tu nombre en la tierra.
Las Indias que son parte del mundo, tan ricas, te las dió pór tuyas: tú las
repartiste adonde te plugo, y te dió poder para ello. De los atamientos de
la mar océana, que estaban encerrados con cadenas tan fuertes, te dió las
llaves; y fuiste obedecido en tantas tierras, y de los cristianos cobraste
tan honrada fama. Qué hizo el mas a su pueblo de Israel cuando le sacó
de Egipto? Ni por David, que de pastor hizo Rey en Judea? Tórnate á él,
y conoce ya tu yerro: su misericordia es infinita; tu vejez no impedirá a
toda cosa grande: muchas heredades tiene él grandisimas. Abrahan
pasaba de cien años cuando engendró a Isaac, ni Sara era moza? Tu lla-
mas por socorro incierto: responde, quién te ha afligido tanto y tantas
veces, Dios ó el mundo? Los privilegios y promesas que da Dios, no las
quebranta, ni dice despues de haver recibido el servicio que su interven-
cion no era esta, y que se entiende de otra manera, ni dá martirios por
dar color á la fuerza; él v á al pie de la letra: todo lo que él promete cumple
con acrescentamiento: esto es uso? Dicho tengo lo que tu Criador ha fecho
portly hace con todos. Ahora medio muestra el galardon de estos afanes
y peligros que has pasado sirviendo a otros. Yo así amortecido of todo;
mas no tuve yo respuesta a palabras tan ciertas, salvo llorar por mis ye-
rros. Acabó él de fablar, quien quiera que fuese, diciendo: No temas, con-
fía: todas estas atribulaciones están escritas en piedra marmol, y no sin
causa".
Levan téme cuando pude; y al cabo de nueve días hizo bonanza, mas
no para sacar navíos del rio. Recogí la gente que estaba en tierra, y todo
el resto que pude, porque no bastaban para quedar y para navegar los
navíos. Quedara yo a sostener el pueblo con todos, si vuestras Altezas
supieran de ello. El temor que nunca aportarian allí navíos me determinó
á esto, y la cuenta de que cuando se haya de proveer de socorro se pro-
veerá de todo. Parti en nombre de la Santísima Trinidad, la noche de Pas-
cua, con los navíos podridos, abrumados, todos fechos agujeros. Allí en
Belen dejé uno, y hartas cosas. En Belpuerton hice otro tanto. No me que-
daron salvo dos en el estado de los otros, y sin barcas y bastimentos, por
" Portobelo.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 29
haber de pasar 7,000 millas de mar y agua, 6 morir en la via con fijo y her-
mano y tanta gente respondan ahora las que suelen tachar y reprender,
diciendo allá de en salvo: porqué no hadades esto allí? Los quisiera yo en
esta jornada. Yo bien creo que otra de otro saber los guarda: á nuestra fé
es ninguna. Llegué el 13 de Mayo en la provincia de Mago, que parte con
aquella del Catayo.4, y de allí partí para la Española: navegué dos días con
buen tiempo, y después fue contrario. El camino que yo llevaba era para
desechar tanto número de islas, por no me embarazar en los bajos dellas.
La mar brava me hizo fuerza, y hube volver atrás sin velas: surgí á una
isla adonde de golpe perdí tres anclas, y á la media noche, que parecia que
el mundo se en solvia, se rompieron las amarras al otro navio, y vino sobre
mi, que fué maravilla como no nos acabamos de se hacer rajas: el anda,
de forma que me quedó, fué ella después de nuestro Señor, quien me
sostuvo. Al cabo de seis días, que ya era bonanza, volví a mi camino: así
ya perdido del todo de aparejos y con los navíos horadados de gusanos
mas que un panal de abejas, y la gente tan acobardada y perdida, pasé
algo adelante de donde yo había llegado denantes: allí me torné a reposar
atrás la fortuna: paré en la misma isla en mas seguro puerto: al cabo de
ocho días torné a la via y llegué á Jamaica en fin de junio, siempre con
vientos punteros, y los navíos en peor estado: con tres bombas, tinas y
calderas no podian con toda la gente vencer el agua que entraba en el
navío, ni para este mal de broma hay otra cura. Cometí el camino para
me acercará lo mas cerca de la Española, que son 28 leguas; y no quisiera
haber comenzado. El otro navío corrió á buscar puerto casi anegado. Yo
porfié la vuelta de la mar con tormenta. El navío se me anegó, que
milagrosamente me trujo nuestro Señor á tierra. Quién creyera lo que
aquí escribo? Digo que de cien partes no he dicho la una en esta letra. Los
que fueron con el Almirante lo atestigüen. Si place a vuestras Altezas de
me hacer merced de socorro un navío que pase de 64, con 200 quintales
de bizcocho y algún otro bastimento, abastará para me llevará mí y á esta
gente a España de la Española. En Jamaica yo dije que no hay 28 leguas
á la Española. No fuera yo, bien que los navíos estuvieran para ello. Ya
dije que me fué mandado de parte de vuestras Altezas que no llegase á
allá. Si este mandar ha aprovechado, Dios lo sabe. Esta carta invio por
via y mano de indios: grande maravilla será si allá llega.— De mi viage
digo: que fueron 150 personas conmigo, en que hay hartos suficientes
para pilotos y grandes marineros: ninguno puede dar razon cierta por
donde fuí yo me vine: la razón es muy presta. Yo partí de sobre el puerto
del Brasil: en la Española no me dejó la tormenta ir al camino que yo
quería: fué por fuerza correr adonde el viento quiso. En ese día caíyo muy
enfermo: ninguno había navegado hácia aquella parte: cesó el viento y
mar dende á ciertos días, y se mudó la torments en calmeria y grandes
" Creyendo que exploraba la costa oriental de Asia, Colón confunde la costa sur de Cuba con Mangi,
provincia al sur de Catay o China.
30 CRÓNICAS DE VIAJEROS
corrientes. Fuí á aportar a una isla que se dijo de las Bocas., y de allí a
tierra firme. Ninguno puede dar cuenta verdadera de esto, porque no hay
razon que abaste; porque fué ir con corriente sin ver tierra tanto número
de dias. Seguí la costa de la tierra firme: esta se asenté con compás y arte.
Ninguno hay que diga debajo cuál parte del cielo 6 cuando yo partí de ella
para venir á la Española. Los pilotos creian venir á parar á la isla de
Sanct-Joan!" y fue en tierra de Mango, 400 leguas mas al Poniente de
adonde decian. Respondan, si saben, adonde es el sitio de Veragua. Digo
que no pueden dar otra razón ni cuenta, salvo que fueron á unas tierras
adonde hay mucho oro, y certificarle; mas para volverá ella el camino tie-
ne ignoto, seria necesario para irá ella descubrirla como de primero. Una
cuenta hay y razon de astrología, y cierta: quien le entiende esto le basta.
A visión profética se asemeja esto: Las naos de las India s, sino navegan
salvo a popa, no es por la mala fechura, ni por ser fuertes: las grandes co-
rrientes que allí vienen, juntamente con el viento hacen que nadie porfie
con bolina, porque un día perderian lo que hubiesen ganado en siete; ni
saco carabela aunque sea latina portuguesa. Esta razon hace que no na-
veguen, salvo con colla, y por esperarle se detienen álas veces seis y ocho
meses en puerto; ni es maravilla, pues que en España muchas veces acae-
ce otro tanto.— La gente de que escribe Papa Pio, segun el sitio y señas,
se ha hallado, mas no los caballos, pretales y frenos de oro, ni es mara-
villa, porque allí las tierras de la costa de la mar no requieren, salvo pes-
cadores, ni yo me detuve porque andaba á prisa. En Cariay, y en estas
tierras de su comarca, son grandes fechiceros y muy medrosos. Dieran el
mundo porque no me detuviera allíí una hora. Cuan do llegué allí luego me
inviaron dos muchachas muy ataviadas: la mas vieja no seria de once
años y la otra de siete; ambas con tanta desenvoltura que no serian mas
unas putas: traian polvos de hechizos escondidos; en llegando las mandé
adornar de nuestras cosas y las invié luego a tierra: allí vide una sepul-
tura en el monte, grande como una casa y labrada, y el cuerpo descubierto
y mirando en ella. De otras artes me dijeron y mas excelentes. Animalías
menudas y grandes hay hartas y muy diversas de las nuestras. Dos puer-
cos hube yo en presente, y un perro de Irlanda no osaba esperarlos. Un
ballestero habia herido una animalía, que se parece á gato paul, salvo
que es mucho mas grande, y el rostro de hombre: teníale atravesado con
una saeta desde lo pechos a la cola, y porque era feroz le hubo de cortar
un brazo y una pierna: el puerco en viéndole se le encrespé y se fue hu-
yendo: yo cuando esto ví mandé echarle begare, que así se llama adonde
estaba: en llegando á él, así estando á la muerte y la saeta siempre en el
cuerpo, le echó la cola por el hocico y se la amarró muy fuerte, y con la
mano que le quedaba le arrebató por el copete como á enemigo. El auto
tierran el oro que tienen con el cuerpo, así lo dicen: á Salomon llevaron
de un camino 666 quintales de oro, allende lo que llevaron los mercaderes
y marineros, y allende lo que se pagó en Arabia. De este oro fizo 200 Ian-
zas y 300 escudos, y fizo el tablado que habia de estar arriba dellas de oro
y adornado de piedras preciosas, y fizo otras muchas cosas de oro, y vasos
muchos y muy gran des y ricos de piedras preciosas. Josefo en su crónica
Antiquitatibus lo escribe. En el Paralipómenon y en el libro de los Reyes
se cuenta de esto. Josefo quiere que este oro se hobiese en la Aurea: si así
fuese digo que aquellas minas de la Aurea son unas y se convienen con
estas de Veragua, que como yo dije arriba se alarga al Poniente 20
jornadas, y son en una distancia lejos del Polo y de la linea. Salomon com-
pró todo aquello, oro, piedras y plata, é allí le pueden mandar á coger si
les aplace. David en su testamento dejó 3.000 quintales de oro de las In-
dias a Salomon para ayuda de edificar el templo, y según Josefo era el
destas mismas tierras. Hierusalem y el monte Sion ha de ser reedificado
por mano de cristianos: quien ha de ser, Dios por boca del Profeta en el
décimo cuarto salmo lo dice. El Abad Joaquin dijo que este había de salir
de España. San Gerónimo ala santa mujer le mostró el camino para ello.
El Emperador del Catayo ha dias que mandó sabios que le enseñen en la
fé de Cristo. Quién será que se ofrezca á esto? Si nuestro Señor me lleva
a España, yo me obligo de llevarle, con el nombre de Dios, en salvo.—
Esta gente que vino conmigo han pasado increibles peligros y trabajos.
Suplico á V.A., porque son pobres, que les mande pagar luego, y les haga
mercedes á cada uno según la calidad de la persona, que les certifico que
á mi creer les traen las mejores nuevas que nunca fueron á España. El
oro que tiene el Quibian de Veragua y los otros de la comarca, bien que
segun informacion él sea mucho, no me paresció bien ni servicio de
vuestras Altezas de se lo tomar por via de robo: la buena orden evitará
escándalo y mala fama, y hará que todo ello venga al tesoro, que no quede
un grano. Con un mes de buen tiempo yo acabaré todo mi viaje: por falta
de los navíos no porfié a esperarle para tornar á ello, y para toda cosa de
su servicio espero en aquel que me hizo, y estaré bueno. Yo creo que V.A.
se acordará que yo quería mandar hacer los navíos de nueva manera: la
brevedad del tiempo no dió lugar a ello, y cierto yo había caído en lo que
cumplia.— Yo tengo en mas esta negociacion y minas con esta escala y
señorio, que todo lo otro que está hecho en las Indias. No es este fijo para
dar á criar a madrastra. De la Española, de Paria y de las otras tierras
no me acuerdo dellas que no llore; creia yo que el ejemplo dellas hobiese
de ser por estotras al contrario; ellas están boca a yuso, bien que no
mueren: la enfermedad es incurable, ó muy larga: quien las llegó á esto
venga agora con el remedio si puede ó sabe: al descomponer cada uno es
maestro. Las gracias y acrescentamiento siempre fué uso de los dar
quien puso su cuerpo á peligro. No es razon que quien ha sido tan
contrario á esta negociacion le goce ni sus hijos. Los que se fueron de las
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLON 33
Indias fuyendo los trabajos y diciendo mal dellas y de mí, volvieron con
cargos: así se ordenaba agora en Veragua: malo ejemplo, y sin provecho
del negocio y para la justicia del mundo: este temor con otros casos hartos
queyo veia claro, me hizo suplicar a V.A. antes que yo viniese á descubrir
esas islas y tierra firme, que mas las dejasen gobernar en su Real nom-
bre: plágoles: fue por privilegio y asiento, y con sello y juramento, y me
intitularon de Viso Rey y Almirante y Gobernador general de todo; y
aseñalaron el término sobre las islas de los Azores 100 leguas; y aquellas
del Cabo Verde por línea que pasa de polo á polo, y desto y de todo que
mas se descubriese, y me dieron poder largo: la escritura á mas larga-
mente lo dice.— El otro negocio famosísimo está con los brazos abiertos
llamando: extrangero he sido fasta agora. Siete años estuve en su Real
corte, que a cuantos se fabló de esta empresa todos a un a dijeron que era
burla; agora fasta los sastres suplican por descubrir, es de creer que van
saltear, y se les otorga, que cobran con mucho perjuicio de mi honra y
tanto del negocio. Bueno es de dar á Dios lo suyo y aceptar lo que le
pertenece. Esta es justa sentencia, y de justo. Las tierras que acá obe-
decen á V.A. son mas que todas las otras de cristianos y ricas. Despues
que yo, por voluntad divina, las hube puestas debajo de su Real y alto se-
ñorío y en filo para haber grandísima renta, de improviso, esperando
navíos para venir á su alto con specto con victoria y grandes nuevas del
oro, muy seguro y alegre, fué preso na-
ehcyonrmduas
vío, cargado de fierros, desnudo en cuerpo, con muy maltratamiento, sin
ser llamado ni vencido por justicia: quién creerá que un pobre extrangero
se hobiese de alzar en tal lugar contra V.A. sin causa, ni sin brazo de otro
Principe, y estando solo entre sus vasallos y naturales, y teniendo todos
mis fijos en su Real corte? Yo vine a servir de 28 años, y agora no tengo
cabellos en mi persona que no sea cano y el cuerpo enfermo, y gastado
cuanto me quedó de aquellos, y me fué tomado y vendido, y á mis herma-
nos fasta el sayo, sin ser oido ni visto, con gran deshonor mio. Es de creer
que esto no se hizo por su Real mandato. La restitucion de mi honra
dabs, y el castigo en quien lo fizo, fará sonar su Real nobleza; y otro tanto
en quien me robó las perlas, y de quien ha fecho daño en este almiran-
tado. Grandísima virtud, fama con ejemplo sera si hacen esto, y quedará
á la España gloriosa memoria con la de vuestras Altezas de agradecidos
yjustos Principes. La intencion tan sana que yo siempre tuve al servicio
de vuestras Altezas, y la afrenta tan desigual, no da lugar al á nima que
calle, bien que yo quiera: suplico á vuestras Altezas me perdonen.— Yo
estoy tan perdido como dije: yo he llorado fasta aquí á otros: haya mise-
ricordia agora el cielo y llore por mí la tierra. En el temporal no tengo
solamente una blanca para la oferta; en el espiritual he parado aquí en
las Indias de la forma que está dicho: aislado en esta pena, enfermo,
aguardando cada día por la muerte, y cercado de un cuento de salvajes
y llenos de crueldad y enemigos nuestros, y tan apartado de los Santos
34 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Fizose á la vela de la bahía de Cádiz con los cuatro navíos que llevó,
miércoles á once días de mayo año de mil é quinientos é dos años. Llevó
la via de las Islas de Canaria de la Isla del Fierro. Mandó tomar la derrota
para las Indias al Oueste cuarta al Sudueste; despidióse de vista destas
islas jueves á veinte é seis dias deste dicho mes.
Desta isla se despidió jueves á catorce días de julio la via del Oueste.
Sabado siguiente llegó a la vista de la Isla Jamaica, do antes habia de
tomar su derrota para de allí ir a descubrir, no paró en ella: fue cuatro
dias la via del Oueste cuarta al Sudueste, sin fallar otra tierra: fue otros
dos dias al Nornorueste, é otros dos al Norte. Domingo veinte é cuatro
dias deste mes vieron tierra: estaban los navíos mas decaidos de lo que
pensaban por las muchas corrientes. Fue a tomar una isla baja donde
tomó su derrota para ir a descubrir.. Desta isla, que ya antes era des-
cubierta, que está comarcana con la tierra de Cuba, tomó su derrota para
ir a descubrir. Partió de aquí miércoles a veinte y siete dias deste dicho
mes; atravesó un golfo pequeño en que habrá poco más de noventa le-
guas: fue la via del Sur cuarta al Surueste.
Sabado siguiente vieron tierra. Fue una isla la primera tierra que
descubrió.: es pequeña, bojará veinte leguas, no tiene cosa de provecho:
mostraronles á los indios oro en grano é perlas; maravilláronse de vello,
demandábanlo: es gente de guerra, son flecheros, son hombres de bue-
na estatura.
Desta isla pareció otra tierra muy alta é cercana, fue á ella por el Sur;
estará desta isla diez leguas: de aquí se tomó un indio para llevar por
lengua á esta tierra grande, é este dijo algunos nombres de provincias
desta tierra: tomó puerto al cual nombró el Almirante la Punta de Caxi-
nas: de esta punta comenzó a ir descubriendo por esta costa, y por ser los
vientos contrarios anduvo muy poco; nunca de la costa desta tierra se
apartó de dia, é todas las noches venia a surgir junto con tierra: la costa
es bien temerosa, ó lo fizo parescer ser aquel año muy tempestuoso, de
muchas aguas é tormentas del cielo: iba continuo viendo la tierra, como
quien parte del cabo de S. Vicente hasta el cabo de Finisterre, viendo
continuo la costa: quince leguas adelante de desta pun ta fizo tomar la po-
sesión en un rio que salia grande de la tierra alta, é dicese el Rio de la Po-
sesión.
Pasando de aquí adelante fue toda la tierra muy baja, de gente muy
salvage, y de muy poco provecho: hizo la tierra ya casi al fin de la tierra
baja un cabo que fasta aquí fue lo peor de navegar, é púsole nombre de
Cabo de Gracias a Dios.
don tejido; todos andaban desnudos por toda la costa, salvo que traen
mugeres é hombres cubiertas sus partes secretas con unas telas que
sacan debajo de las cortezas de los árboles: traen los cuerpos é las caras
todos pintados como los berberiscos: aquí vemos puercos y gatos monte-
ses, é los trajeron á los navíos: aquí se tomaron indios para lengua, é
quedaron algo escandalizados.
Por informacion de los indios fue a otra gran bahía, que se dice Abu-
reman era por allí la tierra muy alta é fragosa, las poblaciones puestas
en las montañas: hobose aquí un indio el cual dijo que adelante por la
costa andadura de medio dia habia de aquello que pediamos: es la gente
por toda esta costa tan salvage y tan sobre sí cada Señorío, que de veinte
en veinte leguas no se entienden unos aotros.
Fue lo postrero que descubrio una tierra do falló un puerto muy pe-
queño que puso nombre el Puerto del Retrete, y aquí no traían los indios
sino unos sarcillos de oro bajo: ya por aquí parescian muchas muestras
de la costumbre é uso de los indios de la tierra de las perlas, y en algunas
cartas de navegar de algunos de los marineros juntaba esta tierra con las
' Bahia del Almirante.
• Boca del Toro.
" Lugar abrigado un poco al este de Portobelo.
38 CRONICAS DE VIAJEROS
De aquí deste puerto dió la vuelta á la tierra que atrás quedaba por
información del indio que traía por lengua, que adelante no había mas
oro, sino que las minas quedaban en la tierra de Veragua: llegó al rio de
Veragua, no hobo entrada para los navíos, hallóse cerca otro rio que se
dice Yebra, aquí fizo meter los navíos á mucho pelegro: martes diez dias
de Enero de quinientos tres años entraron los navios en este rio; es en la
misma tierra de Veragua.
" Hojeda había explorado am anterioridad la Costa de Perlas (Venezuela) y Bastidas recorrido las de
Colombia y noreste de Panamá, hasta Retrete.
" Río que bautizó como B elén, por haber fondeado junto a su boca el dia de la Epifanía, 6 de Enero de
1503.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 39
cuenta leguas, fué a parar a tierra de Cuba mas de cien leguas abajo de
la Española: los marineros no traían ya carta de navegar que se las habia
el Almirante tomado a todos: se decian que el yerro que se hizo al prin-
cipio habia causado gran desconcierto en el descubrir. Vínose por esta
costa de Cuba fasta cabo de Cruz, cincuenta leguas de la Española, que
pudiera ir muy bien a ella, y fuera el vi age mas breve y no hobiera el daño
que hobo por irse a la Isla Jamaica do estuvimos catorce meses ganando
la gente y los navíos sin facer ningun servicio: la causa desta ida a
Jamaica no hay quien lo sepa mas de querello facer. Llegó a surgir a S.
Lúcar jueves siete de Noviembre de quinientos cuatro años.
Del cabo fasta el rio del Desastre hay setenta leguas: correse
Nornordeste Su-Sudeste. 70
Deste rio a cabo de Roas hay doce leguas: correse Norte Sur. 12
Del Escudo fasta punta de Prados, veinte ó ocho leguas: correse Leste
Oueste 28
" La distancia lleva hasta el Rio Escondido, y no al río Grande de Matagalpa como generalmente se
cree.
Capítulo LXXXIX
arreglados, salió del puerto de Azua y fué al del Brasil, que los indios
llaman Yaquimo,, para guarecerse allí dentro de otra tempestad que iba
a venir. De aquí partió después a 14 de julio, con tanta bonanza que no
pudiendo seguir el camino que quería, lo echaron las muchas corrientes
a ciertas islas muy pequeñas y arenosas que están cerca de Jamaica, a
las cuales llamó las Pozas; porque no hallando agua en ellas, se hicieron
muchas pozas en la arena, de las que nos abastecimos para el servicio de
los navíos. Luego navegando hacia tierra firme por la ruta del Mediodía,
llegamos a ciertas islas, aunque no tomamos tierra, sino en la mayor, que
se llamaba Guanaja, de cuyo nombre tomaron después los que hacen las
cartas de navegar el de todas las islas Guanajas, que están a doce leguas
de tierra firme, cerca de la provincia que ahora se llama cabo de Hon-
duras, aunque entonces el Almirante la llamó punta de Caxinas. Pero
como éstos hacen las cartas sin andar por el mundo, incurren en ésto en
grandísimo error, el cual, puesto que ahora se me ocurre hablar de ello,
quiero referir aunque rompa el hilo de mi historia; y es así.
Estas mismas islas y la tierra firme la ponen dos veces en sus cartas
de marear, como si en efecto fuesen tierras distintas; y siendo el cabo a
Gracias a Dios el mismo que llaman cabo de Honduras, hacen dos. Y la
razón de este error fué que, después que el Almirante hubo descubierto
estas regiones, un cierto Juan Díaz de Solís, de cuyo nombre el Río de la
Plata se llama Río de Solis, por haberle matado allí los indios, y Vicente
Yañez, que fue capitán de un navío en el primer viaje del Almirante,
cuando descubrió las Indias, fueron juntos a descubrir el año 1508, con
intención de seguir la tierra, que había descubierto el Almirante en el
viaje de Veragua, hacia Occidente. Siguiendo éstos casi el mismo camino,
llegaron ala costa de Cariay, y pasaron cerca del cabo Gracias a Dios has-
ta la punta de Caxinas, que ellos llamaron de Honduras; y a las dichas
islas llamaron las Guanajas, dando, como hemos dicho, el nombre de la
principal de todas. De aquí pasaron más adelante, y no quisieron con-
fesar que el Almirante hubiese estado en ninguna de dichas partes, para
atribuirse ellos aquel descubrimiento y mostrar que habían encontrado
un gran país. A pesar de que un piloto suyo, llamado Pedro de Ledesma,
que había ido antes con el Almirante en el viaje de Veragua, les dijese que
él conocía aquellas regiones, y que eran de las que había ayudado a des-
cubrir con el Almirante; y por él lo supe yo más tarde. La razón y el diseño
de las cartas demuestran esto claramente, porque se pone dos veces una
misma cosa y la isla de una misma forma y en una misma distancia por
haber, cuando ellos volvieron, llevado aquel país dibujado como es ver-
daderamente; pero decían que estaba más allá de lo que el Almirante ha-
bia descubierto. De modo que una misma tierra está puesta dos veces en
otro modo, pues por aquella canoa se tuvo conocimiento de la Nueva Es-
paña.
son mejores que las nuestras, ocas, pescado asado, habas coloradas y
blancas semejantes a los frijoles, y otras cosas nada diferentes de las que
hay en la Española, y casi todas las otras frutas y mirobalanos de los que
llaman hobos en la Española, y casi todas las otras frutas y vituallas que
en la Española se encuentran.. Asimismo había muchos leopardos, cier-
vos y corzos; y hay muchos de aquellos peces de la Española que no se
conocen en Castilla.
Capítulo XCl .
De cómo el Almirante pasó la Costa de Oreja por el Cabo Gracias a Dios, y llegó
a Cari ay, y de lo que allí hizo y se vió.
que allí reinaban y que nos habían sido tan contrarios, podíamos con-
tinuar cómodamente nuestro viaje, todos en general dimos gracias a
Dios. En memoria de esto el Almirante le dió el nombre de cabo de Gra-
cias a Dios.
Poco más allá pasamos por algunos bajos peligrosos, que salían al
mar por cuanto podia alcanzar la vista. Como teníamos necesidad de to-
mar agua y leña, el sábado 16 de setiembre, envió el Almirante los bateles
a un río, que parecía profundo y de buena entrada. Pero no fué tal para
la salida, porque habiéndose enfurecido los vientos del mar, y estando
ésta muy gruesa, rompiendo contra la corriente de la boca, embistió alas
barcas con tanta violencia que zozobré una y pereció toda la gente que en
ella iba. Por lo que le llamó el Almirante río del Desastre... En este río y
sus inmediaciones habían cañas tan gruesas como el muslo de un hom-
bre.
Esta isleta dista una legua corta de la población llamada por los
indios Cariay, la cual está cerca de un río, donde acudió infinita gente de
aquellos contornos, muchos con arcos y flechas, y otros con varas de
palma, negras como la pez y duras como hueso, cuya punta iba armada
con huesos y espinas agudas de peces, y otros con macanas o recios bas-
tones, y habían ido allí con muestras de querer defender su tierra. Los
hombres llevaban los cabellos trenzados enrollados a la cabeza, y las
mujeres los llevaban cortados como nosotros. Viendo que éramos gente
de paz, mostraron gran deseo de obtener cosas nuestras a cambio de las
suyas, que son armas, mantas de algodón, camisetas de las dichas, y
aguilillas de guanines, que es oro muy bajo, que llevan colgado del cuello,
como nosotros llevamos el Agnus Dei u otra reliquia. Todas estas cosas
las llevaban nadando a las barcas, porque los cristianos ni aquel día ni
al siguiente salieron a tierra; ni el Almirante permitió que se les tomase
cosa alguna, para que no nos tuviesen como hombres que deseaban lo que
• Colón menciona el 12 de Septiembre como la fecha del paso por el cabo, que marca el día del
descubrimiento de la actual Nicaragua.
"El lugar parece corresponder al delta del río Escondido y la fecha al sábado 17 de septiembre, cuando
perecieron dos tripulantes de la nave Vizcaína, s egún la medida y alarde de Porras.
"La isla Uvita, junto a Puerto Limón, Costa Rica.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 47
ellos tenían; antes les hizo dar mucha cosas de las nuestras. Los indios,
cuanto menos caso de rescatar veían que hacíamos, tanto más lo desea-
ban, haciéndonos muchas señas desde tierra, y extendiendo sus mantas
como banderas, convidándonos a ir a tierra. Finalmente, viendo que
ninguno iba, cogieron todas las cosas que les habíamos dado, sin dejar
ninguna, y bien atadas todasjuntas, las pusieron en el mismo sitio donde
habían ido las barcas a recibirlos, y allí las hallaron los nuestros el
miércoles siguiente que salieron a tierra.
Como los indios vecinos de este lugar creían que los cristianos no se
fiaban de ellos, enviaron alas naves un indio viejo de venerable presen-
cia, con una bandera puesta en un palo y con dos muchachas, una de ocho
años y otra de catorce; y una vez entradas en la barca, hizo señal de que
los cristianos podían desembarcar con seguridad. Vistos sus ruegos, sa-
lieron a tomar agua, teniendo los indios mucho cuidado de no hacer nin-
guna señal ni ademán de que recibiesen temor los cristianos. Y cuando
después los vieron volver a los navíos, les hacían muchas señas de que
llevasen consigo alas mozas con los guanines que traían al cuello. Ya ins-
tancias del viejo que las llevaba, aceptamos que quedasen con nosotros.
En lo cual no sólo mostraban más ingenio del que se había visto en otros,
sino que en las muchachas se observó una gran fortaleza, porque siendo
los cristianos de tan extraña vista, trata y generación, no dieron muestra
alguna de dolor ni de tristeza, manteniéndose siempre con semblante
alegre y honesto, por lo que fueron muy bien tratadas por el Almirante,
que hizo que se les diese de vestir y de comer; y luego mandó que fuesen
devueltas a tierra, donde habían cincuenta hombres; y el viejo que las
había llevado tornó a recibirlas, alegrándose mucho con ellas.
ban que tenían tal sospecha, pues como suele decirse, piensa el ladrón
que todos son de su condición.
Por ser éstos los indios de más razón que en todas aquellas partes se
habían encontrado, mandó el Almirante que se tomase alguno para saber
los secretos de la tierra; y así, entre siete que se cogieron eligió dos prin-
cipales, y despachó a los otros cinco con algunas dádivas, habiéndolos
tratado muy bien para que no se alborotase la tierra. Dijo a los otros que
los llevaría por guías en aquella costa, y que después los dejaría marchar.
Pero ellos, creyendo que los prendíamos con avaricia, o por ganar resca-
tándolos por susjoyas y mercancías, al día siguiente llegó de golpe mucha
gente a la playa, y enviaron cuatro mensajeros a la capitana para tratar
del rescate, por el que prometieron algunas cosas, y llevaron de regalo
dos puercos de la tierra, que aunque pequeños, son muy bravos. El Al-
mirante, vista la prudencia de esta gente, entró en deseo de tratar con
ellos, y no quiso partir de allí sin tomar lengua. Sin tener en cuenta sus
ofertas, mandó que a los embajadores se les diesen algunas cosillas, a fin
de que no se fuesen mal satisfechos, y que les fuesen pagados los puercos.
Con éstos hubo una cacería, que fue como sigue.
buen perro que teníamos; pero mucho más miedo le dió a uno de los
puercos que nos habían llevado, porque apenas vió al gato, echó a correr,
mostrando grandísimo miedo." Esto nos causó gran admiración, porque
antes de que esto sucediese el puerco atacaba a todos y no dejaba al perro
quieto en cubierta. Por lo cual mandó el Almirante que lo arrimasen más
al gato, que viéndolo cerca que le rodeó el hocico con la cola, y con el brazo
que le había quedado sano le agarró la nuca para moderlo, mientras el
puerco gruñía de miedo. Por esto conocimos que semejantes gatos deben
de cazar como los lobos y los lebreles de España.
Capítulo XCII.
tras. Tan pronto como volvieron a tierra, vino otra canoa con tres hom-
bres que llevaban espejos al cuello, los cuales hicieron lo mismo que los
primeros. Trabada amistad, bajaron los nuestros a tierra, donde encon-
traron a mucha gente con su rey, el cual en nada se diferenciaba de los
demás, salvo en estar cubierto con una hoja de árbol, porque entonces
llovía mucho. Para dar ejemplo a sus vasallos rescató un espejo; y les dijo
que rescatasen también los suyos, que en total fueron diecinueve de oro
fino. Aquí fue la primera vez que se vió en las Indias muestra de edificio,
que fue un gran pedazo de estuco, que parecía estar labrado de piedra y
cal. De lo cual mandó el Almirante tomar un pedazo, en memoria de
aquella antiguedad.
Desde allí siguió hacia Oriente y llegó a Cobrava, cuyos pueblos es-
tán situados junto a ríos de aquella costa. Como no salía gente a la playa
y el viento era muy bueno, siguió de largo su camino y pasó a cinco pue-
blos de mucho rescate, entre los cuales estaba Veragua, donde decían los
indios que se cogía el oro y se hacían los espejos. Al día siguiente llegó a
un pueblo que se llama Cubiga, donde según decía el indio de Cariay, se
acababa la tierra de rescate que tenia principio en Cerabaró y continuaba
hasta Cubiga, que hay cincuenta leguas de costa. Sin detenerse, el Al-
mirante siguió navegando hasta que entró en Portobelo, al que puso este
nombre porque es muy grande, hermoso y poblado, y tiene en torno mu-
cha tierra cultivada. Entró allí el 2 de noviembre por entre dos isletas.
Dentro de él pueden las naves acercarse a tierra y salir volteando, si quie-
ren. La región que rodea el puerto no es agreste, sino cultivada y llena
de casas, distantes unas de otras un tiro de piedra o de ballesta; parece
una cosa pintada, la más hermosa que se haya visto.
En siete días que aquí estuvimos detenidos por las lluvias y malos
tiempos, venían a los navíos canoas de todo el contorno a rescatar de las
cosas que allí se comen, y ovillos de algodón hilado muy lindo, que daban
a cambio de algunas cosillas de latón, como alfileres y agujetas.
IV. EL CUARTO VIAJE DE COLÓN
SEGÚN RELACIÓN DE
PEDRO MÁRTIR DE ANGLERIA.
Capítulo I
Recorriendo las costas de ella se encontró con dos canoas del país, de
las cuales bastante hemos dicho más arriba. Esclavos desnudos y unci-
• Tomado de la Década Tercera, Libro IV, de las Décadas del Nuevo Mundo.
' Guanaja, una de las islas del golfo de Honduras.
CRÓNICAS DEL CUARTO VIAJE DE COLÓN 53
dos tiraban de ellas con cuerdas, como suele hacerse en los ríos corriente
arriba. En las canoas iba el principal de la isla con su mujer e hijos, todos
desnudos; los esclavos indicaban con altanería, por mandato de su amo,
a los nuestros que habían bajado a tierra, que les dieran paso cuando ve-
nían, y al ver que se resistían les amenazaban. Tanto es su simplicidad,
que ni temieron ni admiraron las embarcaciones de los nuestros, ni su po-
der, ni su muchedumbre, parecíales que los nuestros les harían ceremo-
nias a su amo con igual reverencia que ellos. Comprendieron que era un
mercader que regresaba de otras tierras.
Ciamba, o mas bien Champa, nombre antiguo de Indochina, donde Colón pensaba había arrimado.
'Mala, posible primera alusión al territorio maya. En los 'Pleitos de los herederos de Colón, que
tuvieron lugar antes que se descubriera Yucatán, se afirma que la tierra donde arrimaron se llamaba
Maya.
54 CRÓNICAS DE VIAJEROS
De cierta clase de palmas hacen sus macanas, esto es, espadas an-
chas de madera y astas arrojadizas. La tierra aquella cría por todas par-
tes árboles con algodón, y también mirobalanos de varias clases, como
emblicos y chébulos,. según les llaman los médicos, y cría también maíz
y yuca, ajis y batatas como las demás regiones de por allá, y también
leones y tigres, ciervos y cabras, y otros animales semejantes; también
diversas aves, y de las que se comen tiene las que otra vez dijimos que se
parecen a las pavas en el color, en el tamaño y en el gusto y sabor. Re-
fieren que los indígenas de ambos sexos son altos y muy bien formados,
y dice que se cubren las ingles con velos de algodón tejidos de varios
colores.
Para ponerse elegantes se pintan con el jugo de ciertas frutas, que
para eso crían en los huertos, negras y coloradas, como leemos de los aga-
tirsos; unos se embadurnan todo el cuerpo, otros algunas partes, y el ma-
yor número se dibujan a trechos flores y rosas, o cintas entrelazadas, se-
gún a cada uno se le antoja.
Capítulo II
Después se llegó a otro río apto para grandes naves, ante cuyas bocas
había cuatro isletas, floridas y con árboles, que formaban el puerto; a és-
tas llamó las Cuatro Témporas.
Vagando por el mismo rumbo, a las doce leguas halló un puerto gran-
de que se introducía en tierra, trecho de tres leguas con poco menos de
anchura, en el cual desaguaba un río caudaloso.» Allí se perdió poco
después Nicuesa buscando a Veragua, como arriba se dijo, y por eso los
modernos le han llamado el río de los Perdidos.»
Hemos dicho que en Cariai se crían los mismos animales que en otras
partes; pero hallaron uno de muy diferente naturaleza. Es igual a un
mono grande, con más largo y fuerte rabo. Colgándose de la cola y to-
mando fuerza como columpiarse tres o cuatro veces, salta de rama en ra-
ma, y de un árbol se tira a otro como si volara.
Cierto arquero de los nuestros cruzó a uno con una flecha; herido el
mono, se dejó caer y acometió rabioso al enemigo que le había herido. El
cazador embistió al animal con la espada desenvainada, le cortó un brazo
al mono y le cogió manco, resistiéndose ferozmente. Llevado a la armada,
poco a poco se amansó entre los hombres.
Capítulo III
Dicen que es notable por sus islas, en general fértiles y pobladas .y con
árboles con fondo apto en todo los sitios para echar anclas, con agua clara
y admirable abundancia de pescado. La tierra adyacente por ambos la-
dos, ajuicio de ellos, no es inferior a ninguna otra cuanto a fertilidad de
su suelo. Dieron con dos indígenas; éstos se adornan el cuello con joyas
de oro que llaman guanines, con figuras muy bien hechas de águilas, leo-
nes u otros animales; pero el oro aquel echaron de ver que no es puro.
58 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Por los dos cariairenses aquellos que dijimos se habían llevado los
nuestros, supieron que Cerabaroa y Aburema son regiones ricas de oro,
y que los de Cariai todo el oro con que adornan lo adquieren de éstos a
cambio de cosas suyas. Los mismos cariairenses descubrieron a los nues-
tros que en las regiones de Cerabaroa y Aburema hay cinco aldeas exce-
lentes para recoger oro, que no distan mucho de la costa al interior; pues
ambas naciones tuvieron siempre frecuente comercio desde sus antepa-
sados. Los nombres de estas aldeas dicen que son estas: Chirará, Kurén,
Chitazá, Seureche y Atamea.
En los huertos crían una fruta semejante a las piñas del pino, que
otra vez hemos dicho nace de una verdura semejante al cardo, pero que
es delicada vianda y digna de un rey." También tienen árboles de cala-
bazas a propósito para llevar bebida; de éstas ya se habló otra vez
extensamente: al árbol le llaman hibuero..
En otra parte encontraban cocodrilos, que cuando huían o se sumer-
gían, dejaban detrás un olor más agradable que el de almizcle o el de cas-
tor. Los habitantes del Nilo me contaron a mí lo mismo acerca de la hem-
bra del cocodrilo, principalmente del abdomen, cuyo olor decían que
iguala a cualquier aroma de la Arabia.
Sentándose él, pareció que por señas daba permiso para que los
nuestros pudieran recorrer los ríos de su jurisdicción. El ocho de febrero,
el Adelantado, dejando los botes, fue a pie orilla arriba del río Veragua
y llegó al río Urabá, el cual dice es más rico de oro que no el Hiebra y el
Veragua, pues en todos los ríos de aquella tierra se cría oro. Entre las raí-
ces de los árboles que había en la orilla, entre las piedras y cascajo que
habían dejado los torrentes, y donde quiera que abrían hoyos de a palmo
y medio, la tierra que sacaban la encontraban mezclada de oro.
Tan irritados estaban ya, que ni con los arcos, ni con los escorpiones,
y, lo que es más, ni con el estruendo de las bombardas que les disparaban
desde las naves, se amedrentaban. Una vez cejaron, y, reuniéndose en
mayor número, volvieron de segunda más fi eros que antes; mejor que-
rían morir que permitir que ocuparan su patria los extranjeros. Como
huéspedes, los habían recibido benignamente; como habitantes no los to-
leran. Cuanto más apretaban los nuestros, tanto más gente se reunía del
contorno. De noche y de día, cuando de frente, cuando por los lados, se
veían atacados los nuestros. La armada que estaba a la espalda en la cos-
ta, era la que los resguardaba. Abandonaron, pues, los nuestros aquella
tierra, y se volvieron por donde habían ido.
la Huerta, y está del dicho pueblo Cariay, la última luenga, una legua
pequeña. Está el pueblo junto a un graciosísimo río, adonde concurrió
mucha gente de guerra con sus armas, arcos y fiechas y varas y macanas,
como haciendo rebato, y mostrando estar aparejado para defender su tie-
rra. Los hombres traían los cabellos trenzados, revueltos a la cabeza, y
las mujeres cortados, de la manera que los traen los hombres nuestros;
pero como los cristianos le hicieron señas de paz, ellos no pasaron ade-
lante, mas de mostrar voluntad de trocar sus cosas por las nuestras.
Traían mantas de algodón y jaquetas de las dichas y unas águilas de oro
bajo, que traían al cuello. Estas cosas traían nadando a las barcas, por-
que aquel día ni otro los españoles no salieron a tierra. De todas ellas no
quiso el Almirante que se tomase cosa, por disimulo dalles a entender
que no hacían cuenta dello, (y cuando más dellas se mostraban menos-
precio, tanta mayor cudicia e importunidad significaban los indios de
contratar, haciendo muchas señas, tendiendo las mantas como banderas
y provocándolos a que saliesen a tierra). Mandóles dar el Almirante cosas
de rescate de Castilla; mas desque vieron que los cristianos no querían
de sus cosas y que ninguno salía e iba a contratar con ellos, todas las cosas
de Castilla que habían recibido las pusieron liadas junto alamar, sin que
faltase la menor dellas, cuasi diciendo: "Pues no queréis de las nuestras,
tomaos las vuestras", y así las hallaron todas los cristianos otro día que
salieron en tierra.
Y como los indios que por aquella comarca estaban sintieron que los
cristianos no se fiaban dellos, enviaron un indio viejo que parecía per-
sona honrada y de estima entre ellos, con una bandera puesta en una va-
ra, como que daban seguridad; y traía dos muchachas, la una de hasta
catorce años, y la otra de hasta ocho, (con ciertas joyas de oro al cuello),
el cual las metió en la barca, haciendo señas que podían los cristianos
salir seguramente. Salieron, pues, algunos a traer agua para los navíos,
estando los indios modestísimos y quietos y con aviso de no se mover, ni
hacer cosa por donde los españoles tomasen ocasión de tener algún miedo
dellos. Tomada el agua, y como se entrasen en las barcas para se volver
a los navíos, hacíanles señas que llevasen consigo las muchachas y las
piezas del oro que traían colgadas del cuello; y por la importunación del
viejo lleváronlas consigo y era cosa de notar las muchachas no mostrar
señal de pena ni tristeza, viéndose entregar a gente tan extraña y feroz,
y de ellos en vista y habla y meneos tan diversas, antes mostraban un
semblante alegre y honesto. Desque el Almirante las vido, hízolas vestir
y dalles de comer y de las cosas de Castilla, y mandó que luego las tor-
nasen a la tierra, para que los indios entendiesen que no eran gente que
solían usar mal de mujeres; pero llegando a la tierra no hallaron persona
a quien las diesen, por lo cual las tornaron al navío del Almirante, y allí
las mandó aquella noche tener con toda honestidad, a bien recaudo. El
64 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Pasaron veinte años después del Cuarto Viaje de Colón, antes de que
los españoles se aventuraran por el territorio de Nicaragua. Fue necesario
poblar antes el Darién, descubrir el océano Pacífico y explorar la costa hacia
el oeste de Panamá.
II
de ellos Gil González logró comprar una carabela que lo transportó a la isla
de Santo Domingo. Una quinta parte de la ganancia fue destinada a las ar-
cas reales, según lo convenido, y enviada a España bajo la custodia del mis-
mo Cereceda, quien llevó además la carta de su jefe al emperador, mapas
y otras informaciones concernientes a la expedición.
III
IV
VI
a finales del siglo XVI. Como hábil copista supo extraer de los cronistas que
le precedieron buena parte del material con que elaboró su obra; la intención
del calco es notoria en algunas partes de la misma, siendo posible, por
ejemplo, leer el texto a la par de la versión dada por Gómara.
Esta será para que vuestra majestad sepa como loores a Nuestro
Señor y su gloriosa Madre yo llegué a Panamá, que es en la Mar del Sur
de tierra firme, de vuelta del descubrimiento que vuestra majestad me
mandó hacer, a cinco días de junio del año pasado de quinientos veinte
y tres años, con ciento doce mil pesos de oro, la mitad de ello muy bajo de
ley, que los caciques de la costa al poniente dieron de servicio para
vuestra majestad, y dejo tornados cristianos 32,000% y tantas ánimas así
mismo de su voluntad y pidiéndolo ellos, y quedan andadas por mar des-
de la dicha Panamá de donde partimos 650 leguas al poniente y en este
cometido quedan descubiertas por tierra que yo anduve a pie 224 leguas.,
en las cuales descubrí grandes pueblos y cosas hasta que topé con la len-
gua de Yucatán. y soy venido a la isla Española donde con Andrés de Ce-
rezeda, tesorero de esta dicha armada envío a vuestra majestad diez y
siete mil pesos de oro de ley que le cupieron; desde diez y ocho quilates
hasta doce, y de otro oro de hachas más bajo quince mil trescientos
sesenta y tres pesos, que dice el fundidor de tierra que halló que tenía
doscientos maravedíes de oro cada peso, como parece por la fe del mismo
fundidor que con ésta envío, de más de otros seis mil ciento ochenta y dos
• (Archivo General de Indias, Sevilla. Patronato 26. Ramo 17. Reproducido de los Documentos para la
Historia de Nicaragua, Madrid, 1954).
Indios bautizados durante la expedición.
'Desde Chiriqui en Panamá, hasta el río Ochomogo en Nicaragua.
'Se refiere mas bien a los grupos chorotegas y nicaraos cuyas lenguas eran afines con algunas que se
hablaban en México.
' El quinto real, o quinta parte del oro obtenido, era destinado a la Corona.
76 CRÓNICAS DE VIAJEROS
pesos de cascabeles que dicen que no tienen ley ninguna. Lo cual todo va
repartido en las cinco naves que ahora van como vuestra majestad lo tie-
ne mandado en estas partes. Y si vuestra majestad quisiere saber lo que
en este medio tiempo me ha sucedido y lo más breve que he podido sacar
de la Relación general de todo el viaje, suplico a vuestra majestad mande
leer lo que se sigue:
El cacique tenía su pueblo en una isla que tenía diez leguas de largo
y seis de ancho, la cual hacía dos brazos de un río, el más poderoso que
yo haya visto en Castilla (del Oro),' pueblo donde tomé la casa del cacique
por posada y era tan alta como una mediana torre hecha a manera de pa-
bellón, armada sobre postes y cubierta con paja, y en medio de ella
hicieron para que yo estuviese una cámara, para guardarme de la comu-
nidad, sobre postes, tan alta como dos estados.
A los quince días que llegué llovió tantos días que crecieron los ríos
tanto que hicieron toda la tierra una mar y en la casa donde yo estaba,
que era lo más alto, llegó el agua a dar a los pechos a los hombres. Al ver
ésto la gente de mi compañía, uno a uno, me pidieron licencia para irse
fuera del pueblo, a valerse en los árboles alrededory quedé yo con la gente
más de bien, en esta gran casa, esperando lo que Dios quisiese hacer, cre-
yendo que no bastaría el agua para derribarla. Y estando ellos y yo a la
medianoche con harta sospecha y temor de lo que acaecía, teníamos en
lo alto de la casa por dentro una imagen de Nuestra Señora y una lám-
para de aceite que la alumbraba, y como la furia del agua creciese mien-
tras más llovía, a la medianoche quebraron todos los postes de la casa y
cayó sobre nosotros y derribó la cámara donde yo estaba y quedé yo, con
unas muletas que traía, de pies encima de la dicha cámara, el agua en los
muslos, y llegaron las varas de la techumbre al suelo, y quedaron los
compañeros el agua a los pechos sin tener parte por donde resollar. Plugo
'El río Térraba, al sureste de Costa Rica.
78 CRÓNICAS DE VIAJEROS
a Dios, por quien él es, que con cuanto golpe la casa hizo al caer, no se mu-
rió la lámpara que teníamos delante de la imagen de Nuestra Señora, y
fue la causa que como la casa dió sobre el agua y vino poco a poco sin dar
golpe en el suelo, no hizo fuerza para que la lámpara se muriese.
Como quedamos con lumbre púdose hallar manera con que saliése-
mos de allí, y fue que rompieron con una hacha la techumbre de la casa
y por allí salieron los compañeros que conmigo se habían quedado, ya mí
me sacaron en los hombros, que los otros todos, el día antes, se habían ido
con mi licencia a salvarse a los árboles y sus indios que traían de servicio.
De esta manera me llevaron dando voces para que los compañeros nos
pudiesen oír y juntarnos con ellos. Ya que nos juntamos pusiéronme en
una manta atada con dos cordeles a dos árboles, y allí estuve hasta la ma-
ñana, lloviendo lo posible. Allí estuvimos dos días hasta que el agua men-
guó y tornaron los ríos a sus madres. Y por si otra vez tornasen a crecer
de la misma manera, hicimos hacer yo y todos, en los árboles, con varas,
a manera de sobrados y tejados con rama y hojas, de manera que tenía-
mos luego en ellos los dichos sobrados y otras dos veces nos venimos hu-
yendo.
Pues como así mismo el agua nos llevase los mantenimientos, fueron
forzados ir a buscar donde hubiese que comer y como nuestro fin fuese
volver a la costa de la mar, que había diez leguas hasta ella, y por tierra
no podíamos ir, fue forzado hacer balsas de maderos grandes y atados
unos sobre otros, puesto encima nuestro fardaje y los indios que nos ser-
vían, fuímonos en ellas el río abajo hasta llegar a la mar, que seríamos
más de quinientas ánimas, y de ventura como algunos compañeros llega-
ron de noche, arrebatólos la corriente del río y sacólos a la mar a media
noche, metiéndolos la resaca muchas veces debajo del agua. Al siguiente
día desde la costa los veíamos dos leguas la mar adentro, que como la
menguante de la mar los llevó, la creciente los tornaba hacia tierra con
todo. Yo mandé luego que en otras balsas pequeñas saltasen hombres
sueltos nadadores y fueron allá y los trajeron, a los cuales ayudaron tales
que ya se dejaba de ayudar, plugo a Dios, por quien él es que no se perdió
ninguno.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 79
Pues partidos los dos navíos a descubrir y dejados otros dos en dicho
golfo de San Vicente para que a los descubridores de por mar y de por
tierra nos esperasen allí con 11,000 castellanos de oro que ya teníamos,
yo partí por tierra haciendo muchos caciques amigos y vasallos de vues-
tra majestad y tornándose todos cristianos muy de su voluntad y llegué
a un cacique que se llama Nicoya, el cual me dió de presente 14,000 cas-
tellanos de oro y se tornaron cristianos muy de su voluntad 6,000, y tan-
tas personas con él, y sus mujeres y principales quedaron tan cristianos
en diez días que estuve allí que cuando me partí me dijo el cacique que
pues el ya no había de hablar con sus ídolos que me los llevase. Y dióme
seis estatuas de oro de grandura de un palmo y me rogó que le dejase al-
gún cristiano que le dijese las cosas de Dios. Lo cual yo no osé hacer por
no aventurarle y porque llevaba muy pocos.
las cosas y los hombres, y que los que esto creen y lo tienen por Señor y
son cristianos, cuando mueren van arriba donde él está, y los que no son
cristianos van a un fuego que está debajo de la tierra, y que a todos los
señores y caciques de atrás haci á donde el sol nace lo había dicho, y todos
lo creen así, y lo tienen por Señor y son cristianos y quedan vasallos del
gran Rey de Castilla y que a todos los caciques y señores de do hacia el
sol se pone lo había de decir, porque este mismo Dios así lo manda. Que
estén en su pueblo él y sus indios y que no haya miedo, que yo le diré otras
cosas muy grandes de este mismo Dios que habrá placer de saberlas, y
que si esto no quisiere hacer, ni ser vasallo del gran rey de los cristianos,
que se salga al campo de guerra que yo seré con él otro, día.
Pasados los ocho días me partí a una provincia que está a seis leguas
adelante, donde hallé seis pueblos legua y media y dos leguas uno de otro,
de dos mil vecinos cada uno, después de haberles enviado a decir el men-
saje y cosas que a este cacique Nicaragua (dije), y aposentándome en un
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 81
Al tercer día que dijeron, habiendo ido el clérigo con el mejor caballo
que teníamos y dos compañeros valientes hombres a predicar a unos pue-
blos vecinos, estando todos algo descuidados de cosa de guerra, sábado
diez y siete de abril, a medio día, con la mayor siesta del mundo, dan sobre
nosotros tres o cuatro mil indios de guerra, armados a su manera, de ju-
bones bastados de algodón y armaduras de cabeza, y rodelas y espadas
y otros arcos y flechas y varas, y quiso Dios, por quien él es, que un tiro
de ballesta antes que llegasen al lugar, un indio del pueblo donde está-
bamos, los vió venir y me avisó, y lo más presto que pude cabalgué en uno
de los tres caballos y recogí todos mis compañeros a la plaza, delante de
mi posada, poniendo la tercia parte alas espaldas y alrededor de ella, por-
que como eran muchos temí que nos cercasen la casa y le pusiesen fuego.
Y como los indios llegaron de golpe a la plaza, arremetieron a nosotros
*Diego de Agüero, fraile m ercedario.
82 CRÓNICAS DE VIAJEROS
tra majestad no se serviría de ello; los cuales dichos con ésta (carta) envío
a vuestra majestad, porque sin duda yo quería que esa noche fuéramos
a dar en ellos, aunque después de vista la flaqueza de nuestra gente y los
heridos y el oro (que) se aventuraba, porque había de quedar allí, y de los
del pueblo no teníamos seguridad, y con este parecer me torné de allí con
pensamiento que vuelto a tierra de cristianos, aunque estaba bien lejos,
podría tomar alguna más gente y caballos y tornar a castigar y hacer de
paces aquella gente.
Pues como el gran cacique Nicaragua por donde yo había pasado su-
piese que yo me venía, después de haber peleado con el otro Diriangen y
sus valedores, y supiese que llevábamos cantidad de oro, pensó él y los
suyos tomárnoslo y matarnos, según lo que después pareció que por muy
extenso va sabida la verdad de ello. Yo también, sospechoso de lo que él
pensaba por los indicios y muestras que todos veíamos al pasar por su
pueblo, puse esa poquilla de gente que traía, que era hasta sesenta hom-
bres sanos, en la mejor orden que me pareció, e hice un escuadrón y metí
dentro de él toda la gente flaca y el oro y las cargas de nuestra comida y
hacienda, yen las cuatro esquinas cuatro de (a) caballo que éramos y cua-
tro espingarderos, y de esta manera pasé por el pueblo a las once del día.
Esa noche puse en orden la gente, así los dolientes y heridos que
traíamos, como la gente sana para que aunque otro día tornasen los in-
dios a salimos al camino pudiésemos andando defendernos y ofenderlos,
y hecho ésto bien se puede creer que sin dormir. A medianoche con la luna
me partí porque tuve nueva que había un paso que desde el pueblo había
otro camino para él, donde podían (lo s indios), tomándole primero que
nosotros, hacernos mucho daño; y puestos en esta orden caminé esa no-
che y todas las otras y los días hasta que llegué al golfo de San Vicente,
donde nos despartimos yo y Andrés Niño, cuando fue a descubrir, y hallé
que había ocho o diez días que eran venidos y que habían descubierto
trescientas cincuenta leguas del golfo de San Vicente al poniente, y que
por causa de la falta de los navíos y aún de agua no pasaron adelante,
como vi por los autos que acerca de ésto se hicieron, que por ante escri-
bano pasaron, los cuales con ésta envío." Llegaron por la costa hasta po-
nerse en diez y siete grados y medio, y puede vuestra majestad creer que
Andrés Niño en esta jornada ha trabajado hasta ahora muy bien y con
mucha voluntad.
"Niño de descubriendo la costa hasta Tehuantepec los autos que se conocen son las tomas de posesión
de la bahía de Corinto y del golfo de Fonseca.
"El lago de Nicaragua.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 85
Todas las cosas de Yucatán habemos topado, así en casas como en ro-
pa y armas, por donde está cierto que por esta mar del sur tiene vuestra
majestad descubierto tanto al levante como al poniente, como por la mar
del norte.
Pues como yo ví que por la vía del socorro de Pedrarias no podía tor-
nar a castigar y pacificar aquellos dos caciques, yo y los oficiales de vues-
tra majestad nos despachamos de Panamá y la salida de latiera firme con
mucha brevedad por dos cosas. La una por hacer saber a vuestra majes-
tad lo que se había hecho y descubierto hasta entonces y lo que sobre ello
pensaba hacer, y la otra por venir a la isla Española a procurar con los
jueces y oficiales de vuestra majestad me diesen lugar para sacar de aquí
la gente y caballos que fuese menester para ello, lo cual viendo ellos como
vuestra majestad se servía de ello lo aceptaron. Y porque de mi ida a Cas-
tilla sin más no se ganaba, sino hacer tornar a gastar dineros a vuestra
majestad para tornar a armar de nuevo, porque por ser la cosa cual es,
no se sufre otra cosa, y para avisar a vuestra majestad de lo que pasa mi
carta bastaba.
Visto los reveses y estorbos que ami salida y de los oficiales de vues-
tra majestad se procuraba en tierra firme, se compró de la hacienda de
vuestra majestad una carabela por mil castellanos de oro, para salir de
la tierra con el oro, y dar esta cuenta a vuestra majestad, y a poner en
efecto esto que digo, y no fue tan espaciosa la salida y la embarcada que
no fue a la mayor prisa que pudo ser y vista por el gobernador y oficiales
de vuestra majestad el punto de nuestra partida, se pusieron en reque-
rimos que no se trajese el oro todo en aquel navío porque venia a peligro
por ser uno, y yo les respondí que a mayor peligro quedaba en su poder,
como creo realmente que queda la veintena que vuestra majestad me
mandó dejar allá, y como esto no bastó y nos vió partidos al (puerto de)
Nombre de Dios, a la costa del norte donde la carabela estaba, se partió
el dicho gobernador luego tras nosotros a muy gran prisa, y llegando a dos
leguas del Nombre de Dios fui avisado de su venida ya la hora nos embar-
camos con el oro e hicimos vela para esta isla Española.
Y porque supe en esta isla que aunque envío a vuestra majestad poco
oro que llegará a buen tiempo, y por no hacer más gasto de esto que ahora
se lleva a vuestra majestad, creyendo que en esto le hago también ser-
vicio, procure aquí con lo que yo tenía y con ayuda de mis amigos que ayu-
dasen con dineros para la costa de lo que voy a hacer y porque espero en
Dios Nuestro Señor que de la misma cosa enviando a vuestra majestad
un gran presente de oro, quedara de las sobras con que pagar a ellos y a
mí el costo que en ello se hiciere, y esto es una de las principales cosas que
a esto me ha puesto espuelas de mas de ver cuanto conviene e importa
a su servicio, que se descubra y halle por la mar del Norte la (mar) dulce
que digo, y el estrecho de agua, y de las tres leguas de tierra como vuestra
majestad me lo manda a buscar; y habiéndolo visto y sabido, si me pare-
ciera poblarlo, haré en la parte más a proporción de lo que conviene a la
tierra y de la mar que se hallare, y de poblar no llevo duda sino que po-
blaré mediante Dios, porque esta es la verdad en lo de acá y haciéndolo
será con el menor daño y escándalo de los indios que se pueda.
Y porque como arriba he dicho, tengo por cierto que poblaré, porque
en ciertos capítulos de mi instrucción, parece que vuestra majestad me
manda que lo haga, pues mando dar orden de lo que en la forma de los
pueblos y repartimientos se ha de hacer, pues la mucha bondad de la tie-
rra lo permite, y porque según la sed de los vecinos que de una parte y
de otra están, aunque lejos, podía ofrecerse algún impedimento de estor-
bo, y porque a mí y no a otro vuestra majestad mandó venir a hacer este
descubrimiento con certeza de mercedes. Suplico a vuestra majestad
mande con brevedad despachar una su cédula en que mande que cada
uno se esté en lo que tenía descubierto, hasta que yo por mandato de
vuestra majestad, comience a hacer éste, porque conviene mucho al ser-
vicio de vuestra majestad y al bien y pacificación y población y descubri-
miento de la tierra.
cieron, como de ellos da fe un escribano, que de ello tuvo cargo desde que
el descubrimiento se comenzó hasta volver a Panamá, en la cual, además
de otras cosas muchas, vuestra mejestad podrá ver que a ningún capitán
de los que a estas partes han pasado no ha hecho Dios tanto favor como
a mí, lo cual todo creo ha manado de la buena ventura de vuestra ma-
jestad, porque cinco o seis cosas señaladas que me han acaecido nunca
ninguno gozó de ellas como yo. La primera, que nunca ninguno descubrió
tantas leguas a pie por tierra nueva como yo y con tan poca gente. La
segunda, que nunca ninguno tornó tantos cristianos, porque se bautiza-
ron 32,000 y tanto, pidiéndolo ellos. La tercera, que nunca ninguno sacó
de una entrada tanto número de castellanos de oro; la cuarta, que nunca
ninguno peleó con tantos indios las veces que yo, que no le matasen algu-
nos cristianos como a mí. La quinta, que nunca ninguno ha venido a des-
cubrir que no volviese perdidos los dineros del costo, sino yo, por lo cual
Dios Nuestro Señor sea loado por siempre.
D.V.S.M.
Humildísimo siervo que sus reales pies y manos besa.
Gil González Davyla.
II .- RELACIÓN DE LAS LEGUAS QUE EL CAPITÁN GIL GONZÁLEZ
DÁVILA ANDUVO A PIE POR TIERRA POR LA COSTA DEL
MAR DEL SUR, DE LOS CACIQUES E INDIOS QUE DESCUBRIÓ
Y SE BAUTIZARON Y DEL ORO QUE DIERON PARA SUS MAJESTADES
• Reproducido del Archivo General de Indias, Sevilla. Patronato. Leg. 20, Na 3, Ramo I. Tomado de los
Documentos para la Historia de Nicaragua. Tomo I. Madrid, Espatla, 1954.
' Posiblemente la isla Coiba. Las CV leguas parecen indicar una transcripción errónea; probablemente
ton XV leguas.
92 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Ruy Díez 106 pesos que le dió el cacique Alorique, que son todos 165 pesos
de oro.
Del cacique a las minas de Chira hay seis leguas. El capitán fue a
verlas; sacáronse con una batería en obra de tres horas 10 pesos, cuatro
tostones de oro bajo, y de vuelta otras seis leguas.
Los caciques de Nochari están seis leguas adelante, entre la mar del
sur y la mar dulce: son los caciques Ochomogo, Nandapia, Monbacho,
Nandayme, Morati, Zotega; bautizáronse en esta provincia 12,670 áni-
mas; dieron 33,434 pesos de oro, todo lo más muy bajo.
Sumario
• En el valle de Nandaime.
• La ubicación de estas dos localidades al final de la lista, parece indicar que se detuvieron allf al
regresar de Nicaragua. La cantidad exagerada de indios bautizados y pesos en oro recogidos parece
errónea para solamente dos localidades y no son compatibles con la sumatoria final.
iii. - LA EXPLORACIÓN DE GIL GONZÁLEZ
REFERIDA POR EL CRONISTA PEDRO MÁRTIR DE ANGLERIA*
Capítulo I
otras cosas, dice que él es nacido de más noble sangre, como si importara
el que sean hijos de un indolente figonero o de un Héctor, los que son nom-
brados por los Reyes para estos negocios laboriosos y grandes, particu-
larmente en España, donde piensan la mayor parte que es prerrogativa
de los nobles el vivir sin ejercitarse en nada como no sea la guerra, y éso
mandado, que no obedeciendo.
Al calcular la anchura del río Marañón, escribí que aquella tierra tie-
ne adyacentes dos mares inmensos: este nuestro occidental, que es sep-
tentrional para aquella tierra, y el otro al Sur. Esto supuesto, sepa Vues-
tra Beatitud que los españoles han levantado seis colonias en los lados
de aquella tierra: tres en el septentrional, en las márgenes del río Darién,
en el golfo de Urabá, que se llama Santa María de la Antigua; una en
Acla, a veinte leguas de Darién; la de Nombre de Dios, en la jurisdicción
del cacique Careta, y la tercera a treinta y siete leguas de Acla. En la cos-
ta austral erigieron otras tantas, a una de las cuales, dejándole el nombre
98 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Capítulo II
Pues por aquel istmo, con sumo gasto, ya del rey, ya de los habitan-
tes, rompiendo rocas y guaridas harto emboscadas de varias fieras, ha-
cen un camino por donde pueden pasar dos carros, a fin de que, pasando
fácilmente, puedan investigar los secretos de ambos mares; pero áun no
lo han llevado a cabo.
Gil González dice que con una flotilla casi inerme de cuatro naves
zarpó hacia Occidente el día 21 de Enero del año 1522 de nuestra salud,
desde la isla que en las primeras Décadas dije que se llamaba Rica, y aho-
ra isla de las Perlas por haber allí gran abundancia de ellas, por obedecer
a lo que había mandado el César por consejo de nuestro Real Senado; de
los cuales recibió orden de que, explorando las no recorridas regiones oc-
cidentales, investigara con diligencia si entre los últimos confines, ya ha-
ce tiempo conocidos, del creído continente y el principio del territorio de
Yucatán, se encontraría algún estrecho que divida aquellas inmensida-
des.
cia Occidente seiscientas cincuenta leguas, que son alrededor de dos mil
millas, por nuevas regiones e imperios de caciques.
Entre tanto que reparaban las naves averiadas y taladradas por las
culebrillas del mar que los españoles llaman broma; no teniendo qué co-
mer, se vió en la precisión de entrarse por tierra; recorrió por lo interior
doscientas cuarenta y cuatro leguas con unos cien hombres, mendigando
pan para sí y sus soldados, de la mayor parte de los caciques, los cuales,
dice, le regalaron ciento doce mil pesos de oro. El peso es un tercio más
que la dracma, como precisamente hubiste de aprenderlo en los catorce
años que tuviste tan distinguido lugar entre los españoles. Dice que los
clérigos que tenía consigo bautizaron más de treinta y dos mil indígenas
de ambos sexos, y no contra su voluntad.
'Quilates.
100 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Capítulo III
Criador del cielo y de la tierra que no es el que ellos piensan, el cual sacó
de la nada al mismo sol y la luna y los demás astros que se ven, y los
gobierna con sabiduría, ya cada hombre le da la recompensa que merece,
quiso recibir el bautismo con toda su familia y, a ejemplo del cacique, se
bautizaron de su reino miles de personas de ambos sexos. En unos die-
cisiete días que pasó con Nicoyán le dejó tan instruído, que al marcharse
el cacique en su lengua, que entendían los convecinos, le dijo lo siguiente:
Cada uno de los hombres traían, éste uno, aquél dos aves semejantes
a los pavos, y no inferiores a ellos ni en lo grandes ni en el sabor: son los
que crían en las casas como nosotros las gallinas. Hago una pequeña
digresión con tu permiso. Repito muchas particularidades de éstas, y a
' Nicaragua es mas bien el nombre del territorio y por extensión el del cacique que lo gobernaba y no
al contrario.
102 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Trajo este régulo, Diriagen, por medio de sus criados, más de dos-
cientas hachas de oro que cada una pesaba dieciocho pesos o algo más.
Preguntado por los intérpretes que Gil tenía a su lado y entendían a los
nuestros qué motivo le habían inducido a venir, dicen que respondió que
por lograr ver a la gente nueva que había oído andaba por aquellas regio-
nes, y saber lo que deseaban de él, ofreciéndose a obedecerlos.
Capítulo IV
A las preguntas que Nicoragua hizo sobre el soplar de los vientos, las
causas del calor y del frío, y la variedad de los días y las noches, aunque
entre ellos es poca, por distar poco del equinoccio, y sobre otras muchas
cosas semejantes, respondió Gil explicando la mayor parte según sus al-
cances, y dejando lo demás al divino saber.
con sus artes engañosas los persuaden que hagan lo que se debe omitir
en todo orden de cosas, a fin de apartar nuestras almas del amor de Aquél
que las creó, y mediante la caridad y demás buenas obras de esta vida,
desea llevárselas consigo, no sea que arrebatándolas aquellos vestigios
de las delicias eternas, preparadas para después de la muerte corporal,
a los perpetuos tormentos y calamitosas desdichas, se hagan compañe-
ras de ellos.
Capítulo V
todas las demás proposiciones, y sólo hicieron mal gesto a eso de la gue-
rra, preguntando que adónde habían de tirar sus dardos, sus yelmos de
oro, sus arcos y sus flechas, sus elegantes arreos bélicos y sus magníficos
estandartes militares. "Daremos todo esto a las mujeres para que ellas
lo manejen? Nos pondremos nosotros a hilar con los husos y las ruecas
de ellas, y cultivaremos nosotros la tierra rústicamente?". Gil no se atre-
vió a replicar a esto, conociendo que lo habían dicho medio alborotados.
Pero a la pregunta que le hicieron del misterio de la cruz y utilidad de
adorarla, les respondió: "Si mirándola con sincero y puro corazón y acor-
dándoos piadosamente de Cristo, que en ella padeció, pedís algo, lo co-
seviréis como sea cosa justa lo pedido. Si os proponéis alcanzar la paz,
la victoria contra enemigos soberbios, frutos abundantes, aire tranquilo
y saludable u otras peticiones semejantes, las conseguiréis".
He mencionado que Gil les alzó dos cruces, una bajo el techo del tem-
plo y otra al raso, en una alta mole hecha de ladrillo. Refiere Cereceda
que, cuando llevaban a poner la cruz, iban delante pomposamente los sa-
cerdotes, y detrás Gil, acompañado del cacique y de sus súbditos. Mien-
tras la estaban fijando, comenzaron a tocar las trompetas y atabales; y
cuando la hubieron asegurado por los escalones que pusieron subió pri-
mero a la base Gil, con la cabeza descubierta, y arrollidándose, hizo allí
oración en silencio, y al acabar, abrazándose al pie de la cruz la besó. El
cacique, y a ejemplo suyo todos los demás, hicieron lo mismo. Así los dejó
imbuídos en nuestros ritos.
Acerca de la distribución de los días, les dijo que por espacio de seis
días hay que dedicarse perpetuamente al cultivo y demás trabajos y ar-
tes, pero que el día séptimo es menester destinarlo al descanso y a las co-
sas sagradas, y les señaló por día séptimo el domingo, y no pensó si sería
útil imponerles además larga serie de días festivos.
Capítulo VI
Porque dos clases de víctimas humanas hay entre ellos: una de ene-
migos cogidos en la guerra, y otra de las que crían en las casas. Pues cada
cacique o cada noble cría desde la niñez en su casa, a sus expensas, vícti-
mas para inmolar, y sabiendo ellos para qué los guardan, y les alimentan
mejor que a los demás. Y no por ello están tristes, porque desde niños vi-
ven en la persuacion de que, acabando la vida con aquel género de muer-
te, se convertirán en habitantes del cielo. Así es que, andando libremente
por los pueblos, todos los que los encuentran les reciben ya con reverencia
como héroes, y los despachan cargados de todo lo que piden, sea de comer
o para adornarse, y al donante le parece que le han concedido los dioses
no pequeña dicha el día en que así ha dado algo.
Más a las víctimas caseras, aunque las despedazan del mismo modo,
después de muerta disponen de ella diferentemente; veneran todos sus
108 CRÓNICAS DE VIAJEROS
trozos, y una parte como los pies, las manos y las entrañas, echándolas
en una calabaza la entierran delante de las puertas de los templos; los
demás trozos, y juntamente el corazón, entre los aplausos de los sacerdo-
tes y cantos al fuego aquel, los queman a la vista de los dichos árboles des-
tinados a los enemigos, haciendo una gran hoguera entre las cenizas de
las víctimas anteriores, que se quedan en el aquel campo y nunca se qui-
tan de allí.
Capítulo VII
Hecha una señal por los sacerdotes, cogen todas las navajas y vol-
viendo la vista al simulacro, se hieren ellos mismos la lengua con incisio-
nes, otros se la traspasan, la mayor parte la dividen hasta derramar no
poca sangre; y todos con aquella sangre, como lo hemos dicho de los sa-
crificios anteriores, restregan los labios y la barba del necio simulacro;
de seguida, echándose el polvo aquel de la hierba, llenan las heridas. Di-
cen que aquel polvo tiene tal virtud, que las úlceras se curan en pocas
horas de modo que nunca se conoce que las hubo.
Capítulo VIII
Reduce Gil González al cacique Nicoyán, rebelde. Gran lago en Nicaragua.- !Sin
encontrar el estrecho!
Aquí cuenta muchas cosas, que omito para que yo no te moleste a tí,
y tú al Pontífice y a tus amigos. Infiérelas. Un puñado de los nuestros
venció a muchedumbres muy grandes. Refiere con piadoso temor que los
asistió Dios, Señor de los ejércitos, y los sacó sin novedad de aquel peligro.
Aqul Angleria confunde las intenciones del cacique Nicaragua con las de Nicoya.
110 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Capítulo XIV
Cómo el capitán Gil González de Avila fue a la Tierra-Firme con el piloto Andrés
Niño, para ir desde Panamá a descubrir por la mar del Sur, por mandato del
César.
Véase protegido.
112 CRÓNICAS CE VIAJEROS
Andrés Niño, con sus dineros y los de otros armaran, tomando Sus Majes-
tades la parte que fuesen servidos de tener en esta armada.
Gaspar de Espinosa, por orden de Pedrarias, había tomado los barcos del ajusticiado Balboa e ido a
explorar la costa del Mar del Sur hasta la entrada del golfo de Nicoya.
8 El nuevo gobernador murió al desembarcar en Castilla del Oro, de modo que Pedrarias Dávila
continuó al frente de la gobernación de esa provincia.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 113
no se acabara sin estar primero podridos los navíos, y a esta causa fuera
más (difícil) aparejarlos que hacer otros.
Capítulo XXI
Que trata de algunas cosas notables que pasaron en la Tierra-Firme entre el go-
bernador Pedrariasy el capitán Gil González Dávila y otros capitanes, en tanto
que yo estuve en España negociando la ida del nuevo gobernador Pedro de los
Ríos, para que Pedrariasfuese removido, y la relación de lo que descubrió el ca-
pitán Gil González en la mar y costa austral de la Tierra Firme, y porque es larga
la narración de lo uno y de lo otro, irá este capitulo diviso en ocho párrafos.
II. Dicho tengo que el primero que descubrió la mar del Sur a los cris-
tianos fue el adelantado Vasco Núñez de Balboa; y asimismo he escrito
cómo con sus navíos fue (después que le degollaron) enviado por capitán
a descubrir por la mar del Sur el licenciado (Gaspar de) Espinosa, alcalde
mayor y teniente de Pedrarias, y lo que de aquella mar y costa vió lo dije
en el capítulo XIII, conforme a las alturas y grados en que está la costa
e islas, de que en su viaje se tuvo noticias, siendo piloto mayor en aquel
camino Juan de Castañeda. El tercero que de los españoles navegó en el
mar austral fue el capitán Fernando de Magallanes, cuando descubrió
aquel memorable grande Estrecho en el año de 1520, por el cual entró por
la boca que tiene al Oriente y fue por la mar del Sur y por alta mar a las
islas de Maluco y Especiería, lo cual también queda dicho en el libro XX.
El cuarto capitán y descubridor en la costa austral fue el capitán Gil Gon-
zález Dávila y el piloto Andrés Niño, y lo que se acrecentó por su industria
en la moderna cosmografia, he de decirlo como la carta enmendada lo
platica y yo la he visto de la mano del cosmógrafo Alonso de Chaves, al
cual no culpo en aquello que él no hubiere visto en la discrepancia de los
grados, porque soy tan obligado a creer, o mejor diciendo, testificar lo que
mis ojos vieren, como a lo que otros que no lo navegan quisieren signi-
ficarme.
veinte leguas, desde donde tornó con ciento doce mil pesos que le dieron
los caciques, y más de la mitad de ello de oro muy bajo: a mi me escribió
que se habían bautizado treinta y dos mil ánimas o más de su voluntad
y pidiéndolo los indios; pero me parece que aquellos nuevamente conver-
tidos a la fe la entendieron de otra manera, pues al cabo le convino al Gil
González y su gente salir de la tierra mas que de paso.
III. Gil González, hizo cuatro navíos en el río que llaman de Balsa,
que no estuvieron para navegar y se perdieron todos, y en esto gasté
mucho tiempo y dineros, y tuvo mucho trabajo. Después hizo otros cuatro
en la isla de Perlas, que está en el golfo de San Miguel, y de allí se partió
esta armada a los 21 días de Enero de 1522, y después que navegaron
hasta cien leguas al Occidente, dijeron los marineros que toda la vasija
del agua estaba perdida, y que no se detenía en ella el agua ni se podía
remediar sin hacerse otra, y también hallaban ya los navíos tocados de
mucha broma; y por eso les fue forzado sacar en tierra todo lo que lleva-
ban donde mejor disposición hallaron, y poner a monte los navíos para
adobarlos. Lo cual lloró por algunos años después el cacique de Burica,
porque este adobo se hizo en su tierra y muy a su costa y de su gente, y
les hizo hartas fuerzas y sinrazones Andrés Niño y sus marineros; y así
después lo pagó con su cabeza, y le mataron indios, como se dirá en su lu-
gar. Desde allí enviaron un bergantín a Panamá por pez para brear y por
otras cosas, y como la gente no se podía sostener allí, donde los navíos
estaban, por falta de mantenimientos, y porque se guardase el bastimen-
to, que era para el camino de la navegación, fue necesario que el capitán
Gil González, con cien hombres se entrasen la tierra adentro para
sostenerse, en tanto que la pez venía y la vasija se hacía y los navíos se
adobaban, y también para comenzar a granjear oro, que era lo que princi-
palmente buscaban; porque de armada hecha por muchas bolsas no se
puede sospechar que el deseo de henchirlas es poco, ni que la codicia de
los ministros de ella sea el mayor cuidado, sino el mayor intento de los
armadores. Así que, caminando Gil González la tierra adentro hacia el
Poniente, algunas veces se halló tan apartado de la costa, que se vió arre-
pentido; pero dejó mandado a Andrés Niño, que quedaba con los navíos,
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 117
que venida la pez, y adobados los navíos, y hecha la vasija, se fuese la cos-
ta abajo al Poniente, y que andando ochenta o cien leguas, si llegase más
presto, le esperase en el mejor puerto que por la comarca hallase, porque
así lo haría él, si primero llegase.
Desde a quince días que allí estaban, llovió tanto y crecieron los ríos
de tal forma, que anegaron y cubrieron toda la isla, y en la casa donde el
capitán estaba, que era lo más alto, llegó el agua a dar a los pechos de los
hombres; y de ver aquesto los españoles pidieron licencia al capitán, para
irse a valer fuera del pueblo en los árboles, y él se las dió, y se quedó allí
en aquella gran casa con la gente mas de bien, esperando lo que Dios qui-
siese hacer, y pensando que no bastaría el agua a derribarla, y conjetu-
rando en esta sospecha, y temerosos de ver crecer el agua sin saber hasta
cuándo. Con este cuidado tenían en lo alto de la casa puesta una imagen
de Nuestra Señora y una lámpara de aceite que la alumbraba, y cada ho-
ra se venían allí más compañeros de los que no se hallaba de su propósito
de fuera y en otras partes: y a la media noche se quebraron todos los pos-
tes, y cayó la casa sobre los que estaban dentro, y derribó la cámara donde
estaba el capitán, y quedó sobre dos muletas de pie encima de la cámara,
el agua a los muslos, y llegaron las varas de la techumbre al suelo y que-
daron los compañeros el agua a los pechos. Plugo a Dios que con cuantos
golpes dió la casa sobre el agua vino poco a poco al suelo, sin dar golpe en
tierra y sin hacer fuerza para que la lámpara se muriese; que fue muy
gran socorro no quedar sin lumbre, para hallar manera con que saliesen
de allí y no se ahogasen, que estaban como los pájaros que se toman (o
ratones) con la losilla, puestos todos debajo de una sobrecopa. Y así rom-
pieron con un hacha la techumbre de la casa, y por allí salieron los com-
pañeros que con el capitán se habían quedado, y a él le sacaron en los
118 CRÓNICAS DE VIAJEROS
hombros, porque los demás se habían con tiempo acogido, con licencia de
Gil González, a los árboles, y con ellos los indios mansos que tenían de
servicio. Y de esta manera lo llevaron, dando voces para que los compa-
ñeros y el capitán se pudiesen juntar, lo cual se hizo con mucha fatiga.
Después que fueron juntos, colgaron una hamaca o manta de un árbol a
otro, en que el capitán fue puesto, y así estuvieron hasta que fue de día,
no cesando en toda la noche de llover mucho y con muchos truenos y re-
lámpagos; y de esta forma estuvieron hasta que el agua cesó y mengua-
ron los ríos y tornaron a su curso. Y temiendo que podría tornar a acae-
cerles lo mismo, hicieron sobre los árboles con varas y ramas ciertos so-
brados y cámaras cubiertas con hojas, y de tal manera que tenían fuego
en ellos; en los cuales sobrados se socorrieron otras dós veces por otras
crecientes, huyendo de las otras casas bajas. Después quedó la tierra tan
llena de lama y cieno y de árboles que el río trajo, que a gran pena podían
andar por allí.
rra un teniente con los hombres que llevaba. Y como la gente tuvo cono-
cimiento de esto, comenzaron a murmurar y quejarse de él, porque de-
jaba su compañía, y porque ya habían comenzado a topar mayores caci-
ques, y la esperanza de enriquecerse aumentaba, y en tierra había más
aparejo que en la mar para hallar oro: y así por esto como por el conten-
tamiento de los soldados, y porque con su presencia se harían mejor las
cosas que tocaban a la paz y a la guerra, acordó de quedar entierra, y con
cien hombres y cuatro caballos proseguir adelante. Y mandó que un te-
niente suyo, con Andrés Niño y otros pilotos juramentados, midiesen y
asentasen las leguas que se anduvieron en el descubrimiento de lo que
viesen, y así por mar como por tierra se continuase el viaje la vía del Po-
niente, con intención de hacer paces y con buen tratamiento a todos los
caciques y señores que hallasen; y a los que por bien no quisiesen la paz,
se les hiciese la guerra. Y quedaron allí dos navíos y parte de la gente en
guarda de cuarenta mil pesos de todos oros, que ya habían habido; y An-
drés Niño fue con los otros navíos adelante a descubrir, y Gil González
prosiguió por la tierra: y acordóse que al mismo puerto se tornasen a re-
coger.
Decíame Gil González que desde aquel golfo de San Miguel hasta
Nicoya anduvo cincuenta leguas (pero harto menos camino hay), y no me
maravillo, porque entonces no se sabía la tierra.
Allí dejó el capitán los tres escopeteros a curarse y otro hombre con
ellos, y al día siguiente llegó una legua del pueblo y topó cuatro indios
principales con los otros que él había enviado; y aquellos cuatro dijeron
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 121
Desde a ocho días que Gil González allí estuvo, pasó a otra provincia,
seis leguas de allí, y halló seis pueblos a legua ya legua y media o dos uno
de otro, de cada dos mil vecinos cada uno de ellos; y después que les hubo
enviado sus mensajeros, se aposentó en uno de estos, y los señores le fue-
ron a ver, y le presentaron oro y esclavos, y dieron de comer a los cris-
tianos. Y como sabían que Nicaragua y sus indios se habían bautizado,
dijeron que también querían ser ellos cristianos; y vino cada señor con su
gente a recibir el bautismo, y cada dia de otros pueblos enviaban a pedir
ai González que les enviase el capellán que los bautizase y les dijese
las cosas de Dios. Y así se hacían y madrugaban los de un pueblo y de otro
para (ver) cuál llevaría antes el clérigo.
Estando en medio de esta buena obra, parece ser que otros caciques
grandes, que estaban adelante, hubieron noticia de estos nuestros espa-
ñoles, y también sabrían cómo les presentaban taguizte (que así llaman
al oro en aquella lengua); y uno de ellos, llamado Diriajen, vino a ver a
Gil González, y llevó consigo hasta quinientos hombres, y cada uno con
un pavo o pava o dos en las manos, y detrás de ellos diez pendones o ban-
deras pequeñas sobre sus astas, y todas blancas, y detrás de estos pendo-
nes diecisiete mujeres, todas casi cubiertas de patenas de oro y doscien-
122 CRONICAS DE VIAJEROS
tos y tantas hachuelas de oro bajo, que pesaba todo más de dieciocho mil
pesos. Y más atrás, cerca del calachuni y de sus principales, venían cinco
trompetas, o mejor dicho pífanos, y cerca de la posada del capitán Gil
González tocaron un rato; y acabado de tañer, entraron a verle con las
mujeres y el oro. Y mandóles preguntar que a qué venían, y dijeron que
a ver quién eran: que les habían dicho que era una gente con armas que
andaban encima de unas animalias de cuatro pies; que por ver quién
eran y lo que querían, los venían a ver. Entonces el capitán Gil González
hízoles hacer aquel su sermón que se hizo a Nicaragua, y él acostumbra-
ba hacer a los indios con las lenguas a la soldadesca (después de haber
puesto en recaudo el oro), y respondieron que querían ser cristianos. Pre-
guntóseles que cuándo se querían bautizar, y dijeron que desde a tres
días venían a ello.
Como quiera que ello fuese, este nombre cristiano no place al diablo,
ni quiere la salvación de los hombres; y es de pensar que él apartaría del
propósito del bautismo aquellos indios, y también ellos vieron el poco nú-
mero de nuestros españoles, y al tercer día que dijeron (habiendo ido el
clérigo en el mejor de los caballos de cuatro que tenían y dos valientes
hombres con él, a predicar a unos pueblos no lejos), estando los españoles
descuidados de la guerra, sábado 17 de Abril, (de 1523) a mediodía, y con
grandísima calor, dieron sobre el capitán Gil González y su gente hasta
cuatro mil indios armados a su guisa, con unos jubones o corazas sin
mangas de algodón bastados, y armaduras de cabeza de lo mismo, y rode-
las y espadas de palo recias, y muchos de ellos con arcos y flechas (puesto
que no tienen hierba) y otros con varas para tirar. Y quiso Dios que a un
tiro de ballestas antes que llegasen al lugar, un indio del pueblo donde
estaban los cristianos, los vió venir y dió aviso, y lo más presto que pudie-
• Se refiere al yont, especie de coca, que los indios mascaban para infundirse valor y energía antes de
entrar en combate.
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 123
tad de dar en los contrarios por los respetos ya dichos; y porque la gente
estaba cansada, y algunos compañeros heridos, y otros enfermos, y por
no aventurar el oro que tenían allegado, y además de eso que de los de
aquel pueblo no tenían mucha seguridad, dieron la vuelta con pensa-
miento que llegados a tierra de cristianos, aunque estaban bien lejos de
ella, podrían con más gente y caballos y con más propósito volver a
castigar y hacer de paz aquella gente, y a saber los secretos de la tierra,
porque ella es tal, que ninguno la puede ver sin que le parezca muy
bien.
El cansancio que los nuestros hubieron en esta jornada fue muy exce-
sivo; pero mezclado su temor con su esfuerzo y con la prudente diligencia
de su capitán, no cesaron de trabajar valerosamente hasta que el sol se
quiso poner por una hermosa vega: y lo que mayor fatiga les fue era el pa-
sar de algunos arroyos, por no desamparar los dolientes y pasar los de la
resaca adelante, y en cobrar los indios que les dejaban las cargas.
Ami me escribió una carta Gil González, que dice que de aquel pue-
blo de este cacique de Nicaragua la tierra adentro tres leguas de la costa
de la mar del Sur; junto a las casas de la otra parte, está otra mar dulce,
que crece y mengua, y que él entró a caballo en ella, y tomó la posesión
en nombre del Emperador, y que se veía una isla dos leguas adentro o
apartada de esta costa de esta agua dulce poblada, y que el tiempo no le
dió lugar a saber más en esto; pero que mandó a entrar a algunos cris-
tianos en una canoa media legua adentro, para ver si el agua corría hacia
alguna parte, pensando que fuese río, aunque no veían la otra costa de
hacia el Norte; y los que entraron no conocieron que hubiese corriente.
Y sus pilotos porfiaban que salía aquel agua a la mar del Norte; pero él
y ellos hablaban por conjeturas y a tiento.
Y porque dije que desde las islas de San Lázaro navegó otras veinte
leguas al Poniente el licenciado Espinosa y el piloto Juan de Castañeda,
digo que desde aquellas islas de San Lázaro hasta el puerto de la Herra-
dura, la costa abajo al Occidente, al Oeste cuarta del Noroeste, se ponen
veinte leguas, y allí comienza la boca de este golfo de Güetares, que el
Espinosa llamó San Lúcar, y se hace una ensenada de dieciocho o veinte
leguas de longitud, que tiene en partes nueve de latitud, o más o menos,
dentro del cual hay gentiles islas y muy fértiles y pobladas. Y de la otra
parte de este golfo, frontero del puerto de la Herradura, está la punta del
Cabo Blanco (y llámase así, porque es terreno blanco, y sin eso tiene un
farallón cerca de la punta muy blanco); entre el cual y la Tierra-Firme o
punta puede entrar sin peligro una carabela de ochenta o cien toneladas.
Está el puerto de la Herradura en ocho grados de esta parte de la línea
equinoccial, y el dicho Cabo Blanco está en siete grados y medio, según
el cosmógrafo Alonso de Chávez o los que le informaron; y porque mejor
se entienda este golfo, pongo aquí la figura de él, si lo supe entender to-
davía, so enmienda de quien más particularmente lo hubiere compren-
dido.
Los Güetares son mucha gente, y viven encima de las sierras del
puerto de la Herradura, y se extienden por la costa de este golfo al Po-
niente de la banda del Norte hasta el confin de los Chorotegas. Al opósito,
en la otra costa del mismo golfo, de la banda del Sur, el más cercano río
de Çapandi es Cange, y en la del cacique Niquia, y en el de Nicoya (que
todos son vecinos de este golfo) hay mucho brasil, de lo cual hallé yo al-
gunos leños en la isla de Chara, con que las indias tiñen y dan color al al-
godón y a lo que quieren teñir. Y los españoles que allí se hallaron con-
migo, por brasil lo juzgamos; pero el cacique, señor de la isla, llamado Na-
ri, me dijo que eran árboles de una braza o poco más de alto, y llamábanlo
nanzi de los cuales árboles hay muchos en tierra de Nicoya y en Masaya
y en Tezoatega y en muchas partes de Nicaragua.
en un hilo que se ciñen; y esta tela es tan ancha como dos palmos, y por
detrás baja desde la cinta y métenla entre ambas piernas y pasa delante,
y alcanza a cubrir el ombligo y ponerse debajo del mismo hilo o cinta, y
así cubren todas sus partes vergonzosas; todo lo demás de las personas
traen descubierto o desnudo. Los cabellos pártenlos los mujeres por mi-
tad de la cabeza derechamente por la crencha, desde media frente al colo-
drillo, y de la una mitad hacen un trenzado que viene a quedar encima
sobre una oreja a un lado y de los otros medios cabellos. Y es gente muy
bien dispuesta, así los hombres como las mujeres. Algunas veces acaece
que por algún inconveniente o necesidad guardan aquel voto de Semíra-
mis, que no quiso acabar de coger los cabellos, cuando se le rebeló Babi-
lonia, hasta que la hubo sojuzgado y vuelto a su obediencia: y así estas
indias, cuando alguna necesidad o servicio de su señor o marido les ocu-
rre, primero proveen a aquello que a la gala de sus trenzados. Y así veía
yo algunas de ellas con un trenzado hecho y otro suelte: y así Semíramis
no se quiso acabar primero de concertar sus cabellos hasta restituir su
ciudad a su obediencia.
un pescado que llaman los cristianos pie de burro, que son como unos os-
tiones muy grandes y muy gruesos, y también se hallan perlas en algunos
de ellos. Afirman los hombres de la mar que es el más excelente pescado
de todos: de las conchas de ellos hacen los indios cuentas para sus sarta-
les y puñetes, que ellos llaman chaquira, muy gentil y colorado, que pare-
cen corales y también morado y blanco, y cada color es perfecto en las
cuentas que hacen de estas conchas del pie de burro y asaz duras, y son
tan grandes estos pies de burro como la cabeza de un hombre, y de ahí
para abajo algo menores.
Hay junto con estas grandes pesquería y perlas de estas islas (en
especial en la de Pocosi, en que yo me detuve algunos días, a causa de re-
parar allí una carabela que se nos iba a fondo), otra manera de trabajo
que para mi fue cosa nueva y muy enojosa, de muchas chinches en los
bohíos con alas: y no aparecen de día, ni había pocas de noche, y son más
diligentes y prestas y enojosas que las de España, y pican más y son ma-
yores que aladas grandes: y si se ensucian, lo cual hacen muy a menudo,
o las matáis, rodandóos en la cama, se despachurran sobre la hamaca o
sábana, y dejan una mancha tan grande como la uña de un dedo, y tan
negra como tinta de escribir y muy peor, porque nunca sale de la ropa con
jabón ni lejía hasta que sale todo el pedazo de la tela, tan grande como
fue la mancilla que hizo; pero no hieden. Y estas chinches en toda la pro-
vincia e islas de Nicaragua las hay.
Comen los indios en estas islas muchos venados y puercos, que lo hay
en grandísima cantidad, y maíz, y frijoles muchos y de diversas maneras,
y muchos y buenos pescados, y también sapos: y yo les he hallado atados
en las casas de los indios, y se los he visto comer asados, y ninguna cosa
viva dejan de comer por sucia que sea. Tienen muchas frutas, en las cua-
les no me quiero aquí detener, porque cuando se dé noticia de las otras
cosas de Nicaragua se dirá de ellas, en especial de aquella que llaman pa-
co, que es cosa mucho de notar.
dos del tamaño de medio real o más, como lo traen los indios en la Nueva
España. Son flecheros y valientes hombres, y Iláman se cristianos desde
que Gil González anduvo por allí; pero yo creo que hay pocos de ellos que
lo sean. Son idólatras y tienen muchos ídolos de barro o de palo en unas
casillas pequeñas y bajas que les hacen dentro del pueblo, allende de sus
casas principales de oración, que llaman teyopa en lengua de los Choro-
tegas, y en la de Nicaragua archilobo.
Oeste entran las naves y mayores navíos:, Yo he estado dos días surto
en este embocamiento, y se mataron muchos peces de los que llaman ron-
cadores, porque roncan, y son bien armados de dientes y es buen pescado:
llámase este puerto y río de la Posesión, porque allí hizo ciertos actos de
posesión el piloto Andrés Niño en este descubrimiento. Pero midan él y
Gil González como quisieren, esas sus seiscientas cincuenta leguas que
dijeron que habían descubierto por la mar: que en muchas más de la mi-
tad se engañaron, porque desde este puerto de la Posesión a Panamá, no
hay sino trescientas leguas, según lo que se platica al presente, pocas
mas o menos, y yo le he navegado dos veces con pilotos diestros en aquella
navegación.
Entre aquel río de la Posesión y la bahía de Fonseca está otro río, que
se llama río de San Pedro.. La punta más occidental de la bahía de Fon-
seca se llama cabo Hermoso," en el cual quiero hacer punto por ahora a
la cosmografia de esta costa, hasta que tornemos a ella; porque me parece
que es tiempo que volvamos al discurso de Gil González y Pedrarias
Dávila en lo que sucedió de este descubrimiento y oro, cuando volvió a Pa-
namá, que fue a los 25 de Junio de 1523, donde se fundió aquel oro; y fue
mucho menos el valor que el bulto de ello, porque la mayor parte era de
muy bajos quilates, y harto sin ley, puro cobre.
VIII. Allí se les murió un caballo (y esto no era causa suficiente para
mudar su nombre al puerto, que otros habían mucho tiempo antes descu-
bierto), e hízolo enterrar secretamente, no por hacerle obsequias ni hon-
rarle con sepultura, como Alejandro Magno a Bucéfalo, su caballo (y otro
caballo hizo asimismo enterrar Octaviano Augusto, emperador, y el Cid
Ruy Díaz mandó a enterrar a Babieca, su caballo); pero hízolo Gil Gonzá-
lez, porque los indios no lo viesen ni supiesen que los caballos eran mor-
tales, a los cuales mucho temen, porque allí no los habían visto nunca. Y
a otro puerto más adelante llamó Puerto de Honduras, e hizo un asiento
y pueblo, y Ilamóle San Gil de la Buena-Vista, y dejó allí algunos espa-
ñoles, y entróse con la mayor parte de la gente tierra adentro, y púsose
diez o doce leguas de aquel puerto de San Gil, en la parte que le pareció
más apropiada para su descubrimiento y conquista.
11 El cabo Fermoso de los mapas antiguos corresponde hoy a la punta Cosigüina, situada en la entrada
oriental del golfo de Fonseca.
134 CRÓNICAS DE VIAJEROS
En el tiempo que Gil González vino a esta Isla y hacía su segunda ar-
mada en esta ciudad de Santo Domingo, súpolo Hernando Cortés, que es-
taba en la Nueva España, y proveyó dos armadas contra Gil González,
porque no tomase aquel puerto de Higueras (que decían que era cosa ri-
ca); y envió la una por tierra con el capitán Pedro de Alvarado, y otra por
mar con el capitán Cristóbal de Olit, hombres de guerra y experimenta-
dos capitanes. Y el Cristóbal de Olit fue con sus navíos a la isla de Cuba,
y como allí tocó, luego se alzó contra Cortés, y dijo que no iba por él, sino
por sí propio, y quería también un pedazo de la Tierra-Firme, que le per-
tenecía también, como a Cortés lo que tenía de ella. Y desde aquella isla
atravesó a la costa de la Tierra-Firme, y salió en el puerto de Higueras,
y púsose en la costa con su armada, cerca del otro pueblo de San Gil, don-
de estaba Gil González, y pobló allí. Y como tuvo noticia de Gil González
Dávila y el Gil González de Cristóbal de Olit, por sus cartas y mensajeros
se confederaron y quedaron muy amigos, para ayudarse y hacer el uno
por el otro: y así se visitaban por letras, y al parecer tenían mucha confor-
midad, porque su fin de ellos era hacer sencillos sus enemigos y asegurar-
sede sus émulos; porque como tengo dicho, Gil González tenía por contra-
rio a Pedrarias a las espaldas, y (éste) había enviado a poblar a Nicaragua
a su teniente Francisco Hernández con otros capitanes y gentes. Y Cris-
tóbal de Olit temía se de Hernando Cortés: que les bastaban competido-
res poderosos, sin que los dos contendiesen entre sí. No es ahora conve-
niente decir lo que Cortés hizo en esto, porque cuando se trate de esa go-
bernación de Honduras, se dirá.
envió luego con más gente al capitán Hernando de Soto en busca de Gil
González, el cual estaba en vela y sospechoso que el capitán Rojas y otros
capitanes de Pedrarias tornarían sobre él. El tuvo aviso de los indios de
la tierra cómo el capitán Hernando de Soto y muchos cristianos iban: y
sabido esto, madrugó y asaltóles, dando sobre ellos en el lugar donde es-
taban, de noche; y pelearon los unos contra los otros, y en fin el capitán
Soto y los que con él iban, fueron presos y desarmados y algunos muertos,
y los despojó y quitó el oro bajo, que era harto lo que ya tenían. E desde
a dos o tres días los soltó sobre cierto juramento y pleistesía y les hizo
tornar su oro y armas, y se tornaron a su capitán o teniente Francisco
Hernández.
Nicaragua
Del puerto de San Vicente salió a descubrir Andrés Niño, y Gil Gon-
zález entró tierra adentro con cien españoles y cuatro caballos, y tropezó
• Extracto de la Historia General de las Indias
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 137
con Nicoian, hombre rico y poderoso; le requirió con la paz, y fue bien
recibido. Le predicó y lo convirtió; y así el tal Nicoian se bautizó con toda
su casa, y por su ejemplo se convirtieron y cristianizaron en diecisiete
días casi todos sus vasallos. Dió Nicoian a Gil González catorce mil pesos
de oro de trece quilates, y seis ídolos de lo mismo, no mayores que un pal-
mo, diciendo que se los llevase, pues nunca más les había de hablar ni
rogar como solía. Gil González le dió algunas cosillas de poco valor.
Preguntas de Nicaragua
si tenían noticias los cristianos del gran diluvio que anegó la tierra, hom-
bres y animales, y si habría de haber otro; si la tierra se habría de tras-
tornar o caer el cielo; cuándo y cómo perderían su claridad y curso el sol,
la luna y las estrellas; por qué eran tan grandes; quién las movía y tenía.
Preguntó la causa de la oscuridad de las noches y del frío, tachando a la
naturaleza, que no hacía siempre claro y calor, pues era mejor; qué honra
y gracia se debían al Dios trino de los cristianos, que hizo los cielos y el
sol, a quien adoraban por Dios en aquellas tierras, el mar, la tierra, el
hombre, que señorea en las aves que vuelan, peces que nadan y en todo
el resto del mundo. Dónde habían de estar las almas, y que habrían de
hacer una vez fuera del cuerpo, pues vivían tan poco, siendo inmortales.
Preguntó asimismo si moría el santo padre de Roma, vicario de Cristo,
Dios de cristianos; y como Jesús, siendo Dios, es hombre, y su madre, vir-
gen pariendo; y si el emperador y rey de Castilla, de quien tantas proezas,
virtudes y poderío contaban, era mortal; y para qué tan pocos hombres
querían tanto oro como buscaban.
pavos, y muchos de ellos dos cada uno. Las veinte mujeres le dieron cada
una veinte hachas de oro, que pesaban dieciocho pesos, y algunas más.
Fue más vistoso que rico aquel presente, porque el oro no era más de ca-
torce quilates, y aun menos. Emplean aquellas hachas en la guerra y edi-
ficios. Dijo Diriangen que venía para ver a tan nueva y extraña gente, que
tal fama tenía. Gil González se lo agradeció mucho, le dio algunas cosas
de quincallería, y le rogó que se volviese cristiano. El dijo que le parecía
bien, pidiendo tres días de plazo para consultarlo con sus mujeres y sa-
cerdotes; y era para reunir gente y robar a los cristianos, despreciando
su pequeño escuadrón, y diciendo que no eran más hombres que él.
Gil González dio muchas gracias al Señor de los ejércitos, que libró
a tan pocos españoles de tantos indios. Y de miedo, o por conservar el oro
que ya tenía, se desvió de aquel cacique, y se volvió al mar por otro cami-
no; en el cual pasó grandes trabajos, hambre y peligro de morir ahogado
o comido.
Halló en San Vicente a Andrés Niño, que, según afirmaba, había na-
vegado trescientas leguas de costa hacia poniente sin hallar estrecho, y
se volvió a Panamá, y desde allí fue a Santo Domingo a dar cuenta de su
viaje, y a concertar otras naos para volver a Nicaragua por Honduras, y
saber en qué parte de aquella costa estaba el desaguadero de la laguna.
Mas ya se ha dicho cuándo yen qué fue, y cómo se perdió y le prendió Cris-
tóbal de Olid.
Volvieron tan contentos los españoles que fueron con Gil González,
de la frescura, bondad y riqueza de aquella tierra de Nicaragua, que
140 CRÓNICAS DE VIAJEROS
1 No exactamente. Gil González peleó contra Hernando de Soto, enviado por Córdoba.
VI.. CRÓNICA DE ANTONIO DE HERRERA
SOBRE LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ'
Capítulo V
Que Gil González Dávila salió con su Armada y descubrió el Mar del Sur, con el
Piloto Andrés Niño, y que se quedó en Nicaragua, y lo que pasó en aquella Tierra.
Del descubrimiento que hiciera Gil González Dávila por Mar y por Tierra.
Pareciendo a Gil González, que allí era recibido con amor, quiso en-
tender los secretos de la tierra: y porque ya se tenía mucha noticia de
Nueva España, pensó en saber hasta dónde alcanzaba lo que Hernando
Cortés había pacificado. Anduvo por la tierra y halló muchos lugares, que
aunque no grandes eran buenos y bien poblados. Salían infinitos indios
a los caminos, maravillándose de ver las barbas y trajes de los castellanos
y los caballos, animal tan nuevo para ellos. El principal que hallaron fue
Diriangen, cacique guerrero, que fue acompañado de quinientos hom-
144 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Y habiendo ido un clérigo con el mejor caballo que tenían y dos com-
pañeros a predicar a unos pueblos vecinos, sábado 17 de Abril, con la me-
jor fiesta del mundo, dieron sobre los castellanos ti-eso cuatro mil indios,
armados a su manera, de jubones basteados de algodón y armaduras de
cabeza, rodelas y espadas, arcos, flechas y dardos arrojadizos: pero quiso
Dios, que siendo sentidos de un indio amigo, avisó a los castellanos, que
luego salieron a la plaza. Allí acometieron los indios, pensando vencerlos
y comerlos. Diéronse los unos a los otros buenos golpes por gran rato, y
derribaron siete castellanos heridos, y se llevaban otro en peso, sin que-
rerlo matar, y habiendo arremetido con los caballos y andando entre
ellos, se pusieron en huida, dejando el que llevaban y mucha gente muer-
ta, quedando en orden los castellanos, porque si los indios volvían, no los
hallasen descuidados, y la demasiada confianza les hiciese daño; no lo
hicieron, por recoger los muertos y heridos, porque usaban, no dejar nin-
guno en el campo: y en esto volvió el clérigo y los compañeros, sacando de
cuidado, a los que pensaban, que los indios los habían muerto.
Pareció a todos que por ser pocos, andaban en gran peligro, y con la
mejor orden que pudieron, se fueron retirando a la mar, y al pasar por el
pueblo de Nicaragua, salieron a ellos grandísimo número de indios: que-
daron de retaguardia dos caballos, cuatro arcabuceros y trece balleste-
ros, porque no había más tiradores en toda la compañía, ya pasando arro-
yos y caminando, dándoles mucho trabajo los indios que dejaban las car-
gas y se huían. Fueron peleando y caminando, hasta que llegó la noche,
que pidieron paz, diciendo: Que Nicaragua no había hecho aquello, sino
otro cacique su vecino. A medianoche, aunque con trabajo, por los dolien-
tes, y habiendo perdido mucha ropa y vitualla, comenzaron a caminar,
y llegaron a San Vicente, adonde hallaron a Andrés Niño, que había
LA EXPEDICIÓN DE GIL GONZÁLEZ 145
Era aquel pueblo del cacique Nicaragua tres leguas la tierra adentro,
en la costa de la Mar del Sur, y de la otra parte, junto a las casas del lugar
está otra Mar dulce, que llamaron así porque crece y mengua, que es la
Laguna de Nicaragua. Los indios no dieron relación adonde salía, pero
los pilotos castellanos dijeron entonces que aquel agua salía a la Mar del
Norte.
Pareció a Gil González que era bien volverse a Panamá, habiendo an-
dado por tierra por la costa y algunas veces la tierra adentro doscientos
veinticuatro leguas: dejó bautizadas treinta y dos mil doscientas seten-
ticuatro ánimas. Llevo ciento doce mil quinientos veinticuatro pesos de
oro bajo, ciento cuarenticinco pesos de perlas. Costeó la tierra desde Cabo
Blanco hasta Chorotega. Reconoció el golfo de Papagayos, Nicaragua, la
Posesión, la bahía de Fonseca. Iba con cuidado de buscar por allí estre-
cho, para pasar al Mar del Norte, porque muchos pilotos afirmaban que
la había, para poder hacer la navegación más breve a las islas de la Espe-
ciería, sin ir por el camino de los portugueses. Dió nombre a la bahía de
Fonseca, por memoria del obispo de Burgos, y a una isla, que está dentro
de ella, llamó Petronila por una sobrina suya. Dijeron los castellanos
grandes cosas de aquella tierra, por lo cual Pedrarias Dávila, desde en-
tonces trató de enviar a poblar a Nicaragua.
LA CONQUISTA DE NICARAGUA
DE CÓRDOBA
INTRODUCCIÓN
II
III
• Tomado de la Colección Muñoz. Real Academia de Historia de España . Tomo LXXVII, folios 140a 149.
154 CRÓNICAS DIC VIAJEROS
La mar dulce son dos bocas, y la una tiene treinta leguas de ancho,
y de la una a la otra hay un estrecho (Tipitapa), por donde se sangra, y
en medio de estas dos bocas está una laguna pequeña (Tisma); hay en ella
muchas islas pobladas. Por esta mar dulce echó al agua un bergantín,
que es para llevar en piezas, el dicho mi Teniente, para descubrir la mar
dulce, con que se bojó toda, halllóse una salida de un río (San Juan) por
donde sangra, por el cual no pudo ir el bergantín porque es de muchas pie-
dras y va muy recio y tiene dos grandes saltaderos (raudales), y fueron
por él en una canoa y no se pudo saber a donde va aparar, créese que sale
a la Mar del Norte.
Por medio de esta tierra fue otro Capitán (Gabriel Rojas) con gente
80 leguas y halló la tierra (Olancho) muy poblada, y hay muy grandes ár-
boles de sándalo, cetrino, y de cedros y pinos y de robles y quejigos y al-
cornoques en gran cantidad y de los pinos se ha hecho y hace mucha pez.
Dice también que ha enviado a buscar minas de oro a la mar del Nor-
te, y tiénese por cierto que las hay; y para el oro que tienen habido y para
lo demás que adelante hubieren y sacaren de las minas, me envían a pe-
dir fundición, la cual enviaré lo más presto que ser pueda.
Esto es lo que ha hecho hacia el poniente por la mar del Sur con la
armada que envié con el dicho Teniente Francisco Fernández y gente, lo
cual se hizo sin tocar en la hacienda real de V.M., para ello me ayudaron
algunas personas de estos de V.M., porque mi hacienda no basta para tan
grandes gastos como cada hora se ofrecen.
Al levante por la mar del Sur tengo enviada otra armada como le he
escrito a V.M., a descubrir con el Capitán Pizarro mi Teniente de Levan-
te, con muy buena gente y buen aderezo donde espero muy buenas nue-
vas cada hora de que Dios y V.M. serán servidos y estos reinos ennoble-
cidos porque hay nuevas de mucha riqueza. Plega a nuestro Señor guiar-
lo todo de manera que en algo pueda servir a V.M. Para esta armada del
levante me han ayudado con sus haciendas el reverendo Padre Dn. Fer-
nando de Luque, Maestre Escuela, y el dicho Capitán Pizarro y Diego de
Almagro, con aquella voluntad que verdaderos vasallos de V.M debía ha-
cer.
en otro la pena por cualquier culpa que haya cometido, muy humilde-
mente suplico a V.M., en remuneración de los servicios que desde mi ni-
ñez he hecho o fue a los bienaventurados católicos reyes de gloriosa me-
moria, vuestro abuelo y padre ya V.M., mande proveer de un juez sin sos-
pecha que me venga a tomar residencia, porque yo tengo por cierto que
V.M. sería informado de mis servicios y yo quedaré libre de las inicuas
informaciones que los susodichos han hecho y dado contra mf, y también
suplico a V.M. me mande dar licencia para que vaya a besar sus reales
manos y pies, porque en el acatamiento de V.M. ninguno ose decir suso-
dicho y si no lo cierto, porque quien con su honra no cumple, no cumplirá
con el servicio de Dios ni de Vuestra Majestad.
ii• LA CRÓNICA DE LA CONQUISTA SEGÚN
EL ADELANTADO PASCUAL DE ANDAGOTA.
• Tomado de la 'Relación de los Sucesos de Pedrarias Dávila en las Provincias de la Tierra Firme.
Colección de los Viajes y Descubrimientos que hicieron por mar los españoles desde fines del siglo XV.
Martín Fernández de Navarrete.
'El golfo de Nicoya fue descubierto en Octubre de 1519 par los pilotos Juan de Castañeda y Hernán
Ponce de León, enviados por el Alcalde de Panamá, Gaspar de Espinosa, por órdenes de Pedra-
rias.
LA CONQUISTA DE NICARAGUA 159
Esta ciudad de Fonseca, después que pasaron por allí los diez espa-
ñoles, salió el capitán con cierta gente la vuelta de Nicaragua, donde és-
tos vinieron, y metióse tanto en la tierra de Nicaragua que el Francisco
Hernández le prendió y le tomó la gente; y así se despobló aquel pueblo,
porque los que quedaban en él, visto que el capitán y la gente que con él
iba no volvía, se fueron tras ellos en el golfo de Sanlúcar, que era frontera
de los que iban de Panamá. El Francisco Hernández pobló una villa
(Bruselas); y ésta, entendido que él se quería alzar, se alzó de él, y envió
sobre ella y la despobló.
tomó las armas, y de la gente que salió a resistirle murieron dos hombres
con dos arcabuces. Y no estando el Gil González de tener en su compañía
tal gente lo soltó y visto que a Nicaragua no era parte para entrar, se vol-
vió de allí a Puerto de Caballos, donde estaba Cristóbal de Olid, capitán
de Cortés, y (Francisco de las) Casas, que era un capitán que había envia-
do Cortés sobre él. Y el Gil González, estando todos en poder de Cristóbal
de Olid, un día estando comiendo le dieron de puñaladas y murió.
Capítulo XII
Capítulo I
Que Pedrarias fue a Nicaragua. La instrucción que llevó Pedro de los Ríos para
gobernar en Castilla del Oro.
años después. Los dos únicos puntos costeros del país donde el cronista
estuvo fueron el puerto de La Posesión, cuando midió la latitud y conoció
los peces roncadores y la costa de Papagayo (El Ostional-Bahía de Sali-
nas), así llamada por los españoles debido a un cacique que Gil González
encontró en ese sector en 1523, no obstante que Oviedo atribuye el nombre
al parloteo" producido entre el velamen y las jarcias de los barcos que so-
lían navegar por aquella ventosa costa.
III
Capítulo II
punta de Güera en seis grados y medio. Y entre ambas puntas está el gol-
fo que llaman de Paris, porque allí estuvo un rico y poderoso cacique lla-
mado Paris pero los españoles le hicieron presto pobre y flaco. Notorio es
que en veces más de noventa o cien mil pesos de oro dió, y le tomaron
diversos capitanes.
que estando apartados de tierra en la mar, le rogó que por amor a Dios
le sacase a morir fuera de la caravela en una de aquellas islas, y el piloto
le dijo: "Mi ser Codro, aquello que decís que son islas, no lo son, sino tierra
doblada, y no hay islas allí". Y el replicó: "Llévame, que sí hay dos buenas
islas junto a la costa y de muy buena agua, y más adentro está una gran
bahía o ancón con un buen puerto en la Tierra-Firme". Y así era la ver-
dad, y el puerto por quien Codro decía es el de Ponuba, del que de suyo
se dijo; y el piloto quedó maravillado después que salieron a tierra y vio
ser como Codro había dicho, sin haber estado allí cristiano alguno ni sa-
berse tal puerto de nignún español. Pasemos a lo demás.
Cerca de esta punta de Santa María está una buena isla, que se dice
isla de Santa María, y desde la punta de Santa María hasta la punta de
Borica hay veinte leguas; dentro de las cuales puntas hay algunas islas,
y la que está más afuera de la mar es la isla de Benamatia, y los cris-
tianos, engañándose, la llamaron Santo Matías, la cual dicha isla está en
seis grados de esta parte de la equinoccial, y la punta Borica está en seis
grados y medio. En estas veinte leguas que he dicho que hay de punta a
punta, andándolas por dentro, tierra a tierra, hay más de cuarenta por
la costa de la tierra.
Desde la punta de Burica hasta el cabo de Santa María que está más
al Occidente hay quince leguas, y hácese un gran ancón redondo de pro-
montorio a promontorio, y ambos están en una altura y grados, y llámase
aquella mar que está entre medias Golfo de Osa, dentro del cual hay un
buen río; pero estas quince leguas por dentro son largamente treinta.
Desde el cabo Santa María hasta la punta que está cerca de la isla
del Caño hay dieciocho o veinte leguas, y la dicha isla está cerca de tierra;
y llámase del Caño porque según fui informado del piloto Juan de Casta-
ñeda, que la descubrió en compañía del licenciado Gaspar de Espinosa,
hay allí un caño de una fuente natural, muy hermoso, que cae de una pe-
ña alta, y pueden meter la barca debajo y henchir las pipas que quisieren
dentro de las barcas, y es tan grueso o más que un círculo de un real de
plata castellano. Esto doy al precio que lo hube; porque aunque le he pre-
guntado a otros, no lo han visto o no lo saben tan puntualmente. Y pasé
dos veces bien cerca de esta isla y con determinación de ver si era así como
lo he dicho y me habían informado, y el tiempo no dio tal oportunidad, co-
mo yo quisiera, para comprobar lo que es dicho, y así nos convino apartar
y meternos más alamar. La punta de la Tierra-Firme que está más cerca
de la dicha isla del Caño, está en siete grados de aquesta parte de la línea
del equinoccio, y en los mismos está la dicha isla del Caño.
Desde la dicha punta o isla del Caño hasta el Cabo Blanco, o al puerto
de la Herradura hay cuarenta leguas, la vuelta del Poniente. Y aqueste
puerto y el dicho cabo es el embocamiento del golfo de Orotiña, alias golfo
de Nicaragua, y otros le dicen golfo de Güetares, que es otra nación. Está
dicho puerto de la Herradura en ocho grados de la línea equinoccial, y el
dicho Cabo Blanco está en siete grados y medio según la carta; pero otros
le ponen en ocho y al puerto de la Herradura en ocho y medio.
Digo que desde el Cabo Blanco hasta una isla que la carta llama Mo-
ya, pone veinticinco leguas, y en estas nombra a Pocosi; y es un engaño,
porque Pocosi es una isleta dentro del golfo de Nicaragua u Orotiña, y no
tierra fuera de la costa; y nombra Arrecifes y Pari, y también se engaña,
que no ha de decir sino Paro, que es un buen cacique y río; y deja de nom-
brar el puerto de las Velas, que está en la costa delante del Cabo Blanco,
y luego comienza el golfo que llaman del Papagayo, y aun a veces es de
más la navegación; y llámanle así porque los papagayos las más de las
veces hablan y chirrían sin voluntad de su dueño; y así allí las cuerdas
yjarcias de los navíos parecen que hablan y suenan más de lo que querían
los que por aquel golfo navegan.
La isla dicha Moya está cerca de la costa, en siete grados y dos tercios
de esta parte de la equinoccial, y hay hasta ella desde el dicho Cabo Blan-
co veinte leguas (después de la isla de Moya hasta el río o puerto de la Po-
sesión), cincuenta y cinco leguas o más; pero como la costa va enarcán-
dose, bien se pueden contar ochenta hasta la Posesión desde el Cabo
Blanco o más, no obstante que los hombres de la mar comunmente las
cuentan por ciento bien cumplidas.
Capítulo III
Ya dije de suyo que en la carta hallo que ponen el río del puerto de
la Posesión en diez grados o poco más, y se yo muy cierto, y he visto,
medido y experimentado muchas veces aquello, y son trece; porque con
pilotos y hombres diestros del cuadrante lo examiné allí, estando dete-
nido por falta de tiempo, y se que la costa, cuanto más adelante va al Po-
niente, más se va enarcando y dando la vuelta al Norte, y los grados
aumentándose, y han de ser más de los trece que he dicho poco a poco. Y
por tanto, habido aquesto por máxima, tomad lector lo que aquí diré por
relación del cosmógrafo que ha dicho como la hallares, que aquí en ade-
lante no es mío lo que diré, sino del cosmógrafo Alonso de Chaves y de su
carta, y no solamente en ella sino después, diré lo que expresa por el
patrón nuevo acabado y examinado por todos los cosmógrafos de Su Ma-
jestad el año de 1536 en Sevilla. Pero yo quisiera más que dos o tres de
ello lo hubieran visto o navegado.
Torno a decir aquella autoridad de Plinio que dice que estas cosas
encubiertas e inextrincables así las da y las cuenta, como las ha recibido,
puesto que aquesto no es ininteligible, si los que lo apuntaron lo enten-
dieran bien, yen cada puerto o parte hicieran la diligencia y examin ación
como convenía, o como yo la hice en este puerto de la Posesión; el cual
nombre dió el capitán Gil González Dávila, que fue criado del obispo don
Juan Ruiz de Fonseca, obispo de Burgos, presidente del Consejo de las
Indias, y el piloto Andrés Niño, cuando lo descubrieron, como he dicho.
Y llamáronle así porque además de lo que otros capitanes habían descu-
bierto de aquella costa, fue allí donde en lo que estos ni otros españoles
no sabían, tomada posesión en nombre de Su Majestad.
Desde aquella boca o isla de Chorotega hasta el río del Campo pone
la carta siete u ocho leguas y en la misma altura de Chorotega; y de allí
se va la costa y trae ocho leguas hacia el Norte, y de allí va otras doce o
trece hasta el río Grande, la boca del cual pone esta carta en doce leguas.
Desde el río Grande hasta el golfo de Guazetan hay cien leguas, en que
está el río Grande; pero en estas cien leguas hay adelante del río Grande
todo lo que aquí diré sucesivamente: Río de Marisma, Rostro Fragoso,
Los Frailes: estos son tres isletas en triángulo a la punta o boca de un río,
y hasta estos Frailes desde el dicho río Grande hay treinta leguas. Y más
adelante está el Aguada de Briza, y más al Poniente está el río de Guate-
mala, que es en la gobernación del adelantado Pedro de Alvarado, desde
la cual al dicho golfo hay cuarenta y cinco leguas, poco más o menos.
Delante de Guatemala está la Playa, y más adelante Río Ciego, y adelan-
te está el ancón de Matas, y más adelante el río San Jerónimo, y más
Desde el Río Cerrado a la punta que el dicho ancón tiene hay diez le-
guas, yen la vuelta del dicho ancón otras tantas, que son veinte en todas,
y está la dicha punta del ancón que he dicho en doce grados y un cuarto.
Desde la punta del dicho ancón hasta Tegoantepeque hay veinticinco le-
guas, y la costa se vuelve en arco, como medio grado al Norte, y en el ca-
mino están los Pegios; y está el dicho Tegoantepeque y su puerto o río en
trece grados, según esta carta.
Desde el ancón que he dicho hasta el río Grande se corren otras vein-
ticinco leguas, así mismo al Noroeste, y está la boca del dicho río Grande
en algo más de quince grados; y delante del dicho río Grande, la vuelta
180 CRÓNICAS DE VIAJEROS
del Oeste-Sudoeste, están tres islas que van una delante de otra,
cercanas y sin nombre. Desde la punta occidental del río Grande hasta
la Playa hay treinta leguas, y está la punta inferior de la dicha Playa en
dieciseis grados de esta parte de la línea. Desde la Playa hasta el Cabo
Salido hay treinta leguas. Está el dicho Cabo Salido en diez y seis grados
y medio de esta parte de la línea equinoccial. Desde el Cabo Salido hasta
la punta inferior del golfo Salado hay algo más de treinta leguas, y está
el dicho golfo y punta en diecinueve grados de esta parte de la línea. Des-
de la punta del golfo Salado hasta el río de Sancti Spiritus hay cuarenta
leguas, y está la boca de este río en veintiún grados y un cuarto; y de allí
en adelante no hay escrito ni nombrado más en la carta, salvo lo que pin-
tan en ello sin nombre alguno, señalando todavía que la 'costa se va enar-
cando hacia el Norte. Y yo soy de opinión que estos grados desde el río de
la Posesión adelante, en todas las partes nombradas, hasta el dicho río
de Sancti Spiritus, son tres grados más de lo que la carta pinta. De mane-
ra que el dicho río Sancti Spiritus estará en veinticuatro grados, poco
más o menos. Póngolo así, porque como he dicho, siempre se va la costa
hacia el Norte.
Capítulo IV
En el cual se trata de las lagunas de Nicaragua, que unos decían que eran dos y
otros que tres, y yo digo que no es sino una todas aquellas, pues que la una desagua
en la otra, y la otra en la otra, y la otra y última o tercera en esta mar del Norte;
y también se tratará aquí de otras lagunas de aquel reino y gobernación.
monias y todo lo demás, acabándose las vidas. Todavía se dirán otras mu-
chas particularidades que pude yo saber más que el fraile que he dicho,
porque residí más tiempo en la tierra, y muchas más quedarán por decir
que no supe.
A estas lagunas han dado diversas medidas; a la que está más cerca
de la mar del Sur en la provincia de Nagrando, a la par de la cual está la
ciudad de León, dicen qué tiene cincuenta leguas de circunferencia; ya
la que está más adelante hacia el Norte, a la par de la cual está la ciudad
de Granada, en la provincia de Jalteva, dánle de circunferencia ciento
cincuenta leguas.
Siguióse que el año de 1529, Martín de Estete fue por mandato de Pe-
drarias a una provincia que se dice Votto. con cierta gente, para ver el fin
de estas lagunas y si iban a vaciar en la mar del Norte, pues que la pri-
mera lleva su curso a vaciar en la segunda. Y como este capitán sabía más
de amotinarse y revolver que no de la guerra ni ejercitarla como debía,
dióse mal recaudo y volvió huyendo y desbaratado, y le mataron algunos
cristianos e indios de los de servicio que llevaban. Y si no fuera por el buen
ánimo y esfuerzo del capitán Gabriel de Rojas, no quedara español con
la vida. El cual hizo cara a los enemigos y peleó como muy valiente sol-
dado y experto capitán en cierto paso, de tal manera que resistió los con-
trarios y se pudieron recoger los cristianos y salir de ciertos trampalesy
Achros S apota.
Y me dijo más: que el doctor Robles, que gobernaba a Castilla del Oro,
tenía presos a aquellos que vinieron de las lagunas y les había embarga-
Ahora quiero decir mi opinión, pues que siempre he dicho que estas
lagunas no son dos ni tres ni más, sino sólo una, porque para dividirlas
no se han de comunicar ni continuar el agua de una con la otra, como lo
hacemos en la tierra, que para ser isla ha de ser cercada de agua, y así
para ser lago ha de ser cercado de tierra. Habiendo tantos millares de le-
guas en la Tierra-Firme continuada, no se tiene por isla, porque haya po-
co camino desde Panamá al Nombre de Dios, ni porque desde lo último
de estas lagunas y más hacia el Sur esté cerca de la mar austral. Por ma-
nera que toda es una laguna, y según sus vueltas y viajes o asiento, a cau-
sa de los promontorios de la tierra, yo pienso que hay más de doscientas
cincuenta leguas en circunferencia de su entrada a la mar del Norte has-
ta la parte más austral de la dicha laguna por la una y otra costa de ella.
Y las medidas primeras de Pedrarias y otros, claro está que son fal-
sas, porque pues no sabían la longitud, cómo arbitraron la circunferen-
cia? Llamaron una laguna a aquella agua de ella que estaba a par de León
de Nagrando, porque cuando llega a la tierra de un cacique de aquella
COSTAS, LAGOS Y EL R lO SAN JUAN 185
En la primera parte, libro XIII, capítulo II, hallaréis cuáles son estos
pescados, y este que digo que hallé muerto fuera de la laguna no podía
ser sino que entró por el dicho desaguadero; y aunque era de más de doce
pies de largo, era pequeño, porque aquella espada era pequeña y no ma-
yor que palmo y tres dedos, y no más ancha en lo más ancho o en su naci-
miento que dos dedos.
decir dos, y tepet quiere decir sierra. La una y la otra sierra están conti-
nuadas; y la que está a la parte del Este es más baja que la que esta hacia
el Poniente, y aquella más alta es tan alta que muy pocas veces se puede
ver la cumbre de ella. Y cuando ya pasé por la costa de esta laguna, de
ventura estuvo clara ciertas horas, y la vi muy ami placer, porque dormí
en una estancia de un hidalgo llamado Diego de Morán, y de un Avilés,
y el Avilés era el estanciero; la cual estancia está en la costa de la laguna
y a la legua poco más o menos de la dicha isla, (que esto puede estar de
tierra), y aquel Avilés me dijo que había más de dos años que estaba allí,
y que sólo otra vez había visto clara la cumbre de la dicha isla, a causa
que siempre está coronada y cubierta de nublados o niebla lo alto de esta
sierra. Yen la cima de ella está partida; y por eso la pinté aquí, para darlo
mejor a entender al lector. La hendidura de aquella cumbre o valle den-
tro de las puntas está del Este al Oeste, así que un pico está al Sur y el
otro al Norte, y entre ambos se hace aquel valle que los divide como en
esta figura se ve.
Ese Avilés que estaba allí en Songozama tenía muchos puercos, que
eran suyos y del Diego de Morán, de los cuales daban carne a la ciudad
de Granada; y como comían infinito pescado de aquel charco, parábanse
muy gordos, tanto, que de gordos y porque tenían sabor y aun olor de pes-
cado, eran aborrecibles, y por eso los traían ya apartados del agua, y no
los dejaban entrar en ella para más de beber.
Está un cerro muy alto y redondo, en la cumbre del cual hay un caos
o profundidad grandísima, de la que sale fuego o tal resplandor como
aquel de Mongibel en Sicilia, alias Etna, y mucho mayor y más continuo,
188 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Dicen los indios que aquella agua les es muy sana y provechosa, por-
que no consiente criar bazo, y para lavarse y nadar en ella; y así cuantos
indios e indias bajan por ella, primero se lavan y nadan que tornar arriba,
COSTAS, LAGOS Y EL Rio SAN JUAN 189
y aun la subida es tal que el bazo se deshiciera presto a los que lo conti-
nuasen.
Entre las otras escaleras que hay para bajar por esta agua, hay una
que es de bejuco de alto a bajo; y no hay otra agua hasta dos o tres leguas
de allí. Y como en lo demás es tierra fértil, sufren o soportan este trabajo
de traer agua a los pueblos de aqueste lago, y porque como es dicho, es
muy buena.
Otra laguna hay a dos leguas de la ciudad de León, de agua dulce, que
puede bojar dos leguas; y beben de ella los vecinos que están cerca de ella:
llámase Teguazinabi e. Hay otra laguna a cuatro leguas de León, que pue-
de bojar dos leguas o algo más, de agua dulce, y beben de ella, la cual se
llama Tecuañauete..
' Itiscapa.
Partió Su Merced a 6 de Abril del año 1539 de las isletas que están
sobre la ciudad de Granada, sobre las provincias de Nicaragua, y fuése
entre las isletas aquel día primero; y fue a surgir sobre la postrera, donde
entró en acuerdo con el Capitán Machuca y los Reverendos Padres y otros
hidalgos y caballeros que al dicho Señor Capitán le pareció llamar, sobre
que al dicho Señor Capitán le parecía que las fustas y barca y canoa iban
muy cargadas de gente y caballos y puercos y bastimentos, y que sería pe-
ligroso atravesar el golfo de la laguna tan cargados.
Y el parecer que se dió fue que quedaba allí la mitad de la carga; con
la otra mitad el Capitán Machuca, con las dos fustas y canoas, las cuales
eran cuatro, atravesase el golfo de la dicha laguna y fuese a unas islas que
están en la otra costa hasta ocho leguas (de) ahí, y en una de ellas que es
la más alta, que se llama la isla de la Ceiba, descargase la gente y otra
carga que llevaba y tornase a enviar las fustas y canoas al señor Capitán
para que tomase el resto de la gente que había quedado y atravesase el
dicho golfo.
allí llegó con todo el más hato, y otro día por la mañana se hizo a la vela
con toda la armada junta y caminó su viaje a hacer noche en una punta
que aparece adelante (sobre) la vía del Desaguadero., que según los
maestros decían habría cuatro leguas, y allí hizo noche y otro día de ma-
ñana partió de allí navegando la costa en la mano con buen tiempo.
Hecho esto, otro día de mañana se partió el Sr. Capitán con su arma-
da y fue con buen tiempo a tomar una punta donde se hace un gran río',
y allí surgió y estuvo esperando al Sr. Capitán Machuca, y llegóse con la
gente por tierra para que los encaminase, los cuales los toparon y traje-
ron donde estaba el Sr. Capitán y asentaron su real junto aquel río, y se
atravesó una soga por él, que era en ancho doce brazas; y por aquella soga
iban y venían las canoas pasando caballos a la otra banda, de manera que
todo el día tuvieron que pasar. Pasada la gente y caballos y dando el bas-
timento que hubieron menester para cuatro días, caminaron y el Sr. Ca-
pitán se volvió a su armada, y otro día de mañana se hizo a la vela y ca-
minaron hasta después de mediodía porque a esta hora siempre le volvía
el viento por delante y surgió hasta otro día de mañana, que tenia el vien-
to casi al Norte.
Otro día de mañana se hizo a la vela y llegó a surgir cerca de las islas
de Mayali, donde estuvo todo el día surto, y no pudo llegar a las islas
hasta la noche, que tomó una isla pequeña antes de las otras y desde allá
envió una canoa, que no podían ir los bergantines, que era bajío, a hablar
' Punta Mayales.
Más adelante halló otra isla donde estaba una mezquita muy ruin y
muchos enterramientos donde se enterraban los indios. De allí partimos
después de medio día y llegamos al puerto de Mayali; está en la costa de
tierra firme, que son dos bohíos harto ruines, y estuvimos aquel día y
aquella noche. Y otro día de mañana, como el Capitán Mach'uca no venía,
enviólo a buscar y hallaron el rastro como había pasado y mandóle seguir
y que fuesen y le siguiesen, y hallaron al Sr. Capitán Machuca que había
acabado de pasar un río., el cual porque no volviese atrás dijo que se fuese
en frente de uns islas despobladas que estarían dos leguas de allí y él lo
hizo así. Y otro día por la mañana el Sr. Capitán se hizo a la vela y fue
a surgir aquellas islas., donde saltó a tierra, y a donde a poco rato llegó
el Sr. Capitán y mandó a embarcar todos los caballos y que no fuesen más
por tierra porque llevaban mucho trabajo de ciénagas y de ríos y se hizo
así.
Embarcados los caballos y toda la tropa, hizo noche allí y en otros dos
días fue a otras dos islas que estaban a mano izquierda de las islas So-
lentinamejunto a la costa, y allí mandó a surgir y rogó al Sr. Capitán Ma-
chuca que tomase el bergantín pequeño y que sacados los indios e indias
y otra carga que venía sobre cubierta, tomase veinte hombres que fuesen
con él a la isla de Solentiname y trabajase por tomar alguna guía que nos
llevase al río que desagua a la laguna, por donde el señor Capitán había
de salir; y él lo hizo y se partió sobre tarde y aquella noche tomó un indio
en una canoa con el cual se volvió, el cual trató de ser tan bueno, que sabía
muy bien el río y tres o cuatro lenguas de las que en él se platican.
' El Oyate.
grande de malla como convenía para tan grandes pescados, y con esto se
volvió a su armada, donde hubo que comer aquella noche y otro día y otro.
El Real, así españoles como indios, otro día de mañana se vino a sur-
gir a un ancón, porque estaba el agua más sesga; preguntados los indios
por el señor Capitán por su pueblo y también por el río, dijeron que su
pueblo eraAbito, el cual estaba a la mano izquierda a la banda del Norte,
yen lo del río habían cinco raudales, y que pasando éste sobre el que está-
bamos había otro que llamaban la Casa del Diablo..
Luego este mismo día rogó el señor capitán al Capitán Machuca que
tomase veinte hombres y se fuese y mirase de qué manera iba el río, el
cual se proveyó con dos canoas y los dichos veinte hombres, y despachado
esto mandó a Damián Rodríguez que se fuese con otras dos canoas y otros
veinte hombres el río arriba a dar a Abito. Dentro de dos días vino el capi-
tán Machuca, el cual llegó hasta el raudal del Diablo y otro más bajo"; dijo
que le parecía cosa difícil pasarse los navíos.
cuatro días por él y uno por sierra, el cual vino con cuatro canoas y mucha
gente en ellas y me mató muchos indios de los míos y me llevó muy mu-
chas indias y muchachos; habrá una luna que vino Tori, que está el río
abajo dos días, el cual me mató y llevó toda la gente, que no quedó mas
que yo que me escondí, y estas cuatro viejas que aquí véis. Y luego el señor
Capitán les preguntó por el río, si había mucha agua y si había más rau-
dales como los pasados y él respondió: "De aquí a Tori no teneis ningún
raudal ni piedras; desde Tori hasta Suere. el agua va muy recia y teneis
piedra, no es tan baja como esta otra que habeis pasado". Esto es lo que
el señor Capitán pudo saber del río abajo; y luego otro día por la mañana
se partió para volver a su armada. Estuvo en el camino cuatro días, por-
que hay cinco raudales, los cuales son muy trabajosos de subir; trajo la
gente muy trabajada y muy llagada de los pies, porque era forzoso saltar
la gente en los raudales para pasar, digo, en el agua.
sabia bien aquella tierra, el cual nos dijo y nos dió muy gran relación de
la tierra toda y contó muchos pueblos. Y partidos de Tori con este medio
llegó a la mar del Norte, donde desde que el capitán se vió allí creyó que
estaba en alguna laguna como los indios de Nicaragua decían, porque la
mar hace allí un gran ancón."
A la salida del río se halló una barra algo trabajosa y luego mandó
el capitán surgir y luego mandó que la barca se deshiciese y de ella se
hiciese una fragata para subir por los ríos arriba; y entretanto que se ha-
cía acordó de mandar a Hernán Márquez que con la fusta menor llamada
San Juan, esquifada, fuese a ver la costa de la mano izquierda, que era
la parte donde venía el capitán Machuca, para que si hubiese salido a la
costa le viesen y le hiciesen señales por donde se conociesen; y como el
maestre de la fusta no sabía de navegación, desvióse algo de la costa y to-
móles calma y echólos por el contrario, donde anduvieron diez días per-
didos y volvieron harto fatigados de sed y de hambre, y venidos al real,
el Capitán les mandó descansasen tres o cuatro días, en cabo de los cuales
les mandó volver por la otra costa que va la vuelta de Guaymura que
es por la que venía el capitán Machuca en demanda de Yari, el cual le lle-
vó a dicho ríos, y subieron por él tres días, a cabo de los cuales dieron con
un bohío donde tomaron un indio que se había suelto al dicho capitán Ma-
chuca y de él se informó Hernán Márquez como el capitán Machuca esta-
ba de allí tres días con toda su gente; y aquella noche se les fueron siete
cristianos de once que llevaba y se quedó con cuatro, y visto esto se volvió
donde habían dejado la fusta a la entrada del río, porque él había subido
en una canoa; y con esto se volvió al capitán y en el camino le topó, que
iba en su demanda, y después de dada la bienvenida le dijeron lo que pa-
saba; y él visto esto acordó de ir al dicho río con toda la armada y con toda
ella entró por el río y subió por el cinco días, los cuales hizo creyendo po-
derse allegar donde el capitán Machuca estaba, porque su intento era po-
der tomar al capitán Machuca y a toda su gente y caballos, y pasarlos a
la otra parte de las poblaciones.
Mandó surgir y desde allí mandó a Hernán Márquez de Avila que con
diez españoles y con las guías y lenguas se fuesen en busca de Machuca,
el cual lo hizo, y en el camino le adolesció un hombre y acordó de enviarle
al real con otros tres hombres; y llegó al rastro que llevaba el capitán Ma-
chuca y le siguió un día donde él había estado de asiento; y de allí se volvió
al Capitán, el cual hubo mucho enojo porque no había seguido más ras-
tros; y luego el capitán escogió otros diez hombres recios y les dijo que vol-
" La bahía de San Juan del Norte.
Costa norte de Honduras.
Actual río Punta Gorda.
COSTAS, LAGOS Y EL RIO SAN JUAN 199
viesen luego a seguir el rastro, y así se hizo; y el capitán les dijo que quería
bajar la armada a la mar y que les dejaba allí una canoa en que se fuesen
cuando volviesen en su busca, el cual dijo que le hallarían en la salida del
río. Y llegando el capitán a la mar mandó surgir y apercibir de la gente
que le había quedado diez españoles, y les dijo que fuesen con él a buscar
comida, que ya no la había, y se aderezó y entró en la fragata.
Iba en demanda de un río que las guías decía que estaba poblado, y
el primero día que salimos surgimos en unas isletas que había en el cami-
no , otro día de mañana, yendo con el buen tiempo, se comenzó a arre-
ciar la mar y el capitán iba con una calentura cuartana, y yendo así se
trastornó la fragata de manera que volvió la quilla arriba y lo demás
abajo, y con ayuda de Dios todo se hizo tan bien, que todos nos hallamos
encima de la quilla sin faltar persona de veintidos españoles e indios que
llevaba, donde con todos los demás estuvieron una hora o más, que no sa-
bían que decirse, en cabo de la cual ciertos hidalgos que allí iban acome-
tieron a decir a todos los que sabemos nadar: "Procuremos de salvar al
Capitán", y el Capitán respondió: "Cómo me podeis salvar vosotros, que
yo no sé nadar?", y ellos respondieren: "En una escotilla os llevaremos",
y el Capitán dijo: "Si eso se puede hacer, salvaos vosotros, que estos in-
dios me salvarán a mí", y luego comenzó cada uno a tomar tablas y remos
y maderas, y sobre ellos irse nadando vuelta de tierra, y los indios alle-
garon una escotilla a la fragata y el capitán se echó de pecho sobre ella
y los indios lo hizieron tan bien que sacaron al Capitán, el primero que
llegó a tierra, donde nadaron cerca de media legua que había hasta la tie-
rra, por manera que aquella noche se quedaron tres en la quilla, que no
se osaron echar al agua y con ellos quedaron los guías y lenguas y otras
dos piezas.
no saltó nadie, sino los guías y lenguas que se nos había ido; la fragata
estaba sobre dos peñas, la cual no había recibido mucho daño, y la saca-
mos y remediamos y nos metimos en ella y tomamos los remos que halla-
mos por la playa y nos volvimos a remo donde había el Capitán dejado las
fustas con un clérigo y otros españoles enfermos. Y yendo de esta manera,
en el camino vimos una vela de alta mar, donde conocimos que estábamos
en la mar del Norte, porque hasta allí no pensábamos que estábamos sino
en una laguna, y así lo traíamos por relación desde Nicaragua.
Y desde allí se tornó a la fusta, ya toda la gente muy flaca por falta
de comida y el mucho trabajo que habían pasado, donde halló al padre
muy malo y algunos de los pocos que habíamos dejado muertos. Y visto
esto, y que los que habían ido en busca de Machuca no volvían, los cuales
habían se ido cerca de cuarenta días, el capitán estuvo dos días allí y man-
dó traer el bergantín menor y maestro y de él tomó las velas y mástil y
antena, para que si el mástil de la fusta se quebrase que pudiese poner
aquel, y hecho esto, mandó recoger toda la gente sana y enferma y les hizo
un parlamento en que les dijo: "Hermanos, ya veis el estado a que somos
venido, yo quiero ahora que cada uno de vosotros me dé su parecer para
ver cómo mejor o dónde nos salvaremos", y ellos dijeron pareceres des-
concertados y el Capitán visto esto dijo: "Ahora quédese para mañana y
daré yo el mío y rogad todos a Dios que me le dé tal". A la mañana dijo:
"Hermanos, yo sé que estamos en la mar del Norte y donde nosotros mejor
podremos ir para podernos salvar, irnos hemos al Nombre de Dios», por-
que yo hallo que no estamos ochenta leguas de él, porque para volver por
el río de Nicaragua no hay brazos que remen; para ir por tierra no hay
pies que anden. Encomendémonos a Dios que nos lleve con sus vientos,
que de otra manera a ninguna parte podremos arribar".
varios capítulos del libro XLII para referir sus impresiones sobre el volcán
y relátar la audaz exploración del fraile al fondo del cráter.
El tema del volcán Masaya y los intentos de buscar oro en su interior in-
teresaron a varios cronistas que visitaron Nicaragua en el siglo XVII, u oye-
ron hablar de él, cuyas versiones y opiniones se presentan más adelante;
pero ninguno de ellos les dedicó tantas páginas y pensamientos como lo
hizo Oviedo. Su descripción y dibujo son, en efecto, los primeros testimo-
nios que se tuvieron sobre un volcán en actividad en el Nuevo Mundo, el cual
resultó también ser el único del continente, y uno de los pocos en el mundo,
que presenta lagos de lava en el fondo de manera recurrente y por largos
períodos.
II
III
Al lado de las crónicas escritas por los que escalaron el volcán -tra-
tando de averiguar sobre la verdadera naturaleza del material incandescen-
te encerrado en el cráter- entre los que figuraron Pascual de Andagoya
(Crónica V), Bartolomé de las Casas (Crónica VI) y fray Toribio Benavente
-alias Motolinia- (Crónica VII), aparecen otros comentarios intesantes co-
mo los de fray Juan de Torquemada (Crónica VIII), y versiones repetidas de
Francisco López de Gómara, Jerónimo Benzoni, Juan López de Velasco y
Antonio de Herrera. Estos últimos dedicaron en sus crónicas algunos párra-
fos a la extraña actividad del volcán, las cuales serán presentadas en el si-
guiente Tomo. Entre algunos de los frailes la polémica tenía ribetes teoló-
gicos, pues se trataba de determinar si el luego" del volcán era el mismo
que el que ardía en el infierno.
Capítulo V.
El cual trata del ardentísimo y espantable monte de Masaya, del cual continua-
mente todas las noches sale fuego, o tal resplandor que muchas leguas lejos de él
se ve aquella claridad; y de otros montes que arden y hechan humo en aquella
provincia y gobernación de Nicaragua, y de los veneros de piedra azufre y acige,
y de otras cosas que cuadran a la hi8toria.
tínuamente, sin cesar un momento, sale humo. Bien creo yo que hasta la
cabeza o parte superior del monte, y desde León, hay más de tres leguas,
porque más de 10 ó 20 leguas se aparece este humo, el cual ni de día ni
de noche echa llama. Hay por allí mucha piedra azufre y muy buena, y
aún tiénese por la mejor que se ha visto, según la loan los artilleros, para
hacer pólvora, y otros para diversos efectos.
(que por ellos la ví yo un tiempo casi destruída), con lo que hacen en León;
y soy de opinión que si fuese edificada de casas de piedra, como esta nues-
tra ciudad, o como las de España, que muchas derribarían aquestos tem-
blores de la tierra con muertes de muchos.
Pasemos a los montes que se llaman los Maribios., que también son
cosa notable: hay una cordillera de una sierra continuada, yendo de la
ciudad de León al puerto de la Posesión, y en esta sierra se alzan tres
montes, uno delante del otro continuados, y las cumbres de ellos distin-
tas, como aquí los pinté. A la parte del norte son de tierra áspera, y a la
parte del sur tienen sus vertientes tendidas igualmente hasta los llanos.
Y es tierra muy fértil, y como allí es muy continuo el viento oriental,
siempre pende un humo continuo y muy ancho y largo hacia la parte del
poniente, que sale de los tres montes más altos de toda la cordillera. Y ca-
si una gran legua continuada va aquel humo, y tendrán esos montes así
en aquel cuchillo de sierra seis o siete leguas, y el más cercano monte de
este humo a la ciudad de León estará cuatro o cinco leguas de ella. , Acaece
algunos años, ventando recios nortes, dejar el humo, que ordinariamen-
te suele llevar su camino a poniente, e ir hacia el sur, y bajar por aquellas
vertientes a los llanos, y quemar y abrazar los maizales y las otras la-
bores del campo, y hacer grandísimo daño en tres o cuatro o más leguas
y en los pueblos, que hay muchos por allí, y no poder tornar la tierra en
sí en esos cuatro o cinco años, por haberla dejado quemada y destruída
el fuego.
Otro monte hay en aquella provincia que llaman Massaya, del cual
hablaré como hombre que le ví y noté después de haber oído muchas fá-
bulas a diversos hombres que decían haber subido a verle. He visto a Vul-
cano. y he subido hasta la cumbre de aquel monte del que sale continuo
humo. Y allá encima está un hoyo de 25 6 30 palmos de hondo, y en él no
se ve sino ceniza, entre la cual sale aquel sempiterno humo que se ve de
día, y dicen algunos que de noche se convierte en un resplandor o llama.
Pero yo estuve allí el día que llegué, dos horas antes que fuese noche, y
estuve el día siguiente todo, y con otros salté entierra, y subí a ver aquella
cumbre, y estuve encima más de un cuarto de hora; y bajado estuve en
aquel puerto también aquella segunda noche hasta que fue de día en el
tercero que llegué allí con la serenísima Reina de Nápoles, mi señora, a
quien yo servía de guardaropa, mujer que fue del Rey Don Fernando
Segundo; y con siete galeras estuvo Su Majestad en aquel puerto el tiem-
po que he dicho, año de 1501, y desde allí fuimos a Palermo.
• Maribios, no Marrabios, como erróneamente se escribe.
• Los tres volcanes mencionados como activos eran posiblemente San Cristóbal, Telica y El Hoyo.
$ En las islas Lípari, Italia.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 213
También he oído que en la parte meridiana está el monto que los grie-
gos llamaban Honocauma (en la mar), el cual siempre arde, desde el cual
hay navegación de cuatro días hasta el promontorio Hesperizeras, en el
confín de Africa, cerca de los etíopes y Hesperis. Esto es de Plinio, y pien-
so que dice por la isla de fuego, que es una de las de Cabo Verde.
Aunque dicen muchos que han visto a Mas saya, es desde lejos; pero
pocos son los que se atreven a subir allá arriba. Y porque algunos decían
que tres leguas apartados de este monte veían de noche a leer un carta,
por la claridad que de él sale (lo cual yo no apruebo), yo partí como he di-
cho, de noche de aquella estancia de aquel hidalgo Machuca, y me ama-
neció encumbrado y bien cerca de lo alto de aquel monte; pero no pude ver
a leer en unas hojas de rezar que llevaba, puesto que estaba ya menos de
oriental, que los marineros llaman del Este, es muy continuo y así venta-
ba entonces, aunque poco. Así que los que allí suben, van con el viento por
propia disposición de natura, y el viento no les da empacho ni les es mo-
lesto. Aquella hondura bajaba, a lo que yo pude considerar, (y aún así lo
he oído decir y estimar a otros), 130 brazas o estados, y allí en lo bajo no
es tan ancho como en lo alto y circunferencia de donde yo lo miraba."
Este monte todo es mucho más alto en todas las otras partes que la
parte oriental desde donde se mira su profundidad, ni que la del Medio-
día. Y parece como si fuera hecho a mano, según esta liso y pendiente de
todas partes, salvo que de aqueste lugar o miradero que es dicho, está la
peña más áspera y diferente, y hay algunas concavidades en ella, aunque
se ve poco de la pared, (de la parte que está el que mira), y hacia abajo,
porque no se osa hombre parar tan adelante.
la Orden de la Merced, (que subió con otros a ver lo que digo que allí hay),
que entonces estaba el pozo en medio de la plaza, y que la materia o fuego
que dentro de él hay llegaba cerca de la boca, y que no se veían de las pa-
redes del pozo cuatro palmos, al parecer; y no habían pasado seis meses
desde que el fraile lo vió hasta cuando yo lo ví. Y creo que debía ser así;
porque además de ser religioso y persona de crédito, oí decir al mismo
Machuca que él había visto la materia o fuego que hay dentro del pozo
casi ras con ras de la boca de él.
No creo yo que haya hombre cristiano que, acordándose que hay in-
fierno, aquello vea que no tema y se arrepienta de sus culpas, en especial
trayendo a comparación en este venero de azufre, (que tal pienso que es),
la infinita grandeza del otro fuego o ardor infernal, que esperan los in-
gratos a Dios.
Encima de aquel pozo que es dicho, casi en el mismo espacio que hay
desde lo más alto de esta montaña, y hasta la boca de él o plaza ya dicha,
volaban muchos papagayos de los de las colas largas, que llaman xaica-
bes, a los cuales nunca pude ver los pechos, sino las espaldas, porque yo
estaba mucho más alto que ellos, y estos criaban y se entraban en la peña
debajo de donde yo miraba. Y los que allí van, miran así aquel pozo o lo
que es dicho.
Digo más, que yo arrojé algunas piedras, y también las hice tirar al
negro, que era mancebo y recio, y nunca jamás pude ver adonde paraban
o daban, sino que salidas de la mano hacia el pozo parecían que ya se iban
218 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Junto y continuando con aquella boca alta de este cerro sube un cu-
chillo de sierras a la parte del Este, sobre el camino por donde van a ver
lo que es dicho; y allí está otra hondura tan grande como la que tiene el
pozo, y está más alta aquella cumbre, y de noche humea, y de día no se
ve tan claro el humo de ella, mas de noche da la misma claridad que la
otra, y se mezcla el resplandor del uno con el otro; pero en lo bajo de ella
no hay plaza, sino un hoyo que en la abertura arriba es grande y des-
ciende, disminuyéndose en forma de una tolva, y en lo bajo parece todo
ceniza."
Díj orne aquel cacique que el fuego había estado allí primero en tiem-
po de sus antepasados, y que después se había venido a donde está ahora,
y un hoyo y el otro están distintos con ciertas peñas, y ambos tienen jus-
tamente la circunferencia que tengo dicho, a como lo muestra la figura.
Parece gran extremo o cosa que en ella misma se contradice decir que
yo vi aquel fuego en tanta hondura del pozo, y que aquel religioso y Diego
Machuca me dijeron y certificaron haberlo visto casi a vara de la boca. Y
platicando en esto, supe que cuando está cerca de la boca aquella mate-
ria, es porque de próximo ha llovido, y con el agua que de las cumbres y
de toda la plaza allí se recoge, crece y sube y se aumenta para arriba y
está lleno hasta que el agua se consume y es vencida por el contrario
ardor de aquel licor o fuego. Con esto consuena lo que escribe aquel cos-
mógrafo y docto varón Olaf Gotho, que de suyo alegué: el cual dice, ha-
blando del fuego de los montes de Islandia, que es de manera que no pue-
de encender o consumir la estopa, y continuamente consume el agua. Y
así debe ser el del Massaya, porque es verdad que viendo de noche aquel
1 Este segundo cráter corresponde al Masaya propiamente dicho, también llamado San Fernando
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 219
resplandor desde una legua o media de él, parece no llama sino un humo
más encendido que vivísimas brazas, que se viene extendiendo y cubrien-
do aquellos montes, lo cual no se puede ver sin mucha admiración y es-
panto. Y si fuego fuese, no quedaría árbol, ni hoja, ni cosa verde por todo
aquello. Y es al contrario, pues que toda la montaña está arbolada y con
hierba muy verde y fresca, y hasta muy cerca de la dicha boca de
Massaya.
Después que estuve más de dos horas, y aún casi hasta la diez del día
de Santa Ana gloriosa, mirando lo que he dicho y dibujando la forma de
este monte con papel, como aquí lo he puesto, seguí mi camino para la ciu-
dad de Granada, alias Jalteva, que es tres leguas de Massáya; y así en
aquella ciudad como en más de otras dos adelante resplandece Massaya
de noche, como lo suele hacer la luna muy clara, pero casi como luce pocos
días antes de ser llena.
Oí decir a aquel cacique de Leriderí que había él entrado algunas ve-
ces en aquella plaza, donde está el pozo de Massaya con otros caciques,
y que de aquel pozo salía una mujer muy vieja desnuda, con la cual ellos
hacían su monexico, (que quiere decir consejo secreto), y consultaban si
harían guerra o la excusarían, o si otorgarían treguas a sus enemigos; y
que ninguna cosa de importancia hacían ni obraban sin su parecer y
mandato; y que ella les decía si habían de vencer o ser vencidos, y si había
de llover o cogerse mucho maíz, y que tales habían de ser los temporales
y sucesos del tiempo que estaba porvenir, y que así acaecía como la vieja
lo pronosticaba. Y que antes o después, un día o dos que aquesto se hicie-
se, echaban allí en sacrificio un hombre, o dos, o más, y algunas mujeres,
muchachos y muchachas; y aquellos que así sacrificaban, iban de agrado
a tal suplicio. Y que después que los cristianos habían ido aquella tierra,
no quería salir la vieja a dar audiencia a los indios, sino de tarde en tarde,
o casi nunca, y que les decía que los cristianos eran malos y que hasta que
se fuesen y los echasen de la tierra, no quería verse con los indios como
solía.
Yo le pregunté que cómo bajaban a la plaza, y dijo que primero había
por donde bajar por la peña, pero que después se había hecho mayor la
plaza y había caído de todas partes la tierra y se había quitado aquel
descendedero y oportunidad de bajar. Yo le pregunté que después que ha-
bían habido su consejo con la vieja, o monexico, qué se hacía ella, y qué
edad tenía o qué disposición. Y dijo que bien vieja era y arrugada, y las
tetas hasta el ombligo, y el cabello poco y alzado hacia arriba, y los dientes
largos y agudos, como perro, y la color más oscura y negra que los indios,
y los ojos hundidos y encendidos; y en fin él la pintaba en sus palabras
como debe ser el diablo. Y eso mismo debía ella ser; y si éste decía la
220 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Aquella posada o materia, (donde aquella vieja decía este indio que
se recogía), yo no lo sabría comparar ni me pareció de otra manera que
la pasta del vidrio, cuando está cociéndose, o como el metal o bronce de
una campana o de un tiro de pólvora, y así aquello que hervía en el pozo
de Massaya parecía lo mismo. Son las paredes de la barranca mayor de
piedra recia en parte y de tosca y deleznable en mayor cantidad del cir-
cuito; y el humo que sale del pozo, es de la parte del Este, y extiéndese
al Oeste por la continuación de la brisa, y en la boca del pozo, a la orilla,
hacia el Norte, también sale un poco de humo.
Este monte de Massaya está a seis o siete leguas de la mar del Sur,
y apartado de la costa dentro en tierra en doce grados y medio, pocos mi-
nutos más o menos, de la línea equinoccial en la parte de nuestro polo ár-
tico. Y aquesto baste cuanto a lo que prometí escribir en este quinto ca-
pítulo.
II.- BLAS DEL CASTILLO ENTRA
EN LA BOCA DEL INFIERNO
Capítulo VI
En que se trata y hace memoria de cierta relación que escribió fray Blas del
Castillo, de la Orden de Santo Domingo, y la enderezó al reverendo padre fray
Tomás de Berlanga, obispo de Castilla del Oro, el cual fraile entró en el dicho
infierno de Massaya; y por evitar prolijidad decirse ha lo que hace al caso, dejando
muchas menudencias, que él quiso decir a su propósito o por su voluntad
Si este padre fray Blas del Castillo mirara que era posible venir a mis
manos su relación, no dijera en la introducción de ella que Gonzalo Fer-
nández de Oviedo, cronista de Las Indias por Sus Majestades, no más de
porque había visto el dicho infierno de Massaya, le pidió por armas a Su
Majestad, etc. Sin duda a mí nunca me pasó por pensamiento pedir tales
armas ni merced, ni yo ni otro cristiano las debe querer, y el fraile dijo
lo que le plugo en ello. En lo que yo escribí en el capítulo precedente dije
lo que vi y lo que sentí, y este religioso dice lo que a él le fue mostrado por
sus ojos, según lo entendió. Y no me maravillo de que bajando a la plaza
de esta sima, tenga otra vista y haya más cosas que notar de las que yo
tengo dichas en este caso. Y por tanto abreviando su relación, sin dejar
de decir lo que a su relación compete y es substancial, diré lo que siento
de su motivo, y lo que después he entendido de esta materia, porque el
lector quede más informado de la historia.
• Tomado de la Historia General y Natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo. Tercera
Parte. Libro LXII).
222 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Y dice este padre que ninguno de los que allí han subido, no saben
decir ni afirmar qué cosa es aquello que ven en aquel profundo; porque
unos dicen que es oro, otros que es plata, y otros que es cobre, otros que
es hierro, y otros piedra azufre, y otros agua, y otros dicen que es infierno
o respiradero del mal; que en el fin de su relación hablará sobre todos esos
pareceres, pues no se confirman, ni hay quien sepa dar a entender lo que
ven a quien no lo ha visto. Y dice que crecido su deseo de entrar a ver qué
cosa es aquello, que en aquel abismo con tan gran furia y ruido de día y
de noche así hierve, comenzó a reprender a los que aquella tierra habían
gobernado, pues en catorce años o más que en ella había cristianos, no
se había entendido qué cosa era aquello, porque aunque no fuese cosa de
provecho lo que allí está, sería muy bien inquirirlo para la conversión de
los indios, y sería hacer mucho servicio al Emperador, nuestro señor, el
que esta verdad y secreto supiese. Y certificaba a los que he dicho este pa-
dre que si le diesen aparejo e indios que entrasen con él, que él entraría
en aquel infierno, porque el solo no bastaría para sacar cosa alguna de
lo que en aquella caldera profunda o pozo que es dicho había. Y aquel
Juan Antón dióle del codo y le dijo: "Callad padre, que por ventura Dios
no quiere que lo descubran capitanes ni personas ricas, sino pobres y hu-
millados".
Pues como fray Blas y los demás oyeron esto, y aquel fraile francisco
hablaba a propósito de su codicia, acogieron otros dos compañeros: el uno
se decía Gonzalo Melgarejo y el otro Pedro Ruíz, vecinos todos de la mis-
ma Granada. Y todos los seis y fray Blas juraron el secreto y capitulación.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 223
Después, a los treinta de aquel mes, Juan Antón fue solo con mucha
cantidad de cuerda y lo midió; y halló que hasta cierto muladar o montón
de tierra y piedra que hay abajo en la plaza, son 120 brazas. Después, el
8 de Agosto, volvieron a Masaya fray Blas y Juan Antón, para informarse
mejor de la medida, y anduvieron .el terreno de dicho infierno todo por
arriba, (en que hay una legua y de malísimo camino), por considerar a ver
por qué parte debía ser la entrada más a propósito y segura; y tornando
a medir hallaron que había hasta la peña principal, que está o sale en
medio del camino, 66 brazas, y desde la dicha peña hasta el muladar o
montón de tierra que es dicho que está abajo, otras 67 brazas y desde allí
hasta la plaza abajo dice este padre que hay 100 brazas, y desde la plaza
hasta aquella materia que hierve otras ciento; de manera que todas son
300 brazas o más, desde donde todos pueden llegar arriba a verlo hasta
donde anda aquello que hierve. Y hecha esta diligencia, se tornaron a
Granada.
Hiciéronse muchos aparejos para esta labor, así como poner una asa
de hierro a un servidor de lombarda grueso, y una esfera grande, redonda
de hierro con sus barras, que se podría abrir y cerrar, para meter en ella
cangilones de barro, que en cierta manera metidos en aquel pozo pudie-
sen sacar en ellos aquel metal o licor. Y porque faltaba un cabestrante y
no lo mandaban hacer por no ser descubiertos, el fraile lo hizo por su ma-
no en el lugar que es dicho que estaban todos los otros aparejos. Y un
miércoles diez de Abril del año 1538, juntado el fraile y su compañía, el
Pedro Melgarejo les dijo que esto era un peligro notorio y nunca visto su
semejante, y que no quería estar presente ala entrada de aquel infierno,
porque pensaba que cuantos entrasen, habían de morir, o se quemarían
vivos. Pero que él se quería ir a su pueblo de Mambozima y les daría in-
dios y todo recaudo, y que el fraile y sus compañeros se fuesen con Dios.
También se salió afuera el Francisco Hernández. Al fin, los cuatro com-
pañeros restantes, Juan Antón, Juan Sánchez, Pedro Ruíz y fray Blas,
procedieron en su tema y fueron a la cumbre de Massaya, y el viernes si-
guiente asentaron el cabestrante, que él puso y todo lo demás a punto pa-
ra entrar otro día siguiente sábado.
Dice este padre que la boca de este infierno es como una campana la
boca hacia arriba y angostándose para abajo, y arriba en las orillas no
está igual en altura como la otra ya dicha, ya la parte oriental, que es ha-
cia la otra, o sea más igual y bajo, y por todas las otras partes está mucho
más alto, y al Poniente es casi un tercio más alto que por el Oriente: quie-
re decir que si a Oriente tiene trescientas brazas de hondo, como dice el
fraile que las tiene, que son quinientas y más al Poniente.
Crían por todas aquellas peñas y socarenas, que están hacia adentro
del infierno, muchos papagayos grandes y pequeños, porque es mucha la
distancia que hay de parte a parte de la boca, que será a parecer un tiro
de falconete o pasavolante, y bien se puede andar la boca a pie alrededor,
aunque es mucha la distancia, y hay una legua en torno y de mal camino.
Y yéndose angostando la boca de esta sima para suyo, como es dicho,
hácese allá abajo una gran plaza grande, no bien redonda, prolongada un
poco de Oriente a Poniente, que tendrá de ancho abajo casi un tiro de
escopeta; y de la tierra que de muchos tiempos y años ha caído con las
muchas aguas y temblores de tierra, (los cuales en aquellas partes son
muy continuos), hay tanta tierra y piedra abajo en la plaza, que se han
arrimado a las paredes de las barrancas, alrededor de la plaza, unos mu-
ladares o montones de tierra y piedra de cien estados y más en alto. La
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 225
Capítulo VII
Antes que a más se proceda en la relación de este padre fray Blas del
Castillo, porque el que lee no deje de saber lo cierto, en que me parece y
aún afirmo que se engaña este religioso, y yo no lo sentí así cuando vi este
espectáculo o monte de Massaya, pues dice que la plaza baja de esta sima
no es redonda, sino prolongada, y aún me pareció redondísimamente
perfecto su círculo, excepto si se debe comprender y sospechar que no
siempre tiene una forma, sino que con el tiempo hace mudanza, a causa
de aquel continuo hervor que en lo bajo anda de aquel fuego o licor que
allí está, pues que el pozo le han visto en este tiempo que ha que los cris-
tianos están en aquella tierra más hondo, al parecer, de lo que en dichos
tiempos otros le han visto, o por aguas o temblor de tierra, o por cualquier
cosa que ello sea. Y aquellos muladares que este padre dice que hay abajo
en torno de la plaza, tampoco yo no los vi cuando en aquel monte subí, ni
aquellas vetas de muchos colores y continuados, como él dice, sino a par-
tes. Y no por orden, sino una mancha acá y otra acullá, desviadas. Torno
a decir que no me maravillo que allá abajo tenga aquella profundidad
otra figura o parecer muy distinto de lo que desde tan lejos pueden con-
siderar o ignorar los ojos humanos, viéndolo desde la parte superior que
226 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Capítulo VIII
Dice que tendrá de largo aquella caldera tanto como dos carreras de
caballo grandes, y una buena de ancho, y yo no la juzgara así ni por la
octava parte de esa grandeza; y como he dicho no me quiero detener en
esto, que mejor lo pudo tocar quien bajó, como el fraile, a aquella plaza,
que el que lo miró desde donde yo lo vi.
Dicen que por la parte de Poniente no van las peñas derechas hacia
abajo, sino echadas o angostándose hacia el metal o aquello que hierve;
de manera que arriba está ancha la boca del pozo, y abajo, junto a la mate-
ria que hierve, está angosto por aquella parte del Poniente, y que a la par-
te del Oriente no van así las peñas, sino al revés; que arriba está la calde-
ra angosta, y abajo, junto aquel licor que hierve, está ancho; de manera
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 227
Tienen todas las peñas o paredes que están alrededor juntas al metal
siete u ocho estados al parecer muy negras, que se diferencian mucho de
las peñas de más arriba; y esto es que cuando hierve, salta o arroja aquel
metal arriba; y alcanza hasta allí. Al Oriente, un poco más al Este-Nor-
deste, allá abajo junto al metal, va una entrada de cueva por debajo de
las peñas, muy honda y muy ancha al parecer, que tendrá un tiro grande
de herrón de anchura; y del metal o licor de la misma laguna entra por
la dicha cueva un arroyo a manera de río de aquel metal, que parece que
el mismo metal de la laguna se va desaguando por la dicha cueva, de ma-
nera que corre un rato y párase otro, y corre otro, y cesa otro, y así anda
siempre. Sale de dentro de esta cueva hacia la laguna gran humada, por-
que es más el humo que sale por aquella cueva que el de toda la laguna
228 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Finalmente, sale de toda aquella caldera hacia arriba tan gran calor
y resplandor, que no se puede creer ni decir, si no se ve, porque de noche
con el gran resplandor y claridad que de sí echa, para todo el cielo o aire
de encima de la caldera y de la sierra tan claro, que es cosa de ver de esta
manera: que de noche encima de aquel volcán o sierra hay una claridad
muy grande y muy clara, y más arriba un trecho en otras nubes hay otra
claridad tan grande como una corona de un papa, y esto en las nubes o
en el aire de encima. De manera que la dicha claridad dice fray Blas que
él la ha visto de noche muchas veces por tierra doce leguas, y por otras
partes se ve más, y en la mar del Sur la ven los marineros de noche, y
cuando más oscura es la noche, más claridad parce. Está el dicho infierno
de la mar del Sur la tierra adentro poco más de siete u ocho leguas.
Es de notar que este fuego, o lo que es, no echa llama ni abajo la hay
chica ni grande, salvo que cuando desde arriba echan un palo o una saeta
tirada con ballesta, como dice este padre que las vió tirar encima de la es-
coria, que entonces la hay durante que el palo o saeta arde, como una can-
delica muy pequeña, e quemado aquel palo, no hay más llama.
Afirman en aquella tierra los indios, y aun los españoles, que después
que se ganó aquella provincia, una vez que llovió mucho aquel año, subió
y creció aquel licor o metal hasta arriba, y no saben de qué manera; y que
con su gran fuego quemó en una legua o más alrededor cuanto halló, y que
echó un rocío o vapor de sí tan caliente, que todas las hojas de los árboles
y ramas y hierbas en dos leguas y más alrededor se cocieron en toda
aquella tierra.
Tienen los indios por su dios a este infierno, y solían allí sacrificar
muchos indios e indias y niños chicos y grandes, y los echaban dentro en
la plaza por aquellas peñas abajo; y esta causa dice este padre que le mo-
vió principalmente a entrar dentro, por quitar a los indios, si pudiese, de
tal creencia y fé como en ese diablo tienen. Y es de notar que si no eran
ciertos viejos que allí tenían cuidado de los sacrificios, como sacerdotes,
los demás, por gran reverencia y temor, no osaban, ni aun ahora osan, lle-
gar a verlo.
Dice más este padre: que no hay persona que lo pueda ver, sin gran
temor e admiración o arrepentimiento de sus culpas y pecados, porque
en esta vida no se puede ver ni imaginar otro fuego mayor después del
fuego eterno, ni hay quien perfectamente pueda escribirlo ni dar a enten-
der como ello es. Y a esta causa dice que en aquella tierra los confesores
han dado por penitencia a algunos que han confesado, que lo vayan a ver;
pero que después de haberlo visto la primera vez, no se hartan los ojos
230 CRÓNICAS DE VIAJEROS
humanos de verlo, aunque mil veces lo hayan visto, porque alegra mucho
la vista aquel licor que allá abajo anda hirviendo y encendido. Porque
según él dice, con toda verdad se puede decir que es aquel un lugar, donde
no hay oscuridad ni noche.
Capítulo IX
Ya tengo dicho (dice fray Blas) que como se trajeron los aderezos ne-
cesarios sobre la barranca del infierno y los asentaron para entrar, otro
día siguiente sábado, pusieron el cabestrante treinta piel apartado de la
orilla de la barranca, y pusieron una viga de veinticinco pies o poco más
con un agujero al cabo, yen el una roldana o castillo con un perno o clavo
grueso; y el cabo de esta viga salía afuera volante sobre la barranca
cuatro o cinco pies, y de esta otra parte o cabo en tierra cargáronla de
grandes piedras. Esto era en derecho y en par del cabestrante, al cual se
puso un grueso cable o maroma de 135 brazas; y metieron el cabo de esta
maroma por la dicha roldana y polea que tenía la viga, donde salía fuera
de la barranca. A este cabo del cable ataron un troncón de un árbol de ma-
dera muy pesada, y tan gordo como un buey y algo más largo que un es-
tado y medio; y por en medio este troncón tenía una muesca, por donde
estaba atado el cable a ese troncón, porque las peñas no lo rozasen por
allí. Y soltaron o aflojaron el cabestrante poco a poco, y de esta manera,
y no con poco trabajo, metieron el tronco hasta que se sentó sobre uno de
los muladares o montones de tierra y piedras y tierra que este troncón de-
rribó por donde pasó, por su gran peso, y el ruido que iba haciendo no se
puede creer sin verlo; pero totalmente este palo les alisó y aseguró el
camino.
que el primer cable o estay iba metido por enmedio del carrillo de palo ya
dicho y de su arco de hierro), de manera que atado el hombre al aro o asa
de hierro de la roldana íbanlo metiendo con la maroma y cabestrante po-
co a poco; y no podía ir por las peñas de la barranca acá ni allá, sino dere-
cho por el cable o estay abajo hasta el muladar, donde estaba el troncón
asentado allá abajo. Y el hombre iba metido en un balso o cincho como
aquellos que cogen la orchilla en Gran Canaria; de manera que si el que
así bajaba muriera o se desmayara en el camino, lo podían tornar a subir
arriba. Estos artificios peligrosos enseña la codicia humana a los codicio-
sos, que sin temor de perder el cuerpo y el ánima, se ponen y aventuran
tan determinadamente a poner las vidas en riesgo y aventura de morir
o cumplir sus vanos deseos.
Así que, llegando el sábado del año de 1538, y en el mes de abril, y an-
tes de la dominica de Ramos, trece de aquel mes, el fraile y sus tres com-
pañeros se levantaron muy de mañana, y después de haberse confesado
y los que habían de entrar tris él, (que eran Juan Sánchez Portero y Pe-
dro Ruíz), el fray Blas dijo misa de Nuestra Señora, y rezó las horas de
aquel día todas juntamente, y almo-zaron. Y hecho esto se pidieron per-
dón los unos a los otros con lágrimas, porque no sabían si se habían de
tornar a ver ni en que había de parar este negocio, y luego el fraile cogió
muy bien las faldas de sus hábitos a la cinta, y puesta la estola como sa-
cerdote en cruz delante de su pecho, y atada con la cinta bendita, tomó
un martillo pequeño, y púsoselo en la cinta a la mano derecha, (para de-
rribar las piedras movedizas por el camino), y una calabaza pequeña con
hasta un cuartillo de vino y agua, y atada a la mano siniestra, y un casco
de hierro a la cabeza, y encima un sombrero bien atado. Y así se puso en
el balso o cincho en que había de entrar, y atado muy bien, tomó una cruz
de palo pequeña, la cual llevaba en la mano y a veces en la boca por su
camino o maroma abajo; y después que a cuarenta o cincuenta indios que
allí estaban les dió a entender que la cruz que en la mano llevaba era la
espada y armas de los cristianos contra el dios o diablo de los indios, des-
pidióse este padre de sus compañeros, y ellos le encomendaron a Dios.
Entrando dentro por la forma que es dicho, fue el primer hombre que
tal camino hizo, y no sin harto trabajo y peligro, porque como los que arri-
ban quedaban no eran diestros en el oficio, y muchas veces le perdían de
vista por las concavidades de la barranca, soltábanle muchas veces en el
aire o en vago cuatro o cinco estados o más, como al que dan tracto de cuer-
da. De manera que cuando llegó abajo al troncón ya dicho, le faltaban la
mayor parte del cuero de las manos, y le hubieran aprovechado asaz unos
guantes, y a no llevar casco en la cabeza corriera peligro su vida, porque
le acertó a dar una piedra tamaña como una nuez en la cabeza con tanta
furia, que le hizo meter el pescuezo en el cuerpo y temblar todas las
232 CRÓNICAS DE VIAJEROS
carnes. Y es muy continuo caer allí piedras y galgas de toda suerte, jun-
tamente con tierra de muchas partes, en especial entonces por donde iba
este padre, porque los cables ya dichos derribaron de la barranca muchas
piedras.
Dice que bajado ya a la plaza, fuése santiguando con la cruz que lle-
vaba a mano, y recatándose si por acaso había, acercándose a la caldera
fogosa, algún peligro, porque en muchas partes en el llano mismo de la
plaza sale el humo como de chimenea por entre las peñas; e iba diciendo
el evangelio de San Juan, y aquel acabado, decía: "Non nobis Domine,
non nobis; sed nomini tua da gloriam»."No a mí, Señor no a mí; más a
vuestra santo nombre sea dada la gloria".
Después que eso hubo hecho, fue a una peña de las grandes que está
en la plaza, y encima de ella puso la cruz de palo pequeña que llevaba,
lo mejor que pudo, con unas piedras en torno de ella, porque el viento no
la derribase. Y volvióse fray Blas por donde había bajado, y le divisaron
y vieron desde arriba sus compañeros, y no poco se holgaron, porque ha-
bía rato que no lo veían en ninguna parte de la plaza, a causa de la gran
distancia; y pensaban que era ya quemado. Y como el fray Blas miró arri-
ba, vió que le hacían señas con un paño blanco, sin que las voces que le
daban se pudiesen entender ni oír más del eco y retumbar de ellas, no cla-
ro lo que le decían; pero entendió que esas señas le llamaban para que se
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 233
subiese y atase al balso, porque los indios, pensando que era muerto, se
huían, y los de arriba no los podían detener. Entonces este padre se fue
al balso o cincho, y halló que se lo habían subido en el aire más de dos
lanzas de alto; y a más no poder le fue necesario, para alcanzarlo, que se
acordase de lo que había aprendido a trepar antes que fuese fraile, y con
harto peligro por la tierra que de lo alto caía. Podría estar en todo cuanto
estuvo dentro de la plaza, espacio de tres horas largas: atado al balso, le
tornaron a subir arriba.
No dejo de creer que este fraile fue marinero algún tiempo, y que sien-
do hombre de la mar, pasó a las Indias, pues dice su relación que fray To-
más de Berlanga le dió el hábito en Santiago: el cual, mucho tiempo antes
que fuese obispo, fue morador en las Indias y prelado y buen religioso en
el monasterio de la ciudad de Santiago; de la Isla Española.
En fin, subido fray Blas, fue grande el gozo de los compañeros, y mu-
chas las preguntas que le hicieron de aquel infierno de donde venía; el
cual les respondió que en cuanto a subir y bajar ya ellos lo había visto,
y que en cuanto a la ceniza no era la que parecía, sino espinas que el mis-
mo infierno echa fuera del pozo cuando las despide a manera de escorias;
y que como las envía calientes, se van derritiendo en el aire como hilitos
o aristas o raspas de las espigas de trigo, y rubias un poco; y después que
se enfrían quiébranse por muchas partes; y que no le pesara haber lleva-
do guantes, porque no pocas de esas espinas traía hincadas en las manos.
En cuanto a la calor, dijo que no la había allá abajo, sino tanto o más
aire que el que hay arriba o fuera de aquella sima, tanto que en partes
es perjudicial, porque de la tierra que de arriba cae el aire hace mucho
polvo y lo metía por los ojos; y que el que allá abajo está, es menester guar-
darse de las galgas y piedras que las barrancas despiden. Y que de cuan-
234 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Capítulo X
Así que, estando todo a punto, después de haber dicho misa este pa-
dre, y ya que querían almorzar para comenzar su entrada, vieron asomar
gente a caballo que venían en su rastro, y eran ciertos vecinos de esa ciu-
dad de Granada, llamados Alonso Calero, Francisco Sánchez, Francisco
Núñez, Pedro López, Diego de Obregón y otros, de los cuales el fraile y sus
consortes recibieron pena en verlos; pero disimularon su enojo, pues que
en aquello pensaban que servían a Dios y al Emperador Rey, nuestro se-
ñor.
quebrasen las vasijas por las peñas, y encomendándole todos los mirado-
res a Dios, anduvo el cabestrante y torno, que lo traían los indios, poco
a poco, y así lo metieron hasta el muladar. Y se desató allá a sí y a la cesta,
y fuése por el muladar abajo a la plaza. Y tornaron a subir el balso, y pú-
sose en él Benito Dávila con otra cesta de bastimento o comida y agua,
y una cruz de palo pequeña, y fue bajado por la misma orden, y desa-
tándose bajó desde el troncón hasta la plaza; y llegado allá, le vieron des-
de arriba cómo se hincó de rodillas a la otra cruz, que el fraile había meti-
do allá el sábado antes, que estaba sobre una peña, yen otra el Benito Dá-
vila hincó o clavó la cruz que llevaba, con un clavo. Vuelto el balso, entró
en él Juan Sánchez con otra cesta, en que iban los cangilones de barro
cocidos, que dentro en la esfera de hierro se habían de meter cada uno por
sí. Y tornando el balso arriba, entró fray Blas, y a él atados sus hábitos
y puesta su estola, como hizo la primera vez, y llevaba las tres cédulas
de la posesión; y metió otra cesta con las cadenas y la esfera de hierro, y
un mortero o servidor de lombarda y un martillo y unas tenazas y escoplo
y algunos clavos, por si fuesen menester.
Como todos cuatro fueron abajo, dióse orden de meter una viga gran-
de de veintinueve pies de largo, con una roldana al cabo, en que se ocu-
paron y se pasó aquel día hasta la noche, dejando cansados a los de arriba
y de abajo, por lo cual no se les pudo meter agua; y la que habían llevado
los que en la sima estaban era poca, y con el trabajo y la calor bebieron
la que les quedó con muy estrecha ración, y así pasaron hasta el siguiente
día. Y la primera noche, por su sed, no se pudo hacer más de llegar la viga
a la orilla de la caldera, y asentáronla por donde les pareció que convenía,
de esta manera: sacaron un cabo de la viga, con la roldana o carrillo que
tenía, hasta cinco pies de la orilla de la caldera, y al cabo que quedaba
dentro de la plaza cargáronle de piedras, y pusieron las cadenas y maro-
ma a punto; y hecho esto se pusieron a dormir un rato en la plaza.
Llegado el día, los de abajo enviaron con las sogas una carta para que
les bajasen agua; y no les escribieron lo que pasaba por no desmayados.
Antes les significaron que era gran riqueza y que había muestra de plata;
y en tanto que la carta iba, les pareció a los de abajo que se debían salir
luego, porque eran pocos para lo mucho que había quehacer, y por la gran
hondura, el mortero, y la cadena y soga pesaban mucho, y las catorce bra-
zas de cadena que eran menestar más porque la soga que metían iba a
riesgo de quemarse, y cada vez salía chamuscada en partes, ya quemarse
aquella soga corrían los de abajo gran peligro, así de no poder tornar arri-
ba como de no poderlos desde encima proveer de comida ni de agua, por-
que con aquella soga, que sería de ciento cuarenta brazas, tenían los de
abajo lo que desde arriba se les enviaba.
Era esa soga tan gruesa como el dedo pulgar, y con esa cuerda el balso
era guiado; y así por lo que es dicho tenía de tornar a meter la dicha soga
en la caldera con las cadenas y lo demás, y por tanto estaba de voluntad
de subir arriba para volver a su labor con mejor aderezo a concluir lo
comenzado.
que habían sacado mucha plata, que mirasen lo que hacían y cómo la sa-
caban, porque los hidalgos que allí habían venido, codiciaban mucho ver
y saber qué eran lo que habían sacado, contra su voluntad, si de grado no
se les mostrase, y que subiese Benito Dávila primero.
Como los de abajo vieron esta carta, acordaron que dijesen que había
gran muestra de riqueza y subieron los tres primeros y quedó el fraile a
la postre. Y llevaba consigo una cesta, en que la esfera y el servidor o mor-
tero habían bajado, y les dió a entender que allí iba lo que habían sacado;
yen la verdad, si no usara de este ardido les diera esperanza con la cesta
a los de arriba, posible fuera que algún travieso y de poca consistencia le
hiciera alguna burla y le cortara la soga. Y acabado de subir, todos fueron
a él, y le rogaron que les mostrase lo que traía, pero él dijo que no lo podía
hacer sin licencia de los compañeros, y con la mejor manera que lo supo
encubrir, metió la cesta en un arca que allí tenía, y guardó la llave.
y el Nicardo. Y volvió el balso o cincho arriba y bajaron otros dos, que eran
Paniagua y Juan Platero, estos bajaron riñendo; y tornando el balso a su-
bir, bajaron Juan Martín y Antón Fernández, portugués, y venían mal-
tratados de las piedras que caían3 riñendo como los otros; pero a esos
otros se les quebraron las vasijas de agua en el camino y quedaron con
poca agua. Y pasóseles lo restante de aquel día en meter otra viga con su
roldana al cabo, por donde habían de bajar las cadenas al metal, porque
la que la otra vez metieron, el frailes la había echado al fuego por ver si
hacía llama.
Hecho esto, luego desde arriba les bajaron agua y una carta del go-
bernador, en que les decía que le enviasen de lo que habían sacado y de
la tierra que estaba cabe las vetas; y así se le subieron unas piedras
pequeñas y pesadas, de las de la plaza, y algunas escorias de las que se
habían sacado de la caldera. Lo cual visto arriba, quedaron descontentos
muchos que lo estaban ahí esperando, y cada cual se fue por su parte a
la ciudad; pero todavía fray Blas porfiaba que aquella materia que allí
anda derretida es metal, por muchas razones que él quiere dar conformes
a su codicia, que no le deben ser creídas. Y para que se le crean, dice que
todas las personas doctas que hasta entonces habían llegado a ver aquel
infierno son de su opinión, conviene a saber: fray Francisco de Bobadilla,
de la orden de la Merced, y el maestro Alonso de Rojas, clérigo, y fray Bar-
tolomé de las Casas, de la Orden de los Predicadores, y fray Juan de Gan-
dabo, de la Orden de San Francisco; y que todos esos decían que aquello
era metal, a su parecer. A lo menos ninguno de esos que este padre nom-
bra, negará que él no estaba tenido por hombre de tantas letras como
240 CRÓNICAS DE VIAJEROS
codicioso, porque yo los conocí muy bien a todos, excepto al Gandabo. Pe-
ro en fin el mismo fray Blas dice que de cierto no se sabe que aquello sea
metal, porque el gobernador de aquella provincia no había consentido
que otros entren allí.
Y habla este padre con mucho fervor y afición, porfiando que aquella
materia que en aquella sima arde es plata, y que todos o los más lo juzgan
por azufre; y en la verdad así me pareció a mí, y me parece que el go-
bernador, como sabio y prudente, y porque le pareció notoria liviandad
la de este fraile, no quería que los hombres se pusiesen a tan notorio pe-
ligro.
Y como Rodrigo Contreras, a cuyo cargo está aquella tierra por Sus
Majestades, es caballero prudente, hacía muy bien en no consentir que
aquella temeraria opinión de ese padre, y de los otros codiciosos que con
él andaban embelesados, con la opinión de bajar a aquel infierno, pro-
cediesen adelante. Antes si fuera otro gobernador, le maltratara a él ya
los demás por su loca osadía. Y no quería el gobernador que sin consulta
del Emperador, fraile ni otro hombre entendiese en aquello; ni el fraile
tenía licencia de su prelado para estar allí, ni para hacer esos juramentos
y capitulaciones que él hizo, o a los otros codiciosos que con él se juntaron,
exhortados por él; y en mucho peligro de su ánima y conciencia hizo todo
lo que hizo, y así lo he yo oído platicar y culparle otros religiosos de su
misma Orden, muy letrados y de autoridad, y aquella osadía no le llama
ni llamará ningún prudente ni discreto varón celo de servir a Dios ni al
Rey, sino especie de hurto, y querer él por aquella vía necesitar para
capitular después con su majestad, si por caso salía el efecto al propósito
del fraile.
Otro de los que estaban abajo, que se decía Paniagua, dijo que se fue-
sen todos, que otra veta que él señalaba a la parte de Momborima, que
es un pueblo de indios, la tomaba para su señor Francisco de la Peña, pri-
mo del gobernador.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 241
Como el fraile oyó esto, creyendo o barruntando que sus amos les ha-
bían mandado arriba que así lo hiciesen, antes que allá entrasen, dijo:
"Sedme testigos que yo no tomo esta veta ni esa otra, sino que tomo esa
caldera de metal que allá abajo hierve, en nombre del Rey, nuestro señor,
y del mío y de mis compañeros", de lo cual se rieron todos.
Después de esto comenzaron a reñir los unos con los otros y amena-
zarse para cuando hubiesen salido de allí, y en tanta manera creció la
rencilla que cuantas calabazas de agua les bajaban quebraban por reñir,
no tirando como habían de tirar la cuerda. Pero el fraile les hizo allí ami-
gos, y subieron todos de dos en dos, cada uno con el que había bajado esta
tercera vez: que era Pedro Jiménez y el Nicardo, Paniagua y Juan Pla-
tero, Juan Martín y Antón Fernández, portugués; y el fraile subió a la
postre con la cesta para hacer el ensayo de la tierra que en ella se sacó,
y como fue arriba, la presentó al gobernador. Lo cual después el goberna-
dor en León lo mandó a ensayar y no salió nada.
Digo yo que para dar licencia para entrar allí a algún cristiano, no
osara hacer ningún gobernador católico, si no fuese despiadado y cruel
y de poca consistencia, cuanto más que bastaba ya lo experimentado para
sacar a este padre y a los demás de su falsa opinión, y que se conformasen
con el parecer de innumerables, que todos creen que es aquel licor piedra
azufre.
• Levantado en la cumbre del volcán por Martín Membreño, escribano de la ciudad de León. Archivo
General de Indias, Sevilla.
244 CRÓNICAS DE VIAJEROS
ahora a lo que este testigo ha visto no ha visto allí riqueza ninguna de oro
ni de plata, y que esta es la verdad y lo que le parece de este caso para el
juramento que hizo y no lo firmó y señalolo el dicho señor gobernador.
miércoles, y que allí en la plaza hay un gran fuego y que arde y que no
se sabe que metal es, y que este testigo como persona que sabe algo de mi-
nas y afinar plata le parece que no es tierra de plata y que hay grandes
escorias que arden en el dicho fuego, y que no se vió metal ninguno y que
metieron en la dicha boca de fuego cuatro veces unas cadenas asidas a
unas maromas y un servidor de tiro de pólvora, y que con el gran fuego
se deshizo y derritió la cadena más de diez brazas, y quedó en el fuego con
el dicho servidor y que hay gran trabajo en la bajada, y que no sacaron
ningún metal ni tal vieron y que a este testigo le parece que el señor
gobernador no debería dejar entrar ninguna persona abajo, porque tiene
gran riesgo, y como dicho tiene no es tierra de plata ni tal cree que está
en la dicha caldera donde está el fuego, y que allá abajo hay gran humo
como de salitre y piedra azufre, y que así huele lo de abajo y que esta es
la verdad para el juramento que hizo y no firmó porque no sabe, y señalolo
el dicho gobernador.
Este dicho día fue recibido juramento de Pedro Ximenez, una de las
personas que entraron en el dicho volcán, el cual habiendo jurado según
forma de derecho y prometido de decir verdad y siendo preguntado por
el tenor de lo susodicho dijo que este testigo entró en el dicho volcán ayer
martes con las otras personas que entraron y que estuvieron abajo hasta
hoy miércoles, y que metieron en la caldera grande donde está el fuego
unas cadenas grandes con un servidor de tiro de pólvora asido a las di-
chas cadenas y a unas maromas, y que las metieron cuatro veces para ver
si podrían sacar del metal que arde, y que no sacaron las tres veces nada,
salvo unas escorias como de herrero quemadas, y que a la postrera torna-
ron a echarlas dichas cadenas y muchas sogas y que con el gran fuego
quemó y deshizo las cadenas más de doce o quince brazas de cadena, a
lo que a este testigo le parece y que se quedó dentro en el dicho fuego con
el dicho servidor, y que no sabe que metal es aquello que está allí dentro
y que el humo que sale es grande y malo, y que le parece que es muy da-
ñoso para la salud porque huele a azufre y salitre, y que es gran riesgo
bajar abajo, y que si no fuese por fuerza que este testigo no bajaría allá
y que el señor gobernador no debería dar lugar a ello ni que bajase nin-
guna persona, ni este testigo sabe que metal es aquello, salvo el mucho
fuego y escoria que tiene, y que esta es la verdad para el juramento que
hizo y fírmolo de su nombre, y que por lo que este testigo ve de fuera le
parece que en estar abrasado aquello que no es riqueza ninguna, porque
todo lo de arriba está quemado, y que si alguna riqueza hubiese, que no
podría ser sino que se pareciese, y firmolo Pedro Ximenez.
volcán ayer con las otras personas y echaron a la caldera de fuego unas
cadenas con un servidor de tiro y unas maromas, y las dos o tres veces no
sacaron sino unas escorias como de herrero quemadas, ya la postre echa-
ron otra vez las cadenas y servidor y con el fuego se deshizo las cadenas
y quemadas con el servidor se quedó en el fuego, y que este testigo no sabe
que metal es aquello ni que cosa sea salvo el gran fuego que arde y que
da gran humo y que es dañoso para la salud, y que es gran peligro bajar
abajo, y que este testigo no bajaría allá si no fuese con mucha premia, y
que el señor gobernador no debería dejar bajar ninguna persona porque
es muy gran peligro, y que esta es la verdad para el juramento que hizo
y no firmó porque no sabe.
Y luego este dicho día, salidas las dichas personas, luego incontinen-
te sacaron de lo bajo del volcán una lava, la cual se deslió delante del di-
cho gobernador y de Luis de Guevara, alcade mayor y teniente de
gobernador y del capitán Palomino y de Diego Teyerma, alcaldes ordina-
rios de la ciudad de Granada y de Juan Caravallo, regidor, y de Ber-
nardino de Miranda escribano de Granada, y de otras personas, la cual
lava desliada se halló que traía en ella unos pedazos de peña y de maná
de acije, en cantidad de cuatro o cinco libras de la dicha tierra y piedras
para hacer la experiencia, y fundirlo para ver lo que era, lo cual llevó en
su poder yo el dicho escribano para hacer la experiencia de lo que es.
• Archivo de Indias, Sevilla. Reproducido por Manuel Serrano y Sane en las Relaciones Históricas y
Geográficas de la América Central. Madrid, 1908.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 249
purificado queda, y por estas razones no hay nadie que viese el dicho vol-
cán que no dijese que era cosa muy rica, y así se tiene por cosa notoria en
la dicha provincia y en otras partes de las Indias.
dor nos tomó las maromas y cadenas y aparejos que teníamos y dijo que
el traía seis marineros para entrar en el dicho volcán, de los cuales nin-
guno oyó que osase entrar en él, si no fue que el dicho gobernador mandó
a fray Blas del Castillo, nuestro compañero, que entrase en el dicho vol-
cán, pues había entrado otra vez y sabía el camino y entrada, y así el dicho
fray Blas y los dichos compañeros entraron y metieron las dichas cadenas
y maromas y jarcias en el dicho volcán donde está el metal, y echando el
primer lance se quebró la cadena por ser delgada y se cayó abajo, lo cual
sabido por el dicho gobernador mandó que se subiesen todos arriba y sa-
lidos él y toda la gente se fueron a la dicha ciudad de Granada, donde
tornamos a requerirle de parte de vuestra majestad nos diese licencia pa-
ra que nosotros entrásemos en el dicho volcán, y que a nuestra costa ha-
ríamos otras cadenas y maromas y todo lo necesario, el cual no quiso dar
la dicha licencia, y se fue a la ciudad de León, y al cabo de días yo el dicho
Juan Sánchez y Pedro Ruíz, mi compañero, fuimos a la ciudad de León
a requerir al dicho gobernador nos diese la dicha licencia para tornar a
entrar en el dicho volcán y hacer los aderezos a nuestra costa, pues se te-
nía y tiene en la dicha provincia por la cosa más rica que está descubierta
en el mundo, y vuestra majestad sería muy servido en ello, el cual se enojó
con nosotros y no quiso dar la licencia.
la dicha laguna, ami propia costa, en lo cual gasté mucha cantidad de pe-
sos de oro, yen el dicho (viaje), yo y los que a él fuimos pasamos muy gran-
des trabajos, hambres y necesidades y murieron muchos españoles y de
hambre nos comimos más de cuarenta caballos y los indios de la tierra
nos daban mucha guerra, y descubrimos caminos y viajes, así por tierra
como por agua, hasta el Nombre de Dios, en el cual descubrimiento hay
ahora muy grande trato de fragatas y navíos y barcas que van y vienen
al Nombre de Dios desde la ciudad de Granada por la dicha laguna y río,
a traer las mercaderías que van de España para el Perú y Guatemala y
Nueva España y otras partes.
donde allí hayamos a un español que nos dió alguna comida, de donde en
una fragata que venía del Nombre de Dios nos subimos por el dicho río
desaguadero hasta llegar a la laguna, donde llegamos a la dicha ciudad
de Granada muy enfermos, rotos y pobres.
Por ende pido y suplico a vuestra alteza que, atento que yo fui uno de
los primeros descubridores del dicho volcán y que entré en él con gran
riesgo de mi persona y tengo experiencia de lo que es necesario para vol-
ver a entrar en él y que de ello vuestra majestad será muy servido y acre-
centado su real patrimonio, porque como está dicho se tiene por cierto
que es la cosa más rica del mundo, me mande dar licencia para que yo
pueda tornar a descubrir el dicho volcán y entrar en él y saber el secreto
y sacar el metal que en él hubiere para vuestra majestad, y que pueda
llevar en mi compañía hasta seis personas para que me ayuden a hacer
el dicho descubrimiento, con que descubierto vuestra majestad me haga
merced de la parte que fuere servido darme de lo que el dicho volcán sa-
care; y porque yo estoy pobre y no tengo posibilidad para hacer el dicho
descubrimiento y es necesario hacerse gran gastos en los ingenios y arti-
ficios, suplico a vuestra majestad me haga merced de mandar que se me
dé en Sevilla la cantidad que vuestra majestad fuere servido para hacer
los dichos aparejos, los cuales son maromas y cadenas y otras cosas nece-
sarias, porque acá se pueden hacer muy mejores y a muy menos costo que
en aquellas partes.
• Tomado dele `Relación de los Sucesos de Pedrarias Dávila en las provincias de lo tierra firme o Costilla
del oro'. Reproducido por Martín Fernández de Navarrete en la "Colección de los Viajes y Descubri-
mientos que hicieron por mar los Españoles desde fines del siglo V'
Vi.- FRAY BARTOLOME DE LA S CASAS:
DESCRIPCIÓN DEL VOLCÁN MASAYA, DE NICARAGUA'
En cierta parte de esta provincia, tres leguas de las lagunas, está una
sierra levantada que tendrá una legua de subida; casi toda fértil tierra
de su naturaleza, y al pie de ella está un valle pequeño que casi la corta
y hace algo redonda, y por una parte hay un lago de agua dulce que ten-
drá, si no me he olvidado, una legua y más en su redondo, y es de tanta
hondura que, según allí entendimos, con ninguna cantidad y longitud de
cuerdas se puede llegar al suelo, ni saber su fondo. Por la parte de las dos
• Tomado de la Apologética Historia de las Indias.
256 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Lo que de todo esto siento ser más admirable, sin duda, es que, siendo
aquel fuego o metal, no llama, sino brasa, y estando tan hondo, sólo el
vaho y resplandor que de él sale se sube a las nubes encima por derecho,
y cincuenta leguas por la mar se ve y parece que es llama que arde. Para
gozar bien de verlo y cuánta es su claridad, conviene subir y dormir en
lo alto de la sierra una noche, y así lo hice yo, porque con el Sol, de día,
no se ve cuánta es su claridad. Estuvimos toda una noche ciertos frailes,
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 257
y creo que rezamos maitines sin otra lumbre más de la que nos comunicó
el resplandor del volcán. Estimábamos que era tanta la lumbre que ha-
cía, cuanta hace el día en las mañanas nubladas. Estando mi compañe-
ro y yo en un pueblo que llaman los indios Nindirí, la última sílaba aguda,
legua y media del volcán, y andándonos y paseando, juzgábamos con
nuestros cuerpos hacíamos tanta sombra de la parte contraria donde te-
níamos el resplandor del volcán, como la hiciéramos si tuviéramos la Lu-
na de ocho días por aquella parte.
Cuando aquel fuego revienta, que debe ser cuando hay grandes llu-
vias, por las razones arriba de los otros volcanes dichas, o por otra causa
oculta, sube a lo alto con gran estruendo y furor y lleva consigo grandí-
sima cantidad de piedras pómez y esponjosas, y avienta las más livianas
y quema con ellas y con la ceniza cuatro leguas de tierra en su alrededor.
En el vallecillo que digo que cerca todo casi el monte o volcán, está de esta
piedra pómez y liviana quemada, que parece como las escorias de las fra-
guas de los herreros, sobre un millón de carretadas, en tanta manera, que
no se puede andar sino sobre infinitas de ellas, y porque cuanto más pesa-
da es la piedra, o lo que más de sí echa, menos lejos la avienta, de aquí
es que en lo alto de la sierra está todo lleno de piedras más pesada, y toda
áspera, como las escorias que dije de las fraguas de los herreros, y esto
en tanta cantidad, y ella toda tan pizarreña en aspereza, que casi en toda
la sierra apenas hallamos tierra desocupada de aquellas piedras en que
pudiesen caber nuestros cuerpos para echarnos a dormir.
Esta piedra que está sobre la sierra no es distinta una piedra de otra,
como son las piedras pómez de que digo que aquel valle o vallecillo está
lleno, y por otra parte avienta, sino que están pegadas unas con otras y
hechas peña asperísima, como si allí naciera, y como suelen estar en las
sierras ásperas las peñas pizarreñas, que son como puntas de diamante
o alesnas; y porque, como dije, cuanto más pesado es lo que de sí echa,
tanto menos lo avienta, de aquí es que junto a la boca tiene grandes
pedazos de piedra o metal (según yo no dudo que sea), no pizarreña, si-
258 CRÓNICAS D E VIAJEROS
no casi lisa y de color de hierro, y más tira a color de cobre que de hie-
rro.
Y para argumento que aquel metal sale, o sube muy tierno cuando
lo echa, es que aquellos pedazos están resquebrajados, como suele res-
quebrajarse, y no más, un gran pedazo de masa del pan que comemos,
cuando decimos que la masa, de muy levada, se hace como vinagre, ácida,
parece que se resquebraja, embebiéndose en sí o enjugándose poco a poco
cuando se hiela. Y éste ser metal, especie de hierro o de cobre, de que se
debe sustentar por materia como leña aquel fuego, ninguna duda tengo.
Concuerda con esto lo que arriba hemos referido de los otros volcanes de
ese otro mundo viejo, de donde sale aquel metal, o que es de color de hie-
rro. Y porque con las aguas se derrumban las paredes del rededor de toda
esta sierra, mucha tierra y piedra, y va a caer todo su poco a poco, al pozo
donde está el fuego, de aquí es que debe ser la tierra que cae metalina,
o que aquel metal engendra, y la piedra pómez debe estar llena de aquel
jugo o betumen, y así es aquel fuego perpetuo. Por manera que cuando
el humor o jugo o betumen de aquellas piedras pómez, o esponjosas, se
acaba de consumir con el fuego, entonces quedan livianísimas y las puede
lanzar tan lejos, y algunas que no están del todo gastadas, más cerca.
Por esta causa se han ofrecido algunos al rey que a su costa querían
inquirir lo que allí había, pidiendo las albricias de ellas mismas. Otros,
de callada trabajaron de hacer ciertos instrumentos para entrar dentro,
y estuvieron un año en hacerlas, y hechos, acordaron de entrar cuatro
juntos, y por curiosidad, un fraile fue uno de ellos, y al tiempo de entrar
en el vaso de madera que para ello tenían hecho, viendo tanta hondura
y cosa tan peligrosa, temieron. Pero el fraile, con más temeridad que es-
fuerzo, quiso entrar solo, y tomando una cruz en la una mano yen la otra
un martillo para quebrar alguna piedra si por la pared abajo del volcán
lo impidiese, finalmente llegó sano y bueno abajo, y paseóse a su placer
por la plaza con risa y gasajo, escarneciendo de los que no habían osado
ser sus compañeros. Llevaba sus sogas largas y al cabo una buena cade-
na, y en ella un capacete de hierro para coger de aquel metal o tesoro lo
que cupiese; el cual, echando su soga y en ella la cadena y en la cadena
el capacete, todo lo que de la cadena con su capacete entró en el fuego, así
lo trozó en un momento como si fuera un rábano que se cortara o trozara
con un machete.
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 259
Consideró el fraile muy despacio todas las cosas que veía de este me-
tal que ardía, y fuego y hondura del pozo y lo demás que había en él, y
porque era de mí muy conocido, dándome particular noticia de todo lo que
había hecho y visto, me escribió largo, estando yo en la ciudad de México,
y entre otras cosas que me afirmó fueron éstas: una, que lo que de arriba
nos parece de la hondura del pozo tener treinta estados hasta el fuego,
que eran ciento o más de ciento. La otra, que aquel metal, o que es, que
allí parece estar ardiendo, no está quedo, sino que es un río de ello que
pasa de camino como si de agua fuese. La tercera, que aquel río de metal
o de fuego, o quiera que sea, es tan ancho como una calle de las de la ciu-
dad de México. Cualquiera de las calles de México es tan ancha como la
calle de Valladolid que llaman la Corredera. Otras cosas me escribió
acerca de esto, de que no me acuerdo, y creo cierto que no me escribió cosa
contraria de lo que en la verdad era.
Podemos colegir de lo dicho que los volcanes de que hablaron los anti-
guos, y hoy aún viven, como los de Sicilia, tienen su fuego o metal o betu-
men de que se mantienen, como éste; salvo que como están cerrados y no
tienen más de aquellas bocas estrechas, no se ve. Y así, éste nos enseña
lo que en los otros se contiene también; no ser maravilla que críen aves
y tengan sus nidos en las paredes del Etna, pues en éste las vimos volar
tan cercanas del fuego, cierto se debe tener a éste por una de las mara-
villas del mundo que obra la Naturaleza, y podemos también colegir,
para confirmación de nuestra fe, un cristiano argumento, que pues la Na-
turaleza obra un fuego así tan perpetuo, que cosa es creedera haber fuego
infernal para castigo y tormento de los dañados, que sea eterno, consti-
tuído por la divina justicia e infalible Providencia. De este argumento
trata San Agustín, libro 21, capítulo 4o. de La Ciudad de Dios.
Capítulo 68
Entre los volcanes que hay por toda esta gran tierra, y aunque entren
todos aquellos de quien se tiene noticia hasta el día de hoy, no se ha visto
otro semejante y tan espantoso como el de Nicaragua, que está entre la
ciudad de León y entre la ciudad de Granada. Hay de León al dicho volcán
diez leguas, y de Granada tres.
No está encima de muy alta sierra, como otros, mas encima de un ce-
rrejón redondo, al cual pueden subir cabalgando; tendrá de subida media
legua escasa, y arriba se hace un llano redondo, y en medio está la boca
de aquel espantoso volcán, que también es redonda. Tiene abajo, obra de
media legua, el extremado fuego que siempre en aquella hoya anda; da
tanta claridad que de noche se ve leer una carta a dos leguas. Algunos
quieren decir que de más lejos se leerá; otros que de menos, o no de tan
lejos, y todo puede ser, porque cuando llueve, con el agua se enciende más
y sale mayor resplandor, y entonces de más lejos se leerá la carta. La
claridad que por allí sale vese de noche dentro en la mar por distancia de
veinte leguas, y más de cinco que hay hasta la mar, y lo mismo por tierra
se ve de más de veinte leguas.
Desde la boca se ponen a mirar abajo como pozo, donde bajando dos-
cientas sesenta brazas se hace a la manera de un gran sombrero, la copa
es la boca, y ésta tiene cerca de un tiro de ballesta de ancho y puédese an-
• Tomado de la Historia de Los Indios de la Nueva España.
262 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Cuanto más llueve más se embravece y más sube el fuego, hasta tan-
toque dicen que sube hirviendo y bramando cerca de cien estados arriba
de do suele andar, y otros dicen que allega hastajunto del borde de la pri-
mera boca que está ciento cuarenta (estados). Cosa cierta muy temerosa
de ver y muy extraño de los otros volcanes, porque los otros volcanes a
tiempo echan fuego o humo o ceniza, y otros tiempos cesan. Los otros se
deben cebar de alcrebite o piedra azufre, y según la materia o fuego que
por dentro anda, así sale de fuera, porque como el cuerpo de la tierra en
su manera tenga sus venas como un cuerpo humano, y así como las venas
fenecen y acaban unas en los pies y otras en las manos, etc., bien así la
tierra tiene sus venas y concavidades y sus bocas por donde respira, y en
muchas partes anda el viento muy bravo y cálido, y cuando hiere en los
mineros o vetas de la piedra azufre saca fuego como hiriendo y fregando
un palo con otro, que saca lumbre, que esto cada rato acontece en esta tie-
rra, bien así el viento en su manera, y entonces aquel fuego, según más
o menos que tiene de materia, así echa de sí por aquellas chimeneas que
llamamos volcanes, fuego, humo y ceniza.
lo cual algunos han querido decir que sea aquella boca del infierno y fuego
sobrenatural e infernal, y lugar a donde los condenados por manos de los
demonios sean lanzados, porque según leemos en los Diálogos de San
Gregorio, libro IV, capítulo 36, yendo a Sicilia unos caballeros del rey
Teodorico a demandar el pecho que era acostumbrado de darse cada año,
y cobrado, en aquella isla moraba un varón solitario de gran virtud, y
mientras los marineros aparejaban la nave, fue él haber aquel siervo de
Dios y a encomendarse en sus oraciones, y como aquel siervo del Señor
le viese y hablase con él, y con los que iban con él, díjolee "Sabéis cómo
es muerto el rey Teodorico", y respondieron ellos diciendo que no era ver-
dad, que ellos le dejaban vivo y sano y no habían oído cosa ninguna tal,
y dijo el siervo de Dios: "Muerto es cierto, que este otro día fue tomado del
papa Juan y de Simaco, patricio, y fue echado en esta hoguera de vulcano,
que es aquí cerca, desnudo y descalzo y atadas las manos"; y ellos, oyendo
aquesto, anotaron el día con diligencia, y tornando a Italia, supieron que
ese mismo día moría el rey Teodorico, que el siervo de Dios viera su muer-
te y pena, y justamente fue echado en el fuego por aquellos que él ator-
mentara injustamente en esta vida, que él hiciera matar en la cárcel al
papa Juan, y descabezar a Simaco, patricio, varón de gran bondad. Pues
si aquella es boca del infierno, esta otra de que hablamos no sólo parece
boca del infierno, mas el mismo fuego infernal, que es río de ardiente y
abrasante fuego, y cuán espacioso irá allá dentro en la tierra a los abis-
mos, pues allí a la boca tan furioso se muestra.
Allí en aquello alto de aquel volcán están unos altares y teucales so-
bre los cuales invocan los demonios, y allí les ofrecen sacrificios, y en
tiempos de sequedad, que no llovía, en lugar de sacrificio y ofrenda des-
peñaban por allí abajo niños y muchachos para que fuesen por agua, y los
moradores de aquella provincia tenían que luego que allí se ofreciesen
aquellos niños había de llover, y antes que llegasen abajo iban hechos
pedazos.
VIII.- JUAN DE TOROUEMADA:
LA BOCA DEL INFIERNO.
Capítulo XXXIII
De las cosas que se han dicho en los Capítulos pasados se conocen las
maravillosas obras de la Naturaleza, que por secreto beneplácito de Dios,
ha obrado y obra cada día, en los extraños efectos de estos Volcanes; pero
aunque estas cosas pueden causar espanto; diré aquí de otro que parece
que excede su consideración a todas las cosas que de semejantes lugares
pueden decirse, que es el de Masaya, en la provincia de Nicaragua; por-
que aunque hay muchos en esta grande y extendida tierra, excede a todos
ellos, y aun entiendo, que a todos los que hasta el día de hoy se han visto
en el mundo, porque pienso no haber otro semejante, ni tan espantoso.
Hay desde lo alto de esta sierra al suelo que está dentro de ella, que
hace manera de plaza, doscientos y más estados, (según cuenta el Obispo
de Chiapas, que lo vió, y se lo certificaron otros compañeros); la plaza es
muy llana, como de si propósito la hicieron a mano; pero no hay que ma-
ravillar, pues es hecha de la mano poderosa de Dios, y aunque la baña el
sol, no tiene hierba verde, porque el calor del fuego debe de abrazarla.
Allí en aquello alta de aquel volcán están unos teocales o altares, so-
bre los cuales llamaban a sus dioses y ofrecían sacrificio los indios de
aquellas provincias; y cuando les faltaba el agua, para los temporales, en
tiempo de secas, en lugar de los sacrificios ordinarios despeñaban por allí
abajo niños y muchachos, para que fuesen por agua, y los moradores de
aquella provincia creían, que luego que allí ofreciesen aquellos niños ha-
bía de llover, los cuales, antes de llegar abajo, iban echos muchos peda-
zos.
Está casi en medio, aunque algo a un lado más acostado de la Plaza,
un pozo redondo como si fuera hecho a mano, y puédese andar todo a la
redonda, y a todas partes por el buen espacio que hay del suelo. La boca
de este pozo tiene, (según dice el padre fray Toribio), de través un buen
tiro de ballesta; y según el obispo de Chiapas, veinticinco o treinta pasos,
que será lo mismo poco más o menos; y lo que parece de hondo son más
de treinta estados.
Lo que de todo esto parece ser más admirable, es que siendo aquel
fuego, o metal, no llama, sino brasa, estando tan hondo, solo el vaho o res-
plandor que de él sale se sube a las nubes encima, en línea recta, y se ve
y resplandece treinta leguas la mar adentro, y parece llama que arde. Y
prosigue el Obispo de Chiapas en la relación que hace de este volcán, di-
ciendo: Para gozar bien de verlo y ver cuánta es su claridad, conviene
subir y dormir en lo alto de la sierra una noche, y así lo hice yo, porque
con el sol de día no se ve cuanta es su claridad; estuvimos toda una noche
ciertos frailes y yo, y rezamos maitines, sin otra lumbre mas de la que nos
comunicó el resplandor del volcán, y vimos ser tanta la claridad que ha-
268 CRÓNICAS DE VIAJEROS
Está este volcán cinco leguas de la Mar del Sur, y vése su claridad
veinte o veinticinco leguas la mar adentro. Para ver aquel fuego que allí
sale, pónense a mirarlo desde arriba, encima de unas peñas, y miran pa-
ra abajo, como quien mira una profunda cueva. Estas son palabras de es-
te bendito Padre.
Cuando aquel fuego revienta, (que debe de ser cuando hay grandes
lluvias, por las razones dichas de los otros volcanes, o por otra alguna
causa oculta), sube a lo alto con grande estrueno y furor, y lleva consigo
grandísima cantidad de piedra pómez, y las más livianas de ellas las
avienta a distancia de cuatro leguas, poco más o menos, y con ellas y con
la ceniza que va a vueltas, que es a manera de rescoldo, quema la tierra
que alcanza en sus alrededores.
Esta piedra que está sobre esta sierra no es distinta una de otra, co-
mo son las piedras pómez que caen en el llano o valle donde este monte
o volcán está sentado, sino que están pegadas unas con otros y hechas
peña asperísima, y no parecen arrojadas del fuego, sino nacidas en los
mismos lugares donde aparecen, como suelen estar en los malpaises y
sierras ásperas las piedras pizarreñas, que son como puntas de diaman-
tes o de alesnas; y porque (como ya dije) cuanto más pesado es lo que de
sí echa, tanto menos la avienta .; de aquí es que junto a la boca tiene gran-
des pedazos de piedra, o metal (según yo no dudo que sea), no de la aguda
y pizarreña, sino casi lisa y de color de hierro, y más parece cobre que hie-
rro; y para argumento que aquel metal sale o sube muy tierno cuando lo
despide, es ver que aquellos pedazos están resquebrajados, como suele
abrirse o resquebrajarse un gran pedazo de masa de pan que comemos,
cuando la masa de muy levada se avinagra o aceda; porque parece que
se resquebraja, embebiéndose en sí, o enjugándose poco a poco cuando se
hiela; y esto hace mucha fuerza para creer que aquel es metal de hierro
o cobre, del cual aquel fuego se sustenta, si acaso sólo es, aunque es cosa
muy dudosa. Concuerda con esto lo que arriba hemos referido de los de-
más volcanes donde sale metal, o cosa que lo parece, y puédese creer que
la tierra de esta sierra es jugosa de jugo que engendra esta materia, que
produce este fuego, y que se engendra en los poros de estas piedras espon-
josas, o pómez; y cuando se acaba de consumir el humor, o jugo de ellas,
convirtiéndose en aquel metal o fuego, entonces quedan livianas y las
puede arrojar tan lejos, y las que no están del todo gastadas, no tanto,
sino más cerca.
de entrar cuatro juntos, y por curiosidad fue un fraile con ellos, y al tiem-
po de entrar en un vaso de madera que tenían hecho para el efecto, viendo
tanta hondura, y pareciéndoles cosa muy peligrosa, temieron; pero el
fraile, con más temeridad que esfuerzo, quiso entrar solo, y tomando una
cruz en la una mano, y un martillo en la otra, para quebrar alguna piedra,
si la hubiere por las paredes del pozo, que le fuese estorbo o impedimento
para bajar abajo, hízose bajar y llegó sano y bueno al suelo de la plaza,
y paseóse por ella muy a su placer, con risa y gozo, escarneciendo de los
que no habían osado ser sus compañeros. Llevaba sus sogas largas, y al
cabo una buena cadena, y en ella un capacete de hierro para coger de
aquel metal lo que cupiese, y echando abajo sus sogas, y en ellas la cadena
con el capacete, llegó al fuego y todo lo que entró de la cadena y vaso den-
tro de él lo cortó, con si fuera con cuchillo. No sacó nada el fraile, pero con-
sideró muy despacio todas las cosas que había de este metal que ardía,
y fuego, y hondura del pozo, y lo demás que había en él; y lo que después
afirmó fue que aquel metal (o lo que es) que allí parece estar ardiendo no
estaba quedo, sino que es un río de ello, que pasa de camino, como si lo
fuese de agua, y que aquel río de metal o fuego es tan ancho como una
calle de las de esta ciudad de México, que son muy anchas; pero después
tornaron a entrar ciertos españoles, con más instrumentos de hierro más
fuertes para coger el metal, y también los cortó y derritió el fuego.
El padre fray Toribio dice que el año de 1538 entraron diez o doce es-
pañoles, en aquella hoya y plaza, poniendo arriba un cabestrante, y ba-
jaban uno a uno, metiéndose en un cesto, y muy atados y con otras mu-
chas diligencias (y dice que con todo fue una muy gran locura y que se pu-
sieron a muy grande riesgo y peligro) y desde aquella plaza donde está
la poza tornaron a poner otro cabestrante con una soga, y por remate una
guesa cadena de hierro con un servidor de oro, para coger de aquel metal,
que en todo su seso pensaban que era oro, diciendo que a ser otro metal
lo gastara y consumiera el ardentísimo fuego de aquella hornaza, porque
el fuego gusta todos los metales, sino es el oro.
Durmieron allá abajo una noche, porque como ya dijimos, hay por to-
das partes a la redonda de la boca donde anda el fuego buen espacio; me-
tieron su soga y cadena, y en llegando la cadena al metal la torció y cortó,
y quedose allá el servidor; y de creer es que no tardó mucho en derretirse;
yen la punta de la cadena salieron pegados ciertos granos de aquel metal
que allí hierve, y llevados a los plateros nunca conocieron que el martillo
que estaba acerado no lo podían ablandar; antes el metal entraba por el
acero como si se metiera por cera, que es mucho de considerar. Esto dice
el Padre fray Toribio.
Más ánimo parece que mostró, (según dicen algunos), el otro conde-
nado a muerte que entró en el monte Etna que estos que bajaron a esta
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 271
plaza, del cual dicen los que escriben sus maravillas que cierto rey de Si-
cilia, queriendo inquirir lo que había dentro de aquel volcán, obligó aun
condenado a muerte a que entrase dentro, y que si saliese con vida lo
dejaría ir libremente; el cual alentado con la vida que se le prometía sa-
liendo con ella de aquella boca, se metió en un cesto con comida dentro,
y con cierto artificio que para ello hicieron bajó hasta increíble hondura,
la cual no se presumía; y estando todo el día adentro, al poner del sol lo
sacaron, y dijo que en los lados y paredes del monte había muchos nidos
de aves y que por toda aquella hondura por donde bajó nunca vió cosas,
más de que oyó grandes ruidos y estruendos de aguas que por lo más bajo
corrían; y esta es la verdad de aquel fuego, que las aguas de la mar, que
por allí están cerca (como sea isla) con sus golpes y movimientos conti-
nuos engendran el viento, y el viento enciende la piedra azufre y así se
hace aquel fuego; pero digo que aunque fue mucho el ánimo de este con-
denado a muerte, lo fue mayor el de estos que entraron en este de Masa-
ya, porque eran libres y se ponían voluntariamente al peligro, y ese otro
era condenado, y así como si estaba sentenciado a muerte, y más cierta
la tenía por otra vía que entrando en aquella boca de aquel monte.
Podemos colegir de lo dicho, que los volcanes de que hablaron los an-
tiguos, y hoy aún viven, como los de Sicilia, tienen su fuego y metal, o be-
turnen, de que se mantienen, como aqueste de Masaya, salvo que como
es-tan cerrados y no tienen mas de aquellas bocas estrechas, no se ve por
ellas el metal o fuego que tienen, y así éste nos enseña lo que en los otros
hay, aunque en ellos no lo vemos. También se debe colegir no ser mara-
villa que críen aves y tengan sus nidos en las paredes dentro del monte
Etna, pues en éste se ven volar tan cercanas al fuego.
Cierto se debe tener aquesto por una de las maravillas del mundo,
obrado con particular Mano de la Omnipotencia de Dios. Y podemos tam-
bién colegir, para confirmación de nuestra Fe, un cristiano argumento,
y es, que pues la Naturaleza obra un fuego así tan perpetuo, que es cosa
muy creedera haber fuego infernal, para castigo y tormento de los daña-
dos, como la fe expresamente nos lo dice y enseña, el cual ha de ser eterno,
constituido por la Divina Justicia e infalibe Providencia de Dios. De este
argumento trata el glorioso Padre San Agustín, en los libros de la Ciudad
de Dios.
Capítulo XXXIV
Como muchos han creído ser boca de Infierno este Volcán de Masaya, y su Fuego
el mismo que el de los condenados, y se contradicen SUS razones.
tencias, hablando del monte Etna de Sicilia, y dice tenerlo él para sí creí-
do así, y añade luego: Porque según leemos en los Diálogos de San Gre-
gorio, un hermitaño que vivía en aquella isla, vió en visión que el día que
murió el rey Teodorico de los Godos, Arriano, y tirano, que había afligido
la iglesia de Dios mucho en Italia, al papa Juan y Simaco Patricio, suegro
de Boecio, a los cuales había martirizado, lo traían atado y lo echaron por
la boca ardiente de Mongibel, o volcán de Sicilia, y que yendo ciertos
caballeros a recoger los tributos y alcabalas de este dicho rey a la misma
isla, mientras los marineros aparejaban la nave para volverse, se fueron
al lugar donde este santo hermitaño estaba, a encomendarse en sus ora-
ciones, por la mucha fama que de su santidad corría; el cual les dijo: Sa-
beis como es muerto el rey Teodorico? Y ellos respondieron, que no era sí,
porque ellos lo habían dejado bueno y sano en la posesión de su reino, y
que no habían oído nada en contrario, a lo cual el siervo de Dios dijo, sin
duda es muerto, porque el otro día fue llevado del papa Juan y de Simaco
Patricio, y echado en esta hoguera de Vulcano, desnudo, descalzo y ata-
das las manos; y ellos oyendo aquesto, notaron el día y hora que el her-
mitaño había dicho, y volviendo a Italia supieron que aquel mismo día
había muerto el rey, lo cual le fue mostrado en visión a este Santo Varón.
Otros tuvieron creído ser boca de infierno aquel lugar, por lo que de
él se decía, y lo que entre los populares corría era decir que cerca de aque-
llos montes que echan de si fuego ven los marineros visiones de demonios
y oyen voces, y que les hacen burlas y escarnios, desatándoles las jarcias
y las cuerdas y cabo de los navíos, si no hacen sobre ellos la señal de la
cruz; y que ven peleas de demonios de una isla a otra, que oyen gemidos
lamentables de los dañados, y otras semejantes cosas que el pueblo igno-
rante fácilmente cree, por causa de carecer esta gente común y popular
de saber los secretos de la naturaleza. Pero deshaciendo invenciones de
gente simple y ruda y hablando con hombres doctos y sabios, digo, que es
muy fácil de responder a todo lo dicho, en especial a las cosas que tocan
al fuego de los volcanes, negando ser del que arde en los infiernos, porque
como el infierno sea cárcel constituída por Dios para los condenados, por
esto el fuego de allá no ha de dañar, ni ofender, sino sólo aquellos que por
justos juicios suyos son sentenciados a sus tormentos y penas; y vemos
274 CRÓNICAS DE VIAJEROS
que el fuego que sale de esos volcanes mata a los hombres y destruye las
tierras por donde se derrama; luego no es del infierno. Lo otro, porque co-
mo las ánimas sean incorpóreas, no tienen necesidad que el infierno ten-
ga bocas. Lo otro, por que si aquel fuego fuese del infierno sería muy oscu-
ro, como humo sin luz, porque ninguna cosa debe ser a los dañados ale-
gría; y según San Basilio y otros santos, aquel fuego infernal, demás de
no tener luz y ser muy oscuro, quema y abrasa incomparablemente más
que este nuestro, y este que sale de estos volcanes es claro y hace lumbre:
luego no es del infierno.
En cuanto a lo que dicen los vulgares que oyen voces, y ven todo lo de-
más que queda referido y dicho, digo, que todo debe ser 'compuesto con-
sejas o invenciones de hombres fáciles y vanos que piensan que las áni-
mas apartadas de los cuerpos dan voces en el infierno, considerándolas
en aquel lugar como vivían en este mundo; mas es falso, porque allí las
ánimas ni dan voces ni pueden llorar, porque carecen de cuerpo y órganos
vocales. A las burlas que dicen que hacen los demonios a los marineros,
decimos que si esto es verdad, lo habemos de atribuir a obra de la Provi-
dencia Divina, que ordena las obras de los demonios para confirmación
de nuestra fe, y para que más estimemos y honremos la virtud de la Santa
Cruz, en que nuestro redentor murió. Yen lo que toca a la visión del áni-
ma del rey Teodorico, se responde ser verdad haberla visto aquel santo
hermitaño, pues San Gregorio lo dice; pero no se sigue que la boca de
aquel volcán sea boca del infierno, ni su fuego ser infernal; porque aque-
llo que apareció no debía ser el ánima del rey Teodorico, sino que fue he-
cha aquella relación o demostración a aquel santo hermitaño por la vo-
luntad de Dios, para dar a entender que aquel mal hombre que tanto ha-
bía turbado y afligido la Iglesia, era condenado para los tormentos del in-
fierno; y esto parece por aquello que dicen ser el ánima, y que la llevan
aquellos dos santos varones, el Papa Juan y el Patricio Simaco, a los cua-
les había martirizado. Las ánimas dañadas para los infiernos nos las lle-
van las ánimas de los santos, sino los demonios. Luego, por alguna signi-
ficación quiso Dios mostrar ésta a este hermitaño; visión esta pudo muy
bien ser para mostrar el gran pecado y pecados que aquel tirano había
cometido en toda Italia, favoreciendo a los herejes Arrianos, y en afligir
la iglesia católica y matar los varones santos, en especial al Papa Juan
y al Patricio Simaco, y también al santo Boecio, yerno de Simaco, y por
las opresiones y tiranías que había cometido, afligiendo los pueblos y ro-
bando los ejércitos en toda Italia, como lo cuenta Boecio en su Libro de
Consolación. Lo otro, para consolación de muchos, que vivían varones
santos a quienes había perseguido y oprimido, y habían padecido por él
y por sus oficiales, sufriendo grandes tiranías y calamidades, las cuales
sabiendo la pena de aquel que era manifiesta, se consolaban, entendien-
do que los que sucediesen en aquel reino temerían hacer semejantes ma-
CRÓNICAS SOBRE EL VOLCÁN MASAYA 275
les a los fieles cristianos. Lo otro, porque quiso mostrar la Divina Justicia
el pago que da después de esta vida a los perseguidores de la Iglesia y a
los reyes tiranos; porque por mucho que vivan y gocen de todo su poder
con ellos, disimulando Dios en sus perversas obras, entiendan que al fin
no se han de escapar de sus manos. Y por no causar enfado me remito en
otras muchas cosas de lo que de esto se puede decir, y saber al tostado en
la admirable repetición que hizo Ve statu Animarum post hanc vitan",
y en el Libro de sus Paradojas, donde larga y maravillosamente trata de
esta materia.
specialmente hoy, en que está tan cercana la celebra-