Calvino Institucion de La Religion Cristiana I PDF
Calvino Institucion de La Religion Cristiana I PDF
DE LA
RELIGIN CRISTIANA
POR JUAN CALVINO
TRADUCIDA Y PUBLICADA POR CIPRIANO DE VALERA EN 1597
REEDITADA POR LUIS DE USOZ y RO EN 1858
CAPTULO PRIMERO
EL CONOCIMIENTO DE DIOS Y EL DE NOSOTROS
SE RELACIONAN ENTRE S.
MANERA EN QUE CONVIENEN MUTUAMENTE
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perversidad y corrupcin propia, reconocemos que en ninguna otra parte, sino en Dos, hay
verdadera sabidura, firme virtud, perfecta abundancia de todos los bienes y pureza de justicia;
por lo cual, ciertamente nos vemos impulsados por nuestra miseria a considerar los tesoros que
hay en Dios. Y no podemos de veras tender a l, antes de comenzar a sentir descontento de
nosotros. Porque qu hombre hay que no sienta contento descansando en s mismo? Y quin
no descansa en s mientras no se conoce a s mismo, es decir, cuando est contento con los dones
que ve en s, ignorando su miseria y olvidndola? Por lo cual el conocimiento de nosotros
mismos, no solamente nos aguijonea para que busquemos a Dios, sino que nos lleva como de la
mano para que lo hallemos.
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3. Ejemplos de la Sagrada Escritura
De aqu procede aquel horror y espanto con el que, segn dice muchas veces la Escritura, los
santos han sido afligidos y abatidos siempre que sentan la presencia de Dios. Porque vemos que
cuando Dios estaba alejado de ellos, se sentan fuertes y valientes; pero en cuanto Dios mostraba
su gloria, temblaban y teman, como si se sintiesen desvanecer y morir.
De aqu se debe concluir que el hombre nunca bese de veras su bajeza hasta que se ve frente a la
majestad de Dios. Muchos ejemplos tenemos de este desvanecimiento y terror en el libro de los
Jueces y en los de los profetas, de modo que esta manera de hablar era muy frecuente en el
pueblo de Dios: "Moriremos porque vimos al Seor" (Jue. 13,22; Is. 6,5; Ez. 1, 28 y 3,14 y otros
lugares). Y as la historia de Job, para humillar a los hombres con la propia conciencia de su
locura, impotencia e impureza, aduce siempre como principal argumento, la descripcin de la
sabidura y, potencia y pureza de Dios: y esto no sin motivo. Porque vemos cmo Abraham,
cuanto ms lleg a contemplar la gloria de Dios, tanto mejor se reconoci a s mismo como tierra
y polvo (Gn. 18,27); y cmo Elas escondi su cara no pudiendo soportar su contemplacin (1
Re. 19,13); tanto era el espanto que los santos sentan con su presencia. Y qu har el hombre,
que no es ms que podredumbre y hediondez, cuando los mismos querubines se ven obligados a
cubrir su cara por el espanto? (lsa. 6, 2). Por esto el profeta Isaas dice que el sol se avergonzar y
la luna se confundir, cuando reinare el Seor de los Ejrcitos (ls. 24,23 y 2.10.19); es decir: al
mostrar su claridad y al hacerla resplandecer ms de cerca, lo ms claro del mundo quedar, en
comparacin con ella, en tinieblas.
Por tanto, aunque entre el conocimiento de Dios y de nosotros mismos haya una gran unin y
relacin el orden para la recta enseanza requiere que tratemos primero del conocimiento que de
Dios debemos tener, y luego del que debemos tener de nosotros.
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CAPTULO II
EN QU CONSISTE CONOCER A DIOS Y CUL ES
LA FINALIDAD DE ESTE CONOCIMIENTO
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perseverado en su integridad. Porque, aunque ninguno en esta ruina y desolacin del linaje
humano sienta jams que Dios es su Padre o Salvador. o de alguna manera propicio, hasta que
Cristo hecho mediador para pacificarlo se ofrezca a nosotros, con todo, una cosa es sentir que
Dios, Creador nuestro, nos sustenta con su potencia, nos rige con su providencia, por su bondad
nos mantiene y contina hacindonos grandes beneficios, y otra muy diferente es abrazar la
gracia de la reconciliacin que en Cristo se nos propone y ofrece. Porque, como es conocido en
un principio simplemente como Creador, ya por la obra del mundo como por la doctrina general
de la Escritura, y despus de esto se nos muestra como Redentor en la persona de Jesucristo, de
aqu nacen dos maneras de conocerlo; de la primera de ellas se ha de tratar aqu, y luego, por
orden, de la otra. Por tanto, aunque nuestro entendimiento no puede conocer a Dios sin que al
momento lo quiera honrar con algn culto o servicio, con todo no bastar entender de una manera
confusa que hay un Dios, el cual nicamente debe ser honrado y adorado, sino que tambin es
menester que estemos resueltos y convencidos de que el Dios que adoramos es la fuente de todos
los bienes para que ninguna cosa busquemos fuera de l. Lo que quiero decir es: que no
solamente habiendo creado una vez el mundo, lo sustenta con su inmensa potencia, lo rige con su
sabidura, lo conserva con su bondad, y sobre todo cuida de regir el gnero humano con justicia y
equidad, lo soporta con misericordia, lo defiende con su amparo; sino que tambin es menester
que creamos que en ningn otro fuera de l se hallar una sola gota de sabidura, luz, justicia,
potencia, rectitud y perfecta verdad, a fin de que, como todas estas cosas proceden de l, y l es
la sola causa de todas ellas, as nosotros aprendamos a esperarlas y pedrselas a l, y darle gracias
por ellas. Porque este sentimiento de la misericordia de Dios es el verdadero maestro del que
nace la religin.
2. La verdadera piedad
Llamo piedad a una reverencia unida al amor de Dios, que el conocimiento de Dios produce.
Porque mientras que los hombres no tengan impreso en el corazn que deben a Dios todo cuanto
son, que son alimentados con el cuidado paternal que de ellos tiene, que El es el autor de todos
los bienes, de suerte que ninguna cosa se debe buscar fuera de l, nunca jams de corazn y con
deseo de servirle se sometern a l. Y ms an, si no colocan en l toda su felicidad, nunca de
veras y con todo el corazn se acercarn a l.
3. No basta conocer que hay un Dios, sino quin es Dios, y lo que es para nosotros
Por tanto, los que quieren disputar qu cosa es Dios, no hacen ms que fantasear con vanas
especulaciones, porque ms nos conviene saber cmo es, y lo que pertenece a su naturaleza.
Porque qu aprovecha confesar, como Epicuro, que hay un Dios que, dejando a un lado el
cuidado del mundo, vive en el ocio y el placer? Y de qu sirve conocer a un Dios con el que no
tuviramos que ver? Ms bien, el conocimiento que de l tenemos nos debe primeramente
instruir en su temor y reverencia, y despus nos debe ensear y encaminar a obtener de l todos
los bienes, y darle las gracias por ellos. Porque cmo podremos pensar en Dios sin que al mismo
tiempo pensemos que, pues somos hechura de sus manos, por derecho natural y de creacin
estamos sometidos a su imperio; que le debemos nuestra vida, que todo cuanto emprendemos o
hacemos lo debemos referir a l? Puesto que esto es as, sguese como cosa cierta que nuestra
vida est miserablemente corrompido, si no la ordenamos a su servicio, puesto que su voluntad
debe servirnos de regla y ley de vida. Por otra parte, es imposible ver claramente a Dios, sin que
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lo reconozcamos como fuente y manantial de todos los bienes. Con esto nos moveramos a
acercarnos a l y a poner toda nuestra confianza en l, si nuestra malicia natural no apartase
nuestro entendimiento de investigar lo que es bueno. Porque, en primer lugar, un alma temerosa
de Dios no se imagina un tal Dios, sino que pone sus ojos solamente en Aqul que es nico y
verdadero Dios; despus, no se lo figura cual se le antoja, sino que se contenta con tenerlo como
l se le ha manifestado, y con grandsima diligencia se guarda de salir temerariamente de la
voluntad de Dios, vagando de un lado para otro.
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CAPTULO III
EL CONOCIMIENTO DE DIOS EST NATURALMENTE ARRAIGADO
EN EL ENTENDIMIENTO DEL HOMBRE
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divinidad en s mismos; y esto, por un instinto natural. Porque, a En de que nade se excusase so
pretexto de ignorancia, el mismo Dios imprimi en todos un cierto conocimiento de su divinidad,
cuyo recuerdo renueva, cual si lo destilara gota a gota, para que cuando todos, desde el ms
pequeo hasta el mayor, entiendan que hay Dios y que es su Creador con su propio testimonio
sean condenados por no haberle honrado y por no haber consagrado ni dedicado su vida a su
obediencia. Ciertamente, si se busca ignorancia de Dios en alguna parte, seguramente jams se
podr hallar ejemplo ms propio que entre los salvajes, que casi no saben ni lo que es
humanidad. Pero - como dice Cicern, el cual fue pagano - no hay pueblo tan brbaro, no hay
gente tan brutal y salvaje, que no tenga arraigada en s la conviccin de que hay Dios. Y aun los
que en lo dems parecen no diferenciarse casi de los animales; conservan siempre, sin embargo,
como cierta semilla de religin. En lo cual se ve cun adentro este conocimiento ha penetrado en
el corazn de los hombres y cun hondamente ha arraigado en sus entraas. Y puesto que desde
el principio del mundo no ha habido regin, ni ciudad ni familia que haya podido pasar sin
religin, en esto se ve que todo el gnero humano confiesa tcitamente que hay un sentimiento de
Dios esculpido en el corazn de los hombres. Y lo que es ms, la misma idolatra da suficiente
testimonio de ello, Porque bien sabemos qu duro le es al hombre rebajarse para ensalzar y hacer
ms caso de otros que de s mismo. Por tanto, cuando prefiere adorar un pedazo de madera o de
piedra, antes que ser considerado como hombre que no tiene Dios alguno a quien adorar,
claramente se ve que esta impresin tiene una fuerza y vigor maravillosos, puesto que en ninguna
manera puede borrarse del entendimiento del hombre. De tal manera que es cosa ms fcil
destruir las inclinaciones de su naturaleza, como de hecho se destruyen, que pasarse sin religin,
porque el hombre, que por su naturaleza es altivo y soberbio, pierde su orgullo y se somete
voluntariamente a cosas vilsimas, para de esta manera servir a Dios.
3. Los que con ms fuerza niegan a Dios, son los que ms terror sienten de l
De ninguno se de en la Historia, que haya Ido tan mal hablado ni tan desvergonzadamente audaz
como el emperador Cayo Calgula. Sin embargo, leemos que ninguno tuvo mayor temor ni
espanto que l, cada vez que apareca alguna seal de la ira de Dios. De esta manera, a despecho
suyo, se vea forzado a temer a Dios del cual de hecho, con toda diligencia procuraba no hacer
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caso. Esto mismo vemos que acontecen a cuantos se le parecen. Porque cuanto ms se atreve
cualquiera de ellos a mofarse de Dios, tanto ms temblar aun por el ruido de una sola hoja que
cayere de un rbol. De dnde procede esto, sino del castigo que la majestad de Dios les impone,
el cual tanto ms atormenta su conciencia, cuanto ms ellos procuran huir de l? Es verdad que
todos ellos buscan escondrijos donde esconderse de la presencia de Dios, y as otra vez procuran
descuida en su corazn; pero mal que les pese, no pueden huir de ella. Aunque algunas veces
parezca que por algn tiempo se ha desvanecido, luego vuelve de nuevo de forma ms alarmante;
de suerte que si deja algn tiempo de atormentarles la conciencia, este reposo no es muy
diferente del sueo de los embriagados y los locos, los cuales ni aun durmiendo reposan
tranquilamente, porque continuamente son atormentados por horribles y espantosos sueos. As
que los mismos impos nos pueden servir de lempo de que hay siempre, en el espritu de todos
los hombres, cierto conocimiento de Dios.
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camino para ser inmortales.
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CAPTULO IV
EL CONOCIMIENTO DE DIOS SE DEBILITA Y SE CORROMPE,
EN PARTE POR LA IGNORANCIA DE LOS HOMBRES,
Y EN PARTE POR SU MALDAD
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natural, se embrutecen a sabiendas, como en seguida veremos otra vez. De hecho se encuentra a
muchos que despus de endurecerse con su atrevimiento y costumbre de pecar, arrojan de s
furiosamente todo recuerdo de Dios, el cual, sin embargo, por un sentimiento natural permanece
dentro de ellos y no cesa de instarles desde all. Y para hacer su furor ms detestable, dice David
que explcitamente niegan que haya Dios; no porque le priven de su esencia, sino porque
despojndole de su oficio de juez y proveedor de todas las cosas lo encierran en el cielo, como si
no se preocupara de nada. Porque, como no hay cosa que menos convenga a Dios que quitarle el
gobierno del mundo y dejarlo todo al azar, y hacer que ni oiga ni vea, para que los hombres
pequen a rienda suelta, cualquiera que dejando a un lado todo temor del juicio de Dios
tranquilamente hace lo que se le antoja, este tal niega que haya Dios. Y es justo castigo de Dios,
que el corazn de los impos de tal manera se endurezca que, cerrando los ojos, viendo no vean
(Sal. 10, 11); y el mismo David (Sal. 36,2), que expone muy bien su intencin, en otro lugar dice
que no hay temor de Dios delante de los ojos de los impos. Y tambin, que ellos con gran
orgullo se alaban cuando pecan, porque estn persuadidos de que Dios no va Y aunque se ven
forzados a reconocer que hay Dios, con todo, lo despojan de su gloria, quitndole su potencia.
Porque as como - segn dice san Pablo (2Tim. 2,13) - Dios no se puede negar a s mismo,
porque siempre permanece en la misma condicin y naturaleza, as estos malditos, al pretender
que es un dolo muerto y sin virtud alguna, son justamente acusados de negar a Dios. Adems de
esto, hay que notar que, aunque ellos luchen contra sus mismos sentimientos, y deseen no
solamente arrojar a Dios de ellos sino tambin destruirlo en el cielo mismo, nunca empero llegar
a tanto su necedad, que algunas veces Dios no los lleve a la fuerza ante su tribunal. Mas porque
no hay temor que los detenga de arremeter contra Dios impetuosamente, mientras permanecen as
arrebatados de ciego furor, es evidente que se han olvidado de Dios y que reina en ellos el
hombre animal.
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4. El temor de Dios ha de ser voluntario y no servil
Hay tambin otro mal, y es que los hombres no hacen gran caso de Dios si no se ven forzados a
ello, ni se acercan a 1 ms que a la fuerza, y ni aun entonces le temen con temor voluntario,
nacido de reverencia a su divina Majestad, sino solamente con el temor servil y forzado que el
juicio de Dios, aunque les pese, causa en ellos; al cual temen porque de ninguna manera pueden
escapar del mismo. Y no solamente lo temen, sino que hasta lo abominan y detestan. Por lo cual
lo que dice Estacio, poeta pagano, le va muy bien a la impiedad, a saber: que el temor fue el
primero que hizo dioses en el mundo. Los que aborrecen la justicia de Dios, querran
sobremanera que el tribunal de Dios, levantado para castigar sus maldades, fuese destruido.
Llevados por este deseo luchan contra Dios, que no puede ser privado de su trono de Juez: no
obstante temen, porque comprenden que su irresistible potencia est para caer sobre ellos, y que
no la pueden alejar de s mismos ni escapar a ella. Y as para que no parezca que no hacen caso
en absoluto de Aqul cuya majestad los tiene cercados quieren cumplir con l con cierta
apariencia de religin. Mas con todo, entretanto no dejan de mancharse con todo gnero de vicios
ni de aadir y amontonar abominacin sobre abominacin, hasta violar totalmente la santa Ley
del Seor y echar por tierra toda su justicia: y no se detienen por este fingido temor de Dios, para
no seguir en sus pecados y, no vanagloriarse de s mismos, y, prefieren soltar las riendas de su
intemperancia carnal. a refrenarla con el freno del Espritu Santo. Pero como esto no es sino una
sombra vana y falaz de religin y apenas digna de ser llamada sombra, es bien fcil conocer
cunto la verdadera piedad, que Dios solamente inspira en el corazn de los creyentes, se
diferencia de este confuso conocimiento de Dios.
Sin embargo, los hipcritas quieren. con grandes rodeos, llegar a creer que estn cercanos a Dios,
del cual, no obstante, siempre huyen. Porque debiendo estar toda su vida en obediencia, casi en
todo cuanto hacen se le oponen sin escrpulo alguno, y slo procuran aplacarle con apariencia de
sacrificios: y en lugar de servirle con la santidad de su vida y la integridad de su corazn,
inventan no s qu frivolidades y, vacas ceremonias de ningn valor para obtener su gracia y
favor; y lo que es an peor, con ms desenfreno permanecen encenagados en su hediondez,
porque esperan que podrn satisfacer a Dios con sus vanas ofrendas; y encima de esto, en lugar
de poner su confianza en l, la ponen en s mismos o en las criaturas, no haciendo caso de L.
Finalmente se enredan en tal multitud de errores, que la oscuridad de su malicia ahoga y apaga
del todo aquellos destellos que relucan para hacerles ver la gloria de Dios. Sin embargo, queda
esta semilla, que de ninguna manera puede ser arrancada de raz, a saber: que hay un Dios. Pero
est tan corrompida, que no puede producir ms que frutos malsimos. Mas, aun as, se
demuestra lo que al presente pretendo probar: que naturalmente hay impreso en el corazn de los
hombres un cierto sentimiento de la Divinidad, puesto que la necesidad impulsa aun a los ms
abominables a confesarla. Mientras todo les sucede a su gusto, se gloran de burlarse de Dios y se
ufanan de sus discursos para rebajar su potencia. Ms si alguna desgracia cae sobre ellos, les
fuerza a buscar a Dios y les dicta y hace decir oraciones sin fuerza ni valor. Por lo cual se ve
claramente que no desconocen del todo a Dios sino que lo que deba haberse manifestado antes,
ha quedado encubierto por su malicia y rebelda.
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CAPTULO V
ELPODER DE DIOS RESPLANDECE EN LA CREACIN DEL
NIUNDO Y EN EL CONTINUO GOBIERNO DEL MISNIO
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no encontrar dificultad para ver tal arte y armona en las obras de Dios, que le haga admirar al
Creador de las mismas. Para investigar los movimientos de los planetas, para sealar su
posicin, para medir sus distancias, para notar sus propiedades. Es menester arte y pericia ms
exquisitas que las que comnmente tiene el vulgo; y con la inteligencia de estas cosas, tanto ms
se debe elevar nuestro entendimiento a considerar la gloria de Dios, cuanto ms abundantemente
se despliega su providencia. Mas, puesto que hasta los ms incultos y rudos, con la sola ayuda
de los ojos no pueden ignorar la excelencia de esta tan maravillosa obra de Dios, que por s
misma se manifiesta de tantas maneras y es en todo tan ordenada dentro de la variedad y ornato
del cielo, est claro que no hay ninguno a quien el Seor no haya manifestado suficientemente su
sabidura, Igualmente, considerar en detalle con la diligencia de Galeno', la composicin del
cuerpo humano, su conexin, proporcin, belleza y, uso, es en verdad propio de un ingenio sutil
y vivo. Pero, como todos reconocen, el cuerpo humano muestra una estructura tan ingeniosa y
singular que muy justamente su Artfice debe ser tenido como digno de toda admiracin.
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reconocer estas notas y signos de la Divinidad, que, sin embargo, ocultan dentro de s mismos.
Ciertamente no es menester salir fuera de s a no ser que, atribuyndose lo que les es dado del
cielo, escondan bajo tierra lo que sirve de antorcha a su entendimiento para ver claramente a
Dios. Y, lo que es peor, aun hoy en da viven en el mundo muchos espritus monstruosos, que sin
vergenza alguna se esfuerzan por destruir toda semilla de la Divinidad derramada en la
naturaleza humana. Cun abominable, decidme, no es este desatino, pues encontrando el
hombre en su cuerpo y en su alma cien veces a Dios, so pretexto de la excelencia con que lo
adorn toma ocasin para decir que no hay Dios? Tales gentes no dirn que casualmente se
diferencian de los animales, pues en nombre de una Naturaleza a la cual hacen artfice autora de
todas las cosas, dejan a un lado a Dios. Ven un artificio maravilloso en todos sus miembros,
desde su cabeza hasta la punta de sus pies; en esto tambin instituyen la Naturaleza en lugar de
Dios. Sobre todo, los movimientos tan giles que ven en el alma, tan excelentes potencias, tan
singulares virtudes, dan a entender que hay una Divinidad que no permite fcilmente ser
relegada; mas los epicreos toman ocasin de ensalzarse como si fueran gigantes u hombres
salvajes, para hacer la guerra a Dios. Pues qu? Ser menester que para gobernar a un gusanillo
de cinco pies concurran y se junten todos los tesoros de la sabidura celestial, y que el resto del
mundo quede privado de tal privilegio? En cuanto a lo primero, decir que el alma est dotada de
rganos que responden a cada una de sus pudo esto vale tan poco para oscurecer la gloria de
Dios, que ms bien hace que se muestre ms. Que responda Epicuro, ya que se imagina que todo
se hace por el concurso de los tomos, que son un polvo menudo del que est lleno el aire todo,
qu concurso de tomos hace la coccin de la comida y de la bebida en el estmago y la digiere,
parte en sangre y parte en deshechos, y da tal arte a cada uno de los miembros para que hagan su
oficio y su deber, como si tantas almas cuantos miembros rigiesen de comn acuerdo al cuerpo?
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que Dios ha impreso en el hombre no se pueden de ningn modo borrar? Ahora bien, en qu
razn cabe que el hombre sea divino y no reconozca a su Creador? Ser posible que nosotros.
que no somos sino polvo y ceniza, distingamos con el juicio que nos ha sido dado entre lo bueno
y lo malo, y no haya en el cielo un juez que juzgue? Nosotros, aun durmiendo tendremos algo
de entendimiento, y no habr Dios que vele y se cuide de regir el mundo? Seremos tenidos por
inventores de tantas artes y tantas cosas tiles, y Dios, que es el que nos lo ha inspirado todo,
quedar privado de la alabanza que se le debe? Pues a simple vista vemos que todo cuanto
tenemos nos viene de otra parte y que uno recibe ms y otro menos.
Todo esto es para venir a parar a esta conclusin diablica; a saber: que el mundo creado para ser
una muestra y un dechado de la gloria de Dios, es creador de s mismo. Porque he aqu cmo el
mismo autor se expresa en otro lugar, siguiendo la opinin comn de los griegos y los latinos:
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divino una parte en s, bebida celestial
beben (que llaman Dios) el cual universal
por todas partes va, extendido de continuo.
He aqu de qu vale para engendrar y mantener la piedad en el corazn de los hombres, aquella
fra y vana especulacin del alma universal que da el ser al mundo y lo mantiene. Lo cual se ve
ms claro por lo que dice el poeta Lucrecio, deducindolo de ese principio filosfico; todo
conduce a no hacer caso del Dios verdadero, que debe ser adorado y servido, e imaginarnos un
fantasma por Dios. Confieso que se puede decir muy bien (con tal de que quien lo diga tenga
temor de Dios) que Dios es Naturaleza. Pero porque esta manera de hablar es dura e impropia,
pues la Naturaleza es ms bien un orden que Dios ha establecido, es cosa malvada y perniciosa
en asuntos de tanta importancia, que se deben tratar con toda sobriedad, mezclar a Dios
confusamente con el curso inferior de las obras de sus manos.
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refieren todas las alabanzas del poder de Dios, que la Naturaleza misma nos ensea, principal-
mente en el libro de Job y en el de Isaas, y que ahora deliberadamente no cito, por dejarlo para
otro lugar ms propio, cuando trate de la creacin del mundo, conforme a lo que de ella nos cuera
la Escritura. Aqu solamente he querido notar que ste es el camino por donde todos, as fieles
como infieles, deben buscar a Dios, a saber, siguiendo las huellas que, as arriba como abajo, nos
retratan a lo vivo su imagen. Adems, el poder de Dios nos sirve de gua para considerar su
eternidad. Porque es necesario que sea eterno y no tenga principio, sino que exista por s mismo,
Aquel que es origen y principio de todas las cosas. Y si se pregunta qu causa le movi a crear
todas las cosas al principio y ahora le mueve a conservarlas en su ser, no se podr dar otra sino su
sola bondad, la cual por s sola debe bastarnos para mover nuestros corazones a que lo amemos,
pues no hay criatura alguna, como dice el Profeta (Sal. 145,9), sobre la cual su misericordia no se
haya derramado.
8. La justicia de Dios
Tambin en la segunda clase de las obras de Dios, a saber, las que suelen acontecer fuera del
curso comn de la naturaleza, se muestran tan claros y evidentes los testimonios del poder de
Dios, como los que hemos citado. Porque en la administracin y gobierno del gnero humano de
tal manera ordena su providencia, que mostrndose de infinitas maneras munfico y liberal para
con todos, sin embargo, no deja de dar claros y cotidianos testimonios de su clemencia a los
piadosos y de su severidad a los impos y rprobos. Porque los castigos y venganzas que ejecuta
contra los malhechores, no son ocultos sino bien manifiestos, como tambin se muestra bien
claramente protector y defensor de la inocencia, haciendo con su bendicin prosperar a los
buenos, socorrindolos en sus necesidades, mitigando sus dolores, alivindolos en sus
calamidades y proveyndoles de todo cuanto necesitan. Y no debe oscurecer el modo invariable
de su justicia el que l permita algunas veces que los malhechores y delincuentes vivan a su
gusto y sin castigo por algn tiempo, y que los buenos, que ningn mal han hecho, sean afligidos
con muchas adversidades, y hasta oprimidos por el atrevimiento de los impos; antes al contrario,
debemos pensar que cuando l castiga alguna maldad con alguna muestra evidente de su ira, es
seal de que aborrece toda suerte de maldades; y que, cuando deja pasar sin castigo muchas de
ellas, es seal de que habr algn da un juicio para el cual estn reservadas. Igualmente, qu
materia nos da para considerar su misericordia, cuando muchas veces no deja de otorgar su
misericordia por tanto tiempo a unos pobres y miserables pecadores, hasta que venciendo su
maldad con Su dulzura y blandura ms que paternal los atrae a si!
9. La providencia de Dios
Por esta misma razn, el Profeta cuenta cmo Dios socorre de repente y de manera admirable y
contra toda esperanza a aquellos que ya son tenidos casi por desahuciados: sea que, perdidos en
montes o desiertos, los defienda de las fieras y los vuelva al camino, sea que d de comer a
necesitados o hambrientos, o que libre a los cautivos que estaban encerrados con cadenas en
profundas y oscuras mazmorras, o que traiga a puerto, sanos y salvos, a los que han padecido
grandes tormentas en el mar, o que sane de sus enfermedades a los que estaban ya rnedio
muertos; sea que abrase de calor y sequa las tierras o que las vuelva frtiles con una secreta
humedad, o que eleve en dignidad a los ms humildes del pueblo, o que abata a los ms altos y
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estimados. El Profeta, despus de haber considerado todos esos ejemplos concluye que los
acontecimientos y casos que comnmente llamamos fortuitos, son otros tantos testimonios de la
providencia de Dios, y sobre todo de una clemencia paternal; y que con ellos se da a los piadosos
motivo de alegrarse, y a los impos y rprobos se les tapa la boca. Pero, porque la mayor parte de
los hombres, encenagada en sus errores, no ve nada en un escenario tan bello. el Profeta exclama
que es una sabidura muy rara y, singular considerar como conviene estas obras de Dios. Porque
vemos que los que son tenidos por hombres de muy agudo entendimiento, cuando las consideran,
no hacen nada. Y ciertamente por mucho que se muestre la gloria de Dios apenas se hallar de
ciento uno que de veras la considere y la mire. Lo mismo podemos decir de su poder y sabidura,
que tampoco estn escondidas en tinieblas. Porque su poder se muestra admirablemente cada vez
que el orgullo de los impos, el cual, conforme a lo que piensan de ordinario es invencible, queda
en un momento deshecho, su arrogancia abatida, sus fortsimos castillos demolidos, sus espadas
y dardos hechos pedazos, sus fuerzas rotas, todo cuanto maquinan destruido, su atrevimiento que
suba hasta el mismo cielo confundido en lo ms profundo de la tierra; y lo contrario, cuando los
humildes son elevados desde el polvo, los necesitados del estircol (Sal. 113,7). cuando los opri-
midos y afligidos son librados de sus grandes angustias, los que ya se daban por perdidos
elevados de nuevo, los infelices sin armas, no aguerridos y pocos en nmero, vencen In embargo
a sus enemigos bien pertrechados y numerosos.
En cuanto a su sabidura, bien claro se encomia puesto que a su tiempo y sazn dispensa todas las
cosas, confunde toda la sutileza del mundo (1Cor. 3, 19), coge a los astutos en su propia astucia:
y finalmente ordena todas las cosas conforme al mejor orden posible.
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nuestra bajeza y su grandeza, es menester que pongamos los ojos en sus obras, para recrearnos
con su bondad.
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sentimiento de Dios, al momento nos volvemos a los desatinos y desvaros de la carne y
corrompemos con nuestra propia vanidad la pura y autntica verdad de Dios. En esto no
convenimos: en que cada cual por su parte se entregue a sus errores y vicios particulares; en
cambio, somos muy semejantes y nos parecemos en que todos, desde el mayor al ms pequeo,
apartndonos de Dios nos entregamos a monstruosos desatinos. Por esta enfermedad, no slo la
gente inculta se ve afectada, sino tambin los muy excelentes y maravillosos ingenios. Cun
grandes han sido el desatino y desvaro que han mostrado en esta cuestin cuantos filsofos ha
habido! Porque, aunque no hagamos mencin de la mayor parte de los filsofos que
notablemente erraron, qu diremos de un Platn, el cual fue ms religioso entre todos ellos y
ms sobrio, y sin embargo tambin err con su esfera, haciendo de ella su idea primera? Y qu
habr de acontecer a los otros, cuando los principales, que debieran ser luz para los dems, se
equivocaron gravemente? As mismo, cuando el rgimen de las cosas humanas claramente da
testimonios de la providencia de Dios, de tal suerte que no se puede negar, los hombres sin
embargo no se aprovechan de ello ms que si se dijera que la Fortuna lo dispone todo sin orden
ni concierto alguno: tanta es nuestra natural inclinacin al error. Estoy hablando de los ms
famosos en ciencia y virtud, y no de los desvergonzados que tanto hablaron para profanar la
verdad de Dios. De aqu sali aquella infinidad de errores que llen y cubri todo el mundo;
porque el espritu de cada uno es como un laberinto, de modo que no hay por qu maravillarse, si
cada pueblo ha cado en un desatino: y no solo esto, sino que casi cada hombre se ha inventado
su Dios.
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pretendan, la gente sencilla y no al tanto de ello se engaara a primera vista, porque nunca nadie
ha inventado algo que no fuera para corromper la religin. Esta misma diversidad tan confusa,
aument el atrevimiento de los epicreos y dems ateos y menospreciadores de la religin para
arrojar de s todo sentimiento de Dios. Pues viendo que los ms sabios y prudentes tenan entre s
grandes diferencias, y haba entre ellos opiniones contrarias, no dudaron, dando por pretexto la
discordia de los otros o bien la vana y absurda opinin de cada uno de ellos, en concluir que los
hombres buscaban vanamente con qu atormentarse y afligirse investigando si hay Dios, pues no
hay ninguno. Pensaron que lcitamente podran hacer esto, porque era mejor negar en redondo y
en pocas palabras que hay Dios, que fingir dioses inciertos y desconocidos, y por ello suscitar
contiendas sin fin. Es verdad que estos tales razonan sin razn ni juicio; o por mejor decir,
abusan de la ignorancia de los hombres, como de una capa, para cubrir su impiedad; pues de
ninguna manera nos es lcito rebajar la gloria de Dios, por ms neciamente que hablemos. Pero
siendo as que todos confiesan que no hay cosa en que, as doctos como ignorantes, estn tan en
desacuerdo, de aqu se deduce que el entendimiento humano respecto a los secretos de Dios es
muy corto y ciego, pues cada uno yerra tan crasamente al buscar a Dios. Suelen algunos alabar la
respuesta de cierto poeta pagano llamado Simnides, el cual, preguntado por Hiern, tirano de
Sicilia, qu era Dios, pidi un da de trmino para pensar la respuesta; al da siguiente, como le
preguntase de nuevo, pidi dos das ms; y cada vez que se cumpla el tiempo sealado, volva a
pedir el doble de tiempo. Al fin respondi: "Cuanto ms considero lo que es Dios, mayor
hondura y dificultad descubro". Supongamos que Simnides haya obrado muy prudentemente al
suspender su parecer en una cuestin de la que no entenda; mas por aqu se ve que si los
hombres solamente fuesen enseados por la Naturaleza, no sabran ninguna cosa cierta, segura y
claramente, sino que nicamente estaran ligados a este confuso principio de adorar al Dios que
no conocan.
20
evidentes, con todo nunca ha habido religin un pura y pudra fundada solamente por el sentido
comn de los hombres, pues aunque algunos, muy pocos, no desatinaron tanto como el vulgo,
con todo, es verdad la sentencia del Apstol (1 Cor. 2,8) Ninguno de los prncipes de este siglo
conoci la sabidura de Dios". Pues, si los ms excelentes y de ms sutil y vivo juicio se han
perdido de tal manera en las tinieblas, qu podremos decir de la gente vulgar, que respecto a
otros son la hez de la tierra? Por lo cual, no es de maravillar que el Espritu Santo repudie y
deseche cualquier manera de servir a Dios inventada por los hombres como bastarda e legtima;
pues toda opinin que los hombres han fabricado en su entendimiento respecto a los misterios de
Dios, aunque no traiga siempre consigo una infinidad de errores, no deja de ser la madre de los
errores. Porque dado el caso de que no suceda otra cosa peor, ya es un vicio grave adorar al azar a
un Dios desconocido: por lo cual son condenados por boca de Cristo cuando no son enseados
por la Ley a qu Dios hay que adorar (Jn. 4,22). Y de hecho, los ms sabios gobernadores del
mundo que han establecido leyes nunca pasaron ms all de tener una religin admitida por
pblico consentimiento del pueblo. Jenofonte cuenta tambin como Scrates, filsofo
famossimo, alaba la respuesta que dio Apolo, en la cual manda que cada uno sirva a su dios
conforme al uso y manera de sus predecesores, y segn la costumbre de la tierra en que naci. Y
de dnde, pregunto yo, vendr a los mortales la autoridad de definir y determinar conforme a su
albedro y parecer una cosa que trasciende y excede a todo el mundo? 0 bien, quin podra estar
tranquilo sobre lo ordenado por los antiguos para admitir sin dudar y sin ningn escrpulo de
conciencia el Dios que le ha sido dado por los hombres? Antes se aferrar cada uno a su parecer,
que sujetarse a la voluntad de otro. As que, por ser un nudo muy flojo y sin valor para
mantenernos en la religin y servir a Dios, el seguir la costumbre o lo que nuestros antepasados
hicieron, no queda sino que el mismo Dios desde el cielo d testimonio de s mismo.
16. Los destellos del conocimiento que podemos tener de Dios. solo sirven para hacernos
inexcusables
Veis, pues, cmo tantas lmparas encendidas en el edificio del mundo nos alumbran en vano para
hacernos ver la gloria del Creador, pues de tal suerte nos alumbran, que de ninguna manera
pueden por s sedas llevarnos al recto camino. Es verdad que despiden ciertos destellos; pero
perecen antes de dar plena luz. Por esta causa, el Apstol, en el mismo lugar en que llam a los
mundos (Heb. 11, 1-3) semejanza de las cosas invisibles, dice luego que por la fe entendemos
haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, significando con esto que es verdad
que la majestad divina, por naturaleza invisible, se nos manifiesta en tales espejos, pero que
nosotros no tenemos ojos para poder verla, si primero no son iluminados all dentro por la fe. Y
san Pablo, cuando dice que (Rom. 1,20) "las cosas invisibles de l, se echan de ver desde la
creacin del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas, no se refiere a una
manifestacin tal que se pueda comprender por la sutileza del entendimiento humano, antes bien,
muestra que no llega ms all que lo suficiente para hacerlos inexcusables. Y aunque el mismo
Apstol dice en cierto lugar (Hech. 17,27-28) que "cierto no est lejos de cada uno de nosotros,
porque en El vivimos, y nos movemos y somos", en otro, un embargo, ensea de qu nos sirve
esta proximidad (Hech. 14, 16-17): En las edades pasadas ha dejado (Dios) a todas las gentes
andar en sus caminos, si bien no se dej a s mismo sin testimonio, haciendo bien, dndonos
lluvias del cielo y tiempos fructferos, hinchiendo de mantenimiento y alegra nuestros
corazones. As que, aunque Dios no haya dejado de dar testimonio de s, convidando y
21
atrayendo dulcemente a Os hombres, con su gran liberalidad, a que le conociesen, ellos, con todo,
no dejaron de seguir sus caminos; quiero decir, sus errores gravsimos.
***
CAPTULO VI
ES NECESARIO PARA CONOCER A DIOS EN CUANTO CREADOR,
QUE LA ESCRITURA NOS GUE Y ENCAMINE
22
de cada uno de los hombres andaba vacilando y yendo de un lado para otro, despus de haber
escogido a los judos por pueblo particular y suyo propio, los encerr como en un coto para que
no se extraviasen como los dems. Y no sin razn hoy nos mantiene con el mismo remedio en el
verdadero conocimiento de su majestad, porque de no ser as, aun aquellos que parecen ser ms
firmes y constantes que otros, se deslizaran al momento. Porque como los viejos o los
lacrimosos o los que tienen cualquier otra enfermedad de los ojos, si les ponen delante un
hermoso libro de bonita letra, aunque vean que hay algo escrito no pueden leer dos palabras, mas
ponindose anteojos comienzan a leer claramente, de la misma manera la Escritura, recogiendo
en nuestro entendimiento el conocimiento de Dios, que de otra manera sera confuso, y
deshaciendo la oscuridad, nos muestra muy a las claras al verdadero Dios. Por tanto es singular
don de Dios que, para ensear a la Iglesia, no solamente se sirva El de maestros mudos, como
son sus obras, de las que hemos hablado, sino que tambin tenga a bien abrir su sagrada boca, y
no solamente haga saber y publique que se debe adorar algn Dios, sino tambin que es El el
Dios que debe ser adorado; y no solamente ensea a sus escogidos que fijen sus ojos en Dios,
sino que l mismo se les presenta ante los ojos para que lo vean. l ha observado desde el
principio este orden con su Iglesia, a saber: adems de aquellas maneras generales de ensear, ha
aadido tambin su Palabra, que es una nota y seal mucho ms cierta para conocerlo. Y no hay
duda de que Adn, No, Abraham y todos los dems patriarcas, habindoseles otorgado este don
de la Palabra, han llegado a un conocimiento mucho ms cierto e ntimo, que en cierta manera los
ha diferenciado de los incrdulos. Y no hablo de la verdadera doctrina de la fe con que fueron
iluminados para esperar la vida eterna. Porque fue necesario para pasar de muerte a vida, no slo
que conocieran a Dios como su Creador, sino tambin como su Redentor; y lo uno y lo otro lo
alcanzaron por la Palabra.
23
3. Dios quiso que la Palabra que dirigi a los Patriarcas quedara registrada en la Escritura
Santa
Pues bien: sea que Dios se haya manifestado a los patriarcas y profetas por visiones y
revelaciones, sea que Dios haya usado el ministerio y servicio de los hombres para ensearles lo
que ellos despus, de mano en mano, como se dice, haban de ensear a sus descendientes, en
todo caso es cierto que Dios imprimi en sus corazones tal certidumbre de la doctrina con la que
ellos se convencieran y entendieran que aquello que se les haba revelado y ellos haban
aprendido, habla sido manifestado por el mismo Dios. Porque l siempre ha ratificado y
mostrado que su Palabra es certsima, para que se le diese mucho mas crdito que a todas las
opiniones de los hombres. Finalmente, a fin de que por una perpetua continuacin la verdad de su
doctrina permaneciese en el mundo para siempre, quiso que las mismas revelaciones con que se
manifest a los patriarcas, se registraran como en un registro pblico. Por esta causa promulg su
Ley, y despus aadi como intrpretes de ella a los profetas. Porque aunque la doctrina de la
Ley sirva para muchas cosas, como muy bien veremos despus, sin embargo Moiss y todos los
profetas insistieron sobre todo en ensear la manera y forma como los hombres son reconciliados
con Dios. De aqu viene que san Pablo llame a Jesucristo el fin y cumplimiento de la Ley (Rom.
10,4); sin embargo, vuelvo a repetir que, adems de la doctrina de la fe y el arrepentimiento, la
cual propone a Cristo como Mediador, la Escritura tiene muy en cuenta engrandecer con ciertas
notas y seales al verdadero y, nico Dios, que cre el mundo y lo gobierna, a fin de que no fuese
confundido con el resto de la multitud de falsos dioses. As que, aunque el hombre deba levantar
los ojos para contemplar las obras de Dios, porque l lo puso en este hermossimo teatro del
mundo para que las Tese, sin embargo es menester, para que saque mayor provecho, tener atento
el odo a su Palabra. Y as, no es de maravillar si los hombres nacidos en tinieblas se endurecen
ms y ms en su necedad, porque muy pocos hay entre ellos que dcilmente se sujeten a la
Palabra para mantenerse dentro de los lmites que les son puestos; antes bien, se regocijan
licenciosamente en su vanidad. Hay pues que dar por resuelto que, para ser iluminados con la
verdadera religin, nos es menester comenzar por la doctrina celestial, y tambin comprender que
ninguno puede tener siquiera el menor gusto de la sana doctrina, sino el que fuere discpulo de la
Escritura. Porque de aqu procede el principio de la verdadera inteligencia, cuando con
reverencia abrazamos todo cuanto Dios ha querido testificar de s mismo. Porque no slo nace de
la obediencia la fe perfecta y plena, sino tambin todo cuanto debemos conocer de Dios. Y en
realidad, por lo que se refiere a esto, l ha usado en todo tiempo con los hombres una admirable
providencia.
24
digo, que vayamos a su Palada en la cual de veras se nos muestra a Dios y nos es descrito a lo
vivo en sus obras, cuando las consideramos como conviene, no conforme a la perversidad de
nuestro juicio, sino segn la regla de la verdad que es inmutable. Si nos apartamos de esto, como
ya he dicho, por mucha prisa que nos demos, como nuestro correr va fuera de camino, nunca
llegaremos al lugar que pretendemos. Porque es necesario pensar que el resplandor y claridad de
la divina majestad, que san Pablo (1Tim. 6,16) dice ser inaccesible, es como un laberinto del cual
no podramos salir si no fusemos guiados por l con el hilo de su Palabra; de tal manera que nos
sera mejor ir cojeando por este camino, que correr muy deprisa fuera de l. Por eso David (Sal.
93; 96; etc.), enseando muchas veces que las supersticiones deben ser desarraigadas del mundo
para que florezca la verdadera religin, presenta a Dios reinando. Por ese nombre de reinar no
entiende David solamente el seoro que Dios tiene y ejercita gobernando todo lo creado, sino
tambin la doctrina con la que establece su legtimo seoro. Porque no se pueden desarraigar del
corazn del hombre los errores, mientras no se plante en l el verdadero conocimiento de Dios.
5. La escuela de la Palabra
De aqu viene que el mismo Profeta, despus de decir que (Sal. 19,1-2) los cielos cuentan la
gloria de Dios, y la expansin denuncia la obra de sus manos, y un da emite palabra al otro da, y
la una noche a la otra noche decl1ra sabidura", al momento desciende a la Palabra diciendo (Sal.
19,7-8): La ley de Jehov es perfecta, que vuelve el alma; el testimonio de Jehov, fiel, que hace
sabio al pequeo. Los mandamientos de Jehov son rectos, que alegran el corazn; el precepto de
Jehov, puro, que alumbra los ojos. Porque, aunque se refiere a otros usos de la Ley, sin
embargo pone de relieve en general, que puesto que Dios no saca mucho provecho convidando a
todos los pueblos y naciones a s mismo con la vista del cielo y de la tierra, ha dispuesto esta
escuela particularmente para sus hijos. Lo mismo nos da a entender en el Salmo 29, en el cual el
Profeta, despus de haber hablado de la terrible voz de Dios, que hace temblar la tierra con
truenos, vientos, aguaceros, torbellinos y tempestades, hace temblar los montes, troncha los
cedro al fin, por conclusin, dice que, en su templo todos le dicen gloria". Porque por esto
entiende que los incrdulos son sordos y no oyen ninguna de las voces que Dios hace resonar en
el aire. As, en otro salmo, despus de haber pintado las terribles olas de la mar, concluye de esta
manera (Sal. 93,5) "Seor, tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh
Jehov!, por los siglos y para siempre. Aqu tambin se apoya lo que nuestro Redentor dijo a la
mujer samaritana (Jn. 4,22) de que su nacin y todos Os dems pueblos adoraban lo que no
saban; que solo Os judos servan al verdadero Dios. Pues, como quiera que el entendimiento
humano, segn es de dbil, de ningn modo puede llegar a Dios si no es ayudado y elevado por la
sacrosanta Palabra de Dios, era necesario que todos los hombres, excepto los judos, por buscar a
Dios sin su Palabra, anduviesen perdidos y engaados en el error y la vanidad.
***
25
CAPTULO VII
CULES SON LOS TESTIMONIOS CON QUE SE HA DE PROBAR LA
ESCRITURA PARA QUE TENGAMOS SU AUTORIDAD POR
AUTNTICA, A SABER DEL ESPIRTU SANTO; Y QUE ES UNA
MALDITA IMPIEDAD DECIR QUE LA AUTORIDAD DE LA
ESCRITURA DEPENDE DEL JUICIO DE LA IGLESIA
1. Autoridad de la Escritura
Pero antes de pasar adelante es menester que hilvanemos aqu alguna cosa sobre la autoridad de
la Escritura, no slo para preparar el corazn a reverenciarla, sino tambin para quitar toda duda
y escrpulo. Pues cuando se tiene como fuera de duda que lo que se propone es Palabra de Dios,
no hay ninguno tan atrevido, a no ser que sea del todo insensato y se haya olvidado de toda
humanidad, que se atreva a desecharla como cosa a la que no se debe dar crdito alguno. Pero
puesto que Dios no habla cada da desde el cielo, y que no hay ms que las solas Escrituras en las
que l ha querido que su verdad fuese publicada y conocida hasta el fin, ellas no pueden lograr
entera certidumbre entre los fieles por otro ttulo que porque ellos tienen por cierto e inconcuso
que han descendido del cielo, como si oyesen en ellas a Dios mismo hablar por su propia boca.
Es ciertamente cosa muy digna de ser tratada por extenso y considerarla con mayor diligencia.
Pero me perdonarn los lectores si prefiero seguir el hilo de lo que me he propuesto tratar, en vez
de exponer esta materia en particular con la dignidad que requiere.
26
3. La Iglesia misma se funda en el testimonio de los Profetas y de los Apstoles
Pero estos charlatanes se van bien embarazados con una sola palabra del Apstol. l dice (Ef.
2,20) que la Iglesia es "edificada sobre el fundamento de los Apstoles y Profetas". Si el
fundamento de la Iglesia es la doctrina que los profetas y los apstoles ensearon, es necesario
que esta doctrina tenga su entera certidumbre antes de que la Iglesia comience a existir. Y no hay
por qu andar cavilando que, aunque la Iglesia tenga su principio y origen en la Palabra de Dios,
no obstante todava queda en duda qu doctrina debe ser admitida como proftica y apostlica,
hasta tanto que la Iglesia intervenga y lo determine. Porque si la Iglesia cristiana fue desde el
principio fundada sobre lo que los profetas escribieron, y sobre lo que los apstoles predicaron,
necesariamente se requiere que la aprobacin de tal doctrina preceda y sea antes que la Iglesia, la
cual ha sido bandada sobre dicha doctrina; puesto que el fundamento siempre es antes que el
edificio. As! que es un gran desvaro decir que la Iglesia time autoridad para juzgar de la
Escritura, de tal suerte que lo que los hombres hayan determinado se deba tener por Palabra de
Dios o no. Y as, cuando la Iglesia recibe y admite la Santa Escritura y con su testimonio la
aprueba, no la hace autntica, corno si antes fuese dudosa y sin crdito; sino que porque reconoce
que ella es la misma verdad de su Dios, sin contradiccin alguna la honra y reverencia conforme
al deber de piedad. En cuanto a lo que preguntan, que cmo nos convenceremos de que la
Escritura procede de Dios si no nos atenemos a lo que la Iglesia ha determinado, esto es como si
uno preguntase cmo sabramos establecer diferencia entre la luz y las tinieblas, lo blanco y lo
negro, lo dulce y lo amargo. Porque la Escritura no se hace conocer menos que las cosas blancas
y negras que muestran su color, y las dulces y amargas que muestran su sabor.
27
exhortan a que ante todo creamos lo que no podemos comprender ni entender, para que
fortificados por la fe al fin entendamos lo que creemos; y esto no por medio de los hombres, sino
porque el mismo Dios confirma y alumbra interiormente nuestras almas? stas son las propias
palabras de san Agustn, de las cuales muy fcilmente cada uno puede concluir que nunca este
santo doctor fue del parecer que el crdito y la fe que damos a la Escritura haba de estar
pendiente del arbitrio y la voluntad de la Iglesia, sino que slo quiso mostrar que aquellos que
an no estn iluminados por el Espritu Santo son inducidos por la reverencia y respeto a la
Iglesia a una cierta docilidad para dejar que se les ensee la fe en Jesucristo por el Evangelio; y
que de este modo la autoridad de la Iglesia es como una entrada para encaminar a los ignorantes y
prepararlos a la fe del Evangelio. Todo esto, nosotros confesamos que es verdad. Y realmente
vemos muy bien que san Agustn quiere que la fe de los fieles se funde en una base muy diferente
de la determinacin de la Iglesia. Tampoco niego que muchas veces objeta a los maniqueos la
autoridad y comn consentimiento de la Iglesia, queriendo probar la verdad de la Escritura que
ellos repudiaban. A esto viene el reproche que hizo a Fausto, uno de aquella secta, porque no se
sujetaba a la verdad del Evangelio, tan bien fundada y establecida, tan segura y admitida por
perfecta sucesin desde el tiempo de los apstoles. Mas de ninguna manera pretende ensear que
la reverencia y autoridad que damos a la Escritura dependa de la determinacin y parecer de los
hombres; tan slo (lo cual vena muy bien a su propsito) alega el parecer universal de la Iglesia
(en lo cual llevaba gran ventaja a sus adversarios) para mostrar la autoridad que ha tenido
siempre la Palabra de Dios. Si alguno desea ms amplia confirmacin de esto, lea el tratado que
el mismo san Agustn compuso y que titul: "De utilitate credenti- - De la utilidad de creer -, en
el cual hallar que no nos recomienda ser crdulos, o fciles en creer lo que nos han enseado los
hombres, ms que por darnos cierta entrada que nos su, como el dice, un conveniente principio.
Por lo dems, no quiere que nos atengamos a la opinin que comnmente se tiene, sino que
debemos apoyarnos en un conocimiento firme y slido de la verdad.
28
que la doctrina que en ella se contiene es del cielo. Luego veremos que todos los libros de la
Sagrada Escritura son sin comparacin mucho ms excelentes y que se debe hacer de ellos
mucho ms caso que de cuantos libros hay escritos. Y an ms, si tenemos los ojos limpios y los
sentidos ntegros, pronto se pondr ante nosotros la majestad de Dios, que ahuyentando la osada
de contradecir, nos forzar a obedecerle. Con todo, van fuera de camino y pervierten el orden los
que pretenden y se esfuerzan en mantener la autoridad y crdito de la Escritura con argumentos y
disputas. En cuanto a m, aunque no estoy dotado de mucha gracia ni soy orador, sin embargo, si
tuviese que disputar sobre esta materia con los ms astutos denigradores de Dios que se puede
hallar en todo el mundo, los cuales procuran ser tenidos por muy hbiles en debilitar y hacer
perder su fuerza a la Escritura, confo en que no me sera muy difcil rebatir su charlatanera, y
que si el trabajo de refutar todas sus falsedades y cavilaciones fuese til, ciertamente sin gran
dificultad mostrara que todas sus fanfarroneras, que llevan de un lado a otro a escondidas, no
son ms que humo y vanidad. Pero aunque hayamos defendido la Palabra de Dios de las
detracciones y murmuraciones de los impos, eso no quiere decir que por ello logremos imprimir
en el corazn de los hombres una certidumbre tal cual lo exige la piedad. Como los profanos
piensan que la religin consiste solamente en una opinin, por no creer ninguna cosa temeraria y
ligeramente quieren y exigen que se les pruebe con razones que Moiss y los profetas han
hablado inspirados por el Espritu Santo. A lo cual respondo que el testimonio que da el Espritu
Santo es mucho ms excelente que cualquier otra razn. Porque, aunque Dios solo es testigo
suficiente de si mismo en su Palabra, con todo a esta Palabra nunca se le dar crdito en el
corazn de los hombres mientras no sea sellada con el testimonio interior del Espritu. As que es
menester que el mismo Espritu que habl por boca de los profetas, penetre dentro de nuestros
corazones y los toque eficazmente para persuadirles de que los profetas han dicho fielmente lo
que les era mandado por el Espritu Santo. Esta conexin la expone muy bien el profeta Isaas
hablando as! (Is. 9,2 1): "El Espritu mo que est en ti y las palabras que Yo puse en tu boca y en
la boca de tu posteridad nunca faltarn jams. Hay personas buenas que, viendo a los incrdulos
y a los enemigos de Dios murmurar contra la Palabra de Dios sin ser por ello castigados, se
afligen por no tener a mano una prueba clara y evidente para cerrarles la boca. Pero se engaan
no considerando que el Espritu Santo expresamente es llamado sello y arras para confirmar la fe
de los piadosos, porque mientras que l no ilumine nuestro espritu, no hacemos ms que titubear
y vacilar.
29
nuestro juicio y entendimiento como a una cosa certsima y sobre la que no cabe duda alguna. Y
esto no segn tienen por costumbre algunos, que admiten a la ligera lo que no conocen, lo cual
una vez que saben lo que es, les desagrada, sino porque sabemos muy bien y estamos muy ciertos
de que tenemos en ella la verdad invencible. Ni tampoco como los ignorantes acostumbran a
esclavizar su entendimiento con las supersticiones, sino porque sentimos que en ella reside y
muestra su vigor una expresa virtud y poder de Dios, por el cual somos atrados e incitados
consciente y voluntariamente a obedecerle; sin embargo, con eficacia mucho mayor que la de la
voluntad o ciencia humanas. Por eso con toda razn Dios dice claramente por el profeta Isaas
que (Is.43, 10) "vosotros sois mis testigos"; porque ellos saban que la doctrina que les haba sido
propuesta proceda de Dos y que en esto no habla lugar a dudas ni a rplicas. Se trata, pues, de
una persuasin tal que no exige razones; y sin embargo, un conocimiento tal que se apoya en una
razn muy poderosa, a saber: que nuestro entendimiento tiene tranquilidad y descanso mayores
que en razn alguna. Finalmente, es tal el sentimiento, que no se puede engendrar ms que por
revelacin celestial. No digo otra cosa sino lo que cada uno de los fieles experimenta en s
mismo, slo que las palabras son, con mucho, inferiores a lo que requiere la dignidad del
argumento, y son insuficientes para explicarlo bien.
***
30
CAPITULO VIII
HAY PRUEBAS CON CERTEZA SUFICIENTE,
EN CUANTO LE ES POSIBLE AL ENTENDIMIENTO HUMANO
COMPRENDERLAS, PARA PROBAR QUE LA ESCIRITURA ES
INDUBITABLE Y CERTSIMA
31
gran ventaja supera toda la gracia del arte humano.
4. Antigedad de la Escritura
Ya otros han tratado esta materia ms ampliamente, por lo cual basta que al presente toque como
de pasada algunas cosas que hacen muy al caso para entender la suma y lo principal de este
tratado. Adems de las cosas que ya he tocado, la misma antigedad de la Escritura es de gran
importancia para inducirnos a darle crdito. Porque por mucho que los escritores griegos nos
cuenten de la teologa de los egipcios, sin embargo no se hallar recuerdo alguno de ninguna
religin que no sea muy posterior a Moiss. Adems, Moiss no forja un nuevo Dios, sino
solamente propone al pueblo de Israel lo mismo que ellos ya mucho tiempo antes, por antigua
tradicin, hablan odo a sus antepasados del eterno Dios. Porque qu otra cosa pretende sino
llevarlos al pacto que hizo con Abraham? Si l hubiera propuesto una cosa antes nunca oda, no
hubiera tenido xito alguno. Mas convena que el libertarlos del cautiverio en que estaban fuese
cosa muy conocida y corriente entre ellos, de tal suerte que la sola mencin de ello, levantase al
momento su nimo. Es tambin verosmil presumir que fueron advertidos del trmino de los
cuatrocientos aos. Consideremos pues, que si Moiss, el cual precedi en tanto tiempo a todos
los dems escritores, toma, sin embargo, el origen y fuente de su doctrina tan arriba; cunta
ventaja no sacar la Sagrada Escritura en antigedad a todos los dems escritos!
A no ser que fusemos tan necios que disemos crdito a los egipcios, los cuales alargan su
antigedad hasta seis mil aos antes de la creacin del mundo; pero, puesto que de todo cuanto
ellos se gloran se han burlado los mismos gentiles y no han hecho caso de ellos, no tengo por
qu tomarme el trabajo de refutarlos. Josefo, escribiendo contra Apin, alega testimonios
32
admirables, tomados de escritores antiqusimos, por los cuales fcilmente se ve que todas las
naciones estuvieron de acuerdo en que la doctrina de la Ley haba sido clebre mucho tiempo
antes, aunque fuera leda pero no bien entendida. Del resto, por lo dems, a fin de que los escru-
pulosos no tuviesen cosa alguna de qu sospechar, ni los perversos ocasin de objetar sutilezas,
provey Dios a ambas cosas con muy buenos remedios.
5. Veracidad de Dios
Moiss (Gn.49, 5-9) cuenta que trescientos aos antes, Jacob, inspirado por el Espritu Santo,
haba bendecido a sus descendientes. Es que pretende ennoblecer su linaje? Antes bien, en la
persona de Lev lo degrada con infamia perpetua. Ciertamente Moiss poda muy bien haber
callado esta afrenta, no solamente para perdonar a su padre, sino tambin para no afrentarse a s
mismo y a su familia con la misma ignominia. Como podr resultar sospechoso el que divulg
que el primer autor y raz de la familia de que descenda, habla sido declarado detestable por el
Espritu Santo? No se preocupa para nada de su provecho particular, ni hace caso del odio de los
de su tribu, que sin duda no lo reciban de buen grado. As mismo cuenta la impa murmuracin
con que su propio hermano Aarn y su hermana Mara se mostraron rebeldes contra Dios. (Nm.
12, l). Diremos que lo hizo por pasin carnal, o ms bien por mandato del Espritu Santo?
Adems, por qu teniendo l la suma autoridad no deja, por lo menos a sus hijos, la dignidad de
sumos sacerdotes, sino que los coloca en ltimo lugar? He alegado estos pocos ejemplos aunque
hay muchos; y en la misma Ley se nos ofrecern a cada paso muchos argumentos para
convencernos y mostrarnos sin contradiccin posible que Moiss fue como un ngel venido del
cielo.
6. Los milagros
Adems de esto, tantos y tan admirables milagros como cuenta son otras tantas confirmaciones
de la Ley que dio y de la doctrina que ense. Porque el ser l arrebatado en una nube estando en
el monte (Ex. 24,18); el esperar all cuarenta das sin conversar con hombres; el resplandecerle el
rostro como si fueran rayos de sol cuando public la Ley (Ex. 34,29); los relmpagos que por
todas partes brillaban; los truenos y el estruendo que se oa por toda la atmsfera; la trompeta que
sonaba sin que el hombre la tocase; el estar la entrada del tabernculo cubierta con la nube, para
que el pueblo no la viese; el ser la autoridad de Moiss tan extraamente defendida con tan
horrible castigo como el que vino sobre Cor, Datn, Abraim (Nm. 16,24) y todos sus cmplices
y allegados; que de la roca, al momento de ser herida con la vara, brotara un ro de agua; el hacer
Dios, a propuesta de Moiss, que lloviera man del cielo... cmo Dios con todo esto no nos lo
propona como un profeta indubitable enviado del cielo? Si alguno objeta que propongo como
ciertas, cosas de las que se podra dudar, fcil es la solucin de esta objecin. Porque habiendo
Moiss proclamado todas estas cosas en pblica asamblea, pregunto yo: qu motivo poda tener
para fingir delante de aquellos mismos que haban sido testigos de vista de todo lo que haba
pasado? Muy a propsito se present al pueblo para acusarle de infiel, de contumaz, de ingrato y
de otros pecados, mientras que se vanagloriaba ante ellos de que su doctrina habla sido
confirmada con milagros como nunca los haban visto.
Realmente hay que notar bien esto: cuantas veces trata de milagros est tan lejos de procurarse el
33
favor, que ms bien, no sin tristeza acumula los pecados del pueblo; lo cual pudiera provocarles a
la menor ocasin a argirle que no deca la verdad. Por donde se ve que ellos nunca estaban
dispuestos a asentir, si no fuera porque estaban de sobra convencidos por propia experiencia. Por
lo dems, como la cosa era tan evidente que los mismos escritores paganos antiguos no pudieron
negar que Moiss hubiera hecho milagros, el Diablo, que es padre de la mentira, les inspir una
calumnia diciendo que los haca por arte de magia (xo. 7, 1 l). Mas qu prueba tenan para
acusarle de encantador, viendo que haba aborrecido de tal manera esta supersticin, 'que mand
que cualquiera que aunque solo fuese que pidiera consejo a los magos y adivinos, fuese
apedreado? (Lev. 20,6). Y ciertamente ningn farsante o encantador realiza sus ilusiones sin
procurar, a fin de ganar fama, dejar atnito el espritu de la gente sencilla. Pero qu hizo
Moiss? Protestando pblicamente (xo. 16,7) que l y su hermano Aarn no eran nada, sino que
solamente ponan por obra lo que Dios les haba mandado, se limpia de toda sospecha y mala
opinin. Si, pues, se consideran las cosas como son, qu encantamiento hubiera podido hacer
que el man que cada da caa del cielo bastase para mantener al pueblo, y que si alguno guardaba
ms de la medida, aprendiese por su misma putridez que Dios castigaba su incredulidad? Y an
hay ms, pues Dios permiti que su siervo fuese probado con tan grandes y vivas pruebas, que
los detractores no logran ahora nada hablando mal de l. Porque, cuantas veces se levantaron
corra L unas veces todo el pueblo soberbia y descaradamente, otras las conspiraciones de
particulares, cmo hubiera podido escapar a su furor con simples ilusiones? En resumen, el
suceso mismo nos muestra claramente que por estos medios su doctrina qued confirmada para
siempre.
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Todo esto se ve mucho ms a las claras en los otros profetas. Escoger unos cuantos ejemplos,
pues costara gran trabajo recogerlos todos Cuando en tiempo del profeta Isaas, el reino de Jud
estaba pacificado, y no solamente pacificado, sino tambin confederado con los caldeos,
pensando que en ellos hallaran socorro, Isaas predicaba que la ciudad sera destruida y el pueblo
llevado cautivo. Suponiendo que uno no se diera por satisfecho con tal advertencia, para juzgar
que era impulsado por Dios a predecir las cosas que por entonces parecan increbles, pero que
andando el tiempo se vio que eran verdad, no se puede negar que lo que aade sobre la
liberacin, procede del Espritu de Dios. Nombra a Ciro (ls.45, l), por quien los caldeos haban
de ser sojuzgados y el pueblo habla de recobrar su libertad. Pasaron ms de cien aos entre el
tiempo en que Isaas profetiz esto y el nacimiento de Ciro, pues ste naci cien aos ms o
menos despus de la muerte de Isaas. Nadie poda entonces adivinar que haba de nacer un
hombre que se llamara Ciro, el cual haba de hacer la guerra a los babilonios y, despus de
deshacer un imperio tan poderoso, haba de libertar al pueblo de Israel y poner fin a cautiverio.
Esta manera de hablar tan clara y sin velos ni adorno de palabras, no muestra evidentemente que
estas profecas de Isaas son orculos de Dios y no conjeturas humanas? Adems, cuando
Jeremas (Jer. 25,11-12), poco antes de que el pueblo fuese llevado cautivo, seala el tiempo fijo
de setenta aos como trmino del cautiverio, no fue menester que el mismo Espritu Santo
dirigiera su lengua para que dijese esto? No sera gran desvergenza negar que la autoridad de
los profetas ha sido confirmada con tales testimonios, y que de hecho se cumpli lo que ellos
afirman, para que se diese crdito a sus palabras a saber (Is 42,9): 'Tas cosas primeras he aqu
vinieron, y yo anuncio nuevas cosas; antes que salgan a luz yo las har notorias". Queda por decir
que Jeremas y Ezequiel, aunque estaban muy lejos el uno del otro, sin embargo, profetizando a
la vez, en todo lo que decan concordaban de tal manera, como si el uno dictara al otro lo que
haba de escribir y ambos se hubieran puesto de acuerdo. Y qu dir de Daniel? No trata de
cosas que acontecieron seiscientos aos despus de su muerte, como si contara una historia de
cosas pasadas y que todo el mundo supiera? Si los fieles pensaran bien en esto, estaran muy bien
preparados para hacer callar a los impos, que no hacen ms que ladrar contra la verdad. Porque
estas pruebas son tan evidentes que no hay nada que se pueda objetar contra ellas.
35
por ventura quin haba sido Moiss, los que lelan a David? Y hablando en general de los probos,
es cosa cierta que sus escritos han llegado en sucesin continua de mano en mano de padres a
hijos, dando testimonio de viva voz los que les haban odo hablar, de modo que no quedaba
lugar a duda.
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ellos mismos no les sirven para nada.
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Santa que tenemos es de Dios, puesto que, a pesar de toda la sabidura y poder del mundo, ha
permanecido en pie por su propia virtud hasta hoy. Ntese, adems, que no fue una sola ciudad,
ni una sola nacin, las que consintieron en admitirla, sino que en toda la amplitud de la tierra ha
alcanzado autoridad por un comn consentimiento de pueblos y naciones tan diversos que, por
otra parte, en ninguna otra cosa estaban de acuerdo. Siendo, pues, esto as, tal acuerdo de
naciones tan diversas, que en lo dems estn en de acuerdo entre s, debe conmovernos, pues
ciertamente que tampoco convendran en esto si Dios no las uniese; sin embargo esta
consideracin tendr ms peso cuando contemplemos la piedad de los que han consentido en
admitir la Escritura. No me refiero a todos, sino a aquellos que el Seor ha puesto como
antorchas de su Iglesia para que la iluminen.
***
CAPTULO IX
ALGUNOS ESPRITUS FANTICOS PERVIERTEN LOS PRINCIPIOS
DE LA RELIGIN, NO HACIENDO CASO DE LA ESCRITURA PARA
PODER SEGUIR MEJOR SUS SUEOS, SO TTULO DE
REVELACIONES DEL ESPRITU SANTO
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1. Contra los que exaltan al Espritu con detrimento de la Palabra
Ahora bien, los que desechando la Escritura se imaginan no s qu camino para llegar a Dios, no
deben ser tenidos por hombres equivocados, sino ms bien por gente llena de furor y desatino. De
ellos ha surgido hace poco cierta gente de mal carcter, que con gran orgullo, jactndose de
ensear en nombre del Espritu, desprecian la Escritura y se burlan de la sencillez de los que an
siguen la letra muerta y homicida, como ellos dicen. Mas yo querra que me dijeran quin es ese
espritu, cuya inspiracin les arrebata tan alto, que se atreven a menospreciar la Escritura como
cosa de nios y demasiado vulgar. Porque si responden que es el Espritu de Cristo el
fundamento de su seguridad, es bien ridculo, pues supongo que estarn de acuerdo en que los
apstoles de Jesucristo y, los otros fieles de la Iglesia primitiva estuvieron inspirados
precisamente por el Espritu de Cristo. Ahora bien, ninguno de ellos aprendi de l a
menospreciar la Palabra de Dios, sino, al contrario, la tuvieron en gran veneracin, como sus
escritos dan testimonio inequvoco de ello. De hecho, as lo haba profetizado Isaas, pues cuando
dice (Isa. 59,21): "El Espritu mo, que est sobre t, y mis palabras que puse en tu boca, no
faltarn de tu boca, ni de la boca de tu simiente, ni de la boca de la simiente de tu simiente, dijo
Jehov, desde ahora y para siempre, no se dirige con esto al pueblo antiguo para ensearle como
a los nios el A.B.C., sino ms bien dice que el bien y la felicidad mayores que podemos desear
en el reino de Cristo es ser regidos por la Palabra de Dios y por su Espritu. De donde deducimos
que estos falsarios, con su detestable sacrilegio separan estas dos cosas, que el profeta uni con
un lazo inviolable. Adase a esto el ejemplo de san Pablo, el cual, no obstante haber sido
arrebatado hasta el tercer cielo, no descuida el sacar provecho de la Ley y de los Profetas; e
igualmente exhorta a Timoteo, aunque era excelente y admirable doctor, a que se entregue a la
lectura de la Escritura (1Tim.4,13). Y es digna de perpetua memoria la alabanza con que ensalza
la Escritura, diciendo que es til para ensear, para redargir, para corregir, para instituir en
justicia" (2Tim. 3, 16). No es, pues, un furor diablico decir que el uso de la Escritura es
temporal y caduco, viendo que segn el testimonio mismo del Espritu Santo, ella gua a los hijos
de Dios a la cumbre de la perfeccin?
Tambin querra que me respondiesen a otra cosa, a saber: si ellos han recibido un Espritu
distinto del que el Seor prometi a sus discpulos. Por muy exasperados que estn no creo que
llegue a tanto su desvaro que se atrevan a jactarse de esto. Ahora bien, cuando l se lo prometi,
cmo dijo que haba de ser su Espritu? Tal, que no hablara por s mismo, sino que sugerira e
inspirara en el nimo de los apstoles lo que l con su palabra les haba enseado (Jn. 16,13).
Por tanto no es cometido del Espritu Santo que Cristo prometi, inventar revelaciones nuevas y
nunca odas o formar un nuevo gnero de doctrina, con la cual apartarnos de la enseanza del
Evangelio, despus de haberla ya admitido; sino que le compete al Espritu de Cristo sellar y
fortalecer en nuestros corazones aquella misma doctrina que el Evangelio nos ensea.
2. La Escritura, juez del Espritu
Por donde fcilmente se entiende que debemos ejercitarnos diligentemente en leer y en or la
Escritura, si queremos percibir algn fruto y utilidad del Espritu de Dios. Como tambin san
Pedro alaba (2 Pe. 1, 19) la diligencia de aquellos que oyen a "la palabra proftica", la cual
empero, pudiera parecer haber perdido su autoridad, despus de haber llegado la luz del
Evangelio; mas por el contrario, si alguno, menospreciando la sabidura contenida en la Palabra
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de Dios, nos enseare otra doctrina, este tal, con toda razn debe sernos sospechoso de fatuo y
mentiroso. Y por qu esto? Porque como quiera que Satans se transforma en ngel de luz,
(2Cor. 11, 14), qu autoridad tendra entre nosotros el Espritu Santo, si no pudiese ser
discernido con alguna nota inequvoca? De hecho se nos muestra con suficiente claridad por la
Palabra del Seor; slo que estos miserables buscan voluntariamente el error para su perdicin,
yendo en pos de su propio espritu, y no del de Dios.
Mas dirn que no es conveniente que el Espritu de Dios, a quien todas las cosas deben estar
sujetas, est l mismo sometido a la Escritura. Como si fuese una afrenta para el Espritu Santo
ser siempre semejante y conforme a s mismo, ser perpetuamente constante sin variar en abso-
luto! Ciertamente, si se le redujera a una regla cualquiera, humana, anglica o cualquiera otra,
entonces podra decirse que se le humillaba, y aun que se le reduca a servidumbre. Pero, cuando
es comparado consigo mismo y considerado en s mismo, quin puede decir que con esto se le
hace injuria? No obstante, dicen, es sometido a examen de esa manera. Estoy de acuerdo; mas
con un gnero de examen querido por l, para que su majestad quedara establecida entre
nosotros. Debera bastarnos que se nos manifestara. Pero, a fin de que en nombre del Espritu de
Dios, no se nos meta poco a poco Satans, quiere el Seor que lo reconozcamos en su imagen,
que El ha impreso en la Escritura Santa. l es su autor; no puede ser distinto de s mismo. Cual
se manifest una vez en ella, tal conviene que permanezca para siempre. Esto no es afrenta para
con l, a no ser que pensemos que el degenerar de si mismo y ser distinto de lo que antes era, es
un honor para l.
3. La letra mata
En cuanto a tacharnos de que nos atamos mucho a la letra que mata, en eso muestran bien el
castigo que Dios les ha impuesto por haber menospreciado la Escritura. Porque bien claro se ve
que san Pablo (2Cor. 3,6) combate en este lugar contra los falsos profetas y seductores que,
exaltando la Ley sin hacer caso de Cristo, apartaban al pueblo de la gracia del Nuevo
Testamento, en el cual el Seor promete que esculpir su Ley en las entraas de los fieles y la
imprimir en sus corazones. Por tanto la Ley del Seor es letra muerta y mata a todos los que la
leen, cuando est sin la gracia de Dios y suena tan solo en los odos in tocar el corazn. Pero si el
Espritu la imprime de veras en los corazones, si nos comunica a Cristo, entonces es palabra de
vida, que convierte el alma y "hace sabio al pequeo" (Sal. 19,7); y ms adelante, el Apstol en el
mismo lugar llama a su predicacin, ministerio del Espritu (2Cor. 3,8), dando con ello a
entender que el Espritu de Dios est de tal manera unido y ligado a Su verdad, manifestada por
l en las Escrituras, que justamente l descubre y muestra su potencia, cuando a la Palabra se le
da la reverencia y dignidad que se le debe. Ni es contrario a esto lo que antes dijimos: que la
misma Palabra apenas nos resulta cierta, si no es aprobada por el testimonio del Espritu. Porque
el Seor junt y uni entre s, como con un nudo, la certidumbre del Espritu y de su Palabra; de
suerte que la pura religin y la reverencia a su Palabra arraigan en nosotros precisamente cuando
el Espritu se muestra con su claridad para hacernos contemplar en ella la presencia divina. Y,
por otra parte, nosotros nos abrazamos al Espritu sin duda ni temor alguno de errar, cuando lo
reconocemos en su imagen, es decir, en su Palabra. Y de hecho as sucede. Porque, cuando Dios
nos comunic su Palabra, no quiso que ella nos sirviese de seal por algn tiempo para luego
destruirla con la venida de su Espritu; sino, al contrario, envi luego al Espritu mismo, por cuya
virtud la haba antes otorgado, para perfeccionar su obra, con la confirmacin eficaz de su
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Palabra.
***
CAPTULO X
LA ESCRITURA, PARA EXTIRPAR LA SUPERSTICIN, OPONE
EXCLUSIVAMENTE EL VERDADERO DIOS A LOS DIOSES DE LOS
PAGANOS
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pues realmente la potencia de Dios en cuanto Creador, y su providencia en conservar las cosas en
el orden y armona con que las cre, se prueban por l, con todo quiero prevenir a los lectores
sobre mi intencin y propsito actuales, a fin de que ellos no se pasen de los limites sealados.
Baste, pues, al presente saber de qu manera Dios, siendo el Creador del cielo y de la tierra,
gobierna esta obra maestra que l cre.
A cada paso en la Escritura se pregona su bondad y la inclinacin de su voluntad a hacer bien.
Y tambin hay en ella ejemplos de su severidad, que muestran cmo es justo juez, castigador del
mal, principalmente cuando su paciencia no aprovecha en absoluto a los obstinados.
42
juicio y con justicia, si su potencia fuese desconocida? De dnde procede su misericordia, sino
de su bondad? Finalmente, si todos sus caminos son misericordia, juicio y justicia, en ellas
tambin se manifiesta su santidad. As que el conocimiento de Dios que nos propone la Escritura,
no tiene otro fin ni paradero que el que nos manifiestan las criaturas; a saber, inducirnos primera-
mente al temor de Dios; luego nos convida a que pongamos en l nuestra confianza, para que
aprendamos a servirle y honrarle con una perfecta inocencia de vida y con una obediencia sin
ficcin, y as entonces descansemos totalmente en su bondad.
***
CAPTULO XI
ES UNA ABOMINACIN ATRIBUIR A DIOS FORMA ALGUNA
VISIBLE, Y TODOS CUANTOS ERIGEN IMGENES 0 DOLOS SE
APARTAN DEL VERDADERO DIOS
43
de los hombres, cuando quiere distinguir entre el Dios verdadero y los dioses falsos lo opone
principalmente a los dolos; no porque apruebe lo que ensearon los filsofos con grande artificio
y elegancia, sino para descubrir mejor la locura del mundo, y tambin para mostrar que todos, al
apoyarse en sus especulaciones, caminan fuera de razn. Por tanto, la definicin segn la cual
comnmente decimos que no hay ms que un solo y nico Dios, excluye y deshace todo cuanto
los hombres por su propio juicio idearon acerca de Dios, porque slo Dios mismo es testigo
suficiente acerca de s. Mas como quiera que se ha extendido por todo el mundo esta insensata
necedad de apetecer imgenes visibles que representen a Dios y por esta causa se han hecho
dioses de madera, de piedra, de oro, de plata, y de otras materias corruptibles y perecederas, es
menester que tengamos como mxima, y cosa certsima, que cuantas veces Dios es representado
en alguna imagen visible su gloria queda menoscaba con grande mentira falsedad. Por eso Dios
en su Ley, despus de haber declarado que solo pertenece la honra de ser Dios, queriendo
ensearnos cul es el culto y manera de servirle que aprueba o rechaza, aade a continuacin:
---Note hars imagen, ni ninguna semejanza" (x. 20,4), con las cuales palabras pone freno a
nuestro atrevimiento, para que no intentemos representarlo con imagen alguna visible; y en pocas
palabras expone todas las figuras con que la supersticin haba, ya haca mucho tiempo,
comenzado a falsificar su verdad. Porque bien sabemos que los persas adoraron al sol; y a
cuantas estrellas los pobres e infelices gentiles velan en el cielo las tuvieron por dioses. Y apenas
hubo animal que los egipcios no tuviesen como imagen de Dios, y hasta las cebollas y los
puerros. Los griegos se creyeron mucho ms sabios que los dems pueblos, porque adoraban a
Dios en figura humano. Pero Dios no coteja ni compara las imgenes entre s para ver cul le
conviene ms, sino que, sin excepcin alguna, condena todas las imgenes, estatuas, pinturas y
cualquier otra clase de figuras con las cuales los idlatras pensaban que tendran a Dios ms
cerca de s.
2.Esto se puede entender fcilmente por las razones con que lo prueba
Primeramente dice por Moiss: "Y habl Jehov con vosotros en medio del fuego; osteis la voz
de sus palabras, mas... ninguna figura visteis.. . Guardad, pues mucho vuestras almas..., para que
no os corrompis y hagis para vosotros escultura, imagen de figura alguna..." (Dt.4, 12.15.16).
Vemos cmo opone claramente su voz a todas las figuras, a finde que sepamos que cuando le
quieren honrar en forma visible se apartan de Dios. En cuanto a los profetas, bastar con Isaas, el
cual mucho ms enfticamente prueba que la majestad de Dios queda vil y hartamente
menoscabada cuando El, que es incorpreo, es asemejado a una cosa corprea; invisible, a una
cosa visible; espritu, a un ser muerto; infinito, a un pedazo de lea, o de piedra u oro (1s.40,16;
41,7.29;45,9; 46,5).
Casi de la misma manera razona san Pablo, diciendo: "Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos
pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginacin
de hombres" (Hch. 17,29). Por donde se ve claramente que cuantas estatuas se labran y cuantas
imgenes se pintan para representar a Dios, sin excepcin alguna, le desagradan, corno cosas con
las que se hace grandsima injuria y afrenta a su majestad. Y no es de maravillar que el Espritu
Santo pronuncie desde el cielo tales asertos, pues l mismo fuerza a los desgraciados y ciegos
idlatras a que confiesen esto mismo en este mundo. Bien conocidas son las quejas de Sneca,
que san Agustn recoge: "Los dioses", dice, que son sagrados, inmortales e inviolables, los
dedican en materia vilsima y de poco precio, y frmenlos como a hombres o como a bestias, e
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incluso algunas veces como a hermafroditas - que renen los dos sexos -, y tambin como a
cuerpos que si estuviesen vivos y se nos presentaran delante pensaramos que eran monstruos.
Por lo cual nuevamente se ve claro que los defensores de las imgenes se justifican con vanas
excusas diciendo que las imgenes fueron prohibidas a los judos por ser gente muy dada a la
supersticin, como si fuera slo propio de una nacin lo que Dios propone de su eterna sabidura
y del orden perpetuo de las cosas. Y lo que es ms, san Pablo no hablaba con los judos, sino con
los atenienses, cuando refutaba el error de representar a Dios en imgenes.
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Ciertamente es bien vergonzoso que los escritores profanos e infieles hayan interpretado la Ley
mucho mejor que los papistas. Juvenal, mofndose de los judos, les echa en cara que adoran a
las puras nubes y a la divinidad del cielo'. Es verdad que miente maliciosamente con ello; pero al
declarar que entre los judos no exista imagen alguna, est ms conforme con la verdad que los
papistas, los cuales quieren hacer creer lo contrario. En cuanto a que este pueblo, luego, sin
consideracin alguna, se precipit y se fue tras los dolos tan prontamente y con tanto mpetu
como lo suelen hacer las aguas cuando en gran abundancia brotan del manantial, precisamente
podemos aprender cun grande es la inclinacin que en nosotros existe hacia la idolatra, en vez
de atribuir a los judos un vicio del que todos estamos tocados, a fin de perseverar de este modo
en el sueo de los vanos halagos y de la licencia para pecar.
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hombres que precisamente son creados con entendimiento para que sepan que todas las cosas se
mueven por la sola potencia divina, se van a pedir ayuda a las cosas muertas, y que no tienen
sentido alguno. Pero porque la corrupcin de nuestra naturaleza maldita arrastra a casi todo el
mundo, tanto en general como en particular, a tan gran desvaro, finalmente el Espritu Santo
fulmina esta horrible maldicin: Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que
confa en ellos" (Sal. 115,8).
Hay que notar tambin que no prohbe Dios menos las imgenes pintadas que las de talla. Con lo
cual se condena la presunta exencin de los griegos, que piensan obrar conforme al mandamiento
de Dios, porque no hacen esculturas, aunque pintan cuantas les parece; y realmente en esto
aventajan a todos los dems. Pero Dios no solamente prohbe que se le represente en talla, sino
de cualquier otra manera posible, porque todo esto es vano y para gran afrenta de su majestad.
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templos no haya pinturas, a fin de que lo que se reverencia o adora no se pinte en las paredes".
Es tambin digno de perpetua memoria lo que san Agustn cita en otro lugar, de un pagano
llamado Varrn, y l mismo aprueba: que los primeros que hicieron imgenes quitaron el temor
de Dios de mundo y aumentaron el error'. Si solamente Varrn dijera esto pudiera ser que no se
le diese gran crdito. Y, sin embargo, gran vergenza es para nosotros que un gentil, que sin la
luz de la fe andaba como a tientas, haya logrado tanta claridad que llegara a decir que las
imgenes visiibles con que los hombres han querido representar a Dios no convienen a su
majestad, porque disminuyen en ellos su temor y aumentan el error. Ciertamente la realidad
misma se demuestra tan verdadera como prudencia hubo al decirla. El mismo san Agustn,
tomando esta sentencia de Varrn, la hace suya. En primer lugar prueba que los primeros errores
que cometieron los hombres no comenzaron con las imgenes, sino que aumentaron con ellas.
Despus declara que el temor de Dios sufre menoscabo, y aun M todo desaparece, por los dolos,
porque fcilmente puede ser menospreciada su deidad con una cosa tan vil como son las
imgenes. Y pluguiese a Dios que no hubiramos experimentado tanto cunta verdad hay en esto
ltimo.
Por tanto, quien desee enterarse bien, aprenda en otra parte y no en las imgenes lo que debe
saber de Dios.
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nica causa de que los prelados, que tenan cargo de las almas, encomendaron a los dolos su
oficio de ensear, fue que ellos eran mudos. Declara san Pablo que por la verdadera predicacin
del Evangelio Jesucristo nos es pintado al vivo y, en cierta manera, "crucificado ante nuestros
ojos" (Gl. 3, l). De qu, pues, servira levantar en los templos a cada paso tantas cruces de
piedra, de madera, de plata y de oro, si repetidamente se nos enseara que Cristo muri en la cruz
para tomar sobre s nuestra maldicin y limpiar con el sacrificio de su cuerpo nuestros pecados,
lavarlos con su sangre y, finalmente, reconciliamos con Dios su Padre? Con esto slo, podran
los ignorantes aprender mucho ms que con mil cruces de madera y de piedra. Porque en cuanto
a las de oro y de plata, confieso que los avaros fijaran sus ojos y su entendimiento en ellas
mucho ms que en palabra alguna de Dios.
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cual vanamente consolarse, como si fuese imagen de Dios. Casi no ha habido siglo desde la
creacin del mundo, en el cual los hombres, por obedecer a este desatinado apetito, no hayan
levantado seales y figuras en las cuales crean que vean a Dios ante sus mismos ojos.
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que, engaados cada vez ms con nuevas ilusiones, pensaron que Dios mostraba su virtud y su
potencia habitando en las imgenes. Mientras los judos pensaban que adoraban en tales
imgenes al Dios eterno, nico y verdadero seor del cielo y de la tierra, los gentiles tenan el
convencimiento de que adoraban a sus dioses que habitaban en el cielo.
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homicida no se librar del pecado cometido con poner otro nombre, de la misma manera ellos no
podrn justificarse con la invencin de un vocablo sutil, si en la realidad de los hechos no se
diferencian en nada de los idlatras, a quienes ellos mismos forzosamente tienen que condenar. Y
tan lejos est de ser su causa distinta de la de los dems idlatras, que precisamente la fuente de
todo el mal estriba en el desordenado deseo que tienen de imitarlos, imaginando en su
entendimiento formas y figuras con que representar a Dios y luego fabricarlas con sus manos.
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solamente las comenzaron a poner como ornato de los templos, cuando los ministros comenzaron
a degenerar, no enseando al pueblo como deban. No discutir cules fueron las causas que
movieron a ello a los primeros autores de esta invencin; pero si comparamos una poca con la
otra, veremos que esos inventores quedaron muy por debajo de la integridad de los que no
tuvieron imgenes. Cmo es posible que aquellos bienaventurados Padres antiguos consintieran
que la Iglesia careciese durante tanto tiempo de una cosa que ellos crean til y provechosa?
Precisamente, al contrario, porque vean que en ella no haba provecho alguno, o muy poco, y s
dao y peligro notables, la rechazaron prudente y juiciosamente, y no por descuido o negligencia.
Lo cual con palabras bien claras lo atestigua san Agustn, diciendo: "Cuando las imgenes son
colocadas en lugares altos y eminentes para que las vean los que rezan, y ofrezcan sacrificios,
impulsan el corazn de los dbiles a que por su semejanza piensen que tienen vida y alma"'. Y en
otro lugar: "La figura con miembros humanos que se ve en los dolos fuerza al entendimiento a
imaginar que un cuerpo, mientras ms fuere semejante al suyo, ms sentir". Y un poco ms
abajo: "Las imgenes sirven ms para doblegar las pobres almas, por tener boca, ojos, orejas y
pies, que para corregirla, por no hablar, ni ver, ni or, ni andar".
Esta parece ser, sin duda, la causa por la que san Juan, no solamente exhort a huir de la
idolatra, sino hasta de las mismas imgenes (1 Jn. 5,21). Y nosotros hemos experimentado
suficientemente por la espantosa furia que antes de ahora se extendi por todo el mundo con
grandsimo dao de la religin cristiana, que apenas se ponen imgenes en los templos es como
levantar un pendn para llevar a los hombres a cultivar la idolatra; porque la locura de nuestro
entendimiento no es capaz de frenarse, sino que luego se deja llevar, sin oposicin alguna, de la
idolatra y de los cultos supersticiosos. Y aunque no existiera tanto peligro, cuando me paro a
considerar para qu fin se edifican los templos, me parece inconveniente a su santidad que se
admita en ellos ms imgenes que las que Dios ha consagrado con su Palabra, las cuales tienen
impresa a lo vivo su seal; a saber, el Bautismo, y la Cena de Seor, y otras ceremonias, a las
cuales nuestros ojos deben estar atentos y nuestros sentidos tan los en ellas, que no son menester
otras imgenes inventadas por la fantasa de los hombres. Ved aqu, pues, el bien inestimable de
las imgenes, que de manera alguna se puede rehacer ni recompensar, si es verdad lo que los
papistas dicen.
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que se fundaban. Juan, embajador de las iglesias orientales, alega el pasaje de Moiss: Dios cre
al hombre a su imagen"; y de aqu concluye: es menester, pues, tener imgenes. Asimismo pens
que vena muy a propsito para confirmar el uso de las imgenes lo que est escrito: Mustrame
tu cara, porque es hermosa. Otro, para demostrar que es til mirar las imgenes, adujo el verso
del salmo: "Sealada est, Seor, sobre nosotros la claridad de tu rostro". Otro, para probar que
las deban poner en los altares, aleg este testimonio: Ninguno enciende la candela y la pone
debajo del celemn". Otro trajo esta comparacin: como los patriarcas usaron los sacrificios de
los gentiles, de la misma manera los cristianos deben tener las imgenes de los santos en lugar de
los dolos de los paganos. Y a este fin retorcieron aquella sentencia: "Seor, yo he amado la
hermosura de tu casa. Pero sobre todo, la interpretacin que dan sobre el lugar: segn que
hemos odo, as de la misma manera hemos visto", es graciosa; a saber: Dios no es solamente
conocido por or su Palabra, sino tambin por la vista de las imgenes. Otra sutileza semejante es
la del obispo Teodoro: Admirable, dice, es Dios en sus santos; y en otro lugar est escrito: a los
santos que estn en la tierra; esto debe entenderse de las imgenes. En fin, son tan vanas sus
razones, que me da reparo citarlas.
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Qu castigo, pues, merecan los profetas, los apstoles y los mrtires, en tiempo de los cuales no
hubo imgenes? Otro dice: puesto se queman perfumes ante la imagen del Emperador, con
mucha mayor razn se debe hacer esto ante las imgenes de los Santos. Constancio, obispo de
Constancia en Chipre, protesta que l abraza las imgenes con toda reverencia, y dice que les da
la misma veneracin y culto que se debe dar a la Santsima Trinidad; y anatematiza a todo el que
rehusare hacer lo mismo; y lo pone como compaero de los maniqueos y de los marcionitas. Y
para que no creis que esto fue la opinin de uno solo, todos los dems responden: Amn. E
incluso Juan, embajador de los orientales, encolerizndose ms, declara que sera preferible que
todas las mancebas del mundo estuviesen en una ciudad, que desechar el culto de las imgenes.
Y al fin, por comn acuerdo de todos, se decreta que los samaritanos son los, peores herejes que
hay, pero que los enemigos de las imgenes son an peores que los samaritanos.
Al fin concluye el Concilio con una cancin: Regocjense y se alegren todos aquellos que
teniendo la imagen de Cristo le ofrecen sacrificio.
Dnde est ahora la distincin de "latra" y "dula" con la que piensan cegar los ojos de Dios y
de los hombres? Porque el Concilio, sin excepcin alguna, concede la misma honra a las
imgenes que al mismo Dios eterno.
***
CAPTULO XII
DIOS SE SEPARA DE LOS DOLOS A FIN DE SER
L SOLAMENTE SERVIDO
55
ocurre, y aun para hacerlo va de un lado a otro; en cambio, la piedad y la religin, para asegurarse
bien, se mantiene recogida dentro de ciertos lmites. E igualmente me parece que la supersticin
se denomina al, porque no contentndose con lo que Dios ha ordenado, ella aumenta y hace un
montn de cosas vanas. Pero dejando aparte las palabras, notemos que en todo tiempo hubo
comn acuerdo en que la religin se corrompe y pervierte siempre que se mezclan con ella
errores y falsedades. De donde concluimos que todo cuanto nosotros intentamos con celo
desconsiderado, no vale para nada, y que el pretexto de los supersticiosos es vano. Y aunque todo
el mundo dice que ello es al, sin embargo por otra parte vemos una gran ignorancia; y es que los
hombres no se contentan con un solo Dios ni se preocupan grandemente de saber cmo le han de
servir, segn hemos ya demostrado.
Ms Dios, para mantener su derecho, declara que es celoso y que, si lo mezclan con otros dioses,
ciertamente se vengar. Y luego manifiesta en qu consiste su verdadero servicio, a fin de cerrar
la boca a los hombres y sujetarlos. Ambas cosas determina en su Ley, cuando en primer lugar
ordena que los fieles se sometan a l tenindolo por nico Legislador; luego dando reglas para
que le sirvan conforme a su voluntad.
2. Papel de la Ley
Ahora bien, como la Ley tiene diversos fines y usos, tratar de ella a su tiempo; ahora solamente
quiero exponer de paso que Dios quiso que la Ley fuese como un freno a los hombres para que
no cayesen en maneras falsas de servirle. Entretanto retengamos bien lo que he dicho: que se
despoja a Dios de su honra y se profana su culto y su servicio, si no se le deja cuanto le es propio
y a El solo pertenece, por residir nicamente en l. Y es necesario tambin advertir
cuidadosamente de qu astucias y maas echa mano la supersticin. Porque no nos induce a
seguir a los dioses extraos de tal manera que parezca que nos apartamos del verdadero Dios, o
que lo pone como uno ms entre ellos, sino que le deja el lugar supremo y luego lo rodea de una
multitud de dioses menores, entre los cuales reparte los oficios que son propios de Dios. De este
modo, aunque disimuladamente y con astucia, la gloria de la divinidad es dispersada para que no
resida en uno slo. Y as tambin los idlatras de tiempos pasados se imaginaron un dios
supremo, padre y seor de todos los otros dioses, y a l sometieron a todos los dems,
atribuyndoles el gobierno del mundo juntamente con l.
Esto mismo es lo que se ha hecho con los santos que han dejado este mundo; los han ensalzado
tanto, que han llegado a hacerlos compaeros de Dios, honrndolos, invocndolos, y
celebrndoles fiestas como al mismo Dios.
Pensamos que con semejante abominacin la majestad divina no slo queda oscurecida, sino
que en gran parte es suprimida y extinguida; slo se retendra de Dios una fra y estril idea de su
poder supremo; pero engaados con estos enredos, andamos tras una infinidad de dioses.
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que de la misma manera adoran a Dios que a los santos. Slo que cuando les urgen, usan de este
subterfugio y dicen que dando a Dios culto de "latra", le dan todo lo que se le debe. Pero como
no se trata de la palabra, sino de la realidad, qu razn hay para jugar con cosa de tanta
importancia?
Pero aun pasando esto por alto, qu es lo que pueden sacar de esta distincin, sino que honran a
Dios slo y sirven a los santos? Pues 1atra- en griego es lo mismo que honra en espaol, y
"dula" propiamente significa servicio. Sin embargo, esta diferencia no se observa siempre en la
Escritura. Mas aunque as fuera, queda por saber lo que ambos vocablos propiamente significan.
Dula", como hemos dicho, significa servicio; "latra", honra o veneracin. Ahora bien; no hay
duda de que servir es ms que honrar, pues muchas veces nos resultara ms penoso y molesto
servir a aquellos que no tenemos inconveniente en honrar. Y por esto seria una psima
distribucin sealar a los santos lo que es ms, y dejar a Dios lo que es menos.
Objetarn que los ms antiguos doctores usaron esta distincin. Ms, qu puede importarnos, si
todo el mundo ve que no slo es del todo impropia, sino absolutamente frvola?
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Cul es el servicio y culto que Dios exige, se ver en otra parte. Porque Dios quiso con su Ley
prescribir a los hombres lo que es justo y recto, y por este medio someterlos a una regla
determinada, para que no se tomase cada cual la libertad de servirle a su antojo.
Mas, como no es conveniente cargar al lector con muchos temas a la vez, dejo por ahora este
punto. Bstenos saber de momento, que cuando los hombres tributan a las criaturas algn acto de
religin o de piedad, cometen un sacrilegio. La supersticin primeramente tuvo por dioses al sol,
a las estrellas y a los otros dolos. A esto sucedi la ambicin, que adornando a los hombres con
los despojos de Dios, se atrevi a profanar todas las cosas sagradas. Y aunque permaneca en pie
el principio de honrar a un Dios supremo, sin embargo se introdujo la costumbre de ofrecer
sacrificios indistintamente a los espritus, a los dioses menores y a los hombres notables ya
difuntos. Tan inclinados estamos al vicio de comunicar a muchos lo que Dios tan rigurosamente
manda que se le reserve a l slo!
***
CAPITULO XIII
LA ESCRITURA NOS ENSEA DESDE LA CREACIN DEL MUNDO
QUE EN LA ESENCIA NICA DE DIOS SE CONTIENEN TRES
PERSONAS
Lo que la Escritura nos ensea de la esencia de Dios, infinita y espiritual, no solamente vale para
destruir los desvaros del vulgo, sino tambin para confundir las sutilezas de la filosofa profana.
Le pareci a un escritor antiguo' que se expresaba con toda propiedad al decir que Dios es todo
cuanto vernos y tambin lo que no vemos. Al hablar as se imagin que la divinidad est
desparramada por todo el mundo. Es cierto que Dios, para mantenernos en la sobriedad, no habla
con detalles de su esencia; sin embargo, con los dos ttulos que hemos nombrado - Jehov y
Elohim - abate todos los desvaros que los hombres se imaginan y reprime el atrevimiento del
entendimiento humano. Ciertamente que lo infinito de su esencia debe espantarnos, de tal manera
que no presumamos de medirlo con nuestros sentidos; y su naturaleza espiritual nos impide que
veamos en l nada carnal o terreno. Y sta es la causa por la que muchas veces indica que su
morada es el cielo. Pues, si bien por ser infinito llena tambin toda la tierra, sin embargo, viendo
que nuestro entendimiento, segn es de torpe, se queda siempre abajo, con mucha razn, para
despertarnos de nuestra pereza e indolencia, nos eleva sobre el mundo, con lo cual cae por tierra
el error de los maniqueos, que admitiendo dos principios hicieron al diablo casi igual que Dios.
Pues esto era deshacer la unidad de Dios y limitar su infinitud. Y por lo que hace a los textos de
la Escritura con los que se atrevieron a confirmar su opinin, en ello han dejado ver que su
ignorancia igualaba en magnitud al intolerable desatino de su error.
Igualmente quedan refutados los antropomorfistas, los cuales se imaginaron a Dios como un ser
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corpreo, porque la Escritura muchas veces le atribuye boca, orejas, ojos, manos y pies. Pues,
qu hombre con un poco de entendimiento no comprende que Dios, por as decirlo, balbucea al
hablar con nosotros, como las nodriza! con sus nios para igualarse a ellos? Por lo tanto, tales
maneras de hablar no manifiestan en absoluto cmo es Dios en s, sino que se acomodan a
nuestra rudeza, para darnos algn conocimiento de l; y esto la Escritura no puede hacerlo sin
ponerse a nuestro nivel y, por lo tanto, muy por debajo de la majestad de Dios.
Pero an podemos encontrar en la Escritura otra nota particular con la cual mejor conocerlo y
diferenciarlo de los dolos. Pues al mismo tiempo que se nos presenta como un solo Dios, se
ofrece a nuestra contemplacin en tres Personas distintas; y si no nos fijamos bien en ellas, no
tendremos en nuestro entendimiento ms que un vano nombre de Dios, que de nada sirve.
Pero, a fin de que nadie suee con un Dios de tres cabezas, ni piense que la esencia divina se
divide en las tres Personas, ser menester buscar una definicin breve y fcil, que nos desenrede
todo error. Mas como algunos aborrecen el nombre de Persona, como si fuera cosa inventada por
los hombres, ser necesario ver primero la razn que tienen para ello.
El Apstol, llamando al Hijo de Dios "la imagen misma de su sustancia" (del Padre) (Heb. 1, 3),
sin duda atribuye al Padre alguna subsistencia en la cual difiera del Hijo. Porque tomar el
vocablo como si significase esencia, como hicieron algunos intrpretes - como si Cristo
representase en s la sustancia del Padre, al modo de la cera en la que se imprime el sello -, esto
no slo sera cosa dura, sino tambin absurda. Porque siendo la esencia divina simple e
individua, incapaz de divisin alguna, el que la tuviere toda en s y no por partes ni
comunicacin, sino total y enteramente, este tal sera llamado "carcter" e "imagen" del otro
impropiamente. Pero como el Padre, aunque sea distinto del Hijo por su propiedad, se represent
del todo en ste, con toda razn se dice que ha manifestado en l su hipstasis; con lo cual est
completamente de acuerdo lo que luego sigue: que l es el resplandor de su gloria. Ciertamente,
de las palabras del Apstol se deduce que hay una hipstasis propia y que pertenece al Padre, la
cual, sin embargo, resplandece en el ' Hijo; de donde fcilmente se concluye tambin la
hipstasis del Hijo, que le distingue del Padre.
Lo mismo hay que decir del Espritu Santo, el cual luego probaremos que es Dios; y, sin
embargo, es necesario que lo tengamos como hipstasis diferente del Padre.
Pero esta distincin no se refiere a la esencia, dividir la cual o decir que es ms de una es una
blasfemia. Por tanto, si damos crdito a las palabras del Apstol, sguese que en un solo Dios hay
tres hipstasis. Y como quiera que los doctores latinos hayan querido decir lo mismo con este
nombre de "Persona", ser de hombres fastidiosos y aun contumaces querer disputar sobre una
cosa clara y evidente.
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probar que estaban en esto de acuerdo con los latinos - dijeron que hay en Dios tres Personas.
Pero sea lo que sea respecto a la palabra, lo cierto es que todos queran decir una misma cosa.
As pues, por ms que protesten los herejes contra el nombre de Persona, y por ms que
murmuren algunos de mala condicin, diciendo que no admitirn un nombre inventado por los
hombres, siendo as que no pueden negar que se nombra a tres, de los cuales cada uno es
enteramente Dios, sin que por ello haya muchos dioses, no es gran maldad condenar las palabras
que no dicen sino lo que la Escritura afirma y atestigua? Replican que sera mejor mantener
dentro de los limites tiene la Escritura, no solamente nuestros sentimientos, sino tambin las
palabras, en vez de usar de otras extraas y no empleadas, que pueden ser causa de discusiones y
disputas. Porque sucede con esto que se pierde el tiempo disputando por palabras, que se pierde
la verdad altercando de esta manera y se destruye la caridad.
Si ellos llaman palabra extraa a la que slaba por slaba y letra por letra no se encuentra en la
Escritura, ciertamente nos ponen en gran aprieto, pues con ello condenan todas las predicaciones
e interpretaciones que no estn tomadas de la Escritura de una manera plenamente textual. Mas si
tienen por palabras extraas las que se inventan por curiosidad y se sostienen supersticiosamente,
las cuales sirven ms de disputa que de edificacin, y se usan sin necesidad ni fruto y con su
aspereza ofenden los odos de los fieles y pueden apartarnos de la sencillez de la Palabra de Dios,
estn entonces seguros de que yo apruebo con todo el corazn su sobriedad. Pues no me parece
que deba ser menor la reverencia al hablar de Dios que la que usamos en nuestros pensamientos
sobre l, pues cuanto de El pensamos, en cuanto procede de nosotros mismos, no es ms que
locura, y todo cuanto hablamos, vanidad. Con todo, algn medio hemos de tener, tomando de la
Escritura alguna regla a la cual se conformen todos nuestros pensamientos y palabras. Pero, qu
inconveniente hay en que expliquemos con palabras ms claras las cosas que la Escritura dice
oscuramente, con tal que lo que digamos sirva para declarar fielmente la verdad de la Escritura, y
que se haga sin tomarse excesiva libertad y cuando la ocasin lo requiera? De esto tenemos
muchos ejemplos. Y qu suceder si probamos que la Iglesia se ha visto ineludiblemente
obligada a usar las palabras "Trinidad" y "Personas"? Si alguno no las aprueba pretextando que
se trata de palabras nuevas que no se hallan en la Escritura, no se podr decir de l con razn
que no puede tolerar la luz de la verdad?; pues lo que hace es condenar que se explique con
palabras ms claras lo mismo que la Escritura encierra en s.
Tal novedad de palabras - si as se puede llamar - hay que usarla principalmente cuando conviene
mantener la verdad contra aquellos que la calumnian y que, tergiversndola, vuelven lo de dentro
afuera, lo cual al presente vemos ms de lo que quisiramos, resultndonos difcil convencer a
los enemigos de la verdad, porque con su sabidura carnal se deslizan como sierpes de las manos,
si no son apretados fuertemente. De esta manera los Padres antiguos, preocupados por los
ataques de las falsas doctrinas, se vieron obligados a explicar con gran sencillez y familiaridad lo
que sentan, a fin de no dejar resquicio alguno por donde los impos pudieran escapar, a los
cuales cualquier oscuridad de palabras les sirve de escondrijo donde ocultar sus errores.
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Confesaba Arrio que Cristo es Dios e Hijo de Dios, porque no poda contradecir los clarsimos
testimonios de la Escritura, y como persona que cumple con su deber, aparentaba conformarse
con los dems. Pero entretanto no dejaba de decir que Cristo es criatura y que tuvo principio
como las dems. Los Padres, para aclarar esta maliciosa simulacin pasaron adelante diciendo
que Cristo es Hijo eterno del Padre y consustapcial con el Padre. Entonces qued patente la
impiedad de los arrianos, y comenzaron a aborrecer y detestar la palabra "homousios", que quiere
decir consustancial. Si al principio hubieran confesado sinceramente y de corazn que Cristo es
Dios, no hubieran negado que era consustancial al Padre. Quin se atrever a acusar a aquellos
santos varones de amigos de controversias y disensiones, por el hecho de que por una simple
palabra se enardecieran los nimos en la disputa hasta llegar a turbar la paz y tranquilidad de la
Iglesia? Pero aquella mera palabra daba a conocer cules eran los verdaderos cristianos y cules
los herejes.
Vino despus Sabelio, el cual casi no daba importancia a las palabras Padre, Hijo y Espritu
Santo, y deca que estos nombres no denotaban distincin alguna, sino que eran ttulos diversos
de Dios, como hay otros muchos. Si disputaban con l, confesaba que crea que el Padre era
Dios, el Hijo era Dios y el Espritu Santo tambin era Dios. Pero luego encontraba una
escapatoria diciendo que no haba confesado otra cosa que si hubiera dicho que Dios es fuerte,
justo y sabio; y as deca otra cosa distinta: que el Padre es el Hijo y el Espritu Santo es el Padre',
sin distincin alguna. Los que entonces eran buenos maestros y amaban de corazn la piedad,
para vencer la malicia de este hombre, le contradecan diciendo que haba que confesar que hay
en un solo Dios tres propiedades; y para defenderse con la verdad sencilla y desnuda contra sus
argucias afirmaron que hay en un solo Dios o - lo que es lo mismo - en una sola esencia divina,
una Trinidad de Personas.
Por tanto, si estos nombres no han sido inventados temerariamente, ser menester guardarse de
ser acusados de temeridad por rechazarlos. Preferira que todos estuviesen sepultados con tal de
que todo el mundo confesara que el Padre, y el, Hijo, y el Espritu Santo son un solo Dios, y que,
sin embargo, ni el Hijo es Padre, ni el Espritu Santo es Hijo, sino que hay entre ellos distincin
de propiedad. Por lo dems, no soy tan riguroso e intransigente que me importe discutir
solamente por palabras. Pues pienso que los Padres antiguos, aunque procuraban hablar de estas
materias con gran reverencia, sin embargo no estaban de acuerdo todos entre s, e incluso algunos
no siempre hablaron de la misma manera. Porque, cules son las maneras de hablar usadas por
los Concilios, que san Hilario excusa? Qu atrevimiento no emplea a veces san Agustn? Qu
diferencia existe entre los griegos y los latinos! Un solo ejemplo bastar para mostrar esta
diversidad.
Los latinos, al interpretar el vocablo griego "homousios", dijeron consustancial; con lo cual
daban a entender que el Padre y el Hijo tienen una misma sustancia, y as por "sustancia" no
entendan ms que esencia. Por esta causa san Jernimo, escribiendo a Dmaso, obispo de Roma,
dice que es sacrilegio afirmar que hay en Dios tres sustancias. Pero ms de cien veces se hallar
en san Hilario esta expresin: En Dios hay tres sustancias.
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En cuanto a la palabra "hipstasis", qu dificultad encuentra san Jernimo? Pues l sospecha
que hay algn veneno oculto cuando se dice que hay en Dios tres "hipstasis"; y afirma que si
alguno usa esta palabra en buen sentido, no obstante es una manera impropia de hablar. Si esto lo
dice de buena fe y sin fingimiento, y no ms bien por molestar a sabiendas a los obispos
orientales, a los cuales odiaba, ciertamente que no tiene razn al decir que en todas las escuelas
profanas "usa" no significa otra cosa que "hipstasis"; lo cual se puede refutar por el modo
corriente de hablar. Ms modesto y humano es san Agustn1, el cual, aunque dice que esta
palabra "hipstasis" es nueva entre los latinos en este sentido, sin embargo, no solamente permite
a los griegos que sigan su manera de hablar, sino tambin tolera a los latinos que la usaran. E
igualmente Scrates, historiador eclesistico, escribe en el libro sexto de la historia llamada
Tripartita, que los primeros que usaron esta palabra en este sentido fueron gente ignorante. Y
tambin san Hilario echa en cara como un gran crimen a los herejes, que por su temeridad se ve
forzado a exponer al peligro de la palabra las cosas que el corazn debe sentir con gran
devocin2, no disimulando que es lcito hablar de cosas inefables y presumir cosas no
concedidas. Y poco despus se excusa de verse obligado a usar palabras nuevas. Porque despus
de haber puesto los nombres naturales: Padre, Hijo y Espritu Santo, aade que todo cuanto se
quiera buscar ms all de esto supera todo lo que se puede decir, est fuera de lo que nuestros
sentidos pueden percibir y nuestro entendimiento comprender. Y en otro lugar3 ensalza a los
obispos de Francia porque no haba, ni inventado, ni aceptado, ni siquiera conocido ms
confesin que la antiqusima y simplicsima que desde el tiempo de los apstoles haba sido
admitida en todas las Iglesias.
La excusa que da san Agustn es tambin muy semejante a sta; a saber, que esta palabra se
invent por necesidad a causa de la pobreza y deficiencia del lenguaje de los hombres en asunto
de tanta importancia, no para expresar todo lo que hay en Dios, sino para no callar cmo el
Padre, el Hijo y el Espritu Santo son tres. Esta modestia de aquellos santos varones debe
movernos a no ser rigurosos en condenar sin ms a cuantos no quieran someterse al modo de
hablar que nosotros usamos, con tal de que no lo hagan por orgullo, contumacia o malicia; pero a
su vez consideren ellos cun grande es la necesidad que nos obliga a hablar de esta manera, a fin
de que poco a poco se acostumbren a expresarse como conviene. Y cuiden asimismo, cuando hay
que enfrentarse con los arrianos y los sabelianos, que si llevan a mal que se les prive de la
oportunidad de tergiversar las cosas, ellos mismos resulten sospechosos de ser discpulos suyos.
Arrio dice que Cristo es Dios, pero para sus adentros afirma que es criatura y que ha tenido
principio. Dice que es uno con el Padre, pero secretamente susurra a los odos de sus discpulos
que ha sido formado como los dems fieles, aunque con cierta prerrogativa.
Sabelio dice que estos nombres, Padre, Hijo y Espritu Santo no sealan distincin alguna en
Dios. Decid que son tres; en seguida protestar que nombris tres dioses. Decid que en la esencia
una de Dios hay Trinidad de 1 De la Trinid2d, Lib. V, caps. 8 y 9. 2 De la Trinidad, Lib. II, cap.
2. 3 De los concilios, Personas, y diris lo mismo que dice la Escritura y haris callar a este
calumniador. Pero si hay alguno tan escrupuloso que no puede admitir estos tres nombres, no
obstante, ninguno, por ms que le pese, podr negar que cuando la Escritura nos dice que Dios es
uno debemos entender la unidad de la sustancia, y cuando omos decir que en la unidad de la
esencia divina hay tres, a saber, Padre, Hijo y Espritu Santo, hemos de entender que con esta
Trinidad se menciona a las Personas. Cuando esto se profesa de corazn y sin doblez alguna, no
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importarn gran cosa las palabras. Pero hace ya tiempo que s por experiencia que cuantos
pertinazmente se empean en discutir por simples palabras, alimentan dentro de s algn oculto
veneno, de suerte que es mucho mejor provocarlos abiertamente, que andar con medias tintas
para conservar su favor y amistad.
Mas, dejando a un lado la controversia sobre meras palabras, comenzar a tratar el meollo mismo
de la cuestin.
As pues, por "persona" entiendo una subsistencia en la esencia de Dios, la cual, comparada a con
las otras, se distingue por una propiedad incomunicable. Por "subsistencia" entiendo algo distinto
de "esencia". Porque si el Verbo fuese simplemente Dios, san Juan se hubiese expresado mal al
decir que estuvo siempre con Dios (Jn. 1, l). Cuando luego dice que El mismo es Dios, entiende
esto de la esencia nica. Pero como quiera que el Verbo no pudo estar en Dios sin que residiese
en el Padre, de aqu se deduce la subsistencia de que hablamos, la cual, aunque est ligada
indisolublemente con la esencia y de ninguna manera se pueda separar de ella, sin embargo tiene
una nota especial por la que se diferencia de la misma.
Y digo tambin que cada una de estas tres subsistencias, comparada con las otras, se distingue
de ellas con una distincin de propiedad. Ahora bien, aqu hay que subrayar expresamente la
palabra "relacionar" o "comparar", porque al hacer simple mencin de Dios, y sin determinar
nada especial, lo mismo conviene al Hijo, y al Espritu Santo que al Padre; pero cuando se
compara al Padre con el Hijo, cada uno se diferencia del otro por su propiedad.
En tercer lugar, todo lo que es propio de cada uno de ellos es algo que no se puede comunicar
a los dems; pues nada de lo que se atribuye al Padre como nota especfica suya puede pertenecer
al Hijo, ni serle atribuido. Y no me desagrada la definicin de Tertuliano con tal de que se
entienda bien: que la Trinidad de Personas es una disposicin en Dios o un orden que no cambia
nada en la unidad de la esencial.
Pero antes de pasar adelante, probemos la divinidad del Hijo y del Espritu Santo; despus
veremos cmo se diferencian entre s.
Cuando la Escritura hace mencin del Verbo de Dios, sera absurdo imaginarse una voz que
solamente se articulase y desapareciese, o que se echa al aire fuera del mismo Dios, como fueron
todas las profecas y revelaciones que los patriarcas antiguos tuvieron. Ms bien este vocablo
"Verbo" significa la sabidura que perpetuamente reside en Dios, de la cual todas las revelaciones
y profecas procedieron. Porque los profetas del Antiguo Testamento no hablaron menos por el
Espritu Santo, como lo atestigua san Pedro (1 Pe. 1, 1 l), que los apstoles y los que despus de
ellos ensearon la doctrina de la salvacin. Pero como Cristo an no se haba manifestado, es
necesario entender que este Verbo fue engendrado del Padre antes de todos los siglos. Y si aquel
Espritu, cuyos instrumentos fueron los profetas, es el Espritu del Verbo, de aqu concluimos
infaliblemente que el Verbo de Dios es verdadero Dios. Y esto lo atestigua bien claramente
Moiss, en la creacin del mundo, poniendo siempre por delante el Verbo. Porque, con qu fin
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refiere expresamente que Dios al crear cada cosa deca: Hgase esto o lo otro, sino para que la
gloria de Dios, que es algo insondable, resplandeciese en su imagen?
A los burlones y habladores les sera fcil una escapatoria, diciendo que esta palabra en este lugar
no quiere decir sino mandamiento o precepto. Pero los apstoles exponen mucho mejor este
pasaje; dicen ellos, en efecto, que el mundo fu creado por el Hijo (Heb. 1, 2) y que sostiene
todas las cosas con su poderosa Palabra, en lo cual vemos que la Palabra o Verbo significa la
voluntad y el mandato del Hijo, el cual es eterno y esencial Verbo de Dios. Asimismo, lo que
dice Salomn no encierra oscuridad alguna para cualquier hombre desapasionado y modesto, al
presentarnos a la sabidura engendrada de Dios antes de los siglos (Prov.8,22) y que presida en
la creacin de todas las cosas y en todo cuanto ha hecho Dios'. Porque imaginarse un mandato de
Dios temporal sera cosa desatinada y frvola, ya que Dios quiso entonces manifestar su eterno y
firme consejo, e incluso algo ms oculto. Lo cual se confirma tambin por lo que dice Jesucristo:
"Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (Jn. 5,17). Porque al afirmar que desde el principio
del mundo l ha obrado juntamente con su Padre, declara ms por extenso lo que Moiss haba
expuesto, brevemente. As pues, vemos que Dios ha hablado de tal manera en la creacin de las
cosas, que el Verbo no estuvo nunca ocioso, sino que tambin obr, y que de esta manera la obra
es comn a ambos.
Pero con mucha mayor claridad que todos habl san Juan, cuando atestigua que aquel Verbo, el
cual desde el principio estaba con Dios, era juntamente con el Padre la causa de todas las cosas
(Jn. 1, 3). Porque l atribuye al Verbo una esencia slida y permanente, y aun le seala cierta
particularidad y bien claramente muestra cmo Dios hablando ha sido el creador del mundo. Y
as como todas las revelaciones que proceden de Dios se dice con toda razn que son su palabra,
de la misma manera es necesario que su Palabra sustancial, que es la fuente de todas las
revelaciones, sea puesta en el supremo lugar; y sostener que jams est sujeta a ninguna
mutacin, sino que perpetuamente permanece en Dios en un mismo ser, y ella misma es Dios.
Aqu gruen ciertas gentes, las cuales, no atrevindose claramente a quitarle su divinidad, le
despojan en secreto de su eternidad. Porque dicen que el Verbo comenz a existir cuando Dios
en la creacin del mundo abri su sagrada boca. Pero hablan muy inconsideradamente al decir
que ha habido en la sustancia de Dios cierta mutacin. Es verdad que los nombres y ttulos que se
refieren a la obra externa de Dios se le comenzaron a atribuir conforme la obra comenz a existir
- como cuando es llamado creador del cielo y de la tierra -, pero la fe no reconoce ningn nombre
ni admite ninguna palabra que signifique que algo se ha innovado en Dios mismo. Porque si
alguna cosa nueva le hubiera sobrevenido, no podra ser verdad lo que dice Santiago: ...Todo
don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de
variacin" (Sant. 1, 17). Por tanto, nada se puede consentir menos que imaginar un principio del
Verbo, que siempre fue Dios y despus cre el mundo.
Pero ellos piensan que argumentan sutilmente al decir que Moiss, cuando narra que Dios habl,
quiere decir que antes de aquel momento no haba en Dios palabra ninguna. Sin embargo, no hay
nada ms insensato que esto, pues no se sigue ni se debe concluir: esto comenz a manifestarse
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en tal tiempo, luego antes no exista. Yo concluyo exactamente al revs, o sea: puesto que en el
mismo instante en que Dios dijo: sea hecha la luz, apareci y se demostr la virtud del Verbo,
por consiguiente el Verbo exista mucho antes. Y si alguno pregunta cunto tiempo antes, no
encontrar en ello principio alguno, porque ni aun el mismo Jesucristo fija tiempo cuando dice:
"Padre, glorifcame t para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo
fuese" (Jn. 17,5). Y san Juan no se olvid de probar esto mismo, porque antes de hablar de la
creacin del mundo dice que el Verbo existi desde el principio con Dios.
De nuevo, pues, concluyo que el Verbo que existi antes del principio del tiempo concebido en
Dios, residi perpetuamente en l; por donde se prueban claramente la eternidad del Verbo, su
verdadera esencia y su divinidad.
Y aunque no quiero mencionar ahora la persona del Mediador, porque dejo el tratar de ello para
el lugar donde se hablar de la redencin, sin embargo, como todos sin contradiccin alguna
deben tener por cierto que Jesucristo es aquel mismo Verbo revestido de carne, los mismos
testimonios que confirman la divinidad de Jesucristo tienen mucho peso para nuestro actual
propsito.
Cuando en el Salmo 45,6 se dice: "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre", los judos lo
tergiversan diciendo que el nombre de "Elohim", que usa en este lugar el Profeta, se refiere
tambin a los ngeles y a los hombres constituidos en autoridad. Pero yo respondo que en toda la
Escritura no hay lugar semejante en el que el Espritu Santo erija un trono perpetuo a criatura
alguna. Ni tampoco aquel de quien se habla es llamado simplemente Dios, sino adems
Dominador eterno. Asimismo a nadie ms que a Dios se da este titulo de "Elohirn" sin adicin
alguna; como por ejemplo se llama a Moiss el dios del Faran (x. 7, l). Otros interpretan: tu
trono es de Dios; interpretacin sin valor alguno. Convenio en que muchas veces se llama divino
a lo que es excelente, pero por (el contexto se ve claramente que tal interpretacin sera muy dura
y forzada y que no puede convenir a ello en manera alguna.
Pero aunque no se pueda vencer la obstinacin de tales gentes, lo que Isaas testifica de
Jesucristo: que es Dios y que tiene suma potencia (Is.9,6), lo cual no pertenece ms que a Dios,
est bien claro. Tambin aqu objetan los judos y leen esta sentencia de esta manera: ste es el
nombre con que lo llamar el Dios fuerte, el Padre del siglo futuro, etc. Y as! quitan a Jesucristo
todo lo que en esta sentencia se dice de l, y no le atribuyen ms que el ttulo de Prncipe de paz.
Pero, por qu razn se habran de acumular en este lugar tantos ttulos y eptetos del Padre,
puesto que el intento del profeta es adornar a Jesucristo con ttulos ilustres, capaces de
fundamentar nuestra fe en l? No hay, pues, duda de que es llamado aqu Dios fuerte por la
misma razn por la que poco antes fue llamado Emmanuel.
Pero no es posible hallar lugar ms claro que el de Jeremas cuando dice que "ste ser su
nombre con el cual le llamarn: Jehov, justicia nuestra" (Jer. 23, 6). Porque, como quiera que
los mismos judos afirman espontneamente que los dems nombres de Dios no son ms que
eptetos, y que slo el nombre de Jehov, al que ellos llaman inefable, es sustantivo que significa
la esencia de Dios, de ah concluyo que el Hijo es el Dios nico y eterno,, que afirma en otro
lugar que no dar su gloria a otro (ls.42,8). Los judos buscan tambin aqu una escapatoria,
65
diciendo que Moiss puso este mismo nombre al altar que edific, y que Ezequiel llam as a la
nueva Jerusaln. Pero, quin no ve que aquel altar fue erigido como recuerdo de que Dios haba
exaltado a Moiss, y que Jerusaln es llamada con el nombre mismo de Dios sencillamente
porque en ella resida l? Porque el profeta se expresa as: "Y el nombre de la ciudad desde aquel
da ser Jehov-sarna"1 (Ez.48, 35). Y Moiss dice: "Edific un altar, y llam su nombre,
Jehov-nisi'1 2 (x. 17,15).
Pero mayor an es la disputa con los judos respecto a otro lugar de Jeremas, en el cual se da
este mismo ttulo a Jerusaln: "Y se le llamar: Jehov, justicia nuestra- (Jer.33,16). Pero est tan
lejos este testimonio de oscurecer la verdad que aqu mantenemos, que antes al contrario ayuda a
confirmarla. Porque habiendo dicho antes Jeremas que Cristo es el verdadero Jehov del cual
procede la justicia, ahora dice que la Iglesia sentir con tanta certeza que es as!, que ella misma
se podr gloriar con este mismo nombre. As que en el lugar primero se pone la causa y fuente de
la justicia, y en el segundo se aade el efecto.
Y si esto no satisface a los judos, no veo cmo ellos podrn interpretar lo que se lee en la
Escritura con tanta frecuencia, en la cual vemos que el nombre Jehov es atribuido a un ngel.
Dcese que un ngel se apareci a los patriarcas del Antiguo Testamento (Jue. 6, 1 l). El mismo
ngel se atribuye el nombre del Dios eterno. Si alguno responde que esto se dice por respeto a la
persona que el ngel representa, no resuelve la dificultad. Porque un siervo no permitira jams
que se le ofreciesen sacrificios para quitar la honra que se debe a Dios; en cambio el ngel,
despus de haberse negado a probar el pan, manda que se ofrezca sacrificio a Jehov, y luego
prueba realmente que es el mismo Jehov Que. 13,16). Y as Manoa y su mujer comprenden por
esta seal que no solamente vieron al ngel, sino tambin a Dios, por lo cual exclaman:
"Moriremos, porque a Dios hemos visto" (Jue. 13,22). Y cuando la mujer responde: "Si Jehov
nos quisiera matar, no aceptara de nuestras manos el holocausto y la ofrenda- (Jue. 13,23)
ciertamente confiesa que es Dios aquel que antes fue llamado ngel. Y lo que es ms, la misma
respuesta del ngel quita toda duda: "Por qu me preguntas por mi nombre, que es admirable?
(Ibid. v. 18). Por ello es abominable la impiedad de Servet cuando se atreve a decir que jams se
manifest Dios a Abraham ni a los otros patriarcas, sino que en vez de a l, adoraron a un ngel.
Pero muy bien y prudentemente los doctores antiguos interpretaron que este ngel principal fue el
Verbo eterno de Dios, el cual desde entonces comenzaba a ejercer el oficio de Mediador. Porque,
si bien el Hijo de Dios no se habla revestido an de carne humana, sin embargo descendi, como
un tercero, para acercarse con ms familiaridad a los fieles. Y as, a esta comunicacin le dio el
nombre de ngel, conservando, sin embargo, lo que era suyo, a saber, ser Dios de gloria inefable.
Lo mismo quiere decir Oseas, quien despus de haber contado la lucha de Jacob con el ngel,
dice: "Mas Jehov es Dios de los ejrcitos; Jehov es su nombre" (Os. 12,5). Servet grue otra
vez diciendo que esto fue porque Dios haba tomado la forma de un ngel. Como si el profeta no
confirmase lo que antes haba dicho Moiss: "Por qu me preguntas por mi nombre?. Y la
confesin del santo patriarca aclara suficientemente que no haba sido un ngel creado, sino
Aquel en quien plenamente resida la divinidad, cuando dice: "Vi a Dios cara a cara" (Gn. 32,29-
3d). En lo cual conviene con lo que dice san Pablo: que Cristo fue el gua del pueblo en el
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desierto (1 Cor. 10, 4). Porque aunque no haba llegado la hora de humillarse y someterse, no
obstante aquel Verbo eterno dio ya entonces muestra del oficio que le estaba destinado.
Igualmente, si se considera sin pasin alguna el captulo segundo de Zacaras, el ngel que enva
al otro ngel es en seguida llamado Dios de los ejrcitos y se le atribuye sumo poder.
Omito citar infinitos testimonios, que plenamente aseguran nuestra fe, aunque los judos no se
conmuevan gran cosa con ellos. Cuando se dice en Isaas: "He aqu, ste es nuestro Dios, le
hemos esperado, y nos salvar" (ls.25,9), todas las personas sensatas ven que aqu claramente se
habla del Redentor, que debla levantarse para librar a su pueblo. Y el que repita dos veces lo
mismo con palabras de tanto peso, no deja opcin para aplicar esto sino a Cristo. Y an ms claro
es el testimonio de Malaquias, en el que promete que el Dominador, que entonces se esperaba,
vendra a su templo (Mal. 3, l). Es de todos, conocido que el templo de Jerusaln jams fue
dedicado a nadie ms que a aquel que es nico y supremo Dios; y sin embargo el profeta concede
su posesin a Cristo; de donde se sigue que l es el mismo Dios a quien siempre adoraron los
judos.
11. Los apstoles aplican a Jesucristo lo que se ha dicho del Dios eterno
En cuanto al Nuevo Testamento, est todo l lleno de innumerables testimonios; por tanto,
procurar ms bien entresacar algunos, que no amontonarlos todos. Y aunque los apstoles hayan
hablado de l despus de haberse mostrado en carne como Mediador, sin embargo, cuanto yo
cite viene a propsito para probar su eterna divinidad.
En cuanto a lo primero hay que advertir grandemente, que cuanto haba sido antes dicho del Dios
eterno, los apstoles ensean que, o se ha cumplido ya en Cristo, o se cumplir despus. Porque
cuando Isaas profetiza que el Seor de los ejrcitos sera a los judos y a los israelitas piedra de
escndalo, y piedra en que tropezasen (ls. 8,14), san Pablo afirma que esto se cumpli en Cristo,
de quien muestra por el mismo texto que Cristo fue aquel Seor de los ejrcitos (Rom. 9,29). Del
mismo modo en otro lugar, dice: "Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque
escrito est: ... ante m se doblar toda rodilla, y toda lengua confesar a Dios" (Rom. 14, 10-1 l);
y puesto que Dios, por Isaas (1s.45, 23), dice esto de s mismo y Cristo muestra con los hechos
que esto se cumple en l, sguese por lo mismo que l es aquel Dios, cuya gloria no se puede
comunicar a otro. Igualmente lo que el Apstol cita del salmo en su carta a los efesios conviene
slo a Dios: "Subiendo a lo alto, llev cautiva la cautividad" (Ef.4,8). Porque quiere dar a
entender que este ascender habla sido tan slo figurado cuando Dios mostr su potencia dando
una notable victoria a David contra los infieles, pero que mucho ms perfecta y plenamente se
manifest en Cristo. Y de acuerdo con esto san Juan atestigua que fue la gloria del Hijo la que
Isaas haba visto en su visin, aunque el profeta dice que la majestad de Dios fue lo que se le
revel (Jn. 1, 14; Is. 6, l). Adems, los testimonios que el Apstol en la carta a los Hebreos
atribuye al,Hijo, evidentemente no pueden convenir ms que a Dios: "T, Seor, en el principio
fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos". "Adrenle todos los ngeles de Dios"
(Heb. 1, 6. 10). Y cuando l aplica estos testimonios a Cristo, no los aplica sino en su sentido
propio, porque todo cuanto all se profetiz se cumpli solamente en Jesucristo. Pues l fue el
que levantndose se apiad de Sin; l quien tom posesin de todas las gentes y naciones
extendiendo su reino por doquier. Y por qu san Juan iba a dudar en atribuir la majestad de Dios
a Cristo, cuando l mismo haba dicho antes que el Verbo haba estado siempre con Dios? (Jn. 1,
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14). Por qu iba a terrier san Pablo sentar a Cristo en el tribunal de Dios, habiendo antes dado
tan clarsimo testimonio de su divinidad, cuando dijo que era Dios bendito para siempre? (2Cor.
5, 10; Rom. 9, 5). Y para que veamos cmo el Apstol est plenamente de acuerdo consigo
mismo, en otro lugar dice que "Dios fue manifestado en carne" (1Tim. 3,16). Si l es el Dios que
debe ser alabado para siempre, sguese luego que, como dice en otro lugar, es Aquel a quien slo
se debe toda gloria y honra (1Tim. 1, 17).
Y esto no lo disimula, sino que lo dice con toda claridad:---siendo en forma de Dios, no estim el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despoj a s mismo" (Flp. 2,6-7). Y para
que los impos no murmurasen diciendo que era un Dios hecho de prisa, san Juan contina: "Este
es el verdadero Dios, y la vida eterna" (1 Jn. 5,20). Aunque nos debe ser ms que suficiente ver
que es llamado Dios, y principalmente por boca de san Pablo, el cual claramente afirma que no
hay muchos dioses, sino uno slo; dice as: "Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea
en el cielo, o en la tierra... para nosotros, sin embargo, slo hay un dios, el Padre, del cual
proceden todas las cosas" (1Cor.8,5.6). Cuando omos por boca de este mismo apstol que "Dios
fue manifestado en carne" (1Tim. 3,16), y que con su sangre adquiri la Iglesia, por qu nos
imaginamos u n segundo Dios al cual l no conoce? Y no hay duda que los fieles entendieron
esto de esta manera. Toms, confesando que El era su Dios y Seor, declara que es aquel nico y
solo Dios a quien siempre haba adorado (Jn. 20,28).
Igualmente, si juzgamos su divinidad por las obras que en la Escritura se le atribuyen, ella
aparecer mucho ms claramente. Porque cuando dijo que P-1 desde el principio hasta ahora
obraba juntamente con el Padre (Jn. 5,17), los judos, bien que por otro lado eran muy torpes,
sintieron que con estas palabras se atribua a s "sino potencia divina. Y por esta causa, como
relata san Juan, procuraban con mayor diligencia que antes matarlo; porque no solamente
quebrantaba el sbado, sino que adems deca que Dios era su Padre, hacindose igual a Dios (Jn.
5,18).
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aunque admito que los profetas y los apstoles los han obrado tambin, sin embargo existe una
gran diferencia, ya que ellos solamente han sido ministros de los dones de Dios, pero Jesucristo
los hizo con su propia virtud. Es cierto que algunas veces or para atribuir la gloria al Padre (Jn.
11,41); pero la mayora de las veces demostr tal autoridad por s mismo. Y cmo no iba a ser
verdadero autor de milagros el que por su propia autoridad da a otros el poder de hacerlos?
Porque el evangelista cuenta que l dio a los apstoles el poder de resucitar los muertos, de curar
los leprosos, de echar los demonios, etc. (Mt. 10, 8). Y los apstoles han usado de l de tal
manera que claramente mostraron que no tenan la virtud de hacer milagros sino por Jesucristo:
"En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levntate y anda" (Hch. 3,6). No hay, pues, por qu
maravillarse, si Jesucristo, para mostrar la incredulidad de los judos les ha echado en cara los
milagros que hizo entre ellos (Jn. 5,36; 14, 1 l), pues habindolos obrado por su virtud, daban
testimonio ms que suficiente de su divinidad. Y adems de esto, si fuera de Dios no hay
salvacin alguna, ni justicia, ni vida, y Cristo encierra en s todas estas cosas, es evidente que es
Dios. Y no hay razn para que alguno me arguya diciendo que todo esto se lo concedi Dios,
pues no se dice que recibi el don de la salvacin, sino que l mismo es la salvacin. Y aunque
ninguno es bueno, sino slo Dios (Mt. 19,17), cmo podra ser un puro hombre, no digo bueno
y justo, sino la misma bondad y justicia? Y qu diremos a lo que el evangelista dice: que desde
el principio del mundo la vida estaba en l, y que l siendo vida era tambin la luz de los
hombres? (Jn. 1, 4).
Cristo exige nuestra fe y nuestra esperanza. Por tanto, teniendo nosotros tales experiencias de su
majestad divina, nos atrevemos a poner nuestra fe y esperanza en l, no obstante saber que es
una horrible blasfemia el que alguien ponga su confianza en criatura alguna. l dice: "Creis en
Dios, creed tambin en m" (Jn. 14, l). Y as expone san Pablo dos textos de Isaas: "Todo aqul
que en l creyere, no ser avergonzado" (ls. 28,16; Rom. 10, 1 l). Y: "Estar la raz de Isa, y el
que se levantar a regir los gentiles; los gentiles esperarn en l" (ls. 11, 10; Rom. 15,12). Mas a
qu citar ms testimonios, cuando tantas veces se dice en la Escritura: "El que cree en m tiene
vida eterna"? (Jn. 6,47).
Tampoco carece de importancia que el apstol san Pablo, en los saludos que acostumbra a, poner
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al principio de sus cartas, pida los mismos beneficios a Jesucristo, que los que pide al Padre. Con
lo cual nos ensea, que no solamente alcanzamos del Padre los beneficios por su intercesin y
medio, sino que tambin el mismo Hijo es el autor de ellos por tener la misma potencia que su
Padre. Esto que se funda en la prctica y en la experiencia, es mucho ms cierto y firme que todas
las ociosas especulaciones, porque el alma fiel conoce sin duda posible y, por as decirlo, toca
con la mano la presencia de Dios, cuando se siente vivificada, iluminada, justificada y
santificada.
Y por esto es necesario usar la misma prueba para confirmar la divinidad del Espritu Santo.
Pero la prueba mejor, segn he dicho, se toma de la experiencia comn; porque lo que la
Escritura le atribuye y lo que nosotros mismos experimentamos acerca de l, de ningn modo
puede pertenecer a criatura alguna. Pues l es el que extendindose por todas partes, sustenta, da
fuerza y vivifica todo cuanto hay, tanto en el cielo como en la tierra. Asimismo excede a todas las
criaturas en que a su potencia no se le seala trmino ni lmite alguno, sino que el infundir su
fuerza y su vigor en todas las cosas, darles el ser, que vivan y se muevan, todo esto
evidentemente es cosa divina. Adems de esto, si la regeneracin espiritual que nos hace
partcipes de una vida eterna es mucho mejor y ms excelente que la presente vida, qu hemos
de pensar de Aquel por cuya virtud somos regenerados? Y que l sea el autor de esta
regeneracin, y no por potencia prestada, sino propia, la Escritura lo atestigua en muchsimos
lugares; y no solamente de esta regeneracin, sino tambin de la inmortalidad que alcanzaremos.
Finalmente, todos los oficios propios de la divinidad le son tambin atribuidos al Espritu Santo,
como al Hijo. Porque tambin l escudria los secretos de Dios (1Cor. 2, 10), no tiene consejero
entre todas las criaturas (1Cor.2, 16), da sabidura y el don de hablar (1Cor. 12, 10), aunque el
Seor dice a Moiss que hacer esto no conviene a otro ms que a l slo (x. 4, 1 l). De esta
manera por el Espritu Santo venimos a participar de Dios, sintiendo su virtud que nos vivifica.
Nuestra justificacin obra suya es; de l procede la potencia, la santificacin, la verdad, la gracia
y cuantos bienes es posible imaginar; porque uno solo es el Espritu de quien fluye hacia nosotros
toda la diversidad de dones. Pues es muy digna de notarse aquella sentencia de san Pablo:
Aunque los dones sean diversos, y sean distribuidos diversamente, con todo uno solo y mismo es
el Espritu (1Cor. 12, 11 y sig.). El Apstol no solamente lo reconoce como principio y origen,
sino tambin como autor, lo cual expone ms claramente un poco ms abajo, diciendo: Un solo y
mismo Espritu distribuye todas las cosas segn quiere. Si l no fuese una subsistencia que
residiera en Dios, san Pablo nunca lo constituira como juez para disponer de todas las cosas a su
voluntad. As que el Apstol evidentemente adorna al Espritu Santo con la potencia divina y
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afirma que es una hipstasis de la esencia de Dios.
E incluso cuando la Escritura habla de l, le da el nombre de Dios. Y por esta razn san Pablo
concluye que somos templos de Dios, porque su Espritu habita en nosotros (1Cor. 3,17; 6,19; 2
Cor. 6,16), todo lo cual no se puede pasar por alto y a la ligera. Porque siendo as que Dios nos
promete tantas veces escogernos como templo suyo, esta promesa suya no se cumple sino
habitando en nosotros su Espritu. Ciertamente que como muy bien dice san Agustn, si se nos
mandase levantar un templo de madera y de piedra al Espritu Santo, como quiera que este honor
solamente se debe a Dios, ello sera una prueba clarsima de su divinidad'. Ahora bien, cunto
ms convincente es el hecho de que, no ya debamos edificarle un templo, sino que nosotros
mismos debamos ser ese templo! Y el mismo Apstol con idntico sentido unas veces nos llama
templo de Dios, y otras, templo de su Espritu. Y san Pedro, reprendiendo a Ananas porque
haba mentido al Espritu Santo, dice que haba mentido, no a los hombres, sino a Dios (Hch.
5,4). Y lo mismo, cuando Isaas presenta al Seor de los ejrcitos hablando, san Pablo dice que es
el Espritu Santo quien habla (ls.6, 9; Hch.28,25-26). Y lo que es ms, los lugares en que los
profetas a cada paso dicen que las palabras que refieren son del Dios de los ejrcitos, Cristo y los
apstoles los refieren al Espritu Santo. De donde se sigue que l es el verdadero Dios eterno,
principal autor de las profecas. Igualmente, cuando Dios se queja de que es incitado a
encolerizarse por la obstinacin del pueblo, en lugar de esto Isaas dice que su Santo Espritu est
contristado (1s. 63, 10). Finalmente, si la blasfemia contra el Espritu ni en este siglo ni en el
venidero ser perdonada (Mt. 12,31; Mc. 3,29; l---c. 12, 10), siendo as que alcanza el perdn aun
el que blasfema contra el Hijo, de aqu claramente se deduce su divina majestad, ofender o
rebajar la cual es un crimen irremisible.
Omito a propsito citar muchos testimonios que usaban los antiguos. Les pareca muy oportuno
lo que dice David: "Por la palabra de Jehov fueron hechos los cielos, y todo el ejrcito de ellos
por el aliento de su boca- (Sal.33,6), para probar que el mundo no fue menos obra del Espritu
Santo que del Hijo. Pero como quiera que es cosa muy corriente en los Salmos repetir una misma
cosa dos veces, y que en Isaas "el espritu de la boca" (1s. 11,4) es lo mismo que el Verbo, la
razn que se alega no tiene fuerza. Por eso solamente he querido tocar sobriamente los
testimonios que pueden apoyar firmemente nuestra conciencia.
Mas, as como Dios se manifest mucho ms claramente con la venida de Cristo, as tambin las
tres Personas han sido mucho mejor conocidas. Bstenos entre muchos, este solo testimonio. San
Pablo de tal manera enlaza y junta estas tres cosas, Dios, fe y bautismo (Ef. 4,5), que
argumentando de lo uno a lo otro concluye que, as como no hay ms que una fe, igualmente no
hay ms que un Dios; y puesto que no hay ms que un bautismo, no hay tampoco ms que una fe.
Y as, si por el bautismo somos introducidos en la fe de un solo Dios para honrarle, es necesario
que tengamos por Dios verdadero a Aquel en cuyo nombre somos bautizados. Y no hay duda de
que Jesucristo al mandar bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo (Mt.
28,19) ha querido declarar que la claridad del conocimiento de las tres Personas deba brillar con
mucha mayor perfeccin que antes. Porque esto es lo mismo que decir que bautizasen en el
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nombre de un solo Dios, el cual con toda evidencia se ha manifestado en el Padre, el Hijo y el
Espritu Santo. De donde se sigue claramente que hay tres Personas que subsisten en la esencia
divina, en las cuales se conoce a Dios. Y ciertamente, puesto que la fe no debe andar mirando de
ac para all, ni haciendo multitud de discursos, sino poner los ojos en un solo Dios y llegarse a
l y estarse all, fcilmente se concluye que si hubiese muchas clases de fe, sera necesario
tambin que hubiese muchas clases de dioses. Y como el bautismo es el sacramento de la fe, l
nos confirma que Dios es uno. De aqu tambin se concluye que no es lcito bautizar ms que en
el nombre de un solo Dios, puesto que creemos en Aquel en cuyo nombre somos bautizados. As
pues, qu es lo que quiso Cristo cuando mand bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espritu Santo, sino que debamos creer con una misma fe en el Padre, en el Hijo y en el Espritu
Santo? Y qu es esto sino afirmar abiertamente que el Padre, el Hijo y el Espritu Santo son un
solo Dios? Ahora bien, si debemos tener como indubitable que Dios es uno y que no existen
muchos dioses, hay que concluir que el Verbo o Palabra y el Espritu no son otra cosa sino la
esencia divina. Y por ello los arrianos andaban del todo descaminados al confesar la divinidad
del Hijo, al paso que le negaban la sustancia de Dios. Y lo mismo dgase de los macedonianos,
que por el Espritu Santo no queran entender ms que los dones de gracia que Dios distribuye a
los hombres. Porque como la sabidura, la inteligencia, la prudencia, la fortaleza y el temor de
Dios provienen de l, as tambin l slo es el Espritu de sabidura, de prudencia, de fortaleza y
de las dems virtudes. Ni hay en l divisin alguna, segn la diversa distribucin de las gracias,
sino que permanece siempre todo entero, aunque las gracias se distribuyan diversamente (1 Cor.
12, 11).
Por otra parte, la Escritura nos muestra cierta distincin entre el Padre y el Verbo, y entre el
Verbo y el Espritu Santo; lo cual hemos de considerar con gran reverencia y sobriedad, segn lo
requiere la majestad de tan alto misterio. Por ello me agrada sobremanera esta sentencia de
Gregorio Nacianceno: "No puedo", dice, "concebir en mi entendimiento uno, sin que al momento
me vea rodeado del resplandor de tres; ni puedo diferenciar tres, sin que al momento se vea
reducido a uno"'. Guardmonos, pues, de imaginar en Dios una Trinidad de Personas que impida
a nuestro entendimiento reducirla al momento a unidad. Las palabras Padre, Hijo y Espritu
Santo, denotan sin duda una distincin verdadera, a fin de que nadie piense que se trata de ttulos
atribuidos a Dios segn las diversas maneras como se muestra en sus obras; pero hay que advertir
que se trata de una distincin, y no de una divisin. Los testimonios ya citados muestran
suficientemente que el Hijo tiene su propiedad distinta del Padre. Porque el Verbo no estara en
Dios, si no fuera otra Persona distinta del Padre; ni tendra su gloria en el Padre, si no fuera
distinto de l. Asimismo el Hijo se distingue del Padre, cuando dice que hay otro que da
testimonio acerca de l (Jn. 5,32; 8,16; etc.). Y lo mismo se dice en otro lugar, que el Padre cre
todas las cosas por el Verbo; lo cual no sera posible, si de alguna manera no fuera distinto del
Hijo. Adems, el Padre no descendi a la tierra, sino el que sali del Padre; el Padre no muri ni
resucit, sino Aquel a quien l envi. Y esta distincin no comenz despus de que el Verbo
tomase carne humana, sino que es evidente que ya antes el Unignito estuvo "en el seno del
Padre" (Jn. 1, 18). Porque, quin se atrever a decir que entr en el seno del Padre precisamente
cuando descendi del cielo para tomar carne humana? As que antes estaba en el seno del Padre y
gozaba de su gloria con l.
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La distincin entre el Espritu Santo y el Padre la pone Cristo de manifiesto cuando dice que
procede del Padre; y la distincin respecto a s mismo, siempre que lo llama otro; como cuando
dice que l enviar otro Consolador (Jn. 14,16; 15,26), y, en otros muchos lugares.
No s si para explicar la fuerza de esta distincin es conveniente usar semejanzas tomadas de las
cosas humanas. Es cierto que los antiguos suelen hacerlo as a veces, pero a la vez confiesan que
todas sus semejanzas se quedan muy lejos de la realidad. De aqu proviene mi temor de parecer
atrevido, no sea que si digo algo que no venga del todo a propsito, d con ello ocasin a los
malos de calumniar y maldecir, y a los ignorantes, de errar. Sin embargo, no conviene pasar por
alto la distincin que seala la Escritura, a saber: que al Padre se atribuye ser el principio de toda
obra, y la fuente y manantial de todas las cosas; al Hijo, la sabidura, el consejo, y el orden para
disponerlo todo; al Espritu Santo, la virtud y la eficacia de obrar. Y aunque la eternidad del
Padre sea tambin la eternidad del Hijo y del Espritu Santo, puesto que nunca jams pudo Dios
estar sin su sabidura y su virtud, ni en la eternidad debemos buscar primero y ltimo, sin
embargo, no es vano ni superfluo observar este orden, diciendo que el Padre es el primero; y
luego el Hijo, por proceder del Padre; y el tercero el Espritu Santo, que procede de ambos. Pues
aun el entendimiento de cada uno tiende a esto naturalmente, ya que primeramente considera a
Dios, luego a la sabidura que de l procede, y, finalmente, la virtud con que realiza lo que ha
determinado su consejo. Y por esto se dice que el Hijo procede del Padre solamente, y el Espritu
Santo de uno y otro. Y ello en muchos lugares, pero en ninguno ms claramente que en el
captulo octavo de la carta a los Romanos, donde el Espritu Santo es llamado indiferentemente
unas veces Espritu de Cristo, y otras Espritu del que resucit a Cristo de entre los muertos; y
ello con mucha razn. Porque san Pedro tambin atestigua que fue por el Espritu de Cristo por
quien los profetas han hablado, bien que la Escritura en muchos lugares ensee que fue el
Espritu de Dios Padre (2 Pe. 1,21).
Pero esta distincin est tan lejos de impedir la unidad de Dios, que precisamente por ella se
puede probar que el Hijo es un mismo Dios con el Padre, porque ambos tienen un mismo
Espritu; y que el Espritu no es otra sustancia diversa del Padre y del Hijo, ya que es el Espritu
de entrambos. Porque en cada una de las Personas se debe entender toda la naturaleza divina
juntamente con la propiedad que le compete a cada una de ellas. El Padre es totalmente en el
Hijo, y el Hijo es totalmente en el Padre, como l mismo afirma: "Yo soy en el Padre y el Padre
en m (Jn. 14, 1 l). Y por esta causa los doctores eclesisticos no admiten diferencia alguna en
cuanto a la esencia entre las Personas'.
Con estos vocablos que denotan distincin, dice san Agustn, se significa la correspondencia que
las Personas tienen la una con la otra, y no la sustancia, la cual es una en las tres Personas.
Conforme a esto se deben entender las diversas maneras de hablar de los antiguos, que algunas
veces parecen contradecirse. Porque unas veces dicen que el Padre es principio del Hijo, y otras
afirman que el Hijo tiene de s mismo su esencia y su divinidad y que es un mismo principio con
el Padre.
San Agustn expone en otro lugar la razn de esta diversidad, diciendo: Cristo respecto a s
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mismo es llamado Dios, y en relacin al Padre es llamado Hijo. Asimismo, el Padre respecto a si
mismo es llamado Dios, y en relacin al Hijo se llama Padre. En cuanto en relacin al Hijo es
llamado Padre, l no es Hijo; asimismo el Hijo, respecto al Padre no es Padre. Mas en cuanto
que el Padre respecto a s mismo es llamado Dios, y el Hijo respecto a s mismo es tambin
llamado Dios, se trata del mismo Dios. As que cuando hablamos del Hijo simplemente sin
relacin al Padre, afirmamos recta y propiamente que tiene su ser de s mismo; y por esta causa lo
llamamos nico principio; pero cuando nos referimos a la relacin que tiene con el Padre, con
razn decimos que el Padre es principio del Hijo.
Todo el libro quinto de san Agustn de la obra que titul De la Trinidad no trata ms que de
explicar esto. Lo ms seguro y acertado es quedarse con la doctrina de la relacin que all se
trata, y no, por querer penetrar sutilmente tan profundo misterio, extraviarse con muchas e
intiles especulaciones.
Por eso los que aman la sobriedad y los que se dan por satisfechos con la medida de la fe, oigan
en pocas palabras lo que les es necesario saber: que cuando confesamos que creemos en un Dios,
bajo este nombre de Dios entendamos una simple y nica esencia en la cual comprendemos tres
Personas o hipstasis; y por ello siempre que el nombre de Dios se usa de modo general se refiere
al Hijo y al Espritu Santo lo mismo que al Padre; mas cuando el Hijo es nombrado con el Padre,
entonces tiene lugar la correspondencia o relacin que hay de uno a otro, y que nos lleva a
distinguir entre las Personas. Y porque las propiedades de las Personas denotan un cierto orden,
de manera que en el Padre est el principio y el origen, siempre que se hace mencin juntamente
del Padre, del Hijo y del Espritu Santo, el nombre de Dios se atribuye particularmente al Padre.
De esta manera se mantiene la unidad de la esencia y se tiene tambin en cuenta el orden, que, no
obstante, en nada rebaja la deidad del Hijo ni del Espritu Santo. Y de hecho, puesto que ya
hemos visto que los apstoles afirman que el Hijo de Dios es aquel que Moiss y los Profetas
atestiguaron que era el Dios eterno, es menester siempre acudir a la unidad de la esencia. Y por
eso es un sacrilegio horrendo decir que el Hijo es otro Dios distinto del Padre, porque el nombre
de Dios, sin ms, no admite relacin alguna, ni Dios en relacin a s mismo admite diversidad
alguna para poder decir que es esto o lo otro.
En cuanto a que el nombre de Dios eterno tomado absolutamente convenga a Cristo, es cosa
evidente por las palabras de san Pablo: -Respecto a lo cual tres veces he rogado al Seor- (2 Cor.
12,8), pues es clarsimo que el nombre Seor se pone all por el de Dios eterno; y sera frvolo y
pueril restringirlo a la persona del Mediador, puesto que la sentencia es clara y sencilla, y no
compara al Padre con el Hijo. Y sabemos que los apstoles, siguiendo la versin griega, han
usado siempre el nombre de Kyrios, que quiere decir Seor, en lugar del nombre hebreo Jehov.
Y para no andar buscando un ejemplo muy lejos, san Pablo or al Seor con el mismo
sentimiento que el que san Pedro cita en el texto de Joel: "todo aquel que invocare el nombre de
Jehov, ser salvo" (JI. 2, 32; Hech. 2,2 l). Cuando este nombre se atribuye en particular al Hijo,
veremos ms adelante que la razn es diversa; de momento baste saber que san Pablo, habiendo
orado absolutamente a Dios, luego pone el nombre de Cristo. Y el mismo Cristo llama a Dios, en
cuanto es Dios, Espritu; por tanto, no hay inconveniente alguno en que toda la esencia, en la cual
se comprende el Padre, el Hijo y el Espritu Santo, se llame espiritual. Ello es evidente en la
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Escritura, porque as como Dios es llamado en ella Espritu, as tambin el Espritu Santo en
cuanto hipstasis de toda la esencia es llamado Espritu de Dios, y se dice que procede de Dios.
Mas, as como Satans para arrancar de raz nuestra fe ha suscitado siempre grandes contiendas y
revueltas, ya respecto a la esencia divina del Hijo y del Espritu Santo, ya referente a distincin
personal; y as como en casi todos los siglos suscit espritus impos, para que molestasen a los
doctores ortodoxos, igualmente hoy en da procura remover aquellos antiguos rescoldos para
provocar un nuevo fuego. Es necesario, por tanto, responder a los impos desvaros de algunos.
Hasta ahora mi propsito ha sido principalmente guiar como por la mano a los dciles y no
disputar con los amigos de contiendas y con los contumaces. Ahora, en cambio, es preciso
defender contra todas las calumnias de los impos la verdad que pacficamente hemos enseado;
bien que yo pondr mi afn principalmente en confirmar a los fieles, para que sean dciles en
recibir la Palabra de Dios, a fin de que tengan un punto de apoyo infalible.
Entendamos que si en los secretos misterios de la Escritura nos conviene ser sobrios y modestos,
ciertamente ste de que al presente tratamos no requiere -menor modestia y sobriedad; mas es
preciso estar muy sobre aviso, para que ni nuestro entendimiento, ni nuestra lengua, pase ms
adelante de lo que la Palabra de Dios nos ha asignado. Porque, cmo podr el entendimiento
humano comprender, con su dbil capacidad, la inmensa esencia de Dios, cuando an no ha
podido determinar con certeza cul es el cuerpo del sol, aunque cada da se ve con los ojos?
Asimismo, cmo podr penetrar por s solo la esencia de Dios, puesto que no conoce la suya
propia? Por tanto, dejemos a Dios el poder conocerse. Porque slo l es, como dice san Hilario,
suficiente testigo de s mismo, y no se conoce ms que por s mismo'. Ahora bien, le dejaremos
lo que le compete si le concebimos tal como l se nos manifiesta; y nicamente podremos
enterarnos de ello mediante su Palabra.
Cinco sermones compuso san Crisstomo contra los asmoneos, en los que trata de este
argumento, los cuales, sin embargo, no han podido ni reprimir la audacia de los sofistas, ni que
hayan dado rienda suelta a cuanto se les ha antojado, pues no se condujeron en esta cuestin con
ms modestia que lo suelen hacer en otras. Y como quiera que Dios ha maldecido su temeridad,
su ejemplo debe servirnos de advertencia, y procurar, para entender bien esta doctrina, ser dciles
ms bien que andar con sutilezas; y no nos empeemos en investigar lo que Dios es sino dentro
de su Palabra sacrosanta, ni pensemos nada acerca de l sino guiados por ella, ni digamos nada
que no se halle en la misma. Y si la distincin de Padre, Hijo y Espritu Santo que se da en Dios,
porque es difcil d entender, atormenta y causa escrpulos a algunos ms de lo conveniente,
acurdense de que si nuestro entendimiento se deja llevar de la curiosidad, se mete en un
laberinto; y aunque no comprendan este alto misterio, consientan en ser dirigidos por la Sagrada
Escritura.
Hacer un catlogo de los errores con que la pureza de nuestra fe, en lo referente a este artculo, ha
sido en los siglos pasados combatida, sera cosa muy larga y difcil y sin provecho alguno. La
mayora de los herejes intentaron destruir y hollar la gloria de Dios con desvaros tan enormes,
que tuvieron que darse por satisfechos con conmover y perturbar a los ignorantes. De un pequeo
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nmero de engaadores se multiplicaron las sectas que, o bien tendieron a destruir la esencia
divina, o bien a confundir la distincin de las Personas. Mas, si aceptamos como verdad lo que
hemos suficientemente probado por la Escritura, o sea: que la esencia divina es simple e
indivisible, aunque pertenece al Padre, al Hijo y al Espritu Santo, y por otra parte, que el Padre
difiere del Hijo en cierta propiedad, y el Hijo del Espritu Santo, no solamente se les cerrar la
puerta a Arrio y a Sabelio, sino tambin a todos los inventores de errores que les han precedido.
Miguel Servet. Ms, como quiera que en nuestro tiempo han surgido ciertos espritus frenticos,
como Servet y otros, que todo lo han perturbado con sus nuevas fantasas, es necesario descubrir
en pocas palabras sus engaos.
Para Servet ha resultado tan aborrecible y detestable el nombre de Trinidad, que ha afirmado que
son ateos todos los que l llama---trinitarios". No quiero citar las desatinadas palabras que
invent para llenarlos de injurias. El resumen de sus especulaciones es que se divida a Dios en
tres partes, al decir que hay en l tres Personas subsistentes en la esencia divina, y je esta
Trinidad era una fantasa por ser contraria a la unidad de Dios. TI quera que las Personas fuesen
ciertas ideas exteriores, que no residan realmente en la esencia divina, sino que representen a
Dios de una u otra manera; y que al principio no hubo ninguna cosa distinta en Dios, porque
entonces lo mismo era el Verbo que el Espritu; pero que desde que Cristo se manifest Dios de
Dios, se origin tambin de El otro Dios, o sea, el Espritu. Y aunque l ilustre a veces sus
desvaros con metforas, como cuando dice que el verbo eterno de Dios ha sido el Espritu de
Cristo en Dios y el resplandor de su idea; y que el Espritu ha sido sombra de la divinidad, sin
embargo, luego reduce a nada la deidad del Hijo y del Espritu, afirmando que segn la medida
que Dios dispensa, hay en uno y en otro cierta porcin de Dios, como el mismo Espritu estando
sustancialmente en nosotros, es tambin una parte de Dios, y esto aun en la madera y en las
piedras. En cuanto a lo que murmura de la Persona del Mediador, lo veremos en su lugar
correspondiente.
Pero esta monstruosidad de que Persona no es otra cosa que una forma visible de Dios, no
necesita larga refutacin. Pues, como quiera que san Juan afirma que antes de que el mundo
fuese creado el Verbo era con Dios (Jn. 1, l), con esto lo diferencia de todas las ideas o visiones;
pues si entonces y desde toda la eternidad aquel Verbo era Dios, y tena su propia gloria y
claridad en el Padre (Jn. 17,5), evidentemente no poda ser resplandor exterior o figurativo, sino
que por necesidad se sigue que era una hipstasis verdadera, que subsista en Dios. Y aunque no
se haga mencin del Espritu ms que en la historia de la creacin del mundo, sin embargo no se
le presenta en aquel lugar como sombra, sino como potencia esencial de Dios, cuando cuenta
Moiss que aquella masa confusa de la cual se cre todo el mundo, era por l sustentada en su
ser (Gn. 1, 2). As que entonces se manifest que el Espritu haba estado desde toda la
eternidad en Dios, puesto que vivific y conserv esta materia confusa del cielo y de la tierra,
hasta que se les dio la hermosura y orden que tienen. Ciertamente que entonces no pudo haber
figura o representacin de Dios, como suea Servet. Pero l se ve forzado en otra parte a
descubrir ms claramente su impiedad, diciendo que Dios, determinando con su razn eterna
tener un Hijo visible, se mostr visible de este modo. Porque si esto fuese cierto, Cristo no
tendra divinidad ms que porque Dios lo constituy como Hijo por su eterno decreto. Y an hay
ms; y es que los fantasmas que pone en lugar de las Personas, de tal manera los trasforma que
no duda en imaginarse nuevos accidentes en Dios.
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Pero lo ms abominable de todo es que revuelve confusamente con todas las criaturas tanto al
Hijo como al Espritu Santo. Porque abiertamente confiesa que en la esencia divina hay partes y
participaciones, de las cuales cualquier mnima parte es Dios; y sobre todo dice que los espritus
de los fieles son coeternos y consustanciales con Dios; aunque en otro lugar atribuye deidad
sustancial, no solamente a las almas de los hombres, sino tambin a todas las cosas creadas.
De este hediondo pantano sali otro monstruo semejante, porque ciertos miserables, por evitar el
odio y el deshonor de la impiedad de Servet, confesaron tres Personas, pero aadiendo esta
razn: que el Padre el cual es verdadera y propiamente nico Dios, formando al Hijo y al
Espritu, trasfundi en ellos su deidad. E incluso usan un modo de expresarse harto extrao y
abominable: que el Padre se distingue del Hijo y del Espritu en que l solo es el "esenciador".
Primeramente lo que pretenden decir con esto es que Cristo es frecuentemente llamado Hijo de
Dios; de donde concluyen que solamente el Padre se llama propiamente Dios. Pero no se dan
cuenta de que, aunque el nombre de Dios sea propio tambin del Hijo, con todo se atribuye a
veces por excelencia al Padre, porque es la fuente y origen de la divinidad; y esto se hace para
subrayar la simple unidad de la esencia.
Replican que si es verdaderamente Hijo de Dios es cosa absurda tenerlo como hijo de una
Persona. Respondo que ambas cosas son verdad; o sea, que es Hijo de Dios, porque el Verbo es
engendrado del Padre antes del tiempo - pues an no me refiero a la Persona del Mediador -;
pero, sin embargo, dbese tener en cuenta la Persona, para que el nombre de Dios no se emplee
simplemente, sine por el Padre. Porque si no creemos que hay ms Dios que el Padre, claramente
se rebaja al Hijo. Por tanto, cada vez que se hace mencin de la divinidad, de ninguna manera se
debe admitir oposicin entre el Hijo y el Padre, como si el nombre de Dios verdadero slo
conviniera al Padre. Porque sin duda el Dios que se apareci a Isaas fue el verdadero y nico
Dios; y, sin embargo, san Juan afirma que fue Cristo (ls. 6, 1 ; Jn. 12,4 l). Tambin el que por
boca de Isaas afirma que "l ser para los judos piedra de escndalo", era el nico y verdadero
Dios; ahora bien, san Pablo dice que era Cristo (ls. 8,14; Rom. 9,33). El que dice por Isaas: "A
m se doblar toda rodilla", san Pablo asegura que es Cristo (ls. 45,23; Rom. 14, 1 l). Y esto se
confirma por los testimonios que el Apstol aduce: "T, oh Seor, en el principio fundaste la
tierra"; y: "Adrenle todos los ngeles de Dios" (Heb. 1, 10. 6; Sal. 102,25; 97,7); testimonios
que slo pueden atribuirse al verdadero Dios, y que el Apstol prueba que ' se refieren a Cristo.
Y no tiene fuerza alguna lo que objetan, diciendo que se atribuye a Cristo lo que slo a Dios
pertenece porque es resplandor de su gloria. Pues como quiera que por todas partes se pone el
nombre de Jehov, se sigue que referente a la divinidad tiene el ser por s mismo. Porque si l es
Jehov, de ningn modo se puede afirmar que no es aquel Dios que por Isaas dice en otro lugar:
"Yo soy el primero y yo soy el postrero, y fuera de m no hay Dios" (ls.44,6). Tambin hay que
advertir lo que dice Jeremas: "Los dioses que no hicieron el cielo ni la tierra, desaparezcan de la
tierra y de debajo de los cielos" (Jer. 10, 1 l), pues es necesario confesar por el contrario que el
Hijo de Dios es aquel cuya divinidad Isaas demuestra muchas veces por la creacin del mundo.
Y, cmo el Creador, que da el ser a todas las cosas, no va a tener su ser por s mismo, sino que
ha de recibir su esencia de otro? Pues quien afirme que el Hijo es "esenciado" del Padre, por lo
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mismo niega que tenga su ser por s mismo. Pero el Espritu Santo se opone a esto llamndole
Jehov, que vale tanto como decir que tiene el ser por s mismo. Y si concedemos que toda la
esencia est slo en el Padre, o bien es divisible, o se le quita por completo al Hijo; y de esta
manera, privado de su esencia, ser Dios solamente de nombre. La esencia de Dios, de creer a
estos habladores, solamente es propia del Padre, en cuanto que slo l tiene su ser y es el
esenciador del Hijo. De esta manera la divinidad del Hijo no ser ms que un extracto de la
esencia de Dios o una parte sacada del todo.
Sosteniendo ellos este principio se ven obligados a conceder que el Espritu es del Padre slo,
porque si la derivacin es de la primera esencia, la cual solamente al Padre conviene, con justo
ttulo se dir que el Espritu no es del Hijo, lo cual, sin embargo, queda refutado por el testimonio
de san Pablo, cuando lo hace comn al Padre y al Hijo. Adems, si se suprime de la Trinidad la
Persona del Padre, en qu se diferenciara del Hijo y del Espritu Santo, sino en que slo El es
Dios?
Confiesan que Cristo es Dios, pero que sin embargo se diferencia del Padre. En ese caso ha de
haber alguna nota en que se diferencien, para que el Padre no sea el Hijo. Los que la ponen en la
esencia, evidentemente reducen a la nada la divinidad de Cristo, que no puede ser sin la esencia,
ni sin que est la esencia entera. No se diferenciar el Padre del Hijo, si no tiene cierta propiedad
que no sea propia del Hijo. En qu, pues, los diferenciarn? Si la diferencia est en la esencia,
que me respondan si no la ha comunicado l a su Hijo. Ahora bien, esto no se pudo hacer
parcialmente, pues seria una impiedad forjar un dios dividido. Adems, de esta manera
desgarraran miserablemente la esencia divina. Por tanto, no resta sino que se comunique al
Padre y al Hijo totalmente y por completo. Y si esto es as, ya no podrn poner la diferencia entre
el Padre y el Hijo en la esencia.
Si objetan que el Padre "esenciando" a su Hijo permanece, sin embargo, nico Dios en quien est
la esencia, entonces Cristo sera un Dios figurativo y solamente de ttulo y en apariencia; ya que
no hay nada que sea ms propio de Dios que ser, segn aquello de Moiss:---El que es, me ha
enviado a vosotros" (xo. 3,14).
Sera cosa facilsima de probar con muchos testimonios, que es falso lo que ellos tienen como
principio y fundamento: que siempre que en la Escritura se hace mencin de Dios, no se refiere
absolutamente ms que al Padre. Incluso en los testimonios que ellos mismos citan para defensa
de su causa, descubren neciamente su ignorancia, porque all se pone al lado el nombre del Hijo,
por donde se ve que se compara el uno al otro, y que por esta causa se da particularmente al
Padre el nombre de Dios. Su objecin se refuta sencillamente. Dicen: Si el Padre no fuese el
nico Dios, sera padre de s mismo. Respondo que no hay ningn inconveniente dentro del
orden y graduacin que hemos sealado, en que el Padre sea llamado Dios de una manera
particular, porque no solamente ha engendrado l de si mismo su sabidura, sino tambin es Dios
de Jesucristo en cuanto Mediador, como ms por extenso lo tratar luego. Porque despus que
Cristo se manifest en carne, se llama Hijo de Dios, no solamente en cuanto fue engendrado
antes de todos los siglos como Verbo eterno del Padre, sino tambin en cuanto tom el oficio y la
persona de Mediador, para unirnos con Dios. Y ya que tan atrevidamente excluyen al Hijo de la
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dignidad de ser Dios, querra que me dijeran si cuando Cristo dice que nadie es bueno ms que
Dios (Mt. 19,17), l se priva de su bondad. Y no me refiero a su naturaleza humana, pues acaso
me objeten que cuanto bien hubo en ella le vino por don gratuito; lo que pregunto es si el Verbo
eterno de Dios es bueno o no. Si ellos lo niegan, evidentemente quedan acusados de impiedad; si
lo confiesan, ellos mismos se echan la soga al cuello.
Y en cuanto que a primera vista parece que Cristo declina de s el nombre de bueno, ello
confirma ms an nuestro propsito; _porque siendo esto un ttulo singular exclusivo de Dios, al
ser saludado El como bueno, segn la costumbre corriente, desechando aquel falso honor declara
que la bondad que posee es divina.
Pregunto tambin si, cuando san Pablo afirma que slo Dios es inmortal, sabio y verdadero
(1Tim. 1, 17), Cristo con estas palabras es colocado entre los mortales, donde no hay ms que
fragilidad, locura y vanidad. No ser inmortal el que desde el principio fue la Vida, y dio la
inmortalidad a los ngeles? No ser sabio el que es eterna Sabidura de Dios? No ser veraz la
misma Verdad? Pregunto, adems, si les parece que Cristo debe ser adorado. Porque si con justo
ttulo se le debe el honor de que toda rodilla se doble ante l (Filip. 2, 10), se sigue que es el
Dios que ha prohibido en la Ley que ningn otro fuese adorado. Si ellos quieren entender del
Padre solo lo que dice Isaas: "Yo, yo soy el primero y yo soy el postrero, y fuera de m no hay
Dios" (Isa.44,6), digo que esto es a propsito para refutar su error, pues vemos que se atribuye a
Cristo cuanto es propio de Dios. Ni viene a nada su respuesta, que Cristo fue ensalzado en la
carne en la que haba sido humillado, y que fue en cuanto hombre como se le dio toda potestad
en el cielo y en la tierra; porque, aunque se extiende la majestad de Rey y de Juez a toda la
persona del Mediador, sin embargo, si Dios no se hubiera manifestado como hombre, no hubiera
podido ser elevado a tanta altura sin que Dios se opusiese a s mismo. Pero san Pablo soluciona
muy bien toda esta controversia, diciendo que l era igual a Dios antes de humillarse bajo la
forma de siervo (Flp.2, 6. 7). Ms, cmo podra existir esta igualdad si no fuese aquel Dios cuyo
nombre es Jah y Jehov, que cabalga sobre los querubines, Rey de toda la tierra y Rey eterno? Y
por ms que murmuren, lo que en otro lugar dice Isaas, de ninguna manera se le puede negar a
Cristo: "He aqu, ste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvar" (ls.25,9), pues con estas
palabras se refiere claramente a la venida de Dios Redentor, el cual no solamente haba de sacar
al pueblo de la cautividad de Babilonia, sino que tambin haba de constituir la Iglesia en toda su
perfeccin.
Tambin son vanas sus tergiversaciones al decir que Cristo fue Dios en su Padre, porque aunque
a causa del orden y la graduacin admitamos que el principio de la divinidad est en el Padre, sin
embargo mantenemos que es una fantasa detestable decir que la esencia sea propia solamente del
Padre, como si fuese el deificador del Hijo, pues entonces, o la esencia se divide en partes, o
ellos llaman Dios a Cristo falsa y engaosamente. Si conceden que el Hijo es Dios, pero en
segundo lugar despus del Padre, en ese caso la esencia que en el Padre no tiene generacin ni
forma, en l sera engendrada y formada.
S muy bien que muchos se burlan de que nosotros deduzcamos la distincin de las Personas del
texto en que Moiss presenta a Dios hablando de esta manera: "Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza" (Gen. 1, 26); pero los lectores piadosos ven que Moiss
hubiera empleado fra e ineptamente esta manera de hablar, si en Dios no hubiese varias
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Personas. Evidentemente aquellos con quienes habla el Padre no eran criaturas; pues fuera de
Dios no hay nada que no sea criatura. Por tanto, si ellos no estn de acuerdo en que el poder de
crear y la autoridad de mandar sean comunes al Hijo y al Espritu Santo con el Padre, se sigue
que Dios no ha hablado consigo mismo, sino que dirigi su palabra a otros artfices exteriores a
l. Finalmente un solo texto aclara sus objeciones, porque cuando Cristo dice que Dios es
espritu" (Jn. 4, 24), no hay razn alguna para restringir esto solamente al Padre, como si el
Verbo no fuese espiritual por naturaleza. Y si este nombre de Espritu es propio tanto del Hijo
como del Padre, de aqu concluyo que el Hijo queda absolutamente comprendido bajo el nombre
de Dios. Y luego se aade que el Padre no aprueba otra clase de servicio, sino el de aquellos que
le adoran en espritu y en verdad; de donde se sigue que Cristo, que ejerce el oficio de Doctor
bajo el que es Cabeza suprema, atribuye al Padre el nombre de Dios, no para abolir su propia
divinidad, sino para elevarnos a ella poco a poco.
Pero se engaan al imaginarse tres, de los cuales cada uno tiene su parte de la esencia divina.
Nosotros, al contrario, enseamos, conforme a la Escritura, que no hay ms que un solo Dios
esencialmente y, por ello, que tanto la esencia del Hijo como la del Espritu Santo no han sido
engendradas; pero, como quiera que el Padre es el principio en e orden y engendr de si mismo
su sabidura, con justa razn es tenido como hace poco dijimos, por principio y fuente de toda la
divinidad Y as Dios no es en absoluto engendrado, y tambin el Padre respecto a su Persona es
ingnito.
Se engaan tambin los que piensan que de lo que nosotros decimos se puede concluir una
cuaternidad, pues con falsa y calumniosamente nos atribuyen lo que ellos han forjado en su
imaginacin, como si nosotros supusiramos que de una misma esencia divina se derivan tres
Personas; pues claramente se ve en nuestros libros que no separamos las Personas de la esencia,
sino que decimos que, aunque residan en la misma, sin embargo hay distincin entre ellas. Si las
Personas estuviesen separadas de la esencia, sus razones tendran algn fundamento, pero
entonces la Trinidad sera de dioses, no de Personas, las cuales decimos que un solo Dios
encierra en s; y de esta manera queda solucionada la cuestin sin fundamento que suscitan al
preguntar si concurre la esencia a formar la Trinidad, como si nosotros supusiramos que de ella
proceden tres dioses.
La objecin que promueven, que de esta manera la Trinidad estar sin Dios, procede de su misma
necedad y torpeza. Porque aunque la Trinidad no concurra como parte o como miembro para
distinguir las Personas, con todo ni las Personas existen sin ella, ni fuera de ella; porque, si el
Padre no fuese Dios, no podra ser Padre; ni el Hijo podra ser Hijo si no fuese Dios. Por tanto,
afirmamos absolutamente que la divinidad es por s misma. Y por eso declaramos que el Hijo, en
cuanto Dios, es por s mismo, prescindiendo de su aspecto de Persona; pero en cuanto es Hijo,
decimos que procede del Padre. De esta manera su esencia no tiene principio, y el principio de la
Persona es Dios mismo. Y ciertamente todos los antiguos doctores eclesisticos que escribieron
acerca de la Trinidad refirieron este nombre nicamente a las Personas, porque sera gran error, e
incluso impiedad brutal, incluir la esencia en la distincin. Porque los que se forjan una
concurrencia de la esencia, el Hijo y el Espritu, como si la esencia estuviera en lugar de la
Persona del Padre, evidentemente destruyen la esencia del Hijo y del Espritu Santo; pues en ese
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caso las partes que deben ser distintas entre si se confundiran, lo cual va contra la regla de la
distincin.
Finalmente, si estos dos nombres: Padre y Dios, quieren decir lo mismo, y el segundo no
conviene al Hijo, se seguira que el Padre es el deificador, y no quedara al Hijo ms que una
sombra de fantasma; y la Trinidad no sera sino la unin de un solo Dios con dos cosas creadas.
Respecto a la objecin de que Cristo, si fuese propiamente Dios, se llamara sin razn Hijo de
Dios, ya hemos respondido a esto que, porque en ese caso se establece comparacin de una
Persona con otra, el nombre de Dios no se toma absolutamente, sino que se especifica del Padre
en cuanto es principio de la divinidad, no esenciando al Hijo y al Espritu Santo, como mienten
estos amigos de fantasas, sino por causa del orden, segn hemos ya explicado.
En este sentido se debe tomar la conversacin que Cristo sostuvo con su Padre: "Y sta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el nico Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Jn.
17,3). Porque como habla en la Persona del Mediador, ocupa un lugar intermedio entre Dios y los
hombres, sin que a pesar de ello su majestad quede rebajada. Pues aunque l se humill a si
mismo, no perdi su gloria respecto a su Padre, si bien ante el mundo estuvo oculta. Y as el
Apstol, en la carta a los Hebreos, captulo segundo, despus de confesar que Jesucristo se rebaj
durante algn tiempo por debajo de los ngeles, no obstante no duda en afirmar a la vez que l es
el Dios eterno que fund la tierra.
As que debemos tener como cierto que siempre que Cristo, en la persona del Mediador, habla
con el Padre, bajo el nombre de Dios comprende tambin su propia divinidad. As, cuando dijo a
sus apstoles: Os conviene que yo me vaya; porque el Padre es mayor que yo (Jn. 16,7), no
quiere decir que sea menor que el Padre segn la divinidad en cuanto a su esencia eterna, sino
porque gozando de la gloria celestial acompaa a los fieles para que participen de ella, pone al
Padre en primer lugar, porque la perfeccin de su majestad que aparece en el cielo difiere de la
medida de gloria que se ha manifestado en El al revestirse de carne humana. Por esta misma
razn san Pablo dice en otro lugar que Cristo entregar el reino a Dios y al Padre, para que Dios
sea "todo en todas las cosas" (1Cor. 15,24-28). Nada ms fuera de razn que despojar a Cristo de
su perpetua divinidad; ahora bien, si l nunca jams dejar de ser Hijo de Dios, sino que
permanecer siempre como fue desde el principio, sguese que bajo el nombre de Padre se
comprende la esencia nica de Dios, que es comn al Padre y al Hijo. Y sin duda por esta causa
Cristo descendi a nosotros, para que al subirnos a su Padre, nos subiese a la vez a l mismo, por
ser una misma cosa con el Padre. As que querer que el Padre sea exclusivamente llamado Dios,
sin llamar as al Hijo, no es lcito ni justo. Por esto San Juan afirma que es verdadero Dios (I Jn.
5,20), para que ninguno piense que fue pospuesto al Padre en cuanto a la divinidad. Me maravilla
lo que pretenden decir estos inventores de nuevos dioses, cuando despus de haber confesado que
Jesucristo es verdadero Dios, luego lo excluyen de la divinidad del Padre, como si pudiera ser
verdadero Dios sin que sea Dios uno y nico, o como si una divinidad infundida de otra parte no
fuera sino una mera imaginacin.
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Testimonio de san Ireneo
En cuanto a los pasajes que renen de san Ireneo, en los cuales afirma que el Padre de Jesucristo
es el nico y eterno Dios de Israel, esto es o una necedad o una gran maldad. Deberan darse
cuenta de que este santo varn tena que disputar y que habrselas con gente frentica, que
negaba que el Padre de Cristo fuese el Dios que antiguamente haba hablado por Moiss y por los
Profetas, y que deca que era una fantasa producida por la corrupcin del mundo. Y sta es la
razn por la cual insiste en mostrar que la Escritura no nos habla de otro Dios que del que es
Padre de Jesucristo, y que era un error imaginarse otro. Por tanto, no hay por qu maravillarse de
que tantas veces concluya que jams hubo otro Dios de Israel sino aquel que Jesucristo y sus
apstoles predicaron. Igual que ahora, para resistir al error contrario del que tratamos, podemos
decir con toda verdad que el Dios que antiguamente se apareci a los patriarcas no fue otro sino
Cristo; y si alguno replicase que fue el Padre nicamente, la respuesta evidente sera que al
mantener la divinidad del Hijo no excluimos de ella en absoluto al Padre.
Si se comprende el intento de san Ireneo, cesar toda disputa. El mismo san Ireneo, en el captulo
sexto, libro tercero, expuso toda esta controversia. En aquel lugar este santo varn insiste en que
Aquel a quien la Escritura llama absolutamente Dios, es verdaderamente el nico y solo Dios. Y
luego dice que Jesucristo es llamado absolutamente Dios. Por tanto, debemos tener presente que
todo el debate que este santo varn sostuvo, como se ve por todo el desarrollo, y principalmente
en el captulo cuarenta y seis del libro segundo, consiste en que la Escritura no habla del Padre
por enigmas y parbolas, sino que designa al verdadero Dios. Y en otro lugar prueba que los
profetas y los apstoles llamaron Dios juntamente al Hijo y al Padre'. Despus expone cmo
Cristo, el cual es Seor, Rey, Dios y Juez de todos, ha recibido la autoridad de Aquel que es
Dios, en consideracin a la sujecin, pues se humill hasta la muerte de cruz. Sin embargo,
afirma un poco ms abajo que el Hijo es el Creador del cielo y de la tierra, que dio la Ley por
medio de Moiss y se apareci a los patriarcas. Y si alguno todava murmura que Ireneo
solamente tiene por Dios de Israel al Padre, Ie responder lo que el mismo autor dice claramente:
que Jesucristo es ste mismo; y asimismo le aplica el texto de Habacuc: Dios vendr de la parte
del Medioda.
Est de acuerdo con todo esto lo que dice en el captulo noveno del libro cuarto, que Cristo
juntamente con el Padre es el Dios de los vivos. Y en el mismo libro, captulo decimosegundo,
expone que Abraham crey a Dios, porque Cristo es el Creador del cielo y de la tierra y el nico
Dios.
No con menos falsedad alegan a Tertuliano como defensor suyo. Aunque ciertamente a veces es
duro y escabroso en su manera de hablar, no obstante ensea sin dificultad alguna la misma
doctrina que yo mantengo; a saber, que si bien no hay ms que un solo Dios, sin embargo por
cierta disposicin l es con su Verbo; y que no hay ms que un solo Dios en unidad de sustancia,
mas, no obstante esta unidad, por una secreta disposicin se distingue en Trinidad; que son tres,
no en esencia, sino en grado, y no en sustancia, sino en forma; no en potencia, sino en orden. Es
cierto que dice que el Hijo es segundo despus del Padre, pero no entiende ser otro, sino ser
distinta Persona. En cierto lugar dice que el Hijo es visible, pero despus de haber disputado por
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una y por otra parte, resuelve que es invisible en cuanto que es Verbo del Padre. Finalmente,
diciendo que el Padre es notado y conocido por su Persona, muestra que est muy ajeno y alejado
del error contra el cual combato. Y aunque l no reconoce ms Dios que el Padre, luego en el
contexto declara que eso no lo entiende excluyendo al Hijo, porque dice que l no es un Dios
distinto del Padre, y que con ello no queda violada la unidad de imperio de Dios con la distincin
de Persona. Y es bien fcil de deducir el sentido de sus palabras por el argumento de que trata, y
por el fin que se propone. Pues l combate con Prxeas, diciendo que, aunque se distingan en
Dios tres Personas, no por ello hay varios dioses, y que la unidad no queda rota; y porque, segn
el error de Prxeas, Cristo no poda ser Dios sin que l mismo fuese Padre, por eso Tertuliano
insiste tanto en la distincin.
En cuanto que llama al Verbo y al Espritu una parte del todo, aunque esta manera de hablar es
dura, admite excusa, pues no se refiere a la sustancia, sino solamente denota una disposicin que
concierne a las Personas exclusivamente, como el mismo Tertuliano declara. Y est de acuerdo
con esto lo que el mismo Tertuliano aade: "Cuntas personas, oh perverssimo Prxeas, piensas
que hay, sino tantas cuantos nombres hayT' De la misma manera un poco despus: "Hay que
creer en el Padre y en el Hijo y en el Espritu Santo, en cada uno segn su nombre y su Persona".
Me parece que con estas razones se puede refutar suficientemente la desvergenza de los que se
escudan en la autoridad de Tertuliano para engaar a los ignorantes.
29. Es vano buscar en los Padres argumentos para debilitar la divinidad de Jesucristo
Ciertamente que cualquiera que se dedicare con diligencia a cotejar los escritos de los antiguos
unos con otros, no hallar en san Ireneo ms que lo mismo que ensearon los que vivieron
despus de l. Justino Mrtir es uno de los ms antiguos, y est de acuerdo en todo con nosotros.
Se objeta que Justino y los dems llaman al Padre de Jesucristo solo y nico Dios. Lo mismo dice
san Hilario, y an habla ms enrgicamente, diciendo que la eternidad est en el Padre. Mas
dice esto por ventura para quitar al Hijo la esencia divina? Al contrario, los libros que escribi
muestran que todo su intento es proponer lo que nosotros confesamos. Y sin embargo, esta gente
no siente reparo en entresacar medias sentencias y palabras con las que quieren convencer a los
dems de que Hilario es de su misma opinin y defiende el mismo error que ellos. Tambin traen
el testimonio de san Ignacio. Si quieren que lo que citan de l tenga algn valor, prueben primero
qu los apstoles inventaron la Cuaresma y ordenaron cmo se haba de guardar y otro cmulo
de cosas semejantes. No hay cosa ms necia que las nieras que en nombre de san Ignacio se
propagan, y tanto ms insoportable resulta la desvergenza de los que as se enmascaran para
engaar a los ignorantes.
Claramente tambin se puede ver el acuerdo de todos los antiguos por el hecho de que Arrio no
se atrevi en el Concilio Niceno a proponer su hereja con la autoridad ni aun de un solo docto, lo
cual l no hubiera omitido de tener posibilidad; ni tampoco Padre alguno, griego o latino, de los
que en este Concilio se juntaron con Arrio, se excus jams de no ser de la misma opinin que
sus predecesores.
Ni es preciso contar cmo san Agustn, a quien estos descarados tienen por mortal enemigo, ha
empleado toda la diligencia posible en revolver los libros de los antiguos y con cunta reverencia
ha admitido su doctrina. Porque ciertamente, si hay el menor escrpulo del mundo, suele decir
83
cul es la causa que le impulse a no ser de su opinin. E incluso en este argumento, si ha ledo en
otros autores alguna cosa dudosa y oscura, no lo disimula. Pero l tiene como indubitable que la
doctrina que stos condenan ha sido admitida sin disputa alguna desde la ms remota antigedad;
y claramente dice que lo que los otros antes de l haban enseado, no lo ignor, cuando en el
libro primero de la Doctrina Cristiana dice que la unidad est en el Padre. Dirn por ventura que
se olvid de s mismo? Pero l se lava de esta calumnia cuando llama al Padre principio de toda
la divinidad, porque no procede de ningn otro, considerando por cierto muy prudentemente que
el nombre de Dios se atribuye particularmente al Padre, pues si no comenzamos por l, de
ningn modo podremos concebir una unidad simple y nica en Dios.
Espero que por lo que hemos dicho, todos los que temen a Dios vern que quedan refutadas todas
las calumnias con que Satans ha pretendido hasta el da de hoy pervertir y oscurecer nuestra
verdadera fe y religin. Finalmente confo en que toda esta materia haya sido tratada fielmente,
para que los lectores refrenen su curiosidad y no susciten, ms de lo que es lcito, molestas e
intrincadas disputas, pues no es mi intencin satisfacer a los que ponen su placer en suscitar sin
medida alguna nuevas especulaciones.
Ciertamente, ni a sabiendas ni por malicia he omitido lo que pudiera ser contrario a m. Mas
como mi deseo es servir a la Iglesia, me pareci que sera mejor no tocar ni revolver otras
muchas cuestiones de poco provecho y que resultaran enojosas a los lectores. Porque, de qu
sirve disputar si el Padre engendra siempre? Teniendo como indubitable que desde toda la
eternidad hay tres Personas en Dios, este acto continuo de engendrar no es ms que una fantasa
superflua y frvola.
***
CAPTULO XIV
LA ESCRITURA, POR LA CREACIN DEL MUNDO Y DE TODAV LAS
COSAS, DIFERENCIAN CIERTAS NOTAS AL VERDADERO DIOS DE
LOS FALSOS DIOSES
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sombra vana, es muy conveniente que nosotros le conozcamos mucho ms ntimamente, a fin de
que no andemos siempre vacilando entre dudas. Por eso ha querido Dios que se escribiese la
historia de la creacin, para que apoyndose en ella la Iglesia, no buscase ms Dios que el que en
ella Moiss describi como autor y creador del mundo.
La primera cosa que en ella se seal fue el tiempo, para que los fieles, por la sucesin continua
de los aos, llegasen al origen primero del gnero humano y de todas las cosas. Este
conocimiento es muy necesario, no solamente para destruir las fbulas fantsticas que
antiguamente en Egipto y en otros pases se inventaron, sino tambin para que, conociendo el
principio, del mundo conozcamos adems ms claramente la eternidad de Dios y ella nos
trasporte de admiracin por l.
Y no hemos de turbarnos por las burlas de los maliciosos, que se maravillan de que Dios no haya
creado antes el cielo y la tierra, sino que haya dejado pasar ocioso un espacio tan grande de
tiempo, en el cual pudieran haber existido una infinidad de generaciones; pues no han pasado
ms que seis mil aos, y no completos, desde la creacin del mundo, y ya est declinando hacia
su fin y nos deja ver lo poco que durar. Porque no nos es lcito, ni siquiera conveniente,
investigar la causa por la cual Dios lo ha diferido tanto, pues si el entendimiento humano se
empea en subir tan alto desfallecer cien veces en el camino; ni tampoco nos servir de
provecho conocer lo que Dios, no sin razn sino a propsito, quiso que nos quedase oculto, para
probar la modestia de nuestra fe. Por lo cual un buen anciano respondi muy atinadamente a uno
de esos burlones, el cual le preguntaba con sorna de qu se ocupaba Dios antes de crear el
mundo: en hacer los infiernos para los curiosos. Esta observacin, no menos grave que severa,
debe refrenar nuestro inmoderado apetito, que incita a muchos a especulaciones nocivas y per-
judiciales.
Finalmente, tengamos presente que aquel Dios invisible, cuya sabidura, virtud y justicia son
incomprensibles, pone ante nuestros ojos, como un espejo, la historia de Moiss, en la cual se
refleja claramente Su imagen. Porque as como los ojos, sea agravados por la vejez, sea
entorpecidos con otro obstculo o enfermedad cualquiera, no son capaces de ver clara y
distintamente las cosas sin ayuda de lentes, de la misma manera nuestra debilidad es tanta, que si
la Escritura no nos pone en el recto camino del conocimiento de Dios, al momento nos
extraviamos. Ms los que se toman la licencia de hablar sin pudor ni reparo alguno, por el hecho
de que en este mundo no son amonestados, sentirn demasiado tarde, en su horrible castigo,
cunto mejor les hubiera sido adorar con toda reverencia los secretos designios de Dios, que
andar profiriendo blasfemias para oscurecer el cielo.
Con mucha razn se queja san Agustn de que se hace gran ofensa a Dios, cuando se busca la
causa de las cosas contra su voluntad'. Y en otro lugar amonesta prudentemente que no es menor
error suscitar cuestiones sobre la infinitud del tiempo, que preguntar por qu la magnitud de los
lugares no es tambin infinita. Ciertamente que por muy grande que sea el circuito de los cielos
no son infinitos, sino que tienen una medida. Y si alguno se quejase de Dios porque el espacio
vaco es cien veces mayor, no parecera detestable a los fieles tan desvergonzado atrevimiento?
En la misma locura y desvaro caen los que murmuran y hablan mal de Dios por haber estado
ocioso y no haber creado el mundo, segn el deseo de ellos, una infinidad de siglos antes. Y para
satisfacer su curiosidad se salen fuera del mundo en sus elucubraciones. Como si en el inmenso
espacio del cielo y de la tierra no se nos ofreciesen infinidad de cosas, que en su inestimable
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resplandor cautivan todos nuestros sentidos! Como si despus de seis mil aos no hubiera
mostrado Dios suficientes testimonios, en cuya consideracin nuestro entendimiento puede
ejercitarse sin fin!
Por lo tanto, permanezcamos dentro de los lmites en que Dios nos quiso encerrar y mantener
nuestro entendimiento, para que no se extraviase con la excesiva licencia de andar errando de
continuo.
2. Los seis das de la creacin
A este mismo fin se dirige lo que cuenta Moiss, que Dios termin su obra, no en un momento,
sino despus de seis das. Pues con esta circunstancia, dejando a un lado todas las falsas
imaginaciones, somos atrados al nico Dios, que reparti su obra en seis das, a fin de que no
nos resultase molesto ocuparnos en su meditacin todo el curso de nuestra vida. Pues, aunque
nuestros ojos a cualquier parte que miren tienen por fuerza que ver las obras de Dios, sin
embargo nuestra atencin es muy ligera y voluble, y nuestros pensamientos muy fugaces, cuando
alguno bueno surge en nosotros.
Tambin sobre este punto se queja la razn humana, como si el construir el mundo un da
despus de otro no fuera conveniente a la potencia divina. A tanto llega nuestra presuncin,
hasta que, sumisa a la obediencia de la fe, aprende a prestar atencin a aquel reposo al que nos
convida la santificacin del sptimo da!
Ahora bien; en el orden de la creacin de las cosas hay que considerar diligentemente el amor
paterno de Dios hacia el linaje humano por no haber creado a Adn mientras no hubo
enriquecido el mundo con toda clase de riquezas. Pues si lo hubiese colocado en la tierra cuando
sta era an estril, y si le hubiese otorgado la vida antes de existir la luz, hubiera parecido que
Dios no tena en cuenta las necesidades de Adn. Mas, al disponer, ya antes de crearlo, los
movimientos del sol y de las estrellas para el servicio del hombre; al llenar la tierra, las aguas y el
aire, de animales; y al producir toda clase de frutos, que le sirviesen de alimento, tomndose el
cuidado de un padre de familia buena,) y previsor, ha demostrado una bondad maravillosa para
con nosotros. Si alguno se detiene a considerar atentamente consigo mismo lo que aqu de paso
he expuesto, ver con toda evidencia que Moiss fue un testigo veraz y un mensajero autntico al
manifestar quin es el verdadero creador del mundo.
No quiero volver a tratar lo que ya antes he expuesto, o sea, que all no se habla solamente de
la esencia de Dios, sino que adems se nos ensea su eterna sabidura y su Espritu, para que no
nos forjemos ms Dios sino Aquel que quiere ser conocido a travs de esta imagen tan clara y
viva.
3. De la creacin de los ngeles
Pero antes de comenzar a tratar ms por extenso de la naturaleza del hombre, es necesario
intercalar algunas consideraciones sobre los ngeles. Pues, aunque Moiss, en la historia de la
creacin, por acomodarse al vulgo, no hace mencin de otras obras que las que vemos con
nuestros ojos, no obstante, al introducir despus a los ngeles como ministros de Dios, fcilmente
se puede concluir que tambin los ha creado, puesto que se ocupan en servirle y hacen lo que les
manda. Y as, si bien Moiss en gracia a la rudeza del vulgo no nombr al principio a los ngeles,
nada nos impide, sin embargo, que tratemos aqu claramente lo que la Escritura en muchos
lugares cuenta de ellos. Porque si deseamos conocer a Dios por sus obras, de ninguna manera
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hemos de pasar por alto tan maravillosa y excelente muestra. Y adems, esta doctrina es muy til
para refutar muchos errores.
La excelencia de la dignidad anglica ciega de tal manera el entendimiento de muchos, que creen
hacerles un agravio si los rebajan a cumplir lo que Dios les manda; y por ello llegaron a
atribuirles cierta divinidad. Surgi tambin Maniqueo, con sus secuaces, que concibi dos
principios: Dios y el Diablo. A Dios le atribua el origen de las cosas buenas, y al Diablo le haca
autor de las malas.
Si nuestro entendimiento se encuentra embrollado con tales fantasas, no podr dar a Dios la
gloria que merece por haber creado el mundo. Pues, no habiendo nada ms propio de Dios que la
eternidad y el existir por s mismo, los que atribuyen esto al Diablo, cmo es posible que no lo
conviertan en Dios? Y adems, dnde queda la omnipotencia de Dios, si se le concede al Diablo
tal autoridad que pueda hacer cuanto quiera por ms que Dios se oponga?
En cuanto al fundamento en que estos herejes se apoyan, a saber: que es impiedad atribuir a la
bondad de Dios el haber creado alguna cosa mala, esto nada tiene que ver con nuestra fe, que no
admite en absoluto que exista en todo cuanto ha sido creado criatura alguna que por su naturaleza
sea mala. Porque ni la maldad y perversidad del hombre, ni la del Diablo, ni los pecados que de
ella proceden, son de la naturaleza misma, sino de la corrupcin de la naturaleza; ni hubo cosa
alguna desde el principio en la cual Dios no haya mostrado su sabidura y su justicia.
A fin, pues, de desterrar del mundo tan perversas opiniones, es necesario que levantemos nuestro
espritu muy por encima de cuanto nuestros ojos pueden contemplar. Es probable que por esta
causa, cuando en el Smbolo niceno se dice que Dios es creador de todas las cosas, expresamente
se nombren las invisibles.
No obstante, al hablar de los ngeles procurar mantener la mesura que Dios nos ordena, y no
especular ms altamente de lo que conviene, para evitar que los lectores, dejando a un lado la
sencillez de la fe, anden vagando de un lado para otro. Porque, siendo as que el Espritu Santo
siempre nos ensea lo que nos conviene, y las cosas que hacen poco al caso para nuestra
edificacin, o bien las omite del todo, o bien las toca brevemente y como de paso, es tambin
deber nuestro ignorar voluntariamente las cosas que no nos procuran provecho alguno.
4. En esta cuestin debemos buscarla humildad, la modestia y la edificacin
Ciertamente que, siendo los ngeles ministros de Dios, ordenados para hacer lo que l les mande,
tampoco puede haber duda alguna de que son tambin "sus criaturas" (Sal. 103). Suscitar
cuestiones sobre el tiempo o el orden en que fueron creados, no sera ms bien obstinacin que
diligencia? Refiere Moiss que Fueron acabados los cielos y la tierra, y todo el ejrcito de
ellos." (Gn. 2, l). De qu sirve, entonces, atormentarnos por saber cundo fueron creados los
ngeles, y otras cosas secretas que hay en los cielos ms all de las estrellas y de los planetas?
Para no ser, pues, ms prolijos, recordemos tambin aqu - como en toda la doctrina cristiana -,
que debemos tener como regla la modestia y la sobriedad para no hablar de cosas oscuras, ni
sentir, ni incluso desear saber ms que lo que la Palabra de Dios nos ensea; y luego, que al leer
la Escritura busquemos y meditemos continuamente aquello que sirve para edificacin, y no
demos lugar a nuestra curiosidad, ni nos entreguemos al estudio de cosas intiles. Y ya que el
Seor nos quiso instruir, no en cosas vanas, sino en la verdadera piedad, que consiste en el temor
de su nombre, en la perfecta confianza en l, y en la santidad de vida, dmonos por satisfechos
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con esta ciencia.
Por lo tanto, si queremos que nuestro saber sea ordenado, debemos dejar estas vanas cuestiones
acerca de la naturaleza de los ngeles, de sus rdenes y nmero, en las que se ocupan los espritus
ociosos, sin la Palabra de Dios. Bien s que hay muchos a quienes les gustan ms estas cosas que
las que nosotros traemos entre manos; pero, si no nos pesa ser discpulos de Jesucristo, no nos d
pena seguir el mtodo y orden que nos propuso. Y as, satisfechos con sus enseanzas, no
solamente debemos abstenernos de las vanas especulaciones, sino tambin aborrecerlas. Nadie
negar que quien escribi el libro titulado Jerarqua celeste, atribuido a san Dionisio, ha
disputado sutil y agudamente de muchas cosas. Pero si alguno lo considera ms de cerca hallar
que en su mayor parte no hay en l sino pura charlatanera. Ahora bien, el fin de un telogo no
puede ser deleitar el odo, sino confirmar las conciencias enseando la verdad y lo que es cierto y
provechoso. Si alguno leyere aquel libro pensar que un hombre cado del cielo cuenta no lo que
le ensearon, sino lo que vio con sus propios ojos. Pero san Pablo, que fue arrebatado hasta el
tercer cielo, no solamente no cont nada semejante, sino que declar que "oy palabras inefables
que no le es dado al hombre expresar" (2Cor. 12,4). Por tanto, dejando a un lado toda esta vana
sabidura, consideremos solamente, segn la sencilla doctrina de la Escritura, lo que Dios ha
querido que sepamos de sus ngeles.
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de dioses. Y no nos debe maravillar; porque si esta misma honra se da a los prncipes y los
magistrados, porque en sus oficios tienen el lugar de Dios, supremo Rey y Juez, mucha mayor
existe para drsela a los ngeles, en los que resplandece mucho ms la claridad de la gloria
divina.
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Abraham (Luc. 16,23). Como tampoco en vano Eliseo muestra a su criado tantos carros de fuego
que haban sido puestos expresamente para guardarlo (2 Re. 6,17).
Hay un lugar que parece ms apropiado que los otros para confirmar esta opinin; y es que,
cuando san Pedro, despus de haber sido milagrosamente librado de la crcel, llam a la puerta
de la casa donde estaban congregados los hermanos, como ellos no podan creer que fuese l,
decan que era su ngel (Hech. 12,15). Parece que les vino esto a la memoria por la opinin que
entonces comnmente se tena de que cada uno de los fieles tena su ngel particular. Aunque
tambin se puede responder que nada impide que ellos entendieran ser alguno de los ngeles, al
cual Dios en aquella ocasin hubiera encargado el cuidado de Pedro, y en ese caso no se podra
deducir que fuese su guardin permanente aquel ngel, conforme a la opinin comn de que cada
uno de nosotros tiene siempre dos ngeles consigo, uno bueno y el otro malo. Sea lo que quiera,
no es preciso preocuparse excesivamente por lo que no tiene mayor importancia para nuestra
salvacin. Porque si a cada uno no le basta el que todo el ejrcito celestial est velando por
nosotros, no veo de qu le puede servir sostener que tiene un ngel custodio particular. Y los que
restringen a un ngel slo el cuidado que Dios tiene de cada uno de nosotros, hacen gran injuria a
s mismos y a todos los miembros de la Iglesia, como si fuera en vano el habernos prometido
Dios el socorro de aquellas numerosas huestes, para que fortalecidos de todas partes, com-
batamos con mucho mayor esfuerzo.
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9. Personalidad de los ngeles
Lo que s hay que tener como inconcuso - aunque algunos espritus inquietos duden de ello - es
que los ngeles son espritus al servicio de Dios, de cuyo ministerio se sirve para defensa de los
suyos, y por los cuales dispensa sus beneficios a los hombres y hace las dems obras (Heb. 1,
14). Los saduceos fueron de la opinin que con este vocablo de ngeles no se quera significar
ms que los movimientos que Dios inspira a los hombres o las seales que l da de su virtud y
potencia (Hch. 23,8). Pero hay tantos testimonios en la Escritura que contradicen este error, que
resulta inconcebible que existiera tan grande ignorancia en el pueblo de Israel. Porque, aun
dejando a un lado todos los textos que arriba he citado, donde se dice que hay legiones y
millones de ngeles, que se alegran, que sostienen a los fieles en sus manos, que llevan sus
almas al reposo, que ven el rostro del Padre, y otros semejantes, existen tambin otros muchos
con los que evidentsimamente se prueba que los ngeles son verdaderos espritus y que tienen
tal naturaleza. Porque lo que dicen san Esteban y san Pablo, que la ley ha sido dada por mano de
los ngeles (Hch. 7,53; Gl. 3,19); y lo que Cristo declara, que los elegidos sern despus de la
resurreccin semejantes a los ngeles (Mt.22,30), que ni aun los ngeles conocen cundo ser el
da del juicio (Mt. 24,36), y que l entonces vendr con los santos ngeles (Mt.25,31; Lc.9,26),
por mucho que estas sentencias se retuerzan no se podrn entender de otra manera. Asimismo,
cuando san Pablo conjura a Timoteo, delante de Jesucristo y de sus ngeles elegidos, a que
guarde sus preceptos (1Tim. 5,21), no se refiere a cualidades o inspiraciones sin esencia, sino a
verdaderos espritus. Ni pudiera ser verdad en caso contrario lo que est escrito en la epstola a
los Hebreos - que Cristo ha sido exaltado por encima de los ngeles, que a ellos no les est
sometida la redondez de la tierra, que Cristo no ha tomado la naturaleza anglica, sino la
humana (Heb. 1,4; 2,16) -, si no entendemos que ellos son espritus bienaventurados, a los que
corresponden estas comparaciones. Y el mismo autor de esa epstola lo declara luego, cuando
coloca en el reino de Dios a las almas de los fieles y a los santos ngeles (Heb. 12,22). Y
adems, lo que ya hemos citado: que los ngeles de los nios ven siempre el rostro de Dios, que
somos defendidos con su ayuda, que se alegran de nuestra salvacin, que se maravillan de la
infinita gracia de Dios en su Iglesia, y que estn sometidos a la Cabeza, que es Cristo. Esto
mismo se confirma por el hecho de haberse ellos aparecido tantas veces a los patriarcas en
figura humana, que hayan hablado y hayan aceptado hospitalidad. Y Cristo mismo por el
primado que tiene por Mediador es llamado ngel.
Me ha parecido conveniente tratar brevemente este punto, para armar y prevenir a las almas
sencillas contra las necias y fantsticas opiniones que, suscitadas por el Diablo desde el principio
de la Iglesia, no han dejado de renovarse hasta nuestros das.
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tuvo que luchar mucho con algunos que de tal manera ensalzaban a los ngeles, que casi los
igualaban a Cristo. Y de aqu que el Apstol con toda energa sostiene en la epstola a los
Colosenses, que Cristo debe ser antepuesto a todos los ngeles; y an ms, que de El es de quien
reciben todo el bien que tienen (Col. 1, 16.20),_para que no nos volvamos, dejando a un lado a
Cristo, a aquellos que ni siquiera para s mismos tienen lo que necesitan, pues lo sacan de la
misma fuente que nosotros. Ciertamente, que como la gloria de Dios resplandece tan claramente
en ellos, nada hay ms fcil que hacernos caer en el disparate de adorarlos y atribuirles lo que
solamente a Dios pertenece. Es lo que san Juan confiesa en el Apocalipsis que le aconteci; pero
tambin dice que el ngel le respondi: "Mira, no lo hagas, yo soy consiervo tuyo ... Adora a
Dios" (Ap. 19, 10).
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aquella sentencia de Elseo: que hay ms en nuestro favor que en contra nuestra. Cun enorme
despropsito es, pues, que los ngeles nos aparten de Dios, cuando precisamente estn colocados
para que sintamos ms de cerca su favor! Y si no nos llevan directamente a l, a que fijemos
nuestros ojos en l, le invoquemos y alabemos como a nuestro nico defensor, reconociendo que
todo bien viene de l; si no consideramos que son como sus manos, y que no hacen nada sin su
voluntad y disposicin; y si, finalmente, no nos conducen a Jesucristo y nos mantienen en l,
para que le tengamos como nico Mediador, dependiendo enteramente de l, y encontrando en
l nuestro reposo, entonces en verdad que nos apartan. Porque debemos tener impreso y bien fijo
en la memoria lo que se cuenta en la visin de Jacob, que los ngeles descendan a la tierra, y que
suban de los hombres al cielo por una escalera, en cuyo extremo estaba sentado el Seor de los
ejrcitos (Gn. 28,12). Con lo cual se indica que por la sola intercesin de Jesucristo se verifica el
que los ngeles se comuniquen con nosotros y nos sirvan, como El mismo afirma: De aqu en
adelante veris el cielo abierto, y a los ngeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del
Hombre" (Jn. 1, 5 l). Y as el criado de Abraham, habiendo sido encomendado a la guarda del
ngel, no por esto le invoca para que le asista, sino que se dirige a Dios, pidindole que se
muestre misericordioso con Abraham, su seor (Gn.24,7). Porque as como Dios no los hace
ministros de su potencia y bondad para repartir su gloria con ellos, de la misma manera tampoco
promete ayudarnos por su medio, para que no dividamos nuestra confianza entre ellos y l. Por
eso debemos rechazar la filosofa de Platn 1, que ensea a llegar a Dios por medio de los
ngeles y a honrarlos para tenerlos ms propicios a darnos acceso a l. Esta falsa doctrina han
pretendido algunos hombres supersticiosos introducirla en nuestra religin desde el principio, y
aun en el da de hoy hay quien quiere introducirla.
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14. Nmero de los diablos
Y para animarnos ms a hacerlo as, la Escritura nos dice que no es uno o dos o unos pocos los
diablos que nos hacen la guerra, sino una infinidad de ellos. De Mara Magdalena se refiere que
fue librada de siete demonios que la posean (Mc. 16,9); y Jesucristo afirma que ordinariamente
sucede que habiendo echado una vez fuera al demonio, si le abrimos otra vez la puerta, toma
consigo siete espritus peores que l, y vuelve a la casa que estaba vaca (Mt. 12,45). Y tambin
leemos que toda una legin posey a un hombre (Luc.8,30). Por esto se nos ensea que hemos de
luchar contra una multitud innumerable de enemigos; para que no nos hagamos negligentes
creyendo que son pocos, y que no nos descuidemos, creyendo que alguna vez se nos concede
tiempo para descansar.
En cuanto a que alguna vez se habla de Satans o del Diablo en singular, con esto se nos da a
entender el seoro de la iniquidad, contrario al reino de la justicia. Porque, as como la Iglesia y
la compaa de los santos tiene a Jesucristo por cabeza, del mismo modo el bando de los
malvados y la misma impiedad nos son pintados con su prncipe, que ejerce all el sumo imperio
y podero. A lo cual se refiere aquella sentencia: Apartaos de m, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ngeles" (Mat. 25,41).
15. El adversario
Tambin debe incitarnos a combatir perpetuamente contra el Diablo, que siempre es llamado
"adversario" de Dios y nuestro. Porque si nos preocupamos de la gloria de Dios, como es justo
que hagamos, debemos emplear todas nuestras fuerzas en resistir a aquel que procura extinguirla.
Si tenemos inters, como debemos, en mantener el Reino de Cristo, es necesario que
mantengamos una guerra continua contra quien lo pretende arruinar. Asimismo, si nos
preocupamos de nuestra salvacin, no debemos tener paz ni hacer treguas con aquel que de
continuo est acechando para destruirla. Tal es el Diablo de que se habla en el captulo tercero
del Gnesis, cuando hace que el hombre se rebele contra la obediencia de Dios, para despojar a
Dios de la gloria que se le debe y precipitar al hombre en la ruina. As tambin es descrito por los
evangelistas, cuando es llamado "enemigo", y el que siembra cizaa para echar a perder la
semilla de la vida eterna (Mat. 13,28).
En conclusin, experimentamos en todo cuanto hace, lo que dice de l Cristo: que desde el
principio fue homicida y mentiroso (Jn.8, 44). Porque l con sus mentiras hace la guerra a Dios;
con sus tinieblas oscurece la luz; con sus errores enreda el entendimiento de los hombres; levanta
odios; aviva luchas y revueltas; y todo esto, a fin de destruir el reino de Dios y de sepultar
consigo a los hombres en condenacin perpetua. Por donde se ve claramente que es por su
naturaleza perverso, maligno y vicioso. Pues es preciso que se encierre una perversidad extrema
en una naturaleza que se consagra por completo a destruir la gloria de Dios y la salvacin de los
hombres. Es lo que dice tambin san Juan en su epstola: que desde el principio peca (1 Jn. 3,8).
Pues por estas palabras entiende que el Diablo es autor, jefe e inventor de toda la malicia e
iniquidad.
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dicho de manera connatural, en virtud de su creacin, sino por depravacin. Porque todo el mal
que tiene l se lo busc al apartarse de Dios. Y la Escritura nos advierte de ello, para que no
pensemos que Dios lo ha creado tal cual ahora es, y no atribuyamos a Dios lo que Dios nunca
hizo ni har. Por esta causa dice Cristo que cuando Satans miente habla de lo que hay en l; y da
como razn que no permanece en la verdad (Jn.8, 44). Es evidente que cuando Cristo niega que
el Diablo haya permanecido en la verdad, indica por lo mismo que algn tiempo estuvo en ella; y
cuando lo hace padre de la mentira, le quita toda excusa, para que no impute a Dios aquello de
que l es causa. Aunque todo esto ha sido tratado brevemente y con no mucha claridad, basta, sin
embargo, para tapar la boca a los calumniadores de la majestad divina. Y de qu nos servira
saber ms sobre los diablos?
Se irritan algunos porque la Escritura no cuenta ms por extenso y ordenadamente la cada de los
ngeles, la causa, la manera, el tiempo y la especie, y aun porque no lo cuenta en diversos
lugares. Ms como todo esto no tiene que ver con nosotros, ha parecido lo mejor, o no decir
nada, 0 tocarlo brevemente, pues no pareca bien al Espritu Santo satisfacer nuestra curiosidad
contando historias vanas y de las que no sacsemos ningn provecho. Y vemos que el intento del
Seor ha sido no ensearnos en su Santa Escritura ms que lo que pudiera servirnos de edifica-
cin. As que, para no detenernos en cosas superfluas, contentmonos con saber, sobre la
naturaleza de los diablos, que fueron, al ser creados, ngeles de Dios; pero que al degenerar de su
origen se echaron a perder a s mismos y se convirtieron en instrumentos de la perdicin de otros.
Esto, como era til saberlo, nos ha sido claramente dicho por san Pedro y san Judas (2 Pe. 2,4;
Jds. 6). Y san Pablo, cuando hace mencin de ngeles elegidos, sin duda los opone a los
rprobos.
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contra l. Mas, como Dios lo tiene atado y encadenado con el freno de su potencia, solamente
ejecuta aquello que Dios le permite hacer; y por eso, mal de su grado, quiera o no, obedece a su
Creador, pues se ve impulsado a emplearse en lo que a Dios le agrada.
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victoria de nuestro Capitn? Por lo tanto, Dios no permite a Satans que reine sobre las almas de
los fieles, sino que le entrega nicamente a los impos e incrdulos, a los cuales no se digna
tenerlos como ovejas de su aprisco. Porque est escrito que Satans tiene sin disputa alguna la
posesin de este mundo, hasta que Cristo lo eche de su sitio. Y tambin, que ciega a todos los
que no creen en el Evangelio (2Cor. 4,4); y que hace su obra entre los hijos rebeldes; y con toda
razn, porque los impos son hijos de ira (H2,2). Por ello est muy puesto en razn que los
entregue en manos de aquel que es ministro de Su venganza. Finalmente, se dice de todos los
rprobos que son "hijos del Diablo" (Jn.8, 44; 1 Jn. 3,8), porque as como los hijos de Dios se
conocen en que llevan la imagen de Dios, del mismo modo los otros, por llevar la imagen de
Satans, son a justo titulo considerados como hijos de ste.
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20. Lo que nos ensea la creacin del mundo
Entretanto, no desdeemos deleitarnos con las obras de Dios, que se ofrecen a nuestros ojos en
tan excelente teatro como es el mundo. Porque, como hemos dicho al principio de este libro, es la
primera enseanza de nuestra fe, segn el orden de la naturaleza - aunque no sea la principal -,
comprender que cuantas cosas vemos en el mundo son obras de Dios, y contemplar con
reverencia el fin para el que Dios las ha creado. Por eso, para aprender lo que necesitamos saber
de Dios, conviene que conozcamos ante todo la historia de la creacin del mundo, como
brevemente la cuenta Moiss y despus la expusieron ms por extenso otros santos varones,
especialmente san Basilio y san Ambrosio. De ella aprenderemos que Dios, con la potencia de su
Palabra y de su Espritu, cre el cielo y la tierra de la nada; que de ellos produjo toda suerte de
cosas animadas e inanimadas; que distingui con un orden admirable esta infinita variedad de
cosas; que dio a cada especie su naturaleza, le seal su oficio y le indic el lugar de su morada;
y que, estando todas las criaturas sujetas a la muerte, provey, sin embargo, para que cada una de
las especies conserve su ser hasta el da del juicio. Por tanto, l conserva a unas por medios a
nosotros ocultos, y les infunde a cada momento nuevas fuerzas, y a otras da virtud para que se
multipliquen por generacin y no perezcan totalmente con la muerte. Igualmente adorn el cielo
y la tierra con una abundancia perfectsima, y con diversidad y hermosura de todo, como si fuera
un grande y magnfico palacio admirablemente amueblado. Y, finalmente, al crear al hombre,
dotndolo de tan maravillosa hermosura y de tales gracias, ha realizado una obra maestra, muy
superior en perfeccin al resto de la creacin del mundo. Mas, como no es mi intento hacer la
historia de la creacin del mundo, baste haber vuelto a tocar de paso estas cosas; pues es
preferible, como he advertido antes, que el que deseare instruirse ms ampliamente en esto, lea a
Moiss y a los dems que han escrito fiel y diligentemente la historia del mundo.
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excelente ha sido el artfice que ha dispuesto y ordenado tanta multitud de estrellas como hay en
el cielo, con un orden y concierto tan maravillosos que nada se puede imaginar ms hermoso y
precioso; que ha asignado a algunas - como las estrellas del firmamento - el lugar en que
permanezcan fijas, de suerte que en modo alguno se pueden mover de l; a otras - como los
planetas - les ha ordenado que vayan de un lado a otro, siempre que en su errar no pasen los
lmites que se les ha asignado; y de tal manera dirige el movimiento y curso de cada una de ellas,
que miden el tiempo, dividindolo en das, noches, meses, y aos y sus estaciones. E incluso la
desigualdad de los das la ha dispuesto con tal orden que no hay desconcierto alguno en ella. De
la misma manera, cuando consideramos su potencia al sostener tan enorme peso, al gobernar la
revolucin tan rpida de la mquina del orbe celeste, que se verifica en veinticuatro horas, y en
otras cosas semejantes. Estos pocos ejemplos declaran suficientemente en qu consiste el conocer
las virtudes de Dios en la creacin del mundo. Pues si quisiramos tratar este asunto como se
merece, nunca acabaramos, segn ya he dicho; pues son tantos los milagros de su potencia,
tantas las muestras de su bondad, tantas las enseanzas de su sabidura, cuantas clases de
criaturas hay en el mundo; y an digo ms, cuantas son en nmero las cosas, ya grandes, ya
pequeas.
22. Dios ha creado todas las cosas por causa del hombre
Queda la segunda parte, que con mayor propiedad pertenece a la fe, y consiste en comprender
que Dios ha ordenado todas las cosas para nuestro provecho y salvacin; y tambin para que
contemplemos su potencia y su gracia en nosotros mismos y en los beneficios que nos ha hecho,
y de este modo movernos a confiar en l, a invocarle, alabarle y amarle. Y que ha creado todas
las cosas por causa del hombre, el mismo Seor lo ha demostrado por el orden con que las ha
creado, segn queda ya notado. Pues no sin causa dividi la creacin de las cosas en seis das
(Gn. 1, 3 l), bien que no le hubiera sido ms difcil hacerlo todo en un momento, que proceder
como lo hizo. Mas quiso con ello mostrar su providencia y el cuidado de padre que tiene con
nosotros, de modo que, antes de crear al hombre, le prepar cuanto haba de serle til y
provechoso. Cunta, pues, sera nuestra ingratitud, si nos atreviramos a dudar de que este tan
excelente Padre tiene cuidado de nosotros, cuando vemos que antes de que nacisemos estaba
solcito y cuidadoso de proveernos de lo que era necesario! Qu impiedad mostrar desconfianza,
temiendo que nos faltase su benignidad en la necesidad, cuando vemos que fa ha derramado con
tanta abundancia aun antes de que viniramos al mundo! Adems, por boca de Moiss sabemos
que todas las criaturas del mundo estn sometidas a nosotros por su liberalidad (Gn. 1,28; 9,2).
Ciertamente, no ha obrado as para burlarse de nosotros con un vano ttulo de donacin que de
nada valiese. Por tanto, no hay que temer que nos pueda faltar algo de cuanto conviene para
nuestra salvacin.
Finalmente, para concluir en pocas palabras, siempre que nombramos a Dios creador del cielo y
de la tierra, nos debe tambin venir a la memoria que cuantas cosas cre las tiene en su mano, y
las dispone como le place, y que nosotros somos sus hijos, a los cuales l ha tomado a su cargo
para mantenerlos y gobernarlos; para que esperemos de l solo todo bien, y confiemos
plenamente en que nunca permitir que nos falten las cosas necesarias a nuestra salvacin, y as
nuestra esperanza no dependa de otro; y que cuanto deseremos, lo pidamos a l; y que
reconozcamos que cualquier bien que tuviremos, El nos lo ha concedido y as lo confesemos
agradecidos; y que, atrados con la suma suavidad de su bondad y liberalidad, procuremos amarlo
99
y servirle con todo nuestro corazn.
***
CAPTULO XV
CMO ERA EL HOMBRE AL SER CREADO
LAS FACULTADES DEL ALMA, LA IMAGEN DE DIOS, EL LIBRE ALBEDRO Y LA
PRIMERA INTEGRIDAD DE LA NATURALEZA
100
que con justo ttulo podra gloriarse Adn de la generosidad de su creador.
101
que hizo en el cuerpo. Evidentemente, estos y otros lugares semejantes, que a cada paso se
ofrecen, no solamente distinguen claramente el alma del cuerpo, sino que, al atribuir el nombre
de hombre al alma, indican que ella es la parte principal. Y cuando san Pablo exhorta a los fieles
a que se limpien de toda contaminacin de carne y de espritu (2 Cor. 7, 1) pone dos partes en las
que residen las manchas del pecado. Tambin san Pedro, cuando llama a Cristo Pastor y Obispo
de las almas (I Pe. 2,25), hubiera hablado en vano, si no hubiera almas de las que pudiera ser
Pastor y Obispo, ni sera verdad lo que dice de la salvacin eterna de las almas (1 Pe. 1, 9). E
igualmente cuando nos manda purificar nuestras almas, y dice que nuestros deseos carnales
batallan contra el alma (1Pe. 2, 11). Y lo que se dice en la epstola a los Hebreos, que los pastores
velan para dar cuenta de nuestras almas (Heb. 13,17), no se podra decir si las almas no tuviesen
su propia esencia. Lo mismo prueba lo que dice san Pablo cuando invoca a Dios por testigo de su
alma (2 Cor. 1,23), pues no podra ser declarada culpable si no pudiese ser castigada. Todo lo
cual se ve mucho ms claramente por las palabras de Cristo, cuando manda que temamos a aquel
que despus de dar muerte al cuerpo tiene poder para enviar el alma al infierno (Mt. 10, 28; Le.
12, 5). Igualmente el autor de la epstola a los Hebreos, al decir que los hombres son nuestros
padres carnales, mas que Dios es Padre de los espritus (Heb. 12,9), no pudo probar ms
claramente la esencia del alma. Asimismo, si las almas, despus de haber sido libradas de la
crcel del cuerpo, no tuviesen existencia, no tendra sentido que Cristo presente al alma de
Lzaro gozando en el seno de Abraham, y, por el contrario, al alma del rico sometida a horribles
tormentos (Le. 16,22). Y san Pablo lo confirma diciendo que andamos peregrinando lejos de
Dios, todo el tiempo que habitamos en la carne, pero que gozaremos de su presencia al salir del
cuerpo (2Cor. 5,6.8). Y para no alargarme ms en una cosa tan clara, solamente aadir lo que
dice Lucas, a saber: que cuenta entre los errores de los saduceos el que no crean en la existencia
de los espritus ni de los ngeles (Hch. 23,8).
102
confunde la distincin entre el Hijo y el Espritu Santo, si el Espritu Santo llama al Hijo su
imagen. Querra tambin que me dijeran de qu manera Jesucristo, en la carne de que se revisti,
representa al Espritu Santo, y cules son las notas de esta representacin. Y como las palabras:
-Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra sernejanza" (Gn. 1, 26), se pueden
aplicar tambin al Hijo, se sigue que l mismo sera a su vez su propia imagen; lo cual carece
absolutamente de sentido. Adems, si se admite el error de Osiander, Adn no fue formado sino
conforme al dechado y patrn de Cristo en cuanto hombre; y de esta manera, la idea segn la cual
Adn fue formado sera Jesucristo en la humanidad que haba de tomar. Pero la Escritura ensea
que es muy distinto el significado de las palabras: Adn fue creado a imagen de Dios.
Ms aspecto de verdad tiene la sutileza de los que explican que Adn fue creado a imagen de
Dios porque fue conforme a Jesucristo, que es su imagen. Pero tampoco esta exposicin tiene
solidez.
Imagen y semejanza. Tambin existe una gran disputa en cuanto a los trminos imagen" y
semejanza", porque los expositores buscan alguna diferencia entre ambas palabras, cuando no
hay ninguna; sino que el nombre de "semejanza" es aadido como explicacin del trmino
"imagen".
Ante todo, sabemos que los hebreos tienen por costumbre repetir una misma cosa usando
diversas palabras. Y por lo que respecta a la realidad misma, no hay duda de que el hombre es
llamado imagen de Dios por ser semejante a l. As que claramente se ve que hacen el ridculo
los que andan filosofando muy sutilmente acerca de estos dos nombres, sea que atribuyan el
nombre de imagen" a la sustancia del alma y el de "semejanza" a las cualidades, sea que los
expliquen de otras maneras. Porque cuando Dios determin crear al hombre a imagen suya, como
esta palabra era algo oscura, la explic luego por el trmino de semejanza; como si dijera que
haca al hombre, en el cual se representara a s mismo, como en una imagen por las notas de
semejanza que imprimira en l. Por esto Moiss, repitiendo lo mismo un poco ms abajo, pone
dos veces el trmino "imagen", sin mencionar el de "semejanza".
Otra objecin de Osiander. Y carece de fundamento lo que objeta Osiander, que no se llama
imagen de Dios a una parte del hombre, ni al alma con sus cualidades, sino a todo Adn, al cual
se le puso el nombre de la tierra con que fue formado. Toda persona sensata se reir de esto.
Porque, cuando todo el hombre es llamado mortal, no por eso el alma est sujeta a la muerte; ni
cuando se dice que es animal racional, pertenece por ello la razn al cuerpo. Por tanto, aunque el
alma no sea todo el hombre, no hay duda de que se le llama imagen de Dios respecto al alma. No
obstante, mantengo el principio que hace poco expuse: que la imagen de Dios se extiende a toda
la dignidad por la que el hombre supera a las dems especias de animales. Y as con este nombre
se indica la integridad de que Adn estuvo adornado cuando gozaba de rectitud de espritu,
cuando sus afectos y todos sus sentidos estaban regulados por la razn, y cuando representaba de
veras con sus gracias y dotes la excelencia de su Creador. Y aunque la sede y el lugar principal de
la imagen de Dios se haya colocado en el espritu y el corazn, en el alma y sus potencias, no
obstante, no hubo parte alguna, incluso en su mismo cuerpo, en la que no brillasen algunos
destellos.
Es cosa evidente que en cada una de las partes del mundo brillan determinadas muestras de la
gloria de Dios. De ah se puede deducir que cuando en el hombre es colocada la imagen de Dios,
tcitamente se sobreentiende una oposicin, por la cual se le ensalza sobre todas las criaturas, y
103
por la que se le separa de ellas. Sin embargo, no hay que creer que los ngeles no han sido
creados a semejanza de Dios, pues toda nuestra perfeccin, como dice Cristo, consistir en ser
semejantes a ellos (Mt. 22,30). Pero no en vano Moiss, al atribuir de modo particular este ttulo
tan magnfico a los hombres, ensalz la gracia de Dios para con nosotros; sobre todo teniendo en
cuenta que los compara solamente con las criaturas visibles.
104
es una perfecta excelencia de la naturaleza humana, que resplandeci en Adn antes de que
cayese, y luego fue de tal manera desfigurada y casi deshecha que no qued de semejante ruina
nada que no fuese confuso, roto e infectado, ahora esta imagen se ve en cierta manera en los
escogidos, en cuanto son regenerados por el espritu de Dios; aunque su pleno fulgor lo lograr
en el cielo.
Ms a fin de que sepamos cules son sus partes, es necesario tratar de las potencias del alma.
Porque la consideracin de san Agustn, de que el alma es un espejo de la Trinidad porque en ella
residen el entendimiento, la voluntad y la memoria, no ofrece gran consistencia. Ni tampoco es
muy probable la opinin de los que ponen la semejanza de Dios en el mando y seoro que se le
dio al hombre; como si solamente se representase a Dios por haber sido constituido seor y
habrsele dado la posesin de todas las criaturas, cuando precisamente se debe buscar en el
hombre, y no fuera de l, puesto que es un bien interno del alma.
105
de sus palabras que el hombre no ha sido semejante a Dios en la infusin de la sustancia, sino en
la gracia y virtud del Espritu Santo; pues dice que "mirando la gloria de Dios ... somos
trasformados... en la misma imagen, como por el Espritu del Seor" (2 Cor. 3,18), el cual de tal
manera obra en nosotros, que no nos hace consustanciales con Dios; ni participantes de la
naturaleza divina.
106
no solamente proporciona gran satisfaccin saberlo, sino que adems es til, y ellos lo han
tratado muy bien; ni me opongo a los que desean saber lo que los filsofos escribieron.
Admito, en primer lugar, los cinco sentidos, que Platn prefiere llamar rganos o instrumentos,
con los cuales todos los objetos percibidos por cada uno de ellos en particular se depositan en el
sentido comn como en un receptculo.
Despus de los sentidos viene la imaginacin, que discierne lo que el sentido comn ha
aprehendido. Sigue luego la razn, cuyo oficio es juzgar de todo.
Finalmente, admito, sobre la razn, la inteligencia, la cual contempla con una mirada reposada
todas las cosas que la razn revuelve discurriendo.
Admito tambin, que a estas tres potencias intelectuales del alma corresponden otras tres
apetitivas, que son: la voluntad, cuyo oficio es apetecer lo que el entendimiento y la razn le
proponen; la potencia irascible, o clera, que sigue lo que la razn y la fantasa le proponen; y la
potencia concupiscible, o concupiscencia, que aprehende lo que la fantasa y el sentido le ponen
delante'.
Aunque todo esto sea verdad, o al menos verosmil, mi parecer es que no debemos detenernos en
ello, pues temo que su oscuridad, en vez de ayudarnos nos sirva de estorbo. Si alguno prefiere
distinguir las potencias de otra manera, una apetitiva, que aunque no sea capaz de razonar obe-
dezca a la razn si hay quien la dirija, y otra intelectiva, capaz por s misma de razonar, no me
opondr mayormente a ello. Tampoco quisiera oponerme a lo que dice Aristteles, que hay tres
principios de los que proceden todas las acciones humanas, a saber: el sentido, el entendimiento y
el apetito.
107
108
albedro en el hombre perdido y hundido en una muerte espiritual, corrigiendo la doctrina de la
Palabra de Dios con las enseanzas de los filsofos, stos van por completo fuera de camino y no
estn ni en el cielo ni en la tierra, como ms por extenso se ver en su lugar.
De momento retengamos que Adn, al ser creado por primera vez, era muy distinto de lo que es
su descendencia, la cual, procediendo de Adn ya corrompido, trae de l, corno por herencia, un
contagio hereditario. Pues antes, cada una de las facultades del alma se adaptaba muy bien; el
entendimiento estaba sano e ntegro, y la voluntad era libre para escoger el bien. Y si alguno
objeta a esto que estaba puesta en un resbaladero, porque su facultad y poder eran muy dbiles,
109
su providencia, no podremos entender qu quiere decir que Dios es Creador, por ms que nos
parezca comprenderlo con la inteligencia y lo confesemos de palabra. El pensamiento natural,
despus de considerar en la creacin la potencia de Dios, se para all; y cuando ms penetra,
no pasa de considerar y advertir la sabidura, potencia y bondad del Creador, que se muestran
a la vista en la obra del mundo, aunque no queramos verlo; despus concibe una especie de
operacin general en Dios para conservarlo y mantenerlo todo en pie, y de la cual depende la
fuerza del movimiento; finalmente, piensa que la fuerza que Dios les dio al principio en su
creacin primera basta para conservar todas las cosas en su ser.
110
adversos, la razn carnal los atribuye a la fortuna. Pero cualquiera que haya aprendido por boca
de Cristo que todos los cabellos de nuestra cabeza estn contados (Mt. 10,30), buscar la causa
mucho ms lejos y admitir como cierto que todo cuanto acontece est dispuesto as por secreto
designio de Dios.
En cuanto a las cosas inanimadas debemos tener por seguro que, aunque Dios ha sealado a cada
una de ellas su propiedad, no obstante ninguna puede producir efecto alguno, ms que en cuanto
son dirigidas por la mano de Dios. No son, pues, sino instrumentos, por los cuales Dios hace fluir
de continuo tanta eficacia cuanta tiene a bien, y conforme a su voluntad las cambia para que
hagan lo que a l le place.
El Sol no es sino un medio al servicio de la providencia. No hay entre todas las criaturas
virtud ms noble y admirable que la del Sol. Porque, adems de alumbrar con su claridad a todo
el mundo, cul no es su poder al sustentar y hacer crecer con su calor a todos los animales, al
infundir con sus rayos fertilidad a la tierra, calentando las semillas en ella arrojadas, y luego
hacerla reverdecer con hermossimas hierbas, las cuales hace l crecer, dndoles cada da nueva
sustancia hasta que lleguen a echar tallos; y que las sustente con un perpetuo vapor hasta que
echen flor, y ye ya flor,fasou fr foumos fl fualqfrn c cue las l poces,
ar zomaro
c zod cas
111
su consejo (Sal. 115,3). Porque cuando se dice en el salmo que hace todo cuanto quiere, se da a
entender una cierta y deliberada voluntad. Pues sera muy infundado querer interpretar las
palabras del profeta segn la doctrina de los filsofos, que Dios es el primer agente, porque es
principio y causa de todo movimiento. En lugar de esto es un consuelo para los fieles en sus
adversidades saber que nada padecen que no sea por orden y mandato de Dios, porque estn bajo
su mano. Y si el gobierno de Dios se extiende de esta manera a todas sus obras, ser pueril
cavilacin encerrarlo y limitarlo a influir en el curso de la naturaleza. Evidentemente, cuantos
limitan la providencia de Dios en tan estrechos lmites, como si dejase que las criaturas sigan el
curso ordinario de su naturaleza, roban a Dios su gloria, y se privan de una doctrina muy til,
pues no habra nada ms desventurado que el hombre, si estuviese sujeto a todos los
movimientos del cielo, el aire, la tierra y el agua. Adase a esto que as se menoscaba
indignamente la singular bondad que Dios tiene para cada uno. Exclama David que los nios que
an estn pendientes de los pechos de sus madres son harto elocuentes para predicar la gloria de
Dios (Sal. 8,2), porque apenas salen del seno de la madre encuentran su alimento dispuesto por la
providencia divina. Esto es verdad en general; pero es necesario contemplar y comprender lo que
la misma experiencia nos ensea: que unas madres tienen los pechos llenos, y otras los tienen
secos, segn que a Dios le agrade alimentar a uno ms abundantemente y al otro con ayor
escasez.
Los que atribuyen a Dios el justo loor de ser todopoderoso, sacan con ello doble provech5S6V"6Po?V5
primero, que l tiene hartas riquezas para hacer bi
112
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que muchas cosas se hacen con un cuidado particular; pero se engaan al restringirlo a algunas
cosas determinadas. Por lo cual es necesario que probemos que Dios de tal manera se cuida de
regir y disponer cuanto sucede en el mundo, y que todo ello procede de lo que l ha determinado
en su consejo, que nada ocurre al acaso o por azar.
114
116
bendicin de Dios, y toda calamidad y adversidad es maldicin suya, no queda lugar alguno a la
fortuna y al acaso en todo cuanto acontece a los hombres.
El testimonio de san Agustn. Debe tambin excitarnos lo que dice san Agustn. "Me
desagrada," dice, "en los libros que escrib contra los acadmicos, haber nombrado tantas veces a
la fortuna, aunque no me refera con ese nombra a diosa alguna, sino al casual acontecer exterior
117
CAPTULO XVII
DETERMINACIN DEL FIN DE ESTA DOCTRINA PARA QUE
PODAMOS APROVECHARNOS BIEN DE ELLA
119
121
122
consejo de los jvenes, de tal forma que por su locura fue despojado de su reino (1 Re. 12,10.15).
Otras veces, dndoles entendimiento para ver y entender lo que les conviene, de tal manera los
amedrenta y desanima, que no se atreven en modo alguno a hacer lo que han pensado. En fin,
otras veces, despus de haberles permitido intentar
125
En resumen, cuando seamos injuriados injustamente por los hombres, no tengamos en cuenta su
malicia - lo cual no conseguira ms que exasperar nuestro dolor y provocarnos a mayor
venganza -, sino acordmonos de poner nuestros ojos en Dios, y aprendamos a tener por cierto
que todo cuanto nuestros enemigos intentan contra nosotros ha sido permitido y aun ordenado
por justa disposicin de Dios.
San Pablo, queriendo reprimir en nosotros la tendencia a devolver mal por mal, nos avisa
prudentemente de que no luchamos contra carne ni sangre, sino contra un enemigo espiritual, que
es el Diablo (Ef. 6,12), a fin de que nos preparemos para la lucha. Pero esta admonicin de que
Dios es quien arma tanto al Diablo como a todos los dems impos, y que preside como juez que
ha de dar el premio al victorioso para ejercitar nuestra paciencia, es, utilsima para aplacar el
mpetu de nuestra ira.
Ms si las adversidades y miserias que padecemos nos vienen por otro medio distinto de los
hombres, acordmonos de lo que ensea la Ley: que toda prosperidad proviene de la bendicin
de Dios, y que todas las adversidades son otras tantas maldiciones suyas (Dt.28). Y llnenos de
terror aquella horrible amenaza: "Si anduviereis conmigo en oposicin, yo tambin proceder en
contra de vosotros" (Lv.26, 23-24). Palabras con las que se pone de relieve nuestra necedad;
porque nosotros segn nuestro sentir carnal tenemos por cosa fortuita y sucedida al acaso todo
cuanto acontece, sea bueno o malo, y no nos conmovemos con los beneficios que Dios nos hace,
para servirle, ni tampoco nos sentimos incitados a arrepentirnos con sus castigos. Por esta misma
razn Jeremas y Ams reprendan tan speramente a los judos, pues stos pensaban que ni el
mal ni el bien provenan de la mano de Dios (Lam. 3,38; Am. 3,6). Viene a propsito lo que dice
Isaas: "Yo Jehov, y ninguno ms que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y
creo la adversidad. Yo Jehov soy el que hago todo esto" (Isa.45,6-7).
126
127
al granizo, las heladas, la sequa y las tormentas de toda clase, nos anuncian esterilidad y, por
consiguiente, hambre. Y omito los venenos, las asechanzas, los latrocinios y las violencias, de las
cuales algunas, aun estando en casa, andan tras nosotros, y otras nos siguen a dondequiera que
vamos. Entre tales angustias, no ha de sentirse el hombre miserable?; pues aun en vida, apenas
vive, porque anda como si llevase de continuo un cuchillo a la garganta.
Quizs alguno me diga que estas cosas acontecgn de vez n uando y muy raramente, y no a
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o la impotencia. Porque si nadie por su voluntad y a sabiendas se pone en la necesidad de
arrepentirse, no podemos atribuir a Dios el arrepentimiento, a no ser que digamos que ignoraba lo
que haba de venir, que no lo pudo evitar, o que se precipit en su consejo y ha dado
inconsideradamente una sentencia de la cual luego ha de arrepentirse. Mas esto est tan lejos de
ser propio del Espritu Santo, que en la simple mencin de arrepentimiento" niega que Dios
pueda arrepentirse, puesto que no es un hombre. Y hemos de notar que en el mismo captulo, de
tal
130
condicin alguna, sin embargo, como se ve por el fin y el resultado, contienen una condicin
tcita. Porque, con qu fin envi Dios a Jons a los ninivitas para que les anunciase la
destruccin de la ciudad? Con qu fin anuncia por el profeta Isaas la muerte a Ezequas? Muy
bien hubiera podido destruir a los mismos sin hacrselo saber. Por tanto, su intento no fue sino
hacerles saber de antemano su muerte, para que de lejos la viesen venir. Y es que l no quiso
que pereciesen, sino que se arrepintiesen para no perecer. As pues, el que Jons profetice que
Nnive haba de ser destruida pasados cuarenta das, era solamente para que no fuese destruida.
El que a Ezequas se le quite la esperanza de vivir ms tiempo se hace para que logre ms larga
vida. Quin no ve entonces que el Seor ha querido con estas amenazas provocar a
arrepentimiento a aquellos que amenazaba, para que evitasen el castigo que por sus pecados
haban merecido?
Si esto es as, la misma naturaleza de las cosas nos lleva a sobre entender en la simple
enunciacin una condicin tcita. Lo cual se confirma con otros ejemplos semejantes. Cuando el
Seor reprendi al rey Abimelec por haber quitado la mujer a Abraham, habla de esta manera:
He eS"Pq?V5SIVE5Pu?V5SIVE5P?E66VE(P,?V"I6VVSP ?E3V6IJPm?J6JIE5Pu?V5SIVE5
131
Porque el pensamiento carnal no puede comprender cmo es posible que obrando Dios por
medio de ellos no se le pegue algo de su inmundicia; ms an, cmo en una obra en la que l y
ellos toman parte juntamente, puede l quedar limpio de toda culpa, y a la vez castigar con
justicia a los que le han servido en aquella obra. Y sta es la razn de haber establecido la distin-
cin entre hacer y permitir, pues a muchos pareca un nudo indisoluble el que Satans y los
dems impos estn bajo la mano y la autoridad de Dios de tal manera que l encamina la malicia
de ellos al fin que se propone, y que se sirva de sus pecados y abominaciones para llevar a cabo
Sus designios.
Con todo, se podra excusar la modestia de los que se escandalizan ante la apariencia del
absurdo, si no fuese porque intentan vanamente mantener la justicia de Dios con falsas excusas y
so color de mentira contra toda sospecha. Les parece que es del todo absurdo que el hombre, por
voluntad y mandato de Dios sea cegado, para ser luego castigado por su ceguera. Por ello, usan
del subterfugio de decir que ello sucede, no porque Dios lo quiera, sino solamente porque lo
permite. Pero es Dios mismo quien al declarar abiertamente que l es quien lo hace, rechaza y
condena tal subterfugio.
Que los hombres no hacen cosa alguna sin que tcitamente les d Dios licencia, y que nada
pueden deliberar, sino lo que l de antemano ha determinado en s mismo, y lo que ha ordenado
en su secreto consejo, se prueba con infinitos y evidentes testimonios. Es cosa certsima que lo
que hemos citado del salmo: que Dios hace todo cuanto quiere (Sal. 115,3), se extiende a todo
cuanto hacen los hombres. Si Dios es, como dice el Salmista, el que ordena la paz y la guerra, y
esto sin excepcin alguna, quin se atrever a decir que los hombres pelean los unos, contra los
otros temeraria y confusamente sin que Dios sepa cosa alguna, o si lo sabe, permaneciendo mano
sobre mano, segn suele decirse? Pero esto se ver ms claro con ejemplos particulares.
Por el capitulo primero del libro de Job sabemos cmo Satans se presenta delante de Dios para
or lo que l le mandare, lo mismo que el resto de los ngeles que voluntariamente le sirven; pero
l hace esto con un fin y propsito muy distinto de los dems. Mas, sea como fuere, esto
demuestra que no puede intentar cosa alguna sin con
132
los impos no han hecho sino lo que la mano y el consejo de Dios haban determinado, como ya
san Pedro lo haba demostrado, que Jesucristo haba sido entregado a la muerte por el deliberado
consejo y la presciencia de Dios (Hch. 4,28; 2,23); como si dijese: Dios - al cual ninguna cosa
est encubierta -, a sabiendas y voluntariamente haba determinado lo que los judos ejecutaron.
133
alabados como hombres modestos, qu se puede imaginar de ms arrogante y soberbio que
oJou;5S (E3IISPb SEJYr
135
6,16).
Por tanto, todos los hombres piadosos y modestos han de aceptar la sentencia de san Agustn: que
algunas veces con buena voluntad el hombre quiere lo que Dios no quiere; como cuando un hijo
desea que viva su padre, mientras Dios quiere que muera'. Y al contrario, puede que un hombre
quiera con mala voluntad lo que Dios quiere con buena intencin; como si un mal hijo quisiera
que su padre muriese, y Dios quisiera tambinsmo.
lo mvidentemente el primer hijo quiraPeE6JI"SP ?"VS(V3Poi
queedei P ?(
136
sin embargo, sabemos que Dios lo haba hecho ungir con este propsito. Y parece que hay cierta
contradiccin con las palabras de Oseas, pues en un lugar dice que Jeroboam fue erigido rey sin
que Dios lo supiese ni quisiese; y en otro lugar, dice que Dios le ha constituido rey en su furor"
(Os. 8,4; 13,11). Cmo concordar estas dos cosas: que Jeroboam no fue constituido rey por
Dios, y que el mismo Dios le constituy rey? La solucin es que el pueblo no se pudo apartar de
la casa de David sin sacudir el yugo que Dios le haba impuesto; y sin embargo, Dios no qued
privado de libertad para castigar de esa manera la ingratitud de Salomn. Vemos, pues, cmo,
Dios sin querer la deslealtad, ha querido justamente por otro fin una revuelta. Por ello Jeroboam
se ve empujado al reino sin esperarlo, por la uncin del profeta. Por esta razn dice la historia
sagrada que Dios suscit un enemigo que despojase al hijo de Salomn de una parte de su reino
(1 Re. 11, 23). Considere muy bien el lector estas dos cosas, a saber: que habiendo deseado Dios
que todo su pueblo fuese gobernado por la mano de un solo rey, al dividirse en dos partes, esto se
hizo contra su voluntad; y, sin embargo, el principio de tal disidencia procedi tambin de la
misma voluntad de Dios. Pues que el profeta, tanto de palabra como por la uncin sagrada,
incitase a Jeroboam a reinar sin que l tuviese tal intencin, evidentemente no sucedi sin que
Dios lo supiese, ni tampoco contra su voluntad, ya que l mismo habla mandado que as(EIPo?V5S(VV5 e pori
137
INSTITUCIN
DE LA
RELIGIN CRISTIANA
POR JUAN CALVINO
TRADUCIDA Y PUBLICADA POR CIPRIANO DE VALERA EN 1597
REEDITADA POR LUIS DE USOZ y RO EN 1858
CAPTULO PRIMERO
EL CONOCIMIENTO DE DIOS Y EL DE NOSOTROS
SE RELACIONAN ENTRE S.
MANERA EN QUE CONVIENEN MUTUAMENTE
1
perversidad y corrupcin propia, reconocemos que en ninguna otra parte, sino en Dos, hay
verdadera sabidura, firme virtud, perfecta abundancia de todos los bienes y pureza de justicia;
por lo cual, ciertamente nos vemos impulsados por nuestra miseria a considerar los tesoros que
hay en Dios. Y no podemos de veras tender a l, antes de comenzar a sentir descontento de
nosotros. Porque qu hombre hay que no sienta contento descansando en s mismo? Y quin
no descansa en s mientras no se conoce a s mismo, es decir, cuando est contento con los dones
que ve en s, ignorando su miseria y olvidndola? Por lo cual el conocimiento de nosotros
mismos, no solamente nos aguijonea para que busquemos a Dios, sino que nos lleva como de la
mano para que lo hallemos.
2
3
perseverado en su integridad. Porque, aunque ninguno en esta ruina y desolacin del linaje
humano sienta jams que Dios es su Padre o Salvador. o de alguna manera propicio, hasta que
Cristo hecho mediador para pacificarlo se ofrezca a nosotros, con todo, una cosa es sentir que
Dios, Creador nuestro, nos sustenta con su potencia, nos rige con su providencia, por su bondad
nos mantiene y contina hacindonos grandes beneficios, y otra muy diferente es abrazar la
gracia de la reconciliacin que en Cristo se nos propone y ofrece. Porque, como es conocido en
un principio simplemente como Creador, ya por la obra del mundo como por la doctrina general
de la Escritura, y despus de esto se nos muestra como Redentor en la persona de Jesucristo, de
4
4. El temor de Dios ha de ser voluntario y no servil
Hay tambin otro mal, y es que los hombres no hacen gran caso de Dios si no se ven forzados a
ello, ni se acercan a 1 ms que a la fuerza, y ni aun entonces le temen con temor voluntario,
nacido de reverencia a su divina Majestad, sino solamente con el temor servil y forzado que el
juicio de Dios, aunque les pese, causa en ellos; al cual temen porque de ninguna manera pueden
escapar del mismo. Y no solamente lo temen, sino que hasta lo abominan y detestan. Por lo cual
lo que dice Estacio, poeta pagano, le va muy bien a la impiedad, a saber: que el temor fue el
primero que hizo dioses en el mundo. Los que aborrecen la justicia de Dios, querran
sobremanera que el tribunal de Dios, levantado para castigar sus maldades, fuese destruido.
Llevados por este deseo luchan contra Dios, que no puede ser privado de su trono de Juez: no
obstante temen, porque comprenden que su irresistible potencia est para caer sobre ellos, y que
no la pueden alejar de s mismos ni escapar a ella. Y as para que no parezca que no hacen caso
en absoluto de Aqul cuya majestad los tiene cercados quieren cumplir con l con cierta
apariencia de religin. Mas con todo, entretanto no dejan de mancharse con todo gnero de vicios
ni de aadir y amontonar abominacin sobre abominacin, hasta violar totalmente la santa Ley
del Seor y echar por tierra toda su justicia: y no se detienen por este fingido temor de Dios, para
no seguir en sus pecados y, no vanagloriarse de s mismos, y, prefieren soltar las riendas de su
intemperancia carnal. a refrenarla con el freno del Espritu Santo. Pero como esto no es sino una
sombra vana y falaz de religin y apenas digna de ser llamada sombra, es bien fcil conocer
cunto la verdadera piedad, que Dios solamente inspira en el corazn de los creyentes, se
diferencia de este confuso conocimiento de Dios.
Sin embargo, los hipcritas quieren. con grandes rodeos, llegar a creer que estn cercanos a Dios,
del cual, no obstante, siempre huyen. Porque debiendo estar toda su vida en obediencia, casi en
todo cuanto hacen se le oponen sin escrpulo alguno, y slo procuran aplacarle con apariencia de
sacrificios: y en lugar de servirle con la santidad de su vida y la integridad de su corazn,
inventan no s qu frivolidades y, vacas ceremonias de ningn valor para obtener su gracia y
favor; y lo que es an peor, con ms desenfreno permanecen encenagados en su hediondez,
porque esperan que podrn satisfacer a Dios con sus vanas ofrendas; y encima de esto, en lugar
de poner su confianza en l, la ponen en s mismos o en las criaturas, no haciendo caso de L.
Finalmente se enredan en tal multitud de errores, que la oscuridad de su malicia ahoga y apaga
del todo aquellos destellos que relucan para hacerles ver la gloria de Dios. Sin embargo, queda
esta semilla, que de ninguna manera puede ser arrancada de raz, a saber: que hay un Dios. Pero
est tan corrompida, que no puede producir ms que frutos malsimos. Mas, aun as, se
demuestra lo que al presente pretendo probar: que naturalmente hay impreso en el corazn de los
hombres un cierto sentimiento de la Divinidad, puesto que la necesidad impulsa aun a los ms
abominables a confesarla. Mientras todo les sucede a su gusto, se gloran de burlarse de Dios y se
ufanan de sus discursos para rebajar su potencia. Ms si alguna desgracia cae sobre ellos, les
fuerza a buscar a Dios y les dicta y hace decir oraciones sin fuerza ni valor. Por lo cual se ve
claramente que no desconocen del todo a Dios sino que lo que deba haberse manifestado antes,
ha quedado encubierto por su malicia y rebelda.
***
10
CAPTULO V
ELPODER DE DIOS RESPLANDECE EN LA CREACIN DEL
NIUNDO Y EN EL CONTINUO GOBIERNO DEL MISNIO
11
no encontrar dificultad para ver tal arte y armona en las obras de Dios, que le haga admirar al
Creador de las mismas. Para investigar los movimientos de los planetas, para sealar su
posicin, para medir sus distancias, para notar sus propiedades. Es menester arte y pericia ms
exquisitas que las que comnmente tiene el vulgo; y con la inteligencia de estas cosas, tanto ms
se debe elevar nuestro entendimiento a considerar la gloria de Dios, cuanto ms abundantemente
se despliega su providencia. Mas, puesto que hasta los ms incultos y rudos, con la sola ayuda
de los ojos no pueden ignorar la excelencia de esta tan maravillosa obra de Dios, que por s
misma se manifiesta de tantas maneras y es en todo tan ordenada dentro de la variedad y ornato
del cielo, est claro que no hay ninguno a quien el Seor no haya manifestado suficientemente su
sabidura, Igualmente, considerar en detalle con la diligencia de Galeno', la composicin del
cuerpo humano, su conexin, proporcin, belleza y, uso, es en verdad propio de un ingenio sutil
y vivo. Pero, como todos reconocen, el cuerpo humano muestra una estructura tan ingeniosa y
singular que muy justamente su Artfice debe ser tenido como digno de toda admiracin.
12
reconocer estas notas y signos de la Divinidad, que, sin embargo, ocultan dentro de s mismos.
Ciertamente no es menester salir fuera de s a no ser que, atribuyndose lo que les es dado del
cielo, escondan bajo tierra lo que sirve de antorcha a su entendimiento para ver claramente a
Dios. Y, lo que es peor, aun hoy en da viven en el mundo muchos espritus monstruosos, que sin
vergenza alguna se esfuerzan por destruir toda semilla de la Divinidad derramada en la
naturaleza humana. Cun abominable, decidme, no es este desatino, pues encontrando el
hombre en su cuerpo y en su alma cien veces a Dios, so pretexto de la excelencia con que lo
adorn toma ocasin para decir que no hay Dios? Tales gentes no dirn que casualmente se
diferencian de los animales, pues en nombre de una Naturaleza a la cual hacen artfice autora de
todas las cosas, dejan a un lado a Dios. Ven un artificio maravilloso en todos sus miembros,
desde su cabeza hasta la punta de sus pies; en esto tambin instituyen la Naturaleza en lugar de
Dios. Sobre todo, los movimientos tan giles que ven en el alma, tan excelentes potencias, tan
singulares virtudes, dan a entender que hay una Divinidad que no permite fcilmente ser
relegada; mas los epicreos toman ocasin de ensalzarse como si fueran gigantes u hombres
salvajes, para hacer la guerra a Dios. Pues qu? Ser menester que para gobernar a un gusanillo
de cinco pies concurran y se junten todos los tesoros de la sabidura celestial, y que el resto del
mundo quede privado de tal privilegio? En cuanto a lo primero, decir que el alma est dotada de
rganos que responden a cada una de sus pudo esto vale tan poco para oscurecer la gloria de
Dios, que ms bien hace que se muestre ms. Que responda Epicuro, ya que se imagina que todo
se hace por el concurso de los tomos, que son un polvo menudo del que est lleno el aire todo,
qu concurso de tomos hace la coccin de la comida y de la bebida en el estmago y la digiere,
parte en sangre y parte en deshechos, y da tal arte a cada uno de los miembros para que hagan su
oficio y su deber, como si tantas almas cuantos miembros rigiesen de comn acuerdo al cuerpo?
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que Dios ha impreso en el hombre no se pueden de ningn modo borrar? Ahora bien, en qu
razn cabe que el hombre sea divino y no reconozca a su Creador? Ser posible que nosotros.
que no somos sino polvo y ceniza, distingamos con el juicio que nos ha sido dado entre lo bueno
y lo malo, y no haya en el cielo un juez que juzgue? Nosotros, aun durmiendo tendremos algo
de entendimiento, y no habr Dios que vele y se cuide de regir el mundo? Seremos tenidos por
inventores de tantas artes y tantas cosas tiles, y Dios, que es el que nos lo ha inspirado todo,
quedar privado de la alabanza que se le debe? Pues a simple vista vemos que todo cuanto
tenemos nos viene de otra parte y que uno recibe ms y otro menos.
Todo esto es para venir a parar a esta conclusin diablica; a saber: que el mundo creado para ser
una muestra y un dechado de la gloria de Dios, es creador de s mismo. Porque he aqu cmo el
mismo autor se expresa en otro lugar, siguiendo la opinin comn de los griegos y los latinos:
14
divino una parte en s, bebida celestial
beben (que llaman Dios) el cual universal
por todas partes va, extendido de continuo.
He aqu de qu vale para engendrar y mantener la piedad en el corazn de los hombres, aquella
fra y vana especulacin del alma universal que da el ser al mundo y lo mantiene. Lo cual se ve
ms claro por lo que dice el poeta Lucrecio, deducindolo de ese principio filosfico; todo
conduce a no hacer caso del Dios verdadero, que debe ser adorado y servido, e imaginarnos un
fantasma por Dios. Confieso que se puede decir muy bien (con tal de que quien lo diga tenga
temor de Dios) que Dios es Naturaleza. Pero porque esta manera de hablar es dura e impropia,
pues la Naturaleza es ms bien un orden que Dios ha establecido, es cosa malvada y perniciosa
en asuntos de tanta importancia, que se deben tratar con toda sobriedad, mezclar a Dios
confusamente con el curso inferior de las obras de sus manos.
15
refieren todas las alabanzas del poder de Dios, que la Naturaleza misma nos ensea, principal-
mente en el libro de Job y en el de Isaas, y que ahora deliberadamente no cito, por dejarlo para
otro lugar ms propio, cuando trate de la creacin del mundo, conforme a lo que de ella nos cuera
la Escritura. Aqu solamente he querido notar que ste es el camino por donde todos, as fieles
como infieles, deben buscar a Dios, a saber, siguiendo las huellas que, as arriba como abajo, nos
retratan a lo vivo su imagen. Adems, el poder de Dios nos sirve de gua para considerar su
eternidad. Porque es necesario que sea eterno y no tenga principio, sino que exista por s mismo,
Aquel que es origen y principio de todas las cosas. Y si se pregunta qu causa le movi a crear
todas las cosas al principio y ahora le mueve a conservarlas en su ser, no se podr dar otra sino su
sola bondad, la cual por s sola debe bastarnos para mover nuestros corazones a que lo amemos,
pues no hay criatura alguna, como dice el Profeta (Sal. 145,9), sobre la cual su misericordia no se
haya derramado.
8. La justicia de Dios
Tambin en la segunda clase de las obras de Dios, a saber, las que suelen acontecer fuera del
curso comn de la naturaleza, se muestran tan claros y evidentes los testimonios del poder de
Dios, como los que hemos citado. Porque en la administracin y gobierno del gnero humano de
tal manera ordena su providencia, que mostrndose de infinitas maneras munfico y liberal para
con todos, sin embargo, no deja de dar claros y cotidianos testimonios de su clemencia a los
piadosos y de su severidad a los impos y rprobos. Porque los castigos y venganzas que ejecuta
contra los malhechores, no son ocultos sino bien manifiestos, como tambin se muestra bien
claramente protector y defensor de la inocencia, haciendo con su bendicin prosperar a los
buenos, socorrindolos en sus necesidades, mitigando sus dolores, alivindolos en sus
calamidades y proveyndoles de todo cuanto necesitan. Y no debe oscurecer el modo invariable
de su justicia el que l permita algunas veces que los malhechores y delincuentes vivan a su
gusto y sin castigo por algn tiempo, y que los buenos, que ningn mal han hecho, sean afligidos
con muchas adversidades, y hasta oprimidos por el atrevimiento de los impos; antes al contrario,
debemos pensar que cuando l castiga alguna maldad con alguna muestra evidente de su ira, es
seal de que aborrece toda suerte de maldades; y que, cuando deja pasar sin castigo muchas de
ellas, es seal de que habr algn da un juicio para el cual estn reservadas. Igualmente, qu
materia nos da para considerar su misericordia, cuando muchas veces no deja de otorgar su
misericordia por tanto tiempo a unos pobres y miserables pecadores, hasta que venciendo su
maldad con Su dulzura y blandura ms que paternal los atrae a si!
9. La providencia de Dios
Por esta misma razn, el Profeta cuenta cmo Dios socorre de repente y de manera admirable y
contra toda esperanza a aquellos que ya son tenidos casi por desahuciados: sea que, perdidos en
montes o desiertos, los defienda de las fieras y los vuelva al camino, sea que d de comer a
necesitados o hambrientos, o que libre a los cautivos que estaban encerrados con cadenas en
profundas y oscuras mazmorras, o que traiga a puerto, sanos y salvos, a los que han padecido
grandes tormentas en el mar, o que sane de sus enfermedades a los que estaban ya rnedio
muertos; sea que abrase de calor y sequa las tierras o que las vuelva frtiles con una secreta
humedad, o que eleve en dignidad a los ms humildes del pueblo, o que abata a los ms altos y
16
estimados. El Profeta, despus de haber considerado todos esos ejemplos concluye que los
acontecimientos y casos que comnmente llamamos fortuitos, son otros tantos testimonios de la
providencia de Dios, y sobre todo de una clemencia paternal; y que con ellos se da a los piadosos
motivo de alegrarse, y a los impos y rprobos se les tapa la boca. Pero, porque la mayor parte de
los hombres, encenagada en sus errores, no ve nada en un escenario tan bello. el Profeta exclama
que es una sabidura muy rara y, singular considerar como conviene estas obras de Dios. Porque
vemos que los que son tenidos por hombres de muy agudo entendimiento, cuando las consideran,
no hacen nada. Y ciertamente por mucho que se muestre la gloria de Dios apenas se hallar de
ciento uno que de veras la considere y la mire. Lo mismo podemos decir de su poder y sabidura,
que tampoco estn escondidas en tinieblas. Porque su poder se muestra admirablemente cada vez
que el orgullo de los impos, el cual, conforme a lo que piensan de ordinario es invencible, queda
en un momento deshecho, su arrogancia abatida, sus fortsimos castillos demolidos, sus espadas
y dardos hechos pedazos, sus fuerzas rotas, todo cuanto maquinan destruido, su atrevimiento que
suba hasta el mismo cielo confundido en lo ms profundo de la tierra; y lo contrario, cuando los
humildes son elevados desde el polvo, los necesitados del estircol (Sal. 113,7). cuando los opri-
midos y afligidos son librados de sus grandes angustias, los que ya se daban por perdidos
elevados de nuevo, los infelices sin armas, no aguerridos y pocos en nmero, vencen In embargo
a sus enemigos bien pertrechados y numerosos.
En cuanto a su sabidura, bien claro se encomia puesto que a su tiempo y sazn dispensa todas las
cosas, confunde toda la sutileza del mundo (1Cor. 3, 19), coge a los astutos en su propia astucia:
y finalmente ordena todas las cosas conforme al mejor orden posible.
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nuestra bajeza y su grandeza, es menester que pongamos los ojos en sus obras, para recrearnos
con su bondad.
18
sentimiento de Dios, al momento nos volvemos a los desatinos y desvaros de la carne y
corrompemos con nuestra propia vanidad la pura y autntica verdad de Dios. En esto no
convenimos: en que cada cual por su parte se entregue a sus errores y vicios particulares; en
cambio, somos muy semejantes y nos parecemos en que todos, desde el mayor al ms pequeo,
apartndonos de Dios nos entregamos a monstruosos desatinos. Por esta enfermedad, no slo la
gente inculta se ve afectada, sino tambin los muy excelentes y maravillosos ingenios. Cun
grandes han sido el desatino y desvaro que han mostrado en esta cuestin cuantos filsofos ha
habido! Porque, aunque no hagamos mencin de la mayor parte de los filsofos que
notablemente erraron, qu diremos de un Platn, el cual fue ms religioso entre todos ellos y
ms sobrio, y sin embargo tambin err con su esfera, haciendo de ella su idea primera? Y qu
habr de acontecer a los otros, cuando los principales, que debieran ser luz para los dems, se
equivocaron gravemente? As mismo, cuando el rgimen de las cosas humanas claramente da
testimonios de la providencia de Dios, de tal suerte que no se puede negar, los hombres sin
embargo no se aprovechan de ello ms que si se dijera que la Fortuna lo dispone todo sin orden
ni concierto alguno: tanta es nuestra natural inclinacin al error. Estoy hablando de los ms
famosos en ciencia y virtud, y no de los desvergonzados que tanto hablaron para profanar la
verdad de Dios. De aqu sali aquella infinidad de errores que llen y cubri todo el mundo;
porque el espritu de cada uno es como un laberinto, de modo que no hay por qu maravillarse, si
cada pueblo ha cado en un desatino: y no solo esto, sino que casi cada hombre se ha inventado
su Dios.
19
pretendan, la gente sencilla y no al tanto de ello se engaara a primera vista, porque nunca nadie
ha inventado algo que no fuera para corromper la religin. Esta misma diversidad tan confusa,
aument el atrevimiento de los epicreos y dems ateos y menospreciadores de la religin para
arrojar de s todo sentimiento de Dios. Pues viendo que los ms sabios y prudentes tenan entre s
grandes diferencias, y haba entre ellos opiniones contrarias, no dudaron, dando por pretexto la
discordia de los otros o bien la vana y absurda opinin de cada uno de ellos, en concluir que los
hombres buscaban vanamente con qu atormentarse y afligirse investigando si hay Dios, pues no
hay ninguno. Pensaron que lcitamente podran hacer esto, porque era mejor negar en redondo y
en pocas palabras que hay Dios, que fingir dioses inciertos y desconocidos, y por ello suscitar
contiendas sin fin. Es verdad que estos tales razonan sin razn ni juicio; o por mejor decir,
abusan de la ignorancia de los hombres, como de una capa, para cubrir su impiedad; pues de
ninguna manera nos es lcito rebajar la gloria de Dios, por ms neciamente que hablemos. Pero
siendo as que todos confiesan que no hay cosa en que, as doctos como ignorantes, estn tan en
desacuerdo, de aqu se deduce que el entendimiento humano respecto a los secretos de Dios es
muy corto y ciego, pues cada uno yerra tan crasamente al buscar a Dios. Suelen algunos alabar la
respuesta de cierto poeta pagano llamado Simnides, el cual, preguntado por Hiern, tirano de
Sicilia, qu era Dios, pidi un da de trmino para pensar la respuesta; al da siguiente, como le
preguntase de nuevo, pidi dos das ms; y cada vez que se cumpla el tiempo sealado, volva a
pedir el doble de tiempo. Al fin respondi: "Cuanto ms considero lo que es Dios, mayor
hondura y dificultad descubro". Supongamos que Simnides haya obrado muy prudentemente al
suspender su parecer en una cuestin de la que no entenda; mas por aqu se ve que si los
hombres solamente fuesen enseados por la Naturaleza, no sabran ninguna cosa cierta, segura y
claramente, sino que nicamente estaran ligados a este confuso principio de adorar al Dios que
no conocan.
20
evidentes, con todo nunca ha habido religin un pura y pudra fundada solamente por el sentido
comn de los hombres, pues aunque algunos, muy pocos, no desatinaron tanto como el vulgo,
con todo, es verdad la sentencia del Apstol (1 Cor. 2,8) Ninguno de los prncipes de este siglo
conoci la sabidura de Dios". Pues, si los ms excelentes y de ms sutil y vivo juicio se han
perdido de tal manera en las tinieblas, qu podremos decir de la gente vulgar, que respecto a
otros son la hez de la tierra? Por lo cual, no es de maravillar que el Espritu Santo repudie y
deseche cualquier manera de servir a Dios inventada por los hombres como bastarda e legtima;
pues toda opinin que los hombres han fabricado en su entendimiento respecto a los misterios de
Dios, aunque no traiga siempre consigo una infinidad de errores, no deja de ser la madre de los
errores. Porque dado el caso de que no suceda otra cosa peor, ya es un vicio grave adorar al azar a
un Dios desconocido: por lo cual son condenados por boca de Cristo cuando no son enseados
por la Ley a qu Dios hay que adorar (Jn. 4,22). Y de hecho, los ms sabios gobernadores del
mundo que han establecido leyes nunca pasaron ms all de tener una religin admitida por
pblico consentimiento del pueblo. Jenofonte cuenta tambin como Scrates, filsofo
famossimo, alaba la respuesta que dio Apolo, en la cual manda que cada uno sirva a su dios
conforme al uso y manera de sus predecesores, y segn la costumbre de la tierra en que naci. Y
de dnde, pregunto yo, vendr a los mortales la autoridad de definir y determinar conforme a su
albedro y parecer una cosa que trasciende y excede a todo el mundo? 0 bien, quin podra estar
tranquilo sobre lo ordenado por los antiguos para admitir sin dudar y sin ningn escrpulo de
conciencia el Dios que le ha sido dado por los hombres? Antes se aferrar cada uno a su parecer,
que sujetarse a la voluntad de otro. As que, por ser un nudo muy flojo y sin valor para
mantenernos en la religin y servir a Dios, el seguir la costumbre o lo que nuestros antepasados
hicieron, no queda sino que el mismo Dios desde el cielo d testimonio de s mismo.
16. Los destellos del conocimiento que podemos tener de Dios. solo sirven para hacernos
inexcusables
Veis, pues, cmo tantas lmparas encendidas en el edificio del mundo nos alumbran en vano para
hacernos ver la gloria del Creador, pues de tal suerte nos alumbran, que de ninguna manera
pueden por s sedas llevarnos al recto camino. Es verdad que despiden ciertos destellos; pero
perecen antes de dar plena luz. Por esta causa, el Apstol, en el mismo lugar en que llam a los
mundos (Heb. 11, 1-3) semejanza de las cosas invisibles, dice luego que por la fe entendemos
haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, significando con esto que es verdad
que la majestad divina, por naturaleza invisible, se nos manifiesta en tales espejos, pero que
nosotros no tenemos ojos para poder verla, si primero no son iluminados all dentro por la fe. Y
san Pablo, cuando dice que (Rom. 1,20) "las cosas invisibles de l, se echan de ver desde la
creacin del mundo, siendo entendidas por las cosas que son hechas, no se refiere a una
manifestacin tal que se pueda comprender por la sutileza del entendimiento humano, antes bien,
muestra que no llega ms all que lo suficiente para hacerlos inexcusables. Y aunque el mismo
Apstol dice en cierto lugar (Hech. 17,27-28) que "cierto no est lejos de cada uno de nosotros,
porque en El vivimos, y nos movemos y somos", en otro, un embargo, ensea de qu nos sirve
esta proximidad (Hech. 14, 16-17): En las edades pasadas ha dejado (Dios) a todas las gentes
andar en sus caminos, si bien no se dej a s mismo sin testimonio, haciendo bien, dndonos
lluvias del cielo y tiempos fructferos, hinchiendo de mantenimiento y alegra nuestros
corazones. As que, aunque Dios no haya dejado de dar testimonio de s, convidando y
21
atrayendo dulcemente a Os hombres, con su gran liberalidad, a que le conociesen, ellos, con todo,
no dejaron de seguir sus caminos; quiero decir, sus errores gravsimos.
***
CAPTULO VI
ES NECESARIO PARA CONOCER A DIOS EN CUANTO CREADOR,
QUE LA ESCRITURA NOS GUE Y ENCAMINE
22
de cada uno de los hombres andaba vacilando y yendo de un lado para otro, despus de haber
escogido a los judos por pueblo particular y suyo propio, los encerr como en un coto para que
no se extraviasen como los dems. Y no sin razn hoy nos mantiene con el mismo remedio en el
verdadero conocimiento de su majestad, porque de no ser as, aun aquellos que parecen ser ms
firmes y constantes que otros, se deslizaran al momento. Porque como los viejos o los
lacrimosos o los que tienen cualquier otra enfermedad de los ojos, si les ponen delante un
hermoso libro de bonita letra, aunque vean que hay algo escrito no pueden leer dos palabras, mas
ponindose anteojos comienzan a leer claramente, de la misma manera la Escritura, recogiendo
en nuestro entendimiento el conocimiento de Dios, que de otra manera sera confuso, y
deshaciendo la oscuridad, nos muestra muy a las claras al verdadero Dios. Por tanto es singular
don de Dios que, para ensear a la Iglesia, no solamente se sirva El de maestros mudos, como
son sus obras, de las que hemos hablado, sino que tambin tenga a bien abrir su sagrada boca, y
no solamente haga saber y publique que se debe adorar algn Dios, sino tambin que es El el
Dios que debe ser adorado; y no solamente ensea a sus escogidos que fijen sus ojos en Dios,
sino que l mismo se les presenta ante los ojos para que lo vean. l ha observado desde el
principio este orden con su Iglesia, a saber: adems de aquellas maneras generales de ensear, ha
aadido tambin su Palabra, que es una nota y seal mucho ms cierta para conocerlo. Y no hay
duda de que Adn, No, Abraham y todos los dems patriarcas, habindoseles otorgado este don
de la Palabra, han llegado a un conocimiento mucho ms cierto e ntimo, que en cierta manera los
ha diferenciado de los incrdulos. Y no hablo de la verdadera doctrina de la fe con que fueron
iluminados para esperar la vida eterna. Porque fue necesario para pasar de muerte a vida, no slo
que conocieran a Dios como su Creador, sino tambin como su Redentor; y lo uno y lo otro lo
alcanzaron por la Palabra.
23
3. Dios quiso que la Palabra que dirigi a los Patriarcas quedara registrada en la Escritura
Santa
Pues bien: sea que Dios se haya manifestado a los patriarcas y profetas por visiones y
revelaciones, sea que Dios haya usado el ministerio y servicio de los hombres para ensearles lo
que ellos despus, de mano en mano, como se dice, haban de ensear a sus descendientes, en
todo caso es cierto que Dios imprimi en sus corazones tal certidumbre de la doctrina con la que
ellos se convencieran y entendieran que aquello que se les haba revelado y ellos haban
aprendido, habla sido manifestado por el mismo Dios. Porque l siempre ha ratificado y
mostrado que su Palabra es certsima, para que se le diese mucho mas crdito que a todas las
opiniones de los hombres. Finalmente, a fin de que por una perpetua continuacin la verdad de su
doctrina permaneciese en el mundo para siempre, quiso que las mismas revelaciones con que se
manifest a los patriarcas, se registraran como en un registro pblico. Por esta causa promulg su
Ley, y despus aadi como intrpretes de ella a los profetas. Porque aunque la doctrina de la
Ley sirva para muchas cosas, como muy bien veremos despus, sin embargo Moiss y todos los
profetas insistieron sobre todo en ensear la manera y forma como los hombres son reconciliados
con Dios. De aqu viene que san Pablo llame a Jesucristo el fin y cumplimiento de la Ley (Rom.
10,4); sin embargo, vuelvo a repetir que, adems de la doctrina de la fe y el arrepentimiento, la
cual propone a Cristo como Mediador, la Escritura tiene muy en cuenta engrandecer con ciertas
notas y seales al verdadero y, nico Dios, que cre el mundo y lo gobierna, a fin de que no fuese
confundido con el resto de la multitud de falsos dioses. As que, aunque el hombre deba levantar
los ojos para contemplar las obras de Dios, porque l lo puso en este hermossimo teatro del
mundo para que las Tese, sin embargo es menester, para que saque mayor provecho, tener atento
el odo a su Palabra. Y as, no es de maravillar si los hombres nacidos en tinieblas se endurecen
ms y ms en su necedad, porque muy pocos hay entre ellos que dcilmente se sujeten a la
Palabra para mantenerse dentro de los lmites que les son puestos; antes bien, se regocijan
licenciosamente en su vanidad. Hay pues que dar por resuelto que, para ser iluminados con la
verdadera religin, nos es menester comenzar por la doctrina celestial, y tambin comprender que
ninguno puede tener siquiera el menor gusto de la sana doctrina, sino el que fuere discpulo de la
Escritura. Porque de aqu procede el principio de la verdadera inteligencia, cuando con
reverencia abrazamos todo cuanto Dios ha querido testificar de s mismo. Porque no slo nace de
la obediencia la fe perfecta y plena, sino tambin todo cuanto debemos conocer de Dios. Y en
realidad, por lo que se refiere a esto, l ha usado en todo tiempo con los hombres una admirable
providencia.
24
digo, que vayamos a su Palada en la cual de veras se nos muestra a Dios y nos es descrito a lo
vivo en sus obras, cuando las consideramos como conviene, no conforme a la perversidad de
nuestro juicio, sino segn la regla de la verdad que es inmutable. Si nos apartamos de esto, como
ya he dicho, por mucha prisa que nos demos, como nuestro correr va fuera de camino, nunca
llegaremos al lugar que pretendemos. Porque es necesario pensar que el resplandor y claridad de
la divina majestad, que san Pablo (1Tim. 6,16) dice ser inaccesible, es como un laberinto del cual
no podramos salir si no fusemos guiados por l con el hilo de su Palabra; de tal manera que nos
sera mejor ir cojeando por este camino, que correr muy deprisa fuera de l. Por eso David (Sal.
93; 96; etc.), enseando muchas veces que las supersticiones deben ser desarraigadas del mundo
para que florezca la verdadera religin, presenta a Dios reinando. Por ese nombre de reinar no
entiende David solamente el seoro que Dios tiene y ejercita gobernando todo lo creado, sino
tambin la doctrina con la que establece su legtimo seoro. Porque no se pueden desarraigar del
corazn del hombre los errores, mientras no se plante en l el verdadero conocimiento de Dios.
5. La escuela de la Palabra
De aqu viene que el mismo Profeta, despus de decir que (Sal. 19,1-2) los cielos cuentan la
gloria de Dios, y la expansin denuncia la obra de sus manos, y un da emite palabra al otro da, y
la una noche a la otra noche decl1ra sabidura", al momento desciende a la Palabra diciendo (Sal.
19,7-8): La ley de Jehov es perfecta, que vuelve el alma; el testimonio de Jehov, fiel, que hace
sabio al pequeo. Los mandamientos de Jehov son rectos, que alegran el corazn; el precepto de
Jehov, puro, que alumbra los ojos. Porque, aunque se refiere a otros usos de la Ley, sin
embargo pone de relieve en general, que puesto que Dios no saca mucho provecho convidando a
todos los pueblos y naciones a s mismo con la vista del cielo y de la tierra, ha dispuesto esta
escuela particularmente para sus hijos. Lo mismo nos da a entender en el Salmo 29, en el cual el
Profeta, despus de haber hablado de la terrible voz de Dios, que hace temblar la tierra con
truenos, vientos, aguaceros, torbellinos y tempestades, hace temblar los montes, troncha los
cedro al fin, por conclusin, dice que, en su templo todos le dicen gloria". Porque por esto
entiende que los incrdulos son sordos y no oyen ninguna de las voces que Dios hace resonar en
el aire. As, en otro salmo, despus de haber pintado las terribles olas de la mar, concluye de esta
manera (Sal. 93,5) "Seor, tus testimonios son muy firmes; la santidad conviene a tu casa, oh
Jehov!, por los siglos y para siempre. Aqu tambin se apoya lo que nuestro Redentor dijo a la
mujer samaritana (Jn. 4,22) de que su nacin y todos Os dems pueblos adoraban lo que no
saban; que solo Os judos servan al verdadero Dios. Pues, como quiera que el entendimiento
humano, segn es de dbil, de ningn modo puede llegar a Dios si no es ayudado y elevado por la
sacrosanta Palabra de Dios, era necesario que todos los hombres, excepto los judos, por buscar a
Dios sin su Palabra, anduviesen perdidos y engaados en el error y la vanidad.
***
25
CAPTULO VII
CULES SON LOS TESTIMONIOS CON QUE SE HA DE PROBAR LA
ESCRITURA PARA QUE TENGAMOS SU AUTORIDAD POR
AUTNTICA, A SABER DEL ESPIRTU SANTO; Y QUE ES UNA
MALDITA IMPIEDAD DECIR QUE LA AUTORIDAD DE LA
ESCRITURA DEPENDE DEL JUICIO DE LA IGLESIA
1. Autoridad de la Escritura
Pero antes de pasar adelante es menester que hilvanemos aqu alguna cosa sobre la autoridad de
la Escritura, no slo para preparar el corazn a reverenciarla, sino tambin para quitar toda duda
y escrpulo. Pues cuando se tiene como fuera de duda que lo que se propone es Palabra de Dios,
no hay ninguno tan atrevido, a no ser que sea del todo insensato y se haya olvidado de toda
humanidad, que se atreva a desecharla como cosa a la que no se debe dar crdito alguno. Pero
puesto que Dios no habla cada da desde el cielo, y que no hay ms que las solas Escrituras en las
que l ha querido que su verdad fuese publicada y conocida hasta el fin, ellas no pueden lograr
entera certidumbre entre los fieles por otro ttulo que porque ellos tienen por cierto e inconcuso
que han descendido del cielo, como si oyesen en ellas a Dios mismo hablar por su propia boca.
Es ciertamente cosa muy digna de ser tratada por extenso y considerarla con mayor diligencia.
Pero me perdonarn los lectores si prefiero seguir el hilo de lo que me he propuesto tratar, en vez
de exponer esta materia en particular con la dignidad que requiere.
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3. La Iglesia misma se funda en el testimonio de los Profetas y de los Apstoles
Pero estos charlatanes se van bien embarazados con una sola palabra del Apstol. l dice (Ef.
2,20) que la Iglesia es "edificada sobre el fundamento de los Apstoles y Profetas". Si el
fundamento de la Iglesia es la doctrina que los profetas y los apstoles ensearon, es necesario
que esta doctrina tenga su entera certidumbre antes de que la Iglesia comience a existir. Y no hay
por qu andar cavilando que, aunque la Iglesia tenga su principio y origen en la Palabra de Dios,
no obstante todava queda en duda qu doctrina debe ser admitida como proftica y apostlica,
hasta tanto que la Iglesia intervenga y lo determine. Porque si la Iglesia cristiana fue desde el
principio fundada sobre lo que los profetas escribieron, y sobre lo que los apstoles predicaron,
necesariamente se requiere que la aprobacin de tal doctrina preceda y sea antes que la Iglesia, la
cual ha sido bandada sobre dicha doctrina; puesto que el fundamento siempre es antes que el
edificio. As! que es un gran desvaro decir que la Iglesia time autoridad para juzgar de la
Escritura, de tal suerte que lo que los hombres hayan determinado se deba tener por Palabra de
Dios o no. Y as, cuando la Iglesia recibe y admite la Santa Escritura y con su testimonio la
aprueba, no la hace autntica, corno si antes fuese dudosa y sin crdito; sino que porque reconoce
que ella es la misma verdad de su Dios, sin contradiccin alguna la honra y reverencia conforme
al deber de piedad. En cuanto a lo que preguntan, que cmo nos convenceremos de que la
Escritura procede de Dios si no nos atenemos a lo que la Iglesia ha determinado, esto es como si
uno preguntase cmo sabramos establecer diferencia entre la luz y las tinieblas, lo blanco y lo
negro, lo dulce y lo amargo. Porque la Escritura no se hace conocer menos que las cosas blancas
y negras que muestran su color, y las dulces y amargas que muestran su sabor.
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exhortan a que ante todo creamos lo que no podemos comprender ni entender, para que
fortificados por la fe al fin entendamos lo que creemos; y esto no por medio de los hombres, sino
porque el mismo Dios confirma y alumbra interiormente nuestras almas? stas son las propias
palabras de san Agustn, de las cuales muy fcilmente cada uno puede concluir que nunca este
santo doctor fue del parecer que el crdito y la fe que damos a la Escritura haba de estar
pendiente del arbitrio y la voluntad de la Iglesia, sino que slo quiso mostrar que aquellos que
an no estn iluminados por el Espritu Santo son inducidos por la reverencia y respeto a la
Iglesia a una cierta docilidad para dejar que se les ensee la fe en Jesucristo por el Evangelio; y
que de este modo la autoridad de la Iglesia es como una entrada para encaminar a los ignorantes y
prepararlos a la fe del Evangelio. Todo esto, nosotros confesamos que es verdad. Y realmente
vemos muy bien que san Agustn quiere que la fe de los fieles se funde en una base muy diferente
de la determinacin de la Iglesia. Tampoco niego que muchas veces objeta a los maniqueos la
autoridad y comn consentimiento de la Iglesia, queriendo probar la verdad de la Escritura que
ellos repudiaban. A esto viene el reproche que hizo a Fausto, uno de aquella secta, porque no se
sujetaba a la verdad del Evangelio, tan bien fundada y establecida, tan segura y admitida por
perfecta sucesin desde el tiempo de los apstoles. Mas de ninguna manera pretende ensear que
la reverencia y autoridad que damos a la Escritura dependa de la determinacin y parecer de los
hombres; tan slo (lo cual vena muy bien a su propsito) alega el parecer universal de la Iglesia
(en lo cual llevaba gran ventaja a sus adversarios) para mostrar la autoridad que ha tenido
siempre la Palabra de Dios. Si alguno desea ms amplia confirmacin de esto, lea el tratado que
el mismo san Agustn compuso y que titul: "De utilitate credenti- - De la utilidad de creer -, en
el cual hallar que no nos recomienda ser crdulos, o fciles en creer lo que nos han enseado los
hombres, ms que por darnos cierta entrada que nos su, como el dice, un conveniente principio.
Por lo dems, no quiere que nos atengamos a la opinin que comnmente se tiene, sino que
debemos apoyarnos en un conocimiento firme y slido de la verdad.
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que la doctrina que en ella se contiene es del cielo. Luego veremos que todos los libros de la
Sagrada Escritura son sin comparacin mucho ms excelentes y que se debe hacer de ellos
mucho ms caso que de cuantos libros hay escritos. Y an ms, si tenemos los ojos limpios y los
sentidos ntegros, pronto se pondr ante nosotros la majestad de Dios, que ahuyentando la osada
de contradecir, nos forzar a obedecerle. Con todo, van fuera de camino y pervierten el orden los
que pretenden y se esfuerzan en mantener la autoridad y crdito de la Escritura con argumentos y
disputas. En cuanto a m, aunque no estoy dotado de mucha gracia ni soy orador, sin embargo, si
tuviese que disputar sobre esta materia con los ms astutos denigradores de Dios que se puede
hallar en todo el mundo, los cuales procuran ser tenidos por muy hbiles en debilitar y hacer
perder su fuerza a la Escritura, confo en que no me sera muy difcil rebatir su charlatanera, y
que si el trabajo de refutar todas sus falsedades y cavilaciones fuese til, ciertamente sin gran
dificultad mostrara que todas sus fanfarroneras, que llevan de un lado a otro a escondidas, no
son ms que humo y vanidad. Pero aunque hayamos defendido la Palabra de Dios de las
detracciones y murmuraciones de los impos, eso no quiere decir que por ello logremos imprimir
en el corazn de los hombres una certidumbre tal cual lo exige la piedad. Como los profanos
piensan que la religin consiste solamente en una opinin, por no creer ninguna cosa temeraria y
ligeramente quieren y exigen que se les pruebe con razones que Moiss y los profetas han
hablado inspirados por el Espritu Santo. A lo cual respondo que el testimonio que da el Espritu
Santo es mucho ms excelente que cualquier otra razn. Porque, aunque Dios solo es testigo
suficiente de si mismo en su Palabra, con todo a esta Palabra nunca se le dar crdito en el
corazn de los hombres mientras no sea sellada con el testimonio interior del Espritu. As que es
menester que el mismo Espritu que habl por boca de los profetas, penetre dentro de nuestros
corazones y los toque eficazmente para persuadirles de que los profetas han dicho fielmente lo
que les era mandado por el Espritu Santo. Esta conexin la expone muy bien el profeta Isaas
hablando as! (Is. 9,2 1): "El Espritu mo que est en ti y las palabras que Yo puse en tu boca y en
la boca de tu posteridad nunca faltarn jams. Hay personas buenas que, viendo a los incrdulos
y a los enemigos de Dios murmurar contra la Palabra de Dios sin ser por ello castigados, se
afligen por no tener a mano una prueba clara y evidente para cerrarles la boca. Pero se engaan
no considerando que el Espritu Santo expresamente es llamado sello y arras para confirmar la fe
de los piadosos, porque mientras que l no ilumine nuestro espritu, no hacemos ms que titubear
y vacilar.
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nuestro juicio y entendimiento como a una cosa certsima y sobre la que no cabe duda alguna. Y
esto no segn tienen por costumbre algunos, que admiten a la ligera lo que no conocen, lo cual
una vez que saben lo que es, les desagrada, sino porque sabemos muy bien y estamos muy ciertos
de que tenemos en ella la verdad invencible. Ni tampoco como los ignorantes acostumbran a
esclavizar su entendimiento con las supersticiones, sino porque sentimos que en ella reside y
muestra su vigor una expresa virtud y poder de Dios, por el cual somos atrados e incitados
consciente y voluntariamente a obedecerle; sin embargo, con eficacia mucho mayor que la de la
voluntad o ciencia humanas. Por eso con toda razn Dios dice claramente por el profeta Isaas
que (Is.43, 10) "vosotros sois mis testigos"; porque ellos saban que la doctrina que les haba sido
propuesta proceda de Dos y que en esto no habla lugar a dudas ni a rplicas. Se trata, pues, de
una persuasin tal que no exige razones; y sin embargo, un conocimiento tal que se apoya en una
razn muy poderosa, a saber: que nuestro entendimiento tiene tranquilidad y descanso mayores
que en razn alguna. Finalmente, es tal el sentimiento, que no se puede engendrar ms que por
revelacin celestial. No digo otra cosa sino lo que cada uno de los fieles experimenta en s
mismo, slo que las palabras son, con mucho, inferiores a lo que requiere la dignidad del
argumento, y son insuficientes para explicarlo bien.
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CAPITULO VIII
HAY PRUEBAS CON CERTEZA SUFICIENTE,
EN CUANTO LE ES POSIBLE AL ENTENDIMIENTO HUMANO
COMPRENDERLAS, PARA PROBAR QUE LA ESCIRITURA ES
INDUBITABLE Y CERTSIMA
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gran ventaja supera toda la gracia del arte humano.
4. Antigedad de la Escritura
Ya otros han tratado esta materia ms ampliamente, por lo cual basta que al presente toque como
de pasada algunas cosas que hacen muy al caso para entender la suma y lo principal de este
tratado. Adems de las cosas que ya he tocado, la misma antigedad de la Escritura es de gran
importancia para inducirnos a darle crdito. Porque por mucho que los escritores griegos nos
cuenten de la teologa de los egipcios, sin embargo no se hallar recuerdo alguno de ninguna
religin que no sea muy posterior a Moiss. Adems, Moiss no forja un nuevo Dios, sino
solamente propone al pueblo de Israel lo mismo que ellos ya mucho tiempo antes, por antigua
tradicin, hablan odo a sus antepasados del eterno Dios. Porque qu otra cosa pretende sino
llevarlos al pacto que hizo con Abraham? Si l hubiera propuesto una cosa antes nunca oda, no
hubiera tenido xito alguno. Mas convena que el libertarlos del cautiverio en que estaban fuese
cosa muy conocida y corriente entre ellos, de tal suerte que la sola mencin de ello, levantase al
momento su nimo. Es tambin verosmil presumir que fueron advertidos del trmino de los
cuatrocientos aos. Consideremos pues, que si Moiss, el cual precedi en tanto tiempo a todos
los dems escritores, toma, sin embargo, el origen y fuente de su doctrina tan arriba; cunta
ventaja no sacar la Sagrada Escritura en antigedad a todos los dems escritos!
A no ser que fusemos tan necios que disemos crdito a los egipcios, los cuales alargan su
antigedad hasta seis mil aos antes de la creacin del mundo; pero, puesto que de todo cuanto
ellos se gloran se han burlado los mismos gentiles y no han hecho caso de ellos, no tengo por
qu tomarme el trabajo de refutarlos. Josefo, escribiendo contra Apin, alega testimonios
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admirables, tomados de escritores antiqusimos, por los cuales fcilmente se ve que todas las
naciones estuvieron de acuerdo en que la doctrina de la Ley haba sido clebre mucho tiempo
antes, aunque fuera leda pero no bien entendida. Del resto, por lo dems, a fin de que los escru-
pulosos no tuviesen cosa alguna de qu sospechar, ni los perversos ocasin de objetar sutilezas,
provey Dios a ambas cosas con muy buenos remedios.
5. Veracidad de Dios
Moiss (Gn.49, 5-9) cuenta que trescientos aos antes, Jacob, inspirado por el Espritu Santo,
haba bendecido a sus descendientes. Es que pretende ennoblecer su linaje? Antes bien, en la
persona de Lev lo degrada con infamia perpetua. Ciertamente Moiss poda muy bien haber
callado esta afrenta, no solamente para perdonar a su padre, sino tambin para no afrentarse a s
mismo y a su familia con la misma ignominia. Como podr resultar sospechoso el que divulg
que el primer autor y raz de la familia de que descenda, habla sido declarado detestable por el
Espritu Santo? No se preocupa para nada de su provecho particular, ni hace caso del odio de los
de su tribu, que sin duda no lo reciban de buen grado. As mismo cuenta la impa murmuracin
con que su propio hermano Aarn y su hermana Mara se mostraron rebeldes contra Dios. (Nm.
12, l). Diremos que lo hizo por pasin carnal, o ms bien por mandato del Espritu Santo?
Adems, por qu teniendo l la suma autoridad no deja, por lo menos a sus hijos, la dignidad de
sumos sacerdotes, sino que los coloca en ltimo lugar? He alegado estos pocos ejemplos aunque
hay muchos; y en la misma Ley se nos ofrecern a cada paso muchos argumentos para
convencernos y mostrarnos sin contradiccin posible que Moiss fue como un ngel venido del
cielo.
6. Los milagros
Adems de esto, tantos y tan admirables milagros como cuenta son otras tantas confirmaciones
de la Ley que dio y de la doctrina que ense. Porque el ser l arrebatado en una nube estando en
el monte (Ex. 24,18); el esperar all cuarenta das sin conversar con hombres; el resplandecerle el
rostro como si fueran rayos de sol cuando public la Ley (Ex. 34,29); los relmpagos que por
todas partes brillaban; los truenos y el estruendo que se oa por toda la atmsfera; la trompeta que
sonaba sin que el hombre la tocase; el estar la entrada del tabernculo cubierta con la nube, para
que el pueblo no la viese; el ser la autoridad de Moiss tan extraamente defendida con tan
horrible castigo como el que vino sobre Cor, Datn, Abraim (Nm. 16,24) y todos sus cmplices
y allegados; que de la roca, al momento de ser herida con la vara, brotara un ro de agua; el hacer
Dios, a propuesta de Moiss, que lloviera man del cielo... cmo Dios con todo esto no nos lo
propona como un profeta indubitable enviado del cielo? Si alguno objeta que propongo como
ciertas, cosas de las que se podra dudar, fcil es la solucin de esta objecin. Porque habiendo
Moiss proclamado todas estas cosas en pblica asamblea, pregunto yo: qu motivo poda tener
para fingir delante de aquellos mismos que haban sido testigos de vista de todo lo que haba
pasado? Muy a propsito se present al pueblo para acusarle de infiel, de contumaz, de ingrato y
de otros pecados, mientras que se vanagloriaba ante ellos de que su doctrina habla sido
confirmada con milagros como nunca los haban visto.
Realmente hay que notar bien esto: cuantas veces trata de milagros est tan lejos de procurarse el
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favor, que ms bien, no sin tristeza acumula los pecados del pueblo; lo cual pudiera provocarles a
la menor ocasin a argirle que no deca la verdad. Por donde se ve que ellos nunca estaban
dispuestos a asentir, si no fuera porque estaban de sobra convencidos por propia experiencia. Por
lo dems, como la cosa era tan evidente que los mismos escritores paganos antiguos no pudieron
negar que Moiss hubiera hecho milagros, el Diablo, que es padre de la mentira, les inspir una
calumnia diciendo que los haca por arte de magia (xo. 7, 1 l). Mas qu prueba tenan para
acusarle de encantador, viendo que haba aborrecido de tal manera esta supersticin, 'que mand
que cualquiera que aunque solo fuese que pidiera consejo a los magos y adivinos, fuese
apedreado? (Lev. 20,6). Y ciertamente ningn farsante o encantador realiza sus ilusiones sin
procurar, a fin de ganar fama, dejar atnito el espritu de la gente sencilla. Pero qu hizo
Moiss? Protestando pblicamente (xo. 16,7) que l y su hermano Aarn no eran nada, sino que
solamente ponan por obra lo que Dios les haba mandado, se limpia de toda sospecha y mala
opinin. Si, pues, se consideran las cosas como son, qu encantamiento hubiera podido hacer
que el man que cada da caa del cielo bastase para mantener al pueblo, y que si alguno guardaba
ms de la medida, aprendiese por su misma putridez que Dios castigaba su incredulidad? Y an
hay ms, pues Dios permiti que su siervo fuese probado con tan grandes y vivas pruebas, que
los detractores no logran ahora nada hablando mal de l. Porque, cuantas veces se levantaron
corra L unas veces todo el pueblo soberbia y descaradamente, otras las conspiraciones de
particulares, cmo hubiera podido escapar a su furor con simples ilusiones? En resumen, el
suceso mismo nos muestra claramente que por estos medios su doctrina qued confirmada para
siempre.
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Todo esto se ve mucho ms a las claras en los otros profetas. Escoger unos cuantos ejemplos,
pues costara gran trabajo recogerlos todos Cuando en tiempo del profeta Isaas, el reino de Jud
estaba pacificado, y no solamente pacificado, sino tambin confederado con los caldeos,
pensando que en ellos hallaran socorro, Isaas predicaba que la ciudad sera destruida y el pueblo
llevado cautivo. Suponiendo que uno no se diera por satisfecho con tal advertencia, para juzgar
que era impulsado por Dios a predecir las cosas que por entonces parecan increbles, pero que
andando el tiempo se vio que eran verdad, no se puede negar que lo que aade sobre la
liberacin, procede del Espritu de Dios. Nombra a Ciro (ls.45, l), por quien los caldeos haban
de ser sojuzgados y el pueblo habla de recobrar su libertad. Pasaron ms de cien aos entre el
tiempo en que Isaas profetiz esto y el nacimiento de Ciro, pues ste naci cien aos ms o
menos despus de la muerte de Isaas. Nadie poda entonces adivinar que haba de nacer un
hombre que se llamara Ciro, el cual haba de hacer la guerra a los babilonios y, despus de
deshacer un imperio tan poderoso, haba de libertar al pueblo de Israel y poner fin a cautiverio.
Esta manera de hablar tan clara y sin velos ni adorno de palabras, no muestra evidentemente que
estas profecas de Isaas son orculos de Dios y no conjeturas humanas? Adems, cuando
Jeremas (Jer. 25,11-12), poco antes de que el pueblo fuese llevado cautivo, seala el tiempo fijo
de setenta aos como trmino del cautiverio, no fue menester que el mismo Espritu Santo
dirigiera su lengua para que dijese esto? No sera gran desvergenza negar que la autoridad de
los profetas ha sido confirmada con tales testimonios, y que de hecho se cumpli lo que ellos
afirman, para que se diese crdito a sus palabras a saber (Is 42,9): 'Tas cosas primeras he aqu
vinieron, y yo anuncio nuevas cosas; antes que salgan a luz yo las har notorias". Queda por decir
que Jeremas y Ezequiel, aunque estaban muy lejos el uno del otro, sin embargo, profetizando a
la vez, en todo lo que decan concordaban de tal manera, como si el uno dictara al otro lo que
haba de escribir y ambos se hubieran puesto de acuerdo. Y qu dir de Daniel? No trata de
cosas que acontecieron seiscientos aos despus de su muerte, como si contara una historia de
cosas pasadas y que todo el mundo supiera? Si los fieles pensaran bien en esto, estaran muy bien
preparados para hacer callar a los impos, que no hacen ms que ladrar contra la verdad. Porque
estas pruebas son tan evidentes que no hay nada que se pueda objetar contra ellas.
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por ventura quin haba sido Moiss, los que lelan a David? Y hablando en general de los probos,
es cosa cierta que sus escritos han llegado en sucesin continua de mano en mano de padres a
hijos, dando testimonio de viva voz los que les haban odo hablar, de modo que no quedaba
lugar a duda.
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ellos mismos no les sirven para nada.
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Santa que tenemos es de Dios, puesto que, a pesar de toda la sabidura y poder del mundo, ha
permanecido en pie por su propia virtud hasta hoy. Ntese, adems, que no fue una sola ciudad,
ni una sola nacin, las que consintieron en admitirla, sino que en toda la amplitud de la tierra ha
alcanzado autoridad por un comn consentimiento de pueblos y naciones tan diversos que, por
otra parte, en ninguna otra cosa estaban de acuerdo. Siendo, pues, esto as, tal acuerdo de
naciones tan diversas, que en lo dems estn en de acuerdo entre s, debe conmovernos, pues
ciertamente que tampoco convendran en esto si Dios no las uniese; sin embargo esta
consideracin tendr ms peso cuando contemplemos la piedad de los que han consentido en
admitir la Escritura. No me refiero a todos, sino a aquellos que el Seor ha puesto como
antorchas de su Iglesia para que la iluminen.
***
CAPTULO IX
ALGUNOS ESPRITUS FANTICOS PERVIERTEN LOS PRINCIPIOS
DE LA RELIGIN, NO HACIENDO CASO DE LA ESCRITURA PARA
PODER SEGUIR MEJOR SUS SUEOS, SO TTULO DE
REVELACIONES DEL ESPRITU SANTO
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1. Contra los que exaltan al Espritu con detrimento de la Palabra
Ahora bien, los que desechando la Escritura se imaginan no s qu camino para llegar a Dios, no
deben ser tenidos por hombres equivocados, sino ms bien por gente llena de furor y desatino. De
ellos ha surgido hace poco cierta gente de mal carcter, que con gran orgullo, jactndose de
ensear en nombre del Espritu, desprecian la Escritura y se burlan de la sencillez de los que an
siguen la letra muerta y homicida, como ellos dicen. Mas yo querra que me dijeran quin es ese
espritu, cuya inspiracin les arrebata tan alto, que se atreven a menospreciar la Escritura como
cosa de nios y demasiado vulgar. Porque si responden que es el Espritu de Cristo el
fundamento de su seguridad, es bien ridculo, pues supongo que estarn de acuerdo en que los
apstoles de Jesucristo y, los otros fieles de la Iglesia primitiva estuvieron inspirados
precisamente por el Espritu de Cristo. Ahora bien, ninguno de ellos aprendi de l a
menospreciar la Palabra de Dios, sino, al contrario, la tuvieron en gran veneracin, como sus
escritos dan testimonio inequvoco de ello. De hecho, as lo haba profetizado Isaas, pues cuando
dice (Isa. 59,21): "El Espritu mo, que est sobre t, y mis palabras que puse en tu boca, no
faltarn de tu boca, ni de la boca de tu simiente, ni de la boca de la simiente de tu simiente, dijo
Jehov, desde ahora y para siempre, no se dirige con esto al pueblo antiguo para ensearle como
a los nios el A.B.C., sino ms bien dice que el bien y la felicidad mayores que podemos desear
en el reino de Cristo es ser regidos por la Palabra de Dios y por su Espritu. De donde deducimos
que estos falsarios, con su detestable sacrilegio separan estas dos cosas, que el profeta uni con
un lazo inviolable. Adase a esto el ejemplo de san Pablo, el cual, no obstante haber sido
arrebatado hasta el tercer cielo, no descuida el sacar provecho de la Ley y de los Profetas; e
igualmente exhorta a Timoteo, aunque era excelente y admirable doctor, a que se entregue a la
lectura de la Escritura (1Tim.4,13). Y es digna de perpetua memoria la alabanza con que ensalza
la Escritura, diciendo que es til para ensear, para redargir, para corregir, para instituir en
justicia" (2Tim. 3, 16). No es, pues, un furor diablico decir que el uso de la Escritura es
temporal y caduco, viendo que segn el testimonio mismo del Espritu Santo, ella gua a los hijos
de Dios a la cumbre de la perfeccin?
Tambin querra que me respondiesen a otra cosa, a saber: si ellos han recibido un Espritu
distinto del que el Seor prometi a sus discpulos. Por muy exasperados que estn no creo que
llegue a tanto su desvaro que se atrevan a jactarse de esto. Ahora bien, cuando l se lo prometi,
cmo dijo que haba de ser su Espritu? Tal, que no hablara por s mismo, sino que sugerira e
inspirara en el nimo de los apstoles lo que l con su palabra les haba enseado (Jn. 16,13).
Por tanto no es cometido del Espritu Santo que Cristo prometi, inventar revelaciones nuevas y
nunca odas o formar un nuevo gnero de doctrina, con la cual apartarnos de la enseanza del
Evangelio, despus de haberla ya admitido; sino que le compete al Espritu de Cristo sellar y
fortalecer en nuestros corazones aquella misma doctrina que el Evangelio nos ensea.
2. La Escritura, juez del Espritu
Por donde fcilmente se entiende que debemos ejercitarnos diligentemente en leer y en or la
Escritura, si queremos percibir algn fruto y utilidad del Espritu de Dios. Como tambin san
Pedro alaba (2 Pe. 1, 19) la diligencia de aquellos que oyen a "la palabra proftica", la cual
empero, pudiera parecer haber perdido su autoridad, despus de haber llegado la luz del
Evangelio; mas por el contrario, si alguno, menospreciando la sabidura contenida en la Palabra
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de Dios, nos enseare otra doctrina, este tal, con toda razn debe sernos sospechoso de fatuo y
mentiroso. Y por qu esto? Porque como quiera que Satans se transforma en ngel de luz,
(2Cor. 11, 14), qu autoridad tendra entre nosotros el Espritu Santo, si no pudiese ser
discernido con alguna nota inequvoca? De hecho se nos muestra con suficiente claridad por la
Palabra del Seor; slo que estos miserables buscan voluntariamente el error para su perdicin,
yendo en pos de su propio espritu, y no del de Dios.
Mas dirn que no es conveniente que el Espritu de Dios, a quien todas las cosas deben estar
sujetas, est l mismo sometido a la Escritura. Como si fuese una afrenta para el Espritu Santo
ser siempre semejante y conforme a s mismo, ser perpetuamente constante sin variar en abso-
luto! Ciertamente, si se le redujera a una regla cualquiera, humana, anglica o cualquiera otra,
entonces podra decirse que se le humillaba, y aun que se le reduca a servidumbre. Pero, cuando
es comparado consigo mismo y considerado en s mismo, quin puede decir que con esto se le
hace injuria? No obstante, dicen, es sometido a examen de esa manera. Estoy de acuerdo; mas
con un gnero de examen querido por l, para que su majestad quedara establecida entre
nosotros. Debera bastarnos que se nos manifestara. Pero, a fin de que en nombre del Espritu de
Dios, no se nos meta poco a poco Satans, quiere el Seor que lo reconozcamos en su imagen,
que El ha impreso en la Escritura Santa. l es su autor; no puede ser distinto de s mismo. Cual
se manifest una vez en ella, tal conviene que permanezca para siempre. Esto no es afrenta para
con l, a no ser que pensemos que el degenerar de si mismo y ser distinto de lo que antes era, es
un honor para l.
3. La letra mata
En cuanto a tacharnos de que nos atamos mucho a la letra que mata, en eso muestran bien el
castigo que Dios les ha impuesto por haber menospreciado la Escritura. Porque bien claro se ve
que san Pablo (2Cor. 3,6) combate en este lugar contra los falsos profetas y seductores que,
exaltando la Ley sin hacer caso de Cristo, apartaban al pueblo de la gracia del Nuevo
Testamento, en el cual el Seor promete que esculpir su Ley en las entraas de los fieles y la
imprimir en sus corazones. Por tanto la Ley del Seor es letra muerta y mata a todos los que la
leen, cuando est sin la gracia de Dios y suena tan solo en los odos in tocar el corazn. Pero si el
Espritu la imprime de veras en los corazones, si nos comunica a Cristo, entonces es palabra de
vida, que convierte el alma y "hace sabio al pequeo" (Sal. 19,7); y ms adelante, el Apstol en el
mismo lugar llama a su predicacin, ministerio del Espritu (2Cor. 3,8), dando con ello a
entender que el Espritu de Dios est de tal manera unido y ligado a Su verdad, manifestada por
l en las Escrituras, que justamente l descubre y muestra su potencia, cuando a la Palabra se le
da la reverencia y dignidad que se le debe. Ni es contrario a esto lo que antes dijimos: que la
misma Palabra apenas nos resulta cierta, si no es aprobada por el testimonio del Espritu. Porque
el Seor junt y uni entre s, como con un nudo, la certidumbre del Espritu y de su Palabra; de
suerte que la pura religin y la reverencia a su Palabra arraigan en nosotros precisamente cuando
el Espritu se muestra con su claridad para hacernos contemplar en ella la presencia divina. Y,
por otra parte, nosotros nos abrazamos al Espritu sin duda ni temor alguno de errar, cuando lo
reconocemos en su imagen, es decir, en su Palabra. Y de hecho as sucede. Porque, cuando Dios
nos comunic su Palabra, no quiso que ella nos sirviese de seal por algn tiempo para luego
destruirla con la venida de su Espritu; sino, al contrario, envi luego al Espritu mismo, por cuya
virtud la haba antes otorgado, para perfeccionar su obra, con la confirmacin eficaz de su
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Palabra.
***
CAPTULO X
LA ESCRITURA, PARA EXTIRPAR LA SUPERSTICIN, OPONE
EXCLUSIVAMENTE EL VERDADERO DIOS A LOS DIOSES DE LOS
PAGANOS
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pues realmente la potencia de Dios en cuanto Creador, y su providencia en conservar las cosas en
el orden y armona con que las cre, se prueban por l, con todo quiero prevenir a los lectores
sobre mi intencin y propsito actuales, a fin de que ellos no se pasen de los limites sealados.
Baste, pues, al presente saber de qu manera Dios, siendo el Creador del cielo y de la tierra,
gobierna esta obra maestra que l cre.
A cada paso en la Escritura se pregona su bondad y la inclinacin de su voluntad a hacer bien.
Y tambin hay en ella ejemplos de su severidad, que muestran cmo es justo juez, castigador del
mal, principalmente cuando su paciencia no aprovecha en absoluto a los obstinados.
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juicio y con justicia, si su potencia fuese desconocida? De dnde procede su misericordia, sino
de su bondad? Finalmente, si todos sus caminos son misericordia, juicio y justicia, en ellas
tambin se manifiesta su santidad. As que el conocimiento de Dios que nos propone la Escritura,
no tiene otro fin ni paradero que el que nos manifiestan las criaturas; a saber, inducirnos primera-
mente al temor de Dios; luego nos convida a que pongamos en l nuestra confianza, para que
aprendamos a servirle y honrarle con una perfecta inocencia de vida y con una obediencia sin
ficcin, y as entonces descansemos totalmente en su bondad.
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CAPTULO XI
ES UNA ABOMINACIN ATRIBUIR A DIOS FORMA ALGUNA
VISIBLE, Y TODOS CUANTOS ERIGEN IMGENES 0 DOLOS SE
APARTAN DEL VERDADERO DIOS
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de los hombres, cuando quiere distinguir entre el Dios verdadero y los dioses falsos lo opone
principalmente a los dolos; no porque apruebe lo que ensearon los filsofos con grande artificio
y elegancia, sino para descubrir mejor la locura del mundo, y tambin para mostrar que todos, al
apoyarse en sus especulaciones, caminan fuera de razn. Por tanto, la definicin segn la cual
comnmente decimos que no hay ms que un solo y nico Dios, excluye y deshace todo cuanto
los hombres por su propio juicio idearon acerca de Dios, porque slo Dios mismo es testigo
suficiente acerca de s. Mas como quiera que se ha extendido por todo el mundo esta insensata
necedad de apetecer imgenes visibles que representen a Dios y por esta causa se han hecho
dioses de madera, de piedra, de oro, de plata, y de otras materias corruptibles y perecederas, es
menester que tengamos como mxima, y cosa certsima, que cuantas veces Dios es representado
en alguna imagen visible su gloria queda menoscaba con grande mentira falsedad. Por eso Dios
en su Ley, despus de haber declarado que solo pertenece la honra de ser Dios, queriendo
ensearnos cul es el culto y manera de servirle que aprueba o rechaza, aade a continuacin:
---Note hars imagen, ni ninguna semejanza" (x. 20,4), con las cuales palabras pone freno a
nuestro atrevimiento, para que no intentemos representarlo con imagen alguna visible; y en pocas
palabras expone todas las figuras con que la supersticin haba, ya haca mucho tiempo,
comenzado a falsificar su verdad. Porque bien sabemos que los persas adoraron al sol; y a
cuantas estrellas los pobres e infelices gentiles velan en el cielo las tuvieron por dioses. Y apenas
hubo animal que los egipcios no tuviesen como imagen de Dios, y hasta las cebollas y los
puerros. Los griegos se creyeron mucho ms sabios que los dems pueblos, porque adoraban a
Dios en figura humano. Pero Dios no coteja ni compara las imgenes entre s para ver cul le
conviene ms, sino que, sin excepcin alguna, condena todas las imgenes, estatuas, pinturas y
cualquier otra clase de figuras con las cuales los idlatras pensaban que tendran a Dios ms
cerca de s.
2.Esto se puede entender fcilmente por las razones con que lo prueba
Primeramente dice por Moiss: "Y habl Jehov con vosotros en medio del fuego; osteis la voz
de sus palabras, mas... ninguna figura visteis.. . Guardad, pues mucho vuestras almas..., para que
no os corrompis y hagis para vosotros escultura, imagen de figura alguna..." (Dt.4, 12.15.16).
Vemos cmo opone claramente su voz a todas las figuras, a finde que sepamos que cuando le
quieren honrar en forma visible se apartan de Dios. En cuanto a los profetas, bastar con Isaas, el
cual mucho ms enfticamente prueba que la majestad de Dios queda vil y hartamente
menoscabada cuando El, que es incorpreo, es asemejado a una cosa corprea; invisible, a una
cosa visible; espritu, a un ser muerto; infinito, a un pedazo de lea, o de piedra u oro (1s.40,16;
41,7.29;45,9; 46,5).
Casi de la misma manera razona san Pablo, diciendo: "Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos
pensar que la Divinidad sea semejante a oro, o plata, o piedra, escultura de arte y de imaginacin
de hombres" (Hch. 17,29). Por donde se ve claramente que cuantas estatuas se labran y cuantas
imgenes se pintan para representar a Dios, sin excepcin alguna, le desagradan, corno cosas con
las que se hace grandsima injuria y afrenta a su majestad. Y no es de maravillar que el Espritu
Santo pronuncie desde el cielo tales asertos, pues l mismo fuerza a los desgraciados y ciegos
idlatras a que confiesen esto mismo en este mundo. Bien conocidas son las quejas de Sneca,
que san Agustn recoge: "Los dioses", dice, que son sagrados, inmortales e inviolables, los
dedican en materia vilsima y de poco precio, y frmenlos como a hombres o como a bestias, e
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incluso algunas veces como a hermafroditas - que renen los dos sexos -, y tambin como a
cuerpos que si estuviesen vivos y se nos presentaran delante pensaramos que eran monstruos.
Por lo cual nuevamente se ve claro que los defensores de las imgenes se justifican con vanas
excusas diciendo que las imgenes fueron prohibidas a los judos por ser gente muy dada a la
supersticin, como si fuera slo propio de una nacin lo que Dios propone de su eterna sabidura
y del orden perpetuo de las cosas. Y lo que es ms, san Pablo no hablaba con los judos, sino con
los atenienses, cuando refutaba el error de representar a Dios en imgenes.
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Ciertamente es bien vergonzoso que los escritores profanos e infieles hayan interpretado la Ley
mucho mejor que los papistas. Juvenal, mofndose de los judos, les echa en cara que adoran a
las puras nubes y a la divinidad del cielo'. Es verdad que miente maliciosamente con ello; pero al
declarar que entre los judos no exista imagen alguna, est ms conforme con la verdad que los
papistas, los cuales quieren hacer creer lo contrario. En cuanto a que este pueblo, luego, sin
consideracin alguna, se precipit y se fue tras los dolos tan prontamente y con tanto mpetu
como lo suelen hacer las aguas cuando en gran abundancia brotan del manantial, precisamente
podemos aprender cun grande es la inclinacin que en nosotros existe hacia la idolatra, en vez
de atribuir a los judos un vicio del que todos estamos tocados, a fin de perseverar de este modo
en el sueo de los vanos halagos y de la licencia para pecar.
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hombres que precisamente son creados con entendimiento para que sepan que todas las cosas se
mueven por la sola potencia divina, se van a pedir ayuda a las cosas muertas, y que no tienen
sentido alguno. Pero porque la corrupcin de nuestra naturaleza maldita arrastra a casi todo el
mundo, tanto en general como en particular, a tan gran desvaro, finalmente el Espritu Santo
fulmina esta horrible maldicin: Semejantes a ellos son los que los hacen, y cualquiera que
confa en ellos" (Sal. 115,8).
Hay que notar tambin que no prohbe Dios menos las imgenes pintadas que las de talla. Con lo
cual se condena la presunta exencin de los griegos, que piensan obrar conforme al mandamiento
de Dios, porque no hacen esculturas, aunque pintan cuantas les parece; y realmente en esto
aventajan a todos los dems. Pero Dios no solamente prohbe que se le represente en talla, sino
de cualquier otra manera posible, porque todo esto es vano y para gran afrenta de su majestad.
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templos no haya pinturas, a fin de que lo que se reverencia o adora no se pinte en las paredes".
Es tambin digno de perpetua memoria lo que san Agustn cita en otro lugar, de un pagano
llamado Varrn, y l mismo aprueba: que los primeros que hicieron imgenes quitaron el temor
de Dios de mundo y aumentaron el error'. Si solamente Varrn dijera esto pudiera ser que no se
le diese gran crdito. Y, sin embargo, gran vergenza es para nosotros que un gentil, que sin la
luz de la fe andaba como a tientas, haya logrado tanta claridad que llegara a decir que las
imgenes visiibles con que los hombres han querido representar a Dios no convienen a su
majestad, porque disminuyen en ellos su temor y aumentan el error. Ciertamente la realidad
misma se demuestra tan verdadera como prudencia hubo al decirla. El mismo san Agustn,
tomando esta sentencia de Varrn, la hace suya. En primer lugar prueba que los primeros errores
que cometieron los hombres no comenzaron con las imgenes, sino que aumentaron con ellas.
Despus declara que el temor de Dios sufre menoscabo, y aun M todo desaparece, por los dolos,
porque fcilmente puede ser menospreciada su deidad con una cosa tan vil como son las
imgenes. Y pluguiese a Dios que no hubiramos experimentado tanto cunta verdad hay en esto
ltimo.
Por tanto, quien desee enterarse bien, aprenda en otra parte y no en las imgenes lo que debe
saber de Dios.
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nica causa de que los prelados, que tenan cargo de las almas, encomendaron a los dolos su
oficio de ensear, fue que ellos eran mudos. Declara san Pablo que por la verdadera predicacin
del Evangelio Jesucristo nos es pintado al vivo y, en cierta manera, "crucificado ante nuestros
ojos" (Gl. 3, l). De qu, pues, servira levantar en los templos a cada paso tantas cruces de
piedra, de madera, de plata y de oro, si repetidamente se nos enseara que Cristo muri en la cruz
para tomar sobre s nuestra maldicin y limpiar con el sacrificio de su cuerpo nuestros pecados,
lavarlos con su sangre y, finalmente, reconciliamos con Dios su Padre? Con esto slo, podran
los ignorantes aprender mucho ms que con mil cruces de madera y de piedra. Porque en cuanto
a las de oro y de plata, confieso que los avaros fijaran sus ojos y su entendimiento en ellas
mucho ms que en palabra alguna de Dios.
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cual vanamente consolarse, como si fuese imagen de Dios. Casi no ha habido siglo desde la
creacin del mundo, en el cual los hombres, por obedecer a este desatinado apetito, no hayan
levantado seales y figuras en las cuales crean que vean a Dios ante sus mismos ojos.
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que, engaados cada vez ms con nuevas ilusiones, pensaron que Dios mostraba su virtud y su
potencia habitando en las imgenes. Mientras los judos pensaban que adoraban en tales
imgenes al Dios eterno, nico y verdadero seor del cielo y de la tierra, los gentiles tenan el
convencimiento de que adoraban a sus dioses que habitaban en el cielo.
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homicida no se librar del pecado cometido con poner otro nombre, de la misma manera ellos no
podrn justificarse con la invencin de un vocablo sutil, si en la realidad de los hechos no se
diferencian en nada de los idlatras, a quienes ellos mismos forzosamente tienen que condenar. Y
tan lejos est de ser su causa distinta de la de los dems idlatras, que precisamente la fuente de
todo el mal estriba en el desordenado deseo que tienen de imitarlos, imaginando en su
entendimiento formas y figuras con que representar a Dios y luego fabricarlas con sus manos.
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solamente las comenzaron a poner como ornato de los templos, cuando los ministros comenzaron
a degenerar, no enseando al pueblo como deban. No discutir cules fueron las causas que
movieron a ello a los primeros autores de esta invencin; pero si comparamos una poca con la
otra, veremos que esos inventores quedaron muy por debajo de la integridad de los que no
tuvieron imgenes. Cmo es posible que aquellos bienaventurados Padres antiguos consintieran
que la Iglesia careciese durante tanto tiempo de una cosa que ellos crean til y provechosa?
Precisamente, al contrario, porque vean que en ella no haba provecho alguno, o muy poco, y s
dao y peligro notables, la rechazaron prudente y juiciosamente, y no por descuido o negligencia.
Lo cual con palabras bien claras lo atestigua san Agustn, diciendo: "Cuando las imgenes son
colocadas en lugares altos y eminentes para que las vean los que rezan, y ofrezcan sacrificios,
impulsan el corazn de los dbiles a que por su semejanza piensen que tienen vida y alma"'. Y en
otro lugar: "La figura con miembros humanos que se ve en los dolos fuerza al entendimiento a
imaginar que un cuerpo, mientras ms fuere semejante al suyo, ms sentir". Y un poco ms
abajo: "Las imgenes sirven ms para doblegar las pobres almas, por tener boca, ojos, orejas y
pies, que para corregirla, por no hablar, ni ver, ni or, ni andar".
Esta parece ser, sin duda, la causa por la que san Juan, no solamente exhort a huir de la
idolatra, sino hasta de las mismas imgenes (1 Jn. 5,21). Y nosotros hemos experimentado
suficientemente por la espantosa furia que antes de ahora se extendi por todo el mundo con
grandsimo dao de la religin cristiana, que apenas se ponen imgenes en los templos es como
levantar un pendn para llevar a los hombres a cultivar la idolatra; porque la locura de nuestro
entendimiento no es capaz de frenarse, sino que luego se deja llevar, sin oposicin alguna, de la
idolatra y de los cultos supersticiosos. Y aunque no existiera tanto peligro, cuando me paro a
considerar para qu fin se edifican los templos, me parece inconveniente a su santidad que se
admita en ellos ms imgenes que las que Dios ha consagrado con su Palabra, las cuales tienen
impresa a lo vivo su seal; a saber, el Bautismo, y la Cena de Seor, y otras ceremonias, a las
cuales nuestros ojos deben estar atentos y nuestros sentidos tan los en ellas, que no son menester
otras imgenes inventadas por la fantasa de los hombres. Ved aqu, pues, el bien inestimable de
las imgenes, que de manera alguna se puede rehacer ni recompensar, si es verdad lo que los
papistas dicen.
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que se fundaban. Juan, embajador de las iglesias orientales, alega el pasaje de Moiss: Dios cre
al hombre a su imagen"; y de aqu concluye: es menester, pues, tener imgenes. Asimismo pens
que vena muy a propsito para confirmar el uso de las imgenes lo que est escrito: Mustrame
tu cara, porque es hermosa. Otro, para demostrar que es til mirar las imgenes, adujo el verso
del salmo: "Sealada est, Seor, sobre nosotros la claridad de tu rostro". Otro, para probar que
las deban poner en los altares, aleg este testimonio: Ninguno enciende la candela y la pone
debajo del celemn". Otro trajo esta comparacin: como los patriarcas usaron los sacrificios de
los gentiles, de la misma manera los cristianos deben tener las imgenes de los santos en lugar de
los dolos de los paganos. Y a este fin retorcieron aquella sentencia: "Seor, yo he amado la
hermosura de tu casa. Pero sobre todo, la interpretacin que dan sobre el lugar: segn que
hemos odo, as de la misma manera hemos visto", es graciosa; a saber: Dios no es solamente
conocido por or su Palabra, sino tambin por la vista de las imgenes. Otra sutileza semejante es
la del obispo Teodoro: Admirable, dice, es Dios en sus santos; y en otro lugar est escrito: a los
santos que estn en la tierra; esto debe entenderse de las imgenes. En fin, son tan vanas sus
razones, que me da reparo citarlas.
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Qu castigo, pues, merecan los profetas, los apstoles y los mrtires, en tiempo de los cuales no
hubo imgenes? Otro dice: puesto se queman perfumes ante la imagen del Emperador, con
mucha mayor razn se debe hacer esto ante las imgenes de los Santos. Constancio, obispo de
Constancia en Chipre, protesta que l abraza las imgenes con toda reverencia, y dice que les da
la misma veneracin y culto que se debe dar a la Santsima Trinidad; y anatematiza a todo el que
rehusare hacer lo mismo; y lo pone como compaero de los maniqueos y de los marcionitas. Y
para que no creis que esto fue la opinin de uno solo, todos los dems responden: Amn. E
incluso Juan, embajador de los orientales, encolerizndose ms, declara que sera preferible que
todas las mancebas del mundo estuviesen en una ciudad, que desechar el culto de las imgenes.
Y al fin, por comn acuerdo de todos, se decreta que los samaritanos son los, peores herejes que
hay, pero que los enemigos de las imgenes son an peores que los samaritanos.
Al fin concluye el Concilio con una cancin: Regocjense y se alegren todos aquellos que
teniendo la imagen de Cristo le ofrecen sacrificio.
Dnde est ahora la distincin de "latra" y "dula" con la que piensan cegar los ojos de Dios y
de los hombres? Porque el Concilio, sin excepcin alguna, concede la misma honra a las
imgenes que al mismo Dios eterno.
***
CAPTULO XII
DIOS SE SEPARA DE LOS DOLOS A FIN DE SER
L SOLAMENTE SERVIDO
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ocurre, y aun para hacerlo va de un lado a otro; en cambio, la piedad y la religin, para asegurarse
bien, se mantiene recogida dentro de ciertos lmites. E igualmente me parece que la supersticin
se denomina al, porque no contentndose con lo que Dios ha ordenado, ella aumenta y hace un
montn de cosas vanas. Pero dejando aparte las palabras, notemos que en todo tiempo hubo
comn acuerdo en que la religin se corrompe y pervierte siempre que se mezclan con ella
errores y falsedades. De donde concluimos que todo cuanto nosotros intentamos con celo
desconsiderado, no vale para nada, y que el pretexto de los supersticiosos es vano. Y aunque todo
el mundo dice que ello es al, sin embargo por otra parte vemos una gran ignorancia; y es que los
hombres no se contentan con un solo Dios ni se preocupan grandemente de saber cmo le han de
servir, segn hemos ya demostrado.
Ms Dios, para mantener su derecho, declara que es celoso y que, si lo mezclan con otros dioses,
ciertamente se vengar. Y luego manifiesta en qu consiste su verdadero servicio, a fin de cerrar
la boca a los hombres y sujetarlos. Ambas cosas determina en su Ley, cuando en primer lugar
ordena que los fieles se sometan a l tenindolo por nico Legislador; luego dando reglas para
que le sirvan conforme a su voluntad.
2. Papel de la Ley
Ahora bien, como la Ley tiene diversos fines y usos, tratar de ella a su tiempo; ahora solamente
quiero exponer de paso que Dios quiso que la Ley fuese como un freno a los hombres para que
no cayesen en maneras falsas de servirle. Entretanto retengamos bien lo que he dicho: que se
despoja a Dios de su honra y se profana su culto y su servicio, si no se le deja cuanto le es propio
y a El solo pertenece, por residir nicamente en l. Y es necesario tambin advertir
cuidadosamente de qu astucias y maas echa mano la supersticin. Porque no nos induce a
seguir a los dioses extraos de tal manera que parezca que nos apartamos del verdadero Dios, o
que lo pone como uno ms entre ellos, sino que le deja el lugar supremo y luego lo rodea de una
multitud de dioses menores, entre los cuales reparte los oficios que son propios de Dios. De este
modo, aunque disimuladamente y con astucia, la gloria de la divinidad es dispersada para que no
resida en uno slo. Y as tambin los idlatras de tiempos pasados se imaginaron un dios
supremo, padre y seor de todos los otros dioses, y a l sometieron a todos los dems,
atribuyndoles el gobierno del mundo juntamente con l.
Esto mismo es lo que se ha hecho con los santos que han dejado este mundo; los han ensalzado
tanto, que han llegado a hacerlos compaeros de Dios, honrndolos, invocndolos, y
celebrndoles fiestas como al mismo Dios.
Pensamos que con semejante abominacin la majestad divina no slo queda oscurecida, sino
que en gran parte es suprimida y extinguida; slo se retendra de Dios una fra y estril idea de su
poder supremo; pero engaados con estos enredos, andamos tras una infinidad de dioses.
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que de la misma manera adoran a Dios que a los santos. Slo que cuando les urgen, usan de este
subterfugio y dicen que dando a Dios culto de "latra", le dan todo lo que se le debe. Pero como
no se trata de la palabra, sino de la realidad, qu razn hay para jugar con cosa de tanta
importancia?
Pero aun pasando esto por alto, qu es lo que pueden sacar de esta distincin, sino que honran a
Dios slo y sirven a los santos? Pues 1atra- en griego es lo mismo que honra en espaol, y
"dula" propiamente significa servicio. Sin embargo, esta diferencia no se observa siempre en la
Escritura. Mas aunque as fuera, queda por saber lo que ambos vocablos propiamente significan.
Dula", como hemos dicho, significa servicio; "latra", honra o veneracin. Ahora bien; no hay
duda de que servir es ms que honrar, pues muchas veces nos resultara ms penoso y molesto
servir a aquellos que no tenemos inconveniente en honrar. Y por esto seria una psima
distribucin sealar a los santos lo que es ms, y dejar a Dios lo que es menos.
Objetarn que los ms antiguos doctores usaron esta distincin. Ms, qu puede importarnos, si
todo el mundo ve que no slo es del todo impropia, sino absolutamente frvola?
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Cul es el servicio y culto que Dios exige, se ver en otra parte. Porque Dios quiso con su Ley
prescribir a los hombres lo que es justo y recto, y por este medio someterlos a una regla
determinada, para que no se tomase cada cual la libertad de servirle a su antojo.
Mas, como no es conveniente cargar al lector con muchos temas a la vez, dejo por ahora este
punto. Bstenos saber de momento, que cuando los hombres tributan a las criaturas algn acto de
religin o de piedad, cometen un sacrilegio. La supersticin primeramente tuvo por dioses al sol,
a las estrellas y a los otros dolos. A esto sucedi la ambicin, que adornando a los hombres con
los despojos de Dios, se atrevi a profanar todas las cosas sagradas. Y aunque permaneca en pie
el principio de honrar a un Dios supremo, sin embargo se introdujo la costumbre de ofrecer
sacrificios indistintamente a los espritus, a los dioses menores y a los hombres notables ya
difuntos. Tan inclinados estamos al vicio de comunicar a muchos lo que Dios tan rigurosamente
manda que se le reserve a l slo!
***
CAPITULO XIII
LA ESCRITURA NOS ENSEA DESDE LA CREACIN DEL MUNDO
QUE EN LA ESENCIA NICA DE DIOS SE CONTIENEN TRES
PERSONAS
Lo que la Escritura nos ensea de la esencia de Dios, infinita y espiritual, no solamente vale para
destruir los desvaros del vulgo, sino tambin para confundir las sutilezas de la filosofa profana.
Le pareci a un escritor antiguo' que se expresaba con toda propiedad al decir que Dios es todo
cuanto vernos y tambin lo que no vemos. Al hablar as se imagin que la divinidad est
desparramada por todo el mundo. Es cierto que Dios, para mantenernos en la sobriedad, no habla
con detalles de su esencia; sin embargo, con los dos ttulos que hemos nombrado - Jehov y
Elohim - abate todos los desvaros que los hombres se imaginan y reprime el atrevimiento del
entendimiento humano. Ciertamente que lo infinito de su esencia debe espantarnos, de tal manera
que no presumamos de medirlo con nuestros sentidos; y su naturaleza espiritual nos impide que
veamos en l nada carnal o terreno. Y sta es la causa por la que muchas veces indica que su
morada es el cielo. Pues, si bien por ser infinito llena tambin toda la tierra, sin embargo, viendo
que nuestro entendimiento, segn es de torpe, se queda siempre abajo, con mucha razn, para
despertarnos de nuestra pereza e indolencia, nos eleva sobre el mundo, con lo cual cae por tierra
el error de los maniqueos, que admitiendo dos principios hicieron al diablo casi igual que Dios.
Pues esto era deshacer la unidad de Dios y limitar su infinitud. Y por lo que hace a los textos de
la Escritura con los que se atrevieron a confirmar su opinin, en ello han dejado ver que su
ignorancia igualaba en magnitud al intolerable desatino de su error.
Igualmente quedan refutados los antropomorfistas, los cuales se imaginaron a Dios como un ser
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corpreo, porque la Escritura muchas veces le atribuye boca, orejas, ojos, manos y pies. Pues,
qu hombre con un poco de entendimiento no comprende que Dios, por as decirlo, balbucea al
hablar con nosotros, como las nodriza! con sus nios para igualarse a ellos? Por lo tanto, tales
maneras de hablar no manifiestan en absoluto cmo es Dios en s, sino que se acomodan a
nuestra rudeza, para darnos algn conocimiento de l; y esto la Escritura no puede hacerlo sin
ponerse a nuestro nivel y, por lo tanto, muy por debajo de la majestad de Dios.
Pero an podemos encontrar en la Escritura otra nota particular con la cual mejor conocerlo y
diferenciarlo de los dolos. Pues al mismo tiempo que se nos presenta como un solo Dios, se
ofrece a nuestra contemplacin en tres Personas distintas; y si no nos fijamos bien en ellas, no
tendremos en nuestro entendimiento ms que un vano nombre de Dios, que de nada sirve.
Pero, a fin de que nadie suee con un Dios de tres cabezas, ni piense que la esencia divina se
divide en las tres Personas, ser menester buscar una definicin breve y fcil, que nos desenrede
todo error. Mas como algunos aborrecen el nombre de Persona, como si fuera cosa inventada por
los hombres, ser necesario ver primero la razn que tienen para ello.
El Apstol, llamando al Hijo de Dios "la imagen misma de su sustancia" (del Padre) (Heb. 1, 3),
sin duda atribuye al Padre alguna subsistencia en la cual difiera del Hijo. Porque tomar el
vocablo como si significase esencia, como hicieron algunos intrpretes - como si Cristo
representase en s la sustancia del Padre, al modo de la cera en la que se imprime el sello -, esto
no slo sera cosa dura, sino tambin absurda. Porque siendo la esencia divina simple e
individua, incapaz de divisin alguna, el que la tuviere toda en s y no por partes ni
comunicacin, sino total y enteramente, este tal sera llamado "carcter" e "imagen" del otro
impropiamente. Pero como el Padre, aunque sea distinto del Hijo por su propiedad, se represent
del todo en ste, con toda razn se dice que ha manifestado en l su hipstasis; con lo cual est
completamente de acuerdo lo que luego sigue: que l es el resplandor de su gloria. Ciertamente,
de las palabras del Apstol se deduce que hay una hipstasis propia y que pertenece al Padre, la
cual, sin embargo, resplandece en el ' Hijo; de donde fcilmente se concluye tambin la
hipstasis del Hijo, que le distingue del Padre.
Lo mismo hay que decir del Espritu Santo, el cual luego probaremos que es Dios; y, sin
embargo, es necesario que lo tengamos como hipstasis diferente del Padre.
Pero esta distincin no se refiere a la esencia, dividir la cual o decir que es ms de una es una
blasfemia. Por tanto, si damos crdito a las palabras del Apstol, sguese que en un solo Dios hay
tres hipstasis. Y como quiera que los doctores latinos hayan querido decir lo mismo con este
nombre de "Persona", ser de hombres fastidiosos y aun contumaces querer disputar sobre una
cosa clara y evidente.
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probar que estaban en esto de acuerdo con los latinos - dijeron que hay en Dios tres Personas.
Pero sea lo que sea respecto a la palabra, lo cierto es que todos queran decir una misma cosa.
As pues, por ms que protesten los herejes contra el nombre de Persona, y por ms que
murmuren algunos de mala condicin, diciendo que no admitirn un nombre inventado por los
hombres, siendo as que no pueden negar que se nombra a tres, de los cuales cada uno es
enteramente Dios, sin que por ello haya muchos dioses, no es gran maldad condenar las palabras
que no dicen sino lo que la Escritura afirma y atestigua? Replican que sera mejor mantener
dentro de los limites tiene la Escritura, no solamente nuestros sentimientos, sino tambin las
palabras, en vez de usar de otras extraas y no empleadas, que pueden ser causa de discusiones y
disputas. Porque sucede con esto que se pierde el tiempo disputando por palabras, que se pierde
la verdad altercando de esta manera y se destruye la caridad.
Si ellos llaman palabra extraa a la que slaba por slaba y letra por letra no se encuentra en la
Escritura, ciertamente nos ponen en gran aprieto, pues con ello condenan todas las predicaciones
e interpretaciones que no estn tomadas de la Escritura de una manera plenamente textual. Mas si
tienen por palabras extraas las que se inventan por curiosidad y se sostienen supersticiosamente,
las cuales sirven ms de disputa que de edificacin, y se usan sin necesidad ni fruto y con su
aspereza ofenden los odos de los fieles y pueden apartarnos de la sencillez de la Palabra de Dios,
estn entonces seguros de que yo apruebo con todo el corazn su sobriedad. Pues no me parece
que deba ser menor la reverencia al hablar de Dios que la que usamos en nuestros pensamientos
sobre l, pues cuanto de El pensamos, en cuanto procede de nosotros mismos, no es ms que
locura, y todo cuanto hablamos, vanidad. Con todo, algn medio hemos de tener, tomando de la
Escritura alguna regla a la cual se conformen todos nuestros pensamientos y palabras. Pero, qu
inconveniente hay en que expliquemos con palabras ms claras las cosas que la Escritura dice
oscuramente, con tal que lo que digamos sirva para declarar fielmente la verdad de la Escritura, y
que se haga sin tomarse excesiva libertad y cuando la ocasin lo requiera? De esto tenemos
muchos ejemplos. Y qu suceder si probamos que la Iglesia se ha visto ineludiblemente
obligada a usar las palabras "Trinidad" y "Personas"? Si alguno no las aprueba pretextando que
se trata de palabras nuevas que no se hallan en la Escritura, no se podr decir de l con razn
que no puede tolerar la luz de la verdad?; pues lo que hace es condenar que se explique con
palabras ms claras lo mismo que la Escritura encierra en s.
Tal novedad de palabras - si as se puede llamar - hay que usarla principalmente cuando conviene
mantener la verdad contra aquellos que la calumnian y que, tergiversndola, vuelven lo de dentro
afuera, lo cual al presente vemos ms de lo que quisiramos, resultndonos difcil convencer a
los enemigos de la verdad, porque con su sabidura carnal se deslizan como sierpes de las manos,
si no son apretados fuertemente. De esta manera los Padres antiguos, preocupados por los
ataques de las falsas doctrinas, se vieron obligados a explicar con gran sencillez y familiaridad lo
que sentan, a fin de no dejar resquicio alguno por donde los impos pudieran escapar, a los
cuales cualquier oscuridad de palabras les sirve de escondrijo donde ocultar sus errores.
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Confesaba Arrio que Cristo es Dios e Hijo de Dios, porque no poda contradecir los clarsimos
testimonios de la Escritura, y como persona que cumple con su deber, aparentaba conformarse
con los dems. Pero entretanto no dejaba de decir que Cristo es criatura y que tuvo principio
como las dems. Los Padres, para aclarar esta maliciosa simulacin pasaron adelante diciendo
que Cristo es Hijo eterno del Padre y consustapcial con el Padre. Entonces qued patente la
impiedad de los arrianos, y comenzaron a aborrecer y detestar la palabra "homousios", que quiere
decir consustancial. Si al principio hubieran confesado sinceramente y de corazn que Cristo es
Dios, no hubieran negado que era consustancial al Padre. Quin se atrever a acusar a aquellos
santos varones de amigos de controversias y disensiones, por el hecho de que por una simple
palabra se enardecieran los nimos en la disputa hasta llegar a turbar la paz y tranquilidad de la
Iglesia? Pero aquella mera palabra daba a conocer cules eran los verdaderos cristianos y cules
los herejes.
Vino despus Sabelio, el cual casi no daba importancia a las palabras Padre, Hijo y Espritu
Santo, y deca que estos nombres no denotaban distincin alguna, sino que eran ttulos diversos
de Dios, como hay otros muchos. Si disputaban con l, confesaba que crea que el Padre era
Dios, el Hijo era Dios y el Espritu Santo tambin era Dios. Pero luego encontraba una
escapatoria diciendo que no haba confesado otra cosa que si hubiera dicho que Dios es fuerte,
justo y sabio; y as deca otra cosa distinta: que el Padre es el Hijo y el Espritu Santo es el Padre',
sin distincin alguna. Los que entonces eran buenos maestros y amaban de corazn la piedad,
para vencer la malicia de este hombre, le contradecan diciendo que haba que confesar que hay
en un solo Dios tres propiedades; y para defenderse con la verdad sencilla y desnuda contra sus
argucias afirmaron que hay en un solo Dios o - lo que es lo mismo - en una sola esencia divina,
una Trinidad de Personas.
Por tanto, si estos nombres no han sido inventados temerariamente, ser menester guardarse de
ser acusados de temeridad por rechazarlos. Preferira que todos estuviesen sepultados con tal de
que todo el mundo confesara que el Padre, y el, Hijo, y el Espritu Santo son un solo Dios, y que,
sin embargo, ni el Hijo es Padre, ni el Espritu Santo es Hijo, sino que hay entre ellos distincin
de propiedad. Por lo dems, no soy tan riguroso e intransigente que me importe discutir
solamente por palabras. Pues pienso que los Padres antiguos, aunque procuraban hablar de estas
materias con gran reverencia, sin embargo no estaban de acuerdo todos entre s, e incluso algunos
no siempre hablaron de la misma manera. Porque, cules son las maneras de hablar usadas por
los Concilios, que san Hilario excusa? Qu atrevimiento no emplea a veces san Agustn? Qu
diferencia existe entre los griegos y los latinos! Un solo ejemplo bastar para mostrar esta
diversidad.
Los latinos, al interpretar el vocablo griego "homousios", dijeron consustancial; con lo cual
daban a entender que el Padre y el Hijo tienen una misma sustancia, y as por "sustancia" no
entendan ms que esencia. Por esta causa san Jernimo, escribiendo a Dmaso, obispo de Roma,
dice que es sacrilegio afirmar que hay en Dios tres sustancias. Pero ms de cien veces se hallar
en san Hilario esta expresin: En Dios hay tres sustancias.
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En cuanto a la palabra "hipstasis", qu dificultad encuentra san Jernimo? Pues l sospecha
que hay algn veneno oculto cuando se dice que hay en Dios tres "hipstasis"; y afirma que si
alguno usa esta palabra en buen sentido, no obstante es una manera impropia de hablar. Si esto lo
dice de buena fe y sin fingimiento, y no ms bien por molestar a sabiendas a los obispos
orientales, a los cuales odiaba, ciertamente que no tiene razn al decir que en todas las escuelas
profanas "usa" no significa otra cosa que "hipstasis"; lo cual se puede refutar por el modo
corriente de hablar. Ms modesto y humano es san Agustn1, el cual, aunque dice que esta
palabra "hipstasis" es nueva entre los latinos en este sentido, sin embargo, no solamente permite
a los griegos que sigan su manera de hablar, sino tambin tolera a los latinos que la usaran. E
igualmente Scrates, historiador eclesistico, escribe en el libro sexto de la historia llamada
Tripartita, que los primeros que usaron esta palabra en este sentido fueron gente ignorante. Y
tambin san Hilario echa en cara como un gran crimen a los herejes, que por su temeridad se ve
forzado a exponer al peligro de la palabra las cosas que el corazn debe sentir con gran
devocin2, no disimulando que es lcito hablar de cosas inefables y presumir cosas no
concedidas. Y poco despus se excusa de verse obligado a usar palabras nuevas. Porque despus
de haber puesto los nombres naturales: Padre, Hijo y Espritu Santo, aade que todo cuanto se
quiera buscar ms all de esto supera todo lo que se puede decir, est fuera de lo que nuestros
sentidos pueden percibir y nuestro entendimiento comprender. Y en otro lugar3 ensalza a los
obispos de Francia porque no haba, ni inventado, ni aceptado, ni siquiera conocido ms
confesin que la antiqusima y simplicsima que desde el tiempo de los apstoles haba sido
admitida en todas las Iglesias.
La excusa que da san Agustn es tambin muy semejante a sta; a saber, que esta palabra se
invent por necesidad a causa de la pobreza y deficiencia del lenguaje de los hombres en asunto
de tanta importancia, no para expresar todo lo que hay en Dios, sino para no callar cmo el
Padre, el Hijo y el Espritu Santo son tres. Esta modestia de aquellos santos varones debe
movernos a no ser rigurosos en condenar sin ms a cuantos no quieran someterse al modo de
hablar que nosotros usamos, con tal de que no lo hagan por orgullo, contumacia o malicia; pero a
su vez consideren ellos cun grande es la necesidad que nos obliga a hablar de esta manera, a fin
de que poco a poco se acostumbren a expresarse como conviene. Y cuiden asimismo, cuando hay
que enfrentarse con los arrianos y los sabelianos, que si llevan a mal que se les prive de la
oportunidad de tergiversar las cosas, ellos mismos resulten sospechosos de ser discpulos suyos.
Arrio dice que Cristo es Dios, pero para sus adentros afirma que es criatura y que ha tenido
principio. Dice que es uno con el Padre, pero secretamente susurra a los odos de sus discpulos
que ha sido formado como los dems fieles, aunque con cierta prerrogativa.
Sabelio dice que estos nombres, Padre, Hijo y Espritu Santo no sealan distincin alguna en
Dios. Decid que son tres; en seguida protestar que nombris tres dioses. Decid que en la esencia
una de Dios hay Trinidad de 1 De la Trinid2d, Lib. V, caps. 8 y 9. 2 De la Trinidad, Lib. II, cap.
2. 3 De los concilios, Personas, y diris lo mismo que dice la Escritura y haris callar a este
calumniador. Pero si hay alguno tan escrupuloso que no puede admitir estos tres nombres, no
obstante, ninguno, por ms que le pese, podr negar que cuando la Escritura nos dice que Dios es
uno debemos entender la unidad de la sustancia, y cuando omos decir que en la unidad de la
esencia divina hay tres, a saber, Padre, Hijo y Espritu Santo, hemos de entender que con esta
Trinidad se menciona a las Personas. Cuando esto se profesa de corazn y sin doblez alguna, no
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importarn gran cosa las palabras. Pero hace ya tiempo que s por experiencia que cuantos
pertinazmente se empean en discutir por simples palabras, alimentan dentro de s algn oculto
veneno, de suerte que es mucho mejor provocarlos abiertamente, que andar con medias tintas
para conservar su favor y amistad.
Mas, dejando a un lado la controversia sobre meras palabras, comenzar a tratar el meollo mismo
de la cuestin.
As pues, por "persona" entiendo una subsistencia en la esencia de Dios, la cual, comparada a con
las otras, se distingue por una propiedad incomunicable. Por "subsistencia" entiendo algo distinto
de "esencia". Porque si el Verbo fuese simplemente Dios, san Juan se hubiese expresado mal al
decir que estuvo siempre con Dios (Jn. 1, l). Cuando luego dice que El mismo es Dios, entiende
esto de la esencia nica. Pero como quiera que el Verbo no pudo estar en Dios sin que residiese
en el Padre, de aqu se deduce la subsistencia de que hablamos, la cual, aunque est ligada
indisolublemente con la esencia y de ninguna manera se pueda separar de ella, sin embargo tiene
una nota especial por la que se diferencia de la misma.
Y digo tambin que cada una de estas tres subsistencias, comparada con las otras, se distingue
de ellas con una distincin de propiedad. Ahora bien, aqu hay que subrayar expresamente la
palabra "relacionar" o "comparar", porque al hacer simple mencin de Dios, y sin determinar
nada especial, lo mismo conviene al Hijo, y al Espritu Santo que al Padre; pero cuando se
compara al Padre con el Hijo, cada uno se diferencia del otro por su propiedad.
En tercer lugar, todo lo que es propio de cada uno de ellos es algo que no se puede comunicar
a los dems; pues nada de lo que se atribuye al Padre como nota especfica suya puede pertenecer
al Hijo, ni serle atribuido. Y no me desagrada la definicin de Tertuliano con tal de que se
entienda bien: que la Trinidad de Personas es una disposicin en Dios o un orden que no cambia
nada en la unidad de la esencial.
Pero antes de pasar adelante, probemos la divinidad del Hijo y del Espritu Santo; despus
veremos cmo se diferencian entre s.
Cuando la Escritura hace mencin del Verbo de Dios, sera absurdo imaginarse una voz que
solamente se articulase y desapareciese, o que se echa al aire fuera del mismo Dios, como fueron
todas las profecas y revelaciones que los patriarcas antiguos tuvieron. Ms bien este vocablo
"Verbo" significa la sabidura que perpetuamente reside en Dios, de la cual todas las revelaciones
y profecas procedieron. Porque los profetas del Antiguo Testamento no hablaron menos por el
Espritu Santo, como lo atestigua san Pedro (1 Pe. 1, 1 l), que los apstoles y los que despus de
ellos ensearon la doctrina de la salvacin. Pero como Cristo an no se haba manifestado, es
necesario entender que este Verbo fue engendrado del Padre antes de todos los siglos. Y si aquel
Espritu, cuyos instrumentos fueron los profetas, es el Espritu del Verbo, de aqu concluimos
infaliblemente que el Verbo de Dios es verdadero Dios. Y esto lo atestigua bien claramente
Moiss, en la creacin del mundo, poniendo siempre por delante el Verbo. Porque, con qu fin
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refiere expresamente que Dios al crear cada cosa deca: Hgase esto o lo otro, sino para que la
gloria de Dios, que es algo insondable, resplandeciese en su imagen?
A los burlones y habladores les sera fcil una escapatoria, diciendo que esta palabra en este lugar
no quiere decir sino mandamiento o precepto. Pero los apstoles exponen mucho mejor este
pasaje; dicen ellos, en efecto, que el mundo fu creado por el Hijo (Heb. 1, 2) y que sostiene
todas las cosas con su poderosa Palabra, en lo cual vemos que la Palabra o Verbo significa la
voluntad y el mandato del Hijo, el cual es eterno y esencial Verbo de Dios. Asimismo, lo que
dice Salomn no encierra oscuridad alguna para cualquier hombre desapasionado y modesto, al
presentarnos a la sabidura engendrada de Dios antes de los siglos (Prov.8,22) y que presida en
la creacin de todas las cosas y en todo cuanto ha hecho Dios'. Porque imaginarse un mandato de
Dios temporal sera cosa desatinada y frvola, ya que Dios quiso entonces manifestar su eterno y
firme consejo, e incluso algo ms oculto. Lo cual se confirma tambin por lo que dice Jesucristo:
"Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo" (Jn. 5,17). Porque al afirmar que desde el principio
del mundo l ha obrado juntamente con su Padre, declara ms por extenso lo que Moiss haba
expuesto, brevemente. As pues, vemos que Dios ha hablado de tal manera en la creacin de las
cosas, que el Verbo no estuvo nunca ocioso, sino que tambin obr, y que de esta manera la obra
es comn a ambos.
Pero con mucha mayor claridad que todos habl san Juan, cuando atestigua que aquel Verbo, el
cual desde el principio estaba con Dios, era juntamente con el Padre la causa de todas las cosas
(Jn. 1, 3). Porque l atribuye al Verbo una esencia slida y permanente, y aun le seala cierta
particularidad y bien claramente muestra cmo Dios hablando ha sido el creador del mundo. Y
as como todas las revelaciones que proceden de Dios se dice con toda razn que son su palabra,
de la misma manera es necesario que su Palabra sustancial, que es la fuente de todas las
revelaciones, sea puesta en el supremo lugar; y sostener que jams est sujeta a ninguna
mutacin, sino que perpetuamente permanece en Dios en un mismo ser, y ella misma es Dios.
Aqu gruen ciertas gentes, las cuales, no atrevindose claramente a quitarle su divinidad, le
despojan en secreto de su eternidad. Porque dicen que el Verbo comenz a existir cuando Dios
en la creacin del mundo abri su sagrada boca. Pero hablan muy inconsideradamente al decir
que ha habido en la sustancia de Dios cierta mutacin. Es verdad que los nombres y ttulos que se
refieren a la obra externa de Dios se le comenzaron a atribuir conforme la obra comenz a existir
- como cuando es llamado creador del cielo y de la tierra -, pero la fe no reconoce ningn nombre
ni admite ninguna palabra que signifique que algo se ha innovado en Dios mismo. Porque si
alguna cosa nueva le hubiera sobrevenido, no podra ser verdad lo que dice Santiago: ...Todo
don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay mudanza, ni sombra de
variacin" (Sant. 1, 17). Por tanto, nada se puede consentir menos que imaginar un principio del
Verbo, que siempre fue Dios y despus cre el mundo.
Pero ellos piensan que argumentan sutilmente al decir que Moiss, cuando narra que Dios habl,
quiere decir que antes de aquel momento no haba en Dios palabra ninguna. Sin embargo, no hay
nada ms insensato que esto, pues no se sigue ni se debe concluir: esto comenz a manifestarse
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en tal tiempo, luego antes no exista. Yo concluyo exactamente al revs, o sea: puesto que en el
mismo instante en que Dios dijo: sea hecha la luz, apareci y se demostr la virtud del Verbo,
por consiguiente el Verbo exista mucho antes. Y si alguno pregunta cunto tiempo antes, no
encontrar en ello principio alguno, porque ni aun el mismo Jesucristo fija tiempo cuando dice:
"Padre, glorifcame t para contigo, con aquella gloria que tuve contigo antes que el mundo
fuese" (Jn. 17,5). Y san Juan no se olvid de probar esto mismo, porque antes de hablar de la
creacin del mundo dice que el Verbo existi desde el principio con Dios.
De nuevo, pues, concluyo que el Verbo que existi antes del principio del tiempo concebido en
Dios, residi perpetuamente en l; por donde se prueban claramente la eternidad del Verbo, su
verdadera esencia y su divinidad.
Y aunque no quiero mencionar ahora la persona del Mediador, porque dejo el tratar de ello para
el lugar donde se hablar de la redencin, sin embargo, como todos sin contradiccin alguna
deben tener por cierto que Jesucristo es aquel mismo Verbo revestido de carne, los mismos
testimonios que confirman la divinidad de Jesucristo tienen mucho peso para nuestro actual
propsito.
Cuando en el Salmo 45,6 se dice: "Tu trono, oh Dios, es eterno y para siempre", los judos lo
tergiversan diciendo que el nombre de "Elohim", que usa en este lugar el Profeta, se refiere
tambin a los ngeles y a los hombres constituidos en autoridad. Pero yo respondo que en toda la
Escritura no hay lugar semejante en el que el Espritu Santo erija un trono perpetuo a criatura
alguna. Ni tampoco aquel de quien se habla es llamado simplemente Dios, sino adems
Dominador eterno. Asimismo a nadie ms que a Dios se da este titulo de "Elohirn" sin adicin
alguna; como por ejemplo se llama a Moiss el dios del Faran (x. 7, l). Otros interpretan: tu
trono es de Dios; interpretacin sin valor alguno. Convenio en que muchas veces se llama divino
a lo que es excelente, pero por (el contexto se ve claramente que tal interpretacin sera muy dura
y forzada y que no puede convenir a ello en manera alguna.
Pero aunque no se pueda vencer la obstinacin de tales gentes, lo que Isaas testifica de
Jesucristo: que es Dios y que tiene suma potencia (Is.9,6), lo cual no pertenece ms que a Dios,
est bien claro. Tambin aqu objetan los judos y leen esta sentencia de esta manera: ste es el
nombre con que lo llamar el Dios fuerte, el Padre del siglo futuro, etc. Y as! quitan a Jesucristo
todo lo que en esta sentencia se dice de l, y no le atribuyen ms que el ttulo de Prncipe de paz.
Pero, por qu razn se habran de acumular en este lugar tantos ttulos y eptetos del Padre,
puesto que el intento del profeta es adornar a Jesucristo con ttulos ilustres, capaces de
fundamentar nuestra fe en l? No hay, pues, duda de que es llamado aqu Dios fuerte por la
misma razn por la que poco antes fue llamado Emmanuel.
Pero no es posible hallar lugar ms claro que el de Jeremas cuando dice que "ste ser su
nombre con el cual le llamarn: Jehov, justicia nuestra" (Jer. 23, 6). Porque, como quiera que
los mismos judos afirman espontneamente que los dems nombres de Dios no son ms que
eptetos, y que slo el nombre de Jehov, al que ellos llaman inefable, es sustantivo que significa
la esencia de Dios, de ah concluyo que el Hijo es el Dios nico y eterno,, que afirma en otro
lugar que no dar su gloria a otro (ls.42,8). Los judos buscan tambin aqu una escapatoria,
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diciendo que Moiss puso este mismo nombre al altar que edific, y que Ezequiel llam as a la
nueva Jerusaln. Pero, quin no ve que aquel altar fue erigido como recuerdo de que Dios haba
exaltado a Moiss, y que Jerusaln es llamada con el nombre mismo de Dios sencillamente
porque en ella resida l? Porque el profeta se expresa as: "Y el nombre de la ciudad desde aquel
da ser Jehov-sarna"1 (Ez.48, 35). Y Moiss dice: "Edific un altar, y llam su nombre,
Jehov-nisi'1 2 (x. 17,15).
Pero mayor an es la disputa con los judos respecto a otro lugar de Jeremas, en el cual se da
este mismo ttulo a Jerusaln: "Y se le llamar: Jehov, justicia nuestra- (Jer.33,16). Pero est tan
lejos este testimonio de oscurecer la verdad que aqu mantenemos, que antes al contrario ayuda a
confirmarla. Porque habiendo dicho antes Jeremas que Cristo es el verdadero Jehov del cual
procede la justicia, ahora dice que la Iglesia sentir con tanta certeza que es as!, que ella misma
se podr gloriar con este mismo nombre. As que en el lugar primero se pone la causa y fuente de
la justicia, y en el segundo se aade el efecto.
Y si esto no satisface a los judos, no veo cmo ellos podrn interpretar lo que se lee en la
Escritura con tanta frecuencia, en la cual vemos que el nombre Jehov es atribuido a un ngel.
Dcese que un ngel se apareci a los patriarcas del Antiguo Testamento (Jue. 6, 1 l). El mismo
ngel se atribuye el nombre del Dios eterno. Si alguno responde que esto se dice por respeto a la
persona que el ngel representa, no resuelve la dificultad. Porque un siervo no permitira jams
que se le ofreciesen sacrificios para quitar la honra que se debe a Dios; en cambio el ngel,
despus de haberse negado a probar el pan, manda que se ofrezca sacrificio a Jehov, y luego
prueba realmente que es el mismo Jehov Que. 13,16). Y as Manoa y su mujer comprenden por
esta seal que no solamente vieron al ngel, sino tambin a Dios, por lo cual exclaman:
"Moriremos, porque a Dios hemos visto" (Jue. 13,22). Y cuando la mujer responde: "Si Jehov
nos quisiera matar, no aceptara de nuestras manos el holocausto y la ofrenda- (Jue. 13,23)
ciertamente confiesa que es Dios aquel que antes fue llamado ngel. Y lo que es ms, la misma
respuesta del ngel quita toda duda: "Por qu me preguntas por mi nombre, que es admirable?
(Ibid. v. 18). Por ello es abominable la impiedad de Servet cuando se atreve a decir que jams se
manifest Dios a Abraham ni a los otros patriarcas, sino que en vez de a l, adoraron a un ngel.
Pero muy bien y prudentemente los doctores antiguos interpretaron que este ngel principal fue el
Verbo eterno de Dios, el cual desde entonces comenzaba a ejercer el oficio de Mediador. Porque,
si bien el Hijo de Dios no se habla revestido an de carne humana, sin embargo descendi, como
un tercero, para acercarse con ms familiaridad a los fieles. Y as, a esta comunicacin le dio el
nombre de ngel, conservando, sin embargo, lo que era suyo, a saber, ser Dios de gloria inefable.
Lo mismo quiere decir Oseas, quien despus de haber contado la lucha de Jacob con el ngel,
dice: "Mas Jehov es Dios de los ejrcitos; Jehov es su nombre" (Os. 12,5). Servet grue otra
vez diciendo que esto fue porque Dios haba tomado la forma de un ngel. Como si el profeta no
confirmase lo que antes haba dicho Moiss: "Por qu me preguntas por mi nombre?. Y la
confesin del santo patriarca aclara suficientemente que no haba sido un ngel creado, sino
Aquel en quien plenamente resida la divinidad, cuando dice: "Vi a Dios cara a cara" (Gn. 32,29-
3d). En lo cual conviene con lo que dice san Pablo: que Cristo fue el gua del pueblo en el
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desierto (1 Cor. 10, 4). Porque aunque no haba llegado la hora de humillarse y someterse, no
obstante aquel Verbo eterno dio ya entonces muestra del oficio que le estaba destinado.
Igualmente, si se considera sin pasin alguna el captulo segundo de Zacaras, el ngel que enva
al otro ngel es en seguida llamado Dios de los ejrcitos y se le atribuye sumo poder.
Omito citar infinitos testimonios, que plenamente aseguran nuestra fe, aunque los judos no se
conmuevan gran cosa con ellos. Cuando se dice en Isaas: "He aqu, ste es nuestro Dios, le
hemos esperado, y nos salvar" (ls.25,9), todas las personas sensatas ven que aqu claramente se
habla del Redentor, que debla levantarse para librar a su pueblo. Y el que repita dos veces lo
mismo con palabras de tanto peso, no deja opcin para aplicar esto sino a Cristo. Y an ms claro
es el testimonio de Malaquias, en el que promete que el Dominador, que entonces se esperaba,
vendra a su templo (Mal. 3, l). Es de todos, conocido que el templo de Jerusaln jams fue
dedicado a nadie ms que a aquel que es nico y supremo Dios; y sin embargo el profeta concede
su posesin a Cristo; de donde se sigue que l es el mismo Dios a quien siempre adoraron los
judos.
11. Los apstoles aplican a Jesucristo lo que se ha dicho del Dios eterno
En cuanto al Nuevo Testamento, est todo l lleno de innumerables testimonios; por tanto,
procurar ms bien entresacar algunos, que no amontonarlos todos. Y aunque los apstoles hayan
hablado de l despus de haberse mostrado en carne como Mediador, sin embargo, cuanto yo
cite viene a propsito para probar su eterna divinidad.
En cuanto a lo primero hay que advertir grandemente, que cuanto haba sido antes dicho del Dios
eterno, los apstoles ensean que, o se ha cumplido ya en Cristo, o se cumplir despus. Porque
cuando Isaas profetiza que el Seor de los ejrcitos sera a los judos y a los israelitas piedra de
escndalo, y piedra en que tropezasen (ls. 8,14), san Pablo afirma que esto se cumpli en Cristo,
de quien muestra por el mismo texto que Cristo fue aquel Seor de los ejrcitos (Rom. 9,29). Del
mismo modo en otro lugar, dice: "Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo. Porque
escrito est: ... ante m se doblar toda rodilla, y toda lengua confesar a Dios" (Rom. 14, 10-1 l);
y puesto que Dios, por Isaas (1s.45, 23), dice esto de s mismo y Cristo muestra con los hechos
que esto se cumple en l, sguese por lo mismo que l es aquel Dios, cuya gloria no se puede
comunicar a otro. Igualmente lo que el Apstol cita del salmo en su carta a los efesios conviene
slo a Dios: "Subiendo a lo alto, llev cautiva la cautividad" (Ef.4,8). Porque quiere dar a
entender que este ascender habla sido tan slo figurado cuando Dios mostr su potencia dando
una notable victoria a David contra los infieles, pero que mucho ms perfecta y plenamente se
manifest en Cristo. Y de acuerdo con esto san Juan atestigua que fue la gloria del Hijo la que
Isaas haba visto en su visin, aunque el profeta dice que la majestad de Dios fue lo que se le
revel (Jn. 1, 14; Is. 6, l). Adems, los testimonios que el Apstol en la carta a los Hebreos
atribuye al,Hijo, evidentemente no pueden convenir ms que a Dios: "T, Seor, en el principio
fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos". "Adrenle todos los ngeles de Dios"
(Heb. 1, 6. 10). Y cuando l aplica estos testimonios a Cristo, no los aplica sino en su sentido
propio, porque todo cuanto all se profetiz se cumpli solamente en Jesucristo. Pues l fue el
que levantndose se apiad de Sin; l quien tom posesin de todas las gentes y naciones
extendiendo su reino por doquier. Y por qu san Juan iba a dudar en atribuir la majestad de Dios
a Cristo, cuando l mismo haba dicho antes que el Verbo haba estado siempre con Dios? (Jn. 1,
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14). Por qu iba a terrier san Pablo sentar a Cristo en el tribunal de Dios, habiendo antes dado
tan clarsimo testimonio de su divinidad, cuando dijo que era Dios bendito para siempre? (2Cor.
5, 10; Rom. 9, 5). Y para que veamos cmo el Apstol est plenamente de acuerdo consigo
mismo, en otro lugar dice que "Dios fue manifestado en carne" (1Tim. 3,16). Si l es el Dios que
debe ser alabado para siempre, sguese luego que, como dice en otro lugar, es Aquel a quien slo
se debe toda gloria y honra (1Tim. 1, 17).
Y esto no lo disimula, sino que lo dice con toda claridad:---siendo en forma de Dios, no estim el
ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despoj a s mismo" (Flp. 2,6-7). Y para
que los impos no murmurasen diciendo que era un Dios hecho de prisa, san Juan contina: "Este
es el verdadero Dios, y la vida eterna" (1 Jn. 5,20). Aunque nos debe ser ms que suficiente ver
que es llamado Dios, y principalmente por boca de san Pablo, el cual claramente afirma que no
hay muchos dioses, sino uno slo; dice as: "Pues aunque haya algunos que se llamen dioses, sea
en el cielo, o en la tierra... para nosotros, sin embargo, slo hay un dios, el Padre, del cual
proceden todas las cosas" (1Cor.8,5.6). Cuando omos por boca de este mismo apstol que "Dios
fue manifestado en carne" (1Tim. 3,16), y que con su sangre adquiri la Iglesia, por qu nos
imaginamos u n segundo Dios al cual l no conoce? Y no hay duda que los fieles entendieron
esto de esta manera. Toms, confesando que El era su Dios y Seor, declara que es aquel nico y
solo Dios a quien siempre haba adorado (Jn. 20,28).
Igualmente, si juzgamos su divinidad por las obras que en la Escritura se le atribuyen, ella
aparecer mucho ms claramente. Porque cuando dijo que P-1 desde el principio hasta ahora
obraba juntamente con el Padre (Jn. 5,17), los judos, bien que por otro lado eran muy torpes,
sintieron que con estas palabras se atribua a s "sino potencia divina. Y por esta causa, como
relata san Juan, procuraban con mayor diligencia que antes matarlo; porque no solamente
quebrantaba el sbado, sino que adems deca que Dios era su Padre, hacindose igual a Dios (Jn.
5,18).
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aunque admito que los profetas y los apstoles los han obrado tambin, sin embargo existe una
gran diferencia, ya que ellos solamente han sido ministros de los dones de Dios, pero Jesucristo
los hizo con su propia virtud. Es cierto que algunas veces or para atribuir la gloria al Padre (Jn.
11,41); pero la mayora de las veces demostr tal autoridad por s mismo. Y cmo no iba a ser
verdadero autor de milagros el que por su propia autoridad da a otros el poder de hacerlos?
Porque el evangelista cuenta que l dio a los apstoles el poder de resucitar los muertos, de curar
los leprosos, de echar los demonios, etc. (Mt. 10, 8). Y los apstoles han usado de l de tal
manera que claramente mostraron que no tenan la virtud de hacer milagros sino por Jesucristo:
"En el nombre de Jesucristo de Nazaret, levntate y anda" (Hch. 3,6). No hay, pues, por qu
maravillarse, si Jesucristo, para mostrar la incredulidad de los judos les ha echado en cara los
milagros que hizo entre ellos (Jn. 5,36; 14, 1 l), pues habindolos obrado por su virtud, daban
testimonio ms que suficiente de su divinidad. Y adems de esto, si fuera de Dios no hay
salvacin alguna, ni justicia, ni vida, y Cristo encierra en s todas estas cosas, es evidente que es
Dios. Y no hay razn para que alguno me arguya diciendo que todo esto se lo concedi Dios,
pues no se dice que recibi el don de la salvacin, sino que l mismo es la salvacin. Y aunque
ninguno es bueno, sino slo Dios (Mt. 19,17), cmo podra ser un puro hombre, no digo bueno
y justo, sino la misma bondad y justicia? Y qu diremos a lo que el evangelista dice: que desde
el principio del mundo la vida estaba en l, y que l siendo vida era tambin la luz de los
hombres? (Jn. 1, 4).
Cristo exige nuestra fe y nuestra esperanza. Por tanto, teniendo nosotros tales experiencias de su
majestad divina, nos atrevemos a poner nuestra fe y esperanza en l, no obstante saber que es
una horrible blasfemia el que alguien ponga su confianza en criatura alguna. l dice: "Creis en
Dios, creed tambin en m" (Jn. 14, l). Y as expone san Pablo dos textos de Isaas: "Todo aqul
que en l creyere, no ser avergonzado" (ls. 28,16; Rom. 10, 1 l). Y: "Estar la raz de Isa, y el
que se levantar a regir los gentiles; los gentiles esperarn en l" (ls. 11, 10; Rom. 15,12). Mas a
qu citar ms testimonios, cuando tantas veces se dice en la Escritura: "El que cree en m tiene
vida eterna"? (Jn. 6,47).
Tampoco carece de importancia que el apstol san Pablo, en los saludos que acostumbra a, poner
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al principio de sus cartas, pida los mismos beneficios a Jesucristo, que los que pide al Padre. Con
lo cual nos ensea, que no solamente alcanzamos del Padre los beneficios por su intercesin y
medio, sino que tambin el mismo Hijo es el autor de ellos por tener la misma potencia que su
Padre. Esto que se funda en la prctica y en la experiencia, es mucho ms cierto y firme que todas
las ociosas especulaciones, porque el alma fiel conoce sin duda posible y, por as decirlo, toca
con la mano la presencia de Dios, cuando se siente vivificada, iluminada, justificada y
santificada.
Y por esto es necesario usar la misma prueba para confirmar la divinidad del Espritu Santo.
Pero la prueba mejor, segn he dicho, se toma de la experiencia comn; porque lo que la
Escritura le atribuye y lo que nosotros mismos experimentamos acerca de l, de ningn modo
puede pertenecer a criatura alguna. Pues l es el que extendindose por todas partes, sustenta, da
fuerza y vivifica todo cuanto hay, tanto en el cielo como en la tierra. Asimismo excede a todas las
criaturas en que a su potencia no se le seala trmino ni lmite alguno, sino que el infundir su
fuerza y su vigor en todas las cosas, darles el ser, que vivan y se muevan, todo esto
evidentemente es cosa divina. Adems de esto, si la regeneracin espiritual que nos hace
partcipes de una vida eterna es mucho mejor y ms excelente que la presente vida, qu hemos
de pensar de Aquel por cuya virtud somos regenerados? Y que l sea el autor de esta
regeneracin, y no por potencia prestada, sino propia, la Escritura lo atestigua en muchsimos
lugares; y no solamente de esta regeneracin, sino tambin de la inmortalidad que alcanzaremos.
Finalmente, todos los oficios propios de la divinidad le son tambin atribuidos al Espritu Santo,
como al Hijo. Porque tambin l escudria los secretos de Dios (1Cor. 2, 10), no tiene consejero
entre todas las criaturas (1Cor.2, 16), da sabidura y el don de hablar (1Cor. 12, 10), aunque el
Seor dice a Moiss que hacer esto no conviene a otro ms que a l slo (x. 4, 1 l). De esta
manera por el Espritu Santo venimos a participar de Dios, sintiendo su virtud que nos vivifica.
Nuestra justificacin obra suya es; de l procede la potencia, la santificacin, la verdad, la gracia
y cuantos bienes es posible imaginar; porque uno solo es el Espritu de quien fluye hacia nosotros
toda la diversidad de dones. Pues es muy digna de notarse aquella sentencia de san Pablo:
Aunque los dones sean diversos, y sean distribuidos diversamente, con todo uno solo y mismo es
el Espritu (1Cor. 12, 11 y sig.). El Apstol no solamente lo reconoce como principio y origen,
sino tambin como autor, lo cual expone ms claramente un poco ms abajo, diciendo: Un solo y
mismo Espritu distribuye todas las cosas segn quiere. Si l no fuese una subsistencia que
residiera en Dios, san Pablo nunca lo constituira como juez para disponer de todas las cosas a su
voluntad. As que el Apstol evidentemente adorna al Espritu Santo con la potencia divina y
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afirma que es una hipstasis de la esencia de Dios.
E incluso cuando la Escritura habla de l, le da el nombre de Dios. Y por esta razn san Pablo
concluye que somos templos de Dios, porque su Espritu habita en nosotros (1Cor. 3,17; 6,19; 2
Cor. 6,16), todo lo cual no se puede pasar por alto y a la ligera. Porque siendo as que Dios nos
promete tantas veces escogernos como templo suyo, esta promesa suya no se cumple sino
habitando en nosotros su Espritu. Ciertamente que como muy bien dice san Agustn, si se nos
mandase levantar un templo de madera y de piedra al Espritu Santo, como quiera que este honor
solamente se debe a Dios, ello sera una prueba clarsima de su divinidad'. Ahora bien, cunto
ms convincente es el hecho de que, no ya debamos edificarle un templo, sino que nosotros
mismos debamos ser ese templo! Y el mismo Apstol con idntico sentido unas veces nos llama
templo de Dios, y otras, templo de su Espritu. Y san Pedro, reprendiendo a Ananas porque
haba mentido al Espritu Santo, dice que haba mentido, no a los hombres, sino a Dios (Hch.
5,4). Y lo mismo, cuando Isaas presenta al Seor de los ejrcitos hablando, san Pablo dice que es
el Espritu Santo quien habla (ls.6, 9; Hch.28,25-26). Y lo que es ms, los lugares en que los
profetas a cada paso dicen que las palabras que refieren son del Dios de los ejrcitos, Cristo y los
apstoles los refieren al Espritu Santo. De donde se sigue que l es el verdadero Dios eterno,
principal autor de las profecas. Igualmente, cuando Dios se queja de que es incitado a
encolerizarse por la obstinacin del pueblo, en lugar de esto Isaas dice que su Santo Espritu est
contristado (1s. 63, 10). Finalmente, si la blasfemia contra el Espritu ni en este siglo ni en el
venidero ser perdonada (Mt. 12,31; Mc. 3,29; l---c. 12, 10), siendo as que alcanza el perdn aun
el que blasfema contra el Hijo, de aqu claramente se deduce su divina majestad, ofender o
rebajar la cual es un crimen irremisible.
Omito a propsito citar muchos testimonios que usaban los antiguos. Les pareca muy oportuno
lo que dice David: "Por la palabra de Jehov fueron hechos los cielos, y todo el ejrcito de ellos
por el aliento de su boca- (Sal.33,6), para probar que el mundo no fue menos obra del Espritu
Santo que del Hijo. Pero como quiera que es cosa muy corriente en los Salmos repetir una misma
cosa dos veces, y que en Isaas "el espritu de la boca" (1s. 11,4) es lo mismo que el Verbo, la
razn que se alega no tiene fuerza. Por eso solamente he querido tocar sobriamente los
testimonios que pueden apoyar firmemente nuestra conciencia.
Mas, as como Dios se manifest mucho ms claramente con la venida de Cristo, as tambin las
tres Personas han sido mucho mejor conocidas. Bstenos entre muchos, este solo testimonio. San
Pablo de tal manera enlaza y junta estas tres cosas, Dios, fe y bautismo (Ef. 4,5), que
argumentando de lo uno a lo otro concluye que, as como no hay ms que una fe, igualmente no
hay ms que un Dios; y puesto que no hay ms que un bautismo, no hay tampoco ms que una fe.
Y as, si por el bautismo somos introducidos en la fe de un solo Dios para honrarle, es necesario
que tengamos por Dios verdadero a Aquel en cuyo nombre somos bautizados. Y no hay duda de
que Jesucristo al mandar bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espritu Santo (Mt.
28,19) ha querido declarar que la claridad del conocimiento de las tres Personas deba brillar con
mucha mayor perfeccin que antes. Porque esto es lo mismo que decir que bautizasen en el
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nombre de un solo Dios, el cual con toda evidencia se ha manifestado en el Padre, el Hijo y el
Espritu Santo. De donde se sigue claramente que hay tres Personas que subsisten en la esencia
divina, en las cuales se conoce a Dios. Y ciertamente, puesto que la fe no debe andar mirando de
ac para all, ni haciendo multitud de discursos, sino poner los ojos en un solo Dios y llegarse a
l y estarse all, fcilmente se concluye que si hubiese muchas clases de fe, sera necesario
tambin que hubiese muchas clases de dioses. Y como el bautismo es el sacramento de la fe, l
nos confirma que Dios es uno. De aqu tambin se concluye que no es lcito bautizar ms que en
el nombre de un solo Dios, puesto que creemos en Aquel en cuyo nombre somos bautizados. As
pues, qu es lo que quiso Cristo cuando mand bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del
Espritu Santo, sino que debamos creer con una misma fe en el Padre, en el Hijo y en el Espritu
Santo? Y qu es esto sino afirmar abiertamente que el Padre, el Hijo y el Espritu Santo son un
solo Dios? Ahora bien, si debemos tener como indubitable que Dios es uno y que no existen
muchos dioses, hay que concluir que el Verbo o Palabra y el Espritu no son otra cosa sino la
esencia divina. Y por ello los arrianos andaban del todo descaminados al confesar la divinidad
del Hijo, al paso que le negaban la sustancia de Dios. Y lo mismo dgase de los macedonianos,
que por el Espritu Santo no queran entender ms que los dones de gracia que Dios distribuye a
los hombres. Porque como la sabidura, la inteligencia, la prudencia, la fortaleza y el temor de
Dios provienen de l, as tambin l slo es el Espritu de sabidura, de prudencia, de fortaleza y
de las dems virtudes. Ni hay en l divisin alguna, segn la diversa distribucin de las gracias,
sino que permanece siempre todo entero, aunque las gracias se distribuyan diversamente (1 Cor.
12, 11).
Por otra parte, la Escritura nos muestra cierta distincin entre el Padre y el Verbo, y entre el
Verbo y el Espritu Santo; lo cual hemos de considerar con gran reverencia y sobriedad, segn lo
requiere la majestad de tan alto misterio. Por ello me agrada sobremanera esta sentencia de
Gregorio Nacianceno: "No puedo", dice, "concebir en mi entendimiento uno, sin que al momento
me vea rodeado del resplandor de tres; ni puedo diferenciar tres, sin que al momento se vea
reducido a uno"'. Guardmonos, pues, de imaginar en Dios una Trinidad de Personas que impida
a nuestro entendimiento reducirla al momento a unidad. Las palabras Padre, Hijo y Espritu
Santo, denotan sin duda una distincin verdadera, a fin de que nadie piense que se trata de ttulos
atribuidos a Dios segn las diversas maneras como se muestra en sus obras; pero hay que advertir
que se trata de una distincin, y no de una divisin. Los testimonios ya citados muestran
suficientemente que el Hijo tiene su propiedad distinta del Padre. Porque el Verbo no estara en
Dios, si no fuera otra Persona distinta del Padre; ni tendra su gloria en el Padre, si no fuera
distinto de l. Asimismo el Hijo se distingue del Padre, cuando dice que hay otro que da
testimonio acerca de l (Jn. 5,32; 8,16; etc.). Y lo mismo se dice en otro lugar, que el Padre cre
todas las cosas por el Verbo; lo cual no sera posible, si de alguna manera no fuera distinto del
Hijo. Adems, el Padre no descendi a la tierra, sino el que sali del Padre; el Padre no muri ni
resucit, sino Aquel a quien l envi. Y esta distincin no comenz despus de que el Verbo
tomase carne humana, sino que es evidente que ya antes el Unignito estuvo "en el seno del
Padre" (Jn. 1, 18). Porque, quin se atrever a decir que entr en el seno del Padre precisamente
cuando descendi del cielo para tomar carne humana? As que antes estaba en el seno del Padre y
gozaba de su gloria con l.
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La distincin entre el Espritu Santo y el Padre la pone Cristo de manifiesto cuando dice que
procede del Padre; y la distincin respecto a s mismo, siempre que lo llama otro; como cuando
dice que l enviar otro Consolador (Jn. 14,16; 15,26), y, en otros muchos lugares.
No s si para explicar la fuerza de esta distincin es conveniente usar semejanzas tomadas de las
cosas humanas. Es cierto que los antiguos suelen hacerlo as a veces, pero a la vez confiesan que
todas sus semejanzas se quedan muy lejos de la realidad. De aqu proviene mi temor de parecer
atrevido, no sea que si digo algo que no venga del todo a propsito, d con ello ocasin a los
malos de calumniar y maldecir, y a los ignorantes, de errar. Sin embargo, no conviene pasar por
alto la distincin que seala la Escritura, a saber: que al Padre se atribuye ser el principio de toda
obra, y la fuente y manantial de todas las cosas; al Hijo, la sabidura, el consejo, y el orden para
disponerlo todo; al Espritu Santo, la virtud y la eficacia de obrar. Y aunque la eternidad del
Padre sea tambin la eternidad del Hijo y del Espritu Santo, puesto que nunca jams pudo Dios
estar sin su sabidura y su virtud, ni en la eternidad debemos buscar primero y ltimo, sin
embargo, no es vano ni superfluo observar este orden, diciendo que el Padre es el primero; y
luego el Hijo, por proceder del Padre; y el tercero el Espritu Santo, que procede de ambos. Pues
aun el entendimiento de cada uno tiende a esto naturalmente, ya que primeramente considera a
Dios, luego a la sabidura que de l procede, y, finalmente, la virtud con que realiza lo que ha
determinado su consejo. Y por esto se dice que el Hijo procede del Padre solamente, y el Espritu
Santo de uno y otro. Y ello en muchos lugares, pero en ninguno ms claramente que en el
captulo octavo de la carta a los Romanos, donde el Espritu Santo es llamado indiferentemente
unas veces Espritu de Cristo, y otras Espritu del que resucit a Cristo de entre los muertos; y
ello con mucha razn. Porque san Pedro tambin atestigua que fue por el Espritu de Cristo por
quien los profetas han hablado, bien que la Escritura en muchos lugares ensee que fue el
Espritu de Dios Padre (2 Pe. 1,21).
Pero esta distincin est tan lejos de impedir la unidad de Dios, que precisamente por ella se
puede probar que el Hijo es un mismo Dios con el Padre, porque ambos tienen un mismo
Espritu; y que el Espritu no es otra sustancia diversa del Padre y del Hijo, ya que es el Espritu
de entrambos. Porque en cada una de las Personas se debe entender toda la naturaleza divina
juntamente con la propiedad que le compete a cada una de ellas. El Padre es totalmente en el
Hijo, y el Hijo es totalmente en el Padre, como l mismo afirma: "Yo soy en el Padre y el Padre
en m (Jn. 14, 1 l). Y por esta causa los doctores eclesisticos no admiten diferencia alguna en
cuanto a la esencia entre las Personas'.
Con estos vocablos que denotan distincin, dice san Agustn, se significa la correspondencia que
las Personas tienen la una con la otra, y no la sustancia, la cual es una en las tres Personas.
Conforme a esto se deben entender las diversas maneras de hablar de los antiguos, que algunas
veces parecen contradecirse. Porque unas veces dicen que el Padre es principio del Hijo, y otras
afirman que el Hijo tiene de s mismo su esencia y su divinidad y que es un mismo principio con
el Padre.
San Agustn expone en otro lugar la razn de esta diversidad, diciendo: Cristo respecto a s
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mismo es llamado Dios, y en relacin al Padre es llamado Hijo. Asimismo, el Padre respecto a si
mismo es llamado Dios, y en relacin al Hijo se llama Padre. En cuanto en relacin al Hijo es
llamado Padre, l no es Hijo; asimismo el Hijo, respecto al Padre no es Padre. Mas en cuanto
que el Padre respecto a s mismo es llamado Dios, y el Hijo respecto a s mismo es tambin
llamado Dios, se trata del mismo Dios. As que cuando hablamos del Hijo simplemente sin
relacin al Padre, afirmamos recta y propiamente que tiene su ser de s mismo; y por esta causa lo
llamamos nico principio; pero cuando nos referimos a la relacin que tiene con el Padre, con
razn decimos que el Padre es principio del Hijo.
Todo el libro quinto de san Agustn de la obra que titul De la Trinidad no trata ms que de
explicar esto. Lo ms seguro y acertado es quedarse con la doctrina de la relacin que all se
trata, y no, por querer penetrar sutilmente tan profundo misterio, extraviarse con muchas e
intiles especulaciones.
Por eso los que aman la sobriedad y los que se dan por satisfechos con la medida de la fe, oigan
en pocas palabras lo que les es necesario saber: que cuando confesamos que creemos en un Dios,
bajo este nombre de Dios entendamos una simple y nica esencia en la cual comprendemos tres
Personas o hipstasis; y por ello siempre que el nombre de Dios se usa de modo general se refiere
al Hijo y al Espritu Santo lo mismo que al Padre; mas cuando el Hijo es nombrado con el Padre,
entonces tiene lugar la correspondencia o relacin que hay de uno a otro, y que nos lleva a
distinguir entre las Personas. Y porque las propiedades de las Personas denotan un cierto orden,
de manera que en el Padre est el principio y el origen, siempre que se hace mencin juntamente
del Padre, del Hijo y del Espritu Santo, el nombre de Dios se atribuye particularmente al Padre.
De esta manera se mantiene la unidad de la esencia y se tiene tambin en cuenta el orden, que, no
obstante, en nada rebaja la deidad del Hijo ni del Espritu Santo. Y de hecho, puesto que ya
hemos visto que los apstoles afirman que el Hijo de Dios es aquel que Moiss y los Profetas
atestiguaron que era el Dios eterno, es menester siempre acudir a la unidad de la esencia. Y por
eso es un sacrilegio horrendo decir que el Hijo es otro Dios distinto del Padre, porque el nombre
de Dios, sin ms, no admite relacin alguna, ni Dios en relacin a s mismo admite diversidad
alguna para poder decir que es esto o lo otro.
En cuanto a que el nombre de Dios eterno tomado absolutamente convenga a Cristo, es cosa
evidente por las palabras de san Pablo: -Respecto a lo cual tres veces he rogado al Seor- (2 Cor.
12,8), pues es clarsimo que el nombre Seor se pone all por el de Dios eterno; y sera frvolo y
pueril restringirlo a la persona del Mediador, puesto que la sentencia es clara y sencilla, y no
compara al Padre con el Hijo. Y sabemos que los apstoles, siguiendo la versin griega, han
usado siempre el nombre de Kyrios, que quiere decir Seor, en lugar del nombre hebreo Jehov.
Y para no andar buscando un ejemplo muy lejos, san Pablo or al Seor con el mismo
sentimiento que el que san Pedro cita en el texto de Joel: "todo aquel que invocare el nombre de
Jehov, ser salvo" (JI. 2, 32; Hech. 2,2 l). Cuando este nombre se atribuye en particular al Hijo,
veremos ms adelante que la razn es diversa; de momento baste saber que san Pablo, habiendo
orado absolutamente a Dios, luego pone el nombre de Cristo. Y el mismo Cristo llama a Dios, en
cuanto es Dios, Espritu; por tanto, no hay inconveniente alguno en que toda la esencia, en la cual
se comprende el Padre, el Hijo y el Espritu Santo, se llame espiritual. Ello es evidente en la
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Escritura, porque as como Dios es llamado en ella Espritu, as tambin el Espritu Santo en
cuanto hipstasis de toda la esencia es llamado Espritu de Dios, y se dice que procede de Dios.
Mas, as como Satans para arrancar de raz nuestra fe ha suscitado siempre grandes contiendas y
revueltas, ya respecto a la esencia divina del Hijo y del Espritu Santo, ya referente a distincin
personal; y as como en casi todos los siglos suscit espritus impos, para que molestasen a los
doctores ortodoxos, igualmente hoy en da procura remover aquellos antiguos rescoldos para
provocar un nuevo fuego. Es necesario, por tanto, responder a los impos desvaros de algunos.
Hasta ahora mi propsito ha sido principalmente guiar como por la mano a los dciles y no
disputar con los amigos de contiendas y con los contumaces. Ahora, en cambio, es preciso
defender contra todas las calumnias de los impos la verdad que pacficamente hemos enseado;
bien que yo pondr mi afn principalmente en confirmar a los fieles, para que sean dciles en
recibir la Palabra de Dios, a fin de que tengan un punto de apoyo infalible.
Entendamos que si en los secretos misterios de la Escritura nos conviene ser sobrios y modestos,
ciertamente ste de que al presente tratamos no requiere -menor modestia y sobriedad; mas es
preciso estar muy sobre aviso, para que ni nuestro entendimiento, ni nuestra lengua, pase ms
adelante de lo que la Palabra de Dios nos ha asignado. Porque, cmo podr el entendimiento
humano comprender, con su dbil capacidad, la inmensa esencia de Dios, cuando an no ha
podido determinar con certeza cul es el cuerpo del sol, aunque cada da se ve con los ojos?
Asimismo, cmo podr penetrar por s solo la esencia de Dios, puesto que no conoce la suya
propia? Por tanto, dejemos a Dios el poder conocerse. Porque slo l es, como dice san Hilario,
suficiente testigo de s mismo, y no se conoce ms que por s mismo'. Ahora bien, le dejaremos
lo que le compete si le concebimos tal como l se nos manifiesta; y nicamente podremos
enterarnos de ello mediante su Palabra.
Cinco sermones compuso san Crisstomo contra los asmoneos, en los que trata de este
argumento, los cuales, sin embargo, no han podido ni reprimir la audacia de los sofistas, ni que
hayan dado rienda suelta a cuanto se les ha antojado, pues no se condujeron en esta cuestin con
ms modestia que lo suelen hacer en otras. Y como quiera que Dios ha maldecido su temeridad,
su ejemplo debe servirnos de advertencia, y procurar, para entender bien esta doctrina, ser dciles
ms bien que andar con sutilezas; y no nos empeemos en investigar lo que Dios es sino dentro
de su Palabra sacrosanta, ni pensemos nada acerca de l sino guiados por ella, ni digamos nada
que no se halle en la misma. Y si la distincin de Padre, Hijo y Espritu Santo que se da en Dios,
porque es difcil d entender, atormenta y causa escrpulos a algunos ms de lo conveniente,
acurdense de que si nuestro entendimiento se deja llevar de la curiosidad, se mete en un
laberinto; y aunque no comprendan este alto misterio, consientan en ser dirigidos por la Sagrada
Escritura.
Hacer un catlogo de los errores con que la pureza de nuestra fe, en lo referente a este artculo, ha
sido en los siglos pasados combatida, sera cosa muy larga y difcil y sin provecho alguno. La
mayora de los herejes intentaron destruir y hollar la gloria de Dios con desvaros tan enormes,
que tuvieron que darse por satisfechos con conmover y perturbar a los ignorantes. De un pequeo
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nmero de engaadores se multiplicaron las sectas que, o bien tendieron a destruir la esencia
divina, o bien a confundir la distincin de las Personas. Mas, si aceptamos como verdad lo que
hemos suficientemente probado por la Escritura, o sea: que la esencia divina es simple e
indivisible, aunque pertenece al Padre, al Hijo y al Espritu Santo, y por otra parte, que el Padre
difiere del Hijo en cierta propiedad, y el Hijo del Espritu Santo, no solamente se les cerrar la
puerta a Arrio y a Sabelio, sino tambin a todos los inventores de errores que les han precedido.
Miguel Servet. Ms, como quiera que en nuestro tiempo han surgido ciertos espritus frenticos,
como Servet y otros, que todo lo han perturbado con sus nuevas fantasas, es necesario descubrir
en pocas palabras sus engaos.
Para Servet ha resultado tan aborrecible y detestable el nombre de Trinidad, que ha afirmado que
son ateos todos los que l llama---trinitarios". No quiero citar las desatinadas palabras que
invent para llenarlos de injurias. El resumen de sus especulaciones es que se divida a Dios en
tres partes, al decir que hay en l tres Personas subsistentes en la esencia divina, y je esta
Trinidad era una fantasa por ser contraria a la unidad de Dios. TI quera que las Personas fuesen
ciertas ideas exteriores, que no residan realmente en la esencia divina, sino que representen a
Dios de una u otra manera; y que al principio no hubo ninguna cosa distinta en Dios, porque
entonces lo mismo era el Verbo que el Espritu; pero que desde que Cristo se manifest Dios de
Dios, se origin tambin de El otro Dios, o sea, el Espritu. Y aunque l ilustre a veces sus
desvaros con metforas, como cuando dice que el verbo eterno de Dios ha sido el Espritu de
Cristo en Dios y el resplandor de su idea; y que el Espritu ha sido sombra de la divinidad, sin
embargo, luego reduce a nada la deidad del Hijo y del Espritu, afirmando que segn la medida
que Dios dispensa, hay en uno y en otro cierta porcin de Dios, como el mismo Espritu estando
sustancialmente en nosotros, es tambin una parte de Dios, y esto aun en la madera y en las
piedras. En cuanto a lo que murmura de la Persona del Mediador, lo veremos en su lugar
correspondiente.
Pero esta monstruosidad de que Persona no es otra cosa que una forma visible de Dios, no
necesita larga refutacin. Pues, como quiera que san Juan afirma que antes de que el mundo
fuese creado el Verbo era con Dios (Jn. 1, l), con esto lo diferencia de todas las ideas o visiones;
pues si entonces y desde toda la eternidad aquel Verbo era Dios, y tena su propia gloria y
claridad en el Padre (Jn. 17,5), evidentemente no poda ser resplandor exterior o figurativo, sino
que por necesidad se sigue que era una hipstasis verdadera, que subsista en Dios. Y aunque no
se haga mencin del Espritu ms que en la historia de la creacin del mundo, sin embargo no se
le presenta en aquel lugar como sombra, sino como potencia esencial de Dios, cuando cuenta
Moiss que aquella masa confusa de la cual se cre todo el mundo, era por l sustentada en su
ser (Gn. 1, 2). As que entonces se manifest que el Espritu haba estado desde toda la
eternidad en Dios, puesto que vivific y conserv esta materia confusa del cielo y de la tierra,
hasta que se les dio la hermosura y orden que tienen. Ciertamente que entonces no pudo haber
figura o representacin de Dios, como suea Servet. Pero l se ve forzado en otra parte a
descubrir ms claramente su impiedad, diciendo que Dios, determinando con su razn eterna
tener un Hijo visible, se mostr visible de este modo. Porque si esto fuese cierto, Cristo no
tendra divinidad ms que porque Dios lo constituy como Hijo por su eterno decreto. Y an hay
ms; y es que los fantasmas que pone en lugar de las Personas, de tal manera los trasforma que
no duda en imaginarse nuevos accidentes en Dios.
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Pero lo ms abominable de todo es que revuelve confusamente con todas las criaturas tanto al
Hijo como al Espritu Santo. Porque abiertamente confiesa que en la esencia divina hay partes y
participaciones, de las cuales cualquier mnima parte es Dios; y sobre todo dice que los espritus
de los fieles son coeternos y consustanciales con Dios; aunque en otro lugar atribuye deidad
sustancial, no solamente a las almas de los hombres, sino tambin a todas las cosas creadas.
De este hediondo pantano sali otro monstruo semejante, porque ciertos miserables, por evitar el
odio y el deshonor de la impiedad de Servet, confesaron tres Personas, pero aadiendo esta
razn: que el Padre el cual es verdadera y propiamente nico Dios, formando al Hijo y al
Espritu, trasfundi en ellos su deidad. E incluso usan un modo de expresarse harto extrao y
abominable: que el Padre se distingue del Hijo y del Espritu en que l solo es el "esenciador".
Primeramente lo que pretenden decir con esto es que Cristo es frecuentemente llamado Hijo de
Dios; de donde concluyen que solamente el Padre se llama propiamente Dios. Pero no se dan
cuenta de que, aunque el nombre de Dios sea propio tambin del Hijo, con todo se atribuye a
veces por excelencia al Padre, porque es la fuente y origen de la divinidad; y esto se hace para
subrayar la simple unidad de la esencia.
Replican que si es verdaderamente Hijo de Dios es cosa absurda tenerlo como hijo de una
Persona. Respondo que ambas cosas son verdad; o sea, que es Hijo de Dios, porque el Verbo es
engendrado del Padre antes del tiempo - pues an no me refiero a la Persona del Mediador -;
pero, sin embargo, dbese tener en cuenta la Persona, para que el nombre de Dios no se emplee
simplemente, sine por el Padre. Porque si no creemos que hay ms Dios que el Padre, claramente
se rebaja al Hijo. Por tanto, cada vez que se hace mencin de la divinidad, de ninguna manera se
debe admitir oposicin entre el Hijo y el Padre, como si el nombre de Dios verdadero slo
conviniera al Padre. Porque sin duda el Dios que se apareci a Isaas fue el verdadero y nico
Dios; y, sin embargo, san Juan afirma que fue Cristo (ls. 6, 1 ; Jn. 12,4 l). Tambin el que por
boca de Isaas afirma que "l ser para los judos piedra de escndalo", era el nico y verdadero
Dios; ahora bien, san Pablo dice que era Cristo (ls. 8,14; Rom. 9,33). El que dice por Isaas: "A
m se doblar toda rodilla", san Pablo asegura que es Cristo (ls. 45,23; Rom. 14, 1 l). Y esto se
confirma por los testimonios que el Apstol aduce: "T, oh Seor, en el principio fundaste la
tierra"; y: "Adrenle todos los ngeles de Dios" (Heb. 1, 10. 6; Sal. 102,25; 97,7); testimonios
que slo pueden atribuirse al verdadero Dios, y que el Apstol prueba que ' se refieren a Cristo.
Y no tiene fuerza alguna lo que objetan, diciendo que se atribuye a Cristo lo que slo a Dios
pertenece porque es resplandor de su gloria. Pues como quiera que por todas partes se pone el
nombre de Jehov, se sigue que referente a la divinidad tiene el ser por s mismo. Porque si l es
Jehov, de ningn modo se puede afirmar que no es aquel Dios que por Isaas dice en otro lugar:
"Yo soy el primero y yo soy el postrero, y fuera de m no hay Dios" (ls.44,6). Tambin hay que
advertir lo que dice Jeremas: "Los dioses que no hicieron el cielo ni la tierra, desaparezcan de la
tierra y de debajo de los cielos" (Jer. 10, 1 l), pues es necesario confesar por el contrario que el
Hijo de Dios es aquel cuya divinidad Isaas demuestra muchas veces por la creacin del mundo.
Y, cmo el Creador, que da el ser a todas las cosas, no va a tener su ser por s mismo, sino que
ha de recibir su esencia de otro? Pues quien afirme que el Hijo es "esenciado" del Padre, por lo
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mismo niega que tenga su ser por s mismo. Pero el Espritu Santo se opone a esto llamndole
Jehov, que vale tanto como decir que tiene el ser por s mismo. Y si concedemos que toda la
esencia est slo en el Padre, o bien es divisible, o se le quita por completo al Hijo; y de esta
manera, privado de su esencia, ser Dios solamente de nombre. La esencia de Dios, de creer a
estos habladores, solamente es propia del Padre, en cuanto que slo l tiene su ser y es el
esenciador del Hijo. De esta manera la divinidad del Hijo no ser ms que un extracto de la
esencia de Dios o una parte sacada del todo.
Sosteniendo ellos este principio se ven obligados a conceder que el Espritu es del Padre slo,
porque si la derivacin es de la primera esencia, la cual solamente al Padre conviene, con justo
ttulo se dir que el Espritu no es del Hijo, lo cual, sin embargo, queda refutado por el testimonio
de san Pablo, cuando lo hace comn al Padre y al Hijo. Adems, si se suprime de la Trinidad la
Persona del Padre, en qu se diferenciara del Hijo y del Espritu Santo, sino en que slo El es
Dios?
Confiesan que Cristo es Dios, pero que sin embargo se diferencia del Padre. En ese caso ha de
haber alguna nota en que se diferencien, para que el Padre no sea el Hijo. Los que la ponen en la
esencia, evidentemente reducen a la nada la divinidad de Cristo, que no puede ser sin la esencia,
ni sin que est la esencia entera. No se diferenciar el Padre del Hijo, si no tiene cierta propiedad
que no sea propia del Hijo. En qu, pues, los diferenciarn? Si la diferencia est en la esencia,
que me respondan si no la ha comunicado l a su Hijo. Ahora bien, esto no se pudo hacer
parcialmente, pues seria una impiedad forjar un dios dividido. Adems, de esta manera
desgarraran miserablemente la esencia divina. Por tanto, no resta sino que se comunique al
Padre y al Hijo totalmente y por completo. Y si esto es as, ya no podrn poner la diferencia entre
el Padre y el Hijo en la esencia.
Si objetan que el Padre "esenciando" a su Hijo permanece, sin embargo, nico Dios en quien est
la esencia, entonces Cristo sera un Dios figurativo y solamente de ttulo y en apariencia; ya que
no hay nada que sea ms propio de Dios que ser, segn aquello de Moiss:---El que es, me ha
enviado a vosotros" (xo. 3,14).
Sera cosa facilsima de probar con muchos testimonios, que es falso lo que ellos tienen como
principio y fundamento: que siempre que en la Escritura se hace mencin de Dios, no se refiere
absolutamente ms que al Padre. Incluso en los testimonios que ellos mismos citan para defensa
de su causa, descubren neciamente su ignorancia, porque all se pone al lado el nombre del Hijo,
por donde se ve que se compara el uno al otro, y que por esta causa se da particularmente al
Padre el nombre de Dios. Su objecin se refuta sencillamente. Dicen: Si el Padre no fuese el
nico Dios, sera padre de s mismo. Respondo que no hay ningn inconveniente dentro del
orden y graduacin que hemos sealado, en que el Padre sea llamado Dios de una manera
particular, porque no solamente ha engendrado l de si mismo su sabidura, sino tambin es Dios
de Jesucristo en cuanto Mediador, como ms por extenso lo tratar luego. Porque despus que
Cristo se manifest en carne, se llama Hijo de Dios, no solamente en cuanto fue engendrado
antes de todos los siglos como Verbo eterno del Padre, sino tambin en cuanto tom el oficio y la
persona de Mediador, para unirnos con Dios. Y ya que tan atrevidamente excluyen al Hijo de la
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dignidad de ser Dios, querra que me dijeran si cuando Cristo dice que nadie es bueno ms que
Dios (Mt. 19,17), l se priva de su bondad. Y no me refiero a su naturaleza humana, pues acaso
me objeten que cuanto bien hubo en ella le vino por don gratuito; lo que pregunto es si el Verbo
eterno de Dios es bueno o no. Si ellos lo niegan, evidentemente quedan acusados de impiedad; si
lo confiesan, ellos mismos se echan la soga al cuello.
Y en cuanto que a primera vista parece que Cristo declina de s el nombre de bueno, ello
confirma ms an nuestro propsito; _porque siendo esto un ttulo singular exclusivo de Dios, al
ser saludado El como bueno, segn la costumbre corriente, desechando aquel falso honor declara
que la bondad que posee es divina.
Pregunto tambin si, cuando san Pablo afirma que slo Dios es inmortal, sabio y verdadero
(1Tim. 1, 17), Cristo con estas palabras es colocado entre los mortales, donde no hay ms que
fragilidad, locura y vanidad. No ser inmortal el que desde el principio fue la Vida, y dio la
inmortalidad a los ngeles? No ser sabio el que es eterna Sabidura de Dios? No ser veraz la
misma Verdad? Pregunto, adems, si les parece que Cristo debe ser adorado. Porque si con justo
ttulo se le debe el honor de que toda rodilla se doble ante l (Filip. 2, 10), se sigue que es el
Dios que ha prohibido en la Ley que ningn otro fuese adorado. Si ellos quieren entender del
Padre solo lo que dice Isaas: "Yo, yo soy el primero y yo soy el postrero, y fuera de m no hay
Dios" (Isa.44,6), digo que esto es a propsito para refutar su error, pues vemos que se atribuye a
Cristo cuanto es propio de Dios. Ni viene a nada su respuesta, que Cristo fue ensalzado en la
carne en la que haba sido humillado, y que fue en cuanto hombre como se le dio toda potestad
en el cielo y en la tierra; porque, aunque se extiende la majestad de Rey y de Juez a toda la
persona del Mediador, sin embargo, si Dios no se hubiera manifestado como hombre, no hubiera
podido ser elevado a tanta altura sin que Dios se opusiese a s mismo. Pero san Pablo soluciona
muy bien toda esta controversia, diciendo que l era igual a Dios antes de humillarse bajo la
forma de siervo (Flp.2, 6. 7). Ms, cmo podra existir esta igualdad si no fuese aquel Dios cuyo
nombre es Jah y Jehov, que cabalga sobre los querubines, Rey de toda la tierra y Rey eterno? Y
por ms que murmuren, lo que en otro lugar dice Isaas, de ninguna manera se le puede negar a
Cristo: "He aqu, ste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvar" (ls.25,9), pues con estas
palabras se refiere claramente a la venida de Dios Redentor, el cual no solamente haba de sacar
al pueblo de la cautividad de Babilonia, sino que tambin haba de constituir la Iglesia en toda su
perfeccin.
Tambin son vanas sus tergiversaciones al decir que Cristo fue Dios en su Padre, porque aunque
a causa del orden y la graduacin admitamos que el principio de la divinidad est en el Padre, sin
embargo mantenemos que es una fantasa detestable decir que la esencia sea propia solamente del
Padre, como si fuese el deificador del Hijo, pues entonces, o la esencia se divide en partes, o
ellos llaman Dios a Cristo falsa y engaosamente. Si conceden que el Hijo es Dios, pero en
segundo lugar despus del Padre, en ese caso la esencia que en el Padre no tiene generacin ni
forma, en l sera engendrada y formada.
S muy bien que muchos se burlan de que nosotros deduzcamos la distincin de las Personas del
texto en que Moiss presenta a Dios hablando de esta manera: "Hagamos al hombre a nuestra
imagen, conforme a nuestra semejanza" (Gen. 1, 26); pero los lectores piadosos ven que Moiss
hubiera empleado fra e ineptamente esta manera de hablar, si en Dios no hubiese varias
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Personas. Evidentemente aquellos con quienes habla el Padre no eran criaturas; pues fuera de
Dios no hay nada que no sea criatura. Por tanto, si ellos no estn de acuerdo en que el poder de
crear y la autoridad de mandar sean comunes al Hijo y al Espritu Santo con el Padre, se sigue
que Dios no ha hablado consigo mismo, sino que dirigi su palabra a otros artfices exteriores a
l. Finalmente un solo texto aclara sus objeciones, porque cuando Cristo dice que Dios es
espritu" (Jn. 4, 24), no hay razn alguna para restringir esto solamente al Padre, como si el
Verbo no fuese espiritual por naturaleza. Y si este nombre de Espritu es propio tanto del Hijo
como del Padre, de aqu concluyo que el Hijo queda absolutamente comprendido bajo el nombre
de Dios. Y luego se aade que el Padre no aprueba otra clase de servicio, sino el de aquellos que
le adoran en espritu y en verdad; de donde se sigue que Cristo, que ejerce el oficio de Doctor
bajo el que es Cabeza suprema, atribuye al Padre el nombre de Dios, no para abolir su propia
divinidad, sino para elevarnos a ella poco a poco.
Pero se engaan al imaginarse tres, de los cuales cada uno tiene su parte de la esencia divina.
Nosotros, al contrario, enseamos, conforme a la Escritura, que no hay ms que un solo Dios
esencialmente y, por ello, que tanto la esencia del Hijo como la del Espritu Santo no han sido
engendradas; pero, como quiera que el Padre es el principio en e orden y engendr de si mismo
su sabidura, con justa razn es tenido como hace poco dijimos, por principio y fuente de toda la
divinidad Y as Dios no es en absoluto engendrado, y tambin el Padre respecto a su Persona es
ingnito.
Se engaan tambin los que piensan que de lo que nosotros decimos se puede concluir una
cuaternidad, pues con falsa y calumniosamente nos atribuyen lo que ellos han forjado en su
imaginacin, como si nosotros supusiramos que de una misma esencia divina se derivan tres
Personas; pues claramente se ve en nuestros libros que no separamos las Personas de la esencia,
sino que decimos que, aunque residan en la misma, sin embargo hay distincin entre ellas. Si las
Personas estuviesen separadas de la esencia, sus razones tendran algn fundamento, pero
entonces la Trinidad sera de dioses, no de Personas, las cuales decimos que un solo Dios
encierra en s; y de esta manera queda solucionada la cuestin sin fundamento que suscitan al
preguntar si concurre la esencia a formar la Trinidad, como si nosotros supusiramos que de ella
proceden tres dioses.
La objecin que promueven, que de esta manera la Trinidad estar sin Dios, procede de su misma
necedad y torpeza. Porque aunque la Trinidad no concurra como parte o como miembro para
distinguir las Personas, con todo ni las Personas existen sin ella, ni fuera de ella; porque, si el
Padre no fuese Dios, no podra ser Padre; ni el Hijo podra ser Hijo si no fuese Dios. Por tanto,
afirmamos absolutamente que la divinidad es por s misma. Y por eso declaramos que el Hijo, en
cuanto Dios, es por s mismo, prescindiendo de su aspecto de Persona; pero en cuanto es Hijo,
decimos que procede del Padre. De esta manera su esencia no tiene principio, y el principio de la
Persona es Dios mismo. Y ciertamente todos los antiguos doctores eclesisticos que escribieron
acerca de la Trinidad refirieron este nombre nicamente a las Personas, porque sera gran error, e
incluso impiedad brutal, incluir la esencia en la distincin. Porque los que se forjan una
concurrencia de la esencia, el Hijo y el Espritu, como si la esencia estuviera en lugar de la
Persona del Padre, evidentemente destruyen la esencia del Hijo y del Espritu Santo; pues en ese
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caso las partes que deben ser distintas entre si se confundiran, lo cual va contra la regla de la
distincin.
Finalmente, si estos dos nombres: Padre y Dios, quieren decir lo mismo, y el segundo no
conviene al Hijo, se seguira que el Padre es el deificador, y no quedara al Hijo ms que una
sombra de fantasma; y la Trinidad no sera sino la unin de un solo Dios con dos cosas creadas.
Respecto a la objecin de que Cristo, si fuese propiamente Dios, se llamara sin razn Hijo de
Dios, ya hemos respondido a esto que, porque en ese caso se establece comparacin de una
Persona con otra, el nombre de Dios no se toma absolutamente, sino que se especifica del Padre
en cuanto es principio de la divinidad, no esenciando al Hijo y al Espritu Santo, como mienten
estos amigos de fantasas, sino por causa del orden, segn hemos ya explicado.
En este sentido se debe tomar la conversacin que Cristo sostuvo con su Padre: "Y sta es la vida
eterna: que te conozcan a ti, el nico Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado" (Jn.
17,3). Porque como habla en la Persona del Mediador, ocupa un lugar intermedio entre Dios y los
hombres, sin que a pesar de ello su majestad quede rebajada. Pues aunque l se humill a si
mismo, no perdi su gloria respecto a su Padre, si bien ante el mundo estuvo oculta. Y as el
Apstol, en la carta a los Hebreos, captulo segundo, despus de confesar que Jesucristo se rebaj
durante algn tiempo por debajo de los ngeles, no obstante no duda en afirmar a la vez que l es
el Dios eterno que fund la tierra.
As que debemos tener como cierto que siempre que Cristo, en la persona del Mediador, habla
con el Padre, bajo el nombre de Dios comprende tambin su propia divinidad. As, cuando dijo a
sus apstoles: Os conviene que yo me vaya; porque el Padre es mayor que yo (Jn. 16,7), no
quiere decir que sea menor que el Padre segn la divinidad en cuanto a su esencia eterna, sino
porque gozando de la gloria celestial acompaa a los fieles para que participen de ella, pone al
Padre en primer lugar, porque la perfeccin de su majestad que aparece en el cielo difiere de la
medida de gloria que se ha manifestado en El al revestirse de carne humana. Por esta misma
razn san Pablo dice en otro lugar que Cristo entregar el reino a Dios y al Padre, para que Dios
sea "todo en todas las cosas" (1Cor. 15,24-28). Nada ms fuera de razn que despojar a Cristo de
su perpetua divinidad; ahora bien, si l nunca jams dejar de ser Hijo de Dios, sino que
permanecer siempre como fue desde el principio, sguese que bajo el nombre de Padre se
comprende la esencia nica de Dios, que es comn al Padre y al Hijo. Y sin duda por esta causa
Cristo descendi a nosotros, para que al subirnos a su Padre, nos subiese a la vez a l mismo, por
ser una misma cosa con el Padre. As que querer que el Padre sea exclusivamente llamado Dios,
sin llamar as al Hijo, no es lcito ni justo. Por esto San Juan afirma que es verdadero Dios (I Jn.
5,20), para que ninguno piense que fue pospuesto al Padre en cuanto a la divinidad. Me maravilla
lo que pretenden decir estos inventores de nuevos dioses, cuando despus de haber confesado que
Jesucristo es verdadero Dios, luego lo excluyen de la divinidad del Padre, como si pudiera ser
verdadero Dios sin que sea Dios uno y nico, o como si una divinidad infundida de otra parte no
fuera sino una mera imaginacin.
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Testimonio de san Ireneo
En cuanto a los pasajes que renen de san Ireneo, en los cuales afirma que el Padre de Jesucristo
es el nico y eterno Dios de Israel, esto es o una necedad o una gran maldad. Deberan darse
cuenta de que este santo varn tena que disputar y que habrselas con gente frentica, que
negaba que el Padre de Cristo fuese el Dios que antiguamente haba hablado por Moiss y por los
Profetas, y que deca que era una fantasa producida por la corrupcin del mundo. Y sta es la
razn por la cual insiste en mostrar que la Escritura no nos habla de otro Dios que del que es
Padre de Jesucristo, y que era un error imaginarse otro. Por tanto, no hay por qu maravillarse de
que tantas veces concluya que jams hubo otro Dios de Israel sino aquel que Jesucristo y sus
apstoles predicaron. Igual que ahora, para resistir al error contrario del que tratamos, podemos
decir con toda verdad que el Dios que antiguamente se apareci a los patriarcas no fue otro sino
Cristo; y si alguno replicase que fue el Padre nicamente, la respuesta evidente sera que al
mantener la divinidad del Hijo no excluimos de ella en absoluto al Padre.
Si se comprende el intento de san Ireneo, cesar toda disputa. El mismo san Ireneo, en el captulo
sexto, libro tercero, expuso toda esta controversia. En aquel lugar este santo varn insiste en que
Aquel a quien la Escritura llama absolutamente Dios, es verdaderamente el nico y solo Dios. Y
luego dice que Jesucristo es llamado absolutamente Dios. Por tanto, debemos tener presente que
todo el debate que este santo varn sostuvo, como se ve por todo el desarrollo, y principalmente
en el captulo cuarenta y seis del libro segundo, consiste en que la Escritura no habla del Padre
por enigmas y parbolas, sino que designa al verdadero Dios. Y en otro lugar prueba que los
profetas y los apstoles llamaron Dios juntamente al Hijo y al Padre'. Despus expone cmo
Cristo, el cual es Seor, Rey, Dios y Juez de todos, ha recibido la autoridad de Aquel que es
Dios, en consideracin a la sujecin, pues se humill hasta la muerte de cruz. Sin embargo,
afirma un poco ms abajo que el Hijo es el Creador del cielo y de la tierra, que dio la Ley por
medio de Moiss y se apareci a los patriarcas. Y si alguno todava murmura que Ireneo
solamente tiene por Dios de Israel al Padre, Ie responder lo que el mismo autor dice claramente:
que Jesucristo es ste mismo; y asimismo le aplica el texto de Habacuc: Dios vendr de la parte
del Medioda.
Est de acuerdo con todo esto lo que dice en el captulo noveno del libro cuarto, que Cristo
juntamente con el Padre es el Dios de los vivos. Y en el mismo libro, captulo decimosegundo,
expone que Abraham crey a Dios, porque Cristo es el Creador del cielo y de la tierra y el nico
Dios.
No con menos falsedad alegan a Tertuliano como defensor suyo. Aunque ciertamente a veces es
duro y escabroso en su manera de hablar, no obstante ensea sin dificultad alguna la misma
doctrina que yo mantengo; a saber, que si bien no hay ms que un solo Dios, sin embargo por
cierta disposicin l es con su Verbo; y que no hay ms que un solo Dios en unidad de sustancia,
mas, no obstante esta unidad, por una secreta disposicin se distingue en Trinidad; que son tres,
no en esencia, sino en grado, y no en sustancia, sino en forma; no en potencia, sino en orden. Es
cierto que dice que el Hijo es segundo despus del Padre, pero no entiende ser otro, sino ser
distinta Persona. En cierto lugar dice que el Hijo es visible, pero despus de haber disputado por
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una y por otra parte, resuelve que es invisible en cuanto que es Verbo del Padre. Finalmente,
diciendo que el Padre es notado y conocido por su Persona, muestra que est muy ajeno y alejado
del error contra el cual combato. Y aunque l no reconoce ms Dios que el Padre, luego en el
contexto declara que eso no lo entiende excluyendo al Hijo, porque dice que l no es un Dios
distinto del Padre, y que con ello no queda violada la unidad de imperio de Dios con la distincin
de Persona. Y es bien fcil de deducir el sentido de sus palabras por el argumento de que trata, y
por el fin que se propone. Pues l combate con Prxeas, diciendo que, aunque se distingan en
Dios tres Personas, no por ello hay varios dioses, y que la unidad no queda rota; y porque, segn
el error de Prxeas, Cristo no poda ser Dios sin que l mismo fuese Padre, por eso Tertuliano
insiste tanto en la distincin.
En cuanto que llama al Verbo y al Espritu una parte del todo, aunque esta manera de hablar es
dura, admite excusa, pues no se refiere a la sustancia, sino solamente denota una disposicin que
concierne a las Personas exclusivamente, como el mismo Tertuliano declara. Y est de acuerdo
con esto lo que el mismo Tertuliano aade: "Cuntas personas, oh perverssimo Prxeas, piensas
que hay, sino tantas cuantos nombres hayT' De la misma manera un poco despus: "Hay que
creer en el Padre y en el Hijo y en el Espritu Santo, en cada uno segn su nombre y su Persona".
Me parece que con estas razones se puede refutar suficientemente la desvergenza de los que se
escudan en la autoridad de Tertuliano para engaar a los ignorantes.
29. Es vano buscar en los Padres argumentos para debilitar la divinidad de Jesucristo
Ciertamente que cualquiera que se dedicare con diligencia a cotejar los escritos de los antiguos
unos con otros, no hallar en san Ireneo ms que lo mismo que ensearon los que vivieron
despus de l. Justino Mrtir es uno de los ms antiguos, y est de acuerdo en todo con nosotros.
Se objeta que Justino y los dems llaman al Padre de Jesucristo solo y nico Dios. Lo mismo dice
san Hilario, y an habla ms enrgicamente, diciendo que la eternidad est en el Padre. Mas
dice esto por ventura para quitar al Hijo la esencia divina? Al contrario, los libros que escribi
muestran que todo su intento es proponer lo que nosotros confesamos. Y sin embargo, esta gente
no siente reparo en entresacar medias sentencias y palabras con las que quieren convencer a los
dems de que Hilario es de su misma opinin y defiende el mismo error que ellos. Tambin traen
el testimonio de san Ignacio. Si quieren que lo que citan de l tenga algn valor, prueben primero
qu los apstoles inventaron la Cuaresma y ordenaron cmo se haba de guardar y otro cmulo
de cosas semejantes. No hay cosa ms necia que las nieras que en nombre de san Ignacio se
propagan, y tanto ms insoportable resulta la desvergenza de los que as se enmascaran para
engaar a los ignorantes.
Claramente tambin se puede ver el acuerdo de todos los antiguos por el hecho de que Arrio no
se atrevi en el Concilio Niceno a proponer su hereja con la autoridad ni aun de un solo docto, lo
cual l no hubiera omitido de tener posibilidad; ni tampoco Padre alguno, griego o latino, de los
que en este Concilio se juntaron con Arrio, se excus jams de no ser de la misma opinin que
sus predecesores.
Ni es preciso contar cmo san Agustn, a quien estos descarados tienen por mortal enemigo, ha
empleado toda la diligencia posible en revolver los libros de los antiguos y con cunta reverencia
ha admitido su doctrina. Porque ciertamente, si hay el menor escrpulo del mundo, suele decir
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cul es la causa que le impulse a no ser de su opinin. E incluso en este argumento, si ha ledo en
otros autores alguna cosa dudosa y oscura, no lo disimula. Pero l tiene como indubitable que la
doctrina que stos condenan ha sido admitida sin disputa alguna desde la ms remota antigedad;
y claramente dice que lo que los otros antes de l haban enseado, no lo ignor, cuando en el
libro primero de la Doctrina Cristiana dice que la unidad est en el Padre. Dirn por ventura que
se olvid de s mismo? Pero l se lava de esta calumnia cuando llama al Padre principio de toda
la divinidad, porque no procede de ningn otro, considerando por cierto muy prudentemente que
el nombre de Dios se atribuye particularmente al Padre, pues si no comenzamos por l, de
ningn modo podremos concebir una unidad simple y nica en Dios.
Espero que por lo que hemos dicho, todos los que temen a Dios vern que quedan refutadas todas
las calumnias con que Satans ha pretendido hasta el da de hoy pervertir y oscurecer nuestra
verdadera fe y religin. Finalmente confo en que toda esta materia haya sido tratada fielmente,
para que los lectores refrenen su curiosidad y no susciten, ms de lo que es lcito, molestas e
intrincadas disputas, pues no es mi intencin satisfacer a los que ponen su placer en suscitar sin
medida alguna nuevas especulaciones.
Ciertamente, ni a sabiendas ni por malicia he omitido lo que pudiera ser contrario a m. Mas
como mi deseo es servir a la Iglesia, me pareci que sera mejor no tocar ni revolver otras
muchas cuestiones de poco provecho y que resultaran enojosas a los lectores. Porque, de qu
sirve disputar si el Padre engendra siempre? Teniendo como indubitable que desde toda la
eternidad hay tres Personas en Dios, este acto continuo de engendrar no es ms que una fantasa
superflua y frvola.
***
CAPTULO XIV
LA ESCRITURA, POR LA CREACIN DEL MUNDO Y DE TODAV LAS
COSAS, DIFERENCIAN CIERTAS NOTAS AL VERDADERO DIOS DE
LOS FALSOS DIOSES
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sombra vana, es muy conveniente que nosotros le conozcamos mucho ms ntimamente, a fin de
que no andemos siempre vacilando entre dudas. Por eso ha querido Dios que se escribiese la
historia de la creacin, para que apoyndose en ella la Iglesia, no buscase ms Dios que el que en
ella Moiss describi como autor y creador del mundo.
La primera cosa que en ella se seal fue el tiempo, para que los fieles, por la sucesin continua
de los aos, llegasen al origen primero del gnero humano y de todas las cosas. Este
conocimiento es muy necesario, no solamente para destruir las fbulas fantsticas que
antiguamente en Egipto y en otros pases se inventaron, sino tambin para que, conociendo el
principio, del mundo conozcamos adems ms claramente la eternidad de Dios y ella nos
trasporte de admiracin por l.
Y no hemos de turbarnos por las burlas de los maliciosos, que se maravillan de que Dios no haya
creado antes el cielo y la tierra, sino que haya dejado pasar ocioso un espacio tan grande de
tiempo, en el cual pudieran haber existido una infinidad de generaciones; pues no han pasado
ms que seis mil aos, y no completos, desde la creacin del mundo, y ya est declinando hacia
su fin y nos deja ver lo poco que durar. Porque no nos es lcito, ni siquiera conveniente,
investigar la causa por la cual Dios lo ha diferido tanto, pues si el entendimiento humano se
empea en subir tan alto desfallecer cien veces en el camino; ni tampoco nos servir de
provecho conocer lo que Dios, no sin razn sino a propsito, quiso que nos quedase oculto, para
probar la modestia de nuestra fe. Por lo cual un buen anciano respondi muy atinadamente a uno
de esos burlones, el cual le preguntaba con sorna de qu se ocupaba Dios antes de crear el
mundo: en hacer los infiernos para los curiosos. Esta observacin, no menos grave que severa,
debe refrenar nuestro inmoderado apetito, que incita a muchos a especulaciones nocivas y per-
judiciales.
Finalmente, tengamos presente que aquel Dios invisible, cuya sabidura, virtud y justicia son
incomprensibles, pone ante nuestros ojos, como un espejo, la historia de Moiss, en la cual se
refleja claramente Su imagen. Porque as como los ojos, sea agravados por la vejez, sea
entorpecidos con otro obstculo o enfermedad cualquiera, no son capaces de ver clara y
distintamente las cosas sin ayuda de lentes, de la misma manera nuestra debilidad es tanta, que si
la Escritura no nos pone en el recto camino del conocimiento de Dios, al momento nos
extraviamos. Ms los que se toman la licencia de hablar sin pudor ni reparo alguno, por el hecho
de que en este mundo no son amonestados, sentirn demasiado tarde, en su horrible castigo,
cunto mejor les hubiera sido adorar con toda reverencia los secretos designios de Dios, que
andar profiriendo blasfemias para oscurecer el cielo.
Con mucha razn se queja san Agustn de que se hace gran ofensa a Dios, cuando se busca la
causa de las cosas contra su voluntad'. Y en otro lugar amonesta prudentemente que no es menor
error suscitar cuestiones sobre la infinitud del tiempo, que preguntar por qu la magnitud de los
lugares no es tambin infinita. Ciertamente que por muy grande que sea el circuito de los cielos
no son infinitos, sino que tienen una medida. Y si alguno se quejase de Dios porque el espacio
vaco es cien veces mayor, no parecera detestable a los fieles tan desvergonzado atrevimiento?
En la misma locura y desvaro caen los que murmuran y hablan mal de Dios por haber estado
ocioso y no haber creado el mundo, segn el deseo de ellos, una infinidad de siglos antes. Y para
satisfacer su curiosidad se salen fuera del mundo en sus elucubraciones. Como si en el inmenso
espacio del cielo y de la tierra no se nos ofreciesen infinidad de cosas, que en su inestimable
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resplandor cautivan todos nuestros sentidos! Como si despus de seis mil aos no hubiera
mostrado Dios suficientes testimonios, en cuya consideracin nuestro entendimiento puede
ejercitarse sin fin!
Por lo tanto, permanezcamos dentro de los lmites en que Dios nos quiso encerrar y mantener
nuestro entendimiento, para que no se extraviase con la excesiva licencia de andar errando de
continuo.
2. Los seis das de la creacin
A este mismo fin se dirige lo que cuenta Moiss, que Dios termin su obra, no en un momento,
sino despus de seis das. Pues con esta circunstancia, dejando a un lado todas las falsas
imaginaciones, somos atrados al nico Dios, que reparti su obra en seis das, a fin de que no
nos resultase molesto ocuparnos en su meditacin todo el curso de nuestra vida. Pues, aunque
nuestros ojos a cualquier parte que miren tienen por fuerza que ver las obras de Dios, sin
embargo nuestra atencin es muy ligera y voluble, y nuestros pensamientos muy fugaces, cuando
alguno bueno surge en nosotros.
Tambin sobre este punto se queja la razn humana, como si el construir el mundo un da
despus de otro no fuera conveniente a la potencia divina. A tanto llega nuestra presuncin,
hasta que, sumisa a la obediencia de la fe, aprende a prestar atencin a aquel reposo al que nos
convida la santificacin del sptimo da!
Ahora bien; en el orden de la creacin de las cosas hay que considerar diligentemente el amor
paterno de Dios hacia el linaje humano por no haber creado a Adn mientras no hubo
enriquecido el mundo con toda clase de riquezas. Pues si lo hubiese colocado en la tierra cuando
sta era an estril, y si le hubiese otorgado la vida antes de existir la luz, hubiera parecido que
Dios no tena en cuenta las necesidades de Adn. Mas, al disponer, ya antes de crearlo, los
movimientos del sol y de las estrellas para el servicio del hombre; al llenar la tierra, las aguas y el
aire, de animales; y al producir toda clase de frutos, que le sirviesen de alimento, tomndose el
cuidado de un padre de familia buena,) y previsor, ha demostrado una bondad maravillosa para
con nosotros. Si alguno se detiene a considerar atentamente consigo mismo lo que aqu de paso
he expuesto, ver con toda evidencia que Moiss fue un testigo veraz y un mensajero autntico al
manifestar quin es el verdadero creador del mundo.
No quiero volver a tratar lo que ya antes he expuesto, o sea, que all no se habla solamente de
la esencia de Dios, sino que adems se nos ensea su eterna sabidura y su Espritu, para que no
nos forjemos ms Dios sino Aquel que quiere ser conocido a travs de esta imagen tan clara y
viva.
3. De la creacin de los ngeles
Pero antes de comenzar a tratar ms por extenso de la naturaleza del hombre, es necesario
intercalar algunas consideraciones sobre los ngeles. Pues, aunque Moiss, en la historia de la
creacin, por acomodarse al vulgo, no hace mencin de otras obras que las que vemos con
nuestros ojos, no obstante, al introducir despus a los ngeles como ministros de Dios, fcilmente
se puede concluir que tambin los ha creado, puesto que se ocupan en servirle y hacen lo que les
manda. Y as, si bien Moiss en gracia a la rudeza del vulgo no nombr al principio a los ngeles,
nada nos impide, sin embargo, que tratemos aqu claramente lo que la Escritura en muchos
lugares cuenta de ellos. Porque si deseamos conocer a Dios por sus obras, de ninguna manera
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hemos de pasar por alto tan maravillosa y excelente muestra. Y adems, esta doctrina es muy til
para refutar muchos errores.
La excelencia de la dignidad anglica ciega de tal manera el entendimiento de muchos, que creen
hacerles un agravio si los rebajan a cumplir lo que Dios les manda; y por ello llegaron a
atribuirles cierta divinidad. Surgi tambin Maniqueo, con sus secuaces, que concibi dos
principios: Dios y el Diablo. A Dios le atribua el origen de las cosas buenas, y al Diablo le haca
autor de las malas.
Si nuestro entendimiento se encuentra embrollado con tales fantasas, no podr dar a Dios la
gloria que merece por haber creado el mundo. Pues, no habiendo nada ms propio de Dios que la
eternidad y el existir por s mismo, los que atribuyen esto al Diablo, cmo es posible que no lo
conviertan en Dios? Y adems, dnde queda la omnipotencia de Dios, si se le concede al Diablo
tal autoridad que pueda hacer cuanto quiera por ms que Dios se oponga?
En cuanto al fundamento en que estos herejes se apoyan, a saber: que es impiedad atribuir a la
bondad de Dios el haber creado alguna cosa mala, esto nada tiene que ver con nuestra fe, que no
admite en absoluto que exista en todo cuanto ha sido creado criatura alguna que por su naturaleza
sea mala. Porque ni la maldad y perversidad del hombre, ni la del Diablo, ni los pecados que de
ella proceden, son de la naturaleza misma, sino de la corrupcin de la naturaleza; ni hubo cosa
alguna desde el principio en la cual Dios no haya mostrado su sabidura y su justicia.
A fin, pues, de desterrar del mundo tan perversas opiniones, es necesario que levantemos nuestro
espritu muy por encima de cuanto nuestros ojos pueden contemplar. Es probable que por esta
causa, cuando en el Smbolo niceno se dice que Dios es creador de todas las cosas, expresamente
se nombren las invisibles.
No obstante, al hablar de los ngeles procurar mantener la mesura que Dios nos ordena, y no
especular ms altamente de lo que conviene, para evitar que los lectores, dejando a un lado la
sencillez de la fe, anden vagando de un lado para otro. Porque, siendo as que el Espritu Santo
siempre nos ensea lo que nos conviene, y las cosas que hacen poco al caso para nuestra
edificacin, o bien las omite del todo, o bien las toca brevemente y como de paso, es tambin
deber nuestro ignorar voluntariamente las cosas que no nos procuran provecho alguno.
4. En esta cuestin debemos buscarla humildad, la modestia y la edificacin
Ciertamente que, siendo los ngeles ministros de Dios, ordenados para hacer lo que l les mande,
tampoco puede haber duda alguna de que son tambin "sus criaturas" (Sal. 103). Suscitar
cuestiones sobre el tiempo o el orden en que fueron creados, no sera ms bien obstinacin que
diligencia? Refiere Moiss que Fueron acabados los cielos y la tierra, y todo el ejrcito de
ellos." (Gn. 2, l). De qu sirve, entonces, atormentarnos por saber cundo fueron creados los
ngeles, y otras cosas secretas que hay en los cielos ms all de las estrellas y de los planetas?
Para no ser, pues, ms prolijos, recordemos tambin aqu - como en toda la doctrina cristiana -,
que debemos tener como regla la modestia y la sobriedad para no hablar de cosas oscuras, ni
sentir, ni incluso desear saber ms que lo que la Palabra de Dios nos ensea; y luego, que al leer
la Escritura busquemos y meditemos continuamente aquello que sirve para edificacin, y no
demos lugar a nuestra curiosidad, ni nos entreguemos al estudio de cosas intiles. Y ya que el
Seor nos quiso instruir, no en cosas vanas, sino en la verdadera piedad, que consiste en el temor
de su nombre, en la perfecta confianza en l, y en la santidad de vida, dmonos por satisfechos
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con esta ciencia.
Por lo tanto, si queremos que nuestro saber sea ordenado, debemos dejar estas vanas cuestiones
acerca de la naturaleza de los ngeles, de sus rdenes y nmero, en las que se ocupan los espritus
ociosos, sin la Palabra de Dios. Bien s que hay muchos a quienes les gustan ms estas cosas que
las que nosotros traemos entre manos; pero, si no nos pesa ser discpulos de Jesucristo, no nos d
pena seguir el mtodo y orden que nos propuso. Y as, satisfechos con sus enseanzas, no
solamente debemos abstenernos de las vanas especulaciones, sino tambin aborrecerlas. Nadie
negar que quien escribi el libro titulado Jerarqua celeste, atribuido a san Dionisio, ha
disputado sutil y agudamente de muchas cosas. Pero si alguno lo considera ms de cerca hallar
que en su mayor parte no hay en l sino pura charlatanera. Ahora bien, el fin de un telogo no
puede ser deleitar el odo, sino confirmar las conciencias enseando la verdad y lo que es cierto y
provechoso. Si alguno leyere aquel libro pensar que un hombre cado del cielo cuenta no lo que
le ensearon, sino lo que vio con sus propios ojos. Pero san Pablo, que fue arrebatado hasta el
tercer cielo, no solamente no cont nada semejante, sino que declar que "oy palabras inefables
que no le es dado al hombre expresar" (2Cor. 12,4). Por tanto, dejando a un lado toda esta vana
sabidura, consideremos solamente, segn la sencilla doctrina de la Escritura, lo que Dios ha
querido que sepamos de sus ngeles.
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de dioses. Y no nos debe maravillar; porque si esta misma honra se da a los prncipes y los
magistrados, porque en sus oficios tienen el lugar de Dios, supremo Rey y Juez, mucha mayor
existe para drsela a los ngeles, en los que resplandece mucho ms la claridad de la gloria
divina.
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Abraham (Luc. 16,23). Como tampoco en vano Eliseo muestra a su criado tantos carros de fuego
que haban sido puestos expresamente para guardarlo (2 Re. 6,17).
Hay un lugar que parece ms apropiado que los otros para confirmar esta opinin; y es que,
cuando san Pedro, despus de haber sido milagrosamente librado de la crcel, llam a la puerta
de la casa donde estaban congregados los hermanos, como ellos no podan creer que fuese l,
decan que era su ngel (Hech. 12,15). Parece que les vino esto a la memoria por la opinin que
entonces comnmente se tena de que cada uno de los fieles tena su ngel particular. Aunque
tambin se puede responder que nada impide que ellos entendieran ser alguno de los ngeles, al
cual Dios en aquella ocasin hubiera encargado el cuidado de Pedro, y en ese caso no se podra
deducir que fuese su guardin permanente aquel ngel, conforme a la opinin comn de que cada
uno de nosotros tiene siempre dos ngeles consigo, uno bueno y el otro malo. Sea lo que quiera,
no es preciso preocuparse excesivamente por lo que no tiene mayor importancia para nuestra
salvacin. Porque si a cada uno no le basta el que todo el ejrcito celestial est velando por
nosotros, no veo de qu le puede servir sostener que tiene un ngel custodio particular. Y los que
restringen a un ngel slo el cuidado que Dios tiene de cada uno de nosotros, hacen gran injuria a
s mismos y a todos los miembros de la Iglesia, como si fuera en vano el habernos prometido
Dios el socorro de aquellas numerosas huestes, para que fortalecidos de todas partes, com-
batamos con mucho mayor esfuerzo.
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9. Personalidad de los ngeles
Lo que s hay que tener como inconcuso - aunque algunos espritus inquietos duden de ello - es
que los ngeles son espritus al servicio de Dios, de cuyo ministerio se sirve para defensa de los
suyos, y por los cuales dispensa sus beneficios a los hombres y hace las dems obras (Heb. 1,
14). Los saduceos fueron de la opinin que con este vocablo de ngeles no se quera significar
ms que los movimientos que Dios inspira a los hombres o las seales que l da de su virtud y
potencia (Hch. 23,8). Pero hay tantos testimonios en la Escritura que contradicen este error, que
resulta inconcebible que existiera tan grande ignorancia en el pueblo de Israel. Porque, aun
dejando a un lado todos los textos que arriba he citado, donde se dice que hay legiones y
millones de ngeles, que se alegran, que sostienen a los fieles en sus manos, que llevan sus
almas al reposo, que ven el rostro del Padre, y otros semejantes, existen tambin otros muchos
con los que evidentsimamente se prueba que los ngeles son verdaderos espritus y que tienen
tal naturaleza. Porque lo que dicen san Esteban y san Pablo, que la ley ha sido dada por mano de
los ngeles (Hch. 7,53; Gl. 3,19); y lo que Cristo declara, que los elegidos sern despus de la
resurreccin semejantes a los ngeles (Mt.22,30), que ni aun los ngeles conocen cundo ser el
da del juicio (Mt. 24,36), y que l entonces vendr con los santos ngeles (Mt.25,31; Lc.9,26),
por mucho que estas sentencias se retuerzan no se podrn entender de otra manera. Asimismo,
cuando san Pablo conjura a Timoteo, delante de Jesucristo y de sus ngeles elegidos, a que
guarde sus preceptos (1Tim. 5,21), no se refiere a cualidades o inspiraciones sin esencia, sino a
verdaderos espritus. Ni pudiera ser verdad en caso contrario lo que est escrito en la epstola a
los Hebreos - que Cristo ha sido exaltado por encima de los ngeles, que a ellos no les est
sometida la redondez de la tierra, que Cristo no ha tomado la naturaleza anglica, sino la
humana (Heb. 1,4; 2,16) -, si no entendemos que ellos son espritus bienaventurados, a los que
corresponden estas comparaciones. Y el mismo autor de esa epstola lo declara luego, cuando
coloca en el reino de Dios a las almas de los fieles y a los santos ngeles (Heb. 12,22). Y
adems, lo que ya hemos citado: que los ngeles de los nios ven siempre el rostro de Dios, que
somos defendidos con su ayuda, que se alegran de nuestra salvacin, que se maravillan de la
infinita gracia de Dios en su Iglesia, y que estn sometidos a la Cabeza, que es Cristo. Esto
mismo se confirma por el hecho de haberse ellos aparecido tantas veces a los patriarcas en
figura humana, que hayan hablado y hayan aceptado hospitalidad. Y Cristo mismo por el
primado que tiene por Mediador es llamado ngel.
Me ha parecido conveniente tratar brevemente este punto, para armar y prevenir a las almas
sencillas contra las necias y fantsticas opiniones que, suscitadas por el Diablo desde el principio
de la Iglesia, no han dejado de renovarse hasta nuestros das.
91
tuvo que luchar mucho con algunos que de tal manera ensalzaban a los ngeles, que casi los
igualaban a Cristo. Y de aqu que el Apstol con toda energa sostiene en la epstola a los
Colosenses, que Cristo debe ser antepuesto a todos los ngeles; y an ms, que de El es de quien
reciben todo el bien que tienen (Col. 1, 16.20),_para que no nos volvamos, dejando a un lado a
Cristo, a aquellos que ni siquiera para s mismos tienen lo que necesitan, pues lo sacan de la
misma fuente que nosotros. Ciertamente, que como la gloria de Dios resplandece tan claramente
en ellos, nada hay ms fcil que hacernos caer en el disparate de adorarlos y atribuirles lo que
solamente a Dios pertenece. Es lo que san Juan confiesa en el Apocalipsis que le aconteci; pero
tambin dice que el ngel le respondi: "Mira, no lo hagas, yo soy consiervo tuyo ... Adora a
Dios" (Ap. 19, 10).
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aquella sentencia de Elseo: que hay ms en nuestro favor que en contra nuestra. Cun enorme
despropsito es, pues, que los ngeles nos aparten de Dios, cuando precisamente estn colocados
para que sintamos ms de cerca su favor! Y si no nos llevan directamente a l, a que fijemos
nuestros ojos en l, le invoquemos y alabemos como a nuestro nico defensor, reconociendo que
todo bien viene de l; si no consideramos que son como sus manos, y que no hacen nada sin su
voluntad y disposicin; y si, finalmente, no nos conducen a Jesucristo y nos mantienen en l,
para que le tengamos como nico Mediador, dependiendo enteramente de l, y encontrando en
l nuestro reposo, entonces en verdad que nos apartan. Porque debemos tener impreso y bien fijo
en la memoria lo que se cuenta en la visin de Jacob, que los ngeles descendan a la tierra, y que
suban de los hombres al cielo por una escalera, en cuyo extremo estaba sentado el Seor de los
ejrcitos (Gn. 28,12). Con lo cual se indica que por la sola intercesin de Jesucristo se verifica el
que los ngeles se comuniquen con nosotros y nos sirvan, como El mismo afirma: De aqu en
adelante veris el cielo abierto, y a los ngeles de Dios que suben y descienden sobre el Hijo del
Hombre" (Jn. 1, 5 l). Y as el criado de Abraham, habiendo sido encomendado a la guarda del
ngel, no por esto le invoca para que le asista, sino que se dirige a Dios, pidindole que se
muestre misericordioso con Abraham, su seor (Gn.24,7). Porque as como Dios no los hace
ministros de su potencia y bondad para repartir su gloria con ellos, de la misma manera tampoco
promete ayudarnos por su medio, para que no dividamos nuestra confianza entre ellos y l. Por
eso debemos rechazar la filosofa de Platn 1, que ensea a llegar a Dios por medio de los
ngeles y a honrarlos para tenerlos ms propicios a darnos acceso a l. Esta falsa doctrina han
pretendido algunos hombres supersticiosos introducirla en nuestra religin desde el principio, y
aun en el da de hoy hay quien quiere introducirla.
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14. Nmero de los diablos
Y para animarnos ms a hacerlo as, la Escritura nos dice que no es uno o dos o unos pocos los
diablos que nos hacen la guerra, sino una infinidad de ellos. De Mara Magdalena se refiere que
fue librada de siete demonios que la posean (Mc. 16,9); y Jesucristo afirma que ordinariamente
sucede que habiendo echado una vez fuera al demonio, si le abrimos otra vez la puerta, toma
consigo siete espritus peores que l, y vuelve a la casa que estaba vaca (Mt. 12,45). Y tambin
leemos que toda una legin posey a un hombre (Luc.8,30). Por esto se nos ensea que hemos de
luchar contra una multitud innumerable de enemigos; para que no nos hagamos negligentes
creyendo que son pocos, y que no nos descuidemos, creyendo que alguna vez se nos concede
tiempo para descansar.
En cuanto a que alguna vez se habla de Satans o del Diablo en singular, con esto se nos da a
entender el seoro de la iniquidad, contrario al reino de la justicia. Porque, as como la Iglesia y
la compaa de los santos tiene a Jesucristo por cabeza, del mismo modo el bando de los
malvados y la misma impiedad nos son pintados con su prncipe, que ejerce all el sumo imperio
y podero. A lo cual se refiere aquella sentencia: Apartaos de m, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ngeles" (Mat. 25,41).
15. El adversario
Tambin debe incitarnos a combatir perpetuamente contra el Diablo, que siempre es llamado
"adversario" de Dios y nuestro. Porque si nos preocupamos de la gloria de Dios, como es justo
que hagamos, debemos emplear todas nuestras fuerzas en resistir a aquel que procura extinguirla.
Si tenemos inters, como debemos, en mantener el Reino de Cristo, es necesario que
mantengamos una guerra continua contra quien lo pretende arruinar. Asimismo, si nos
preocupamos de nuestra salvacin, no debemos tener paz ni hacer treguas con aquel que de
continuo est acechando para destruirla. Tal es el Diablo de que se habla en el captulo tercero
del Gnesis, cuando hace que el hombre se rebele contra la obediencia de Dios, para despojar a
Dios de la gloria que se le debe y precipitar al hombre en la ruina. As tambin es descrito por los
evangelistas, cuando es llamado "enemigo", y el que siembra cizaa para echar a perder la
semilla de la vida eterna (Mat. 13,28).
En conclusin, experimentamos en todo cuanto hace, lo que dice de l Cristo: que desde el
principio fue homicida y mentiroso (Jn.8, 44). Porque l con sus mentiras hace la guerra a Dios;
con sus tinieblas oscurece la luz; con sus errores enreda el entendimiento de los hombres; levanta
odios; aviva luchas y revueltas; y todo esto, a fin de destruir el reino de Dios y de sepultar
consigo a los hombres en condenacin perpetua. Por donde se ve claramente que es por su
naturaleza perverso, maligno y vicioso. Pues es preciso que se encierre una perversidad extrema
en una naturaleza que se consagra por completo a destruir la gloria de Dios y la salvacin de los
hombres. Es lo que dice tambin san Juan en su epstola: que desde el principio peca (1 Jn. 3,8).
Pues por estas palabras entiende que el Diablo es autor, jefe e inventor de toda la malicia e
iniquidad.
94
dicho de manera connatural, en virtud de su creacin, sino por depravacin. Porque todo el mal
que tiene l se lo busc al apartarse de Dios. Y la Escritura nos advierte de ello, para que no
pensemos que Dios lo ha creado tal cual ahora es, y no atribuyamos a Dios lo que Dios nunca
hizo ni har. Por esta causa dice Cristo que cuando Satans miente habla de lo que hay en l; y da
como razn que no permanece en la verdad (Jn.8, 44). Es evidente que cuando Cristo niega que
el Diablo haya permanecido en la verdad, indica por lo mismo que algn tiempo estuvo en ella; y
cuando lo hace padre de la mentira, le quita toda excusa, para que no impute a Dios aquello de
que l es causa. Aunque todo esto ha sido tratado brevemente y con no mucha claridad, basta, sin
embargo, para tapar la boca a los calumniadores de la majestad divina. Y de qu nos servira
saber ms sobre los diablos?
Se irritan algunos porque la Escritura no cuenta ms por extenso y ordenadamente la cada de los
ngeles, la causa, la manera, el tiempo y la especie, y aun porque no lo cuenta en diversos
lugares. Ms como todo esto no tiene que ver con nosotros, ha parecido lo mejor, o no decir
nada, 0 tocarlo brevemente, pues no pareca bien al Espritu Santo satisfacer nuestra curiosidad
contando historias vanas y de las que no sacsemos ningn provecho. Y vemos que el intento del
Seor ha sido no ensearnos en su Santa Escritura ms que lo que pudiera servirnos de edifica-
cin. As que, para no detenernos en cosas superfluas, contentmonos con saber, sobre la
naturaleza de los diablos, que fueron, al ser creados, ngeles de Dios; pero que al degenerar de su
origen se echaron a perder a s mismos y se convirtieron en instrumentos de la perdicin de otros.
Esto, como era til saberlo, nos ha sido claramente dicho por san Pedro y san Judas (2 Pe. 2,4;
Jds. 6). Y san Pablo, cuando hace mencin de ngeles elegidos, sin duda los opone a los
rprobos.
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contra l. Mas, como Dios lo tiene atado y encadenado con el freno de su potencia, solamente
ejecuta aquello que Dios le permite hacer; y por eso, mal de su grado, quiera o no, obedece a su
Creador, pues se ve impulsado a emplearse en lo que a Dios le agrada.
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victoria de nuestro Capitn? Por lo tanto, Dios no permite a Satans que reine sobre las almas de
los fieles, sino que le entrega nicamente a los impos e incrdulos, a los cuales no se digna
tenerlos como ovejas de su aprisco. Porque est escrito que Satans tiene sin disputa alguna la
posesin de este mundo, hasta que Cristo lo eche de su sitio. Y tambin, que ciega a todos los
que no creen en el Evangelio (2Cor. 4,4); y que hace su obra entre los hijos rebeldes; y con toda
razn, porque los impos son hijos de ira (H2,2). Por ello est muy puesto en razn que los
entregue en manos de aquel que es ministro de Su venganza. Finalmente, se dice de todos los
rprobos que son "hijos del Diablo" (Jn.8, 44; 1 Jn. 3,8), porque as como los hijos de Dios se
conocen en que llevan la imagen de Dios, del mismo modo los otros, por llevar la imagen de
Satans, son a justo titulo considerados como hijos de ste.
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20. Lo que nos ensea la creacin del mundo
Entretanto, no desdeemos deleitarnos con las obras de Dios, que se ofrecen a nuestros ojos en
tan excelente teatro como es el mundo. Porque, como hemos dicho al principio de este libro, es la
primera enseanza de nuestra fe, segn el orden de la naturaleza - aunque no sea la principal -,
comprender que cuantas cosas vemos en el mundo son obras de Dios, y contemplar con
reverencia el fin para el que Dios las ha creado. Por eso, para aprender lo que necesitamos saber
de Dios, conviene que conozcamos ante todo la historia de la creacin del mundo, como
brevemente la cuenta Moiss y despus la expusieron ms por extenso otros santos varones,
especialmente san Basilio y san Ambrosio. De ella aprenderemos que Dios, con la potencia de su
Palabra y de su Espritu, cre el cielo y la tierra de la nada; que de ellos produjo toda suerte de
cosas animadas e inanimadas; que distingui con un orden admirable esta infinita variedad de
cosas; que dio a cada especie su naturaleza, le seal su oficio y le indic el lugar de su morada;
y que, estando todas las criaturas sujetas a la muerte, provey, sin embargo, para que cada una de
las especies conserve su ser hasta el da del juicio. Por tanto, l conserva a unas por medios a
nosotros ocultos, y les infunde a cada momento nuevas fuerzas, y a otras da virtud para que se
multipliquen por generacin y no perezcan totalmente con la muerte. Igualmente adorn el cielo
y la tierra con una abundancia perfectsima, y con diversidad y hermosura de todo, como si fuera
un grande y magnfico palacio admirablemente amueblado. Y, finalmente, al crear al hombre,
dotndolo de tan maravillosa hermosura y de tales gracias, ha realizado una obra maestra, muy
superior en perfeccin al resto de la creacin del mundo. Mas, como no es mi intento hacer la
historia de la creacin del mundo, baste haber vuelto a tocar de paso estas cosas; pues es
preferible, como he advertido antes, que el que deseare instruirse ms ampliamente en esto, lea a
Moiss y a los dems que han escrito fiel y diligentemente la historia del mundo.
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excelente ha sido el artfice que ha dispuesto y ordenado tanta multitud de estrellas como hay en
el cielo, con un orden y concierto tan maravillosos que nada se puede imaginar ms hermoso y
precioso; que ha asignado a algunas - como las estrellas del firmamento - el lugar en que
permanezcan fijas, de suerte que en modo alguno se pueden mover de l; a otras - como los
planetas - les ha ordenado que vayan de un lado a otro, siempre que en su errar no pasen los
lmites que se les ha asignado; y de tal manera dirige el movimiento y curso de cada una de ellas,
que miden el tiempo, dividindolo en das, noches, meses, y aos y sus estaciones. E incluso la
desigualdad de los das la ha dispuesto con tal orden que no hay desconcierto alguno en ella. De
la misma manera, cuando consideramos su potencia al sostener tan enorme peso, al gobernar la
revolucin tan rpida de la mquina del orbe celeste, que se verifica en veinticuatro horas, y en
otras cosas semejantes. Estos pocos ejemplos declaran suficientemente en qu consiste el conocer
las virtudes de Dios en la creacin del mundo. Pues si quisiramos tratar este asunto como se
merece, nunca acabaramos, segn ya he dicho; pues son tantos los milagros de su potencia,
tantas las muestras de su bondad, tantas las enseanzas de su sabidura, cuantas clases de
criaturas hay en el mundo; y an digo ms, cuantas son en nmero las cosas, ya grandes, ya
pequeas.
22. Dios ha creado todas las cosas por causa del hombre
Queda la segunda parte, que con mayor propiedad pertenece a la fe, y consiste en comprender
que Dios ha ordenado todas las cosas para nuestro provecho y salvacin; y tambin para que
contemplemos su potencia y su gracia en nosotros mismos y en los beneficios que nos ha hecho,
y de este modo movernos a confiar en l, a invocarle, alabarle y amarle. Y que ha creado todas
las cosas por causa del hombre, el mismo Seor lo ha demostrado por el orden con que las ha
creado, segn queda ya notado. Pues no sin causa dividi la creacin de las cosas en seis das
(Gn. 1, 3 l), bien que no le hubiera sido ms difcil hacerlo todo en un momento, que proceder
como lo hizo. Mas quiso con ello mostrar su providencia y el cuidado de padre que tiene con
nosotros, de modo que, antes de crear al hombre, le prepar cuanto haba de serle til y
provechoso. Cunta, pues, sera nuestra ingratitud, si nos atreviramos a dudar de que este tan
excelente Padre tiene cuidado de nosotros, cuando vemos que antes de que nacisemos estaba
solcito y cuidadoso de proveernos de lo que era necesario! Qu impiedad mostrar desconfianza,
temiendo que nos faltase su benignidad en la necesidad, cuando vemos que fa ha derramado con
tanta abundancia aun antes de que viniramos al mundo! Adems, por boca de Moiss sabemos
que todas las criaturas del mundo estn sometidas a nosotros por su liberalidad (Gn. 1,28; 9,2).
Ciertamente, no ha obrado as para burlarse de nosotros con un vano ttulo de donacin que de
nada valiese. Por tanto, no hay que temer que nos pueda faltar algo de cuanto conviene para
nuestra salvacin.
Finalmente, para concluir en pocas palabras, siempre que nombramos a Dios creador del cielo y
de la tierra, nos debe tambin venir a la memoria que cuantas cosas cre las tiene en su mano, y
las dispone como le place, y que nosotros somos sus hijos, a los cuales l ha tomado a su cargo
para mantenerlos y gobernarlos; para que esperemos de l solo todo bien, y confiemos
plenamente en que nunca permitir que nos falten las cosas necesarias a nuestra salvacin, y as
nuestra esperanza no dependa de otro; y que cuanto deseremos, lo pidamos a l; y que
reconozcamos que cualquier bien que tuviremos, El nos lo ha concedido y as lo confesemos
agradecidos; y que, atrados con la suma suavidad de su bondad y liberalidad, procuremos amarlo
99
y servirle con todo nuestro corazn.
***
CAPTULO XV
CMO ERA EL HOMBRE AL SER CREADO
LAS FACULTADES DEL ALMA, LA IMAGEN DE DIOS, EL LIBRE ALBEDRO Y LA
PRIMERA INTEGRIDAD DE LA NATURALEZA
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que con justo ttulo podra gloriarse Adn de la generosidad de su creador.
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que hizo en el cuerpo. Evidentemente, estos y otros lugares semejantes, que a cada paso se
ofrecen, no solamente distinguen claramente el alma del cuerpo, sino que, al atribuir el nombre
de hombre al alma, indican que ella es la parte principal. Y cuando san Pablo exhorta a los fieles
a que se limpien de toda contaminacin de carne y de espritu (2 Cor. 7, 1) pone dos partes en las
que residen las manchas del pecado. Tambin san Pedro, cuando llama a Cristo Pastor y Obispo
de las almas (I Pe. 2,25), hubiera hablado en vano, si no hubiera almas de las que pudiera ser
Pastor y Obispo, ni sera verdad lo que dice de la salvacin eterna de las almas (1 Pe. 1, 9). E
igualmente cuando nos manda purificar nuestras almas, y dice que nuestros deseos carnales
batallan contra el alma (1Pe. 2, 11). Y lo que se dice en la epstola a los Hebreos, que los pastores
velan para dar cuenta de nuestras almas (Heb. 13,17), no se podra decir si las almas no tuviesen
su propia esencia. Lo mismo prueba lo que dice san Pablo cuando invoca a Dios por testigo de su
alma (2 Cor. 1,23), pues no podra ser declarada culpable si no pudiese ser castigada. Todo lo
cual se ve mucho ms claramente por las palabras de Cristo, cuando manda que temamos a aquel
que despus de dar muerte al cuerpo tiene poder para enviar el alma al infierno (Mt. 10, 28; Le.
12, 5). Igualmente el autor de la epstola a los Hebreos, al decir que los hombres son nuestros
padres carnales, mas que Dios es Padre de los espritus (Heb. 12,9), no pudo probar ms
claramente la esencia del alma. Asimismo, si las almas, despus de haber sido libradas de la
crcel del cuerpo, no tuviesen existencia, no tendra sentido que Cristo presente al alma de
Lzaro gozando en el seno de Abraham, y, por el contrario, al alma del rico sometida a horribles
tormentos (Le. 16,22). Y san Pablo lo confirma diciendo que andamos peregrinando lejos de
Dios, todo el tiempo que habitamos en la carne, pero que gozaremos de su presencia al salir del
cuerpo (2Cor. 5,6.8). Y para no alargarme ms en una cosa tan clara, solamente aadir lo que
dice Lucas, a saber: que cuenta entre los errores de los saduceos el que no crean en la existencia
de los espritus ni de los ngeles (Hch. 23,8).
102
confunde la distincin entre el Hijo y el Espritu Santo, si el Espritu Santo llama al Hijo su
imagen. Querra tambin que me dijeran de qu manera Jesucristo, en la carne de que se revisti,
representa al Espritu Santo, y cules son las notas de esta representacin. Y como las palabras:
-Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra sernejanza" (Gn. 1, 26), se pueden
aplicar tambin al Hijo, se sigue que l mismo sera a su vez su propia imagen; lo cual carece
absolutamente de sentido. Adems, si se admite el error de Osiander, Adn no fue formado sino
conforme al dechado y patrn de Cristo en cuanto hombre; y de esta manera, la idea segn la cual
Adn fue formado sera Jesucristo en la humanidad que haba de tomar. Pero la Escritura ensea
que es muy distinto el significado de las palabras: Adn fue creado a imagen de Dios.
Ms aspecto de verdad tiene la sutileza de los que explican que Adn fue creado a imagen de
Dios porque fue conforme a Jesucristo, que es su imagen. Pero tampoco esta exposicin tiene
solidez.
Imagen y semejanza. Tambin existe una gran disputa en cuanto a los trminos imagen" y
semejanza", porque los expositores buscan alguna diferencia entre ambas palabras, cuando no
hay ninguna; sino que el nombre de "semejanza" es aadido como explicacin del trmino
"imagen".
Ante todo, sabemos que los hebreos tienen por costumbre repetir una misma cosa usando
diversas palabras. Y por lo que respecta a la realidad misma, no hay duda de que el hombre es
llamado imagen de Dios por ser semejante a l. As que claramente se ve que hacen el ridculo
los que andan filosofando muy sutilmente acerca de estos dos nombres, sea que atribuyan el
nombre de imagen" a la sustancia del alma y el de "semejanza" a las cualidades, sea que los
expliquen de otras maneras. Porque cuando Dios determin crear al hombre a imagen suya, como
esta palabra era algo oscura, la explic luego por el trmino de semejanza; como si dijera que
haca al hombre, en el cual se representara a s mismo, como en una imagen por las notas de
semejanza que imprimira en l. Por esto Moiss, repitiendo lo mismo un poco ms abajo, pone
dos veces el trmino "imagen", sin mencionar el de "semejanza".
Otra objecin de Osiander. Y carece de fundamento lo que objeta Osiander, que no se llama
imagen de Dios a una parte del hombre, ni al alma con sus cualidades, sino a todo Adn, al cual
se le puso el nombre de la tierra con que fue formado. Toda persona sensata se reir de esto.
Porque, cuando todo el hombre es llamado mortal, no por eso el alma est sujeta a la muerte; ni
cuando se dice que es animal racional, pertenece por ello la razn al cuerpo. Por tanto, aunque el
alma no sea todo el hombre, no hay duda de que se le llama imagen de Dios respecto al alma. No
obstante, mantengo el principio que hace poco expuse: que la imagen de Dios se extiende a toda
la dignidad por la que el hombre supera a las dems especias de animales. Y as con este nombre
se indica la integridad de que Adn estuvo adornado cuando gozaba de rectitud de espritu,
cuando sus afectos y todos sus sentidos estaban regulados por la razn, y cuando representaba de
veras con sus gracias y dotes la excelencia de su Creador. Y aunque la sede y el lugar principal de
la imagen de Dios se haya colocado en el espritu y el corazn, en el alma y sus potencias, no
obstante, no hubo parte alguna, incluso en su mismo cuerpo, en la que no brillasen algunos
destellos.
Es cosa evidente que en cada una de las partes del mundo brillan determinadas muestras de la
gloria de Dios. De ah se puede deducir que cuando en el hombre es colocada la imagen de Dios,
tcitamente se sobreentiende una oposicin, por la cual se le ensalza sobre todas las criaturas, y
103
por la que se le separa de ellas. Sin embargo, no hay que creer que los ngeles no han sido
creados a semejanza de Dios, pues toda nuestra perfeccin, como dice Cristo, consistir en ser
semejantes a ellos (Mt. 22,30). Pero no en vano Moiss, al atribuir de modo particular este ttulo
tan magnfico a los hombres, ensalz la gracia de Dios para con nosotros; sobre todo teniendo en
cuenta que los compara solamente con las criaturas visibles.
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es una perfecta excelencia de la naturaleza humana, que resplandeci en Adn antes de que
cayese, y luego fue de tal manera desfigurada y casi deshecha que no qued de semejante ruina
nada que no fuese confuso, roto e infectado, ahora esta imagen se ve en cierta manera en los
escogidos, en cuanto son regenerados por el espritu de Dios; aunque su pleno fulgor lo lograr
en el cielo.
Ms a fin de que sepamos cules son sus partes, es necesario tratar de las potencias del alma.
Porque la consideracin de san Agustn, de que el alma es un espejo de la Trinidad porque en ella
residen el entendimiento, la voluntad y la memoria, no ofrece gran consistencia. Ni tampoco es
muy probable la opinin de los que ponen la semejanza de Dios en el mando y seoro que se le
dio al hombre; como si solamente se representase a Dios por haber sido constituido seor y
habrsele dado la posesin de todas las criaturas, cuando precisamente se debe buscar en el
hombre, y no fuera de l, puesto que es un bien interno del alma.
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de sus palabras que el hombre no ha sido semejante a Dios en la infusin de la sustancia, sino en
la gracia y virtud del Espritu Santo; pues dice que "mirando la gloria de Dios ... somos
trasformados... en la misma imagen, como por el Espritu del Seor" (2 Cor. 3,18), el cual de tal
manera obra en nosotros, que no nos hace consustanciales con Dios; ni participantes de la
naturaleza divina.
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no solamente proporciona gran satisfaccin saberlo, sino que adems es til, y ellos lo han
tratado muy bien; ni me opongo a los que desean saber lo que los filsofos escribieron.
Admito, en primer lugar, los cinco sentidos, que Platn prefiere llamar rganos o instrumentos,
con los cuales todos los objetos percibidos por cada uno de ellos en particular se depositan en el
sentido comn como en un receptculo.
Despus de los sentidos viene la imaginacin, que discierne lo que el sentido comn ha
aprehendido. Sigue luego la razn, cuyo oficio es juzgar de todo.
Finalmente, admito, sobre la razn, la inteligencia, la cual contempla con una mirada reposada
todas las cosas que la razn revuelve discurriendo.
Admito tambin, que a estas tres potencias intelectuales del alma corresponden otras tres
apetitivas, que son: la voluntad, cuyo oficio es apetecer lo que el entendimiento y la razn le
proponen; la potencia irascible, o clera, que sigue lo que la razn y la fantasa le proponen; y la
potencia concupiscible, o concupiscencia, que aprehende lo que la fantasa y el sentido le ponen
delante'.
Aunque todo esto sea verdad, o al menos verosmil, mi parecer es que no debemos detenernos en
ello, pues temo que su oscuridad, en vez de ayudarnos nos sirva de estorbo. Si alguno prefiere
distinguir las potencias de otra manera, una apetitiva, que aunque no sea capaz de razonar obe-
dezca a la razn si hay quien la dirija, y otra intelectiva, capaz por s misma de razonar, no me
opondr mayormente a ello. Tampoco quisiera oponerme a lo que dice Aristteles, que hay tres
principios de los que proceden todas las acciones humanas, a saber: el sentido, el entendimiento y
el apetito. Pero nosotros elijamos una divisin que todos entiendan, aunque no se encuentre en
los filsofos.
Ellos, cuando hablan sencillamente y sin tecnicismos, dividen el alma en dos partes: apetito y
entendimiento; y subdividen a ambas en otras dos. Porque dicen que hay un entendimiento
especulativo, que se ocupa solamente de entender, sin pasar nunca a la accin. As piensa
Cicern1, y es lo que llaman ingenio. Al otro lo llaman prctico; el cual, despus de haber
aprehendido el bien y el mal, mueve la voluntad a seguirlo o a rechazarlo. A esta clase de
entendimiento pertenece la ciencia de vivir bien.
En cuanto al apetito, lo dividen en voluntad y concupiscencia. Llaman voluntad al apetito cuando
obedece a la razn; pero lo llaman concupiscencia, cuando no hace caso de la razn, se
desmanda y cae en la intemperancia. De suerte que siempre suponen la existencia en el hombre
de una razn por la cual se puede gobernar convenientemente.
107
juzgado que es bueno, y rechazar lo que l ha conde nado, y huir de ello.
No nos enredemos aqu con aquellas sutilezas de Aristteles, de que el entendimiento no tiene
movimiento alguno propio y por s mismo, sino que es la eleccin la que mueve al hombre, y a la
cual llama entendimiento apetitivo. Bstenos, pues, saber, para no enredarnos con cuestiones
superfluas, que el entendimiento es como un capitn o gobernador del alma; que la voluntad
siempre tiene los ojos puestos en l y no desea nada hasta que l lo determine. Por eso dice muy
bien Aristteles en otro lugar, que es lo mismo en el apetito huir o apetecer, que en el
entendimiento negar o afirmar.
En otro lugar veremos cun cierta sea la direccin del entendimiento para llevar por buen camino
a la voluntad. Al presente solamente queremos demostrar que todas las potencias del alma se
reducen a una de estas dos. En cuanto al sentido, lo comprendemos bajo el entendimiento,
aunque otros lo distinguen, diciendo que el sentido inclina al deleite, y el entendimiento a la
honestidad y a la virtud; y que de aqu viene que el apetecer del sentido sea llamado
concupiscencia, y el del entendimiento voluntad. En cuanto al nombre de apetito que ellos
prefieren usar, nosotros emplearemos el de voluntad, que es mucho ms usado.
108
albedro en el hombre perdido y hundido en una muerte espiritual, corrigiendo la doctrina de la
Palabra de Dios con las enseanzas de los filsofos, stos van por completo fuera de camino y no
estn ni en el cielo ni en la tierra, como ms por extenso se ver en su lugar.
De momento retengamos que Adn, al ser creado por primera vez, era muy distinto de lo que es
su descendencia, la cual, procediendo de Adn ya corrompido, trae de l, corno por herencia, un
contagio hereditario. Pues antes, cada una de las facultades del alma se adaptaba muy bien; el
entendimiento estaba sano e ntegro, y la voluntad era libre para escoger el bien. Y si alguno
objeta a esto que estaba puesta en un resbaladero, porque su facultad y poder eran muy dbiles,
respondo que para suprimir toda excusa bastaba el grado en que Dios la habla puesto. Pues no
haba motivo por el que Dios estuviese obligado a hacer al hombre tal que no pudiese o no
quisiese nunca pecar. Es verdad que si as! fuese la naturaleza del hombre, sera mucho ms
excelente; pero pleitear deliberadamente con Dios, como si tuviese obligacin de dotar al hombre
de esta gracia, es cosa muy fuera de razn, dado que l p darle tan poco como quisiese.
En cuanto a la causa de que no le haya dado el don de la perseveran es cosa que permanece
oculta en su secreto consejo; y nuestro debe saber con sobriedad. Dios le haba concedido a Adn
que, si qu pudiese; pero no le concedi el querer con que pudiese, pues a querer le hubiera
seguido la perseverancia. Sin embargo, Adn tiene excusa, pues recibi la virtud hasta tal punto
que solamente su propia voluntad se destruyese a s mismo; y ninguna necesidad a Dios a darle
una voluntad que no pudiese inclinarse al bien y al y no fuese caduca, y as, de la cada del
hombre sacar materia para gloria.
***
CAPTULO XVI
DIOS, DESPUES DE CREAR CON SU POTENCIA EL MUNDO Y
CUANTO HAY EN L, LO GOBIERNA Y MANTIENE TODO CON SU
PROVIDENCIA
109
su providencia, no podremos entender qu quiere decir que Dios es Creador, por ms que nos
parezca comprenderlo con la inteligencia y lo confesemos de palabra. El pensamiento natural,
despus de considerar en la creacin la potencia de Dios, se para all; y cuando ms penetra,
no pasa de considerar y advertir la sabidura, potencia y bondad del Creador, que se muestran
a la vista en la obra del mundo, aunque no queramos verlo; despus concibe una especie de
operacin general en Dios para conservarlo y mantenerlo todo en pie, y de la cual depende la
fuerza del movimiento; finalmente, piensa que la fuerza que Dios les dio al principio en su
creacin primera basta para conservar todas las cosas en su ser.
110
adversos, la razn carnal los atribuye a la fortuna. Pero cualquiera que haya aprendido por boca
de Cristo que todos los cabellos de nuestra cabeza estn contados (Mt. 10,30), buscar la causa
mucho ms lejos y admitir como cierto que todo cuanto acontece est dispuesto as por secreto
designio de Dios.
En cuanto a las cosas inanimadas debemos tener por seguro que, aunque Dios ha sealado a cada
una de ellas su propiedad, no obstante ninguna puede producir efecto alguno, ms que en cuanto
son dirigidas por la mano de Dios. No son, pues, sino instrumentos, por los cuales Dios hace fluir
de continuo tanta eficacia cuanta tiene a bien, y conforme a su voluntad las cambia para que
hagan lo que a l le place.
El Sol no es sino un medio al servicio de la providencia. No hay entre todas las criaturas
virtud ms noble y admirable que la del Sol. Porque, adems de alumbrar con su claridad a todo
el mundo, cul no es su poder al sustentar y hacer crecer con su calor a todos los animales, al
infundir con sus rayos fertilidad a la tierra, calentando las semillas en ella arrojadas, y luego
hacerla reverdecer con hermossimas hierbas, las cuales hace l crecer, dndoles cada da nueva
sustancia hasta que lleguen a echar tallos; y que las sustente con un perpetuo vapor hasta que
echen flor, y de la flor salga el fruto, al cual el mismo Sol hace madurar; y que los rboles, y
asimismo las cepas, calentadas por l, primero produzcan las yemas y echen las hojas, y luego la
flor, de la que brota su fruto? Pero el Seor, para atribuirse y reservarse a s toda la gloria de estas
cosas, quiso que hubiese luz y que la tierra estuviese llena de toda clase de hierbas y de frutos,
antes de crear el Sol (Gn. 1, 3. 11). Por esto, el hombre fiel no har al Sol causa ni principal ni
necesaria de las cosas que tuvieron ser antes de que el mismo Sol fuese creado, sino que lo tendr
nicamente como instrumento del cual Dios se sirve, porque as lo quiere; pudiendo muy bien,
sin usar de este medio, obrar por s solo sin dificultad alguna. Asimismo, cuando leemos que el
Sol, por la oracin de Josu estuvo parado en un mismo grado por espacio de dos das (Jos. 10,
13), y que en favor del rey Ezequas su sombra volvi atrs diez grados (2 Re. 20, 1 l), con estos
pocos milagros mostr Dios que el Sol no sale y se pone cada da por un movimiento ciego de la
naturaleza, sino que l gobierna su curso, para renovarnos la memoria del favor paternal que nos
tiene y que demostr en la creacin del mundo.
No hay cosa ms natural que despus del invierno venga la primavera, y despus de la primavera
el verano, y a ste siga el otoo; sin embargo en esta sucesin se ve tanta diversidad, que
fcilmente se cae en la cuenta de que cada ao, cada mes y cada da es gobernado con una nueva
y especial providencia de Dios.
111
su consejo (Sal. 115,3). Porque cuando se dice en el salmo que hace todo cuanto quiere, se da a
entender una cierta y deliberada voluntad. Pues sera muy infundado querer interpretar las
palabras del profeta segn la doctrina de los filsofos, que Dios es el primer agente, porque es
principio y causa de todo movimiento. En lugar de esto es un consuelo para los fieles en sus
adversidades saber que nada padecen que no sea por orden y mandato de Dios, porque estn bajo
su mano. Y si el gobierno de Dios se extiende de esta manera a todas sus obras, ser pueril
cavilacin encerrarlo y limitarlo a influir en el curso de la naturaleza. Evidentemente, cuantos
limitan la providencia de Dios en tan estrechos lmites, como si dejase que las criaturas sigan el
curso ordinario de su naturaleza, roban a Dios su gloria, y se privan de una doctrina muy til,
pues no habra nada ms desventurado que el hombre, si estuviese sujeto a todos los
movimientos del cielo, el aire, la tierra y el agua. Adase a esto que as se menoscaba
indignamente la singular bondad que Dios tiene para cada uno. Exclama David que los nios que
an estn pendientes de los pechos de sus madres son harto elocuentes para predicar la gloria de
Dios (Sal. 8,2), porque apenas salen del seno de la madre encuentran su alimento dispuesto por la
providencia divina. Esto es verdad en general; pero es necesario contemplar y comprender lo que
la misma experiencia nos ensea: que unas madres tienen los pechos llenos, y otras los tienen
secos, segn que a Dios le agrade alimentar a uno ms abundantemente y al otro con mayor
escasez.
Los que atribuyen a Dios el justo loor de ser todopoderoso, sacan con ello doble provecho;
primero, que l tiene hartas riquezas para hacer bien, puesto que el cielo y ja tierra son suyos, y
que todas las criaturas tienen sus ojos puestos en El para sometrsele y hacer lo que les mande;
segundo, que pueden permanecer seguros bajo su amparo, pues todo cuanto podra hacernos dao
de cualquier parte que viniera, est sometido a su voluntad, ya que . Satans con toda su furia y
con todas sus fuerzas se ve reprimido por su mandato, como el caballo por el freno, y todo cuanto
podra impedir nuestro bien y salvacin depende de su arbitrio y voluntad. Y no hay que pensar
en otro medio para corregir y apaciguar el excesivo y supersticioso temor que fcilmente se
apodera de nosotros cuando tenemos el peligro a la vista. Digo que somos supersticiosamente
temerosos, si cada vez que las criaturas nos amenazan o nos atemorizan, temblamos como si ellas
tuviesen por s mismas fuerza y poder para hacer mal, o nos pudiesen causar algn dao
inopinadamente, o Dios no bastase para ayudarnos y defendernos de ellas. Como por ejemplo, el
profeta prohbe a los hijos de Dios que teman las estrellas y las seales del cielo, como lo suelen
hacer los infieles (Jer. 10, 2). Cierto que no condena todo gnero de temor; pero como los
incrdulos trasladan el gobierno del mundo de Dios a las estrellas, se imaginan que su bienestar o
su miseria depende de ellas, y no de la voluntad de Dios. As, en lugar de temer a Dios, a quien
nicamente deberan temer, temen a las estrellas y los cometas. Por tanto, el que no quiera caer
en esta infidelidad tenga siempre en la memoria que la potencia, la accin y el movimiento de las
criaturas no es algo que se mueve a su placer, sino que Dios gobierna de tal manera todas las
cosas con su secreto consejo, que nada acontece en el mundo que l no lo haya determinado y
querido a propsito.
112
de hacer. Por eso la providencia se extiende tanto a las manos como a los ojos; es decir, que no
solamente ve, sino que tambin ordena lo que quiere que se haga. Pues, cuando Abraham deca a
su hijo: Dios proveer (Gn.22,8), no quera decir solamente que Dios saba lo que haba de
acontecer, sino tambin pona en sus manos el cuidado de la perplejidad en que se hallaba, pues
oficio suyo es hallar solucin para las cosas confusas. De donde se sigue que la providencia de
Dios es actual, segn se suele decir; y los que admiten una mera presciencia sin efecto alguno, no
hacen ms que divagar en necios devaneos.
No slo es universal la providencia, sino tambin particular. No es tan grave el error de los
que atribuyen a Dios el gobierno, pero general y confuso, pues admiten que Dios impulsa y
mueve con un movimiento general la mquina del mundo con todas sus partes, aunque sin tener
en cuenta a cada una de ellas en particular. Sin embargo, tampoco es admisible tal error. Porque
ellos dicen que con esta providencia, que llaman universal, no se impide a ninguna criatura que
vaya de un sitio a otro, ni que el hombre haga lo que quiera segn su albedro. Con esto hacen
una divisin entre Dios y los hombres. Dicen que Dios inspira con su virtud al hombre un
movimiento natural mediante el cual puede aplicarse a lo que su naturaleza le inclina; y que el
hombre, con esta facultad gobierna segn su determinacin y voluntad cuanto hace. En suma,
quieren que el mundo, los asuntos de los hombres, y los mismos hombres, sean gobernados por
la potencia de Dios, pero no por su disposicin y determinacin.
No hablo aqu de los epicreos - de cuya peste siempre ha estado el mundo lleno -, los cuales se
figuran a Dios ocioso y, segn suele decirse, mano sobre mano. Ni menciono tampoco a otros no
menos descaminados que stos, que antiguamente se imaginaron que Dios dominaba de tal
manera lo que est por encima del aire, que dejaba completamente al azar cuanto est debajo.
Pues las criaturas, aun las mismas que no tienen boca para hablar, gritan lo suficiente contra tan
manifiesto desvaro. Mi intento al presente es refutar la opinin de la mayora, la cual atribuye a
Dios no s qu movimiento ciego, dudoso y confuso, y entretanto le quitan lo principal; a saber,
que con su sabidura incomprensible encamina y dispone todas las cosas al fin al que las ha
ordenado. Por lo tanto esta opinin hace a Dios gobernador del mundo solamente de palabra, mas
no en realidad, pues le quita el cargo de ordenar lo que se ha de hacer. Pues, pregunto, qu otra
cosa es gobernar, sino presidir de tal manera que las cosas sobre las que se preside sean regidas
por un consejo determinado y un orden cierto?
No repruebo del todo lo que se dice de la providencia general, con tal de que se me conceda que
Dios rige el mundo, no solamente porque mantiene en su ser el curso de la naturaleza tal como lo
orden al principio, sino porque tiene cuidado particular de cada una de las cosas que cre. Es
cierto que cada especie de cosas se mueve por un secreto instinto de la naturaleza, como si
obedeciese al mandamiento eterno de Dios, y que, segn lo dispuso Dios al principio, siguen su
curso por s mismas como si se tratara de una inclinacin voluntaria. Y a esto se puede aplicar lo
que dice Cristo, que l y su Padre estn siempre desde el principio trabajando (Jn. 5,17). Y lo
que ensea san Pablo, que en l vivimos, nos movemos y somos" (Hch. 17,28). Y tambin lo
que se dice en la epstola a los Hebreos, cuando queriendo probar la divinidad de Jesucristo se
afirma que todas las cosas son sustentadas con la palabra de su potencia (Heb. 1, 3). Pero algunos
obran perversamente al querer con toda clase de pretextos encubrir y oscurecer la providencia
particular de Dios; la cual se ve confirmada con tan claros y tan manifiestos testimonios de la
Escritura, que resulta extrao que haya podido existir quien la negase o pusiese en duda. De
hecho, los mismos que utilizan el pretexto que he dicho se ven forzados a corregirse, admitiendo
113
que muchas cosas se hacen con un cuidado particular; pero se engaan al restringirlo a algunas
cosas determinadas. Por lo cual es necesario que probemos que Dios de tal manera se cuida de
regir y disponer cuanto sucede en el mundo, y que todo ello procede de lo que l ha determinado
en su consejo, que nada ocurre al acaso o por azar.
114
Jeremas: "Conozco, oh Jehov, que el hombre no es seor de su camino, ni del hombre que
camina es el ordenar sus pasos" (Jer. 10, 23). Y Salomn: "De Jehov son los pasos del hombre;
cmo, pues, entender el hombre su camino? (Prov. 20,24).
Aquellos con quienes disputo dirn que Dios mueve al hombre segn la inclinacin de su
naturaleza, pero que l la dirige a donde le place. Pero si esto fuese verdad, estara en la mano del
hombre disponer sus caminos. Puede que lo nieguen diciendo que el hombre nada puede sin la
potencia de Dios. Pero tanto Jeremas como Salomn, atribuyen a Dios, no solamente la
potencia, sino tambin la eleccin y determinacin de lo que se debe hacer, por lo cual jams
podrn librarse de que la Escritura les sea contraria. Salomn en otro lugar refuta elegantemente
la temeridad de los hombres que, sin consideracin alguna de Dios, como si no fuesen guiados
por su mano, se proponen el fin que se les antoja: "Del hombre", dice, "son las disposiciones del
corazn; pero de Jehov es la respuesta de la lengua" (Prov. 16, l). Como si dijese: es ridcula
necedad que los infelices de los hombres quieran hacer sin Dios cosa alguna, cuando no podran
decir una sola palabra si Dios no quisiese. Ms an: la Escritura, para probar mejor que nada
acaece en el mundo a no ser por disposicin divina, muestra que las cosas que parecen ms
fortuitas tambin estn sometidas a l. Pues, hay algo que ms se pueda atribuir al azar o a la
casualidad que el que una rama caiga de un rbol y mate a un transente? Sin embargo, de muy
otra manera habla el Seor, al afirmar que l "lo puso en sus manos" (de quien lo matase) (6.21,
13). Asimismo, quin no dir que la suerte depende del azar? Sin embargo, el Seor no
consiente que se hable as, pues se atribuye a s mismo el gobierno de ella. No1dice simplemente
que por su potencia los dados se echan en el regazo y se sacan, sino que - lo que ms se podra
atribuir a la fortuna - afirma que as lo ordena l mismo. Est con ello de acuerdo lo que dice
Salomn: El pobre y el rico se encuentran, pero Dios es el que alumbra los ojos de ambos (Prov.
22,2). Porque aunque los ricos viven en el mundo, mezclados con los pobres, al sealar Dios a
cada uno su condicin y estado da a entender que no obra a ciegas, pues l hace ver a los dems.
Por ello exhorta a los pobres a la paciencia, pues los que no estn contentos con su estado y
modo de vida procuran desechar la carga que Dios les ha puesto. De la misma manera otro
profeta reprende a las personas mundanas, que atribuyen a la industria de los hombres o a la
fortuna el que unos vivan en la miseria y otros alcancen honras y dignidades: Porque ni de
Oriente ni de Occidente, ni del desierto viene el enaltecimiento. Ms Dios es el juez. A ste
humilla, y a aqul enaltece" (Sal. 75, 6-7). De lo cual concluye el profeta que al secreto consejo
de Dios se debe el que unos sean ensalzados y los otros permanezcan abatidos.
7. Dios dirige el limn del mundo para conducir los acontecimientos particulares
Adems de esto afirmo que los acontecimientos particulares son por lo general testimonios de la
providencia que Dios tiene de cada cosa en particular: "Y vino un viento de Jehov, y trajo
codornices del mar" (Nm. 11,31). Cuando quiso que Jons fuese arrojado al mar "hizo levantar
un gran viento en el mar" (Jon. 1,4).
Dirn los que piensan que Dios no se preocupa del gobierno del mundo, que esto sucedi aparte
de lo que de ordinario acontece. Pero yo concluyo de ah que jams se levanta viento alguno sin
especial mandato de Dios; porque de otra manera no podra ser verdad lo que dice David: "l
hace a los vientos sus mensajeros, y a las flamas de fuego sus ministros (Sal. 104,4); pone las
nubes por su carroza, anda sobre las alas del viento" (Ibid. 104,3), si no mostrase en ello una
115
particular presencia de su poder. E igualmente se nos dice en otro lugar que cuantas veces el mar
se embravece por la impetuosidad de los vientos, aquella perturbacin es testimonio de una
particular presencia de Dios: Porque habl, e hizo levantar un viento tempestuoso, que encrespa
sus ondas. Suben a los cielos". Despus: "Cambia la tempestad en sosiego, y se apaciguan sus
ondas.... y as los gua al puerto que deseaban" (Sal. 107,25.29). Y en otro lugar dice que "os her
con viento solano" (Am. 4,9). Y segn esto, aunque los hombres naturalmente tienen la facultad
de engendrar, sin embargo Dios quiere que se le atribuya a l y que se tenga por particular
beneficio suyo que unos nunca tengan hijos, y otros por el contrario, los tengan. Porque el fruto
del vientre, don suyo es (Sal. 127,3). Y por esto deca Jacob a su mujer Raquel: "Soy yo acaso
Dios, que te impidi el fruto de tu vientre? (Gn. 30,2).
En fin, para concluir, no hay cosa ms ordinaria en la naturaleza que el que el pan nos sirva de
sustento; sin embargo, el Espritu Santo declara que no solamente las cosechas son beneficio
particular de Dios, sino que los hombres no viven slo del pan (Dt. 8,3), porque no es la hartura
lo que los sustenta, sino la oculta bendicin de Dios; y, por el contrario, amenaza con hacer que
el pan no tenga virtud para sustentar (1s. 3, l). Y de otra manera no podramos de veras pedir a
Dios nuestro pan cotidiano, si Dios no nos diese el alimento con su mano de Padre. Por esto el
Profeta, para convencer a los fieles de que Dios al darles el alimento cumple con el deber de un
padre de familia, advierte que ! mantiene a todo ser vivo (Sal. 136,25).
En conclusin, cuando por un lado omos decir: "Los ojos de Jehov estn sobre los justos, y
atentos sus odos al clamor de ellos" (Sal. 34,15), y por el otro: "La ira de Jehov contra los que
hacen mal, para cortar de la tierra la memoria de ellos- (Ibid. v. 16), entendamos que todas las
criaturas estn prestas y preparadas para hacer lo que les mandare. De donde debemos concluir
que no solamente hay una providencia general de Dios para continuar el orden natural en las
criaturas, sino que son dirigidas por su admirable consejo a sus propios fines.
116
bendicin de Dios, y toda calamidad y adversidad es maldicin suya, no queda lugar alguno a la
fortuna y al acaso en todo cuanto acontece a los hombres.
El testimonio de san Agustn. Debe tambin excitarnos lo que dice san Agustn. "Me
desagrada," dice, "en los libros que escrib contra los acadmicos, haber nombrado tantas veces a
la fortuna, aunque no me refera con ese nombra a diosa alguna, sino al casual acontecer exterior
de las cosas, fuesen buenas o malas. Lo mismo que en el lenguaje vulgar suele decirse: es
posible, acaso, quizs; lo cual ninguna religin lo prohbe decir, aunque todo debe atribuirse a la
divina providencia. E incluso advert: Es posible que lo que comnmente se llama fortuna sea
tambin regido por una secreta ordenacin; y solamente atribuimos al acaso aquello cuya razn y
causa permanece oculta. Es verdad que dije esto; sin embargo, me pesa haber usado el vocablo
fortuna, pues veo que los hombres tienen una malsima costumbre; en vez de decir: Dios lo ha
querido as, dicen: as lo ha querido la fortuna"'.
En resumen: en muchos lugares ensea que si se atribuye algo a la fortuna, el mundo es regido
sin concierto alguno. Y aunque en cierto lugar dice que todas las cosas se hacen en parte por el
libre albedro del hombre, y en parte por la providencia de Dios, sin embargo ms abajo ensea
bien claramente que los hombres estn sujetos a esta providencia y son por ella regidos, porque
enuncia este principio: Que no hay cosa ms absurda que decir que se puede hacer algo sin que
Dios lo haya determinado, pues en ese caso se hara sin concierto. Por esta razn excluye todo
cuanto se podra cambiar por la voluntad de los hombres; y poco despus an ms claramente, al
decir que no se debe buscar la causa de la voluntad de Dios.
Ahora bien, lo que entiende con la palabra permisin", que usa muchas veces, lo expone muy
bien en cierto lugar3, donde prueba que la voluntad de Dios es la causa primera y duea de todas
las cosas, porque nada se hace sino por su mandato o permisin. Ciertamente no se imagina a
Dios como quien desde una atalaya est ociosamente mirando lo que pasa y permitiendo una cosa
u otra, ya que l le atribuye una voluntad actual, como suele decirse, la cual no podra ser tenida
por causa, si l no determinase lo que quiere.
117
puede comprenderlo, todo cuanto aparece en la muerte de] ejemplo parece fortuito. Qu ha de
pensar en tal caso un cristiano? Evidentemente, que todo cuanto aconteci en esta muerte era
casual por su naturaleza; sin embargo, no dudar por ello de que la providencia de Dios ha
presidido para guiar la fortuna a su fin.
Lo mismo se ha de pensar de las cosas futuras. Como las cosas futuras nos son inciertas, las
tenemos en suspenso, como si pudieran inclinarse a un lado o a otro. Sin embargo, es del todo
cierto y evidente que no puede acontecer cosa alguna que el Seor no haya antes previsto. En este
sentido en el libro del Eclesiasts se repite muchas veces el nombre de "acontecimiento", porque
los hombres no penetran en principio hasta la causa ltima, que permanece muy oculta para ellos.
No obstante, lo que la Escritura nos ensea de la providencia secreta de Dios nunca se ha borrado
de tal manera del corazn de los hombres que no hayan resplandecido en las mismas tinieblas
algunas chispas. As los adivinos de los filisteos, aunque vacilaban dudosos, incapaces de
responder decididamente a lo que les preguntaban, atribuyen, sin embargo, el infausto
acontecimiento en parte a Dios y en parte a la fortuna; dicen: "Y observaris; si sube por el
camino de su tierra a Bet-semes, l nos ha hecho este mal tan grande; y si no, sabremos que no es
su mano la que nos ha herido, sino que esto ocurri por accidente" (I Sin. 6,9). Es ciertamente un
despropsito recurrir a la fortuna, cuando su arte de adivinar fracasa; sin embargo vemos cmo se
ven obligados a no osar imputar simplemente a la fortuna la desgracia que les haba acontecido.
Por lo dems, cmo doblega y tuerce Dios hacia donde quiere con el freno de su providencia
todos los acontecimientos, se ver claro con este notable ejemplo. En el momento mismo en que
David fue sorprendido y cercado por las gentes de Sal en el desierto de Man, los filisteos
entran por tierra de Israel, de modo que Sal se ve obligado a retirarse para defender su tierra (I
Sm.23,26-27). Si Dios, queriendo librar a su siervo David, obstaculiz de esta manera a Sal,
aunque los filisteos tomaron de repente las armas sin que nadie lo esperase, ciertamente no
debemos decir que sucedi al acaso y por azar; sino lo que nos parece un azar, la fe debe
reconocerlo como un secreto proceder de Dios, Es verdad que no siempre se ve una razn
semejante, pero hay que tener por cierto que todas las transformaciones que tienen lugar en el
mundo provienen de un oculto movimiento de la mano de Dios.
Necesidad absoluta y necesidad contingente. Por lo dems, es de tal manera necesario que
suceda lo que Dios ha determinado, que, sin embargo, lo que sucede no es necesario
precisamente por su naturaleza misma.
De esto tenemos un ejemplo sencillo. Como Jesucristo se revisti de un cuerpo semejante al
nuestro, nadie que tenga sentido comn negar que sus huesos eran de tal naturaleza que se
podan romper; y sin embargo, no fue posible romperlos. Por locual vemos que no sin razn se
han inventado en las escuelas las distinciones de necesidad en cierto sentido y bajo cierto
respecto, y de necesidad simple o absoluta; y asimismo de necesidad de lo que se sigue y de la
consecuencia; pues, aunque Dios hizo los huesos de su Hijo quebradizos naturalmente, sin
embargo los eximi de que fueran rotos. Y as, lo que segn la naturaleza pudo acontecer, lo
restringi con la necesidad de su voluntad.
***
118
CAPTULO XVII
DETERMINACIN DEL FIN DE ESTA DOCTRINA PARA QUE
PODAMOS APROVECHARNOS BIEN DE ELLA
119
nos parece que todo est confuso y revuelto; y, sin embargo, siempre hay en el cielo la misma
quietud y serenidad. De la misma manera debemos pensar, cuando los asuntos del mundo, por
estar revueltos, nos impiden juzgar que estando Dios en la claridad de su justicia y sabidura, con
gran orden y concierto dirige admirablemente y encamina a sus propios fines estos revueltos
movimientos. Y, en verdad, el desenfreno de muchsimos es en este punto monstruoso, pues con
gran licencia y atrevimiento osan criticar las obras de Dios, pedirle cuenta de cuanto hace,
penetrar y escudriar sus secretos consejos, e incluso precipitarse a dar su parecer sobre lo que no
saben, como si se tratara de juzgar los actos de un hombre mortal. Pues, hay algo ms fuera de
razn que conducirse con modestia con nuestros semejantes prefiriendo suspender el juicio a ser
tachados de temerarios, y mientras tanto mofarse audazmente de los juicios secretos de Dios, los
cuales debemos admirar y reverenciar grandemente?
120
alteza se nos predica muy bien igualmente en el libro de Job, para humillar nuestro
entendimiento. Porque, despus de haber el autor disputado tan admirablemente como le era
posible de las obras de Dios, recorriendo de arriba abajo esta mquina del mundo, dice al fin:
"He aqu, estas cosas son slo los bordes de sus caminos; y cun leve es el susurro que hemos
odo de l(Job 26,14). Por esta causa distingue en otro lugar entre la sabidura que reside en
Dios y la manera de saber que seal a los hombres. Porque, despus de haber tratado de los
secretos de la naturaleza, dice que la sabidura es conocida solamente por Dios, y que ninguno de
cuantos viven la alcanzan; mas poco despus aade que se publica para que la busquen, por
cuanto se ha dicho al hombre: -He aqu que el temor del Seor es la sabidura" (Job 28,8). A esto
se refera san Agustn cuando dijo: "Como no sabemos todo cuanto Dios hace de nosotros con un
orden maravilloso, obramos segn su ley cuando somos guiados por una buena voluntad; en
cuanto a lo dems, somos guiados por la providencia de Dios, la cual es una ley inmutable".
Si, pues, Dios se atribuye a s mismo una autoridad y un derecho de regir el mundo para nosotros
incomprensible, la regla de, la verdadera sobriedad y modestia consistir en someternos a l, de
tal forma que su voluntad sea para nosotros la nica norma de justicia y causa justsima de cuanto
acontece. No me refiero a aquella voluntad absoluta de la que charlan los sofistas, separando
abominablemente su justicia de su potencia, como si pudiese hacer alguna cosa contra toda
justicia y equidad; sino que hablo de la providencia con que gobierna todo lo creado, de la cual
no procede ninguna cosa que no sea buena y justa, aunque no sepamos la causa.
121
enmendar la voluntad de Dios, son vanos; o de lo contrario, las cosas no acaecen por su voluntad
y disposicin. Porque es incompatible decir que la vida y la muerte, la salud y la enfermedad, la
paz y la guerra, y otras cosas semejantes vienen de la mano de Dios, y que los hombres con su
industria las evitan o consiguen, segn que las aborrezcan o deseen. Asimismo dicen que las
oraciones de los fieles no solamente seran superfluas, sino incluso perversas, por pedir con ellas
a Dios que provea y ponga orden en lo que su majestad ha determinado desde toda la eternidad.
En fin, suprimen todo consejo y deliberacin respecto al futuro, como repulsivo a la providencia
de Dios, la cual sin pedirnos consejo ha determinado de una vez lo que quiere que se haga.
Adems, de tal manera imputan a la providencia de Dios cuanto acontece, que no tienen en
cuenta al hombre que se sabe de cierto ha cometido tal cosa. Si algn malvado mata a un hombre
de bien, dicen que ejecut los designios de Dios. Si alguno roba o fornica, dicen que es ministro
de la providencia de Dios, pues puso por obra lo que l haba deliberado y determinado. Si el
hijo deja morir a su padre, no procurndole los remedios que necesitaba, dicen que n pudo resistir
a Dios, el cual as lo haba determinado de toda la eternidad De esta manera a toda clase de vicio
lo llaman virtud, porque los vicio sirven para lo que Dios ha ordenado.
122
que, o los venzamos, o seamos de ellos vencidos. Por esto dije que la providencia de Dios no se
nos descubre y manifiesta de ordinario, sino acompaada y encubierta con los medios con que
Dios en cierto modo la reviste.
123
Sin embargo, la piadosa y santa meditacin de la providencia de Dios que nos dicta la piedad
deshar fcilmente estas calumnias, o por mejor decir, los desvaros de estos espritus frenticos,
de tal manera que saquemos de ello dulce y sazonado fruto. Por ello, el alma del cristiano,
teniendo por cosa certsima que nada acontece al acaso ni a la ventura, sino que todo sucede por
la providencia y ordenacin de Dios, pondr siempre en l sus ojos, como causa principal de
todas las cosas, sin dejar, empero, por ello de estimar y otorgar su debido lugar a las causas infe-
riores. Asimismo no dudar de que la providencia de Dios est velando particularmente para
guardarlo, y que no permitir que le acontezca nada que no sea para su bien y su salvacin. Y
como tiene que tratar en primer lugar con hombres, y luego con las dems criaturas, se asegurar
de que la providencia de Dios reina en todo. Por lo que toca a los hombres, sean buenos o malos,
reconocer que sus consejos, propsitos, intentos, facultades y empresas estn bajo la mano de
Dios de tal suerte, que en su voluntad est doblegarlos o reprimirlos cuando quisiere.
Hay muchas promesas evidentes, que atestiguan que la providencia de Dios vela en particular por
la salvacin y el bien de los fieles. As cuando se dice: "Echa sobre Jehov tu carga, y l te
sustentar; no dejar para siempre cado al justo- (Sal.55, 22; 1 Pe.5, 7). Y: "El que habita al
abrigo del Altsimo morar bajo la sombra del Omnipotente" (Sal. 9 1, l). Y: El que os toca,
toca a la nia de su ojo" (Zac. 2,8). Y: Te pondr... por muro fortificado de bronce, y pelearn
contra ti, pero no te vencern, porque yo estoy contigo..." (Jer. 15,20). Y: "Aunque la madre se
olvide de sus hijos, yo, empero, no me olvidar de ti" (Isa.49, 15).
Ms an; ste es el fin principal a que miran las historias que se cuentan en la Biblia, a saber:
mostrar que Dios con tanta diligencia guarda a los suyos, que ni siquiera tropezarn con una
piedra. Y as como justamente he reprobado antes la opinin de los que imaginan una
providencia universal de Dios que no se baja a cuidar de cada cosa en particular, de la misma
manera es preciso ahora que reconozcamos ante todo que l tiene particular cuidado de nosotros.
Por esto Cristo, despus de haber afirmado que ni siquiera un pajarito, por dbil que sea, cae a
tierra sin la voluntad del Padre (Mt. 10,29), luego aade que, teniendo nosotros mucha mayor
importancia que los pjaros, hemos de pensar que Dios se cuida mucho ms de nosotros; y que su
cuidado es tal, que todos los cabellos de nuestra cabeza estn contados, de suerte que ni uno de
ellos caer sin su licencia (Mt. 10, 30-3 l). Qu ms podemos desear, pues ni un solo cabello
puede caer de nuestra cabeza sin su voluntad? Y no hablo solamente del gnero humano; pero
por cuanto Dios ha escogido a la Iglesia por morada suya, no hay duda alguna que desea mostrar
con ejemplos especiales la solicitud paterna con que la gobierna.
7.Dios dirige los pensamientos y el corazn de los hombres para provecho de su Iglesia y de
los suyos
Por ello, el siervo de Dios, confirmado con tales promesas y ejemplos, considerar los
testimonios en que se nos dice que todos los hombres estn bajo la mano de Dios, bien porque
sea preciso reconciliarlos, bien para reprimir su malicia y que no cause dao alguno. Porque el
Seor es quien nos da gracia, no solamente ante aquellos que nos aman, sino incluso a los ojos de
los egipcios (6.3,21). Y l es quien sabe abatir de diversos modos el furor de nuestros enemigos.
Porque unas veces les quita el entendimiento, a fin de que no puedan tomar ningn buen consejo;
como hizo cuando, para engaar al rey Acab, le envi a Satans, que profetiz la mentira por
boca de todos los falsos profetas (1 Re. 22,22). As tambin hizo con Roboam, cegndole con el
124
consejo de los jvenes, de tal forma que por su locura fue despojado de su reino (1 Re. 12,10.15).
Otras veces, dndoles entendimiento para ver y entender lo que les conviene, de tal manera los
amedrenta y desanima, que no se atreven en modo alguno a hacer lo que han pensado. En fin,
otras veces, despus de haberles permitido intentar y comenzar a poner por obra lo que su
capricho y furor les sugera, les corta a tiempo el vuelo de sus mpetus y no les permite llevar
adelante lo que pretendan. De esta manera deshizo a tiempo el consejo de Ahitofl, que hubiera
sido fatal para David (2Sm. 17,7.14). As se cuida de guiar y dirigir todas las criaturas para bien y
salvacin de los suyos, incluso al mismo Diablo, el cual vemos que no se atrevi a intentar cosa
alguna contra Job sin que Dios se lo permitiese y mandase (Job 1, 12).
Podemos estar reconocidos a la bondad de Dios. Cuando consigamos este conocimiento,
necesariamente se seguir el agradecimiento de corazn en la prosperidad, y la paciencia en la
adversidad, y adems, una singular seguridad para el porvenir. Por tanto, todo cuanto nos aconte-
ciere conforme a lo que deseamos, lo atribuiremos a Dios, sea que recibamos el beneficio y la
merced por medio de los hombres, o de las criaturas inanimadas. Pues hemos de pensar en
nuestro corazn: sin duda alguna el Seor es quien ha inclinado la voluntad de stos a que me
amen, y ha hecho que fueran instrumentos de su benignidad hacia m. Cuando obtuviremos
buena cosecha y abundancia de los otros frutos de la tierra, consideraremos que el Seor es quien
manda que el cielo llueva sobre la tierra para que ella d fruto. Y en cualquier otra clase de
prosperidad tendremos por seguro que slo la bendicin de Dios es la que hace prosperar y
multiplicar todas las cosas. Estas exhortaciones no permitirn que seamos ingratos con l.
8.Podemos ser pacientes y estar tranquilos en la adversidad sin resquemor y sin espritu de
venganza hacia nuestros enemigos
Por el contrario, si alguna adversidad nos aconteciere, al momento levantaremos nuestro corazn
a Dios, nico capaz de hacernos tener paciencia y tranquilidad. Si Jos se hubiera detenido a
considerar la deslealtad de sus hermanos, nunca hubiera conservado en su corazn sentimientos
fraternos hacia ellos. Mas como levant su corazn a Dios, olvidndose de la injuria se inclin a
la mansedumbre y clemencia, de suerte que l mismo consuela a sus hermanos y les dice: "No me
enviasteis ac vosotros, sino Dios me envi delante de vosotros... para daros la vida. Vosotros
pensasteis mal contra m, mas Dios lo encamin a bien" (Gn.45,8; 50,20). Si Job se hubiera
fijado en los caldeos, por los cuales era perseguido, se hubiera sentido movido a vengarse de
ellos, mas como en ello reconoce la accin de Dios, se consuela con aquella admirable sentencia:
"Jehov dio, y Jehov quit; sea el nombre de Jehov bendito" (Job 1,21). De la misma manera,
si David se hubiera parado a considerar la malicia de Simei, que le injuriaba y tiraba piedras,
hubiera exhortado a los suyos a la venganza; mas como comprenda que Simei no haca aquello
sin que Dios le moviese a ello, los aplaca en vez de provocarlos, diciendo: "Dejadle que me
maldiga, pues Jehov se lo ha dicho" (2Sm. 16, 1 l). Con este mismo freno reprime en otra parte
su excesivo dolor: "Enmudec, no abr mi boca, porque t lo hiciste" (Sal. 39,9).
Si ningn remedio hay ms eficaz contra la ira y la impaciencia, ciertamente no habr sacado
poco provecho el que haya aprendido a meditar en la providencia de Dios en este punto, de tal
suerte que pueda siempre acordarse de aquella sentencia: El Seor lo ha querido, por tanto es
necesario tener paciencia y sufrirlo; no solamente porque no es posible resistir, sino porque no
quiere nada que no sea justo y conveniente.
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En resumen, cuando seamos injuriados injustamente por los hombres, no tengamos en cuenta su
malicia - lo cual no conseguira ms que exasperar nuestro dolor y provocarnos a mayor
venganza -, sino acordmonos de poner nuestros ojos en Dios, y aprendamos a tener por cierto
que todo cuanto nuestros enemigos intentan contra nosotros ha sido permitido y aun ordenado
por justa disposicin de Dios.
San Pablo, queriendo reprimir en nosotros la tendencia a devolver mal por mal, nos avisa
prudentemente de que no luchamos contra carne ni sangre, sino contra un enemigo espiritual, que
es el Diablo (Ef. 6,12), a fin de que nos preparemos para la lucha. Pero esta admonicin de que
Dios es quien arma tanto al Diablo como a todos los dems impos, y que preside como juez que
ha de dar el premio al victorioso para ejercitar nuestra paciencia, es, utilsima para aplacar el
mpetu de nuestra ira.
Ms si las adversidades y miserias que padecemos nos vienen por otro medio distinto de los
hombres, acordmonos de lo que ensea la Ley: que toda prosperidad proviene de la bendicin
de Dios, y que todas las adversidades son otras tantas maldiciones suyas (Dt.28). Y llnenos de
terror aquella horrible amenaza: "Si anduviereis conmigo en oposicin, yo tambin proceder en
contra de vosotros" (Lv.26, 23-24). Palabras con las que se pone de relieve nuestra necedad;
porque nosotros segn nuestro sentir carnal tenemos por cosa fortuita y sucedida al acaso todo
cuanto acontece, sea bueno o malo, y no nos conmovemos con los beneficios que Dios nos hace,
para servirle, ni tampoco nos sentimos incitados a arrepentirnos con sus castigos. Por esta misma
razn Jeremas y Ams reprendan tan speramente a los judos, pues stos pensaban que ni el
mal ni el bien provenan de la mano de Dios (Lam. 3,38; Am. 3,6). Viene a propsito lo que dice
Isaas: "Yo Jehov, y ninguno ms que yo, que formo la luz y creo las tinieblas, que hago la paz y
creo la adversidad. Yo Jehov soy el que hago todo esto" (Isa.45,6-7).
126
distintas la justicia de Dios y la maldad del hombre, como de hecho ambas se muestran con toda
evidencia.
En cuanto a lo porvenir, tendremos en cuenta de modo particular las causas inferiores de las que
hemos hablado. Tendremos como una bendicin de Dios, que nos d los medios humanos para
nuestra conservacin. Por ello no dejaremos de deliberar y pedir consejo, ni seremos perezosos
en suplicar el favor de aquellos que pueden ayudarnos; ms bien pensaremos que cuanto las
criaturas pueden ayudarnos, es Dios mismo quien lo pone en nuestras manos, y usaremos de ellas
como de legtimos instrumentos de la providencia de Dios. Y como no sabemos de qu manera
han de terminar los asuntos que tenemos entre manos - excepto el saber que Dios mira en todo
por nuestro bien - nos esforzaremos por conseguir lo que nos parece til y provechoso, en la
medida en que nuestro entendimiento lo comprende. Sin embargo, no hemos de tomar consejo
segn nuestro propio juicio, sino que hemos de ponernos en las manos de Dios y dejarnos guiar
por su sabidura para que ella nos encamine por el camino recto.
Pero tampoco hemos de poner nuestra confianza en la ayuda y los medios terrenos de tal manera,
que cuando los poseamos nos sintamos del todo tranquilos, y cuando nos falten, desfallezcamos,
como si ya no hubiese remedio alguno. Pues siempre hemos de tener nuestro pensamiento puesto
en la providencia divina, y no hemos de permitir que nos aparte de ella la consideracin de las
cosas presentes. De esta manera Joab, aunque saba que el suceso de la batalla que iba a dar
dependa de la voluntad de Dios y estaba en su mano, con todo no se durmi, sino que
diligentemente puso por obra lo que convena a su cargo y era obligacin suya, dejando a Dios lo
dems y el resultado que tuviere a bien dar. "Esforcmonos", dice, "por nuestro pueblo, y por las
ciudades de nuestro Dios; y haga Jehov lo que bien le pareciere" (2 Sin. 10,12).
Este pensamiento nos despojar de nuestra temeridad y falsa confianza, y nos impulsar a invocar
a Dios de continuo; asimismo regocijar nuestro espritu con la esperanza, para que no dudemos
en menospreciar varonil y constantemente los peligros que por todas partes nos rodean.
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al granizo, las heladas, la sequa y las tormentas de toda clase, nos anuncian esterilidad y, por
consiguiente, hambre. Y omito los venenos, las asechanzas, los latrocinios y las violencias, de las
cuales algunas, aun estando en casa, andan tras nosotros, y otras nos siguen a dondequiera que
vamos. Entre tales angustias, no ha de sentirse el hombre miserable?; pues aun en vida, apenas
vive, porque anda como si llevase de continuo un cuchillo a la garganta.
Quizs alguno me diga que estas cosas acontecen de vez en cuando y muy raramente, y no a
todos, y que cuando acontecen no vienen todas juntas. Confieso que es verdad; mas como el
ejemplo de los dems nos amonesta que tambin nos pueden acontecer a nosotros y que nuestra
vida no est ms exenta ni tiene ms privilegios que la de los dems, no podemos permanecer
despreocupados, como si nunca nos hubiesen de acontecer. Qu miseria mayor se podra
imaginar que estar siempre con tal congoja? Y no sera gran afrenta a la gloria de Dios decir que
el hombre, la ms excelente criatura de cuantas hay, est expuesto a cualquier golpe de la ciega y
temeraria fortuna? Pero mi intencin aqu es hablar de la miseria en que el hombre estara, si
viviese a la ventura, sujeto a la fortuna.
128
y trmino, para que no se desmanden atrevidamente conforme a sus malos apetitos y deseos.
Persuadido de esto san Pablo, despus de haber dicho en cierto lugar que Satans haba
obstaculizado su camino, en otro lo atribuye al poder y permisin de Dios (I Tes. 2,18; 1 Cor.
16,7). Si solamente dijera que Satans lo haba impedido, hubiera parecido que le atribua
demasiada autoridad, como si estuviese en su mano obrar contra los designios de Dios; mas al
poner a Dios por juez, confesando que todos los caminos dependen de su voluntad, demuestra a
la vez que Satans no puede cosa alguna por ms que lo intente si Dios no le da licencia. Por esta
misma razn David, a causa de las revueltas que comnmente agitan la vida de los hombres,
busca su refugio en esta doctrina: "En tus manos estn mis tiempos" (Sal. 31,15). Poda haber
dicho el curso o el tiempo de su vida, en singular; pero con la palabra "tiempos" quiso declarar
que por ms inconstante que sea la condicin y el estado del hombre, sin embargo todos sus cam-
bios son gobernados por Dios. Por esta causa Rezn y el rey de Israel, habiendo juntado sus
fuerzas para destruir a Jud, aunque parecan antorchas encendidas para destruir y consumir la
tierra, son llamados por Isaas tizones humeantes", incapaces de otra cosa que de despedir humo
(Is. 7,1-9). As tambin el faran, por sus riquezas, y por la fuerza y multitud de sus huestes de
guerra, temido de todo el mundo, es comparado a una ballena, y sus huestes a los peces. Pero
Dios dice que pescar con su anzuelo y llevar a donde quisiere al capitn y a su ejrcito (Ez.
29,4). En fin, para no detenerme ms en esta materia, fcilmente veremos, si ponemos atencin,
que la mayor de las miserias es ignorar la providencia de Dios; y que, al contrario, la suma
felicidad es conocerla.
12. Del sentido de los lugares de la Escritura que hablan del "arrepentimiento de Dios
Sera suficiente lo que hemos dicho de la providencia de Dios, para la instruccin y consuelo de
los fieles - pues jams se podra satisfacer la curiosidad de ciertos hombres vanos a quienes
ninguna cosa basta, ni tampoco nosotros debemos desear satisfacerles -, si no fuera por ciertos
lugares de la Escritura, los cuales parecen querer decir que el consejo de Dios no es firme e
inmutable, contra lo que hasta aqu hemos dicho, sino que cambia conforme a la disposicin de
las cosas inferiores.
Primeramente, algunas veces se hace mencin del arrepentimiento de Dios, como cuando se dice
que se arrepinti de haber creado al hombre (Gn. 6,6); de haber elevado a rey a Sal (I Sm. 15, 1
l); y que se arrepentir del mal que haba decidido enviar sobre su pueblo, tan pronto como viere
en l alguna enmienda (Jer. 18,8).
Asimismo leemos que algunas veces aboli y anul lo que haba determinado y ordenado. Por
Jons haba anunciado a los ninivitas que pasados cuarenta das sera destruida Nnive (Jon. 3,4);
pero luego por su penitencia cambi la sentencia. Por medio de Isaas anunci la muerte a
Ezequas, la cual, sin embargo, fue diferida en virtud de las lgrimas y oraciones del mismo
Ezequas (1s. 38,1-5; 2 Re. 20,1-5).
De estos pasajes argumentan muchos que Dios no ha determinado con un decreto eterno lo
que haba de hacer con los hombres, sino que, conforme a los mritos de cada cual y a lo que
parece recto y justo, determina y ordena una u otra cosa para cada ao, cada da y cada hora.
Dios no puede arrepentirse. En cuanto al nombre de "arrepentimiento", debemos tener por
inconcuso que el arrepentimiento no puede ser propio de Dios, no ms que la ignorancia, el error,
129
o la impotencia. Porque si nadie por su voluntad y a sabiendas se pone en la necesidad de
arrepentirse, no podemos atribuir a Dios el arrepentimiento, a no ser que digamos que ignoraba lo
que haba de venir, que no lo pudo evitar, o que se precipit en su consejo y ha dado
inconsideradamente una sentencia de la cual luego ha de arrepentirse. Mas esto est tan lejos de
ser propio del Espritu Santo, que en la simple mencin de arrepentimiento" niega que Dios
pueda arrepentirse, puesto que no es un hombre. Y hemos de notar que en el mismo captulo, de
tal manera se juntan estas dos cosas, que la comparacin entre ambas quita del todo la
contradiccin que parece existir.
Lo que dice la Escritura, que Dios se arrepiente de haber hecho rey a Sal, es una manera
figurada de hablar, que no ha de entenderse al pie de la letra. Y por esto un poco ms abajo se
dice: "La gloria de Israel no mentir ni se arrepentir, porque no es hombre para que se
arrepienta (1Sm. 15,29). Con estas palabras claramente y sin figura se confirma la inmutabilidad
de Dios. As que est claro que lo que Dios ha ordenado en cuanto al gobierno de las cosas
humanas es eterno, y no hay cosa, por poderosa que sea, que le pueda hacer cambiar de parecer.
Y para que nadie tuviese sospecha de la constancia de Dios, sus mismos enemigos se ven
forzados a atestiguar que es constante e inmutable. Porque Balaam, lo quisiera o no, no pudo por
menos que decir que Dios no es como los hombres, para que mienta, ni como hijo de hombre,
para cambiar de parecer; y que es imposible que no haga cuanto dijere, y que no cumpla todo
cuanto hubiere hablado (Nm. 23,19).
130
condicin alguna, sin embargo, como se ve por el fin y el resultado, contienen una condicin
tcita. Porque, con qu fin envi Dios a Jons a los ninivitas para que les anunciase la
destruccin de la ciudad? Con qu fin anuncia por el profeta Isaas la muerte a Ezequas? Muy
bien hubiera podido destruir a los mismos sin hacrselo saber. Por tanto, su intento no fue sino
hacerles saber de antemano su muerte, para que de lejos la viesen venir. Y es que l no quiso
que pereciesen, sino que se arrepintiesen para no perecer. As pues, el que Jons profetice que
Nnive haba de ser destruida pasados cuarenta das, era solamente para que no fuese destruida.
El que a Ezequas se le quite la esperanza de vivir ms tiempo se hace para que logre ms larga
vida. Quin no ve entonces que el Seor ha querido con estas amenazas provocar a
arrepentimiento a aquellos que amenazaba, para que evitasen el castigo que por sus pecados
haban merecido?
Si esto es as, la misma naturaleza de las cosas nos lleva a sobre entender en la simple
enunciacin una condicin tcita. Lo cual se confirma con otros ejemplos semejantes. Cuando el
Seor reprendi al rey Abimelec por haber quitado la mujer a Abraham, habla de esta manera:
He aqu, muerto eres a causa de la mujer que has tomado, la cual es casada con marido"
(Gn.20,3). Pero despus que Abimelec se excus, Dios le responde. as: "Devuelve la mujer a su
marido; porque es profeta y orar por ti, y vivirs. Y si no la devolvieres, sabe de cierto que
morirs t, y todos los tuyos" (Gn.20,7). Aqu vemos cmo en la primera sentencia se muestra
mucho ms riguroso, para mejor inducirlo a restituir lo que haba tomado, pero despus deja ver
ms claramente su voluntad.
Pues los dems lugares se han de entender de la misma manera; y no hay razn para deducir de
ellos que se haya derogado cosa alguna que anteriormente se hubiera determinado, o que haya
cambiado Dios lo que haba publicado. Pues ms bien, contrariamente, el Seor abre camino a su
consejo y ordenacin eterna, cuando anunciando la pena, exhorta a penitencia a aqullos que
quiere perdonar. Tan lejos est de cambiar de voluntad, ni siquiera de palabra! Simplemente no
manifiesta su intencin palabra por palabra; y sin embargo, es bien fcil de comprender. Porque
necesariamente ha d ser verdad lo que dice Isaas: ---Jehov de los ejrcitos lo ha determinado,
y quin lo impedir? Y su mano extendida, quin la har retroceder? (Is. 14,27).
***
CAPTULO XVIII
DIOS SE SIRVE DE LOS IMPOS Y DOBLEGA SU VOLUNTAD PARA
QUE EJECUTEN SUS DESIGNIOS QUEDANDO SIN EMBARGO L
LIMPIO DE TODA MANCHA
131
Porque el pensamiento carnal no puede comprender cmo es posible que obrando Dios por
medio de ellos no se le pegue algo de su inmundicia; ms an, cmo en una obra en la que l y
ellos toman parte juntamente, puede l quedar limpio de toda culpa, y a la vez castigar con
justicia a los que le han servido en aquella obra. Y sta es la razn de haber establecido la distin-
cin entre hacer y permitir, pues a muchos pareca un nudo indisoluble el que Satans y los
dems impos estn bajo la mano y la autoridad de Dios de tal manera que l encamina la malicia
de ellos al fin que se propone, y que se sirva de sus pecados y abominaciones para llevar a cabo
Sus designios.
Con todo, se podra excusar la modestia de los que se escandalizan ante la apariencia del
absurdo, si no fuese porque intentan vanamente mantener la justicia de Dios con falsas excusas y
so color de mentira contra toda sospecha. Les parece que es del todo absurdo que el hombre, por
voluntad y mandato de Dios sea cegado, para ser luego castigado por su ceguera. Por ello, usan
del subterfugio de decir que ello sucede, no porque Dios lo quiera, sino solamente porque lo
permite. Pero es Dios mismo quien al declarar abiertamente que l es quien lo hace, rechaza y
condena tal subterfugio.
Que los hombres no hacen cosa alguna sin que tcitamente les d Dios licencia, y que nada
pueden deliberar, sino lo que l de antemano ha determinado en s mismo, y lo que ha ordenado
en su secreto consejo, se prueba con infinitos y evidentes testimonios. Es cosa certsima que lo
que hemos citado del salmo: que Dios hace todo cuanto quiere (Sal. 115,3), se extiende a todo
cuanto hacen los hombres. Si Dios es, como dice el Salmista, el que ordena la paz y la guerra, y
esto sin excepcin alguna, quin se atrever a decir que los hombres pelean los unos, contra los
otros temeraria y confusamente sin que Dios sepa cosa alguna, o si lo sabe, permaneciendo mano
sobre mano, segn suele decirse? Pero esto se ver ms claro con ejemplos particulares.
Por el capitulo primero del libro de Job sabemos cmo Satans se presenta delante de Dios para
or lo que l le mandare, lo mismo que el resto de los ngeles que voluntariamente le sirven; pero
l hace esto con un fin y propsito muy distinto de los dems. Mas, sea como fuere, esto
demuestra que no puede intentar cosa alguna sin contar con la voluntad de Dios. Y aunque
despus parece que obtiene una expresa licencia para atormentar a aquel santo varn, sin
embargo, como quiera que es verdad aquella sentencia: "Jehov dio, y Jehov quit; sea el
nombre de Jehov bendito" (Job 1, 2 l), deducimos que Dios fue el autor de aquella prueba,
cuyos ministros fueron Satans y aquellos perversos ladrones. Satans se esfuerza por incitar a
Job a revolverse contra Dios por desesperacin; los sabios impa y cruelmente echan mano a los
bienes ajenos robndolos. Mas Job reconoce que Dios es quien le ha despojado de todos sus
bienes y hacienda, y que se ha convertido en pobre porque as Dios lo ha querido. Y por eso, a
pesar de cuanto los hombres y el mismo Satans maquinan, Dios sigue conservando el timn
para conducir sus esfuerzos a la ejecucin de sus juicios.
Quiere Dios que el impo Acab sea engaado; el Diablo ofrece sus servicios para hacerlo, y es
enviado con orden expresa de ser espritu mentiroso en boca de todos los profetas (1
Re.21,20-22). Si el designio de Dios es la obcecacin y locura de Acab, la ficcin de permisin
se desvanece. Porque sera cosa ridcula que el juez solamente permitiese, y no determinara lo
que deseaba que se hiciese, y mandara a sus oficiales la ejecucin de la sentencia.
La intencin de los judos era matar a Jesucristo. Pilato y la gente de la guarnicin obedecen al
furor del pueblo; sin embargo, los discpulos, en la solemne oracin que Lucas cita, afirman que
132
los impos no han hecho sino lo que la mano y el consejo de Dios haban determinado, como ya
san Pedro lo haba demostrado, que Jesucristo haba sido entregado a la muerte por el deliberado
consejo y la presciencia de Dios (Hch. 4,28; 2,23); como si dijese: Dios - al cual ninguna cosa
est encubierta -, a sabiendas y voluntariamente haba determinado lo que los judos ejecutaron.
Como l mismo confirma en otro lugar, diciendo: "Dios ha cumplido as lo que haba antes
anunciado por boca de todos los profetas, que su Cristo haba de padecer" (Hch. 3,18).
Absaln, mancillando el lecho de su padre con el incesto, comete una maldad abominable; sin
embargo, Dios afirma que esto ha sido obra suya, porque stas son las palabras con que Dios
amenaz a David: "T hiciste esto en secreto, mas yo lo har delante de todo Israel y a pleno sol"
(2Sm. 12,12).
Jeremas afirma tambin que toda la crueldad que emplean los caldeos con la tierra de Jud es
obra de Dios (Jer. 50,25). Por esta razn Nabucodonosor es llamado siervo de Dios, aunque era
gran tirano.
En muchsimos otros lugares de la Escritura afirma Dios que l con su silbo, con el sonido de la
trompeta, con su mandato y autoridad rene a los impos y los acoge bajo su bandera para que
sean sus soldados. Llama al rey de Asiria vara de su furor y hacha que l menea con su mano.
Llama a la destruccin de la ciudad santa de Jerusaln y a la ruina de su templo, obra suya (ls. 10,
5; 5,26; 19,25). David, sin murmurar contra Dios, sino reconocindolo por justo juez, afirma que
las maldiciones con que Semei le maldeca le eran dichas porque Dios as lo haba mandado:
"Dejadle que maldiga, pues Jehov se lo ha dicho" (2Sm. 16, 1 l). Muchas veces dice la Escritura
que todo cuanto acontece procede de Dios; como el cisma de las diez tribus, la muerte de los dos
hijos de El, y otras muchas semejantes (1 Re. 11, 3 1; 1Sm. 2,34).
Los que tienen alguna familiaridad con la Escritura saben que solamente he citado algunos de los
infinitos testimonios que hay; y lo he hecho as en gracia a la brevedad. Sin embargo, por lo que
he citado se ver clara y manifiestamente que los que ponen una simple permisin en lugar de la
providencia de Dios, como si Dios permaneciese mano sobre mano contemplando lo que
fortuitamente acontece, desatinan y desvaran sobremanera; pues si ello fuese as, los juicios de
Dios dependeran de la voluntad de los hombres.
133
el espritu de necedad, los hace enloquecer y endurece sus corazones. Estos pasajes muchos los
interpretan de la permisin, como si Dios, al desamparar a los rprobos, permitiese que Satans
los ciegue. Ms como el Espritu Santo claramente atestigua que tal ceguera y dureza viene del
justo juicio de Dios, su solucin resulta infundada.
Dice la Escritura que Dios endureci el corazn de Faran, y que lo robusteci para que
permaneciese en su obstinacin. Algunos creen poder salvar esta manera de expresarse con una
sutileza infundada, a saber: que cuando en otros lugares se dice que el mismo Faran endureci
su corazn, se pone su voluntad como causa de su endurecimiento. Como si no se acoplaran
perfectamente entre s estas dos cosas, aunque bajo diversos aspectos, que, cuando el hombre es
movido por Dios, no por eso deja de ser movido a la vez por su propia voluntad! Pero yo rechazo
lo que ellos objetan; porque si endurecer significa solamente una mera permisin, el movimiento
de rebelda no sera propiamente de Faran. Mas, cun fra y necia sera la glosa de que Faran
solamente consinti en ser endurecido! Adems la Escritura corta por lo sano tales subterfugios
al decir: Yo endurecer el corazn de Faran. Otro tanto dice Moiss de los habitantes de la tierra
de Canan, que tomaron las armas para pelear porque Dios haba reanimado sus corazones (x.
4,2 1; Jos. 11, 20). Esto mismo repite otro profeta: Cambi el corazn de ellos para que abo-
rreciesen a su pueblo" (Sal. 105,25). Asimismo por Isaas dice Dios que enviar a los asirios
contra el pueblo que le haba sido desleal, y que les mandar que hagan despojos, roben y
saqueen (1s. 10,6); no que quiera que los impos voluntariamente le obedezcan, sino que porque
ha de doblegarlos para que ejecuten sus juicios, como si en su corazn llevasen esculpidas las
rdenes de Dios; por donde se ve que se han visto forzados como Dios lo haba determinado.
Convengo en que Dios para usar y servirse de los impos echa mano muchas veces de Satans;
mas de tal manera que el mismo Satans, movido por Dios, obra en nombre suyo y en cuanto
Dios se lo concede. El espritu malo perturba a Sal; pero la Escritura dice que este espritu
proceda de Dios, para que sepamos que el frenes de Sal era castigo justsimo que le impona (1
Sin. 16,14). Tambin de Satans se dice que ciega el entendimiento de los infieles; pero cmo
puede l hacer esto, sino porque el mismo Dios - como dice san Pablo - enva la eficacia del
error, a fin de que los que rehsan obedecer a la verdad crean en la mentira? (2 Cor. 4,4). Segn
la primera razn se dice: Si algn profeta habla falsamente en mi nombre, yo, dice el Seor, le he
engaado (Ez. 14,9). Conforme a la segunda, que P-1 "los entreg a una mente reprobada, para
hacer las cosas que no convienen" (Rom. 1, 28); porque l es el principal autor de su justo
castigo, y Satans no es ms que su ministro. Mas, como en el Libro Segundo, cuando tratemos
del albedro del hombre, hablaremos de esto otra vez, me parece que de momento he dicho todo
lo que el presente tratado requera.
Resumiendo, pues: cuando decimos que la voluntad de Dios es la causa de todas las cosas, se
establece su providencia para presidir todos los consejos de los hombres, de suerte que, no
solamente muestra su eficacia en los elegidos, que son conducidos por el Espritu Santo, sino que
tambin fuerza a los rprobos a hacer lo que desea.
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alabados como hombres modestos, qu se puede imaginar de ms arrogante y soberbio que
oponer a la autoridad de Dios estas pobres palabras: Yo opino de otra manera; o: No quiero que
se toque esta materia? Pero si prefieren mostrarse claramente como enemigos, de qu les puede
aprovechar escupir contra el cielo? Este ejemplo de desvergenza no es cosa nueva, pues siempre
ha habido hombres impos y mundanos que, como perros rabiosos, han ladrado contra esta
doctrina; pero por experiencia se darn cuenta de que es verdad lo que el Espritu Santo
pronunci por boca de David: que Dios vencer cuando fuere juzgado (Sal. 51,4). Con estas
palabras David indirectamente pone de relieve la temeridad de los hombres en la excesiva
licencia que se toman, pues no solamente disputan con Dios desde el cenagal de su indigencia,
sino que tambin se arrogan la autoridad de condenarlo. Sin embargo, en pocas palabras l
advierte que las blasfemias que lanzan contra el cielo no llegan a Dios, el cual disipa la niebla de
estas calumnias para que brille su justicia; por eso tambin nuestra fe - fundndose en la
sacrosanta Palabra de Dios - que sobrepuja a todo el mundo (1 Jn.5,4), no hace caso alguno de
estas tinieblas.
No hay dos voluntades contrarias en Dios. Pues, en cuanto a lo primero que objetan, que si
no acontece ms que lo que Dios quiere, habra dos voluntades contrarias en l, pues
determinara en su secreto consejo cosas que manifiestamente ha prohibido en su Ley, la solucin
es fcil. Mas antes de responder quiero prevenir de nuevo a los lectores que esta calumnia que
ellos formulan no va contra m, sino contra el Espritu Santo, quien sin duda alguna dict esta
confesin al santo Job: Se ha hecho como Dios lo ha querido (Job 1,21); y al ser despojado por
los ladrones, en el dao que le causaron reconoce el castigo de Dios. Qu dice la Escritura en
otro lugar? Los hijos de El no obedecieron a su padre, porque Dios quiso matarlos (1Sm.2, 25).
Otro profeta exclama que Dios, cuya morada es el cielo, hace todo lo que quiere (Sal. 115,3). Y
yo he demostrado suficientemente que Dios es llamado autor de todas las cosas que estos crticos
dicen que acontecen solamente por Su ociosa permisin. Dios atestigua que 1 crea la luz y las
tinieblas, que hace el bien y el mal, y que ningn mal acontece que no provenga de l (Am. 3,6).
Dganme, pues, si Dios ejecuta sus juicios por su voluntad o no. Y al revs, Moiss dice que el
que muere por el golpe casual de un hacha, sin que el que la tena en la mano tuviese tal
intencin, este tal es entregado a la muerte por la mano de Dios (Dt. 19,5). Y toda la Iglesia dice
que Herodes y Pilato conspiraron para hacer lo que la mano y el consejo de Dios haban
determinado. Y, en verdad, si Jesucristo no hubiese sido crucificado por voluntad de Dios, qu
sera de nuestra redencin?
La voluntad de Dios supera nuestra comprensin. Ni tampoco se puede decir que la voluntad de
Dios se contradiga, o se cambie, o finja querer lo que no quiere, sino sencillamente, siendo una y
simple en Dios, se nos muestra a nosotros mltiple y de diferentes maneras, porque debido a la
corta capacidad de nuestro entendimiento no comprendemos cmo l bajo diversos aspectos
quiera y no quiera que una misma cosa tenga lugar.
San Pablo, despus de haber dicho que la vocacin de los gentiles es un secreto misterio, afirma
poco despus que en ella se ha manifestado la multiforme sabidura de Dios (Ef. 3, 10). Acaso
porque debido a la torpeza de nuestro entendimiento parezca variable y multiforme, por eso
hemos de pensar que hay alguna variedad o mutacin en el mismo Dios, como si cambiara de
parecer o se contradijese a s mismo? Ms bien, cuando no entendamos cmo Dios puede querer
que se haga lo que l prohbe, acordmonos de nuestra flaqueza y consideremos a la vez que la
luz en que l habita, no sin causa es llamada inaccesible, por estar rodeada de oscuridad (1Tim.
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6,16).
Por tanto, todos los hombres piadosos y modestos han de aceptar la sentencia de san Agustn: que
algunas veces con buena voluntad el hombre quiere lo que Dios no quiere; como cuando un hijo
desea que viva su padre, mientras Dios quiere que muera'. Y al contrario, puede que un hombre
quiera con mala voluntad lo que Dios quiere con buena intencin; como si un mal hijo quisiera
que su padre muriese, y Dios quisiera tambin lo mismo. Evidentemente el primer hijo quiere lo
que Dios no quiere; en cambio el otro quiere lo mismo que Dios. Sin embargo, el amor y la
reverencia que profesa a su padre el que desea su vida, est ms conforme con la voluntad de
Dios - aunque parece que la contradice -, que la impiedad de] que quiere lo mismo que Dios
quiere. Tanta es, pues, la importancia de considerar qu es lo que est conforme con la voluntad
de Dios, y qu con la voluntad del hombre; y cul es el fin que cada una pretende, para aceptarla
o condenarla. Porque lo que Dios quiere con toda justicia, lo ejecuta por la mala voluntad de los
hombres. Poco antes el mismo san Agustn haba dicho que los ngeles apostatas y los rprobos,
con su rebelda haban hecho, por lo que a ellos se refiere, lo que Dios no quera; pero por lo que
toca a la omnipotencia de Dios, de ninguna manera lo pudieron hacer, porque al obrar contra la
voluntad de Dios, no han podido impedir que Dios hiciera por ellos Su voluntad. Por lo cual
exclama: Grandes son las obras de Dios, exquisitas en todas sus voluntades! (Sal. 111, 2); pues
de un modo maravilloso e inexplicable, aun lo mismo que se hace contra su voluntad no se hace
fuera de su voluntad; porque no se hara si l no lo permitiese; y, ciertamente, l no lo permite a
la fuerza o contra su voluntad, sino querindolo as; ni l, siendo bueno, podra permitir cosa
alguna que fuese mala, si l, que es todopoderoso, no pudiese sacar bien del mal.
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sin embargo, sabemos que Dios lo haba hecho ungir con este propsito. Y parece que hay cierta
contradiccin con las palabras de Oseas, pues en un lugar dice que Jeroboam fue erigido rey sin
que Dios lo supiese ni quisiese; y en otro lugar, dice que Dios le ha constituido rey en su furor"
(Os. 8,4; 13,11). Cmo concordar estas dos cosas: que Jeroboam no fue constituido rey por
Dios, y que el mismo Dios le constituy rey? La solucin es que el pueblo no se pudo apartar de
la casa de David sin sacudir el yugo que Dios le haba impuesto; y sin embargo, Dios no qued
privado de libertad para castigar de esa manera la ingratitud de Salomn. Vemos, pues, cmo,
Dios sin querer la deslealtad, ha querido justamente por otro fin una revuelta. Por ello Jeroboam
se ve empujado al reino sin esperarlo, por la uncin del profeta. Por esta razn dice la historia
sagrada que Dios suscit un enemigo que despojase al hijo de Salomn de una parte de su reino
(1 Re. 11, 23). Considere muy bien el lector estas dos cosas, a saber: que habiendo deseado Dios
que todo su pueblo fuese gobernado por la mano de un solo rey, al dividirse en dos partes, esto se
hizo contra su voluntad; y, sin embargo, el principio de tal disidencia procedi tambin de la
misma voluntad de Dios. Pues que el profeta, tanto de palabra como por la uncin sagrada,
incitase a Jeroboam a reinar sin que l tuviese tal intencin, evidentemente no sucedi sin que
Dios lo supiese, ni tampoco contra su voluntad, ya que l mismo habla mandado que as se
hiciese; y, sin embargo, el pueblo es justamente condenado por rebelde, pues se apart de la casa
de David contra la voluntad de Dios. Por esta razn la misma historia dice que Roboam
menospreci orgullosamente la peticin del pueblo, que peda ser aliviado de sus cargas (1 Re.
12,1% y que todo esto fue hecho por Dios, para confirmar la palabra que haba pronunciado por
su siervo Ahas. De esta manera la unin que Dios haba establecido fue deshecha contra su
voluntad, y sin embargo, l mismo quiso que las diez tribus se apartasen del hijo de Salomn.
Aadamos otro ejemplo semejante. Cuando por consentimiento del pueblo, e incluso con su
ayuda, los hijos del rey Acab fueron degollados y su linaje exterminado (2 Re. 10, 7). a propsito
de esto con toda verdad dice Jeh que no ha cado en tierra nada de las palabras de Dios, sino que
se haba cumplido todo lo que haba dicho por medio de su siervo Ellas. Y sin embargo, muy
justamente reprende a los habitantes de Samaria, porque haban contribuido en ello. Sois, por
ventura, justos?, dice. Si yo he conjurado contra mi seor, quin ha dado muerte a todos stos?
Me parece, si no me engao, que he demostrado con suficiente claridad cmo en un mismo acto
aparece la maldad de los hombres y brilla la justicia de Dios; y las personas sencillas se sentirn
siempre satisfechas con la respuesta de san Agustn: "Siendo as", dice, que el Padre celestial ha
entregado a la muerte a su Hijo, y que Cristo se ha entregado a s mismo, y Judas ha vendido a su
maestro, cmo es que en este acto de entrega Dios es justo y el hombre culpable, sino porque
siendo uno mismo el hecho, fue distinta la causa por la que se hizo?. Y si alguno se siente
perplejo por lo que acabamos de decir, que no hay consentimiento alguno por parte de Dios con
los impos, cuando por justo juicio de Dios son impulsados a hacer lo que no deben, acord-
monos de lo que en otro lugar dice el mismo san Agustn: "Quin no temblar con estos juicios,
cuando Dios obra aun en los corazones de los malos todo cuanto quiere, dando empero a cada
uno segn sus obras?". Ciertamente en la traicin de Judas no hay ms razn para imputar a Dios
la culpa de haber querido entregar a la muerte a su Hijo y de haberlo realizado efectivamente, que
para atribuir a Judas la gloria de nuestra redencin por haber sido ministro e instrumento de ella.
Por lo cual el mismo doctor dice muy bien en otro lugar, que en este examen
Dios no busca qu es lo que los hombres han podido hacer o qu es lo que han hecho, sino lo que
han querido; de tal manera que la voluntad es lo que se tiene en cuenta.
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Aquellos a los que pareciere esto muy duro, consideren un poco si es tolerable su desdn y mala
condicin, pues ellos desechan lo que es evidente por claros testimonios de la Escritura, porque
supera su capacidad, y llevan a mal que se hable y se publique aquello que Dios, si no supiese
que es necesario conocerlo, nunca habra mandado que lo enseasen sus profetas y apstoles.
Pues nuestro saber no debe consistir ms que en recibir con mansedumbre y docilidad, y sin
excepcin alguna, todo cuanto se contiene en la Sagrada Escritura. Pero los que se toman mayor
libertad para calumniar, est de sobra claro que, como ellos sin reparo ni pudor alguno hablan
contra Dios, no merecen ms amplia refutacin.
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