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CIC. Revelación

PRIMERA PARTE; LA PROFESIÓN DE LA FE; PRIMERA SECCIÓN «CREO»-«CREEMOS»; CAPÍTULO SEGUNDO; DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

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CIC. Revelación

PRIMERA PARTE; LA PROFESIÓN DE LA FE; PRIMERA SECCIÓN «CREO»-«CREEMOS»; CAPÍTULO SEGUNDO; DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

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PRIMERA PARTE

LA PROFESIÓN DE LA FE
PRIMERA SECCIÓN
«CREO»-«CREEMOS»

CAPÍTULO SEGUNDO
DIOS AL ENCUENTRO DEL HOMBRE

50 Mediante la razón natural, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras. Pero
existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias
fuerzas, el de la Revelación divina (cf. Concilio Vaticano I: DS 3015). Por una decisión enteramente
libre, Dios se revela y se da al hombre. Lo hace revelando su misterio, su designio benevolente que
estableció desde la eternidad en Cristo en favor de todos los hombres. Revela plenamente su designio
enviando a su Hijo amado, nuestro Señor Jesucristo, y al Espíritu Santo.

ARTÍCULO 1
LA REVELACIÓN DE DIOS

I Dios revela su designio amoroso

51 "Dispuso Dios en su sabiduría revelarse a sí mismo y dar a conocer el misterio de su voluntad,


mediante el cual los hombres, por medio de Cristo, Verbo encarnado, tienen acceso al Padre en el
Espíritu Santo y se hacen consortes de la naturaleza divina" (DEI VERBUM 2).

52 Dios, que "habita una luz inaccesible" (1 Tm 6,16) quiere comunicar su propia vida divina a los
hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su Hijo único, hijos adoptivos (cf. Ef 1,4-
5). Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y
de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.

53 El designio divino de la revelación se realiza a la vez "mediante acciones y palabras", íntimamente


ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DEI VERBUM 2). Este designio comporta una
"pedagogía divina" particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para
acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión
del Verbo encarnado, Jesucristo.

San Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo
acostumbrarse entre Dios y el hombre: "El Verbo de Dios [...] ha habitado en el hombre y se ha hecho
Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar
en el hombre, según la voluntad del Padre" (Ad versus haereses, 3,20,2; cf. por ejemplo, Ibid., 3,
17,1; Ibíd., 4,12,4; Ibíd.,4, 21,3).

II Las etapas de la revelación

Desde el origen, Dios se da a conocer

54 "Dios, creándolo todo y conservándolo por su Verbo, da a los hombres testimonio perenne de sí
en las cosas creadas, y, queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se manifestó, además,
personalmente a nuestros primeros padres ya desde el principio" (DEI VERBUM 3). Los invitó a una
comunión íntima con Ël revistiéndolos de una gracia y de una justicia resplandeciente.
55 Esta revelación no fue interrumpida por el pecado de nuestros primeros padres. Dios, en efecto,
"después de su caída [...] alentó en ellos la esperanza de la salvación con la promesa de la redención,
y tuvo incesante cuidado del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la
salvación con la perseverancia en las buenas obras" (DEI VERBUM 3).

«Cuando por desobediencia perdió tu amistad, no lo abandonaste al poder de la muerte [...] Reiteraste,
además, tu alianza a los hombres (Plegaria eucarística IV: Misal Romano).

La alianza con Noé

56 Una vez rota la unidad del género humano por el pecado, Dios decide desde el comienzo salvar a
la humanidad a través de una serie de etapas. La alianza con Noé después del diluvio (cf. Gn 9,9)
expresa el principio de la Economía divina con las "naciones", es decir con los hombres agrupados
"según sus países, cada uno según su lengua, y según sus clanes" (Gn10,5; cf. Gn 10,20-31).

57 Este orden a la vez cósmico, social y religioso de la pluralidad de las naciones (cf. Hch17,26-27),
está destinado a limitar el orgullo de una humanidad caída que, unánime en su perversidad
(cf. Sb 10,5), quisiera hacer por sí misma su unidad a la manera de Babel (cf. Gn11,4-6). Pero, a causa
del pecado (cf. Rm 1,18-25), el politeísmo, así como la idolatría de la nación y de su jefe, son una
amenaza constante de vuelta al paganismo para esta economía aún no definitiva.

58 La alianza con Noé permanece en vigor mientras dura el tiempo de las naciones (cf. Lc 21,24),
hasta la proclamación universal del Evangelio. La Biblia venera algunas grandes figuras de las
"naciones", como "Abel el justo", el rey-sacerdote Melquisedec (cf. Gn 14,18), figura de Cristo
(cf. Hb 7,3), o los justos "Noé, Daniel y Job" (Ez 14,14). De esta manera, la Escritura expresa qué
altura de santidad pueden alcanzar los que viven según la alianza de Noé en la espera de que Cristo
"reúna en uno a todos los hijos de Dios dispersos" (Jn 11,52).

Dios elige a Abraham

59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abram llamándolo "fuera de su tierra, de su
patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir, "el padre de una multitud de
naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las naciones de la tierra" (Gn12,3; cf. Ga 3,8).

60 El pueblo nacido de Abraham será el depositario de la promesa hecha a los patriarcas, el pueblo
de la elección (cf. Rm 11,28), llamado a preparar la reunión un día de todos los hijos de Dios en la
unidad de la Iglesia (cf. Jn 11,52; 10,16); ese pueblo será la raíz en la que serán injertados los paganos
hechos creyentes (cf. Rm 11,17-18.24).

61 Los patriarcas, los profetas y otros personajes del Antiguo Testamento han sido y serán siempre
venerados como santos en todas las tradiciones litúrgicas de la Iglesia.

Dios forma a su pueblo Israel

62 Después de la etapa de los patriarcas, Dios constituyó a Israel como su pueblo salvándolo de la
esclavitud de Egipto. Estableció con él la alianza del Sinaí y le dio por medio de Moisés su Ley, para
que lo reconociese y le sirviera como al único Dios vivo y verdadero, Padre providente y juez justo,
y para que esperase al Salvador prometido (cf. DEI VERBUM 3).

63 Israel es el pueblo sacerdotal de Dios (cf. Ex 19, 6), "sobre el que es invocado el nombre del Señor"
(Dt 28, 10). Es el pueblo de aquellos "a quienes Dios habló primero" (Viernes Santo, Pasión y Muerte
del Señor, Oración universal VI, Misal Romano), el pueblo de los "hermanos mayores" en la fe de
Abraham (cf. Discurso en la sinagoga ante la comunidad hebrea de Roma, 13 abril 1986).

64 Por los profetas, Dios forma a su pueblo en la esperanza de la salvación, en la espera de una
Alianza nueva y eterna destinada a todos los hombres (cf. Is 2,2-4), y que será grabada en los
corazones (cf. Jr 31,31-34; Hb 10,16). Los profetas anuncian una redención radical del pueblo de
Dios, la purificación de todas sus infidelidades (cf. Ez 36), una salvación que incluirá a todas las
naciones (cf. Is 49,5-6; 53,11). Serán sobre todo los pobres y los humildes del Señor (cf. So 2,3)
quienes mantendrán esta esperanza. Las mujeres santas como Sara, Rebeca, Raquel, Miriam, Débora,
Ana, Judit y Ester conservaron viva la esperanza de la salvación de Israel. De ellas la figura más pura
es María (cf. Lc 1,38).

III Cristo Jesús, «mediador y plenitud de toda la Revelación» (DEI VERBUM 2)

Dios ha dicho todo en su Verbo

65 "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros padres por medio de los
profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por su Hijo" (Hb 1,1-2). Cristo, el Hijo de Dios
hecho hombre, es la Palabra única, perfecta e insuperable del Padre. En Él lo dice todo, no habrá otra
palabra más que ésta. San Juan de la Cruz, después de otros muchos, lo expresa de manera luminosa,
comentando Hb 1,1-2:

«Porque en darnos, como nos dio a su Hijo, que es una Palabra suya, que no tiene otra, todo nos lo
habló junto y de una vez en esta sola Palabra [...]; porque lo que hablaba antes en partes a los profetas
ya lo ha hablado todo en Él, dándonos al Todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese
preguntar a Dios, o querer alguna visión o revelación, no sólo haría una necedad, sino haría agravio
a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra alguna cosa o novedad (San Juan
de la Cruz, Subida del monte Carmelo 2,22,3-5: Biblioteca Mística Carmelitana, v. 11 (Burgos
1929), p. 184.).

No habrá otra revelación

66 "La economía cristiana, como alianza nueva y definitiva, nunca pasará; ni hay que esperar otra
revelación pública antes de la gloriosa manifestación de nuestro Señor Jesucristo" (DEI VERBUM4).
Sin embargo, aunque la Revelación esté acabada, no está completamente explicitada; corresponderá
a la fe cristiana comprender gradualmente todo su contenido en el transcurso de los siglos.

67 A lo largo de los siglos ha habido revelaciones llamadas "privadas", algunas de las cuales han sido
reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Estas, sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Su
función no es la de "mejorar" o "completar" la Revelación definitiva de Cristo, sino la de ayudar a
vivirla más plenamente en una cierta época de la historia. Guiado por el Magisterio de la Iglesia, el
sentir de los fieles (sensus fidelium) sabe discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye
una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia.

La fe cristiana no puede aceptar "revelaciones" que pretenden superar o corregir la Revelación de la


que Cristo es la plenitud. Es el caso de ciertas religiones no cristianas y también de ciertas sectas
recientes que se fundan en semejantes "revelaciones".

Resumen
68 Por amor, Dios se ha revelado y se ha entregado al hombre. De este modo da una respuesta
definitiva y sobreabundante a las cuestiones que el hombre se plantea sobre el sentido y la finalidad
de su vida.

69 Dios se ha revelado al hombre comunicándole gradualmente su propio Misterio mediante obras


y palabras.

70 Más allá del testimonio que Dios da de sí mismo en las cosas creadas, se manifestó a nuestros
primeros padres. Les habló y, después de la caída, les prometió la salvación (cf. Gn3,15), y les ofreció
su alianza.

71 Dios selló con Noé una alianza eterna entre Él y todos los seres vivientes (cf. Gn 9,16). Esta
alianza durará tanto como dure el mundo.

72 Dios eligió a Abraham y selló una alianza con él y su descendencia. De él formó a su


pueblo, al que reveló su ley por medio de Moisés. Lo preparó por los profetas para acoger
la salvación destinada a toda la humanidad.

73 Dios se ha revelado plenamente enviando a su propio Hijo, en quien ha establecido su


alianza para siempre. El Hijo es la Palabra definitiva del Padre, de manera que no habrá
ya otra Revelación después de Él.

ARTÍCULO 2
LA TRANSMISIÓN DE LA REVELACIÓN DIVINA

74 Dios "quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad"
( 1 Tim 2,4), es decir, al conocimiento de Cristo Jesús (cf. Jn 14,6). Es preciso, pues, que
Cristo sea anunciado a todos los pueblos y a todos los hombres y que así la Revelación
llegue hasta los confines del mundo:

«Dios quiso que lo que había revelado para salvación de todos los pueblos se conservara
por siempre íntegro y fuera transmitido a todas las generaciones» (DEI VERBUM 7).

I La Tradición apostólica

75 "Cristo nuestro Señor, en quien alcanza su plenitud toda la Revelación de Dios, mandó
a los Apóstoles predicar a todos los hombres el Evangelio como fuente de toda verdad
salvadora y de toda norma de conducta, comunicándoles así los bienes divinos: el
Evangelio prometido por los profetas, que Él mismo cumplió y promulgó con su voz"
(DEI VERBUM 7).

La predicación apostólica...

76 La transmisión del Evangelio, según el mandato del Señor, se hizo de dos maneras:

— oralmente: "los Apóstoles, con su predicación, sus ejemplos, sus instituciones,


transmitieron de palabra lo que habían aprendido de las obras y palabras de Cristo y lo que
el Espíritu Santo les enseñó";
— por escrito: "los mismos Apóstoles y los varones apostólicos pusieron por escrito el
mensaje de la salvación inspirados por el Espíritu Santo" (DEI VERBUM 7).

… continuada en la sucesión apostólica

77 «Para que este Evangelio se conservara siempre vivo y entero en la Iglesia, los
Apóstoles nombraron como sucesores a los obispos, "dejándoles su cargo en el
magisterio"» (DEI VERBUM 7). En efecto, «la predicación apostólica, expresada de un
modo especial en los libros sagrados, se ha de conservar por transmisión continua hasta el
fin de los tiempos» (DEI VERBUM 8).

78 Esta transmisión viva, llevada a cabo en el Espíritu Santo, es llamada la Tradición en


cuanto distinta de la sagrada Escritura, aunque estrechamente ligada a ella. Por ella, "la
Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades lo que
es y lo que cree" (DEI VERBUM 8). "Las palabras de los santos Padres atestiguan la
presencia viva de esta Tradición, cuyas riquezas van pasando a la práctica y a la vida de
la Iglesia que cree y ora" (DEI VERBUM 8).

79 Así, la comunicación que el Padre ha hecho de sí mismo por su Verbo en el Espíritu


Santo sigue presente y activa en la Iglesia: "Dios, que habló en otros tiempos, sigue
conservando siempre con la Esposa de su Hijo amado; así el Espíritu Santo, por quien la
voz viva del Evangelio resuena en la Iglesia, y por ella en el mundo entero, va
introduciendo a los fieles en la verdad plena y hace que habite en ellos intensamente la
palabra de Cristo" (DEI VERBUM 8).

II La relación entre la Tradición y la Sagrada Escritura

Una fuente común...

80 La Tradición y la Sagrada Escritura "están íntimamente unidas y compenetradas.


Porque surgiendo ambas de la misma fuente, se funden en cierto modo y tienden a un
mismo fin" (DEI VERBUM 9). Una y otra hacen presente y fecundo en la Iglesia el
misterio de Cristo que ha prometido estar con los suyos "para siempre hasta el fin del
mundo" (Mt 28,20).

… dos modos distintos de transmisión

81 "La sagrada Escritura es la palabra de Dios, en cuanto escrita por inspiración del
Espíritu Santo".

"La Tradición recibe la palabra de Dios, encomendada por Cristo y el Espíritu Santo a los
Apóstoles, y la transmite íntegra a los sucesores; para que ellos, iluminados por el Espíritu
de la verdad, la conserven, la expongan y la difundan fielmente en su predicación".

82 De ahí resulta que la Iglesia, a la cual está confiada la transmisión y la interpretación


de la Revelación "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado. Y
así las dos se han de recibir y respetar con el mismo espíritu de devoción" (DEI
VERBUM 9).

Tradición apostólica y tradiciones eclesiales

83 La Tradición de que hablamos aquí es la que viene de los apóstoles y transmite lo que
éstos recibieron de las enseñanzas y del ejemplo de Jesús y lo que aprendieron por el
Espíritu Santo. En efecto, la primera generación de cristianos no tenía aún un Nuevo
Testamento escrito, y el Nuevo Testamento mismo atestigua el proceso de la Tradición
viva.

Es preciso distinguir de ella las "tradiciones" teológicas, disciplinares, litúrgicas o


devocionales nacidas en el transcurso del tiempo en las Iglesias locales. Estas constituyen
formas particulares en las que la gran Tradición recibe expresiones adaptadas a los
diversos lugares y a las diversas épocas. Sólo a la luz de la gran Tradición aquéllas pueden
ser mantenidas, modificadas o también abandonadas bajo la guía del Magisterio de la
Iglesia.

III La interpretación del depósito de la fe

El depósito de la fe confiado a la totalidad de la Iglesia

84 "El depósito" (cf. 1 Tm 6,20; 2 Tm 1,12-14) de la fe (depositum fidei), contenido en la


sagrada Tradición y en la sagrada Escritura fue confiado por los Apóstoles al conjunto de
la Iglesia. "Fiel a dicho depósito, todo el pueblo santo, unido a sus pastores, persevera
constantemente en la doctrina de los Apóstoles y en la comunión, en la fracción del pan y
en las oraciones, de modo que se cree una particular concordia entre pastores y fieles en
conservar, practicar y profesar la fe recibida" (DEI VERBUM 10).

El Magisterio de la Iglesia

85 "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios, oral o escrita, ha sido


encomendado sólo al Magisterio vivo de la Iglesia, el cual lo ejercita en nombre de
Jesucristo" (DEI VERBUM 10), es decir, a los obispos en comunión con el sucesor de
Pedro, el obispo de Roma.

86 "El Magisterio no está por encima de la palabra de Dios, sino a su servicio, para enseñar
puramente lo transmitido, pues por mandato divino y con la asistencia del Espíritu Santo,
lo escucha devotamente, lo custodia celosamente, lo explica fielmente; y de este único
depósito de la fe saca todo lo que propone como revelado por Dios para ser creído" (DEI
VERBUM 10).

87 Los fieles, recordando la palabra de Cristo a sus Apóstoles: "El que a vosotros escucha
a mí me escucha" (Lc 10,16; cf. LG 20), reciben con docilidad las enseñanzas y directrices
que sus pastores les dan de diferentes formas.

Los dogmas de la fe
88 El Magisterio de la Iglesia ejerce plenamente la autoridad que tiene de Cristo cuando
define dogmas, es decir, cuando propone, de una forma que obliga al pueblo cristiano a
una adhesión irrevocable de fe, verdades contenidas en la Revelación divina o también
cuando propone de manera definitiva verdades que tienen con ellas un vínculo necesario.

89 Existe un vínculo orgánico entre nuestra vida espiritual y los dogmas. Los dogmas son
luces que iluminan el camino de nuestra fe y lo hacen seguro. De modo inverso, si nuestra
vida es recta, nuestra inteligencia y nuestro corazón estarán abiertos para acoger la luz de
los dogmas de la fe (cf. Jn 8,31-32).

90 Los vínculos mutuos y la coherencia de los dogmas pueden ser hallados en el conjunto
de la Revelación del Misterio de Cristo (cf. Concilio Vaticano I: DS 3016: "mysteriorum
nexus "; LG 25). «Conviene recordar que existe un orden o "jerarquía" de las verdades de
la doctrina católica, puesto que es diversa su conexión con el fundamento de la fe cristiana"
(Uniatis Reintegratio 11).

El sentido sobrenatural de la fe

91 Todos los fieles tienen parte en la comprensión y en la transmisión de la verdad


revelada. Han recibido la unción del Espíritu Santo que los instruye (cf. 1 Jn 2, 20-27) y
los conduce a la verdad completa (cf. Jn 16, 13).

92 «La totalidad de los fieles [...] no puede equivocarse en la fe. Se manifiesta esta
propiedad suya, tan peculiar, en el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo: cuando
desde los obispos hasta el último de los laicos cristianos" muestran su consentimiento en
cuestiones de fe y de moral» (Lumen Gentium 12).

93 «El Espíritu de la verdad suscita y sostiene este sentido de la fe. Con él, el Pueblo de
Dios, bajo la dirección del Magisterio [...], se adhiere indefectiblemente a la fe transmitida
a los santos de una vez para siempre, la profundiza con un juicio recto y la aplica cada día
más plenamente en la vida» (Lumen Gentium 12).

El crecimiento en la inteligencia de la fe

94 Gracias a la asistencia del Espíritu Santo, la inteligencia tanto de las realidades como
de las palabras del depósito de la fe puede crecer en la vida de la Iglesia:

— «Cuando los fieles las contemplan y estudian repasándolas en su corazón» (DEI


VERBUM 8); es en particular la «investigación teológica [...] la que debe profundizar en
el conocimiento de la verdad revelada» (Gaudium Spes 62,7; cfr. Ibíd., 44,2; DEI
VERBUM 23; Ibíd., 24; Uniatis Reintegratio 4).

— Cuando los fieles «comprenden internamente los misterios que viven» (DEI
VERBUM 8); Divina eloquia cum legente crescunt («la comprensión de las palabras
divinas crece con su reiterada lectura», San Gregorio Magno, Homiliae in Ezechielem,
1,7,8: PL 76, 843).
— «Cuando las proclaman los obispos, que con la sucesión apostólica reciben un carisma
de la verdad» (DEI VERBUM 8).

95 «La santa Tradición, la sagrada Escritura y el Magisterio de la Iglesia, según el plan


prudente de Dios, están unidos y ligados, de modo que ninguno puede subsistir sin los
otros; los tres, cada uno según su carácter, y bajo la acción del único Espíritu Santo,
contribuyen eficazmente a la salvación de las almas» (DEI VERBUM 10,3).

Resumen

96 Lo que Cristo confió a los Apóstoles, éstos lo transmitieron por su predicación y por
escrito, bajo la inspiración del Espíritu Santo, a todas las generaciones hasta el retorno
glorioso de Cristo.

97 «La santa Tradición y la sagrada Escritura constituyen un único depósito sagrado de


la palabra de Dios» (DEI VERBUM 10), en el cual, como en un espejo, la Iglesia
peregrinante contempla a Dios, fuente de todas sus riquezas.

98 «La Iglesia con su enseñanza, su vida, su culto, conserva y transmite a todas las edades
lo que ella es, todo lo que cree" (DEI VERBUM 8).

99 En virtud de su sentido sobrenatural de la fe, todo el Pueblo de Dios no cesa de acoger


el don de la Revelación divina, de penetrarla más profundamente y de vivirla de modo
más pleno.

100 El oficio de interpretar auténticamente la Palabra de Dios ha sido confiado


únicamente al Magisterio de la Iglesia, al Papa y a los obispos en comunión con él

ARTÍCULO 3
LA SAGRADA ESCRITURA

I Cristo, palabra única de la Sagrada Escritura

101 En la condescendencia de su bondad, Dios, para revelarse a los hombres, les habla en palabras
humanas: «La palabra de Dios, expresada en lenguas humanas, se hace semejante al lenguaje humano,
como la Palabra del eterno Padre asumiendo nuestra débil condición humana, se hizo semejante a los
hombres» (DEI VERBUM 13).

102 A través de todas las palabras de la sagrada Escritura, Dios dice sólo una palabra, su Verbo único,
en quien él se da a conocer en plenitud (cf. Hb 1,1-3):

«Recordad que es una misma Palabra de Dios la que se extiende en todas las escrituras, que es un
mismo Verbo que resuena en la boca de todos los escritores sagrados, el que, siendo al comienzo
Dios junto a Dios, no necesita sílabas porque no está sometido al tiempo (San Agustín, Enarratio in
Psalmum,103,4,1).

103 Por esta razón, la Iglesia ha venerado siempre las divinas Escrituras como venera también el
Cuerpo del Señor. No cesa de presentar a los fieles el Pan de vida que se distribuye en la mesa de la
Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo (cf. DEI VERBUM 21).
104 En la sagrada Escritura, la Iglesia encuentra sin cesar su alimento y su fuerza (cf. DEI
VERBUM24), porque, en ella, no recibe solamente una palabra humana, sino lo que es realmente: la
Palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13). «En los libros sagrados, el Padre que está en el cielo sale
amorosamente al encuentro de sus hijos para conversar con ellos» (DEI VERBUM 21).

II Inspiración y verdad de la Sagrada Escritura

105 Dios es el autor de la Sagrada Escritura. «Las verdades reveladas por Dios, que se contienen y
manifiestan en la Sagrada Escritura, se consignaron por inspiración del Espíritu Santo».

«La santa madre Iglesia, según la fe de los Apóstoles, reconoce que todos los libros del Antiguo y del
Nuevo Testamento, con todas sus partes, son sagrados y canónicos, en cuanto que, escritos por
inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios como autor, y como tales han sido confiados a la Iglesia«
(DEI VERBUM 11).

106 Dios ha inspirado a los autores humanos de los libros sagrados. «En la composición de los libros
sagrados, Dios se valió de hombres elegidos, que usaban de todas sus facultades y talentos; de este
modo, obrando Dios en ellos y por ellos, como verdaderos autores, pusieron por escrito todo y sólo
lo que Dios quería» (DEI VERBUM 11).

107 Los libros inspirados enseñan la verdad. «Como todo lo que afirman los hagiógrafos, o autores
inspirados, lo afirma el Espíritu Santo, se sigue que los libros sagrados enseñan sólidamente,
fielmente y sin error la verdad que Dios hizo consignar en dichos libros para salvación nuestra» (DEI
VERBUM 11).

108 Sin embargo, la fe cristiana no es una «religión del Libro». El cristianismo es la


religión de la «Palabra» de Dios, «no de un verbo escrito y mudo, sino del Verbo
encarnado y vivo» (San Bernardo de Claraval, Homilia super missus est, 4,11: PL 183,
86B). Para que las Escrituras no queden en letra muerta, es preciso que Cristo, Palabra
eterna del Dios vivo, por el Espíritu Santo, nos abra el espíritu a la inteligencia de las
mismas (cf. Lc 24, 45).

III El Espíritu Santo, intérprete de la Escritura

109 En la sagrada Escritura, Dios habla al hombre a la manera de los hombres. Por tanto,
para interpretar bien la Escritura, es preciso estar atento a lo que los autores humanos
quisieron verdaderamente afirmar y a lo que Dios quiso manifestarnos mediante sus
palabras (cf. DEI VERBUM 12,1).

110 Para descubrir la intención de los autores sagrados es preciso tener en cuenta las
condiciones de su tiempo y de su cultura, los «géneros literarios» usados en aquella época,
las maneras de sentir, de hablar y de narrar en aquel tiempo. «Pues la verdad se presenta
y se enuncia de modo diverso en obras de diversa índole histórica, en libros proféticos o
poéticos, o en otros géneros literarios» (DEI VERBUM 12,2).

111 Pero, dado que la sagrada Escritura es inspirada, hay otro principio de la recta
interpretación, no menos importante que el precedente, y sin el cual la Escritura sería letra
muerta: «La Escritura se ha de leer e interpretar con el mismo Espíritu con que fue escrita»
(DEI VERBUM 12,3).

El Concilio Vaticano II señala tres criterios para una interpretación de la Escritura


conforme al Espíritu que la inspiró (cf. DEI VERBUM 12,3):

112 1. Prestar una gran atención «al contenido y a la unidad de toda la Escritura». En
efecto, por muy diferentes que sean los libros que la componen, la Escritura es una en
razón de la unidad del designio de Dios, del que Cristo Jesús es el centro y el corazón,
abierto desde su Pascua (cf. Lc 24,25-27. 44-46).

«Por el corazón (cf. Sal 22,15) de Cristo se comprende la sagrada Escritura, la cual hace
conocer el corazón de Cristo. Este corazón estaba cerrado antes de la Pasión porque la
Escritura era oscura. Pero la Escritura fue abierta después de la Pasión, porque los que en
adelante tienen inteligencia de ella consideran y disciernen de qué manera deben ser
interpretadas las profecías» (Santo Tomás de Aquino, Expositio in Psalmos, 21,11).

113 2. Leer la Escritura en «la Tradición viva de toda la Iglesia». Según un adagio de los
Padres, Sacra Scriptura pincipalius est in corde Ecclesiae quam in materialibus
instrumentis scripta («La sagrada Escritura está más en el corazón de la Iglesia que en la
materialidad de los libros escritos»). En efecto, la Iglesia encierra en su Tradición la
memoria viva de la Palabra de Dios, y el Espíritu Santo le da la interpretación espiritual
de la Escritura (...secundum spiritualem sensum quem Spiritus donat
Ecclesiae [Orígenes, Homiliae in Leviticum, 5,5]).

114 3. Estar atento «a la analogía de la fe» (cf. Rm 12, 6). Por «analogía de la fe»
entendemos la cohesión de las verdades de la fe entre sí y en el proyecto total de la
Revelación.

El sentido de la Escritura

115 Según una antigua tradición, se pueden distinguir dos sentidos de la Escritura: el
sentido literal y el sentido espiritual; este último se subdivide en sentido alegórico, moral
y anagógico. La concordancia profunda de los cuatro sentidos asegura toda su riqueza a la
lectura viva de la Escritura en la Iglesia.

116 El sentido literal. Es el sentido significado por las palabras de la Escritura y


descubierto por la exégesis que sigue las reglas de la justa interpretación. Omnes sensus
(sc. sacrae Scripturae) fundentur super unum litteralem sensum (Santo Tomás de
Aquino., S.Th., 1, q.1, a. 10, ad 1). Todos los sentidos de la Sagrada Escritura se fundan
sobre el sentido literal.

117 El sentido espiritual. Gracias a la unidad del designio de Dios, no solamente el texto
de la Escritura, sino también las realidades y los acontecimientos de que habla pueden ser
signos.
1. El sentido alegórico. Podemos adquirir una comprensión más profunda de los
acontecimientos reconociendo su significación en Cristo; así, el paso del mar Rojo
es un signo de la victoria de Cristo y por ello del Bautismo (cf. 1 Cor 10, 2).
2. El sentido moral. Los acontecimientos narrados en la Escritura pueden conducirnos
a un obrar justo. Fueron escritos «para nuestra instrucción» (1 Cor 10, 11; cf. Hb 3-
4,11).
3. El sentido anagógico. Podemos ver realidades y acontecimientos en su
significación eterna, que nos conduce (en griego: «anagoge») hacia nuestra Patria.
Así, la Iglesia en la tierra es signo de la Jerusalén celeste (cf. Ap 21,1- 22,5).

118 Un dístico medieval resume la significación de los cuatro sentidos:

"Littera gesta docet, quid credas allegoria,


Moralis quid agas, quo tendas anagogia"
(La letra enseña los hechos,
la alegoría lo que has de creer,
el sentido moral lo que has de hacer,
y la anagogía a dónde has de tender).
(Agustín de Dacia, Rotulus pugillaris, I: ed. A. Walz: Angelicum 6 (1929), 256)

119 «A los exegetas toca aplicar estas normas en su trabajo para ir penetrando y
exponiendo el sentido de la sagrada Escritura, de modo que mediante un cuidadoso estudio
pueda madurar el juicio de la Iglesia. Todo lo dicho sobre la interpretación de la Escritura
queda sometido al juicio definitivo de la Iglesia, que recibió de Dios el encargo y el oficio
de conservar e interpretar la palabra de Dios» (DEI VERBUM 12,3):

Ego vero Evangelio non crederem, nisi me catholicae Ecclesiae commoveret auctoritas
(No creería en el Evangelio, si no me moviera a ello la autoridad de la Iglesia católica)

(San Agustín, Contra epistulam Manichaei quam vocant fundamenti, 5,6).

IV El canon de las Escrituras

120 La Tradición apostólica hizo discernir a la Iglesia qué escritos constituyen la lista de
los Libros Santos (cf. DEI VERBUM 8,3). Esta lista integral es llamada «canon» de las
Escrituras. Comprende para el Antiguo Testamento 46 escritos (45 si se
cuentan Jr y Lm como uno solo), y 27 para el Nuevo (cf. Decretum Damasi: DS 179;
Concilio de Florencia, año 1442: ibíd.,1334-1336; Concilio de Trento: ibíd., 1501-1504):

Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, los dos libros de
Samuel, los dos libros de los Reyes, los dos libros de las Crónicas, Esdras y Nehemías,
Tobías, Judit, Ester, los dos libros de los Macabeos, Job, los Salmos, los Proverbios, el
Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, la Sabiduría, el Eclesiástico, Isaías, Jeremías, las
Lamentaciones, Baruc, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás Miqueas,
Nahúm , Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías, Malaquías para el Antiguo Testamento;
los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, los Hechos de los Apóstoles, las
cartas de Pablo a los Romanos, la primera y segunda a los Corintios, a los Gálatas, a los
Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses, la primera y la segunda a los Tesalonicenses,
la primera y la segunda a Timoteo, a Tito, a Filemón, la carta a los Hebreos, la carta de
Santiago, la primera y la segunda de Pedro, las tres cartas de Juan, la carta de Judas y el
Apocalipsis para el Nuevo Testamento.

El Antiguo Testamento

121 El Antiguo Testamento es una parte de la sagrada Escritura de la que no se puede


prescindir. Sus libros son divinamente inspirados y conservan un valor permanente
(cf. DEI VERBUM14), porque la Antigua Alianza no ha sido revocada.

122 En efecto, «el fin principal de la economía del Antiguo Testamento era preparar la
venida de Cristo, redentor universal». «Aunque contienen elementos imperfectos y
pasajeros», los libros del Antiguo Testamento dan testimonio de toda la divina pedagogía
del amor salvífico de Dios: «Contienen enseñanzas sublimes sobre Dios y una sabiduría
salvadora acerca de la vida del hombre, encierran admirables tesoros de oración, y en ellos
se esconden el misterio de nuestra salvación» (DEI VERBUM 15).

123 Los cristianos veneran el Antiguo Testamento como verdadera Palabra de Dios. La
Iglesia ha rechazado siempre vigorosamente la idea de prescindir del Antiguo Testamento
so pretexto de que el Nuevo lo habría hecho caduco (marcionismo).

El Nuevo Testamento

124 «La palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree, se encuentra
y despliega su fuerza de modo privilegiado en el Nuevo Testamento» ( DEI VERBUM 17).
Estos escritos nos ofrecen la verdad definitiva de la Revelación divina. Su objeto central
es Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, sus obras, sus enseñanzas, su pasión y su
glorificación, así como los comienzos de su Iglesia bajo la acción del Espíritu Santo
(cf. DEI VERBUM 20).

125 Los Evangelios son el corazón de todas las Escrituras «por ser el testimonio principal
de la vida y doctrina de la Palabra hecha carne, nuestro Salvador» ( DEI VERBUM 18).

126 En la formación de los evangelios se pueden distinguir tres etapas:

1. La vida y la enseñanza de Jesús. La Iglesia mantiene firmemente que los cuatro


evangelios, «cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo
de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos,
hasta el día en que fue levantado al cielo».

2. La tradición oral. «Los apóstoles ciertamente después de la ascensión del Señor


predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia
de que ellos gozaban, instruidos y guiados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y
por la luz del Espíritu de verdad».

3. Los evangelios escritos. «Los autores sagrados escribieron los cuatro evangelios
escogiendo algunas cosas de las muchas que ya se transmitían de palabra o por escrito,
sintetizando otras, o explicándolas atendiendo a la situación de las Iglesias, conservando
por fin la forma de proclamación, de manera que siempre nos comunicaban la verdad
sincera acerca de Jesús» (DEI VERBUM19).

127 El Evangelio cuadriforme ocupa en la Iglesia un lugar único; de ello dan testimonio
la veneración de que lo rodea la liturgia y el atractivo incomparable que ha ejercido en
todo tiempo sobre los santos:

«No hay ninguna doctrina que sea mejor, más preciosa y más espléndida que el texto del
Evangelio. Ved y retened lo que nuestro Señor y Maestro, Cristo, ha enseñado mediante
sus palabras y realizado mediante sus obras» (Santa Cesárea Joven, Epistula ad Richildam
et Radegundem: SC 345, 480).

«Es sobre todo el Evangelio lo que me ocupa durante mis oraciones; en él encuentro todo
lo que es necesario a mi pobre alma. En él descubro siempre nuevas luces, sentidos
escondidos y misteriosos (Santa Teresa del Niño Jesús, Manuscritos autobiográficos,
París 1922, p. 268).

La unidad del Antiguo y del Nuevo Testamento

128 La Iglesia, ya en los tiempos apostólicos (cf. 1 Cor 10,6.11; Hb 10,1; 1 Pe 3,21), y
después constantemente en su tradición, esclareció la unidad del plan divino en los dos
Testamentos gracias a la tipología. Esta reconoce, en las obras de Dios en la Antigua
Alianza, prefiguraciones de lo que Dios realizó en la plenitud de los tiempos en la persona
de su Hijo encarnado.

129 Los cristianos, por tanto, leen el Antiguo Testamento a la luz de Cristo muerto y
resucitado. Esta lectura tipológica manifiesta el contenido inagotable del Antiguo
Testamento. Ella no debe hacer olvidar que el Antiguo Testamento conserva su valor
propio de revelación que nuestro Señor mismo reafirmó (cf. Mc 12,29-31). Por otra parte,
el Nuevo Testamento exige ser leído también a la luz del Antiguo. La catequesis cristiana
primitiva recurrirá constantemente a él (cf. 1 Co 5,6-8; 10,1-11). Según un viejo adagio,
el Nuevo Testamento está escondido en el Antiguo, mientras que el Antiguo se hace
manifiesto en el Nuevo: Novum in Vetere latet et in Novo Vetus patet (San
Agustín, Quaestiones in Heptateuchum 2,73; cf. DEI VERBUM 16).

130 La tipología significa un dinamismo que se orienta al cumplimiento del plan divino
cuando «Dios sea todo en todo» (1 Co 15, 28). Así la vocación de los patriarcas y el éxodo
de Egipto, por ejemplo, no pierden su valor propio en el plan de Dios por el hecho de que
son al mismo tiempo etapas intermedias.
V La Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia

131 «Es tan grande el poder y la fuerza de la Palabra de Dios, que constituye sustento y
vigor para la Iglesia, firmeza de fe para sus hijos, alimento del alma, fuente límpida y
perenne de vida espiritual» (DEI VERBUM 21). «Los fieles han de tener fácil acceso a la
Sagrada Escritura» (DEI VERBUM22).

132 «La sagrada Escritura debe ser como el alma de la sagrada teología. El ministerio de
la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana
y, en puesto privilegiado, la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable
y por ella da frutos de santidad» (DEI VERBUM 24).

133 La Iglesia «recomienda de modo especial e insistentemente a todos los fieles [...] la
lectura asidua de las divinas Escrituras para que adquieran "la ciencia suprema de
Jesucristo» (Flp 3,8), «pues desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» ( DEI
VERBUM 25; cf. San Jerónimo, Commentarii in Isaiam, Prólogo: CCL 73, 1 [PL 24, 17]).

Resumen

134 «Toda la Escritura divina es un libro y este libro es Cristo, porque toda la Escritura
divina habla de Cristo, y toda la Escritura divina se cumple en Cristo» (Hugo de San
Víctor, De arca Noe 2,8: PL 176, 642C; cf. Ibíd., 2,9: PL 176, 642-643).

135 «Las sagradas Escritura contienen la Palabra de Dios y, porque están inspiradas,
son realmente Palabra de Dios» (DEI VERBUM 24).

136 Dios es el autor de la sagrada Escritura porque inspira a sus autores humanos: actúa
en ellos y por ellos. Da así la seguridad de que sus escritos enseñan sin error la verdad
salvífica (cf. DEI VERBUM 11).

137 La interpretación de las Escrituras inspiradas debe estar sobre todo atenta a lo que
Dios quiere revelar por medio de los autores sagrados para nuestra salvación. «Lo que
viene del Espíritu sólo es plenamente percibido por la acción del Espíritu» (Cf
Orígenes, Homiliae in Exodum, 4,5).

138 La Iglesia recibe y venera como inspirados los cuarenta y seis libros del Antiguo
Testamento y los veintisiete del Nuevo.

139 Los cuatro Evangelios ocupan un lugar central, pues su centro es Cristo Jesús.

140 La unidad de los dos Testamentos se deriva de la unidad del plan de Dios y de su
Revelación. El Antiguo Testamento prepara el Nuevo mientras que éste da cumplimiento
al Antiguo; los dos se esclarecen mutuamente; los dos son verdadera Palabra de Dios.

141 «La Iglesia siempre ha venerado la sagrada Escritura, como lo ha hecho con el
Cuerpo de Cristo» (DEI VERBUM 21): aquélla y éste alimentan y rigen toda la vida
cristiana. «Para mis pies antorcha es tu palabra, luz para mi sendero» (Sal 119,105;
cf. Is 50,4).

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