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Constitución Política
de los
Estados Unidos Mexicanos
Tomo 1
Estudios históricos
COORDINACIÓN EDITORIAL
Comité Directivo
Junta Ejecutiva
Director
Pedro Salazar Ugarte
Secretario académico
Francisco Ibarra Palafox
Secretario técnico
Raúl Márquez Romero
Constitución Política
de los
Estados Unidos Mexicanos
Tomo 1
Estudios históricos
Gerardo Esquivel
Francisco Ibarra Palafox
Pedro Salazar Ugarte
Coordinadores
Presentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XI
Pedro Salazar Ugarte
Francisco Ibarra Palafox
Gerardo eSqUIvel
Liminar. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . XIII
Miguel Barbosa Huerta
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IX
PRESENTACIÓN
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sta obra es el resultado de un esfuerzo colectivo entre el Instituto de Inves-
tigaciones Jurídicas de la Universidad Nacional Autónoma de México y el
Instituto Belisario Domínguez del Senado de la República. Se trata de un
proyecto coordinado por quienes firmamos esta nota, pero que reúne la dedicación
de un amplio grupo de colaboradores y autores que trabajaron durante varios meses.
Al final de ese periplo editorial se han logrado reunir un conjunto de cien ensa-
yos escritos por las personas que mejor conocen el devenir constitucional mexicano.
El resultado es esta publicación conmemorativa que sale a la luz pública el día en
que la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos cumple sus primeros
cien años de vigencia, pero que aspira a mantenerse en el interés de los lectores du-
rante un amplio periodo de tiempo.
Desde esta perspectiva, en cierto sentido, la celebración del aniversario cons-
titucional ha servido como pretexto académico para pensar y reflexionar sobre el
pasado, el presente y el futuro del constitucionalismo mexicano.
Dividida en cuatro tomos, la colección aborda, desde diferentes perspectivas y
con el instrumental teórico de diversas disciplinas, cuatro grandes aspectos del de-
venir constitucional en México: la historia, el derecho, la vida económica y social,
y la política.
En cada caso, expertas y expertos en sus disciplinas dan cuenta de la vigencia
simbólica, jurídica, política, económica, social, cultural, etcétera, de la Constitución
de México. De esta manera, cada ensayo en lo individual ofrece un punto de vista
sobre aspectos relevantes de la Constitución mexicana, pero lo más importante es la
visión compleja, robusta, que ofrece la colección en su conjunto.
Pensamos que esa es la mejor forma de festejar a la Constitución de los Estados
Unidos Mexicanos aprobada por el Constituyente en Querétaro hace una centuria:
demostrando que no ha sido un tótem normativo ni un fetiche histórico sin relevan-
cia práctica. Todo lo contrario, la Constitución mexicana fue un referente histórico,
materializó un hito político, sirvió para organizar una sociedad compleja y ha sido
instrumento de cambio y transformación constantes. De todo ello se da cuenta en
esta obra.
Si bien es cierto que en la actualidad la Constitución mexicana adolece de pro-
blemas desde un punto de vista técnico y semántico —como consecuencia en gran
medida de las múltiples reformas de las que ha sido objeto—, lo cierto es que, desde
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n 1917, los 127 integrantes del Congreso Constituyente que firmaron la
Constitución tuvieron y cumplieron la alta responsabilidad de plasmar sobre
el papel las demandas de democracia, justicia y libertad que la Revolución
había desencadenado. La promulgación de la Constitución permitió avanzar hacia
la pacificación, fincó las bases de un Estado moderno y trazó el sendero hacia el
porvenir.
Este año la Constitución cumple un siglo de su promulgación. Es innegable
que en este tiempo el país y la sociedad han avanzado de manera notable, pero, des-
graciadamente, varias de las aspiraciones y preceptos fundacionales de nuestra carta
magna aún están pendientes, particularmente, los relacionados con la igualdad y la
justicia.
¿Cómo interpretan este aniversario los millones de mexicanos que viven en
la pobreza y que día con día padecen los efectos de la desigualdad?, ¿cómo festejar
la Constitución, si la justicia continúa como una promesa para los familiares de los
desaparecidos y asesinados por la violencia del crimen organizado?
En 100 años la Constitución ha experimentado una larga lista de reformas.
Primero, desde una sola visión y a través de una fuerza política que dominaba el
Congreso; después, y ante el avance de la pluralidad, con alianzas que han posibili-
tado mayorías calificadas.
Debemos comprender que las reformas constitucionales no son resultado de
simples alianzas, sino que deben ser el producto de amplios consensos sociales. Sólo
así, por medio de amplios consensos, la Constitución, nuestro pacto social, podrá
representar, efectivamente, la unidad nacional; la unidad en torno a principios y va-
lores, en torno a la igualdad y la democracia.
En 1917 nuestra Constitución se promulgó entre pugnas, entre facciones re-
volucionarias, con una sociedad dividida y una economía devastada por la guerra.
Ahora, en tiempos de incertidumbre, avancemos hacia la conmemoración del Cen-
tenario de la Constitución, no sólo como una ceremonia cívica, sino como parte de
un proceso que fortalezca nuestro pacto social y que conduzca a una reflexión pro-
funda sobre nuestra carta magna.
El trabajo que el lector tiene en sus manos fue impulsado por el Instituto de
Investigaciones Jurídicas de la UNAM y el Instituto Belisario Domínguez del Sena-
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l párrafo inicial del artículo 27 constitucional define en primera instancia el
agua de la nación: “La propiedad de las tierras y aguas comprendidas dentro
del territorio nacional, corresponde originariamente a la nación, la cual ha
tenido y tiene el derecho de transmitir el dominio de ellas a los particulares, constitu-
yendo la propiedad privada”. Más adelante, en el párrafo quinto del mismo artícu-
lo, se describen esas aguas con detalle. El segundo componente aparece en el párrafo
sexto: al igual que los minerales, el dominio de la nación sobre las aguas es inalienable
e imprescriptible, contradiciendo en cierto modo al párrafo inicial porque en realidad
el agua como los minerales no puede ser objeto de la propiedad privada. Los parti-
culares sólo pueden tener acceso a ella mediante concesión. El tercer componente es
la definición del gobierno federal como representante de la nación, y la disposición
de que será éste —y no los estados ni los municipios— el que gobierne el uso de las
aguas. Así aparece en el mencionado párrafo sexto cuando se afirma que en cuanto
a minerales y aguas “sólo podrán hacerse concesiones por el gobierno federal a los
particulares o sociedades civiles o comerciales”.1 El agua de la nación así entendida
era un fenómeno reciente, una criatura recién nacida.
La propuesta de este breve texto es que el estudio de las implicaciones del ar-
tículo 27 de la Constitución de 1917 referido a las aguas es una ventana novedosa
(y húmeda) para el análisis de la historia política mexicana del siglo XX. Se trata de
relacionar el contenido de dicho artículo con la construcción de un centro político,
*
El Colegio de México.
1
Se emplea la versión original de la Constitución de 1917, publicada por el Instituto de Investiga-
ciones Jurídicas de la UNAM: http://www.juridicas.unam.mx/infjur/leg/conshist/pdf/1917.pdf.
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Que la nación y el poder federal se inmiscuyeran en los usos del agua no obedeció ni
a la Revolución de 1910 ni a la Constitución de 1917. Era una tendencia que venía
al menos desde la década de 1880. Dos connotados abogados coinciden en afirmar
que la injerencia federal sólo se hizo necesaria cuando el agua se convirtió en fuente
de grandes negocios. Antes de eso, sostienen ambos, el agua había pasado desaperci-
bida para la autoridad nacional.2 Los antecedentes de la injerencia federal se inician
en 1888, con la expedición de la Ley general de vías de comunicación, y culminan en
diciembre de 1910, con la entrada en vigor de la Ley de aprovechamiento de aguas
de jurisdicción federal. Visto en perspectiva, la labor del constituyente de 1917 con-
sistió en lo siguiente: a) elevar a rango constitucional lo que antes era materia de
una ley, y b) abandonar la “jurisdicción” para establecer claramente la “propiedad”
nacional de las aguas. En ese sentido, la Constitución de 1917 siguió y reforzó el
camino andado, algo que no debe subestimarse. Sin embargo, se verá que el mismo
artículo 27, por las referencias al decreto o ley de 6 de enero de 1915, contenía la
semilla de una ruptura drástica con la época anterior.3
¿De dónde provenía el impulso al agua de la nación que tan bien expresa el
artículo 27? Al menos de dos tendencias bien definidas a finales del siglo XIX: por
un lado, de un cambio tecnológico-económico de gran profundidad, de escala pla-
netaria, que hacía posibles nuevos usos del agua (generación de electricidad) y que
permitía un aumento revolucionario en la escala de los aprovechamientos para riego
2 Los dos abogados, adversarios en un famoso litigio que se mencionará más adelante, eran Jorge
Vera Estañol y Luis Cabrera. Vera Estañol, Jorge, Alegatos que presenta el señor licenciado Jorge Vega Estañol
en el juicio ordinario de la Compañía Agrícola, Industria, Colonizadora Limitada del Tlahualilo versus el gobierno fe-
deral, México, Secretaría de Fomento, 1910, p. 615. Cabrera, Luis, Obras completas. Obra jurídica, México,
Oasis, 1972, p. 361.
3 En el texto original de este artículo se emplea de manera indistinta “decreto” y “ley” de 6 de
enero de 1915.
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y para la provisión de agua potable a las ciudades. Esos eran los grandes negocios
de los que hablaban Vera Estañol y Cabrera. Y por otro lado, de un proceso político
que en México se abría paso en medio de grandes dificultades y que se refería a la
difícil tarea de formar un centro político como garantía de la estabilidad política y
social; dicha estabilidad —y por tanto el centro político— era vista como condición
indispensable para lograr el progreso económico. En este caso, el régimen federa-
lista, en la medida en que establecía la convivencia de soberanías (la federal y la de
los estados), parecía un estorbo. Así lo había mostrado el esfuerzo incesante de los
gobernantes de distinto sello ideológico por fortalecer las facultades del gobierno
general. Pero los intereses locales y la Constitución de 1857 dificultaban la tarea.
No extraña por tanto que los gobiernos generales se vieran obligados a hacer ajustes
que en cierto sentido contradecían la Constitución. Es el caso de la creación del Se-
nado de la Republica en 1874 y la tensión existente en torno a la cuestión tributaria.
En este ámbito destaca el empeño federal por acabar con las alcabalas, viejos gravá-
menes a la circulación de mercancías, que constituían una de las principales fuentes
de ingresos de los gobiernos locales. Asimismo destaca la creación del impuesto del
Timbre a partir de 1875. Este era un impuesto de carácter general que sería cobra-
do por el gobierno federal, una fórmula extraña al federalismo fiscal del siglo XIX.4
En el mismo sentido deben entenderse los cambios efectuados en materia minera
de 1883, que limitaron la soberanía tributaria de los estados y fortalecieron la ca-
pacidad legal y fiscal del gobierno general. Un proceso equivalente se advierte en
torno a las instituciones bancarias. Con base en la legislación federal de 1883, todos
los bancos tuvieron que confirmar sus concesiones locales ante el gobierno general.5
En particular, el asunto de las aguas tuvo su origen en un grave conflicto entre
los estados de Durango y Coahuila por las aguas del río Nazas. El asunto era simple:
la expansión del cultivo algodonero, además de haber propiciado el fraccionamiento
de la gran propiedad heredada de la época colonial, también demandaba mayores
cantidades de agua. Se produjo entonces un conflicto típico de los grupos sociales
ribereños: los productores de abajo (coahuilenses) se enfrentaron a los de aguas arri-
ba (duranguenses). La dificultad para llegar a acuerdos entre las dos entidades fe-
derativas (un asunto que no ha merecido la suficiente atención historiográfica) hizo
necesaria la intervención de una autoridad superior que dirimiera el conflicto entre
las dos entidades federativas. El problema era que tal superioridad no existía. Tal
es el contexto que explica la expedición de la Ley general de vías de comunicación
de junio de 1888. Esa ley inauguró la tendencia intervencionista federal en mate-
ria de aguas, es decir, los primeros y titubeantes pasos del agua de la nación.6 Esa
4
Carmagnani, Marcello, Estado y mercado. La economía pública del liberalismo mexicano, 1850-1911,
México, El Colegio de México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
5 Aboites Aguilar, Luis, El agua de la nación. Una historia política de México (1888-1946), México,
México, pp. 428-456. Del mismo autor, El hombre, la tierra y el agua. Las políticas en torno a la irrigación en
la agricultura de México, México, CIESAS, IMTA, 1994. Sobre la propiedad del agua, véase Margadant,
Guillermo F., “El agua a la luz del derecho novohispano”, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, I,
1989, pp. 113-146. Meyer, Michael C., El agua en el suroeste hispánico. Una historia social y legal 1550-1850,
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México, CIESAS, IMTA, 1997. Carvajal Ramírez, René, “Aspectos legales de las aguas subterráneas
en México”, Ingeniería hidráulica en México, XXI: 3 (julio-septiembre, 1967), pp. 249-258.
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Un estudioso ha señalado que la ley de aguas de 1910 es expresión nítida del rumbo
general del gobierno porfiriano. Era una ley diseñada a la medida de las grandes
empresas, en especial las mineras, industriales, hidroeléctricas y agrícolas. Sólo con-
templaba la concesión federal como mecanismo de acceso al recurso en cuestión.
En cambio, el artículo 27, además de la concesión, establecía una vía por entero
novedosa, aquella que se derivaba del decreto de enero de 1915, es decir, la reforma
agraria, mediante la cual el Estado impulsaría una redistribución del acceso al agua.
En eso reside la ruptura de 1917 con respecto al avance jurídico logrado en materia
de aguas durante las últimas décadas del siglo XIX. El reconocimiento de la tensión
entre continuidades y rupturas contenidas en el artículo 27 es útil para el estudio de
la historia política mexicana desde la ventana que ofrecen los usos del agua.
Imponer la propiedad nacional del agua establecida por el artículo 27 no fue
tarea sencilla. Grandes y pequeños productores, así como autoridades de distinto
rango, se opusieron abierta o soterradamente. Por ello, el estudio del lento y a veces
titubeante y frágil ascenso de la nación y por consiguiente del poder federal en el
ramo de aguas brinda grandes posibilidades para la historia política del siglo XX, en
particular para desterrar la idea de que el Estado posrevolucionario nació con gran
fortaleza.7 El quehacer en torno a las aguas debe entenderse como eslabón de una
tarea más amplia y compleja, que nació con el nuevo país independiente en 1821, a
saber, construir una autoridad central con capacidad para imponerse no sólo a los
gobiernos y autoridades locales sino a los grupos de empresarios y propietarios del
heterogéneo mosaico nacional. El vínculo con otro grupo social, los demandantes de
tierra, resultó fundamental en esa tarea.
Después de expedida la Constitución de 1917, los gobiernos posrevolucionarios
dieron continuidad a la administración del agua, es decir, al ámbito de las declara-
torias, reglamentaciones y sobre todo de las concesiones. Esa labor quedó a cargo
ya no de la Secretaría de Fomento sino de una nueva criatura burocrática: la Secre-
taría de Agricultura y Fomento (SAyF), nacida en 1917. En materia administrativa,
el gobierno de Venustiano Carranza hizo una innovación importante: impulsó la
creación del impuesto sobre el uso de las aguas nacionales, en abril de 1917. El gra-
vamen buscaba financiar el gasto administrativo que implicaba ampliar la autoridad
federal sobre los ríos y demás cuerpos de agua del país. Pero su cobranza fue labor
titánica, entre otras razones por el desconocimiento de la hidrografía y por la igno-
rancia general en torno a la localización y características de los aprovechamientos
existentes. El referido AHA contiene material invaluable para documentar la gran
dificultad que entrañaba hacer efectiva la administración federal del agua, en parti-
7
Un historiador hace una crítica severa a la interpretación (entre otros de Arnaldo Córdova) que
atribuye gran poderío al Estado posrevolucionario prácticamente desde 1917. Véase Knight, Alan,
“La revolución mexicana, ¿burguesa, nacionalista o una gran rebelión?”, Cuadernos Políticos, 48 (octu-
bre-diciembre, 1986), pp. 5-32.
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cular la cobranza del nuevo gravamen. Cabe insistir que, en principio, el impuesto
gravaba a los particulares que en tiempos anteriores habían recibido concesiones de
agua. Pero la recaudación no fue considerable y quizá por eso se extinguió en 1929,
salvo para las hidroeléctricas. El Estado posrevolucionario se olvidó del agua como
fuente impositiva durante décadas; se volvió a acordar de ella en la década de 1980,
según se verá.
Pero al lado de la continuidad de la administración del agua, del mundo de
las concesiones, por así decir, surgió la ruptura. Con base en el decreto de enero
de 1915 se empezó a dotar de tierras y aguas a un número creciente de núcleos de
población rural. Esta vía ni de lejos estaba prevista por la ley de 1910. Era una in-
novación revolucionaria, literalmente hablando. Al igual que las tierras, las aguas de
antiguos propietarios comenzaron a ser redistribuidas para beneficiar a los nuevos
protagonistas del campo mexicano: los ejidos y los ejidatarios. Las autoridades agra-
rias se esforzaban por reglamentar las dotaciones de líquido, cuyas peculiaridades
imponían diferencias con respecto a las dotaciones de tierra. A veces las adjudicacio-
nes de agua tuvieron que hacerse en tiempos de secas, cuando el agua simplemente
no existía. La tierra en cambio siempre estaba allí. Surgió así la “accesión” como
procedimiento específico de la dotación realizada con base en terrenos previamente
irrigados. El agrarismo mexicano se topó con las singularidades del medio geográfi-
co, con los regímenes de precipitación según estaciones y meses del año. Ello obligó
a hacer mediciones cada vez más precisas, así como reglamentos cada vez más de-
tallados sobre los distintos grupos y localidades que hacían uso de las aguas de una
misma corriente.8
Como se sabe, las dotaciones a ejidos desataron una grave conflictividad rural.
Los propietarios podían ceder tierras inútiles, agostaderos inaccesibles, pero defen-
dieron a capa y espada los terrenos de riego o aquellos que mediante distinta clase de
obras podían llegar a regarse.9 Esta conflictividad acentuó la singularidad política
del siglo XX, consistente en la aparición de burocracia federal en la vida local, en
los pueblos, haciendas, en las riberas de los ríos. En ocasiones, los empleados fede-
rales, topógrafos e ingenieros entre ellos, tuvieron que solicitar el apoyo del ejército
para ejercer sus funciones. Así se abrió paso a un proceso político que merece mayor
atención: el lugar de esa burocracia federal en un escenario político que antes era
dominado por la coalición de propietarios y autoridades municipales y estatales.
Las décadas de 1920 y 1930 son fascinantes entre otras razones por la presencia del
8 Por tal razón, los expedientes del AHA sobre reglamentación son una mina casi inagotable de
información no sólo sobre los usos del agua sino en general sobre el poblamiento de las áreas vecinas
a numerosas corrientes fluviales. Animan a hacer historias de ríos, algo también muy descuidado en
México.
9 Quizá el mejor estudio disponible sobre esta dinámica agraria y agrarista sea el de Castañeda
González, Rocío, Irrigación y reforma agraria: las comunidades de riego del valle de Santa Rosalía, Chihuahua
1920-1945, México, CIESAS, Comisión Nacional del Agua, 1995. También véase Nugent, Daniel,
Spent Cartidges of Revolution: An Anthropological History of Namiquipa, Chihuahua, Chicago, Chicago Univer-
sity Press, 1993; Valladares, Laura, “Cuando el agua se esfumó. Cambios y continuidades en los usos
del agua en Morelos (1880-1940)”, México, Escuela Nacional de Antropología e Historia, 1996 (tesis
de maestría).
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nuevo protagonista federal. En ocasiones, éste apoyó a los grupos agraristas contra
aquella coalición pero en otros casos convino en reforzarla para hacer frente a las
organizaciones radicales de demandantes de tierras y aguas. Por lo anterior, debe
subrayarse que el poder federal no sólo se construyó y manifestó por medio de los
maestros rurales. También lo hizo mediante ingenieros civiles, agrónomos, topógra-
fos y técnicos que tuvieron a su cargo el reparto de tierras y por supuesto de aguas.
Por lo pronto esos empleados federales aportaron un gran conocimiento del territo-
rio nacional.
Pese a la resistencia de los propietarios y a la oposición de diversas autoridades
(como el mismo presidente Pascual Ortiz Rubio), la redistribución del acceso al agua
propiciada por la reforma agraria avanzó especialmente en el centro y norte del país
entre grandes dificultades y de manera desigual. Pero ganó amplitud y solidez cuan-
do el gobierno de Lázaro Cárdenas repartió miles de hectáreas de primerísima cali-
dad en lugares como La Laguna y los valles de Apatzingán, Yaqui y Mexicali. Decir
“primerísima calidad” se refería naturalmente a tierras de riego. En 1940, más de
40% de la superficie agrícola de riego del país estaba en manos de ejidos, un vuel-
co impresionante con respecto a 1930. Ese lugar ejidal, a pesar de los ataques que
sufrió durante las décadas de 1940-1970, fue irreversible, y necesita ser estudiado a
fondo. Hay que humedecer la todavía muy seca historiografía acerca de la reforma
agraria del siglo XX y en general la historia mexicana entera.
Al menos hay otras dos dimensiones de la reforma agraria que conviene subra-
yar. La primera es que el reparto ejidal del agua se hacía con base en agua de la
nación, siguiendo el artículo 27 constitucional. Como se dijo, la identificación de
esa clase de aguas requería declaratorias específicas mediante decreto presidencial.
Y para hacer esas declaratorias la autoridad competente necesitaba comprobar que
efectivamente las aguas de determinada corriente se ajustaban a la descripción con-
tenida en el párrafo quinto del referido artículo. Ello implicaba hacer recorridos de
campo, en ocasiones bastante minuciosos. El punto es que a veces las aguas de al-
guna corriente venían siendo usadas con base en mandatos coloniales, decisiones de
autoridades municipales, por compraventa o por simples usos y costumbres “desde
tiempos inmemoriales”.10 Por esa razón, numerosos municipios cobraban por el uso
de las aguas, es decir, era fuente tributaria de las localidades. Al expedirse la decla-
ratoria de aguas nacionales, las autoridades locales perdían esa fuente de ingresos y
en general perdían la administración del recurso; y tal es una de las fuentes del debi-
litamiento secular de los municipios mexicanos, que fueron perdiendo sus recursos
fiscales conforme avanzó el fortalecimiento del poder nacional.
El arribo de la nación, el nuevo propietario de las aguas, obligaba a los vecinos
a entenderse en lo sucesivo con el personal de distintas dependencias federales, ya
fuera la SAyF o bien la autoridad agraria, como la Comisión Nacional Agraria o
bien el Departamento Agrario, creado éste en 1934. Pero los vecinos de los pueblos
no se quedaron cruzados de brazos. Por distintas vías se resistieron al despojo que
cometía la autoridad federal en nombre de la nación, como bien lo muestra de nue-
10 Sobre esa diversidad de derechos, véase Meyer, Michael C., El agua en el suroeste…, op. cit.
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vo la documentación del AHA.11 Y así se llega a otra tensión que tampoco ha sido
estudiada como debiera: que por un lado la nación despojaba a pueblos de sus aguas
locales y por otro lado la misma nación, por medio del gobierno federal, dotaba de
aguas nacionales a pueblos y demás localidades rurales. Lo anterior dista de ser un
juego de palabras. En Namiquipa, Chihuahua, de acuerdo con el notable estudio
de Daniel Nugent, algunos vecinos se opusieron a la dotación ejidal alegando que
esa dotación implicaba el desconocimiento de sus antiguos derechos de propiedad, e
implicaba también reconocer la propiedad nacional. Como si sólo la nación pudiera
darles existencia como agricultores y propietarios de tierras de riego. Ellos sostenían
su propio derecho.12
11 Aboites Aguilar, Luis y Estrada Tena, Valeria (comps.), Del agua municipal al agua nacional, México,
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El chihuahuense Hiriart trabajó en la CNI, luego en la ICA y más tarde dirigió el Instituto de
Ingeniería de la UNAM.
14 Diario Oficial de la Federación, 9 de enero de 1926.
15 La ley de irrigación detalla el procedimiento de indemnización a los grandes propietarios me-
diante un intercambio de predios: el propietario del latifundio recibiría un predio de riego de valor
equivalente a los terrenos eriazos que antes poseía y que gracias a la acción de la inversión pública
dejaban de serlo para transformarse en terrenos irrigados, donde se asentarían los colonos, la simiente
de la susodicha clase media.
16 Compárese qué porcentaje recibe ahora la Conagua. Los presupuestos del periodo 1926-1966
en Orive Alba, Adolfo, La irrigación en México, México, Grijalbo, 1970, pp. 88 y 95.
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presas como Anderson & Clayton. El algodón dio viabilidad económica a las nuevas
tierras de riego abiertas con la combinación de agua de la nación con dinero tam-
bién nacional; por su parte, las empresas algodoneras aportaron financiamiento y
mercados, lo que luego redundó en divisas e ingresos fiscales significativos. En 1955
el algodón, sembrado en las tierras irrigadas, aportaba casi una cuarta parte de los
ingresos tributarios federales; la aportación del algodón a varias haciendas estatales
(Tamaulipas, Durango, Coahuila) era aún más cuantiosa.
En 1950 los hacedores de la irrigación mexicana, los callistas, podían sentirse
satisfechos. Una vasta zona agrícola había sido abierta y en ella habían surgido miles
de agricultores que ni por asomo existían en 1930; eran el alimento de una creciente
clase media que si bien vivía de la agricultura prefirió asentarse en las ciudades. Así
debe entenderse el florecimiento de localidades como Ciudad Obregón, Mexicali y
Torreón. No sorprende la devoción de algunos grandes algodoneros laguneros al pre-
sidente Cárdenas en relación con el gran reparto de tierras de octubre de 1936. Esta
medida acabó con los viejos terratenientes y dio paso a la multiplicación no sólo de
ejidos sino de predios privados, la base de una burguesía agraria más moderna.
El momento culminante de la irrigación fue 1946, cuando la CNI desapare-
ció para dar vida a una poderosa dependencia federal especializada en el ramo
de aguas: la SRH. Quizá en ningún país del mundo el agua alcanzaba el rango de
secretaría de Estado. Su prioridad seguía siendo la irrigación, aunque declarara
su interés por otras formas de uso del agua. Un dato importante es que, contra los
deseos de los influyentes ingenieros de la CNI, la SRH no monopolizó la autoridad
en el ramo entero. Tuvo que compartirla con otra vertiente del quehacer federal en
materia de aguas: la CFE, según se verá más adelante.
La labor federal en este ramo comenzó en 1933 con la fundación del actual Ban-
obras. Durante años esta tarea fue mucho más discreta que la referida a la irri-
gación, que bien puede considerarse la prioridad del Estado posrevolucionario, al
menos hasta principios de la década de 1950. Con base en los muy escasos recursos
crediticios de Banobras, el gobierno federal comenzó a financiar obras de infraes-
tructura urbana, entre ellas las de introducción de agua potable y de alcantarillado
aunque también destinó recursos para mercados y pavimentación.17 Había una de-
cisión clara: el gobierno federal, por más que lo deseara, no podía hacerse cargo
de la provisión de agua potable de la población del país. No tenía los medios para
17 El trabajo clásico sobre agua potable es el de Bribiesca, El agua potable en México, México, Talle-
res Gráficos de la Nación, 1959. Después de casi 60 años sigue siendo el mejor libro sobre el tema en
nuestro país; también véase Aboites Aguilar, Luis, “La ilusión del poder nacional. Provisión de agua y
alcantarillado en México 1930-1990”, en Lira Vásquez, Carlos y Rodríguez Kuri, Ariel (coords.), Ciu-
dades mexicanas del siglo XX. Siete estudios históricos, México, El Colegio de México, Universidad Autónoma
Metropolitana, 2009, pp. 181-216.
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18 Sobre el contexto de estos primeros años, véase Birrichaga, Diana, “El abasto de agua potable
en San Luis Potosí y León (1935-1947)”, Suárez Cortez, Blanca Estela y Birrichaga, Diana, Dos estudios
sobre usos del agua en México (1835-1947), México, CIESAS, IMTA, pp. 91-149. También “Las empresas
de agua potable en México (1887-1930)”, en Suárez Cortez, Blanca Estela (coord.), Historia de los usos
del agua en México. Oligarquías, empresas y ayuntamientos (1840-1940), México, CIESAS, Conagua, IMTA,
1998, pp. 183-231.
19 Secretaría de Recursos Hidráulicos (SRH), Informe de labores de la Secretaría de Recursos Hidráulicos.
Del 1o. de diciembre de 1946 al 31 de agosto de 1947, México, Talleres Gráficos de la Nación, 1947, p. 90.
20 Garza, Gustavo, La urbanización de México en el siglo XX, México, El Colegio de México, 2005.
21 Sobre la situación del servicio de agua potable y alcantarillado en Monterrey, véase Torres
López, Enrique y Santoscoy, Mario A., La historia del agua en Monterrey, desde 1577 hasta 1985, Monte-
rrey, Castillo, 1985; sobre Aguascalientes, véase Delgado Aguilar, Francisco Javier, “Obra pública,
cambio urbano y protesta social en la primera mitad del siglo XX: el abasto de agua en la ciudad de
Aguascalientes”, México, El Colegio de México, 2011 (tesis de doctorado); sobre Querétaro, véase
Miranda Correa, Eduardo, Las pugnas por el abastecimiento de agua potable y el drenaje en la ciudad de Querétaro
1940-1970, Querétaro, Presidencia Municipal, 1996; sobre la ciudad de Chihuahua, véase Durán G.,
Jesús Roberto, Chihuahua. El vital líquido a través de los tiempos, Chihuahua, Universidad Autónoma de
Chihuahua, 1995.
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sino que en las pequeñas localidades rurales también surgieron grupos interesados
en hacerse del nuevo servicio público.22
En este contexto fue excepcional pero muy significativa la decisión del presiden-
te Manuel Ávila Camacho de echar a andar la construcción del muy costoso proyec-
to del río Lerma, cuyo propósito era proveer de agua potable a la capital del país.
Las obras de ese trasvase (traslado de agua de una cuenca a otra) se inauguraron en
1952, e incluyeron el famoso mural de Diego Rivera, ubicado en el punto de llegada
de las aguas de la cuenca del Lerma. Obviamente el discurso inaugural hizo énfasis
en las bondades de los gobiernos emanados de la Revolución de 1910. A final de
cuentas la nación, a través del gobierno federal, decidía fortalecer a la ciudad que
era la sede del poder nacional. Para ello hacía uso tanto de sus aguas como de sus re-
cursos presupuestales. Recuérdese que el río Lerma, luego de llegar al lago de Cha-
pala, se convierte en el río Santiago, mismo que desemboca en el océano Pacífico.
Así, varias entidades federativas forman parte de su cuenca, por lo que el requisito
constitucional contenido en el párrafo quinto del artículo 27 se cumplía cabalmente.
La segunda razón del ascenso del agua potable fue el agotamiento del modelo
irrigador, lo que se refiere a la terminación de las presas más sencillas y de mejor
índice de costo-beneficio de superficies irrigadas. En adelante, las presas serían más
complejas y costosas y con menor capacidad de transformar desiertos en vergeles u
oasis, como todavía se decía en esos años.
Pero el agua potable como prioridad también obedeció a un cambio general
de las prioridades nacionales. Sea como sea, la labor irrigadora se justificaba en un
país que apostaba por el desarrollo rural, por la modernización de la agricultura. En
cambio, en la década de 1950 con mayor vigor, la nación mexicana, como otras, se
decidió por una modernidad compuesta por la industrialización y las grandes ciu-
dades.23 Más que nuevas superficies de riego, lo que se necesitaba era una creciente
inversión pública en infraestructura urbana, al menos en dos aspectos: la provisión
de agua potable y alcantarillado, y energía eléctrica, un rubro que se hacía cada vez
más importante en vista del nuevo modelo de país.
No debe dejar de mencionarse que, justo cuando el país se volcaba hacia la
industrialización, durante la muy seca década de 1950, el agua y la electricidad se
juntaron aún más. Fue así porque en esos años dio inicio la explotación de los apro-
vechamientos de las aguas subterráneas a gran escala. Aunque en un principio se
empleaban bombas movidas con motores diésel, pronto las bombas eléctricas mos-
traron sus ventajas. A diferencia de las presas, que almacenaban aguas superficiales,
los pozos profundos eran obras más sencillas y baratas y por ello políticamente más
redituables; en breve plazo podían ponerse en operación y surtir de agua a una ciu-
dad entera. El vuelco por las aguas subterráneas, iniciado desde la década de 1920
22 Birrichaga, Diana, “Modernización del sistema hidráulico rural en el Estado de México (1935-
1940)”, en Birrichaga, Diana (coord.), La modernización del sistema de agua potable en México 1810-1950,
Zinacantepec, El Colegio Mexiquense, 2007, pp. 193-217.
23 Sobre este cambio general hacia las ciudades y la industrialización, véase Rodríguez Kuri, Ariel,
V. Electricidad
24 En 1945, en una de las numerosas reformas que ha sufrido la Constitución de 1917, se agrega-
ron las aguas subterráneas al párrafo quinto del artículo 27. En 1917 no habían sido consideradas en
vista de su poca importancia. Véase Diario Oficial de la Federación, 21 de abril de 1945 y Lanz Cárdenas,
José, Legislación hidráulica en México, Villahermosa, Consejo Editorial del Gobierno del Estado, 1982,
p. 13. También Carvajal Ramírez, René, “Aspectos legales…”, op. cit. Sobre geohidrología, véase Arre-
guín Mañón, José, Aportes a la historia de la geohidrología en México 1890-1995, México, CIESAS, Asocia-
ción Geohidrológica Mexicana, 1998.
25 El mejor libro sobre la industria eléctrica ya envejeció, aún más que el de Bribiesca sobre agua
potable. Se trata de la obra de Galarza, Ernesto, La industria eléctrica en México, México, Fondo de Cul-
tura Económica, 1941.
26 La federalización (entendida como expansión de la jurisdicción federal) de los impuestos a la
industria eléctrica se realizó mediante una reforma constitucional aprobada en diciembre de 1933, que
agregó “electricidad” a la fracción X del artículo 73. Véase Diario Oficial de la Federación, 18 de enero
de 1934.
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dades gubernamentales con ellas era tirante. Poca reinversión y constantes conflictos
populares por el alza de las tarifas y el mal servicio eran el pan de cada día, como los
apagones. Por ello, la CFE nació con la responsabilidad de impulsar el crecimiento
de la capacidad de generación eléctrica. Así se entiende el inicio de la construc-
ción de la central hidroeléctrica que aprovechaba las aguas del río Cutzamala, en el
Estado de México. Fue el inicio de una trayectoria ascendente que combinó la ener-
gía producida por el paso del agua con aquella proveniente de plantas termoeléctri-
cas, movidas con derivados del petróleo. En 1960, año de la nacionalización de la
industria, la CFE generaba casi 80% de la electricidad del país. Un dato revelador es
que en 1937, cuando la CFE entró en funciones, 73% de la electricidad del país era
generada por hidroeléctricas; en cambio, en 1960, ese porcentaje había disminuido
a 48 por ciento.27
Podría pensarse que ese cambio del origen de la electricidad revela un desin-
terés por las hidroeléctricas. Pero no es el caso. En la década de 1950 la acción de
la CFE en materia de aguas se incrementó con la construcción de la hidroeléctrica
Miguel Alemán, situada en la cuenca del río Papaloapan, en los estados de Veracruz
y Oaxaca. La labor federal en este rubro dio otro gran salto en 1959, cuando el go-
bierno del presidente Adolfo López Mateos inició la construcción de la gigantesca
presa de Infiernillo, sobre el río Balsas, en el oeste michoacano. Esa hidroeléctrica
fue construida para surtir al valle de México, cuya demanda crecía de manera expo-
nencial, en gran medida por la veloz industrialización que tenía lugar en ese peque-
ño espacio del territorio nacional.
En efecto, la densidad económica del valle de México era impresionante: al pa-
rejo de la centralización política del Estado posrevolucionario, del presidencialismo,
corría el fortalecimiento del centro del país como potencia económica. Su contribu-
ción cada vez mayor al Producto Interno Bruto (más de 30% del total) era prueba
irrefutable de esa calidad.28 Era una de las expresiones más nítidas del llamado mi-
lagro mexicano, como se empezó a nombrar el acelerado y sostenido crecimiento
económico, con tasas mayores a 5% durante décadas. El país parecía gobernado por
una ciudad-Estado, pues además de su aparato económico el Distrito Federal apor-
taba más de 60% de los ingresos federales totales. Con esa base fiscal, el manejo del
país era más viable. Nunca antes en el siglo XX la ciudad capital había sido tan rica
y tan potente en términos políticos y económicos. Parecía que por fin el país tenía
al centro político que tanto anhelaba desde 1821. Como se ha intentado mostrar, el
agua de la nación, hija del artículo 27 constitucional, había formado parte de ese
esfuerzo.
A la construcción de Infiernillo, se sumaron las hidroeléctricas del río Grijalva:
Malpaso, Angostura, Chicoasén y Peñitas, en el estado de Chiapas, cuya construc-
ción llevó casi 20 años. Durante las décadas de 1970 y 1980 también se construyó la
presa Cerro de Oro, en la cuenca del río Papaloapan.
27 EHM, Estadísticas históricas de México 2014, Aguascalientes, Instituto Nacional de Geografía y
29 Aboites Aguilar, Luis, “La ilusión del poder…”, op. cit., p. 200.
30 Los calificativos presidenciales sobre el Cutzamala, en López Portillo, José, Mis tiempos, II,
pp. 983, 1204, y p. 1242 sobre el resto de las obras. En p. 983 afirma: “Ya nos acabamos la cuenca del
Lerma… Esto no puede seguir así. Es una monstruosidad traer agua de lejos, subirla a este valle, para
sacarla después”. Sobre Cerro Prieto y el largo conflicto con los empresarios por las aguas de Monte-
rrey, véase Bennett, Vivianne, The Politics of Water. Urban Protest, Gender, and Power in Monterrey, Mexico,
Pittsburgh, University of Pittsburgh Press, 1995.
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31 Sobre la caída del gasto durante 1983-1988, véase Secretaría de Agricultura y Recursos Hi-
dráulicos, Agua y sociedad. Una historia de las obras hidráulicas en México, México, s.e., 1988, p. 183; y sobre
la recaudación entre 1983 y 1993, véase EAM 2011, Estadísticas del agua en México, México, Comisión
Nacional del Agua, 2011, cuadro G5.4.
32 Aboites Aguilar, Luis, La decadencia del agua de la nación. Estudio sobre desigualdad social y cambio político
en México. Segunda mitad del siglo XX, México, El Colegio de México, 2009, pp. 86-90.
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al libre comercio, a la confianza en las bondades del libre juego de las fuerzas ciegas
del mercado.
En términos de esta historia política basada en los usos del agua, importa se-
ñalar que los cambios anteriores aparecieron en la nueva ley de aguas nacionales,
expedida en 1992. Pero antes hay que tomar nota de un cambio burocrático de gran
importancia: en 1989 nació la Conagua, como organismo dedicado por entero a la
regulación de los usos del agua, a la cobranza por esos usos y al cuidado del medio
ambiente. No fue casualidad que la Conagua abandonara el sector de agricultura
para incorporarse a un sector burocrático que lentamente ganaba importancia en
la administración federal, el referido al medio ambiente y los recursos naturales. De
hecho, el cuidado ambiental se convirtió en justificación principalísima del nuevo
modelo de gestión federal del agua. El mercado era visto como el mecanismo más
eficiente para la distribución del agua. Según los nuevos razonamientos, además de
rendir más en términos productivos, se convertiría en la mejor herramienta para
cuidar el medio ambiente, un aspecto que ciertamente no preocupaba en la época
de la CNI-SRH.33
La nueva ley de aguas se caracteriza por dos cambios principales: por un lado,
eliminó los candados que antes buscaban proteger al llamado “sector social” (ejidos
y comunidades) y, por otro, allanó el camino del mercado de aguas, es decir, de la li-
bre compra-venta y renta de derechos de agua, prácticas que, hay que decir, existían
desde tiempo inmemorial, pese a las prohibiciones legales. El agua iría a donde pro-
dujera más, lo que significaba abandonar el criterio justiciero inherente a la refor-
ma agraria. Para el propósito mercantil, se creó el Registro Público de Derechos de
Agua (REPDA), con el objetivo de establecer, como en los catastros, una regulación
administrativa pero también fiscal sobre los derechos de los particulares en materia
de usos del agua. Si con la inversión pública y la reforma agraria el Estado posrevo-
lucionario había construido un ámbito extenso de quehacer político y de relaciones
con diversos grupos sociales, ahora el Estado se deshacía de ese ámbito y se coloca-
ba como simple regulador y cobrador de impuestos. Incluso los distritos de riego, la
vieja joya de la corona del agua de la nación, pasaron a manos de los agricultores,
buscando eliminar los subsidios que durante largos años beneficiaron a los grandes
agricultores asentados en esas zonas de alta productividad.34
La ley de 1992 dejó intocados los componentes originarios del agua de la na-
ción, definidos por el artículo 27 constitucional. Lo anterior significa que no se mo-
dificó la propiedad nacional, inalienable e imprescriptible, del agua. Dicho de otro
modo, ratificó la imposibilidad de la propiedad privada. Pero en cierto modo, al
perderse la reforma agraria y la inversión pública, la ley de 1992 es un retorno a la
literalidad originaria del artículo 27, si puede decirse así. Tal vez era un intento por
33 En otro trabajo se bautizó a esta nueva combinación de mecanismos y propósitos como “agua
mercantil-ambiental”, en oposición al “modelo SRH”. Véase Aboites Aguilar, Luis, La decadencia del
agua…, op. cit.
34 Sobre las nuevas ideas y las nuevas normas legales, véase Farías, Urbano, Derecho mexicano de
aguas nacionales, México, Porrúa, 1993, y Téllez Kuenzler, Luis, La modernización del sector agropecuario y
forestal, México, Fondo de Cultura Económica, 1994.
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VII. Epílogo
Hay al menos cuatro acontecimientos que deben considerarse después de este reco-
rrido. Los cuatro parecen mostrar que el argumento expuesto acerca de que el solo
artículo 27 ha sido insuficiente para preservar al centro político de la nación no anda
tan extraviado. Sin los otros dos atributos, reforma agraria e inversión pública, la
autoridad nacional ha navegado en aguas muy turbulentas.
Los cuatro acontecimientos son los siguientes. El primero se refiere al bochor-
noso espectáculo que dio la nación mexicana en 2002 a propósito de la deuda de
agua, cuyo pago exigía enérgicamente el gobierno estadunidense, en especial los
texanos. De entrada, los estados de la cuenca del Bravo se negaron a entregar aguas
inexistentes a Estados Unidos. Eran inexistentes no tanto por la larga sequía de la
década de 1990 sino porque no existían según el artículo 27. Recuérdese que el pá-
rrafo quinto de dicho artículo establecía que toda corriente que fuera afluente de un
río que sirviera de lindero con otros países correspondía a la nación. Por lo visto los
gobernadores de Chihuahua y Coahuila lo olvidaron. El de Chihuahua fue más allá
pues envió un representante a Washington, a tratar de convencer a los congresistas
estadunidenses de que las presuntas aguas chihuahuenses brillaban por su escasez.
¿No acaso las relaciones exteriores son monopolio del gobierno federal? Por otro
lado, las entidades federativas mexicanas, que se enfrentaban especialmente con los
texanos por las aguas del Bravo, comenzaron a pelearse entre sí. Los tamaulipecos,
sobre todo, la tomaron contra los neoleoneses, chihuahuenses y contra los bajaca-
lifornianos, alegando que Baja California debía reducir el consumo de agua del río
Colorado para que los tamaulipecos pudieran exigir más agua del Bravo. Era la
lógica del tratado bilateral de 1944, que se basa en un intercambio de aguas de las
cuencas del Bravo por las del Colorado.35
El segundo acontecimiento es la tendencia a la concentración del acceso al agua
en los distritos de riego. En un estudio de 2010, sustentado en los registros de con-
sumo de electricidad de los pozos profundos, se lee que 12 familias consumían 40%
35 Aboites Aguilar, La decadencia…, op. cit., pp. 114-118. Sobre ese tratado es indispensable el libro
de Samaniego, Marco Antonio, Ríos internacionales entre México y Estados Unidos. Los tratados de 1906 y
1944, México, El Colegio de México, Universidad Autónoma de Baja California, 2006.
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del volumen total de un distrito de riego entero.36 Este es un dato que era imposible,
pese a los vicios y corruptelas, en 1970. Lo de 2010 es signo de los tiempos, según
puede apreciarse también en otros distritos de riego, al menos en La Laguna, Deli-
cias y Culiacán.
El tercero es el tráfico de pozos profundos. No faltan noticias sobre el desaseo,
por decir lo menos, con que la Conagua dice que maneja los pozos profundos. Noti-
cias de Sinaloa, Coahuila, Chihuahua y Guanajuato, al menos, hacen pensar prime-
ro en el gran número de pozos ilegales, y segundo en su concentración. Incluso a un
activista, empresario panista y ex presidente municipal, lo asesinaron por esa razón.
Sólo en Chihuahua la Conagua reconocía a fines de 2015 la existencia de 850 pozos
ilegales. Mención especial merece la acelerada explotación de acuíferos del rumbo
de Cuatrociénegas, Coahuila, cuyos cuerpos de agua han sido comparados con las
islas Galápagos por su riqueza y diversidad biológica. La sobreexplotación de ese
recurso se explica por los cultivos de alfalfa destinados a los gigantescos establos le-
cheros de la empresa LALA.37
El cuarto tiene que ver con la cuestión fiscal. Se refiere a la lejanía de la Cona-
gua contemporánea con respecto a la ilusión con la que nació en 1989. En 1993 un
informe de dicha dependencia federal presumía que la recaudación por derechos
de uso de las aguas nacionales financiaba 93% de su presupuesto anual. Pero la in-
formación posterior muestra que ese porcentaje entró en declive muy pronto, a tal
grado que en 2009 la recaudación significaba apenas 32% del presupuesto anual
ejercido por dicha dependencia federal.38 La meta anhelada en 1989-1992 de hacer
del agua una nueva fuente de ingresos del moderno Estado adelgazado se había
quedado en mera ilusión; y el gobierno federal, como ocurría antes, tenía que sub-
sidiar a la dependencia federal encargada del ramo.
Lo anterior no puede explicarse sin un hecho alarmante: que la Conagua al-
canzó un pico de recaudación por derechos de usos del agua en 1993, con 13 192
millones de pesos, pero que desde entonces la recaudación comenzó a declinar y
36 Olavarrieta Carmona, María Victoria et al., “Beneficio de la cuota energética. Estudio de
caso de la Costa de Hermosillo, Sonora, México, 2006-2007”, Región y Sociedad, XXII: 47 (2010),
pp. 145-164.
37 Sobre Sinaloa, véase Valenzuela Sánchez, Dolores del Rosario, “Conflictos por el agua en la
región hortícola del distrito de riego 10 Culiacán-Humaya”, México, Instituto Mora, 2011 (tesis de
maestría), p. 86; sobre Chihuahua, véase “Cierra Conagua 700 pozos ilegales”, El Diario de Chihuahua,
8 de noviembre de 2015; sobre el asesinato de un ex presidente municipal y activista contra el tráfico
de pozos, véase La Jornada, 26 de febrero de 2015, “Asesinan a un activista de El Barzón en Ciudad
Juárez”, y El Diario de Chihuahua, 24 de febrero de 2015: “Ex alcalde de Villa Ahumada ejecutado
hizo varias denuncias en la PGR”, nota en la que reproduce el comunicado de El Barzón-Chihuahua
al respecto; sobre Guanajuato, donde los pozos aumentaron de 1 110 en 1960, a 16 500 en 1996,
véase Marañón, Boris, “La gestión del agua subterránea en Guanajuato. La experiencia de los Co-
tas”, Estudios Agrarios, 12 (mayo-agosto, 1999), pp. 8-9; sobre Cuatrociénegas, véase Eguiarte, Luis E.
y Falcón, Luisa, “Los siete pecados ambientales de Cuatrociénegas”. Disponible en: http://www.agua.
org.mx/agua-grupos-de-trabajo/grupos-inactivos/-situacion-en-cuatro-cienegas/256--sp-227/1506--los-7-pecados-
ambientales-de-cuatrocienegas.
38 La referencia de 1993, en Comisión Nacional del Agua (Conagua), Memoria de gestión. Síntesis del
periodo comprendido de diciembre de 1988 a agosto de 1994, México (15 de septiembre de 1994), p. 14. Sobre
2009, véase EAM 2011, Estadísticas…, op. cit., p. 91.
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nunca más (hasta 2009) alcanzó ese pico. La recaudación de 2009 era 30% menor
a la de 1993.39 ¿Cómo explicar el declive de la recaudación? ¿Acaso se usó me-
nos agua y ello explica la disminución recaudatoria, no obstante que la población
nacional pasó de 91 millones de habitantes en 1995, a 112 millones en 2010? ¿O
acaso se tomó una decisión de largo alcance referente a suavizar la exigencia tribu-
taria en el ramo? Hay que insistir además en un hecho clave: en este caso, como en
otros, no importa el cambio de sexenios ni el origen partidista de los gobiernos. La
reducción se inicia en el último año del gobierno del priista Carlos Salinas de Gor-
tari (1988-1994), se sostiene a lo largo del periodo presidencial del también priista
Ernesto Zedillo (1994-2000), y lo mismo ocurre con los dos presidentes de extrac-
ción panista, el primero correspondiente al sexenio 2000-2006, y el segundo consi-
derando sólo la mitad del periodo presidencial (2006-2009).
Sin duda, la suerte recaudatoria de la Conagua está íntimamente relacionada
con un problema general del país, a saber, la incapacidad del Estado mexicano de
cobrar impuestos, lo que explica la baja carga fiscal. Este rasgo, que hace mundial-
mente famoso a México, no es cosa reciente sino que se remonta a varias décadas
(la referencia más antigua al respecto data de 1939). Lo anterior lleva a una refle-
xión de fondo: si la incapacidad tributaria fue manifiesta aun durante el periodo de
auge del Estado posrevolucionario, dijéramos durante los años 1938-1981 (de alto
crecimiento económico, además), qué puede pensarse o esperarse en las décadas
más recientes caracterizadas por el bajo crecimiento de la economía nacional. No
está de más decir aquí que en estos mismos años la potencia económica de la capital
del país cayó en picada, medida simplemente por su contribución al PIB: de más de
30% en 1960, a menos de 20% en 2010. El centro político de la nación perdía así
otro de sus atributos,
En todos estos aspectos, el saldo del agua de la nación posterior a los cambios y
reformas de 1989-1992 lleva al escepticismo y a la preocupación. No se insinúa que
haya que volver a la reforma agraria y al gasto público al modo del siglo XX. Pero sí
se sostiene que a estas alturas, después de casi 30 años de vida del nuevo modelo de
agua, la sola disposición constitucional se muestra cada vez más cercada o inundada
por un agua oligárquica que, como en otros ámbitos, parece imponer sus reales. Y
ya no hay una autoridad nacional con poder bastante para contrarrestarla, regularla
o aun para someterla o limitarla. Tampoco hay una ideología interesada en ello ni,
por tanto, una voluntad política consecuente, ni un presupuesto boyante que per-
mita armar esperanzas. El punto es cómo reconstruir en el siglo XXI el poder de la
nación, ese que todavía señala el artículo 27 constitucional. Conforme transcurre el
nuevo siglo, la urgencia por reconstruirlo se va haciendo cada vez mayor.
Por todo lo expuesto, queda clara la necesidad de reconciliarnos con la historia,
en este caso con la buena idea que tuvieron los constituyentes de 1917 de inventar
el agua de la nación y con todos aquellos que entendieron que había que reforzarla
mediante la reforma agraria y el gasto público. Por lo menos nos sirve ahora en 2017
para acordarnos de ella, y de ellos.
39 La recaudación total por derechos de agua durante el periodo 1983-2009, a precios constantes
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E
s un lugar común afirmar que la historia la hacen los vencedores. Por mucho
tiempo los críticos de la Constitución de 1917, producto de los revolucionarios
triunfantes, fueron descalificados como reaccionarios. La carta de Querétaro
pronto se convirtió en el estandarte del nuevo Leviatán mexicano. El centenario de la
Constitución es, sin embargo, una oportunidad para revisar esas críticas. ¿Eran todas
ellas producto de la amargura de la derrota de porfiristas, huertistas y algunos made-
ristas? ¿Había algo atendible en sus señalamientos? Este ensayo busca dar cuenta de
las razones y los argumentos de los primeros enemigos de la Constitución de 1917.
I. El “almodrote de Querétaro”
una publicación semanal en San Antonio, Texas: la Revista Mexicana, que dirigía el
ex ministro huertista Nemesio García Naranjo.1 La nueva Constitución fue un tema
recurrente en la publicación entre 1917 y 1919. Podemos identificar dos ejes ideoló-
gicos en las críticas. El primero consiste en una defensa del liberalismo decimonóni-
co frente a las innovaciones de la carta de Querétaro. El segundo es la acusación de
la Constitución de 1917 de ser el producto del bolchevismo.
Dos meses después de promulgada, los editores de la Revista tronaban: “pode-
mos afirmar que nada se hará, donde por Congreso se tiene un conglomerado de
fracasados, desequilibrados, gente sin conciencia, traidores a sus ideales revolucio-
narios y a la Patria”. La reivindicación del liberalismo del siglo anterior era aquí
explícita:
Quedan pues, frente a frente, los verdaderos liberales, los que no permitirán ni tole-
rarán otra Constitución que la de 1857; y los falsos liberales tránsfugas, autores de la
flamante “Constitución de Carranza”. Entre los primeros está el grupo que venera y
defiende la legítima Constitución, esa que en la diestra lleva la majestuosa figura del
gran Juárez, el tipo puro y clásico de nuestra raza. Entre los segundos, Carranza y
su cohorte, es decir, una caricatura ridícula… ¡Combatiremos y no cejaremos hasta
conseguir que de nuevo se esculpa, en letras de resplandeciente oro, la gloriosa fecha
del 57! Sabremos arrancar, para arrojarla al fondo pantanoso de la ciénaga, esa Cons-
titución de Carranza que pretenden imponernos.2
con Ignacio Marván, José Natividad Macías fue un “abogado exitoso, con larga trayectoria legislativa
y docente, tenía 59 años y era rector de la Universidad Nacional al momento de postularse al Con-
greso Constituyente”. Luis Manuel Rojas, era un “jalisciense, anti-reyista, posteriormente maderista,
diputado en la XXVI Legislatura, encarcelado por Huerta en octubre de 1913, después incorporado
al constitucionalismo y ya tenía 45 años cumplidos cuando fue constituyente. Ambos fueron el núcleo
fundamental de la Sección de Legislación Social de la Secretaría de Instrucción Pública, fundada por
el Primer Jefe para preparar la redacción de los decretos revolucionarios que siguieron a las adicio-
nes del Plan de Guadalupe, firmadas y publicadas el 12 de diciembre de 1914 y fue precisamente a
ambos a quienes en febrero de 1916 Carranza les encargó formalmente el Proyecto de Reformas a la
Constitución que sería presentado al Constituyente”. Marván Laborde, Ignacio, “Los constituyentes
abogados en el Congreso de 1916-1917”, México, CIDE, Documento de trabajo núm. 245, noviembre
de 2012, p. 5.
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4 “El primer aniversario del almodrote de Querétaro”, Revista Mexicana. Semanario Ilustrado, 24 de
febrero de 1918.
5 “Una constitución ilegal”, Revista Mexicana. Semanario Ilustrado, 15 de abril de 1917.
6 Idem.
7 Moheno, Querido, “La Constitución de Querétaro. Primer artículo”, Revista Mexicana. Semanario
Ilustrado, 25 de marzo de 1917. Y seguía: “Su lectura trastorna y embrutece… el engendro de Queré-
taro no sólo es el fruto natural de los padres que lo engendraron, en una orgía de marihuana y tequila,
sino el resultado lógico y forzoso de los antecedentes de la obra, estúpida y maligna”.
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8 Moheno, Querido, “La Constitución de Querétaro. Segundo artículo”, Revista Mexicana. Semana-
rio Ilustrado, 1o. de abril de 1917.
9 Idem.
10 Moheno, Querido, “La Constitución de Querétaro. Tercer artículo”, Revista Mexicana. Semanario
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a fuer de liberales sinceros y de corazón amantes del Estado laico y atentos al progreso
y desarrollo de la sociedad en lo temporal, no podemos menos que aplaudir las dispo-
siciones de la Constitución de Querétaro que niegan a los ministros de cualquier culto
el voto pasivo, su asociación para fines políticos y el uso del púlpito, del confesionario
o de cualquier otro acto religioso, como instrumento de propaganda política… mas
para ser consecuentes con el mismo principio de derecho público hay que admitir que
en materia de fe, la Iglesia debe ser absolutamente soberana.
13 En 1920 Vera Estañol publicó estos ensayos en forma de libro: Al margen de la Constitución de 1917,
Los Ángeles, Wayside, 1920. También lo hizo en inglés: Vera Estañol, Jorge, Carranza and his Bolshevik
Regime, Los Ángeles, Wayside, 1920.
14 Vera Estañol, Jorge, “Por qué la Constitución de 1857 es Nacional. Por qué la Constitución de
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pero mientras esto no sea posible, bienvenidos sean los que nos quieran ayudar en
semejante obra”. El argumento, curiosamente, era secular: “Los libre-pensadores
no rechazamos tampoco la infiltración de los sentimientos religiosos en el hombre;
mejor dicho, los apetecemos en las masas, no por el dogma que contengan, que nos
es indiferente, sino por la fuerza moral que desarrollan en la conducta”.17 Así, afir-
mó Vera Estañol,
La conclusión era que “la Constitución que por vacuos conceptos de soberanía,
que por odios políticos, que por intransigencia religiosa, que por verdadero cretinis-
mo, condena a todo un pueblo a vegetar en la más degradante subcivilización, no
trasunta, no puede trasuntar, las aspiraciones nacionales de ese pueblo; expresa las
de una casta; no es nacional, es bolchevique”.18
Sorprendentemente, en lo que hace a la actividad económica, los argumentos
de Vera Estañol reconocían explícitamente los logros de la carta de 1917. En efecto,
“no hay relación económica de hombre a hombre en las colectividades modernas,
que subsista orgánicamente y alcance máxima eficacia a no ser que esté basada en la
igualdad”.19 Se refería a la igualdad de derechos, ciertamente, pero también recono-
cía que cuando la Constitución de 1857 había sido sancionada “no habían surgido,
al menos en sus manifestaciones críticas, ni el fenómeno del capitalismo, ni los con-
flictos a que éste ha dado lugar en las sociedades contemporáneas entre el trabajo
y el capital”. En este sentido, el crítico no era un ingenuo en términos sociológicos.
De ahí que, “en el terreno de los principios, creemos, pues, sinceramente que la
Constitución de Querétaro da un gran paso hacia adelante al señalar ciertas reglas
concernientes a la condición de los trabajadores”. De esta manera, Vera Estañol
aprobaba las restricciones al trabajo nocturno para las mujeres, los jóvenes y niños,
la limitación de la jornada máxima para los adolescentes, el descanso dominical, “la
prescripción de que el salario mínimo, atendiendo a las condiciones de cada región,
debe ser bastante para satisfacer las necesidades normales de la vida del obrero”, la
igualdad de salario a igualdad de trabajo, independientemente del sexo y la nacio-
nalidad, el derecho de los obreros a unirse o sindicarse, la facultad de declararse en
huelga pacífica, etc. Para el crítico, “todas estas prevenciones manumiten al trabajo,
para hacerlo un factor libre en la producción de la riqueza”.
México, poniendo ejemplo al mundo, habrá escrito la más bella página de la literatura
romántica, pero habrá hecho aún más precaria la existencia del obrero, pues no hay
que olvidar que el capital, cualquiera que sea su nacionalidad, migra hacia las regiones
del mundo en que puede realizar mayores provechos y sin capital no hay, en la econo-
mía contemporánea, fábricas, ni talleres, ni reproducción progresiva de la riqueza.21
20 Idem.
21 Idem. Vera Estañol señalaba que las reformas al artículo 27 de 1918 que requirió que los paros y
las huelgas contaran con la aprobación del Ejecutivo, empeoraron las cosas. “¿Qué garantía, qué con-
fianza, qué seguridad, pueden sentir el capital y el empresario en la industria mexicana, cuando sabe
que quedan al capricho y a la arbitrariedad o de las juntas de conciliación o del Poder Ejecutivo…?”
Por lo que hace a los obreros, “se quedarán con grandes prerrogativas, pero sin trabajo; con derechos
teóricos a jornales elevados, y sin salarios efectivos; con la visión de la riqueza y la realidad de la mise-
ria. Así están viviendo, así seguirán”.
22 Vera Estañol, Jorge, “El bolchevismo de la Constitución queretana”, Revista Mexicana. Semanario
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25 Esquivel Obregón, Toribio, “Hay que restaurar la Constitución. Carta abierta a Venustiano
la Constitución de 1917: “la forma en que se reconoce el principio de la libertad de la prensa, la del
principio de la garantía de la audiencia judicial y demás contenidas en los nuevos artículos 16, 20, 21 y
23; el precepto del banco único de emisión, los requisitos para ser electo Presidente de la República y la
forma como han de llenarse las faltas temporales o definitivas de ese funcionario; el requisito de la ma-
yoría de las dos terceras partes del número total de votos en el Congreso para adoptar una ley contra la
cual el Presidente ha hecho valer el veto; el principio de la inmovilidad de los jueces, y aquellas reglas
relativas a la legislación sobre el trabajo que la experiencia haya demostrado que son practicables en
las condiciones de México”.
27 Vera Estañol, Jorge, “La restauración constitucional”, Revista Mexicana. Semanario Ilustrado, 1o. de
junio de 1919.
28 Idem.
29 Idem.
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casados, buen número de ellos maestros de escuela, fueron los doctrinarios de esas
chusmas”. Muchos formaron parte del Congreso Constituyente. La consecuencia de
ello, afirmaba Vera Estañol, fue que “a pretexto de levantar al obrero, erigieron en
régimen constitucional la retroactiva de las leyes, la inseguridad de los capitales y la
expoliación de las tierras: tal es, en efecto, la síntesis de buen número de fracciones
del artículo 123 y de los artículos 27 y 28 y otros de la Constitución de Querétaro”.30
Vera Estañol identificó uno de los problemas centrales del código de 1917: la
inseguridad de la propiedad. De acuerdo con Vera Estañol, la propiedad colectiva
ahogaba la iniciativa individual. Alegaba: “La propiedad individual ofrece al titu-
lar los beneficios que puedan resultar de su actividad, inteligencia y economía, y
por eso es la forma más apropiada para estimular el constante mejoramiento de la
tierra”.31 Sin embargo, la propiedad individual era una institución social, pues no se
reconocía simplemente porque “sea benéfica a individuos determinados, sino por-
que es conveniente y ventajosa para toda la sociedad”. La única afectación legítima
a la propiedad individual era la afectación por causas de utilidad pública. Esa era la
única “razón por la que debe hacerse a un lado la utilidad privada, es la única causa
por la que la propiedad individual puede ser convertida en propiedad social”. 32
El problema con la Constitución de 1917 era que preveía reglas de expropiación
que eran en realidad un mecanismo de confiscación arbitrario. En efecto: “Desde el
momento en que el poder público esté autorizado a expropiar sin pagar previamen-
te la indemnización, no hay límite posible ni a las declaraciones de utilidad pública,
ni a las expropiaciones consiguientes, pues en cambio de bienes real y efectivamente
valiosos, el Estado contraerá obligaciones o emitirá papeles de crédito tanto más
depreciados cuanto mayor sea su importe”.33 La Constitución de 1917 no contenía
más limitación seria al derecho de expropiar, “que la de que ‘toca al poder legislati-
vo determinar los casos en que sea de utilidad pública la ocupación de la propiedad
privada’”. El mismo efecto tenía la previsión de tomar para la compensación el valor
catastral —significativamente más bajo— y no el comercial de los bienes expropia-
dos. Así, afirmaba Vera Estañol, “Los constituyentes proclamaron, como uno de los
cánones constitutivos del país, el sistemático despojo a los particulares, bajo la apa-
riencia de expropiación”. Y continuaba: “Tan grave como esto, y quizás más, es el
ilimitado poder de que el Estado ha sido investido en materia de expropiación, por
el simple hecho de que la indemnización que haya de pagarse, conforme al segundo
párrafo del artículo 27, no necesite ser previa. El Estado puede expropiar hoy y pa-
gar de aquí a veinte años. ¿Es esto expropiación o es despojo?”34
La incertidumbre en materia agraria era crucial para Vera Estañol. En efecto:
el sistema adoptado por la Constitución era “peor, mucho peor”, que el antiguo
30 Vera Estañol, Jorge, “El bolchevismo de la Constitución queretana”, Revista Mexicana. Semanario
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sistema de tierras comunales, pues por una parte, “se reconoce la existencia de la
propiedad individual, y de esa manera no se ponen las tierras todas, bien o mal, al
servicio de la comunidad; y por otra parte, se declaran potencialmente socializables
todas esas tierras, con lo cual se deprecia su valor, se alejan las oportunidades de
operaciones que las dividan y subdividan realmente, se impide la inversión de capi-
tales en su mejoramiento, condición indispensable para que puedan fraccionarse y
la agricultura se mantiene estacionaria”. De este ordenamiento se derivaba que “el
régimen de la propiedad territorial bajo la Constitución de Querétaro, ni es propia-
mente individualista, porque no brinda garantía seria al patrimonio privado; ni es
tampoco comunista, porque no pone los bienes al servicio directo de la colectividad.
Es sencillamente el régimen del despojo institucional, pues consagra, a guisa de
sistema constitutivo, el programa de incautaciones y robos que llevaron a cabo los
‘ciudadanos armados’ durante el periodo revolucionario”.35
En sus artículos Vera Estañol hizo un análisis de la discusión parlamentaria so-
bre la redacción del artículo 27 y su impacto en el petróleo y concluía lo siguiente:
Sencilla era en el orden jurídico la cuestión relativa a los combustibles naturales, só-
lidos, líquidos o gaseosos, incluyendo el carbón de piedra, el petróleo y los hidrocar-
buros. El dominio no sólo eminente, sino civil, de todo el territorio nacional, había
pertenecido originariamente a la Corona Española, y de ella había pasado por virtud
de la independencia de Nueva España, a la nación mexicana. Cuanto de ese dominio
directo había sido transmitido a los individuos particulares por merced, enajenación o
composición especial de la Corona o los gobiernos independientes de México, o bien por
disposición general de la ley, tanto se había convertido en propiedad privada, y por lo mismo, el go-
bierno no podía ya reclamar sobre ella dominio civil, directo o indirecto, sino exclusi-
vamente esa parte del dominio eminente que se conoce con el nombre de soberanía”.36
no sólo una expoliación atentatoria contra los particulares dueños de los terrenos y por
lo mismo de la riqueza combustible del subsuelo, según las leyes precedentes expedi-
das, sino expoliatorias también de los derechos de explotación adquiridos… y no sólo
35 Idem.
36 Vera Estañol, Jorge, “El bolchevismo de la Constitución queretana”, Revista Mexicana. Semanario
Ilustrado, 13 de julio de 1919. Para Morineau “dominio, dominio directo y propiedad de la Nación” son
la misma cosa en el artículo 27. Véase, Morineau, Óscar, Los derechos reales y el subsuelo en México, México,
UNAM-Fondo de Cultura Económica, 1997, p. 200.
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era expoliatoria y retroactiva la proyectada reforma, sino que era absolutamente anti-
económica; porque el país, empobrecido por la revolución, necesitaba de la inmigra-
ción de capitales extranjeros y la amenaza de socialización no podía tener otro efecto
que el de ahuyentarlos de nuevas inversiones.
37 Vera Estañol, Jorge, “El bolchevismo de la Constitución queretana”, op. cit.
38 Idem. Era cierto que el párrafo tercero (no cuarto) del artículo 27 no mereció debate. Véase
Marván Laborde, Ignacio (ed.), Nueva edición del Diario de Debates del Congreso Constituyente de 1916-1917,
t. I, México, Suprema Corte de la Nación, 2005, p. 1028.
39 Vera Estañol, Jorge, “El bolchevismo de la Constitución queretana”, Revista Mexicana. Semanario
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43 Idem.
44 Idem.
45 En 1936 Luis Cabrera fue expulsado de la familia revolucionaria porque se opuso a las reformas
constitucionales del periodo cardenista. Veáse Cabrera, Luis, “La Revolución de entonces (y la de
ahora)”, en Obras completas, México, Oasis, 1975, 3:789-820.
46 Agradezco a Ignacio Marván por haber llamado mi atención a este texto.
47 Calero, Manuel, “Revolución y régimen constitucionalista. Documento 802. El Lic. Manuel
York), se cree que el artículo 27 no es más que una añagaza que los ministros y empleados de minis-
terios aplicarán para entregarse a desenfrenadas concusiones por medio de arreglos, aplazamientos,
permisos, favores, ‘modalidades’, en suma, que se conseguirán por conducto de los bufetes de los abo-
gados ‘neo-científicos’”.
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53 Idem.
54 Idem.
55 Idem.
56 Viesca Lobatón, Francisco et al., El artículo 27 constitucional (Constitución de 1917). Dictamen de la
Comisión nombrada por el Primer Congreso Nacional de Industriales, México, Imprenta Escalante, 1917.
57 Ibidem, p. 49.
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como es natural, la alarma provocada por la reforma no significa una reacción provo-
cada por los intereses creados a la sombra del privilegio, sino una reacción que viene
del fondo mismo de la vida jurídica de la Nación, amenazada seriamente por el texto
constitucional. En efecto, el derecho al subsuelo… jamás había sido puesto en duda.
Ante la desaparición… de un derecho individual, y de los múltiples intereses creados
a la sombra de ese derecho, de tres siglos de existencia, que se derrumban, provo-
cando la ruina y el desconcierto de la vida civil del país, todos los interesados directa
o indirectamente en el sostenimiento del derecho… se sienten en estas horas críticas
profundamente afectados.58
Los autores concluían que había una imperiosa necesidad “de que se modifique
el contenido del artículo 27 constitucional, de acuerdo con los intereses morales,
materiales, económicos y sociales que representan las industrias del país”.59
De los críticos de la Constitución en el exilio el más notable fue uno que decidió no
hacer su crítica pública. Emilio Rabasa Estebanell (1856-1930) fue un prominente
abogado, político, novelista, diplomático, periodista e historiador.60 Perteneció a la
élite política e intelectual del Porfiriato. Rabasa fue desde muy temprano miembro
del grupo de los “científicos”, junto con otras personalidades como José Yves Liman-
tour. Muy joven gobernó el estado de Chiapas (1891-1894). Rabasa también fue
senador durante un largo periodo (que incluyó el comienzo de la Revolución mexi-
cana): de septiembre de 1894 a octubre de 1913. En esos dieciocho años se convirtió
en una figura importante en el escenario nacional. Su reputación creció como una
autoridad en temas de derecho constitucional. Rabasa logró ese prestigio a través
de su cátedra en la Escuela Nacional de Jurisprudencia, pero sobre todo gracias a la
publicación de dos libros centrales para la historia del constitucionalismo mexicano:
El artículo 14 (1906) y La Constitución y la dictadura (1912). En este último libro Rabasa
reconoció que el gobierno de Díaz había sido una dictadura impuesta por la inapli-
cabilidad de la Constitución liberal de 1857. Los defectos de diseño institucional de
esa carta la hacían impracticable. Benito Juárez aprendió muy pronto la lección.
“La Constitución, afirmaba, que para Juárez no podía ser más que título de legiti-
midad para fundar su mando, y bandera para reunir parciales y guiar huestes, era
inútil para todo lo demás. La invocaba como principio, la presentaba como objeto
de la lucha; pero no la obedecía, ni podía obedecerla y salvarla a la vez”. Rabasa le
criticó a la Constitución de 1857 el desequilibrio entre el poder Ejecutivo y el Legis-
la dictadura: estudio sobre la organización política de México (1912), El artículo 14, estudio constitucional (1906), El
juicio constitucional, orígenes, teoría y extensión (1919) y La evolución histórica de México (1920).
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61 Emilio Rabasa a José Yves Limantour, Nueva York, 12 de marzo de 1917, AL CDLIV.2a.
1910.24.221. Archivo José Yves Limantour, Centro de Estudios de Historia de México Carso.
62 Aguilar Rivera, José Antonio, “La Constitución y la tiranía: Emilio Rabasa y la Carta de Queré-
Ideas, 1856-1930, Palo Alto, Stanford University Press, 2008, pp. 128-129.
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“estudio fantasma”, estuvo perdido cerca de cien años hasta que recientemente fue
descubierto.64 Ese texto fue pensado en un origen no solamente como una opinión
legal para un cliente, sino como un panfleto anónimo que sería traducido al inglés y
publicado en aras de influir a la opinión pública. El estudio lleva por título El derecho
de propiedad y la Constitución mexicana de 1917 y, como era de esperarse por su origen, el
texto no está firmado. Se encuentra estructurado como una respuesta a una consulta
muy específica y con intereses muy definidos. El texto de 60 páginas está dividido en
cinco secciones: “El derecho de propiedad en general”, “La propiedad del subsuelo
y los contratos vigentes”, “Capacidad legal de las compañías y de los extranjeros
para adquirir y poseer bienes raíces”, “Recursos legales contra los preceptos de la
Constitución” y “La intervención diplomática”.65
El estudio hace un análisis de cómo la nueva Constitución afectaba los dere-
chos de propiedad. Repetía muchos de los temas que ya hemos encontrado en este
ensayo. Era parte de un clima de opinión. Rabasa identificó el talón de Aquiles del
constitucionalismo de Querétaro: la conculcación de los derechos de propiedad. En
particular, exploraba qué posibles repercusiones tendría el artículo 27 sobre los con-
tratos existentes en relación con el subsuelo. Los derechos de los extranjeros son exa-
minados específicamente. Rabasa criticó la inclusión en la Constitución de un “tra-
tado” sobre la propiedad fuera de lugar. También criticó que el procedimiento para
reformar la Constitución de 1857 previsto en la misma carta no había sido seguido.
El atropello constitucional era consustancial al proyecto revolucionario. En efecto:
64 Rabasa, Emilio, El derecho de propiedad y la Constitución mexicana de 1917 (estudio introductorio de
José Antonio Aguilar), México, Fondo de Cultura Económica-SCJN-CIDE, 2017.
65 Para un análisis del estudio de Rabasa véase Aguilar Rivera, José Antonio, “La imposición legal
de la tiranía: Emilio Rabasa, el derecho de propiedad y la Constitución de 1917” y Cossio, José Ra-
món, “El artículo 27: entre la civilización y la revolución”, en Rabasa, El derecho de propiedad.
66 Idem.
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III. Conclusión
67 Idem.
68 Serra Rojas, Andrés (comp.), Antología de Emilio Rabasa, vol. II, México, Ed. Oasis, 1969, p. 606.
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Al no definir con precisión los derechos privados de propiedad y con la propiedad pri-
vada sujeta a la expropiación prácticamente arbitraria, con sólo señalar que se hace
por causa de “utilidad pública”, así como sujetar este tipo de propiedad a las moda-
lidades que dicte el “interés público”, nuevamente sin definir qué es lo que se puede
entender por esto, implica que el gobierno puede violar, constitucionalmente, los de-
rechos privados de propiedad, por lo que el riesgo de expropiación para la propiedad
privada es relativamente alto. La existencia de este riesgo tiene el efecto de inhibir el
ahorro y la propia inversión que pudiera realizar el sector privado, lo que va en detri-
mento del desarrollo económico.69
¿Hay evidencia de que esto haya sido así en la realidad? Hay ciertamente fuertes
indicios de ello. En un estudio reciente Melissa Dell, economista de la Universidad
de Harvard, encontró que los municipios donde tuvieron lugar acciones revolucio-
narias —entendidas éstas como el uso de la violencia por parte de los residentes para
subvertir al gobierno— son hoy más pobres que aquellos que no la experimentaron.
La variable causal no parecería ser el conflicto en sí, sino las soluciones a él, en par-
ticular el reparto agrario. En efecto, los municipios donde hubo actividad revolucio-
naria vieron 22% más de su superficie distribuida a través de la reforma agraria que
aquellos municipios aledaños que no la experimentaron. Los municipios que sufrie-
ron actividad revolucionaria son hoy más pobres en un 30% que aquellos municipios
vecinos que no la sufrieron. Esos municipios rebeldes son hoy en promedio más rura-
les y menos industrializados.70 También han sido menos plurales políticamente en el
largo plazo. Han experimentado menos alternancia, en un 33%, en sus presidencias.
Albertus, Díaz Cayeros, Magaloni y Weingast analizaron el impacto económico
de la reforma agraria entre 1950 y 1995. Estiman contrafactualmente que el Pro-
ducto Nacional Bruto per cápita en 1995 habría sido 124% más alto si la reforma no
hubiera tenido lugar.71 Los mecanismos causales que vinculan a la reforma agraria
con resultados económicos, sociales y políticos específicos son variados. La imposi-
bilidad de dar la tierra en garantía produjo una menor industrialización en el largo
plazo y dificultó la inversión en negocios agrícolas productivos. También hizo a los
campesinos políticamente dependientes del patronazgo de los corruptos bancos es-
tatales, que eran la única fuente de crédito. Como afirmaban Calero y Rabasa, la
estructura de los derechos de propiedad instaurada en la Constitución inhibió el de-
69 Katz, Isaac, “La Constitución y el desarrollo económico de México”, en Aguilar Rivera, José
manuscrito sin publicar, Harvard University, octubre de 2012. El documento se puede consultar en:
http://scholar.harvard.edu/dell/publications/path-dependence-development-evidence-mexican-revolution.
71 Albertus, Michael et al., “Authoritarian Survival and Poverty Taps: Land Reform in Mexico”,
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LA SOBERANA CONVENCIÓN
Y EL CONGRESO CONSTITUYENTE DE QUERÉTARO:
SIMILITUDES Y DIFERENCIAS
L
a Soberana Convención Revolucionaria y el Congreso Constituyente de Que-
rétaro son las dos asambleas más representativas de la Revolución mexicana.
En ambas asambleas estuvieron reunidos los representantes de las principales
corrientes revolucionarias; nombrados por los jefes militares, en el caso de la Con-
vención; elegidos por los ciudadanos, en el caso del Constituyente, aunque con el
requisito de no haber sido enemigos o haber ayudado a las fuerzas contrarias al cons-
titucionalismo. Tanto los convencionistas, como los constituyentes, se consideraban a
sí mismos como los representantes de la nación; del pueblo en armas, en el caso de los
convencionistas; de la voluntad ciudadana, los constitucionalistas.
Ambas asambleas revolucionarias se llevaron a cabo en dos momentos centrales
de la Revolución. La primera, cuando las corrientes revolucionarias habían triunfa-
do sobre la dictadura huertista y trataron de unificarse y constituir un nuevo poder
soberano, para lo cual decidieron convocar a una Convención, intento que fracasó.
La segunda, cuando después de la guerra civil entre los revolucionarios, el consti-
tucionalismo se alzó como la facción triunfadora y convocó a un Congreso Cons-
tituyente.
Ambas asambleas discutieron y aprobaron los principios jurídicos, políticos,
económicos y sociales que debían ser el sustento del nuevo régimen surgido de la
Revolución y del nuevo Estado. Ambas asambleas fundamentaron sus propuestas
sobre tres ejes centrales. En primer lugar, lo que el nuevo régimen no debía ser: a
partir de la negación del Porfiriato y del huertismo, lo que fue considerado a partir
de entonces como el Antiguo Régimen. En segundo lugar, sobre la base de lo que la
* INEHRM.
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rídicas del nuevo Estado, de sus instituciones y de la relación del Estado surgido de
la Revolución con las clases sociales, a través de un nuevo pacto social. El proyecto
de nación definido por el constitucionalismo en Querétaro era diferente al Estado
oligárquico porfirista-huertista, era producto de una revolución triunfante, tenía le-
gitimidad y una sólida base popular y fue el resultado de un pacto social en el que los
nuevos detentadores del poder aceptaron la legitimidad de las principales demandas
sociales, las incorporaron como derechos constitucionales y definieron el papel del
Estado surgido de la Revolución como el propietario original de los recursos natu-
rales, árbitro supremo del conflicto social, eje del desarrollo económico y garante
del orden social y de la estabilidad, a partir del control político corporativo sobre las
organizaciones sociales.
En lo que sigue, haré un primer acercamiento a algunas de las similitudes y di-
ferencias de la Convención y del Congreso Constituyente en torno a algunos de los
conceptos que considero centrales de su proyecto de nación.
I. Soberanía
la reconstrucción del país y sentar las bases jurídicas del régimen surgido del proceso
revolucionario, una vez que el constitucionalismo se había erigido como la corriente
triunfadora indiscutida y había logrado establecer el control militar y político sobre
la mayor parte del territorio nacional. La soberanía del Congreso no fue puesta en
duda en ningún momento, porque Carranza, Obregón y todos los demás jefes mi-
litares del constitucionalismo estuvieron de acuerdo en su legitimidad y aceptaron
la elaboración de una nueva Constitución, aunque no estuvieran enteramente de
acuerdo con todas las disposiciones elaboradas por los diputados constituyentes. La
lucha política en el Congreso entre los jacobinos radicales y los liberales moderados
cercanos a Carranza terminó por fortalecer la legitimidad del texto constitucional
aprobado, que concluyó el proceso legal iniciado por Carranza con el Plan de Gua-
dalupe y que había sido aceptado por todos los miembros de la corriente ganadora
de la Revolución.
tado— la propiedad de la tierra, de las aguas y del subsuelo, y como una atribución
del mismo Estado la transferencia de su dominio a los particulares, constituyendo
así la propiedad privada pero reservándose la facultad de expropiarla por causa de
utilidad pública. El texto constitucional aceptaba como legítimo el reparto agrario,
restituyendo la tierra a las comunidades rurales que hubieran sido despojadas de ella
y otorgándola a quienes no la tuvieran. Por lo que respecta a los recursos naturales
del subsuelo, petróleo, gas natural y minería, establecía la propiedad originaria de la
nación sobre ellos y encomendaba al Estado su preservación, la facultad de conce-
sionarlos y, además, de utilizarlos para impulsar el desarrollo nacional. El artículo 27
ponía así en manos del Estado y, sobre todo, del Presidente de la República, el for-
midable poder de decidir cómo, cuándo, a quiénes y en qué proporción debía repar-
tirse la tierra, además de definir las modalidades para la explotación del subsuelo.
Así pues, aunque en la Convención y en el Constituyente el tema agrario era
central y ambas propusieron una solución a fondo, existían diferencias importantes
en sus propuestas. En la Convención, cuya discusión y elaboración de su proyecto
agrario fue dominada por los delegados zapatistas, la reforma agraria que formula-
ron estaba anclada en el Plan de Ayala. Era una reforma radical y desde abajo, en la
que las comunidades recuperaban inmediatamente las tierras de las que habían sido
despojadas y las defendían con las armas en la mano, mientras que los hacendados
que quisieran reivindicar sus derechos sobre ellas tendrían que acudir a los tribuna-
les agrarios a probarlos.
El agrarismo constituyente, en cambio, no era un agrarismo desde abajo sino
controlado y sancionado desde arriba por el Estado, a través de los tribunales agra-
rios que evaluaban y dictaminaban la procedencia o no de las dotaciones de tierra,
mediante un proceso en donde los tribunales y, en última instancia, el titular del
Poder Ejecutivo, decidían el momento, el lugar y la cantidad de tierra que sería
repartida, es decir, era una reforma agraria desde arriba que sería usada para dar
legitimidad al Estado posrevolucionario y que daría un enorme control político a las
autoridades agrarias y al partido de Estado que se constituyó después.
el derecho de huelga, la supresión de las tiendas de raya y del pago en especie, así
como el derecho de los obreros de recurrir al boicotaje, una forma de boicot comer-
cial a las fábricas que tuvieran conflictos con sus trabajadores.
En la etapa final de la Convención, cuando estuvo confinada al área zapatista,
luego de las derrotas de Villa en el Bajío, el Consejo Ejecutivo de la Convención,
compuesto por cinco intelectuales zapatistas, elaboró una Ley del Trabajo, redactada
por Manuel Mendoza López Schwertfegert, en la que dio una formulación más
acabada a su concepción del problema laboral. En ella se reivindicaba como un
derecho natural tanto el trabajo como el disfrute íntegro de lo producido por los
trabajadores. El Estado debía garantizar este derecho. La ley establecía como obje-
tivo la paulatina socialización de los medios de producción y de cambio, así como
la constitución de sociedades cooperativas de producción y de consumo formadas
por las clases productoras. Sin embargo, inmediatamente después se restringía su
alcance: serían las industrias cuyos propietarios murieran sin descendientes y sin de-
jar testamento, así como los monopolios considerados perjudiciales para el pueblo
los que se socializarían. Luego establecía una serie de reformas laborales: jornada
máxima de trabajo de ocho horas, descanso dominical obligatorio, salario mínimo
fijado anualmente por las Juntas de Reformas Revolucionarias locales, prohibición
del trabajo nocturno y subterráneo para las mujeres y de todo tipo de trabajo para
las mujeres gestantes y los niños menores de 14 años; los patrones tenían obliga-
ción de proporcionar condiciones de higiene y seguridad adecuadas que evitaran
accidentes laborales y de indemnizar a las víctimas de ellos.
Junto con esta ley expidieron otras dos que la complementaban: la Ley sobre Acci-
dentes del Trabajo y la Ley de Asistencia Pública en favor de los Incapacitados por el Trabajo. Con
la primera buscaban la “justa compensación” a los riesgos y accidentes que sufrían
los trabajadores, señalando la responsabilidad única e ineludible del propietario o
patrono y la obligación que tenía éste de indemnizar a los afectados. La otra ley es-
tablecía la obligación de la sociedad y los gobiernos de “atender a la subsistencia de
los seres humanos que, por cualquiera causa, se encuentren imposibilitados para el
trabajo”.
Con el triunfo constitucionalista sobre la dictadura de Huerta y después sobre
la Convención, se estrechó la alianza entre un sector del movimiento laboral y la
corriente encabezada por el Primer Jefe. Obregón y varios de los gobernadores y
jefes militares constitucionalistas promovieron reformas laborales en estados gober-
nados por jefes radicales de esa corriente como Antonio I. Villarreal en Nuevo León,
Salvador Alvarado en Yucatán, Rafael Cepeda en San Luis Potosí, y Francisco J.
Múgica en Tabasco, en donde establecieron el salario mínimo y la jornada máxima
de trabajo, y reconocieron el derecho de huelga y la personalidad jurídica de las
organizaciones laborales. Esa legislación local transformó y mejoró las condiciones
laborales de los trabajadores mexicanos. No obstante, aún había mucha resistencia
de los patrones a renunciar a las condiciones imperantes que los habían favorecido
por tanto tiempo y seguían oponiéndose a esas conquistas.
Ése era el contexto en el que se llevó a cabo la discusión y aprobación del ar-
tículo 123, que fue un parteaguas en la historia de las relaciones obrero-patronales
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al garantizar plenamente los principales derechos por los que los trabajadores mexi-
canos habían estado luchando durante décadas. El artículo 123 fijó en 8 horas la
duración máxima de la jornada de trabajo diurna y de 7 horas la nocturna, así como
de 6 horas para los jóvenes mayores de 12 y menores de 16 años; estableció el des-
canso semanal obligatorio; estipuló que el salario mínimo debía ser suficiente “para
satisfacer las necesidades de vida del obrero, su educación y sus placeres honestos”,
así como el derecho de todo trabajador a tener participación de las utilidades de
la empresa en que trabajara. Determinó que a trabajo igual correspondía salario
igual, sin distinción por sexo o nacionalidad. El salario mínimo y la participación de
utilidades serían fijados por comisiones especiales en cada municipio y debían pa-
garse en moneda. Las horas extras de trabajo serían pagadas al doble, y no podrían
ser mayores a tres horas diarias ni por tres días consecutivos. Los patrones tenían la
obligación de proporcionar a los trabajadores habitaciones cómodas e higiénicas, así
como establecer escuelas, enfermerías y demás servicios que necesitara la comuni-
dad. Cuando tuvieran más de 200 trabajadores, deberían proporcionar un terreno
para mercados públicos, centros recreativos y servicios municipales. Los empresarios
serían los responsables de los accidentes laborales y de las enfermedades profesio-
nales de los trabajadores sufridas durante su jornada. El artículo garantizaba el de-
recho de asociación tanto a los obreros como a los patrones. Reconocía el derecho
de huelga, aunque señalaba que las huelgas serían lícitas cuando su objetivo fuera
lograr el equilibrio entre los factores de la producción. Los conflictos entre el capital
y el trabajo serían arbitrados por las Juntas de Conciliación y Arbitraje, en las que
estarían representados los obreros y los patrones en partes iguales, así como un re-
presentante del gobierno.
Así pues, de manera significativa, los constituyentes dieron al Estado el papel de
mediador en las relaciones obrero-patronales, al asignarle la facultad de autorizar la
constitución de las organizaciones laborales y, también, la capacidad de dictaminar
sobre la licitud o no de sus huelgas. Como el artículo 27, el 123 dotaba al Estado y,
particularmente al presidente de la República, como jefe del Estado mexicano, de
un enorme poder tanto sobre los trabajadores como sobre los patrones, subordi-
nando a ambos sectores a sus designios. Como se observa, tanto en el programa de
la Convención como en el capítulo del trabajo de la Constitución de Querétaro, se
materializaron las principales demandas que el movimiento obrero mexicano había
sostenido por décadas con una óptica muy orientada a favor de los trabajadores y
con propuestas muy avanzadas y radicales, en las que el Estado protegía a la parte
más débil y le garantizaba sus derechos.
IV. Bibliografía
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Sumario: I. La teoría de las decisiones fundamentales del orden jurídico. II. Dos
tesis mexicanas. III. ¿Es francesa la teoría del principio jurídico-político fundamental?
IV. Los principios jurídico-políticos fundamentales de la Constitución de 1917.
L
a precisión de la teoría de las decisiones fundamentales de un orden jurídico
se debe a Carlos Schmitt. Para el tratadista alemán, una Constitución son las
decisiones conscientes que la unidad política se da a sí misma. Estas decisiones
determinan la forma concreta que adopta la unidad política que decide.
Schmitt, al analizar la Constitución de Weimar, concluyó que las decisiones fun-
damentales que ésta contenía eran: 1) el principio de soberanía, por medio del cual
se decidía que Alemania fuera: a) una república, b) democrática y federal; 2) la idea
de la representación, y 3) la decisión a favor del Estado burgués de derecho con sus
principios: a) derechos fundamentales, y b) división de poderes.
Estas decisiones son la estructura, la base y el contenido principal de la organi-
zación política, y sobre ellas descansan todas las demás normas del orden jurídico.
Estas decisiones no pueden ser reformadas por el congreso o el parlamento, sino
únicamente por la voluntad directa del pueblo.
La Constitución, integrada por las decisiones fundamentales, en conjunto, no
puede ser tocada por los poderes estatales, lo que no significa que para su defensa,
como un todo, no se puedan suspender determinados derechos en situaciones de
Jorge Carpizo
2 Heller, Hermann, Teoría del Estado, México, Fondo de Cultura Económica, 1963, pp. 219, 278,
306-308.
3 Legaz y Lacambra, Luis, Horizontes del pensamiento jurídico, Barcelona, Bosch, 1947, pp. 322 y 323.
4 Caamaño Martínez, José, El pensamiento jurídico-político de Carl Schmitt, La Coruña, Moret,
1950, p. 170.
5 Hauriou, Maurice, Derecho público y constitucional, Madrid, Reus [s/f], pp. 325-327.
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Hauriou se coloca en una posición jusnaturalista y, tal vez, incluso en una pers-
pectiva religiosa, al afirmar que “es una necesidad del espíritu humano llevar hasta
lo absoluto la idea de continuidad, considerándola como la única legítima”.
El conocido profesor de la Universidad de Toulouse proporcionó ejemplos de
su denominada superlegalidad constitucional, como fueron los principios de las li-
bertades individuales y, específicamente, en Francia los principios proclamados en
1789, aunque la Constitución de 1875 no los ratificó, lo cual sí había acontecido con
anterioridad.
La concepción de Hauriou de los principios fundamentales es muy diversa de
la que sostengo para señalarlos y explicarlos en la Constitución mexicana de 1917.
Las cuatro primeras decisiones, que Canudas apuntó, en realidad son una: la
idea de la soberanía; lo novedoso de su clasificación es que incluyó al municipio li-
bre como un principio político fundamental. La finalidad del municipio libre es la
6 Canudas O., Luis F., “Irreformabilidad de las decisiones políticas fundamentales de la Cons-
titución”, Revista de la Escuela Nacional de Jurisprudencia, México, UNAM, núm. 18, 19 y 20, 1943,
pp. 107 y 108.
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Ahora bien, el principio fundamental, tanto de una índole como de otra, puede
desarrollarse en la Constitución en un artículo o en varios y con las más diversas mo-
dalidades, mismas que son determinadas por las realidades del país y por la propia
evolución política y jurídica a la que he aludido. Estas modalidades se alteran por
diversas causas, pero deben serlo para actualizar, fortalecer y vivificar al principio
fundamental, no para deteriorarlo o destruirlo.
Decía que la teoría del principio fundamental es francesa. La encuentro a partir del
artículo 16 de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789,
que textualmente dice: “Toda sociedad en la cual la garantía de los derechos no esté
asegurada ni determinada la separación de poderes, carece de Constitución”.
No obstante, “Constituciones” escritas o no, poseyeron y continúan poseyendo
todos los regímenes de poder absoluto, incontrolado o totalitario. Cierto, tuvieron
y tienen Constitución en cuanto existe un conjunto de normas a través del cual se
desarrollaba y desarrolla el proceso político, que era y es determinado por una per-
sona o un grupo reducido, quien o quienes no deben su legitimidad a una elección
popular ni rinden cuentas a alguien. Hoy en día, subsisten muchos sistemas de esa
naturaleza, más allá de lo que asiente un folleto generalmente denominado “Cons-
titución”. Es decir, tienen una Constitución de hecho o fáctica, no una Constitución
democrática, no una Constitución que asegura derechos y libertades.
Es obvio que el mencionado artículo 16 no se refiere a la Constitución física; en-
tonces, la mención sería superflua y contradictoria. Lo que el artículo está diciendo
con claridad es que un país para tener Constitución, los derechos humanos necesa-
riamente tienen que estar asegurados y protegidos, y el poder no puede encontrarse
concentrado y sin control.
En ese artículo, al decir Constitución, se está refiriendo a la Constitución
democrática, esto es, que Constitución es sinónimo de democracia, porque única-
mente existe democracia —Constitución— donde se protegen los derechos huma-
nos y el poder no se encuentra concentrado. Estos son los aspectos esenciales de la
democracia.
Así, el artículo 16 de dicha declaración indica dos de los principios fundamen-
tales de la democracia: derechos humanos y separación de poderes, e hizo bien en
enunciarlos así.
Cierto es que, como dijo Heller, dichos principios se condicionan recíproca-
mente. Sí, donde existe concentración de poder no hay protección de los derechos
humanos y viceversa, pero es bueno y útil que asuntos tan delicados se especifiquen
con toda claridad.
También es cierto que podría expresarse que democracia es sinónimo de dere-
chos humanos. Los otros principios fundamentales se derivan de este. Los derechos
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cia clásica” entiendo la forma política que se configuró en las Constituciones ameri-
canas y francesas de finales del siglo XVIII.
Estos cuatro principios fundamentales tienen necesariamente que contar con un
quinto. En caso de que las normas que los contienen sean violadas, es indispensable
que sean resarcidas, si no todo el andamiaje constitucional sería una ilusión o buenas
intenciones; la norma constitucional no sería tal y menos de carácter supremo. La
propia Constitución establece las garantías procesales para su defensa; o sea, es el
amplio campo de la jurisdicción o justicia, constitucionales o derecho procesal cons-
titucional. Esos instrumentos, que conforman la parte más frecuente de la defensa
constitucional, reciben en la actualidad el nombre genérico de garantías constitu-
cionales. Prefiero hablar de garantías procesal-constitucionales para evitar confusio-
nes, porque en México, el vocablo garantías suele referirse a garantías individuales
y sociales, y esta es una tradición de más de ciento cincuenta años y, a su vez, esas
garantías son casi sinónimo de derechos humanos en el lenguaje cotidiano.
Así, la existencia de la justicia constitucional, cuyo contenido son las garantías
procesal-constitucionales, conforma el quinto principio fundamental.
La Constitución mexicana de 1917 expresamente manifiesta que es voluntad
del pueblo mexicano constituirse en una democracia, y norma sus cinco principios
fundamentales en diversos preceptos.
Ahora bien, la evolución política de México, en casi doscientos años de indepen-
dencia, ha venido determinando otros principios fundamentales que singularizan a
nuestra democracia y que son parte del ser de la nación y del Estado, y la Constitu-
ción de 1917 los hizo suyos expresa o implícitamente o los resaltó en forma excep-
cional por voluntad del Congreso Constituyente, que decidió en nombre del poder
constituyente. Por ejemplo:
En tal virtud, nuestra Constitución, sin lugar a duda alguna, contiene principios
fundamentales que son parte de la esencia de la democracia y del resultado de la
evolución jurídico-política de la nación; es más, son principios fundamentales de
la propia nación, del propio ser, de la normalidad, de lo que el poder constituyente es
y quiere ser, de cómo desarrolla su existencia, tanto en la esfera del ser como en la del
deber ser, de la forma en la cual singulariza y particulariza el sistema democrático
que ha creado. Estos principios fundamentales no constituyen caprichos del poder
constituyente, son resultado de su historia, de su evolución, de sus experiencias tanto
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de las exitosas como de las traumáticas. Al final de cuentas, esos principios funda-
mentales se encuentran en la concepción del artículo 16 de la declaración francesa
de 1789: forman parte de la eficacia de los derechos humanos y de la garantía del
poder dividido y controlado, para que se perfeccione la visión de democracia con-
tenida en la Constitución de 1917, la cual permanecerá mientras el poder consti-
tuyente no decida modificarla en su esencia misma, es decir, mientras no decida
alterar esa idea de democracia por otra que plasmaría en una nueva Constitución.
d) el Estado federal.
Hasta aquí he enunciado siete principios fundamentales, cinco que son y cons-
tituyen la base misma de la “democracia clásica” o entendida en un sentido amplio,
uno que responde a nuestra evolución política: el Estado federal, y otro, cuyas carac-
terísticas provienen de ambas fuentes: la República democrática.
Existen otros cinco principios fundamentales en el texto de la Constitución, re-
sultado también de nuestra evolución política y que son parte esencial e indisoluble
de nuestro constitucionalismo por decisión del poder constituyente. La mejor prue-
ba consiste en que su cambio equivaldría a que la Constitución de 1917 ha conclui-
do su vigencia.
¿Es concebible nuestra Constitución si las normas, que regulan el principio de
no reelección presidencial, la no intervención de las Iglesias en la vida civil y en la
política, la concepción social o justicia social, o el municipio libre, se suprimieran o
se alteraran en tal forma que en la realidad implicarían su abrogación?
Esos principios fundamentales son parte de nuestra evolución política e históri-
ca, y la Constitución de 1917 los recoge:
Jorge Carpizo
i) la supremacía del Estado sobre las Iglesias contenido en el artículo 130 c.,
que se halla íntimamente relacionado con el principio del laicismo, el cual
también se podría examinar como parte de la República democrática o de
los derechos humanos;
j) el principio fundamental del sistema presidencial, que en casi dos siglos ha
sido el sistema de gobierno que la mayoría de nuestras Constituciones ha
recogido, y que es ampliamente aceptado, así como es ampliamente recha-
zado en la actualidad el “presidencialismo”, que fue su deformación y el
funcionamiento alejado de la norma constitucional. Este sistema se estruc-
tura, en forma primordial, en los artículos 72 a 93;
k) la disposición de no reelección presidencial es muy importante en nuestro
orden constitucional, a grado tal, que constituye un principio fundamental
autónomo por su propio peso. Este principio es el resultado de experiencias
traumáticas acontecidas durante más de un siglo, y la Constitución lo recoge
en su artículo 83;
l) el principio fundamental del municipio libre, recogido en el artículo 115 c.,
que tiene una tradición de casi 500 años en nuestro país, adquirió especial
trascendencia en la actual Constitución al definírsele como la base de la
división territorial y de la organización política y administrativa de las enti-
dades federativas.
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Héctor Fix-Zamudio**
I. Introducción
1.
En estas ocho décadas de evolución a partir del texto original de la Constitu-
ción federal promulgada el 5 de febrero de 1917, y cuando nos encontramos
en los inicios del siglo XXI, el control constitucional en nuestro ordenamien-
to jurídico ha experimentado cambios sustanciales, por medio de los cuales se ha
actualizado de manera paulatina para llegar a un grado de adelanto similar al de las
cartas fundamentales de otros países latinoamericanos, y si bien se ha avanzado de
manera considerable, en especial en los últimos años, es preciso seguir adelante para
perfeccionar las instituciones que forman parte de lo que podemos denominar en la
actualidad derecho procesal constitucional mexicano.
2. En efecto, como resultado de una evolución progresiva, en la Constitución
federal de 1917, que todavía está en vigencia con numerosas reformas, se consa-
graron cuatro instrumentos de control constitucional, es decir: a) el juicio político
o de responsabilidad de los altos funcionarios; b) el procedimiento investigatorio
de la Suprema Corte de Justicia; c) las controversias constitucionales, y d) el juicio de
amparo. La mayoría de estas instituciones procesales provenían de la carta federal
anterior de 5 de febrero de 1857, que con algunas variantes fueron incorporadas
en el texto original de nuestra ley fundamental en vigor, con excepción del llamado
** Publicado originalmente en Valadés, Diego y Carbonell, Miguel (coords.), Constitucionalismo Ibe-
roamericano del siglo XXI, México, Cámara de Diputados-UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
2004, pp. 99-136.
* Investigador emérito del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM.
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Héctor Fix-Zamudio
procedimiento investigatorio encomendado a nuestro más alto tribunal, que fue una
creación original del Constituyente de Querétaro.1
3. Estos cuatro instrumentos de solución de conflictos constitucionales expe-
rimentaron varias modificaciones con posterioridad a su introducción en la carta
federal de 1917. En primer término, por lo que se refiere al juicio político, éste fue
modificado en diciembre de 1982, de manera que a partir de entonces se regula por
el actual artículo 110 constitucional, en lugar del 111 original, y si bien se conserva el
procedimiento de dos instancias, la primera ante la Cámara de Diputados y la se-
gunda y definitiva ante la Cámara de Senadores, con la sanción, en caso de conside-
rarse responsable al enjuiciado, de la destitución del cargo y la inhabilitación para
funciones públicas según la gravedad de la infracción, tal como fue regulado por la
Ley de Responsabilidad de los servidores públicos (del gobierno federal y el del Dis-
trito Federal) expedida en 1982, a partir de entonces pueden ser sometidos a dicho
juicio político no sólo los altos funcionarios que tienen inmunidad constitucional,
sino también otros servidores públicos de menor jerarquía, tanto de la Federación
como de las entidades federativas, e inclusive los titulares de empresas públicas, los
que en nuestro concepto deben considerarse como particulares, ya que no pertene-
cen a la administración pública, lo que nos parece un grave error que desvirtúa la
institución, la que ha sido establecida únicamente en relación de los funcionarios
titulares de los órganos de gobierno, como lo establecía el artículo 110 del texto ori-
ginal de la ley fundamental.2
4. Por lo que respecta al procedimiento de investigación de la Suprema Corte
de Justicia, establecido originalmente en el párrafo tercero del artículo 97 constitu-
cional, fue objeto de una reforma constitucional en diciembre de l977, que agregó
un nuevo párrafo, entonces cuarto, al mencionado precepto de la carta federal, que
modificó ligeramente el tercero, al suprimir la referencia a la investigación de delitos
federales, pero después de cambios posteriores a dicha norma, el anterior párrafo
tercero quedó como segundo y el introducido en 1977 es actualmente el tercero.
5. El nuevo párrafo, ahora tercero, extendió la atribución de la investigación
de la Suprema Corte en materia electoral, en el sentido de que está facultada para
practicar de oficio la averiguación de algún hecho o hechos que constituyan la vio-
lación del voto público, pero sólo en los casos en que a su juicio pudiera ponerse en duda
la legalidad de todo el proceso de elección de alguno de los poderes de la Unión. Se agrega que los
resultados de la investigación se harían llegar a los órganos competentes.
6. Debemos destacar que dicho párrafo tercero del citado artículo constitucio-
nal debe considerarse una modificación desafortunada, ya que el ejercicio de dicha
facultad sería inviable políticamente, pues aun cuando se traduce en un simple dic-
co, Botas, 1946; Cárdenas, Raúl F., Responsabilidad de los funcionarios públicos, México, Porrúa, 1982,
pp. 313-498; García Ramírez, Sergio, Curso de derecho procesal penal, México, Porrúa, 1989, pp. 776-818;
Orozco, Henríquez, José de Jesús, “Régimen constitucional de responsabilidades de los servidores pú-
blicos” , La responsabilidad de los servidores públicos, México, Manuel Porrúa, 1984, pp. 109-129.
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3 En su clásica obra El artículo 14. Estudio constitucional, reimpreso conjuntamente con su otro estudio
75 años de Revolución. Política, II, México, INEHRM- Fondo de Cultura Económica, 1988, pp. 269-364;
op. cit., supra nota 1, pp. 139-152.
5 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, “La Suprema Corte de Justicia como tribunal constitucional”, Reformas
constitucionales de la renovación nacional, México, Porrúa, 1987; y Las nuevas bases constitucionales y legales del
sistema jurídico mexicano, México, Porrúa, 1987, pp. 495-541 y 345-390, respectivamente; Idem, “Los
tribunales y salas constitucionales en América Latina”, Estudios jurídicos en homenaje de don Santiago Barajas
Montes de Oca, México, UNAM, 1995, pp. 59-74; La Roche, Humberto, José, “Cortes y salas constitu-
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12. A los cuatro instrumentos anteriores debemos añadir otros nuevos que se agre-
garon recientemente en las reformas constitucionales de 1992, 1994 y 1995. Los que
ya existían a partir del texto original de la carta fundamental de 1917, si bien algu-
nos de ellos sufrieron modificaciones posteriores, hasta antes de las citadas reformas
a la ley fundamental, no tuvieron una efectiva aplicación práctica, con exclusión del
juicio de amparo, que es el único que funcionaba normalmente, si bien sólo tenía
el propósito exclusivo de proteger los derechos fundamentales, pero aun conside-
rando sus aspectos de garantía constitucional, nuestra carta fundamental no debía
considerarse suficiente para tutelar en su integridad ya que, como lo consideraba el
ilustre constitucionalista mexicano Felipe Tena Ramírez, aun en los aspectos en que
nuestro derecho de amparo funcionaba como garantía constitucional, no constituye
realmente un control directo de la Constitución, sino más bien de los derechos de la
persona humana, ya que, como lo afirmó el notable jurista: “Nuestra institución ju-
rídica ha tenido entre nosotros el crecimiento, la espléndida palpitación de vida del
amparo, lo cual se debe no tanto a que el pueblo lo considere como el regula[do]r
del sistema federal, el equilibrador de los poderes o el instrumento en el gobierno de
los jueces, sino a que ha sido el escudo resonante de la inviolabilidad de la persona”.7
cionales en América Latina”, El nuevo derecho constitucional latinoamericano, Caracas, Konrad Adenuauer
Stiftung-Asociación Venezolana de Derecho Constitucional, l996, pp. 41-70.
6 Cfr. Cárdenas Gracia, Jaime, “El municipio en las controversias constitucionales”, Boletín Mexica-
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8 Así lo consideró el insigne procesalista español Alcalá-Zamora y Castillo, Niceto, Proceso, autocom-
et de la science politique en France et à letranger, París, 1928, pp. 197-257, publicado posteriormente en An-
nuaire de l’Institut de Droit Public, París, 1929, pp. 52-143; trad. castellana de Rolando Tamayo y Salmo-
rán, con el título “La garantía jurisdiccional de la Constitución”, Anuario Jurídico, I-1974, pp. 471-515.
10 La influencia de Kelsen en la creación de la Corte Constitucional austriaca de la que fue ma-
gistrado de 1921 a 1930, se destaca por Métall, Rudolf Aladir, Hans Kelsen. Vida y obra, trad. de Javier
Esquivel, México, UNAM, 1976; Frisch Philipp, Walter, “La forma en que se plasmó la Teoría pura
del derecho de Hans Kelsen en la jurisdicción austriaca creada por él”, trad. de Elsa Bieler, en Jurídica,
México, julio de 1970, pp. 131-148.
11 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, “El juicio de amparo mexicano y el derecho constitucional compara-
do” , Ensayos sobre el derecho de amparo, 2a. ed. México, Porrúa-UNAM, 1999, pp. 425-464.
12 Derecho procesal constitucional, Madrid, Civitas, 1979.
13 Verfassungsprozessrecht (Derecho procesal constitucional), 3a. ed., München, C. H. Beck, 1991.
14 Derecho procesal constitucional, San José, Editorial Juricentro, 1995.
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los argentinos Alberto Osvalo Gozaíni;15 Nestor Pedro Sagüés;16 y el peruano Elvito
A. Rodríguez Domínguez.17
16. Es preciso aclarar que existe una confusión terminológica en nuestra ley
fundamental de 1917, que todavía conserva el nombre tradicional de garantías cons-
titucionales como equivalentes a la de los derechos fundamentales consagrados por la
misma carta fundamental. El capítulo primero de la Constitución federal se deno-
mina todavía De las garantías individuales (artículos 1o., a 29). Una parte importante de
los cursos que se imparten en las escuelas y facultades de derecho mexicanas, inclu-
yendo la UNAM, se califican de garantías individuales y sociales,18 aun cuando algunos
más recientes abordan una perspectiva más amplia y toman la denominación de
“derechos humanos”. Por supuesto que la primera designación es diversa de la ma-
teria de la disciplina que hemos calificado de “derecho procesal constitucional”, que
comprende, como se ha dicho a las garantías constitucionales en sentido moderno,
es decir, como instrumentos predominantemente procesales, que tutelan las normas
de carácter fundamental.
17. Desde este punto de vista, el derecho procesal mexicano comprende las ocho
siguientes garantías constitucionales: a) El juicio político (artículo 111); b) El pro-
cedimiento de investigación de la Suprema Corte de Justicia (artículo 97, párrafos
segundo y tercero); c) Las controversias constitucionales (artículo 105, fracción I);
d) El juicio de amparo (artículos 103 y 107); e) La acción abstracta de inconstitucio-
nalidad (artículo 105, fracción II); f) El juicio de protección de los derechos político-
electorales (artículo 99, fracción V); g) El juicio de revisión constitucional electoral
(artículo 99, fracción IV); h) Los organismos autónomos protectores de los derechos
humanos, inspirados en el modelo escandinavo del ombudsman (artículo 102, aparta-
do “B”). Todos estos preceptos corresponden a la Constitución federal).
18. Como ya nos hemos referido sólo para enumerar a los instrumentos de control
constitucional que fueron establecidos en el texto original de la carta federal de
1917, si bien algunos de ellos han sido modificados con posterioridad, pero como
sería complicado realizar un examen de los mismos, sólo haremos referencia a los
nuevos instrumentos, por lo que a continuación pretendemos examinar, también
15 El derecho procesal constitucional y los derechos humanos (Vínculos y autonomías), México, UNAM, 1995.
16 Derecho procesal constitucional, 2a. ed., ts. I y II: El recurso extraordinario, 1988; t. III (4a. ed.): Acción de
amparo, 1995; t. IV: Habeas corpus (1989), Buenos Aires, Astrea.
17 Derecho procesal constitucional, Lima, Editora y Distribuidora Jurídica Grijley, 1997.
18 Cfr. Burgoa Orihuela, Ignacio, Las garantías individuales, 28a. ed., México, Porrúa, 1996; Garantías
19 Cfr. Mezzetti, Luca, Giustizia costituzionale ed opposizione parlamentare. Modelli europei a confronto, Rimi-
ni, Maggioli Editore, 1992.
20 Cfr. Luchaire, François, Le Conseil Constitutionnel, París, Economique, 1980, pp. 106-144.
21 Cfr. Fix-Fierro, Héctor, “La reforma judicial de 1994 y las acciones de inconstitucionalidad”, Ars
Iuris, Revista del Instituto de Documentación e Investigación de la Facultad de Derecho de la Universidad Panamericana,
México, núm. 13, especial sobre reforma judicial, 1995, pp. 114-117.
22 Cfr. Mezzetti, Luca, Giustiza constituzionale e opposizione parlamentare, pp. 62-69; cit. supra, nota 19.
Este autor considera que la jurisprudencia constitucional alemana se ha originado de manera predo-
minante debido a los impulsos que provienen de la oposición, Béguin, Jean-Claude, Le contrôle de la
constitutionnalité des lois en République Fédérale d’Allemagne, París, Economique, 1982, pp. 64-78.
23 En la obra de Favoreu, Louis y Philip, Loïc, Les grandes décisions du Conseil Constitutionnel, 7a. ed.,
París, Sirey, 1993, puede observarse el porcentaje importante de instancias introducidas por los dipu-
tados y senadores de oposición contra las leyes aprobadas por mayoría, antes de su publicación.
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24 Cfr. Vega, Pedro de et al., Minoría y oposición en el parlamentarismo. Una aproximación comparativa, Ma-
drid, Publicaciones del Congreso de los Diputados, 1991, pp. 104 y ss., 220 y ss; Fix-Zamudio, Héctor,
“Reflexiones sobre la función constitucional de la oposición política en el ordenamiento mexicano” ,
Memoria de El Colegio Nacional,1998, México, 1999, pp. 67-100.
25 Podemos señalar de manera comparativa, que la legitimación para interponer la acción abs-
tracta de inconstitucionalidad se confiere en Austria a un tercio de los diputados del Consejo Nacional;
en Francia a sesenta diputados o el mismo número de senadores; en España a cincuenta diputados o
cincuenta senadores; en Alemania a un tercio de los miembros del Parlamento Federal; en Portugal, a
un décimo de los diputados. El extremo está representado por la Constitución de Bolivia, en cuyo ar-
tículo 120, inciso a) reformado en agosto de 1994, se dispone que cualquier senador o diputado puede
interponer la acción abstracta de inconstitucionalidad. Cfr. Fix-Fierro, Héctor, “La reforma judicial
de 1994 y las acciones de inconstitucionalidad”, cit. supra, nota 21, pp. 115-117; Estrada Sámano, José
Antonio, “La inconstitucionalidad de leyes en la reforma judicial”, Revista de Investigaciones Jurídicas,
Escuela Libre de Derecho, México, vol. 19, 1995, pp. 407-434.
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inciso f) del citado precepto constitucional establece que las dirigencias nacionales
pueden combatir las leyes federales y locales, pero las dirigencias estatales sólo pue-
den interponer la acción contra las disposiciones locales.
25. Una situación especial corresponde al procurador general de la República
como facultado para interponer dicha acción abstracta con el objeto de reclamar la
inconstitucionalidad de las leyes de carácter federal, estatal y del Distrito Federal, así
como de los tratados internacionales (artículo 105, fracción c) de la carta federal).
26. La demanda respectiva debe interponerse dentro de los treinta días natu-
rales contados a partir del día siguiente al de la publicación en el periódico oficial
correspondiente, de la ley o tratado internacional que pretende combatirse (artícu-
los 105, fracción II, de la Constitución federal y 60 de la Ley Reglamentaria). Este
último precepto establece que si el último día del plazo fuese inhábil, la demanda
podrá presentarse el primer día hábil siguiente. Sin embargo, en la reforma a dicho
artículo 60 en noviembre de 1996, se agregó que “En materia electoral para el cóm-
puto de los plazos todos los días son hábiles”.
27. Se adopta también el principio de que si el fallo no fuese aprobado por ma-
yoría de ocho votos, la Suprema Corte debe desestimar la acción ejercitada y orde-
nar el archivo del asunto (artículo 72 de la Ley).
28. Por otra parte, la Ley Reglamentaria hace una remisión expresa (artículo 73)
a la aplicación de los artículos 41, 43, 44 y 45 del mismo ordenamiento, que regulan
a las sentencias dictadas en las controversias constitucionales, y que se refieren a su
contenido, la obligatoriedad de los precedentes, la notificación y la publicación, así
como el momento en que deben producir sus efectos, es decir, en este último caso, la
prohibición de su retroactividad, salvo en materia penal.26
26 La Ley Reglamentaria establece varias remisiones y consigna disposiciones comunes para la tra-
mitación de las dos instituciones, es decir, controversias constitucionales y acciones directas de incons-
titucionalidad. Cfr. Castro, Juventino V., El artículo 105 constitucional, México, Porrúa, 1997, pp. 139-221,
que dedica el capítulo cuarto de su libro al análisis de las disposiciones comunes a ambos instrumentos.
27 Cfr. Vallarta, Ignacio L., El juicio de amparo y el writ of habeas corpus, México, Imprenta de J. J.
Terrazas, 1896, pp. 126-170, sobre la doctrina y jurisprudencia norteamericanas de su época acerca de
la separación entre cuestiones jurídicas y políticas.
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30. Este criterio tradicional dio lugar a la controversia entre las ideas de José
María Iglesias sobre la incompetencia de origen,28 de acuerdo con las cuales, el ar-
tículo 16 de la Constitución de 1857, al establecer la exigencia de que todo acto de
afectación a los particulares debía emanar de autoridad competente, comprendía
el origen legítimo de la misma autoridad,29 e Ignacio Luis Vallarta, quien al asumir
posteriormente la presidencia de la Suprema Corte entre mayo de 1878 y noviem-
bre de 1882, combatió de manera decidida la tesis anterior (la que, al ser aplicada de
manera extrema por el propio Iglesias como anterior presidente de la misma Corte,
determinó el desconocimiento de las elecciones presidenciales de 1876 en las que
obtuvo el triunfo Sebastián Lerdo de Tejada), por considerar el propio Vallarta que
la legitimidad se refería a la persona, al individuo nombrado para el cargo público
respectivo, y la competencia establecida por el citado artículo 16 de la carta federal
de 1857, tenía relación con la entidad calificada como autoridad, ya que la propia
legitimidad tenía un carácter político y por ello debía suponerse y prescindirse de
ella para examinar únicamente la cuestión jurídica de si cabe en el círculo de atri-
buciones de una autoridad determinada expedir una orden que afectara a un ha-
bitante de la República. Este último fue el criterio que adoptó la Suprema Corte a
partir de su decisión de 23 de agosto de 1878 en el juicio de amparo solicitado por
el destacado jurista y político León Guzmán y es el que ha predominado hasta la ac-
tualidad, debido a la redacción similar del artículo 16 de la carta federal de 1917. 30
31. A partir de entonces, la Suprema Corte ha evitado la decisión de cuestiones
políticas en los juicios de amparo, aun cuando se ha pronunciado en forma muy
restringida sobre algunas de estas cuestiones en los escasos asuntos en que ha co-
nocido de controversias constitucionales con anterioridad a las reformas de 1995
(véase supra, párrafo 10) o al realizar investigaciones de acuerdo con el artículo 97
constitucional (véanse supra, párrafos 4-6).31 Esta cautela de nuestro más alto tribu-
nal se explica por la trascendencia que por años tuvo en Latinoamérica la tesis de la
Corte Suprema Federal norteamericana que se autolimitó en lo que calificó como
political questions,32 pero que ha modificado paulatinamente para considerar como
justiciables cuestiones que anteriormente se estimaban de naturaleza estrictamente
28 Estudio constitucional sobre facultades de la Corte de Justicia, México, Imprenta de León y White, 1874.
Este trabajo fue reproducido con estudio preliminar de Santiago Oñate en la Revista de la Escuela Nacio-
nal de Jurisprudencia, México, núm. 30, abril-junio de 1946, pp. 257-295.
29 Cfr. Moctezuma Barragán, Javier, José María Iglesias y la justicia electoral, México, UNAM, 1994,
pp. 81-166.
30 Cfr. Vallarta, Ignacio Luis, Votos. Cuestiones constitucionales, México, edición de Antonio J. Lozano
(imprenta particular), 1894, pp. 78-80; Fix-Zamudio, Héctor, “Ignacio Luis Vallarta, la incompetencia
de origen y los derechos políticos”, A cien de años de la muerte de Vallarta, México, UNAM, 1994, pp. 13-
39. Esta es la tesis de jurisprudencia todavía vigente, núm. 983, “Incompetencia de origen”, Apéndice al
Semanario Judicial de la Federación, 1988, segunda parte, tesis comunes al Pleno y a las salas, t. II, p. 1595.
31 Cfr. González Avelar, Miguel, La Suprema Corte y la política, 2a. ed., México, UNAM, 1994,
pp. 31-62.
32 Cfr. Schwartz, Bernard, Los poderes del gobierno. Comentario sobre la Constitución de los Estados Unidos,
trad. de José Juan de Olloqui Labastida, México, UNAM, 1966, t. I, pp. 576-579; Evans Hughes, Char-
les, La Suprema Corte de los Estados Unidos, trad. de Roberto Molina Pasquel y Vicente Herrero, 2a. ed.,
México, Fondo de Cultura Económica, 1971, pp. 56-58; Alonso García, Enrique, “El Tribunal Burger
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política, como las de carácter electoral, aun cuando siempre por conducto de una
controversia judicial.33
32. Lo cierto es que en México esta evolución no se ha realizado, especialmen-
te por lo que se refiere a la tutela de los derechos políticos consagrados en nuestra
Constitución federal por conducto del juicio de amparo, ya que hasta la actualidad
se aplica la anacrónica tesis de jurisprudencia, actualmente superada de manera de-
finitiva, y que todavía establece: “Derechos políticos. Improcedencia. La violación de los
derechos políticos no da lugar al juicio de amparo, porque no se trata de garantías
individuales”.34
33. Es indiscutible que los derechos políticos son derechos humanos, como lo
demuestran las Constituciones contemporáneas, incluyendo las latinoamericanas,
así como los tratados internacionales de derechos humanos.35 Nuestra carta fun-
damental también los consagra y los ha incrementado de manera paulatina, espe-
cialmente en materia electoral,36 por lo que se ha superado de manera definitiva el
criterio decimonónico de confundir los derechos humanos con las llamadas garantías
individuales, las que constituyen sólo un sector de los llamados derechos civiles, frente a
la amplitud actual de los derechos de la persona humana.37
34. En virtud de la tesis tradicional citada anteriormente, se advertía en el or-
denamiento jurídico mexicano la ausencia de un instrumento procesal para prote-
ger los derechos políticos de carácter individual, ya que los colectivos, especialmen-
te los electorales, se han tutelado por medio de diversos instrumentos, inclusive por
conducto de la jurisdicción especializada. Por ello, un sector de la doctrina sostuvo
con anterioridad a las reformas de 1996, la necesidad de ampliar la procedencia del
juicio de amparo hacia algunos de estos derechos.38 Fue un acierto, por tanto, que
se estableciera el juicio para la protección de los derechos político-electorales del
ciudadano, ante el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación como un
y la doctrina de las ‘Political Questions’ en Estados Unidos”, Revista Española de Derecho Constitucional,
Madrid, núm. 1, enero-abril de 1981, pp. 287-299.
33 Cfr. Loewenstein, Karl, “La función política del Tribunal Supremo de los Estados Unidos”,
Revista de Estudios Políticos, Madrid, núm. 133, enero-febrero de 1964, pp. 5-39.
34 Tesis 623. Apéndice al Semanario Judicial de la Federación, 1988. Segunda parte, tesis comunes al
vención Europea sobre la Protección de los Derechos Humanos y las Libertades Fundamentales, así como la Convención
Americana sobre Derechos Humanos. Cfr. el análisis conjunto de estos instrumentos de Robertson, A. H.,
“Pactos y protocolo opcional de las Naciones Unidas, Convención Americana y Convención Europea
sobre Derechos Humanos. Estudio comparativo”, La protección internacional de los derechos del hombre. Ba-
lance y perspectivas, México, UNAM, 1983, pp. 145-189.
36 Cfr. Fix-Fierro, Héctor, “Los derechos políticos en el ordenamiento mexicano”, Revista de la Fa-
cultad de Derecho de México, núms. 203-204, septiembre-diciembre de 1995, pp. 59-92; Terrazas Salgado,
Rodolfo, “El juicio de amparo y los derechos político-electorales”, Justicia Electoral, México, núm. 8,
1996, pp. 101-112.
37 Aun cuando la bibliografía sobre la materia es inagotable, citaremos en vía de ejemplo, por su
examen integral del tema, la obra del destacado tratadista argentino Bidart Campos, Germán J., Teoría
general de los derechos humanos, México, UNAM, 1989.
38 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, “La justicia constitucional en el ordenamiento mexicano”, cit. supra,
Héctor Fix-Zamudio
39 Cfr. Terrazas Salgado, Rodolfo y Mata Pizaña, Felipe de la, “Juicio para la protección de los
derechos político-electorales del ciudadano”, Estudio teórico práctico del sistema de medios de impugnación en
materia electoral, México, Centro de Capacitación Judicial del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la
Federación, 1997, pp. 270-272.
40 Cfr. García Ramírez, Sergio, “La apelación en el contencioso electoral”, Manual sobre los medios de
impugnación en el Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales, México, Instituto Federal Electoral-
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1992, pp. 53-117.
41 Cfr. Memoria 1994, México, Tribunal Federal Electoral, 1995, t. I, pp. 322 y 323.
42 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, “ Introducción a la teoría de los recursos en el contencioso electo-
43 El artículo 79 de la Ley General del Sistema de Medios de Impugnación en Materia Electoral
dispone al respecto: “El juicio para la protección de los derechos político-electorales, sólo procederá
cuando el ciudadano por sí mismo y en forma individual, haga valer presuntas violaciones a sus dere-
chos de votar y ser votado en las elecciones populares, de asociarse individual y libremente para tomar
parte en forma pacífica en los asuntos políticos y afiliarse libre e individualmente a los partidos políticos.
En el supuesto previsto en el inciso e) del párrafo 1 del siguiente artículo (cuando habiéndose asociado
con otros ciudadanos para tomar parte en forma pacífica en asuntos políticos, conforme a las leyes
aplicables, consideren que se les negó indebidamente su registro como partido político o agrupación
política), la demanda deberá presentarse por conducto de quien ostente la representación legítima de
la organización política agraviada”.
44 Debe tomarse en cuenta que durante el tiempo que transcurra entre dos procesos electorales
federales ordinarios o extraordinarios, estas controversias deben someterse a la Sala Superior en una
sola instancia.
45 La Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial Federal estableció criterio en el sen-
tido de que el “Juicio para la protección de los derecho político-electorales del ciudadano. Es improce-
dente contra actos de los partidos políticos”. Juicio 12/97, Rodríguez Zárate, Andrés Arnulfo, y otros,
resuelto el 27 de mayo de 1997, Justicia Electoral. Suplemento, México, núm. 1, 1997, pp. 48 y 49.
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46 Cfr. Terrazas Salgado, Rodolfo y De la Mata Pizaña, Felipe, “Juicio para la protección de los
derechos político-electorales del ciudadano” , cit. supra, nota 39, pp. 274-276.
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44. Este instrumento fue introducido por el artículo 99 constitucional y por la Ley
General de Medios de Impugnación en Materia Electoral, en las reformas de 1996,
con el objeto de establecer la posibilidad de combatir la inconstitucionalidad de los
actos o resoluciones de las autoridades electorales de las entidades federativas,48 si
se toma en consideración que no existe otro procedimiento por el cual pudiesen
combatirse los actos concretos de las autoridades electorales locales que infrinjan di-
rectamente la Constitución federal, ya que, como hemos dicho, no procede el juicio
de amparo, según la jurisprudencia tradicional, contra la violación de los derechos
políticos (véanse supra, párrafos 31-43), y por el contrario, sí pueden impugnarse las
disposiciones legislativas electorales locales por conducto de la acción abstracta de
inconstitucionalidad (véanse supra, párrafos 23 y 24).49
45. En efecto, de acuerdo con lo establecido por el artículo 86 de la Ley men-
cionada, el juicio de revisión constitucional electoral sólo procederá para impug-
nar actos o resoluciones de las autoridades competentes de las entidades federativas
para organizar y calificar los comicios locales o resolver las controversias que surjan
durante los mismos, pero siempre que se satisfagan determinados requisitos, cuyo
incumplimiento determinará que se deseche de plano el medio de impugnación
respectivo. En tal virtud, el citado ordenamiento exige que los actos o resoluciones
combatidos, tengan, en primer lugar, el carácter de definitivos y firmes;50 que vio-
len algún precepto de la Constitución federal; que la infracción reclamada pueda
47 Cfr. Justicia Electoral, suplemento núm. 1, cit. supra, nota 45, Sección Estadística Judicial, grá-
ficas 2 y 6, pp. 69 y ss.
48 En la parte relativa de la exposición de motivos de la iniciativa presidencial que sirvió de base a
las reformas constitucionales de agosto de 1996, se manifestó que: “…Al respecto, la iniciativa plantea
un mecanismo absolutamente respetuoso de nuestro sistema federal, al prever que esta nueva vía sólo
procederá cuando haya violaciones directas a la Constitución federal y en casos determinados que por
su trascendencia ameriten ser planteados ante esta instancia jurisdiccional. Con lo anterior se preten-
de moderar aquellas situaciones que por su disparidad o divergencia con el sentido de nuestro texto
fundamental, atentan contra el Estado de derecho. De igual manera, con esta vía se aspira a superar
los debates sobre la legalidad de los procesos locales, cerrando el camino a decisiones políticas sin
fundamento jurídico que pudieren afectar el sentido de la voluntad popular expresada en las urnas”.
49 Cfr. Elizondo Gasperín, María Macarita, “El juicio de revisión constitucional” , op. cit., supra,
del Poder Judicial Federal, “El principio de definitividad, rector del juicio de revisión constitucional
electoral, a que se refiere el artículo 86, párrafo 1, inciso f) de la Ley General del Sistema de Medios de
Impugnación en Materia Electoral se cumple, cuando se agotan previamente a la promoción de aquél,
las instancias que reúnan las dos siguientes características: a) que sean idóneas, conforme a las leyes
locales respectivas para impugnar el acto o resolución electoral de que se trate, y b) que conforme a
los propios ordenamientos sean aptas para modificar, revocar o anular éstos…” Resolución dictada el
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25 de septiembre de l997, en el juicio de revisión Protección jurídica constitucional 92/97, promovido por
el Partido del Trabajo.
51 Cfr. Elizondo Gasperín, María Macarita, “El juicio de revisión constitucional”, cit. supra,
52 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, Protección jurídica y procesal de los derechos humanos ante las jurisdicciones
nacionales, Madrid, Civitas-UNAM, 1982, pp. 281-344; idem, “Avances y perspectivas de la protección
procesal de los derechos humanos en Latinoamérica”, en la obra del mismo autor, La protección jurídica
de los derechos humanos. Estudios comparativos, México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2a.
ed., México, 1999, pp. 413-454.
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Álvaro Gil Robles y Gil Delgado,53 y Víctor Fairén Guillén,54 dieron un gran impul-
so al análisis de este instrumento por los tratadistas latinoamericanos.
53. En visión panorámica, podemos mencionar: a) Procurador de los derechos hu-
manos de Guatemala, de la Constitución de 31 de mayo de 1985, introducido en los
artículos 273-275, y Ley de la Comisión de los Derechos Humanos del Congreso de
la República y del procurador de los derechos humanos, de 1o. de octubre de 1986,
con reformas posteriores.55
54. b) Defensor del pueblo de Colombia, Constitución de 7 de julio de 1991, artícu-
los 281-286, preceptos desarrollados por la Ley 24, de 15 de diciembre de 1992. 56
55. c) Defensoría del Pueblo de Perú, Constitución de septiembre de 1993, artícu-
los 161 y 162, reglamentados por la Ley 26 520, Orgánica de la Defensoría del
Pueblo, de 8 de agosto de 1995.57
56. d) Defensor del Pueblo de Bolivia, Constitución de 1967, reformada sustan-
cialmente el 12 de julio de 1994, artículos 127 a 131, que no han sido todavía
reglamentados.
57. e) Defensoría del Pueblo de Ecuador, Constitución de 1948, texto codificado por
el Congreso Nacional en agosto de 1998, artículo 29. Ley Orgánica de la Defensoría
del Pueblo publicada el 20 de febrero de 1997.58
53 El control parlamentario de la administración (El ombudsman), 2a. ed., Madrid, Instituto Nacional
de Administración Pública, 1981; idem, “El defensor del pueblo y su impacto en España y en América
Latina”, Revista de la Asociación Iberoamericana del Ombudsman, Bogotá, núm. 3, diciembre de 1994, pp.
53-84. Por lo que respecta al establecimiento de instituciones similares en las diversas comunidades
autónomas españolas, puede consultarse el libro editado por Biglino Campos, Paloma, El procurador
del común. Defensor del pueblo y comunidades autónomas, Valladolid, Cortes de Castilla, León-Universidad de
Valladolid, 1995.
54 El defensor del pueblo. Ombudsman, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, t. I, Parte general,
San Carlos, Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales, 1987; De León Carpio, Ramiro, “ El ombudsman
en Guatemala” , La experiencia del ombudsman en la actualidad. Memoria, México, Comisión Nacional de
Derechos Humanos, 1992, pp. 127-138.
56 Cfr. Córdoba Triviño, Jaime, “Procuraduría General de la Nación y Defensoría del Pueblo en
Colombia”, La experiencia del ombudsman en la actualidad, pp. 117-125; idem, “La Defensoría del Pueblo
en Colombia”, La Defensoría del Pueblo: retos y posibilidades, Lima, Comisión Andina de Juristas, 1995, pp.
31-45; Madrid-Malo Barizábal, Mario, “El control defensorial en Colombia”, Revista de la Asociación
Iberoamericana del Ombudsman, cit. supra, nota 53, pp. 85-94.
57 Cfr. Abad Yupanqui, Samuel, “ El ombudsman o defensor del pueblo en la Constitución peruana
de 1993. Retos y limitaciones”, Boletín Mexicano de Derecho Comparado, núm. 86, mayo-agosto de 1996,
pp. 401-417; idem, “Defensoría del Pueblo y Administración de Justicia. Elementos para el debate”, La
Constitución de 1993. Análisis y comentarios. III, Lecturas sobre temas constitucionales, 12, Lima, Comisión
Andina de Juristas-Konrad Adenauer Stiftung, 1996, pp. 91-101.
58 Cfr. Vaca Moreno, Lucía, “El defensor del pueblo”, Ruptura, Revista de la Asociación Escuela de Dere-
cho de la Facultad de Jurisprudencia de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, Quito, 1996, pp. 39-51; “El
defensor del pueblo en la Constitución ecuatoriana y su relación con el tribuno de la plebe de la antigua
República romana”, Estudios de homenaje al cincuentenario de su fundación, Quito, Facultad de Jurisprudencia
de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, 1996, pp. 363-382.
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59 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, “Garantías de los derechos, control judicial, amparo, ombudsman”, en
la obra dirigida por García de Enterría, Eduardo y Clavero Arévalo, Manuel, El derecho público a finales
de siglo. Una perspectiva iberoamericana, Madrid, Fundación BBV-Civitas, 1996, pp. 627 y 628.
60 Cfr. Rojas Franco, Enrique, El defensor del pueblo, San José, Costa Rica, Iberoamericana de Edi-
ciones, 1993; Vega Robert, Rolando, El defensor de los habitantes, San José, Costa Rica, Investigaciones
Jurídicas, 1993.
61 Cfr. Volio, Fabián et al., Funciones y alcances de la Oficina del Comisionado Nacional de Derechos Humanos
por lo que nos limitamos a señalar algunas obras significativas: Maiorano, Jorge L., El ombudsman.
Defensor del pueblo y las instituciones republicanas, Buenos Aires, Ediciones Macchi, 1987, pp. 431-337;
Gozaíni, Osvaldo Alfredo, El defensor del pueblo (ombudsman), Buenos Aires, Ediar, 1989, pp. 197-250.
Sobre la regulación actual, entre otros, Luna, Eduardo Fernando, “El defensor del pueblo”, Derecho
constitucional de la reforma de 1994, Mendoza-Buenos Aires, Depalma, 1995, t. II, pp. 89-114; Gil Do-
mínguez, Andrés, “El defensor del pueblo”, En busca de una interpretación constitucional. Nuevos enfoques sobre
la reforma de 1994, Buenos Aires, Edarcx, 1997, pp. 221-235.
63 Cfr. Brewer-Carías, Allan R., La Constitución de 1999. Comentada, Caracas, Editorial Arte, 2000,
pp. 140-142.
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64 Cfr. Aguilar Cuevas, Madgalena, El defensor del ciudadano (ombudsman), México, UNAM-Comi-
sión Nacional de Derechos Humanos, 1991, pp. 113-138.
65 Cfr. Barrera Graf, Jorge, “La Defensoría de los Derechos Universitarios. Análisis legal”, La De-
fensoría de los Derechos Universitarios en la UNAM y la institución del ombudsman en Suecia, México, UNAM,
1986, pp. 23-32; Carreras Maldonado, María et al., Defensoría de los Derechos Universitarios (ombudsman
en la UNAM), México, Cuadernos de Legislación Universitaria, 1993; idem, Concordancias y comentarios del
Estatuto y del Reglamento de la Defensoría de los Derechos Universitarios, México, UNAM, 1992.
66 Cfr. Madrazo Cuéllar, Jorge, Derechos humanos: el nuevo enfoque mexicano, México, Fondo de Cultura
72. Esta norma constitucional fue reglamentada por la Ley de la Comisión Na-
cional de Derechos Humanos expedida por el Congreso de la Unión y publicada en
el Diario Oficial de la Federación del 29 de junio de 1992. El Reglamento de la propia
Comisión fue aprobado por su Consejo y publicado en el Diario Oficial de la Federación
del 12 de noviembre del mismo año.68
73. Este precepto constitucional fue reformado por decreto legislativo de sep-
tiembre de 1999, en el cual fueron incorporadas algunas modificaciones que no
alteraron sustancialmente la estructura y funcionamiento de los organismos no juris-
diccionales de protección de los derechos humanos en nuestro país.
67 Cfr. Carpizo, Jorge, Derechos humanos y ombudsman, México, Comisión Nacional de Derechos
Humanos-UNAM, 1993, pp. 11-29.
68 Cfr. Rabasa Gamboa, Emilio, Vigencia y efectividad de los derechos humanos en México. Análisis jurídico
de la Ley de la CNDH, México, Comisión Nacional de Derechos Humanos, 1992; Armienta Calderón,
Gonzalo, El ombudsman y la protección de los derechos humanos, México, Porrúa, 1992, pp. 237-273.
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74. En forma muy sintética podemos señalar los cambios introducidos en el nue-
vo texto del artículo 102, apartado B, de la carta federal. a) En primer lugar se corri-
gió el error del anterior texto de señalar que las recomendaciones serían autónomas,
ya que es evidente que la autonomía debe corresponder a los citados organismos y
no a las mencionadas recomendaciones, las cuales conservan su carácter público y
no vinculatorio.
75. b) En segundo término se conservó la falta de competencia de los organis-
mos no jurisdiccionales para conocer de asuntos electorales, laborales y jurisdiccio-
nales, disposición que había sido objeto de controversia debido al desconocimiento
de algunos grupos políticos sobre la naturaleza de las funciones de los propios orga-
nismos, que de acuerdo con el modelo escandinavo únicamente deben avocarse al
conocimiento de las violaciones de los derechos humanos debidas a la conducta de
autoridades administrativas o de naturaleza administrativa de los otros órganos del
poder público.
76. c) Se incorporó al texto constitucional de manera precisa el carácter autó-
nomo de la Comisión Nacional, lo que se había establecido de manera indirecta
en diversos preceptos de la Ley Orgánica de la misma. Se dispone claramente que
dicha Comisión “contará con autonomía de gestión y presupuestaria, personalidad
jurídica y patrimonio propios” (cuarto párrafo del citado precepto fundamental). A
nuestro modo de ver esta norma debería haberse extendido a las comisiones de las
entidades federativas, pero esto seguramente se establecerá en las legislaciones lo-
cales respectivas. Además, debe destacarse una ligera modificación gramatical en la
denominación del organismo nacional, ya que de acuerdo con su Ley Orgánica te-
nía el nombre de Comisión Nacional de Derechos Humanos, y ahora la disposición
que comentamos lo cambia por Comisión Nacional de los Derechos Humanos.
77. d) El cambio más significativo se advierte en el procedimiento de designa-
ción del presidente de la Comisión Nacional y de los diez miembros de la Comi-
sión Consultiva y Asesora, ya que anteriormente, de acuerdo con las disposiciones
respectivas de la Ley Orgánica del citado organismo no jurisdiccional todos eran
propuestos por el presidente de la República y aprobados por el Senado federal. De
acuerdo con los párrafos quinto y sexto del mencionado artículo 102, apartado “B”,
de la carta federal, en su nuevo texto, tanto el citado presidente como los consejeros
serán designados directamente por el Senado federal, por el voto de las dos terceras
partes de los miembros presentes, y en sus recesos, por la Comisión Permanente del
Congreso de la Unión, sin intervención del titular del Ejecutivo Federal. Además,
el presidente de la Comisión durará cinco años en su cargo (en lugar de los cuatro
anteriores) y podrá ser reelecto por una sola vez, en tanto que dos de los consejeros
de mayor antigüedad serán sustituidos anualmente (en lugar de uno de acuerdo con
la Ley Orgánica), pero podrán ser propuestos y ratificados para un segundo periodo,
posibilidad que no se contemplaba anteriormente.69
69 Martínez Bullé-Goyri, Víctor M., “La reforma del artículo 102, apartado B de la Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos”, Cuestiones constitucionales, Revista Mexicana de Derecho Constitu-
cional, México, núm. 1, julio-diciembre de 1999, pp. 281-290.
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70 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, “El derecho internacional de los derechos humanos en las Constitu-
gobierno federal y el del Distrito Federal y las dependencias respectivas), así como
los Tribunales Federales Agrarios establecidos en 1992.71
85. El procedimiento que se sigue ante la Comisión Nacional de Derechos Hu-
manos es muy flexible, con acceso directo de los afectados y de las organizaciones
no gubernamentales de defensa de los derechos humanos, los que pueden hacerlo
por cualquier medio de comunicación, con ratificación posterior. El artículo 4o. de
la Ley Reglamentaria establece en lo conducente que: “Los procedimientos que se
sigan ante la Comisión deberán ser breves y sencillos y estarán sujetos sólo a las for-
malidades esenciales que requiera la documentación de los expedientes respectivos.
Se seguirán de acuerdo con los principios de inmediatez, concentración y rapidez
y se procurará, en la medida de lo posible, el contacto directo con los quejosos, de-
nunciantes y autoridades, para evitar la dilación de las comunicaciones escritas”.
86. El plazo preclusivo para acudir a la Comisión Nacional es de un año a partir
de que se hubiese iniciado la ejecución de los hechos que se estimen violatorios, o de
que el quejoso hubiese tenido conocimiento de los mismos. En casos excepcionales
y tratándose de infracciones graves a los derechos humanos, la Comisión Nacional
podrá ampliar dicho plazo mediante una resolución razonada. No contará plazo
alguno cuando se trata de hechos que por su gravedad pueden ser considerados vio-
laciones de lesa humanidad (artículo 26 de la Ley). En este último aspecto, seguramente
el legislador tomó en consideración lo dispuesto por la Convención de las Naciones
Unidas sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de los Crímenes
de Lesa Humanidad firmada el 26 de noviembre de 1968 y en vigor el 11 de no-
viembre de 1970, ya que el artículo 1o., inciso b de dicho instrumento internacional
dispone que deben considerarse crímenes de lesa humanidad los cometidos en tiempo
de guerra como en tiempo de paz según la definición dada por el Estatuto del Tri-
bunal Militar Internacional de Nüremberg del 8 de agosto de 1945, y confirmada
por varias resoluciones de la Asamblea General de las Naciones Unidas, a los cuales
se agregan la expulsión por ataque armado y ocupación y los actos inhumanos de-
bido a la política del Apartheid (la que ha sido suprimida por las Constituciones de
Sudáfrica de l993 y la vigente de 1996) y la sanción del delito de genocidio, aun si
estos actos no constituyen una violación al derecho interno del país en que fueron
cometidos (como era el caso de la legislación anterior de Sudáfrica, ya derogada).72
87. Una vez admitida la queja (que cuando se estima improcedente, se debe
orientar al afectado para que acuda a la instancia competente) se procura la con-
ciliación entre el peticionario y las autoridades, pero siempre dentro del respeto de
los derechos humanos. Si no se logra, se sigue un procedimiento contradictorio,
de carácter flexible, como se ha dicho, el que es instruido por los visitadores, los que
71 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, “Algunas reflexiones sobre el ombudsman y el Poder Judicial en Méxi-
co”, El ombudsman judicial. Perspectivas internacionales, México, Comisión Nacional de Derechos Huma-
nos, 1993, pp. 187-221.
72 El artículo 68 del Reglamento de la Comisión Nacional considera como casos en los cuales
puede ampliarse el citado lapso de un año, las infracciones graves a los derechos fundamentales de la
persona relativos a la libertad y a la vida, así como a la integridad psíquica y física, y por lo que respecta
a las violaciones de “lesa humanidad”, las define como aquellas que atenten contra una comunidad o grupo
social en su conjunto.
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73 Cfr. Madrazo Cuéllar, Jorge, Derechos humanos; el nuevo enfoque mexicano, cit. supra, nota 66,
pp. 215-259; Carpizo, Jorge, Derechos humanos y ombudsman, cit. supra, nota 67, pp. 51-145.
74 Cfr. López Chavarría, José Luis et al., Evolución normativa de la Comisión Nacional de Derechos Huma-
co, Comisión Nacional de Derechos Humanos, 1994; Rocatti, Mireille, Los derechos humanos y la ex-
periencia del ombudsman en México, Toluca, Comisión de Derechos Humanos del Estado de México,
1995; Fernández Ruiz, Jorge, Compilación de leyes de los organismos públicos de protección y defensa de los derechos
humanos, México, Comisión Nacional de Derechos Humanos, 1997.
76 Cfr. Fix-Zamudio, Héctor, Comentarios a la Ley de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal,
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VII. Conclusiones
94. De las breves reflexiones que hemos hecho anteriormente, podemos llegar a las
siguientes conclusiones.
95. Primera. En los ochenta y tres años contados a partir de la promulgación de
la Constitución federal de 5 de febrero de 1917, que actualmente se encuentra en
vigor con numerosas reformas, el control de la constitucionalidad ha evolucionado
de manera significativa. En el texto original aprobado por el Constituyente de Que-
rétaro, consagra el desarrollo de esta materia a partir de las cartas federales de 1824
y 1857, se regulan cuatro garantías constitucionales, en su mayor parte inspiradas
en el derecho público de los Estados Unidos. En efecto, en dicha ley fundamental
se consagraron: a) el juicio político de responsabilidad de los altos funcionarios de
la Federación y de las entidades federativas (estos últimos por violación de la car-
ta federal), que estaban dotados de inmunidad procesal relativa, calificada como
“fuero constitucional”) (artículo 111); b) las controversias constitucionales entre la
Federación y los estados, éstos entre sí, y los poderes de un mismo estado sobre
la constitucionalidad de sus actos, así como aquellos en los que la Constitución fuese
parte (artículo 105); c) el procedimiento de investigación de la Suprema Corte de
Justicia (artículo 97, párrafo tercero), y d) el juicio de amparo (artículos 103 y 107).
96. Segunda. Estos cuatro instrumentos de solución de conflictos constitucionales
experimentaron varias reformas, algunas sustanciales. El juicio político fue modi-
ficado en 1982 y ahora está consagrado esencialmente en el artículo 110 constitu-
cional; las controversias constitucionales en diciembre de 1994, que ampliaron de
manera considerable su materia, pues no sólo se incluyeron a los municipios entre
las entidades legitimadas para plantearlas, sino también los llamados conflictos de atri-
bución, sobre la competencia constitucional de los órganos legislativos y ejecutivos
tanto de la Federación como de las entidades federativas, incluyendo a los del Distri-
to Federal, ahora en el artículo 105, fracción I, de la carta federal; el procedimiento
de investigación de la Suprema Corte de Justicia fue reformado en diciembre de
1977, con alguna modificación posterior y en la actualidad está comprendida en el
artículo 97, párrafos segundo y tercero, y el juicio de amparo sufrió cambios en va-
rias ocasiones, especialmente 1928, 1934, 1951, 1968, 1988 y 1994, y está regulado
todavía por los artículos 103 y 107 constitucionales.
97. Tercera. Hasta enero de 1992, cuando se introdujeron los organismos no ju-
risdiccionales de protección de los derechos humanos, de los cuatro instrumentos
iniciales de control constitucional establecidos en la carta de 1917, todo el peso de
la tutela de las normas constitucionales se había concentrado casi exclusivamente
77 Cfr. Madrazo Cuéllar, Jorge, El ombudsman criollo, México, Comisión Nacional de Derechos
Humanos, 1996.
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l feminismo es la doctrina social que busca el reconocimiento y respeto de los
derechos de las mujeres. Antes de acuñarse el término, mujeres y hombres de
diversas épocas se manifestaron en contra de la desigualdad de la población
femenina en el régimen patriarcal y buscaron emanciparla de su esclavitud.
En la antigüedad clásica, Platón afirmó en La República, que no puede haber
nada mejor para una sociedad que contar con todos sus miembros para defenderse.1
En la Europa medieval Cristina de Pizan escribió: “Si la costumbre fuera man-
dar a las niñas a la escuela y enseñarles las ciencias con método, como se hace con
los niños, aprenderían y entenderían las dificultades y sutilezas de todas las artes y
ciencias tan bien como ellos”.2
En el siglo XVII, en la Nueva España, Juana de Asbaje fue una defensora de su
género. Al respecto escribió, entre otras, la siguiente reflexión: “Es verdad que dice
San Pablo que las mujeres no enseñen; pero no manda que las mujeres no estudien
para saber”.3
En plena Revolución Francesa, Olimpia de Gouges consignó en la declara-
ción de los derechos de las mujeres y las ciudadanas que la falta de los mismos era
causa de las desgracias públicas:
Las madres, las hijas y las hermanas, representantes de la nación, piden ser constitui-
das en Asamblea Nacional. Considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de
los derechos de la mujer son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrup-
ción de los gobiernos, han resuelto exponer en una solemne declaración los derechos
naturales, inalienables y sagrados de la mujer.4
Patricia Galeana
mo, Congreso Internacional sobre la Revolución Mexicana, México, INEHRM, Gobierno de San Luis
Potosí, 1991, pp. 153-172.
11 Zarco, Francisco, Historia del Congreso Constituyente de 1857, México, INEHRM, 2009, p. 249.
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12 Su decreto del 26 de octubre de 1833 ordenaba la apertura de dos escuelas normales, una para
hombres y otra para mujeres. Cfr. Gómez Farías, Valentín, Informes y disposiciones legislativas, México,
Comité de Actos Conmemorativos del Bicentenario del Natalicio del Dr. Valentín Gómez Farías, 1981,
pp. 146-153.
13 En su Programa de Gobierno del 20 de enero de 1861, Juárez afirmó: “Secularizando los es-
leana, Patricia (coord.), La revolución de las mujeres en México, México, INEHRM, 2014, p. 16.
15 Díaz Kuri, Martha, Margarita Chorné y Salazar. Primera mujer titulada de una profesión en América Latina,
México, DEMAC, 1998. Al año siguiente, Matilde Pérez Montoya aprobó su examen profesional en
la Escuela de Medicina y se convirtió en la primera médica mexicana. María Sandoval fue la primera
abogada, en 1889.
16 Palavicini, Félix F., Problemas de educación, México, F. Sempere, 1910, p. 67.
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be en uno de sus artículos—, en Kansas del sufragio municipal; en Arkansas y Mississippi tienen el
voto en la cuestión de licores, y en catorce estados más y cuatro territorios tienen el derecho más o
menos amplio para el voto sobre escuelas”. Cfr. Wright, Laureana, “El sufragio de la mujer”, en Violetas
de Anáhuac, 24 de febrero de 1889.
20 El “matriarcado” es un término forjado en el siglo XIX, sobre el modelo del término “pa-
triarcado”, que sostiene que existieron sociedades primitivas donde las mujeres desempeñaron roles
de liderazgo político, autoridad moral y el control de la propiedad. La expresión remite a dos hechos
sociales y jurídicos: 1) La preponderancia de la mujer, tanto familiar como social; 2) El reconocimiento
exclusivo de la ascendencia materna (filiación matrilineal) asociada al derecho de sucesión limitado a
las hijas. Cfr. Georgoudi, Stella, “Bachofen, el matriarcado y el mundo antiguo: reflexiones sobre la
creación de un mito”, en Dubby, Georges y Perrot, Michelle (coords.), Historia de las mujeres, España,
Taurus, t. I, La Antigüedad, 1991, pp. 518-520.
21 Barreda, Horacio, Estudios sobre el feminismo, en Alvarado, Lourdes (comp.), El siglo XIX ante el
cas y 188 061 se desempeñaban en el servicio doméstico.22 Por ello, el programa del
Partido Liberal Mexicano magonista planteó en 1906 la remuneración del trabajo
doméstico.
Antes de que aparecieran las revistas feministas y que se formaran clubes políti-
cos revolucionarios, mujeres sin instrucción encabezaron movimientos sindicalistas
desde el siglo XIX, como las saraperas en Puebla o las cigarreras en la Ciudad de
México.23
Juana Belén denunció las condiciones infrahumanas de los mineros de La Es-
meralda en Minas Nuevas en 1897, lo que le costó la libertad.24 Muchas mujeres,
apoyaron la huelga de Cananea.
En 1907 Lucrecia O. Toriz, conocida como La Virgen Roja, se enfrentó a los sol-
dados y llevó a sus compañeras a la huelga general de Río Blanco, Veracruz.25
En 1900 se constituyó en San Luis Potosí el Club Liberal Ponciano Arriaga,
cuyo ideario estimuló la formación de otros semejantes en toda la República.26 En
ellos hubo una amplia participación femenina. Se organizó el Club Liberal “Dis-
cípulas de Juárez” en Veracruz y el Club “Antonia Nava” en Matehuala, San Luis
Potosí, entre otros.
En 1900 los hermanos Ricardo y Jesús Flores Magón fundaron el periódico Re-
generación, con el lema: “Contra la mala administración de la justicia”. A instancias
de su madre, Margarita Magón, se convirtió en “Periódico independiente de com-
bate”. En sus páginas, Ricardo Flores Magón invitó a las mujeres a unirse a la lucha
revolucionaria.
En los primeros años de la centuria, proliferaron las revistas y periódicos fe-
meninos y feministas, dirigidos a las mujeres y encabezados por ellas mismas. En
Morelia, Michoacán, apareció en 1901 el periódico mensual La mujer mexicana, y, en
Guanajuato, circuló Vésper, bajo la dirección de Juana Belén Gutiérrez, en defensa
de los trabajadores y contra la dictadura.
También surgieron organizaciones feministas como la Sociedad Protectora de
la Mujer (1904) en la Ciudad de México. Presidida por María Sandoval y Laura
Méndez, la sociedad buscaba: “lograr el perfeccionamiento físico, intelectual y mo-
ral de la mujer, el cultivo de las ciencias, las bellas artes y la industria”.27 La sociedad
defendía también a las mujeres que estaban en prisión por sus ideas políticas.
22 López Hernández, Lilia Julieta, “Historia de la mujer en México”, Revista Mujeres, Derechos y
Sociedad, México, Federación Mexicana de Universitarias, año 3, núm. 5, enero de 2007.
23 Tuñón Pablos, Julia, El álbum de la Mujer. Antología ilustrada de las mexicanas, vol. III, 1991,
pp. 188-195.
24 Mendieta Alatorre, Ángeles, Juana Belén Gutiérrez de Mendoza (1875-1942): extraordinaria precursora
Cruz, Margarita Martínez y Dolores Larios, quienes formaron la primera brigada de choque. Véase
Mendieta Alatorre, Ángeles, La mujer en la Revolución Mexicana, México, INEHRM, 1961, p. 48.
26 En este club político fue notable la participación de mujeres como Aurora y Elvira Colín, Josefa
Arjona de Pinelo, Donaciana Salas, Silviana Rembao de Trejo, Josefina Tolentino, Rafaela Alor, Con-
cepción Valdés, Modesta Abascal, Otalia y Eulalia Martínez Núñez. Cfr. Mendieta Alatorre, Ángeles,
La mujer en la Revolución Mexicana, México, INEHRM, 1961.
27 La mujer mexicana, año I, núm. 9, 1905.
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Laura N. Torres, Eulalia Guzmán, Hermila Galindo y Luz Vera fundaron la So-
ciedad Feminista Admiradoras de Juárez en la Ciudad de México. Su propósito era
difundir las ideas sobre la emancipación de la mujer. Esta sociedad demandó desde
1906 el derecho al voto femenino.28
Ante la insistencia de Porfirio Díaz de perpetuarse en el poder, en vísperas de las
elecciones de 1910, se multiplicaron los clubes femeninos antirreeleccionistas a lo
largo del país.29 Las manifestaciones organizadas por las sufragistas fueron reprimi-
das por la policía porfirista, como la realizada en el barrio de Santa Julia, teniendo
como resultado la muerte de nueve mujeres y muchas heridas.30
Una vez proclamado el Plan de San Luis Potosí, en el que Francisco I. Madero
invitó a tomar las armas contra el dictador, las mujeres tuvieron un papel funda-
mental. De la Revolución Mexicana se recuerda con justicia a las soldaderas, pero
se omite a las maestras y a otras mujeres que tuvieron un papel relevante. Así como
Carmen Serdán, que hizo proselitismo a favor del Partido Nacional Antirreeleccio-
nista con el seudónimo de Marcos Serrato y actuó con valentía frente a la represión
porfirista, hubo muchas otras. Dolores Jiménez y Muro organizó una manifesta-
ción en contra de la última reelección de Díaz, y fue redactora del Plan Revolucio-
nario de Tacubaya del 18 de marzo de 1911.31
Al calor de la lucha revolucionaria, surgió el movimiento sufragista. Las anti-
rreeleccionistas exigieron el voto al antirreeleccionista Emilio Vázquez Gómez.32 Al
triunfo de la Revolución Maderista, en mayo de 1911 varios centenares de mujeres
solicitaron al presidente interino Francisco León de la Barra su derecho a votar, bajo
el argumento de que éste no estaba excluido por la Constitución de 1857, ya que la
carta magna no se refería al sexo de los votantes. Se hizo caso omiso de su reclamo.
En el gobierno de Madero también presentaron su demanda, misma que sería reite-
rada ante el Congreso Constituyente de 1917.
Hubo revolucionarios que estuvieron conscientes de la problemática de la po-
blación femenina y trataron de cambiarla. Venustiano Carranza señaló:
28 Cano, Gabriela et al., Género, poder y política en el México posrevolucionario, Fondo de Cultura Econó-
mica, México, 2012.
29 El club Sara Pérez de Madero en Chihuahua, organizado por Dolores Romero de Revilla;
la Liga Femenil de Propaganda Política de la Ciudad de México, dirigida por María Luisa Urbina,
Joaquina Negrete y Adela Treviño, entre otras; el Club Femenil Antirreeleccionista Josefa Ortiz, en
Puebla, compuesto en su mayoría por mujeres que trabajan en las fábricas de cigarros, y la Junta Re-
volucionaria de Mujeres, también en Puebla, encabezada por Carmen Serdán, Paulina Maraver, las
hermanas Narváez e Ignacia Vázquez.
30 Turner, Frederick, C., “Los efectos de la participación femenina en la revolución de 1910”,
Historia Mexicana, México, El Colegio de México, núm. 4, vol. 16, abril-junio, 1971, p. 273.
31 Plan promovido por Camilo Arriaga como una continuación de los principios asentados en el
Programa del Partido Liberal Mexicano de 1906. Desconocía la presidencia de Porfirio Díaz en fa-
vor de Francisco I. Madero. El plan incluye salarios justos, viviendas económicas y mejores condi-
ciones de trabajo.
32 Galeana, Patricia, “Un recorrido histórico por la revolución de las mujeres mexicanas”, op. cit.,
p. 18.
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Es un hecho fuera de toda duda, que en las clases medias de México la mujer, debido
a las condiciones especiales de educación y costumbres de dichas clases, está incapa-
citada para la lucha económica por la vida, de donde resulta que la mujer cuyo ma-
trimonio llega a ser un fracaso se convierte en una víctima del marido, y se encuentra
en una condición de esclavitud de la cual le es imposible salir si la ley no la emancipa
desvinculándola del marido.33
Por ello, el Primer Jefe del Ejército Constitucionalista promovió la Ley del Di-
vorcio, aprobada en 1915.
El Estado emanado de la Revolución buscaba la transformación de la sociedad,
ella no era posible sin las mujeres. El sinaloense Salvador Alvarado sabía que para
“hacer patria” era indispensable contar con la participación de la mujer. Como go-
bernador de Yucatán, impulsó importantes cambios, además de proporcionar em-
pleo a las mujeres en la administración pública, logró que el servicio doméstico fuera
remunerado, amplió los presupuestos para la educación femenina y reformó el Có-
digo Civil estatal para que las mujeres solteras gozaran de los mismos derechos que
los hombres, al permitirles abandonar el hogar paterno a los 21 años.
Alvarado organizó el Primer Congreso Feminista del 13 al 16 de enero de 1916
en la ciudad de Mérida. En la convocatoria señaló: “Es un error educar a la mujer
para una sociedad que ya no existe, habituándola a que, como en la antigüedad,
permanezca recluida en el hogar, el cual sólo abandona para asistir a los saraos y
fiestas religiosas y que no se le reivindica colocando sobre su tumba el epitafio roma-
no: ‘cuidó su casa y supo hilar la lana’, pues la vida activa de la evolución exige su
concurso en una mayoría de las actividades humanas”.34
Al Congreso feminista de Mérida asistieron 617 delegadas. La ponencia más
destacada fue la de Hermila Galindo. La duranguense se había pronunciado desde
1906 en contra de las teorías de sumisión de la mujer y en pro de sus derechos jurí-
dicos. En su ponencia “La mujer del porvenir”, Hermila planteó la igualdad inte-
lectual entre la mujer y el hombre, al tiempo que demandaba lo que hoy llamamos
educación sexual para las mujeres.
En las conclusiones del Congreso se señaló: “La mujer del porvenir estará fa-
cultada para desempeñar cualquier cargo público, porque no habiendo diferencia
alguna entre su estado intelectual y el del hombre, es tan capaz como éste para di-
rigir a la sociedad”.35
Ese mismo año Hermila Galindo, entonces secretaria de Venustiano Carranza,
junto con Eldemira Trejo, demandaron el sufragio al Congreso Constituyente. En-
cabezaron un nutrido grupo de mujeres que se manifestaron por el voto a las puertas
del Teatro Iturbide de Querétaro, donde sesionaba el Congreso.
En la 54 Sesión Ordinaria del 23 de enero de 1917 se discutieron las dos ini-
ciativas a favor del sufragio femenino, la de Hermila Galindo y la del constituyente,
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general Salvador González Torres.36 Y una en contra, suscrita por Inés Malváez,
quien argumentaba que dar el voto a las mujeres era dárselo a la Iglesia, quien las
manejaba desde el púlpito y el confesionario.37 Otros se oponían a otorgarle a la mu-
jer el derecho al sufragio por considerar que era darle doble voto al hombre casado,
porque ellas votarían según lo que su pareja les indicara.38 El dictamen del congreso
determinó:
…el hecho de que algunas mujeres excepcionales tengan las condiciones necesarias
para ejercer satisfactoriamente los derechos políticos no funda la conclusión de que
éstos deban concederse a las mujeres como clase.
En el estado en que se encuentra nuestra sociedad, la actividad de la mujer no
ha salido del círculo del hogar doméstico, ni sus intereses se han desvinculado de los
miembros masculinos de la familia, no ha llegado entre nosotros a romper la unidad de
la familia, como llega a suceder con el avance de la civilización, las mujeres no sienten
pues la necesidad de participar en los asuntos públicos, como lo demuestra la falta de
todo movimiento colectivo en este sentido.39
nía”, La verdadera historia de la ciudadanía de las mujeres, México, FEMU, ALDF, 2003, p. 16.
39 Diario de los Debates del Congreso Constituyente 1916-1917. t. II, México, INEHRM-UNAM, Institu-
22 de enero solicitó licencia por seis días “por asuntos de familia”. Se reincorporó al día siguiente
de la votación, es decir, el 27 de enero.
41 Galeana, Patricia, “Un recorrido histórico…”, op. cit., p. 20.
42 Archivo General de la Nación, Dirección General de Gobierno, caja 5, exp. 32.
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objetivo era luchar por el bienestar de su propio sexo y del país en general. Bus-
caban abrir canales de participación para mejorar la condición de las mexicanas.
Estas mujeres habían militado como magonistas, anarquistas, socialistas y algunas
se llamaban sufragistas. Su órgano de difusión fue la revista La Mujer, fundada
en 1920. Se identificaban como una asociación feminista; consideraban al feminis-
mo como un movimiento que devolvería a la mujer el lugar que le correspondía en
la sociedad.43
En 1922, bajo la gubernatura de Felipe Carrillo Puerto, el estado de Yucatán
se puso a la vanguardia en la participación política de las mujeres en México. Ca-
rrillo Puerto consideró que la Constitución no prohibía el sufragio, por lo que puso
en marcha la iniciativa que concedió el voto a las mujeres en el nivel municipal. El
mismo año, la profesora Rosa Torres, quien se había distinguido por su lucha contra
las tiendas de rayas, fue elegida regidora del Ayuntamiento de Mérida.
Bajo la dirección de Felipe Carrillo Puerto, el Partido Socialista del Sureste lan-
zó en 1923 como candidatas a diputadas a Elvia Carrillo Puerto, Beatriz Peniche,
Raquel Dzib, y como diputada suplente a Guadalupe Lara. Estas mujeres alcanza-
ron el triunfo en las urnas, pero al caer el gobierno de Carrillo Puerto, las elecciones
fueron anuladas.
En 1923, el gobernador de San Luis Potosí, Rafael Nieto, reconoció también
los derechos electorales a las mujeres, aunque limitados a quienes supieran leer y
no pertenecieran a ninguna asociación religiosa. Sin embargo, al año siguiente la
medida fue revocada. En 1925, la legislatura del estado de Chiapas concedió a
la mujer los mismos derechos políticos del hombre, de los 18 años en adelante, en
todo el territorio de la entidad.
Surgieron nuevas asociaciones de mujeres, cuyo principal objetivo era obtener
los derechos políticos plenos: el Partido Feminista Revolucionario y el Bloque Nacio-
nal de Mujeres Revolucionarias, entre otras.
En la Ciudad de México se celebró el Primer Congreso Feminista Panameri-
cano convocado por la Sección Mexicana de la Liga Panamericana, del 20 a 30 de
mayo de 1923.44 Asistieron más de cien delegadas de al menos veinte estados de la
República y varias otras naciones del continente americano.45 Este congreso per-
43 Lau Jaive, Ana, “Las luchas por transformar el estatus civil de las mexicanas: las organizaciones
pro sufragio femenino 1919-1930”, en Cárdenas García, Nicolás y Guerra Manzo, Enrique (coords.),
Integrados y marginados en el México posrevolucionario. Los juegos de poder local y sus nexos con la política nacional,
México, Porrúa-UAM-Xochimilco, 2009, pp. 297-347.
44 Cano, Gabriela (selección e introducción), “México, 1932: Primer Congreso Feminista paname-
ricano”, en Debate Feminista, año I, vol. I, marzo de 1990, pp. 303-318. Consultado el 22 de octubre de
2014. Disponible en línea: http://www.debatefeminista.com/articulos.php?id_articulo=312&id_volumen=44.
45 La Liga Panamericana de Mujeres estaba presidida por la estadounidense Carrie Chapman
Catt y la vicepresidencia la ocupaban la panameña Ester Neira de Calvo, la brasileña Berta Lutz y la
mexicana Elena Torres. La delegación mexicana estuvo conformada, además de Torres, por Eulalia
Guzmán, Luz Vera, Aurora Herrera, María Rentería y Julia Nava de Ruisánchez. Entre las asistentes
mexicanas destacaron Luz Vera, Margarita Robles, Elvia Carrillo Puerto, Matilde Montoya y Colum-
bia Rivera.
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mitió a las feministas mexicanas convivir con sus pares de otros países.46 Entre las
resoluciones del Primer Congreso Feminista Panamericano destacan:
Derechos civiles
…Pedir la igualdad civil para que la mujer sea elegible al igual que el hombre en los
cargos administrativos, siempre que posea competencia administrativa.
Derechos políticos
…Elevar al H. congreso de la Unión petición para establecer la igualdad de Dere-
chos Políticos para el hombre y la mujer…
Problemas económicos
…Pedir al H. congreso de la Unión la inmediata reglamentación del artículo 123,
estipulando que el trabajo de la mujer reciba la misma retribución que el del hombre…
Durante la década de los años veinte, las mujeres académicas también se organi-
zaron. En 1929, Eulalia Guzmán organizó la Asociación de Mujeres Universitarias,47
en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional, junto con Rosario
Castellanos y Amalia González Caballero, entre otras. Conscientes de la importan-
cia de la proyección y apoyo internacional, este grupo se afilió a la Federación Inter-
nacional de Mujeres Universitarias (IFUW).48
Se realizaron también tres Congresos Nacionales de Obreras y Campesinas.
En el convocado por penerristas y comunistas en el Teatro Hidalgo de la Ciudad
de México se constituyó formalmente el Frente Único Pro Derechos de la Mujer
(FUPDM), el 28 de agosto de 1935. A él asistieron 25 organizaciones feministas y
representantes de todos los estados de la República.
El Frente llegó a reunir a 800 agrupaciones de todo el país con cerca de 50 mil
miembros de diversas posturas ideológicas, de diferentes profesiones y tendencias.
Mujeres intelectuales, profesionistas, principalmente maestras, así como obreras,
afiliadas a sindicatos y partidos políticos, y veteranas de la Revolución. Todas com-
partieron un mismo objetivo: reformar el artículo 34 constitucional para obtener el
derecho a votar y a ser votadas.
La Comisión de Educación proclamó los principios feministas de la organiza-
ción del Frente Único Pro Derechos de la Mujer: 1o. Hacerse fuerte por el número;
2o. Respetable por la superación de sí misma; 3o. Hacerse escuchar por la voz de la
razón; 4o. Hacerse sentir por la conciencia de su personalidad; 5o. Por sus valores
positivos; 6o. Ser solidaria por toda causa humana; 7o. Necesaria por su eficacia en
la cooperación; 8o. Responsable de su función integral y armónica; 9o. Dueña de
sí misma por el dominio de su emotividad; 10o. Por la rectitud de sus procederes.49
46 Lau Jaive, Ana, “Mujeres, feminismo y sufragio en los años veinte”, en Espinoza Damián, Da-
niela y Lau Jaive, Ana (coords.), Un fantasma recorre el siglo, luchas feministas en México 1910-2010, Mé-
xico, UAM-Xochimilco, 2011, p. 75.
47 Actualmente Federación Mexicana de Universitarias (FEMU), www.femumex.org.
48 Actualmente Graduate Women International (GWI), www.graduatewomen.org/.
49 En AGN, Lázaro Cárdenas, caja 830, exp. 544/1, cartel.
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50 Discurso del presidente Lázaro Cárdenas en el puerto de Veracruz el 26 de agosto de 1937, ci-
tado en un manifiesto del Departamento Feminista de la Unión de Revolucionarios Agraristas del sin-
dicato formado por la licenciada Dolores Heduán de Rueda. AGN, Fondo Lázaro Cárdenas, 544.1/1.
51 El 10 de diciembre de 1937.
52 Galeana, Patricia, “Un recorrido histórico…”, op. cit., p. 25.
53 Colombia (1954); Honduras, Nicaragua y Perú (1955); Paraguay (1961).
54 En las primeras elecciones que votaron las mujeres, el 3 de julio de 1955, resultaron electas: Re-
medios Albertina Ezeta, por el Estado de México; Margarita García Flores, por Nuevo León; Guada-
lupe Ursúa Flores, por Jalisco, y Marcelina Galindo Arce, por Chiapas. María Lavalle Urbina y Alicia
Arellano Tapia fueron las primeras senadoras de la República (1964-1967 y 1967-1970).
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55 Sibila, Helvi et al., Las Naciones Unidas y la Mujer, Secretaría de Relaciones Exteriores, México,
1975; Ojeda Paullada, Pedro, Conferencia Mundial del Año Internacional de la Mujer, Instituto de Investiga-
ciones Jurídicas, disponible en: www.bibliojuridica.org/libros/4/1642/23.pdf; y Las cuatro Conferencias Mun-
diales sobre la Mujer, 1975 a 1995: una perspectiva histórica, Organización de las Naciones Unidas, disponible
en: www.un.org/spanish/conferences/Beijing/Mujer2011.htm.
56 Idem.
57 Tesoro, Luz María, “Tiene 70 años la lucha por la despenalización del aborto”, CIMAC noti-
(CAM) e incorporó a las trabajadoras sexuales a los servicios de seguridad del Esta-
do. Se declaró una feminista militante.58
En la siguiente década, las feministas latinoamericanas politizaron problemas
hasta entonces ajenos a la política. La defensa de los derechos humanos cobró gran
importancia gracias al feminismo. Encabezadas fundamentalmente por mujeres
—madres, abuelas y viudas— surgieron organizaciones de la sociedad civil para
denunciar las torturas, las desapariciones y los crímenes de las dictaduras militares
latinoamericanas.
Fue un periodo de lucha por los derechos fundamentales, por leyes relativas al
divorcio y a la patria potestad, a la violencia doméstica, a los derechos sexuales y a
la salud reproductiva. Las acciones realizadas por las feministas estuvieron funda-
mentalmente orientadas a recrear prácticas colectivas, a desplegar nuevas categorías
de análisis, a hacer visible lo que hasta ese entonces era innombrable, incluso con
nuevos lenguajes: acoso sexual, violación en el matrimonio y feminización de la po-
breza, entre otros.
Durante la década de los años ochenta hubo por vez primera una secretaria de
Estado, una candidata a la Presidencia y una senadora de oposición.59
En este periodo tuvo lugar la proliferación de organizaciones feministas: en
1984 se creó el Foro Nacional de Mujeres, integrado por el Colectivo Revoluciona-
rio Integral, Mujeres de México, Unión Nacional de Mujeres Mexicanas, CIDAL y
Madres Libertarias.60
También se refundó la Asociación de Mujeres Universitarias, bajo una nueva
denominación, la Federación Mexicana de Mujeres Universitarias (FEMU).61 Ésta
es una organización nacional de académicas, miembro de la Graduate Women In-
ternational (GWI), la primera organización de mujeres universitarias en el mundo,
fundada desde 1919 con fines pacifistas y órgano consultivo de Naciones Unidas.
FEMU ha venido trabajando en pro del desarrollo de las mujeres como elemento
fundamental para el desarrollo integral de los pueblos. Ha fundado el Museo de la
Mujer, primero en México y segundo en América Latina.62
La década de los noventa fue significativa para el empoderamiento político de
las mujeres. En 1993 la Cámara de Diputados aprobó la reforma a la fracción III
del artículo 175 del Código Federal de Instituciones y Procedimientos Electorales
(Cofipe), para promover que los partidos políticos postularan a mujeres a los cargos
de elección popular. Sin embargo, la reforma no estableció procedimientos para que
58 Galeana, Patricia (coord.), Política y poesía: Griselda Álvarez, México, UNAM, 2005.
59 Rosa Luz Alegría, Secretaria de Turismo, Rosario Ibarra de Piedra, primera candidata a la
presidencia; e Ifigenia Martínez, primera senadora de oposición.
60 Fueron creados asimismo, entre otros, el Centro de Apoyo a las Mujeres Violadas, el Cen-
tro de Orientación de la Mujer Obrera de Chihuahua, el Centro para Mujeres, Cine Mujer, el Colecti-
vo de Mujeres Colonas de Cuernavaca, el Colectivo de Mujeres Fem, el Grupo Autónomo de Mujeres,
Mujeres para el Diálogo, Mujeres Unidas Oaxaqueñas y Red Nacional de Mujeres, entre otros. Cfr.
Geraldes Da Cunha Lopes, Teresa M., Derechos, libertades y sociedad de la información, México, Universidad
Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, 2010, p. 179.
61 www.femumex.org.
62 www.museodelamujer.org.mx.
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los partidos políticos garantizaran el 30% de sus candidaturas para las mujeres, por
lo que en 1997 éstas demandaron debatir el tema en la Cámara de Diputados.
Durante la insurrección armada de indígenas y campesinos del Ejército Za-
patista de Liberación Nacional (EZLN) en enero de 1994 en Chiapas, las mujeres
indígenas participaron activamente en el movimiento. En la Primera declaración
de la Selva Lacandona, de diciembre de 1993 se incorporaron sus demandas en la
Ley Revolucionaria de Mujeres. En ella se establece su derecho a trabajar y recibir
un salario justo; a decidir el número de hijos que quieran tener; a participar en los
asuntos de la comunidad y ocupar cargos; a gozar de atención primaria en su salud
y alimentación; el derecho a la educación; a elegir a su pareja y a no ser obligadas a
contraer matrimonio. Determina también que ninguna mujer podrá ser golpeada o
maltratada físicamente ni por familiares ni por extraños y que los delitos de intento
de violación y violación serán castigados severamente.63
No obstante esos avances, en 1993 se dio la primera serie de feminicidios en Ciu-
dad Juárez.64 En ese año fue uno por mes. En 1994 hubo otros 11 asesinatos. En un
principio estos crímenes fueron minimizados: se dijo que las víctimas eran prostitu-
tas, como si por serlo no fuesen seres humanos. Cuando quedó demostrado que eran
mayoritariamente trabajadoras de las maquiladoras, se justificó su muerte porque
tenían muchos novios, iban a bailar, usaban minifalda, o salían solas en la noche.
Fue hasta que una maestra de catecismo fue asesinada, que con la presión de la Igle-
sia se cambió el discurso discriminatorio y el gobierno estatal abrió una Agencia Es-
pecializada en Delitos Sexuales en 1995. No obstante, los feminicidios continuaron.
En junio de 1996 México ratificó la Convención Belém do Pará. Como conse-
cuencia de ello, se aprobó en julio la Ley de Asistencia y Prevención de la Violencia
Familiar en el Distrito Federal, y un año después se tipificaron como delitos a escala
federal: la violencia familiar y la violación en el matrimonio. Estas acciones fueron
producto de las recomendaciones de la ONU y constituyeron la plataforma inicial
para que mujeres mexicanas tuvieran acceso a una vida libre de violencia.
En México, los problemas de la mujer habían sido abordados, mayoritariamen-
te, por Organizaciones feministas no Gubernamentales, académicas o de carácter
social. Excepción hecha del caso de Colima, donde Griselda Álvarez fundó los Cen-
tros de Atención a la Mujer (CAM). En el nivel federal, el tema de la mujer había
sido atendido por el Sistema Nacional de Desarrollo Integral de la Familia (DIF),
como parte del núcleo familiar y los asuntos de naturaleza demográfica por el Con-
sejo Nacional de Población (Conapo).
El 21 de abril de 1987 se estableció la primera Secretaría de la Mujer, en el
estado de Guerrero, durante el gobierno de José Francisco Ruiz Massieu, órgano
descentralizado encargado de establecer políticas y acciones para el bienestar y la
incorporación de la mujer al desarrollo integral del Estado.
63 Comandanta Ramona, “No nos dejen solas”, Doble Jornada, 7 de marzo de 1994.
64 En ese momento, las muertes de las mujeres de Ciudad Juárez no se habían calificado como
“feminicidios”. Álvarez, Rosa María (coord.), La memoria de las olvidadas: las mujeres asesinadas en Ciudad
Juárez, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003.
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65 Conmujer, 2000, Programa Nacional de la Mujer, Alianza para la Igualdad 1995-2000: realiza-
(2001), Jalisco (2001), Oaxaca (2001), Chiapas (2002), Chihuahua (2002), Guanajuato (2002), Hidalgo
(2002), Morelos (2002), San Luis Potosí (2002), Tabasco (2002), Yucatán (2002), Nayarit (2003), Nuevo
León (2003), Tamaulipas (2005), Michoacán (2006), Veracruz (2006), Zacatecas (2007), Aguascalientes
(2008) y Durango (2011).
67 Cfr. Galeana, Patricia (coord.), Informe de las instituciones gubernamentales dedicadas a la mujer, México,
UNAM, FEMU, 1996. En Michoacán, en 1999, se creó el Instituto Michoacano de la Mujer, y en 2012
se convirtió en secretaría la Secretaría de la Mujer (SERMUJER). En Chiapas, el Instituto de la Mujer
fue creado en 2000 y en 2010 se convirtió en la Secretaría para el Desarrollo y el Empoderamiento de
la Mujer (SEDEM). En Zacatecas, la Secretaría de las Mujeres fue creada en 2012, en sustitución
del Instituto para las Mujeres Zacatecanas. El Instituto Coahuilense de las Mujeres se creó en 2001 y
en 2012 se elevó a secretaría.
68 Arroyo de Cordero, Graciela “Derechos de la mujer. Salud sexual y reproductiva”, Revista de
Enfermería del IMSS, México, IMSS, vol. 7, núm. 3, 1999, pp. 181-185. Ponencia presentada el 21 de
mayo de 1999 en el Instituto Nacional de Perinatología, en su calidad de asesora del subsecretario
de Coordinación Sectorial de la Secretaría de Salud.
69 La maestra Graciela Arroyo de Cordero (1934-2005), en compañía de Griselda Álvarez, Cle-
mentina Díaz y de Ovando, presidentas vitalicias de la FEMU y la autora de estas líneas, presentamos
personalmente a cada uno de los ministros, las investigaciones de la maestra Cordero y la red de enfer-
meras a nivel nacional, y según comentaron en el pleno, fue una aportación contundente.
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enero-abril, 2005, México, p. 72; Contreras Julián, Maricela, “Reforma sobre aborto al Código Penal
y la Ley de Salud del Distrito Federal”, México.
72 Director de la ENEO del periodo 2007-2011.
73 Galeana, Patricia, “Impacto social de la penalización del aborto”, en Enríquez, Lourdes y de
Anda, Claudia (coords.), Despenalización del aborto en la ciudad de México, México, UNAM, Programa Uni-
versitario de Estudios de Género, 2008, pp. 55-58.
74 Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), “Leyes sobre Aborto en México,
(01/12/1994); después se dieron en cascada las reformas, casi con el mismo texto: Sonora (21/10/2008),
Baja California (23/10/2008), Morelos (11/11/2008), Colima (17/02/2009), Puebla (12/03/2009),
Jalisco (26/03/2009), Durango (07/04/2009), Nayarit (17/04/2009), Campeche (23/04/2009),
Guanajuato (08/05/2009), Quintana Roo (12/05/2009), San Luis Potosí (21/05/2009), Yucatán
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Así como la intolerancia religiosa ha sido difícil de superar, también han preva-
lecido la cultura patriarcal y el machismo. El semanario del episcopado mexicano,
Desde la Fe, ha condenado en múltiples ocasiones al feminismo como movimiento
desintegrador de la sociedad.
Recientemente la Encuesta Nacional de Género76 reveló que las mexicanas y los
mexicanos desconocen lo que es el feminismo, como movimiento social y discurso
político. Del total de las personas entrevistadas, 29.4% no sabe qué es el feminismo
y el mismo porcentaje lo identifica con atributos relacionados con la femineidad
como el amor, la afectividad, la ternura, la belleza o el color rosa.77
Las respuestas también apuntan a que subsisten aún prejuicios sobre sus impli-
caciones, como la idea de que el feminismo es estar en contra de los hombres (2.6%
de hombres y 3.7% de mujeres) o las asociaciones que se hacen con descalificativos
como “viejas locas, racistas, solas, feminazis” (6.3% de hombres y 5.3% de mujeres).
Pocas personas asociaron al feminismo con la igualdad y derechos humanos
(8.2% de hombres y 10.3% de mujeres). Sólo 4.3% de los hombres y 5.2% de las
mujeres asociaron al feminismo con los derechos de las mujeres. Solamente el 6%
tanto de hombres como de mujeres, vincularon al feminismo con las palabras defen-
sa, lucha, solidaridad.
Para el 56.5% por ciento de los hombres, el feminismo y el machismo son equi-
valentes y el 52.6% opina que las feministas odian a los hombres. En esos mismos
rubros, las respuestas de las mujeres indican que 46.3% está de acuerdo con que el
feminismo es equivalente al machismo y el 37.2% opina que las feministas odian a
los hombres.
La Encuesta Nacional de Género exploró cómo perciben hombres y mujeres
los efectos del feminismo en la educación de los niños, de las mujeres y de los hom-
bres. Las respuestas denotan que desde la percepción masculina, el feminismo ha
afectado más a hombres que a mujeres, en lo que no coinciden las percepciones fe-
meninas. Sin embargo, el 44.5% de los hombres expresó estar de acuerdo con que
el feminismo ha afectado también a las mujeres y 43.1% estuvo de acuerdo con
que el feminismo ha afectado a los hombres. Aunque la diferencia entre estos valo-
res es discreta, puede inferirse que para los hombres, el feminismo ha afectado más
a las propias mujeres que a los hombres.78 36.8% de ellas aceptan la idea de que el
feminismo las ha afectado y 34.8% de ellas piensan que el feminismo ha afectado a
los hombres.
El 36.4% de los hombres y el 29.4% de las mujeres están de acuerdo con que el
feminismo ha afectado la educación de los infantes. Sólo dos de cada diez hombres
colectivo. Encuesta Nacional de Género, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2015.
77 Ibidem, p. 169.
78 Ibidem, p. 172.
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El ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Los que se “abren” son co-
bardes. Para nosotros, contrariamente a lo que ocurre con otros pueblos, abrirse es
una debilidad o una traición. El mexicano puede doblarse, humillarse, “agacharse”,
pero no “rajarse”, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad.
El “rajado” es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad, que cuenta
los secretos y es incapaz de afrontar los peligros como se debe. Las mujeres son seres
inferiores porque, al entregarse, se “abren”. Su inferioridad desde esta perspectiva es
constitucional y radica en su sexo.79
79 Paz, Octavio, El laberinto de la soledad, México, Cuadernos Americanos, 1950, pp. 29-30.
80 Bobbio, Norberto et al., Diccionario de Política, Siglo XXI, México, 1986, p. 514.
81 Tradicionalmente se asignó a cada género el papel que debía asumir. Desde que se estableció el
Revolución de 1910. Pocas lograron reconocimiento: sólo Josefa Ortiz y Leona Vicario en la gesta
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cuidado de todos los miembros del núcleo familiar; y fuera de su casa, en el cam-
po, cultivando la tierra que no le pertenecía por su condición de mujer; o en las
fábricas, recibiendo paga inferior a la de sus compañeros, por el mismo trabajo.83
En 1823 se inició en la Cámara de Diputados la tradición de inscribir con letras
de oro los nombres de quienes han contribuido con su vida y obra al engrandeci-
miento de nuestra patria. En ella sólo figuran siete mujeres representativas de las
muchas que han contribuido a forjar nuestra patria, en tanto que hay 47 hombres.84
El trinomio mujer, desarrollo y democracia es indivisible. Por eso, parafraseando
al propio Paz, no sólo aspiran a “un hombre-sol y una mujer-luna, el uno libre de su
poder, la otra libre de su esclavitud”, sino a no ser lunas que reflejen la luz del sol,
sino seres que brillen con luz propia.
La única forma en la que la mujer y el hombre pueden ser seres humanos, en el
más alto sentido filosófico del término, es asimilando la paideia, o sea la educación de
normas y valores que le permiten realizar su humanidad, entendida como el respeto
a su dignidad y a la de los demás en el ejercicio pleno de su libertad. El humanismo
es la realización de la dignidad de la persona humana.
A pesar de los avances feministas, aún persiste la cultura androcéntrica de la
autoridad patriarcal, que entiende al poder como de sexo masculino. Es cierto que
la democracia perfecta sigue siendo una utopía, pero, como escribió Eduardo Ga-
leano, las utopías sirven para caminar.
Leona Vicario, Mariana Rodríguez del Toro de Lazarín y Antonia Nava de Catalán. El 18 de diciem-
bre del mismo año se agregó el nombre de Carmen Serdán, el 29 de diciembre de 1966 se incluyó a
Margarita Maza, y el 14 de abril de 1995 a Sor Juana Inés de la Cruz.
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EL CONGRESO CONSTITUYENTE
DE 1916-1917. DEBATES
I. Antecedentes
L
as eficientes campañas militares del general Álvaro Obregón en el centro de la
República contra la División del Norte de Francisco Villa sellaron el triunfo de
la Revolución Constitucionalista.
La inquietud agraria se había manifestado desde el Plan de Ayala de Emiliano
Zapata en 1911 y confirmada en la Convención de Aguascalientes, junta de jefes
revolucionarios, cuyo resultado inmediato fue la bifurcación del movimiento, un efí-
mero triunfo militar de Villa y Zapata, la salida del Primer Jefe Venustiano Carranza
para instalar su gobierno en Veracruz y el exitoso aunque breve control por los jefes
disidentes de la capital de la República.
Los gobernadores que los triunfos militares del constitucionalismo habían per-
mitido y fueron permitiendo a Carranza nombrar en varios estados, promulgaron
leyes protegiendo a los trabajadores y tomando medidas expropiatorias de los lati-
fundios. El propio Carranza expidió las suyas en materias laboral y agraria.
Después de un recorrido entre varios estados del norte y del centro, Carranza
regresó a la capital a mediados de abril de 1916. El 14 de septiembre de 1916 expi-
dió un decreto reformando los artículos 4o., 5o. y 6o. del Decreto del 12 de diciem-
bre de 1914 que a su vez había reformado el original Plan de Guadalupe facultando
al Primer Jefe para expedir y poner en vigor las leyes, disposiciones y medidas enca-
minadas a dar satisfacción a las necesidades económicas, sociales y políticas del país.
En el Decreto del 14 de septiembre de 1916, el Primer Jefe expresa con toda
claridad la tesis de que si el pueblo “tiene en todo tiempo el inalienable derecho
de alterar o modificar la forma de su gobierno” (artículo 39 de la Constitución de
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II. Convocatoria
Hay que hacer notar, sin embargo, que el corto periodo de las sesiones del Congreso
no permitió la formación de verdaderos bloques parlamentarios de tendencias defini-
das y resoluciones disciplinadas, por lo que la gran masa de los diputados obró según
su conciencia, libre de partidarismos, y el voto de ella determinaba la aprobación o
el rechazo del dictamen que se discutía, siendo de notar para honra del Congreso y
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satisfacción de sus electores, que en todos los casos de acaloradas discusiones, le dio el
triunfo a los radicales, demostrando con ello su ardiente revolucionarismo”.
Pastor Rouaix más adelante tendría un importante desempeño dentro del Cons-
tituyente. Destaca la actitud ponderada de Francisco Mújica, como Presidente de la
Comisión de Constitución que, aunque siempre fiel a sus ideas radicales de cambio
social, llamó a la cordura en las ideas, al análisis de todos los puntos de vista, a la
aceptación final de las votaciones y ante todo, impulsar la construcción de la socie-
dad que la Revolución estaba buscando.
Los debates muestran, a veces oscurecida por la pasión política y las divisiones
de grupo, una voluntad común, suficiente para haber realizado todo el trabajo en
dos meses y haber obtenido el texto constitucional de mayor longevidad que ha te-
nido México.
Si se analizan los debates queda claro que la posición de los renovadores se
inclinó por el liberalismo-reformista pero nunca obstaculizó ni mucho menos la in-
clinación de la asamblea por las reformas sociales e incluso fue clara la posición de
Macías de apoyo a la integración de lo que después fueron los artículos 27 y 123.
El Primer Jefe guardó siempre una actitud reservada y digna sin pretender in-
fluir en los debates. Desde el 14 de diciembre dejó de asistir debido a la necesaria
atención que requerían sus propias tareas.
El 30 de noviembre, última reunión preparatoria, se eligió la mesa directiva
quedando la presidencia del Congreso a cargo del diputado Luis Manuel Rojas que
declaró legítimamente instalado el Congreso Constituyente.
El Congreso se instaló en el Teatro Iturbide, hoy Teatro de la República, en la
ciudad de Querétaro. Celebró su primera sesión el 1o. de diciembre de 1916 y se
clausuró el 31 de enero de 1917, dedicando las primeras sesiones al estudio de su
reglamento y el resto a la elaboración de la Constitución.
En la sesión inaugural, el Primer Jefe leyó a la asamblea un mensaje acompa-
ñando el proyecto que él mismo calificó como la Constitución de 1857 reformada.
El Presidente del Congreso, diputado Luis Manuel Rojas, se dio por recibido del
proyecto que da cumplimiento a los compromisos hechos por la revolución consti-
tucionalista de adaptar la Constitución de 1857 a las necesidades más hondas y as-
piraciones nuevas del pueblo mexicano. Destacó que el poder se entrega a la nación
representada por el Congreso Constituyente.
En la sesión del 6 de diciembre, séptima sesión ordinaria, se dio lectura al pro-
yecto. El Presidente del Congreso dispuso pasara de inmediato a la comisión dicta-
minadora que se formó con los diputados: Francisco J. Mújica, Enrique Colunga,
Luis G. Monzón, Enrique Recio y Alberto Román, bajo la presidencia del primero.
En la sesión del 11 de diciembre, octava sesión ordinaria, se presentó el dicta-
men del preámbulo y de los primeros artículos.
En la sesión del 23 de diciembre, vigésimo primera sesión ordinaria, Mújica
propuso se nombrara una segunda Comisión, en virtud del tiempo tan reducido
para elaborar el texto final y de la magnitud de la carga de trabajo; ésta se formó
con los diputados: Paulino Machorro Narváez, Hilario Medina, Heriberto Jara, Ar-
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turo Méndez y Agustín Garza González; dictaminó la segunda comisión a partir del
Título II (artículo 39) hasta el final del proyecto.
El Proyecto del Primer Jefe tomó como base la Constitución de 1857 tal y como es-
taba en vigor después de las últimas reformas: la del 17 de noviembre de 1911 que
prohibió la reelección de Presidente, Vicepresidente y gobernadores y la del 26 de
abril de 1912 que estableció la elección directa de diputados y senadores: las refor-
mas del presidente Madero. Contenía, entre otras, las que logró el presidente Lerdo
de Tejada en 1873 que incluyó en el texto las Leyes de Reforma y la de 1874 que
estableció el Senado de la República y el veto presidencial suspensivo en el proceso
legislativo.
El proyecto fue elaborado en permanente contacto con Carranza por José Na-
tividad Macías y Luis Manuel Rojas, ambos juristas calificados y de sólida ideología
liberal.
Se respetó la estructura del texto de 1857. Corresponde en títulos y materias
con exactitud: ocho títulos divididos en secciones y la correspondiente al Poder Le-
gislativo en cuatro párrafos. Se sigue el orden del contenido en los artículos. El se-
guimiento del texto es riguroso. El Primer Jefe fundó las reformas propuestas en una
crítica general:
por “De las garantías individuales”; el texto varía al afirmar que la Constitución
“otorga” y no “reconoce” tales garantías. Hay avances importantes en las de lega-
lidad, seguridad jurídica y procedimientos penales. Obedecen a los señalamientos
que el Primer Jefe hace en su presentación denunciando la justicia inquisitorial que
se venía desarrollando.
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V. Los debates
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Habrá libertad de enseñanza; pero será laica la que se dé en los establecimientos públi-
cos oficiales de educación, lo mismo que la enseñanza primaria, elemental y superior
que se imparta en los establecimientos particulares. Ninguna corporación religiosa,
ministro de algún culto o persona perteneciente a alguna asociación semejante, podrá
establecer o dirigir escuelas de instrucción primaria, ni impartir enseñanza personal-
mente en ningún colegio. Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse
sujetándose a la vigilancia del gobierno.
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Artículo 3o. La Enseñanza es libre; pero será laica la que se dé en los establecimientos
oficiales de educación, lo mismo que la enseñanza primaria, elemental y superior que
se imparta en los establecimientos particulares.
Ninguna corporación religiosa, ni ministro de algún culto podrán establecer o diri-
gir escuelas de instrucción primaria.
Las escuelas primarias particulares sólo podrán establecerse sujetándose a la vigi-
lancia oficial.
En los establecimientos oficiales se impartirá gratuitamente la enseñanza primaria.
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problema económico. Por tanto, concluyó, los derechos sociales están en el terreno
constitucional.
Los diputados: Héctor Victoria, Froylán Manjarrez, David Pastrana, Porfirio del
Castillo, Luis Fernández Martínez, Luis G. Monzón y Carlos Gracida propusieron
la inscripción en el artículo de las bases para una legislación laboral.
El diputado Dionisio Zavala señaló la participación de los obreros en la Revolu-
ción y la necesidad del reconocimiento de sus derechos.
El diputado por Coahuila, Jorge Von Versen, pidió a la Comisión no tener mie-
do a que el artículo pareciera un Santo Cristo con pistolas, porque si era preciso
para garantizar las libertades del pueblo podría tener “polainas y un rifle 30-30”. El
diputado Fernández Martínez remató “…si Cristo hubiera llevado pistolas cuando
lo llevaron al Calvario no hubiera sido asesinado”.
Los debates de la sesión del 26 de diciembre dejaron claros varios puntos: nece-
sidad de tratar con amplitud el problema del trabajo, insuficiencia del artículo 5o.
del proyecto modificado por el dictamen, establecimiento de bases legislativas con
alcance detallado de los derechos obreros y conveniencia de dedicar todo un título
de la Constitución al señalado propósito.
Al día siguiente de esta memorable reunión continuó el debate donde se habló
de las organizaciones obreras, de los sindicatos y de las huelgas; de la necesidad de
un salario remunerador y que la justa retribución del trabajador fuera aquella que
se basara en el beneficio obtenido por el capitalista.
El tercer día de debates —28 de diciembre— se inició con un discurso de Al-
fonso Cravioto que manifestó su aprobación a establecer las bases reglamentarias
contenidas en el texto del artículo 5o. propuesto, pero consideró conveniente tratar
la cuestión obrera en un artículo especial para mayor garantía de los derechos que
trataban de establecerse y para mayor seguridad de los trabajadores; se pronunció
por un artículo especial que sería el más glorioso del Constituyente, pues así como
Francia, después de su revolución, tuvo el honor de consagrar en la primera de sus
cartas magnas los inmortales derechos del hombre, la Revolución Mexicana ten-
dría el orgullo legítimo de mostrar al mundo que es la primera en consignar en una
Constitución los sagrados derechos de los obreros.
Terminó haciendo profesión de fe de los diputados del Grupo Renovador: los
renovadores votarían por el artículo 5o., palabras proféticas:
…aunque al Cristo le pongamos las pistolas a que se refería el señor Lizardi, aunque
le pongamos las polainas y el 30-30 a que se refería el señor Von Versen y aunque lo
completemos con las cananas y el paliacate revolucionario, aunque profanemos la fi-
gura del divino nazareno no haciéndolo ya un símbolo de redención, sino un símbolo
de revolución con tal de que este Congreso Constituyente haga algo práctico y efectivo
en beneficio del obrero.
cías la elaboración de proyectos de leyes protectoras del trabajo; que inclusive envió
al propio Macías a Estados Unidos a fin de estudiar las leyes laborales de aquel país.
Presentó el proyecto resultante a la asamblea leyendo los principales artículos, se-
ñalando que las disposiciones de ese proyecto de ley laboral tenían mayor alcance
que los de las legislaciones norteamericana, inglesa y belga: definición del trabajo,
elementos constitutivos del contrato de trabajo, derecho a habitaciones higiénicas,
a artículos de primera necesidad, jornada legal máxima y descanso obligatorio, sa-
lario suficiente, juntas de conciliación y arbitraje con representantes patronales y
obreros, derecho de huelga, formación de sindicatos, contratos colectivos del traba-
jo. Propuso se entregara el proyecto al diputado Pastor Rouaix, poblano, ingeniero y
Secretario de Fomento —con licencia— como la persona más apropiada para, con
otros diputados, plantear a la asamblea bases generales amplias para una legislación
sobre el trabajo.
A continuación, el diputado Francisco J. Mújica celebró la presentación de un
proyecto radical en materia laboral por el Primer Jefe, dio contestación a varias de
las objeciones hechas, pero insistió en que las adiciones quedaran el artículo 5o.
El diputado Gersayn Ugarte se pronunció a favor de todos los argumentos en
el sentido de que los principios que el Constituyente estableciera en materia obrera
fueran tan claros, precisos y terminantes, que cualquier Congreso futuro quedase
obligado a hacer las leyes con tales bases.
El diputado Froilán Manjarrez insistió en la propuesta de un capítulo especial
tan amplio como fuera necesario.
Los diputados Rafael de los Ríos, Rafael Ochoa y J. M. Rodríguez presentaron
una moción suspensiva proponiendo no se votara el artículo 5o. mientras no se for-
mara el capítulo de las bases del problema obrero.
La Comisión manifestó su conformidad para retirar el dictamen y la Asamblea
aprobó la proposición. Tácitamente quedaron designados los comisionados para
elaborar las bases, el diputado Pastor Rouaix, el diputado José Natividad Macías,
los diputados que habían expuesto sus ideas y los demás que quisiesen colaborar en
la tarea.
Según testimonio del propio Pastor Rouaix, que lo expresó mucho más tarde,
la organización de la comisión ad-hoc fue totalmente informal; no hubo acuerdo ex-
preso sobre sus componentes, aunque se consideró apropiado que el propio Rouaix
asumiera la tarea; no se levantó acta de las reuniones ni se tomaron notas, pero sí
se tuvo la virtud de recoger todas las aportaciones y de dar una expresión clara a
los puntos de vista manifestados. Quedaron en el artículo 5o. aquellos principios
que correspondían exclusivamente a las garantías individuales, sin mezclar en él los
derechos propiamente del gremio obrero. Se propuso un nuevo artículo —el futuro
123— dando las bases legislativas sobre el trabajo en una forma amplísima.
El 13 de enero de 1917 fue presentado y leído el proyecto, y turnado a la Pri-
mera Comisión de Constitución que produjo y presentó dictamen el 23 de enero
aceptando casi en su totalidad el proyecto de los diputados encabezados por Rouaix
y Macías, haciéndole ajustes, precisiones y añadidos pertinentes, y agregando dos
preceptos aún más radicales: la participación de los trabajadores en las utilidades de
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taciones a los bienes de la Iglesia ordenadas por las Leyes de Reforma y que obede-
cían ellas mismas a la concepción liberal, en lo político, al afirmar la exclusividad
del poder del Estado y en lo económico al poner en circulación bienes no utilizados
favoreciendo la creación de la pequeña propiedad agropecuaria; además, revisar las
adquisiciones fraudulentas realizadas al amparo de las leyes. En opinión del Primer
Jefe, según se relató antes, dicha facultad era suficiente para llevar adelante la divi-
sión de los latifundios.
En general, el artículo así propuesto no satisfizo a los diputados y el debate se
fue posponiendo; algunos diputados presentaron iniciativas sobre puntos aislados.
Nuevamente, el diputado Pastor Rouaix, con las simpatías de la Asamblea tomó la
iniciativa de formar una comisión ad-hoc con los diputados José Natividad Macías,
Rafael de los Ríos y José I. Lugo; se invitó a unirse a los trabajos al principal estudio-
so de los problemas nacionales en la época, el señor licenciado Andrés Molina Enrí-
quez, cuya obra Los grandes problemas nacionales, presentaba una exposición completa
de las deficiencias de la economía nacional y, en particular, una dramática denun-
cia de la inequitativa distribución de la tierra en el país.
De nuevo —señaló con posterioridad Pastor Rouaix, en el capítulo V de su libro
Génesis de los artículos 27 y 123—, se trabajó de modo informal, sin que se levantaran
actas o siquiera se tomaran notas, elaborándose el proyecto por el pequeño grupo,
pero haciendo consultas informales y manteniéndose abierto a todos los miembros
del Congreso que manifestaron interés en colaborar. Dice Rouaix:
los extranjeros, para obtener igual capacidad deberían hacer expresa re-
nuncia ante la Secretaría de Relaciones de su calidad de tales en todo a lo
que a tales bienes se refiriera. En ningún caso los extranjeros podrían ad-
quirir en propiedad tierras y aguas en las fronteras y costas de la República.
3o. Se fue a la raíz misma del latifundio. Los constituyentes de 1857, en su afán
de acabar con la propiedad de bienes de manos muertas, establecieron en
su artículo 27 que ninguna corporación civil o eclesiástica tendría capaci-
dad legal para adquirir en propiedad o administración bienes raíces; la Ley
de Desamortización del 25 de junio de 1856 acabó con los terrenos comu-
nales obligando a su parcelación y venta, que se realizó en beneficio de los
hacendados, por ello:
4o. Se reivindicó para la nación la propiedad sobre todos los minerales y sus-
tancias del subsuelo, distintos de los componentes de las tierras.
El artículo recuperaba el subsuelo y sus riquezas como propiedad de la
nación. Durante la Colonia dicha propiedad era exclusiva de la Corona. Al
independizarse México, la nación mexicana adquirió ese derecho; incluso,
al reconocer la soberanía de México la transmisión fue aceptada por la Co-
rona Española el 28 de septiembre de 1836, en que todos los derechos de la
Corona pasaban al patrimonio de la nación, lo que tuvo validez para el de-
recho internacional. Sorpresivamente, el Código de Minería de 1884 esta-
bleció un régimen contrario a la tradición mexicana asignando tal derecho
al propietario del suelo en los terrenos que contuvieran carbón de piedra y
petróleo subterráneos. La Ley Mexicana del Petróleo del 14 de diciembre
de 1901 reconoció tal derecho para explotar el contenido del subsuelo sin
necesidad de denuncios ni concesiones. Así se abrió la puerta a las empresas
extranjeras.
El artículo 27 recuperaba la tradición mexicana e iniciaba la lucha por
la nacionalización del recurso.
5o. Se estableció el dominio directo de las aguas marítimas y de las interiores.
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5. Municipio Libre
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II. Los municipios tendrán el libre manejo a su hacienda, y ésta se formará de lo si-
guiente:
1o. Ingresos causados con motivo de servicios públicos, que tiendan a satisfacer una
necesidad general de los habitantes de la circunscripción respectiva.
2o. Una suma que el estado integrará al municipio, y que no será inferior al 10%
del total de lo que el estado recaude para sí por todos los ramos de la riqueza pri-
vada de la municipalidad de que se trate.
3o. Los ingresos que el estado asigne al municipio para que cubra todos los gas-
tos de aquellos servicios que, por la nueva organización municipal, pasen a ser del
resorte del ayuntamiento y no sean los establecidos en la base I de este inciso. Estos in-
gresos deberán ser bastantes para cubrir convenientemente todos los gastos de dichos
servicios.
Si con motivo de los derechos que concede a los municipios este artículo surgiere
algún conflicto entre un municipio y el Poder Ejecutivo del Estado, conocerá de dicho
conflicto la Legislatura respectiva, quien oirá al ayuntamiento en cuestión, pudiendo
éste enviar hasta dos representantes para que concurran a las sesiones de la Legislatura
en que el asunto se trate, teniendo voz informativa y no voto.
Si el conflicto fuere entre la Legislatura y el municipio conocerá de él el Tribunal
Superior del Estado, en la forma que establece el párrafo anterior.
En todo caso, los procedimientos serán rápidos a fin de que el conflicto sea resuelto
a la mayor brevedad.
Junto a esta propuesta, la mejor hasta entonces presentada, los diputados Jara y
Medina formularon un voto particular en que excluían la relación de los renglones
de la hacienda municipal, que constituían un acierto de la Comisión.
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6. Relaciones Iglesia-Estado
Una nueva corriente de ideas trae ahora el artículo 129, tendiendo no ya a proclamar
la simple independencia del Estado, como hicieron las Leyes de Reforma, que parece se
sintieron satisfechas de sacudir el yugo que hasta allí habían soportado los poderes públi-
cos, sino a establecer marcadamente la supremacía del Poder Civil sobre los elementos
religiosos, en lo que ve, naturalmente, a lo que ésta toca la vida pública. Por tal motivo
desaparece de nuestras leyes el principio de que el Estado y la Iglesia son independien-
tes entre sí, porque esto fue reconocer, por las Leyes de Reforma, la personalidad de la
Iglesia, lo cual no tiene razón de ser, y se le sustituye por la simple negativa de tal perso-
nalidad a las agrupaciones religiosas, con el fin de que ante el Estado no tengan carácter
colectivo. La ley respeta la creencia en el individuo y las prácticas que esa creencia le im-
pone; pero la colectividad religiosa, como persona moral, desaparece de nuestro régimen
legal. De este modo, sin lesionar la libertad de conciencia, se evita el peligro de esa perso-
nalidad moral, que sintiéndose fuerte por la unión que la misma ley reconocería, pudiera
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surgir siendo otro peligro para las instituciones. Se ha procurado suprimir de un modo
absoluto el ejercicio del ministerio de un culto con todos los actos de la vida política de la
nación, a fin de que los referidos ministros no puedan hacer del poder moral de la creen-
cia el apoyo de una tendencia política determinada. A esto obedecen las prohibiciones y
restricciones sobre manifestación de ideas, voto y demás, así como también la referente
a las publicaciones periódicas religiosas o simplemente de tendencias marcadas a fa-
vor de determinada creencia religiosa, y la relativa a la formación de partidos políticos
con denominación religiosa. Con el fin de prevenir el peligro de la acumulación de bie-
nes raíces en poder de los ministros de los cultos, se establecen incapacidad y restriccio-
nes al derecho de heredar los ministerios de los cultos. Por razones que son obvias se
prescribe que las infracciones sobre cultos no sean vistas en jurado, pues saliendo éste de
la masa social, lo más probable es que el jurado, en su mayoría participará de las creen-
cias del ministro a quien se juzga, y que no se aplicará debidamente la ley.
7. Aportaciones finales
Hubo disposiciones del proyecto del Primer Jefe, que significaron importantes
reformas a la Constitución de 1857 y que pasaron al texto de 1917 con la aproba-
ción del Congreso Constituyente:
justicia estatal que solapaba las decisiones autoritarias de los gobernadores dándoles
legalidad. La revisión por la Suprema Corte de Justicia de todas las sentencias pro-
nunciadas en la República se mantuvo; también el principio de irretroactividad de
la ley en su aplicación; la prohibición de actos privativos de derechos, la exigencia
en tales casos de previo juicio ante los tribunales previamente establecidos y cum-
pliendo las formalidades esenciales del procedimiento, la exacta aplicación de la ley
penal y la conformidad de las sentencias civiles con la ley.
La vigencia de las “garantías individuales” se reitera como principio general; se
conservaron todos los derechos que contenía la Constitución de 1857 y que recogió
el Primer Jefe en su proyecto.
Hay una notable ampliación en los derechos de seguridad jurídica respecto a los
de la Constitución de 1857.
Se establece que nadie puede ser molestado en su persona, familia, domicilio,
papeles o posesiones sino en virtud de mandamiento escrito de la autoridad compe-
tente que funde y motive la causa legal del procedimiento. Se limita a la comisión
de delitos que se persiguen de oficio la facultad de detención de que disponen auto-
ridades administrativas (artículo 16).
Nadie podrá ser detenido sino por orden de la autoridad judicial, la que no po-
drá expedirla sino en los términos y con los requisitos que en el mismo artículo se
exigen. Se establecen: requisitos para evitar arbitrariedades en las órdenes de arres-
to y limitaciones a la detención por la autoridad administrativa a casos urgentes,
cuando en el lugar no haya autoridad judicial y se trate de delitos que se persigan
de oficio con la obligación de poner al acusado de inmediato a disposición de la
autoridad judicial; regulación mediante un procedimiento estricto de las órdenes y
las diligencias de cateos y visitas domiciliarias, protección del inculpado en los pro-
cesos penales y derechos de los infractores. Se amplían las garantías del acusado en
el juicio criminal; se limitan los delitos que ameritan prisión preventiva; se establece
la obligación de justificar en un término de tres días la detención, los requisitos del
auto de formal prisión y que los hechos señalados en dicho auto sean forzosamente
la materia del proceso y si en el curso de éste apareciera la comisión de otro delito,
éste sea objeto de acusación separada; se norman condiciones para facilitar la ob-
tención de libertad bajo fianza por delitos no graves; se prohíben las confesiones for-
zadas; se exige la existencia de testimonios y demás pruebas en favor del enjuiciado:
audiencia pública, facilidad de obtención de datos que se soliciten para la defensa y
duración corta de los juicios. Se reserva la pena de muerte al traidor a la patria en
guerra extranjera, al parricida, al homicida con alevosía, premeditación o ventaja,
al incendiario, al plagiario, al salteador de caminos, al pirata, al violador y a los de-
litos graves del orden militar; se excluye de tal pena al violador que era merecedor
de ella en el texto de 1857 (artículos 16, 18 a 23).
ii) Protección de los derechos: Se expresan con detalle las condiciones de prece-
dencia del juicio de amparo en el artículo 103 por violación a las “garantías” indi-
viduales por leyes o actos de autoridad o por actos que vulneren la distribución de
competencias Federación-estados.
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iv) Poder Legislativo: Se aprueban las reglas del Congreso bicameral y se man-
tiene elección e instalación del Congreso (artículos 49 a 70); sólo se modifica la po-
blación requerida para elegir un diputado de 100 000 a 60 000 habitantes (artícu-
lo 52) y se precisa la duración del encargo de Senador a cuatro años (artículo 58).
Se aprueban las reglas relativas al proceso de iniciativa hasta la promulgación
de las leyes (artículos 71 y 72).
En las facultades del Congreso (artículo 73) se acepta la casi totalidad propuesta
en el proyecto: se establece una garantía de permanencia en sus cargos, a partir de
1923, para magistrados y jueces del Distrito Federal (VI), se incluye el establecimien-
to del Banco de emisión único; se establece el Consejo de Salubridad General (XVI);
se ajusta la elección del presidente a falta del titular (XXVIII).
Se mantienen las facultades de la Cámara de Diputados (artículos 74 y 75) y las
propuestas para la Cámara de Senadores, pero se establece que la declaratoria de
que han desaparecido los poderes de un estado procede si las Constituciones de los
estados no prevén el caso. Se agrega la facultad de resolver las cuestiones políticas
que surjan entre los poderes de un estado (artículo 76). No hay cambios en las facul-
tades que cada Cámara puede desempeñar sin intervención de la otra (artículo 77).
Respecto a la Comisión Permanente se le faculta para convocar a sesiones ex-
traordinarias en caso de delitos oficiales o del orden común cometidos por altos fun-
cionarios federales o por delitos oficiales federales cometidos por gobernadores de
los estados (artículos 78 y 79).
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vi) Poder Judicial: Se aceptan las competencias federales del Poder Judicial Fe-
deral (artículos 104, 105 y 106) y los artículos relativos al amparo (artículos 103 y
107). Estas aportaciones del proyecto son positivas contribuciones que significan un
avance respecto del texto de 1857.
Se mantiene la Suprema Corte de Justicia, los Tribunales de Circuito y de Dis-
trito pero también se reestructura la Suprema Corte de Justicia de la Nación (artícu-
los 94 a 102).
La Suprema Corte de Justicia se compondrá de nueve ministros (no de quince)
y funcionará siempre en Pleno (se suprimen las salas) y audiencias públicas. Cada
ministro durará cuatro años (en lugar de seis) y no podrá ser removido sino por jui-
cio de responsabilidad.
Se suprime el sistema de elección de los ministros del máximo tribunal. Son aho-
ra nombrados por las Cámaras de Diputados y Senadores reunidas en funciones de
Colegio Electoral. Previa a la elección se hará una discusión general sobre las can-
didaturas de las que se dará conocimiento al Ejecutivo para que haga observaciones
y proponga, si lo juzga conveniente, otros candidatos.
Los magistrados de circuito y los jueces de distrito serán nombrados por la Su-
prema Corte y no podrían ser removidos sino por juicio de responsabilidad.
Se mantienen las competencias del Poder Judicial como órgano de la jurisdicción
constitucional a través del juicio de amparo y de resolución de controversias entre
los estados, entre los poderes de los mismos y entre federación y un estado. Además,
como supremo tribunal en asuntos federales y en los que la Federación sea parte.
ix) Se incluyen ahora los artículos de la Constitución de 1857 que fueron omiti-
dos en el proyecto: el 125 de la Constitución de 1857 relativo a la jurisdicción federal
sobre fuertes y cuarteles y el 126 de la Constitución relativo a la supremacía consti-
tucional y la jerarquía del orden. Pasan a ser el 132 y 133 de la nueva Constitución.
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VI. Promulgación
En la tarde del 31 de enero de 1917 se firmó la Constitución por todos los dipu-
tados; acto seguido se llevó a cabo la sesión solemne de clausura del Congreso
Constituyente.
El Primer Jefe se presentó en el recinto. El diputado Rojas le entregó la Consti-
tución que Venustiano Carranza prometió cumplir.
Rojas declaró clausurado el Congreso Constituyente.
El 5 de febrero de 1917 fue proclamada la Constitución. El día 6, el Primer Jefe
expidió la convocatoria para elecciones a fin de integrar los poderes Legislativo y
Ejecutivo.
El 11 de marzo se realizaron las elecciones. El Sr. Venustiano Carranza fue elec-
to Presidente de los Estados Unidos Mexicanos.
El 15 de abril celebró su apertura el Congreso ordinario.
El 1o. de mayo entró en vigor la Constitución y el Sr. Carranza asumió la Pre-
sidencia de la República.
VII. Bibliografía
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LA REVOLUCIÓN MEXICANA,
LOS TRABAJADORES Y EL ARTÍCULO 123
Sumario: I. El largo camino hacia las conquistas laborales del artículo 123.
II. Conclusiones.
E
l artículo 123 de la Constitución de 1917 ha sido considerado uno de los más
importantes logros de la Revolución mexicana. Este artículo, que es el único
que ocupó un título completo de la Constitución, titulado “Del Trabajo y la
Previsión Social”, garantizaba el derecho a la huelga, legalizaba los sindicatos, prohi-
bía el trabajo infantil, establecía licencias de maternidad, reducía la jornada laboral
a un máximo de ocho horas, determinaba la responsabilidad de los patrones respecto
de los accidentes y enfermedades relacionados con el trabajo y creaba juntas de con-
ciliación y arbitraje para dirimir disputas entre los propietarios y el proletariado. Por
mucho tiempo la historiografía vio en la Constitución de 1917 la culminación de los
esfuerzos revolucionarios que de forma lineal y con un ideario bien definido desde
un inicio buscó alcanzar los logros de justicia para los campesinos y trabajadores que
se plasmaron en sus artículos 27 y 123. Más adelante, la historiografía revisionista
mostró que es imposible hablar de la Revolución mexicana como un proceso uní-
voco, que se trató de un episodio mucho más complejo, con distintas fuerzas que se
enfrentaron unas a otras, cada una con sus propias ideas, y sin un ideario en común.
Así, los artículos 27 y 123 se consideraron como el resultado de la confrontación entre
movimientos populares antisistémicos y los intentos del gobierno por contenerlos, lo
que llevó a los constituyentes a proponer derechos socioeconómicos, como una alter-
nativa a la revolución.1 El instrumento de una de las facciones en lucha para ganar el
Fundación Friedrich Ebert, FLACSO y Plaza y Valdés, 2000; Trueba Urbina, Alberto, El artículo 123,
México, Talleres Gráficos Laguna, 1943; Grácidas, Carlos, Esencia imperativa del artículo 123 constitucio-
nal, México, Unión Linotipográfica de la República Mexicana, 1948.
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5 Rouaix, Pastor, Génesis de los artículos 27 y 123 de la Constitución Política de 1917, México, Partido
jarrez.6 Después de muchos días de debates, los diputados elaboraron aún más la
propuesta de Jara, Aguilar y Góngora, y votaron a favor de la inclusión de un artícu-
lo en la Constitución que estableciera explícitamente los derechos de los trabajado-
res, que consideraban necesarios para mejorar las condiciones de trabajo y de vida
de los obreros.
En los días siguientes, José Natividad Macías, uno de los abogados que había
preparado la propuesta de Constitución de Carranza, presentó un proyecto que se
convertiría en la base del artículo 123. Macías había escrito anteriormente un pro-
yecto para una ley laboral, junto con José Manuel Rojas, en tanto miembro de la
Sección de Legislación Social del gobierno carrancista en Veracruz.7 Las experien-
cias de la reciente legislación laboral, que se habían llevado a cabo en Veracruz y en
Yucatán, enriquecieron también este artículo.8
El 1o. de mayo de 1917, Venustiano Carranza tomó posesión como presidente
de México. Este fue también el primer día del país bajo la nueva Constitución, que el
New York Times consideró “la más liberal y moderna que jamás se haya concebido”.9
Los obreros tenían altas expectativas respecto del artículo 123, pero debía transi-
tarse un largo camino antes de que se pudiera poner en práctica. En los siguientes
meses, el movimiento proletario de Orizaba dedicó sus energías en adaptar sus or-
ganizaciones y prácticas a la nueva Constitución y en obligar a las compañías a que
la cumplieran. Sin embargo, su lucha involucraba tener que lidiar con fórmulas
que los patrones descubrieron en la nueva Constitución para echar atrás algunas de
las conquistas que los obreros de Orizaba habían alcanzado.
En las siguientes páginas analizaremos algunas de las conquistas laborales plas-
madas en el artículo 123 para entender hasta qué punto éstas se habían alcanzado
ya por los trabajadores textiles de Orizaba antes de 1917 a través de su propia mo-
vilización. Estudiaremos el papel que desempeñaron para ponerlas en la práctica,
en la medida en que pudieron hacerlo, y las trabas que enfrentaron para realizarlo.
Unos de los derechos más importantes que otorga el artículo 123 tanto a obre-
ros como a empresarios, es el de “coaligarse en defensa de sus respectivos intereses,
formando sindicatos, asociaciones profesionales, etcétera” (inciso XVI), así como su
derecho a hacer huelgas y paros (inciso XVII). El establecimiento de sindicatos y el
que éstos fueran interlocutores legales en la negociación con las empresas, incluso
llegando a la huelga, fue una larga lucha que se inició en el valle de Orizaba desde
que se establecieron las primeras huelgas, y que se consiguió en 1915, dos años antes
de la promulgación de la Constitución.
Las fábricas comenzaron a experimentar huelgas de forma muy temprana.
Durante los primeros años del siglo XX los obreros encontraron un canal de orga-
6 Marván Laborde, Ignacio, Nueva edición del Diario de Debates del Congreso Constituyente de 1916-1917,
3 vols., Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2006, t. 1, pp. 375-377, 397, 409.
7 Ibidem, t. 1, pp. 465-480.
8 De la Cueva, Mario, Derecho mexicano del trabajo, México, Librería de Porrúa Hermanos, 1938,
p. 117; Suárez-Potts, William J., The Making of Labor Law. The Supreme Court and Labor Legislation in
Mexico, 1875-1931, Stanford, Stanford University Press, 2012, pp. 125-146.
9 “Carranza Becomes Mexico’s President”, The New York Times, 2 de mayo de 1917, p. 13.
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nización en los clubes liberales creados a partir del Club Liberal Ponciano Arriaga,
que Antonio Díaz Soto y Gama, Camilo Arriaga y Juan Sarabia habían fundado en
1900, y al cual se unieron más tarde Jesús y Enrique Flores Magón.10 Pero la organi-
zación laboral adquirió otra dimensión cuando en abril de 1906, varios trabajadores
decidieron crear una asociación de trabajadores a la que llamaron Gran Círculo de
Obreros Libres (GCOL). A lo largo de los siguientes meses estallaron varias huelgas
en la región, obteniendo algunas conquistas. La actitud del gobierno hacia esta aso-
ciación pasó de la represión a la tolerancia, después de haber conseguido que su li-
derazgo pasara a manos de obreros más moderados. En agosto, en cuanto el GCOL
salió de su existencia clandestina, fundó círculos locales en cada fábrica en el valle
de Orizaba.11 A finales de 1906, además de Veracruz, donde se asentaba el GCOL,
tenía ya organizaciones hermanas en los estados de Puebla, Jalisco, Oaxaca, Tlax-
cala, Estado de México, Distrito Federal, Querétaro e Hidalgo.12
Como forma de contrarrestarla los industriales de Puebla y Tlaxcala crearon
una asociación, el Centro Industrial Mexicano, que elaboró un reglamento fabril,
cuya oposición por parte de los trabajadores dio lugar a una huelga importante
en las fábricas de esa región que fue apoyada por el GCOL. A modo de desarticular
al GCOL, los industriales organizaron un paro en la mayor parte de las 150 fábri-
cas textiles que existían en el país a partir del 21 de diciembre, cuya consecuencia
última fueron los trágicos sucesos del 7 de enero de 1907 con la masacre de decenas
de obreros y el encarcelamiento de muchos otros, conocido como la Huelga de Río
Blanco. A raíz de estos sucesos el Gran Círculo de Obreros Libres dejó de existir, y
las organizaciones obreras volvieron a la clandestinidad.
En 1909 los obreros comenzaron a formar clubes antirreleccionistas que juga-
ron un papel importante, primero en la campaña electoral de Madero, y luego en
su lucha armada.13 Después, a lo largo de 1911 se constituyeron al interior de cada
fábrica “sociedades” o “clubes” obreros, entre los que se incluyeron los Mártires de
Santa Rosa, la Solidaridad Obrera, de Río Blanco, y Unión y Progreso, de Cerri-
tos. Estas sociedades tenían vínculos cercanos de solidaridad entre sí, al menos en
la región del valle de Orizaba.14 El número de huelgas fue en aumento y para con-
trarrestarlas, el presidente interino, León de la Barra, propuso al Congreso el 24 de
10 Cockroft, James D., Precursores intelectuales de la Revolución Mexicana: 1900-1910, México, SEP-
en Río Blanco anunció su establecimiento oficial. “Quejas de unos obreros. Siguen las multas (Santa
Rosa)”, El Paladín, 26 de agosto de 1906, p. 3.
12 Clark, Marjory R., Organized Labor in Mexico, Durham, Carolina del Norte, Duke University
Press, 1934, pp. 12-13; Anderson, Rodney D., Outcasts in Their Own Land. Mexican Industrial Workers:
1906-1911, DeKalb, Northern Illinois University Press, 1976, pp. 128-150.
13 Gómez-Galvarriato, Aurora, Industry and Revolution. Social and Economic Change in the Orizaba Valley,
rismo. Una ojeada y muchas preguntas sobre las movilizaciones de 1911 en el sector textil”, Historia
obrera. Segunda época 5, núm. 20, septiembre, 1980, pp. 33-34; Archivo General del Estado de Veracruz
(AGEV), Fondo Departamento del Trabajo, Sección Fomento, 35-C, 1915, “Exención de impuestos
concedida a una pequeña fábrica establecida por la sociedad ‘Unión y Progreso’ de Orizaba”.
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15 “Decreto por el que se establece el Departamento del Trabajo”, Diario Oficial de la Federación,
18 de diciembre de 1911; y Departamento del Trabajo, Boletín mensual del Departamento del Trabajo 1,
núm. 1, julio, 1913, p. 3.
16 “Siete mil obreros piden aumento de sueldo”, El Demócrata, 4 de enero de 1912, p. 1; “5000
obreros huelguistas recorrieron ayer las calles de la capital”, El Imparcial, enero 4, 1912, p. 1; Lear,
John, Workers, Neighbors and Citizens, Lincoln, University of Nebraska Press, 2001, p. 146; Bortz, Jeffrey,
Revolution within Revolution. Cotton Textile Workers and the Mexican Labor Regime: 1910-1923, Stanford, Stan-
ford University Press, 2007, p. 190; Archivo de CIVSA (CV), Copiadores de Carta (CC), Santa Rosa
(SR)-México (MX), 1 y 19 de enero de 1912; “No se soluciona la huelga en Puebla”, El Imparcial, 6 de
enero de 1912, p. 1.
17 Ruiz, Ramón Eduardo, La Revolución Mexicana y el movimiento obrero, México, Era, 1987, p. 45;
Salazar, Rosendo, Antecedentes del movimiento obrero revolucionario en México, México, Instituto Nacional de
Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1973, pp. 56-57.
18 Lear, op. cit., pp. 167-170.
19 Ruiz, La Revolución Mexicana, cit., p. 45; Clark, Organized Labor in Mexico, cit., p. 19; Salazar, Ro-
sendo y Escobedo, José G., Las pugnas de la gleba, 2 vols., t. 1, México, Editorial Avante, 1923, p. 37.
20 Lear, op. cit., p. 171.
21 Clark, Organized Labor in Mexico, p. 22; Ruiz, La Revolución Mexicana, p. 45.
22 Clark, op. cit., p. 23.
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23 Salazar y Escobedo, Las pugnas de la gleba, t. 1, pp. 61-63; Lear, op. cit., pp. 234-235.
24 Se reinauguró el 14 de septiembre de 1915.
25 Salazar, Rosendo, op. cit., p. 134.
26 Salazar, op. cit., p. 135; Ruiz, La Revolución Mexicana, cit., pp. 73, 75-76.
27 Salazar, op. cit., pp. 132, 134-135.
28 Ley sobre descanso dominical en el Estado de Veracruz, Decreto núm. 7, Gaceta Oficial del Estado
de Veracruz, 4 de octubre de 1914; Ley de Cándido Aguilar, Gaceta Oficial del Estado de Veracruz, De-
creto 11, 29 de octubre de 1914; Archivo General de la Nación (AGN), Fondo del Departamento del
Trabajo (DT), 88/21.
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29 “Adiciones al Plan de Guadalupe. Codificación de los Decretos del C. Venustiano Carranza”,
zana, Centro de Investigaciones Históricas, 1990, p. 82; AGN, DT, carta de Marcos López Jiménez a
Adolfo de la Huerta, 15 de noviembre de 1915, 95/10 y “Gastos de supresión de la agencia local del
Departamento de Trabajo en Orizaba”, 95/3.
31 García Díaz, Textiles del valle de Orizaba, cit., pp. 86-87; AGN, DT, 104/7, carta del Jefe del De-
partamento de Trabajo para Manuel Sánchez Martínez, febrero de 1915; y AGN, DT, 104/20, “Acta
de la sesión celebrada en Río Blanco”, febrero de 1915.
32 AGEV, Fondo Departamento del Trabajo, Secretaría de Gobierno, Sección Fomento, 8-N,
“Acta de la sesión celebrada en Nogales”, enviado al general Cándido Aguilar, gobernador del estado
de Veracruz, de Enrique H. Hinojosa e Hilario Huerta Moreno, presidente y secretario de la Asocia-
ción para la resistencia de la fábrica de San Lorenzo, 26 de enero de 1915.
33 García Díaz, Textiles del valle de Orizaba, cit., pp. 94-95.
34 Marcos López Jiménez al director de Cerritos, 4 de febrero de 1915.
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35 Clark, Organized Labor in Mexico, cit., p. 29; “Pacto celebrado entre la revolución constitucionalis-
ta y la Casa del Obrero Mundial”, en Salazar, Rosendo, op. cit., pp. 138-141.
36 Clark, Organized Labor in Mexico, cit., pp. 29-30. La Casa del Obrero Mundial sindicalizó a mu-
chos obreros a lo largo del territorio dominado por Carranza. Hacia finales de 1915 contaba ya con
36 ramas por toda la geografía nacional y representaba alrededor de 800 000 obreros. Meyer, Jean,
“Los obreros en la Revolución Mexicana. Los Batallones Rojos”, Historia Mexicana 21, núm. 1, julio-
septiembre, 1971, pp. 10 y 19.
37 Meyer, “Los obreros en la Revolución Mexicana…”, cit., p. 1.
38 AGN, DT, 98/22, carta de Enrique H. Hinojosa a Macario Reyes, 12 de marzo de 1915.
39 García Díaz, Textiles del valle de Orizaba, cit., pp. 95-98; AGN, DT, 98/22, carta de Enrique H.
Hinojosa a Macario Reyes, Veracruz, Veracruz, 12 de marzo de 1915; AGN, DT, 7/16, carta de Enri-
que H. Hinojosa y otros al Director del Departamento del Trabajo, Veracruz, Veracruz, 15 de marzo
de 1915.
40 Ulloa, Berta, La encrucijada de 1915, México, El Colegio de México, 1979, p. 30.
41 “Decreto de aumento de jornales a los obreros de la industria textil”, Venustiano Carranza,
22 de marzo de 1915, Veracruz; CD, CC, Marcos López Jiménez a CIDOSA, 2 de abril de 1915;
CV, CC, MX-SR, 7 de abril de 1915.
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favor del Departamento del Trabajo y mantener a la COM lejos de las fábricas. A
pesar de la oposición de las sociedades de resistencia, muchos obreros se unieron a
la COM.42 Sin embargo, la mayor parte de los obreros del valle de Orizaba se man-
tuvieron trabajando en las fábricas, acatando lo que Carranza les había indicado:
“trabajar es una forma de ayudar a la Revolución”.43
Durante la segunda mitad de 1915 y por sugerencia de la Comisión Industrial,
las sociedades de resistencia fabriles se transformaron en sindicatos.44 Este cambio
provino probablemente del intento de Góngora para que las regulaciones laborales
mexicanas fueran acordes a los estándares europeos y estadounidenses, de los cuales
estaba al tanto.45 Más aún, esto le daría a los sindicatos una posición más fuerte para
oponerse a la COM, cuyas asociaciones habían sido sindicatos desde un principio.
De esta forma se constituyeron el Sindicato de Obreros Libres de Río Blan-
co, el Sindicato de Obreros Libres de Hilados y Tejidos de la Fábrica de Cocola-
pan, el Sindicato de Obreros Progresistas de San Lorenzo y el Sindicato de Obreros
y Artesanos Progresistas de Santa Rosa.46 Estos sindicatos se reunieron más tarde,
ese mismo mes, para constituir la Cámara del Trabajo de Orizaba, que reemplazó
al Consejo Central de Sociedades de Resistencia y que respondía al reto que impo-
nía la Federación de Obreros de Orizaba, recientemente iniciada por la COM, que
agrupaba sastres, canteros y obreros de las industrias cervecera, cigarrera y de los
tranvías.47
En octubre, el gobernador interino, Millán, expidió un decreto por el que los
sindicatos obreros adquirieron un estatuto civil y las federaciones o cámaras de tra-
bajo quedaron legalmente reconocidas. Como consecuencia de este decreto, la fun-
ción de los inspectores de la Ley del Trabajo adquirió por primera vez un estatuto
legal.48 En diciembre de 1915 decretó la Ley de Asociaciones Profesionales, que es-
pecificaba los requisitos que debían satisfacer los sindicatos para su reconocimiento.
La ley establecía que los sindicatos obreros debían registrarse ante las Juntas de Ad-
ministración Civil y presentarles sus objetivos y reglamentos. Los sindicatos debían
explicar los medios por los que obtenían recursos, el uso que se les daría, las con-
diciones de admisión y separación de sus miembros y la manera como se elegirían
42 En abril, CIDOSA solicitó la inmediata evacuación de las casas que ocupaban las familias de
obreros que se habían afiliado a la Casa del Obrero Mundial; CD, CR, carta de Felipe Sánchez Mar-
tínez, secretario general del Comité Revolucionario de la Casa del Obrero Mundial al director de Río
Blanco, 7 de abril de 1915.
43 Esto fue lo que Carranza les dijo, según testimonio de Rosendo Salazar, miembro de una comi-
en la complejidad, el rol desempeñado y el estatuto legal de las organizaciones obreras. Cfr. Bortz,
Revolution within Revolution, pp. 150-168.
45 García Díaz, Textiles del valle de Orizaba, cit., pp. 109-110.
46 Archivo de la CIDOSA (CD), CC, carta del Sindicato de Obreros Libres de Río Blanco a
CIDOSA, 14 de marzo de 1916, CD, CC, carta del Sindicato de Obreros Libres de Hilados y Teji-
dos de la Fábrica de Cocolapan, al director de Cocolapan, 11 de abril de 1916. CD, CC, carta del
Sindicato de Obreros Progresistas de San Lorenzo al director de San Lorenzo, 14 de marzo de 1916.
47 García Díaz, Textiles del valle de Orizaba, cit., pp. 113-115.
48 Gaceta Oficial, t. 2, 31 de octubre de 1915, p. 144.
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sus comités ejecutivos. Debían presentar a las juntas un reporte semestral de sus
operaciones financieras.49 Cuando Aguilar regresó a la gubernatura de Veracruz un
mes más tarde, volvió a expedir esta ley con, prácticamente, el mismo fraseo.50 La
legalización de los sindicatos significó que por primera vez podían negociar directa-
mente con la dirección de las fábricas y hacer peticiones y presentar exigencias en
nombre propio.
El 13 de enero de 1916, los sindicatos textiles de Orizaba dieron un paso deci-
sivo para obtener el control sobre las contrataciones y los despidos, a través de un
acuerdo mediante el cual otorgaban preferencia a los obreros sindicalizados para
cubrir vacantes y poder administrativo para despedir a los obreros que se rehusaran
a afiliarse al sindicato. Establecía también que ningún obrero podía ser despedido
sin una causa justificada. En caso de conflicto, la Junta de Arbitraje —conformada
por el secretario general del sindicato, por el director de la fábrica y por el inspec-
tor del Trabajo— debería tomar la decisión final. En la práctica, de acuerdo con el
consejo de CIVSA, esto significaba que, para poder despedir a cualquier obrero, la
compañía debería pagarle el sueldo equivalente a tres meses.51 Por la fuerza de este
acuerdo, la mayoría de los obreros del turno de día de las fábricas de Orizaba pasa-
ron a ser miembros sindicalizados bajo un contrato colectivo.
El único cambio en la organización obrera que ocurrió a raíz de la puesta en
vigor de la Constitución de 1917 fue el reemplazo de la Cámara del Trabajo de Ori-
zaba por la Federación Sindicalista del Cantón de Orizaba, el 21 de junio de 1917,
para ajustar su organización a la Constitución. Se estableció un procedimiento para
nombrar representantes de obreros en las juntas de conciliación que establecía la
Constitución y se formalizaron los procedimientos por los que la Federación apoya-
ría cualquier huelga que un sindicato fabril organizara.52
Irónicamente la Constitución de 1917 trajo algunas consecuencias negativas a
los sindicatos del valle de Orizaba pues los empresarios argumentaron que con ella
terminaba la validez legal del acuerdo de enero de 1916.53 Esta posibilidad fue vis-
lumbrada por el constituyente Carlos Grácidas cuando se discutía el artículo 123,
al proponer un párrafo adicional para proteger los contratos laborales anteriores
a la Constitución que estipularan beneficios más amplios que los que ésta acorda-
ba, puesto que los patrones veracruzanos estaban cancelando acuerdos laborales
Cantón de Orizaba, Veracruz, Orizaba, junio 21, 1917, ASSR 610/02, incluido en Delgado Rannau-
ro, “El sindicato de Santa Rosa y el movimiento obrero de Orizaba, Veracruz”, tesis de licenciatura,
Universidad Veracruzana, 1977, apéndice 1, pp. 217-219.
53 “Los obreros libres de Orizaba se niegan a secundar a los sindicalizados. No accedieron a de-
clararse en huelga”, El Universal, t. 1, 24 de octubre de 1919, p. 11; “Los obreros libres no secundan
la huelga porque juzgan que es injusta y perjudicial”, El Universal, 27 de octubre de 1919, pp. 1 y 5.
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1907, p. 2; “Orizaba al vuelo y sus alrededores”, El Paladín, 19 de mayo de 1907, p. 2; “Las huelgas.
¿Quiénes son los verdaderos culpables?”, El Paladín, 23 de mayo de 1907, p. 2; “Orizaba al vuelo y sus
alrededores”, El Paladín, 30 de mayo de 1907, p. 2; “Orizaba al vuelo y sus alrededores”, El Paladín,
6 de junio de 1907, p. 2.
57 CV, CC, MX-SR, 17 y 18 de junio de 1907; CV, AC, 2 de agosto de 1910.
58 CV, AC, 22 de enero de 1912 y 20 de agosto de 1912; CD, CC, Río Blanco a Cerritos y Coco-
59 “Decreto núm. 11. Cándido Aguilar, Gobernador y Comandante Militar del Estado Libre y
Soberano de Veracruz-Llave, a sus habitantes, sabed…”, art. 2, AGN, DT, 88/21/2-3.
60 “Decreto núm. 7. Ley sobre Descanso Dominical en el Estado de Veracruz”, Gaceta Oficial del
10 de agosto de 1915; CV, AC, 17 y 24 de agosto de 1915; CD, CC, RB al Gobernador del Estado de
Veracruz, 11 de septiembre de 1915, CV, AC, 7 de septiembre de 1915.
62 “35 000 obreros se han declarado en huelga en varios centros fabriles de la República”, El Demó-
crata, 8 de mayo de 1917, p. 1; “Ni industriales, ni obreros de Veracruz han cedido”, El Demócrata, 11 de
mayo de 1917, p. 1; “Los industriales tendrán, hoy, una junta con los obreros, ante el C. Gobernador”,
El Demócrata, 11 de mayo de 1917, p. 3.
63 Matute, Álvaro, Historia de la Revolución Mexicana: 1917-1924. Las dificultades del nuevo Estado, Méxi-
confiscar cualquier fábrica que no hubiera tomado parte en las convenciones locales
o que no hubiera aceptado sus resoluciones.64
Los sindicatos fueron los actores principales detrás de las reducciones de la jor-
nada laboral antes de 1912, que se obtuvieron tan sólo gracias a importantes huel-
gas. Después de 1914 comenzó a desempeñar un papel la legislación gubernamen-
tal. Sin embargo, las leyes no eran sino letra muerta si los sindicatos no presionaban
en favor de su adopción. En fecha tan tardía como 1925 aún había huelgas en Pue-
bla, Sinaloa y Guerrero para establecer una jornada laboral de ocho horas.65 A dife-
rencia de la suposición común de que la jornada laboral de ocho horas se obtuvo de
un solo golpe, como resultado de la Constitución de 1917, el estudio de los cambios
en la jornada laboral en Orizaba muestra que se trató de una larga batalla.
Otras disposiciones que señalaba el artículo 123, como el reparto de utilidades,
que representaban una novedad, fueron mucho más difíciles de poner en la prácti-
ca incluso en esa región en la que contaba con un movimiento obrero poderoso y
gobernadores dispuestos a favorecerlos. El artículo 127 de la Constitución otorgó
jurisdicción a los estados sobre la legislación laboral. Hasta 1931, cuando se adop-
tó la Ley Federal del Trabajo, las leyes laborales estatales regulaban las relaciones
entre el capital y el trabajo. La ley laboral de Veracruz, publicada el 14 de enero de
1918, fue la primera en aparecer y sirvió como modelo a muchas otras posteriores.
Codificó muchos derechos reconocidos de manera general en el artículo 123, pero
fue también más allá de sus preceptos.
Un problema mayor del artículo 123 era que no articulaba explícitamente los
conceptos de organización laboral o contrato colectivo y que no definía el carácter
institucional de las juntas de conciliación y arbitraje (incisos XX y XXI).66 El código
veracruzano intentó llenar esas lagunas: definió los contratos laborales, individuales
y colectivos, y estableció los requerimientos para la integración legal de los sindica-
tos. Siguiendo el modelo de las regulaciones laborales de Yucatán de 1915, el estado
de Veracruz estableció juntas municipales de conciliación y una Junta Central de
Conciliación y Arbitraje.67 Las juntas centrales tenían la responsabilidad de ejercer
la jurisdicción sobre las juntas municipales y sobre las comisiones especiales en lo
relativo al salario mínimo, para escuchar y resolver conflictos entre los empleados
y los patrones en asuntos relacionados con el contrato laboral, para la aprobación
de reglamentos fabriles y para registrar o cancelar el registro de organizaciones la-
borales. La ley incluyó muchos artículos controversiales. Uno de ellos exigía el pago
de un 50% adicional al salario por el turno nocturno de siete horas.68 Otro artícu-
lo obligaba a los patrones a proveer servicios médicos y salarios a sus obreros, no sólo
a causa de accidentes y enfermedades relacionadas con el trabajo, sino también por
64 CV, CC, CIVSA-CCP, 15 de mayo de 1917; CV, CC, telegrama SR-MX, 3 de mayo de 1917;
CV, CC, SR-MX, 15 de mayo de 1917; CV, CC, CIVSA-CCP, 30 de abril de 1917.
65 [De la Peña, Moisés T.], La industria textil en México. El problema obrero y los problemas económicos,
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caja 1, exp. 3, CIDOSA-Obreros; 1918, caja 1, exp. 5, CIDOSA, CIVSA y Compañía de Luz y
Fuerza-JCCA; 1918, caja 3, exp. 32 bis, Sindicato de Obreros Libres de Río Blanco-CIDOSA; 1918,
caja 5, exp. 56, Sindicato de Obreros-CIVSA; 1918, caja 5, exp. sin número, queja de la Federación
Sindicalista del Cantón de Orizaba; 1918, caja 5, exp. sin número, Federación Sindicalista de Orizaba-
Industriales; 1919, caja 7, exp. 3, Crescencio Ramírez-CIDOSA; 1919, caja 7, exp. 8, CIVSA-JCCA;
1919, caja 8, exp. 20, Cámara del Trabajo de Orizaba-CIDOSA; 1920, caja 12, exp. 39, Miguel Cid
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de amparo. Las compañías ganaron todos los amparos, dos de los cuales pasaron al
ámbito de la Suprema Corte de Justicia. El único pleito que ganaron los obreros fue
aquel según el cual la Federación Sindicalista del Cantón de Orizaba aseguraba que
las compañías habían desobedecido un fallo de la JCCA que los obligaba a proveer
auxilio médico a los obreros. Sin embargo, la compañía nunca acató la orden. Al
parecer, la falta de cumplimiento parece haber sido otro recurso por parte de las
compañías en contra de las regulaciones laborales.73
Estos conflictos generaron una larga cadena de huelgas desde octubre de 1918 y
a lo largo del año siguiente, además de muchas manifestaciones en contra de los dic-
támenes de la Suprema Corte, que los obreros consideraban anticonstitucionales.74
La razón principal detrás de dichos fallos de la Suprema Corte era que, hasta 1924,
no reconocía completamente la legitimidad de las juntas de conciliación y arbitraje
y que consideraba que no podían imponer órdenes preceptivas.75
En 1921 el gobernador Adalberto Tejada aprobó una ley para hacer que las
compañías cumplieran con el reparto de utilidades previsto en la Constitución (in-
ciso VI) y en la Ley del Trabajo de Veracruz, que hasta entonces habían ignorado.
En lugar de pedir que las compañías pagaran el salario de un mes adicional a cada
obrero, Tejeda fijó que el reparto de utilidades de los trabajadores no fuera menor al
10% del ingreso neto de las compañías. Las compañías y los periódicos la apodaron
la “Ley del Hambre”, pues aseguraban que causaría hambre al provocar la ruina de
los negocios veracruzanos. Una vez más, las compañías ganaron la batalla legal, que
llegó a la Suprema Corte, argumentando que la ley era retroactiva y que las ponía
en desventaja frente a sus contrapartes en los demás estados.76
Fue también muy difícil obligar a las compañías acatar las responsabilida-
des que tenían en relación con los accidentes o las enfermedades profesionales
que sufrieran los trabajadores que establecía la Constitución (inciso XIV), debido
a que su redacción en la Ley del Trabajo de Veracruz era muy ambigua. La ley no
definía enfermedades relacionadas con el trabajo y, por lo tanto, causaba debates
y largos retrasos antes de que se efectuara cualquier pago. Más aún, puesto que los
médicos de las compañías eran quienes definían el tipo de enfermedades de los obre-
al administrador Mario Giraud; AGEV, SGG, Fomento, Asuntos Laborales, Sindicatos, Santa Rosa;
1918, caja 97, exp. 50, Separación de los señores Horacio Cruz y Andrés Anglarill.
73 AGEV, SGG, JCCA, 1918, sin número, Federación Sindicalista de Orizaba-Industriales.
74 “Se negó el amparo a dos de las principales compañías petroleras”, Excélsior, 14 de noviembre
de 1918, pp. 1-3; “Esta semana será la audiencia para varios amparos petroleros”, Excélsior, 18 de
noviembre de 1918, pp. 1, 5; “Algunos petroleros se desistirán de los amparos presentados”, Excélsior,
25 de noviembre de 1918, pp. 1-2; Matute, Historia de la Revolución Mexicana…, cit., p. 243.
75 Suprema Corte de Justicia de la Nación, La Suprema Corte de Justicia durante el gobierno del presidente
Plutarco Elías Calles: 1924-1928, Cabrera Acevedo, Lucio (ed.), México, Suprema Corte de Justicia de la
Nación, 1997; Suarez-Potts, “The Making of Labor Law”, cit., pp. 191-239.
76 CV, CC, CIVSA-CCP, 20 de julio de 1921; 8 de agosto de 1921; 23 de agosto de 1921; 3 de
ros, a menudo aseguraban que no eran de naturaleza laboral para evitarles los pagos
por compensación a las compañías.
Para lograr su acatamiento los trabajadores organizaron en junio de 1923 una
huelga general que se le llamó la “huelga de los diez mil”, por las decenas de miles
de obreros que se fueron a huelga por todo el valle de Orizaba.77 La huelga pudo
haberse extendido incluso más, puesto que los obreros de Puebla querían unirse en
solidaridad, pero los líderes nacionales de la CROM limitaron su extensión geográ-
fica.78 Los obreros demandaban que los trabajadores enfermos recibieran la mitad
del sueldo, medicamentos y atención médica sin importar el tipo de enfermedad, ex-
cepto por las enfermedades venéreas y las causadas por el alcoholismo. Solicitaron
que se clasificara como enfermedad laboral la tuberculosis, tan común en el valle de
Orizaba en aquella época.
El director de CIVSA consideró esta la huelga más peligrosa de todas las que
se sucedieron en aquella región. Los obreros detuvieron tranvías y obligaban a los
pasajeros a descender, volteaban los vagones, cerraron el abastecimiento de agua a
muchas fábricas y exigieron a los panaderos a que cerraran. El 30 de junio, todos los
comercios del estado de Veracruz cerraron por acuerdo de la Asociación Patronal,
en señal de apoyo a los industriales de Orizaba y en contra de cualquier reforma a
la Ley del Trabajo.79 La huelga terminó el 2 de junio, cuando el gobernador Tejeda
prometió una ley sobre la salud de los obreros. Pronto decretó la Ley de Enfermeda-
des Profesionales y No Profesionales, con gran molestia de los empresarios.80 La ley
imponía serias multas para las compañías que no la cumplieran y establecía que un
doctor nombrado por el gobierno decidiría el tipo de enfermedad.81
Al no acatar las disposiciones las compañías fueron multadas y de nueva cuenta
se fueron al pleito judicial, pero en esta ocasión no ganaron los amparos en la prime-
ra instancia legal.82 Según el director de CIVSA, esto sucedió por la presión política
sobre el juez de Veracruz. Las compañías se ampararon, llevando sus demandas le-
gales hasta la Suprema Corte.83 El 26 de marzo de 1926, la Suprema Corte otorgó el
amparo en favor de CIDOSA, y presumiblemente sucedió lo mismo con el amparo
de CIVSA.84
77 CV, AC, 19 de junio de 1923, 26 de junio de 1923; CV, CC, CIVSA-CCP, 18 de junio de 1923.
78 Rajchenberg, Enrique, “Orizaba, junio de 1923. La huelga olvidada”, en Romero Sotelo,
María Eugenia et al. (eds.), México entre dos revoluciones, México, UNAM, Facultad de Economía, 1993,
pp. 109, 118.
79 “A las 10 a.m. cerró sus puertas el comercio de Veracruz”, Excélsior, 1o. de julio de 1923, p. 1.
80 Ibidem, p. 207; 3 de julio de 1923; CV, CC, CIVSA-CPP, 6 de julio de 1923; García Díaz, Textiles
Cámara de Industriales de Orizaba, La legislación veracruzana sobre responsabilidad patronal en las enfermedades
de los trabajadores, Orizaba, 1925, p. 35.
84 Archivo Central de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, 1a. sección, auxiliar, pp. 1923-
3848, “Pral. toca al amparo a revisión promovido por Cía. Industrial de Orizaba, S.A. contra actos de
Gobierno del Estado y otros ante el Juez de Distrito de Veracruz, fallado”.
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II. Conclusiones
85 Cámara de Industriales de Orizaba, La legislación veracruzana, cit., pp. 53, 57-60.
86 Gómez-Galvarriato, Industry and Revolution, cit., p. 241.
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que, durante la lucha revolucionaria en algunas regiones del país, los obreros orga-
nizados plantearon exigencias reales o establecieron sus propias alternativas ante las
prácticas prevalecientes, y representaron una amenaza a la estabilidad suficiente-
mente grande como para que tuvieran que ser tomados en cuenta. Los cambios se
volvieron efectivos solamente en aquellas regiones en donde había organizaciones
populares importantes y suficientemente fuertes como para hacerlas valer y asegurar
que se llevaran a la práctica.
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C
on motivo del centenario de la carta constitucional que nos rige, elaboré un
análisis comparativo, que será puesto en línea en fecha próxima, de tres cuer-
pos jurídicos: la Constitución política de la República mexicana, sobre la indestructible
base de su legítima independencia, proclamada el día 16 de septiembre de 1810 y consumada el 27
de septiembre de 1821 (C.57), expedida el 12 de febrero de 1857; el Proyecto de Constitución
propuesto por el ciudadano Primer Jefe (P.C.) presentado al Congreso Constituyente en la
sesión de 6 de diciembre de 1916 por Venustiano Carranza, fechado en Querétaro el
1o. de diciembre y el texto de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos que
reforma la del 5 de febrero de 1857 publicada en el Diario Oficial. Órgano del gobierno provisio-
nal de la República Mexicana, el 5 de febrero de 1917 (C.17), enmendada por una Fe de
erratas publicada el 6 de febrero, por la misma vía. A más de celebrar el fasto cons-
titucional, el objetivo de la comparación era saber si algunas cuestiones que damos
por seguras encontraban comprobación empírica al analizar los textos, palabra por
palabra, especialmente lo que Carranza llama “el espíritu liberal” de la Constitución
de 1857. Después de realizar el cotejo, constaté que no todo pasó al Proyecto de Ca-
rranza, y de ahí a la Constitución, y que algunas cosas que contenía C.57 no las inclu-
yó el P.C. y las recuperó C.17. En estas páginas presento un trabajo menos abigarrado
del que se cita a pie de página; además ilustro mediante algunos ejemplos, resulta-
dos que obtuve de la comparación; la bibliografía es sólo la necesaria para apoyar el
texto que tiene el lector en sus manos.
* El trabajo presenta una síntesis de: González, María del Refugio, “Las Constituciones políticas
de 1857 y 1917 y el Proyecto de Constitución presentado por el Primer Jefe”, Documento de trabajo,
núm. 67. División de Estudios Jurídicos, CIDE, marzo de 2016.
** División de Estudios Jurídicos, CIDE.
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I. Revoluciones y Constituciones
1 Garciadiego, Javier, La Revolución Mexicana. Crónicas, documentos, planes y testimonios, Estudio introduc-
torio, selección y notas de…, México, UNAM, 2008 [Biblioteca del Estudiante Universitario, 138] “La
Revolución mexicana. Una aproximación sociohistórica”, pp. LXXXIX-XC.
2 El mismo año de su promulgación la Suprema Corte de Justicia de la Nación dijo: [La] consti-
tución de 1917. Estableció un orden de cosas completamente nuevo, porque no es mera reforma de la Suprema Ley de
1857, y que: Entre ésta y la de 1857 no existe ningún lazo de unión. Amparo penal directo ante la Suprema
Corte. Rivera G. José Antonio. 25 de agosto de 1917, Semanario Judicial de la Federación, quinta época,
t. I, p. 73; las cursivas son mías.
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3 Schmill, Ulises, “El concepto jurídico de la Revolución”, Doxa, Cuadernos de Filosofía del Derecho,
30, (2007), pp. 335-353; y Las revoluciones. Teoría jurídica y consideraciones sociológicas, Madrid, Trotta, 2009,
véase el apartado XIII del capítulo I, “Aplicación de la teoría a la revolución mexicana”, pp. 35-42.
4 O’Gorman, Edmundo, “Precedentes y sentido de la Revolución de Ayutla”, pp. 186-187, Plan
texto menos “radical” que la Constitución de 1857 que propone un régimen presidencialista; fue dise-
ñado por el liberal moderado José María Lafragua; José María Lafragua, “Aportación institucional”,
Óscar Cruz Barney et al., Los abogados y la formación del Estado mexicano, México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2014, pp. 563-583.
6 La bibliografía sobre este tema es muy amplia; un panorama reciente en: Casas García, Carlos
y Mijangos, Pablo (coords.), Por una Iglesia libre en un mundo liberal. La obra y los tiempos de Clemente de Jesús
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Munguía, primer arzobispo de Michoacán (1810-1868), México, Universidad Pontificia-El Colegio de Mi-
choacán, 2014.
7 Mijangos, Pablo, “Guerra civil en Norteamérica (1858-1867)”, en Palacios, Guillermo y Pani,
Erika (coords.), El Poder y la sangre. Guerra, Estado y nación 1860-1879), México, el Colegio de México,
2014, pp. 43-61.
8 Vera Estañol, Jorge, Al margen de la Constitución mexicana de 1917 [s.p.i.], J. Roberto Luna Carabeo
recoge los artículos publicados por el autor en la Revista Mexicana, semanario de San Antonio, Texas,
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en los que busca “demostrar que la Constitución mexicana adoptada en Querétaro era ilegítima por su
origen y que, comparada con la de 1857, los cambios que contenía pecaban en su mayor parte contra
los principios de equidad y los reclamos de la convivencia nacional”, p. 3.
9 Martínez Báez, Antonio, I. Obras político-constitucionales, Estudio introductorio de Héctor Fix-Za-
mudio, México, UNAM, 1994, la compilación fue realizada por Miguel Pérez López con la guía de
Martínez Báez; “Apuntes de derecho constitucional”, p. 572 y “Curso de derecho constitucional…”,
Obras III. Obra jurídica diversa, p. 415; Estudio introductorio de Fernando Serrano Migallón.
10 Tena Ramírez dijo que la Constitución de 1917 “fue en sus orígenes una Constitución impues-
ta”, pero nadie discute su vigencia porque la paz se organizó de acuerdo con ella: “sus preceptos están
en la base de toda nuestra estructura jurídica y son invocados por todos para justificar o para combatir
los actos de los gobernantes”; Tena Ramírez, Felipe, Derecho constitucional mexicano, México, Porrúa,
1995, p. 73.
11 González, María del Refugio y Caballero Juárez, José Antonio, “El proceso de formación del
La Constitución de 1857 es la “base del modelo liberal, fundador del Estado de de-
recho”; pero la base resultó insuficiente para encauzar las instituciones y desde la
séptima década del siglo XIX sufrió más de 30 reformas que buscaron adecuarla a
una sociedad en permanente desarrollo; con esto se inicia la práctica, que persiste
hasta la fecha, de modificar la Constitución para adaptarla a nuevas situaciones,
modificando con ello los diseños institucionales que contiene, incluso a través de
artículos reglamentarios.
Las reformas fueron expedidas tras la muerte del presidente Juárez; recibieron
acervas críticas tanto de los actores políticos de la época como de la Iglesia; en su
tiempo, esta Constitución fue considerada “execrable”, “impía”, “monstruosa”, por
haber hecho a un lado los principios de la religión católica y fueron excomulgados
quienes la juraron.
No todos pensaban de esa manera, Francisco Zarco, uno de los principales im-
pulsores de las acciones reformistas, hace un recuento del Congreso Constituyente
después de las sesiones de 13 y 14 de noviembre de 1856; se duele porque habría
querido hacer una Crónica de la Reforma, de las promesas de Ayutla y no fue así
porque la Asamblea cerró las puertas al no admitir la libertad religiosa. Agrega que
se han aceptado los más bellos principios, pero poniéndoles a todos taxativas; en sus
propias palabras:
El pueblo es soberano, pero no se le concede la elección directa porque puede ser ex-
traviado. Habrá libertad de imprenta, pero con las restricciones de siempre. Habrá
libertad de enseñanza, pero la autoridad cuidará de la moral. Se proclaman las garan-
tías individuales, pero se quiere que puedan ser suspendidas. Habrá libertad electoral,
pero restringida y con exclusiones de todas clases. Habrá justicia para el pueblo, pero
el jurado es una cosa peligrosa. Habrá federación, pero los gobernadores serán agentes
del poder federal.13
12 Arnaldo Córdova fue precursor en el estudio del tema; lo anterior lo llevó a afirmar que el movi-
miento posrevolucionario contó con una ideología definida, aunque suficientemente moldeable como
para hacer suyos proyectos diversos. La ideología de la Revolución mexicana. La formación del nuevo régimen,
México, UNAM, Instituto de Investigaciones Sociales, Era, 1975.
13 Sesión del 7 de julio de 1856, en ella Ignacio Ramírez dibujó un panorama del país que causó
viva sensación; Castillo Velasco, menos enjundioso que Ramírez, también abogó por hacer reformas
sociales, Zarco, Crónica..., pp. 231-235; el Constituyente no aceptó el reto, su problema capital consistía
en limitar las facultades de la Iglesia para constituir al Estado; también querían incluir los derechos del
hombre en la Constitución.
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La Constitución de un pueblo no debe procurar, si es que ha de tener vitalidad que le asegure larga
duración, poner límites artificiales entre el Estado y el individuo, como si se tratara de
aumentar el campo a la libre acción de una y restringir la del otro …; sino que debe
buscar que la autoridad que el pueblo concede a sus representantes, dado que a él no
le es posible ejercerla directamente, no pueda convertirse en contra de la sociedad que
la establece, cuyos derechos deben quedar fuera de su alcance, supuesto que ni por
un momento hay que perder de vista que el gobierno tiene que ser forzosa y necesa-
riamente el medio de realizar todas las condiciones sin las cuales el derecho no puede
existir y desarrollarse.15
14 Johansson, Frédéric, “El Congreso Constituyente de 1857: entre la minoría radical y el gobierno
moderado”, en Blanco, Mónica y Gardner, Paul, Apología del personaje público en México, siglo XIX y XX,
México, UNAM, DGAPA, Facultad de Economía, 2012 [s.n.p.].
15 “Discurso del C. Primer Jefe Venustiano Carranza del 1o. de diciembre de 1916”, Marván
Laborde, Ignacio, Nueva edición del Diario de Debates del Constituyente de 1916-1917, 3 vols., México, SCJN,
2006; vol. I. p. 5; las cursivas son mías.
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za; de las reformas realizadas hasta 1912 pues ya formaban parte de su texto cuan-
do estalló la Revolución; de la obra de José Diego Fernández, quien estuvo en la
Comisión redactora que constituyó Carranza en la Secretaría de Justicia para que
elaborara un proyecto y pudo ser —a juicio de Rafael de Diego— el autor del Dis-
curso al Constituyente, de las propuestas positivistas de la séptima década del siglo
y, por supuesto, de los planes políticos que precedieron a la Revolución, entre otras.
Ignacio Marván indica que el texto a reformar era “el vigente en 1916”, lo que in-
cluiría las reformas de Madero y de Huerta y las que dictó Carranza en el periodo
preconstitucional. Lo que se desprende de la frase citada, y de la referencia a las
fuentes utilizadas por los constituyentes: principales planes revolucionarios anterio-
res y posteriores a 1910; las críticas y propuestas de los positivistas al texto de 1857;
la legislación y los debates jurídicos del porfiriato; algunas de las ideas de la XXVI
Legislatura y la experiencia constitucional “vivida durante el gobierno de Madero y
la usurpación de Huerta”.16
Respecto a las fuentes doctrinales, a decir de Hilario Medina, Justo Sierra y
Emilio Rabasa se habrían seguido para llevar a cabo la reforma política, en tanto
que en la social se siguió “el Programa del Partido Liberal, el Plan de San Luis y
los señalamientos que hizo Luis Cabrera desde que comenzó a formar parte como
cerebro de la Revolución”.17
Desde otra perspectiva, a partir del levantamiento de Carranza, durante el lap-
so comprendido entre 1913 y 1917 estamos, en palabras de Carla Huerta, ante un
periodo intersistemas, “donde el sistema vigente está por perder su validez y carece
de eficacia; y el nuevo no ha sido creado, por lo tanto, no puede predicarse de él
ni siquiera legitimidad”.18 El primero era el de la Constitución de 1857 y el segun-
do el que tiene a la Constitución de 1917 por cabeza del sistema; Carranza vive en
medio de esa situación, pues crea nuevas instituciones, como en la Ley de 6 de enero
de 1915, pero también realiza varias reformas a la Constitución de 1857 y la invoca
durante la lucha.
En 1917 la SCJN expuso la situación en un amparo penal directo; en el Re-
sultando V afirma que no debe concederse el amparo porque “la época preconsti-
tucional, como la misma denominación lo indica, estuvo fuera de la Constitución
1917: rupturas y continuidades”, en Noriega, Cecilia y Salmerón, Alicia (coords.), México: un siglo de
historia constitucional (1808-1917). Estudios y perspectivas…, cita en p. 355.
17 Medina, Hilario, “Emilio Rabasa y la Constitución de 1917, Las Constituciones de México
(1857,1917), Historia Mexicana, El Colegio de México, 2007, pp. 103-119; publicado originalmente en
Historia Mexicana en 1960. Medina señala las influencias positivas y las negativas de Rabasa, de acuerdo
con su propia experiencia como constituyente por el estado de Guanajuato.
18 Huerta, Carla, “Constitución, transición y ruptura”, en González, María del Refugio y López
Ayllón, Sergio (eds.), Transiciones y diseños institucionales, México, UNAM, 1999, p. 58. Villoro afirma,
siguiendo a Edwards L.P., y Brigton, C., que se trata de una situación de poder dual, “signo de dos
fundamentos de legitimidad incompatibles”, en ella, “el orden jurídico tradicional subsiste aún bajo
un nuevo orden por nacer”. Villoro, Luis, “Sobre el concepto de revolución”, Teoría, Revista de Filosofía,
año 1, núm. 1, julio de 1993, p. 76.
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En este apartado, que tiene por objeto completar lo que se lleva dicho, omito la
explicación técnica del trabajo realizado, pero ofrezco algunos ejemplos concretos
19 Amparo penal directo ante la Suprema Corte. Rivera G. José Antonio. 25 de agosto de 1917,
Semanario Judicial de la Federación, quinta época, t. I, p. 79; el mismo Carranza expide varios decretos para
reformar la Constitución de 1857.
20 Amparo penal directo ante la Suprema Corte. Rivera G. José Antonio … cita en pp. 82-83;
tesis que sostiene, para otro contexto, el jurista Zippelius, Reinhold, Teoría general del Estado (ciencia de la
política), traducción de Héctor Fix-Fierro, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, México, 1985,
pp. 154-155; las cursivas son mías.
21 Después de que el Congreso protestó “guardar y hacer guardar” la Constitución que “reforma
a la del 5 de febrero de 1857”, el diputado Medina afirmó: las “macizas columnas en donde está el edi-
ficio constitucional”, se hallaban en cuatro cosas principales, contenidas en los artículos 3o., 5o. (123),
24 y 129 (130); se puede destacar que salvo el hoy 123, los otros tres establecían el sustento fijado para
la relación de las potestades civil y eclesiástica, Congreso Constituyente, 1916-1917. Diario de los Debates,
edición facsimilar, 2 vols., México, INEHRM, 1985, t. II, pp. 1175-1178.
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de varias materias; la primera se refiere a los derechos del hombre que están en el
Título I, Sección I. El artículo 1o. contiene un enunciado general sobre estos de-
rechos en la Constitución de 1857, se marcó, en su mayor parte, como supresión,
pues es muy poco lo que queda sin modificaciones ya que hubo un cambio de para-
digma en la concepción de quién otorga los derechos al hombre; tanto el Proyecto
de Carranza como la Constitución de 1917 asumen que esta función corresponde
al Estado de ahí que se respeta sólo la expresión, la presente C.57 Constitución, esta
P.C. y esta C.17; sin embargo, los tres textos afirman que son “garantías que otorga”
la presente Constitución (C.57) o ella misma establece (P.C. y C.17). Sin embar-
go, la redacción del artículo 15, relativo a las condiciones para la extradición, no pa-
rece tener en cuenta lo anterior pues C.57 se refiere a “esta Constitución otorga”, y
“establecidos por esta Constitución”, en P.C. y C.17. En más de una ocasión sucede
este tipo de “confusión” o “apresuramiento” pues, a pesar de que se cambió Dipu-
tación Permanente por Comisión Permanente, en ocasiones, el legislador consigna la
forma antigua de denominación.
De este mismo título un cambio significativo se encuentra en el artículo 8 ya que
la Constitución de 1857 califica como “inviolable” el derecho de petición ejercido
por escrito, de manera pacífica y respetuosa, en tanto que el Proyecto de Carranza
y la Constitución de 1917 señalan solamente que “los funcionarios y empleados pú-
blicos respetarán el ejercicio del derecho de petición”. Lo mismo sucede con otros
derechos que pueden estar matizados, unos; fortalecido, alguno; desarrollado, otro.
El artículo 16, relativo al derecho a no ser molestado en su “persona, familia,
domicilio, papeles y posesiones, sino en virtud de mandamiento escrito de la auto-
ridad competente, que funde y motive la causa legal del procedimiento” es corto,
claro y contundente; el proyecto de Carranza no incluye esta prescripción, sino
que introduce varios párrafos modificándola, la Constitución de 17 recupera el
texto original que encabeza el artículo. Por otra parte, C. 57 establecía: En el caso
de delito infraganti, toda persona puede aprehender al delincuente y a sus cómplices,
poniéndolos sin demora a disposición de la autoridad inmediata. Tanto P.C. como
C.17 señalan un procedimiento en el que se pone al o los sujetos en manos de la
autoridad judicial y se establece la forma de hacerlo; asimismo, se determina que
en casos excepcionales podrán ponerse en manos de la autoridad administrativa.
Esto quiere decir, que C.57 sólo contenía la idea básica y se fue desarrollando en
las décadas siguientes.
Respecto al artículo 18, que se refiere a la prisión y las penas corporales, en el
texto original, C.57, se establecía que en cualquier fase del proceso si no había lugar
a tal pena se pondría al sujeto bajo fianza y que no se podría prolongar la prisión
por falta de pago de honorarios. Salvo el enunciado principal, el resto del artícu-
lo no pasó a P.C. por lo que se considera suprimido. En su lugar, el Proyecto estable-
ce una clasificación más amplia distinguiendo la pena corporal, de la alternativa de
corporal y la pecuniaria, señalando que el lugar para la extinción de cada una de las
penas sería distinto. Establecía que las penas de más de dos años de prisión se harían
efectivas en colonias penales o presidios dependientes del gobierno federal y que es-
tarían fuera de las poblaciones, agregando que los estados pagarían los gastos de los
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reos oriundos de cada uno de ellos. Buena parte del artículo es texto nuevo, pero lo
que no fue recogido en la Constitución de 1917, se marca como texto nuevo, suprimi-
do; en su lugar se prescribió que los estados y la federación establecerían el sistema
penal en colonias o presidios sobre la base del trabajo como medio de regeneración.
Esta última propuesta refleja un cambio de paradigma en los objetivos de la prisión.
En el artículo 22 de P.C. se suprime al violador entre quienes son acreedores a
la pena de muerte; lo que llama la atención pues ni C.57 ni C.17 incluyeron este
supuesto. En la discusión un diputado consideró que “en nuestras costumbres arrai-
gadas todos nuestros jóvenes, casi en su totalidad, tienen su iniciación pasional por
medio de comercios violentos con las criadas y cocineras”.
El artículo 27 no es todo nuevo, como sí lo es el 123, ya que a pesar de las dife-
rencias de tamaño y de contenido entre P.C. y el texto que aprobó el Constituyente
(C.17), algunas frases, incluso párrafos del primero forman el núcleo básico de las
propuestas que se desarrollan más ampliamente en el segundo; aunque es bien sabi-
do que la Constitución de 17 contiene partes enteras que pueden ser consideradas
texto nuevo en este artículo, por ejemplo, todo lo relativo al dominio de la nación
sobre tierras y aguas; sin embargo, la parte relativa a las prohibiciones a la Iglesia
para ser propietaria (frac. II) viene de C.57; todo lo demás que contiene el artícu-
lo en P.C. o en C.17 es posterior. La fracción VI del artículo es toda nueva, pues re-
produce de manera amplia la Ley de 6 de enero de 1915.
En otro orden de ideas, el Constituyente de 56-57 (C.57) fue muy puntual en
algunas cuestiones, por ejemplo, la suspensión de las garantías individuales, consa-
grada en el artículo 29 que no deja lugar a una lectura ambigua pues señala con pre-
cisión que a la diputación permanente le toca convocar al Congreso no hallándose
éste reunido para hacer la declaratoria, después de seguir los pasos que el propio ar-
tículo establece, en tanto que tanto P.C. como C.17 lo sustituyen por un polisémico
se. Bien es cierto que en esos tiempos ya era la Comisión Permanente del Congreso
la encargada de realizar los trámites de la antigua “diputación” permanente dado
que el Congreso es bicameral; de todas maneras en el análisis la expresión dipu-
tación permanente se considera como modificación cuando se cambia a Comisión
Permanente o a Congreso, y ambos se marcan como texto nuevo, pues no es una
nueva forma de expresarlo sino una institución con contenido distinto y funciones
semejantes.
En lo que se refiere a las partes integrantes de la federación y del territorio na-
cional, en la Sección II del Título Segundo entre los artículos 42 y 49, menos preciso
resultó el trabajo del Constituyente 56-57; los cambios que se sucedieron entre 1857
y 1916 fueron muchos y algunos de gran envergadura y se reflejan en varios decretos
de reforma. En esta Sección es muy evidente que varios artículos fueron suprimidos,
pues algunos lugares dejaron de existir como referentes, para quedar incluidos den-
tro de algún estado de la federación.
Respecto al Poder Legislativo es importante recordar que, a diferencia de la
Constitución de 1857, tanto el Proyecto de Carranza como la Constitución de 1917
regulan un Congreso con dos Cámaras: diputados y senadores; el 13 de noviembre
de 1874 se incorporó a la Constitución la reforma que se venía intentando desde
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tiempos del presidente Juárez.22 Forma parte del Capítulo II del Título Tercero,
relativo a la División de Poderes que entre los artículos 50 y 79, secciones I, II, III
y IV, contiene las reglas del funcionamiento del Poder Legislativo: la elección del
Congreso, la iniciativa y la formación de las leyes, las facultades del Congreso y
la Comisión Permanente. Aquí, el cotejo de los textos es complicado porque en la
Constitución de 1857 no existía la Cámara de Senadores; sin embargo, algunos de
los principios generales para la operación de la de Diputados fueron seguidos tanto
en P.C. como en C.17.
En ocasiones es necesario modificar la redacción por la presencia de una Cá-
mara nueva pero se conserva el germen o el núcleo de la idea que inspira al artícu-
lo original relativo sólo a la Cámara de Diputados o se toma con cambios el texto re-
formado en 1874. Pero, como el objetivo del trabajo que realicé fue comparar C.57,
en su versión original con P.C. y C.17 como fue promulgada, opté, con el fin de ha-
cer más sencilla la lectura, por marcar como texto nuevo todo aquello que presentó
Carranza al Constituyente y no estaba en la versión primera de la Constitución de
1857, aun sabiendo que hay reformas entre estos dos textos. En el caso de la inclu-
sión del Senado para dar el referente al lector se puso en corchetes [véase B frac. V;
Reforma de 13-XI-1874], por ejemplo.
Del título relativo al poder Legislativo, que incluye las reformas del 13 de no-
viembre de 1874, aunque no textuales, se puede decir que el Párrafo Primero que
se refiere a la elección e instalación del Congreso recuperó una parte significativa
de C.57, artículos 51-55, agregando lo que corresponde a Senadores y al Senado,
artículos 57-59 de P.C.; el artículo 63 del P.C. viene de la Reforma de 74 y los artícu-
los 64, 65, 66 y 67 de este mismo cuerpo jurídico cambian mucho; el 70 viene tam-
bién de la reforma de 74.
El Párrafo Segundo, sobre la Iniciativa y formación de las leyes se construye
a partir del contenido de varios artículos de C.57, pero la injerencia del Ejecutivo
regulada en el artículo 70 de C.57 en las fracciones IV, V y VI ya no está ni en P.C.
ni en C.17. Este párrafo tiene una institución que no contempla la Constitución de
1857: el Colegio Electoral, artículo 73, fracciones XXV y XXVIII del Proyecto y
de la Constitución de 1917 para designar magistrados y conocer de la renuncia del
Presidente, en los términos y plazos que fija. En este párrafo también se separan las
facultades exclusivas de una y otra Cámara y finalmente se sigue la misma lógica en
el párrafo referido a la Diputación Permanente, llamada Comisión Permanente en
P.C. y C.17 ya que debe incluir la representación de las dos Cámaras.
En lo que se refiere al Poder Ejecutivo, muy escasamente regulado en C.57,
hubo que dividir el artículo 77 de C.57, como se hizo en otras ocasiones, para hacer
la concordancia con los párrafos respectivos en el 83 P.C. y C.17. Para ello, se frac-
cionó de manera natural el artículo, sin forzarlo, y se pusieron entre corchetes [I] las
frases que dan lugar a las fracciones correspondientes en el 83. Hay un texto sobre
la residencia en el país 77 [IV] que en realidad encuentra su concordancia en 83.III,
22 En 1874 se reformaron también los artículos 103, 104 y 105, relativos a la responsabilidad por
delitos del fuero común de “Los senadores, los diputados, los individuos de la suprema corte de justicia
y los secretarios del despacho …”.
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pero no moví nada de lugar porque habría tenido que hacerlo también con C.17,
y una regla que se estableció fue no mover de lugar el orden secuencial de C.57 ni
de C.17. Remito al lector al texto del Análisis Comparativo para ver los cambios y
modificaciones.
En C.57 no se fijaron reglas claras sobre la no reelección del Presidente, pero las
modificaciones que se hicieron durante el porfiriato ya no están ni en el Proyecto de
Carranza ni la Constitución de 1917, ya que recogen el principio de la no reelección
establecido el 28 de noviembre de 1911 en tiempos del presidente Madero, en el ar-
tículo 83, correspondiente del 78 de C.57. Es bien sabido que en C.57 correspondía
al Presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación “ejercer el poder” del
Presidente, en las faltas temporales o absolutas de éste hasta que se realizaran nuevas
elecciones. Esto dio lugar a situaciones muy debatidas, por ello, en el Proyecto de
Carranza se previó en forma meticulosa el asunto, y se recogió con algunas modi-
ficaciones en la Constitución de 1917. En el Comparativo, el asunto se localiza en
varios artículos pues 79 y 80 de C.57 se convirtieron en 83, 84 y 85 de P.C. y C.17,
con redacciones amplias, que, sin embargo, ya no previeron la suplencia inmediata,
como lo hacía C.57.
Por lo que toca al amparo, tan criticado antes de la Revolución, en P.C. se
conservaron las características principales e incluso se amplió; una modificación
importante es que los artículos 100 y 101 de C.57 pasaron a P.C. formando parte
de varias fracciones del artículo 104, el primero, y literalmente del 106, el segundo;
finalmente, en el texto de C.17 se convirtieron en 103, el primero y el 104 quedó
desglosado, como principio general, en la fracción I de dicho artículo, pues esta-
blece que la Suprema Corte será tribunal de apelación o de última instancia. En
cambio, el 103 de C.17 es exactamente igual al 106 de P.C. y al 100 de C.57; fija
la competencia de los tribunales de la federación. Como la regla fue no cambiar de
lugar los artículos de C.57 ni los de C.17, para parear los textos el que se movió fue
el artículo 106 de P.C. quedando frente al 103 de C.17 y se dejó vacío el espacio
frente al 101 de C.57.
Por lo que toca a la fórmula Otero, plasmada en el artículo 102 de C.57, se con-
servó con un leve cambio de redacción: el principio y la adición de una frase al final;
dividí el texto para poder parearlo con la fracción I de los artículos 107 de P.C y
C.17 que es idéntica a la segunda parte de la frase original. Las demás fracciones de
dicho artículo regulan el procedimiento del amparo y sólo sufrieron una ampliación
menor entre P.C. y C.17, en la fracción IV. Todavía en el ámbito de este Poder y con
relación a una de las instituciones capitales del orden jurídico mexicano, el recurso
de amparo, llamado en el texto constitucional también queja, el artículo 102 de la
Constitución de 1857 que sólo contenía un párrafo, pasó a ser el 107 tanto en P.C.
como en C.17 con XII fracciones que son idénticas en uno y otro texto; la base del
amparo era la fórmula Otero que había establecido el Acta de reformas de 1847.
Por otra parte, el Ministerio Público no está en la Constitución de 1857, pero
tanto el del Distrito Federal como el de la federación están en P.C. y C.17, en los
artículos 73 fracción 5a. el primero, y 102, el segundo; el Consejo de Salubridad Pú-
blica, directamente dependiente del Presidente de la República no está ni en C.57
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ni P.C., se incorpora a C.17 en el artículo 73, fracción XVI, 1a., 2a., 3a. y 4a. Este
artículo facultaba a legislar en toda la Unión en esta materia.
El artículo relativo al municipio libre, 115 de P.C. y de C.17, también sufrió
cambios. En C.57 no hay nada sobre el municipio en el artículo 109 referido a los
estados de la federación; el Proyecto de Carranza recoge parte del texto de la ley
expedida en el periodo preconstitucional el 26 de diciembre de 1914, que constaba
de un artículo único, en el que se establecía el municipio libre, reformando el ya
mencionado artículo 109 C.57, de la manera siguiente: “los Estados … teniendo
como base de su división territorial y de su organización política, el Municipio libre,
administrado por Ayuntamientos de elección popular directa y sin que haya autori-
dades intermedias entre éstos y el Gobierno del Estado”. Lo anterior pasó textual a
P.C., pero había en la reforma otras cuestiones que se desarrollan más ampliamente
sobre todo en C.17; sin embargo, no tenía más referente que el corto texto del P.C.
así que seccioné una parte del texto para parearlo con la fracción I del 115 de C.17
y al resto ya no pude hacerle nada porque buena parte era texto nuevo.
Una de las reformas importantes realizadas tras la muerte de Juárez, por el pre-
sidente Lerdo de Tejada, fue la inclusión de los principios de las Leyes de Reforma
en la Constitución de 1857 el 25 de septiembre de 1873; se incluyeron en el artícu-
lo 123. La secuencia es como sigue:
Reformado, pasó a ser 129 de P.C. y con otro paradigma se convirtió en el 130 de
C.17. Desgloso sólo el 129 como ejemplo.
Artículo 129. Corresponde a los Poderes Federales ejercer en materia de culto reli-
gioso y disciplina externa, la intervención que designen las leyes.
El Estado y la iglesia son independientes entre sí.
El Congreso no puede dictar leyes estableciendo o prohibiendo religión alguna. El
matrimonio es un contrato civil. Este y los demás actos del estado civil de las personas,
son de la exclusiva competencia de los Funcionarios y Autoridades del orden civil en
los términos prevenidos por las leyes, y tendrán la fuerza y validez que las mismas les
atribuyen.
La simple promesa de decir verdad y de cumplir las obligaciones que se contraen,
sujeta al que la hace, en caso de que faltare a ella, a las penas que con tal motivo esta-
blece la ley.
Salvo el texto suprimido, pasó al 130 con la adición de: “La ley no reconoce per-
sonalidad alguna a las agrupaciones religiosas denominadas iglesias …”.
El artículo 123 de C.17 es un texto nuevo que constituye un título nuevo, el Sex-
to de la Constitución. No se vincula con el P.C. ni con C.57 aunque procede de la
discusión del artículo 5o. del Proyecto de Carranza.
El artículo 125 de C.57 relativo a algunos inmuebles bajo la jurisdicción de la fe-
deración no fue incluido por Carranza en su Proyecto, el Congreso Constituyente lo
recuperó y amplió quedando como artículo 132 de C.17. Interesa destacar que ésta
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aborda un tema que no había figurado en la agenda desde 1871, pues se adicionó un
artículo, el 134, ordenando que todos los contratos de obra pública fueran a subasta.
Sorprendentemente, a pesar de los cambios en la composición del Congreso, el
artículo referido a la reforma de la Constitución es idéntico en C.57, P.C. y C.17,
aunque su numeración sea: 127, 131 y 135, respectivamente. Tampoco varió el muy
debatido artículo sobre la inviolabilidad de la Constitución, salvo en el número: 128,
C. 57; 132, P.C. y 136, C.17.
No sólo los textos constitucionales sufrieron cambios, los hubo también en los
artículos transitorios. En primer lugar, C.57 tiene uno solo; en P.C. hay 9 y en C.17
hay 10. La variante entre estos últimos es la adición de un artículo que faculta al
Primer Jefe a expedir una Ley para convocar a elecciones “para integrar los poderes
de la Unión”. Por lo demás, cumplen con señalar el camino a seguir para producir
“la transición (como cambio) del poder constituyente al constituido”.
Como puede apreciarse, no todos los cambios fueron menores. Buena parte de
las reformas realizadas durante el porfirismo para fortalecer el Congreso general
y las nuevas instituciones eran legislación vigente y fueron incorporadas el Proyecto
de Carranza al igual que la legislación preconstitucional. El producto final, como
se señala en éste y otros trabajos, es una Constitución en la que coexisten distintos
modelos de Estado, concepciones del poder23 y que cuenta con polos de tensión.24
En medio de todas esas contradicciones y otras que fueron surgiendo, está por cum-
plir 100 años, porque nuestra Constitución real influye con frecuencia a la escrita.
23 Cossío, José Ramón, “Las concepciones del derecho en el Constituyente de 1916-1917”, Anuario
Mexicano de Historia del Derecho, vol. X, 1988, pp. 193-205.
24 Díaz y Díaz, Martín, “La Constitución ambivalente. Notas para un análisis de sus polos de ten-
sión”, en 80 aniversario. Homenaje. Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, UNAM-Senado de la
República, LVI Legislatura, México, 1997, pp. 59-85.
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L
a promulgación de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexica-
nos, hace cien años, plasmó en el país la trasformación de un Estado neocolo-
nial, heredado de los trescientos años del dominio español y el nacimiento de
Estado independiente concentrado en una república federal, producto del confuso
siglo XIX y hasta la promulgación de la Constitución de 1857, al nacimiento de un
Estado moderno.
En este sentido, para reconstruir históricamente el proceso que llevó al Méxi-
co del siglo XX la promulgación de un instrumento jurídico que lo insertara en el
andamiaje de la institucionalización, y alcanzará los estándares de modernidad y
trascendencia internacional adquiridos después de la década de los cuarenta, será
necesario observar tres momentos trascendentales de la vida del país.
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clerical; por otro lado, los liberales puros, quienes la consideraban moderada y, por
último, los moderados, quienes le achacaban medidas radicales.
Ese año fue también de elecciones, quedando otra vez Comonfort como presi-
dente y Juárez en la vicepresidencia. El 17 de diciembre aparecería el Plan de Ta-
cubaya, obra de Félix Zuloaga —apoyado por el Partido Conservador y la Iglesia
católica—, que abolía la Constitución de 1857, pero dejaría a Comonfort en el po-
der. Juárez, junto con algunos otros diputados, serían encarcelados y, no quedando
alternativa, Comonfort se uniría al Plan. El 11 de enero de 1858, nuevos levanta-
mientos llevarían al poder a Zuloaga y desconocerían a Comonfort, quien volvería
al lado de los liberales y dejaría en libertad a Juárez.
Éste se dirigiría a Guanajuato y el 19 de enero declaró establecido allí su gobier-
no y organizó su gabinete, publicando un manifiesto en que restablecía el gobierno
constitucional, dando inicio la Guerra de Reforma. Mientras tanto en la capital,
una comisión de representantes de los departamentos designó a Zuloaga como pre-
sidente tomando posesión el 23 de enero. A partir de entonces podemos hablar de
dos gobiernos: el liberal de Juárez y el conservador de Zuloaga.
Juárez llevaría su gobierno a Guadalajara, tras una serie de derrotas, los libe-
rales se dirigirían a Colima y de allí a Veracruz, donde empezarían a despachar
a partir de mayo de 1858. Un movimiento más, ahora por parte de Miramón, lo
llevaría a la presidencia del gobierno conservador, mientras tanto Juárez publicaría
en Veracruz las Leyes de Reforma, que entre otros puntos establecían la separa-
ción entre la Iglesia y el Estado.
En un manifiesto del Gobierno Constitucional a la Nación, dado el 7 de julio de
1859 por Benito Juárez, se abordan cuatro puntos centrales: la independencia entre
los negocios del Estado y los eclesiásticos; la supresión de las corporaciones; el cie-
rre de los noviciados; y la declaración de los bienes expropiados como propiedad de
la nación. En realidad, el proceso de las Leyes de Reforma se inauguró en 1855 y
terminó en 1863, siendo las más importantes:
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• Decreto del gobierno por el que quedan secularizados los hospitales y esta-
blecimientos de beneficencia, del 2 de febrero de 1861.
• Decreto del gobierno por el que se extinguen en toda la República las comu-
nidades religiosas, del 23 de febrero de 1863.
firio Díaz rodearía a la Ciudad de México para evitar que fueran en auxilio del em-
perador. Maximiliano cayó el 15 de mayo y, junto con sus oficiales, sería juzgado de
acuerdo con la ley del 25 de enero de 1862. Su ejecución tuvo lugar el 19 de junio
de 1867 en el Cerro de las Campanas. Díaz entraría a la capital el 21 de junio y
Juárez un mes después. El 17 de agosto se publicó la convocatoria para elegir pre-
sidente. Las elecciones favorecieron a Juárez sobre Porfirio Díaz, apoyado por el
Partido Progresista.
A finales de 1867, tras movimientos levantiscos en Yucatán, Culiacán, un com-
plot en la capital y un movimiento armado en la Sierra de Puebla, problemas en
Guerrero y Tamaulipas, Juárez pudo al fin respirar y para la segunda mitad de 1868,
el país se encontraba en cierta calma. En 1871, tras nuevas elecciones, de nueva
cuenta fue elegido Juárez sobre sus contrincantes Díaz y Sebastián Lerdo de Tejada,
lo que llevó a desconfiar a la oposición y acusar a los juaristas de violencia electoral.
Díaz se sublevaría el 13 de noviembre con el Plan de la Noria, bajo la bandera
de la no reelección y el respeto a la Constitución, sufriendo constantes derrotas. El
13 de abril de 1872, Díaz intentaría un movimiento más, esta vez con el Plan de
Ameca, en que proponía a Lerdo como presidente interino mientras se convocaba
a nuevas elecciones, nuevamente fracasó. Por su parte, Juárez proponía al Congre-
so la división del Poder Legislativo en dos cámaras, pugnando por la creación de la
Cámara de Senadores, sin embargo, no lo consiguió y fallece el 18 de julio de 1872,
ocupando su lugar Lerdo, siendo electo para el periodo de 1872 a 1877.
Lerdo incorporaría las Leyes de Reforma a la Constitución: independencia de
la Iglesia y el Estado; libertad religiosa; competencia exclusiva del orden civil en el
matrimonio y demás actos del estado civil de las personas; prohibición a las insti-
tuciones religiosas de adquirir bienes raíces ni capitales impuestos sobre ellos; no
reconocimiento de órdenes monásticas y prescripción del voto religioso. Además,
crearía al Senado, haciendo efectivas las reformas propuestas por Juárez en 1867,
como parte integrante del Congreso de la Unión y representante de los Estados,
establecería un procedimiento legislativo y una redistribución consecuente de las
facultades del Congreso.
reelección repetida del general Díaz, de 1876 a 1910, con un intervalo entre 1880 y
1884, durante el cual el presidente Manuel González, algo vanidoso, amigo de don
Porfirio, “guardaba el trono caliente” para éste, el cual, entre tanto, se retiró modes-
tamente a la gubernatura de Oaxaca y luego a la Suprema Corte.
Desde 1884, con el regreso de la banda a Díaz, éste se dedicaría a la pacifica-
ción del territorio nacional y a mejorar las relaciones con Estados Unidos. Logró la
autorización para un segundo periodo, de 1888 a 1892, para obtener la aceptación
indefinida de la reelección, siendo postulado para otro periodo de 1892 a 1896 por
el Partido de la Unión Liberal. Para el siguiente periodo fue postulado por el Círcu-
lo Nacional Porfirista, terminando su quinto periodo en diciembre de 1900.
Esta etapa se caracteriza por décadas de paz pública y orden económico: Díaz
consolidaría el Estado mexicano concentrando el poder, aquel objeto del deseo
que codiciaban los jefes militares locales desde la restauración de la República, a tra-
vés de una legitimidad social ansiosa de tranquilidad. Estableció un control político
centralizado, sustituyendo a los caciques locales por gobernadores y jefes políticos
de su confianza, incorporó a la política y a la administración a una clase intelectual
educada dentro de la corriente del positivismo, a la que el vulgo designó como “los
científicos”.
Respetó formalmente el texto de la Constitución de 1857, aunque fue prudente
en la aplicación de las Leyes de Reforma, con tal de allegarse el apoyo de la Iglesia
católica y los conservadores aún existentes, pese a ello se otorgó un peso específico a
la legalidad de las decisiones judiciales interpretándola como un derecho del hom-
bre. Y estableció el orden de los caminos, combatiendo rebeliones con el ejército y
salteadores con el cuerpo paramilitar denominado “rurales”, mismos que practica-
ban el juicio sumario y de inmediato la pena capital.
En 1903 se hicieron los preparativos de la sexta reelección de Díaz para el pe-
riodo 1904-1910. Éste ya contaba con 73 años de edad, razón por la cual accedió
a la creación de la vicepresidencia, ocupada por Ramón Corral en 1904, para el
caso de que, si fallecía Díaz, hubiera alguien que llenara el vacío presidencial. En
1908, surgió la figura de Francisco I. Madero, publicando su libro intitulado La
sucesión presidencial en 1910. En él, Madero proponía la organización de un partido
cuyo objetivo sería alcanzar la libertad del sufragio y la no reelección. A manera
de sintetizar la dictadura porfiriana, se pueden tomar dos etapas consolidadas y
visibles en un proceso histórico-jurídico, a saber: la primera, que comienza en
1877 y concluye en el inicio del tercer periodo presidencial de Porfirio Díaz, 1888,
o cuando se eliminó toda restricción legal a la reelección indefinida, 1890. Se
trata de una etapa de construcción, pacificación, unificación, conciliación y ne-
gociación, pero también de represión. Al asumir el poder, don Porfirio tuvo que
enfrentar diversos retos.
Para empezar, faltaba mucho para consolidar el Estado y la nación, pero no
sólo de las instituciones y de las prácticas contempladas por la Constitución, sino
también de un sistema político que mostrara su eficiencia. Si bien Díaz gozaba de
una gran popularidad en ciertas regiones, era necesario preservar la legitimidad y
el consenso, y extenderlo a toda la nación; sobre todo, se requería cohesionar las
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IV. Bibliografía
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Soberanes Fernández, José Luis, Una aproximación a la historia del sistema jurídico
mexicano, México, Fondo de Cultura Económica, 1992.
______ y López Sánchez, Eduardo (coords.), La Constitución de Cádiz de 1812 y su
impacto en el Occidente Novohispano, México, UNAM, Instituto de Investigaciones
Jurídicas, 2015.
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Investigadora Titular C Definitiva de Tiempo Completo, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
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C
elebrar el primer centenario de la Constitución Política de los Estados Uni-
dos Mexicanos, obliga a un acto de introspección retrospectiva en la que
confluyen imágenes, sentimientos, aprendizajes, vivencias que, difícilmente,
puedo soslayar.
Una obra titulada Cien años, Cien ensayos, compendia la diversidad del pensamien-
to jurídico nacional en la pluma de cada uno de los que colaboramos por parte del
Instituto de Investigaciones Jurídicas, la mejor tradición de los constitucionalismos
mexicano y latinoamericano, la tradición y el legado de los maestros Héctor Fix-Za-
mudio y Jorge Carpizo obligan y se suma, en lo personal, la inefable honra de per-
tenecer a una comunidad que trascendió en el quehacer nacional e internacional.
II. Prolegómenos
marzo de 1913, por el entonces gobernador de Coahuila, Venustiano Carranza Garza, y mediante el
cual expresa su desconocimiento al gobierno golpista de Victoriano Huerta, usurpador y traidor de
Francisco Ignacio Madero. Mediante el Plan de Guadalupe se reconoce a Venustiano Carranza como
Primer Jefe del Ejército Constitucionalista.
2 Veracruz, 12 de diciembre de 1914.
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miento de las aspiraciones y las acciones a ejecutar para mantener la paz, el orden
y el programa revolucionario.
Así, en cumplimiento de lo prescrito en el Decreto de reformas a los artícu-
los 4o., 5o. y 6o. del Plan de Guadalupe, Venustiano Carranza Garza expide la
convocatoria a la integración de un Congreso Constituyente el 19 de septiembre de
1916, con la única finalidad de verificar las reformas necesarias a la Constitución
de 1857. De esta manera Carranza consolidaba su movimiento político.
La elección de los diputados al Congreso se realizó el 22 de octubre y bajo el
régimen de la Ley Electoral para la formación del Congreso Constituyente de los
Estados Unidos Mexicanos, sancionada el mismo 19 de septiembre de 1916.
El Congreso se instaló formalmente en la ciudad de Santiago de Querétaro,
Querétaro, el 1o. de diciembre de aquel año, en el Teatro de Iturbide y sus sesiones
duraron hasta el 31 de enero de 1917 cumpliendo cabalmente con el tiempo previs-
to en el artículo 5o. del decreto de reformas, id est, no exceder de más de dos meses.
Es precisamente en su alocución de apertura de las sesiones de nuestro memora-
ble constituyente reformador de 1916, que prístina y meridianamente el presidente
Carranza expresa su profunda preocupación y su denodado interés, en torno a las
instituciones fundamentales del Estado mexicano3 y su puesta en vigencia mediante
las reformas a la Constitución de 1857, a saber: la soberanía nacional, la división del
ejercicio del poder público, la forma republicana, representativa y popular y, sobre
todo, las libertades y derechos de los mexicanos y su inescindible garantía: el juicio
de amparo.
Aunados a tales planteamientos se suma, sobre todo, y en palabras del Jefe del
Ejército Constitucionalista:
Otras reformas sobre cuya importancia y trascendencia quiero, señores diputados, lla-
mar vuestra atención, es la que tiende a asegurar la completa independencia del Poder Judicial,
reforma que, lo mismo que la que ha modificado la duración del cargo de presidente
de la república, está revelando claramente la notoria honradez y decidido empeño con
que el gobierno emanado de la revolución está realizando el programa proclamado
en la heroica Veracruz el 12 de diciembre de 1914, supuesto que uno de los anhelos
más ardientes y más hondamente sentidos por el pueblo mexicano, es el de tener tribu-
nales independientes que hagan efectivas las garantías individuales contra los atentados y excesos de
los agentes del poder público y que protejan el goce quieto y pacífico de los derechos civiles de que ha
carecido hasta hoy.
Las preocupaciones del Jefe del Ejército Constitucionalista y encargado del Eje-
cutivo Federal no eran gratuitas, en el mismo discurso inaugural aludió a la penosa
aplicación de la Ley Orgánica del Juicio de Amparo; debido a que, en lugar de cum-
plir con la función que se le había otorgado de proteger los derechos individuales
de los ciudadanos, se convirtió, apuntaba Carranza, en un arma política y un me-
dio para eliminar la soberanía de los estados, este último punto porque los estados
3 Cossío D., José Ramón, “La Suprema Corte y la teoría constitucional”, Política y Gobierno, vol. III,
quedaban sujetos a la revisión de la Suprema Corte hasta en las decisiones más in-
significantes.
La necesidad de acabar con el rezago, de procedimientos judiciales expeditos y
la humanización de la justicia, y un poder judicial independiente4 fueron expresión
clara del Jefe del Ejército Constitucionalista.
El equilibrio de las potestades asignadas al Poder Legislativo, así como su acérri-
ma crítica al parlamentarismo de la Constitución de 1857, impelieron a Carranza a
proponer la facultad de investigación en la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Doscientos dieciocho ilustres ciudadanos mexicanos de todas las profesiones,
oficios y edades se reunieron para gestar no una reforma, sino una imperecedera
nueva Constitución que, pese a sus múltiples reformas, sigue siendo el solio de la so-
beranía nacional y del Estado de derecho, cuyo custodio es el Poder Judicial de la
Federación e, inopinadamente, la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Ilustres mexicanos cuyos nombres acrisolan su patriotismo en aquellos más vi-
sibles por su protagonismo nacionalista, más allá de ser jacobinos, renovadores,5
equilibristas o moderados.
La Mesa Directiva del Congreso quedó integrada por: Presidente, Luis Ma-
nuel Rojas (Jalisco); Primer Vicepresidente, Cándido Aguilar (Veracruz); Segundo
Vicepresidente, Salvador González Torres (Oaxaca), Primer Secretario, Fernando
Lizardi (Guanajuato); Segundo Secretario, Ernesto Meade Fierro (Coahuila); Ter-
cer Secretario, José M. Truchuelo (Querétaro); Cuarto Secretario, Antonio Ancona
Alberto (Yucatán); Primer Prosecretario, Jesús López Lira (Guanajuato); Segundo
Prosecretario, Fernando Castaños (Durango); Tercer Prosecretario, Juan de Dios
Bojórquez (Sonora); y Cuarto Prosecretario, Flavio Bórquez (Sonora).6
La Primera Comisión de Constitución, conformada casi exclusivamente por ja-
cobinos, quedó integrada por Francisco J. Múgica, Luis G. Monzón, Alberto Ro-
mán, Enrique Colunga y Enrique Recio.7
La Segunda Comisión de Constitución, integrada tardíamente, el 23 de diciem-
bre, con la finalidad de auxiliar los trabajos de la primera, incluyó un equilibrio
entre moderados y jacobinos como Paulino Machorro y Narváez, Arturo Méndez,
Agustín Garza González, Hilario Medina y Heriberto Jara.8
El total de sesiones en donde se pergeñó un documento constitucional avanza-
do para su época por su vocación garantista y social,9 fueron 66; la redacción del
4 Idem.
5 “… eran aquellos que pertenecieron a la XXVI Legislatura de la Cámara de Diputados, ma-
derista y quienes después de la traición a Huerta, continuaron desempeñando sus cargos, y ahora se
declaraban amigos leales de Carranza”. Díaz Alfaro, Salomón, “La composición del Congreso Consti-
tuyente de Querétaro de 1917”, El constitucionalismo en las postrimerías del siglo XX. La Constitución mexicana
70 años después, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1988, p. 66.
6 Díaz Alfaro, Salomón, op. cit., p. 68.
7 Diario de los Debates del Congreso Constituyente de Querétaro, 1916-1917, t. I, México, Cámara de Dipu-
los poblanos), pugnó en la Asamblea Constituyente porque nuestra carta magna contuviera los anhelos
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de justicia y libertad de la clase trabajadora. Fue diputado en las legislaturas XXVII y XXVIII y más
tarde fue gobernador de su entidad federativa, salió del país, por haber tomado parte en el fracasado
movimiento de 1923, que pretendió desconocer el régimen constitucionalista. Regresó y pasó a ocupar
tiempo después la jefatura del Comité Ejecutivo del Partido Nacional Revolucionario, la de Prensa y
Propaganda, y al subir a la Presidencia de la República el general Lázaro Cárdenas, fue nombrado
director del periódico El Nacional, puesto que ocupó hasta días antes de su muerte ocurrida el 7 de octu-
bre de 1937, en la ciudad de Cuernavaca. Véase Poder Legislativo de Puebla. Disponible en: http://con-
gresopuebla.gob.mx/index.php?option=com_content&view=article&id=7015:froylan-c-manjarrez&catid=60:maria-
del-rocio-garcia-olmedo&Itemid=35.
10 Cabrera Acevedo, Lucio, “El Congreso Constituyente y los debates sobre el poder judicial”, La
Suprema Corte de Justicia, la Revolución y el Constituyente de 1917 (1914-1917), México, Suprema Corte de
Justicia de la Nación, 1994, p. 66.
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Renovadores, de derecha o ligados a Carranza
Marcelino Dávalos Rafael Nieto
Antonio Ancona Albertos Luis Manuel Rojas
Samuel M. de los Santos Enrique O’Farrill
Manuel G. Aranda José Silva Herrera
Carlos M. Esquerro Guillermo Ordorica
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Moderados
Rafael de los Ríos David Pastrana Jaimes
Antonio Aguilar
Porfirio del Castillo Antonio Hidalgo Ernesto Perrusquía
Cándido Aguilar
Silvestre Dorador Federico E. Ibarra Ignacio L. Pesqueira
Silvestre Aguilar
Rafael Espeleta Luis Ilizaliturri Ignacio Ramos Praslow
Joaquín Aguirre Berlanga
Francisco Espinosa Ángel S. Juárico José Rivera
Manuel Aguirre Berlanga
José E. Franco Francisco Labastida I. José Rodríguez González
Juan Aguirre Escobar
Ramón Frausto Jesús López Lira Gabriel Rojano
Luis M. Alcocer
Reynaldo Garza Amador Lozano Jesús Romero Flores
Manuel Amaya
Agustín Garza González Paulino Machorro Narváez Miguel Rosales
Cayetano Andrade
Ramón Gámez Andrés Magallón Pastor Rouaix
Rafael P. Cañete
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Cándido Avilés Isunza Emiliano C. García Manuel Martínez Solórzano
José I. Solórzano
Amadeo Betancourt Antonio Garza Zambrano Alfonso Mayorga
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Ascension Tepal
Gaspar Bolaños Fidel R. Guillén Ernesto Meade Fierro
Marcelo Torres
Nicolás Cano Antonio Gutiérrez Rafael Ochoa
Vicente M. Valtierra
Fernando Castaños Fidel Jiménez David Peñaflor
Rafael Vega Sánchez
Cristóbal Castillo Cristóbal Limón Fernando Pereyra
José Verástegui
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* En relación con la pertenencia a cada grupo, véase: Ulloa, Berta, Historia de la Revolución Mexicana 1914-1917. La Constitución de 1917, México, El Colegio de
México, 1983, p. 535; Tobler, Werner, La revolución mexicana: transformación social y cambio político, 1876-1940, México, Alianza, 1997, p. 350.
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ción y funcionamiento del Consejo de la Judicatura, los sistemas de organización judicial de los países
de Europa Occidental, tales como Italia, Francia y Portugal, erigiéndose en una influencia decisiva el
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V. Requisitos de elegibilidad
El artículo 95 prevé las exigencias integrales que han de satisfacer los miembros
del más alto tribunal de la nación, cualidades que implican lo humano, lo técnico y
lo profesional y son de lo más sensibles y delicadas para proveer de hombres y mu-
jeres que cumplan con la más alta responsabilidad que un Estado debe cumplir: la
tutela de los derechos humanos fundamentales, nacionales y convencionales.
Consejo General del Poder Judicial de España el modelo que más influyó para la creación del Consejo
de la Judicatura en nuestro país.
14 Diario Oficial de la Federación, 11 de junio de 1999.
15 Diario de los Debates del Constituyente de 1916-1917, México, Suprema Corte de Justicia de la Na-
reforma del Estado”, El proceso constituyente mexicano a 150 años de la Constitución de 1857 y 90 de la Constitu-
ción de 1917, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2007, pp. 198, 199; Carpizo, Jorge,
“Propuestas de modificaciones constitucionales en el marco de la denominada Reforma del Estado”,
La ciencia del derecho procesal constitucional. Estudios en homenaje a Héctor Fix-Zamudio en sus cincuenta años como
investigador del derecho, t. XI, Justicia, federalismo y derecho constitucional, México, UNAM-IMDPC-Marcial
Pons, 2008, pp. 127-171.
20 Political Database of the Americas. Disponible en: http://pdba.georgetown.edu/Comp/Judicial/Suprema/
requisitos.html.
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VI. Inamovilidad
abogados y la formación del Estado mexicano, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2013,
pp. 319-340.
26 Soberanes, José Luis, “La inamovilidad judicial federal en México”, Revista de la Facultad de
Derecho de México, núms. 151, 152 y 153, México, UNAM, Facultad de Derecho, enero-junio de 1987,
pp. 113-219.
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Cada uno de los ministros de la Suprema Corte designados para integrar ese Poder, en
las próximas elecciones, durará en su encargo dos años; los que fueren electos al termi-
nar este primer periodo, durarán cuatro años y a partir del año de 1923, los ministros
de la Corte, los magistrados de circuito y los jueces de distrito sólo podrán ser removidos
cuando observen mala conducta y previo el juicio de responsabilidad respectivo, a menos que los
magistrados y los jueces sean promovidos a grado superior.
Los ministros de la Suprema Corte, los magistrados de Circuito y los jueces de distrito,
durarán en sus encargos seis años, pero podrán ser privados de sus puestos cuando observen
27 Hernández, María del Pilar, La Constitución gaditana y la consolidación de la potestad jurisdiccional en
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mala conducta, de acuerdo con la parte final del artículo 111 o previo juicio de respon-
sabilidad correspondiente.
30 Cabrera Acevedo, Lucio, La Suprema Corte de Justicia durante el gobierno del general Manuel Ávila Cama-
cho (1940-1946), México, Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2000, pp. 21-25.
31 Diario Oficial de la Federación, 18 de diciembre de 1982.
32 Diario Oficial de la Federación, 31 de diciembre de 1994.
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Uno de los temas cruciales en torno a la integración del Tribunal Pleno de la Supre-
ma Corte de Justicia de la Nación es el relativo al procedimiento de designación33 y
nombramiento34 de los/las ministros/as de la Suprema Corte de Justicia.35
Los debates del Constituyente de 1917 así lo denotan, la sesión de los argumen-
tos se decantaron entre la elección de origen popular36 y la designación por parte de
los representantes genuinos de la nación,37 todos, inopinadamente, se opusieron a la
intervención del Poder Ejecutivo.
Finalmente, se aprobó un procedimiento que facultaba al Congreso de la Unión
en carácter de colegio electoral y a propuesta de las legislaturas de los estados para
realizar la designación y nombramiento de los integrantes de la Suprema Corte,
órgano legislativo que debía satisfacer un quorum calificado de asistencia de dos ter-
ceras partes del total de los integrantes de cada una de las cámaras y un quorum de
votación de mayoría absoluta, respectivamente.
De 1917 a 2016, el artículo 96 constitucional ha sufrido dos modificaciones e,
inopinadamente, un cambio sustancial en el procedimiento de designación de los
integrantes del Tribunal Pleno. Así, desde 1928,38 el sistema se ha mantenido, mu-
tatis mutandis, con algunos ajustes que permiten un procedimiento más democrático
y deliberativo por parte de la Cámara de Senadores (artículo 76, fracción VIII) en
relación a la(s) terna(s) propuestas por el presidente de la República, (artículo 89,
fracción XVIII) modificaciones que fueron verificadas en la paradigmática reforma
de 1994.39 El sistema, inspirado en el modelo norteamericano de designación de los
integrantes de la Corte Federal, satisface, desde mi particular punto de vista, un sano
ejercicio de pesos y contrapesos entre el Poder Ejecutivo y la Cámara de Senadores,
como órgano representativo de la voluntad federativa, al menos en lo que hace a los
64 senadores provenientes de cada estado de la República Mexicana manteniéndose
así una reminiscencia tanto de los reclamos de algunos constituyentes y del modelo
original de 1917, por lo que hace a una de las Cámaras del Congreso.
33 Del latín designatĭo, sustantivo femenino. Es un vocablo que se refiere como la acción y resultado
de designar o designarse, en indicar, elegir, señalar y destinar a alguien o algo para alguna finalidad.
34 Documento que acredita la elección de una persona para desempeñar un cargo o una función;
se surte al integrar la terna y el nombramiento cuando de esos tres integrantes el Senado en específico
elige a uno de ellos y, en consecuencia lo nombra como ministro, la protesta, desde luego es un acto
posterior.
36 Truchuelo, Alberto González, Silvestre Aguilar y Pastrana Jaimes pugnaban por el origen elec-
tivo de los integrantes de la Corte. Truchuelo proponía la elección de los ministros por cada una de las
entidades federativas. Diario de los Debates del Congreso Constituyente, op. cit., p. 2050.
37 Martínez Escobar, Machorro Narváez y Lizardi expusieron argumentos en favor de la designa-
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Dos de los textos que me han dado una meridiana visión de la transformación y
tránsito de la Suprema Corte de Justicia de la Nación de un Tribunal de casación
a un Tribunal Constitucional, son los que escribiera el ministro José Ramón Cossío
generando una metodología y estándares de reflexión para el análisis de contras-
tación entre la teoría de la Constitución y las acciones concretas y operativas de
control de la regularidad constitucional por parte del Tribunal Pleno de la propia
Corte. Me refiero a La Suprema Corte y la teoría constitucional,40 y la Teoría constitucional de
la Suprema Corte de Justicia,41 no pretendo en forma alguna realizar un análisis de tal
profundidad, sólo dar cuenta de lo que normativamente ha cambiado en el diseño
del máximo tribunal de la nación.
No deseo omitir la visionaria obra de José Diego Fernández y el proyecto de
Constitución que se publicara en 1914,42 y sirviera de referente al Constituyente de
Cívica Independiente. Anteproyecto 1914, México, Suprema Corte de Justicia de la Nación, 2005. La
escasa influencia de la obra de José Diego contrasta con la incidencia de la obra de Emilio Rabasa en
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los acuerdos generales mediante los cuales esté en posibilidad de remitir a los tribu-
nales colegiados los asuntos que determine para una mejor impartición de justicia”.44
Dos reformas y adiciones que pasaron “desapercibidas” fueron, la verificada al
artículo 29 con un párrafo 5o. y la publicada en el Diario Oficial de la Federación de 9 de
agosto de 2012 al artículo 35, fracción VIII, numeral 3o, que son trascendentes en
razón que se constitucionaliza el control previo de constitucionalidad, por lo que hace, pre-
dica aquel precepto en materia de suspensión o restricción de derechos humanos:
Los decretos expedidos por el Ejecutivo durante la restricción o suspensión, serán revi-
sados de oficio e inmediatamente por la Suprema Corte de Justicia de la Nación, la que
deberá pronunciarse con la mayor prontitud sobre su constitucionalidad y validez; por
lo que hace a la consulta popular reconocida en el segundo artículo referido: La Su-
prema Corte de Justicia de la Nación resolverá, previo a la convocatoria que realice el
Congreso de la Unión, sobre la constitucionalidad de la materia de la consulta popular.
44 Amplia discrecionalidad que permitió la emisión de resoluciones cuestionables, véase por todas:
Teoría constitucional de la Suprema Corte de Justicia.
45 Sentencia emitida por la Corte Interamericana el 23 de noviembre de 2009.
46 Diario Oficial de la Federación, 6 de junio de 2011, “…concierne fundamentalmente al juicio de
amparo, institución protectora de los derechos fundamentales por excelencia, el cual se ve robustecido
al ampliarse la procedencia del amparo respecto de cualquier norma general, al preverse su proce-
dencia por violaciones a los derechos humanos plasmados en los tratados internacionales de los que
el Estado mexicano sea parte; con la introducción de figuras como el amparo adhesivo y los intereses
legítimos individual y colectivo; la adopción de nuevos conceptos en torno a la violación de derechos
por omisión de las autoridades; la declaratoria general de inconstitucionalidad cuyos alcances y condi-
ciones se determinarán en la ley reglamentaria; la creación de los Plenos de Circuito; y una nueva for-
ma de integrar jurisprudencia “por sustitución”; entre otras. Suprema Corte de Justicia de la Nación.
Disponible en: http://www2.scjn.gob.mx/red/constitucion/inicio.html.
47 Diario Oficial de la Federación, 10 de junio de 2011, “…en íntima relación con la anterior (la de de-
el 26 de abril de 2014. Decisión que resuelve los puntos jurídicos en contradicción entre la posición
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jerárquica de los tratados internacionales en materia de derechos humanos en relación con la Consti-
tución y el carácter de la jurisprudencia emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
50 Diario Oficial de la Federación, 2 de abril de 2013.
51 La Corte la resolvía conforme a este principio, véase por todas: principio de interpreta-
ción sexual”, Estado constitucional, derechos humanos, justicia y vida universitaria. Estudios en homenaje a Jorge
Carpizo, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2015, pp. 1-18.
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IX. Bibliografía
Cabrera Acevedo, Lucio, La Suprema Corte de Justicia durante el gobierno del general Ma-
nuel Ávila Camacho (1940-1946), México, SCJN, 2000.
_____, “El Congreso Constituyente y los debates sobre el poder judicial”, La Suprema
Corte de Justicia, la revolución y el constituyente de 1917 (1914-1917), México, Suprema
Corte de Justicia de la Nación, 1994.
Carpizo, Jorge, “Propuestas de modificaciones constitucionales en el marco de la
denominada reforma del Estado”, El proceso constituyente mexicano a 150 años de la
Constitución de 1857 y 90 de la Constitución de 1917, México, UNAM, Instituto de In-
vestigaciones Jurídicas, 2007.
_____, “Propuestas de modificaciones constitucionales en el marco de la denominada
Reforma del Estado”, La ciencia del derecho procesal constitucional. Estudios en homenaje a
Héctor Fix-Zamudio en sus cincuenta años como investigador del derecho, t. XI: Justicia, federa-
lismo y derecho constitucional, México, UNAM-IMDPC-Marcial Pons, 2008.
Cossío Díaz, José Ramón, “La Suprema Corte y la teoría constitucional”, Política y
Gobierno, vol. III, núm.1, México, CIDE, 2001.
_____, Teoría constitucional de la Suprema Corte de Justicia México, Fontamara, 2008.
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ra de Diputados, LX Legislatura, 2009.
Diario de los Debates del Constituyente de 1916-1917, México, Suprema Corte de Justicia
de la Nación, t. II, 2013.
Díaz Alfaro, Salomón, “La composición del Congreso Constituyente de Querétaro
de 1917”, El constitucionalismo en las postrimerías del siglo XX. La Constitución mexicana 70
años después, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1988.
Fernández, José Diego, La Constitución Federal de 1857 y sus reformas. Prólogo de la
Confederación Cívica Independiente. Anteproyecto 1914, México, Suprema Cor-
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Fix-Zamudio, Héctor y Cossío Díaz, José Ramón, El Poder Judicial en el ordenamiento
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Hernández, María del Pilar, “Un estudio de transdisciplinariedad: trastornos de la
diferenciación sexual”, Estado constitucional, derechos humanos, justicia y vida universitaria.
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a conveniencia o no de implantar el sistema parlamentario en México ha gene-
rado una enorme inquietud y diferentes debates, en diversos momentos de la
historia independiente del país; por ejemplo, entre los mexicanos que partici-
paron en los inicios de la Revolución y poco después de la llegada del grupo Sonora al
poder tuvo defensores y detractores individuales y colectivos. Dentro de los primeros
es ampliamente conocida la sugerencia que incluyó Francisco I. Madero en su libro La
sucesión presidencial en 1910. Más adelante podemos referirnos a lo que se planteó en la
XXVI Legislatura (1912-1913); y posteriormente a lo expresado y actuado al respecto
en las sesiones de la Soberana Convención Revolucionaria (la llamada Convención
de Aguascalientes, 1914-1916).1 Con respecto a los segundos, el mismo Venustiano
Carranza en su exposición de motivos en el inicio de sesiones del Congreso consti-
tuyente,2 al argumentar que la razón fundamental era por la carencia en el país de
verdaderos partidos políticos; y todos los diputados federales que de 1916 a 1922
rechazaron las diferentes propuestas que fueron presentadas por algunos integrantes
del Partido Liberal Constitucionalista (PLC), o sólo por diputados “independientes”,
Política de los Estados Unidos Mexicanos, 1917”, México, Instituto de Estudios Históricos de las Revolu-
ciones de México, 2015. Disponible en: http://constitucion1917.gob.mx, consulta: 26 de mayo de 2016.
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3 García Orozco, Antonio, Legislación electoral mexicana 1812-1977, México, Comisión Federal Elec-
toral, 1978, p. 244.
4 Aparte de los mencionados, los siguientes días se reunieron, en las instalaciones del Palacio de
los Azulejos (el Jockey Club), Roque Estrada, secretario de Justicia; César López de Lara, gobernador
del Distrito Federal; Rafael Cepeda, gobernador del Estado de México; Nicolás Flores, gobernador y
jefe de operaciones militares de Hidalgo; Fernando Carpio, jefe de operaciones militares de la guar-
nición de Oaxaca; Manuel Aguirre Berlanga, subsecretario de Gobernación; Ignacio L. Pesqueira,
ex secretario de Guerra; entre otros militares como Manuel W. González, Federico Chapoy, Carlos
Green, Teodoro Elizondo y Francisco R. Manzo. De los civiles destacan Pastor Rouaix, secretario de
Fomento, Jesús Acuña de Gobernación y Nicéforo Zambrano, tesorero general de la nación. Agradez-
co a Francisco Méndez la información secundaria brindada sobre la historia del Partido Liberal Cons-
titucionalista, contenida en su trabajo “El ‘cuarto poder’ y la sucesión presidencial de 1920: El Heraldo
de México y el Monitor Republicano”, México, UNAM, Facultad de Filosofía y Letras (tesis de maestría en
historia), 2016.
5 Marván Laborde, Ignacio, “La Revolución y la organización política de México: la cuestión del
6 Hall, Linda B., Álvaro Obregón. Poder y revolución en México 1911-1920, México, Fondo de Cultura
1928”, México, El Colegio de México, 2005 (tesis de doctorado en historia), p. 24. En realidad. hasta
finales de 1917 es cuando el PLC quedó firmemente integrado.
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(coord.), Gobernantes mexicanos, México, Fondo de Cultura Económica, 2008, t. II, 1911-2000, p. 75.
Los generales Manuel García Vigil, Aarón Sáenz, Heriberto Jara, Francisco J. Múgica, Luis Sánchez
Pontón y Eduardo Hay encabezaron a los radicales.
10 La respuesta del ejecutivo federal fue que la XVIII legislatura estuvo dominada por el Partido
Liberal Nacionalista, incondicional a Carranza. Por ello, el PLC se reorganizó y aumentó su mesa
directiva y sus comisiones, para planear su participación en la próxima campaña presidencial y así
apoyar la candidatura del general Obregón.
11 Javier Mac Gregor señala diciembre de 1921, cuando el PLC perdió la integración de la Comi-
sión Permanente.
12 Fundado en Yucatán en 1916 como Partido Socialista Obrero; cambió de nombre a Socialista
de Yucatán en 1917; y en agosto de 1921 a Socialista del Sureste. Fue el único partido regional que
llegó a tener representación en la XXX legislatura federal (1922-1924).
13 Fuentes Díaz, Vicente, Los partidos políticos en México, México, Altiplano, 1969, p. 201.
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14 Una primera aproximación es la realizada por Javier Mac Gregor en su tesis de doctorado; y el
estudio realizado por la autora sobre relación ejecutivo-legislativo en la Cámara de Diputados durante
el gobierno obregonista, en José Valenzuela, Georgette, “1920-1924: ¡…Y venían de una Revolución!
De la oposición civil a la oposición militar”, en Casar, María Amparo y Marván, Ignacio, Gobernar sin
mayoría. México, 1867-1997, Taurus, Centro de Investigación y Docencia Económica, 2002, pp. 157-193.
15 Idem.
16 Para mayor información al respecto véase Marván Laborde, Ignacio, “De instituciones y cau-
dillos: la relación entre la Cámara de Diputados, los diputados de la XVIII Legislatura y el presiden-
te Carranza”, Historia Mexicana, México, El Colegio de México, octubre-diciembre de 2001, vol. LI,
núm. 2 (202); y José Valenzuela, Georgette, “1920-1924: ¡…Y venían de una Revolución! De la oposi-
ción civil a la oposición militar”, op. cit. Además, podemos encontrar que en estos años, diputados que
primero rechazaron la propuesta vehemente en una legislatura, cuando participaron en otra, la van a
apoyar, como fue el caso de Francisco J. Múgica.
17 Algunas de las propuestas pueden ser revisadas en el Diario de Debates de la Cámara de Diputados de
las fechas mencionadas. Asimismo, Ramírez Vidal, Gerardo, El debate sobre el parlamentarismo en México.
De la Independencia a la Revolución, op. cit., recopiló del mismo Diario, los debates más importantes sobre
el tema hasta 1919.
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18 “Discurso de Venustiano Carranza…”, op. cit., Diario de Debates de la Cámara de Diputados, 18 de
enero de 1917.
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tados, 15, 29 y 30 de diciembre de 1917. La lista de los diputados que la presentaron puede verse en el
Apéndice 1.
20 Idem.
21 Ibidem, 20 de septiembre y 3 de octubre de 1919.
22 La iniciativa completa y su justificación puede verse en el Diario de Debates de la Cámara de Diputa-
dos, 1o. de diciembre de 1921. La lista de los diputados que la presentaron puede verse en el Apéndice 2.
23 José Valenzuela, Georgette, “1920-1924: ¡…Y venían de una Revolución! De la oposición civil
APÉNDICE 1
24 Boletín de la Secretaría de Gobernación, México, Secretaría de Gobernación, julio de 1922, pp. 8-10.
25 Enviado a las Comisiones Unidas de Puntos Constitucionales el 29 de diciembre de 1917. Orde-
nados por la autora de manera alfabética. Algunas biografías de los diputados de la XXVII y la XXIX
Legislatura pueden encontrarse en el Diccionario histórico y biográfico de la Revolución Mexicana, México,
Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1990, siete tomos.
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APÉNDICE 2
26 El calificativo de “mayoría”, fue consignado de esta manera en el Diario de Debates de la Cámara de
la XXIX Legislatura.
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Bibliografía
Fuentes oficiales
Libros y artículos
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_____, “La reforma del sistema presidencial mexicano”, Este País, México, marzo de
2011, núm. 239, pp. 4-10.
Woldenberg, José, “Sistema político, partidos y elecciones en México”, en Agui-
rre, Pedro et al., Sistemas políticos, partidos y elecciones. Estudios comparados, México,
Instituto de Estudios para la Transición Democrática, Trazos, 1993.
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S
i se trata de resumir las credenciales y las promesas con que debutó el nuevo
régimen revolucionario en la Constitución de 1917, no hay texto más significa-
tivo que el artículo 27. Allí el gran sujeto es simplemente la Nación, y su objeto
nada más y nada menos que definir (y justificar), a grandes trazos, los poderes que ésta
habría de ejercer sobre la propiedad territorial (la tierra, el agua y el subsuelo). La na-
ción, soberana, anunciaba que se dedicaría en lo sucesivo a transformar el dominio de
tales propiedades, todo esto en aras de la justicia, “para hacer una distribución equi-
tativa de la riqueza pública”.1 Y algo de eso poco a poco se cumplió. A lo largo del si-
glo XX, decir “Artículo 27” sería evocar dos grandes gestas episódicas de reorganiza-
ción y redistribución realizadas por el Estado bajo su amparo: la reforma agraria eji-
dal y la nacionalización del petróleo. El impacto —tanto social como económico— de
esas reformas fue indudablemente enorme. Por ello no hay artículo constitucional más
famoso ni más nacionalista que el 27. Llevan su nombre calles, escuelas, poblados y
ejidos a lo largo y ancho del país. En el imaginario republicano del siglo XX, el 27 fue
el gran repositorio genético de la retórica, la identidad y las políticas públicas surgidas
de la Revolución,2 el referente por excelencia de toda una época histórica que, por
lo demás, ya ha quedado atrás, tal cual lo señalan, entre tantas otras cosas, las propias
reformas que ha sufrido el artículo 27 en los últimos 25 años. De aquel viejo artícu-
lo 27 todavía quedan pedazos en la versión vigente. Algunos son declaraciones de
* Universidad de Chicago.
1 Artículo 27 de la Constitución de 1917, en Fabela, Manuel, Cinco siglos de legislación agraria en
México, México, BNCA, 1941, p. 307.
2 Escalante, Fernando, “El lenguaje del artículo 27 constitucional”, en Kourí, Emilio (coord.), En
busca de Molina Enríquez. Cien años de Los grandes problemas nacionales, México, El Colegio de México-
Centro Katz, 2009, pp. 229-251.
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principios que aún se sostienen. Otros resultan ya irrelevantes en sus efectos y son
apenas vestigios de antiguas razones; permanecen en el texto testimonialmente, sím-
bolos en sí mismos indescifrables de un momento fundacional ya muy distante.
Una cosa es contemplar la vida pública del artículo 27, cual mandato constitu-
cional, fundamento nacionalista o fuente originaria del intervencionismo estatal en
el ordenamiento de la propiedad territorial. Es lo más conocido y celebrado (o criti-
cado). Otra, muy diferente, es analizar su génesis, composición y evolución internas
como reflejos de una larga historia de disputas por la tierra, la legitimidad y el poder.
A partir de una relectura contextualizada del texto original y de algunas de sus mo-
dificaciones posteriores, este ensayo ofrece unas breves reflexiones sobre la relación
entre el artículo 27 y la reforma agraria ejidal que durante buena parte del siglo XX
transformó radicalmente la estructura de la propiedad rural en México, en lo que fue
sin duda (más allá de sus muchas deficiencias) una de las más significativas interven-
ciones sociales de los gobiernos emanados de la Revolución. El mismo texto constitu-
cional se ocupa del petróleo y del agua, pero esas historias quedan por necesidad al
margen de estas observaciones. Queda claro de antemano que ésta es la lectura de un
historiador, no la de un jurista, que son a fin de cuentas perspectivas muy diferentes.
El artículo 27 de 1917 es un texto extraño, en partes diáfano y en otras muy
opaco, una mezcla de principios absolutos con consideraciones coyunturales y argu-
mentos muy específicos de carácter histórico. Fue producto de una muy apresurada
redacción, reflejo a su vez de una compleja negociación sobre un tema (el orden de
la propiedad territorial) que había causado graves conflictos sociales y políticos y so-
bre el cual en realidad existían muy pocos consensos.3 De ahí surgen algunos de los
claroscuros y las contradicciones que se plasmaron en el texto constitucional, cuya
interpretación —como siempre pasa en estos casos— tendría que ser resuelta más
adelante por vías políticas y, además, sobre el terreno, por vía de la fuerza.
El artículo 27 de 1857, vigente hasta 1917, había ratificado la primacía del derecho
individual a la propiedad privada, concediéndole al Estado la posibilidad de sosla-
yarlo sólo en ciertos casos. El texto era breve y directo: “la propiedad de las personas
no puede ser ocupada sino por causa de utilidad pública y previa indemnización”.4
Utilizaba luego esa potestad limitada para prohibir que las corporaciones civiles y
eclesiásticas poseyeran bienes raíces, con mínimas excepciones. Sesenta años des-
pués, el nuevo artículo 27 confirmó el carácter normativo del derecho a la propie-
dad privada, pero lo fundó en un principio diferente que le otorgaba al Estado una
capacidad de intervención mucho mayor: “la propiedad de las tierras y las aguas…
3 Sobre la redacción y aprobación del artículo 27, véase Rouaix, Pastor, Génesis de los artículos 27
y 123 de la Constitución política de 1917, Puebla, 1945; Diario de los Debates del Congreso Constituyente,
México, Imprenta de la Cámara de Diputados, 1917.
4 Fabela, op. cit., pp. 118-119.
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5 Ibidem, p. 307.
6 Ibidem, pp. 118, 307.
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El parteaguas histórico queda muy claro: la Ley de 25 de junio de 1856 (Ley Lerdo)
ordenó la desamortización de las propiedades territoriales de todas las corporacio-
nes civiles y eclesiásticas, incluyendo casi todas las tierras comunales de los pueblos.
Según se infiere del texto constitucional, la aplicación de esta ley y de sus secuelas
enajenó buena parte de las tierras de estas “corporaciones de población”, con con-
secuencias muy negativas en términos tanto de justicia como de equidad. No dice
el texto del 27 si esto fue por causa de una aplicación mala o dolosa de tal ley, o
por el mero hecho de su implementación, pero hace referencia al Decreto de 6 de
enero de 1915, el cual indica lo primero. En pocas palabras, la conducta de las des-
amortizaciones civiles desatadas por la Ley Lerdo privó a las corporaciones-pueblo
y a sus similares de sus tierras.
El texto constitucional señala, a modo de argumento histórico, que la privatiza-
ción de los terrenos nacionales (baldíos) impulsada por el gobierno federal a partir
de 1876 (por medio de contratos con compañías deslindadoras, a las que no mencio-
na directamente) en muchos casos trajo “por consecuencia el acaparamiento de tie-
rras, aguas y riquezas naturales de la nación por parte de una persona o sociedad”.12
Se infiere claramente, aunque no se especifica, que la proliferación y expansión de
las grandes propiedades rústicas fue uno de los principales resultados de la aplica-
ción de las leyes de desamortización y baldíos.
Es en contra de la calamidad histórica postulada en esta narrativa del pasado
reciente que el artículo 27 se pronuncia. Poco importa ya si esa versión constitucio-
nalizada de la transformación a grandes rasgos de la tenencia de la tierra y las rela-
ciones sociales en el campo mexicano durante el Porfiriato es fidedigna o no. A un
siglo de distancia, hay evidencia de sobra por lo menos para matizarla, si no es que
para cuestionar algunos de sus fundamentos. Lo importante aquí es que el artícu-
lo 27 responde a los procesos históricos que él mismo plantea de manera categórica,
decretando la anulación de todas o casi todas las transacciones relacionadas con la
desamortización a partir de 1856 en las cuales los pueblos y sus similares perdieron
tierras. En una primera lectura —y como declaración simbólica— el texto es abso-
lutamente contundente:
Más allá del significado específico que pudiera tener cada uno de estos procesos,
la enumeración de las órdenes y los tramites (¡a lo largo de 60 años!) que se declaran
nulos in toto sirve más que nada (y quizás sólo) para denotar una abarcadora volun-
tad de reversión.
De igual manera, el texto constitucional anuncia que “se declaran revisables
todos los contratos y concesiones hechos por los gobiernos anteriores desde el año
de 1876” para el deslinde y privatización de los terrenos baldíos, “y se faculta al Eje-
cutivo de la Unión para declararlos nulos cuando impliquen perjuicios graves para
el interés público”.14
El artículo 27 plantea un proceso histórico que reprueba y ordena revertir, pero
de inmediato surgen dificultades y contradicciones que el propio texto debe recono-
cer e intenta solventar. Uno de los propósitos fundamentales de la Ley Lerdo había
sido subdividir las tierras de las corporaciones civiles para crear pequeñas propie-
dades individuales, y en aquellos casos en que esto hubiere sucedido (que de hecho
fueron muchísimos) era un despropósito declarar ahora su anulación, sobre todo
para quienes veían al fortalecimiento de “la pequeña propiedad” como el destino
idóneo de la reforma agraria. De ahí que el texto constitucional se ve obligado a
explicar que “se exceptúan de la nulidad antes referida únicamente las tierras que
hubieren sido tituladas en los repartimientos hechos en virtud de la citada Ley de 25
de junio de 1856 o poseída con nombre propio a título de dominio por más de diez
años, cuando su superficie no exceda de cincuenta hectáreas”.15
La aclaración, sin embargo, no sirve sino para iluminar la magnitud del proble-
ma. Dejando de lado el asunto de las 50 hectáreas, ¿cómo identificar esas propie-
dades derivadas de la correcta aplicación de la Ley Lerdo? ¿Cómo evaluar en tales
casos la validez de otros cambios de dominio realizados anterior o posteriormente?
¿Qué hacer cuando una propiedad titulada y con más de diez años en posesión pro-
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19 Cabrera, Luis, La reconstitución de los ejidos de los pueblos, México, Tip. de Fidencio S. Soria, 1913;
Molina Enríquez, Andrés, La Reforma y Juárez: estudio histórico-sociológico, México, Tip. de la Viuda de
Francisco Díaz de León, 1906; Molina Enríquez, Andrés, Los grandes problemas nacionales, México, Im-
prenta de A. Carranza e Hijos, 1909.
20 Decreto de 6 de enero de 1915, en Fabela, op. cit., pp. 270-271.
21 Fabela, op. cit., pp. 271-273.
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V. La pequeña propiedad
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disfrutar en común las tierras, bosques y aguas que le pertenezcan o que se les haya
restituido o restituyere”, enseguida se añade que esto será “entretanto la ley determi-
na la manera de hacer el repartimiento únicamente de las tierras”. Más adelante, al
referirse a las restituciones de tierras realizadas de acuerdo con el Decreto de 1915,
el texto explica que “sólo los miembros de la comunidad tendrán derecho sobre los
mismos terrenos mientras permanezcan indivisos, así como los de propiedad, cuan-
do se haya hecho el fraccionamiento”.24
Vistas desde esta perspectiva, las restituciones y dotaciones comunales dictadas
por la ley parecerían ser apenas una fase transicional de la reforma agraria que lue-
go tendría que culminar en algún tipo de reparto interno a título individual, algo
así como una repetición de la parcelación de las tierras comunales mandada por las
leyes de Reforma, pero esta vez con más protecciones y precauciones, y quizás tam-
bién con mejor ejecución. Nada de esto último se contempla directamente en el ar-
tículo 27, pues no había entre los legisladores ni claridad ni concordancia al respecto
(ni tampoco tiempo para ponderarlo), pero no por eso dejan de ser muy sugerentes
esas dos frases a contracorriente que sí se incorporan al texto constitucional.
El asunto se perfila mucho más claramente en el Decreto de 1915, que a partir
de 1917 adquiriría el rango de ley constitucional. Luis Cabrera no era amigo de la
propiedad comunal, sino un liberal convencido de las ventajas —tanto económicas
como sociales y políticas— de un régimen territorial rural centrado en la propiedad
privada individual. Reconocía la necesidad en ese particular momento histórico de
repartir tierras a modo comunal, por razones políticas y también de logística. Pero
al igual que su amigo e inspirador intelectual Molina Enríquez, pensaba que la re-
constitución de la propiedad comunal sería algo temporal, que en su momento daría
paso a una subdivisión en parcelas de propiedad plena para los miembros de esas
comunidades. El Decreto de 6 de enero expresa esta expectativa directamente, por
lo que vale la pena citarlo in extenso:
Que proporcionando el modo de que los numerosos pueblos recobren los terrenos de
que fueron despojados, o adquieran los que necesiten para su bienestar y desarrollo,
no se trata de revivir las antiguas comunidades, ni de crear otras semejantes sino sola-
mente de dar esa tierra a la población rural miserable que hoy carece de ellas…; es de
advertir que la propiedad de las tierras no pertenecerá al común del pueblo, sino que
ha de quedar dividida en pleno dominio, aunque con las limitaciones necesarias para
evitar que ávidos especuladores… puedan fácilmente acaparar esa propiedad, como
sucedió casi invariablemente con el repartimiento legalmente hecho de los ejidos y
fundos legales de los pueblos, a raíz de la revolución de Ayutla.25
Más adelante, el decreto señala que “una ley reglamentaria determinará la con-
dición en que han de quedar los terrenos que se devuelvan o se adjudiquen a los
pueblos y la manera y ocasión de dividirlos entre los vecinos, que entre tanto los
disfrutarán en común”.26
No obstante, el propio artículo 27 dejaría todas estas cuestiones en el aire, pues
con respecto al estatus a futuro de la propiedad comunal (más allá de su legalidad)
había en 1917 serias diferencias de opinión y de intereses, las cuales tendrían que re-
solverse más adelante y por otros medios. Fue una gran disputa legal, política y social
que se libró a lo largo de la década de 1920 y que no sería zanjada sino hasta 1934.
Pero si bien el cardenismo le cerró entonces la puerta a la posibilidad de subdividir
la propiedad comunal en predios individuales con dominio pleno, la reforma cons-
titucional de 1992 la ha vuelto a abrir, prueba de que ese fantasma sigue aún vivo.
VI. El ejido
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garía a dominar la tenencia de la tierra, no sólo donde habían habido viejas corpo-
raciones de población, sino en todas partes.
La historia de cómo se va armando y enraizando el ejido a costa de otras op-
ciones trasciende de muchas maneras el alcance del artículo 27, pues responde a
dinámicas sociales más amplias y a coyunturas políticas posteriores. Por ende, no
es éste el lugar para contarla. Lo que sí debe resaltarse aquí es que la institución (el
ejido) que se fue inventando y configurando —contra viento y marea— entre 1920
y 1940, tanto sobre el terreno como a través de nuevas leyes y enmiendas, habría
de constituirse en la principal de las modalidades aplicadas a la propiedad privada
por el Estado, tal y como lo autorizaba el texto del 27. Esto quiere decir que el ejido
nacido de la Revolución es ni más ni menos que una forma de propiedad privada
corporativa creada y regulada por el Estado, y no una “propiedad social” opuesta
a la privada, como vendría erróneamente a llamársele después. La tierra dotada o
restituida es propiedad de los ejidatarios, pero el Estado interviene para regular su
uso en parcelas agrícolas con derechos particulares, para establecer y supervisar las
formas del gobierno corporativo. Ejerce así, para bien o para mal, el derecho cons-
titucional a imponerle “a la propiedad privada las modalidades que dicte el interés
público”. En este sentido jurídico-genérico, aunque quizás sólo en éste, la modali-
dad que resultó ser el ejido sí es heredera directa de los preceptos fundamentales del
artículo 27.
Nada de esto explica, sin embargo, el nombre que se le daría a esta nueva insti-
tución o su relación con los ejidos coloniales de los viejos pueblos. El artículo 27 se
vincula con los orígenes de este naciente arreglo territorial —y con su nombre— por
medio de la Ley de 6 de enero, la cual sí menciona al ejido, aunque con dos significa-
dos diferentes. En el texto de Luis Cabrera la palabra “ejido” aparece cuatro veces,
una en su acepción original y tres con un uso distinto y más reciente. En la Colonia,
como en España, los ejidos eran los terrenos (generalmente montes o agostaderos)
que los pueblos poseían por dotación real para usos colectivos no agrícolas, leña,
pastoreo, recolección, caza, etc. Para los cultivos tenían otras tierras (“de reparti-
miento”), normalmente distribuidas en parcelas particulares. De acuerdo con la se-
mántica original, por tanto, decir “parcela ejidal” era un sinsentido; aquel ejido ni se
cultivaba ni se podía subdividir. Nada por tanto tendría que ver con el nuevo “ejido”
agrícola de la Revolución, que en su mayoría (aunque no únicamente) consistiría de
tierras dotadas y parceladas para su cultivo. Así, cuando el Decreto de 1915 declara
nulas “todas las diligencias de apeo o deslinde… con las cuales se hayan invadido
y ocupado, ilegalmente, tierras, aguas y montes de los ejidos, terrenos de reparti-
miento o de cualquiera otra clase, pertenecientes a los pueblos…”, utiliza la palabra
“ejido” en el sentido clásico.
En otras partes del texto, sin embargo, el significado ya ha cambiado. De media-
dos de la década de 1880 en adelante, la palabra comenzó a usarse indistintamente
para referirse a todas las tierras comunales, primero por funcionarios de Fomento
y luego en círculos gubernamentales más amplios. Era una equivocación con raíces
muy particulares. La Ley Lerdo había exceptuado los ejidos (en el sentido original)
de las desamortizaciones civiles, y aunque el artículo 27 de 1857 omitió extender
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esa excepción (y por ende la anuló), buena parte de los ejidos de los pueblos esqui-
varon los repartos y se mantuvieron indivisos. Cuando Carlos Pacheco fue minis-
tro de Fomento impulsó una nueva ola de desamortizaciones ligadas con los des-
lindes de baldíos, y asumiendo (erróneamente) que lo único que quedaba todavía
por repartirse eran los ejidos, las circulares del gobierno denominaron a todas las
tierras comunales como “ejidos”. Según esa formulación, los pueblos habían tenido
fundos legales (para las casas, la iglesia, etc.) y ejidos, nada más. Esa sinécdoque, por
demás engañosa, se mantuvo en circulación hasta la Revolución e hizo que algunos
describieran las tierras comunales para la agricultura como “ejidos”. A eso se refiere
el Decreto de 1915 en tres lugares, primero al mencionar el despojo de “los ejidos y
los fundos legales de los pueblos, a raíz de la revolución de Ayutla”, luego al explicar
que los pueblos “que carezcan de ejidos o que no pudieren lograr su restitución” po-
drán obtener una dotación, y finalmente al señalar que las solicitudes “para dotar de
ejidos a los pueblos que carezcan de ellos” deberían ser presentadas ante las autori-
dades correspondientes.27 Fue así como “el ejido” de la Revolución se haría agrícola.
VII. Coda
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número de pobladores del campo (quizás la mayoría), entre ellos los peones de las
haciendas, los jornaleros y los habitantes de pequeños poblados sin reconocimiento
jurídico. A partir de 1922 y hasta 1934 se legisló en múltiples ocasiones para intentar
definir, restringir, precisar, ensanchar o eliminar ese criterio crucial de elegibilidad,
según los intereses del poder en turno, a sabiendas de que lo que estaba en juego
era justamente el futuro de la expansión ejidal.28 Finalmente entre 1933 y 1934 se
eliminó el requisito de categoría política para los grupos de pobladores solicitantes
y se abrió un camino jurídico para que los peones acasillados pudieran unirse a las
peticiones de tierra, posibilitando así la multiplicación de las dotaciones ejidales.
Fue entonces cuando se modificó el artículo 27, extendiendo el derecho a solicitar
tierras a los “núcleos de población” que la necesitasen, sin mayor especificación, y
fue entonces cuando se derogó la Ley de 6 de enero, incorporando sus preceptos ac-
tualizados al cuerpo del artículo 27, de tal modo que por primera vez se mencionaba
allí directamente al ejido.29
La segunda reforma que apuntaló significativamente el aumento de las dotacio-
nes fue la supresión del amparo agrario. El Decreto de 6 de enero estipulaba que
los propietarios que enfrentaban expropiaciones podrían recurrir a los tribunales a
defender sus derechos, y durante la década de 1920 numerosos recursos de amparo
concedidos por la Corte obstaculizaron notablemente el desenvolvimiento del re-
parto ejidal. A fines de 1931 se reformó la Ley de 1915 para eliminar tal derecho:
“los propietarios afectados con resoluciones dotatorias o restitutorias de ejidos o
aguas, que se hubiesen dictado a favor de los pueblos, o que en lo futuro se dicta-
ren”, decretaba el nuevo texto, “no tendrán ningún derecho ni recurso legal ordi-
nario ni extraordinario de amparo”.30 Al derogarse la Ley de 1915 en 1933, dicha
prohibición pasó directamente al artículo 27, en donde se mantuvo hasta 1947,
cuando, a instancias de Miguel Alemán, se volvió a reformar la Constitución, esta
vez para devolverle el derecho a promover juicios de amparo a aquellos propietarios
privados de fincas rústicas que hubiesen recibido certificados de inafectabilidad. Fue
precisamente durante ese intervalo de 15 años que proliferaron las dotaciones y que
se consolidó el ejido como una forma de propiedad de alcance nacional.
Han pasado ya 25 años desde que desapareció del artículo 27 su concepto más
trascendente: la obligación de otorgarle tierras a las corporaciones de población que
las necesitasen, sin importar la causa. Para entonces el reparto de tierras llevaba
tiempo extenuado y no era ya ni la sombra de lo que alguna vez había sido. Pero el
campo mexicano, ahora poblado de ejidos, tampoco era ya ni la sombra de lo que
había sido en vísperas de la Revolución. La reforma constitucional de 1992 cerraba
28 Véase, por ejemplo, Reglamento agrario de 10 de abril de 1922; Decreto de 1o. de noviembre
566-614.
30 Decreto de 23 de diciembre de 1931, en Fabela, op. cit., pp. 541-543.
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una era histórica durante la cual el Estado había obrado profundos cambios en la
distribución de la tenencia de la propiedad rural. Sería erróneo atribuirle al polifa-
cético artículo 27 de 1917 la autoría de tales transformaciones, pero también lo sería
no reconocer que sin los principios allí esbozados a México no le hubiera tocado
vivir el siglo del ejido.
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LA CONSTITUCIÓN DE 1917
Y SUS PRINCIPIOS POLÍTICOS FUNDAMENTALES*
A
cabamos de celebrar el octagésimo cuarto aniversario de la Constitución de
1917. Ante la juventud de la mayoría de las Constituciones del mundo nuestra
carta fundamental es de las más antiguas. La superan sólo algunas, entre otras
la de Estados Unidos de América, que permanece vigente en su texto original, salvo
unas cuantas enmiendas, pero actualizada permanentemente por la jurisprudencia
de la Suprema Corte de Justicia de ese país. La nuestra ha sido objeto de centenares
de reformas, adiciones y supresiones —aproximadamente 400—, por el carácter le-
gislativo de nuestro sistema jurídico y por nuestra tradición de subrayar, desde la ley
suprema, las normas más importantes de nuestra vida política y económica.
* Publicado originalmente en Valadés, Diego y Gutiérrez Rivas, Rodrigo (coords.), Economía y Cons-
titución. Memoria del IV Congreso Nacional de Derecho Constitucional, México, UNAM, Instituto de Investiga-
ciones Jurídicas, 2001, pp. 41-59.
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1. El derecho de propiedad
El artículo 1o. del título primero de la Constitución de 1917 consagró las garan-
tías individuales de los derechos del hombre, aunque posteriormente se agregaron
importantes derechos sociales.
En efecto, dicho capítulo garantizó la libertad de los hombres, prohibiendo la escla-
vitud (artículo 2o.); estableciendo la igualdad ante la ley del varón y la mujer (artículo 5o.);
el derecho a decidir, de manera libre, responsable e informada el número y espaciamiento
de sus hijos (artículo 4o.); la libertad de profesión, industria y trabajo, siendo lícitos (artícu-
lo 5o.); la libertad de manifestación de las ideas (artículo 6o.); la libertad de escribir y publicar
escritos sobre cualquier materia (artículo 7o.); el derecho de libre petición, siempre que
ésta se formule por escrito, de manera pacífica y respetuosa (artículo 8o.); la libertad
de asociación o reunión en forma pacífica con cualquier objeto lícito, sin que se proteja
la reunión armada o en la que se profieran injurias contra la autoridad, ni se haga
uso de violencia o amenazas para intimidarla u obligarla a resolver en el sentido
que se desee (artículo 9o.); el derecho a poseer armas en su domicilio para seguridad y
legítima defensa (artículo 10); la libertad de tránsito para entrar en la república, salir de
ella, viajar por su territorio y mudar de residencia (artículo 11); la libertad de profesar
la creencia religiosa que más le agrade y para practicar las ceremonias, devociones o
actos de culto respectivo, siempre que no constituyan delito o faltas penadas por la
ley (artículo 24).
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Los derechos sociales, al nivel de la ley fundamental, fueron establecidos por prime-
ra vez en la técnica constitucional del mundo en la Constitución mexicana de 1917,
efectuando uno de los avances más ricos de esta carta suprema, producto de la Re-
volución mexicana, que seguirían después y hasta la fecha muchas Constituciones
de otros países. Mención especial ameritan los derechos de los campesinos (artícu-
lo 27) y los de los trabajadores (artículo 123).
Con sus diversas reformas y adiciones, los preceptos constitucionales establecen
los siguientes derechos sociales:
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posible el acceso de éstos al ejercicio del poder público, de acuerdo con los progra-
mas, principios e ideas que postulan y mediante el sufragio universal, libre, secreto
y directo. Sólo los ciudadanos —no las organizaciones— pueden afiliarse libre e
individualmente a los partidos políticos (artículo 41, párrafo segundo).
Esta Constitución no perderá su fuerza y vigor, aun cuando por alguna rebelión se in-
terrumpa su observancia. En caso de que por cualquier trastorno público se establezca
un gobierno contrario a los principios que ella sanciona, tan luego como el pueblo
recobre su libertad se restablecerá su observancia y, con arreglo a ella y a las leyes que
en su virtud se hubieren expedido, serán juzgados, así los que hubieren figurado en el
gobierno emanado de la rebelión, como los que hubieren cooperado a ésta.
con aprobación del Senado. Ningún tratado internacional podría desconocer los
principios políticos fundamentales que sostiene la Constitución.
El ejercicio originario de la soberanía popular se efectuó al reunirse el Congreso
Constituyente de 1917, como resultado de la Revolución mexicana. Un ejercicio deri-
vado de la soberanía lo puede realizar el poder revisor de la Constitución que prevé el artículo 135, el
cual, en mi opinión, no puede suprimir o alterar sustancialmente los principios o decisiones políticos
fundamentales que dan base e incorporan la Constitución vigente. En mi opinión, estos princi-
pios o decisiones políticos fundamentales son los siguientes: a) soberanía popular, lo
cual lleva implícita la independencia nacional; b) el concepto de los derechos indivi-
duales y sociales del hombre; c) el sistema representativo de gobierno; d) la división
de poderes; e) el sistema federal; f) la rectoría del Estado sobre el desarrollo nacional
y la economía mixta, y g) la separación del Estado y las iglesias.
Otra forma de ejercicio derivado de la soberanía es el que efectúa el pueblo por
medio de los poderes federales, en los casos de competencias de éstos, y por los de los
estados, en lo que toca a sus regímenes interiores, en los términos respectivamente
establecidos por la Constitución federal y las particulares de los estados, las que en
ningún caso podrán controvertir las estipulaciones del pacto federal (artículo 41).
Estas facultades de autodeterminación relativa son conocidas como autonomía.
1. El sistema federal
2. El municipio
3. División de poderes
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indebida a favor de una o varias personas determinadas y con perjuicio del públi-
co en general o de alguna clase social. Las leyes, dice este mismo artículo, fijarán
bases para que se señalen precios máximos a los artículos, materias o productos
que se consideren necesarios para la economía nacional o el consumo popular, así
como para imponer modalidades a la organización de la distribución de esos artícu-
los, materias o productos, a fin de evitar que intermediaciones innecesarias o exce-
sivas provoquen insuficiencia en el abasto, así como en el alza de precios. El artícu-
lo 28 establece también que la ley protegerá a los consumidores y propiciará su or-
ganización para el mejor cuidado de sus intereses.
Este mismo precepto, que caracteriza esencialmente al sistema económico
mexicano, establece que no constituyen monopolios las asociaciones de trabajado-
res formadas para proteger sus propios intereses, y las asociaciones o sociedades
cooperativas de productores. Tampoco constituyen monopolios los privilegios que,
por determinado tiempo, se concedan a los autores y artistas para la producción de
sus obras y los que para el uso exclusivo de sus inventos se otorguen a los inventores
y perfeccionadores de alguna mejora.
También se prescribe que el Estado, sujetándose a las leyes, podrá, en casos de
interés general, concesionar la prestación de servicios públicos o la expedición, uso y
aprovechamiento de bienes de dominio de la federación y que la sujeción a regíme-
nes de servicio público se apoyará en lo dispuesto por la Constitución y sólo podrá
llevarse a cabo mediante ley. Finalmente, este artículo clave para la configuración
del sistema económico mixto establece que se podrán otorgar subsidios a actividades
prioritarias, cuando sean generales, de carácter temporal y no afecten sustancial-
mente las finanzas de la nación.
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tenga alguna palabra o indicación cualquiera que la relacione con alguna confesión
religiosa. Se prohíbe toda reunión de carácter político en los templos.
De esta manera se superó la situación anormal de la suspensión parcial de las
disposiciones constitucionales y legales en esa materia y se asentaron las bases para
evitar en el futuro eventuales conflictos políticos por esta razón, que fueron para
México fuente de destrucción y discordia en el siglo XIX y en la Guerra Cristera de
finales de los años veinte. La separación entre el Estado y las iglesias sigue siendo un
principio político fundamental del constitucionalismo mexicano.
X. Conclusiones
amplia discusión pública sobre las iniciativas correspondientes, antes de ser aproba-
das por el poder revisor de la Constitución.
Sexta. En las circunstancias actuales es aconsejable que las revisiones constitu-
cionales que se propongan se adopten de manera gradual y sistemática mediante la
acción del poder revisor de la Constitución. Este procedimiento es más apropiado y
seguro que el de convocar a un nuevo congreso constituyente que tendría el riesgo
de provocar divisiones y querellas entre los mexicanos y de resultar en un texto in-
maduro y precipitado.
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Álvaro Matute**
Sumario: I. Deslinde. II. Las historias recordadas. III. Las historias reconstruidas.
IV. Prosopografía y revisión.
I. Deslinde
I
ntentar hacer un recorrido por las obras (libros y artículos) dedicados a historiar
la Constitución centenaria de 1917 y al Congreso que la elaboró, reclama como
punto de partida establecer un deslinde entre los dos principales tipos de aborda-
je a que ha sido sometido el tema en cuestión, al igual que él, a lo largo de casi una
centuria. ¿Qué tipo de deslinde? El que reclama separar lo histórico de lo jurídico. En
algunos casos, la tarea puede ser muy sencilla, dada la claridad con la cual un autor
analiza o juzga la materia a tratar, esto es, el Congreso y la Constitución; en otros
—que no son pocos— lo jurídico y lo histórico se mezclan de tal manera que resulta
difícil separar lo uno de lo otro. Y es que lo histórico abarca a lo jurídico y lo jurídico
toca elementos de tipo histórico sin los cuales sería imposible culminar cualquier tipo
de tratamiento. En un texto perteneciente a un libro dirigido mayoritariamente a
juristas, este deslinde no debiera tener carta de naturalización; sin embargo, las limi-
tantes de quien lo escribe —historiador— le indican la pertinencia de abogar en favor
suyo, con el fin de que la materia ausente —lo jurídico— no sea echada de menos por
parte de los lectores.1
* El título de este trabajo puede leerse como un plagio descarado a don Daniel Cosío Villegas,
quien en 1956 publicó un capítulo llamado “Vida real y vida historiada de la Constitución de 1857”.
Puede interpretarse de ese modo, pero el autor prefiere expresar que se trata de un homenaje a ese
gran maestro de la historia política.
** Instituto de Investigaciones Históricas, UNAM.
1 Así, por ejemplo, no abordo la ya clásica obra de Jorge Carpizo, La Constitución de 1917, pese a
Álvaro Matute
Además de críticos externos, como Jorge Vera Estañol,2 los primeros que historiaron
la elaboración de la Constitución de 1917 fueron algunos de los integrantes del pro-
pio Congreso Constituyente. Si bien muchos tuvieron presente el ejemplo dado por
Francisco Zarco con respecto al Congreso Constituyente de 1856-1857, dado que el
gobierno de Venustiano Carranza, en calidad de Primer Jefe, mandó hacer una nue-
va edición de la obra del célebre periodista, ninguno siguió su ejemplo de manera
inmediata. Así, por ejemplo, los artículos enviados por Rafael Martínez “Rip-Rip”,
no fueron compilados, como sí lo hizo Zarco en El Siglo XIX. Sólo tardíamente, Félix
F. Palavicini3 emprendió una tarea semejante. Al mismo tiempo, el también inge-
niero Juan de Dios Bojórquez escribió su Crónica del Constituyente4 y el profesor Jesús
Romero Flores dedicó un capítulo extenso a la asamblea queretana en sus Anales
históricos de la Revolución Mexicana,5 pero esto sucedía, a la manera de Dumás, veinte
años después. Más adelante, el ingeniero Pastor Rouaix6 se sumaría a estos autores.
Precisamente, Luis Cabrera fue quien evocó con la pluma al autor de Los tres
mosqueteros al juzgar lo que había pasado en México veinte años después de 1910,
1913 y 1917. Sus opiniones lo hacen ser un revisionista enjundioso. No trató especí-
ficamente al Constituyente. Para él fue sólo un marco de referencia a partir del cual
reprobaría a la que llamó “Revolución de ahora”. En ese marco, durante el gobier-
no del general Lázaro Cárdenas aparecieron tres libros que se pueden considerar
fundadores de la historiografía del Congreso Constituyente.
2 Vera Estañol, Jorge, Al margen de la Constitución de 1917, Los Ángeles, Wayside Press, 1919.
3 Palavicini, Félix F., Historia de la Constitución de 1917, México, Instituto Nacional de Estudios His-
tóricos de las Revoluciones de México, 2014. La edición original es de 1938.
4 Bórquez, Djed [pseud.], Crónica del Constituyente, México, Botas, 1938.
5 Romero Flores, Jesús, Anales históricos de la Revolución Mexicana, México, Ediciones Encuadernables
Soto y Gama, México, Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1959.
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Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México, 2015 y, del mismo autor,
Veinte años después, México, Botas, 1937.
8 Palavicini, Félix F., Mi vida revolucionaria, México, Botas, 1937.
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Uno de los más jóvenes integrantes del Constituyente, al que accedió en calidad
de suplente, pero la ausencia del propietario le permitió ocupar un sitio, incluso, en
una de las mesas directivas. Cercano a Álvaro Obregón y más tarde a Plutarco Elías
Calles, fue uno de los sonorenses destacados, más en los años posteriores a la lucha
armada que en ella misma, ya que ésta le tocó en la capital como estudiante de
Agronomía en San Jacinto. Alternó cargos políticos y diplomáticos, para llegar a ser
secretario de Gobernación en el primer gabinete del general Cárdenas, lo que le im-
plicó tener los días contados a partir de la expulsión del general Calles del país. No
obstante, le profesó fidelidad al michoacano y mantuvo cercanía con su ex compa-
ñero del Congreso, Francisco J. Múgica. Hombre de pluma, formó parte del Bloque
de Obreros Intelectuales. En 1938 dio a conocer su Crónica del Constituyente, libro que
fue acogido con una buena recepción por parte de los lectores interesados. Frente a
la aparente asepsia de Palavicini, la Crónica de Bojórquez, signada con el anagrama
Djed Bórquez, se ofrece como un libro de más militancia y establece como motor
del Congreso la aplicación de los jacobinos o radicales a reformar el proyecto de la
Primera Jefatura.
Combina de manera inteligente el relato memorístico, evocador, con la trans-
cripción de lo asentado en el Diario de los Debates, aunque en una escala mucho menor
a la de Palavicini. En cierta medida, los dos libros coetáneos actualizan los enfrenta-
mientos ocurridos en diciembre de 1916 y enero de 1917, ya que ambos se asumen
como portadores de la verdad acerca de lo sucedido en Querétaro. Ciertamente, el
tabasqueño fue uno de los protagonistas del Congreso, pero el sonorense, con habi-
lidad, colocó en primer plano la acción de los jacobinos. No es del todo casual que
una de las voces más potentes del sector radical ya apuntaba como precandidato a
la presidencia de la República. Intencionado o no, Bojórquez echa su cuarto a espa-
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das y logra un libro influyente que será seguido por historiadores posteriores, como
asienta Ignacio Marván en un comentario.9
El ingeniero Bojórquez también expresó sus vivencias como constituyente en
las entrevistas de historia oral que le hicieran James y Edna Monzón Wilkie ya al
acercarse el final de su vida. Complementa y sostiene lo que había escrito en 1938.10
etapa constructiva, México, Universidad Autónoma Metropolitana, 2001, vol. II, pp. 303-362.
11 Romero Flores, Jesús, Historia del Congreso Constituyente 1916-1917, México, Instituto Nacional de
Álvaro Matute
Los dos libros de estos constituyentes tienen en común ser póstumos. Una di-
ferencia central es que, en el caso del general jalisciense, antes ingeniero de minas,
Amado Aguirre, se trata de memorias que abarcan desde su ingreso a la Revolución,
hasta el momento de escribir su obra Mis memorias de campaña. Apuntes para la historia,13
lo cual ocurrió al inicio de su retiro del servicio activo en el Ejército Nacional, a
partir de 1936. Uno de sus orgullos era el haber formado parte del Congreso Cons-
13 Aguirre, Amado, Mis memorias de campaña. Apuntes para la historia, pról. Álvaro Matute, México,
El bloque radical estaba respaldado por el general Obregón, así como el que apoyaba
el decreto del Primer Jefe, como es natural, estaba respaldado por él. Los radicales
comparábamos la situación con la de Juárez y Comonfort en 1857, pero el señor Ca-
rranza más demócrata, más culto que Comonfort y profundo conocedor de nuestra
historia y de la del mundo, nos admitió todo lo que reformamos de su proyecto y al-
guna vez me manifestó que estaba complacido de nuestra colaboración y correspon-
sabilidad en la formación de la Constitución, como la teníamos en la lucha armada
(p. 285).
En algún momento comenta que, de haber sido aprobada la iniciativa del dipu-
tado yucateco Enrique Recio de suprimir en el artículo 129 (que pasó a ser el 130),
la confesión auricular y que los sacerdotes menores de 50 años debían estar casados
“…la rebelión llamada Cristera seguramente hubiera estallado desde entonces y se-
guramente las cosas hubieran sido de muy distinta manera…” Ni él ni el profesor
jalisciense Manuel Dávalos —católico declarado— votaron a favor de la iniciativa
de Recio. Después reúne y transcribe comentarios críticos de origen clerical, que
sobre todo circularon en Jalisco. Breves, pero ricas en datos las Memorias del general
Aguirre, quien más adelante sería subsecretario de Agricultura al lado de Pastor
Rouaix. Un detalle a rescatar que menciona es que, para diferenciarlos de los jaco-
binos, dentro de los que se ubica, llamaban senadores a los partidarios del proyecto
original del Primer Jefe.
Álvarez y Álvarez de la Cadena también caracteriza al Congreso desde la mira
de los radicales, entre los que se incluye, pero llama la atención acerca de un grupo
independiente, que apoyaba a unos u otros, según sus convicciones y la calidad de
14 Álvarez y Álvarez de la Cadena, José, Memorias de un constituyente, Enríquez Perea, Alberto
(comp.), Ludlow, Leonor (introd.), México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora-El
Nacional, 1992.
15 No es el único álbum de esta naturaleza. Hay editado otro más, que perteneció a David Pastrana
Jaimes: Los constituyentes ante su obra, 1917, pról. de Mariano Palacios Alcocer, México, Senado de la Re-
pública, 1985. La reproducción en los dos casos, Álvarez y Pastrana Jaimes es facsimilar y se acompaña
de una paleografía de los textos. En el caso de la edición de Álvarez, los referentes biográficos están
tomados de Romero Flores, Historia..., op. cit.
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Hubieron de pasar cuarenta años después de 1917 para que el tema histórico cons-
titucional volviera a llamar la atención, entonces, de los estudiosos. Fue más a pro-
pósito del centenario de la Constitución de 1857 que abogados e historiadores se
ocuparon de los temas constitucionales, sin que ello implique que hubieran estado
soslayados; pero el hecho del centenario le dio un nuevo aire a los estudios, en nues-
tro caso, históricos. El tema del Congreso y la Constitución comenzó a ser abor-
dado, ya no por testigos presenciales de los hechos, sino por nuevas generaciones
necesitadas, ya no de la rememoración, sino de la reconstrucción de los hechos
desde la perspectiva de un país que había cambiado, en parte gracias a la Constitu-
ción, la cual, a su vez, había resentido los cambios del país, que se había visto preci-
sado a modificar algunos artículos constitucionales. Por lo pronto, el entonces nuevo
Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, a tres años de
su fundación, comenzó a contar con una colección de libros sobre diversos temas
1917, los cuales pueden ser considerados como más técnicos por la manera de abordar los temas.
Medina fue ministro de la Suprema Corte de Justicia, al igual que José María Truchuelo y Paulino
Machorrro Narváez.
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revolucionarios, entre los cuales no podía faltar una Historia del Congreso Constituyente
de 1916-1917.19
19 Ferrer Mendiolea, Gabriel, Historia del Congreso Constituyente de 1916-1917, México, Instituto Na-
La Constitución es tratada en la octava parte, que consta de diez capítulos, pp. 489-579.
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Dejando a un lado las opiniones políticas de Vera Estañol, pero sin olvidar su
filiación porfiriana y su oposición a Madero, cabe mencionar la manera como ata-
ca el tema de la Constitución. Al principio de este trabajo se mencionó su libro Al
margen de la Constitución de 1917, que contiene críticas severas al texto constitucional
desde diversos puntos de vista: jurídico, político, ideológico y, por lo tanto, históri-
co, aunque esto último no estaba tan presente, dado que el trabajo está signado en
noviembre de 1919, esto es, al calor de los hechos, y desde el exilio. El libro de Vera
tuvo repercusiones entre el gremio de los abogados, sobre todo los de corte conser-
vador. Décadas más tarde, tras una preparación lenta, da a conocer, el mismo año
de su muerte, ese enorme legado de casi 800 páginas, en el cual abunda en argu-
mentos políticos y económicos antirrevolucionarios. Por ello es de interés recuperar
el gran alegato contra el texto constitucional y el contexto en que se gestó.
Para empezar, le resta legitimidad al Congreso, ya que la convocatoria es ex-
cluyente. De acuerdo con el abogado porfiriano, no hay representación nacional
auténtica, sino sólo de un sector, el de los vencedores. De ahí que se hayan dado
resultados que parecen producto de un monólogo. Él, a diferencia de Palavicini y
Bojórquez, no hace caso de divisiones internas. Puede haber matices, pero condena
en bloque todo lo hecho por los constituyentes. Analiza sectores de la Constitución
e incluso llega a citar párrafos textuales del Diario de Debates, pero no para encomiar
las posturas, como lo hicieron los constituyentes mencionados, sino para exhibirlos
o denostarlos.
Por su posición anti-oficial, el libro ha sido soslayado y algunas de sus afirmacio-
nes deformadas. Ciertamente es difícil sacudirse cuestiones como su colaboración
en el gabinete de Huerta. Ese contexto lo puede condenar; no obstante, su argumen-
tación es atendible, ya que no se trata de un coro lleno de estrofas laudatorias, sino
de señalar defectos y limitaciones. Opinión contra opinión.22
22 Los dos libros de Vera Estañol no están exentos de diatribas y alteraciones. Él también argumen-
ta haciendo uso de todo tipo de recursos. Lo importante es subrayar que no se deben desechar a priori
sus obras. Forman parte del pensamiento conservador mexicano.
23 Silva Herzog, Jesús, Breve historia de la Revolución mexicana, México, Fondo de Cultura Económica,
2 v., 1960 (Colección Popular, 17). La obra, a la fecha, sobrepasa los 100 000 ejemplares impresos.
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a la Constitución y sus artículos 3o., 27, 28, 123 y 130. Cita como apoyo a don Jesús
Romero Flores para encomiar la labor de los diputados radicales.
4. Charles C. Cumberland
Durante los años sesenta floreció una generación de historiadores de los Estados
Unidos cuyo principal mentor había sido Frank Tannembaum. Sus obras comenza-
ron a circular en su propio idioma y los viajes a México, de parte de ellos, fueron fre-
cuentes. Stanley R. Ross publicó una interesante biografía de Madero y, al final del
decenio, el entonces recién doctorado de Harvard, John Womack Jr., sorprendió con
un Zapata visto desde la historia social. En 1969 se celebró un importante congreso,
la Tercera Reunión de Historiadores Mexicanos y Norteamericanos, en Oaxtepec,
a principios de noviembre. A dicha reunión concurrieron los historiadores de Méxi-
co y los Estados Unidos y se dedicaron a discutir ponencias que versaban sobre los
avances historiográficos observados en los dos países. Hubo también algunos invita-
dos europeos. La intensidad había sido tal, que se acordó no celebrar las reuniones
en lapsos tan largos como los decenales y decidieron que cada cuatro años hubiera
una reunión que congregara a mexicanistas de los dos lados de la frontera.
En una sesión presidida por don Daniel Cosío Villegas participó Charles C.
Cumberland, quien en 1972 publicaría en inglés un importante libro que se sumaría
a los de Ross, Womack y Robert Quirk. (Éste sobre la Convención de Aguascalien-
tes). Las editoriales mexicanas se aprestaron a traducirlos. Uno de ellos fue, preci-
samente de Cumberland: La Revolución mexicana. Los años constitucionalistas.24 Libro
oportuno, ya que cubría la etapa nodal de la Revolución, de 1913 a 1917, dentro de
la cual la figura central era Venustiano Carranza. El tratamiento es riguroso y muy
rico. Consultó archivos de los dos países y muestra un conocimiento muy sólido de
la política exterior de su país, guiada por Woodrow Wilson.
En cuanto al Congreso y la Constitución, les concede el espacio necesario, en
el que desarrolla un análisis puntual a partir de una contextualización en la que los
elementos traídos a escena resultan significativos. Llama la atención sobre la rela-
tivamente escasa votación que recibieron los candidatos a disputados, que en su
mayoría se ostentaban como liberales o constitucionalistas, o ambas cosas. Observa,
por ejemplo, que “siempre será materia de discusión si los hombres que a mediados
de noviembre empezaron a llegar a Querétaro representaban realmente al pueblo
mexicano”. Destaca la inquina de Obregón y del secretario de Gobernación, Jesús
Acuña, contra Félix F. Palavicini, a quien querían impedir que ocupara un asiento
en la asamblea. Estos detalles ejemplifican el grado de penetración con el que Cum-
berland abordó el Constituyente. Su narración es impecable y observa los mitos
fraguados por otros historiadores que lo preceden, como Bojórquez, en el sentido en
que no fueron los radicales los “verdaderos” autores de la Constitución. Pondera la
sensatez de intervenciones oportunas de “conservadores”, que de no haber tenido
24 Cumberland, Charles C., La Revolución mexicana. Los años constitucionalistas, México, Fondo de
Álvaro Matute
lugar, el texto constitucional hubiera contenido más dislates de los que a juicio de
Vera Estañol tenía. En suma, un libro refrescante, oportuno.
5. Arnaldo Córdova
6. Berta Ulloa
25 Córdova, Arnaldo, La ideología de la Revolución mexicana. Formación del nuevo régimen, México, Ed.
Era, 1973.
26 El tema de la relación entre ideología y clase, que Córdova desarrolla desde una perspectiva
marxista renovada también fue desarrollado por Roman, Richard, Ideología y clase en la Revolución mexi-
cana. La Convención y el Congreso Constituyente, México, Secretaría de Educción Pública, 1976 (SepSetentas,
311). Originalmente fue una tesis doctoral en sociología, lo cual acaso le disculpa errores históricos. En
su momento fue objeto de mi atención. Mi comentario es reproducido en Matute, Álvaro, Aproxima-
ciones a la historiografía de la Revolución mexicana, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Históricas,
2005, pp. 99-103.
27 Ulloa, Berta, Historia de la Revolución mexicana 1914-1917. La Constitución de 1917, México, El
1. Peter Smith
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2. E. V. Niemeyer
28 Smith, Peter H., “La política dentro de la Revolución: el Congreso Constituyente de 1916-
cual está lleno de parafernalia matemática, así como saber trabajar con tarjetas perforadas. Entonces
como ahora se podía pensar que con el sentido común se podría llegar a los mismos resultados. Afor-
tunadamente la computación se simplificó enormemente.
30 Tema tratado en el apartado dedicado a Pastor Rouaix, de este artículo.
31 E. V. Niemeyer Jr., Revolution at Querétaro. The Mexican Constitutional Convention of 1916-1917, Aus-
Universidad de California, 1989, no consultada para este trabajo. Con propósitos divulgativos, la serie
de fascículos Nuestro Mexico, publicada por la UNAM en 1983-1984, co-coordinada por mí, publicó El
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que dentro del rubro militares no consideraran las profesiones o actividades previas a
su participación revolucionaria, lo cual les dio el grado con el que llegaron a Que-
rétaro. Subsanada esa omisión, se enriquece más la caracterización de los grupos
revolucionarios, en general y de los constituyentes en particular.
En los años recientes quien más y mejor ha abordado el tema del Constitu-
yente de 1916-1917 es este investigador del Centro de Investigación y Docencia
Económica (CIDE). Su trabajo incluye una nueva edición del Diario de los Debates,
dos artículos y un capítulo en un libro coordinado por él mismo. 33 Lejos de las
elaboraciones matemáticas de Peter Smith, de cualquier manera no se aparta del
camino abierto por el de Wisconsin, guiado por un puntual conocimiento de sus
fuentes, a saber, los datos biográficos de los constituyentes y sus discursos en el
Congreso, además de precisiones acerca de las votaciones que dieron en un sen-
tido o en otro durante el bimestre queretano. La caracterización profesional del
conjunto de abogados, le permite apartarse de generalizaciones repetidas desde
que el diputado Bojórquez estableció sus puntos de vista históricos. Pondera con
cuidado el saber jurídico de los constituyentes como elemento constructivo del
texto de los artículos constitucionales. El tema es que la división que se da en la
asamblea queretana a partir de la discusión del artículo 3o. y la aprobación del
texto propuesto por los radicales, no fue privativa de todo el resto del Congreso,
ya que hubo fluctuaciones y puntos en los cuales los radicales o jacobinos no ob-
jetaron el proyecto originario. Acude, para demostrarlo, a un manejo preciso de
cifras. Es claro y contundente. Su texto de 2010 rebasa el tratamiento particular
del Constituyente, ya que aborda la organización política propuesta en ensayos
escritos incluso antes de la Entrevista Díaz-Creelman, hasta el tiempo del Maximato.
Pero en el centro de todo se encuentra la discusión de los artículos 80-89 de la
Constitución, que tendieron a darle al presidencialismo su carta de aceptación.
Revisa, para ello, todo el contexto integrado por discusiones y revisiones historio-
gráficas al respecto. En suma, da una muestra cabal de la actualización de un tema
vital para la organización política de México.
Congreso Constituyente, recopilación de prensa del momento, por Angélica Oliver Pesqueira, con una lista
de los diputados con su distrito electoral, su lugar de nacimiento, profesión y edad.
33 Apartado el autor de estas líneas de la investigación del tema que nos ocupa por unos 20 años,
hasta hace tres meses tuve noticia de la nueva edición del Diario, patrocinada por la Suprema Corte de
Justicia, que no he podido consultar para este trabajo. Los textos referidos de Marván son: el ya citado
“Los constituyentes abogados en el Congreso de 1916-1917”, “¿Cómo votaron los diputados consti-
tuyentes de 1916-1917?”, Política y Gobierno, vol. XIV, núm. 2, 2007, pp. 309-347 y “La Revolución
Mexicana y la organización política de México: la cuestión del equilibrio de poderes, 1908-1932”,
en Marván Laborde, Ignacio (coord.), La Revolución mexicana, 1908-1932, México, Centro de Investiga-
ción y Docencia Económica-Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México-
Consejo Nacional para la Cultura y las Artes-Fondo de Cultura Económica, 2010, pp. 256-314.
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4. Javier Garciadiego
Ya concluido el presente ensayo, recibí del doctor Javier Garciadiego el texto del
que fue su discurso inaugural en El Colegio Nacional, en febrero de 2016 y que será
publicado en Historia Mexicana al inicio de 2017. El título es “¿Cuándo, cómo, por
qué y quiénes hicieron la Constitución de 1917?” Después de ponderar la Constitu-
ción como el documento más importante no sólo de la Revolución, sino de todo el
siglo XX mexicano, traza su ruta, es decir, cómo se llegó a su elaboración, desde
el estallido maderista, el Plan de Guadalupe y todas las acciones de participantes en
la lucha armada: zapatistas, los trabajadores de la Casa del Obrero Mundial, los de-
legados de la Soberana Convención revolucionaria, desde luego, sin omitir el ante-
cedente del Plan Liberal de 1906, esto es, el magonismo. Tras ese recorrido, aborda
los antecedentes directos de la redacción del proyecto que encargó Carranza a
sus colaboradores cercanos versados en materia jurídica, para llegar a las elecciones
de diputados, la instalación del Congreso, la formación de grupos al interior del mis-
mo, los elementos externos a ellos y algunos otros pormenores relativos al bimestre
queretano, para llegar a su conclusión. Notable por abarcar tantos elementos dentro
de los límites de lo que fue un discurso leído en el lapso de sesenta minutos.
El texto hace honor a la razón por la que fue elaborado y constituye la me-
jor síntesis que se puede leer al respecto, sin menoscabo de abordar las distintas
piezas historiográficas aquí tratadas y otras que estén por venir. Producto de la
revisión y el análisis atento de los materiales, representa un fruto maduro propio del
Centenario.
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Diego Valadés1
H
ablar de nuestra Constitución de 1917 significa hablar de la carta magna más
vanguardista de su época, un documento fundamental, que incluye al rango
constitucional, derechos laborales y agrarios, en la forma que los determina
y desarrolla, lo que hasta esa época no se había visto en ninguna otra Constitución.
En este capítulo deseamos referirnos, en forma enunciativa, a ocho antecedentes
que sirvieron como “Columna Vertebral Constitucional” de nuestra actual Consti-
tución, sin menospreciar a todas aquellas leyes a las que no haremos referencia en
esta síntesis histórico-jurídica, con base en que es un ensayo breve. Sin embargo,
vale la pena destacar que todas las legislaciones federales que ha tenido nuestro país
a lo largo de su historia, han aportado, ideas y principios, que moldean día a día
nuestras actuales instituciones, todas esas reglas, leyes y reglamentos viven y regu-
lan nuestro actual proceder.
Suspendida por el virrey Venegas poco después (1812), fue restablecida por Calleja al
año siguiente (1813) en alguna de sus partes: elecciones de ayuntamientos, de dipu-
tados para las Cortes de España y de representantes para las Juntas Provinciales, así
como en lo referente a la organización de los tribunales, encargados de sustituir a las
audiencias. El decreto de Fernando VII de 4 de mayo de 1814, que restauraba el siste-
ma absolutista al desconocer lo hecho por las Cortes, fue publicado en Nueva España
el 17 de septiembre del propio año, con lo que concluyó por lo pronto la precaria y
limitada vigencia de aquella Constitución. En marzo de 1820, como consecuencia del
levantamiento de Riego, Fernando VII se vio obligado a restablecer la Constitución
de Cádiz. En México se adelantaron a prestarle adhesión Campeche y después Vera-
cruz, por lo que el virrey Apodaca hubo de jurarla el 31 de mayo. De acuerdo con la
Constitución se reinstalaron los ayuntamientos, así como las seis Diputaciones Pro-
vinciales que en 1812 se habían autorizado para el territorio de la Nueva España. La
publicación de la Carta de Cádiz se incluye entre las leyes fundamentales de México,
no sólo por haber regido durante el periodo de los movimientos preparatorios de la
emancipación, así haya sido parcial y temporalmente, sino también por la influencia
que ejerció en varios de nuestros instrumentos constitucionales, no menos que por la
importancia que se le reconoció en la etapa transitoria que precedió a la organización
constitucional del nuevo Estado.3
neurales” por lo general breves, que ocurren ante eventos significativos (Ekman, P., An argument for basic
emotions. Cognition & Emotion, núm. 6, 1992, pp. 169-200). Asimismo, siguiendo a Damasio, entendemos
que “Las emociones son programas complejos de acciones, en amplia medida automáticos, confec-
cionados por la evolución. Las acciones se complementan con un programa cognitivo que incluyen
ciertas ideas y modos de cognición, pero el mundo de las emociones es en amplia medida un mundo de
acciones que se llevan a cabo en nuestros cuerpos, desde las expresiones faciales y las posturas, hasta los
cambios en las vísceras y el medio interno (Damasio, A.R., Y el cerebro creó al hombre, Barcelona, Destino,
2010, p. 173). Por su parte, los sentimientos son la interpretación subjetiva de las emociones (Sche-
rer, K.R., “What are emotions? And how can they be measured?”, Social Science Information, vol. 44,
núm. 4, 2005, pp. 693-727).
3 Tena Ramírez, Felipe, Leyes fundamentales de México1808-1985, México, Porrúa, 1985, p. 59.
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Con esto nos damos una clara idea del sentimiento de Rayón que a su vez lo
traslada al sentimiento de la propia Constitución, que será la de Apatzingan de 1814
la que recoja una gran parte de estos Elementos Constitucionales.
Antes de entrar en materia con la Constitución de 1814, conocida como
La Constitución de Apatzingán y que forma parte de nuestra “Columna Verte-
bral Constitucional”, abordaremos dos antecedentes directos, el primero, Acta Solem-
ne de la Declaración de Independencia de América Septentrional y la segunda, Los Sentimientos
de la Nación, ambos de José María Morelos y Pavón, por ser los antecedentes natura-
les de la Constitución referida.
Acerca del Acta Solemne de la Declaración de Independencia de América Septentrional, ex-
pone Burgoa Orihuela:
Por su parte, don José María Morelos y Pavón, a quien este mismo designó su “lu-
garteniente” y cuya personalidad como político alcanza mayores alturas que la muy
Nación de José María Morelos. Antología documental. Prólogo de Patricia Galeana. Selección, introducción y
notas de Miguel Ángel Fernández Delgado. México, INEHRM, 2013, p. 73.
5 Idem.
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venerable del antiguo profesor del Colegio de San Nicolás en Valladolid (Morelia), no
sólo continuó la lucha emancipadora que dejó trunca el Cura de Dolores, sino que pre-
tendió hacerla culminar en una verdadera organización constitucional. Así, bajo los
auspicios del gran cura de Carácuaro se formó una especie de asamblea constituyente,
denominada Congreso de Anáhuac, el 6 de noviembre de 1813 expidió el Acta Solem-
ne de la Declaración de Independencia de América Septentrional, en la que se declaró
la disolución definitiva del vínculo de dependencia con el trono español.6
En virtud de que este ensayo pretende enfocarse en los sentimientos del pueblo
mexicano en ese momento, a partir de las declaraciones leídas en los documentos
citados y la historia de ese periodo de nuestro país, podemos inferir que todas las
Constituciones, leyes, reglamentos y demás ordenamientos jurídicos, empiezan con
emociones, realidades, vivencias, hechos… que luego todas ellas se van transfor-
mando en forma interna, en el alma de los hombres, en sentimientos, ideas… y
luego éstos —ya vertidos en los documentos jurídicos— se convierten en los linea-
mientos y reglas del proceder humano.
No es una opinión surgida de pronto; podemos encontrar argumentos muy va-
liosos en el trabajo de András Sajó (2006), que en una de sus publicaciones señala:
“No es obvio que los sentimientos y los supuestos acerca de los sentimientos son cru-
ciales en el diseño constitucional o que la estructura constitucional tiene impactos
sobre las emociones sociales”.7
Para describir, aunque sólo sea posible a manera de inferencia, el sentimiento
nacional en 1813, observemos el Acta Solemne de la Declaración de Independencia de Amé-
rica Septentrional. Vale la pena transcribirla por su trascendencia y por reflejar la rea-
lidad y los anhelos de este prócer de la Independencia, que se encargó de recabar el
sentir de su pueblo y reflejarlo en este documento (donde las cursivas son nuestras).
Así tenemos:
6 Burgoa Orihuela, Ignacio, Derecho constitucional mexicano, México, Porrúa, 1985, p. 77.
7 El texto original dice:
It is not obvious that sentiments and assumptions about sentiments are crucial in setting up con-
stitutional design or that constitutional arrangements have impacts on social emotions. To show that
such relations are important I could use the genuine indignation that women´s rights triggered in
Afghanistan among the faithful, but I prefer to discuss fear, empathy, and compassion in democratic
constitutional contexts to illustrate the role of sentiments in limiting government power and in accept-
ing or rejecting certain fundamental rights.
Sajó, András, “Constitutional Sentiments”, Acta Jurídica Hungarica, vol. 47, núm. 1, 2006, pp. 1-13.
Este notable catedrático de derecho, magistrado de la European Court of Human Rights, señala en sín-
tesis: “My research hypothesis is that emotions, through complicated mechanisms, do have an actual
impact on constitutional design. By improving our knowledge regarding emotions, we can improve
constitutional design”.
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en tal concepto queda rota para siempre jamás y disuelta la dependencia del trono es-
pañol; que es árbitro para establecer las leyes que le convengan para el mejor arreglo
y felicidad interior, para hacer la guerra y paz, y establecer alianzas con los monarcas
y repúblicas del antiguo continente, no ménos que para celebrar concordatos con el
sumo pontífice romano, para el régimen de la iglesia católica, apostólica, romana y
mandar a sus embajadores y cónsules: que no profesa ni reconoce otra religión más
que la católica, ni permitirá ni tolerará el uso público ni secreto de otra alguna: que
protegerá con todo su poder, y velará sobre la pureza de la fe y de sus demás dogmas, y
conservación de los cuerpos regulares. Declara por reo de alta traición á todo el que se
oponga directa o indirectamente á su independencia, ya protegiendo á contribuir con
los gastos, subsidios y pensiones, para continuar la guerra hasta que su independencia
sea conocida por las naciones extranjeras; reservándose al congreso presentar á ellas
por medio de una nota ministerial, que circulará por todos los gabinetes el manifiesto
de sus quejas y justicia de esta resolución, reconocida ya por la Europa misma. Dado
en el palacio nacional de Chilpancingo a seis días del mes de noviembre do 1813 años.
Licenciado Andrés Quintana, vicepresidente. Licenciado Ignacio Rayón. Licenciado
José Manuel de Herrera. Licenciado Carlos María Bustamante. Doctor José Sixto Ver-
dusco. José María Liceaga. Licenciado Cornelio Ortiz de Zárate, secretario.8
como la patrona de México, radica los tributos impuestos por el trono español y de-
termina que será el 16 de septiembre el día de aniversario de la independencia de
México. Este documento está compuesto por 23 puntos, los cuales ya han sido resu-
midos y que claramente nos permean y deja ver la dirección que Morelos estatuye
en este documento que finalmente concluye con la Constitución de 1814, conocida
también como Constitución de Apatzingán.
La Constitución de Apatzingán, ya con una organización documental bien es-
tructurada, dictamina acerca de la soberanía, los ciudadanos y sus derechos y sus
obligaciones, la ley, la forma de gobierno, esto es, el Supremo Congreso, juntas
electorales, Supremo Gobierno y Supremo Tribunal de Justicia. Esta es la primera
Constitución ya en forma para el México Independiente, aunque existen detractores
de este importante documento jurídico, como es el caso del historiador guanajuaten-
se, Lucas Alamán, quien a este respecto nos comenta:
Los principios y definiciones generales con que comienza [dicha Constitución] son to-
mados de los escritores franceses del tiempo de la Revolución, la división de poderes,
sus facultades, y el sistema de elecciones en tres grados de sufragios, es una imitación o
copia de la Constitución de las Cortes de Cádiz: la administración de hacienda y jui-
cios de residencia de los funcionarios de la más alta jerarquía, un recuerdo de las Leyes
de Indias. Considera Alamán, sin embargo, que dicha Constitución “…es muy prefe-
rible a otras de las varias que después se han hecho y que en vez de arrojarse a otras
imitaciones que tan perjudiciales han sido, hubiera sido mejor adoptarla, haciendo en
ella las variaciones y reformas convenientes”. Concluye sosteniendo: “La experiencia
no pudo servir para calificar el mérito de las instituciones que pretendieron que se
llegase a plantar, ni el Estado del país era tal que pudiese permitir ningún género de
gobierno regular, en el completo desorden y anarquía en que todo estaba, y así sólo
hemos podido formar algún juicio de aquella Constitución, comparativamente por los
resultados que otras han producido.9
Esta crítica de Lucas Alamán, desde luego con gran peso y conocimiento de
causa, se considera un poco injusta, ya que si bien es cierto que esta Constitución no
dio los resultados que se esperaban, no menos cierto es que esta Constitución y la
de Cádiz, son las piedras torales sobre las que se cimentan las posteriores Constitu-
ciones de nuestra nación. Una cosa que es de llamar la atención de la Constitución
de Apatzingán es su artículo 4o., que se transcribe a continuación con unas cursivas
nuestras:
Sin mayor esfuerzo intelectual se advierte que los hechos histórico-políticos que se su-
cedieron desde la proclamación del Plan de Iguala el 24 de febrero de 1821 hasta la
expedición de la Constitución federal del 4 de octubre de 1824, así como los diferentes
documentos públicos que de ellos se derivaron y los cuerpos gubernativos que opera-
ron durante ese breve periodo, tuvieron una finalidad común: establecer para México
una organización política, es decir, estructurar políticamente al pueblo mexicano. Esta
finalidad se consiguió definitivamente por primera vez en la vida independientemen-
te de nuestro país con la mencionada Constitución, la cual, en consecuencia, fue el
ordenamiento jurídico fundamental primario u originario de México, o sea, que en ella
se creó el Estado Mexicano.
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Como nota relevante de esta Constitución está la creación del Supremo Poder
Conservador, que no era otra cosa que un poder que controlaría los tres poderes,
esto es Poder Legislativo, Supremo Poder Ejecutivo y Poder Judicial de la República
Mexicana, pero para los efectos del presente ensayo, esta Constitución ya no hace
referencia alguna acerca de la felicidad, no la menciona y a partir de esta ley ya no
se toca el concepto felicidad como en sus inicios.
La Constitución de 1857 encontró una base muy sólida proveniente de la Cons-
titución de 1824, como casi en todos los casos, las Constituciones posteriores re-
toman algo, mucho o poco de sus predecesoras, este es el caso de la Constitución
de 1857 que tal parecería que entre la del 24 y la del 57 no habría muchas cosas
en común, pero, nada más alejado de la verdad, ya que la Constitución del 57 se
conformó con muchísimos artículos de la de 1824. Así lo manifiesta Emilio O. Ra-
basa, que en su obra El pensamiento político del Constituyente de 1856-1857, manifiesta:
“Arriaga, en la sesión del 25 de agosto de 1856, como presidente de la Comisión de
la Constitución, presentó un cuadro comparativo de los artículos del proyecto “que
Añadió Arriaga: Estos artículos son nada menos que los 47 siguientes del proyecto:
45, 46, 49, 51, 52, 54, 55, 56, 59, 60, 61, 62, 63, 64, 65, 70, 71, 72, 76, 77, 78, 80,
81, 82, 84, 85, 86, 87, 88, 89, 90, 91, 92, 93, 94, 95, 97, 103, 104, 110, 111, 112, 113,
115, 119, 121 y 124, que se refieren a la soberanía nacional y forma de gobierno, a la
división de los poderes públicos, a la organización del Congreso, a las elecciones, a
la inviolabilidad de los diputados, a algunas de las facultades del Congreso, al derecho
de iniciativa, a los proyectos de ley que deben tenerse por desechados, a la apertura de
las sesiones, a los periodos de éstas, al carácter de las resoluciones del Congreso, a la
organización del Poder Ejecutivo, a los requisitos para ser Presidente de la República,
a la posesión, duración y vacante del mismo funcionario, al juramento del mismo, a las
facultades del Ejecutivo, a la residencia del mismo, a la organización de los ministerios,
a los requisitos para ser ministro, a la distribución de los negocios de los ministerios, a
la organización del Poder Judicial y particularmente de la Suprema Corte, a la orga-
nización y funciones del Consejo de Gobierno, al régimen interior y a las obligaciones
de los Estados, al objeto de los actos de los poderes federales, a la indemnización de los
altos funcionarios y al juramento de la Constitución.13
Sean cuales fueren los defectos que por deficiencia o exceso pueda tener la obra a que
dais cima en estos momentos, hay en ella una prenda que asegurará para lo futuro su
estabilidad, ya que siendo la expresión genuina de necesidades seculares y correspon-
diendo a los deseos ingentes de la nación, no se verán en lo sucesivo como un sueño de
difícil e imposible realización, sino algo que es fácil de entrar en los usos y costumbres
nacionales, para formar el espíritu público y el concepto grandioso de la patria, por la
práctica de las instituciones democráticas, que, nivelando a todos los hijos de este país,
los estreche en vínculo indisoluble con el sentimiento de solidaridad en los medios de
acción y en el esfuerzo de buscar la felicidad común.14
Ambos conceptos guardan cierta relación con las normas de la corrección constitu-
cional, categoría examinada y reelaborada por Romano y continuada por su discípulo
Biscaretti Di Ruffia y otros. Romano apunta, casi al inicio de su trabajo, que, de un
lado, la corretezza costituzionale se contrapone al derecho constitucional estricto y, de
otro, reenvía al sentimiento común. Relaciona la corrección constitucional con la mo-
ral política. Entre las normas de la moral política, figuran algunas reglas y principios
ajenos a un auténtico fundamento ético, porque son reglas menos imprecisas y absolu-
tas, menos inderogables y, por tanto, más convencionales y formales. Son mucho más
contingentes respecto aquellas que manifiestan, explícitamente, el sentimiento moral
en sentido estricto. Esto no quiere decir que el concepto de corretezza excluya el con-
cepto de moral, pues mantiene cierta relación, pero aquel, además de otras reglas que
arrancan del sentimiento ético, se refiere también a normas que disciplinan relaciones
extrínsecas de la vida pública y pueden descansar en la simple convivencia o en alguna
práctica. La corrección constitucional es una especie de medida equitativa muy some-
tida a apreciaciones discrecionales que señala límites, aunque variables e inciertos, en
una materia que, por su propia naturaleza, no tolera determinaciones más concretas.
En este orden de cosas, asume gran importancia para los fines del derecho público un
tipo medio de hombre político correcto, el cual no debe encontrar responsabilidades
en cualquier transgresión leve de las reglas a las que debe ajustar su conducta, pues
ello paralizaría su acción. Tampoco debe violar, impunemente, aparte del derecho,
otras normas que constituyen el uso o la moral política, si tales violaciones adquieren
cierta relevancia. El derecho constitucional siente la necesidad de una figura en ciertos
aspectos semejante a la del derecho privado: el bonus pater familias. La corrección cons-
titucional se presenta como un complejo de reglas de diversa naturaleza y cumple dis-
tintas tareas. Es moral política, es medida media de equidad, de buena fe, de diligencia
y valor en la vida pública; es buen uso de los poderes discrecionales; se entiende como
compromiso de honor entre los partidos; educación política respecto a los particulares;
deferencia mutua, respeto, cortesía entre los poderes públicos, es ceremonial, etiqueta,
práctica, rutina, convencionalismo, pero no es derecho. Estas últimas afirmaciones se
aproximan, evidentemente, al concepto de sensibilidad constitucional porque entre ellas
cabe distinguir manifestaciones de índole moral (moral política, equidad, buena fe,
compromiso de honor) de otras más subalternas pero importantes (deferencia, respeto,
cortesía, ceremonial, etiqueta, rutina, convencionalismo). Parece claro que tales signi-
ficativas y eficaces manifestaciones, propias de un sistema parlamentario, basado en un
régimen de partidos con larga tradición democrática brotan, en última instancia, de
un acervo común que datan de mucho tiempo. Trátese de una latente potencialidad,
ínsita en la sociedad, que se patentiza por la opinión pública, que aplica la clase polí-
tica (gobierno y oposición) e impregna como eficaz lubricante a todos los engranajes
estatales. Así, la sensibilidad constitucional se expresa ya como corrección constitucio-
nal para cumplir las misiones antes aludidas, ya como sentimiento constitucional que
fortifica la adhesión de la ciudadanía al ordenamiento constitucional establecido y a
su aplicación y desarrollo por sus operadores políticos. Mientras la corrección consti-
tucional actúa para preservar las interrelaciones institucionales y orgánicas, evitando o
por lo menos aminorando roces y enfrentamientos peligrosos o inconvenientes, y, por
ende, versa sobre el funcionamiento regular y armónico de todo el engranaje estatal,
el sentimiento constitucional contribuye a legitimar y a socializar ese funcionamiento.
En países, como el nuestro, que no cuentan con una larga e ininterrumpida tradición
democrática, la sensibilidad constitucional, en su doble expresión de corrección y sen-
timiento constitucionales, es capital. Por eso, hay que favorecer las condiciones para
que surjan y se mantengan. En la mente de todos están los ejemplos de choques entre
diversos órganos del estado, de enfrentamientos entre los partidos y aun dentro de ellos
mismos. Refiriéndome brevemente ahora a este último caso, recordaré que la exigen-
cia del artículo 6o. de la Constitución respecto a que la estructura interna y funciona-
miento de los partidos deberán ser democráticos, implica por razones lógicas, sistemá-
ticas y valorativas (pluralismo político, artículo 1.1 y concordantes) que, a su vez las
relaciones interpartidistas también deberán serlo. A estos argumentos hay que añadir
el de la sensibilidad constitucional, puesto que un sistema partidario que se ajusta a la
corrección constitucional incrementa el funcionamiento y regularidad constitucionales
y si, además, suscita el sentimiento constitucional, intensifica la vinculación moral de
los ciudadanos a sus instituciones políticas.15
15 Lucas Verdú, Pablo, El sentimiento constitucional, España, Instituto Editorial Reus, 1985, p. 234.
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Aclarado lo anterior, tratemos del tema acerca de la relevancia jurídica del sentimiento
constitucional. Falzea sostiene que los por él llamados fatti di sentimento pueden adqui-
rir relevancia jurídica sólo cuando acompañan a factores externos (por lo general, a
hechos de conducta). Pero esto no basta. Es menester que los hechos de sentimiento
jueguen su papel, distinto del desempeñado por el hecho exterior, en el ámbito de la
norma. Así, pues, el sentimiento tiene relevancia jurídica cuando su presencia influye
de algún modo sobre la constitución del efecto, o sea, forme parte, con título pro-
pio de la situación normativa causal —o bien sobre la realización del efecto—, es decir,
integre el componente de hecho de la situación normativa efectiva. Si esto falta, el sen-
timiento puede constituir un presupuesto genérico de la disciplina jurídica de un ins-
tituto e influir como medio de interpretación, pero no puede pretender la calificación
de “hecho jurídico”. El autor distingue, para tratar la regulación jurídica de los fatti di
sentimento, entre sentimientos-valores y sentimientos-disvalores. El derecho favorece a
los primeros de modos diversos, entre éstos brotan dos situaciones jurídicas básicas que
se vinculan al poder y al deber: el poder de expresar, manifestándolo o activándolo, o,
en cambio, el deber de respetar con palabras o acciones el sentimiento tutelado. Cabe
que se refuerce el poder cuando se trata de sentimientos cuyo cumplimiento favorezca
especialmente a la comunidad: actos de valor en la vida civil o militar. A su vez, el de-
ber se refuerza con la sanción en caso de no observarse: cobardía castigada por la ley
militar. El derecho tiende a considerar a los sentimientos valiosos como valores ético-
objetivos y los regula en función de esta forma de relevancia jurídica.16
Este ensayo tiene entre otras finalidades, hacer un estudio somero a lo largo
de la historia constitucional de nuestro país, describir qué cartas magnas o actas
constitucionales, han resultado de gran trascendencia y que han sido influyentes en
nuestra actual Constitución. El presente ensayo mostró como legislaciones de vital
importancia las siguientes:
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sus estudios sobre esta materia, serán esenciales, no solamente para la Academia, sino
también para nuestro régimen político, social y económico, que tan necesitado está de
análisis serios, documentados y lleno de propuestas, que señalen con claridad el rumbo
que todos debemos seguir, desde nuestras respectivas especialidades, para colaborar
para el desarrollo positivo de nuestro país.19
17 Frías, Martha, “Psicología jurídica, una aproximación desde la psicología positiva”, en Chan,
Claudia et al. (coords), Aportaciones a la psicología jurídica y forense desde Iberoamérica, México, El Manual
Moderno, 2014.
18 García-López, Eric (coord.), Psicopatología forense. Derecho, neurociencias y sistema de justicia penal,
Valadés, Lima, Universidad Inca Garcilaso de la Vega, Instituto Iberoamericano de Derecho Constitu-
cional, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas.
20 García López, Eric, op. cit., p. 31.
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Sumario: I. Primer cuadro: 1824: nace el Estado federal. II. Segundo cuadro:
1857: el Estado liberal. III. Tercer cuadro: 1917: el Estado liberal-social.
L
o anterior constituye la caracterización que de sus colegas hizo Jesús Romero
Flores, el último sobreviviente de los constituyentes de 1917.
Por su parte, el ideólogo de la Revolución y Constitución, Luis Cabrera,
con su característica precisión y buen humor, así personificó a algunos de los constitu-
yentes:
titución Política de los Estados Unidos Mexicanos, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas,
1993, pp. 161-176.
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Emilio O. Rabasa
Hace 75 años los antes mencionados, y otros más no menos apasionados patrio-
tas, hicieron y nos legaron la Constitución que ahora nos rige.
Por un lado, a no dudarlo, fue una obra revolucionaria, ahora realizada ya no
con las armas, sino con las nuevas y progresistas instituciones que crearon en torno
a la educación, los monopolios, la reforma agraria, el municipio libre, las relaciones
laborales y la situación Estado-Iglesia, por citar sus principales logros.
Pero también fue, en buena parte, labor heredada y de respeto a instituciones y
principios transmitidos en casi un siglo de azarosa vida independiente. El federalis-
mo, proclamado en el Acta y la Constitución de 1824, y las libertades humanas —y
su excelente medio de protección, el amparo—, la soberanía popular, establecidos
en la Constitución de 1857, fueron decisiones del pueblo mexicano, también logra-
das, en su momento, con la fuerza de las armas y por el inquebrantable coraje de
aquellos constituyentes. Estas decisiones populares fueron aceptadas y reproducidas
por los legisladores del “17”. Así, aquí en Querétaro, evolución y revolución, pasado
y presente, quedaron plasmados en un solo documento supremo.
Prolijo resultaría, y desbordante del tiempo otorgado a esta conferencia, inten-
tar hacer una historia, ni siquiera somera, de todas nuestras Constituciones. Por eso
y dado que considero que hay tres momentos capitales de nuestro devenir consti-
tucional, mejor sólo a ellos me referiré en particular. Constituyen tres cuadros, tres
pinturas, cuyos trazos revelan los tres momentos cupulares de nuestra historia cons-
titucional. A saber:
debiera tener, ya que fue el recinto donde se elaboraron los primeros documentos
constitucionales, por lo que debiera ser severo y respetable monumento nacional—
tuvo lugar, en ese templo, el primer gran debate de nuestra vida institucional, el
debate por la instalación del centralismo o del federalismo.
La gran cuestión del Constituyente de 1824, fue la adopción del federalismo.
No tanto por haber sido los primeros códigos políticos de la nación, suficiente hecho
para significarlos a través del tiempo, cuanto por el sistema gubernamental específico
que implantaron, el Acta Constitutiva y la Constitución de 1824, han resultado en
nuestra historia y dentro de nuestras instituciones políticas, de enorme trascendencia.
Los términos “república”, “representativa” y “popular” del artículo 5o. del Acta
Constitutiva, que aparecen en el 4o. de la Constitución, no merecieron mayor co-
mentario en el Constituyente, siendo aceptados casi por unanimidad e ingresando a
nuestra vida política institucional sin controversias serias, ni con exclamaciones de
entusiasmo, a pesar de que cada uno de los conceptos señalados representaba toda
una teoría política y, todos juntos, un lento proceso histórico que se concretaba en el
siglo XVIII, formando una diferente era política.
Lo “federal”, no tanto, por supuesto, la palabra, sino el concepto —que en-
cuentra su desarrollo inicial en el artículo 6o. del Acta, por el que se prescribe la
soberanía de los estados, y su caracterización, en todo el demás articulado del Acta
y de la Constitución— resultó ser el problema de problemas, punto crucial en donde
se inician las dos grandes corrientes ideológicas antagónicas, con breves intervalos,
del sistema constitucional mexicano. Tanto en el debate del “24”, como a través de
toda nuestra historia, y todavía en la actualidad, los. argumentos de uno y otro lado,
se han sucedido con ritmo inacabable que la pasión de las ideologías acrecienta y el
recuerdo de nuestro pretérito estimula.
El rompimiento brusco con el pasado; el otorgar a los estados, ya de por sí en-
soberbecidos, su autonomía con lo que se enfrenta a múltiples poderes al poder
central; la falta de autosuficiencia económica de las entidades; los dispendios que
originaría la federación; el ejemplo reciente de Colombia y lo exótico y descono-
cido del sistema; fueron los principales motivos expuestos por los centralistas para
negar a Ramos Arizpe la forma de gobierno que presentó en el Acta Constitutiva.
Todas las argumentaciones revelaban, no obstante, una sola cosa: el deseo centra-
lista, valga la expresión, de obtener una concepción republicana de la monarquía.
No pudiendo sostener ya ningún tipo de monarquía, ni aun la moderada, que ya no
sólo resultaba anacrónica sino reprobaba históricamente y con resultados negati-
vos por las tentaciones de Iturbide, la República era aceptada, tenía que ser acepta-
da por todos; pero en el fondo debería ser, para satisfacción de los tradicionalistas,
una forma disimulada de la monarquía.
En cuanto a los federalistas, sus principales argumentos fueron: que debía adop-
tarse el gobierno federal porque era la voluntad general de la nación, por la presión
que en tal sentido ejercían en ese momento las provincias (especialmente Yucatán,
Jalisco, Veracruz, Puebla y Querétaro), porque el sistema permitía un enlace entre
todas las entidades, para que éstas pudieran protegerse sin la ayuda que el gobierno
central no podía proporcionarles y porque la prosperidad norteamericana segura-
mente se debía a la selección de esa forma de gobierno.
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neral. Para rematar el absurdo, se decretó que el Supremo Poder Conservador sólo
era responsable ante Dios. Menos mal que no se atrevieron a ordenar que también
los actos de Dios mismo podrían ser nulificados por el Supremo Poder Conservador.
Ese Supremo Poder habría de ser cancelado por las Bases Orgánicas de la República
Mexicana de 1843, que reiteraron el régimen centralista de gobierno.
La historia política de México y de sus Constituciones ha sido pendular. Contra
el feroz centralismo ejercido por la metrópoli sobre su colonia de la Nueva España,
los constituyentes de 1824 lograron instituir en la carta fundamental el federalismo.
Santa Anna, que inicialmente se había pronunciado por esta forma de gobierno,
una vez en el poder y dueño absoluto de todas las voluntades, logró instaurar en
las Siete Leyes Constitucionales de 1835 y en las Bases Orgánicas de 1843 el centralismo.
Contra la actitud dictatorial del jalapeño, los hombres progresistas de la República
insistieron en que se volviese a adoptar el federalismo, auxiliado por los estados ce-
losos de su autonomía.
Las Bases Orgánicas de 1843, rigieron por un poco más de tres años, pero habrían
de sucumbir a pronunciamientos y revueltas que deseaban la convocación de un
nuevo constituyente para poner en vigor otra vez los documentos constitucionales
del “24”. Fue el propio Santa Anna quien, ante lo evidente y después de su enésimo
regreso a México, se declaró, con su acostumbrada veleidad política, liberal, demó-
crata, federalista y en contra de toda monarquía.
Otra vez habría de ser convocado un Constituyente, el que produjo el Acta Cons-
titutiva y de Reformas de 1847. Desarrolló sus trabajos cuando todavía rondaba Santa
Anna y en el momento en que allá, en Paso de Cortés, ya se escuchaban los caño-
nazos del abusivo y arrogante invasor norteamericano. La patria seguía padeciendo
tribulaciones.
Aquí, la figura señera fue la de Mariano Otero quien, con su voto particular,
logró la reimplantación del sistema federal, a través de la restauración de la Consti-
tución de 1824 y la introducción del amparo, a nivel federal.
A escasos dos meses de firmado el segundo tratado que también nos desmembraría
territorialmente —el de la Mesilla—, en el pequeño poblado de Ayutla, Guerrero,
el 1o. de marzo de 1854, el coronel Florencio Villarreal y otros valientes soldados,
proclamarían el Plan de Ayutla que cesaba, ¡al fin!, en el poder público a Antonio Ló-
pez de Santa Anna, convocaba a elegir un presidente interino de la República y a
un congreso extraordinario para constituir a la nación bajo la forma de “República
representativa popular”. No se decía si se adoptaría el federalismo, implantado por
la Constitución de 1824, y reinstalado merced el Acta de Reformas de 1847, o si
persistiría el centralismo de la era santanista.
El Congreso Constituyente inició sus labores el 18 de febrero de 1856, mismo
año en que, allá en la lejana Europa, el emperador austriaco Francisco José visitaba
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cias y época en que fue logrado. La discusión del artículo 15 hizo aflorar con nitidez
las posiciones ideológicas contrastantes en ese tiempo y —quizá hasta ahora— obli-
gó a pronunciamientos claros y derrotó la “tesis de la omisión”. La causa liberal se
anotó un éxito con la supresión, para siempre, de una religión exclusiva y oficialista
enclavada dentro de nuestros textos constitucionales.
Por otro lado, la mecha estaba prendida. A partir del artículo 15, y su debate,
quedaba escindida la nación, división que habría de prevalecer y originar los graves
acontecimientos que se suscitaron después de la aprobación de la Constitución de
1857: la Guerra de Tres Años y la Intervención.
Así, la Constitución de 1857, concisa y progresista, generadora de múltiples
aportaciones, sería de las mejores entre las nuestras. Sin embargo, a partir de su na-
cimiento, tendría una existencia dividida y azarosa. Formalmente, y con reformas,
prevaleció hasta la aprobación, también un 5 de febrero, de la de 1917 actualmente
en vigor, pero en verdad, por la Guerra de Tres Años, la Intervención, la aplicación
especial que de ella tuvo que realizar Juárez y la teórica observación efectuada por
Díaz, la tornaron intermitente en su vigencia y singular en su cumplimiento.
En este venerable recinto, a las 3:50 de la tarde del 1o. de diciembre de 1916, se
inició la sesión inaugural del Congreso Constituyente de Querétaro con la asisten-
cia de 151 diputados presididos por el representante de Jalisco, Luis Manuel Rojas.
Estuvieron aquí, entre otros distinguidos constituyentes: Félix F. Palavicini, José Na-
tividad Macías, Hilario Medina, Alfonso Cravioto, Paulino Machorro y Narváez,
Francisco J. Múgica, Gerzayn Ugarte, Andrés Magallón, Juan de Dios Bojórquez, y
Heriberto Jara. Por Querétaro comparecieron: Juan N. Frías, Ernesto Perusquía
y José María Truchuelo.
Aquí se presentó el Primer Jefe del Ejército Constitucional, encargado del Po-
der Ejecutivo de la Nación, Venustiano Carranza, a decir: “Una de las más grandes
satisfacciones que he tenido hasta hoy, desde que comenzó la lucha…, es la que ex-
perimento en estos momentos, en que vengo a poner en vuestras manos, el Proyecto
de Constitución Reformada”.
Aun cuando el título oficial de la carta que ahora nos rige es el de “Constitución
Política de los Estados Unidos Mexicanos que reforma la del 5 de febrero de 1857”,
el ilustre Constituyente por Guanajuato, Hilario Medina, seguramente interpretan-
do el sentir general, escribió: “La Constitución de Querétaro es una nueva Consti-
tución, no una simple reforma de la anterior”.
Es que aquí, en Querétaro, a la revolución armada que había encabezado el
Varón de Cuatro Ciénegas le añadieron otra, la institucional. Al proyecto original de
Carranza le fueron adicionadas tremendas y revolucionarias novedades.
Pocas revoluciones —las que en verdad lo son— prevén el resultado final o la
consecuencia última de su acción.
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—— El caciquismo, o sea, “la presión despótica ejercida por las autoridades loca-
les en perjuicio de las clases proletarias…”.
—— El peonismo, es decir, “la esclavitud de hecho o servidumbre feudal en que
se encuentra el peón jornalero…”.
—— El fabriquismo, esto es, “la servidumbre personal y económica a que se haya
sometido de hecho el obrero fabril…”.
—— El hacendismo, o sea, “la presión económica y la competencia ventajosa que
la gran propiedad rural ejerce sobre la pequeña…” que produce “la cons-
tante absorción de la pequeña propiedad agraria por la grande”.
—— El extranjerismo, esto es, “el predominio y la competencia ventajosa que
ejercen en todo género de actividades sobre los nacionales…”.
Conocidos son los principales planes que determinaron las causas de la revolu-
ción en sus dos etapas, la maderista y la carrancista. De exclusivo contenido político,
lo fueron el Plan de San Luis Potosí, de Madero, y el de Guadalupe, de Carranza.
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Querétaro, Qro., abril 28 de 1992.
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E
l liberalismo fue el discurso político dominante en México durante la mayor
parte del siglo XIX. A principios del siglo, las ideas liberales circularon en
México debido, en gran medida, a la influencia del liberalismo gaditano en la
América hispana. En su gran mayoría, los partidarios de la independencia afirmaron
las ideas de soberanía popular, igualdad ante la ley, libertad de pensamiento y de
prensa, representación, el carácter convencional de la autoridad política y la división
de poderes. Tras la independencia, el liberalismo empezó a constituirse como la ideo-
logía de un grupo político específico, el grupo liberal. Pero no fue sino hasta mediados
de siglo, en el contexto de confrontación con el grupo conservador y con el poder de
la Iglesia católica, que el credo liberal adquirió contornos definidos en relación con
otras alternativas políticas. Con el triunfo definitivo de los liberales sobre los conser-
vadores tras el fracaso del segundo experimento imperial del México independiente,
el liberalismo se convirtió en la ideología oficial del grupo político en el poder.
A pesar de haber sido el discurso político dominante durante la mayor parte del
siglo, sería un error concebir al liberalismo decimonónico como una ideología que
mantuvo su identidad y coherencia interna. Por el contrario, qué se entendió por
“liberalismo” o por “ideas liberales” mutó significativamente durante el periodo (y
continuó haciéndolo en los siglos posteriores) en relación con las cambiantes confi-
guraciones políticas. En un primer momento, por “liberalismo” se entendió, sobre
todo, lo que los liberales gaditanos afirmaron en los debates que sostuvieron en Cá-
diz y en las ideas que plasmaron en la Constitución de 1812. Entre las demandas
liberales centrales se encontraban las de igualdad ante la ley, libertad de pensamien-
to y de prensa, representación y división de poderes. En un segundo momento, el
I. La influencia de Cádiz1
1 Una versión anterior de esta sección se encuentra en Rivera Castro, Fabiola, “Liberalism in La-
tin America”, Zalta, Edward N. (ed.), The Stanford Encyclopedia of Philosophy, 2016. Disponible en: http://
plato.stanford.edu/archives/spr2016/entries/liberalism-latin-america.
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ción francesa. Sin embargo, la Constitución de 1812 exhibe una fuerte influencia de
las ideas políticas de la revolución francesa y, más específicamente, de la Constitu-
ción francesa de 1791.2 En dicha Constitución se aprecia la influencia del racionalis-
mo de la ilustración, el discurso racionalista del derecho natural, así como las ideas
políticas de Montesquieu y de Rousseau, para mencionar a los dos autores más ci-
tados.3 Los diputados liberales afirmaron la igualdad natural de los hombres y la so-
beranía nacional. En conformidad con el modelo francés, la Constitución estableció
una división de poderes que privilegió al legislativo como el poder que representaba
a la nación. Este último estaba constituido por una legislatura unicameral en la que
estuvieron ausentes las disposiciones especiales que tradicionalmente habían privi-
legiado a la nobleza y al clero. Además de ello, el legislativo tenía primacía sobre el
poder ejecutivo en manos del monarca.
El discurso liberal heredado de la revolución francesa a través de la Constitu-
ción de Cádiz proveyó el lenguaje en el que los actores políticos hispanoamericanos
demandaron la emancipación respecto del régimen colonial. Por ello, muchos de los
partidarios de la independencia afirmaron las ideas liberales, si bien no necesaria-
mente se concebían a sí mismos como “liberales”. El discurso de liberación apeló
a la noción de soberanía popular con el fin de justificar la emancipación. La repre-
sentación y la igualdad civil constituyeron demandas centrales en una región que
carecía de experiencia en la práctica de la representación política, con excepción del
breve intervalo en que la Constitución de Cádiz se mantuvo vigente (entre 1812 y
1814). Los derechos naturales a la libertad de pensamiento y de prensa se volvieron
fundamentales tras varios siglos de control por parte de la Iglesia católica, la cual se
oponía a la libre circulación de ideas. Muchos consideraron que la forma republica-
na de gobierno con división de poderes era un signo claro de emancipación respecto
del absolutismo monárquico y una defensa frente al gobierno despótico unipersonal.
Algunos de aquellos que más tarde se consideraron “conservadores” como Lucas
Alamán, participaron de este consenso liberal temprano que afirmaba las ideas de
soberanía popular, algunos derechos naturales y la forma republicana de gobierno
con división de poderes. Las ideas liberales ofrecieron una perspectiva compartida
respecto de la cual distintas posturas políticas se definirían posteriormente.
Es importante observar que durante la etapa independentista, los partidarios
de las ideas liberales usualmente no se consideraban a sí mismos “liberales”. Una
buena razón de ello es que el uso político del término “liberal” no estaba todavía
bien establecido a principios del siglo XIX. La primera vez que el término se empleó
para referirse a un grupo político fue precisamente en los debates que tuvieron lugar
en las Cortes de Cádiz. En esta época, el término “liberal” todavía se empleaba de
acuerdo con su significado moral original, el cual estaba asociado a las cualidades
nobles de generosidad y magnanimidad que, en la tradición católica hispana y por-
2 Varela Suanzes-Carpegna, J., “Los modelos constitucionales en las Cortes de Cádiz”, en Guerra,
F. X., Revoluciones hispánicas, independencias americanas y liberalismo español, Madrid, Universidad Complu-
tense de Madrid, 1995, pp. 243-268.
3 Varela Suanzes-Carpegna, J., “La Constitución de Cádiz y el Liberalismo español del si-
tuguesa, eran virtudes que el monarca debía tener.4 En este sentido moral, “libe-
ral” se oponía a la tiranía y al despotismo. Desde la perspectiva que ofrecía el uso
moral del término, resultaba muy difícil para los actores políticos hispanoamerica-
nos identificarse a sí mismos como “liberales”. Aunque esto último puede parecer
paradójico, la razón de ello es que las Cortes españolas reunidas en Cádiz fueron
percibidas desde América como “iliberales” debido a que regatearon los derechos de
representación a los americanos y les concedieron lo menos posible. Por ello, hubo
liberales americanos que se distanciaron del liberalismo español a pesar de que el
mayor impulso para el liberalismo en América Latina provino, precisamente, de la
Constitución de Cádiz. Un caso ilustrativo es el de los liberales colombianos del si-
glo XIX quienes, de acuerdo con la propia imagen que tenían de sí mismos, no le
debían nada al liberalismo español. Ha sido sólo hasta el siglo XX que los historia-
dores han mostrado lo inadecuado de esta autoconcepción.5
A pesar de la gran influencia que ejerció el liberalismo español en América Lati-
na, hay dos aspectos centrales en que los liberales hispanoamericanos se diferencia-
ron de los españoles. El primero de ellos es que los hispanoamericanos se inclinaron
por un igualitarismo más radical y muy pronto abolieron la esclavitud y los títulos
nobiliarios. El liberalismo hispanoamericano se convirtió en sinónimo de gobierno
republicano: igualdad civil, representación y rechazo del monarquismo. Tras tres
siglos de un régimen colonial despótico, los hispanoamericanos asociaban al monar-
quismo con el despotismo. Temían que el gobierno unipersonal, aunque fuera limi-
tado por un parlamento, sería inevitablemente despótico, lo cual, en efecto ocurrió
en México tras la independencia. Sin embargo, este igualitarismo no se tradujo en
el establecimiento de un Estado de derecho que garantizara la igualdad de todos los
ciudadanos frente a la ley. El discurso igualitarista tampoco se tradujo en la inclu-
sión democrática de todos los ciudadanos en el ejercicio de los derechos políticos.
Muchos de los liberales mexicanos de la primera mitad del siglo XIX creían firme-
mente en la necesidad de requisitos de propiedad para votar y para ser candidato a
puestos de elección popular. Se mostraron muy escépticos frente a la posibilidad de
extender los derechos políticos a una población que consideraban incapaz de una
ciudadanía republicana.
Un segundo aspecto central en que los liberales hispanoamericanos se diferen-
ciaron de los españoles es el siguiente. Mientras que la Constitución de 1812 se
presenta en el preámbulo en continuidad con leyes medievales fundamentales de
la monarquía española, los liberales hispanoamericanos no podían apelar del mis-
mo modo a la legitimidad histórica. Por el contrario, la independencia respecto de
España obligó a que las instituciones liberales se concibieran, en suelo hispanoame-
ricano, como algo completamente nuevo que carecía de precedente histórico. El
4 Fernández Sebastián, J., “Liberalismos nacientes en el Atlántico Iberoamericano. ‘Liberal’ como
concepto y como identidad política, 1750-1850”, en Fernández Sebastián, J. (ed.), Diccionario político
y social del mundo iberoamericano. La era de las revoluciones, 1750-1850 [Iberconceptos-I], Madrid, Fundación
Carolina, Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales, Centro de Estudios Políticos y Constitu-
cionales, 2009, pp. 703-704.
5 Martínez Garnica, A., La agenda liberal temprana en la Nueva Granada (1800-1850), Bucara-
manga, 2006.
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José María Luis Mora (1794-1850) es el más prominente intelectual liberal mexica-
no del siglo XIX. El giro anticlerical en su postura es un aspecto central de la mis-
ma y anticipa uno de los rasgos definitorios del liberalismo mexicano de la segunda
mitad del siglo. Mora fue historiador, político, legislador y sacerdote. Su liberalismo
se vio fuertemente influido por su admiración de la Constitución de Cádiz de 1812,
los escritos del Barón de Montesquieu y de Benjamin Constant, así como por el cur-
so de los acontecimientos políticos. Mora empezó su carrera de intelectual liberal
como un partidario del constitucionalismo.7 Un tema constante en sus escritos es la
defensa de la libertad “absoluta” de opinión y la crítica a cualquier límite a la liber-
tad de prensa. Sostenía que es imposible limitar la facultad de pensar y de tener opi-
niones porque los hombres no pueden despojarse de estas últimas mediante el uso
de la fuerza externa. De acuerdo con él, no es justo ni conveniente impedir la expre-
sión de los propios pensamientos. El punto crucial para el orden público, desde su
perspectiva, es que los hombres cumplan la ley lo cual es compatible con la libertad
absoluta de opiniones. Escribe Mora: “No hay cosa más frecuente que ver hombres
a quienes desagradan las leyes y cuyas ideas les son contrarias; pero que al mismo
tiempo no sólo las observan religiosamente, sino que están íntimamente convencidos
de la necesidad de hacerlo”.8 Sostenía que ningún principio de justicia puede justifi-
6 Una versión anterior de esta sección se encuentra en Rivera Castro, Fabiola, op. cit.
7 Hale, C., El liberalismo mexicano en la época de Mora, 1821-1853, México, Siglo XXI, 2005.
8 Mora, José María Luis, Obras sueltas de José María Luis Mora, ciudadano mexicano, México, Porrúa,
1963, p. 494.
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car la prohibición de doctrinas que se consideren falsas. Aunque hay muchas opinio-
nes erróneas, la manera de rectificarlas no es la prohibición sino la libre circulación
de ideas: “Nadie duda que el medio más seguro, o por mejor decir el único, para
llegar al conocimiento de la verdad, es el examen que produce una discusión libre”.9
Al igual que Montesquieu, Mora enfatizaba la importancia de salvaguardar la inte-
gridad personal y afirmaba una concepción de la libertad civil entendida como la
facultad de hacer todo aquello que la ley no prohíbe expresamente.10
Mora admiraba la Constitución de Cádiz y, en esta medida, abrazó la idea de
soberanía popular. Sin embargo, también prestó atención a la crítica de Constant
de acuerdo con la cual la soberanía popular no es ilimitada. En su crítica de Rous-
seau, Constant había afirmado la idea de la voluntad general como la fuente de la
autoridad política legítima, pero también había negado la autoridad ilimitada de
la sociedad sobre el individuo. De acuerdo con Constant, los derechos individua-
les marcan un límite que la autoridad política no debe traspasar. Mora advirtió
que cualquier autoridad ilimitada sería esencialmente tiránica y, haciendo eco de
Montesquieu, caracterizó al despotismo como el uso sin ley, absoluto e ilimitado del
poder político independientemente de quien lo ejerza y de la forma particular de
gobierno que adopte.11 De acuerdo con Mora, los derechos y libertades individua-
les son el límite que debe observar el ejercicio del poder político si es que no ha de
convertirse en despótico.
Como era usual en el liberalismo francés de la época que tanto lo influyó, Mora
favorecía el voto censitario. De acuerdo con él, los propietarios eran los únicos
miembros de la sociedad capaces de ejercer un juicio independiente, de desplegar
las verdaderas virtudes cívicas y de ocuparse del bien público.12 Al mismo tiempo,
sin embargo, abogó por “el mejoramiento de la condición moral de las clases popu-
lares” a través de la educación. Mora también se distanció del liberalismo francés
del siglo XIX de varias maneras. En primer lugar, rechazó el monarquismo, conti-
nuó considerando a los derechos individuales como naturales y abrazó la doctrina
del contrato social. Sostuvo que el propósito de los hombres al establecer la sociedad
es la preservación de su “libertad, seguridad, igualdad y propiedades”.13 En segundo
lugar, Mora rechazó explícitamente la idea de un “poder conservador” defendida
por Constant y que tanta influencia ejerció en Hispanoamérica, aunque no entre los
partidarios del liberalismo.14 Constant había concebido al monarca constitucional
como un poder neutral que podía moderar los conflictos entre el ejecutivo, el legis-
lativo y el poder judicial.
Una tercera manera en que Mora se alejó del liberalismo francés fue su anticle-
ricalismo, el cual estuvo motivado por los acontecimientos políticos locales. A pesar
de su admiración por la Constitución de Cádiz de 1812, Mora criticó el hecho de
9 Ibidem, p. 495.
10 Ibidem, pp. 504-506.
11 Ibidem, p. 475.
12 Ibidem, pp. 633-634.
13 Ibidem, p. 475.
14 Ibidem, p. 681.
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El grupo político liberal adquirió una identidad más o menos clara a mediados del
siglo gracias a su oposición a un adversario. En México, al igual que en la mayor
parte de Hispanoamérica, surgió una reacción “conservadora” frente a la ola liberal.
Los liberales y los conservadores compartían ideas importantes, como la necesidad
de una Constitución escrita, la representación individual y la separación de poderes,
entre otras. Sin embargo, estas dos facciones políticas también sostenían posturas
opuestas respecto del cambio social y del lugar que el catolicismo y la Iglesia católi-
ca debían ocupar en la sociedad. Aunque el significado del término “conservador”
varió en Hispanoamérica, una constante fue que los conservadores pugnaban por
mantener algunos de los privilegios de que tradicionalmente había gozado la Igle-
sia católica. En el caso mexicano, en particular, los conservadores se resistían a un
cambio social que marcara un rompimiento radical con el pasado colonial. Veían al
catolicismo como un rasgo central del México independiente que había sido here-
dado de un pasado que debía preservarse. En palabras de Lucas Alamán, el catoli-
cismo era “el lazo de unión que queda a los mexicanos cuando todos los demás han
sido rotos”.19 Con el fin de preservarlo, la postura conservadora favorecía la protec-
ción especial y exclusiva de la Iglesia católica por parte del Estado, de modo que
se oponía a la libertad de culto. Además de ello, en la segunda mitad del siglo, los
conservadores favorecieron el restablecimiento de la monarquía en México, lo cual
constituyó una notoria excepción en Hispanoamérica. En el resto de la región, tanto
los liberales como los conservadores favorecieron la forma republicana de gobierno.
Los liberales mexicanos, por su parte, buscaban un cambio social que marcara
un rompimiento radical con el pasado colonial, lo cual incluía el desmantelamiento
de los privilegios de la Iglesia católica y el establecimiento de la libertad de culto. La
confrontación con la Iglesia católica alcanzó su punto más crítico durante la guerra
de reforma (diciembre de 1857 a enero de 1861) durante la cual el régimen libe-
ral emitió una serie de leyes y decretos en los que se nacionalizaron la mayor parte
de los bienes del clero, se estableció un régimen de separación entre el Estado y la
iglesia, así como la libertad de cultos, el registro y el matrimonio civiles, entre otras
medidas encaminadas a secularizar las funciones del Estado y someter a la iglesia a
su autoridad.
El conflicto entre el Estado y la Iglesia católica era tanto ideológico como de
poderes fácticos. Como Mora lo había notado, la iglesia era lo suficientemente po-
derosa como para desestabilizar a los incipientes regímenes republicanos y poner en
cuestión su legitimidad. La Iglesia católica romana había condenado el liberalismo,
el secularismo, la libertad de pensamiento y la tolerancia, entre otros “males” en el
Syllabus de errores del papa Pío IX, publicado en 1864. Cuando tuvo la oportunidad
de hacerlo, la iglesia mexicana procuró movilizar el sentir religioso de la mayoría de
la población en contra de las reformas liberales. Se oponía a la igualdad civil con
19 Romero, José Luis y Romero, Luis Alberto (comps.), Pensamiento conservador 1815-1898, Caracas,
el fin de proteger sus propios privilegios legales, rechazaba las libertades de pensa-
miento y de prensa porque las consideraba amenazas a la moralidad religiosa y a la
autoridad clerical, luchó contra las reformas económicas que ponían en peligro su
posición como la corporación más rica y el mayor propietario de bienes inmuebles,
favorecía una forma de gobierno que reflejara su propia estructura jerárquica (es
decir, el monarquismo absoluto) y procuraba mantener el reconocimiento oficial por
parte del Estado. El desafío que la iglesia planteó a los regímenes liberales combinó
pretensiones de poder político y económico con la defensa de la moral y la religión.
En suma, la iglesia se oponía a todos los aspectos de la ideología liberal en nombre
de la religión de la gran mayoría de la población.
La postura liberal, aunque era claramente anti-clerical, no era por ello anti-
religiosa. Si bien algunos liberales albergaban sentimientos anti-católicos, el ataque
liberal contra la iglesia fue político en el sentido de que el objetivo era subordinarla
a la autoridad del Estado. Las reformas impulsadas estaban respaldadas en valores
liberales: la abolición de los privilegios legales de la iglesia se hizo en nombre de la
igualdad legal, así como el establecimiento del matrimonio y el registro civiles; la
confiscación de los bienes del clero que no estuvieran directamente ligados al culto
se hizo en nombre de la libertad y el progreso económicos.
Aunque la reforma liberal puede dar la apariencia de que la facción política li-
beral estaba unificada en términos ideológicos, en realidad había varias posturas al
interior de la corriente liberal de la segunda mitad del siglo XIX. La división más
importante entre los liberales era entre aquellos que se llamaban a sí mismos “doc-
trinarios” y que privilegiaban la protección de los derechos y libertades consagrados
en la Constitución de 1857, por un lado, y aquellos que privilegiaban la necesidad
de llevar a cabo una reforma económica y social, por el otro. Aunque todos los li-
berales eran partidarios del régimen de separación Estado-iglesia y de la necesidad
de abolir los privilegios legales de la Iglesia católica, diferían entre sí respecto de
la mejor manera de propiciar el cambio social. De un lado estaban aquellos que
creían que los cambios sociales debían ser el efecto de la protección de los derechos
y libertades individuales. Se oponían a que el Estado asumiera funciones económi-
cas y sociales que, desde esta perspectiva, debía dejarse a los individuos. Del otro
lado, estaban aquellos liberales que aquí llamaré “reformistas” porque favorecían
la decidida intervención del Estado para llevar a cabo el cambio económico y so-
cial. Mientras que los primeros creían que el cambio social sería propiciado por las
acciones de los individuos siempre y cuando el Estado protegiera sus libertades, los
segundos colocaron en manos del Estado las tareas de guiar e impulsar los cambios
económicos y sociales.
Esta división entre doctrinarios y reformistas se expresó en los debates que tu-
vieron lugar en torno a la reforma educativa. Si bien todos los liberales estaban de
acuerdo en la necesidad de acabar con lo que ellos percibían como el “monopolio”
de la iglesia sobre la educación, diferían respecto de la manera en que debía proce-
derse. Estas diferencias, a su vez, pusieron de manifiesto diferencias importantes en
sus respectivas concepciones del liberalismo. Por un lado, los doctrinarios salieron
en defensa de la “libertad de enseñanza”, la cual era la libertad de transmitir cono-
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cimientos bajo una regulación mínima o nula por parte del Estado.20 Esta libertad
se concebía en analogía con las de pensamiento y ocupación. De acuerdo con esto,
los individuos debían tener la libertad absoluta de transmitir conocimientos a otros
sin verse limitados por la regulación estatal. Quienes adoptaban esta postura, creían
que la sola protección de la libertad de enseñanza traería consigo la ilustración de
la masa de la población y produciría, con el paso del tiempo, el rompimiento del
supuesto monopolio que la Iglesia católica mantenía sobre la educación. Así, los
doctrinarios privilegiaban la protección de la libertad individual de enseñanza fren-
te a cualquier intervención estatal en la educación. Se oponían, por ello, al estable-
cimiento de un sistema de educación pública organizado y financiado por el Estado
ya que les parecía que se trataba de un nuevo monopolio. Desde su perspectiva, tal
sistema sería violatorio de la libertad de enseñanza.21
Por el otro lado, los reformistas creían que el Estado debía asumir una función
educativa. Aunque no se oponían a la libertad de enseñanza, pensaban que esta úl-
tima no debía ser absoluta, sino que debía estar regulada por la autoridad política.
También la creían compatible con el establecimiento de un sistema de educación
pública bajo la dirección del Estado.22
A diferencia de los doctrinarios, los reformistas pugnaban por un Estado fuerte
capaz de llevar a la práctica los ideales del liberalismo. Esta concepción del libera-
lismo era la que se encontraba implícita en las Leyes de Reforma y en la reforma
de la educación impulsada por el régimen liberal tras el triunfo sobre la oposición
conservadora monárquica. Se trata, pues, de la concepción “oficial” del liberalismo
triunfante en la segunda mitad del siglo XIX.
La dificultad que entrañaba la concepción oficial del liberalismo era que la re-
forma económica y social debía llevarse a cabo en aras de ciertos valores y no siem-
pre fue claro que estos últimos fueran claramente “liberales”. Las controversias en
torno a la educación pública sirven nuevamente para ilustrar este punto. El posi-
tivismo fue la ideología que animó la reforma educativa iniciada por Gabino Ba-
rreda. Sin embargo, muchos liberales consideraban que el positivismo se oponía al
liberalismo en la medida en que el primero privilegiaba el orden social a expensas
de la protección de las libertades individuales. A pesar de ello, el curso que tomará
el liberalismo mexicano el fin de siglo será, precisamente, el de fusionarse con el
positivismo. A la luz de los acontecimientos políticos, los liberales en el poder, como
Justo Sierra, sostendrán que la etapa “combativa” del liberalismo había concluido
y que ahora se tenía frente a sí la tarea de construir el orden y la estabilidad. Desde
esta perspectiva, había que dejar atrás el discurso de los derechos naturales y abra-
zar el positivismo.
20 Zarco, Francisco, Crónica del Congreso Extraordinario Constituyente (1856-1857), México, El Colegio
de México, 1957.
21 Hale, C., La transformación del liberalismo en México a fines del siglo XIX, México, Fondo de Cultura
Económica, 2002; Zea, Leopoldo, Del liberalismo a la revolución en la educación mexicana, México, Instituto
Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 1956.
22 Hale, C., 2002, op. cit.
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23 Ibidem, p. 65.
24 Ibidem, p. 87.
25 Una versión del siglo XX de esta crítica se encuentra en Escalante Gonzalbo, Fernando, Ciu-
dadanos imaginarios. Memorial de los afanes y desventuras de la virtud y apología del vicio triunfante en la república
mexicana. Tratado de moral pública, México, El Colegio de México, 1992.
26 Rabasa, Emilio, La Constitución y la dictadura: estudio sobre la organización política de México, México,
Porrúa, 2006.
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liberal oficial, expresada por Sierra, era que la “laicidad” debía entenderse como
“neutralidad”.29 Esto significaba, ante todo, que la escuela laica debía estar libre de
todo contenido religioso. Más específicamente, significaba que las autoridades reli-
giosas no debían tener participación alguna en la educación pública, la ausencia de
símbolos y rituales religiosos en las escuelas, así como la ausencia de toda referencia
a la religión en los contenidos educativos. Si bien la laicidad educativa, así concebi-
da, era anti-clerical, no era anti-religiosa. La neutralidad liberal se consideraba con-
sistente con las libertades de enseñanza y de pensamiento ya que no se criticaba a la
religión y sí se permitía la educación privada religiosa. Además, los liberales positi-
vistas sostuvieron que la neutralidad debía extenderse a todo contenido ideológico.
La educación laica, de acuerdo con esto, debía abstenerse “de tocar problemas ideo-
lógicos, abandonando éstos al fuero interno de los ciudadanos y a las escuelas no
dependientes del gobierno”.30 Al margen de qué tan neutral podía ser el positivismo,
lo cierto es que se tenía la pretensión de neutralidad ideológica en la medida en que
la educación positivista se orientaba a la formación de hombres prácticos dejando
de lado toda discusión sobre cuestiones ideológicas, ya fueran religiosas o políticas.31
Los liberales radicales, en cambio, rechazaban la libertad de enseñanza, la cual
permitiría la educación privada religiosa. Y aunque afirmaban la laicidad, implí-
citamente rechazaban que se le entendiera como neutralidad. En el Manifiesto de
1906, el liberalismo radical exige la completa supresión de “la escuela clerical”, a la
cual considera un foco de divisiones entre los mexicanos y un gran obstáculo para
la unidad nacional. De este modo se opone a la libertad de enseñanza, ya que exige
que toda la educación sea laica (lo cual impide la educación privada religiosa) y no
sólo la pública. Siguiendo una vertiente de la ilustración que equiparaba a la religión
con el fanatismo, el Manifiesto afirma que el clero inculca “prejuicios”, “dogmas
caprichosos” y “el más intolerable fanatismo”. Según el Manifiesto, la educación
laica, en cambio, enseña la verdad, el patriotismo y la fraternidad entre los mexica-
nos. La postura radical asumía una concepción de la libertad individual entendida
como emancipación de la ignorancia y el prejuicio. Aunque a fines del siglo XIX
esta postura fue marginal, se convirtió en dominante tras la Revolución. Sin embar-
go, la postura radical después de la Revolución ya no se consideró “liberal”. En los
debates que tuvieron lugar sobre la laicidad educativa en el congreso constituyente
de 1916-1917, los liberales afirmaron la libertad de enseñanza y la concepción de
la laicidad como neutralidad.32 Por su parte, el éxito de la postura radical significó
el hundimiento del liberalismo en la medida en que, como los críticos insistieron, el
discurso anti-religioso era inconsistente con la protección constitucional de la liber-
tad de pensamiento.
El siglo XX trajo consigo el declive del liberalismo como discurso dominante.
En primer lugar, el liberalismo conservador no sobrevivió tras la caída de la dicta-
29 Zea, Leopoldo, El positivismo en México: nacimiento, apogeo y decadencia, México, Fondo de Cultura
Económica, 1968.
30 Zea, Leopoldo, Del liberalismo a la revolución en la educación mexicana, 1956, op. cit., p. 87.
31 Ibidem, p. 92.
32 Guzmán, Martín Luis, Escuelas laicas. Textos y documentos, México, Empresas editoriales, 1948.
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V. Bibliografía
33 Jaksic, I. y Posada Carbó E., “Introducción. Naufragios y sobrevivencias del liberalismo latino-
americano”, en Jaksic, I. y Posada Carbó E. (eds.), Liberalismo y poder. Latinoamérica en el siglo XIX, 2011a,
pp. 21-42.
34 Reyes Heroles, Jesús, El liberalismo mexicano, México, Fondo de Cultura Económica, 3 vols., 1982.
35 Jaksic, I. y Posada Carbó E., op. cit.; Hale, C., “Political and Social Ideas in Latin America, 1870-
1930”, en Bethell, L. (ed.), The Cambridge History of Latin America, vol. IV, c. 1870 to 1930, Cambridge,
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* El Colegio de México.
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Es tiempo ya de dar una idea de la parte del Proyecto que se refiere a nuestra políti-
ca interna, declaración de la soberanía, división de Poderes y facultades de éstos. La
Comisión será tan breve como lo permita la explicación de sus pensamientos más im-
portantes, reservándose para expresar al tiempo de la discusión los motivos de todos
aquellos que son secundarios, conocidos, y conformes a nuestras costumbres constitu-
cionales, o que no traen consigo novedades o reformas notables.
dos en Castañón, Jesús y Morales Jiménez, Alberto, 50 discursos doctrinarios en el Congreso Constituyente de la
Revolución mexicana, México, SEP, INEHRM, 2014.
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2 Malaparte, Curzio, Técnica del golpe de Estado, México, Fren, 1954; Schmitt, Carl, El concepto de lo
político. Teoría del partisano: notas complementarias al concepto de lo político, Buenos Aires, Folios, 1984.
3 Rodríguez Kuri, Ariel, Historia del desasosiego. La Revolución en la ciudad de México, 1911-1922, Méxi-
prólogo de Andrés Lira, Fondo de Cultura Económica, Clío, El Colegio Nacional, 2007.
6 Lomnitz, Claudio, El regreso del camarada Ricardo Flores Magón, México, Era, 2015.
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7 Knight, Alan, The Mexican Revolution, 2 vols., Lincoln y Londres, University of Nebraska
Press, 1990.
8 Intervención del 31 de enero de 1917 del diputado Francisco J. Múgica, en Palavicini, Félix F.,
Historia de la Constitución de 1917, t. II, México, Secretaría de Educación Pública, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones en México,
2014, p. 612.
9 Tena Ramírez, Francisco, Derecho constitucional mexicano, México, Porrúa, 1984, pp. 3-74; Burgoa,
Ignacio, Derecho constitucional mexicano, México, Porrúa, 1976, pp. 251-256; Carpizo, Jorge, Estudios cons-
titucionales, México, Porrúa, UNAM, 1999.
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cabe ejercerla por cauces jurídicos. La ruptura del orden constitucional es lo único
que, en ciertos casos y bajo determinadas condiciones, permite que aflore en estado
originario la soberanía”.10 No estamos aquí frente a una contradicción sino frente a
una antinomia.
La soberanía primigenia es historia y no doctrina. Eso lo identifica Tena Ramí-
rez, y en realidad todos los que se han ocupado del asunto: la ruptura revolucionaria
crea su constituyente y su constitución o no es revolución. Aquello que es un hecho
extraordinario en los constituyentes de 1916-1917 es que, al ratificar el artículo 39
de 1857, llevaron a la carta del siglo XX mexicano el derecho a la revolución.
Podría decirse que al estallar la Revolución existía ya una tradición política (o
de cultura política) según la cual ciertas formas de ruptura del orden constitucional
en realidad estaban asimiladas y normalizadas como formas de cambio legítimas.
El pronunciamiento decimonónico, con sus manifiestos públicos, sus reuniones de
ayuntamientos, de notables locales y mandos militares, su enumeración de agravios
y su convocatoria a un constituyente, conformaron una modalidad viva y actuante
que no se detenía (o lo sobrepasaba) en el problema de la pura juricidad y legalidad
del cambio constitucional. Como han mostrado algunos historiadores, entre la dé-
cada de 1820 y la de 1840 el pronunciamiento jugó un papel fundamental para en-
carnar la idea de “pueblo” político. El manifiesto señalaba los pecados del gobierno
nacional en funciones, y en representación del “pueblo” apoyaba una cierta forma
de gobierno y la vigencia de una Constitución. Nótese la conformación de pueblo en
la historia del pronunciamiento mexicano: autoridades civiles (ayuntamientos, jefes
políticos) y guarnición militar.11
No resulta sorprendente que incluso en los vocabularios y prácticas del vic-
torioso Plan de Tuxtepec (el que llevó por vez primera a la presidencia a Porfirio
Díaz) se haya trasladado a las sesiones del Congreso ordinario los desgarramientos y
tensiones entre el precepto constitucional y el plan revolucionario. Cuando el dipu-
tado Joaquín Ruiz se incorporó a los trabajos de la VIII Legislatura, el 26 de mayo
de 1877, hizo el juramento de rigor; pero lo hizo en sus propios términos; dijo que
se atendría al “Plan de Tuxtepec, reformado en Palo Blanco, en todo lo que no se
oponga a la Constitución”. Inmediatamente fue reconvenido por la presidencia de
la Cámara, con el argumento de que existían instrucciones directas de la secretaría
de Gobernación para que los diputados expresasen su adhesión al Plan sin taxativas
o, en otras palabras, que lo valorasen aún más que a la Constitución, si fuera necesa-
rio. Sorprende del caso que diputados como José Simeón Arteaga y Alberto García
Granados, quienes confesaban valorar más el Plan que la Constitución, salieron en
defensa del disidente Ruiz. Su argumento era sencillo: el Congreso había renuncia-
do a su vocación revolucionaria desde que aceptó la convocatoria a la elección del
gislaturas) para mostrar que al lado de Díaz había un grupo minoritario pero coherente de diputados
radicales que pretendían anular el Senado, una reforma municipal y una reforma a la ley electoral;
en otras palabras, una facción jacobina estuvo presente en Tuxtepec y sus primeros congresos; véase
Rodríguez Kuri, Ariel, “Los diputados de Tuxtepec: la administración de la victoria”, en Casar, María
Amparo y Marván, Ignacio (coords.), Gobernar sin mayoría. México 1867-1997, México, CIDE, Taurus,
2002, pp. 79-106.
13 Rodríguez Kuri, Ariel, “Los diputados de Tuxtepec”, op. cit.
14 Ávila, Alfredo, En nombre de la Nación. La formación del gobierno representativo en México, 1808-1824,
co, CIDE, Fondo de Cultura Económica, 2000, pp. 19 y ss; y del mismo autor Ausentes del universo.
Reflexiones sobre el pensamiento político hispanoamericano en la era de la construcción nacional, 1821-1850, México,
Caminos de libertad, CIDE, Fondo de Cultura Económica, 2012, p. 17.
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16 Ellis, Geoffrey, Napoleón Bonaparte, Barcelona, Ediciones Folio, 2004, pp. 52 y ss.
17 Una versión persuasiva de la revolución territorial y municipal que supuso la Constitución ga-
ditana se encuentra en Annino, Antonio, “Cádiz y la revolución territorial de los pueblos mexicanos,
1812-1821”, en Annino, Antonio (coord.), Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX: de la formación
del espacio político nacional, México, Fondo de Cultura Económica, 1995 y del mismo autor “Practiche
creole e liberalismo nella crisi dello spazio urbano coloniale. Il 29 novembre 1812 a città del Messico”,
en Quaderni Storici, 69, 23 (3), diciembre 1988.
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sospechoso a los ojos de algunas de las nuevas élites regionales cualquier esfuerzo
centrípeto.
Pero la creación de gobiernos locales, vía los ayuntamientos, trajo aparejada una
novedad más, clave en la conformación de un imaginario de soberanía y republica-
nismo: la elección popular del ayuntamiento. En los hechos, Cádiz y su legislación
electoral creó un voto masculino universal para la elección de ayuntamientos. Eso
explica que una suerte de “partido” peninsular fuese arrollado por un “partido”
criollo en las primeras elecciones constitucionales celebradas en la Ciudad de Méxi-
co, en noviembre de 1812 (incluso partidarios de la insurgencia obtuvieron cargos
en el ayuntamiento). Pero en un sentido más amplio, Cádiz revolucionó la geografía
política: en 1826 el Estado de México tenía 81 ayuntamientos; en el último suspiro
del centralismo constitucional, en 1854, sólo tenía cuatro; y en 1879, ya vigente la
carta de 1857, ascendió dramáticamente a 123 ayuntamientos.18 Las nociones de
soberanía, republicanismo y poder local no eran abstracciones jurídicas sino unas
imperfectas pero accesibles prácticas políticas.
Phillip Pettit ha hecho una propuesta respecto a la noción del republicanismo
moderno. Según Pettit, una posibilidad de interpretación de esa historia sinuosa y
compleja sería la de un constructo político que aspira a la no-dominación.19 La del
autor es, a la vez, una teoría y una interpretación de la república como “no-domi-
nación”, al menos en términos aspiracionales. Propuesta por demás imaginativa
pero sobre todo pertinente para entender el temprano republicanismo mexicano (y
latinoamericano). Quizá las historias siempre contadas de las oligarquías mexicanas
y de la asimétrica distribución de la riqueza o las supuestas dificultades en la recep-
ción del liberalismo han ocultado que la república se presentó no como una panacea
sino como instrumento para presentar, después de la experiencia colonial, un mode-
lo político que trazara mínimamente, y hasta donde alcanzaran los intereses de clase
o facción, ámbitos de libertad. Podría sonar inocente, pero de cualquier forma ha-
bría que explicar el temprano arraigo de la idea de república en México y el traslado
del debate, como lo evidencian las intentonas centralistas de las décadas de 1830 y
1840, al asunto del tamaño e integración del cuerpo electoral. Desde el fusilamiento
de Iturbide y al menos hasta principios de la década de 1860 el asunto no fue sólo
la república sino quién votaba y quién era elegible para ser votado. En las cuatro
décadas posteriores a la independencia fue la restricción del voto el verdadero issue
del conservadurismo mexicano. Es evidente, al menos para mí, que la relación entre
república y cuerpo electoral no es enteramente ajena a la idea difusa, sí, pero malea-
ble y poderosa, en la cual la no-dominación se convierte en un verdadero horizonte
histórico. Más relevante aún es la propuesta de Pettit, no utilizada todavía por la his-
toriografía política y constitucional de tema mexicano, si consideramos que el autor
distingue radicalmente la no-dominación (un terreno sólo de la imaginación polí-
tica) de cualquier aspiración o utopía de igualdad socioeconómica a rajatabla. Ni
falansterio ni comuna: la no-dominación es un artilugio de la libertad política y una
18 Para los datos del Estado de México, Salinas, María del Carmen, Política y sociedad en los municipios
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20
Guerra, François-Xavier, Modernidad e independencia, Madrid, Mapfre, 1992, pp. 126 y ss.
21
Véanse los documentos citados en Tena Ramírez, Francisco, Leyes fundamentales de México, 1808-
1985, México, Porrúa, 1985.
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25 Marván Laborde, Ignacio (ed.), Nueva edición del Diario de Debates del Congreso Constituyente de 1916-
27 Ibidem, p. 15.
28 Semanario Judicial de la Federación y su Gaceta, t. XXXI, Quinta Época, Pleno, p. 1495.
29 Al respecto resulta útil el volumen colectivo de Gillinham, Paul y Smith, Benjamin T. (eds.),
Dictablanda. Politics, Work, and Culture in Mexico, 1938-1988, Durham y Londres, Duke University
Press, 2014.
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A
punto de cumplirse el centenario de la expedición de la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos del 5 de febrero de 1917, existe la necesidad
de reflexionar sobre la ideología1 que subyace en torno al constitucionalismo
mexicano para entender la manera en que se articuló la ley suprema de la nación.
Ello conlleva un ejercicio de análisis no sólo sobre el texto en sí, sino el paradigma
sobre el cual opera su sentido intelectual y material.
Sobre este punto, siguiendo a Thomas S. Kuhn, los paradigmas son un conjunto
de “logros científicos universalmente aceptados que durante algún tiempo suminis-
tran modelos de problemas y soluciones a una comunidad de profesionales”,2 es de-
cir, constituyen un cúmulo de conocimientos afianzados y válidos para un grupo de
personas determinado, que comparten una visión sobre la realidad, teniendo ade-
más una temporalidad definida, la cual puede modificarse con el paso del tiempo o
merced a un conjunto de saberes que pongan de manifiesto la incompatibilidad de
los conocimientos previos con la realidad que se presenta.
En este orden de ideas, los paradigmas pueden considerarse como los conoci-
mientos o ideas básicas sobre las cuales se articula un sistema de pensamiento; en
ellos descansan los preceptos esenciales y fundamentos que permiten la compren-
sión de una visión de la realidad. Para el caso que nos ocupa, el mundo jurídico,
la noción de paradigma no podría constreñirse a la definición que postula Kuhn,
texto determinado, lejos de una posición en la cual remita a estructuras de poder o sistemas de pensa-
miento. Para mayor referencia cfr. Correas, Óscar, Teoría del derecho, México, Fontamara, 2014, p. 27.
2 Kuhn, Thomas S., La estructura de las revoluciones científicas, México, Fondo de Cultura Económica,
2015, p. 94.
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bre y al ciudadano como género y no como especie, es decir, los titulares de derechos son aquellos indi-
viduos con género masculino, excluyendo por ende a las mujeres de dicha titularidad, siendo impor-
tante recordar que es hasta 1953 que a éstas se les reconoce el derecho al voto universal, es decir, una
ciudadanía plena. Para el objeto del presente documento se optará por emplear la noción de sujeto de
derechos o persona a efecto de dimensionarlo sobre una perspectiva contemporánea.
5 Zaffaroni, Eugenio Raúl, “La ideología de la legislación penal mexicana”, en Revista Mexicana de
Justicia 85, vol. III, núm. 2, México, PGR-PJGDF-Inacipe, abril-junio, 1985, p. 66.
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las personas;6 siendo así, se puede identificar que dicha ley suprema tiene sus ante-
cedentes ideológicos en las declaraciones emanadas de los movimientos revolucio-
narios del siglo XVIII, específicamente en que se refiere a la independencia de las
trece colonias británicas en América del Norte y la Revolución francesa: Bill of Rights
o Declaración de los Derechos del Buen Pueblo de Virginia en 1776 y la Declaration
des Droits de l´Homme et du Citoyen o Declaración de los Derechos del Hombre y del
Ciudadano, decretada por la Asamblea Nacional en las sesiones de los días 20, 21,
22, 23, 24 y 26 de agosto y 1o. de octubre de 1789, aceptada por Luis XVI el 5 de
octubre del mismo año.
En este sentido, ambos documentos declarativos se inscriben en un momento
intelectual que se suscita en la Europa del siglo XVIII, que es conocido bajo el de-
nominativo de Ilustración o Aufklärung, donde se postula que el individuo regula su
pensamiento, conducta y vida pública sin tener que recurrir a una estructura rígida
y predeterminada, proveniente de una fuente propia del derecho natural, por ejem-
plo, la noción de un ente divino.
Bajo esta tesitura, cabe señalar que la Ilustración puede ser entendida bajo tres
modelos que a continuación podemos observar:
torno a la ley: el agotamiento de lo privado como fuente del derecho en el México del siglo XIX”, en
Brian Connaughton et al. (coords.), Construcción de la legitimidad política en México, México, El Colegio de
Michoacán, UAM, UNAM, El Colegio de México, 1999, pp. 303-322.
7 Todorov, Tzvetan, El espíritu de la Ilustración, Barcelona, Galaxia Gutenberg, 2014, p. 12.
8 Kant, Immanuel, “¿Qué es la Ilustración?”, en Filosofía de la historia, México, Fondo de Cultura
Como puede apreciarse, son tres los campos sobre los que operó la Ilustración
europea, mismos que reflejan características de la naturaleza humana que si bien
son independientes entre sí, se relacionan al tener una base común consistente en la
autodeterminación del sujeto; así, es preciso señalar que el sentido epistemológico
se incardina con el ético, pero también con el político-jurídico, al posibilitarlos en
un marco de referencia en el cual se tiene a la razón como base de la conducta tanto
interna (individual) como externa (social).
Siendo así, se manifiestan dos sentidos de la vida humana: uno privado y otro
de carácter público, sobre los cuales el sujeto se desarrolla y logra tomar conciencia de
su posición en el mundo como un sujeto independiente en lo ateniente a sus decisio-
nes personales, pero activo en la toma de decisiones sociales, que se traducen en la
instauración de estructuras de poder e instituciones que permiten el mantenimiento
de la coexistencia comunitaria.
Ahora bien, es preciso reconocer que el referente jurídico más evidente de la
Ilustración lo encontramos en la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano
de 1789, derivada del movimiento revolucionario10 que en ese mismo año se inicia,
9 Ibidem, p. 14.
10 Sobre este punto y la trascendencia de la Revolución Francesa y de la propia Declaración, es
preciso señalar que no pocos autores han apuntado su sesgo eminentemente burgués y la poca importan-
cia que brinda a la igualdad entre los hombres; ejemplo de lo anterior lo tenemos en Eric Hobsbawm,
para el cual “…las peticiones del burgués de 1789 están contenidas en la famosa Declaración de los derechos
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posterior al fracaso de los Estados Generales convocados por Luis XVI, y que desem-
boca en la toma por parte del pueblo de uno de los símbolos del absolutismo francés:
la prisión de la Bastilla, edificio insigne del Ancien Régime.
La Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano parte de la consideración
de esas dos esferas sobre las cuales hemos hablado y en las que el sujeto de dere-
chos se desarrolla: el espacio privado (personal) y el ámbito público (político), que
operan bajo un esquema dialéctico a través del cual logran consolidar la autono-
mía de la voluntad o autodeterminación de la persona; esto es, por un lado, un
sujeto de derechos y por el otro, un sujeto de derechos específicamente políticos que
podría traducirse en la figura del ciudadano, el cual se encuentra facultado para in-
tervenir en la toma de decisiones vinculantes para toda la sociedad.
Para fortalecer lo anterior, podemos observar la redacción de tres artículos de la
Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, que dan cuenta precisamente de
lo que se ha aseverado:
Artículo 1o. Los hombres nacen libres e iguales en derecho y las distinciones sociales
no pueden fundarse más que en la utilidad común.
…
Artículo 6o. La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tie-
nen el derecho de concurrir a su formación personalmente o por representantes. Debe
ser la misma para todos, sea que proteja o sea que castigue. Todos los ciudadanos, sien-
do iguales a sus ojos, son igualmente admisibles a todas las dignidades, cargos y empleo
públicos, según su capacidad, sin otra distinción que la de su virtud o su talento.
…
Artículo 10. Nadie debe ser molestado por sus opiniones, aunque sean religiosas,
con tal que su manifestación no turbe el orden público establecido por la ley.
del hombre y del ciudadano de aquel año. Este documento es un manifiesto contra la sociedad jerárquica y
los privilegios de los nobles, pero no a favor de una sociedad democrática o igualitaria”. Hobsbawm,
Eric, La era de la revolución. 1789-1848, Barcelona, Paidós, 2011, p. 67.
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líticos que sólo pueden ser ejercidos por aquellos que ostentan la calidad específica
de ciudadanos, lo cual implica una configuración dual de la persona, pero también de
la relación que ésta guarda con el Estado, tanto en su conformación como alcances,
aunado al hecho de que se percibe que “La Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano de 1789 había realizado una síntesis entre derechos naturales y derechos
nacionales mediante el sometimiento de todos los individuos a la soberanía de la
nación”.11
Ahora bien, remitiéndonos al ámbito nacional, de los dos textos declarativos que
mencionábamos en páginas que anteceden a la presente, la Constitución de 1857
tendría un mayor grado de proximidad con la redactada en Francia, si consideramos
que la anglosajona es de “…inspiración religiosa y ámbito nacional, mientras que
la francesa se gestó en un campo abonado por la Enciclopedia y con la aspiración
de ser universal”,12 lo cual fácilmente puede ser observado en el espíritu liberal que
prevalece en el texto constitucional de 1857, reforzándose a su vez con lo previsto
en su artículo 1o. constitucional cuando postula: “El pueblo mexicano reconoce,
que los derechos del hombre son la base y el objeto de las instituciones sociales…”,
poniéndose de manifiesto la inspiración que tuvo en dicho cuerpo constitucional la
Declaración de 1789, con respecto a que los derechos son inherentes a toda persona
sin gradación o distinción alguna.
Aunado a lo anterior, es posible localizar en el contenido de la Constitución de
1857 diversos artículos cuya redacción y contenido guardan un estrecho paralelo
con el instrumento declarativo francés, mismos que pueden visibilizarse en los si-
guientes ejemplos:
11 Fauré, Christine, Las declaraciones de los derechos del hombre de 1789, México, CNDH-Fondo de
futuro de los derechos humanos, México, Comisión Nacional de los Derechos Humanos, 2004, p. 31.
13 También podrían analizarse bajo esta posición comparativa los artículos 3, 7, 11 y 17 de la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano, con respecto a los numerales 39, 16, 7 y 11 de la Cons-
titución de 1857.
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que con cierto cuidado y precaución si consideramos los contextos específicos en los
cuales se presentaron.
No obstante lo anterior, es evidente que la influencia del instrumento declarati-
vo en el texto constitucional no se limita sólo a los aspectos mencionados con antela-
ción, al abarcar múltiples esferas y aristas sobre las cuales es posible ahondar, siendo
una de ellas la diferencia entre sujeto de derecho o individuo y ciudadano. En este
sentido, debemos reconocer que la Constitución de 1857 prevé dos calidades adscri-
tas al individuo: la primera que sostiene la igualdad de los individuos bajo la consi-
deración de titular de derechos que son propios de su naturaleza y aplicables para
todos; en contraparte la segunda se circunscribe a un grupo de sujetos determinados
que, una vez cumplidos los requisitos establecidos por la norma, son considerados
como ciudadanos.
Se sostiene lo anterior si consideramos lo que postulan los artículos que se trans-
criben a continuación:
Artículo 2o. En la República todos nacen libres. Los esclavos que pisen el territorio
nacional, recobran, por ese solo hecho, su libertad, y tienen derecho a la protección
de las leyes.
…
Artículo 33. Son extranjeros los que no posean las calidades determinadas en el
artículo 30. Tienen derecho a las garantías otorgadas en la sección 1a. título 1o. de la
presente Constitución…
…
Artículo 34. Son ciudadanos de la República todos los que, teniendo la calidad de
mexicanos, reúnan además las siguientes:
Haber cumplido diez y ocho años siendo casados, o veintiuno si no lo son.
Tener un modo honesto de vivir.
Si observamos la redacción tanto del artículo 2o. como el 33, encontramos que
la titularidad de los “derechos del hombre” o garantías que son otorgadas por la
Constitución, no se limita a un grupo específico de sujetos, al ampliarse a todos los
individuos e incluso a aquellos que no ostentan la nacionalidad mexicana, signo vi-
sible que existe una idea tanto de inherencia como de universalidad de las mismas,
aunque no debe perderse de vista “…sin embargo, que la fundamentación de los de-
rechos individuales se brinda en clave estatalista, pues resulta vital para ser derecho-
habiente en plenitud (artículo 32, que establece la predilección por los mexicanos en
situaciones de paridad con los extranjeros y la obligación congresual de expedir leyes
para mejorar la condición de los mexicanos laboriosos) el ser considerado nacional de
México, por más laxas y poco sustanciales que puedan parecer las condiciones esta-
blecidas para acceder a calidad tal”.14
Siguiendo esta línea discursiva encontramos la noción de ciudadano, la cual es
por naturaleza excluyente y limitada a un grupo de individuos por tres motivos en
concreto: nacionalidad, edad y calidad de sus conductas. Siendo así, la ciudadanía
14 Estrada Michel, Rafael, “1857: Legicentrismo y nación”, en Iuris Tantum. Revista de la Facultad
de Derecho, tercera época, año XXII, núm. 18, otoño-invierno 2007, México, Universidad Anáhuac.
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conlleva un rasgo de segregación de todos aquellos que no cubren los requisitos que
son indispensables para pertenecer al mismo, aunado a que adscribe derechos y
obligaciones focalizadas.
En cuanto a las obligaciones, el texto constitucional de 1857 las postula en su
artículo 36 y entre ellas destacan el alistarse en la guardia nacional, desempeñar
cargos de elección popular, inscripción en el padrón de su municipalidad y ejercer
el sufragio en las elecciones. Atención especial merecen los derechos del ciudadano,
ya que es precisamente a partir de ellos en donde encontramos un acercamiento más
que nítido con la Declaración, sobre todo apelando a la diferencia de ámbitos de la
vida en los cuales el sujeto se desenvuelve y, por ende, es comprendido.
Sustentando lo anterior, vemos que los derechos o prerrogativas que otorga la
Constitución de 57 son: a) votar; b) ser votado y nombrado para cualquier empleo o
comisión; c) asociarse para tratar asuntos políticos; d) tomar las armas para la defen-
sa de la República y; e) ejercer en todo negocio el derecho de petición. De tal suerte,
se abocan principalmente a un aspecto de la vida eminentemente pública y política,
a la cual no tiene acceso todo individuo y se encuentra restringida para los ciudada-
nos, aspecto que es próximo, en demasía, con lo postulado por el artículo 6o. de la
Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano que hemos citado antes.
Siendo así, la distinción entre ámbitos privado-público y noción de sujeto de
derechos-ciudadano, que se prevé en la Declaración de 1789, de la misma forma
se encuentra en la Constitución de 1857 aunque de manera más detallada y con
acepciones claras, lo cual nos lleva a considerar la influencia que tuvieron las ideas
de la Ilustración en la conformación del máximo ordenamiento nacional; pero no
queda aquí, toda vez que el texto constitucional de 1917 retoma en gran medida este
paradigma de un sujeto titular de derechos y ciudadano que ya contiene la Constitu-
ción a la que reforma, pero que se ve modificada no sólo en un aspecto formal sino
también sustantivo: se suscita una traslación de la ubicación del sujeto de derechos
como eje sobre el cual se articula el Estado, pasando a tener este último una mayor
relevancia en el texto constitucional, sobre todo si consideramos la consolidación de
una estructura gubernamental fundamentada en la actuación de los entes estatales
en materias como el amparo y el proceso. Bajo este orden de ideas, es preciso con-
textualizar que la Constitución de 1917 se enfrentaba ante una realidad social dife-
rente que la existente en 1857, sobre todo si consideramos que la sociedad mexicana
a principios del siglo XX se vio reflejada en los factores de las fuerzas revolucionarias
que actuaron decididamente en la conformación de los preceptos constitucionales.
Al respecto, el desarrollo del debate del Congreso Constituyente del 1o. de di-
ciembre de 1916 tomó en cuenta la problemática que vivía el país en ese momento,
en él se expusieron los argumentos que motivaron la reforma de la Constitución de
1857, entre ellos se hizo mención sobre la inclusión de principios generales que no
procuraron llevar a la práctica, éstos fueron considerados como fórmulas abstractas
que no habían podido derivar sino poca o ninguna utilidad positiva. Asimismo se
expuso que los derechos individuales recogidos en 1857, entendidos como la base
de las instituciones sociales, habían sido conculcados de una manera casi constante
por los diversos gobiernos que a partir de la promulgación de la misma se ha suce-
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dido en la República.15 Siendo así, vemos una constante entre ambas Constitucio-
nes consistente en tomar como base los derechos del hombre como parte esencial
de su contenido, aunque existiendo disimilitudes nítidas con respecto a la relación
entre el individuo y el aparato.
Con la reforma a la ley fundamental de 1917, se buscaba garantizar los derechos
del hombre concedidos por la Constitución de 1857, teniéndolos como la base y ob-
jeto de toda institución que no contaba con la garantía necesaria en las leyes secun-
darias, siendo importante acotar que las instituciones existentes estaban dominadas
por un nepotismo militar enervante. Por todos estos motivos se aprecia una serie de
reformas que incluye considerar a los agentes del poder público como instrumentos
de seguridad social, sean aseguradas garantías penales y exista un fortalecimiento al
juicio de amparo, entre otras cuestiones relevantes.
El contenido del texto constitucional de 1917 formaba parte de la evolución
que se producía en la búsqueda de asegurar el respeto de los derechos fundamenta-
les. También se trataba de mantener una separación y equilibrio entre los poderes
del Estado, formaba parte de una transformación que contenía presupuestos esen-
ciales del Estado de derecho, como son la limitación de la actividad de los órganos
de poder, el respeto por la legalidad y la garantía de la misma a través del órgano
jurisdiccional, quien contrarrestó su poder de decisión. Igualmente, se amplió la ti-
tularidad de las garantías penales del individuo. En definitiva, se daba continuidad
a la evolución del Estado democrático y social de derecho.
Los temas tratados en el debate previo a la aprobación de la Constitución de
191716 describían la problemática de asuntos relevantes y ofrecían las propuestas,
algunas de éstas se resumen a continuación:
15 Diario de los Debates del Congreso Constituyente, Periódico Único, t. I, núm. 12, publicado el 1o. de
diciembre de 1916.
16 Idem.
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El resultado ideado para el juicio de amparo entendido como una de las bases
de la estructura de las instituciones sociales se vio inmerso en un resultado lejano de
ser ejecutado de manera pronta y segura; los tribunales federales y locales se vieron
superados por el número de expedientes que atender, esto se debió a los autos
de suspensión que se dictaban. Se produjo la desnaturalización del recurso de am-
paro, cuyo fin social se vio utilizado en primer lugar como arma política y después
fue utilizado como mecanismo para acabar con las soberanía de los estados, esto
último, en virtud de que fueron objeto de revisión de la Suprema Corte —ésta esta-
ba conformada por miembros bajo la decisión del Poder Ejecutivo— actos tan insignificantes
de las autoridades de las entidades federativas. En definitiva, el recurso de amparo
se convirtió en un mecanismo ineficaz para dar solidez a las instituciones sociales y
adaptar a su objeto, que era relacionar en forma práctica y expedita determinando
los respectivos límites para desarrollar la actividad de cada uno.
En ese orden de ideas, con la reforma la problemática no se vio resuelta, en
virtud del uso pronunciado del juicio de amparo, esto debido a que las restricciones
presentadas eran reducidas. A partir de la promulgación de la Constitución de 1917,
a través del artículo 14 se determinó la procedencia del amparo contra sentencias ju-
diciales por la violación de leyes secundarias (en los juicios de orden criminal quedó
prohibido el uso de la analogía para imponer una pena que no estuviera decretada
por una ley, y en el orden civil se determinó que la sentencia debe ser conforme a la
interpretación jurídica de la ley y a la falta de ésta, se debe fundar en los principios
generales del derecho).
La complejidad que asume la institución no es menor, si se tiene en cuenta el
principio de legalidad recogido en el artículo 16 constitucional, como apuntan Fix
y Mac Gregor “la esfera tutelar del amparo se ha ampliado al grado que, a partir
de entonces, y salvo las hipótesis muy restringidas en las que la Constitución cede la
impugnación, el amparo protege todo el orden jurídico nacional”.18
17 Fix-Zamudio, Héctor y Ferrer Mac-Gregor, Eduardo, “Las garantías constitucionales en Méxi-
co”, El derecho en México dos siglos (1810-2010). Derecho constitucional, García Ramírez, Sergio (coord. de la
obra), Valadés, Diego (coord.), México, UNAM-Porrúa, 2010, pp. 261-262.
18 Ibidem, p. 262. La aplicación de los artículos 103 y 107 a través de las leyes reglamentarias de
1919 acarreó problemas en cuanto la acumulación del juicio de amparo en los tribunales generales y
particularmente en la Suprema Corte, véase en este sentido la obra citada de Fix-Zamudio y Ferrer
Mac-Gregor, p. 263.
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La concepción constitucional del hombre se hace evidente en los dos textos pero
de maneras distintas. La de 17 busca fortalecer el aparato estatal, a través del for-
talecimiento no de los derechos del hombre, sino de la estructura del Estado mexi-
cano, su composición, así como la regulación específica de mecanismos y controles
constitucionales como el amparo, aunque ha de destacarse la inclusión de garantías
sociales como la educación y la protección al trabajo, así como el nacimiento del
derecho agrario, pero las cuales se ubican bajo la esfera de influencia del Estado.
La posición ideológica que guarda el texto de 1917 no se encuentra enfocada de
manera predilecta en el sujeto de derechos, sino en el control que el Estado pue-
de ejercer sobre éste y, por lo tanto, esto marca un cambio definitivo en el constitu-
cionalismo mexicano; el ideal del texto del siglo XIX se suspende y logra retomarse
hasta la Reforma Constitucional de 10 de junio de 2011.
Finalmente, la regulación del Estado se hace patente en la modificación de di-
versas disposiciones del texto de 1917 con respecto a su antecesora del siglo pasado,
por ejemplo, el artículo 27 sobre la propiedad y el 22 sobre la pena de muerte. So-
bre este último punto, cabe destacar que la Constitución de 1857 preveía una futura
abolición de la pena de muerte (artículo 23), hasta que no se estableciera el sistema
penitenciario, quedando por lo tanto latente en determinados casos; en contrapo-
sición, la carta magna del siglo XX, aun cuando ya ha previsto en su numeral 18
el establecimiento de dicho sistema penitenciario, mantiene la posición relativa a
la pena capital para casos específicos, lo que nos refiere una visión del Estado que
guarda para sí el poder y se impone sobre el sujeto de derechos, quedando éste rele-
gado a un segundo momento.
En síntesis, la idea constitucional del hombre prevista en ambas Constituciones
puede ser ubicada en su sentido general y específico, pero el tratamiento brindado
en cada una es diferente, ya que la de 1857 busca maximizar los derechos del hom-
bre frente al Estado ya que “Hay Nación, sí, aunque son los derechos del hombre
los que constituyen ‘la base y el objeto de las instituciones sociales’, según reconoci-
miento expreso que hace el pueblo (artículo 1o.), para declarar ‘en consecuencia’ que
‘todas las leyes y todas las autoridades del país deben respetar y sostener las garantías’
que otorga el orden constitucional”,24 mientras que la de principios del siglo XX bus-
ca establecer la primacía del Estado sobre el sujeto de derechos, aunque reservando
una serie de prerrogativas y garantías para limitar el poder de las instituciones, a
efecto de no desequilibrar el ejercicio del poder público con respecto a los derechos
de la persona.
1.
Los villistas no tuvieron presencia directa en el Constituyente. El decreto
publicado por Venustiano Carranza el 15 de septiembre de 1916 que pre-
cede (o acompaña) a la convocatoria al Congreso Constituyente, rezaba en
su artículo 4o.: “…no podrán ser electos, además de los individuos que tuvieren los
impedimentos que establece la expresada Constitución, los que hubieren ayudado
con las armas o sirviendo empleos públicos a los gobiernos o facciones hostiles a la
causa constitucionalista”.1
Esa disposición afectaba a todos quienes sirvieron al gobierno de Victoriano
Huerta; a quienes militaron en la facción convencionista durante la guerra civil que
inició en noviembre de 1914 (de la que los villistas constituían la espina dorsal en
términos militares);2 así como los numerosos grupos contrarrevolucionarios que ha-
bían surgido desde finales de 1914.3
De ese modo, las elecciones al Constituyente fueron muy complicadas en los
territorios en que surgió la División del Norte y en que mayor base y apoyo seguían
teniendo las irreductibles guerrillas villistas, que a la sazón abanderaban (en térmi-
nos más propagandísticos que reales) la lucha contra el imperialismo representado
por los soldados de la Expedición Punitiva. De entrada, en cinco de los seis distritos
de Chihuahua ni siquiera se realizaron elecciones y las curules correspondientes al
estado grande (surcado por la furia de Pancho Villa y por los soldados del general
John J. Pershing), permanecieron vacías en Querétaro.
* ITAM.
1 Djed Bórquez, Crónica del Constituyente, México, SEP-UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídi-
cas-INEHRM, 2004, p. 76.
2 Hemos hecho un análisis detallado de esa facción y su alcance nacional en Salmerón, Pedro,
tos reaccionarios en México, 1914-1920”, México, El Colegio de México (tesis de doctorado en histo-
ria), 1981.
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Por el segundo distrito de Chihuahua, con cabecera en Hidalgo del Parral, re-
sultó electo Manuel M. Prieto, oscuro político oriundo de Ciudad Camargo, vincu-
lado al clan Herrera, cuyo jefe militar, el general Maclovio, fue el único jefe de briga-
da de la División del Norte que en el momento de la escisión revolucionaria optó por
la facción constitucionalista, impulsado por su padre, don José de la Luz. En 1916
los Herrera dominaban Parral y libraban una guerra a muerte contra Pancho Villa.4
En el tercer distrito de Coahuila, con cabecera en Torreón, fue electo el doctor
José María Rodríguez. En 1905, Francisco I. Madero y José María Rodríguez fun-
daron en San Pedro y en Torreón sendos clubes democráticos para oponerse a la
reelección de Miguel Cárdenas como gobernador. Aunque la campaña fue un fraca-
so, principalmente por la defección del candidato opositor, Madero y Rodríguez fin-
caron una firme amistad y aprendieron en la práctica los rudimentos de la política.
En 1909, Rodríguez fundó el Club Antirreleccionista de Torreón y luego ocupó
varios cargos locales durante el gobierno maderista. Aunque nunca militó en las filas
de la División del Norte, de alguna manera representaba a la facción política do-
minante en la Comarca Lagunera y era muy cercano a los generales Raúl y Emilio
Madero González, ellos sí impedidos por su activa militancia villista. De cualquier
modo, la actuación de José María Rodríguez en el Constituyente no fue muy distinta
a la de otros antiguos maderistas recuperados por el carrancismo.5
Pero dos diputados por Durango y uno por Puebla, claramente constitucionalis-
tas durante la guerra civil, antes de agosto de 1914 habían estado muy cerca de los
caudillos populares villistas de Durango: los a la sazón difuntos Calixto Contreras,
Orestes Pereyra y Tomás Urbina, y seguían teniendo fuertes nexos con el supervi-
viente Severino Ceniceros.
El primero de esos tres diputados era Pastor Rouaix. Es cierto que fue electo di-
putado por el décimo distrito de Puebla, con cabecera en Tehuacán, su ciudad natal,
y que llegaba al constituyente directamente desde el gabinete de don Venustiano,
pero muchos duranguenses lo sentían suyo. El segundo, Alberto Terrones Benítez
(sexto distrito, con cabecera en Tepehuanes), cuyo padre era un viejo y buen amigo
de Orestes Pereyra, en cuyas filas militó hasta la escisión revolucionaria Adolfo Te-
rrones Benítez, hermano menor de Alberto. Y el tercero, Silvestre Dorador (primer
distrito, con cabecera en Durango), un encuadernador e impresor que desde 1911
había sido varias veces presidente municipal de Durango (una de ellas al mismo tiem-
po que Rouaix llegaba al gobierno del estado por decisión de los caudillos populares
que se incorporarían al villismo). Los tres formaron en lo que se ha llamado el ala
radical o jacobina del Congreso Constituyente. ¿Qué tenía de particular Durango?6
4 Sobre la ruptura de los Herrera con el villismo, véase Salmerón Sanginés, Pedro, 1915: México
artículos 27 y 123 de la Constitución política de 1917, México, INEHRM, 1959; y en la entrevista a Alberto
Terrones Benítez, en Archivo de la Palabra/Proyecto de Historia Oral, sección 1, entrevista 39.
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3. Los cuatro caudillos que salieron de Durango rumbo a Torreón los días 8 a 10 de
julio de 1913, unieron su destino al del villismo: Tomás Urbina, “el león de Duran-
go”, compadre de Pancho Villa desde sus tiempos de bandoleros, mandaría una de
las principales columnas villistas en la guerra civil de 1915 y, derrotado, como derro-
tado era el villismo en general, pareció que se sumaría a la desbandada que sigue a
toda derrota, lo que fue impedido por una sumaria ejecución perpetrada por Rodol-
7 Esta narración del saqueo de Durango está tomada de los relatos complementarios de tres par-
ticipantes: Terrones Benítez, Adolfo, “Segundo ataque y toma de Durango, Dgo.” (cap. II), en El
Legionario. Órgano de la Legión de Honor Mexicana, vol. 6, núm. 68, México, octubre de 1956, pp. 15-22;
Vargas Arreola, Juan B., A sangre y fuego con Pancho Villa, México, Era, 1988, pp. 141-142; y Pazuengo,
Matías, La Revolución en Durango, Durango, Comisión Editora del Gobierno del Estado, 1988, pp. 36-37.
La versión que los tres manejan se contradice con la de muchos otros historiadores, según los cuales el
saqueo e incendio fue ordenado, o al menos tolerado, por el sanguinario y atrabiliario Tomás Urbina.
Pastor Rouaix, por ejemplo, que pasó esos días escondido en el consulado español para escapar de la
persecución de los huertistas, dice que la elección de Urbina como jefe fue “altamente inconveniente,
por los fatales antecedentes de ese guerrillero” (citado por Barragán, Juan, Historia del Ejército y la revolu-
ción constitucionalista, México, INEHRM, 1985, t. I, p. 157). El acta de desconocimiento de los poderes
de Durango y de designación de Rouaix, está en el Archivo Histórico de la Revolución Mexicana,
Patronato para la Historia de Sonora, t. 67, p. 154.
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4. Pastor Anselmo del Sagrado Corazón de Jesús Rouaix Méndez nació en Tehua-
cán, Puebla, en 1874. Hijo único, huérfano a los diez años, fue acogido por sus tías
maternas. En 1889 ingresó a la Escuela Nacional Preparatoria de la que pasó a la
Escuela Nacional de Ingenieros, en la que se tituló como Topógrafo en 1896. Dos
años después emigró a Durango, donde había alta demanda de ingenieros.
De inmediato se colocó en el prestigiado despacho del ingeniero Carlos Patoni,
perteneciente a una acaudalada familia local, “para terminar el plano del máximo
latifundio del estado de Durango, la hacienda de Santa Catalina del Álamo”… y
se convirtió primero en colaborador y luego en amigo de Patoni. Trabajó para el
gobierno del estado en la división territorial publicada por el gobernador Esteban
Fernández en 1905. De estos trabajos se desprende el conocimiento que Rouaix te-
nía sobre la creciente concentración de la tierra en Durango, así como sus causas y
sus efectos, sobre los que abundaría como gobernador de Durango y como diputado
constituyente. Desde 1909 fue uno de los más destacados promotores del antirrelec-
cionismo y en marzo de 1910 recibió a Madero en Durango. No tomó las armas,
pero mantuvo su activo maderismo en los duros meses que siguieron.8
Cuando Porfirio Díaz renunció y se procedió a instrumentar los Acuerdos de
Ciudad Juárez en Durango, el general Emilio Madero, comisionado por su herma-
no, dio forma local a una transición pactada similar a la nacional, en la que cupieran
revolucionarios moderados y representantes de los intereses del viejo régimen. Ne-
gociando con el legislativo local, de cuño porfirista, y con los jefes rebeldes, Emilio
Madero logró que se aceptara como gobernador del estado la designación del doc-
tor Luis Alonso y Patiño, prestigiado médico de la capital, director del Hospital Civil
de Durango, sin antecedentes políticos. El ingeniero Carlos Patoni fue designado se-
cretario general de gobierno; el ingeniero Pastor Rouaix, jefe político del partido de
Durango; y en cargos políticos menores quedaron otros maderistas, como Lorenzo
Parra Durán y Enrique Nájera. Patoni, Rouaix, Nájera y Parra Durán habían sido
maderistas de la capital del estado, es decir, maderistas ilustrados y de clase media
que no pudieron o no quisieron salir a los campos de batalla, aunque padecieron
persecuciones y cárcel durante los meses de la revuelta. No estaban representados
en el gobierno los maderistas del interior del estado, los jefes populares de verdadero
8 Cruz, Salvador, Vida y obra de Pastor Rouaix, México, INAH, 1980; y Meza Cabrera, René, Pastor
Rouaix Méndez: visionario agrarista y constituyente vertical, México, Academia del Notariado… de la Sociedad
Mexicana de Geografía y Estadística, 1999 (este libro, básicamente, copia los datos y documentos de
Cruz).
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prestigio en sus regiones, entre los que destacaban en primer lugar Calixto Contre-
ras, Orestes Pereyra y Domingo Arrieta.
Los nuevos encargados del poder ejecutivo estatal tendrían que gobernar con
la estructura del viejo régimen intacta, como escribió Pastor Rouaix: “un gobierno
renovador en inconcebible amalgama con la inamovible legislatura porfirista, con
los caducos funcionarios judiciales y con el viejo personal de empleados, con lo que,
prácticamente, el vencedor quedó a merced del enemigo”.9
Durante los gobiernos de Francisco León de la Barra y Francisco I. Madero,
Pastor Rouaix conoció los sinsabores de una transición que no terminaba de ocu-
rrir y que operaban porfiristas abiertos o encubiertos. Fundó el Partido Demócrata
Durangueño que llevó al gobierno interino del estado al Dr. Luis Alonso y Patiño
(para concluir el periodo que finalizaba en septiembre de 1912); y en las elecciones
de 1912 fue electo diputado local por el distrito de la capital del estado. La XXV
Legislatura de Durango estuvo claramente dominada por elementos porfiristas, con
la sola excepción del propio Rouaix y de Jesús Flores, diputado por el distrito de
Cuencamé (región que dominaba militar y políticamente Calixto Contreras). Final-
mente, cuando cayó el régimen maderista, Pastor Rouaix tuvo que ocultarse en el
consulado español, donde seguía cuando, el 18 de julio de 1913, los rebeldes cam-
pesinos tomaron la ciudad a sangre y fuego y lo designaron gobernador del estado.10
5. Al asumir el gobierno del estado, Rouaix suspendió a todos los empleados pú-
blicos que habían servido al régimen huertista. Él mismo describiría así su gestión
como gobernador
De julio de 1913 a agosto de 1914 desempeñé ese cargo lleno de entusiasmo y satisfac-
ción por la oportunidad que el pueblo me daba para realizar mis ideales, enfocado a la
mejoría de mis compatriotas humildes, con la reforma del régimen económico y social.
En ese lapso de tiempo el gobierno a mi cargo tuvo que atender las necesidades de
la guerra, desde la producción de cereales para alimento y género para los vestidos,
hasta la fabricación de papel moneda para cubrir los gastos de las tropas combatientes;
pero especialmente aquel gobierno quiso dejar establecidos los principios que debían
normar la política del futuro para beneficio de la colectividad.
Para ello expidió el 3 de octubre de 1913, la primera ley agraria que tuvo la nación
mexicana con tendencias socialistas.11
En los considerandos de esa ley, Rouaix establece que “el principal motivo” del
descontento de las clases populares, “que las ha obligado a levantarse en armas des-
de 1910”, ha sido la “absoluta falta de la propiedad individual” y que los pueblos
y ciencias sociales, nueva época, núm. 46, México, enero-abril, 2000, pp. 121-162.
10 Los revolucionarios hicieron levantar un acta electoral fechada en Durango el 1o. de julio, por
la cual Pastor Rouaix habría ganado por 306 votos contra 245 de Emiliano González Saravia y 83 de
Silvestre Dorador, pero la realidad es que los electores fueron los cuatro generales. Véase el acta en
Cruz, Salvador, Vida y obra…, cit., pp. 263-265.
11 Ibidem, pp. 28-29.
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12 Rouaix, Pastor, Geografía del estado de Durango, Tacubaya, Talleres Gráficos de la Secretaría de Agri-
cultura y Fomento, 1929, pp. 155-158.
13 Rouaix, Pastor, Génesis de los artículos…, cit., pp. 277-280.
14 Las disposiciones agraristas del gobierno de Rouaix y la formación de Villa Madero, en Al-
6. En mayo de 1914 don Venustiano Carranza ya había decidido que tenía que aco-
tar al máximo el poder del villismo: tras la conquista de la Comarca lagunera, en
la que destruyó tres divisiones federales (20 de marzo-10 de abril) el Centauro del
Norte controlaba más hombres y recursos que cualquier otro jefe revolucionario y
el poder de su ejército y su prestigio como caudillo no tenían parangón en el campo
rebelde. Esos recursos eran administrados directamente por Villa, sin intervención
de la Primera Jefatura y eso, sumado a las crecientes diferencias de proyecto y a
medidas que Carranza consideraba arbitrarias (como la confiscación de bienes de
los enemigos de la revolución, decretada por Villa el 12 de diciembre de 1913), era
más de lo que el Primer Jefe podía tolerar. Don Venustiano estuvo en Chihuahua de
principios de abril a principios de mayo para intentar poner el gobierno del estado
grande bajo su control, sin éxito (de hecho, su intento provocó fuertes rencillas con
el villismo), por lo que en algún momento tomó la decisión arriba señalada: acotar,
debilitar, poner límites al villismo, pensando quizá en la posible guerra civil que se-
guiría a la caída de Huerta.15
Con eso en mente, Carranza pasó por Torreón, donde ordenó a Villa tomar
Saltillo para retrasar su marcha al sur, y el 10 de mayo llegó a Durango, donde se
las ingenió para atraerse al gobernador Pastor Rouaix, quien hasta entonces había
girado en la órbita villista por su vocación agraria y su cercanía con los generales
Calixto Contreras y Orestes Pereyra. De alguna manera que no he podido docu-
mentar, pero que resulta evidente a la luz de los hechos, Carranza logró ganarse al
gobernador, separándolo del villismo y haciendo que llegara a una especie de tregua
con Domingo Arrieta, jefe de armas en Durango.
Arrieta se había negado a incorporar sus fuerzas a la División del Norte y brega-
ban por hacerse del poder en Durango. Esta situación lo enfrentó primero con To-
más Urbina y Calixto Contreras y finalmente con Pancho Villa, quien le reprochó
airadamente que no hubiera participado en la toma de Torreón como el resto de los
jefes de Durango. Por si fuera poco, Arrieta acogió en sus filas a oficiales que habían
tenido conflictos directos con el Centauro, y en abril de 1914 era clara su posición
de desafío contra el villismo, lo mismo que sus intentos por contener la legislación
agraria de Rouaix y los repartos de tierra hechos por Calixto Contreras. Algo debe
haberle prometido el Primer Jefe sobre futuras reformas sociales para atraérselo,
además de tolerar sus medidas agraristas: de momento, era más importante para
Carranza atraerse al popular gobernador debilitando al villismo, que desmontar el
agrarismo en un estado políticamente marginal.16
A principios de agosto y con la aprobación de Carranza, Arrieta sustituyó en la
gubernatura del estado a Pastor Rouaix, que se inclinaba demasiado por las posi-
ciones de Calixto Contreras y Orestes Pereyra. Pero presentó esta sustitución como
15
Cómo se gestó la escisión revolucionaria, en Salmerón, La División del Norte…, cit., pp. 434-451.
16
No tengo datos sobre la manera en que Carranza se atrajo a Rouaix. Sobre el conflicto del
gobernador con los Arrieta y la tregua entre ambos que duró de mayo a agosto de 1914, Altamirano,
Graziella et al., Durango: una historia compartida, t. II, México, Instituto Mora, 1997, pp. 98-102; y Martí-
nez, Gabino y Chávez Ramírez, Juan Ángel, Durango: Un volcán en erupción, México, Gobierno del
Estado de Durango-Fondo de Cultura Económica, 1998, pp. 221-229.
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Se declara que es de utilidad pública restituir a los pueblos que tengan, como uno de
sus elementos principales de vida la agricultura, las tierras que antes correspondieron
o debieron corresponder a los ejidos, ya sea que dichos ejidos hubiesen estado ampa-
rados por título primordial, o simplemente poseídos por el pueblo, o que no hubiesen
existido en una u otra forma.18
El Primer Jefe, señor Carranza, estimaba mucho al señor ingeniero Pastor Rouaix;
tanto que fue el único de los miembros de su gabinete que estaba dentro del Congreso,
sirviendo, con un tacto y con una prudencia que no serán nunca bastante elogiados,
el lazo de unión entre el Congreso y el Ejecutivo. Pudo pues, con facilidad, el señor
ingeniero Rouaix, hablar al Primer Jefe, señor Carranza, de lo que pretendía la Co-
misión [encargada del artículo 27]; pero aquel se negó rotundamente a consentir en
lo que se le pedía.19
19 Molina Enríquez, Andrés, Esbozo de la historia de los diez primeros años de la Revolución agraria en Méxi-
que redactara un artículo sobre el problema laboral que sí atendiera las demandas
de los revolucionarios. Los diputados “renovadores”, que defendían en el Congreso
el proyecto de Carranza, intentaron oponerse con argumentos jurídicos, pero fue-
ron derrotados con argumentos políticos contundentes, esgrimidos por los diputados
que comenzaron a agruparse como “jacobinos”.
Los diputados eligieron a un “jacobino” y a un “renovador” (Pastor Rouaix y
José N. Macías) para encabezar la comisión encargada de redactar el artículo que
elevaría a rango constitucional los derechos de los trabajadores. En muchos aspec-
tos el artículo 123, resultado del trabajo de la comisión, se convirtió en la legislación
laboral más avanzada de la época, al llevar a la Constitución el derecho de huelga,
la jornada de ocho horas, la fijación de un salario mínimo, reparto de utilidades,
medidas de seguridad, despido sólo por causas justificadas, protección a las madres,
abolición del peonaje por deudas, mecanismos de arbitraje para dirimir los conflic-
tos entre trabajo y capital y otras estipulaciones.
Pero al mismo tiempo, otorgó al ejecutivo federal el papel de mediador en las
relaciones obrero-patronales, con la facultad de autorizar la constitución de las or-
ganizaciones laborales y la capacidad de dictaminar sobre la licitud o no de sus
huelgas. El artículo 123 dio así, al presidente de la República —como jefe del Estado
mexicano—, un enorme poder sobre los trabajadores y sobre los patrones.
Fue también muy destacada la actuación de Rouaix en la redacción del artícu-
lo más novedoso y trascendente de la carta magna: el 27. Rouaix y el michoacano
Francisco J. Múgica impugnaron el texto del proyecto del Primer Jefe y, con la expe-
riencia del artículo 123 discutido previamente, lograron que se integrara una comi-
sión, asesorada por los licenciados Andrés Molina Enríquez y José Inocente Lugo.
El proyecto redactado por la comisión establecía que la propiedad de las tierras
y aguas correspondía originariamente a la nación, la cual tenía el derecho de trans-
mitir su dominio a los particulares, constituyendo la propiedad privada, que podía
ser expropiada por causa de utilidad pública y mediante indemnización. La nación
tenía el derecho de imponer a la propiedad privada las modalidades que dictara el
interés público, por lo que se fraccionarían los latifundios para desarrollar la peque-
ña propiedad, y se dotaría de tierras y aguas a los pueblos que carecieran de ellas.
El mismo artículo establecía que corresponde a la nación el dominio directo
del subsuelo; que sólo los mexicanos tienen derecho a adquirir el dominio directo de
tierras y aguas, pero el Estado puede concederlo a extranjeros cuando renuncien
a la protección de sus gobiernos. También declaraba nulas todas las operacio-
nes de deslinde y concesión de tierras, hechas a partir de 1856, que hubieran pri-
vado de sus bosques, tierras y aguas a los condueñazgos, pueblos, comunidades y
demás colectividades de población. Las reglas y mecanismos para la explotación de
las riquezas del subsuelo permitieron regular y poner límites a las todopoderosas
compañías extranjeras que las explotaban.
9. ¿Lo que ocurrió en México fue una revolución? Uno de los mejores paráme-
tros para establecerlo es justamente el artículo 27 constitucional y su aplicación.
Pues partimos de esta definición: si un movimiento social (generalmente armado,
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20 Basado en Theda Sckocpol, Immanuel Wallerstein, Luis Villoro y Hanna Arendt. Salmerón
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10. Durante los años veinte, los gobiernos de Obregón y Calles fueron resolvien-
do parcialmente las demandas de los pueblos de Durango. Por un lado, Pancho
Villa al fin se rindió y en el norte del estado se establecieron cinco colonias agríco-
las-militares para veteranos de la División del Norte, en una de las cuales, Canuti-
llo, fijó su residencia el Centauro del Norte, desde donde llegó a presionar al go-
bernador Jesús Agustín Castro en favor del reparto agrario, hasta su asesinato, en
julio de 1923.
Un poco antes, en plena campaña electoral de Obregón y como parte de la
misma, el 4 de marzo de 1920 se fundó el Sindicato Agrario Confederado de Du-
rango, que se integró con los comités particulares ejecutivos que, por ley, debían
constituirse en todos los núcleos de población solicitantes de tierras. El objetivo de
la organización era luchar por la restitución y dotación de tierras, enfrentando a las
autoridades que obstaculizaban o impedían la aplicación de las nuevas leyes agra-
rias. Su dirección quedó integrada por Alberto Terrones Benítez como presidente;
Margarito Machado como tesorero y Froylán Reyes como secretario. Machado ha-
bía peleado en la revolución a las órdenes de Severino Ceniceros y era su sustitu-
to en la representación jurídica de los pueblos Ocuilas; y Reyes, nativo de Peñón
Blanco, era diputado local por el distrito de Cuencamé, con el espaldarazo y apoyo
del todavía prestigiado general Ceniceros. Éste, a su vez, fue nombrado delegado
23 Las demandas de restitución y dotación de estos pueblos, pueden verse en los siguientes expe-
dientes del Archivo General Agrario (Secretaría de la Reforma Agraria, hoy Secretaría de Desarrollo
Agrario, Territorial y Urbano): Pasaje, 23/705; Guadalupe Victoria, 23/710; Peñón Blanco, 25/762;
Ignacio Ramírez, 23/692; Ejido General Severino Ceniceros, 23/703.
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lles y semiáridas regiones por donde se extendió la rebelión agraria encabezada por los
revolucionarios villistas, ésta encontró una continuidad en la lucha de los jornaleros,
peones y campesinos agraristas que reclamaban la destrucción del latifundio, el repar-
to de la tierra entre los pobres y que además ahora se proponían luchar para construir
una sociedad sin propietarios y sin explotados.27
27 Navarro, César, “El agrarismo rojo duranguense”, en Secuencia..., nueva época, núm. 46, Méxi-
co, enero-abril de 2000, p. 169. Este movimiento de creciente importancia, duramente reprimido en
1929, fue acompañado en su inicio por Severino Ceniceros y Alberto Terrones Benítez, quienes se
desligaron cuando el movimiento adoptó abiertamente la bandera comunista. Terrones terminaría
convertido en un revolucionario oficial, y fue senador de la República por segunda y tercera ocasiones
durante los sexenios de Ruiz Cortines y Díaz Ordaz. Era, pues, el ala radical de un movimiento agra-
rio del que los grupos acaudillados por aquellos eran el ala moderada. En la “Confederación Roja”
de Durango había, en 1927, sendas organizaciones campesinas de Cuencamé, Ocuila, Peñón Blanco,
Ignacio Allende, Guadalupe Victoria y Pedriceña.
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E
n la tarde del miércoles 31 de enero de 1917, el Teatro Iturbide, en la bella y
evocadora ciudad de Querétaro, fue convertido en sede del Congreso Consti-
tuyente. Se llevó a cabo la solemne sesión de clausura de esa magna asamblea
que el 19 de septiembre anterior había convocado don Venustiano Carranza, desde
la Ciudad de México, en su calidad de Primer Jefe del Ejercito Constitucionalista
encargado del Poder Ejecutivo, en cumplimiento a las Reformas a las Adiciones del Plan
de Guadalupe, expedidas cinco días antes; el noveno congreso constituyente de nuestro
México como nación independiente.
Después de pronunciar las correspondientes promesas de guardar y hacer guar-
dar la ley suprema recientemente aprobada, por parte del Primer Jefe como por
el conjunto de diputados constituyentes, el diputado Hilario Medina formuló una
pieza oratoria alusiva a la efeméride que se estaba llevando a cabo, discurso objeto
del presente trabajo.
Hemos señalado en otra oportunidad1 que, junto con don José Natividad Ma-
cías, don Fernando Lizardi y don Paulino Machorro y Narváez, Hilario Medina
formó el cuarteto de diputados constituyentes más destacados de dicha reunión. Por
ello no nos sorprende que hayan encomendado a Medina tal distinción.
Hilario Medina Gaona nació en la ciudad de León de los Aldama, Guanajua-
to, el 26 de junio de 1891, sus estudios elementales los realizó en su ciudad natal y
los medios los empezó ahí mismo y los concluyó en la capital de la República, en
la Escuela Nacional Preparatoria, de la que más adelante sería profesor de historia
universal. Estudió la carrera de derecho en la Escuela Nacional de Jurisprudencia,
de la Universidad Nacional de México, en donde obtuvo el título profesional corres-
pondiente, y en la cual, más adelante, se desempeñaría también como profesor pero
2 La biografía más completa hasta ahora de Hilario Medina la hizo Héctor Dávalos Martínez,
en La Constitución mexicana de 1917: ideólogos, el núcleo fundador y otros constituyentes, México, UNAM, 1990,
pp. 278-288; en donde se refiere a él como “Hombre reflexivo, de carácter hosco, sobrio y poco
afecto a las bromas”.
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tienen la misión de fiscalizar los actos del gobierno y cuestionaba: ¿cómo va a ser
el gobierno el que los va a juzgar? No puede ser juez y parte, por ello pedía el jura-
do; siguió el diputado tlaxcalteca Modesto González Galindo, quien no estuvo de
acuerdo con el juicio por jurado tratándose de periodistas, porque ello representa un
privilegio, porque muchas veces el jurado se integraba con analfabetos “que son más
fácilmente impresionables” (aunque se exigía en el propio texto que los jurados su-
pieran leer y escribir), que los periodistas honrados no tenían que temer a los jueces,
sino aquellos malos periodistas que tenían el propósito de delinquir. Continuó el di-
putado Espinosa (el Diario de los Debates no aclara cuál de ellos) a favor del dictamen,
explicitando que era diferente el jurado del artículo 20 (por delitos cometidos por
medio de la prensa contra el orden público o la seguridad exterior o interior de la
nación) de lo que se pretendía en el séptimo (por los delitos de injurias, de calumnia
y de difamación) que era un verdadero privilegio, por lo cual pidió se aprobara el
dictamen. Pasó el general Múgica a defender su dictamen, utilizando los argumen-
tos de Espinosa y, finalmente, Jara abonando en lo mismo. Hilario Medina terminó
con el problema cuando propuso:
5 Su fundamento legal lo encontramos en la Ley de Terrenos Baldíos del 23 de julio de 1863 que
fue sustituida por la Ley sobre Ocupación y Enajenación de Terrenos Baldíos del 26 de marzo de 1894
con su correspondiente Reglamento para los Procedimientos Administrativos en Materia de Terrenos
Baldíos y Nacionales, Excedencia y Demasías del 5 de julio de 1894. Normas que se complementaban
con la Ley sobre Deslinde y Colonización de Terrenos Baldíos del 15 de diciembre de 1883, su Regla-
mento del 15 de julio de 1889, y con la Ley sobre Cesión Gratuita de Terrenos Baldíos y Nacionales
del 27 de noviembre de 1896 y su Reglamento del 6 de septiembre de 1897.
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por ello, no nos extraña que se le haya escogido para pronunciar la pieza oratoria
que ponía punto final al Congreso Constituyente de 1916-1917. Veámoslo a conti-
nuación.
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de un pueblo? Seguramente que pesarán mucho en esa balanza, y que esos destinos
tendrán que ser tales cuales deben ser.
En la Constitución Política que se acaba de protestar hay, como los grandes ba-
samentos, como las macizas columnas en donde está el edificio constitucional, cua-
tro cosas principales: El artículo 3o., que se refiere a la cuestión de la enseñanza; el
artículo 5o., que ha resuelto el problema del trabajo; el artículo 24, que se refiere al
llamado problema religioso, y el artículo 129, que ha dado una organización a esa
clase social que se llama el Clero. De esas cuatro cosas, señores diputados, que son,
como he dicho, las columnas del edificio, hay dos que corresponden, o mejor dicho,
todas ellas corresponden a lo que nosotros podemos llamar la reforma social, y todas
las demás que hacen nuestra Constitución, son precisamente las que hacen la reforma
democrática o política; y si es cierto que en esta Cámara, en un principio hubo alguna
diferencia de tendencias, yo creo, si es cierto que existen, que ellas serán solamente en
la apreciación de los límites de las reformas; por una parte la reforma política, que se
refiere a la organización del gobierno, y por otra parte la reforma social, que ha pues-
to los fundamentos de la reforma social. El trabajo, la enseñanza, han sido grandes
necesidades, y han sido medidas de defensa que hemos creído necesario asegurar al
pueblo mexicano. Las otras dos cuestiones han sido, señores diputados, no en la parte
que se refiere al sentimiento religioso, porque aquí se han distinguido perfectamente
estas dos cosas: una, el sentimiento religioso, y otra, los dos hijos espurios de ese senti-
miento, que son el fanatismo y el clericalismo. Habiéndose distinguido perfectamente
estos aspectos, nosotros nos hemos visto en la necesidad de respetar uno y limitar al
otro, es decir, al fanatismo, por medio de la enseñanza, prohibiendo la intervención de
los malos elementos, y al otro, esto es, al clericalismo, nos hemos visto en la necesidad
de cogerlo —a semejanza de lo que decía la leyenda helena del gigante Anteo, que
cobraba nuevas fuerzas al tocar la tierra—, hemos tenido la necesidad de levantarlo y
ahogarlo en el aire para que no cayera en tierra y recobrara de nuevo sus fuerzas. Las
otras reformas, señores diputados, que se refieren al trabajo, son indudablemente la
base y el escudo de la resolución definitiva del problema social del trabajo. Y si se me
precisara a hacer en estos momentos un juicio sintético de la obra constitucional, yo
podría decir que tiene dos aspectos: uno, el aspecto político, que se ha resuelto defini-
tivamente, y otro, el aspecto social, sobre el cual hemos puesto los grandes basamentos
para su resolución definitiva también. En la parte política constitucional seguramente
que hemos encontrado la forma definitiva. Largos años de experiencia nos habían
acreditado que no estaban bien ponderados los poderes fundamentales en los cuales
reposa la confianza pública, y apoyados en esa experiencia y por medio de datos cien-
tíficos que pudimos allegar, hemos logrado, hemos buscado y seguramente que hemos
conseguido, que cada uno de esos poderes fundamentales funcione en la órbita de sus
atribuciones y mantenga entre sí un equilibrio, de tal modo que no pueda perturbarse
y mantenga todas las instituciones en el lugar que deben tener. El Departamento Ju-
dicial ha sido motivo de largas discusiones, de trabajos sesudos, y hemos conseguido
indudablemente que el Departamento Judicial, de hoy en más, se encargue de velar
por la Constitución, por el funcionamiento de todos los poderes, y tenga a su favor la
justicia, la serenidad, la alteza de miras; esta es, señores diputados, la obra que noso-
tros hemos concluido en estos momentos. Yo aseguro solemnemente ante la faz de la
nación, que con seguridad está pendiente de nuestros menores actos; yo aseguro que la
obra es buena. Todavía más, señores diputados: aseguro también y afirmo que la obra
es bella; es bella la obra, señores diputados. ¿Se ha visto en otras veces el espectáculo de
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todo el pueblo levantado para acabar con aquel individuo ebrio de sangre, de vino y
de vergüenza que con su espadón brutal había roto las leyes más sagradas del pueblo
mexicano? ¿Se ha visto esa inmensa obra realizada en un momento dado por la fe y el
patriotismo de los hombres que la han hecho; se ha visto también en la época o en to-
das las épocas de la historia mexicana, a un hombre que ha asumido todos los poderes
en un momento dado y ha usado de ellos con toda discreción y que luego se presenta
ante la faz de la nación sencillo y puro, y viene a mostrar lo que es la obra y el ideal?, y
que un poco más tarde, señores, se presentará ante el Congreso Constitucional a exhi-
bir la obra, a decir a los futuros representantes del pueblo: “He aquí la obra, la patria
estaba herida, enferma, triste y desconfiada”. Unos cuantos apasionados, aquellos que
hacen las politiquerías, los círculos de amigos, la habían cubierto con oropeles menti-
rosos y efímeras apariencias, pero en el fondo, la patria mexicana estaba enferma, llena
de desconfianza, adolorida, llena de escepticismo; entonces yo he recogido la patria
otra vez, la he podido confeccionar según todos los ideales y según todas las aspiracio-
nes de un pueblo. En un momento supremo, acaso de la adivinación del porvenir, he
podido escuchar el hondo palpitar de todos y cada uno de los corazones de los mexi-
canos y he podido confeccionar una nueva obra, una nueva patria, que yo os exhibo
en estos momentos, levantándose de las agitaciones revolucionarias, como se levantaba
la inmaculada Venus de Médicis en su blancura seráfica, en su desnudez pura. Así os
presento una nueva patria. ¡Adoradla! (Aplausos estruendosos).
Esa será seguramente, señores, esa será la presentación de la obra en el Congreso
que va a juzgar de esa misma obra. Nosotros, nosotros que nos ha tocado por una suer-
te envidiable indudablemente, nosotros que hemos tenido en nuestras manos también
el palpitar de una parte de esos problemas, a la resolución de los cuales hemos puesto
todo nuestro patriotismo, debemos confirmar el veredicto que indudablemente tienen
que pronunciar las generaciones, para que más tarde el futuro no nos vaya a hacer el
agravio de que nosotros no pudimos, no supimos comprender al gran hombre que rea-
lizó la obra; y nosotros debemos repetir que es, indudablemente, que es como lo fueron
Washington en los Estados Unidos, Juárez en México, el primero en la paz, el primero
en la guerra y el primero en el corazón de sus conciudadanos. (Aplausos.) Puesto que
habéis, señores diputados, ratificado mis palabras con este espontáneo aplauso, es in-
dudablemente ésta la más alta significación de lo que es el Congreso Constitucional
juzgando esa obra. Pues bien, señores diputados, que esa obra viva, que esa obra
perdure, que esa obra sea duradera, que se haga vieja; que esa obra la defendamos
todos y cada uno de nosotros, cuando ya hemos tenido el grandioso ejemplo de lo
que es una protesta constitucional; porque una protesta, al respetar las leyes del país
y las adiciones y reformas de aquellas leyes del país, esa protesta fue la que levantó en
armas al pueblo mexicano cuando se violaron aquellas leyes. Ya tenemos ese ejemplo
y ya sabemos lo que debe ser una protesta; siguiendo con aquel compromiso que todos
contrajimos cuando nos obligamos a hacer una obra, debemos continuarla y defen-
derla y propagar a los cuatro vientos la semilla de la revolución, hecha Constitución y
hecha ley. Ahora sí, señores, la Revolución tiene ya una fórmula, ya tiene un símbolo.
El pueblo, el sentimiento popular, que seguramente no puede apreciar las exquisiteces,
el refinamiento de esa misma obra, el pueblo sí verá un símbolo en la nueva Constitu-
ción; y verá sobre todo un símbolo en el frontispicio de esa obra, que se llama “Garan-
tías individuales”. Sabrá que él puede conservar el producto de su trabajo; sabrá que
se le respetará su vida; sabrá que puede instruirse con entera libertad en una amplia
atmósfera de libertad religiosa, que puede entrar y salir de la República; y el pueblo,
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como he repetido, que acaso no puede comprender refinadamente, sí obra por el sen-
timiento, sí sabe que está garantizado por todo un código, por todo un Poder público,
y que no habrá de hoy en más una autoridad, por poderosa que sea, que pueda venir a
lastimar los derechos de ese pueblo. Esta, señores diputados, será seguramente la parte
más popular y la más enérgicamente defendida por las masas populares.
Nosotros, que hemos comprendido acaso hasta un poco más lejos, porque indu-
dablemente nuestro patriotismo nos ha inspirado hasta dónde debe llegar la obra,
seguramente que debemos afirmar, debemos creer, que todavía los cañones mexicanos
podrán lanzar al aire sus hurras de victoria, la guerra y la gloria para el pueblo, porque
acaso tengamos todavía que defender esta Constitución; y si tuviéramos que atravesar
otra vez por el doloroso camino, como lo hizo la Constitución de 57, yo os exhorto, se-
ñores, a que vosotros hagáis la obra que podáis hacer, puesto que ya habéis protestado
hacerla respetar. Yo os exhorto a repartir, como he dicho, la semilla de la Revolución
hecha ley, y a hacer que todos y cada uno de nuestros conciudadanos la sienta, la viva,
la comprenda y la respete. He dicho. (Aplausos nutridos).
Después de esas emotivas palabras, se retiró el Primer Jefe, se leyó y aprobó el acta
correspondiente, el presidente de esa magna asamblea la clausuró y se oyeron los gri-
tos: ¡Viva la Revolución! ¡Viva Carranza! ¡Viva el Congreso Constituyente!
En primer lugar, tenemos que decir que es una pieza oratoria muy de la época,
pronunciada por un joven abogado del Bajío que quería lucirse, lleno de hipérbole,
embelesado por el momento histórico que estaba viviendo y consciente y obviamen-
te emocionado de la responsabilidad política que representaba articular el discurso
de clausura del Congreso Constituyente de 1916-1917, obra cumbre de la Revolu-
ción Mexicana. Contiene errores, evidentemente, pero muy entendibles y justifica-
bles por la premura con que seguramente se le encomendó y el innegable cansancio
después de esas intensas y maratónicas sesiones de la magna asamblea, en donde
para nada Hilario fue testigo mudo, sino atento y asertivo participante.
Según Medina, en el discurso de marras, son cuatro las aportaciones fundamen-
tales de la ley suprema que se acababa de aprobar: “El artículo 3o., que se refiere a
la cuestión de la enseñanza; el artículo 5o., que ha resuelto el problema del trabajo;
el artículo 24, que se refiere al llamado problema religioso, y el artículo 129,6 que ha
dado una organización a esa clase social que se llama el Clero” y a continuación seña-
ló que esos cuatro tópicos “corresponden a lo que nosotros podemos llamar la refor-
ma social” y a todo el resto Medina las califica de “reforma democrática o política”.
Y se ve que nuestro personaje estaba imbuido en toda la cuestión religiosa, pues
de las cuatro columnas mencionadas, tres se referían al mismo, por ello no nos extra-
ña que dijera: “se han distinguido perfectamente estas dos cosas: una, el sentimiento
religioso, y otra, los dos hijos espurios de ese sentimiento, que son el fanatismo y el
clericalismo”, de tal suerte, aseguraba, respetando el primero, limitaban al fanatis-
mo por medio de la enseñanza, “prohibiendo la intervención de los malos elemen-
tos”; por lo que se refiere al clericalismo, recordando el mito de Anteo, apuntó:
6 Originalmente era el 129, pero después, por la introducción del artículo 123, se movió la nume-
Seríamos injustos con don Hilario Medina si nos quedamos solamente con su
discurso de 31 de enero de 1917, preparado por un joven de 25 años, en un momen-
to de particular exaltación, cansado, más bien agotado, y con unas circunstancias
extraordinarias, que hemos mencionado con anterioridad. Independientemente de
la referencia bibliográfica que incluimos al final de este modesto trabajo, hemos
querido concluir el mismo con una breve referencia a otro discurso, éste pronuncia-
do 19 años después, en una coyuntura muy diferente y que consideramos refleja más
el pensamiento de Medina.
Este trabajo fue leído el 5 de febrero de 1936, en la velada celebrada por la Aso-
ciación de Constituyentes para conmemorar el XIX aniversario de la carta magna
de 1917. Trabajo publicado en 1942 por la Antigua Imprenta de Murguía, en la
Ciudad de México, y reeditado en 1987 por el gobierno del estado de Querétaro y
el INEHRM, dentro del volumen titulado El pensamiento mexicano sobre la Constitución
de 1917. Antología.
Antes que nada, tenemos que entender el momento histórico en que leyó este
documento: 1936, en pleno apogeo de la administración de Lázaro Cárdenas,
en donde se planteaban cambios radicales al sistema político mexicano, evidente-
mente hacia la izquierda, que llevó a Hilario Medina a iniciar señalando:
La Constitución de Querétaro pasa por una crisis muy seria; sin ser atacada ostensible-
mente, tiene enemigos en todas partes; más aún, aunque es respetada en apariencia,
hay corrientes que preparan su ruina.
Los contrarrevolucionarios sencillamente la detestan, los socialistas la desconocen,
pero la aprovechan en lo que les es útil; los comunistas y los anarquistas la desprecian
y andan pidiendo recetas de fuera para aplicarlas a nuestros males; los individualistas
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y los terratenientes tienen para ella un marcado desdén por haberlos privado de algo;
quienes la encuentran insuficiente y atrasada, quienes la juzgan bolchevique.
Aunque realmente pensamos que lo que Medina proponía era un régimen fas-
cista, que él denomina “régimen político social corporativo democrático constitu-
cional” y su forma visible sería una República Corporativa Democrática Central,
con lo cual no solamente estaría anulando la Constitución mexicana de 1917 sino
desconociendo la historia y la tradición constitucionales mexicanas.
En fin, esas son algunas pinceladas biográficas de uno de los diputados más im-
portantes del Congreso Constituyente de 1916-1917 y notas de una pieza oratoria
trascendente. Con ella se cerró esa importante asamblea que nos legó la Constitu-
ción Política de los Estados Unidos Mexicanos, cuyo centenario hemos empezado a
conmemorar.
Bibliografía
Congreso Constituyente, Diario de los Debates del Congreso Constituyente, Pról. Hila-
rio Medina, México, 1916-1917.
7 Tesis que venía manejando desde hacía cuatro años, particularmente en la ponencia que sustentó
en el Congreso Jurídico Nacional, el 26 de septiembre de 1932. Cfr. La Constitución político-social, México,
Imprenta Comercial Mexicana, 1932; reproducida en El pensamiento mexicano sobre la Constitución de 1917,
cit. pp. 61-82.
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as reformas en amparo y derechos humanos se produjeron en procesos legis-
lativos casi paralelos, una se publicó el 6 de junio de 2011 y la otra el 10 del
mismo mes y año, en tanto que la de procesos colectivos lo fue desde el 29 de
julio de 2010.
En general, puede afirmarse que tales enmiendas constitucionales se inspiran
en una concepción de avanzada y entrañan un nuevo paradigma constitucional, en
virtud de que han ensanchado el horizonte de los derechos humanos, reforzando las
garantías jurisdiccionales y fortaleciendo de manera decidida el Estado de derecho.
En el nuevo paradigma la introducción de las acciones y los procesos colectivos
puede revolucionar la justicia mexicana, aunque debe reconocerse que los resulta-
dos de la reforma constitucional y legal son desalentadores, por ello es conveniente
mejorar la norma constitucional y establecer reglas más avanzadas y abiertas que
impulsen su ejercicio.
situaciones adversas para el ejercicio pleno de los derechos. Para enfrentarse a las
nuevas realidades surgieron los derechos de tercera generación, así como se han per-
filado mecanismos procesales para proteger los intereses colectivos, difusos o incluso
individuales, pero que pueden incidir colectivamente. El derecho pretende proteger
bienes que tradicionalmente no estaban en el comercio, como el aire, el agua u otros
elementos del medio ambiente, pero que pueden fácilmente contaminarse por la
industria, la explosión demográfica u otras causas. El patrimonio histórico artístico
o cultural, por su parte, ha dejado de ser asunto individual o incluso nacional, para
ser cuestión que concierne a toda la humanidad, cualquier persona está interesada
en su conservación y respeto. Las telecomunicaciones, esto es, el radio, la televisión,
o Internet, pueden inducir mediante publicidad engañosa el consumo de ciertos
productos, provocar abusos de industrias o comercios de carácter monopólico, pres-
tar servicios a precios muy elevados o ineficientes, sin que el consumidor encuentre
defensas jurídicas apropiadas. En fin, los propios avances científicos, como la biotec-
nología, la nanotecnología y otras invenciones, al propio tiempo que promueven el
progreso entrañan riesgos que implican ampliar o ejercitar nuevos derechos.
A nuevas realidades deben corresponder nuevos derechos y nuevos medios de
protección procesal, de ahí que en nuestro tiempo se hayan establecido o estén en-
sayando respuestas más consistentes para enfrentar los complejos y heterogéneos
problemas referidos.
Como necesaria consecuencia de la tutela de nuevos derechos de tercera gene-
ración y de carácter colectivo, está produciéndose una revolución procesal cuyos
efectos apenas empiezan a percibirse. Se está superando, en primer lugar, la concep-
ción tradicional del derecho procesal civil, de signo eminentemente individualista,
que exige para el titular de cualquier acción la existencia de un derecho subjetivo.
Se trata de plantear las bases constitucionales y legales que permitan establecer las
acciones y procesos colectivos, en las cuales tendrán que establecerse reglas especia-
les y diferentes para la legitimación, el proceso e incluso la cosa juzgada.
Ahora bien, en este apartado se examinarán las modificaciones constitucionales
de 2010 que introdujeron las acciones y procesos colectivos.
Las acciones y procesos colectivos gozan hoy de creciente popularidad, aunque re-
conocen también antecedentes remotos, pero éstos funcionaron en realidades di-
ferentes. De este modo, en el derecho de los pueblos de la antigüedad se podía
designar un representante común para ciertos asuntos. Así en el derecho romano
hubieron acciones populares, que eran esencialmente privadas y se destinaban a la
protección de los intereses de la sociedad, como la acción termino moto, en contra de
quien alteraba los límites de las propiedades o los conocidos interdictos de homine
libero exhibendo, via publica o flumine publico.
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Pero los instrumentos jurídicos referidos fueron imaginados para otro contexto,
en el sentido moderno puede afirmarse que el antecedente más directo se encuentra
en las acciones de clase norteamericanas (class action), que han ejercido marcada in-
fluencia para las acciones y procesos colectivos.1
Las acciones de clase se originaron en la tradición jurídica anglosajona. Durante
el Medievo, empezaron a convivir en Inglaterra los tribunales de estricto derecho
(common law) con los tribunales de equidad (Courts of Equity). En el siglo XVI se esta-
bleció la Corte de Cancillería (Court or Chancery), en la cual bien pronto se instrumen-
tó el “bill of peace”, cuyo propósito consistía en que aquellas personas que tuvieran
pequeños reclamos universales por un mismo interés no perdieran la posibilidad de
ejercitarlos.
Se recogió esta tradición en los Estados Unidos, donde en el siglo XIX se em-
pleaban las class actions en los procedimientos de equidad; precursor importante fue
el famoso constitucionalista Joseph Story, quien hizo notables contribuciones en la
materia.2
Se introducen las acciones de clase en las Reglas para el Procedimiento Civil de
1938 (Federal Rules of Civil Procedures), que actuaron de ley modelo para la reforma
procesal en los estados miembros de la Unión.3
A las acciones de clase se dedicó la regla 23, pero su eficacia en principio fue
muy relativa; por fin, en 1966, se reformó dicha regla y empezó a practicarse con
mayor eficacia dicho instrumento procesal. En esencia, la regla 23 establece los re-
quisitos de una acción colectiva, hipótesis de ejercicio y diversas disposiciones pro-
cedimentales.4
1 Para estos antecedentes, véanse: Nery Nelson, Junior, “Acciones colectivas en el derecho procesal
civil brasileño”, en Gidi, Antonio y Ferrer Mac-Gregor Eduardo (coords.), La tutela de los derechos difusos,
colectivos e individuales homogéneos (Hacia un Código Modelo en Iberoamérica), México, Porrúa, Instituto Ibero-
americano de Derecho Procesal, pp. 425-426; Gidi, Antonio, Las acciones colectivas y la tutela de los derechos
difusos colectivos e individuales en Brasil (Un modelo para los países de derecho civil), México, UNAM, Instituto de
Investigaciones Jurídicas, 2004, p. 17.
2 Este autor escribió las obras Equity Jurisprudence y Equity Pleadings, en 1836 y 1838, actuó como
law.ufl.edu/faculty/little/topic4_004.pdf. Cabe agregar que las Reglas del Procedimiento Civil Federal se
componen de 13 Títulos y 86 Reglas.
4 Para las acciones de clase, véanse: Rubenstein, William B., “Finality in Class Action Litigation:
Lessons from Habeas”, New York University Law Review, vol. 82, núm. 3, junio de 2007, pp. 790 y ss.;
Johnson, Nicole L., “BlackBerry Users Unite! Expanding the Consumer Class Action to Include a Class
Defense”, The Yale Law Journal, vol. 116, núm. 1, octubre de 2006, pp. 217 y ss.; Burbank, Stephen B.,
“The Class Action Fairness Act of 2005 in Historical Context: A Preliminary View”, University of Penn-
sylvania Law Review, E.U.A, vol. 156, núm. 6, junio de 2008, pp. 1439-1551; Purcell, Edward A., “The
Class Action Fairness Act in Perspective: The Old and the New in Federal Jurisdictional Reform”, Uni-
versity of Pennsylvania Law Review, E.U.A, vol. 156, núm. 6, junio de 2008, pp. 1823-1927; Cox, James D.
y Thomas, Randall S., “Does the Plaintiff Matter? An Empirical Analysis of Lead Plaintiffs in Securi-
ties Class Actions”, Columbia Law Review, E.U.A., vol. 106, núm. 7, noviembre de 2006, pp. 1587-1640;
Gelowitz, Mark A., “Recent Developments in Class Proceedings: a Defendant’s Perspective”, Canadian
Business Law Journal, Canadá, vol. 43, núm. 3, agosto de 2006, pp. 339-358; Cabraser, Elizabeth J. et al.,
“The Class Action Fairness Act of 2005: The Federalization of U.S. Class Action Litigation”, Canadian
Business Law Journal, Canadá, vol. 43, núm. 3, agosto de 2006, pp. 398-419; “Recent Class Action
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Developments in Canada and the United States: Panel Discussion”, Canadian Business Law Journal,
Canadá, vol. 43, núm. 3, agosto de 2006, pp. 420-433; Gidi, Antonio, Las acciones colectivas y la tutela de
los derechos difusos colectivos e individuales en Brasil, cit., pp. 128 y ss; Bianchi, Alberto B., Las acciones de clase,
Buenos Aires, Ábaco de Rodolfo de Palma, 1998.
5 Este caso de la segregación escolar, su registro es 347U.S. 483(1954), se planteó como una acción
de clase por Linda Brown en representación de los demás escolares negros víctimas de la discrimina-
ción; recuérdese que hasta esa época regía en los Estados Unidos la regla separate but equal (iguales pero
separados), emitida en el caso Plessy vs. Ferguson, 163U.S. 537 (1896).
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pese al elevado costo, 225 000 dólares, el Tribunal del Segundo Circuito y la Corte
Suprema establecieron que debía hacerse notificación personal a los involucrados.6
Para dirigir el proceso el juez posee facultades amplias y puede tomar diversas
medidas. De este modo, entre otras, puede ordenar medidas para prevenir repeticio-
nes innecesarias o complicaciones en las pruebas y alegatos; consultar a los miem-
bros de la clase para que consideren su representación adecuada; mantener la clase
dentro de un número manejable; delimitar los mejores perfiles de la clase; acreditar
que la notificación a los miembros ausentes no afecte el debido proceso; establecer
soluciones para hacer efectiva la responsabilidad de la contra parte de la clase.
Si toda la tramitación se ha satisfecho, la sentencia como regla general de las
acciones de clase debe tener efectos vinculantes para todos los miembros de la clase,
hayan tomado o no intervención en el proceso. Se trata de una excepción impor-
tante al principio de que todos tienen derecho a tener “un día en la corte”, en aras
de que el aparato judicial no se vea sobrecargado por múltiples e idénticos litigios.
El proceso para las acciones de clase es complejo, dilatado y muy caro. A este
respecto, indica Gidi que “la acción colectiva es un instrumento traumático: se trata
de un procedimiento costoso, demorado y desgastante, tanto para las partes como
para el poder judicial”, por ello, si existen formas para tutelar el derecho más efi-
cientes, “no existe motivo para recurrir a la acción colectiva”.7 Precisa agregar que
en el propio medio jurídico norteamericano el empleo de las acciones de clase ha
provocado vivo debate, en la defensa se esgrime que es un recurso social de suma
utilidad, en tanto que para otros constituye un chantaje o invención monstruosa.8
Sobre este punto, subraya Bianchi, que la disputa no proviene de lo jurídico sino
de lo económico: “Una vez más encontramos aquí una encarnizada confrontación
entre las grandes corporaciones —sus principales detractores— y los representantes
de los beneficiarios de las acciones de clase, esto es, quienes por razones de diferente
orden carecen de la posibilidad de llevar adelante un proceso judicial de forma efec-
tiva. Es aquí donde radica el nudo de la cuestión”.9
En tales condiciones, pese a los reparos que pudieran ponerse a las acciones
de clase, indudablemente han sido inspiración para el mundo de cómo resolver los
problemas jurídicos de manera colectiva y de establecer un marco que permita a
los sectores menos desfavorecidos unir esfuerzos para respetar sus derechos. De ahí
que el movimiento que pudiéramos denominar tendencia por el acceso a la justicia,
ha incluido las acciones colectivas como una fórmula que es necesario recoger en el
derecho de nuestro tiempo.
Precisamente, en la década de los setenta, algunos profesores italianos, entre
otros, Mauro Cappelletti, Michele Taruffo, Vincenzo Vigoriti y Vittorio Denti, con
vista a las acciones colectivas norteamericanas, pero con una perspectiva mucho
6 Cfr. 479 Federal Reporter, 2a. Series 1005 (2o. Circuit, 1973) y 417 U.S. 156 (1974), respec-
tivamente.
7 Gidi, Antonio, Las acciones colectivas y la tutela de los derechos difusos colectivos e individuales en Brasil,
cit., p. 15.
8 Cfr. Miller, “Of Frankestein monster and shining knights: myth, reality and the class action prob-
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más amplia, iniciaron una tendencia que se propuso establecer nuevos procedimien-
tos, métodos e instituciones para una mejor justicia.
Es paradigmática de esta tendencia la obra titulada El acceso a la justicia, del pro-
pio Cappelletti y Bryan Garth. Esta obra puede considerarse como un estudio inte-
gral de los nuevos modelos para tener un consistente y efectivo acceso a la justicia.
De este modo, se examinan en secuencia cronológica las diversas etapas que se
han presentado en este movimiento; primero, la asistencia jurídica gratuita y la ayu-
da legal con compensación estatal; después, las figuras para proteger los intereses
difusos; finalmente, se explica que el modelo actual “alienta la exploración de una
amplia variedad de reformas, incluyendo cambios en la forma del procedimiento, en
la estructura de los tribunales o la creación de nuevos tribunales, el uso de personas
legales y paraprofesionales tanto en los tribunales como en la barra, modificaciones
en la ley sustantiva destinada a evitar disputas familiares o facilitar sus resolucio-
nes, el uso de mecanismos privados o informales para resolver disputas”.10 Específi-
camente, sobre las acciones de clase, expresan los referidos autores, que
Procesos colectivos: la tutela de los derechos difusos, colectivos e individuales en una perspectiva comparada, México,
Porrúa, 2003, pp. 331 y ss.
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pero tiene importantes implicaciones en otras ramas del derecho. Se han establecido
en diferentes países regulaciones y estrategias diversas para los procesos colectivos,
pero todas ellas tienen en común el propósito de que el derecho pueda responder
a los conflictos jurídicos con sentido social y de un acceso más abierto a la justicia.
En una Conferencia Internacional, convocada por la International Association
of Procedural Law y el Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal, celebrada en
Buenos Aires en junio de 2012, se percibe la difusión mundial que han tenido los
procesos colectivos. Incluso se han clasificado los países según el régimen jurídico
adoptado, así tenemos: a) países con un sistema de procesos colectivos, se caracteri-
za porque sus ordenamientos visualizan a los procesos colectivos como un verdade-
ro sistema, así sucede en: Brasil, Colombia, Dinamarca, Israel, Noruega, Portugal,
Suecia y las provincias de Carta Marca y Rio Negro en Argentina; b) países que
cuentan con algunas disposiciones o técnicas en materia de procesos colectivos: Ar-
gentina, Bélgica, Costa Rica, Holanda, Japón, Perú, Rusia, Venezuela y Uruguay;
c) países que tienen leyes sectoriales en materias de procesos colectivos: Alemania,
Austria, España, Francia, Italia, Suiza, Chile y Paraguay.13
En la relatoría de dicho evento internacional, a cargo de la distinguida espe-
cialista Ada Pellegrini, se considera respecto de los llamados países de la familia del
derecho civil, que si bien “no se ha alcanzado el estado de madurez de las class actions
norteamericanas, la tendencia que se observa en dichos países se dirige a crear ver-
daderos sistemas de procesos colectivos”. En este “camino evolutivo”, los referidos
países elaboran formas propias y adaptadas a sus sistemas procesales. Distintos sig-
nos así lo demuestran: la legitimación para procesos colectivos se otorga tanto a la
iniciativa de los particulares como a los órganos públicos; la representación adecua-
da puede ser decidida por el juez o depender de una previsión legal; la tutela juris-
diccional de los derechos tiende a ser más amplia; en la cosa juzgada se ha innovado
y se sujeta a reglas diversas.14
V. Su influencia en Latinoamérica
13 A este respecto, véanse: Pellegrini Grinover, Ada, “Os processos coletivos e as class actions na
perspectiva do ‘Civil Law’”, y Pereyra Campos, Santiago, “Los recaudos para aprobar un acuerdo,
la cosa juzgada, la liquidación y ejecución de sentencia en los procesos colectivos/class actions en
América”, ambos trabajos en Procesos Colectivos, Class Actions, I Conferencia Internacional y XXIII Jor-
nadas Iberoamericanas de Derecho Procesal, Buenos Aires, International Association of Procedural
Law-Asociación Argentina de Derecho Procesal-Instituto Iberoamericano de Derecho Procesal, 2012,
pp. 51 y ss. y 203 y ss., respectivamente.
14 Cfr. Pellegrini Grinover, Ada, op. cit., pp. 63-64.
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Destaca Brasil, que desde 1967 reformó la ley de acción popular, para permitir
la tutela de los intereses difusos y colectivos de naturaleza indivisible. Más tarde, en
1985, expidió la Ley 1747, la cual estableció la acción civil pública. Seguidamente,
la Constitución de 1988 consagró un régimen de amplia protección de los nuevos
derechos; de este modo, en el artículo 5o., fracción XXXII, se señala: “el Estado
promoverá, en la forma de la ley, la defensa del consumidor”, en tanto que en la
fracción LXXIII del mismo precepto, se dice textualmente: “cualquier ciudadano
es parte legítima para proponer la acción popular que pretenda anular un acto lesi-
vo para el patrimonio público o de una entidad en que el Estado participe, para la
modalidad administrativa, para el medio ambiente o para el patrimonio histórico y
cultural, quedando el actor, salvo mala fe comprobada, exento de las costas judicia-
les y de los gastos de sucumbencia”.15
Finalmente, en 1990, Brasil expidió el Código de Defensa del Consumidor, cu-
yas disposiciones procesales son aplicables a la tutela de todo interés colectivo, difuso
o transindividual. En el artículo 81 de dicho Código, se establece como norma ge-
neral: “La defensa de los intereses y derechos de los consumidores y de las víctimas
podrá ser ejercida en juicio individualmente, o a título colectivo”. Inmediatamente,
en el propio precepto, se prescribe:
la defensa colectiva será ejercida cuando se trate de: I. Intereses individuales o de-
rechos difusos, así entendidos, a los efectos de este código, los transindividuales de
naturaleza indivisible, de los que sean titulares personas indeterminadas y ligadas por
circunstancias de hecho; II. Intereses o derechos colectivos, así entendidos, a los efectos
de este código, los transindividuales, de naturaleza indivisible de los que sea titular un
grupo, categoría o clase de personas ligadas entre sí o con la parte contraria por una
relación jurídica de base; III. Intereses o derechos individuales homogéneos, así enten-
didos los provenientes de origen común.16
Cabe subrayar que la doctrina coincide en señalar que los derechos o intereses
difusos y colectivos tienen en común su transindividualidad y su naturaleza indivi-
sible, pero en los difusos las personas son indeterminadas y carecen de una relación
jurídica base, características que sí se presentan en los colectivos, en tanto que los
individuales homogéneos son accidentalmente colectivos y divisibles.17
Se corresponde literalmente el artículo 81, transcrito con el artículo 1o. del
Anteproyecto de Código Modelo de Procesos Colectivos para Iberoamérica. Este
15 Cfr. Constitución de la República Federativa de Brasil, México, UNAM, Fondo de Cultura Económica,
1994; Afonso Da Silva, José, Constituciones iberoamericanas. Brasil, México, UNAM, Instituto de Investi-
gaciones Jurídicas, 2006.
16 Cfr. Gidi, Antoni y Ferrer Mac-Gregor, Eduardo (coords.), La tutela de los derechos difusos, colectivos
Código fue elaborado por los profesores Ada Pellegrini Grinover, Kazuo Watanabe
y Antonio Gidi, para su presentación en las XVIII Jornadas Iberoamericanas de
Derecho Procesal (Montevideo, 16-18 octubre 2002).18
En Brasil se han sentado también interesantes precedentes jurisprudenciales
para la defensa de derechos difusos, colectivos e individuales homogéneos. A este
respecto, Nery, comunica diversos casos relevantes, entre otros, los siguientes: dis-
pensa de la constitución anual de la asociación de defensa por la salud del fumador
contra la Philip Morris do Brasil; legitimidad del Ministerio Público para proponer
acción a favor de ahorradores de cuentas de ahorro activas, inactivas y no registra-
das; reducción del número de concejales de la cámara municipal; reconocimiento
de abusos en contratos de concesión de lotes y sepulturas en los cementerios; comi-
sión de representantes en condominio y nulidad en cláusulas de compra y venta de
inmuebles; propaganda que provoca juicios morales difusos; defensa de los derechos
de los alumnos y de sus padres en mensualidades escolares; defensa de jubilados
para el ingreso a un estadio de futbol; discusión sobre la constitucionalidad de la tasa
de iluminación pública establecida por los municipios.19
La Constitución de Colombia, por su parte, en el artículo 88, distingue entre
acciones populares y acciones de grupo. Tienen por objeto las acciones populares la
“protección de los derechos e intereses colectivos, relacionados con el patrimonio,
el espacio, la seguridad y la salubridad públicos, la moral administrativa, el ambien-
te, la libre competencia económica y otros de similar naturaleza que se definen en
ella”. Por lo que respecta a las acciones de grupo, se originan “en los daños ocasio-
nados a un grupo plural de personas, sin perjuicio de las correspondientes acciones
particulares”, subrayándose que la propia ley “definirá los casos de responsabilidad
civil objetiva por el daño inferido a los derechos e intereses colectivos”. Para regla-
mentar este precepto se expidió la ley 472 de 1978.
Como advierte Osuna Patiño, la enumeración constitucional de los derechos co-
lectivos no es taxativa, sino que se habilitó a la ley y a la jurisprudencia para incluir
otros derechos colectivos. Es así como se incluyen en la ley la defensa de los bienes de
uso público, el acceso a una infraestructura de servicios que garantice la salubridad
pública, el derecho al acceso a los servicios públicos y a que su prestación sea eficien-
te y oportuna, el derecho a la seguridad y prevención de desastres y el derecho a que
la realización de construcciones urbanas respete las disposiciones jurídicas de mane-
ra ordenada y tenga como fin el beneficio de la calidad de vida de los habitantes.20
En Argentina, la Constitución se ha ocupado de los derechos colectivos. De este
modo, en el artículo 41, se trata del derecho de ambiente, protegiéndose “a todos
los habitantes”, pero también a las “generaciones futuras”; se puntualiza en la “uti-
lización racional de los recursos naturales, a la preservación del patrimonio natural
y cultural y de la diversidad biológica”, además, “se prohíbe el ingreso al territorio
nacional de residuos actual o potencialmente peligrosos, y de los radioactivos”. So-
bre este precepto, apunta Sagüés, que la norma crea un deber constitucional del
Estado, en el sentido de “proveer” a la protección del ambiente, “y otro, legislati-
vo, de dictar normas que instrumenten tales aspiraciones. La falencia estatal en
alguna de estas obligaciones importaría, por ende, un supuesto de inconstituciona-
lidad por omisión”.21
Por otro lado, el derecho de los consumidores y los usuarios de bienes y servicios
ha sido regulado en el artículo 42, señalándose que “tienen derecho, en la relación
de consumo, a la protección de su salud, seguridad e intereses económicos; a una in-
formación adecuada y veraz; a la libertad de elección y a condiciones de trato equi-
tativo y digno”. En el resto del precepto se establece la obligación de la autoridad
de proveer a la protección de sus derechos y se indica que el respeto la legislación
establecerá procedimientos eficaces.
Se vincula con los anteriores preceptos el artículo 43, que está dedicado al am-
paro, en su párrafo segundo se prevén los derechos colectivos. El amparo colectivo
está formulado en los términos siguientes: “Podrán interponer esta acción contra
cualquier forma de discriminación y en lo relativo a los derechos que protegen al
ambiente, a la competencia, al usuario y al consumidor, así como a los derechos de
incidencia colectiva en general, el afectado, el defensor del pueblo y las asociaciones
que propendan a esos fines, registradas conforme a la ley, la que determinará los
requisitos y formas de su organización”.
Más aún, la Suprema Corte de Justicia de Argentina, en su sentencia dictada el
24 de febrero de 2009, en la acción de amparo Halabi Ernesto vs. Poder Ejecutivo Nacio-
nal, decidió por mayoría que el amparo colectivo al que nos hemos referido, eleva a
rango constitucional a las acciones de clase, y que el hecho de no haberlas legislado
el Congreso, importa constitucionalidad por omisión. Señaló igualmente la Corte,
que los jueces deben de todos modos instrumentar las acciones de clase, pese al vacío
legal y sientan algunas bases fundamentales para ello.22
Habría que mencionar por último, las Constituciones de Uruguay y de Para-
guay. En el texto uruguayo, en el artículo 34, se consagró la protección del patrimo-
nio artístico e histórico nacional, en el artículo 47, se regula la protección al ambien-
te, y en los numerales 72 y 332 se establecen cláusulas abiertas para los derechos; se
complementa lo anterior con los artículos 42 y 220 del Código General del Proceso,
que otorga una legitimación muy amplia para proteger los intereses difusos y colec-
tivos, habiéndose emitido también interesantes precedentes jurisprudenciales.23 Por
su parte, el texto paraguayo, en su artículo 38 y 268, numeral 2, establece el derecho
de toda persona para la “defensa de los intereses difusos”, tanto individual como co-
lectivamente, estipulando el deber del Ministerio Público de promover acción penal
para proteger los derechos colectivos.
21 Sagüés, Néstor Pedro, Constituciones Iberoamericanas (Argentina), México, UNAM, Instituto de In-
vestigaciones Jurídicas, 2006, p. 88.
22 Cfr. Sagüés, Néstor Pedro, “La creación judicial del amparo-acción clase como proceso cons-
titucional”, Revista Uruguaya de Derecho Procesal, Montevideo, Uruguay, núms. 3-4, 2008, pp. 281 y ss.
23 Simón, María, Luis y Labat, Santiago, “Procesos colectivos en Uruguay”, Revista Uruguaya de
Derecho Procesal, Montevideo, Uruguay, núms. 3-4, 2008, pp. 331 y ss.
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En México, los primeros antecedentes surgieron en los derechos agrarios y del tra-
bajo. En 1963, la Ley de Amparo, en los artículos 212 y 213 otorgó legitimación a
los grupos de población ejidal o comunal en defensa de sus intereses. Más tarde, en
1970, la Ley Federal del Trabajo, en los artículos 900 y 903, contempló acciones de
carácter colectivo para los sindicatos y los patrones, para plantear conflictos colecti-
vos de naturaleza económica.
Por otra parte, es preciso referir que desde 1975 se expidió la primera Ley del
Consumidor, en la cual se abría la posibilidad de representación colectiva ante auto-
ridades judiciales, y en 1983, en adición al artículo 28 constitucional, se insertó una
mención específica para los consumidores: “La ley protegerá a los consumidores y
procurará su organización para el mejor cuidado de sus intereses”.
Esta tendencia se fortaleció con la nueva Ley del Consumidor de 1992, en los ar-
tículos 24, 26 y 76, que suministraron una legitimación más amplia para la Procura-
duría del Consumidor, emprendiéndose diversas acciones de carácter colectivo. De
este modo, entre 2007 y principios de 2010, antes de la reforma constitucional sobre
procesos colectivos, se solucionaron diversos conflictos planteados contra algunas
líneas aéreas, Air Madrid, Azteca, Aerocalifornia y Aviacsa; igualmente en materia
de vivienda contra la Corporación Técnica de Urbanismo y Graciano y Asociados;
también contra Azcué Muebles y Nokia de México, éste por la garantía de calidad
en equipos de telefonía.24
Desde hace varios años, la doctrina mexicana había venido pugnando por las ac-
ciones y procesos colectivos, tendencia en la cual han sido pioneros reconocidos
juristas. Al historiador y procesalista, Lucio Cabrera Acevedo, se deben diversas
aportaciones precursoras, pugnó durante muchos años por el reconocimiento de
los derechos colectivos.25 Más tarde, María del Pilar Hernández, en la obra Mecanis-
mos de tutela de los intereses difusos y colectivos, hizo un examen general y sistemático del
tema.26 Igualmente, hace poco, Eduardo Ferrer Mac-Gregor, publicó su didáctico
estudio, Juicio de amparo e interés legítimo: la tutela de los derechos difusos y colectivos.27 Se han
dado a la luz obras colectivas e interesantes artículos, así de José Ovalle Favela,28
Rolando Tamayo y Salmorán,29 Luz del Carmen Martí de Aidi,30 Ramón Ojeda
Mestre,31 y otras colaboraciones recientes.32
Se han acogido, finalmente, las acciones y procesos colectivos en la Constitución
mexicana, en un proceso legislativo terso y casi unánime. La iniciativa se presentó
en la Cámara Alta del Congreso Federal, el 7 de febrero de 2008, por el senador
José Murillo Karam, en las consideraciones se hace mención al progreso de la insti-
tución jurídica de que se trata en diferentes países, y a reconocidos académicos que
elaboraron el proyecto.33 Aunque la iniciativa fue objeto de dictamen hasta el 10 de
diciembre de 2009, se aprobó el mismo día en el Senado, por unanimidad. Por su
parte, en la Cámara de Diputados el dictamen correspondiente se formuló el 25 de
marzo de 2010, poco después se aprobó casi por unanimidad, con una sola absten-
ción. En las legislaturas locales pronto alcanzó la mayoría.
Las acciones y procesos colectivos se incorporaron, por reforma publicada el
29 de julio de 2010, al tercer párrafo del artículo 17 constitucional, en los siguien-
tes términos: “El Congreso de la unión expedirá las leyes que regulen las acciones
colectivas. Tales leyes determinarán las materias de aplicación, los procedimientos
27 Ferrer Mac-Gregor, Eduardo, Juicio de amparo e interés legítimo: la tutela de los derechos difusos y colec-
tivos, México, Porrúa, 2003.
28 Ovalle Favela, José (coord.), Las acciones para la tutela de los intereses colectivos y de grupo, México,
UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2004; “Acciones populares y acciones para la tutela de
los intereses colectivos”, Boletín Mexicano de Derecho Comparado, año XXXVI, núm. 107, mayo-agosto
de 2003.
29 Tamayo y Salmorán, Rolando, “Class Action. Una solución al problema de acceso a la justicia”,
en: http://portal.veracruz.gob.mx/pls/portal/docs/PAGE/COLVER/DIFUSION/REVISTA_CONCIENCIA/
REVISTANO.8/10.-LUZ%20DEL%20CARMEN%20MART%CD%20DE%20GIDI.PDF. Fecha de con-
sulta: 28 de mayo de 2012.
31 Ojeda Mestre, Ramón, “Las acciones colectivas en el sistema judicial mexicano”, Lex. Difusión y
análisis, México, cuarta época, año XIV, abril de 2010, pp. IV-X.
32 Hernández Castro, Juan José, “¿Identidad y acción colectiva en Walmart?: condiciones de fac-
tibilidad”, Iztapalapa. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, México, año 30, núm. 66, enero-junio de
2009, pp. 81-96; García Sais, Fernando, “Legitimación y representación adecuada en las acciones co-
lectivas”, Revista del Instituto de la Judicatura Federal, México, núm. 32, 2011, pp. 49-68; Lugo Garfias, Ma-
ría Elena, “La determinación de las acciones colectivas para el fortalecimiento del Estado mexicano”,
Revista del Centro Nacional de Derechos Humanos, México, nueva época, año 5, núm. 15, 2010, pp. 67-90;
Gómez García, Luis, “Reconocimiento constitucional de las acciones colectivas: reforma al artículo 17
de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos”, Derecho ambiental y ecología, México, año 7,
núm. 38, agosto-septiembre de 2010, pp. 29-31; Burguete Stanek, Leopoldo, “Las acciones colectivas
en materia ambiental y su impacto en las empresas”, Derecho ambiental y ecología, op. cit., p. 69; Carmona
Lara, María del Carmen, “Breves reflexiones en torno a las acciones colectivas en relación con el de-
recho al medio ambiente adecuado”, Derecho ambiental y ecología, op. cit., pp. 39-42; Romero Navarrete,
Lourdes, “Experiencias de acción colectiva frente a la problemática ambiental en México”, Revista
mexicana de ciencias políticas y sociales, México, año L, núm. 203, mayo-agosto de 2008, pp. 157-174.
33 Para elaborar esta iniciativa, se formó un grupo de legisladores, agrupaciones de la sociedad ci-
vil y académicos, éstos dirigidos por el maestro Alberto Benítez Tiburcio y los doctores Eduardo Ferrer
y Fernando García; la iniciativa reflejó los acuerdos del grupo de trabajo antes referido.
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judiciales y los mecanismos de reparación del daño. Los jueces federales conocerán
de forma exclusiva sobre estos procedimientos y mecanismos”.
Es menester puntualizar que en la iniciativa original presentada al Senado, no
se hacía mención de los jueces que debían conocer de las acciones y procedimientos
colectivos, pero en el dictamen formulado por la propia Cámara Alta, se indicó que
como era atribución del Congreso Federal legislar en la materia, se requería señalar
“en el texto constitucional que los jueces federales serán los competentes para cono-
cer de tales procedimientos colectivos”.
Precisa subrayar, por último, que en la iniciativa de referencia se hace mención
de las acciones y procesos colectivos de diferentes países, incluido Brasil. Se percibe
la influencia del Código del Consumidor de este país, en uno de los considerandos fi-
nales de la propia iniciativa, en la cual se recogen las distinciones conceptuales sobre
derechos difusos, colectivos e individuales homogéneos. Efectivamente, se expresó
en la iniciativa original:
VIII. La reglamentación
34 Ovalle Favela, José, “Legitimación en las acciones colectivas”, en Procesos colectivos, class action,
cit., p. 153.
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2. Competencia restringida
Aunque el texto constitucional fue mucho más amplio, el artículo 578 es muy
acotado, las acciones colectivas “sólo podrán promoverse en materia de relaciones
de consumo de bienes o servicios, públicos o privados, y medio ambiente”. Quedan
fuera muchos derechos que ameritan procesos colectivos y de la tercera generación,
entre otros, defensa del patrimonio público, cultural o artístico; educación; desarro-
35 A este respecto, veánse, entre otros: Castillo González, Leonel y Murillo Morales Jaime, Acciones
colectivas. Reflexiones desde la Judicatura, México, Consejo de la Judicatura Federal, 2013; Gómez Rodrí-
guez, Juan Manuel, “La contribución de las acciones colectivas al desarrollo regional desde la pers-
pectiva del derecho social”, Cuestiones Constitucionales. Revista Mexicana de Derecho Constitucional, México,
núm. 30, enero-junio de 2014, pp. 59-89; Sosa y Ávila Zabre, Marcela, Variaciones de lo blanco y lo negro
de las acciones colectivas en México, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2016; Prodecon,
Acciones colectivas: reflexiones en torno a su necesidad en materia tributaria, México, Serie de Cuadernos de la
Procuraduría de la Defensa del Contribuyente, núm. XVII, pp. 29-40; Sánchez Cordero de García Vi-
llegas, Olga, “Control de legalidad y acciones colectivas”, participación de la ex ministra en el Encuen-
tro de Derechos Humanos, Jurisprudencia y Presupuesto de la Ética, en la mesa redonda: “Control de
Legalidad y Acciones Colectivas”, el 28 de junio de 2013.
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llo social; acceso a servicios públicos; vivienda; salud; derecho al agua; derecho a la
alimentación; seguridad pública y privada, cuyos reclamos son cotidianos; desarro-
llo urbano, sería particularmente útil en las zonas metropolitanas que se caracteri-
zan por su desaforada construcción, con licencias mal expedidas o incluso sin ellas,
que requiere detenerse con medidas enérgicas y de efecto inmediato, como pueden
ser interdictos o figuras jurídicas similares incorporadas a los procesos colectivos.
3. Legitimación limitada
De los sujetos legitimados, según el artículo 585, hasta ahora ha habido escasos
resultados. En la Procuraduría Federal del Consumidor (Profeco), se han empren-
dido cinco acciones colectivas, casi todas ellas en trámite (Telcel, Telecom, Corpo-
ración Geo, Teléfonos de México, Sofá City por entrega de muebles); sin embargo,
cabe precisar que recientemente la Profeco obtuvo la primera sentencia favorable
en materia de consumo contra Nextel, por realizar cobros indebidos por servicios no
proporcionados, deficientes o que no se ajustaban a las condiciones u ofrecimientos
hechos.36 En la Comisión Nacional para la Protección y Defensa de los Usuarios de
las Instituciones Financieras (Condusef), se están preparando acciones colectivas
para las afores, a las cuales es preciso sujetar a una mayor supervisión. En la Procu-
raduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa), se ha utilizado más frecuente-
mente la presión a través de medios o acciones de la ciudadanía. Por último, en la
Comisión Federal de Competencia Económica (Cofece) y la Procuraduría General
de la República, no se tiene noticia de que se hayan ejercido acciones colectivas.
Por otra parte, es necesario subrayar que la legislación es demasiado rigurosa
para la representación de los ciudadanos en los procesos colectivos. Efectivamen-
te, se exige para los ciudadanos en los procesos colectivos que sean cuando menos
30 miembros, requisito que no es necesario en otras legislaciones más avanzadas;
aun en la legislación norteamericana, el requisito consiste en que no sea posible el
litis consorcio.
Ha habido acciones colectivas promovidas por asociaciones o grupos de ciuda-
danos, que comienzan a explorar el camino. En este sentido, en Monterrey un gru-
po de ciudadanos se han inconformado por el aumento de las tarifas del transporte
público; en Sinaloa, acciones colectivas contra la Comisión Federal de Electricidad
por no hacer lecturas del consumo real e incluir conceptos indebidos, pendiente de
resolución en la Corte; demanda colectiva contra grupo México, por el derrame de
sulfato de cobre en los ríos Sonora y Bacanuchi.
36 Esta resolución se pronunció por el Juzgado Segundo de Distrito en Materia Civil del Distrito
Federal, indicando Profeco que puede beneficiar a más de tres millones de usuarios de servicios de
telecomunicaciones agrupados en las empresas NII Telecom S. de L. de C.V., Servicios de Radioco-
municación Móvil de México S. de R.L. de C.V., Delta Comunicaciones Digitales S. de R.L. de C.V.,
Inversiones Nextel de México S. de R.L. de C.V., y Operadora de Comunicaciones S. de R.L. de C.V.,
conocidas comercialmente como Nextel. La información fue proporcionada en Boletín de Prensa de la
Profeco 0010, de 23 de febrero de 2016.
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5. Puntos procedimentales
Entre otros, los siguientes: a) en el artículo 581 del Código Federal de Procedi-
mientos Civiles, se incorporó una distinción teórica innecesaria que en la práctica
puede dificultar el ejercicio de las acciones colectivas, de ahí que sea necesario sim-
plificar la norma; b) prescripción reducida, en el artículo 584 del propio Código se
establecen tres años seis meses para la prescripción a partir del día en que se haya
causado el daño, siendo que éste en ocasiones es de difícil apreciación, recuérdese
el filme norteamericano titulado Una acción civil, que se emprendió después de mu-
chos años y enfermedades causadas a muchos ciudadanos; c) la certificación que se
exige en la legislación en las acciones colectivas mexicanas es innecesaria, ha sido
eliminada en varias legislaciones que la dejan al juez en el auto de admisión; d) en
el artículo 594, es preciso establecer reglas más flexibles, para que el grupo afectado
tenga facilidades de incorporarse a la acción y la condena alcance los vastos efectos
del hecho ilícito; e) cosa juzgada, su regulación es deficiente en alcances y límites;
f) honorarios, a la parte demandante no deben cargárseles, como en otras legislacio-
nes así se estipula, si se considera que los demandados gozan de una gran fortaleza
económica; g) carga de la prueba, en el amparo directo en revisión 2244/2014, se
sostuvo que corresponde a la empresa demostrar lo que promete en su publicidad,
ya que ella es la que cuenta con los medios técnicos y económicos, además de que
los consumidores gozan de una protección constitucional; h) en lo general, se debe
depurar y ajustar a la técnica procesal el capítulo dedicado a las acciones colectivas
en el código de la materia.
Pablo Yankelevich*
Sumario: I. No podemos tener un extranjero dentro de nosotros. II. Aún no nos hemos
fundido en el tipo nacional. III. Ser o no ser mexicano por nacimiento. IV. Política,
propiedades y religión. V. Bibliografía.
D
esde la tribuna del Congreso Constituyente, el 6 de enero de 1917 Pauli-
no Machorro Narváez, diputado por Jalisco y futuro ministro de la Supre-
ma Corte de Justicia de la Nación, sentenció: “Los extranjeros consideran
a México como tierra de conquista, pero no es la tierra lo único que conquistan, a
México se ha venido a conquistar también al hombre. Desde los encomenderos que
se repartieron a los indios, todos los extranjeros han venido a tratarnos como bestias
y así quieren todavía seguirnos tratando”.1 Estas palabras dibujan la atmósfera que se
respiró en aquel Congreso durante las discusiones vinculadas a la extranjería.
Un nacionalismo con fuertes aristas xenófobas se expresó en los debates, y en
buena medida fue así porque los constituyentes supieron traducir reclamos que ani-
daban en anchos sectores de la sociedad mexicana. Entre las razones que moviliza-
ron a las fuerzas revolucionarias figuró un sentimiento de agravio que estigmatizó
la presencia extranjera convirtiéndola en una de las fuentes que alimentaban la
pobreza y el atraso nacional. Si bien el odio a los extranjeros no fue la causa de
la Revolución, en determinados momentos y regiones el impulso nacionalista pro-
dujo alegatos y acciones xenófobas que se manifestaron en la persecución y asesi-
nato de chinos, en amenazas y expulsiones de españoles, y en atentados a vidas y
* El Colegio de México.
1 Suprema Corte de Justicia de la Nación, Nueva edición del Diario de Debates del Congreso Constituyente
de 1916-1917 (Ignacio Marván Laborde, editor), México, SCJN, v. 2, 2006 [Intervención de Paulino
Machorro Narváez], 6 de enero de 1917, p. 1445.
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na”, Historia Mexicana, núm. 72, abril-junio 1969, pp. 569-614; Knight, Alan, Nationalism, Xenophobia
and Revolution: The Place of Foreigners and Foreign Interest in Mexico, 1910-1915, Oxford University, 1974;
Hu de Hart, Evelyn, “Racism and Anti-Chinese Persecution in Sonora, México, 1876-1932”, Amerasia
Journal, núm. 9, 1982, pp. 1-28; Illades, Carlos, Presencia española en la Revolución Mexicana (1910-1915),
México, UNAM-Instituto Mora, 1991; Puig, Juan, Entre el río Perla y el Nazas. La China decimonónica y sus
braceros emigrantes, la colonia china de Torreón y la matanza de 1911, México, Conaculta, 1992; Salazar, Delia
(coord.), Xenofobia y xenofilia en la historia de México. Siglos XIX y XX, México, INN-INAH, 2006; Chao
Romero, Robert, The Chinese in Mexico (1882-1940), Arizona, The University of Arizona Press, 2010; y
Yankelevich, Pablo, ¿Deseables o inconvenientes? Las fronteras de la extranjería en México posrevolucionario, Méxi-
co, Madrid, ENAH, Bonilla Artigas, Iberoamericana, Vervuert, 2011.
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vivió en el país. Poco antes del estallido de la Revolución optó por la nacionalidad
mexicana y por razones poco conocidas terminó involucrado en las filas de los ejér-
citos comandados por el general Álvaro Obregón. La nacionalidad de origen con-
trarió en un sector de los constituyentes. En virtud de la Constitución de 1857 su
elección fue legítima toda vez que el requisito establecido era “ser ciudadano mexi-
cano en ejercicio de sus derechos políticos”;3 sin embargo, un grupo de diputados
capitaneados por el nayarita Cristóbal Limón, el hidalguense Rafael Vega Sánchez,
el poblano Epigmenio A. Martínez Ponce y el sonorense Juan de Dios Bojórquez
embistieron contra Martí con argumentos que mal escondían diferencias políticas y
enemistades personales. Se intentó impedir su designación sosteniendo burdamente
que el artículo 56 de la Constitución de 1857 fijaba el requisito de “ser mexicano
por nacimiento”. Cuando se hizo evidente la falsedad del argumento, se apeló al
poder soberano del Congreso para decidir en este caso. Al ser refutada esta pre-
misa indicando que tal potestad no constaba en los términos de la convocatoria al
Congreso, se invocaron sentimientos patrióticos para impedir que un “extranjero”
se convirtiera en constituyente. Martí “es un hombre que ha renegado de su patria,
por ello nunca podría ayudarnos con el calor, con el entusiasmo y con el cariño con
que lo haría uno de los nuestros que fuera nacido en México, que fuera de padres
mexicanos”, argumentaba Bojórquez.4 Se subrayaba que no había suficientes evi-
dencias del pasado revolucionario de Martí, en el mejor de los casos se podía cons-
tatar su paso por los ejércitos constitucionalistas en el tardío año de 1915. Martí era
presentado como un extranjero advenedizo que sólo tenía el lustre de ser sobrino del
libertador cubano, por ello, el diputado Vega sentenció: “cuando se nace en Cuba
y se apellida Martí no se va a mendigar patria a otra parte. Cuando se apellida uno
Hidalgo o Juárez, no se va a nacionalizar a otra parte”.5
Aquellos que se inclinaron a favor de la acreditación, además de la legalidad de
una elección realizada en apego al texto constitucional de 1857, también razona-
ron sobre otros temas, entre ellos, los aportes de la inmigración y el sentido de los
derechos de ciudadanía en tanto dispositivo de inclusión de nuevos mexicanos a la
comunidad nacional. “No vengo aquí a defender a Martí sino a la ley”6 señaló el
hidalguense Alfonso Cravioto, para de inmediato trazar algunas de las rutas por las
que transitarían las discusiones sobre la extranjería una vez instalado el Congreso.
La figura de José Ives Limantour fue un fantasma que recorrió buena parte de
esos debates a lo largo de todo el Congreso. Hijo de extranjero, poderoso secretario
de Hacienda y referente ineludible de los Científicos, este personaje fue el arqueti-
po del enemigo que escaló posiciones hasta llegar al gabinete presidencial, para desde
allí entregar las riquezas nacionales a manos extranjeras. No satisfecho con esto,
3 “Constitución Política de la República Mexicana, 1857”, en Manuel Dublán y José María Lo-
zano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la
República, México, Imprenta del Comercio de Dublán y Chávez, vol. VIII, 1877, p. 390.
4 Diario de los Debates del Congreso Constituyente 1916-1917 [Intervención de Juan de Dios Bojórquez],
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PABLO YANKELEVICH
siempre ambicionó reemplazar a Porfirio Díaz. Este fue el relato que compartió
la vertiente más xenófoba del Congreso y este fantasma anidó en las discusiones
sobre extranjería y derechos políticos. Sucede, como alertó Epigmenio Martínez:
“No podemos tener un extranjero dentro de nosotros”, para de inmediato agregar:
“Veamos lo que pasó con el gobierno de Porfirio Díaz, que teniendo un Limantour
y varios extranjeros siempre intrigaron; por eso, pido, por patriotismo, por dignidad
nacional, un voto para la nulidad de la credencial de Martí”.7
Ante estos argumentos, otros más moderados no siempre se impusieron. Sus
voceros, además de Cravioto, fueron el michoacano Francisco J. Múgica y el tabas-
queño Félix Palavicini. Se trataba, decían, de entender el nacionalismo “no como
exclusivismo absorbente ni como odio a los extranjeros, sino como preferencia en
igualdad de casos para los mexicanos”.8 Para este sector, era necesario tener pre-
sente que el crecimiento de la inversión extranjera en la economía nacional y el
consecuente poderío que alcanzaron los hombres de negocios extranjeros, no fue
resultado de la presencia de Limantour, sino que se trató de un “error de la dictadu-
ra que orientó por el camino equivocado su buen deseo de inaugurar una política
industrial, bancaria y ferrocarrilera” tendiente al desarrollo nacional. “Contra ese
error todos hemos reaccionado”, reflexionaba Cravioto, y por ello era necesario
conciliar el “espíritu mexicanista con las auténticas necesidades nacionales” y entre
ellas, subrayaba, la promoción de una auténtica política de inmigración.9
Todo esto se discutió a la sombra de la acreditación de Rubén Martí. A la
postre las posiciones se tensaron. “Yo propongo, arengó el tamaulipeco Emiliano
Nafarrete,10 que no aceptemos más que a ciudadanos mexicanos por nacimiento y
sangre”. Este alegato no tenía más justificación que el axioma contenido en un co-
nocido proverbio de la época: “México ha sido una madre para los extranjeros y una
madrastra para los mexicanos”. Frente a esta posición, Cravioto argumentó:
El señor Martí llena todos los requisitos exigidos por la Constitución para ser electo
diputado. Por lo tanto, esa credencial es legítima desde el punto de vista constitucional.
Nosotros tenemos la obligación de respetar la ciudadanía mexicana y si de este Con-
greso Constituyente arrojásemos al señor Rubén Martí diciendo que es nacionalizado,
entonces, señores diputados, deberíamos también arrancar de las páginas gloriosas de
nuestra historia a Francisco Javier Mina y a Nicolás de Régules, alegando que fueron
españoles.11
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PABLO YANKELEVICH
tado Antonio de la Barrera Aguilar fue enfático al respecto cuando defendió el dic-
tamen de la Comisión invocando el caso de Rubén Martí: “ningún extranjero, como
el señor Martí, cubano nacionalizado mexicano, puede sentir amor por la tierra en
que no ha nacido, porque la simple comunicación del ministro que lo nacionalizó
nunca pudo sacar la sangre cubana que tiene en sus venas”.15
En la defensa que hizo Paulino Machorro Narváez, miembro de la Comisión
Dictaminadora que presentó esta modificación, es manifiesta la animadversión ha-
cia los extranjeros. Las ideas del francés Gustav Le Bon no sólo inspiraron las inter-
venciones de este diputado, sino que se permitió leer párrafos del entonces influyen-
te libro Psicología política y defensa social, escrito por ese médico francés tan convencido
de las peligrosas consecuencias políticas que conllevaba desafiar la natural desigual-
dad de las razas humanas, como del papel que jugaban los sentimientos en el rumbo
de la historia.16 Sin embargo, la potencia nacionalista que animó estas propuestas
tomaba una paradójica distancia del reaccionario nacionalismo europeo, sobre todo
de aquellas posturas que, en sus vertientes más excluyentes y xenófobas, condujeron
a la doctrina del Blut und Bonden (sangre y tierra) en la legislación de ciudadanía del
III Reich. En el caso mexicano, se compartía la idea de considerar al extraño como
una amenaza a la nacionalidad, pero invirtiendo los términos, es decir, no era el
peligro a cruzamientos biológicos y culturales con “pueblos débiles” aquello que se
temía sino lo contrario; era la debilidad mexicana la que obligaba a restringir la pre-
sencia extranjera, de no hacerlo peligraba la existencia de una nación que no había
terminado de constituirse. ¿El pueblo mexicano constituye actualmente una verda-
dera nacionalidad?, se preguntaba Machorro Narváez, su respuesta es reveladora:
15 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Intervención de Antonio de la Barrera, 6 de
Constituimos una agrupación débil… de ahí resulta que el extranjero sea siempre más
fuerte en México que en cualquiera otra parte del mundo, y por este motivo… la na-
cionalización de los extranjeros en México es un trámite legal, no es un concepto real.
No obedece a un hecho positivo; el extranjero viene a México y se naturaliza, no se
asimila al pueblo mexicano Sociológicamente, el extranjero no se funde con nosotros,
no viene a formar una familia, no viene a diluirse en nuestra nacionalidad; el extran-
jero sigue siendo extranjero.21
18 Clavijero, Francisco Javier, Historia Antigua de México, México, Porrúa, vol. II, 1958, p. 208.
19 Mora, José Ma. Luis, México y sus revoluciones, México, Porrúa, 1965, vol. I, p. 63.
20 Prieto, Guillermo, “Zacatecas-VI Toltecas”, El siglo XIX, 28 de noviembre de 1843.
21 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Intervención de Paulino Machorro Narváez],
PABLO YANKELEVICH
nos” y otros, aquellos que pertenecían a una misma comunidad de lengua y raza, es
decir, los indolatinos”.22 La propuesta fue apoyada por Bojórquez, quien propuso una
nueva redacción de la fracción primera del artículo 55. Para ser electo diputado, el
candidato debía “ser ciudadano mexicano por nacimiento o latinoamericano nacio-
nalizado”; de este modo, apuntó, “podremos responder por vez primera al llamado
de Simón Bolívar, en cuyo cerebro luminoso germinó el pensamiento que tenemos el
sagrado deber de hacer que se lleve a la práctica: la unión de la América Latina”.23
Sentimientos de pertenencia continental animaron esta idea en la que impera-
tivos políticos antes que jurídicos ensanchaban derechos para unos nacionalizados
mientras los cerraba para otros. Se trataba, indicó Múgica, de acompañar desde el
legislativo la estrategia de Carranza para conformar una alianza continental opues-
ta a la Doctrina Monroe.24 En este sentido, abrir la puerta a “indolatinos” en el Con-
greso de la Unión era hacer justicia a una causa fundada en afinidades de “idioma
y sangre”:
22 Ibidem [Intervención del diputado Francisco J. Múgica], 6 de enero de 1917, p. 1447. La propuesta
de establecer una excepción para los extranjeros originarios de Latinoamérica fue retomada de precep-
tos ya consagrados en las Constituciones de algunas naciones de Centroamérica, Antillas y América del
Sur, véase “Elementos para la compresión del debate sobre extranjería y nacionalización”, en Idem, vol.
III, pp. 3331-3340. Por otra parte, el peso de una antigua tradición de desconfianza hacia españoles y
estadounidenses es manifiesta en el imaginario del Constituyente; sobre esta tradición véase: Sims, Ha-
rold D., La expulsión de los españoles de México, 1821-1828, México, Fondo de Cultura Económica, 1974;
Heath, Hilarie J., “Mexicanos e ingleses: xenofobia y racismo”, en Secuencia, núm. 23, mayo-agosto de
1992, pp. 77-98; González Navarro, Moisés, Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero, 1821-
1970, México, El Colegio de México, 1993; Alberro, Solange, De gachupín al criollo, o de cómo los españoles
en México, dejaron de serlo, México, El Colegio de México, 1994; Falcón, Romana, Las rasgaduras de la
descolonización. Españoles y mexicanos a mediados del siglo XIX, México, El Colegio de México, 1996; Pani,
Erika, “Coyotes y gallinas: Esfera pública, identidad y comunidad en la Ciudad de México durante
la expulsión de españoles”, en Revista de Indias, Madrid, CSIC, vol. 63, núm. 228, 2003, pp. 355-374.
23 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Intervención de Juan de Dios Bojórquez], 6 de
Cultura Económica, 2 vols., 1958; y Richmond, Douglas, La lucha nacionalista de Venustiano Carranza,
1893-1920, México, Fondo de Cultura Económica, 1986.
25 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Intervención de Francisco J. Múgica], 6 de
el paradigma inmigratorio, aquel que a lo largo del siglo XIX alentó tantos proyec-
tos de modernización en las sociedades latinoamericanas. Sin embargo, el derecho
de elegir y ser elegidos, fundamento de la moderna ciudadanía, fue interceptado por
el clamor nacionalista de una revolución victoriosa. Palavicini advirtió los riesgos de
legislar con una perspectiva tan estrecha. Fortalecer la ciudadanía “es una necesi-
dad de progreso, nuestros dos grandes problemas sociales son el autóctono que ha
fracasado con la irredención del indio, y el inmigratorio que evidentemente nos ha
venido proporcionando una constante inyección de energías e inteligencias. No po-
demos esperar que se busque con interés nuestra ciudadanía cuando ésta no ofrezca
ninguna ventaja. ¿Qué peligro, preguntaba Palavicini, habría en admitir que los
indoamericanos nacionalizados puedan ser electos representantes para el Congreso
de la Unión?”.26
La respuesta no se hizo esperar. Machorro Narváez tradujo la poderosa des-
confianza que despertaban los extranjeros naturalizados cuando, desde la tribuna,
explicó que los extranjeros ya “nos arrebataron nuestras riquezas”, los bancos, los
ferrocarriles, y “hasta casándose con nuestras ricas, nos han arrebatado las tierras y
las haciendas”. Los mexicanos “nos hemos quedado solo con los derechos políticos
sin tener la riqueza. Defendamos eso último que nos queda. Estamos como en un
islote con nuestros derechos políticos ante un océano que nos cerca. Ahí, plantemos
la bandera de la nacionalidad”.27 Presentado en estos términos, quedó cancelada
cualquier posibilidad para un debate fecundo sobre inmigración y ciudadanía. So-
metido a votación, el requisito de ser ciudadano mexicano “por nacimiento” para
ser candidato a diputado fue aprobado por 98 votos a favor y 55 en contra.28 Se trató
de uno de los resultados más divididos entre todas las votaciones del Congreso, y el
punto de ruptura radicó en la excepción de que los “indoamericanos” naturaliza-
dos mexicanos fueran considerados ciudadanos con derechos a ocupar puestos en
el Congreso. A pesar de esta derrota, el fervor latinoamericanista encontró eco ma-
yoritario en una discusión posterior, cuando en el artículo 30 constitucional quedó
establecido que los indolatinos avecindados en la república disfrutarían de una vía
privilegiada para adquirir la nacionalidad mexicana.29
Una vez aprobado el artículo 55, por derivación quedó instituido el mismo re-
quisito para las candidaturas a senadores (artículo 59). De esta manera se bloqueó el
acceso al poder legislativo a ciudadanos mexicanos por naturalización.
Otras restricciones se dispusieron para garantizar que los derechos ciudadanos que-
daran a buen resguardo. Al igual que en la Constitución de 1857, se mantuvo el
26 Ibidem [Intervención de Félix Palavicini], 6 de enero de 1917, p. 1486.
27 Ibidem [Intervención de Paulino Machorro Narváez], 6 de enero de 1917, p. 1447.
28 Ibidem [Votación del artículo 55 constitucional], 8 de enero de 1917, pp. 1422 y 1531.
29 Ibidem [artículo 30 constitucional], 21 de enero de 1917, p. 1223.
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requisito de ser mexicano por nacimiento para ocupar los cargos de secretario de
Estado (artículo 91), ministro de la Suprema Corte (artículo 95) y gobernador de los
estados (artículo 115). Sin embargo, se ajustó este requisito, en el caso del artículo 82
relativo a la presidencia de la república, añadiendo a la obligación de ser mexicano
por nacimiento la de ser hijo de padres mexicanos por nacimiento. De este modo,
el fervor nacionalista, además de limitar derechos a mexicanos por naturalización,
acotó la ciudadanía a mexicanos por nacimiento de padres extranjeros. Cuando se
discutió este artículo nadie reparó que consagraba dos niveles de ciudadanía respec-
to a la prerrogativa de ocupar la presidencia de la República: la que gozarían los
mexicanos de nacimiento con padres de origen extranjero y aquella correspondien-
te a mexicanos por nacimiento hijos de padres mexicanos por nacimiento. De cara
al texto constitucional de 1857, este requisito era una innovación introducida en el
proyecto presentado por Carranza. El 27 de enero de 1917, sin expresar ningún re-
paro, los diputados lo aprobaron por unanimidad.30
En las semanas transcurridas entre las discusiones por la acreditación de Rubén
Martí y la aprobación del artículo 82, sucedió el debate y aprobación del artícu-
lo 55 y después el correspondiente al artículo 30. Es decir, los constituyentes primero
fijaron el requisito de ser “mexicano por nacimiento” y después discutieron y apro-
baron los atributos de la nacionalidad mexicana. Entre los días 16 y 21 de enero de
1917 se enfrascaron en el contenido del artículo 30 tratando de definir las condicio-
nes para adquirir la nacionalidad mexicana. El diputado Fernando Lizardi lo ex-
presó con claridad: “la distinción entre mexicanos por nacimiento y mexicanos por
naturalización tiene interés desde el punto de vista práctico, porque nuestras leyes
exigen la primera cualidad para dar acceso a ciertos cargos públicos, exigencia muy
justa y que obliga a definir cuáles de los mexicanos deben considerarse que lo son
por nacimiento”. Sin embargo, el problema radicó en que “hemos empezado por
exigirles a los futuros diputados que sean mexicanos por nacimiento, para después
venir a decir quiénes son mexicanos por nacimiento”.31
En el proyecto de Carranza, el artículo 30 privilegió el principio de ius sanguinis
fijando que la nacionalidad mexicana se adquiría por dos vías. Por un lado, figu-
raban los “mexicanos por nacimiento” hijos de padres mexicanos nacidos dentro
o fuera de México, mientras que los hijos de extranjeros nacidos en México y los
extranjeros residentes en el país podían convertirse en mexicanos por la vía de la
naturalización. La peculiaridad en el caso de los hijos de extranjeros nacidos en el
país radicaba en que la conversión a mexicanos por naturalización operaba de oficio
si al mes siguiente de cumplir la mayoría de edad no manifestaba el propósito de
conservar la nacionalidad de origen. 32
de 1857 y sobre todo la Ley de Extranjería y Naturalización [Ley Vallarta] de 1885 que establecía una
naturalización de oficio y que sólo podía evitarse si el extranjero en un plazo determinado manifestaba
su voluntad de seguir siéndolo. La razón de tal procedimiento radicaba en el temor de reclamos inter-
nacionales relacionado con daños o pérdida de bienes muebles e inmuebles. Es decir, el Estado despo-
jaba al extranjero de sus derechos de filiación salvo manifestación expresa para que esto no sucediera,
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La Comisión que dictaminó esta propuesta advirtió que de aceptarse sin cam-
bios y como ya se había aprobado el artículo 55, se eliminaría de los puestos de
representación popular tanto a los extranjeros naturalizados como a los hijos de
extranjeros nacidos en México, y sucedería lo mismo con los secretarios de Estado,
los gobernadores y los ministros de la Suprema Corte. En atención a estas circuns-
tancias, se propuso modificar el proyecto para incluir entre los mexicanos “por naci-
miento” a los que hubieran nacido en la República de padres extranjeros, si dentro
del año siguiente a su mayoría edad manifestasen ante la Secretaría de Relaciones
Exteriores su voluntad de adquirir la nacionalidad mexicana.33
Resulta paradójica la conducta del Congreso que, después de restringir los dere-
chos ciudadanos de los naturalizados, se movilizara para no hacer lo mismo con los
nacidos en México hijos de padres extranjeros. Cómo explicar la voluntad de depu-
rar todo rastro de extranjería en el poder público, cuando en este caso se maniobró
para que el ius soli de hijos de extranjeros fuera obligación suficiente para ocupar
posiciones en los tres poderes con excepción de la presidencia de la República. En
primer término, se podría anotar el apresuramiento de ajustar cuentas ante una vo-
tación perdida en la acreditación de Rubén Martí. Un sector de los diputados pudo
haber valorado esta derrota como una afrenta a las banderas nacionalistas y rápi-
damente se movilizó para acotar la ciudadanía de mexicanos por naturalización.
“Realmente, confesó el tabasqueño Rafael Martínez de Escobar, cometimos una
ligereza porque debimos haber aplazado la discusión del artículo 55 hasta después
de la discusión del artículo 30”.34 En segundo término, es posible suponer que los
argumentos de las vertientes más moderadas, aquellas expuestas cuando la acredi-
tación de Martí y que triunfaron, y que volvieron a expresarse en la votación del 55
constitucional para perder, lo hicieron nuevamente en la discusión de este artícu-
lo para terminar imponiendo una fórmula ambigua de atribución de la nacionali-
dad, como se indicará más adelante; y en tercer lugar, se podría especular que algu-
nos diputados y dirigentes revolucionarios eran hijos de padres extranjeros, de modo
que impugnar la nacionalidad por esa vía significaba desacreditar a los dirigentes
como el propio desempeño de los diputados, además de obstruir las legítimas aspira-
ciones a ocupar en el futuro nuevos encargos en administraciones estales y federales.
Tal era el caso, por ejemplo, del general Eduardo Hay, “hijo de padres extranjeros,
quien indudablemente tiene derecho a venir a ocupar una curul en el Congreso de
la Unión. Ese hombre aquí tiene a su esposa, sus hijos, sus afectos. México para él
es su patria”.35
Una vez restringida la ciudadanía de los mexicanos naturalizados, el problema
fue conciliar las intensidades del ius soli y el ius sanguinis en el otorgamiento de dere-
trastocando con ello el acto positivo mediante el cual una persona solicita cambiar de nacionalidad
para convertirlo en su antítesis, es decir, la manifestación debía expresar la voluntad de conservar la
nacionalidad. Al respecto véase: Trigueros, Eduardo, La nacionalidad mexicana, México, Jus, 1940.
33 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Dictamen del Proyecto de artículo 30 constitu-
cional], p. 1176.
34 Ibidem [Intervención de Rafael Martínez de Escobar], 19 de enero de 1917, p. 1188.
35 Ibidem, p. 1213.
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chos políticos a quienes nacieron en México. Las discusiones fueron largas, voces a
favor y en contra expusieron ejemplos variados. Sin embargo, muy pocos fueron los
que propusieron abandonar el principio de ius sanguinis para reemplazarlo por el de
ius soli, tal y como ya estaba instituido en la mayoría de las Constituciones del con-
tinente. El veracruzano Saúl Rodiles fue uno de ellos y de poco sirvió su exhorto en
el sentido de que “es preciso ser más liberales para ver este asunto con mayor des-
apasionamiento”. Si en la mayoría de los países de América el lugar de nacimiento
determinaba la nacionalidad, ello obedecía a la necesidad de atraer inmigrantes.
México necesitaba de estas corrientes de inmigración y “si nosotros a los extranjeros
no les proporcionamos nada, absolutamente nada, ¿qué deseos pueden tener ellos
para permanecer aquí?”36 En aquel Congreso no había lugar para estas preguntas,
toda vez que el diagnóstico era exactamente el inverso. En un país “convertido en
tierra de conquista desde hacía cuatrocientos años”,37 resultaba inviable permitir la
participación política a los extranjeros.
Distinta era la situación de quienes habían nacido en México siendo hijos de
padres extranjeros. Sobre este asunto trabajó la Comisión Dictaminadora, y el zaca-
tecano Rafael Martínez de Escobar intentó explicar las razones por las que estas
personas debían considerarse mexicanas por nacimiento. Sucedía que en estos casos
“los elementos de sangre y herencia se encuentran perfectamente modificados por
los elementos del medio y la educación. Estos elementos ya tienen un peso más for-
midable que la sangre”.38 Nadie objetó que la “sangre” ya no pesara, como lo hizo
en la polémica acreditación de Rubén Martí. En cambio, ahora la influencia “del
medio y la educación” fueron razones suficientes para ser reputados como mexica-
nos por nacimiento los hijos de padres extranjeros, además de la obligación de ma-
nifestar la voluntad de ser mexicanos ante la autoridad competente.
El jurista José Natividad Macías, uno de los redactores del proyecto de Constitu-
ción, se encargó de subrayar el error que se cometería de modificar el proyecto: “es
ciudadano por nacimiento el que nace mexicano, no el que adquiere la nacionalidad
con mucha posterioridad”.39 Macías explicó la necesidad de normar con certeza
quiénes eran mexicanos por nacimiento y quiénes por naturalización. El entonces
rector de la Universidad Nacional señaló: “Lo que ha pasado siempre entre nosotros
es que las leyes se han dado no conforme a los preceptos estrictamente constitucio-
nales, sino que se han formado conforme a las necesidades del momento”,40 y con
esta afirmación no hacía más que traslucir la disputa política de un pasado reciente
proyectándose en la discusión sobre la definición de la nacionalidad mexicana. El
fantasma de Limantour volvió a hacerse presente asociando la extranjería al papel
desempeñado por los “Científicos” cuando los conflictos por la sucesión de Porfirio
Díaz. Para Macías, la candidatura de Limantour a la presidencia sólo se detuvo al
comprender Porfirio Díaz, por insistencia del secretario de Justicia, Joaquín Baran-
¿El señor Limantour tuvo esa política ruinosa para México debido a la sangre francesa
que corría por sus venas? Si así fuera, tendríamos que convenir en el absurdo que fue
la sangre zapoteca que bullía en las arterias del general Díaz la causa de que se hubiera
entregado en manos de los “Científicos”. Por lo demás, la política del grupo científico
estaba también apoyada por mexicanos de nacimiento, como don Pablo Macedo, Ca-
sasús, Pimentel y Fagoaga y otros muchos que eran mexicanos por nacimiento e hijos
de padres mexicanos.45
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ajustarse a las formalidades que dicta la justicia precisando los casos en los cuales
procede la expulsión y regularse la manera de llevarla a cabo; pero como la Comisión
carece del tiempo necesario para estudiar tales bases con probabilidades de acierto,
tiene que limitarse a proponer que se reduzca un tanto la extensión de la facultad
concedida al Ejecutivo, dejando siquiera el juicio de amparo al extranjero amenazado
de la expulsión… Con la enmienda que proponemos desaparecerá de nuestra Consti-
tución el matiz de despotismo de que aparece revestido el Ejecutivo en tratándose de
48 Cámara de Diputados del Congreso de la Unión, Los Derechos del Pueblo Mexicano, México, a través
de sus Constituciones, vol. 5, “Antecedentes y evolución de los artículos 28-36”, México, Porrúa, 2000,
p. 219.
49 Sobre las controversias constitucionales en torno al artículo 33, véase: Burgoa, Ignacio, Derecho
constitucional mexicano, México, Porrúa, 1991, p. 135. Un detenido análisis sobre este asunto puede con-
sultarse en Velázquez Quesada, Eloy Alfaro, “La justificación del artículo 33 de la Constitución Política
de los Estados Unidos Mexicanos y proyecto de garantía de audiencia al aplicarse dicho precepto
constitucional”, Facultad de Derecho, UNAM, 1949.
50 Al respecto véase Chenillo, Paola, “Entre la igualdad y la seguridad. La expulsión de extranjeros
en México a la luz del liberalismo decimonónico, 1821-1876”, tesis de licenciatura en historia, México,
UNAM, Facultad de Filosofía y Letras, 2009.
51 Se pueden consultar las tesis sobresalientes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación justifi-
cando las negativas a conceder suspensiones provisionales a órdenes de expulsión emitidas por el titular
del Ejecutivo en Góngora Pimentel, Genaro David y Acosta, Miguel Ángel, Constitución Política de los
Estados Unidos Mexicanos. Doctrina, legislación, jurisprudencia, México, Porrúa, 1987, pp. 602-608.
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extranjeros y que no figura en ninguna otra de las Constituciones que hemos tenido
ocasión de examinar.52
Frente a la “falta de tiempo” que adujo la Comisión para precisar los motivos
que derivarían en expulsión, los diputados Francisco Múgica y Alberto Román pro-
pusieron un texto alternativo en el que incluyeron causales de expulsión, además de
garantizar el recurso de amparo al extranjero calificado de “inconveniente”. Para
estos diputados el artículo 33 debería aplicarse:
I. A los extranjeros que se inmiscuyan en asuntos políticos. II. A los que se dediquen
a oficios inmorales (toreros, jugadores, negociantes en trata de blancas, enganchado-
res, etcétera). III. A los vagos, ebrios consuetudinarios e incapaces físicamente para el
trabajo, siempre que aquí no se hayan incapacitado en el desempeño de sus labores.
IV. A los que en cualquier forma pongan trabas al gobierno legítimo de la República
o conspiren en contra de la integridad de la misma. V. A los que, en caso de pérdida
por asonada militar, motín o revolución popular, presenten reclamaciones falsas al go-
bierno de la nación. VI. A los que representen capitales clandestinos del clero. VII. A
los ministros de los cultos religiosos cuando no sean mexicanos. VIII. A los estafadores,
timadores o caballeros de industria.53
52 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Dictamen del artículo 33 constitucional], 18 de
agraria, México, UNAM, 1963; Silva Herzog, Jesús, La cuestión agraria: el agrarismo mexicano y la reforma
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agraria, México, El Colegio Nacional, 2008; Aguirre, Norberto, La Constitución y la reforma agraria, Mé-
xico, BNCE, 1968 y Medina Cervantes, José Ramón, Bases socio-jurídicas del artículo 27 constitucional,
México, CEHAM, 1984.
56 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Intervención de Enrique Enríquez], 29 de enero
de 1917, p. 1035.
57 Cámara de Diputados, Derechos del pueblo mexicano, México a través de sus Constituciones, México,
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61 Al respecto véase Sepúlveda, César, Derecho internacional, México, Porrúa, 1984.
62 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [Votación artículo 27 constitucional], 29 de
enero de 1917, p. 1088.
63 Ibidem [Intervención de José Reynoso], 29 de enero de 1917, p. 1045.
64 Ibidem [Intervención de Francisco J. Múgica], 29 de enero de 1917, p. 1047.
65 Ibidem [Intervención de Enrique Colunga], 29 de enero de 1917, p. 1054.
66 Al respecto véase Silva Herzog, Jesús, Historia de la expropiación petrolera, México, Cuadernos Ame-
ricanos, 1963; Meyer, Lorenzo, Su Majestad Británica contra la Revolución Mexicana, 1900-1950. El fin de un
imperio informal, México, El Colegio de México, 1991; y México y los Estados Unidos en el conflicto petrolero,
1917-1942, México, El Colegio de México, 1972; y Garner, Paul, Leones británicos y águilas mexicanas.
Negocios, política e imperio en la carrera de Weetman Pearson en México, 1889-1919, México, Fondo de Cultura
Económica, 2013.
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jeros para todo tipo de empleos que ya figuraba en el artículo 32 de aquella Cons-
titución, agregando la exigencia de la nacionalidad mexicana por nacimiento para
pertenecer al ejército, a las fuerzas de seguridad y al personal a cargo de embarca-
ciones y a la mayoría de las tripulaciones que naveguen con bandera mexicano.67 En
el esfuerzo por afirmar la seguridad interior y fronteriza el ius soli ofreció garantías
de patriotismo y lealtad a los gobiernos de la Revolución. En segundo lugar, el jaco-
binismo anticlerical instalado en el Congreso valoró a los representantes de la igle-
sia católica como una amenaza al orden político que debía fundarse sobre aquella
Constitución. De tal modo que, por un lado, las Leyes de Reforma quedaron incor-
poradas al artículo 130 prohibiendo, entre otros asuntos, a asociaciones eclesiásticas
la propiedad de bienes inmuebles y, por otro, se instituyó que sólo los mexicanos por
nacimiento podían ejercer el ministerio de culto, en el afán de evitar que extranjeros
y mexicanos por naturalización participaran en actividades de administración de la
fe. Además, en asuntos políticos, a los ministros de culto se les prohibió cualquier
injerencia, participación y asociación con fines políticos, así como el ejercicio del
derecho al sufragio.68
Buena parte de los resguardos que la Constitución fijó a la presencia extranjera
confluyeron en la regulación de los asuntos de culto, de modo que si la participación
política y la extranjería fueron excluyentes, esta condición alcanzó a los mexicanos
por nacimiento ocupados en el sacerdocio. El añejo enfrentamiento entre el Estado
y la Iglesia católica activó un mecanismo constitucional que permitió “extranjeri-
zar” a mexicanos enajenando sus derechos de ciudadanía. Este mecanismo exhibía
más las dificultades que la capacidad del poder público para “plantar la bandera de
la nacionalidad” en una sociedad cuya diversidad étnica era valorada como fuente
de debilidad y sobre la que actuaba una clerecía católica alimentando oposiciones
que desembocarían poco después en la guerra cristera.
¿Qué hubo detrás de la polémica y de tantas prevenciones? Es posible que sólo
temores bien fundados, recelos legítimos y ansiedades ante la incertidumbre de los
tiempos por venir, aquellos que la nueva Constitución debía regular y sobre todo
disciplinar.
En los debates se escucharon posiciones extremas de un nacionalismo xenófobo;
sin embargo, estas voces no dominaron las votaciones. En ellas triunfaron volunta-
des más equilibradas, interesadas en reservar para los mexicanos “por nacimiento”
el dominio y control de cargos y funciones de la administración política, y en so-
meter a la jurisdicción nacional los conflictos que originaría el reordenamiento de
la propiedad a consecuencia del proceso revolucionario. Excluir al extranjero del
campo de política, y obligar a que reconociera la potestad de las leyes nacionales en
los asuntos de bienes inmuebles, fueron aspiraciones que quedaron plasmadas en el
texto constitucional.
A la luz de esos debates pueden leerse las ambigüedades en la definición de la
nacionalidad que terminó consagrando la Constitución. El ius sanguinis y el ius soli
67 Suprema Corte de Justicia de la Nación, op. cit. [artículo 32 constitucional], 19 de enero de 1917,
p. 1234.
68 Ibidem [artículo 130 constitucional], 27 de enero de 1917, p. 2566.
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fueron usados de manera arbitraria para confirmar o rechazar relatos en los que
la extranjería fue asimilada a presencias peligrosas que impedían la cristalización
de una auténtica nación. Esos debates prefiguraron muchos otros que atraviesan
el siglo XX para discurrir sobre nuestro tiempo hasta cristalizar en reformas cons-
titucionales y en legislación secundaria en materia de nacionalidad y extranjería.
Reflexionar sobre estos cambios legislativos obligaría a regresar al Constituyente de
Querétaro para escuchar a Paulino Machorro Narváez advirtiendo que en este país
“aún resuenan los acicates de Pedro de Alvarado”.69 Si a cuatro siglos de distancia,
la Conquista proyectaba sombras sobre el presente mexicano, asignando a la nueva
Constitución el deber de iluminar el futuro nacional; a cien años de aquel Congreso,
convertido el país en el corredor internacional de migrantes más transitado del orbe,
los conflictos entre nosotros y los otros han tomado nuevos bríos en un panorama
sembrado de incertidumbres
V. Bibliografía
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dos Unidos Mexicanos, tomo 1: Estudios históricos, editado por
el Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, se
terminó de imprimir el 27 de enero de 2017 en los talleres
de Desarrollo Gráfico Editorial, S. A. de C. V., Municipio
Libre 175-A, colonia Portales, delegación Benito Juárez,
03300 Ciudad de México, tel. 5601 0796. Se utilizó tipo
Baskerville en 9, 10 y 11 puntos. En esta edición se empleó
papel cream book 57 x 87 cm. de 60 gramos para los in-
teriores y papel couché de 200 gramos sobre cartoné para
los forros; consta de 2,000 ejemplares (impresión offset).