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Salgado, Enrique - Radiografia Del Odio

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ENRIQUE SALGADO

RADIOGRAFA
DEL ODIO
GUADARRAMA
ENRIQUE SALGADO
RADIOGRAFA
DEL ODIO
(
EDICIONES GUADARRAMA
Lope de Rueda, 13
MADRI D
(g) Copyright by
EDICIONES GUADARRAMA, S. A.
Madrid, 1969
Depsito legal: M. 21.983-1969
Printed in Spain by
AGESA - AVENIDA PEA PRIETA, 57 - MADRID-18
Dedico este libro a mis amigos:
el profesor FEIGENBAUM
el profesor MICHAELSON
el profesor LANDAU
el profesor DAVIS
eminentes hombres de ciencia que viven
y trabajan en Jerusaln.
De una manera ms ntima y per-
sonal, al doctor AMOS LAVIEL, a su esposa
y a sus hijas. En recuerdo de las tardes
que pas en Haifa, sintiendo a mi es-
palda el Monte Carmelo, a la derecha la
Galilea y al frente el puerto de San Juan
de Acre.
Estos amigos mos saben lo que signi-
fica sentirse odiados, perseguidos, inse-
guros de conocer, durante aos, un nuevo
amanecer.
La ira engendra el odio, y del odio
nacen el dolor v el temor.
SAN AGUSTN, De spiritu et
anima, 45.
Me odian, luego me temen.
CICERN, De oficiis, I, 28.
CONTENIDO
Prlogo 11
>CI. Hombres violentos 15
l i l i . La emocin y la pasin 29
III. La ira y el odio 57
y IV. Amor y odio 83
V. Leyes y derivaciones del odio 119
VI. Factores personales y ambientales del
odio 131
i VIL El cnit del odio 233
VIH. Odi oyart e 247
ijf IX. Violencia y palabra 265
X. Odio y perdn 273
XI. Liberacin del odio 279
Bibliografa 289
t
PROLOGO
El presente libro trata de ofrecer un anlisis biol-
gico y espiritual del fenmeno del odio en cuanto par-
te integrante del fenmeno humano. Tal perspectiva
o mtodo de visin del problema la visin biolgica
y la visin espiritual debera producir, inicialmente,
cierto confusionismo. Espero que no. Singulares con-
ceptos han dado en diferenciar el espritu de la mate-
ria. Personalmente, bajo el calificativo de biolgico,
incluyo a ambos. Pero respeto la tradicin de las de-
nominaciones.
Todos los libros tienen, como punto de partida, un
motivo. El de Radiografa del odio se debe a tres
preguntas qu es la pasin?, por qu odiamos?,
qu es el amor?, que hace poco tiempo me asal-
taron de un modo ms terebrante que otras veces. La
ocasin y el lugar eran propicios. Desde la cima del
Monte del Recuerdo, en las afueras de Jerusaln,
vea, a lo lejos, las posibles ruinas geolgicas y urba-
nizadas del Glgota. Acababa de abandonar la Tum-
ba de los Corazones, simblico mausoleo de los seis
millones de judos vctimas de la persecucin nazi.
Acababa de ver campos de concentracin, cmaras
de gas, hornos crematorios. Y, ahora, vea de nuevo la
ciudad, la capital del pueblo que conserva sus anales
desde la poca de Abraham y que ha dejado su sangre
sobre bosques y asfaltos europeos en un largo exilio
asaeteado de hostilidad. Al fin, este pueblo logr in-
tegrarse en una nacin territorial, cuya existencia se
remonta a diecinueve aos.
Un grupo de hombres y mujeres, reunidos en Israel
para estudiar novsimos problemas biolgicos, oscil-
bamos, sin duda, de la desolacin a la esperanza. Es
probable que, de una manera ntima y colectiva, nos
inquietara tambin la meta de nuestras pasiones. Cual-
quiera que nos poseyese nacera o habra nacido
ya de las simbolizadas all por Cristo e Hitler,
pues del amor y del odio, pasiones madres, se derivan
las dems.
El amor y el odio, tan prximos y tan distantes, li-
mitan un inevitable desfiladero. Un da u otro somos
presa de alguna pasin. Un da u otro, una pasin nos
salva o nos destruye. Entre Cristo e Hitler decid inves-
tigar este tipo de fenmeno. As comprendera mejor el
amor. Slo as conocera la esencia del odio.
El resultado de lo que he logrado saber sobre el
odio lo expongo aqu de un modo sinttico y armnico.
Segn tal intencin, mi obra ha de ser fragmenta-
ria y, con seguridad, incompleta. La conjugacin
de los actai es que manejo no ha dejado de resul-
tarme difcil. Me ha exigido, sobre todo, realizar un
apretado trabajo de sntesis. Y si esto tiene sus ven-
tajas, tiene tambin sus inconvenientes. Fundamental-
mente, el de la defraudacin. Es probable que el autor
se quede corto de acuerdo con el criterio o las esperan-
zas del lector. No obstante, he procurado fundir aspec-
tos filosficos, psicolgicos, sociales, histricos y biol-
gicos. Y proyectarlos todos al tema que ms me intere-
sa: el del hombre; en su verdad y en sus dudas, en su
desolacin y en su fe. En lo que sabe de s mismo y
en su misterio.
A pesar de las imperfecciones de este libro, pienso
que alguien tena que escribirlo, que dar un paso de-
cidido para enfrentarse con el odio. Con esta msica
de fondo de la historia biogrfica del homo sapiens.
Los hombres siguen matndose, y asistimos cada da a
la exacerbacin de la agresividad.
Me he esforzado en eliminar de estas pginas, tc-
nica, erudicin, artificio, lenguaje cientfico y filos-
fico. Y en intentar injertarlas cierta amenidad.
Si alguien, tras la lectura de este libro sabe algo
ms de lo que saba respecto al odio, a por qu se
produce, a cmo ha influido en la Historia, me dar
por contento. Mi alegra ser mayor si contribuyo
a alejarlo del horizonte de su vida.
Barcelona, agosto de 1969.
I
HOMBRES VIOLENTOS
La autopsia de Charles J. Whitman, ciudadano de
los Estados Unidos, tristemente famoso hace dos aos,
revel que padeca un tumor cerebral. Esta fue, pro-
bablemente, la causa de que, desde la torre de la Uni-
versidad de Texas, sembrara a tiros el pnico y la
muerte en el campus Austin. Los tumores cerebra-
les producen, a travs de su accin irritativa sobre
las clulas nerviosas, perturbaciones de la conciencia,
alteraciones de la personalidad. As, el estudiante Char-
les J. Whitman, irritado, se convierte en uno de
los mayores criminales del siglo. Cabe suponer su
irresponsabilidad.
Fue un enfermo mental quien rasg el silencio del
aire para enroscar la muerte en cinturas inocentes.
Sin embargo, no es ste el punto ms importante
capaz de suscitar comentarios psicolgicos. Entre los
muchos matices de la tragedia de Austin, destaca uno
muy digno de considerar: sirve de smbolo para com-
prender actos anlogos y repetidos. En efecto, un
joven alemn, das antes, estrangul a su madre adop-
tiva porque no le haba permitido contemplar en el
televisor las retransmisiones del Campeonato Mundial
de Ftbol. Otra irritacin, enajen la mente del ho-
micida. Y ltimamente hemos sido testigos de que
en alguna ciudad, funcionarios, ms o menos pblicos,
tericamente al servicio del orden, han matado a per-
sonas que no haban cometido ningn delito. Tam-
bin nos hemos estremecido ante la muerte de Luther
King y de Robert Kennedy, vctimas de la violencia,
vctimas del odio...
La lista de agresiones parecidas es copiosa. Asidua-
mente, alguien, irritado por motivos surgidos en el
momento, o acumulados desde tiempo atrs, insul-
ta, hiere o mata. Asistimos, estupefactos, a una ola
de agresividad, a la exacerbacin de la irritabilidad
humana. Urge llamar la atencin sobre este fen-
meno, gnesis de la violencia.
Independientemente de las motivaciones concretas,
existe un substrato, un leit-motiv, que hoy potencia o
pone en marcha la violencia de los hombres. El indi-
viduo aislado no es slo una irrealidad histrica,
sino tambin una imposibilidad metafsica. Quiz por
ello se acenta la masificacin de la sociedad mo-
derna. Lo singular, lo personal, se diluye en beneficio
del todo. Y la vida adquiere un carcter multitudina-
rio desfavorable para la realizacin de algunos va-
lores humanos. Dominador de las cosas, el hombre
es cada vez menos dueo de s.
El peligro de la sociedad masificada, dice Millas,
consiste en que propende a hacer vano aquello que
requiere la mxima conciencia y vigilancia: el hombre
mismo. Tal acontecer discurre de modo parejo al
desarrollo tcnico, pues la tcnica proporciona un
repertorio inmenso de energas que no pueden depen-
der del control estrictamente privado.
As, al surgir el control colectivo por razones de
ndole prctica, el hombre se identifica demasiado
con lo que domina. Y se masifica. Hay demasiados
hombres - mquinas, hombres - dinero, hasta demasa-
dos hombres-arena, injertados en la playa porque la
misma masificacin que los oprime donde habitualmen-
te respiran y trabajan les lleva a huir de ella. Pero no
lo logran. La masificacin llega al borde del mar y al
bosque. Ni al paisaje respeta. Va resultando cada vez
ms difcil hallarse uno solo frente a la Naturaleza,
disfrutar de esa especial tranquilidad que tanto to-
nifica y serena. El embotamiento de la conciencia
individual tiende a convertirnos en cosas, tiende al
naufragio del hombre en el hombre.
Una sociedad masificada cuyos entes, seala Or-
tega, se han hecho indciles frente a las minoras,
pues ni las obedecen ni las siguen, sino que, al con-
trario, las dan de lado, plantea nuevos problemas
antropolgicos que desafan a la integridad humana.
Mejor dicho, que la han lacrado. Tal acaece con la
dislocacin de la serenidad, del sosiego, de la ata-
raxia.
Desasosegados, estamos sometidos a dos influen-
cias culturales: la cultura kintica y la cultura
crona, como las denomina Abad Carretero. La
cultura kintica traduce la vida en el plano del
presente; aporta mayor cantidad de imgenes que de
recuerdos. La cultura crona se apoya en el co-
nocimiento y por eso est orientada hacia el pasado.
La cultura kintica la del cine, la del boxeo,
la de la radio, la de la televisin va dirigida, ms
que a ampliar el conocimiento del hombre, a des-
pertar en l emociones que ensanchan su radio de
accin. Aparte de sus valores positivos, contribuye a
favorecer la agresividad y la violencia. Encierra una
especie de fuerzas ocultas, al margen del hecho que
en s transmite, cuyos efectos producen resultados
imprevisibles, pero presididos por un denominador
comn: el aumento de la irritabilidad humana.
2
Hoy son ms abundantes que nunca los motivos fa-
\orecedores de la irritabilidad del individuo, y, como
consecuencia, de su agresividad. Las agresiones por
prdida de control, por enajenacin mental fugaz o
duradera, demuestran en qu medida el hombre de-
pende de su medio ambiente. A nuestra conocida ima-
gen de un ser angustiado hay que superponer la de
un ser excitado, con los nervios rotos por la cris-
pacin.
Entre las llamadas enfermedades de la civiliza-
cin, las cuales repercuten en el individuo, en la so-
ciedad y en la raza, existe una caracterizada por la
disminucin de la resistencia nerviosa, de la capacidad
de esfuerzo y de la inteligencia misma. Tal pertur-
bacin dicta como normas de conducta la intemperan-
cia, la irresponsabilidad y el afn de confort. No
voy, por supuesto, a revisar todos los factores res-
ponsables de ella, pero s a resaltar uno. Prescindien-
do de las influencias nocivas del alcohol, de los ex-
cesos diversos, de la indisciplina de las costumbres,
el hombre vive excitado al ser muy irritable. Esto le
hace violento.
A qu obedece la predisposicin anmala del hom-
bre actual a la violencia? Fue siempre as, o es el
ambiente el que la ha cambiado? Hace aos, Lombro-
so, Garfalo, Merkel y Spencer, hablaron, con dis-
tintos criterios, del criminal nato, del agresor nato.
Sus teoras produjeron penetrantes impactos. Han
sido corregidas y superadas. Se admite nicamente
la existencia de individuos con determinadas lacras
que pueden inducirles a la agresin y al crimen. No
es aceptable la predisposicin ms o menos colec-
tiva que impulsa a unos hombres a luchar contra
otros solamente para satisfacer sus tendencias. El
medio transforma los instintos, de la misma manera
que las motejadas razas inferiores no lo son por
constitucin de origen, sino por una degeneracin de-
bida al ambiente donde se han desenvuelto.
El homo sapiens de hogao, a quien Desmond
Morris llama el mono desnudo, no slo est irri-
tado a causa de su lucha existencial. Lo irritan las
caractersticas de su atmsfera vital. El trfago, los
ruidos, la prisa, la velocidad, la diversin que vo-
latiliza sin provecho los descansos con ritmos epilep-
tgenos, las lecturas y pelculas morbosas, el soportar
indefenso toda clase de propagandas, los estimulantes,
los alucingenos cuyo uso se difunde... He aqu al-
guno de los factores que erizan la personalidad. Tam-
bin irritan al hombre la inseguridad, las privaciones
y el miedo. El problema es muy complejo. Sus efec-
tos, vastsimos. Pero uno de ellos, una de las resul-
tantes del conflicto hombre-ambiente, es el aumento
de la agresividad.
En trminos generales, las derivaciones del fen-
meno biolgico de la irritabilidad, al que luego ha-
remos mencin, suelen inducir al caos y a excitar
ansias destructivas. Frente al instinto de vida des-
piertan el instinto de muerte. Esto es clave en nues-
tra hora. Una corriente de alarma surca la piel de
la familia humana. Aumenta la agresividad del hom-
bre porque vive excitado, a veees enajenado, bajo
los efectos de una constante irritacin.
Despus de la ltima Guerra Mundial, como des-
pus de la comenzada en 1914, todas las mentes aoa-
riciaron la esperanza de una definitiva, o por lo me-
nos, larga, era de paz. No ha sido as. Los conflictos
blicos se suceden. La fraternidad entre los hombres
y el bienestar general de la especie parecen utopas
para esta propia especie. Argumentos polticos, eco-
nmicos, raciales, ideolgicos, desencadenan luchas,
persecuciones y mltiples vejmenes, que, a fin de
cuentas, lo nico que hacen es destruir las tierras
y las gentes.
El Tribunal Internacional de Nuremberg conden la
violacin de las leyes de la guerra, la tortura, la
matanza masiva. Emanaciones monstruosas e incre-
bles del odio. Tambin pretendi que los hombres
aprendiesen la leccin. Ha sido as? Ya es hora de
que valientemente, incluso a humilde escala personal,
nos lo preguntemos. Veintids aos despus persiste,
en los hombres que de modo individual o colectivo
dirigen el mundo, bastante de lo que ellos mismos
o sus antecesores condenaron en Nuremberg. Rusia
desangr a Hungra. Los ingleses entienden la liber-
tad de un modo sui generis que suele revertir en
su provecho. Estados Unidos desea la paz, pero hace
la guerra. Vietnam es un inmenso cementerio. Arden
los bosques, arden las casas, arden los vietnamitas. Y
mueren americanos cuyos padres, que no entienden
bien la razn de que sus hijos fuesen a la guerra,
se retuercen de angustia y desesperacin. Y no ha-
blemos de Indonesia, de China, del Sudn, de Biafra.
Ni de los rabes y los hebreos que, tras una guerra
de seis das, se siguen matando una hora s y otra
tambin.
En las ciudades de Estados Unidos tenemos pruebas
fehacientes a diario del odio racial. El nacer negro
determina de antemano el porvenir de un hombre.
Ni ingresar en la Universidad, ni el sentido de la
honradez y la amistad sirven frente a la discrimi-
nacin tnica. En 1955, un joven negro, Emmet Tiel,
fue muerto a tiros por haber dedicado el americano
piropo de un silbido a una mujer blanca. Y una noche,
mientras desde el balcn contemplaba tejados y calles,
Martin Luther King, apstol de paz, cay vctima del
brazo de la venganza, como haba cado Ghandi, como
cay John Kennedy, soador de nuevas fronteras, y
como se desplom su hermano Robert en el pasillo de
un hotel de Los Angeles.
El Proceso de Nuremberg, uno de los smbolos
del siglo XX, no ha rectificado sustancialmente ni la
conducta poltica, ni la conducta humana de los pue-
blos. Prosigue la agresividad, prosigue el odio. Existe
el culto a la destruccin, y se perfeccionan los medios
capaces de lograrla. Y ahora s que estamos a punto
de perdernos. Lo ms probable es que, tras una ca-
tstrofe blica, no haya vencedores ni vencidos, que
no quepa la posibilidad de otro Proceso de Nurem-
berg. En un desesperado telegrama dirigido al Go-
bierno americano, Einstein di j o: La potencia del
tomo lo ha cambiado todo. Tenemos la aplastante
responsabilidad de dominar el tomo en beneficio de
la humanidad. El destino del gnero humano se de-
cide hoy, ahora, en este minuto. Se habr decidido
ya. . . ?
Mucho me temo que s. Por lo menos el gnero hu-
mano ha decidido su destino hacia la violencia. Se
encuentra morbosamente predispuesto a ella. Con
frecuencia fbula aventuras slo realizables bajo la
forma de atracos; surgen pistolas en sus manos al
poco de temblarle la intencin en el cerebro; las
multitudes hieren los espectculos con piedras y bo-
tellas. El hroe violento ha cedido el paso al indi-
viduo violento, que no piensa en emplear su fuerza
contra la tirana y la iniquidad. Es l mismo el ini-
cuo al actuar empapado de clera. Utiliza la violencia
no para vivir sino para destruir lo que se opone, en
el mejor de los casos, a sus ideas. El hombre, ms
que proclive, est versus.
Si para curar las heridas hay que arrancar antes
los vendajes, es en la misma esencia humana donde
deben buscarse las razones de la actitud de las gen-
tes. Entonces empiezan o, mejor dicho, continan las
complicaciones. En cuanto el pensamiento reflexiona
sobre s mismo, lo primero que encuentra es una con-
tradiccin, escribi Camus. Viene esto a cuento de
que para vivir es necesaria la violencia. Pero una
cierta violencia. Tal vez una agresividad que, a falta
de mejor calificativo, se me ocurre llamarla crea-
dora. Una violencia que inflija vida, no muerte. Un
courage, de acuerdo al significado que los franceses
dan normalmente a esta palabra y prescindiendo
del que hoy tiene en sentido filosfico: especie de fe
inmanente adaptada a la problemtica total del
hombre.
Nuestras actitudes centrfugas arrancan de la irri-
tabilidad. Y aqu est la cuestin. Se trata de encauzar-
la, de liberarla de enajenaciones para que contribuya
a nuestro ser y, en consecuencia, al ser de los dems.
Si, a lo que parece, no es as, hay que inhibirla.
Inhibir la irritabilidad humana es uno de los proble-
mas que nos incumbe a todos. (Cada hombre, deca
Dostoievsky, es responsable de todo ante todos.) Para
ello debemos remediar los graves desrdenes de las
actividades intelectuales y no intelectuales del es-
pritu. Necesitamos vivir con mayor sosiego. Nos des-
troza la tensin y el desorbitado afn de medrar, tan-
to como las absurdas frivolidades, las melopeas es-
pasmdicas, el vaco por debilitacin del yo, o los ne-
cios espejismos tambaleantes entre lo trgico y lo ri-
dculo. Sobre el hombre excitado se cierne un arma,
que est dispuesto a utilizar, cuyos componentes son
la irritabilidad, la enajenacin y la agresividad. Y
lo malo es que todos albergamos la irritabilidad en
nuestros plasmas. Debemos, por tanto, procurar que
no se exacerbe. Puede penetrarnos muy adentro y en-
venenar nuestra lengua o nuestro brazo. Puede dislo-
carnos la imaginacin hasta sentir exclusivamente el
deseo de emociones fuertes, como lo sinti un pobre
adolescente que, en un lugar de Estados Unidos, ase-
sin a un vigilante nocturno porque anhelaba una
fuerte emocin.
En el binomio hombre-violencia, considerado aqu
y ahora, interviene, en no despreciable proporcin,
una causa que acelera el ritmo vital del individuo po-
sedo por el deseo de ejecutar con prontitud y rapidez
las cosas. Esta causa es la prisa.
El hombre tiene prisa para viajar, para divertirse,
para triunfar..., hasta para morir parece que el hom-
bre tiene prisa. Un ejemplo claro de ello es que la
prisa y su directa consecuencia, la velocidad, salpica
de sangre, hoy ms que nunca, el asfalto de calles
y carreteras.
La prisa nos invade. Procede de algo muy nocivo
infiltrado profundamente en la vida. Se deriva del
afn de competir. En su virtud, es uno de los aspectos
o de las mscaras de la agresividad.
Tendiendo, como tendemos, a la conservacin y al
placer, al mnimo riesgo de que algo pueda herirnos
o robarnos placer, surge nuestro deseo de afianzamien-
to, surge la agresin. El espritu de competir mantiene
a las personas al borde de la crispacin, lo cual fa-
cilita sus tendencias agresivas. No respetar un sem-
foro cerrado es un acto agresivo; adelantar en un
cambio de rasante es una agresin contra el que
puede venir de frente... y contra uno mismo. Los tra-
bajos enclenques, realizados bajo el imperativo de
la prisa, albergan implcitamente el fraude y resultan
tambin de tipo agresivo. Es a normas, intereses y leyes
a quien se agrede en este caso.
Si como opina Millas, la sociedad actual, intensa-
mente masificada, lleva consigo el virus de su propia
destruccin, en la justa medida en que da paso al
imperio de los poderes irresponsables, parte de este
virus est constituido por la prisa, que acta hacia
dentro y hacia fuera. Sesga vidas en las rutas bajo
la forma de accidentes a veces, con categora de ho-
micidios, o va contra el yo de quien la alberga. Se
habla de una patologa de la prisa. Conocemos per-
fectamente enfermedades cuya frecuencia aumenta a
consecuencia de la agitacin, de la prdida de sosiego.
Unas, como el glaucoma, ciegan; otras, como el infar-
to de miocardio, matan.
La prisa impide al hombre tranquilizarse a s mis-
mo y, sobre todo, tranquilizar a los que estn cerca de
l. Las horas de la convivencia necesitan mucha capaci-
dad afectiva. Y el afecto nace de la serenidad antes que
del caos. El amor no germina bajo la garra de la prisa.
Seguimos una trayectoria de modo inapelable e
irreversible hacia la muerte. Adheridos al pasado y
ansiosos de futuro, no nos queda otra solucin que
detenernos. La vida se realiza en el presente. Aunque
la rapidez del mundo actual nos zarandee, nuestro
verdadero sentido est en el puro instante, en ese que
se va j no vuelve. Las horas cotidianas, vividas mi-
nuto a minuto, constituyen nuestro modo de ser y
de estar de cada da. Tenemos la obligacin de
apurarl as a fondo, de sumergirnos en la inmensidad
que encierran. No nos pasamos temporadas enteras
recordando un solo momento porque en ese momento
cupo toda la vida?
Quien desee infundir rumbos nobles a su estilo
moral ha de captarlos a travs del sosiego. nica-
mente en el instante profundo se encontrar ante s
y podr darse o enfrentarse a los dems.
El hombre cmo no! ha de incorporarse al
ritmo colectivo. La obligacin de colaborar en su
tiempo y en las obras de las cuales se beneficia, forma
parte de su destino. Pero el autntico ritmo creador
es el ritmo propio. Inmerso en l podr aprehender
el pasado y prepararse para el futuro. Ahora bi en:
el ritmo propio depende del instante. Abad Carretero,
tan preocupado por la metafsica de los instantes, con-
sidera que, viviendo apasionadamente el instante, el
hombre hal l ar sentido a su libertad. Dilatando los
instantes, crear. Ambas razones deben hacerle huir
de la prisa. De esa prisa que le impulsa, tambin ins-
tante a instante, hacia la muerte. O hacia la locura.
En cualquier caso, es un motivo coadyuvante del
aumento de su violencia.
Pasemos ahora al punto que interesa a estas pgi-
nas. A la relacin de la violencia, de la agresividad,
con el odio. Si las cosas pudieran reducirse a esque-
mas simples, lo cual casi siempre es falso, podramos
construir uno sobre la base de que la violencia, ms
especficamente, la agresividad, nace del odio. Y sin
olvidar la salvedad apuntada, as es, en efecto. Para
destruir algo, prescindiendo de las destrucciones que
persiguen fines tiles, es preciso odiarlo. La accin
demoledora se realiza mediante impulsos violentos,
agresivos. En el fondo de toda agresividad late el
odio. Sin embargo, esta consideracin no puede sos-
tenerse sin tener en cuenta una serie de matices de
los que detalladamente nos ocuparemos despus. Se
refieren, sobre todo, a diferencias entre la ira y el
odio. Y se refieren a que la violencia y el odio cons-
tituyen un crculo vicioso, se muerden la cola.
Toda persona puede ser agresiva de modo fugaz,
aunque, a veces, esa fugacidad decide su destino. No
obstante, el estado de agresividad crnica, con sus
exacerbaciones y sus silencios, el ser o no ser agre-
sivo, como se es o no melanclico, requiere una gesta-
cin. Y motivos determinativos de tal comportamiento.
Los nios agresivos son nios que odian, pues el
odio tiene un gran efecto sobre las emociones infan-
tiles. Se trata de un efecto destructivo. El nio, debido
a su estado de dependencia, no puede volcarse libre-
mente contra quien le inspira el odio, generalmente
personas muy prximas a l, miembros de su familia.
Este odio suele ser secreto. Incluso el propio sujeto
carece de conciencia con respecto al sentimiento que
alienta. Una vez ms, la intimidad tiene bastante
de enigma.
El mundo interior consta de zonas desconocidas
para el yo, que complican el tan trado y llevado
problema de la sinceridad. Por estos motivos, ese
nio que odia, digamos sin saberlo, desarrolla acti-
tudes suspicaces, y permanece a la espera de ataques
misteriosos porque sus propios impulsos agresivos
estn frustrados y disimulados. Y se inhibe o se des-
moraliza, o llega a padecer un notable sentimiento
de culpa. Sus reacciones son muy raras. Hasta puede
comportarse como si l mismo fuera peligroso o hu-
biese cometido delitos merecedores de castigo. Una
observacin sumaria y superficial de su modo de pro-
yectarse hacia el ambiente abundan las rabietas,
las patadas a las nieras, o el despedazamiento de
mariposas califica a estos nios de nerviosos. Y
ah queda la cosa, cuando la cuestin es mucho ms
compleja, hasta grave. Luego vienen las derivacio-
nes. Glover ha observado que, al desarrollarse, reac-
cionan a cualquier circunstancia que provoque odio
con impotencia y temor. Y el ms ligero peligro pro-
duce en ellos una aguda reaccin de odio contra el
objeto que ha determinado la situacin peligrosa. Si
estos nios no se liberan de sus nocivas vivencias, o
no se les cura, es probable que devengan en hombres
violentos, en hombres agresivos.
Aceptemos, pues, con sus posibles virajes, la rela-
cin entre la violencia y el odio. Reconozcamos esto
que, adems, es fruta del tiempo. En nuestro mundo,
donde cada da estallan nuevas violencias, planea el
odio a diferentes niveles. Algo furioso se sumerge
en los fragmentos de luz y de sombra de la existencia.
Instintos que remuerden, impulsos que amenazan. L-
deres acribillados a balazos, guerras justicieras,
cuya peor consecuencia es el odio que suscitan, per-
secuciones raciales, tendencia al goce del dao y de
la violencia por s mismos... Todo esto atae al hom-
bre y est elaborado y perfeccionado por l. Todo
esto tiene que ver con emociones y pasiones, tema en
el que hemos de detenernos antes de penetrar en la
rbita del odio. Solamente as podremos analizarlo
desde el punto de vista del fenmeno humano.
II
LA EMOCIN
Y
LA PASIN
Romain Rolland deca en una cart a: El mundo es
movido hoy por una masa enorme de emociones. Ellas
penetran en la poltica de los pueblos mucho ms
que las ideas (los intereses estn comprendidos bajo
esta ltima acepcin) o, ms exactamente, las ideas
slo sirven de pretexto a menudo, ilusorio y, asi-
mismo, a veces, mentido a las emociones desenca-
denadas hasta el paroxismo. Se ha visto en la Gran
Guerra de 1914, en la cual el delirio emotivo se sir-
vi de las ideas como de un arma, falsendolas y es-
grimindolas constantemente contra su sentido real, as
como contra los intereses reales. Parecido comentario
puede hacerse sobre las pasiones. Sin embargo, para la
mayora resulta confuso el concepto de la emocin
y de la pasin. Probablemente tal discordancia entre
lo sentido y lo pensado constituye una prueba del pre-
dominio de la vida afectiva sobre la intelectual.
Para habl ar de odio, o para hablar de amor, hace
falta saber primero qu son las pasiones. Descartes,
al publicar el Tratado de las pasiones, dijo que se
vea obligado a estudiar una materia como si nadie
se hubiera ocupado de ella antes. Ahora estamos en
circunstancias anlogas. Errores; miedo a pensar, a
indagar, terminologa inadecuada lo que es correc-
to en el lenguaje filosfico o religioso, no lo es en
el cientfico llevan a una especie de caos parecido
al que las emociones y pasiones sumergen al hombre.
Todo arte se alimenta de emociones y nace de al-
guna pasin. Los educadores no pueden eliminarlas
en su labor. El penalista y el criminlogo las consi-
deran factores atenuantes del castigo. Y cada da se
conoce mejor su papel en el origen de las enferme-
dades.
Como las emociones y las pasiones nos poseen, re-
sulta imprescindible aclarar la oscuridad que tene-
mos al respecto. Empieza cuando, bien en sentido lau-
datorio, bien en sentido peyorativo, tratamos a un
semejante de apasionado.
Se habla de vidas traspasadas de pasiones y se
acusa a muchos de apasionados, pero, frecuentemente,
tales vidas y tales personas no encarnan lo pasional.
Suele existir un empleo inexacto del trmino pasin.
Y tambin sorprende la palabra que designa a quien
est dominado por ella. De acuerdo con el rigor
etimolgico, apasionado debera significar privado de
pasin, como se dice reproduccin asexuada o asexual
de aquella en la que no intervienen los sexos. Por
otra parte, se tilda de apasionados a los ms vehe-
mentes, a los que ms gritan. Y esto es falso.
Siempre ha habido confusionismo en torno a la pa-
sin, a pesar de la importancia vital de los estados
pasionales. Hasta el siglo xvn, todo lo afectivo se con-
sideraba pasin. Luego ocurri lo mismo con la emo-
cin. Y todava citamos las pasiones y los delitos pa-
sionales de modo mltiple y contrapuesto.
Tericamente la pasin y la emocin son vivencias
distintas l a una, la pasin, procede de la ot ra;
prcticamente, se funden como el aire y el contorno
porque la relacin es muy ntima y los lmites entre lo
derivado de los instintos o tendencias, difciles de
establecer.
Las pasiones se traducen en empujes irresistibles,
despiertan fuerzas insospechadas que impelen a la
atraccin o a la repulsin. As transcurre la parte ms
extensa de la dinmica humana arrastrada, fuera de
s misma, a un espacio sin lmites en el cual perma-
necemos con la mirada fija en un solo sentido. A
lo largo del tiempo, dos criterios opuestos han pre-
tendido definirlas. Segn uno, las pasiones manifies-
tan lo inferior, lo animal, lo demonaco del hombre.
Debido a ello, necesitan ser controladas por la razn
y hasta destruidas por la voluntad. Descartes fue el
defensor ms destacado de esta teora. Para l, lo
racional y lo volitivo se originan en el alma. Lo irra-
cional el instinto, la emocin, la pasin en el
cuerpo.
Seis son las pasiones primitivas clasificadas por
Descartes: admiracin, amor, odio, deseo, alegra y
tristeza. nicamente la admiracin es de origen cen-
tral anmico. Las otras nacen de las visceras.
Crea Descartes que la emocin comienza por una
representacin mental que se comunica va nervio-
sa a los rganos. Estos vierten en la sangre unos
tenues cuerpecillos: los espritus animales, que aflu-
yen al corazn y desencadenan la descarga emotiva.
Desde aqu, ascienden a la glndula pineal. As se
genera un estado de conciencia para reforzar la re-
presentacin primitiva y el fenmeno emocional. En
suma, las emociones son determinadas por la reac-
cin de los rganos internos, especialmente, por la
del corazn sobre el cerebro, y provienen de los
sbitos cambios que sufre la sangre cuando, al atra-
vesar aqullos, se carga de espritus animales. El bazo
produce dos clases de sangre: la gruesa, causante de
la tristeza, y la sutil y fluida, que engendra la ale-
gra. El hombre muy risueo se entristece, a pesar
suyo, debido a que el bazo dispone de ms sangre
sutil y enva la espesa al torrente circulatorio. Des-
cubre Descartes que en la alegra el pulso es igual
y ms frecuente que de ordinario y en la tristeza dbil
y lento, y distingue la alegra-pasin de la alegra in-
telectual y la tristeza-pasin de la tristeza intelectual.
Una y otra las intelectuales engendran, a menudo,
la correspondiente pasin.
Las opiniones de Descartes resultan tan anticuadas
como los fundamentos fisiolgicos y psicolgicos que
las sustentan. Pero, errores aparte, hay algo en sus
conceptos, mxime cuando habla del amor, con cdula
de pervivencia. Aunque cree que el germen del amor
reside en los rganos abdominales, dice que con-
duce al amante a considerarse una sola cosa con el
objeto amado y a estimarlo ms que a s mismo.
Sin embargo, acarrea mayores males que el odio, al
sobrepujarlo en fuerza y vigor, y porque amar a
algo implica odiar a cuanto se opone o dificulta
ese amor; es decir, el amor suscita amor y el odio
suscita odio, jams al revs. Esto no es exactamente
as, pero quien de veras ama abraza en su amor al
universo entero. Quien odia lo aniquilara en los
espasmos de su devoradora pasin.
Por encima de su contorno metafsico, las teoras
de Descartes tienen mucho de observacin honda y
directa. Se anticipa a James al ver en la circulacin
sangunea la causa de las emociones, Y, en fin, vis-
lumbra la explicacin endocrina al postular que las
visceras alteran qumicamente la sangre. No podemos,
por supuesto, pedir actualidad a tales hiptesis, pero
X J I* &iti/Vi*njii' y ou> ju/dvuiv
OO
intuitivamente estn muy cerca de lo que hoy sa-
bemos.
Descartes, dndonos as la sntesis de su filosofa,
como nos la da Sartre al afirmar que el hombre slo
puede contar consigo mismo, escribe: Entiendo por
pensar todo cuanto se produce en nosotros, percibido
inmediatamente por nosotros mismos. Por esto no slo
entender, querer, imaginar, sino tambin sentir es para
m la misma cosa que pensar. . . Entonces tanto monta
pienso, luego existo como siento, luego existo.
Ahora bien, miramos con prevencin el concepto car-
tesiano de las emociones y pasiones porque, aunque
asegura que los hombres ms sensibles a las pasiones
son los ms capaces de saborear las dulzuras de la
vida, insiste en que esto se logra nicamente cuando
nos ejercitamos a diario en gobernarlas. Ello equivale
a que el dominio de la carne, la lucha contra las pa-
siones, es imprescindible para la finalidad de la exis-
tencia humana.
Segn otra tesis, las pasiones son lo ms destacado
del espritu, los elementos sin los cuales el hombre
es incapaz de elevarse. Ambas resultan insostenibles.
La vieja polmica del materialismo y del idealismo
est superada. La pasin no puede ser objeto de una
interpretacin parcial. Hay que conocer la vida del
hombre del hombre en su totalidad, del hombre
como unidad psico-fsica en estado de pasin. Pero,
existe tal unidad, tal diferencia? Qu es el al ma?
Ni la Filosofa, ni la Teologa responden de modo con-
vincente a esta pregunta. El plano fenomenolgico ig-
nora la aparicin de la primera alma humana. Slo
sabemos que las funciones orgnicas adquieren sentido
y alcanzan su fin al hacerse conscientes, y que los con-
tenidos e intenciones psquicas requieren manifestacio-
nes corpreas. Todo ello, se trata o no se trata ex-
elusivamente de procesos nerviosos de base fsico-qu-
mi ca? La relacin alma-cuerpo est pendiente de una
nueva informacin. Quiz de los prometedores hori-
zontes de la Biologa submolecular. Szent-Giorgy pien-
sa que la sustancia viva, derivada de la vitalizacin de
la materia, posee un principio an indefinido, una ten-
dencia a la propia perfeccin imposible de expresar
en trminos de mecnica quntica. Probablemente,
otros postulados de la Fsica podrn descubrirlo. De
momento quedamos donde nos ha dejado Teilhard de
Chardi n: la materia es una estructura dinmica y evo-
lutiva, y el espritu un nivel de ese dinamismo que
genera conciencia.
* * *
Es difcil comprender la pasin si no se tiene un
concepto cabal de la emocin o sentimiento, el cual ha
evolucionado mucho por haber sido diverso el mtodo
de su estudio.
Durante varias pocas el error de la teora del sen-
timiento consisti en la constante preocupacin de con-
cebirlo y explicarlo de modo impersonal. Segn los
enfoques modernos ha ido ganando terreno la necesi-
dad de considerar al sujeto del sentimiento como uni-
dad viviente.
El organismo es un sistema unificado, y el origen de
la actividad emocional no son las funciones elemen-
tales (circulacin, respiracin, etc.), y los fenmenos
psquicos concomitantes, sino las funciones totales de
adaptacin y de expresin. Unas y otras deben anali-
zarse desde el punto de vista de si contribuyen a la
conservacin, seguridad y enaltecimiento de la vida, o
de si amenazan de modo negativo su estado orgnico.
Asimismo, las influencias del ambiente comprenden
estmulos a los que estamos adaptados o podemos adap-
tarnos fcilmente, y estmulos a los cuales nos adap-
tamos con dificultad o de ninguna manera. En este
complejo considrase que los sentimientos estn cerca
de la persona de una manera diferente que las ideas.
Ellos nos sitan entre el conflicto biolgico del placer
y del displacer. Cada sentimiento alberga mandatos
primarios que determinan la conducta. Mediante unos
se experimenta la adaptacin a la vida. Esto es el
placer. Mediante otros, la perturbacin y las amenazas
para la vida, o sea, la no adaptacin, el displacer, el
dolor.
La actividad de los sentimientos constituye los es-
tados afectivos en los que, a travs de las tendencias,
el individuo persigue el placer y huye del dolor. El
dolor dice: Pasa!, pero todo placer quiere eterni-
dad, exclama Nietzsche en Cancin de medianoche
de As hablaba Zarathustra.
Al sentimiento, que domina y rige gran parte de la
existencia, se le ha tratado de debilitador de la misma.
Kant, Lange y Renn crean en su desaparicin por
la progresiva intelectualizacin del hombre. Renn
consider a la poesa un producto exclusivo del senti-
miento, una creacin de las edades no reflexivas. En
septiembre de 1878, escribindole a Berthelot des-
de Florencia!- le deca: Todo es vanidad, excepto
la ciencia; el arte mismo empieza a parecerme un poco
vaco. Comentario que establece un antagonismo irre-
ductible entre el mundo de la razn y el mundo afec-
tivo. En consecuencia, la ciencia es la hija predilecta
de la reflexin. El arte, no. Los pueblos adoran el
arte e ignoran y hasta hostilizan a la ciencia.
Emocin? Pasi n? Estas son las preguntas que
Margarita, curiosa, le hara a Fausto. Y seguro que
Fausto comenzara hablndole del instinto. Eso tee-
mos que hacer ahora, lo cual exige, en parte, un len-
guaje qumico.
Se ha dicho que el instinto no es nada y tambin que
todo el mundo sabe lo que es el instinto. El psiclogo
tiene la responsabilidad de enfrentarse seriamente con
estos dos extremos y rectificarlos, respondiendo a las
preguntas que tales vaguedades exigen. Resulta impo-
sible distinguir el comportamiento instintivo del no
instintivo porque en el comportamiento humano acta
siempre lo que llamamos instinto, esa energa hereda-
da que mantiene la forma de la especie y determina los
fines del individuo.
Todo acto depende de las necesidades del ego (fac-
tor E) , de las circunstancias csmicas y sociales
(factor C), y de la movilizacin del instinto (factor I ) .
El comportamiento se presenta as como una integra-
cin I-C-E. A ello hay que unir la estructura de la
especie o herencia filogentica (factor Hf).
Al ego pertenece la suma de equilibrios necesarios
para las funciones que conservan la forma, tanto los
equilibrios dinsticos de Cannon (oxgeno, agua, az-
car, fsforo, etc.) como los equilibrios temperamenta-
les y de las ideas. El instinto comprende las energas
o sustancias que inducen al comportamiento suscepti-
ble de satisfacer nuestras necesidades. Y aunque el ins-
tinto impulsa los dispositivos, no se cumple ni auto-
mtica ni mecnicamente. Antes de verterse en el
acto se funde con los factores C y E, y slo lo que
queda de su energa interviene en el comportamiento.
En los niveles ms bajos del organismo esto se hace
mediante reflejos; en los niveles conscientes, mediante
tropismos extensos que permiten valorar ms amplia-
mente nuestra situacin vital. Y tal orientacin adquie-
re el carcter emocional, bsicamente afectivo.
Wukmir llama instintinas a las sustancias impres-
cindibles para realizar cualquier acto, y supone que
su clave es el cido desoxirribonucleico (D N A) y las
hormonas autnomas de la hipfisis. El trifosfato de
adenosina ( AT P ) activa poderosamente el instinto
proporcionando la energa de la contraccin muscular.
Como la vida humana se dirige hacia los actos que
abarcan la conservacin, la procreacin y la creacin,
los impulsos instintivos nos incitan al cumplimiento
de estos tres grupos de actividades. As, pues, podemos
habl ar del instinto de conservacin, de procreacin y
de creacin. Cada cual determina sus correspondientes
emociones y pasiones. El instinto de nutricin (impl-
cito en el de conservacin) engendra la glotonera y
la pasin de la bebida. El instinto gensico, el amor
apasionado y la lujuria. La tendencia a la autoconser-
vacin, el egosmo. La tendencia a la propiedad, la
avaricia. Depende de que una luz venga a animar o
no nuestra impenetrable espesura; de que lo ms vivo
del hombre se sublime o se pervierta. Posiblemente,
las mismas instintinas provocan la induccin al com-
portamiento en las tres direcciones antes mencionadas,
el cual depende de la variedad de los dispositivos y
de la estructura cerebral. Ello parece indudable para
la conservacin y la procreacin.
En la creacin tambin intervienen los factores I,
C y E. Pero ahora el instinto maneja unas imgenes e
ideas que sustituyen a la lealidad producida por las
sensaciones. De aqu la tan trada y llevada inspira-
cin del artista. El artista mezcla en el crisol de su
fantasa diversas materias. Lo que recogi por azar
en su camino y lo que busc con afn. Finalmente sur-
ge la obra, espiritualizada, personal. Maquiavelo cuen-
ta que a Leonardo, del relato del simulacro del com-
bate de Anghiari, solamente le qued el recuerdo de
un hombre pisoteado por un cabal l o: el embrin de
la obra. . . Y de la tumba del soldado desconocido de
Florencia se irguieron los jinetes de Leonardo luchan-
do alrededor de la bandera. Prdigamente, la escultu-
ra brot de la integracin de la personalidad de Leo-
nardo (E), del ambiente de la batalla (factor C, csmi-
co) y del instinto de creacin ( I ) .
El acto creador no incumbe slo a los artistas y
otros innovadores. Pertenece a toda la especie humana.
Lo que vara es la calidad del producto. Al mencionar
el instinto de creacin, hablamos de algo que se puede
definir y describir. El A T P trifosfato de adenosi-
na conduce los impulsos nerviosos tanto si tratamos
de adquirir bienes materiales conservacin, poseer
a una mujer procreacin, como hal l ar un nuevo
microbio o componer una sinfona cieacin. Su
concentracin y su efecto sobre los elementos nervio-
sos alberga la energa que induce al caos o al orden,
a construir o a destruir. As se cimentan, en parte, las
llamadas buenas o malas acciones.
Si una tendencia o instinto se manifiesta instantnea
y espontneamente, determina una emocin; si pre-
domina, absorbe y anula el poder de las otras, se
convierte en pasin.
La emocin es una reaccin brusca, aguda, fugaz. La
pasin, compleja y crnica, pues tiene fases y revis-
te formas. Tal el amor y la melancola. El amor es
pasin por su carcter duradero, por participar de
diversos sentimientos como la esperanza, la tristeza o
los celos. La melancola corresponde a un estado emo-
cional. A pesar de que puede prolongarse resulta de
pobre contenido, montona. Las vivencias del enamo-
rado varan; las del melanclico producen slo crisis
de desolacin. En esto radica otra cualidad de la pa-
sin. Tienden a ella las personas en las que predomina
la sensibilidad sobre la accin; la actitud centrpeta,
de introversin, sobre la centrfuga, de extraversin.
Por eso no todos los emotivos son apasionados. En su
temperamento asienta mal una pasin autntica cuya
principal caracterstica es la duracin. Mirabeau, By-
ron, Chateaubriand, grandes emotivos, no fueron gran-
des apasionados. Sus espamdicos sentimientos care-
cieron del matiz fatal de la pasin; demasiado volu-
bles, quedaron en la simple inclinacin que no llega
a pasin verdadera. Se trata de diferencias de grado.
En los tipos no apasionados las tendencias apenas
sobresalen de un nivel mediocre. Cuando algunas des-
cuellan, imprimen al individuo una inclinacin que,
si se robustece, si anula a las dems, si subyuga y no
hay fuerza que la supere, adquiere la categora de pa-
sin.
Para Kant la emocin es una pasajera perturbacin
del sentimiento; la pasin toma la forma estable del
deseo. La emocin obra como el agua que rompe un
di que; la pasin como un torrente que ahonda cada
vez ms su lecho.
El sometimiento de las facultades humanas a la ra-
zn pasa a ser dominante en Kant cuando estudia las
emociones y las pasiones. Ve en ellas a sus encarniza-
das enemigas, y las condena. Toda emocin es una
sorpresa del alma que impide el dominio sobre s mis-
mo. Invade rpidamente y aturde. (El hombre ntegro
es aquel a quien la violencia de las emociones no le
priva de pensar.) En idntico sentido, la pasin es ms
duradera, ms tenaz.
Las emociones son leales y abiertas; las pasiones as-
tutas y disimuladas. La emocin acta a la manera
de un sbito golpe de sangre; la pasin a semejanza
de una tisis. La emocin parece una borrachera; la
pasin una enfermedad debida a un veneno lento. Pero
la emocin y la pasin no se rechazan. Stendhal llama
a las emociones estados de pasin, aludiendo a que
son sus modos. Lo esencial es que la emocin y la pa-
sin divergen. La una es centrfuga; la otra, centrpe-
ta. En la emocin existe disipacin. En la pasin, con-
centracin.
La teora llamada intelectualista aparece como la
concepcin clsica de las emociones. Sin embargo, al-
gunos pensadores antiguos ya haban expuesto la teo-
ra somtica, fsica, pues es un hecho de observacin
vulgar que lo que primero resalta, especialmente en la
emocin fuerte, son las intensas modificaciones corpo-
rales que la acompaan. Durante los ltimos siglos se
releg al olvido este criterio, de suerte que cuando Ja-
mes y Lange volvieron a exponerlo, remozado por
nuevos conocimientos, produjo sorpresa y estupor.
A los procesos orgnicos circulatorio, respirato-
rio, vegetativo, motor corresponden sus respectivos
conscientes. Esas experiencias, debidas a estmulos in-
ternos, se interpretan como sensaciones. As, hay sen-
saciones orgnicas de un estmago demasiado lleno o
vaco, de que el corazn late muy aprisa, de especial
dificultad o facilidad para respirar. Y otras anestsi-
cas, de posicin, de movimientos y de temblor de los
miembros.
En general, percibimos mejor nuestros propios es-
tados corporales cuando producen un intenso tono
agradable o desagradable. Esta circunstancia indujo
a muchos teorizadores del sentimiento a buscar aqu la
fuente del mismo recordemos a Descartes y no
exclusivamente la de las verdaderas sensaciones cor-
porales como el tormento del hambre, el cansancio o
el dolor de corazn.
Ciertos procesos fisiolgicos van unidos a toda vi-
vencia emocional, sea sta la satisfaccin por un xito.
la pena causada por la noticia de una muerte, el te-
mor a la oscuridad o la devocin religiosa. Un paso
ms y cabra decir que los sentimientos son esas expe-
riencias somticas. Tal es la idea fundamental de la
teora de la emocin, propuesta por el norteameri-
cano William James y el dans C. Lange en la penl-
tima dcada del siglo xix.
La teora de James y Lange invierte la acostumbra-
da explicacin intelectualista impersonal del
sentimiento. Creemos que percibir mentalmente un
hecho emociona y esto determina la expresin corpo-
ral. Para James y Lange, los cambios corporales si-
guen a la percepcin del hecho excitante. El sentirlos
a medida que acaecen, constituye la emocin. Perde-
mos nuestra fortuna, nos afligimos y l l oramos; nos
encontramos un oso, sentimos miedo y hui mos; un
rival nos insulta, nos encolerizamos y lo golpeamos.
He aqu lo que dice el sentido comn. Sin embargo,
James y Lange sostienen que este orden es inexacto.
Un estado mental no se debe inmediatamente al otro.
Las manifestaciones somticas intervienen desde el
principio. Estamos afligidos porque lloramos; irrita-
dos porque pegamos; asustados porque temblamos, y
no porque lloremos, peguemos o temblemos estamos
afligidos, irritados o asustados. En otros t rmi nos: la
conciencia de las variaciones orgnicas equivale a la
emocin. Se ha hecho famosa la frmula concisa a que
William James redujo esta t eor a: no lloramos por-
que estemos tristes, sino que estamos tristes porque
lloramos. Es decir, los fenmenos orgnicos del su-
frimiento, del cual las lgrimas constituyen su ms t-
pica exteriorizacin, preceden a la conciencia del mis-
mo como la risa a la alegra.
La teora de James y Lange ha servido para llamar
la atencin sobre la gran importancia de la experien-
cia orgnica en la estructura del sentimiento. En efec-
to, pueden producirse respuestas emocionales al es-
tmulo antes de que haya un conocimiento adecuado
del apremio o del peligro que entraa. Ciertas emo-
ciones tienen su base en esa experiencia orgnica.
Existe indudablemente una inquietud que depende de
la constriccin del corazn. Las emociones violentas,
como la furia o el horror, determinan intensos cam-
bios en la sensacin vinculada a ellas. Es posible fi-
gurarse el estado de rabia sin agitacin interior, o al-
teraciones del rostro? Se siente ira con los msculos
flojos, la respiracin tranquila, el semblante sereno?
La diversa participacin de todo el ser en los fen-
menos emocionales pone en tela de juicio la universa-
lidad de esta teora. En lugar de la emocin de la ira
observamos la de una madre ante un hijo enfermo. Lo
primero que se plantea es si la nica diferencia emo-
cional es debida o no a las ideas que la acompaan.
Evidentemente, la sensacin alterada desempea un
papel importante en el sentimiento total de la madre,
inferido por el sufrimiento del enfermo pulso irre-
gular, cansancio, falta de alimentacin pero lo esen-
cial de la inquietud materna lo proporciona su rela-
cin con el hijo que antes que concebida como idea es
sentida. La madre participa del dolor del nio, sufre
de antemano las amenazas que se ciernen sobre l, se
encuentra ella misma unida a su vida.
Tampoco es admisible la teora de James y Lange
respecto a los sentimientos superiores como el fervor re-
ligioso, el placer esttico o los remordimientos de con-
ciencia. Los cambios funcionales que acontecen en esos
casos conducen a insignificantes modificaciones de la ex-
periencia, totalmente desproporcionadas a su poderosa
fuerza y profundidad. Tales sentimientos necesitan otra
apoyadura distinta a las sensaciones orgnicas de circu-
lacin, digestin, movimiento muscular o respiracin.
A finales del siglo pasado, Sollier, en Francia, in-
tent tambin explicar las emociones, traducir la tesis
intelectualista al lenguaje fisiolgico. Fundndose
en los ltimos descubrimientos de la neurologa sos-
tuvo que nuestro cerebro, fisiolgicamente, no es ni-
co : tenemos dos cerebros. Uno posterior -cerebro or-
gnico, relacionado con el funcionamiento de las
visceras. Otro, en la parte anterior del lbulo frontal
cerebro psquico, asiento de la vida mental. Este
ltimo recoge la sensibilidad de todo el cerebro como
el orgnico la de las visceras. Es el que aade elemen-
tos personales a los fenmenos psquicos y donde se
originan las emociones. La teora de Sollier representa
un lamentable extravo de un perspicaz psiclogo.
Las modernas concepciones en torno a la natura-
leza del fenmeno emocional se hacen de acuerdo a
enfoques y mtodos de ndole diferente a la que aca-
bamos de comentar, considerando al sujeto como uni-
dad viviente, como un todo, cuyas principales funcio-
nes son las de adaptacin y de expresin. A travs de
ellas los sentimientos de placer reclaman la continua-
cin del estado que los hizo surgir, mientras los de
displacer se convierten en acciones y conductas calcu-
ladas para suprimir lo desagradable. As, resulta que
el placer y el dolor son seales biolgicas, una de las
cuales es un aliento que el organismo se da a s mismo
sigue adelante!; la otra tiene forma de alar-
madetente! Sin embargo, en esta teora biolgica
del sentimiento existen unas limitaciones debido a que
se trata al individuo exclusivamente como organismo
que reacciona al ambiente. El aire que contiene ox-
geno es benfico para la respiracin; respirar aire
viciado es perjudicial; por consiguiente, es agrada-
ble estar al aire libre y desagradable permanecer en
una habitacin mal ventilada. Si, accidentalmente, la
mano se pone en contacto con una llama, el dolor sir-
ve de seal para alejar el peligro del fuego, apartan-
do la mano o apagando el fuego. Los alimentos que
comemos son de sabor grato. Pero en cuanto el in-
dividuo sacia su apetito, el sentimiento de agrado, y
con l el impulso a seguir tomando ese alimento,
cesan por s mismos. Estos y otros mltiples ejemplos
se refieren a la biosfera, o sea, a las emociones que
afectan a toda la fauna.
En los animales inferiores, la correlacin del pla-
cer con la idoneidad y del dolor con la no-idoneidad
de la respuesta es probablemente general y terminante.
En el hombre no. Hay venenos que tienen buen sabor
y, por tanto, falla en ellos la seal admonitoria de des-
agrado. Estmulos perjudiciales, como el alcohol y
la morfina, producen emociones que mantienen el cul-
tivo de semejante placer o necesidad, a pesar
de que as aumenta su efecto nocivo. Adems, en esta
teora se establece una correlacin graduada entre
placer y fomento, entre dolor y perjuicio. Entonces,
el fumador empedernido tendra que obtener del fu-
mar beneficios orgnicos mucho mayores que el fu-
mador moderado, cuyo placer es menos intenso. La
enfermedad corporal sera ms dolorosa cuanto ms
amenazara la vida. Sin embargo, una herida superfi-
cial puede resultar insoportable, mientras que, a
veces, un serio trastorno de los rganos internos ape-
nas perturba la conciencia. Hasta acaece la paradoja
de que en enfermedades graves, como la tuberculosis,
existe una notable exacerbacin de la vida emocional.
En las vivencias del tuberculoso destaca el aspecto sen-
timental, con complacencia morbosa en el sufrimiento,
y el sexual que se hipervalora as, Alfredo de Musset
y Paulina Bonaparte. o se trastroca en un pro-
fundo idealismo sin sumergirse en el dominio de la
carne. Becquer, Amiel y Chopin, son buenos ejemplos.
La teora biolgica donde realmente naufraga es
al explicar las emociones superiores. Hay un tono des-
agradable en el remordimiento, en la experiencia es-
ttica de lo trgico y en el dolor filosfico, que no
depende de la alteracin del organismo. El asceta bus-
ca el dolor y huye del placer; el temerario goza ante
el peligro. De acuerdo a esta teora, tendran que ac-
tuar los impulsos opuestos.
La simple adaptacin y no-adaptacin, es inade-
cuada para comprender la infinita diversidad de las
funciones del individuo. En primer lugar, lo personal
puede tener al mismo tiempo signos opuestos para fi-
nes diferentes. Tomar una taza de caf fuerte despeja
de momento la atencin psquica, pero perjudica el
sueo nocturno. En segundo lugar, la naturaleza esen-
cial de la persona no se limita a realizaciones orgni-
cas. No todo es oposicin entre utilidad y perjudica-
bilidad, no existe slo lo agradable y lo desagradable.
Sera imposible derivar los sentimientos estticos o
religiosos de su relacin con la utilidad.
Me Dougall ha formulado una teora en la que
se trata de modo ms idneo la esfera del senti-
miento. En ella, un gran nmero de emociones aumen-
ta el dualismo de agrado o desagrado, de placer y dis-
pl acer; atiende, adems, a la ntima relacin de los
estados sentimentales con la fuerza impulsiva del
organismo. Por otra parte, esta teora distingue sen-
timientos y emociones. Los sentimientos son tonos de
conciencia que acompaan a las tendencias dirigidas
hacia el placer o el dolor. nicamente hay esas dos
cualidades en forma simple y compleja. En cambio,
las emociones estn vinculadas a los impulsos espe-
cficamente orientados que, a modo de instintos, de-
terminan la conducta del individuo. De esta suerte,
el repertorio emocional primario es parejo al instinti-
vo. La emocin de la ira corresponde al instinto de
belicosidad; la de asombro, al instinto de curiosidad;
la de temor, al instinto de fuga.
La doctrina endocrinolgica ha adquirido gran im-
portancia para el estudio de la emocin. Las secrecio-
nes internas se irradian desde su fuente l as gln-
dulas endocrinas, por el organismo. Y sus produc-
tos activos hormonas fluyen hacia los tejidos y
actan sobre todas las partes del cuerpo. Esta cir-
culacin hormonal constituye un smbolo de la unidad
somtica del individuo como el sentimiento es un sm-
bolo de su unidad psquica. En consecuencia, la se-
crecin interna se relaciona con la actividad emocio-
nal de un modo muy diferente que las funciones de
otros sistemas especiales. Por ejemplo, los latidos del
corazn corresponden a procesos singulares, mientras
que el efecto de las hormonas pertenece al funciona-
miento afectivo en conjunto. Las enfermedades endo-
crinas perturban lo psquico y lo somtico. As lo ve-
mos en las variaciones de la personalidad experimen-
tadas despus de la maduracin de las glndulas se-
xuales o de los trastornos del tiroides.
Tres glndulas desempean un papel destacado en
las emociones: el tiroides, la cpsula suprarrenal y
las gnadas o glndulas genitales. El exceso de secre-
cin tiroidea determina hiperemotividad tono vital
alto y su defecto hipoemotividad, que se reduce en
grado extremo en el clsico hipotiroideo o cretino. En
la enfermedad de Basedow hipertiroidismo la vi-
veza emotiva aumenta considerablemente. El sujeto
es muy susceptible, vehemente, pronto a la ira y a la
clera. Las ideas se agolpan y se atrepellan en su
cerebro. Maraen ha atribuido gran influencia a la
cpsula suprarrenal en la gnesis emocional. Inyec-
tando pequeas dosis de adrenalina principio ac-
tivo de dicha glndula sobrevienen todas las mani-
festaciones orgnicas del mi edo: palpitaciones, pulso
muy rpido, palidez del rostro, etc., pero el en-
fermo no acusa la emocin. As aparecen plenamente
disociados el elemento psquico y el elemento vegeta-
tivo del proceso. Es decir, en la emocin sigue ha-
biendo algo que escapa a lo meramente orgnico.
En cuanto a la intervencin de las glndulas geni-
tales en la vida sexual, las observaciones son con-
cordantes. Rigen la pubertad, contribuyen a la for-
macin del carcter y actan sobre la inteligencia.
Las lneas redondeadas y graciosas del cuerpo, los
senos ms desarrollados, la voz y el pelo de la mujer
se deben a los ovarios. La extirpacin de stos la mas-
culiniza. Tambin el macho castrado, al cual se l e
injerta un ovario, presenta caracteres de la hembra,
y la hembra castrada, bajo la accin de un testculo'
injertado, asume modalidades de macho.
Todo induce a pensar que en las emociones intervie-
nen no slo los procesos endocrinos, sino los ner-
viosos. Ambos sistemas rigen la correlacin orgnica,
la mayor solidaridad y armona de los elementos del
cuerpo. Algunos investigadores suponen que las neu-
ronas actan a manera de glndulas endocrinas mi-
croscpicas. Tal vez obran a corta distancia, y los re-
cambios nerviosos, a semejanza de los hormonales, se
basan en variaciones qumicas muy diversas, coincidien-
do con la inmensa complejidad de nuestra vida mental.
Habra as entre la accin nerviosa y la hormonal dife-
rencias de grado, no de esencia. Lo fsico y lo psquico
aparecen, de esta suerte, guardando profunda unidad.
Mediante sutilsimas reacciones qumicas se sostienen y
completan mutuamente. Los recnditos procesos horme-
nales parecen albergar la raz orgnica de la emocin.
Muchos puntos de vista actuales respecto al origen
de las emociones son estrictamente psicolgicos. Par-
ten de la relacin persona-mundo. Los sentimientos
tienen un carcter subjetivo; las percepciones, las
ideas, y los actos de voluntad, son de carcter obje-
tivo. Los sentimientos llegan a la conciencia como in-
dicadores de los estados del yo, mientras que las per-
cepciones, imgenes, ideas y voliciones, lo hacen como
indicadores de objetos situados fuera del yo. Pero la
conciencia de esta ndole no existe en todos los sen-
timientos. Solamente en los sentimientos del yo. En
efecto, la mayor parte de las emociones intentan ha-
cerse objetivas. Cuando se encuentra agradable una
msica, no se considera que ello se deba al yo, sino
a la msica. Si una persona ama intensamente puede
olvidarse de s misma y disolverse por completo en
su devocin al otro.
A partir de la experiencia interior, las emociones
tienen tendencias objetivadoras, es decir, lo que es, lo
que nos hace sentir, lo hace por s mismo (indepen-
dientemente de cmo yo sea: amo a esa mujer o
detesto ese perfume; son la mujer y el perfume los
que me producen la emocin). Esto relaja el concepto
de lo subjetivo, pues, si la experiencia interior no
es verdaderamente lo subjetivo, qu lo es entonces?
Si varios espectadores contemplan un cuadro estarn
de acuerdo en cuanto a su contenido y a los colores
y formas que ven. Pero habr diferencias de opinin
acerca de si el cuadro es hermoso o feo, atractivo o
repulsivo. Estas discusiones no suelen conducir a
nada porque todo individuo cree poder demostrar que
lo que l siente es un rasgo del objeto la mujer
interesante o el rbol diablico y exige que los de-
ms reconozcan esa objetividad, a pesar de que de
gustibus non est disputandum. El temple que un
torero da a un pase, no me parece a m que lo ha
dado: es que realmente est en el pase.
Comparando los sucesivos sentimientos de un indi-
viduo en relacin con un mismo objeto, existen cam-
bios que son independientes del objeto. El entusiasmo
nace y se evapora; una aversin se atena; el amor
se convierte en odio. Cuesta admitir que semejante va-
riacin del sentimiento sea meramente subjetiva, que
haya sido uno el que ha cambiado. El motivo est
en el objeto. Ante el decaimiento de una pasin amo-
rosa alegamos que recientemente tuvimos la prue-
ba objetivacin de la bajeza de carcter, por ejem-
plo, del ser amado. De modo parecido, las emociones
se proyectan del objeto originario que las inspir a
otros. Quien se enoj en su oficina por una carta
de negocios desagradable, puede enfurecerse al llegar
a su casa por cualquier bagatela domstica, que, de
ordinario, le hubiera tenido sin cuidado, y acabar con-
centrando toda su ira en ella.
La emocin vara independientemente de las condi-
ciones objetivas. Tales son los llamados cambios de
humor propios del carcter antojadizo o caprichoso.
Por tanto, en el sentimiento acontecen vastas disre-
laciones entre lo objetivo y lo subjetivo. Las perso-
nas ingenuas no entienden esta contradiccin. Esperan
que los dems sientan como ellos mismos, que el
contenido de su sentimiento resulte superindividual,
objetivo. Procuran asirse a su sentimiento, haciendo
caso omiso de las variaciones de la situacin. A veces,
tras un completo cambio interno, el sujeto se percata
de la falsa objetividad; entiende que lo que siente se
debe a l, no a lo que lo inspira. Los sentimientos
resultan as como un espejo. La transicin a esta sub-
jetividad de la experiencia emocional es bien patente
en muchos diarios de adolescentes. El adolescente que
A
vive una pasin, con frecuencia se interesa mucho
menos por el objeto de su pasin que por sus pro-
pios pormenores ntimos. Hasta es capaz de escribir
que las nubes oscuras acompaan su tristeza o que,
debido a su alegra, huelen mejor las rosas.
Como el individuo es psquicamente un todo, el sen-
timiento es inmediato o idntico a l. Slo a travs de
las emociones, la personalidad tiene conciencia de s
misma. Sin embargo, en la teora biolgica y psico-
lgica, el individuo queda reducido a un organismo
en el cual las emociones significan seales.
Para interpretar el sentimiento hay que pedir la
ayuda de lo inconsciente. nicamente as puede in-
dagarse con profundidad. El sujeto al que el senti-
miento se refiere no es la unidad de la conciencia ni
el organismo en su mera vitalidad, sino la persona
misma a ttulo de imitas multiplex.
* * *
De las emociones brotan las pasiones, esas tempes-
tades que han costado ms vidas humanas y devas-
tado a ms pases que los huracanes. Los filsofos
estoicos, y despus Kant, consideraban a las pasiones
como enfermedades del alma. Pero eso no podemos
admitirlo.
La pasin es un estado de la vida del hombre que
se produce a consecuencia de la persistencia de la
emocin que lo engendra. El estudio del hombre en
estado de pasin requiere el anlisis neurofisiolgico
y hormonal de su organismo, y la investigacin de las
vivencias y de la conducta durante esa fase existen-
cial. Las pasiones tienen una base orgnica la
misma de las emociones y son hereditarias.
Se nace apasionado o, al menos, marcado por la
pasin que, esbozada, contenida virtualmente en el tem-
peramento, necesita para su desarrollo circunstancias,
ejemplos, tentaciones. Luego hasta es capaz de evo-
lucionar. Las pasiones religiosas en apariencia las
ms espirituales pueden materializarse, y las ms
orgnicas amor sexual logran alcanzar una inte-
lectualidad sutil y refinada.
La pasin altera el espritu al extremo de hacerle
perder la capacidad de determinarse segn la razn,
no porque sta est abolida, sino, simplemente, por-
que se ha debilitado. Da lugar a una reflexin sofstica,
y esclaviza la voluntad. En este sentido, las pasiones.
y tambin las fuertes emociones, oscurecen, a veces,
de tal modo la conciencia, que producen un verda-
dero trastorno mental transitorio incluido en el c-
digo bajo los calificativos de arrebato y obceca-
cin. Sin embargo, desde el punto de vista jurdico,
existe penalidad diferente para delitos iguales reali-
zados bajo la influencia de estados pasionales distin-
tos. Es decir, se admite que ciertas pasiones pueden
abolir el discernimiento u ofuscarle ms que otras y,
en consecuencia, se prevn para ellas diversos grados
de responsabilidad en la conducta resultante. Pero los
denominados crmenes pasionales debieran compren-
der no slo los delitos por amor o celos, sino los rea-
lizados por envidia, avaricia o gula. Al aceptar que
el estado pasional del odio, y el emocional del miedo,
es atenuante o eximente, cabe considerar anlogamen-
te el delito que resulta de un deseo incoercible, fuente
de la pasin o pasin misma. Sin llegar a estos ex-
tremos, la pasin restringe el campo de la atencin
y aguza la perceptibilidad en su propio sentido, en
tanto que la debilita en otros. As, la agudeza de
percepcin del celoso o del avaro.
Ciertos predominios instintivos rompen el equili-
brio de la persona. Tal es la esencia de lo pasional
vinculado ms al sentimiento a la emocin que a
la idea. Por ello Platn localiz las pasiones en el
corazn de un modo opuesto a la facultad de pensar
con su sede en la cabeza. De un modo ms cientfico,
muchos investigadores han credo que las emociones
y las pasiones tienen una base cardio-vascular. Esto
pertenece al lenguaje universal que, esforzndose en
la comunicacin y el dilogo, distingue la diferencia
entre cabeza y corazn. Lo pensado es funcin de la
cabeza; lo sentido pertenece al corazn. La humanidad
distingue sus dos principales centros vitales, el ori-
gen de la mayor parte de sus problemas, de muchas
de sus creaciones. Esta idea, como gran parte de los
conceptos multitudinarios, encierra cierta razn. El
nmero de pulsaciones cardacas aumenta en las emo-
ciones alegres y disminuye en las dolorosas. El co-
razn se alegra o se entristece. Y hay disgustos que
matan mediante infartos de miocardio. Pero centrali-
zar lo sentimental en el corazn no es sino emplear
un lenguaje figurado. Los nicos problemas que plan-
tea el transplante del corazn de un negro a un
blanco, o de un gngster a un fraile, son de ndole
biolgica. El corazn, a travs de una larga pasin ar-
tstica y cientfica, ha muerto para la poesa. No es
el rgano de los sentimientos, ni cabe ya idealizarlo
falsamente como se hizo durante siglos. Dejmoslo
en manos de investigadores y mdicos. A la larga
son menos peligrosos que los poetas. E insinuemos a
stos que los versos al amor deben dirigirse al ce-
rebro. Ah s, ah se plantearn grandes problemas
morales y filosficos si alguna vez se llega a realizar
el transplante de cerebro. Mientras tanto, sera l-
gico sustituir algunas frases, dar nuevas formas a nes-
tro lenguaje secular. Debemos ir pensando en decir
a una mujer, en lugar de te quiero con todo el co-
razn, te quiero con todo el cerebro.
La pasin es ciega; no se gua por los estados se-
renos de la conciencia. El jugador sigue jugando
aunque sus mejores amigos le demuestren que as la-
bra su desgracia y la de su familia. Bajo el dominio
de una pasin suele obrarse de un modo irracional
y con la libertad restringida, como si una marea de
alcohol obnubilara los ojos. Tambin la turbacin de
los apasionados les impide ver que, hartas veces, el
objeto de su pasin no es digno de convertirse en el
centro de sus actos y pensamientos. Les impide verlo
o les hace cometer errores difciles de rectificar. Na-
polen fusil al duque de Enghien. No valieron razo-
nes, ni splicas. Ni siquiera recurri a considerar los
delitos imputados al Borbn. Ciego, necesitaba prac-
ticar, en lo que crea defensa propia y en nombre de
su sueo imperial, un acto retumbante. El acto con-
movi a Europa y fue una spera protesta contra Bo-
naparte, que reconoci su error en Santa Elena.
Lo lcito no es destruir las pasiones sino conocerlas.
Gobernarlas, redimirlas, si son malas, y aumentarlas
si son buenas. Esto, una vez ms, sirve para que las
personas se entiendan. Tan impropio es habl ar de
pasiones buenas o malas como de enfermedades ma-
las o buenas. Al ser la pasin un fenmeno natural
que no admite diferenciaciones ticas, su carcter bue-
no o malo, normal o patolgico, positivo o negativo,
se refiere a sus efectos sobre el individuo y la so-
ciedad. El psiquiatra Mira aclara estas considera-
ciones con un ej empl o: Un hombre cuyo estado de
enamoramiento lo lleve a no comer, un insomnio per-
tinaz, a robar la caja de la oficina o agredir a su fu-
tura suegra, ser juzgado bajo los efectos de un ena-
moramiento patolgico; en cambio, si ese mismo su-
jeto no sufre ninguna de tales perturbaciones, su ena-
moramiento se considerar normal.
El reflexionar no aniquila nunca la pasin, pero
logra calmarla. Y es posible que una pasin reem-
place a otra. As, el amor al odio. Tambin Carlos V
acab en el sosiego del Monasterio de Yuste.
Si la pasin se mantiene dentro de ciertos lmites
y asociada a la razn pasin activa o positiva es
una fuerza muy poderosa. De dibujar cerdos en la
tapia del molino, un muchacho baturro lleg a ser el
Goya de Los fusilamientos del 3 de mayo y de
La familia de Carlos IV. Hubo de seguir para
ello el camino de la tcnica razn y el que lo
enardeca a pintar pasin, porque nada estimula
e impulsa a la creacin como las pasiones. Descubri-
mientos y obras artsticas se deben a la capacidad
creadora del espritu sostenido por una pasin. No
nos engaemos haciendo lo pasional sinnimo de
fuego, de espasmo. Esto corresponde a lo emotivo.
Aunque el pintor o el escritor acten serenos, cere-
bralmente, continan bajo los efectos de la pasin de
pintar y de escribir. Hegel derivaba todas las gran-
des cosas de la pasiones. Y Cajal considera que cual-
quier obra grande resulta de una gran pasin puesta
al servicio de una gran idea.
El hombre aspira a ser feliz. Y la pasin, tanto es
una de las principales formas de realizar este afn,
como el esfuerzo mediante el que tiende hacia l. En
consecuencia, cada persona slo puede tener de ver-
dad una pasin que simboliza sus deseos de felicidad,
de lograr, de alcanzar.
Supongamos reunidas las condiciones de existencia
de una pasi n: el terreno hereditario, el tempera-
mento, el medio social, entonces es fcil observar su
i
desarrollo. Un hombre formado en la dura escuela
de la miseria est inclinado a la felicidad material y
conoce muy bien los obstculos para alcanzarla. Es
fcil que se haga avaro. Un sentimiento nico, ex-
clusivo, se instalar en su alma, dirigir su vida, im-
pedir el arraigo de otros sentimientos. El avaro, en
efecto, no es ms que avaro. Casi ni padre, pues los
hijos le representan cargas. Harpagon, el arquetpico
avaro de Moliere, nicamente piensa en librarse de
un hijo prdigo y de casar a su hija sin dote. Tal
es el esquema terico de la pasin. Pero las pasio-
nes son an ms complejas. El mundo pasional es con-
tradictorio. En l se entreveran amor y odio, deber y
traicin, admiracin y envidia. Lo azota el combate
del pecado y la gracia. Hay razones del corazn que
la razn no comprende. Y viceversa.
La cantidad de pasin albergada en una persona
contribuye a su originalidad mental porque sus ca-
racteres fundamentales l a idea fija, la duracin, la
intensidad son sorprendente fuente de energa. De
resultas, la pasin tiene gran influencia en el com-
portamiento y en el carcter. Ni elimina a la razn
ni a la voluntad. Sin embargo, slo soporta una razn
sin crtica y una voluntad anrquica. Cuando la pa-
sin fermenta absorbe por completo la personalidad.
Probablemente, Napolen no se reconoca ambicioso.
Las pasiones dominan amplios aspectos de la vida.
Muchos casi siempre actan apasionados. Aunque
estn bajo los efectos de una exclusiva pasin, la
proyectan hacia distintos planos mediante asociacio-
nes entre sus actos y la fuerza que los puebla. Otros
aparentan seguir rutas ms superficiales, pero, espo-
rdicamente, muestran el mismo estilo. Incurren con
frecuencia en los estados pasionales, impulsados por
accesos emotivos que, de persistir, acabaran en pa-
sin verdadera. Dictadores a rfagas, traidores, cum-
plidores heroicos del deber, cuyos actos pasionales
se limitan a las exigencias al camarero, a quebrantar
el secreto de la pequea confidencia, a lanzarse entre
coches para ayudar a un ciego que atraviesa la cal-
zada. A los tibios, a los que jams se estremecieron
de pasin, Dante los vio despreciados hasta en el
infierno.
Tambin las pasiones matan. Sumergen en una at-
msfera, establecen un cerco que, a veces, ahoga.
Fcilmente plantean el fenmeno de la ambivalencia,
y las consecuencias de la pasin tanto se deben al ex-
ceso como a la falta, tanto a vivirla como a recibir
el impacto de quien la vive. Son bastantes los ani-
quilados por las pasiones. Porque amaron o porque
carecieron de amor? Los cubre la tierra porque trai-
cionaron o porque fueron traicionados? Hitler, sui-
cidndose en los stanos de la cancillera de Berln,
fue vctima del odio. De cul ? Del que inspir...?
En mundos de acero y sueo nos salvamos al
vivir apasionados. Cabe, empero, que una pasin
nos est matando. Se deber, irradie de nosotros o en
nosotros se refleje, a su dosis matriz, a su concen-
tracin de amor o de odio. Del amor provienen todas
las pasiones, pues, lo que seguimos y apetecemos es
aquello que amamos; huimos o aborrecemos lo contra-
ri o; la enfermedad, por amar la salud; la deshonra,
por amar el honor, dice Luis Vives en el Tratado
del Alma...
De acuerdo a sus efectos sobre el individuo y la
sociedad, el odio l a pasin ms nociva es una
fuerza criminal. Nada mejor para extinguirlo o so-
meterlo, que reconocer su identidad, sus causas, su
proyeccin.
III
LA IRA
Y
EL ODIO
Si una cosa se nos presenta aparece ante nosotros,
ante nuestros sentidos, penetra en lo que somos co-
mo mala o perjudicial nos incita al odio. Dando a la
palabra cosa el significado de todo lo que se per-
cibe, nada puede mejorar esta definicin de Descartes,
segn la cual : odiar equivale a sentir aversin, esto
es, repugnancia, hacia ello. Igual odiamos la guerra,
que los entusiasmos, el ruido o los dolores de cabeza.
Respecto a las personas, el odio entraa el deseo de
su mal .
En el amor sentimos la necesidad de colaborar en
la vida de lo amado, contribuyendo a su desarrollo y
conservacin. En el odio, la tendencia se invierte. Sur-
ge el ansia de borrar al ser odiado del plano de lo
existente mediante una protesta total de toda el
alma, de todos los rganos contra su realidad. Por
tanto, el odio y el amor son dos fuerzas antpodas.
Una, destruye; otra, armoniza y unifica. Pero siempre
llevan al objeto inspirador de la pasin. Sin embargo,
como dice Ortega, dentro de esa nica direccin tienen
distinto sentido. En el odio se va contra el objeto. En
el amor en su pro.
Lo odiado nos perturba e incita a exterminarlo.
Quin que odia una cosa no quisiera destruirla!,
exclama Shylock en El mercader de Venecia. Un mun-
do en el que tiene cabida lo que odiamos carece de
sentido y es despreciable. Esta inquietud puede alcan-
zar una enorme intensidad e insospechadas formas.
El amor hace correr el riesgo de sacrificar la propia
vida por la del ser amado, el odio tambin si as pe-
rece la persona odiada. Lejesskow, en su novela Lady
Macbeth de Mezensk, describe un odio de tal clase.
Katerina Lwowna, culpable de tres asesinatos por amor
a Sergej, es desterrada a Siberia. Al atravesar el
Volga, se precipita al agua arrastrando consigo a su
rival en el cario de Sergej. Ambas mueren.
El odio, en algunos aspectos, es el polo negativo
del amor, un horizonte en el cual aparece el otro como
un objeto sin valor, aunque nos atae directamente, y,
por esto mismo, tratamos de suprimirlo, con lo que
el ser-para-otro del amor se transforma en su opuesto.
Mucho de lo que el hombre piensa y realiza perte-
nece al miedo y al amor. Parece que no hay nada in-
digno de nuestro amor. Pero esta alucinacin dura
poco. Incumbe a la naturaleza humana odiar a los
enemigos, y la condicin del mundo favorece esta pa-
sin. Odiamos hasta matar.
La humanidad ha vivido la experiencia de muchas
guerras, en las que un bando peda ayuda incluso
a Dios para aniquilar al otro, pues el odio es des-
integrador y destructivo y tiende a la privacin y a
la muerte. De todas formas, los protagonistas de una
guerra, los soldados, a pesar de la agresividad que li-
beran, no tienen muy definido el sentimiento del odio.
Cumplen con una misin, ejecutan rdenes. Se ex-
ceptan los casos de lucha cuerpo a cuerpo, del dolor
ante la prdida de un camarada, o cuando sus ms
-i-VW W W (_-l/ \J\JU*S\^
elementales principios y normas ticas resultan ofen-
didos por la barbarie del enemigo que arrasa ciuda-
des y personas indefensas. Entonces, s, entonces sien-
ten autnticamente odio.
El odio, muchas veces, comienza simplemente por
la antipata.
La simpata y la antipata estn tan vinculadas a
la atraccin y la repulsin, que suelen producirse de
sbito. Generalmente, la persona que se ama ha sub-
yugado desde la primera mi rada; la que se aborrece
inspira antipata desde el primer encuentro. Este sen-
timiento tiene mucho de manaco. Existen las clsicas
antipatas maniticas, difciles de comprender, cuya
proyeccin va ms all de las personas. Ana de Aus-
tria y Luis XI I I no soportaban ver una rosa, ni pin-
t ada; y Erasmo de Rotterdam no resista el olor a
pescado. En estos casos puede confundirse la antipata
con las fobias, con el miedo a un determinado objeto.
Wladislao, rey de Polonia, se turbaba, primero, y
emprenda a continuacin la fuga, cuando sus ojos
descubran manzanas.
Las antipatas afectan tambin a los animales y ex-
plican la continua agresividad que mantienen algunas
especies, y otras curiossimas singularidades. Dicen
que donde hay un fresno jams se encuentra una ser-
piente de cascabel. Por eso los cazadores llevan en
los bolsillos y en el calzado hojas de fresno, a fin de
preservarse de su mordedura. Le resulta antiptico
el fresno a la serpiente de cascabel?
La vida comn est llena de antipatas: de personas,
de olores, de colores antipticos. Tal vez no sea sola-
mente un cierto desvo lo que inspira el objeto, sino
un sentimiento indefinible que puede llegar hasta
el ms feroz de los odios y que comienza alterando
nuestro ritmo personal. En efecto, cada uno tiene
su ritmo fisiolgico propio, el cual no se refiere sola-
mente al del corazn, ni al de los movimientos respi-
ratorios, sino a algo ms ntimo, universal y recn-
dito. Todo lo que perturba este ritmo personal es causa
de displacer. Por el contrario, simpata es la coinci-
dencia o identificacin entre el sujeto y el objeto que
despierta el acorde justo, la resonancia interna ade-
cuada. Aqu radica el fundamento del placer esttico
puesto que es bello lo simptico, lo que concuerda
con el ritmo de nuestra organizacin fisiolgica, con
nuestro ritmo personal. Lo que tiende a desorganizar-
nos es antiptico. La antipata y el odio tienen su
principio en esta inefable desorganizacin interior.
En cuanto al ambiente, el odio tanto nace de la n-
tima relacin odio entre hermanos como ensan-
cha progresivamente su rbi t a: odios profesionales,
odios de raza, odios ideolgicos, odios de religin.
El origen y las causas del odio l as causas estn
en nosotros, los motivos provienen de fuera se com-
prenden por aproximacin. Quiero decir que la exac-
titud de muchos fenmenos no es asequible al hom-
bre. Y esto le desorienta porque va contra sus hbitos
positivistas. Pero lo humano siempre es oscuro. Se-
gn Sartre, lo ms revelador y ms eficaz debe tener
una densidad que se manifiesta por cierta oscuridad.
Constantemente permanecemos enajenados y oscuros
a nosotros mismos, debatindonos contra fuerzas que
no pueden racionalizarse.
La evolucin del pensamiento psicolgico y cien-
tfico ha de servirnos de consuelo ante nuestra limitada
capacidad de comprensin. Por ejemplo, casi toda la
Medicina mental se basaba, al principio, en el panse-
xualismo de Freud, en una doctrina unilateral. Como
reaccin, la Medicina se aferr a sus principios or-
ganicistas desterrando de su seno lo que careca de
nexo causal conocido. Y trat de buscar la seguridad
de un mtodo explicativo sobre la base del origen del
hecho y la prevencin de su desarrollo posterior. Pero,
mientras la Psicologa sufri la revolucin contraria
que elimin los principios del mecanicismo, James, con
sus finas y hondas descripciones del torrente del pen-
samiento, asesta un duro golpe al asociacionismo y a
la psicologa experimental de Wundt. Bergson critica
la cuantificacin en Psicologa y muestra cmo la
Psicofsica, ms que la sensacin, mide la excitacin,
o sea, que las medidas corresponden al mundo fsico
y no al mundo psquico. Todas estas corrientes y otras
menores, confluyen en la psicologa estructural. Al
mismo tiempo, la Biologa duda, a partir de los expe-
rimentos de Driesch en los paramecios, del principio
de la causalidad y abre un amplio campo de inves-
tigacin respecto a los fines de la vida. Y la fsica mo-
derna echa por la borda el concepto de causalidad
con la teora de los quanta. Descubre que en el mun-
do de las micropartculas hay zonas de indetermi-
nacin, en las cuales la manera de comportarse la
materia escapa de las leyes. Y no porque nos fal-
te un nexo, que algn da se descubrir, sino por-
que existe all una zona vaca, una zona en la que
la materia se aparta de las normas de nuestro pen-
samiento comportndose en las distintas oportunida-
des de diferentes maneras. Se derrumba as aquella
vieja aspiracin de Augusto Compte que defina la
ciencia positiva: Saber para prever, prever para
actuar. En otras palabras, la fsica moderna de-
muestra que no siempre es posible prever y justifica
la inexactitud de muchas de nuestras investigaciones
y teoras. Por tanto, slo de un modo aproximado
que, en cualquier momento, debido al variable com-
portamiento de la materia viva, puede resultar fal-
so, buscaremos el origen fenomenolgico del odio.
* * *
Sin emociones, no habra pasiones. El amor nace
de emociones previas. Tambin el odio es consecuencia
de un estado ms elemental y frecuente: la ira. De la
emocin de la ira, que alberga ya tendencias extermi-
nadoras, surge la pasin del odio.
Las tendencias que caracterizan la ira son primitivas
e irreflexivas. A veces, la ira se descarga sobre objetos
o personas ajenas a los motivos que la provocan. Pre-
cisamente, en esto difiere de la clera, que ya es re-
flexiva. El colrico conserva el horizonte notico el
fundamento de la conducta consciente y dirigida a
un fin porque la clera se produce al considerar
vulneradas ciertas normas de validez general. La ira
estalla en virtud de las conveniencias individuales.
La ira, la clera y su hermana mayor, el odio, per-
tenecen a idntica especie dentro de las emociones y
pasiones humanas. Y el hombre pronto adscribi ta-
les sentimientos a Yahv. Ante el trueno crea or una
manifestacin de la clera divina. Y las Sagradas
Escrituras testimonian que Yahv no la escatim cuan-
do ahog a la humanidad, cuando arras Sodoma y
Gomorra, cuando sepult bajo las aguas al ejrcito del
Faran que persegua a seiscientos mil israelitas man-
dados por Moiss... j
La clera, como la angustia, se ha calificado de
estado psicolgico de increble banalidad. Pero mien-
tras que la clera constantemente es condenada, des-
preciada, puesta en ridculo, la angustia es objeto de
especial reverencia puesto que se nutre y nace de la
misma esencia de la condicin humana.
La angustia, dice Sartre, proviene del desolado aban-
dono en que estn todos los hombres, que aparece de
pronto gracias a unas pocas gotas de esperma que
son el precio corriente de un nio en un universo
totalmente opaco, indiferenciado, carente de sentido.
Mediante el poder de su misterioso consciente Sart re
lo llama nant, la nada, logra hacer de ese uni-
verso un mundo habitable. El significado y el valor del
mundo provienen de la potestad de eleccin existen-
cial. Lo que se elija podr ser distinto de un hombre
a otro. Cada uno vive en su propio mundo, crea su
propia situacin. A menudo, esta eleccin existen-
cial queda sepultada en un subestrato de la concien-
cia. Pero para estar realmente vivo, el hombre debe lle-
gar a percibirse a s mismo como un yo, como un
verdadero sujeto existencial que llevar por s solo
la responsabilidad de su propia situacin. De este
sentirse, de este darse cuenta expresado de un modo
ms o menos abierto de su emplazamiento en algo
que l no ha elegido, con un destino que ignora, es
de donde brota la angustia. El hombre, en muchos
momentos, se halla como el coronel Leonov flotando
en el espacio csmico. Y contra la angustia que se de-
riva de ello, contra cualquier angustia, surgida de al-
guna opresin, reacciona con clera.
Aunque la clera no sea un estado normal, no exis-
te ningn ser normal que no haya conocido esta emo-
cin patolgica. La clera es un cortocircuito entre la
introversin y la extraversin, entre la vida de dentro
la verdadera vida de uno y la realidad exterior.
Si la angustia engendra con frecuencia reacciones y
sentimientos como la huida, el miedo, la defensa o la
desesperacin, tambin puede dar origen a la clera
agresividad hacia la angustia. La clera, matriz
del odio, resulta una reaccin ante ciertas frustracio-
nes, ciertos miedos, ciertas impotencias, que conduce
a la satisfaccin directa o indirecta de los impulsos
agresivos.
Freud, al exponer a la superficie de la comprensin
lo consciente y lo inconsciente del hombre, top con
la ira un impulso de anulacin derivado del instin-
to de muerte- que puede adoptar dos formas externas
agresivas: hacia el exterior -asesinato y hacia aden-
tro suicidio. Sus aspectos parciales son, respecti-
vamente, el sdico y el masoquista. Estas emociones
primarias existen siempre en el hombre. Por ser fe-
nmenos psicolgicos de repercusin negativa sobre el
sujeto, determinan el hecho de la proyeccin. Merced
a ella, todo lo desagradable, todo lo malo, se adjudica
a otros, al ambiente, pues no se acepta como culpa
nuestra sino de quien quiere hacernos cargar con el
sambenito. El segundo paso de la proyeccin consiste
en descargar los impulsos agresivos contra el peligro,
contra lo nocivo. Tal es la trayectoria de la ira.
De la ira, del odio, del amor, tenemos, intuitivamen-
te, un concepto etreo cual si los instintos, el afecto,
o el talento no obedeciesen a funciones fisiolgicas. Se
consideran del espritu, y a ste independiente del cuer-
po. Pero el ser es unitario, sin posible solucin de con-
tinuidad. Qu ocurre en el hombre en su sangre, en
sus clulas, en sus nervios para que se produzca el
fenmeno del odio?
La ira excita e impulsa a hacer dao a la persona
aborrecida. En esta excitacin radica su base, que no
es especfica de la materia viva. Muchas sustancias re-
accionan ante los estmulos liberando gran cantidad
de calor y energa. Minerales, plantas, y animales tie-
nen capacidad de agresin (no hablamos de la furia
del mar?) Existe, pues, una propiedad inherente a la
materia hermano azufre, hermana ortiga, hermano
gusano gracias a la que devuelve mucho ms de lo
que recibi, pasa de ser sensible a actuante, resulta ex-
plosiva. Cuando afecta a la clula se llama irritabili-
dad, la cual, como los indicios de conciencia, nunca
puede separarse de la materia.
La materia, la vitalizacin de la materia la
vida!, y la hominizacin de la vida son las fases
recorridas por el mundo, que es un todo coherente,
una unidad orgnica, hasta formar seres humanos. De
hecho, la evolucin ha llevado a un creciente desarro-
llo del sistema nervioso y a una progresin constante
del psiquismo. Segn esta perspectiva, Teilhard de
Chardin, Rensch y Whitehead consideran que los rudi-
mentos de la conciencia estn presentes en toda la
Naturaleza, en los seres vivos ms simples y en los
inorgnicos. Es decir, que para que exista la concien-
cia humana tienen que existir principios de concien-
cia hasta en los tomos. Una especie de conciencia
elemental movimiento, ritmo subatmico? pre-
cede a la eclosin de la vida, al trnsito crtico de la
molcula a la clula, a aquel momento en que la tie-
rra se encontraba, por obra de la distribucin y com-
plejidad global de sus elementos, en un estado privi-
legiado que permiti el paso de las molculas gigan-
tes a clulas. En la clula, a la vez tan una, tan uni-
forme y tan complicada, dice el padre Teilhard, reapa-
rece la trama del Universo con todos sus caracteres,
aunque llevada esta vez a un peldao ulterior de com-
plejidad y, por consiguiente, y al mismo tiempo, a un
grado superior de interioridad, es decir, de conciencia.
As, al observar cualquier aspecto del fenmeno hu-
mano debemos dirigirnos a su elemento esencial, a la
clula.
La ira es una de las emociones primarias con mayor
influencia en el hombre. Se debe a la irritabilidad ce-
lular. Las clulas irritadas ante un impacto adecuado
5
capacidad explosiva devuelven ms de lo que
recibieron, se agitan; atacan, pudiramos decir. Tal
acontece ya en los seres vivos inferiores en los cuales
pueden detectarse variaciones elctricas y qumicas
agresivas. En muchas de nuestras individualidades bio-
lgicas se comprueban expresiones de semejante irri-
tabilidad o agresividad. La tienen, por ejemplo, los
leucocitos, que nos defienden de las infecciones, y otros
elementos embrionarios. La absorcin de bacterias por
estos tipos de clulas constituye el fenmeno defensi-
vo de la fagocitosis. Los leucocitos, en funcin fago-
ctica, rodean al invasor, lo introducen en su cuerpo y
all lo destruyen mediante procesos fermentativos.
En los altos niveles de la escala animal existe una
forma de irritabilidad ntimamente motivada, o sea, que
no depende de causas exteriores sino de impulsos y
necesidades surgidas, autctona y peridicamente, en
el propio organismo. Gracias a ella, el animal reaccio-
na a la presencia y a la ausencia de estmulos positivos
como el aire, los alimentos o el confort. Un paso
ms en la complicacin evolutiva y el animal tender
a una conducta parecida que persigue ya dominar su
medio y organizarlo a su servicio. En consecuencia, se
irrita un poco constantemente para no irritarse dema-
siado en las emergencias. La energa as acumulada re-
sulta til en la conquista del espacio vital. Esto es la
agresividad, tpica manifestacin de la ira.
Al hominizarse la vida, surge lo consciente. Y la
agresividad es conscientemente empleada. Debido al
desarrollo del mundo cultural y de las nociones de
valor, adopta, entre otras, la forma de ansia del po-
der, que impulsa a controlar el peligro. Encierra el
deseo de la propia seguridad y el de experimentar su
capacidad resolutiva a veces huyendo ante la ame-
naza de lo hostil. Lo ms temido por el sujeto es la
represalia y la persecucin que inconscientemente es-
pera de todos cuantos ama u odia y a los que ha da-
ado con su voracidad, ya sea en pensamiento o en
accin. Los seres a quienes atrae el poder como mto-
do de seguridad pueden llegar a ser dictadores, la-
drones o asesinos.
Tambin se intenta el control omnipotente el m-
ximo efecto del poder es controlar las situaciones do-
lorosas y el acceso a todo lo til y deseable, median-
te el amor. Pero el poder del amor es distinto al del
amor al poder, esencialmente egosta. El amor genui-
no denota capacidad para el sacrificio, tolerancia al
dolor. La necesidad del poder surge de la incapacidad
de soportar el sacrificio por los dems o la dependen-
cia de ellos.
La voluntad del poder y la ambicin son pi rtica-
mente inseparables. A pesar de ser todos los animales
irritables y casi todos agresivos, el hombre es el nico
ambicioso. De su ambicin nace un mpetu, un delirio,
que lo empina a las cumbres o lo precipita a los abis-
mos. As Alejandro, as Napolen, as Judas. Qu es,
sino ambicin, la energa que impulsa a Alejandro de
Macedonia ms all de los lmites considerados como
habituales para las fuerzas humanas? No es ambicin
lo que llev a Bonaparte a traicionar su grandeza? Se
debe a ira y ambicin que Judas de Kerioth falte en San
Juan de Letrn, al lado de los dems apstoles, aunque
fue uno de los doce elegidos por Jess para regir las
tribus de Israel y perdonar los pecados...?
La agresividad desempea un importante papel en la
lucha por la existencia. Los que carecen de ciertas carac-
tersticas agresivas estn incompletos respecto al logro
de sus fines. Y, sin embargo, los impulsos agresivos tien-
den a ocultarse y, a primera vista, a desestimarse. Esto
puede obedecer al miedo que produce reconocerlos.
Muchos de los casos donde se traslucen los senti-
mientos hostiles se explican segn una ley general. Los
agresivos estn descontentos con la propia suerte. Cual-
quier individuo, al sentirse atacado o defraudado, reac-
ciona a travs de la agresin. Y lo mismo ocurre si sus
deseos no son saciados. De ello no se libr ni Cristo:
Y por la maana volviendo a la ciudad, tuvo ham-
bre. Y viendo una higuera cerca del camino, vino a
ella, y no hall nada en ella, sino hojas solamente; y
le di j o: nunca ms para siempre nazca de ti fruto
(San Mateo, 18, 19, 21) .
Existe una evidente relacin entre la agresividad y
el llamado espritu heroico. Fuerza, resistencia, furor,
son, aparte de otros como la lealtad, los principales
factores que definen al hroe de cualquier tiempo
y latitud. El hombre robusto, perfectamente armado,
es la figura central de la poesa heroica de todos los
pueblos. A su naturaleza externa corresponde una in-
terna que, al igual que la primera, revela determina-
dos rasgos fundamentales y comunes. Al hroe se le
adjudica un origen sobrenatural. De dioses descienden
los hroes indios, la mayora de los griegos, y los ha-
bidos entre volsungos y skjoldungos. Con ms frecuen-
cia proceden de fieras: Bdwar Bjarke, fuerte como
el oso, tuvo por padre a este ani mal ; el hroe irlan-
ds Connar, a un pjaro. El rey Arts, Merovigio y
Alejandro Magno eran de estirpe de serpiente. Tam-
bin sostienen las leyendas que el hroe es criado por
una fiera. Al prncipe persa Sal lo amamanta el ex-
trao pjaro Si murg; a Rmulo, una loba. Finalmen-
te, se explica la afinidad entre el hroe y la fiera cuan-
do aqul ha alcanzado su fuerza y sus virtudes bebien-
do sangre de un animal salvaje o comiendo su corazn.
Que la agresividad sea consustancial al hroe es una
idea intuitiva o preconcebida. A veces, el hroe viene
al mundo armado de pies a cabeza como Atenea salt
de la frente de Zeus, o como el hroe sanguinario y
guerrero de los aztecas surge cubierto de armas del
vientre de su madre; el Kani a indio es dado a luz en
una coraza impenetrable. Luego, el nio crece de un
modo gigantesco, toma leche de tres nodrizas, ahoga
serpientes en la cuna, mata leones o perros salvajes.
Incluso patentiza su fiereza dando muerte a sus herma-
nos o a su padre.
Los Cantares de Gesta revelan la naturaleza especial
del hroe. En la leyenda de los volsungos, Signy hace
la prueba de coser a sus hijos la camisa a la carne
para ver cul de ellos podr servir de vengador de su
familia; dos de los nios lanzan gritos de dolor, pero
el tercero, engendrado por el hermano de Signy, en cu-
yas venas corre sangre volsunga pura, no revela sufri-
miento alguno. El padre del Cid Campeador, ultraja-
do, prueba a sus hijos oprimindoles la mano con
toda su fuerza; los dos mayores gritan y pugnan por
soltarse, pero el ms joven, Rodrigo, resiste y jura,
centellendole los ojos, que si no fuera su padre le
abofeteara. Las leyendas griegas son ms amplias en
pruebas activas de vigor. Cuando Hrcules abandona
a una mujer encinta, con la cual ha vivido durante
algn tiempo, le entrega un cinturn y un arco, y le
profetiza que parir tres hijos. El que pueda ponerse
el cinturn y tender el arco, debe ser erigido en cau-
dillo. Tal fue Teseo.
El joven hroe aparece siempre pleno de idealismo,
animoso hasta la exageracin, feroz hasta el salvajismo.
As se aprecia en Aquiles, el ms joven de los prncipes
griegos que sitian a Troya, el ms inflexible y exalta-
do, el ms feroz y salvaje.
La fuerza fsica del hroe encuentra su correlativo
en la energa espiritual. Su naturaleza robusta ofrece
a las impresiones externas una cierta insensibilidad y
una gran capacidad de resistencia. El guerrero es tan
sobrio como un espartano. Puede ser un gran comedor
y un eterno mujeriego. Sin embargo, repudia cualquier
afeminamiento. La risa rgida, que observamos en el
arte arcaico griego, ha orlado los labios de los hroes
incluso en los trances de muerte. Pero, principalmente,
el hroe es un hombre grande en la accin. Tiene una
considerable capacidad agresiva. Su vitalidad es po-
derosa y dominadora. Busca el peligro por el placer
de vencerlo. Hasta los hroes prudentes muestran a ve-
ces una especial exaltacin. Ulises se niega a abando-
nar la gruta de Polifemo sin haber visto a los Cclo-
pes. Y, ya a bordo, no puede abstenerse de insultar al
gigante aun sabiendo que su esquife y su tripulacin
corren el riesgo de sucumbir bajo las piedras que Po-
lifemo arroja.
Con el mayor orgullo, el hroe se cree capaz de in-
tentarlo todo, de vencerlo t odo; la agresividad es su
fuerza. Tanto le impulsa a las empresas el amor como
la ira que siente frente a los obstculos.
La sociedad actual no es ajena a su admiracin por
el hroe violento. Hasta tiene una nueva pica, difun-
dida a travs del cine, en televisin y cierta literatura.
La figura del gngster, llevada a todos los rincones
del mundo en miles de metros de fascinante celuloide,
si bien, desde todos los puntos de vista, encarna al an-
tihroe, ha sido narrada en forma tal que suele colo-
carle a autntico nivel de herosmo. Algo parecido
acontece con el western, pelculas predicadoras y
alentadoras de la ley del fuego y los puetazos. Las
multitudes, presas de la idea del triunfo y del poder, a
cualquier precio, no han odiado nunca al gngster.
Se han sentido imnticamente atradas por l, imitando
desde su atuendo externo, hasta su vocabulario y mo-
ral. Han captado perfectamente su estilo, su violencia,
envenenndose con el odio que emana. Dillinger y Al
Capone, victoriosos en las calles de Chicago o Nueva
York, son culpables de muchos acontecimientos de
nuestros das. Y Bonnie and Clyde representan la
hermosura de la perversin. Legiones de jvenes ven
en ellos a los hroes de los nuevos Cantares de Gesta.
Como otros los ven en James Bond, seor del tiempo
y del espacio, dominador de deslumbrantes anatomas
femeninas. Tambin, los nios, estn proclives a la
violencia y quin sabe a qu ms. Para alimentar esas
tendencias existen los comics, descripciones ilustra-
das en episodios, cuya tesis se basa en el polinomio
fuerza-conquista-destruccin. El efecto de estas lectu-
ras dirigidas al pblico infantil y adolescente es un
constante exciting. Sus protagonistas poseen mort-
feros rayos invisibles. Superman ha dejado enano
al superhombre de Nietzsche. Vuela por s mismo, es
invencible, proviene de otro planeta, y est lleno de
matices sdico-masoquistas. Millones de lectores en el
universo mundo albergan complejos forjados por los
comics. Y a nivel de sus posibilidades, a su escala
ambiental, ejecutan ideas brotadas a consecuencia de
tales estmulos. Un da le en un peridico la noticia
de la muerte de un nio. Convencido de que poda vo-
lar, como Superman, se arroj al vaco desde la
azotea de su casa. Los comics, el western, y las
pelculas de gngsters, constituyen tanto raz de vio-
lencia como de frustracin. Menos mal que existe el
fenmeno de la no violencia, encarnado por los hip-
pies. Pero de stos, momentneamente, ms vale no
hablar.
* * *
El hombre comprende pronto que depende de la Na-
turaleza y de los dems, que ha de asegurarse la con-
servacin y el placer. Al mnimo riesgo de que algo
pueda herirle o robarle placer, como ya dijimos, surge
su deseo de afianzamiento. Surge la agresin. Actual-
mente, el espritu de competir, cada vez ms exacerba-
do, mantiene a las personas al borde de la crispacin
lo cual facilita sus tendencias agresivas.
La ira tiene algo de fuego infernal que brota de
la certeza o de la sospecha del fracaso. Antes de en-
sear las uas y los dientes, sentimos el fro soplo del
miedo porque en la escala emocional est primero el
miedo (paralizacin), luego la ira (irritabilidad). Uno
y otra sumergen en una realidad oscura para, dando
tumbos, ir a caer quin sabe dnde. Tal vez, como C-
sar, al pie de la estatua de Pompeyo. . .
Algunas de las reacciones frente al miedo nos trans-
forman en iracundos. Entonces la irritabilidad celular
aumenta hasta apoderarse de todo nuestro yo median-
te la concentracin de potenciales elctricos, de secre-
ciones, de masa sangunea. Al desaparecer la garra de
la opresin que suele ser el miedo a algo o por
algo estalla la ira. El que a uno se le enciende la
sangre en las venas, cuando es presa de la ira. indica
el calor y la fuerza que siente e irradia el enfadado.
La ira tiene su fisonoma y su gesto. Los signos ex-
teriores de hostilidad que ms llaman la atencin son
el levantamiento del tono de voz, la expresin violenta
del rostro, la tez encendida, los ojos echando chispas.
De antiguo vena atribuyndose el brillo del ojo, que
el jbilo y la ira destacan, a una particular elevacin
de la presin de los humores en este rgano y, en
consecuencia, al aumento de su volumen. Pero en el
corto espacio de unos minutos es imposible que se
produzca una hipertensin del ojo capaz de dilatar su
volumen. El intenso brillo de los ojos, tpico en los
momentos de fuerte y brusca excitacin, est motivado
por una hipersecrecin lagrimal. Tambin presenta la
ira manifestaciones inversas nacidas de la inhibicin
de las pri meras: la falta de reacciones agresivas, el
rostro inmvil o sonriente, la palidez, los prpados
bajos o la mirada de soslayo, la mortificacin refle-
jada en los modales. A veces, al atacar a una persona
se rehuye su mirada. Se trata de un resto de infantilis-
mo, pues es en los ojos donde los nios temen que la
madre o el padre vean los malos sentimientos que
ellos condenan. Una de las maneras de sortear las di-
ficultades de este tipo consiste en expresar la agresivi-
dad por los medios indirectos de la carta o del telfo-
no. Por telfono suele brotar con ms libertad, tanto
porque no se ven los ojos del interlocutor ni l los
nuestros como porque nos protege la distancia. Ade-
ms el telfono tiene para el inconsciente algo de m-
gico. Confiere una potencia suplementaria.
La ira tiende hacia la periferia corporal. Por eso ha-
blamos de salimos de quicio. La ebullicin interior
dispara nervios y msculos, torna la palabra en in-
sulto, el ademn en puetazo. Produce una especie de
desdoblamiento de la personalidad. El sujeto se siente
fuera de s, proyectado hacia el objeto de su ira.
* * *
Siempre ha preocupado a filsofos y bilogos la re-
lacin entre el espritu v el cuerpo, el cmo se esta-
blece lo que Montaigne llam la couture de Fame et
du corps. Desde Alcmen de Crotona estamos per-
suadidos de que el cerebro es el receptculo del pen-
samiento. Y el desconocido descubridor de la enfer-
medad sagrada, de la epilepsia, fue el primero en sos-
tener que gracias al cerebro pensamos, comprende-
mos, vemos, distinguimos el bien del mal, lo agrada-
ble de lo desagradable, el placer del dolor. A pesar de
los inmensos descubrimientos realizados, el problema
de la interaccin del espritu y del cuerpo est todava
indeterminado.
En el ao 1950 se celebr un Symposium en In-
glaterra para confrontar la opinin de los ms desta-
cados especialistas en Anatoma, Fisiologa, Psicologa
y Filosofa respecto a la naturaleza del espritu hu-
mano, y, sobre todo, respecto a su base fsica. All se
dedujo que las operaciones sensitivas del animal se
muestran muy diferentes a las propiamente intelectua-
les. Las primeras aparecen en absoluta dependencia
de la materia; las segundas interferidas de continuo
por influencias exteriores, se desarrollan en la inti-
midad de una vida interior poblada de sentimientos, de
juicios, de recuerdos. En el comportamiento animal
existe, desde luego, significacin, adaptacin y finali-
dad, pero no hay nada de psiquismo introspectivo y
consciente de acuerdo al sentido de esta palabra en
Psicologa.
Investigaciones anatmicas y fisiolgicas demuestran
que las emociones brotan de una parte del cerebro, el
cerebro interno o cerebro de la emocin. Tambin
se le llama rinencfalo. Se trata, segua Kleist, de for-
maciones dispuestas como un anillo en la cara interna
de los hemisferios cerebrales. A l afluye la inervacin
procedente de las visceras. La seccin de las fibras de
este cerebro produce crisis de furor en los animales. Y
la excitacin y la lesin de algunas de sus zonas, e
incluso ciertas drogas, desencadenan la agresividad
del hombre que est contenida en el sistema nervioso
por otras funciones cuya misin es frenar las activi-
dades primarias. Tambin se ha demostrado que el
i
sistema olfatorio desempea un gran papel en la vida
emocional. Con esto, dice Stanley Cobb, neurlogo
americano, los investigadores no han hecho ms que
redescubrir un fenmeno de siempre intuido por los
poetas. El mundo del olfato, como el del gusto, tienen
una inmediata y vasta repercusin emotiva y, por tan-
to, una gran influencia sobre la vida intelectual. As
se aprecia perfectamente en el caso de Proust, a quien
el aroma de los espinos en flor bastaba para evocar
un inmenso panorama de recuerdos infantiles. Osear
Wilde, en El retrato de Dorian Gray, dice que la
vida no la gobiernan ni la voluntad ni la intencin.
Uno puede sentirse liberado de un pasado pero, de
pronto, un tono de color en una habitacin, un cielo
matinal, un perfume particular, es capaz de aportarnos
memorias trascendentales. Rof Carballo considera que
el olfato posee en el hombre una importancia mayor
de la que se cree en las relaciones sexuales, en las
apetencias gastronmicas, en las simpatas y repug-
nancias personales. Todas ellas tienen como caracte-
rstica comn la de ser impulsos muy radicales y pro-
fundos en la persona humana. En la intrincada encru-
cijada nerviosa del sistema olfatorio confluyen estmu-
los diversos que desde el mundo exterior afectan de
manera muy directa al mundo instintivo, al mundo
emocional del individuo. El centro de la personalidad,
localizado por muchos en el diencfalo, se desplaza
al ya citado cerebro interno, de Kleist, cuyas cone-
xiones con el sistema olfatorio son importantes es-
fera emotiva, de Papez: cerebro visceral, de Mac-
lean. El sector de mxima importancia en patologa
psicosomtica.
Se han realizado investigaciones de laboratorio res-
pecto a la agresividad. Los datos obtenidos, sin ser
concluyentes. son bastante valiosos. Existen autnticas
k
Cuando la ira se presenta como accesos mnimos,
generalmente fugaces, adquiere la forma de rabia o
furia. Si es ms intensa y tiene injertada una mayor
dosis de miedo, entonces se interioriza y proporciona
la mortal palidez del encono. La clera biliosa es una
forma de transicin entre ambas. Sin embargo, no creo
til ni real establecer distinciones en la clera de
acuerdo a un criterio cromtico clera negra, cle-
ra azul, clera que hace ver todo rojo, ni trmico
cleras fras y cleras ardientes, ni mucho menos
de acuerdo a formas morales las santas cleras.
La clera se expresa a la manera de un estado reaccio-
nal de todo el organismo que transforma al hombre
normal en l oco: ira furor brevis.
La ira es, pues, como un intento defensivo contra
el miedo incipiente, el cual se manifiesta porque nos
sentimos heridos, entorpecidos, fracasados. As aconte-
ce ante cualquier tipo de agresin o insulto. Ahora
bi en: el gran problema estriba en conocer el origen
de estas reacciones; en saber si las mezclas de ira
y de miedo estn determinadas por procesos fsico-
qumicos de ndole nerviosa y hormonal, o se derivan
de un juicio que valora las posibilidades de xito de
cada una de las antitticas actitudes huida o ata-
que con las que puede superarse la situacin. Esto
ltimo ocurre cuanto mejor se conoce el clima en el
que se est sumergido. Por eso acostumbra uno a enfa-
darse con quien puede, con su igual o su inferior. Pero
ello slo tiene inters prctico. Lo importante es ave-
riguar lo que acaece de un modo ms o menos cons-
ciente en todos los casos. Si la aparicin de la ira sur-
ge mecnica e inevitablemente por el paso de las c-
lulas nerviosas del estado de inhibicin, caractersti-
co del miedo, al de excitacin, tpico de la ira, o si
es condicin previa a ese paso el vislumbrar alguna
posibilidad de xito personal sobre el obstculo o so-
bre la agresin sufrida. Probablemente intervengan
tanto factores fisiolgicos como psicolgicos que re-
gulan y determinan la proporcin de miedo o de ira
que ha de liberarse en cada situacin.
Los accesos de ira son fugaces; se racionalizan,
transformndose en clera; o se enquistan, convirtin-
dose en odio. La emocin llega a pasin. El odio es
como la clera en conserva: una actitud nacida de la
sedimentacin de la ira, de la insuficiencia, incluso
esconde su verdadera calaa, fundido a los pasos de
quien lo vive, mezclndose en sus sentimientos, en sus
conversaciones, en sus actos. Perturba el trabajo y el
sueo, y ms que disminuir, medra. Odiamos cuanto
se asocia a nuestros primeros rencores como tememos
lo que nos caus los primeros miedos.
Al principio quien odia siente paralizada su actua-
cin, o, al menos, impedida, en el sentido agresivo,
por la presencia de algo que detiene y perturba la
libre descarga de su ira. Esta se concentra y el sujeto
se encona, mediante una tensin o calentamiento pro-
gresivo. As, el odiador sufre cada vez ms las conse-
cuencias de su odio, el cual le da una rigidez y un
aspecto inconfundibles, sobre todo en presencia de su
objeto. Y se produce la paradoja de que cuanto ms
afirma que no lo puede ver ms lo tiene en-ojo.
Adems de engendrarlo, la ira es la expresin natu-
ral del odio que, amordazado, yace en profundos estra-
tos. (En Osaka, a la entrada de una fbrica, un moni-
gote representa al propietario. Los productores des-
contentos, despus de golpearlo, rinden ms. Descar-
gan su ira.) Reprimida en forma de disgusto, la ira
es una emocin muy perjudicial. A ella debemos los
mdicos muchos clientes. Diversas neurosis, lceras
gstricas, alteraciones circulatorias, resultan de la ira
reprimida. Los heridos de un ejrcito victorioso sufren
menos infecciones que los de un ejrcito derrotado. El
vencido lleva en s la frustracin. Y sta favorece las
infecciones. Se trata de una accin deletrea de la ira
reprimida. Segn las investigaciones realizadas por
Sheldon, el tipo somtico del delincuente furioso es
idntico al del enfermo con cncer de los hospitales
de Boston. Incluso sostiene que muchos homicidas
mueren de cncer. Finalmente, la ira reprimida deter-
mina un desnimo progresivo y una lenta anulacin
individual. Quienes no consiguen exponer sus quejas
son reservados, biliosos. Se puede hasta morir de re-
sentimiento a fuerza de crear condiciones orgnicas
que precipitan este desenlace.
El odio tiene caractersticas semejantes a la ira. Su
fin es herir, destruir. Slo as se sofoca. Tambin se
transforma en lo opuesto. Del odio nace el amor
Shakespeare puso en boca de Julieta: Mi nico
amor nacido de mi nico odio como del amor pue-
de derivarse el odio.
Prez Galds, en el Equipaje del Rey Jos, describe
la transformacin del amor en odio que, en cuanto
fenmeno emocional, tanto es un proceso lento como
cosa de un instante. Salvador Monsalud, el vehemente
y pattico protagonista de la segunda serie de los Epi-
sodios Nacionales, habla de noche, a travs de una
empalizada, con Jenara, su novia. Llevaban tiempo
separados. Monsalud, vctima del destino y hasta del
hambre, haba entrado en Madrid en uno de los re-
gimientos espaoles que servan a Jos Bonaparte y
a los cuales llamaban jurados. Esto no lo sabe ella,
estremecida de ardiente patriotismo y de odio a los
franceses: Salvador, por qu has estado tanto
tiempo sin escribirme? Cunto me has hecho llo-
rar! . . . . De pronto, ante la aparicin de Carlos Nava-
rro, pretendiente de Jenara, se descubre que Monsa-
lud viste uniforme francs. En instantes, en segundos,
terrible confusin y congoja se apoderan de la mucha-
cha que estalla en un l ament o: Francs, francs
grit la doncella. T francs... embustero ade-
ms de t rai dor. . . ! Despus, entr corriendo en el
jardn, y desde la empalizada y con voz clara, argen-
tina, sonora, penetrante, voz que no puede definirse,
como no puede definirse la pasin extraa que la ins-
piraba, gri t : Navarro, mtale, mtale sin pie-
dad. . . ! . Conviene considerar que aqu el odio no lle-
ga a ser, por falta de tiempo, autntica pasin, sino
estado de pasin o pasional. Este, como efectivamente
acontece con el personaje de Galds, se hace pasin
verdadera si se prolonga, si perdura.
IV
AMOR Y ODIO
Amor y odio son los aspectos positivo y negativo
de la principal reaccin emocional de un individuo
hacia otro que adopta las formas de atraccin, deseo,
ternura, repulsin, hostilidad o miedo. A partir de es-
tas emociones bsicas se desarrollan las pasiones. Por
eso, como el amor y el odio son los dos polos en tor-
no a los que gira la esfera afectiva del hombre, no sor-
prende el que un amor ardiente y ciego se convierta en
un odio tambin irreflexivo.
Abundan las historias de amigos que han llegado a
odiarse a muert e; y conocida es la violencia de las
rias entre hermanos.
Si el sentimiento amoroso, en cualquiera de sus ml-
tiples formas, resulta ofendido o defraudado puede
originar el ms feroz de los odios. La realidad de esta
aparente contradiccin tiene una causa muy profun-
da. En muchos animales el amor y el odio surgen a
la vez bajo la forma de deseo y hostilidad. Pero igual
que al ponerse en accin el instinto del miedo deja
de actuar el del sexo o el del hambre, tambin ahora,
ya en los seres humanos, uno de los sentimientos, liga-
dos a la atraccin o a la hostilidad, se suprime, bien
temporalmente, bien para siempre. El otro pasa al sub-
consciente y ante circunstancias favorables transforma,
olvides el ltigo... Dejmoslo en ltigo de plata el
agresivo consejo del filsofo, entendmoslo en el sen-
tido de que a la mujer le gusta ms obedecer que ser
obedecida.
La profunda imbricacin del amor y el odio surge
por doquier. Estamos asistiendo estupefactos a las re-
laciones entre el sexo y la violencia. No vamos a des-
cubrir ahora qu parte ocupa o no ocupa la sexualidad
en el complejo problema del amor, pero el presente
nos ofrece mltiples efusiones erticas rociadas de vio-
lencia.
Recientemente, en la Universidad de Viena, se cele-
br una conferencia sobre arte y revolucin. Cuando
el disertante concluy, aconteci un espectculo mons-
truoso. Un espectculo donde se liberaron toda clase
de agresividades contenidas y resentimientos incuba-
dos que adoptaron para manifestarse cauces de la ms
estricta intimidad ya normal, ya patolgica. Una ma-
nada de jvenes asalt el escenario desde el que el con-
ferenciante haba estado perorando. Y all, ante el
asombro de ciertos espectadores, se lanzaron a las
ms diversas exhibiciones sexuales mientras otros fla-
gelaban a un hombre medio desnudo. Tambin duran-
te los motines estudiantiles acaecidos ltimamente en
Pars se ha producido parecida fusin de excesos se-
xuales y de violencia. El fenmeno requiere otros co-
mentarios, es ndice de uno de los males que afectan
a la sociedad actual, de la sed de destruccin, de la
embriaguez de libertad mal comprendida existente en
muchos jvenes de hogao. Quede aqu apuntado, como
ejemplo de los extraos hilos que ligan la ternura y la
violencia, el sexo y la agresividad, el amor y el odio.
Esquematizar, desde el punto de vista de una defi-
nicin, el amor y el odio siempre ser empresa vana,
puesto que nunca podremos reducirlos, exclusivamente,
a un complejo de sentimientos. Nuestros actos son os-
curos para nosotros mismos. No disponemos de un
lenguaje idneo, y permanecemos gran parte del tiem-
po incomunicados, sin que nos entiendan y siendo in-
capaces de hacernos entender. Vivimos ms aislados
de lo que creemos e ignorndonos ms de lo que poda-
mos suponer. Por eso siempre nos resulta muy difcil
definir, matizar o establecer diferencias sustanciales.
Vamos a decir que amamos el vino porque nos pro-
duce un placer? Tampoco amamos a una mujer a cau-
sa nicamente de la satisfaccin venrea que con ella
experimentamos. Y existe una notable independencia
entre lo que sentimos y los actos de los seres hacia
quienes se dirigen nuestros sentimiento. Como dice
Max Scheler, jams el dolor o el pesar que nos de-
para una persona amada altera nuestro amor por ella,
jams la alegra o el placer que nos depara una per-
sona odiada altera nuestro odio. En medio de los ml-
tiples estados de nimo, oscilaciones de alegra y de
pesar que ocurren a diario entre los seres humanos,
permanecen absolutamente intactas al menos du-
rante bastante tiempo sus relaciones de amor y de
odio. El objeto amado es la fuente ms rica de ale-
gras y de pesares. Pero exactamente lo mismo debe
decirse del objeto odiado. Cuando ms odiado tanto
ms apenan su dicha, sus triunfos, sus buenas prendas,
y tanto ms regocija su desdicha, sus fracasos, su nu-
lidad. Tambin es fuente de pesares y alegras.
Antes de continuar me parece oportuno hablar de
las relaciones del amor y el odio en algo muy demos-
trativo. Nada mejor que detenernos en ciertos aspec-
tos de la psicologa infantil y juvenil.
Dentro de la familia y del ambiente en que el nio
se desenvuelve surgen muchos motivos de la ambiva-
lencia amor-odio y. sobre todo, de lo que en el futuro
quedar como estado afectivo predominante. La seme-
janza y la proximidad, elementos bsicos, luego lo
veremos, para el desarrollo del odio adquieren gran
significado en la vida familiar. Nunca los rivales coin-
ciden en intenciones y posibilidades como cuando
pertenecen a la misma familia. Por ello el odio ms
intenso en caso de germinar tendra que produ-
cirse entre gemelos. Tal es el tema de Los hermanos
corsos, de Alejandro Dumas.
Las mezclas de amor y de odio acontecidas en el
seno de la familia plantean un previo probl ema: se
trata de algo normal o anormal ? Esta diferencia casi
siempre obedece a fines de conveniencia prctica. Si
tales fusiones las estimamos por sus efectos como
nocivas, son anormales puesto que la alteracin de
las circunstancias normales hace caer en la aberracin.
No obstante, de una forma u otra, todo el mundo las
ha vivido durante variados lapsos de tiempo.
La primera manifestacin de la ambivalencia amor-
odio que vive el nio destaca en los complejos de Edipo
y de Electro. Freud, gracias al mtodo catrtico o de la
asociacin libre, pudo penetrar en el inconsciente. Co-
menzando por analizarse a s mismo, aprendi a explo-
rar la vida sexual infantil, y descubri que una con-
jugacin de amor y odio define la actitud del nio
hacia sus padres. El mito de Edipo, asesino de su pa-
dre y esposo, tambin sin saberlo, de su madre, ex-
pone la naturaleza de aquellas tendencias. Por eso a la
fusin de los aspectos de amor y odio surgidos entre
el hijo y los padres, se le llama complejo de Edipo.
Si se trata de mujeres, complejo de Electro. Ambos
simbolizan el odio al progenitor del propio sexo debi-
do a la rivalidad en la posesin del sexo contrario.
Es decir, se trata de una combinacin de amor y odio.
Por su relacin con ambas pasiones vamos a otear
ahora algunos aspectos de la delincuencia juvenil.
La delincuencia juvenil, hasta la fecha, no ha sido
considerada con la debida seriedad. Quiz se deba a su
variable ndice, y tambin a que la mayora de las per-
sonas no sienten realmente la inquietud de su desti-
no. Muchas de nuestras posturas adoptan la forma de
indiferencia o se sumergen en el error en el error
de lo preconcebido, de lo que siempre ha debido ser
de creer que los nios son exclusivamente seres de
amor, o que no se entreveran en ellos el amor y el odio.
En efecto, reparemos como lo hacen Rede y Wine-
mar, psiclogos de Michigan y de la Merrice Pal mer
School, respectivamente en las ms habituales reac-
ciones ante un acto cualquiera de delincuencia juve-
nil. Por ejemplo, ante el caso de un delincuente se-
xual adolescente mezcla de amor y odio que ase-
sina a un compaero ms joven, no exactamente a
sangre fra pero s presa de ira y de un pnico an-
gustiado. En primer lugar, se horroriza uno y confa,
inmediatamente, en que pronto se descubrir al asesino
y se le aplicar el castigo que merece. Lo ms impor-
tante es aislarlo para que no pueda tener contacto con
una sociedad a la que ha agredido de un modo tan
alevoso ! lo primero el ejemplo! Tal vez sera una
buena idea para suprimir ciertos adornos innecesarios
en el presupuesto del reformatorio que sostiene la
Diputacin o el Ayuntamiento, o recordar al maestro
la conveniencia de endurecer la vida de los escolares,
de preocuparse ms de lo fundamental y no de estu-
pideces como deportes, visitas a museos, viajes, o pre-
paracin para discutir problemas familiares. Tambin
valdra la pena dedicar dinero a aumentar el nmero
de celdas para incomunicarlos en las crceles.
Probablemente, otras reacciones, aunque contrarias,
fuesen tan desbordadas. El espectador, autoerigido en
juez, sobre la base de ciertas lecturas, de pelculas, de
conferencias, se inclina a adoptar un enfoque y un
criterio humano y progresista. El muchacho, segura-
mente, no tuvo nunca una oportunidad; seguramente
slo ha sufrido malos tratos a lo mejor sus padres
eran dipsmanos; seguramente la sociedad ha hecho
de l un resentido.
As, quedan definidas las dos actitudes: la dura y
la compasiva, con las que la opinin pblica reac-
ciona ante la delincuencia juvenil. Y lo malo es que
ambas suelen ser errneas.
Los problemas ms importantes de la delincuencia
juvenil involucran grandes cantidades de odio. Un
odio consecuencia directa de la accin negativa del
ambiente. De la falta de amor o de la transforma-
cin del amor en odio. Ya sostuvo Freud que la mera
frustracin de las necesidades bsicas, o de finalidades
importantes en la vida de un nio, engendra conside-
rables dosis de agresividad. De otra manera no hubie-
se odiado tanto. Esta antigua idea freudiana es con-
firmada estadsticamente por Dollard en su estudio
Frustracin, y agresin, el cual debe l l amar la aten-
cin de los mtodos educativos respecto al peligro del
castigo en escuelas y reformatorios.
Los barrios bajos constituyen un lujo que ninguna
nacin puede permitirse. Se empieza amando una
calle, una casa, unas gentes y se puede terminar sin-
tiendo odio hacia ellas, por su efecto negativo. Las
consecuencias de los barrios bajos resultan a la pos-
tre, muy caras. La pobreza, la desigualdad y la des-
organizacin social determinan odio, puesto que so-
meten al individuo, desde nio, a una serie de tensio-
nes dislocantes, e incitan en l insospechadas rivali-
dades, estimulan el dualismo amor-odio.
Existen diferencias entre el odio de un nio de clase
media, bien cuidado odio por lo general secundario
a una neurosis de angustia compulsiva, y el de
un delincuente de los barrios bajos que sobrevive
gracias, fundamentalmente, a sus impulsos agresivos.
Tambin sienten de modo distinto el nio que se re-
bela ocasionalmente ante una frustracin, o expresa
el elemento negativo de un sentimiento ambivalente ha-
cia uno de sus hermanos, y el que ha estado bajo el
impacto de la crueldad, del abandono o de las priva-
ciones, causa de su contra-agresin. No es el mismo
caso el del nio cuya personalidad an permite po-
sibilidades de tratamiento, clnico o educativo, y el
de aquel cuyos controles normales de conducta han
sido destruidos por el ambiente agresor cuando depen-
da totalmente de l. Asimismo existen diferencias entre
el nio que en la escuela estalla en episodios de rebel-
da agresiva de tono menor, o el que revela a travs del
dibujo profundos deseos de muerte hacia sus semejan-
tes, y el abiertamente agresivo, sin etapas intermedias
fantsticas, presa de ataques de rabia ciega, asesina.
El odio infantil es poco conocido porque los nios
que odian muy pronto se convierten en nios que na-
die quiere. Son nios ms o menos abandonados.
Quienes les rodean ni les atienden ni les cuidan. As
pasa inadvertida su enfermedad. Los nios particular-
mente antipticos se hacen odiosos. Y ocurre que no
slo inspiran odio sino que lo albergan. Condenados
tempranamente a la soledad, al ser despreciados en
la familia, en la casa, en el barrio, su pasin sufre
un desarrollo autoinductvo.
El odio infantil se manifiesta de manera muy varia-
ble. Algunos nios lo vuelcan abiertamente a travs
de actos agresivos o de estirpe sdica tortura de
animales. En otros se oculta bajo una aparente
tranquilidad irreconocible a primera vista. Permane-
cen voluntariamente aislados hasta que, ante la cir-
cunstancia desencadenante, estalla la clera fermen-
tada en sus entresijos. Detrs de muchas miradas in-
fantiles, vacas e indiferentes, puede ocultarse un in-
menso potencial agresivo.
La vida familiar proporciona abundantes motivos del
odio infantil, derivados de la mezcla del amor y del
odio. Otros dependen directamente del ambiente to-
tal. Frustraciones, envidias, agresiones, condicionan tal
odio. Sin embargo, el motivo no es lo ms importante.
Lo que de verdad cuenta es su solidificacin en una
parte de la personalidad del nio, sagazmente desarro-
llada y llena de defensas contra la conexin moral
con el mundo que le rodea. Las funciones yoicas se
desarrollan de forma gradual y progresiva a lo largo
de los aos. La conciencia resulta de la lenta in-
tegracin de mltiples factores. Si algunas funciones
del yo l as afectivas no estn desarrolladas, o han
sido vctimas de un cortocircuito, aquellos factores
carecen de un activo apoyo y producen en la con-
ciencia una perversin. La ms frecuente es el odio.
Las biografas sentimentales demuestran que, a veces,
ei odio brota del amor, siguiendo extrasimos ca-
minos. Y surge de un modo sorprendente, tras haber
transcuirido inadvertido, o porque nace sbitamente.
Esta es, con frecuencia, una de las razones del crimen,
ese cnit del odio. Pues si el amor intenta la continui-
dad y la pervivencia, el odio busca la destruccin. Y
es capaz de pasar de una silenciosa fase de gesta-
cin a la ms brutal de las agresiones, el asesinato.
Granados recoge de su experiencia criminolgica un
caso aleccionador. Se trataba de una familia humilde,
constituida por la madre, tres hijas y un solo hijo
varn. El padre haba muerto. La madre consigui
para su hijo una beca de estudios en un seminario.ca-
tlico. El porvenir de toda la familia dependa de que
aquel muchacho consiguiera ordenarse sacerdote. Ello
implicaba para el seminarista la renuncia al amor, a
los placeres mundanos y a la vida social que tal vez
anhelara. Pero todo lo acept, resignadamente, ce-
diendo ante la imposicin de la madre, muy volunta-
riosa. Una noche, cuando ya estaba prximo a orde-
narse, el seminarista penetr en el dormitorio de sus
hermanas y las degoll con un hacha. El trgico hecho
inspir a Antonio Machado su poema Un criminal. En
el proceso se evidenci el carcter manso y retrado
del criminal, su absoluta sumisin a la voluntad enr-
gica de la madre, su docilidad en el seminario. Con
estos datos, comprobados, sin duda, a lo largo de su
vida, hubiera pensado alguien en su odio feroz, en
su tendencia al crimen? Probablemente, no. Pero tra-
tar de imponer amores hace correr el riesgo de sem-
brar odios. Que a uno intenten obligarle a amar es
causa del aborrecimiento hacia quien trata de exigir-
lo. Lo que en principio puede ser un largo silencio, un
soportar la convivencia, llega a transformarse en agudo
odio, de derivaciones y resultados difciles de prever.
Las neblinosas asociaciones de amor y odio dan
origen, en gran proporcin, al delincuente pasional,
sobre todo, al criminal pasional, que comete delitos
cuya base es de ndole emocional o afectiva. Tal clase
de delincuencia ya fue estudiada por Lombroso y Fe-
rri, pero modernamente es cuando mejor se ha podido
conocer, debido, principalmente, al empleo del psico-
anlisis.
Siguiendo a Jimnez de Asa, vemos que los cr-
menes pasionales se originan en una momentnea ex-
plosin afectiva; a consecuencia de deseos de vengan-
za o de celos. Pero casi siempre queda sin esclarecer
la razn profunda de por qu un hombre, que durante
largos aos observ una conducta social, comete repen-
tinamente un tan grave acto delictivo que, despus de
perpetrado, l mismo considera incomprensible y ex-
trao a su modo de ser. Parece increble que alguien
mate a su esposa, a quien de verdad quera. Segura-
mente, vctima de enajenacin mental, en un acceso
de furor, en una vertiginosa transformacin del amor
en odio. Sin embargo, no suele ser as
Jimnez de Asa, apoyado en el psicoanlisis, opina
que la explosin afectiva que da lugar al crimen pa-
sional posee larga historia anterior. Todo delincuente
de este tipo ha padecido otros sufrimientos provenien-
tes del mundo exterior. Achaques corporales, infor-
tunios sociales, fracaso con las mujeres. Palmares ne-
gativo, que estima injusto, y que ha soportado de heri-
da en herida y de desengao en desengao. La conse-
cuencia sumaria es una falta de equilibrio anmico
que le lleva a aprovecharse de modo inconsciente de
todas las desgracias ocurridas en su vida. En virtud
de ello, est presto a descargar la tensin pulsiva que
alberga, a proyectar su sentimiento de culpabilidad
a quien tiene conexin con los desmanes padecidos
en otras pocas de su existencia. Claro, que en el
crimen pasional puede influir en una dosis muy co-
piosa el fenmeno de los celos , promordial deriva-
cin y primordial consecuencia del binomio amor-odio.
Los celos nacen del sentimiento de la rivalidad amo-
rosa y aparecen a menudo sin motivo justificado. En-
cierran algo de humillacin, pero tambin expresan
agresividad ante la prdida, o la amenaza de la pr-
dida del ser amado. A travs de la proyeccin, lo malo
se adjudica al rival, objeto, inmediatamente, de un
odio voraz.
El sentimiento celoso arranca de las primeras ex-
periencias infantiles y deprime al adulto igual que
deprimi al nio. En la misma medida excita su ira
hacia el rival y hacia quien con su comportamiento
permite la existencia de ese rival. A una mujer le
invade la clera, de un modo paralelo a la humilla-
cin, si el hombre que la acompaa mira a otra.
El objeto de los crmenes por celos igual es el
rival que la persona a quien el rival puede arrebatar
o ha arrebatado. El odio alcanza a ambas porque
nada como los celos atentan contra el elevado con-
cepto que cada uno tiene de s mismo, nada como los
celos resquebraja la seguridad personal, siembra la
confusin y establece la duda. Los ojos del celoso,
aun en pura vigilia, vuelan en pesadillas mortificantes,
captan apariencias de lo que no existe, lanzan cons-
tantes preguntas de humo y estn siempre atajados
por la zozobra y la angustia. Los celos unas veces son
mero sentimiento y otras pasin. En el primer caso, se
trata de un temor o recelo que uno siente de que cual-
quier afecto o bien que disfruta o pretende, llegue a
ser alcanzado por otro. En el segundo, la definicin
exacta es la sospecha, inquietud y recelo de que la
persona amada haya mudado o mude de cario, po-
nindole en otro. A esta persona, aunque se la sigue
amando, tambin se la odia. Elctricos espasmos acer-
can y separan de ella. El celoso se agota intilmente
hambriento. Acaricia y amenaza. Adems, el celoso
siempre cree que ama demasiado bien. Poco antes de
matarse, telo dice que no am con cordura sino de-
masiado bien, que no fue fcilmente celoso, pero
que, una vez inquieto, se dej llevar hasta los ltimos
extremos.
A m, de entrada, me produce repugnancia asociar
los trminos amor y sadismo. Pero teniendo en cuenta
la parte sexual del amor, no hay ms remedio. Bien
entendido que el sadismo desborda la rbita ertica.
Sin embargo, el sadismo por antonomasia pertenece a
la esfera afectiva.
Entre sus muchas expresiones, el odio tiene una muy
peculiar de origen inconsciente. Esto es el sadismo, el
placer que sienten algunas personas al cometer actos de
crueldad. Arranca de los impulsos agresivos esbozados
desde la niez en el fondo de la conducta.
Sdicos los ha habido siempre, pero el designar
a tal manifestacin del odio con el nombre de sadis-
mo se debe, desde un punto de vista histrico anecd-
tico, como todo el mundo sabe, al marqus de Sade,
nefasto personaje que vivi durante la Revolucin
Francesa.
La violencia caracteriz la vida del marqus de
Sade. Fue flagelador, sodomita y, probablemente,
asesino. Cosa extraa, luch contra la pena de muerte.
Pas veintisiete aos en la crcel. Luego lo reclu-
yeron en un manicomio. Dada su categora social
debi de ser una treta para librarle de la gillotina.
El marqus de Sade es un tpico representante de la
poca corrompida que precedi a la Revolucin. A
los cuatro aos vivi con su abuela en Avignon, y, ms
tarde, con un to, que actu de tutor suyo hasta que
entr en un colegio de Pars, a la edad de diez aos.
Careci, pues, del contacto paterno tan necesario para
una transicin suave en las fases ms decisivas del des-
arrollo emotivo. El despertar de su adolescencia est
ya asignado para la lacra de la perversin. Desconoce-
mos sus factores hereditarios. Lo que s resulta evi-
dente es la influencia del medio.
El marqus de Sade sirvi en el ejrcito durante un
perodo de libertinaje. Hasta los ltimos recovecos de
la sociedad llegaba el incitamiento del rey. En el Par-
que de los Ciervos de Versalles, Luis XV construy un
burdel donde saciaba sus anormales apetitos. A fuer
de imitar al soberano, Pars se llen de centros se-
mejantes a los cuales acuda el pueblo, los arist-
cratas de ambos sexos y los clrigos. Segn demues-
tran los archivos de la polica, haba clubs secretos
de lesbianas y pederastas. En otros se efectuaban misas
negras. La hetaira y la vulgar ramera protagoniza-
ban series y series de libelos obscenos, ledos con frui-
cin. Su figura decor los salones de la nobleza. Y
las habitaciones de los ms famosos prostbulos es-
taban plagadas de pinturas excitantes. A todo ello se
uni la flagelacin. En los morbosos contubernios,
la sangre despertaba una furia sexual. El vicio qued
asociado al nombre de Sade y fue el motivo que le
condujo a ste a las crceles. Cierto da llev a una
coima a su casa. La desnud, la amordaz y la
azot sin piedad. Despus, en varias partes del cuerpo,
le hizo heridas y las sello con lacra. Actos de seme-
jante brutalidad eran habituales en l.
El sadismo es una muestra de incontrolable agresi-
vidad hacia los dbiles e indefensos. Por no lograr
encauzarla en caminos exactos, todos podemos com-
portarnos sdicamente aislados o en masa. Tal es el
origen de las barbaridades que cometen las multi-
tudes. Pero el sadismo lo que persigue exactamente es
obtener placer mediante la gratificacin de los im-
pulsos agresivos. Para ello, el sdico tiende a buscar
objetos que puedan ser blanco de su agresividad y de
su odio porque en l la agresividad, la cueldad y el
egosmo siempre se hallan ntimamente ligados con
el placer. Y una gran fascinacin o excitacin suele
acompaar a su desahogo. El brillo de triunfo que
asoma a sus ojos, despus de que ha proferido una
rplica mordaz o ha daado a una mujer, denotan
su satisfaccin salvaje, su gozo.
El sdico cuando ama, entendindose, sobre todo,
7
en sentido fisiolgico ese hacer el amor tan repe-
tido a lo largo de la historia por duquesas y rameras,
y por dulces y puras mecangrafas odia. Esto ya
en un sentido ms profundo, ms destructivo.
* * *
Donde, aunque parezca mentira, mejor puede ana-
lizarse la relacin entre el amor y el odio, con la vasta
problemtica que ello plantea, es en uno mismo, que,
adems de ser el ms prximo hablo de m porque
es el que tengo ms cerca, deca Unamuno, es el
ms representativo para deducir conclusiones en este
aspecto.
Algunas personas odian su modo de ser, albergan
una buena dosis de odio a s mismas, pues viven en
constante batalla entre sus tendencias, en perpetua
contradiccin consigo. Sus ncleos antitticos deter-
minan este singular conflicto brotado de muy hondo.
El que se considera inepto, tonto o malo, puede
llegar a aborrecerse, a odiarse. No acepta ser quien es.
Frente a las sorpresas de la vida transparenta algo del
pavor de su muerte ntima, de su incapacidad, incluso
de su maldad reconocida. Aunque ello no cristalice
en odio, alcanza el grado de rabia contra s. Tal im-
pulso de anulacin sigue varias trayectorias totalmen-
te destructivas. Culmina en el acto del suicidio, adop-
ta la forma del autodesprecio, o desencadena crisis
iracundas. Por qu. si no, hay quien se insulta o se
pega cuando comete yerros?
El odio a uno mismo parece absurdo. Al fin y al
cabo, el problema ms importante del hombre es su
yosmo. Constantemente queda preso en su propio re-
cinto, perdido en su soledad, sin lograr tantas veces
una autntica comunicacin con los dems. A menudo,
sus vivencias no encajan cabalmente en sus palabras.
Tampoco es siempre interpretado. Y entonces no tiene
otro refugio que l, su yo. Puede tal soledad erizarse
de odio contra la fuerza viva que la puebl a?
Para habl ar de amor o de odio a uno mismo hace
falta saber qu es eso de sentirse a s mismo; pues no
se trata de sentir la carne, el dolor, las alegras, como
algunos enfermos tienen la impresin de que les co-
rren bichos por debajo de la piel, sino de sentirse
totalmente, lo que equivale, en cierto modo, a la
diferencia entre ser y estar. Lo primero ser cons-
tituye la cenestesia, o sea, la propiedad de sentirse
los tejidos. Lo segundo estar fue llamado por
Hoffding sentimiento vital.
La cenestesia es algo de tipo sensorial, pero no es
el dolor de una viscera. En el sueo, apenas llegan
a la conciencia estmulos procedentes de la cenestesia.
La regulacin se hace automticamente, sin dar cuen-
ta al sujeto del estado de sus funciones. El dolor nos
despierta. Por el contrario, los sentimientos vitales po-
seen un carcter difuso, abarcan todo el ser y no
una determinada regin. La comodidad o la incomo-
didad, el aplanamiento o la frescura, no se sienten
aqu o all como un picor o un gusto. De un modo dis-
tinto a los anmicos o espirituales tristeza, descon-
suelo, desesperacin estn muy unidos al cuerpo.
Yo no soy cmodo o incmodo, sino que me siento
cmodo o incmodo con todo mi cuerpo, hasta con la
ltima clula. Es ese me se halla expresada la corpo-
reidad de los sentimientos vitales que los diferencia de
los anmicos. Estos son formas reactivas ante el mun-
do exterior. Determinadas noticias le ponen a uno
alegre o triste. Interviene, pues, el yo, ligado, ms
<}ue a la percepcin, al significado de lo percibido.
Con respecto a la tristeza, Lpez Ibor distingue: el
ponerse triste, sentimiento reactivo anmico; el estar
triste, sentimiento vital endgeno, y el ser triste, que
denota un matiz constitucional de la personalidad. De
la fusin del sentimiento vital y de los sentimientos
anmicos, es decir, de una especie de sentimiento vital
de todo el ser, incluso con los correspondientes injer-
tos de la cenestesia sentir el corazn, el estmago,
sentirse respirar, resulta eso de sentirse uno a s
mismo ampliamente y con todas las consecuencias.
Entre ellas cabe, por supuesto, amar y odiar lo que
se siente.
* * *
Dice Steckel que quien haya tenido ocasin de tra-
tar algn artista captar la enorme vanidad que im-
plica la admiracin de s mismo, y el papel que sta
desempea en toda creacin a travs de la cual el
artista quiere imponer su ego al mundo. Dnde est
el poeta, el pintor o el cirujano que slo crea para s
y desprecia el xito y la fama? Existen ejemplos
contrarios, pero ello no impide considerar a la va-
nidad como expresin de un amor propio necesitado
del reconocimiento. (Tambin la renuncia a honores
mundanos responde a la seguridad de creerse uno
mismo por encima de ellos.)
Toda la vida del hombre demuestra que lo ms
importante para l es aquello sobre lo que se pro-
yecta. La educacin y el ambiente incitan y desarrollan
el amor al prjimo, pero la niez es la apoteosis del
egosmo. El nio slo ama a quien le hace caso. Las
influencias que tienden a hipertrofiar tal sentimiento
y el de la propia estimacin, son perniciosas. En
efecto, si le predisponen a valorar excesivamente su
ego, se descorazona pronto cuando la realidad destru-
ye sus fantasas. Este hecho es una de las causas fun-
damentales de los suicidios infantiles, tema complejo
y oscuro. Ya advirti Freud que las escuelas, separando
a los nios de la vida familiar primitiva, incurran
a menudo en un error, al exponerles, en forma de-
masiado brusca, a todas las exigencias severas de la
vida adulta. Los individuos inmaduros tienen derecho
a permanecer en las etapas de su desarrollo aunque al-
gunas resultan desagradables. Por tanto, las causas del
suicidio infantil no muy frecuente parecen estar
entre el desengao, a consecuencia de las frustraciones,
y una cierta renuncia a la vida por parte del yo,
la cual pertenece al instinto de muerte.
El mito de Narciso cuenta que, al verse reflejado
en el agua, se enamor de su imagen. As, el narcisis-
mo constituye la expresin ms pura del amor a
uno mismo. Como perversin sexual fue descrita por
Havelock Ellis. Sin embargo, no es difcil descubrir
otras manifestaciones de la misma tendencia: la mega-
lomana de algunos alienados, la morosa atencin
que el hipocondraco dedica a su cuerpo, diversos
aspectos de los nios, de los ancianos y de los pa-
cientes graves. Incluso, algo de ello afecta al amor
normal.
Muchos buceadores de los procesos psquicos ven
en el amor una forma de amor propio. Freud supuso
que la libido pertenece ntegramente al yo. que el
amor a s mismo es el principio de todo amor. Cuando
fluye hacia fuera se transforma en amor a objetos
(amor objetal). El hecho de que pueda refluir es
bastante conocido. En la mayora de los matrimonios,
un miembro de la pareja reprocha al otro que se ha
vuelto egosta. Y existen situaciones tpicas una
enfermedad, despus de un accidente, la vejez en
las que esta tendencia a retraerse, a encerrarse, a
cultivar el amor a s mismo resulta excesiva.
Hay un narcisismo normal primum vivere y
otro patolgico. La relacin entre ambos sufre evolu-
ciones y est sometida a mltiples influencias. Toda
persona es vanidosa, y el que lo es menos que los de-
ms se envanece precisamente de eso: de ser menos
vanidoso que sus semejantes.
Que el amor sea una forma de amor propio se funda
en est o: lo que principalmente nos agrada y atrae
es aquello que refleja nuestros puntos de vista. Grave
cuestin! (Por eso odiamos a quien descubre retazos
o fases desagradables de nuestra personalidad.)
Hasta dnde llega la propia estimacin? Qu
vrtigos produce? Induce a la soberbia, al desprecio
y, sobre todo, es responsable de errores. En La re-
belin de las masas, dice Ortega: El escritor, al to-
mar la pluma para escribir sobre un tema que ha es-
tudiado largamente debe pensar que el lector medio,
que nunca se ha ocupado del asunto, si le lee, no es
con el fin de aprender algo de l, sino, al revs, para
sentenciar sobre l cuando no coincide con las vulga-
ridades que este lector tiene en la cabeza... La rea-
lidad del amor a uno mismo establece definitivamente
la posibilidad del odio de idntica clase.
* * *
La escuela freudiana explica el fenmeno de la
agresividad hacia uno mismo y, en consecuencia, el
odio, admitiendo el principio del amor y el principio
de la destruccin, lo que equivale a instinto de vida
(Eros) y a instinto de muerte (Tnatos). El amor y
el deseo pertenecen al pri mero; la agresividad, al
segundo.
Del conflicto establecido entre las tendencias de
vida y las que pertenecen al instinto de muerte, sur-
gen los sentimientos de culpa que pueden producir el
odio a uno mismo. Yo creo que el motivo ms fre-
cuente de este odio est vinculado a la culpabilidad,
a reconocerse culpable de algo, lo cual no siempre
es consciente. Y, precisamente, el origen y la natura-
leza de los sentimientos inconscientes de culpa consti-
tuyen un punto, muy oscuro, de la teora psicoanal-
tica. Sin embargo, puede apreciarse en el nio. As,
su indefensin radical se vuelve sensible al temor de
ser aniquilado, pero no por un peligro exterior, sino
por su propia agresividad, por sus fantasas agresivas
nacidas de aquel principio de la destruccin o ins-
tinto de muerte.
El sentimiento de culpa procede de los primeros
aos de la vida, cuando se han dividido de modo sim-
ple los objetos en buenos y malos. Contra estos ltimos
van los ramalazos de hostilidad y odio. Es probable
que luego surja la necesidad de la reparacin. Si se
duda de la propia capacidad para compensar el mal
anhelado, la situacin interna puede ser torturante y
desesperada. El paso del tiempo agudiza el temor a
que aumenten las ansias agresivas, lo cual determina
el odio a s mismo, al considerarse, lejos ya de la
niez, una amenaza para los dems. Como exponente
del temor a la propia agresividad homicida resulta
paradigmtica la figura de Ricardo III, de Shakes-
peare :
Es ahora la muerta medianoche.
Hay gotas fras y terribles sobre mi temblorosa
[carne.
Qu es lo que tengo que temer? A m mismo?
['En realidad no hay nadie ms aqu' .
Ricardo ama a Ri cardo; esto es, yo soy yo.
Hay aqu un asesino? No. S. Yo lo soy...
Bien! Yo me quiero a m mismo.
Por qu razn? Por algn bien que ) o mismo
[me habr hecho a m mismo?
Por las odiosas hazaas que yo mismo he co-
[met i do. . . !
No tengo esperanza. No hay nadie que me quiera;
y, si me muero, ninguna alma tendr piedad de m.
No! Por qu iban a tenerla, pueto que yo
[mismo no encuentro en m piedad para m ?
El sentimiento de culpa que, desde otro punto de vis-
ta, corresponde a la idea del pecado, tiene inmensa
importancia. Quien a travs del sentimiento de culpa-
bilidad sabe que ha cometido un delito, en vez de temer
la pena, inconscientemente la desea. Jimnez de Asa
destaca como el caso ms tpico de necesidad de con-
fesin de necesidad de castigo el de Raskolnikof,
el protagonista de Crimen y castigo, de Dostoievsky.
Esto ya lo he comentado en otra ocasin, pero lo re-
pito aqu para dar unidad al captulo.
Esa necesidad de castigo aparece en Raskolnikof tras
haber asesinado a la vieja usurera y a su hermanastra.
Cuando de vuelta a su casa, despus de cometido el
hecho, le presentan la citacin para acudir a la comi-
sara (citacin que es para el pago del al qui l er), Ras-
kolnikof, aterrado, dice: Seor, que esto acabe lo
antes posible, y agrega: Si me pierdo, tanto peor
que me pierda, me es igual. 'VI bajar la escalera, ca-
minando hacia la comisaria, su desesperacin y su
indiferencia le hacen murmurar: Si me interrogan
tal vez confiese; y al subir la escalera de la oficina
policaca se le ocurre: Entrar, me pondr de ro-
dillas y contar todo... Despus de haber pasado en
la comisara enormes sobresaltos, cuando ya tranqui-
lizado ve que slo le llaman con motivo de deudas
con su patrona, Raskolnikof, en vez de marcharse.
tras haber firmado, permanece n su silla, con la ca-
beza entre las manos, y le asalta esta extraa i dea:
Levantarse inmediatamente, aproximarse a Nicomedes
Fomich y contarle lo que pas la vspera, con los me-
nores detalles: enseguida ir con l a su casa y ense-
arle los objetos ocultos en el agujero, en el ngulo
de la tapicera. Es decir, Raskolnikof tiene deseos
de mostrar los testimonios de su crimen. El impulso de
confesar su delito domina a Raskolnikof. Y este sen-
timiento de culpabilidad es desarrollado magistral-
mente por Dostoievsky.
El sentimiento de culpabilidad generalmente se ex-
perimenta por no cumplir norma alguna prescrita.
Grinberg lo considera como uno de los principios fun-
damentos de toda religin.
En Ttem y Tab, Freud ha hecho un estudio ex-
haustivo de este tema. La mayor parte de la teora y
prctica de las religiones se derivan y estn influidas
por el culto a los muertos, salpicado de miedo y de
calidades persecutorias. Tal temor resulta de la con-
ciencia culpable del vivo por los sentimientos ambi-
valentes si le am tambin le odi- experimentados
frente al muerto.
En la base de cualquier religin vibra la necesidad
de calmar el sentimiento de culpa y de aplacar a quien,
en el fondo, tiene caractersticas de padre. Las dos ma-
neras principales de intentar obtener esta reconcilia-
cin dieron origen a dos tipos de religin: la religin
del Padre y la religin del Hijo. En el monotesmo
judo, ejemplo de la primera, el nico representante
divino es el Padre, por l o que todas las relaciones de-
ben ser mantenidas directamente con El. En el segundo
tipo, existe un intermediario entre la humanidad y
Dios. Este papel puede estar representado por profe
tas o santos Mahoma, Buda o por un ser divino,
por el Hijo de Dios. As, en el Cristianismo, el mismo
Hijo de Dios toma sobre s la carga de los pecados
que afligen a la humanidad. Y la redime de ellos mu-
riendo. . . Pero aqu el sentimiento de culpa nos inte-
resa exclusivamente como primordial motivo del odio
a uno mismo. A esto slo es comparable el sentimiento
del fracaso. Ambos consisten en la prdida de algo
prdida afectiva lo cual libera la agresividad acu-
mulada en el sistema nervioso y frenada habitualmente
por sus funciones ms superiores, menos instintivas.
Cuando se produce el desequilibrio y se desencadena
la ira, la clera o el odio puede ocurrir que, como en
la caridad, comience por uno mismo pues uno es el
culpable del dao infligido a los dems o del propio
fracaso. Estas vctimas se pasan la vida escarbando
dentro de s en busca del filn bueno que las redima.
El hallazgo no acostumbra a realizarse. Los triunfos
que alcanzan los achacan a su capacidad de fingimien-
to o a la impotencia ms bien imbecilidad ajena.
Los errores se acumulan al saldo personal. De modo
espordico es posible sentir tambin una curiosa reac-
cin. Veamos. Un pianista no logra en un concierto su
rendimiento habitual. Si a pesar de ello obtiene un
triunfo rotundo, tanto llega a despreciar al pblico
como a odiarse a s mismo. Quien piensa y acta as
tiene muy exacerbado el sentido de la autocrtica. Una
crtica patolgica. Entonces el carcter destructuo de
la ira origina el autodesprecio capaz de culminar en el
suicidio. Expresiones como soy un fracasado, mi
vida no vale la pena de ser vivida, constituyen, con
frecviencia, el prlogo de muchos suicidios basados en
el odio a s mismo, en la manifestacin de una agre-
sividad centrpeta. Esta conducta de violencia descon-
trolada responde a un estallido de culpa persecutoria
que acta hacia dentro porque el instinto de muerte no
se ha podido desintegrar o proyectar. Todo se reduce
a la angustiosa forma del no querer ser quien uno es.
El suicidio es siempre un cuadro regresivo de natu-
raleza psictica. Los que naufragan en l lo buscan
como nica salida habl o de un tipo concreto de sui-
cidio frente a la implacable culpa persecutoria deri-
vada de crueles imgenes internas. Tambin, como
fantasa inconsciente, muchos suicidas parece que al
matarse orientan la agresin contra perseguidores rea-
les o imaginarios. Y a travs de tal recurso pueden
huir de ellos. Pero el ncleo central del cuadro alre-
dedor del cual giran las angustias y desvarios que im-
pulsan a semejante suicidio es la culpa persecutoria.
A veces, la ltima intencin del suicida consiste en
proyectar esta culpa insoportable. Sabindose o cre-
yndose culpable, el odio a uno mismo, en virtud de
la proyeccin, se lanza a los dems. Entonces, sospe-
cha Grinberg, la formulacin, el soliloquio determi-
nante de la propia muerte, sera el siguiente: No es
justo que sea yo quien cargue siempre con esta cul pa;
va que ustedes no me han comprendido ni ayudado a
liberarme de ella, me mato para que sean ustedes
ahora los que tengan que soportarla. Este fenmeno
surge en las relaciones amorosas cuando uno de los
amantes se daa, o intenta suicidarse incluso se sui-
cida! nicamente para herir al otro, para hacerle
responsable de su muerte. Y es que la agresividad di-
rigida contra uno mismo, como ha estudiado muy bien
Garma, puede ser una agresin dirigida contra los de-
ms. En primer lugar, el suicida, al matarse, se libra
de los ataques del medio en que vive. Y pretende in-
fluir en ese medio ya que su muerte desencadenar mu-
chas reacciones afectivas entre las personas que vivan
con l. Pensar en ello es uno de los motivos que le
impulsan a matarse. Se trata, en el fondo, de una ven-
ganza contra el mundo que ha promovido su resolu-
cin. Este es para Adler el factor psicolgico ms im-
portante del suicidio, el fundamento de todos los casos
y tentativas. El proceso consiste en que del inconscien-
te brota el deseo de enfermedad y hasta de muerte, en
part e para amargar a los familiares y en parte para
hacerles comprender el valor de la vida que haban
tratado mal .
Este sentido del suicidio, descubierto por el psico-
anlisis venganza contra el adversario, indirecto
homicidio del enemigo, lo llama Jimnez de Asa re-
salta notablemente en la figura de Getulio Vargas, Pre-
sidente del Brasil. Acorralado por sus opositores e in-
timidado por el Ejrcito, poco antes de quitarse la vida
escribi la siguiente not a: Al odio de mis enemigos
dejo la herencia de mi muerte. De esta suerte, el dis-
paro que destruy su corazn apunt tambin a otros
corazones.
Menninger ha definido el suicidio crnico. Es una
autodestruccin lenta en la que existe el elemento de
muerte pero falta el de matarse en acto inmediato y
terminante. Aplica tal concepto incluso a algunos ca-
sos de ascetismo y martirio, a santos que decanse pe-
cadores y cuyo sufrimiento constitua una expiacin.
Y, por supuesto, ese suicidio crnico concierne a
los alcohlicos, con erotismo no satisfecho y necesidad
de castigo basada en un sentimiento de culpa relacio-
nado con la agresividad.
Menninger considera otras manifestaciones autodes-
tructivas como un suicidio local. Actan contra una
parte del cuerpo. Tales son las diversas automutilacio-
nes neurticas, religiosas, psicticas, etc. Hasta algu-
nos accidentes pueden considerarse desde este punto
de vista. A menudo obedecen a un propsito incons-
ciente de morir o resultar herido.
La ambivalencia amor-odio se revela en el hecho
paradjico de que muchos suicidas no desean morir.
Esto lo sabemos muy bien los mdicos. En los hospi-
tales y centros de urgencia asistencial se ve con fre-
cuencia cmo sujetos que han intentado el suicidio pi-
den ser salvados. Les grita el amor a la vida, el amor
a s mismos que, horas antes, era desesperacin u odio.
Del suicidio de ndole masoquista hablaremos des-
pus.
Aparte del asesinato de s mismo Selbstmord,
llaman los alemanes al suicidio, si el sujeto es dbil
ante el ambiente que lo ha agredido, puede sentir con-
tra s mismo el odio sentido contra ese ambiente, vol-
viendo hacia el propio yo la agresin deseada para
el mundo. Existen casos de melanclicos que se hacen
reproches por su agresividad frente a la madre. Como
tal reaccin ha de ser reprimida, junto al continuo re-
proche surge la idea imperiosa de dirigir la ira hacia
s, de autodestruirse, de suicidarse.
El sentimiento de culpa permite infinitas posibili-
dades de odio a uno mismo. Unos lo albergan porque
intervinieron en un accidente que cost la vida a algn
ser queri do; otros porque su opinin o su consejo fue
causa de un desastre, etc. Tambin motiva los lla-
mados suicidios simblicos, el dejarse llevar, adop-
tando, ante lo inevitable del fracaso, un comporta-
miento de autmata, esencialmente rutinario, eco del
enorme vaco interior, o de la culpa falta de aptitud
para afrontar la vida que quema al prisionero de
su propio odio.
Y el odio a las partes de uno mismo? Odiar el
cuerpo que impide pasar la vida eterna vivencia
hallada en el fondo de algunos msticos; odiar al
rgano enfermo que le segrega a uno de ciertos as-
pectos de la vida; odiar la pierna amputada dolor
del miembro fantasma; odiar los ojos culpables de
ver lo que atormenta Edi po, cuando descubre su
tragedia, se destroza los oj os; odiar a unas manos
decadentes, instrumento, en otro tiempo, de grandes
triunfos caso del artista y del cirujano; odiar a
la propia voz; odiarse por emitir ftido aliento; odiar-
se por ruborizarse en momentos importantes. . . odiarse
por infinidad de pequeas cosas, y odiar a mltiples
matices propios. La cadena es interminable, pero siem-
pre hecha de sentimientos parapticos, enfermizos, que
tienen relacin con la culpa o el fracaso. Por parecida
razn se odian algunas vctimas de sus complejos de
inferioridad. A veces, esta clase de sentimientos apa-
rece bajo formas diversas: miedo, tristeza, desespera-
cin, vergenza, timidez. La esfera afectiva del indi-
viduo refleja su inferioridad o inseguridad que a me-
nudo le conduce a fracaso tras fracaso. El que conoce
sus escasas facultades est en idneas condiciones para
odiarse, de continuo o espasmdicamente, pues esta
ntima congoja tiene, como el amor, sus treguas, sus
fases de reposo, sus falsas apariencias.
El odio a uno mismo salta de rbita y desempea,
en otra distinta, un papel dentro del fenmeno general
del odio. Es posible odiar a los dems porque reflejan
lo que odiamos en nosotros mismos. Puede odiarse al
que miente nicamente porque nosotros nos sabemos
mentirosos. Y algo de esto acaece en ciertos aspectos
del odio racial. Steckel lo ve en el conflicto de los blan-
cos y de los negros. En efecto, es evidente la diversidad
de material humano que configura lo que actualmente
son los Estados Unidos de Norteamrica. Hubo en ese
material criminales, proscritos, nufragos de la vida.
psicpatas, con marcada tendencia al asesinato. Estos
instintos se intentaron reprimir hasta la aparicin de
un pueblo altamente moral, cuyo sentido prctico de
la vida contrasta con sus aspiraciones idealistas. Pero,
a la postre, el norteamericano se ha librado en tan
escasa medida de sus malos instintos como el europeo.
Al tratar todos los seres humanos de proyectar hacia
fuera sus vivencias desagradables, de desplazarlas sobre
el prjimo, resulta que el negro es el representante de
lo malo en el norteamericano. En el negro, el yanki se
odia a s mismo, odia a los piratas del oro y del alco-
hol, a las lacras que alberga. Idntico comentario cabe
respecto al antisemitismo. En el judo, el ario odia su
posible componente judo.
Todos ambicionamos, de una forma u otra, en grado
mayor o menor, tener dinero. Y nos excitamos e in-
cluso nos consumimos intentando alcanzar un nivel
material elevado. Somos idealistas porque el financie-
ro hart as veces slo comerciante de va estrecha
que llevamos dentro tuvo que ceder a las exigencias
de la tica. Quisiramos elevarnos por sobre nosotros
mismos, llegar a las cumbres. Y nos despojamos de lo
negativo, y se lo traspasamos al prjimo. Se puede
odiar a personas, a pueblos enteros, porque represen-
tan eso reprimido, que desearamos olvidar, de nuestro
propio yo. Tambin hay quien escupe su imagen refle-
jada en un espejo.
Un motivo muy frecuente del odio a uno mismo es
el remordimiento. En realidad, no corresponde exac-
tamente al concepto de culpa, aunque, a veces, se con-
funde con l. Tampoco el arrepentimiento. El arre-
pentimiento es el pesar de haber hecho alguna cosa
El remordimiento, el desasosiego, la constante sen-
sacin que acompaa a tal pesar. Un estado de nimo
en el que se vuelve a vivir el pasado. De pronto, apa-
recen soluciones para las circunstancias y problemas
ya acontecidos. Y se sufre a causa de los propios fa-
llos y, sobre todo, porque es imposible rectificar,
como les ocurre a los jugadores de ajedrez, que, en
sueos o vctimas de un excitante insomnio, ven de
pronto la jugada clave que deban haber efectuado.
Todo ello lleva a no querer haber hecho lo que se hizo,
a un vivir descontento de s.
Cuando el sentimiento de culpabilidad es muy in-
tenso puede conducir al suicidio en el cual influyen
diversas tendencias, motivos, y hasta el ambiente. Los
japoneses se hacan fcilmente el haraquiri al con-
siderarse indignos, traidores al emperador.
El remordimiento tambin conduce al suicidio como
le condujo a Judas. Segn las investigaciones realiza-
das por Garma existe una correlacin muy interesante
entre el remordimiento y las lceras gastroduodenales.
Mediante remordimientos, a causa de sus deseos agre-
sivos, ciertos enfermos de lcera de estmago se muer-
den a s mismos. Su conciencia los muerde por alguna
de sus ansias punibles y reprimidas.
* * *
Es notorio el intenso afn de humi l l ar a quien se
odia. En virtud de ello, cuando se siente un irrefrena-
ble deseo de ser uno el humillado, de recibir el mal-
trato del desprecio o de la agresin, todo indica que
en lo profundo serpea el odio a uno mismo. As acon-
tece en los masoquistas.
El fenmeno del masoquismo no encaja aqu consi-
derado totalmente. Me ocupo de l en lo que tiene de
tendencia autodestructiva, en relacin con la culpa
persecutoria, en su dependencia de Tnatos.
El trmino masoquismo evoca al barn alemn Leo-
poldo von Sacher Masock, que vivi de 1835 a 1895.
Fue profesor de Historia y novelista. Sus obras ms
conocidas son: Venus con pieles, El ltimo rey de los
magiares y La mujer divorciada o la historia ertica
de un idealista. Vivi mucho tiempo con Wanda von
Dujan, la cual colm sus extraas ansias de ser humi-
llado y golpeado segn la variedad de maneras que
describe en sus libros.
El fondo del masoquismo est constituido por la
humillacin. Equivale al autodesprecio. Como el sa-
dismo, se expresa frecuentemente vinculado al sexo.
Sin embargo, su proyeccin alcanza otras esferas.
Hay un tipo de masoquista cuyas apetencias sexua-
les slo pueden satisfacerse con personas de ms baja
clase social. D. H. Lawrence lo refleja en su novela
El amante de Lady Chatterly. Se trata de una mujer
de posicin social elevada que se entrega a un guar-
dabosques. Somerset Maughan plantea idntico tema
en Servidumbre humana, donde un estudiante de Me-
dicina aparece dominado por una sirvienta de restau
rante. Conocida es la historia de William Lluzlitt, fa-
moso ensayista que arruin su vida frecuentando mu-
jeres de baja estofa.
El masoquista busca una relacin que lo rebaje. Por
eso aparece siempre con su deseada humillacin a
cuestas.
Los caracteres del masoquismo son tpicos. El len-
guaje de los dominados por esta pasin es como el
que empleara un esclavo hacia su amo o ama. Adop-
tan posturas que descienden su nivel humano hasta los
lmites de la anulacin. Sedientos de castigo, los ma-
soquistas buscan que los maltraten. A un masoquista
8
pertenecen estas pal abras: Slo soy feliz cuando soy
infeliz. Cabe mayor desprecio, mayor odio a la pro-
pia personalidad?
Algunas austeridades practicadas por ciertos ascetas
religiosos se derivan de tendencias masoquistas. Desde
remotos tiempos, la propia flagelacin ha formado
parte de muchas religiones. Durante el siglo xm, una
verdadera epidemia de flagelaciones en masa invadi
Italia, Francia y Alemania. Los penitentes se azotaban
las espaldas en presencia de una gran multitud a la
cual llegaba a dominar el impulso de imitarlos. Pero
antes que domar sus deseos sexuales, esta mortifica-
cin de la carne sola aumentarlos. La Iglesia, final-
mente, prohibi tal tipo de culto.
No es correcto suponer que todos los ascetas reli-
giosos que se flagelaban, porque sus pecados merecan
penitencia, recibiesen con agrado la inesperada conse-
cuencia de su disciplina. Les desesperara sentir que
sus apetencias crecan, creyendo en nuevos asaltos de
las potencias diablicas.
En el masoquismo es preciso distinguir los que se
dan cuenta del factor sexual de los que no se dan
cuenta.
La flagelacin ha sido usada como afrodisaco. En
los fastos masoquistas se evoca el lujoso establecimien-
to de Teresa Berkeley, en 28 Charlotta Street, en Lon-
dres, durante la primera mitad del siglo xix. Era un
burdel equipado con gran variedad de instrumentos de
tortura. Esta carta, dirigida a la seora Berkeley, reve-
la el estado mental de los ricos clientes de aquella casa:
Querida seora: Soy un nio muy malo y absolu-
tamente incorregible. Las ms famosas ayas de Lon-
dres han hecho uso de toda su sabidura, pero no han
logrado romper mi recalcitrante espritu... Me reco-
mienda el conde de G..., ntimo amigo de usted. Casi
me puse a bailar de gusto al or lo del caballo que,
segn dicen, est construido especialmente para cas-
tigarnos a nosotros los muchachos malos. Le har a
usted una visita a comienzos de febrero, al ir a Lon-
dres con mi amigo el conde para atender nuestros de-
beres parlamentarios. Pero para evitar malas interpre-
taciones entre nosotros, he aqu mis condiciones:
1) Debo ser firmemente encadenado con las cade-
nas que yo mismo llevar; 2) una libra esterlina por
la primera gota de sangre; 3) dos libras esterlinas si
la sangre me corre hasta los talones; 4) tres libras es-
terlinas si la sangre me cubre los talones; 5) cuatro
libras esterlinas si la sangre llega al suelo; 6)
cinco libras esterlinas si logra hacer que yo pierda el
conocimiento.
El drama del masoquista ocurre en el inconsciente.
Su conducta puede comprenderse si lo consideramos
como a una persona que lleva encima un tremendo
peso de culpa reprimida que influye en sus actos. Esto
lo ha demostrado el psicoanlisis. El exagerado senti-
miento de culpabilidad hace surgir el deseo del cas-
tigo. Ahora bi en: castiga uno a quien cree que l o
merece. En el fondo del masoquismo late el odio a uno
mismo, mejor an, a la variacin del odio que es
el desprecio.
Si el deseo de castigo aparece entreverado al placer
se debe a la constante relacin del amor y del odio.
Aqu el amor ha de entenderse exclusivamente en el
sentido carnal y morboso, desprovisto por completo de
su contenido espiritual, idealista. El pervertido igno-
ra el mecanismo del proceso. Slo sabe que obtiene la
satisfaccin sexual de un modo anormal.
Papini, en la imaginaria entrevista que. en uno de
los captulos del Libro negro, sostiene con Stendhal,
hace una observacin: el verdadero cristiano debe
odiarse a s mismo. Por ello se entiende el odio a su
carga de pecado. Inmediatamente vemos al fondo de
esta angustiosa vivencia al penitente que soporta el
cilicio, o al cartujo que estremece el silencio de la alta
noche flagelndose en su celda.
Odio il peccato e non il peccatore, dicen los ita-
lianos. Pero el pecado comenta Papini no tiene
existencia propia, abstracta, impersonal. Est siempre
encarnado en ciertos hombres. El que odia el pecado
tiende a odiar al pecador, es decir al prjimo con
lo cual cae l sin querer en el pecado y, sobre todo,
a s mismo. Si yo odio el robo que he cometido, por
fuerza tengo que odiarme.
La deformacin masoquista de la personalidad se
presenta a veces como factor nico o casi nico del
suicidio. Berliner ha estudiado profundamente el sui-
cidio de origen masoquista. Muchas tendencias suici-
das, sobre todo en individuos jvenes, tienen por causa
un deseo de eliminarse a s mismos para satisfacer a
una persona querida que saben que no los quiere, pero
cuyo amor necesitan. Una enferma masoquista, tratada
por Berliner, deca que su mayor culpa era no haber-
se matado para alegrar a sus padres. Las personas que
se suicidan siguiendo este tipo de mecanismos piensan
conseguir el amor a cambio de la muerte, ya que los
muertos son queridos y no constituyen ninguna carga
para quienes han de soportarlos. Es el caso del hijo
no deseado que ha muerto y del que los padres con-
servan un grato recuerdo.
En trminos generales, la agresividad contra el yo,
brotada del fondo masoquista, hace que las personas
se suiciden a causa de sus sufrimientos. Jimnez de
Asa concibe el problema as: el mundo circundante
oprime y martiriza y despierta en el individuo senti-
mientos de agresividad que no pueden ser satisfechos.
Le es imposible luchar contra el medio en que est
inmerso o es incapaz, por ejemplo, de dar muerte al
dueo de la mujer que ama. En consecuencia, el suje-
to dirige la agresin contra s mismo.
Tambin reconquistar el amor o la estima con el
propio sufrimiento, con el definitivo sacrificio de la
muerte, puede ser, para el carcter masoquista, el im-
pulso del suicidio.
Amor a s mismo, odio a s mismo, como cualquier
otro amor y cualquier otro odio, son dos caras distin-
tas, fundidas, de este sorprendente y casi incompren-
sible fenmeno que es el fenmeno humano.
Hacia los dems experimentamos sentimientos de
amor y sentimientos agresivos, hostiles, en cantidades
variables. Depende de las circunstancias, de nuestra
satisfaccin o insatisfaccin, del comportamiento del
otro. Gustave Richard sostiene que amar solamente,
u odiar solamente, no existe salvo por breves instantes.
La observacin me parece exagerada. Quiz lo apro-
piado sea habl ar de las rfagas de odio ms bien
rfagas de ira o de clera que salpican el amor.
Tambin la ternura puede salpicar el odio. Caracters-
tica bsica del ser humano es que es eminentemente
contradictorio. Su comportamiento no se atiene a un
cdigo binario. Pero en su vida sentimental cabe otra
posibilidad: cabe que los impulsos de amor y odio
queden fuertemente intrincados, debido a la represin
de las tendencias agresivas y que, al mismo tiempo,
no sienta nada por el prjimo. Esto es la indiferencia,
la actitud del que ni espera ni desespera. Una forma
simblica de nihilismo, un sumergimiento en la nada.
V
LEYES Y DERIVACIONES
DEL ODIO
Dice Ortega que cuando odiamos ponemos entre
ello y nuestra intimidad un fiero resorte de acero que
impide la fusin, siquiera transitoria, de la cosa con
nuestro espritu. Esto pudiera aparentar un total ale-
jamiento del objeto del odio. Sin embargo, entre el
que odia y lo odiado existe una cadena. Un extrao
poder imntico los mantiene en constante atraccin.
Excepto el amor, nada ata tanto como el odio.
Es evidente que Calvino y Servet se odiaban, pero
no hacan ms que buscarse. Estaban ligados por
lo que de atraccin y de repulsin tiene el odio, sen-
timiento de doble filo que, adems, se intensifica,
como ocurre en el caso de Servet, cuando va unido
a la timidez. As ha sabido verlo Maran, al comentar
uno de los primeros contactos entre Servet y Calvino,
definidos ya teolgicamente y a punto de chocar: Ser-
vet invita a Calvino a una polmica en una casa, ele-
gida por l, en la calle de St. Antoine, cerca de la
Soborna. Calvino acudi a la cita. Servet, no. No se
atrevi, pero no por miedo fsico, como dijeron los
calvinistas, sino por timidez espiritual, por temor a
su propia responsabilidad. Yo me imagino que sali
de su posada y rond la casa elegida y acaso vio en-
trar en ella a su dolo y ri val ; y, al fin, arriesgando
lo que de l haban de murmurar sus enemigos, deci-
di no ent rar; y dej intactas en su alma, la ansiedad
de la atraccin y el recelo que, a la vez, le inspiraba
aquel hombre, que era ya y sera para siempre su obse-
sin... Este odio persisti toda la vida. El odio y la
atraccin. El ms apasionado de ambos, Miguel Ser-
vet acudi a Ginebra, sede dictatorial de Calvino,
deslumhrado por su dolo y enemigo igual que los in-
sectos por la luz. La luz fue la hoguera.
Para odiar y para amar es preciso reconocer un valor
al objeto. Sin embargo, hay una diferencia. El odio
exige la ley de la proximidad y de la semejanza (se
odia lo parecido a nosotros; lo muy inferior no nos
molesta), y requiere una concentracin de ira, pues,
si sta estalla libremente acabara ipso facto con lo
odiado. Si lo que se odia fuese muy superior, no pro-
ducira odio, sino temor admirativo. A Dios, dice Mira,
se le teme o se le ama, pero es imposible odiarle.
Tampoco podemos odiar una hormiga.
Existe el miedo a la plenitud arrolladora. Y se odia
a esta plenitud como a quien nos produce un sufri-
miento o, simplemente, nos humilla. Cuando resulta-
mos impotentes frente a ella se produce un viraje
en redondo del comportamiento. Surge el temor al
odio de los dems, a los que nosotros odiamos. Tal es
la razn de utilizar de un modo desequilibrado e in-
sincero la cordialidad y el afecto. Quien as acta
pretende sortear aquel odio y sus peligros. Los divos y
los polticos constantemente sonren, constantemente
derraman a raudales sus buenos sentimientos para li-
brarse de la hostilidad, del odio que tanto los per-
judicara.
El hombre, utiliza el odio, incluso, como mtodo
natural de defensa. Odia a la virtud, odia a la po-
breza, odia el dolor, odia a la enfermedad... odia a la
muerte. El hombre es capaz de odiar todo aquello que
constituye un perjuicio para l. En este sentido, igual
puede odiar a la verdad que a la mentira. Depender
de lo que una y otra representen en su existencia.
Ahora bien, esto es realmente odio? Si especfica-
mente no lo es se le parece bastante. En alguna de
las circunstancias a las cuales me refiero se plan-
tea una idntica pregunta en cuanto al odio y al amor.
Puede decirse de verdad que alguien ama u odia a la
muerte? Ello presupone saber lo que es la muerte...
Pero en fin, el hombre tiende a odiar lo que teme. Re-
cordemos la frase de Cicern: Oderint dum metuant
(me odian, luego me t emen).
* * *
Entre las variaciones, fugas o salidas, derivaciones,
en suma, del odio, se encuentra el desprecio. Siempre
est basado en la desvalorizacin. De pronto, se acep-
ta que lo que se odia no merece la pena. Ni preocu-
pacin, ni clera. Surge el convencimiento de la pro-
pia superioridad y se intenta, se fuerza el olvido. Cuan-
do la persona odiada aparece en el camino, volvemos
la vista o cambiamos de acera. Tales son las manifes-
taciones ms elementales del alejamiento despectivo
que sirve para contener la avidez y aplacar el
odio. Si alberga un excesivo deseo de venganza y de
desquite, puede llevar a una reaccin psicolgica muy
peligrosa, consecuencia del desengao. De ste nace
un odio y un desprecio por la vida capaz de conducir
al suicidio.
\ veces, el desprecio parece que se materialice. En-
tonces deseamos expulsar lo odiado como si fuera un
picor. Mediante nuseas y vmitos, muchos histricos
manifiestan, de forma simblica, su hostilidad segn
la curva odio, desprecio, asco.
A la persona despreciada se le aplica una especie de
ley del silencio y es borrada del escenario donde acon-
tecen las actividades del despreciador. Ni un pen-
samiento, ni una mirada, ni una palabra para l. Esto
es ms intencional que efectivo. La dosis de odio que
late en todo desprecio impide que ese ser sobre el
que se ha proyectado semejante reaccin desaparezca
del horizonte personal, como ocurre en el caso de la
indiferencia.
Lo que produce el desprecio, igual que lo que pro-
duce el afecto, corresponde al valor global o a carac-
tersticas parciales del individuo. Y ambas vivencias van
ligadas a lo que se entiende por dignidad del hombre.
El prjimo es situado sobre una ordenacin objetiva
y comparativa de valores generales. El que desprecia
acta penetrado del sentimiento de su propio valor,
lo cual le lleva a establecer barreras de espacio y
tiempo, a apartarse de quien no es merecedor de su
estima. A arrojarlo lejos de s o a borrarlo de su
campo visual. En el desprecio miramos al otro por
encima o miramos ms all de l porque no lo consi-
deramos digno de acompaarnos en nuestra convi-
vencia. La persona despreciada sigue existiendo en
nuestra vida, pero, debido al odio, se la considera un
obstculo que hay que salvar, bien tirndolo por la
borda, bien saltando por encima de l.
Hay una actitud, una postura vital, bastante di-
fundida, que sin llegar a ser autntico desprecio tiene
diversos puntos de contactos con el mismo. La dife-
rencia quiz estriba en que en tal actitud falta la dosis
de odio, presente en el verdadero desprecio. Me refie-
ro al comportamiento de esas personas que se colocan
siempre a distancia de sus semejantes, que actan de
modo fro aunque objetivamente correcto. Se trata
de una supervaloracin del yo. O de una reaccin
de defensa. Entonces no se deriva del odio, sino del
miedo.
El desprecio de s mismo, constituye el fondo de
muchas actitudes autodestructivas. Esta es una cues-
tin difcil de valorar y de comprender. Vivir con un
cadver a cuestas tiene que ser desintegrador. Es el
propio sujeto el erigido en juez de s mismo, pres-
cindiendo por completo del juicio del mundo exte-
rior, quien dictamina tal condena. Normalmente, el
desprecio a s mismo proviene de una serie de insatis-
facciones, mezcladas con un enfado, mezcladas con ira,
que tiene su motivo en las decepciones del egosmo, del
ansia de poder o de la necesidad de estima. Los que se
desprecian as mismos no lo hacen solamente a conse-
cuencia de sus posibles errores o de los males que
han cometido, lo hacen tambin por no haber conquis-
tado ningn valor en la estima de los dems. En
cualquier caso, se odian a s mismos.
La derivacin del odio ms vinculada a las ansias
exterminadoras es la venganza. Parte del concepto de
la reciprocidad, del ojo por ojo y diente por diente
de la ley del Talin. Quien se venga trata de ratifi-
car su superioridad infiriendo dao y sufrimiento al
objeto de su venganza, la cual constituye un consuelo
desde el momento en que se planea. Una vez cumplida,
el vengativo descansa, y, vaco de rencor, prosigue su
camino. Si le asalta el remordimiento, es pasto de
la tortura.
La venganza suele presentar la dificultad de su
realizacin. No siempre puede llevarse a cabo (cuenta
el temor a la agresin del cont rari o). Exige circunstan-
cias favorables, poder. El afn de venganza tambin se
limita a desearla a travs de la maldicin, que es
algo inefable entre el hombre y el misterio, entre lo
humano, lo mgico y lo divino. Al maldecir clama
uno a estos factores. El permita Dios que te parta
un rayo, alberga apetencias homicidas que el suje-
to no puede satisfacer; el as se te vuelva veneno lo
que comes, invoca a fuerzas misteriosas.
La ejecucin de la venganza, elaborada in pectore
e in mente, sigue su propia, especfica trayectoria, o
la de la traicin. Esta realiza indirectamente los sen-
timientos agresivos. Traiciona, por supuesto, el que
odia, pero tambin traiciona el que teme (cuntas
traiciones por miedo, cuntas apostasas por t error?) .
Y hay otros muchos motivos capaces de desencade-
narla. Pero, en general, el traidor siente odio, bien
porque lo alberga inicialmente, bien porque sus con-
veniencias le llevan por otros caminos, o porque ha
sufrido una defraudacin en lo que, siendo su amor,
ha pasado a ser objeto de su odio.
La traicin y la venganza suscitan complejas cues-
tiones. Para muchas gentes aparecen unidas a la idea
del fatalismo, ligadas a un destino inexorable del cual
es intil huir. Las circunstancias, el ambiente, el mis-
terio, hacen del hombre un desvalido. Los actos no
siguen la direccin anhelada o sufren influencias in-
controlables. Muchos estn convencidos de que pur-
gan culpas ajenas, vctimas de esotricas venganzas.
Y pagan con la misma moneda.
Pero de las pasiones derivadas del odio la ms de-
moledora es el resentimiento o rencor. Preso en la
intimidad personal fermenta su acritud hasta que ad-
quiere el grado de venganza. No obstante, entre el
resentimiento y la venganza existe una diferencia. El
planear la venganza produce pl acer; el resentimiento
tortura al resentido. Lo carcome, porque, en prin-
cipio, es una frustracin vengativa que no se diluye
ni se extingue. Injertado al yo, el resentimiento se
transparenta en los actos. Est en el hombre como
Pabl o en sus Epstolas. Y amarga la existencia a
quien lo padece.
El resentimiento sustenta alguna probabilidad de
triunfo sobre lo odiado, pero la pierde por falta de
coraje. Esto hace que se incremente su desesperada
sed de vindicta, al mismo tiempo que percibe su infe-
rioridad y no se conforma con ella, odindose tanto
o ms que lo que primitivamente odi. Cualquier
gesto de generosidad, conciliacin o complacencia,
slo sirve para empeorar el resentimiento. El resentido
ni siente generosidad ni la acepta. Herido por el grave
mal, huella su camino. nicamente puede hal l ar la
salvacin a travs del olvido. 0 borra el pasado o se
olvida de s mismo. Algo imposible. Por eso es ma-
soquista. Aumenta sin cesar los motivos de rencor que,
a su vez, le torturan. Las fuerzas vivas del resentido
actan contra el mundo y contra l. De este conflicto
nace una inmensa sensacin de vaco.
Cuando la vida sita al resentido en contacto con la
generosidad o el amor, el resultado es catastrfico.
Tal aconteci en la familia Bonaparte. En sus mismos
hermanos tuvo Napolen a sus peores enemigos. Nun-
ca le perdonaron las honras, los ttulos y las riquezas
que les dio. Siempre se consideraron merecedores de
ms, atormentados por la esclavitud del agradecimien-
t to que caracteriza a quienes se abrasan al calor del
poderoso. Su actitud es cautelosa, ambivalente -de
afectos y odio, hasta hal l ar la fisura para herir
a su benefactor, pues consideran pegenos los bie-
nes recibidos, desproporcionados a su verdadera ca-
pacidad.
El resentimiento debido a una falta o limitacin de
ciertas posibilidades, produce una reaccin muy con-
I
creta. Algunos de temperamento frgido, eunocoide,
que se saben incapaces o dbiles, persiguen lo que no
pueden practicar. Odian cualquier sensualidad, cual-
quier placer. Este es el caso de Robespierre, cuya pobre
dotacin para el amor fue en parte causa de su re-
sentimiento del que deriv la idea de procurar la fe-
licidad de la humanidad mediante una moral rgida,
slo posible de alcanzar imponindola por el terror.
Robespierre aparece ligado al odio como Einstein a
la relatividad o el estoque al torero. Constantemente
alberga el mismo grado de pasin. Es fro, calcula-
dor, inflexible, frente al fogoso y sugestivo Danton,
frente a la inteligencia y agresividad de Marat, frente
a todo. Ello le lleva a desembarazarse sin piedad de
enemigos y compaeros que se interponen a sus am-
biciones y afn de dominio. Desde la cima del poder
hace pagar muchas de las humillaciones y menospre-
cios que sufri. Robespierre es hijo de la ira como
todos los resentidos. Hasta el amor su vida privada
resulta muy oscura le supuso tormentos. Engen-
drado antes de casarse sus padres, arrastr un senti-
miento de culpabilidad que horad sus horas.
El resentimiento impulsa con frecuencia a la cruel-
dad. Muchos aspectos de la trayectoria poltica de
Hitler tienen la impronta de los resentimientos incu-
bados durante su niez y juventud. En el colegio
fue vctima de diferentes mofas, debido a su torpeza.
Como pintor, fracas; no pudo ingresar en la Acade-
mia de Bellas Artes de Viena. En el ejrcito, era cabo.
Despus de la primera Guerra Mundial, no supo crear-
se un porvenir normal. Los fracasos amorosos contri-
buyeron a alimentar su sed de venganza.
Reconocen su culpa los resentidos? Es evidente
que en el resentido existe un tcito deseo de expiar
su cobarda o su ineptitud que le hunde en su propio
I
infierno. De ah su antipata. Socavado por una ntima,
profunda pesadilla, considera hostil cuanto le rodea
y hostilmente se comporta.
* * *
Analicemos ahora la dosis de odio que late en va-
rias actitudes humanas. As ocurre en la envidia, cuya
carga colrica es considerable.
El hombre tiende a acumular dentro de s y a su
alrededor todo lo que considera bueno. Sus aspira-
ciones, a veces, son insaciables y motivan la compa-
racin de la que surge la envidia: un crculo vicio-
so integrado por el deseo, la frustracin y el odio.
Quien envidia desconoce la paz. Siempre descontento,
siempre inquieto, su vida es un tormento. Principal-
mente repara en lo que no tiene, se consume de an-
siedad y ataca con el odio. Por eso desprecia y des-
acredita a los poseedores de aquello que a l le falta.
| Una de las variedades ms importantes y menos
conocida de la envidia es la envidia inconsciente ha-
cia el otro sexo. No se la suele reconocer, salvo cuan-
do se vuelve consciente: mujeres que consideran a los
hombres dotados de ventajas que ellas quisieran po-
seer y hombres cuya vida ertica es conscientemente
homoxesual. Sin embargo, cada uno la alberga en
, cierto grado y puede, incluso, tener una gran fuerza
[ inconsciente sin que el interesado lo sospeche. Si la
bisexualidad l as personas albergan restos del otro
sexo, del que no ha triunfado durante el desarrollo em-
briolgico no est bien integrada y diluida en la
trama somato-psquica, si las actitudes masculinas y
femeninas simplemente alternan o entran en conflicto,
los dems nuestros espectadores captan algo de
su significado original. Piensan que la seora o la
!
fe
seorita Prez es un tipo de mujer masculina o que
el seor Garca es ms bien dbil o tiene algn rasgo
femenino, quiz el exhibicionismo u otro.
Entre los componentes de la envidia hacia el otro
sexo, Rivire cree que destaca un claro sentimiento de
carencia y el deseo de algo ms que lo que se posee.
Ese deseo, sobre todo, en los nios pequeos, se re-
laciona con lo que literalmente no se tiene, con partes
y funciones corporales que nunca se tendrn. Las
nias envidian a los nios y a los hombres el pene y
lo que pueden hacer con l : dirigir la orina, introdu-
cirlo en la mujer proporcionndole hijos. Las mu-
jeres envidian a los hombres su fuerza fsica y sus
poderes intelectuales. Si esa envidia es muy aguda y
constante determina situaciones que tienden a demos-
trar que ellas pueden hacer tanto como cualquiei
hombre (inconscientemente se otorgan todos los rga-
nos y funciones masculinos y, por supuesto, el mismo
cerebro y destreza que el hombre). Probablemente, lo
que las mujeres ms envidian es la capacidad mascu-
lina para tomar iniciativas y emprender nuevas em-
presas. Esto quiere decir que en el aspecto de la en-
vidia y en el de la admiracin, la mujer valora al
mximo la autoconfianza.
El deseo varonil seguimos en el neblinoso mundo
inconsciente de realizar funciones femeninas se pone
de manifiesto en los pintores y escritores que sienten
que dan a luz a sus obras, como una mujer, tras una
larga gestacin. Psicoanalticamente, los artistas tra-
bajan con la parte femenina de sus personalidades.
Esto slo puede admitirse en el sentido de que las
creaciones artsticas se engendran en la mente y de-
penden poco o nada de las circunstancias externas.
La afirmacin, ya lo he dicho otras veces, me parece
un tanto descarriada. La caracterstica masculina ms
especfica es siempre la creacin crear un hijo, crear
un puente, crear, como cre Chopin, Nocturnos ins-
pirados en una mujer y la tendencia a lo abstrac-
to. Los mismos psicoanalistas consideran que el hom-
bre prctico, que trabaja en un mundo prctico, en
cuestiones externas, ms independientes de sus propias
creaciones, realiza funciones tpicamente masculinas.
Pero lo prctico, la vida impregnada de practicismo,
la huida de lo abstracto hacia lo concreto, es, cien
por cien, atributo de la mujer.
Y la crtica? Es una forma o una derivacin del
odio? La crtica, en principio, nada tiene que ver
con el odio. Etimolgicamente, criticar significa tomar
postura o decidirse ante algo. La palabra crisis equi-
vale a decisin, de donde se deriva que un juicio cr-
tico es una afirmacin decisiva y, por tanto, un crtico
resulta como un j uez: el que decide acerca del va-
lor de algo. Tericamente, la funcin crtica habra
de ser tan prdiga en elogios como en censuras. Los
hechos demuestran que no suele ser as, y la gente
emplea el trmino en su acepcin peyorativa. Por
consiguiente, desde el punto de vista prctico, criticar
viene a ser hablar mal y tratar de desvalorizar algo.
Cuando ste es su fin se debe a la envidia, que yace
bajo la funcin crtica y que desencadena el impulso
corrosivo de la ira.
Finalmente, echemos una mirada a la irona y a
la soberbia.
La irona entraa cierto sadismo. El irnico pre-
tende, mediante la burla, humillar a su adversario
y mostrar su superioridad. Los humorismos que estn
verdaderamente lejos del buen humor recuerdan a
la irona. El humorista de este tipo no arremete con-
tra lo que ama sino contra lo que odia.
La soberbia est relacionada con la ira, con el
9
odio. El vanidoso, el autntico orgulloso de s mismo,
trata de disimularlo. El soberbio mantiene una cons-
tante agresin hacia el ambiente. No agradece la su-
misin. Sabe, en el fondo, que carece del valor al
cual los dems rinden pleitesa. Solamente lo finge.
La soberbia es un proceso de compensacin del fra-
caso. Tiene el signo del malestar y de la falta de paz
debida a la presencia subyacente de la ira.
VI
FACTORES PERSONALES
Y
AMBIENTALES DEL ODIO
Hay personas predispuestas a odi ar? Esta pre-
gunta tiene, naturalmente, un sentido biolgico. Se
refiere a que porque un individuo tenga una cons-
titucin determinada, unas caractersticas fsicas y es-
pirituales precisas, sea ms o menos proclive a al-
bergar la pasin del odio. La cuestin, en principio,
y de un modo aproximado, hay que basarla en el pa-
ralelismo entre la estructura fsica y la espiritual.
Como es bien sabido, los delgados o astnicos son de
un temperamento diferente al de los gruesos o pc-
nicos. Sin embargo, en la actividad cerebral, tanto
como los factores genticos, recibidos de los proge-
nitores, y los que pertenecen a los grupos y a la es-
pecie, intervienen la experiencia personal, que realiza
una seleccin del medio en el que el individuo vive
y determina parte de su comportamiento hacia ese
medio. As se explica cmo contribuyen a la gnesis
del odio las privaciones, el hambre y el sufrimiento.
Las personas con especial capacidad para odiar
poseen en notable grado los instintos de agresin y de
crueldad. Todo ello integra lo que Nietzsche llam
voluntad de dominio, causa de guerras y revolu-
ciones a lo largo de la historia. Durante "los perodos
normales, tales instintos se proyectan a diversas es-
feras (los deportes, los toros, etc.). Cuando se acumu-
lan y se unen a otras vivencias, sobre todo al. miedo,
desencadenan catstrofes anlogas a la acontecida hace
poco en un stadium de Buenos Aires al terminar
un partido de ftbol. El pnico y la agresividad, que
en este caso persegua la salvacin, fueron el mo-
tivo de los muertos de aquella tarde, pisoteados, rotos,
por la multitud enloquecida. El instinto de agresin
bajo los efectos del miedo se convierte en instinto de
salvacin y produce los mayores desmanes. Salta por
encima de todo, lo arrasa todo.
De entrada, podramos preguntarnos, a tenor de
los factores mencionados, quienes son las personas que
normalmente albergan ms instintos agresivos y, como
consecuencia, los que tienen mayor predisposicin a
odiar a sus semejantes. La cuestin no puede contes-
tarse de modo directo. El odio es una resultante de
la vida emocional y del ambiente. Y no ha sido estu-
diada, en estos aspectos, a escala adecuada para de-
ducir valoraciones. Es igual que si nos pregunt-
semos quines son los ms capaces de sentir amor.
Tampoco podramos establecer conclusiones. nica-
mente resalta que los temperamentos esquizoides ti-
po psquico que corresponde al astnico son me-
nos sociables que los cicloides temperamento de los
pcnicos y atlticos. En tal insociabilidad destaca
su desagrado constante, el repudio directo en sentido
defensivo u ofensivo. Esta aversin al trato con la
gente oscila desde la ms leve ansiedad, recelo o ti-
midez, pasando por la frialdad irnica y la indolencia
obstinada, hasta la antropofobia activa, incisivamente
brutal, esto es, el odio a las personas. En relacin
con la agresividad, como el pcnico es ms sociable y
I
ms susceptible de adaptarse al ambiente, suministra,
segn los estudios de Mezguer, el contingente ms
reducido de criminales. En cambio, el esquizoide, el
que posee el temperamento correspondiente a los in-
dividuos delgados, ofrece de acuerdo a su estructura
psquica una base ms extensa de actuacin criminal.
Su insociabilidad, su autismo, su egosmo fro, su irri-
tabilidad, le predisponen, como ya he dicho, al odio
y en su virtud a las tendencias homicidas.
En cuanto a las diferencias determinadas por el
sexo, si grande es la capacidad de amor de la mujer
no lo es menos la de odio. Nietzsche cree que en el
odio las mujeres son ms peligrosas que los hombres.
Ellas no se detienen en la hostilidad, una vez des-
pierta sta, ante ningn escrpulo de equidad, sino
que dah rienda suelta a su odio hasta sus ltimas
consecuencias. Son muy expertas en buscar los pun-
tos vulnerables, que todo hombre o todo partido pre-
senta, y en dirigir a estos puntos sus ataques para lo
cual su espritu, aguzado como un pual, les sirve
a las mil maravillas.
Resoecto al ambiente, el odio se intensifica cuanto
menos liberado est el potencial agresivo que lo ali-
menta. Por eso abunda en los seres pasivos o amorda-
zados y escasea en los individuos dinmicos, libres. No
es fcil odiar si uno est absorbido por la accin. Pie-
rre Janet estima que los misioneros que polemizan,
combaten, trabajan y viajan, no odian. En cambio,
tal pasin es ms frecuente en la aparentemente humil-
de v tranquila monja de clausura. Al consumir su exis-
tencia en constante mortificacin y. sobre todo, vida
contemplativa, tiende a albergar en sus planos subcons-
cientes considerables dosis de odio.
Y sto es lo que puede decirse a grandes rasgos de
la predisposicin biolgica o personal al odio. Cual-
quier otra est en relacin directa con la biografa
del sujeto, con el ambiente que vive, con las circuns-
tancias que lo rodean. No cabe, por tanto, incluirla
en un esquema.
Sin embargo, se puede ahondar bastante en este
tema, ya que, desde los puntos de vista que estamos
comentando, el crimen s ha sido muy estudiado. Y
es obvia la relacin entre el crimen y el odio. A
pesar de que del crimen, en cuanto fenmeno antro-
polgico, me ocupar despus, examinaremos ahora
los factores personales y ambientales que predispo-
nen o conducen al mismo. A fin de cuentas son facto-
res personales y ambientales del odio.
Empecemos, pues, por las llamadas bases antropo-
lgicas del crimen, es decir, por las bases antropol-
gicas del odio, al menos del odio que conduce al
crimen, el ms importante, el ms trascendental para
la sociedad humana. Y en la actualidad el ms fre-
cuente.
Fue un mdico vienes de principios del siglo pa-
sado, Francisco Jos Gall, quien, analizando la psico-
loga de las personas, apreci una posible relacin
entre determinadas caractersticas temperamentales y
ciertas especiales configuraciones del crneo. Adopt
un criterio de superficie, que posteriormente gan en
profundidad.
Debido a la extensin de la corteza cerebral y a
la complejidad funcional del sistema nervioso, se pen-
s, hace ya mucho tiempo, que, los territorios cere-
brales, conocidos anatmicamente bajo la forma de
lbulos y circunvoluciones, regan las ms impor-
tantes funciones vitales del hombre el lenguaje, la
motilidad, la visin y determinaban sus tendencias
y comportamiento. Hoy, los psicofisilogos admiten
que es en el llamado manto cerebral, palium o cortex,
donde se desarrollan tales actividades. Las primitivas
ideas sobre los conceptos actuales anularon a todas las
anteriores, de estricto carcter fisiolgico. Sus viejos
edificios especulativos se derrumbaron a impulsos del
progreso de la diseccin. El estudio de la muerte en-
se a conocer la vida. Pero, como hemos dicho, en
semejantes problemas, Gall se qued, al principio,
en la superficie, en el continente, sin prestar atencin
al contenido.
Francisco Jos Gall centr su atencin en si la con-
figuracin del crneo tendra relacin con la conduc-
ta humana. Siendo la cara el espejo del ama, bien
pudiera ocurrir que al alojarse el cerebo, la sede
del pensamiento, en el crneo, los signos craneanos
exteriores revelasen lo que la mente elabora.
Obsesionado por tal idea, Gall pas a una accin
inmediata y vehemente para confirmar su intuicin.
Su vida se concentr en las cabezas de los dems. Ha-
bitantes de hospitales, de presidios, de asilos, fueron
meticulosamente analizados por el mdico vienes. Me-
da y dibujaba en sus menores detalles todos los cr-
neos, tratando de establecer un paralelismo entre los
datos hallados y la actividad psquica de los sujetos.
Reuni un muy copioso material, que constituy la
base de una nueva ciencia: la Frenologa, el estudio
cientfico del crneo. Pronto tuvo muchos adictos y
seguidores.
Las primeras conclusiones de la recien nacida cien-
cia establecan que la conformacin exterior del cr-
neo se corresponde con su interior y guarda relacin
con la conformacin misma del cerebro. La mente es
un conjunto de facultades y funciones ligadas al ta-
mao y a los accidentes externos del crneo. Como el
cerebro es el rgano de la mente, ciertas reas de ste
determinan los caracteres psicolgicos y las propen-
siones. Estas son amatorias, adquisitivas, combativas
o destructivas. Evidentemente, Gall pas del exterior
al interior, del hueso al cerebro. Y describi su multi-
plicidad orgnica a base de una divisin complejsima
en la que cada rgano o territorio cerebral posee fa-
cultades preeminentes en el orden vital, intelectual y
moral. Su esquema constaba de una funcin nerviosa,
dependiente de su sector cortical, traducida al exte-
rior por una particularidad somtica visible, realiza-
dora de los ms profundos mecanismos nerviosos co-
ordinados y controlados por el centro cerebral. De
esta forma, analizando las caractersticas de los r-
ganos realizadores, se podan conocer en cada in-
dividuo su nivel nervioso y hasta predecir la prepon-
derancia de determinadas funciones cerebrales.
Las ideas de Gall se consideraron, en aquellos aos,
subversivas contra la religin y la moral. Encontra-
ron en su camino el proverbial oscurantismo y la in-
tolerancia de la Iglesia. Naturalmente que, desde
el punto de vista neurolgico, es fcil comprobar su
carcter especulativo, a veces fantstico, sin la slida
base de casos patolgicos.
La Frenologa de Gall no es ms que una curiosi-
dad histrica. Decay en el mismo instante en que
comenz la Psicologa a constituirse como ciencia
positiva. Pero, a pesar de sus defectos, despert r-
pidamente la atencin del mundo. La teora de las
localizaciones cerebrales fue ganando adeptos y en-
riquecindose con observaciones clnicas de otros inves-
tigadores entre los que destacaron Bovillaud, Broca
y Jackson. Precisamente a Huiglis Jackson se deben
las primeras tentativas para encontrar la base som-
tica y funcional del pensamiento. Posteriormente, las
investigaciones de Ramn y Cajal y otros, hicieron
posible que Campbell, en 1903, publicara la primera
carta estatigrfica del cortex cerebral. A sta si-
guieron varias de ms valor real, sustentadas en la
disposicin de las fibras nerviosas, y en la idea de
Osear Vogt, de que toda cualidad intelectual expresa
la funcin de un territorio orgnico del cerebro.
El estudio de las localizaciones cerebrales ya en
la etapa moderna de su desarrollo se apoya tanto
en observaciones clnicas como en la experimentacin
animal. No obstante, en lo que se refiere a las funcio-
nes intelectuales ms elevadas y al lenguaje, nues-
tros conocimientos son bastante incompletos.
Segn Fulton, Lorente de No, Bailey y von Bon-
nin, no se puede prescindir de las conexiones de cada
rea cerebral con las formaciones a las que est
unida. Entre stas las ms notables son el tlamo y
el hipotlamo. Pero para los efectos clnicos, e incluso
fisiolgicos y psicolgicos, lo importante es conside-
rar el cerebro como un todo cuyas partes no se al-
teran sin que resulte una modificacin general de su
actividad.
Este es el origen, y el desarrollo, de la bsqueda en
el cerebro de soportes fsicos para la vida psquica.
En cuanto a lo que nos interesa especficamente, las
interpretaciones antropolgicas del odio, ms concre-
tamente del crimen, siguen, tras la senda de Gall, la
va que abre Lombroso.
Las primeras observaciones de Lombroso mdico
italiano de ascendencia juda, que dieron origen
a su famosa teora, se remontan a su poca de mdico
militar. Entonces observ que los soldados ms in-
disciplinados o de conducta ms disoluta, los ms vio-
lentos, posean, por lo general, unos caracteres fsicos
especiales que denotaban ciertas particularidades, cier-
ta anormalidad. En cambio, los reclutas tranquilos,
apegados a la disciplina, de comportamiento menos
violento, carecan de esas peculiaridades fsicas so-
bresalientes. Lombroso llam tambin la atencin so-
bre los tatuajes obscenos que algunos llevaban en
los brazos y otras partes del cuerpo. Descubri su re-
lacin con el espritu aventurero, con el ambiente de
taberna y burdel revelado a travs de tal costumbre.
Luego prosigui sus estudios en las penitenciaras. Y
dedujo que las actitudes psicolgicas guardaban cier-
ta relacin con los estigmas fsicos. Su obra L'uomo
delincuente expone la teora del delito como un fen-
meno natural, y descubre el tipo del delincuente
nato, un tipo de criminal que puede identificai
a
e
con certeza.
De la relacin entre las alteraciones fsicas y la
vida espiritual ya haban hablado Platn e Hip-
crates nada hay nuevo bajo el sol. Modernamen-
te, diversos autores en Francia y Blgica Lauvergue,
Despine, Morel emitieron teoras sobre la degenera-
cin, sobre los vnculos del delito a la organizacin
del cerebro. Pero indudablemente fue Lombroso el
que ciment la antropologa criminal. El pionero de
que los delitos emanados del odio, principalmente,
el crimen, se considerasen no como un abstraccin
mrdica inscrita en el cdigo, sino como manifesta-
ciones de la personalidad del delincuente.
Cesare Lombroso cre la figura del delincuente au-
tntico, del criminal nato, particular especie humana
que puede reconocerse, en virtud de concretas carac-
tersticas corporales y anmicas, ya antes del cri-
men. Sus hiptesis tienen puntos de contacto con
lo observado en las llamadas razas inferiores. Lom-
broso sostuvo que muchos de los caracteres de los
salvajes escasa pilosidad del cuerpo, potente des-
arrollo de mandbulas y arcos cigomtico<;, cabello es-
peso y rizado, anomalas en las orejas, pereza, ideas
i
supersticiosas, inclinacin al alcohol y al juego, etc-
tera se encuentran a menudo en el criminal nato.
Tambin explic, por razones de atavismo, la pede-
rasta y el infanticidio, costumbres de los romanos,
griegos y chinos. En su famoso libro sostuvo que los
hechos de la criminalidad prueban de modo claro
que los delincuentes ms terribles son un producto de
los instintos animales, de los que el nio nos ofrece
una especie de boceto. Instintos reprimidos en el
hombre adulto del mundo de la cultura gracias a la
educacin, al ambiente, al temor al castigo. Pero, re-
pentinamente, sin motivo visible, o merced a la in-
fluencia de ciertas circunstancias, como la enfermedad,
los cambios atmosfricos, la excitacin sexual, la
aglomeracin de personas, resurgen en el delincuente
nato. Todo hace pensar en un salto atrs, en una in-
mersin del hombre en etapas ancestrales de su evo-
lucin, cuando era un ser amoral que slo con el
tiempo adquiri las cualidades morales de la civi-
lizacin.
Lombroso considera al verdadero delincuente, al de-
lincuente nato, al genus homo delinquens, como un ser
que nace predestinado al crimen, y en quien nunca
podrn actuar circunstancias ajenas, ni influencias del
medio ambiente, para evitar su destino inexorable.
Vive lacrado desde lo abismal de la raza y del tiem-
po, con un alucinante destino de violencia y muerte.
Lombroso no cree que el delincuente es siempre un
ser preformado por su imperativo biolgico. Tam-
bin admite la existencia del delincuente ocasio-
nal seudocriminal en quien son decisivos los fac-
tores externos al actuar sobre su i mpul shi dad agre-
siva congnita, hasta entonces soterrada. Por todo
ello clasific a los criminales en natos, locos, por pa-
sin y ocasionales. Y admiti el grupo de los crimi-
naloides, individuos oscilantes entre el criminal nato
y el hombre honrado, pero portadores de ciertos es-
tigmas degenerativos.
La existencia del criminal nato no ha podido con-
firmase de un modo riguroso. Su tipo, recognoscible
externamente, es irreal. Sin embargo, hay seres cuya
disposicin innata les induce al delito. Para von
Rohden el delincuente nato no es una ficcin, es un
hecho cierto, aunque no en la forma antropolgica su-
puesta por su descubridor, sino en una variedad psi-
copatolgica. La intrincada urdimbre y compleja di-
nmica del mbito psquico del hombre es el lugar
donde hay que bucear para descubrir su tendencia
al odio, su tendencia al crimen.
En la segunda mital del siglo xix se produce el
afianzamiento de la Psicologa como ciencia. Los in-
vestigadores del hombre se deciden a mirar, cada vez
ms hacia dentro, en un intento de conocer el origen
y las causas de las actividades humanas. Proliferan
los centros dedicados a tales empresas, y figuras ilus-
tres Charcot, Wund, Weber, Muller, Tokarski, et-
ctera realizan una obra seera. Una obra que tam-
bin se proyecta al estudio de los individuos violentos
y de los criminales. El francs Despine es el autntico
creador de la Psicologa criminal.
Despine no ve al criminal como un enfermo, sino
como un ser normal cuyo comportamiento anmalo
arranca de su afectividad perturbada. Posiblemente, su
tendencia al odio y a la venganza, sean, en principio,
semejantes a los de las personas normales o decentes.
Pero sus dbiles resortes morales le impiden frenar ta-
les impulsos. El criminal carece de verdadero inters
por s mismo, desconoce la simpata hacia sus seme-
jantes e ignora el sentimiento del deber. Esta llamada
de atencin de Despine no fue muy escuchada. Persista
la teora del criminal nato, y los tcnicos prestaban
ms inters a la forma que al fondo. Afortunadamente
pronto se comprob que profundizar en ese sentido era
un error. Mezguer insisti en que la bsqueda de la
causalidad haba de realizarse a travs de los diversos
tipos de personalidad humana en sus caractersticas
y formas de exteriorizacin, tanto corporales, como
anmicas. nicamente as sera posible llegar a la
comprensin del delincuente.
Entonces surge la voz de Bonger, que crea el con-
cepto de deficiencia moral. Las diferencias entre el
hombre honrado y el delincuente, entre el hombre de
amor y el hombre de odio, son estrictamente morales.
Pero preformadas desde su nacimiento. En el fondo,
se trata de una nueva versin del criminal nato, puesto
que sus rasgos psicolgicos tpicos permiten recono-
cerle como un delincuente necesario. Los mismos pe-
rros con distintos collares. Y ste no es el caso. Todos
los penalistas estn de acuerdo en que el delincuente
no lo es hasta que no realiza el acto criminal. A lo
sumo, est predispuesto al delito, pero tal estado po-
tencial no puede reconocerse a priori mediante va-
loraciones antropolgicas o psicolgicas. La diferen-
cia entre el criminal y el no criminal es cuestin de
matices revelados a travs de la conducta, no depen-
dientes de la esencia individual. La adaptacin del
hombre a su medio social es un proceso evolutivo.
El delincuente libera sus instintos agresivos porque
fracasa en este proceso de adaptacin. El delito, dice
Schmidt, es una forma de expresin de desaliento
social que se produce en el nimo del sujeto, en
virtud de influjos procedentes del mundo circun-
dante y de la reaccin de la personalidad frente a dicho
mundo. Tal ptica llega a considerar como substratum
de todo delito, y quiz en ma) or parte de los delitos
por odio, lo que se engloba bajo el epgrafe de com-
plejo de inferioridad. Un complejo de inferioridad
estructurado, en lneas generales, por una deficiencia
orgnica o social, que el sujeto reconoce; por una
tendencia al poder, generalmente frustrada; por una
supercompensacin que el hombre se ofrece a s mismo
gracias al acto delictivo, pues no es capaz de lograrla
siguiendo las vas normales de la convivencia.
El complejo de inferioridad orgnica se ha demos-
trado, estadsticamente, como muy importante en la
gnesis del crimen. Y como muy importante tambin
en incubar odios que no llegan a traducirse en el ne-
fando delito de atentar contra la vida de los dems.
Lo que vulgarmente se conoce con el nombre de feal-
dad, la adiposidad excesiva, la falta o deformacin de
algn miembro, ha sido hallada por Bohne en el
fondo de los sentimientos de inferioridad creadores
de criminales jvenes. Estos desdichados, al compa-
rarse con los seres que les rodean, y ms an si han
sido objeto de burlas y censuras, se sienten minimiza-
dos. Deseosos de afirmarse ante s mismos, y ante los
dems, reaccionan contra la Naturaleza o contra el
prjimo. Y se ofrecen, y ofrecen, como supercompen-
sacin de su minusvala. un acto de violencia que
tanto puede ser un crimen como un robo espectacular.
As demuestran a s mismos y a la sociedad, su supe-
rioridad fsica o su potencia econmica, utilizando para
ello el producto de su conducta delictiva.
Hasta qu punto la inferioridad orgnica puede ser
causa del odio, de un odio que emana sucio aliento
de agona, que conduce al crimen, se revela perfecta-
mente en un caso descrito por Granados, en sus estu-
dios sobre el crimen. El caso del campesino de Pasa-
nant, pueblo de la provincia de Tarragona. En ese
pequeo pueblo habitaba un muchacho fornido, gran
cazador, enamoradizo y resuelto. Su vida transcurra
normalmente, despaciosamente, como suele acontecer
en los lugares donde nunca pasa nada. El muchacho
fue al servicio militar. Sus expansiones en la ciudad
le llevaron a contraer sfilis. Mal atendido y peor cu-
rado, regres al pueblo. La enfermedad le desencade-
n una parlisis de la mitad del cuerpo. La ignorancia,
los prejuicios, la crueldad, le segregaron de los de-
ms. Viva aislado y desdeado por todos, sin amigos,
sin la atencin de las mozas que se apartaban de l
como de un apestado. Hasta el cura en el pulpito se
refera a su caso para poner de manifiesto los efectos
del vicio en quienes se desviaban de la buena senda.
Los nios se burlaban de l. Y para su familia era
una carga, una boca ms a la que haba que alimen-
tar sin que rindiera ningn producto. El muchacho se
pasaba las horas tumbado al sol. en pltica con las
mujeres viejas de la aldea, mientras todos los hom-
bres tiles se iban al campo, a sus labores cotidianas.
Qu ira fermentando en su cerebro? As pasaron va-
rios aos. Un da, el paraltico se fue a las afueras del
pueblo y se sent al borde del camino por donde te-
nan que regresar los nios que asistan a la escuela
en otra localidad, cabeza del municipio. All los es-
per, y a medida que llegaban los llevaba a una ma-
jada prxima, con el pretexto de ensearles un nido.
Entre tremendas carcajadas, los fue asesinando. Todos
los nios del pueblo murieron en sus manos.
Situados siempre frente al otro, frente a los otros,
las deformidades visibles, todo lo que le convierte a
uno en blanco de las miradas de los dems, tiene un
efecto intensamente depresivo, sobre todo en los jve-
f
nes, y puede reforzar sus tendencias destructivas y la
posibilidad de inclinaciones a una futura delincuencia.
Yo no creo, como opina Tounsend, que todo individuo
lleva dentro de s, en su adolescencia, al criminal con-
gnito o al resentido social. Pero s que las deformida-
des fsicas gibas, labio leporino, marcas faciales,
estrabismo, impedimentos del habla, etc., motivo
de burl as y ofensas, potencian la proclividad al odio.
Muchos psiclogos tambin ven esta tendencia en otra
serie de complejos ms ocultos debidos, por ejemplo,
al uso de ropas inapropiadas, viejas, de segunda mano,
que se convierten en objeto de burla y menosprecio.
Cajal, en Mi infancia y juventud, cuenta que l, por
ir a la escuela embutido en un viejo y burdo abrigo,
sufri insultos y palizas de sus compaeros, y que la
ira le posea hasta arremeter a diario contra todos ellos
y regresar a su casa magullado y envenenado de odio.
La frustracin, el no triunfar, labra muchos senti-
mientos de inferioridad y engendra el resentimiento,
esa derivacin y, a su vez, matriz del odio de la que
ya hemos hablado. Lleno de inquina contra el medio
hostil, en la intimidad personal de un sujeto resentido
pueden fermentar delirantes ideas de vindicta capaces
de conducir a la estafa, al robo, al crimen, con tal
de subir los escalones que la vida niega. Las frustra-
ciones alentadoras de los impulsos agresivos tienen
mltiples orgenes y siguen, en su actividad destruc-
tora, muy diversas vas. El factor sexual cuenta mucho
en ello. Una veces arranca de la niez y en ella se
manifiesta; otras pertenece a las fases crepusculares de
la existencia. La edad crtica es causa del odio que
sienten muchas mujeres. Su rebelda, el saber su vida
amorosa terminada, las induce al robo, a la crtica, a
mortificar mediante annimos y otras ocultas amenazas.
Odian, sobre todo, la plenitud de la gente joven. Y tal
pasin termina producindoles grandes disturbios s-
quicos.
El ambiente familiar, si tericamente es la mayor
fuente de amor, tambin es una fragua de odios. El na-
cimiento ilegtimo, la situacin de un hijo de una pare-
ja de divorciados, la posicin de hijo postumo, la de
hijo de una prostituta o de un condenado a muerte, etc.,
hace temblar la carne y el espritu de ansias extermi-
nadoras, estremece de odio hacia quienes no son vc-
timas de semejantes impactos negativos.
El odio familiar, el odio sentido hacia miembros de
la familia, el odio surgido a expensas de la relacin
y el contacto con el parentesco sanguneo y poltico, es
tan vasto y tan importante que debemos detenernos en
l. En otra ocasin ya lo he hecho. Por lo tanto, re-
petir ahora algo de lo dicho entonces si bien desde
puntos de vista un tanto diferentes.
Hemos mencionado al habl ar del amor y el odio
los complejos de Edipo y de Electra. Vamos a penetrar
ms profundamente en ellos por su excepcional impor-
tancia y sus consecuencias. Estos sentimientos, estas
situaciones caticas para quien las sufren, aparecen
constantemente en hechos reales, en la vida cotidiana,
pero los conocemos ya descritos y reflejados en mitos
y leyendas que es preciso evocar para una mejor com-
prensin de los mismos.
El hombre primitivo constitua pequeas hordas bajo
el dominio de un jefe vigoroso que ejerca su poder
de forma desptica e ilimitada. Todas las mujeres eran
de su propiedad exclusiva. Cuando los varones su-
cumban a los celos o a la envidia, el jefe los sacrifi-
caba, los castraba o los expulsaba de la horda. Un
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paso socialmente decisivo fue dado por unos hermanos
que se asociaron para mat ar al padre y devorarlo
luego. Freud lo interpreta como un intento de identi-
ficacin, de incorporar a s mismos una parte de l.
Satisfecho este odio, surgieron vivencias cariosas, an-
tes reprimidas, y apareci el remordimiento y el sen-
timiento de culpa. El eterno problema. Junto al odio
inconsciente al padre exista la veneracin y el amor
a su figura. Tales son los antecedentes del complejo
de Edipo que recibe su definitiva forma del mundo
helnico.
El mito de Edipo ya lo dije antes, asesino de
su padre, y esposo, tambin sin saberlo, de su madre,
expone la naturaleza de aquellas tendencias. Por eso,
a la fusin de los aspectos de amor y odio surgidos
entre el hijo y los padres, se le llama complejo de
Edipo. Si se trata de mujeres, complejo de Electro. Sin
embargo, el mito de Electra expresa de modo menos
completo la combinacin de amor y odio en la mujer
que el de Edipo la del varn. Pero ambos simbolizan
el odio al progenitor del propio sexo debido a la
rivalidad en la posesin del sexo contrario.
El nio ama a quienes proveen a su comodidad y
necesidades corporales generalmente la madre o la
niera. Pronto, el sexo empieza a influir en esta
eleccin hasta que, despus de cierto tiempo, predomi-
na la tendencia al progenitor del sexo opuesto. Estos
conflictos, inconscientes, se presentan disfrazados, ve-
lados. La actitud del nio hacia sus padres resulta
extraa y contradictoria. Por una parte, manifiesta su
deseo de agradar, de entregarse a uno de ellos, o a
los dos; por otra, lo contrario.
El aspecto de odio del complejo de Edipo es, en
principio, una consecuencia del amoroso. El cario que
el nio siente por la madre promueve su agresividad.
o su resentimiento, cuando aparece el padre a quien
considera rival y perturbador de la paz familiar. Este
odio es un fenmeno secundario. No llega a mostrarse
de una forma clara. Se capta mediante mtodos psi-
colgicos. Pero, en condiciones apropiadas el odio
como las bacterias requiere su caldo de cultivo,
puede igualar o superar la parte de amor que lo ori-
gin (sobre todo cuanta ms intervencin directa tiene
el padre en la vida del ni o).
A la envidia y celos despertados por el contrincante
amoroso, se suman el deseo de rebelin y el odio a un
tirano opresor. Todo ello crea emociones que rebasan
el perodo de la niez y persisten durante el resto de
la vida. Buen ejemplo es el caso de Dostoievsky. De
nio conoci casi la miseria pues el sueldo de su pa-
dre, mdico de hospital, no era suficiente para soste-
ner un hogar con seis hijos. Tena, adems, un con-
cepto econmico terriblemente rgido. Exiga a su es-
posa que realizara a diario el milagro del pan y los
peces. Privaciones y disgustos constituan el clima de
aquella casa, traspasada por rias de las cuales era
vctima la madre, Mara Fiodorovna. Tan desagrada-
bles experiencias amargaban el nimo de Fiodor Mi-
jailovich Dostoievsky, el futuro escritor, en cuyo co-
razn naci un violento odio a su padre mientras ad-
quira matices sublimes el amor que senta por su
atribulada madre. Un autntico complejo de Edipo.
Aos ms tarde, siendo Dostoievsky alumno de la Es-
cuela de Ingenieros, recibe la noticia del asesinato de
su padre, a manos de sus siervos, en pleno bosque.
Como el odio le haba llenado de ansias parricidas,
se desencadena en l una especie de sentimiento de
culpa que le atormenta. Entonces padeci el primero
de sus ataques epilpticos.
En la novela de Ben Ames Williams Que el cielo la
juzgue, laten evidentes retazos del complejo de Electro
que afectan a Ellen, la protagonista. Surgen ya en su
primer encuentro con Harl and de quien se enamora.
Coinciden en el tren durante un viaje. Richard Har-
land siente constantemente los ojos de su compaera
de departamento. Tan detenido examen le i rri t a:
Pasa al go?, pregunt al fin enrojeciendo de fu-
ror. . . La desconocida pareca despertar de un sueo.
-Oh, lo siento! exclam grave y quedamente.
Creo que, en efecto, le he mirado demasiado y exten-
di una mano hacia l con un ademn de splica.
Le ruego que me excuse. El caso es que. . . se parece
usted extraordinariamente a mi padre.
Contra las penosas experiencias derivadas del tipo
de conflictos descritos, la mente utiliza una serie de
recursos defensivos. Cuando el nio logra entender que
ha de compartir el amor de su madre, en lugar de mo-
nopolizarlo por completo, soporta su agresividad hacia
el padre. Y la reprime. Para liberarse de la culpa de
odiarle se identifica con l, incorpora su imagen ideal
a su mismo yo. En grados extremos, el proceso asume
una forma evidentemente negativa que se denuncia por-
que suele aparecer como amor excesivo al padre odia-
do, e incluso como un temor persistente e irrazonable
de que le ocurra algn dao. Se trata de una forma de
represin del sentimiento homicida. Las personas po-
sedas por tal ansiedad neurtica, generalmente sufren
mucho al morir el que la inspira. El bito constituye
la gratificacin suprema de los deseos inconscientes y
reprimidos, pero determina copiosa dosis de culpa.
El odio, a veces, se experimenta hacia el padre del
sexo opuesto. Desarrollado en trminos anormales de-
nota una tendencia a la homosexualidad. Los psicoana-
listas llaman al fenmeno complejo de Edipo inver-
tido. Sin tener ninguna relacin con la inversin se-
xual, este odio se deriva de las demostraciones de
cario de un progenitor al otro. Es una simple conse-
cuencia de los celos, la cual tanto puede manifestarse
abiertamente como reprimirse en diversos grados ca-
paces de alterar el carcter. Tambin ocurre que quien
no est libre del complejo de Edipo propende a ver a
su madre en la mujer que ama.
La idea de las relaciones sexuales de sus padres re-
sulta para el nio, en razn de los celos y de la con-
tencin de sus deseos incestuosos, sumamente desagra-
dable. A menudo imagina que el progenitor amado
entra en tales relaciones de mala gana y por obliga-
cin. Esta creencia brota fcilmente en un muchacho
con respecto a su madre, dando origen a la idea de
salvarla de las atenciones no deseadas y agresivas del
padre. Este tipo de fantasas siempre dentro de la
teora psicoanaltica late en muchas historias y le-
yendas, como la de Andrmeda y la de San Jorge,
donde un joven hroe arranca de las garras de un
tirano, gigante o monstruo, a una hermosa doncella
en desgracia. Su versin sublimada es el entusiasmo
por liberar a una nacin pequea y dbil del domi-
nio de un pueblo ms poderoso. As, la adhesin de
Lord Byron a la causa de la independencia griega.
Segn Otto Rank y Ernest Jones, la idea del rescate
tambin tiene otro significado. Rescatar es salvar de
la muerte, o sea, hacer obsequio de la vida. Equivale
a la nocin de engendrar. Rescatar a la madre puede
representar poseerla, ponindose el muchacho en el
lugar de su padre y gratificando, simblicamente, sus
deseos incestuosos.
Los hermanos son, despus de los padres, las per-
sonas que mayor influencia ejercen en el nio. Por lo
tanto, resulta lgico que figuren entre los primeros
objetos que despiertan su amor y su odio. Pero ahora
los hechos acaecen de otra manera. Respecto a los
padres, el primer sentimiento que inflama al nio
es el amor. Respecto a los hermanos, suele ser el odio.
Un odio surgido de la dispersin amorosa de los pa-
dres que quieren a todos sus hijos. Cada uno de stos
reclama, en su fuero interno, la mxima atencin y
el mximo afecto paterno o materno. Al ver que no
es as, aparecen los celos y la agresividad. El solo
anuncio del nacimiento de un nuevo hermanito provo-
ca a veces rabia y desesperacin. Muchos nios consi-
deran como intruso a todo recin llegado a la fami-
lia. Adems, el hecho de que los hijos deban compar-
tir el afecto y los bienes paternos aumenta la hostilidad.
El grado de celos oscila desde la leve ansiedad has-
ta la locura y el homicidio. El psiclogo Cyril Burt
cuenta que, durante su trabajo en el London County
Council, tuvo ocasin de tratar dos casos plenamente
definidos de intento fratricida. De este tipo de odio nos
da su medida la Biblia: Dijo despus Can a su
hermano Abel : salgamos fuera. Y estando los dos en
el campo, Can acometi a su hermano Abel y le
mat (Gnesis, 4, 8) . . . Empero, Can, ms que el
odio, simboliza la envidia.
Las manifestaciones de los celos fraternales se diri-
gen a la persona que el nio considera su rival, por
el cario y las atenciones que quiere para l, o contra
aquella cuyo afecto es deseado, la cual es objeto de
reproches y de exhortaciones que pretenden despertar
benevolencia. El nio celoso de un hermano menor
puede volver a sus hbitos infantiles, a exigir que se
lo alimente o vista cuando realmente es capaz de ha-
cerlo por s mismo. A fin de llamar la atencin, exhibe
temores que antes no tena; rechaza alimentos de su
agrado; pierde el control de sus esfnteres. En gene-
ral, aparenta sumisin, o recurre a fantasas reivindi-
catorias y de auto-glorificacin. Y sus reacciones hacia
la misma persona van del ataque a las tentativas para
obtener su favor. El repertorio del nio celoso se ase-
meja al de una persona perturbada que trata, por diver-
sos modos, de afrontar un problema.
Los celos deciden actitudes posteriores. Muchas ri-
validades tienen su origen en los antecedentes de la
vida familiar.
La hostilidad extrema que se produce dentro de la
familia no es un resultado de la cultura tal como se
manifiesta en las instituciones de la sociedad capita-
lista. Igual puede darse, si existen ciertas condiciones,
en una sociedad simple. As se ve en las querellas in-
fantiles de los indios pilaga, que gozan de gran afecto
y atencin en los primeros meses de vida, pero, ms
tarde, a la llegada de un nuevo hijo, quedan olvidados,
al amparo de sus propias fuerzas. Debido a ello, el
nio se convierte en una pobre criatura infeliz y re-
sentida durante muchos aos.
Si el odio entre hermanos estalla o se incrementa
en la juventud y en la edad adulta, ya no es un odio
familiar especfico, estremecido de emociones prima-
rias. Participa de otros factores, sobre todo de los
intereses materiales. Odio por herencias que se creen
mal repartidas; odio por aspirar a un ttulo; odio
del segundn al primognito. . .
Adems de los descubiertos por Freud, existen otros
motivos del odio familiar. Est determinada de ante-
mano la obligacin de querer a seres cuya nica coin-
cidencia puede ser la de encontrarse en el mismo r-
bol genealgico. Nadie escoge sus hermanos, sus pa-
dres, sus primos. Le son dados al nacer, y la organi-
zacin familiar impone el tratarlos con afecto e in-
cluso con subordinacin jerrquica aunque intelectual-
mente sean inferiores. Tal vez surjan algunas pre-
gunt as: Por qu he de considerarme ligado a este
hermano? Por qu he de querer a este padre si
yo no lo he elegido? Cabe resistirse uno a ser abeja
hecha colmena, a pertenecer a un plano medio de
existencia, a una uniformidad, a unas obligaciones, a
una sangre.
Cuando las ideas anulan el sentimiento aparece la
distorsin de las relaciones familiares que normalmen-
te basculan hacia el amor y el afecto. Entonces el odio
se debe, en parte, a la prdida de la libertad estimati-
va, a sentirse uno obligado a querer. La rebelda con-
tra el cabeza de familia, o contra el absolutismo de la
misma, es fuente de odios que comienzan sobre la di-
vergencia de opiniones y aumentan al relacionarse
con los intereses. Surge la necesidad de conquistar al
poderoso, o la decidida intencin de enfrentarse a l
si uno se considera lo bastante fuerte para gozar de
independencia. En este sentido interviene la ambicin.
El quedar preso en una supuesta sociedad inferior,
por falta de medios para aspirar a otra, motiva el odio
a la propia casta, mxime en las clases relativamente
adineradas. En las pobres, el hijo puede alcanzar a
edad temprana una posicin econmica muy poco in-
ferior, o acaso igual, a la de sus padres. La esperanza
de heredar una suma considerable de dinero, un ttulo
o negocio, alimenta el deseo secreto de la muerte del
padre. As acontece si, por un estilo extravagante de
la vida en el hijo, o por la poca generosidad paterna,
la ayuda econmica familiar es insuficiente a satisfacer
las necesidades, reales o imaginarias, del vastago; o
constituye un obstculo para aspiraciones como el ma-
trimonio o los negocios. El contraste entre la debili-
dad econmica filial y los mayores recursos de los
padres, sentido por lo general en el perodo de los
ms urgentes deseos y ardientes aspiraciones, resucita
la envidia y el odio infantiles. Este reavivamiento slo
se evita si, absorbidos por las tendencias de una per-
sonalidad sana, aquella envidia y aquel odio no estn
arraigados en lo inconsciente.
Los padres hallan el consuelo de las propias des-
ilusiones en los xitos de los hijos. Muchas veces un
hijo estudia la carrera que su padre no pudo seguir.
Del mismo modo, los hijos proyectan en los padres sus
deseos y ambiciones. Ciertos impulsos narcisistas se
expresan, por desplazamiento, al idealizar a los pa-
dres, al exagerar sus poderes. Luego, la realidad es
posible que incite al odio. Flgel cuenta una curiosa
ancdota en la que, debido a una desilusin de este
tipo, se tiende a sustituir al padre por otro ideal. Un
nio de siete aos quera que lo llamasen Jesucristo.
Su padre le hizo ver que Jesucristo era el hijo de Dios.
Yo tambin lo soy, replic el nio. Al recibir la res-
puest a: No puedes serlo porque yo soy tu padre,
l aadi : Dios es mi verdadero padre; t eres mi
padre profesional (refirindose al hecho de que su
padre era msico).
Innumerables historias expresan la persistencia, en
lo inconsciente, de unos padres idealizados ante la
desoladora realidad. Prdida que deba acarrear, pre-
cisamente, el amor a sus imperfecciones, si el cario
y la ternura lo superan. Pero a veces ocasionan srdi-
dos resentimientos. Tambin un hijo puede achacar a
sus factores hereditarios la culpa de sus fracasos. Co-
noc a un actor, de baja estatura, que atribua a su
figura, heredada de su achaparrado padre, el no haber
alcanzado la cima del xito. Este infeliz lleg a odiar
a su progenitor.
Si un hijo est sometido a la tirana del padre que,
adems de parecerle arbitraria y cruel, le transforma
en vctima de sus iras, suele odiarle porque aqul no
valora sus deseos y anhelos. Lo ms probable es que
el mutuo amor evite el odio. En caso contrario, el odio
aumenta con el tiempo pues el poder y la autoridad ili-
mitados del padre, que se acatan casi siempre a dis-
gusto, oprimen al creerse uno bajo un sistema de
fuerza brutal. Tal convencimiento lo vence un recio
impulso de afecto, de comprensin y de asimilacin
gradual de los puntos de vista paternos. Si el senti-
miento original de hostilidad, que surge de la lucha en-
tre la voluntad del padre y la del hijo, no es superado,
es decir, si el hijo no experimenta una pasin amoro-
sa, compensadora, hacia el padre, entonces el odio
persiste en la edad adulta. En ello intervienen facto-
res conscientes e inconscientes. De aqu los peligros
de pegar a un nio. La agresin puede infiltrarse en
los ms profundos resquicios de su personalidad y
permanecer all para fraguar su rencor. La amargu-
ra, en ocasiones base del odio, que siente un hijo por
su padre, aparece en muchos de los poemas de She-
lley.
En las relaciones entre padres e hijos existe algn
caso curioso. Tal es cuando el hijo no quiere parecerse
al padre, porque se considera a priori incapaz de
alcanzar la altura de su personalidad u opina que la
vida as se lo ha demostrado. Entonces puede surgir
un odio del hijo al padre cuyo paradigma es el senti-
do por el vastago de un grande hombre o simplemente
de un hombre triunfador. En estos casos es posible
que el deseo del hijo consista en ser diferente de su
padre, en elegir una profesin distinta de la paterna.
La adopcin de tal camino y por tal motivo de-
pende del odio y la aversin, en lugar del amor y de
la admiracin, y se debe tanto al deseo de oponerse
al padre como al de evitar parecerse a l, porque se
sabe inferior o impotente para alcanzar las cumbres o
el prestigio logrado por el progenitor. Esto es lo que
ocurre si la ocupacin o conducta general del padre
se ha inmiscuido de una manera fastidiosa en la vida
del hijo. Ello puede conducir no slo a sentir anti-
pata por la ocupacin misma del padre, sino a una
oposicin total al punto de vista engendrado por tal
ocupacin. Recurdese la proverbial tendencia a la
vida libertina de los hijos de varones probos y de con-
ducta austera.
El parentesco poltico es propicio al odio familiar.
El matrimonio introduce a cada cnyuge en otra fa-
milia, y en torno a los nuevos parientes se crea un
conflicto muy parecido o igual al centrado anterior-
mente alrededor de los consanguneos. En los pueblos
primitivos ya existan tabs y evitaciones en uno y otro
caso. Tambin, a veces, un hombre no trata a los fa-
miliares de su esposa, ni la esposa a los del marido.
Sin embargo, algunas costumbres indican que las re-
laciones ntimas entre parientes polticos se consideran
recomendables en determinadas circunstancias. As el
levirato, por el que un hombre toma para s la mujer
del hermano fallecido; o el sororato, segn el cual el
hombre se casa con la hermana de la esposa muerta.
Dado lo complejo de la relacin de los padres y los
hijos, cuando una persona adquiere de pronto, median-
te el matrimonio, nuevos padres, experimenta dificul-
tades en las que interviene mucho el que el esposo o
la esposa no se hayan liberado de su originaria acti-
tud infantil.
Si una joven al casarse conserva gran veneracin y
amor por su padre puede seguir viendo en l, y no en
su marido, sus ideales y aspiraciones. Moldea su vida
de acuerdo a su precepto y ejemplo, lo cual es apro-
bado a redopelo por su esposo. Conflictos similares vi-
ven la nuera y la suegra, cuando el hijo mantiene exce-
ivas tendencias infantiles en el trato con su madre.
En otros casos, en cambio, el trastorno obedece a una
exagerada dependencia del progenitor del mismo sexo;
dependencia del padre por parte del esposo, o de la
madre por parte de la esposa. Es evidente que una
fijacin de esta ndole en cualquiera de los cnyuges
aparte de afectar a la armona del matrimonio, provo-
ca asperezas en las relaciones entre un cnyuge y los
padres del otro.
Frecuentemente, los hijos polticos transfieren a sus
suegros, y lo expresan con relativa libertad, el odio
que tal vez sintieron, pero que reprimieron, hacia sus
padres verdaderos.
La identificacin de los suegros con les padres, de-
bida al desplazamiento sentimental, se facilita por una
fijacin paterna del otro cnyuge. El suegro o la sue-
gra pueden ser considerados hasta cierto punto como
una especie de rival sexual. El marido es capaz de
sentir que su suegro influye indebidamente en su es-
posa y absorbe su cario e inters en detrimento del
que le dispensa a l. Esto recuerda a cuando otro ri-
val su propio padre ejerca una influencia pare-
cida sobre el entonces objeto de su afecto, sobre su
madre. Como resultado de la coincidencia en lo incons-
ciente de la nueva situacin con la vieja, se despiertan
los originales sentimientos hostiles, dirigidos hacia el
padre, y se transfieren al suegro, si la pasin en juego
es odio en lugar de amor.
Tambin complica las relaciones entre hijos y pa-
dres polticos un desplazamiento similar del afecto
por parte de estos ltimos. A travs de l dirigen a
sus yernos el cario o la hostilidad que experimentaron
por sus propios hijos.
El psicoanlisis ha estudiado especialmente la re-
lacin del yerno y la suegra, hallando las bases ms
i
importantes del odio que tanto abunda en este paren-
tesco. La primera se refiere al conflicto por la pose-
sin de la hija y sus pertenencias. En la mayora de
los casos, la madre disfrut de autoridad y est dis-
puesta a conservarla mediante cierto control de la
economa domstica, y de la forma de vida de la hija,
para lo cual recurre a un copioso repertorio de con-
sejos que pueden provocar el resentimiento del yerno,
bien porque se tambalea su dominio, bien porque
comprende que no debe oponerse a la actual supervi-
sin materna. Si la hija demuestra excesiva tendencia
a ser influida por su madre, el marido llega a ver en
ello una amenaza de usurpacin del amor y del res-
peto que su 'esposa le debe.
El harto contacto con la suegra suscita en el ma-
rido el temor a desilusionarse de su mujer. La madre,
a veces, es una versin, sin la belleza juvenil, de la
hija, que provoca en l la aprensin de que sta se pa-
rezca demasiado pronto a su madre.
Estos motivos tienden a producir incomodidad entre
suegra y yerno. El primero es superficial; el segundo
penetra en la conciencia a travs de una especial in-
trospeccin. A ellos se agregan otros inconscientes. La
suegra, a lo mejor, desencadena en el yerno sentimien-
tos originariamente incestuosos por desplazamiento
de los que sinti hacia su propia madre. Su repre-
sin da origen a los contrarios, de rechazo y hostili-
dad, como medio de impedir la emergencia de aqu-
llos. Este factor resalta en los hechos bien conoci-
dos de la posibilidad de que un hombre haya sido
atrado por su futura suegra, antes de enamorar-
se de su novia, hacindole titubear en casarse con
una u otra, o haya pensado en recurrir a la madre
si la hija muriese o le fallase de algn modo. Me-
diante desplazamientos anlogos, tambin la suegra
t
ve en su yerno a un hijo propio, real o imaginario.
La madre poltica resulta vctima de celos, de carc-
ter sexual, hacia su hija, cuando envidia su juventud
y los placeres de su vida ertica vida que para ella
puede haber ya terminado. Entonces, inconsciente-
mente, llega a identificarse a su hija, hasta imaginar,
por as decirlo, que es ella la que se ha casado con
su yerno. En ambos casos suelen ser los elementos
ms duros, ms sdicos del amor de la suegra los
que se dirigen hacia el yerno, pues son los que mejor
mantienen la necesaria represin. -*
Existe un odio muy peculiar entre suegras y nueras.
Su esquema es tpico si la suegra es vi uda; el marido,
hijo nico; y los tres viven juntos. La proximidad
desencadena tormentas.
La madre ve su hogar invadido por una intrusa
que le roba su nico bien y a la que ha de tratar como
una hija (an es pronto para la venganza). Al con-
vivir bajo el mismo techo, fermenta el resentimiento,
y el veneno del odio adopta la forma de crtica. La nue-
ra no sabe llevar la casa; la organizacin domstica
es un desastre. Menos mal que all est ella para
remediarlo e, incluso, para ensear a la mujer de su
hijo lo que ignora. Es cosa de los tiempos. Ahora
la educacin de las mujeres deja mucho que desear...
As, suavemente, con el tono justo el hijo ha de
permitirlo hace la suegra su labor de zapa.
En la segunda fase, el proceso se atiene a una lgica
especial. Al fin y al cabo, como han de vivir los
tres juntos, ella, la suegra, no quiere ser un estorbo.
Debe, y lo har con gusto, ayudar en el trabajo de la
casa. Este es uno de los puntos claves de la discordia.
En sentido casi deportivo, rivalizar y medir sus fuer-
zas con la nuera hasta conseguir que el marido reco-
nozca su superioridad y su experiencia.
En la tercera fase, sujeta tambin al fortis in re,
suaviter in modo, los dardos se dirigen directamente a
la nuera. De lo anecdtico a lo trascendente. Pri mero,
la crtica del maquillaje, de los peinados, por su in-
trnseco valor, por su dudoso gusto. Inmediatamente
surgir el tema de la prdida de tiempo. Despus, pue-
de que los comentarios encierren una ms aviesa inten-
cin. Los vestidos son procaces. El arreglo de los
ojos demasiado llamativo...
Cuando llegan los hijos, la batalla alcanza su acm.
Existen casos en los que, a consecuencia del primer
parto, el rencor suegril adquiere grados de maquiave-
lismo refinado. Al ascender a la categora de abuela,
l a suegra se siente reforzada en su posicin y se
lanza a utilizar el nieto como arma para la recon-
quista del hijo. Durante el desarrollo de todas estas
escaramuzas va gestando en la nuera el aborrecimien-
to al escenario de su vida. Aquello no es, ni mucho
menos, la paz que se le haba prometido! Y tal vez
la busca fuera. La nuera, si echa lea al fuego, aumen-
ta la tirantez y precipita los encontronazos.
Este recproco odio origina muchas reacciones pa-
tolgicas ideas de persecucin, depresivas que
llevan a sus protagonistas al ambiente clnico o a cual-
quiera de las sectas y organizaciones que prometen la
solucin mgica del sufrimiento.
El matrimonio fuente de amor o tumba del
amor es el ambiente idneo para la germinacin del
odio si entre los cnyuges han muerto los vnculos amo-
rosos. Nada como esta institucin puede oprimir, amor-
dazar durante una vida entera. Nada como ella ofrece
la constante proximidad y la casi constante represin
tan fundamentales en la gnesis del odio. Tal odia
callado, solapado, disimulado, es frecuente. Los apo-
logistas del divorcio basan en ello gran parte de sus
argumentos, lo cual no me incumbe comentar aqu.
Cuntos gestos, cuntas palabras sin contar con los
aconteceres traducen el odio intramatrimonal sur-
gido durante una larga convivencia...!
Al matrimonio, por supuesto, conducen otros cami-
nos diferentes a los del amor. Pero aunque ste haya
sido la nica razn del mismo, tampoco excluye la
transformacin del amor en odio. Antes, al contrario,
lo favorece. Favorece un odio basado en las pequeas
y constantes defraudaciones, en los grandes choques
psquicos. En la monotona de cada vida cerrada a
otras muchas esperanzas. Y ello tanto para el hombre
como para la mujer. Si el odio es condensacin de la
ira, acumulacin de la clera: el odio entre cnyu-
ges es una de las arquetpicas formas de esta pasin
corrosiva, desintegrante, enloquecedora, que amarga
tantas existencias.
Las relaciones entre hijastros y padrastros, al princi-
pio, suelen manifestar, de forma ms intensa o ms
abierta, ciertas tendencias del hijo hacia su correspon-
diente padre autntico. Un hijo que ha desplazado o
reprimido la hostilidad contra su padre, difcilmente
es capaz de un reajuste similar si llega a tener pa-
drastro, sobre todo si a ste le faltan las virtudes de
aqul, cuya posicin de jefe de familia inhibi su
agresividad original mediante el despertar de la gra-
titud, de la admiracin o del amor. 0 sea, que el pa-
drastro puede reavivar el antiguo odio sentido sin el
lenitivo de las emociones opuestas. Adems, la madre
del muchacho se ha vuelto a casar despus de un
perodo de viudez durante el cual l tena, al menos
en apariencia, el derecho absoluto a su atencin y ca-
rio. Por eso se considera estafado. A causa del nue-
vo matrimonio de su madre, sentir inconsciente-
mente que ella le ha sido infiel, que ha rechazado
su amor por el de un extrao, idea que puede pene-
netrar en la conciencia como una imputacin de infi-
delidad al esposo anterior (el verdadero padre) . Er-
nest Jones analiza en The problem of Hamlet cmo un
complejo de sentimiento de esta ndole constituye el
armazn psicolgico del fabuloso personaje de Shakes-
peare. As se explica la vacilacin de Hamlet en
punto al proyecto de matar a su padrastro. Este slo
perpetr lo que Hamlet mismo hubiese hecho gusto-
samente de no haberse hallado inhibido. La contem-
placin del delito de Claudio azuza, en forma confusa,
las tendencias que le incitaron al propio Hamlet a
cometer una atrocidad parecida el asesinato del
rey, su padre para un fin similar l a posesin
de la reina, su madre. El efecto paralizante de
tales sentimientos se manifiesta en la incapacidad de
castigar a quien, aunque tanto tiene en comn con l,
lo considera peor que l mismo. El matrimonio otorga
a Claudio el lugar del viejo rey. Al matarlo, Hamlet
se hace culpable, en su inconsciente, del crimen de
Edipo, tentacin sentida antes de la muerte de su pa-
dre. De ah la resistencia a la consumacin del acto
que el odio al intruso le impele a realizar.
Sentimientos similares, respecto a la madrastra,
aparecen en las mujeres cuando su padre se vuelve a
casar. Los vemos en numerosos mitos familiares y
cuentos de hadas, como La cenicienta, Blanca Nieves,
etctera, donde madrastras perversas calumnian, casti-
gan, abandonan o matan a sus hijastras. Si la nia tuvo
hostilidad, reprimida o inhibida, hacia su madre, ahora
brota libre. La madrastra aviva y recibe, al mismo
tiempo, los celos y el odio hasta entonces dormido o
controlado. Tambin inspira odio y celos nicamente
por su carcter de usurpadora.
El odio de hijastros a padrastros, es recproco. No
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obstante, los motivos derivados de la convivencia re-
fuerzan esta pasin que arranca, sobre todo, de los
celos, ya que los hijos de uno u otro de los nuevos
cnyuges constituyen el espectro de un pasado que,
en general, no se quiere recordar. Al no existir un
verdadero vnculo paterno, un cario liberador de
angustias, las tendencias agresivas hallan menos re-
sistencia que de costumbre, pues no estn amordaza-
das por la represin. As medran las posibilidades
del comportamiento genuinamente cruel o del aban-
dono.
Finalmente, como el amor o el odio filial aumenta
ante la felicidad o infelicidad matrimonal, si se re-
mueven las barreras que impiden la expresin plena de
aquellos sentimientos hacia los padres verdaderos, al
ser sustituido alguno por un padrastro, ste recibir
el fuerte impacto de lo reprimido.
De una familia a otra salta el odio igual que salta
el amor. El odio entre familias, sujeto a influencias
ancestrales, se transmite a lo largo de generaciones. Un
perodo importante de la historia de Roma est afec-
tado por l, por el renovado combate de dos familias:
los Claudios y los Julios, lleno de episodios dram-
ticos, cuyos protagonistas se sucedan, elevndose unas
veces hasta casi alcanzar el poder y hundindose otras
en el destierro y en la muerte. Tambin los clanes de
Escocia llegaron a hacer de la guerra su esencia. In-
tegrados familiarmente se enzarzaban en contiendas
que duraban aos por la supremaca de terrenos y
bienes. Los Arran, los Maitland, los Crawford, los
Hamilton, son buenos ejemplos del odio nter fami-
lias. An persiste hoy el sentido de clan que tanta
influencia tiene en las ideas polticas y econmicas
(clan Kennedy, clan Stnatra, clan Rockefeller). Fami-
lias, castas, clanes: rivalidad en suma, fuente prolfica
de odio que se desata tanto ms, de un modo ms
cruento, cuanto menor sea el nivel social de sus prota-
gonistas. Las frecuentes reyertas entre gitanos mues-
tran con qu facilidad surge la pedrada, el navajazo,
el tiro por la espalda entre estos individuos siempre
desarraigados, desvinculados de todos los ambientes.
Por ello se refugian desmesuradamente en su sangre,
en su intensidad familiar a la que fcilmente consi-
deran injuriada... Y ese odio del gitano al payo, esa
deseada segregacin de estos apatridas de los que tie-
nen patria, solar, nombre, expresa la ms ruidosa
protesta de los que no quieren dejar de ser. El gitano
grita contra el temor a la prdida de la individualidad
de su raza. Si el amor, como se ha dicho, es una tram-
pa de la Naturaleza para conservar la especie humana,
el odio de los gitanos a los no gitanos tiene, en el fon-
do, una significacin muy parecida. Es el alarido an-
te la disolucin de su especie bronceada y librrima,
que si sufre por sus culpas o por injustas opresiones,
representa tambin la independencia en un mundo in-
tegrado, cohesionado por la ley y el procedimiento.
La proximidad determina una relacin continua y,
sobre todo, una coincidencia en intereses propicia a
la alianza o a la guerra. Las familias que se odian
siempre viven cerca la una de la ot ra; en la misma
ciudad, en el mismo pueblo, hasta en la misma calle.
Y suele tener contactos dentro de un idntico campo
de accin. En tales circunstancias, cualquier ofensa
justifica lo que todos desean para dar rienda suelta
a sus antipatas, a su agresividad. As, la ofensa, ms
que el motivo, constituye el pretexto de un odio que
vena incubndose y que, una vez libre, sigue su curso
influido por el ambiente lugareo, el cual facilita,
mediante mltiples y arteras aportaciones, el combus-
tible para mantenerlo o azuzarlo. El odio de este tipo
se desencadena con frecuencia por causas sentimentales,
por noviazgos entre miembros de una y otra familia,
en las que exista ya un antagonismo cuya acritud,
hasta el momento, se disimulaba o contena. Produ-
cido el chispazo, surgida de sbito una razn plausible,
la aglutinacin familiar ocurre ipso facto. Las fa-
milias, ya decididamente enemigas, llegan a parecer
slo dos individuos como en aquel combate de La
Ilada todos los troyanos estaban representados por
Pari s y todos los griegos por Menelao.
Es fcil el encuentro de las pasiones madres. Pero,
quiz, nunca como en estos casos se pisan los talones.
Una vez ms, el instinto de vida surge frente al instin-
to de muerte. Y es muy posible que Eros anule a Ta-
aros bajo la forma de romances de amor hartas
veces con final trgico. As Romeo y Julieta, as los
Amantes de Teruel...
* * *
El psicoanlisis ha esclarecido algunas races del
odio y, por supuesto, muchas del crimen. La penetra-
cin en el subconsciente saca a la superficie gran parte
de lo que el hombre ignora, pero que, sin embargo, le
dirige y en mltiples circunstancias le gobierna, por-
que de l emanan poderosas fuerzas impulsoras de la
conducta. En relacin con el odio, el psicoanlisis ha
revelado numerosos complejos, nacidos en la vida
anmica infantil. Su origen es inconsciente, pero quien
los padece los remite a la consciencia en formas com-
pensatorias de variada especie. Adems de los comple-
jos de Edipo y de Electra existen otros similares por
los que se rigen los odios entre hermanos: el comple-
jo de Can y el complejo de Diana. Todos ellos han
sido descritos a base de la doctrina de Freud aunque
en realidad ste no trat ms que del complejo de
Edipo. Diversos autores citan el complejo de Byron
como manifestacin de la actitud amorosa del herma-
no hacia la hermana, y tambin el complejo de Ores-
tes, hermano de Electra, que dio muerte a su madre.
Jimnez de Asa da considerable valor al llamado
complejo de castracin. Puede significar el sentimiento
de la nia que cree que le amputaron el miembro viril.
Freud trat de esta envidia del pene, considerndola
una actitud paralela al complejo de castracin de
los nios, que luego se sublima. La nia piensa que
el pene le brotar y lo que despus nace, en reem-
plazo, es el hijo. El complejo de castracin femenina
se une as al sentimiento de maternidad. De modo
distinto se comportan los varones infantiles afectos del
complejo de castracin. Las amenazas al nio que
se orina en la cama de que se le arrancar o que-
mar el miembro viril, engendra el temor a perderle,
de que le castren y de convertirse en nia, puesto
que los muchachos consideran a las nias como ni-
os ya castrados. Freud atribuye gran valor a ese
complejo de castracin en cuanto origen del miedo
motor de muchos crmenes.
Estamos hablando, a travs de diferentes puntos de
vista, de la influencia de la constitucin personal en
el odio. Es necesario considerar tambin que la pro-
clividad a tal pasin no le pertenece exclusivamente al
sujeto, sino que en ello interviene la herencia. Si
concretsemos nuestra consideracin al extremo final
de los impulsos destructivos, o sea, al crimen, es
indudable, como ha dicho Rosaboff. que. al lado de
los factores puramente individuales \ sociales del de-
lito, existen en el criminal adulto factores pregermi-
nales o germinales determinantes de su conducta
criminal.
Todas las clulas del organismo tienen la facultad
de escindirse en dos clulas hijas semejantes a la
clula madre. Esta divisin se anuncia por un acon-
tecimiento que tiene lugar en el ncleo celular, en
el cual comienzan a distinguirse unos filamentos de-
nominados cromosomas. En el momento de la fe-
cundacin, en la nueva clula que va a surgir, como
primigenio esbozo del nuevo ser, una parte de los
cromosomas maternos, del vulo, se une a otra parte
de los cromosomas paternos contenidos en el esper-
matozoide. En los cromosomas existen unos puntos
denominados genes, de los cuales dependen los carac-
teres transmitidos por los progenitores. As, el nuevo
ser es deudor de la mitad de su herencia a cada uno
de sus padres. La herencia biolgica es la transmisin
al ser procreado de la mayora de los caracteres, atri-
butos y propiedades de los procreadores y aun de los
ascendientes ms o menos lejanos. No podemos dete-
nernos aqu en el estudio de la herencia. Pero la
transmisin de los caracteres somticos y psquicos es
un hecho comprobado por la diaria observacin.
Respecto a nuestro tema, interesa resaltar que los
individuos en cuya parentela sangunea aparecen as-
cendientes con enfermedades mentales, alcoholismo,
enfermedades nerviosas, tendencia al suicidio, etc., se
consideran afectados por una tara hereditaria, directa,
indirecta o atvica, es decir, la reaparicin de una
persona de los caracteres de las generaciones anterio-
res, exclusin hecha de los padres. Entre esas taras
hereditarias y esto es todo puede existir el odio,
o la tendencia al crimen, como un miembro de una
familia hereda unos ojos azules o una migraa.
De otros factores personales del odio ya hemos ha-
blado al tratar de las bases neurolgicas y bioqumi-
cas de la agresividad. Vamos a referirnos ahora a al-
guno de sus ms importantes factores ambientales.
* * *
En primer lugar, el hombre es, parcialmente, un
producto de la geografa donde su vida transcurre. La
tierra y el clima imponen a las personas ciertos modos
de vida que, necesariamente, transcienden a su con-
ducta. Napolen di j o: La poltica de los Estados se
halla condicionada por su geografa.
Montesquieu, en su Espritu de las leyes, sostiene
que la fertilidad de las tierras y la abundancia de
los bienes conducen a la esclavitud, mientras que la
pobreza de recursos naturales favorece la libertad de
los ciudadanos y la independencia frente al extranje-
ro. Tambin afirma que la criminalidad aumenta a me-
dida que el hombre se aproxima al ecuador y dismi-
nuye segn se aproxima a los polos. Sea esto cierto
o no, los climas clidos favorecen la libertad, una ma-
yor vida fuera del hogar, un mayor contacto con gente
desconocida, ms tentaciones para todo. En los cli-
mas fros, por el contrario, el hombre est ms re-
fugiado, menos libre, vive ms en familia, menos
expuesto a tentaciones por no gozar de tanta libertad.
Su vida de relacin siempre es ms limitada y las
amistades ms ntimas. No obstante, esto puede ser
tambin causa del incremento del odio al faltarle al
individuo posibilidades de evasin.
En efecto, el odio entre familias abunda en los pe-
queos pueblos. De ah el trmino de rencor pueble-
rino, que constituye el arquetipo de los odios inter-
familiares. Los habitantes de los pueblos tienen un
excesivo apego a lo prximo. A una tierra, a unos
rboles, a unas tradiciones. Y el ambiente csmico,
hace que la expansin del individuo sea muy limitada.
Adems, los mantenedores a ultranza de tal odio,
poseen una mentalidad bastante primitiva. Pero, desde
el punto de vista biolgico, en el odio rural desem-
pea un papel bsico la escasa renovacin del plasma
germinal. En muchos pueblos casi todos resultan pa-
rientes por la costumbre de concertar matrimonios
entre consanguneos, lo cual determina que las gene-
raciones se suceden sin aporte constitucional nuevo.
Basta con abrir nuevas rutas, fsicas y psquicas, a
la actividad pueblerina, para que se movilice el en-
charcado potencial pasional y desaparezcan estos odios
interfamiliares. Tambin algunas caractersticas del
odio estn condicionadas al paisaje.
El odio rural es ms frecuente en los pueblos de
montaa que en los martimos. El mar incita poco
al odio. Es una zanja de sosiego aunque tambin de
inquietud. Siendo capaz de excitar, principalmente
calma. Hace perder la mirada en una fusin de lo que
pisamos y lo inalcanzable, o lo deseado de acuerdo a
ideas de sentido ultraterreno. El mar une cerebros y
corazones. Gracias a l ha acontecido gran parte de
la solidaridad humana. Se han buscado tantas tierras,
tantas ideas por los caminos del mar! Siempre abre
el espritu y favorece la expansin. No es un frontn,
como las montaas. Se opone al enquistamiento, al
burbujeo de pasiones que precisan cocerse.
Por el contrario, el lenguaje popular habla de
odios cerriles refirindose a los que nacen entre ce-
rros. A no ser en su cima, las montaas oprimen,
aprisionan. Son barreras que ms que flujo deter-
minan el reflujo, el retorno, como el eco y la prosa
de Goethe, al punto de partida. Contribuyen a la per-
manencia de las ideas obsesivas, a la autoinduccin.
Pero no slo el terreno montaoso favorece el odio.
En l ms que en las llanuras, ms que junto al
mar hay profusin de individuos altos y delgados
astnicos los cuales resultan en sus manifestacio-
nes normales introversos y en las anormales esquizoi-
des, candidatos a la esquizofrenia. Ello l a constitu-
cin determina su tendencia a los conceptos abso-
lutistas. Inclinados normalmente hacia s mismos in-
troversin son ms intolerantes que los gruesos o
pcnicos sonrisa y habano en la boca, y tienen
mayor predisposicin a sentir y aplicar el odio.
En la gnesis de ciertos odios interviene el espa-
cio, la necesidad de expansin, la necesidad de mar,
la necesidad de vas de comunicacin. Interviene tam-
bin la demografa. De antiguo se dice que las guerras
y las revoluciones son fruto de la presin de la pobla-
cin, y actualmente vemos que la aceleracin del cre-
cimiento demogrfico en los pases subdesarroUados
es un factor esencial del antagonismo y de las riva-
lidades polticas. Pero estos factores y algunos otros,
como los culturales, determinan, sobre todo, la lucha
poltica que puede no ser exactamente odio. Tambin
el hambre es un motivo primordial del odio. El ham-
bre, la promiscuidad, las condiciones de vida infrahu-
manas que azotan hoy a tan vastas zonas del mundo,
engendran el odio del dbil al opulento, del casi muer-
to en vida al que la derrocha sin coherencia ni sen-
tido. Tenemos frente a nosotros el clamor de los pue-
blos hambrientos, el clamor de esos esclavos sin re-
dencin que son como un incendio voraz, como un
mar iracundo que en cualquier momento estalla y lo
arrasa todo slo porque necesita vivir. El hambre crea
su propio nacionalismo. Los hambrientos nicamente
pueden reconocer como hermanos a los que padecen
v se extinguen igual que ellos. Durante mucho tiempo
en los pases multirraciales no ha regido el principio
de igual paga a igual trabajo. Hombres de diferentes
razas pueden desempear los mismos empleos, po-
seer las mismas capacidades y ser igualmente efica-
ces, pero su retribucin econmica no se determina
conforme a sus merecimientos, sino de acuerdo con
el color de su piel. Este es el caso cuando los blan-
cos dominan a los negros, y uno de los motivos del
hambre en algunas zonas terrestres. El hambre, antes
de producir el agotamiento, antes de extinguir a las
personas, desencadena la irritacin, y azuza la agresi-
vidad en busca de la liberacin de esa tortura que
hacina enfermos y cadveres.
Cervantes, hablando de Sancho Panza, dijo, que
en lo moral era todo lo honrado que puede serlo un
pobre. No es que exista, por supuesto, una relacin
directa entre la falta de honradez y pobreza. Pero la
insatisfaccin que la falta de medios econmicos
determina excita la ambicin de conquistar una po-
sicin econmica ms elevada en espritus poco o
nada escrupulosos. Aunque sea a travs del robo o
del crimen. Tambin el mero deseo de ataviarse con
vestidos lujosos y disfrutar de otros bienes induce
a muchas mujeres a la prostitucin.
Finalmente, el alcoholismo es un promotor de odios.
Las bebidas excitantes tanto desencadenan los senti-
mientos ms tiernos como los ms agresivos. En todo
caso, el alcohol libera de muchas trabas a lo ms n-
timo de la personalidad que. ordinariamente, aparece
como apagado y contenido por las consideraciones
sociales, por los mecanismos inhibitorios de la edu-
cacin, por el freno de la conciencia reflexiva. El al-
cohlico siempre termina volvindose irritable, vio-
lento y, sobre todo, celoso. Impulsado por ideas deli-
rantes comete cualquier fechora presa de accesos
agudos o crnicos de clera. Odia v maltrata a su
familia. Su nico paraso yace en la copa, su
nico ambiente grato es la taberna o el bar de lujo.
Por aumentar la irritabilidad y debilitar el dominio
de s mismo, el alcoholismo ejerce una influencia po-
sitiva e indirecta sobre la criminalidad.
* * *
Quin es tu enemigo?, el de tu oficio. Este pro-
verbio expresa la realidad y la frecuencia de una t-
pica clase de odi o: el odio profesional.
En el odio entre los que ejercen el mismo oficio o
la misma profesin late el mpetu vital, la apetencia
de alimentarse, de organizarse, de prosperar que sien-
te el hombre. Nos resistimos fieramente a que estos
impulsos, de los cuales tenemos una provisin here-
dada, resulten maltratados o aniquilados.
La rivalidad consiste en un desarrollo excesivo de lo
que significa competir a travs de factores de autopre-
servacin, sexuales y agresivos. As acontece en el
ejemplo de la prima donna. Una prima donna,
generalmente rehusa actuar con otra cantante de pri-
mera lnea. Adems de las satisfacciones materiales y
sexuales que obtiene de su voz, su superioridad le hace
creerse segura y defendida del miedo a todo lo que
pueda provocarle la sensacin de soledad, desvali-
miento, e incluso, un cierto sentimiento de muerte.
No est dispuesta a correr el riesgo de que esa supe-
rioridad se desvanezca.
El amor a uno mismo, a las propias ideas, a la fa-
milia, inducen a la superacin. En este proceso tiene
cabida el odio. El individuo sabe que la sociedad
puede anularle. De tal miedo surge su odio a esta
sociedad representada por lo ms prximo, por quien
cultiva el mismo trabajo. Eso de mi querido amigo
y compaero suena harta veces a refinada farsa. Ho-
mo homini lupus, el hombre es un lobo para el hom-
bre, sobre todo en la rivalidad profesional.
La tendencia a la competicin es lgica y til.
Cuando est fuertemente inhibida, suele albergar,
muy oculta en la mente, una actitud derrotista.
Cajal deca que entre las preocupaciones ms fu-
nestas de la juventud intelectual destaca la extremada
admiracin a la obra de los grandes talentos. Sobre
el convencimiento de una cortedad de luces, nada
puede hacerse para continuar o completar aqulla.
Esta devocin al genio tal vez tenga su raz en un
doble sentimiento de justicia y de modestia; ms si
se enseorea del nimo, aniquila toda iniciativa e in-
capacita en absoluto. Defecto por defecto, prefe-
rible es la arrogancia al apocamiento: la osada mide
sus fuerzas y vence o es vencida; pero la modestia ex-
cesiva huye de la batalla y se condena a vergonzosa
inaccin. No obstante, el desarrollo en demasa de
la necesidad de competir ocasiona gran sufrimiento
mental y constantes disgustos en las relaciones hu-
manas, porque lo malo de tal impulso son algunas de
sus derivaciones, como la que considera indispensa-
ble arrol l ar al prjimo.
La rivalidad es de naturaleza productiva cuando no
va muy lejos. El xito, aparte de la satisfaccin, no
produce del todo ni la paz, ni la seguridad interior.
Muchos que se creen eminentes, importantes, se ro-
dean de gente mediocre. Su pretendida superioridad
mitiga sus defectos. Estn constantemente en escena,
a fin de evitar que una autntica superioridad los
empae. Ante el contraste con los inferiores es fcil
parecer admirable.
El odio profesional, depende directamente de la
calidad social e intelectual de los enemigos. Se
deriva, primero, de la fuerza del egosmo. Le-
go podemos entenderlo al estilo de la Fsica.
Parangonando la ley de Newton, Anatole France
dice en La isla de los pinginos: El odio crece en
razn inversa del cuadrado de la distancia. Cierto;
pero aumenta en razn directa del cuadrado de la je-
rarqua social de quienes lo albergan. No hay duda
de que el odio profesional entre dos betuneros es
menor que el que puede desarrollarse entre dos
sastres o comerciantes; ste pierde importancia ante el
de dos banqueros o profesores (quin olvida las te-
rribles polmicas que de vez en cuando sostienen
los aparentemente pacficos astrnomos para decidir
su prioridad en el descubrimiento de un asteroide?) ;
y ste palidece ante el que son capaces de sentir dos
polticos o dos monarcas. Es decir, la pasin del odio
prolifera en la medida en que debe ser reprimida o
disimulada. El ambiente, la educacin, el prestigio,
dan otra forma al odio de los cientficos que al de
los cargadores de muelle, prestos a solucionar su ri-
validad a puetazos.
El odio profesional puede brotar de la polmica
que tanto intenta sostener los propios convencimientos,
como destruir los hechos y las teoras del adversario.
Polmica, por lo general, repleta de soberbia y en-
vidia. Ejemplo de ello es lo sucedido entre Cajal y
Golgi. El engreimiento y la testarudez del histlogo
italiano en mantener algo de la teora reticular sobre
la forma de terminacin de las fibras nerviosas segn
Gerlach y Golgi, el extremo de la fibra nerviosa se
organiza en intrincada red, estableciendo contactos
con el de la siguiente, frente a los descubrimientos
de Cajal respecto a las arborizaciones libres de las
mismas, fue el motivo del odio pertinaz de Golgi a
Cajal cuya culminacin tuvo lugar en una bochornosa
escena en Estocolmo cuando ambos Cajal haba
investigado con el mtodo de coloracin de Golgi re-
cibieron el premio Nobel de Medicina que les corres-
pondi a partes iguales. Y es que hay posturas pro-
fesionales, o teoras cientficas, mantenidas exclusiva-
mente por el principio de autoridad. Todo profesional
es avaro de ttulos, y disputa encarnizadamente sus
derechos a la gloria amparado en su verdad o alzn-
dose desde su mentira. Por eso deca Rousseau que
no existe sabio que deje de preferir la mentira in-
ventada por l a la verdad descubierta por otro.
El odio profesional ha retrasado el progreso de la
humanidad. Es uno de los motivos ms frecuentes del
triunfo post mortem, de que los hombres se quemen
en la desolacin y hasta resulten perseguidos. Esta
es la odisea de la mayora de los grandes inventores y
descubridores. Cunto sufri Pasteur, a quien el
odio profesional, slo el odio de sus colegas, estuvo a
punto de anul arl e? Y Proust y Stendhal no tuvieron
que morir para ser inmortales? Por qu aparte
de la indiferencia nacional pas inadvertido el auto-
giro espaol transformado hoy en helicptero ame-
ricano...?
Cierto aspecto del odio profesional gira en torno
a la edad (odio de los viejos contra los jvenes). La
historia de ciencias, artes y oficios lo confirma am-
pliamente, pues el fenmeno abunda en todas las
esferas. Sin embargo, aunque este odio pueda surgir
en un garaje, es ms propio de la jerarqua inte-
lectual superior.
La oposicin del viejo al joven se deriva del egos-
mo y del miedo de aqul a sentirse desplazado por el
innovador. Han sido muchos aos de brega para que
ahora intenten apartarme a un lado. Este es el soli-
loquio del viejo. Hasta aqu la cosa resulta lgica.
Y el origen de semejante postura es muy profundo.
El comportamiento tiene como finalidad biolgica
mantenerse. Para ello la Naturaleza nos ha dotado de
medios de realizacin innatos y heredados, nos ha
dotado de instintos (llegar y durar es instintivo).
Las exigencias del mantenimiento se manifiestan a
travs de las necesidades. Y el triunfo, digamos mejor
la slida situacin, suele lograrse en condiciones gene-
ralmente tan duras que slo las conocen de verdad
los triunfadores. Bien est, pues, la controversia; pero
el odio aparece per se y llega a delirio persecuto-
rio mediante la accin directa o la difamacin. Es
siempre un odio cerril como si todos esos viejos va-
lores lbranse los verdaderos maestros cuya genero-
sidad igual resalta en el laboratorio que en el ta-
ller, adems de su infalibilidad, fueran habitantes
de comarcas montaosas. Refirindose a este fen-
meno, cuenta Anatole France que los pobladores de
ciertas islas tenan la sana costumbre de matar a sus
abuelos...
Lo nuevo predispone a la indiferencia o a la agresi-
vidad. Los portadores de nuevas ideas, de nuevos
hechos, estn condenados a discurrir en un mundo
de sordos. El Prncipe de Maquiavelo aporta estas
pal abras: Debe prestarse particularsima atencin a
que nada hay ms difcil, ni de xito ms precario,
ni de ms peligroso manejo, que instaurar un nuevo
orden de cosas. El reformador encuentra enemigos
en todos los favorecidos del viejo orden, y slo
tibios partidarios entre los que se aprovechan del
nuevo... Nunca el hombre volar, nunca penetrar
en los abismos submarinos; eso de las bacterias es
locura: el tifus, la rabia, la tuberculosis estn produ-
cidos por miasmas; Galileo Galilei tuvo que abjurar
de su descubrimiento...! Tales han sido y seguirn
siendo los gritos de la humanidad dispuesta fcil-
mente a estremecerse en un colectivo: Suelta a Ba-
rrabs!. Tales gritos encierran siempre una buena
dosis de odio profesional.
En el odio profesional interviene mucho la aptitud.
El que sabe va contra el que no sabe. Y a la inversa.
El odio del apto contra el inepto produce estupor,
pues la aptitud supone tolerancia. Lo lgico es que
exista un sentimiento conmiserativo del superior hacia
el inferior, del culto hacia el analfabeto. Esto cons-
tituye la excepcin en el aspecto profesional. La in-
fluencia del ambiente, la fuerza de las costumbres, la
inercia de la sociedad, son los principales responsables
del arraigo y del incremento de este odio. No es oro
todo lo que reluce. Est lleno el mundo de diri-
gentes de agricultura que no han visto nunca un arado.
Ello vulnera la personalidad de quien los conoce a
fondo y ha contado amaneceres en los campos. El que
domina una tcnica se resiste a que el ignorante ocupe
un plano social y profesional superior al suyo.
El odio inverso, el del que no sabe hacia el que
sabe, es ms saudo (en los odios profesionales flota
siempre el espectro de la envidia). Mucho de l
radica en la impotencia. El deficiente tiene el ntimo
convencimiento de que a pesar de su esfuerzo gene-
ralmente est poco dispuesto a hacerlo no llegar
a ser como el apto. Esto nunca se exterioriza a lo
sumo se desle en un si yo quisiera... e induce a
seguir, para mantenerse y medrar profesionalmente, el
camino de la intriga, llevando en las manos el arma del
rencor, pues quiz en el terreno profesional es en
donde ms prolifera lo que Nietzsche llamaba el odio
contra los privilegiados del cuerpo y del alma. La
rebelin de los fracasados contra los bellos, orgu-
llosos y bien humorados. El odio del rebao contra
los independientes.
Antes de que el inepto odie al apto, reconoce su
insuficiencia, la cual es la verdadera causa de tal odio.
Por eso utiliza el mecanismo psquico de la proyec-
cin para sacudirse el penoso descubrimiento de su
incapacidad y adjudicrsela, transformada en distinta
vivencia, a otros. El mximo temor son las fuerzas que
operan en l y contra l. Inmediatamente trata de li-
brarse de ellas a travs de la crtica, de la acusacin,
de la intolerancia. Otorgando al prjimo nuestros pro-
pios defectos, o lo que simblicamente representan
stos, nos justificamos y, al mismo tiempo, atacamos,
pues se tolera difcilmente en los dems lo que no
toleramos en nosotros mismos.
Quien no puede escalar torres intenta derribarlas.
As surge lo de siempre: el que vale, el apto, es va-
nidoso, engredo; se considera superior. Y lo que
irrita no es que lo sea, o que se lo crea l, sino que
lo parezca a los dems. Hay vanidades ajenas perfec-
tamente soportables. La vanidad agobiante, deca
Nietzsche, es la que hiere nuestra propi a vanidad. A
un relojero le tiene sin cuidado que el ebanista de la
esquina fabrique los mejores muebles de la ciudad;
pero ay del relojero de enfrente! Ese no tiene la
menor idea de lo que es la diminuta entraa de un
reloj.
Impulsos agresivos semejantes se comprueban a
diario. El objeto de una disputa es demostrar que
tenemos razn, pero es mucho ms comn que su fin
principal e inmediato consista en probar que el otro
est equivocado. Esto, tan instintivo, tan natural, tiene
mucha miga. Para Sartre que en Puerta cerrada,
dice: el infierno son los otros, el Otro es un
elemento de desintegracin de Mi mundo. El yo se
siente mirado. Otra libertad me juzga a su manera y
un ser tal puede derivarse de mi propio ser: es una
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necesidad del hecho. La libertad del Otro es negacin
de la ma, y, recprocamente, mirar a Otro es hacerlo
objeto. En la discusin que pretende demostrar que es
el Otro el equivocado, como en cualquier odio profe-
sional, late, desde el punto de vista existencialista, una
actitud defensiva ante el elemento desintegrador de
cada mundo personal, o sea, ante el Otro.
Adjudicado al rival ese apostrofe de la vanidad y
de la soberbia, inmediatamente viene el situarse en
plan de vctima, lo cual es motivo para un ataque de-
fensivo con profusin de golpes bajos y pualadas
traperas. Lo probable es que este odio sea corres-
pondido. Entonces la pasin suele rebasar los lmites
individuales acudiendo al espritu de equipo, a las so-
ciedades y clanes que aglutinan partidarios frente a
ideas y hombres.
El odio profesional conduce a innumerables baje-
zas. As puede comprobarlo quien asista, con nimo
imparcial, a los debates para la confeccin de candi-
daturas, o sea testigo de las deliberaciones que pre-
ceden a la concesin de premios artsticos y literarios.
En los pases que han sufrido guerras civiles, las ri-
validades, los odios profesionales, dejaron muchos
cadveres en las carreteras.
Llama la atencin el hecho de que una parte del
fracaso de la consigna de Marx, que postula la unin
de todos los trabajadores, depende del odio profesio-
nal . La envidia, de la cual surge este odio, suele im-
pedirlo, al menos en el exacto sentido de la pal abra.
Tambin se deben a ello los fracasos de algunas orga-
nizaciones polticas. El odio profesional slo tolera
el encumbramiento de aquel a quien se puede poner en
ridculo por su inferioridad tcnica.
En el odio profesional tienen cabida an otros
matices. Es molesto reconocer autoridad a alguien para
que critique la propi a obra, para que muestre ca-
minos de perfeccin. Incluso si la razn est de parte
del censor, la mortificacin sufrida determina un odio
implacable hacia aquella persona. Su nombre hiere,
su prestigio irrita. Es difcil perdonas y olvidar la
herida sufrida en el amor propio. Espoleada as la
soberbia, se rebela uno y comienza a incubar un
rencor cuya duracin puede ser indefinida. Klopstock,
el soberano del Parnaso alemn, el cantor del Mesas,
haba influido enormemente en el desarrollo de la vo-
cacin potica de Goethe, que desde nio ya lea y
declamaba sus obras a escondidas de su padre. Klops-
tock fue, pues, un dolo, un maestro para Goethe.
Sin embargo, cuando cierta vez, mediante una carta,
Klopstock se permiti hacerle a Goethe una crtica
tanto sobre su vida como sobre su obra literaria des-
arrollada en Weimar, el futuro Jpiter de Weimar
no lo soport; no aguant su estilo ampuloso y doc-
toral. Le contest en tono altanero, rechazando que
se inmiscuyera en sus problemas, que juzgara su arte.
All terminaron para siempre las relaciones de aque-
llos dos hombres.
El odio se incrementa de un modo paralelo al po-
der y al brillo que la profesin proporciona. Cono-
cido es cmo arraiga entre los que se disputan el
aplauso del pblico (pintores, escultores, msicos, ac-
tores, escritores). Muchos lo sacrifican todo a esa bo-
rrachera alucinante. Los artistas de teatro o de cine,
por el mero hecho de que su nombre aparezca en los
carteles de propaganda en letra menor que el de
otro compaero, son capaces de increbles discusiones
y de odiar al usurpador. Este tipo de odio es mayor
entre los actores de teatro y de cine que entre los de
circo. Probablemente se debe a que el artista de circo
es ms humilde, ms errante. Tiene un algo de cn-
gar melanclico. En el espectculo circense tra-
pecios, fieras se infiltra la ausencia presente de
la muerte que da al ambiente una sutil tristeza, una
posibilidad de continua amenaza. Ello tiende a unir
a las personas y a excitar su sentimiento de colabo-
racin antes que el de la rivalidad.
Muchas veces, en el teatro me ha llamado la atencin
algo muy pintoresco. Un gesto especial de vicetiples
y coristas. Entre este cinturn de muchachas que
rodean a la vedette siempre hay alguna que da
a entender que la cosa, que el espectculo en el que
en aquel mismo instante interviene, no va con ella.
Ella est all de casualidad, lejana, indiferente. Ella
es completamente superior a la vedette... Nada como
esta aparente indiferencia, este parecer que trabaja a
disgusto o a la fuerza me ha dado nunca mejor la
medida de lo que puede llegar a ser la rivalidad, el
odio profesional.
Y el odio del subordinado al jefe; del soldado
al sargento; del infante al art i l l ero?
Cabe mayor rivalidad profesional que entre las
tanguistas de cabaret cuya economa, cuyo poder se
basa en el descorche? Esa explotacin que suele ser
el cabaret explotacin sobre todo de la vanidad
del hombre produce un rendimiento que se mide
por litros de ginebra, por botellas de champaa. Y
la tanguista part e fundamental del negocio y tam-
bin consoladora de tristes o aburridos aspira a
superar a sus colegas a base de que el camarero
lleve a su mesa el mayor nmero posible de consu-
miciones...
Las lobas de barrio se disputan con constancia y
verdadero ardor profesional las esquinas ms lucra-
tivas. Y las esclavas de burdel odian a la compaera
que en las noches estremecidas y crapulosas arrastra
consigo a la cama a un mayor nmero de clientes
El actor puede odiar al autor de la obra que inter-
preta. En el fondo, muchas veces deseara haberla es-
crito l ; en el fondo sabe que a pesar de los elogios
crticos a su trabajo la gloria es para el autor (esto
evidentemente a veces es injusto. Muchas obras tea-
trales se salvan y triunfan nicamente por la labor
de los actores). Y l, el actor, el artista, contribuye a
cimentar esta gloria con su esfuerzo diario, con sus
gritos que le destrozan la garganta, con el sudor co-
pioso que le brota bajo la luz de las candilejas.
El msico que ansiaba llegar a director y se qued
en el camino, no sentir odio en ocasiones hacia el
maestro cuando, batuta en ristre, comienza a hacer
lo que l, perdido en la masa del conjunto, debera
realizar...?
Todo el mundo conoce la rivalidad profesional entre
los deportistas. Entre los conjuntos y entre los indivi-
duos. Muchas de las lesiones que se producen en los
partidos de ftbol albergan una gran dosis de odio.
En estos ltimos tiempos han muerto bastantes boxea-
dores. Hasta qu punto ha intervenido en ello el
odio profesional?
Otra profesin propicia al odio es la Medicina.
Odio de escuelas, odio de escalones sociales. En la
Medicina se plantea fcilmente la ambivalencia de la
admiracin y del odio. Sorprende muchas veces que
grandes profesores no hayan sido grandes maestros,
puesto que no han querido crear una autntica es-
cuela. Casi siempre la razn estriba en la rivalidad
profesional. Esta impide dar a los de alrededor dis-
cpulos, ayudantes oportunidades que redunden en
directo perjuicio del patrn, al ponerles en condicio-
nes de ser sus mulos o de restarle clientela. Por cier-
to que en el odio nacido en el ambiente mdico
acontece un curioso proceso de desplazamiento. Tal
es el especial odio del enfermo hacia el mdico. El
mdico puede salvar al paciente de su enfermedad,
pero tambin, al descubrirla, le revela a ste sus pun-
tos dbiles, sus defectos, lo cual motiva algunos resen-
timientos. Se aceptan las lacras que otorga la Natu-
raleza, pero resulta duro soportar o perdonar a
quien las descubre...
Si tuviera ahora que concretar la razn bsica del
odio profesional, yo dira que el mximo lo despiertan
los ms admirados, los de primera pgina, los divos.
El primum movens de tal odio es la envidia.
El odio profesional puede ser una apariencia. Hay
personas que jams han sentido odio como otras son
incapaces de sentir amor el amor, deca Ortega, es
una especie de don como el componer versos. Y tam-
bin es posible ver odio donde no existe, creer que
otro nos odia sin ser cierto, o exclusivamente por-
que nosotros lo odiamos a l. Cuando as ocurre, suele
deberse en part e a l a timidez, pues incumbe a su na-
turaleza la admiracin y el rencor frente a la audacia.
La timidez lleva a muchos a creerse criticados, per-
seguidos, odiados, quiz porque ellos mismos, sin
atreverse a manifestarlo, critican, odian, quisieran per-
seguir. No han encontrado, al eludir la lucha, el fuego
del que sus ideas salgan purificadas.
* * *
Entre los factores ambientales del odio ocupa una
buena parte la poltica. A impulsos de las ideas po-
lticas surgen las mayores pasiones constructivas y
destructivas que, a lo largo de los tiempos, han
traspasado a la humanidad. Aqu no vamos a tratar
ms que del fenmeno biolgico del odio poltico.
Pero, para mejor comprenderlo y situarlo en el
tiempo, antes de analizar su estructura y sus causas,
me parece oportuno y til exponer, a grandes rasgos,
lo que es la poltica, lo que tiene o no de naturaleza
exclusivamente humana, y, sobre todo, las principales
teoras y organizaciones polticas de la Historia. Slo
as se deducir la esencia, la forma y los motivos de
este odio que tanto ha influido en el mundo.
nicamente podemos entender el significado de la
poltica de acuerdo al concepto de Littr o de Robert.
Para el primero es la ciencia del gobierno de los
Estados; para el segundo es el arte y la prctica del
gobierno de las sociedades humanas. Ciencia o art e?
Grave dilema... Tambin pertenece al meollo de la
cuestin la frontera entre las grandes y pequeas co-
munidades que determina cunto la poltica repre-
senta de lucha. Esta, en las grandes comunidades, con-
cierne a categoras sociales y a grupos que en el in-
terior de la sociedad se constituyen como individuos.
En las pequeas enfrenta exclusivamente a individuos.
Y siempre establece la elemental distincin de gober-
nantes y gobernados. Parece, pues, imprescindible,
dice Duverger, considerar dos niveles en el anlisis
poltico: el de la micro poltica, en el plano de las
relaciones interindividuales basadas en el contacto per-
sonal ; y el de la macropoltica, en el plano de los con-
juntos donde el contacto personal no existe, reempla-
zado por relaciones mediatizadas, administrativas, o
por otro teatral y ficticio (el apretn de manos del
ministro, el discurso del Jefe del Estado).
Para unos, la poltica es esencialmente una lucha
que permite asegurar, a los individuos y a los grupos
que detentan el poder, un dominio sobre la sociedad
y, al mismo tiempo, la adquisicin de las ventajas
derivadas de ello. Para otros, es un esfuerzo por hacer
reinar el orden y la justicia. En este caso, el poder
asegura el inters general contra la presin de las rei-
vindicaciones particulares.
Ahora bi en; la poltica sea arte o ciencia, lucha
por el poder o esfuerzo en pro de la justicia: es
privativa del hombre? Tambin existe en las socie-
dades animales. As, una vez ms, comprobamos cmo
el mundo es un todo coherente, cmo la biosfera es
montona, y esta monotona llega, incluso, a la noos-
jera, a la capa terrestre que piensa, donde se extiende
nuestro Dasein, el ser existente de Heidegger.
Es obvio el parecido de las colectividades animales
y las humanas. Sin embargo, los fenmenos sociales
en la evolucin animal son algo espordico y abe-
rrante. Acontecen slo en algunas especies. Ninguno
de ambos hechos tiene el carcter de privilegio zool-
gico. No es mayor la evolucin de los animales so-
ciales que la de los solitarios.
Las abejas y las hormigas, animales poco desarro-
llados biolgicamente, poseen gran desarrollo so-
cial ; por el contrario, otros muy evolucionados mu-
chos mamferos no son sociales. Es probable que la
socializacin sea una va evolutiva de las especies
distinta a la orgnica. Los trminos reyes, reinas,
obreros, soldados, reproductores, implican una
categora social dependiente de sus caractersticas fisio-
lgicas. Ya veremos que una de las ideas polticas de
Platn tiene expresin en la sociedad animal, en la cual
el papel desempeado por ciertos miembros corres-
ponde a sus especficas funciones.
Los estudios realizados en las abejas demuestran
que si la reina de una colmena muere o desaparece,
las obreras alimentan especialmente a otras para con-
vertirlas en reinas. Pero esto no se produce porque
los miembros de la comunidad comprueben la muerte
o la desaparicin de la reina, sino por la falta de
una hormona externa que segrega sta, por falta de
una funcin que la reina ejerce sobre todos sus
subditos. Si experimentalmente la reina, viva y visi-
ble, queda aislada en una envoltura transparente, las
obreras comienzan la alimentacin especial de las
larvas como si aqulla ya no viviese, puesto que no
captan su hormona externa.
En las sociedades de vertebrados tambin hay je-
rarquas y luchas. En fin, el poder es objeto de com-
peticin tanto en la sociedad animal como en la hu-
mana. Esto confirma que los fenmenos polticos son
propios de la biosfera, anteriores a la aparicin del
hombre a la aparicin de la noosfera dentro del
proceso evolutivo de las especies.
Veamos ahora un esquema de la evolucin de la
teora poltica en la sociedad humana.
Hasta el siglo xix se ha vivido de acuerdo a una es-
tructura poltica heredada de los griegos, cuya tipo-
loga distingue: monarqua o gobierno de uno solo,
oligarqua o gobierno de unos pocos, y democracia o
gobierno de todos. Frmulas precisas de esta distin-
cin se encuentran en Herodoto y datan probable-
mente del siglo v antes de J. C, pero parecen ser fruto
de tradiciones anteriores. La obra poltica autntica-
mente trascendental de la poca helnica es La Re-
pblica, de Platn.
Platn divide el alma en tres part es: la que conoce
(filosfica), la que est llena de ardor y bravura (ani-
mosa) y la que procura la satisfaccin corporal
(apetitiva). De acuerdo a ello debe haber tres partes
correspondientes en la sociedad.
La idea platnica aboga por un rey filsofo encar-
gado de dominar el conocimiento, el nimo y el ape-
tito del cuerpo poltico. La Repblica elimina cual.
quier alegato sobre la igualdad de derechos. En la
sociedad, lo mismo que en el alma, la mejor parte debe
gobernar en inters del todo. El fondo de esta doctrina
no es otro que lo que Platn llama la funcin.
Cada individuo tendr su funcin social. Una funcin
deducida de sus partes anmicas. En virtud de ello, la
persona ms idnea para gobernar es el filsofo. Slo
l puede saber debido al predominio de su alma
filosfica dnde est lo mejor. Aqu Platn plan-
tea el gran dilema de la poltica mantenido ulterior-
mente. La autoridad es un derecho inherente al
hombre o una consecuencia del conocimiento?; el
campo poltico es de especialistas o, por el contrario,
todos los seres humanos son aptos para intervenir
en l?
La doctrina platnica se proyect sobre la ciudad-
estado de los griegos, en la cual tuvieron lugar los
primeros experimentos conscientes de mtodos de go-
bierno. Atenas, hacia el siglo v antes de Jesucristo,
poca de su mximo esplendor, aparece como una re-
pblica democrtica. Sin embargo, los esclavos y los
forasteros no intervenan en su gobierno.
Aristteles, sucesor de Platn, inicia otros rumbos.
No recomienda una repblica ideal, nacida del pensa-
miento, sino que hace una seleccin de las institucio-
nes de los diversos pases. Pero la ciudad-estado con
tina siendo el modelo ms alto de civilizacin que
distingue a los griegos de los brbaros, pobladores del
resto del mundo. Su estado es, como era el de Platn,
aristocrtico. Ni los esclavos, ni los trabajadores ma-
nuales podan abrigar la menor esperanza de gober-
nar. A pesar de ello, descentraliza el poder que debe
distribuirse entre todos los ciudadanos. Su teora pol-
tica, mixta, tiene mucho de aristocracia y de democra-
cia. Para Aristteles el hombre es por naturaleza un
animal social. La sociedad no requiere ser explicada.
Es el elemento humano idneo como el agua es el
del pez.
Platn y Aristteles dan el tono y fijan el contorno
poltico de varias generaciones. La influencia de Aris-
tteles se ejerce sobre el Imperio Romano, sobre la
Edad Media, y llega hasta nuestros das. Platn estuvo
ms olvidado en el mundo antiguo. A partir del Rena-
cimiento su recuerdo ya no se extingue. Posiblemente,
incluso hoy, es el ms ledo de los pensadores polticos.
La cumbre de la poltica griega est constituida por
la magistratura de Pericles que, desbordando a un
cuerpo de representantes, condujo a un pueblo. Su
gobierno tuvo tanto equilibrio como el de las escultu-
ras de Fidias y Praxiteles.
Pero en el estado-ciudad de los griegos no todo era
calma. Tambin albergaba rivalidades. Frecuentemente
estallaban revoluciones. La democracia ateniense se
volvi excitable, perdi la ataraxia, el helnico sosie-
go, que es en las reacciones psquicas lo contrario a la
alergia en las orgnicas. La democracia ateniense fue
hacindose interesada y tirnica. Result opresora. Y
la opresin siempre engendra odio.
El concepto de ciudad-estado reapareci en Roma,
de evolucin poltica muy parecida a la de Grecia. La
primitiva monarqua pas a Estado aristcrata, y lue-
go a una constitucin mixta que participaba de la de-
mocracia. Esta democracia romana era impotente para
frenar el impulso expansivo del pueblo. Slo un poder
central, intensamente concentrado, pudo mantener la
necesaria cohesin. Tras el breve episodio de los Triun-
viratos, Augusto, el sucesor de Csar, se coron empe-
rador. Desde ese momento, el gobierno de Roma fue
unipersonal. Cuando dej de serlo haba comenzado la
disgregacin, la decadencia del Imperio.
Lo ms caracterstico de la poltica romana es su
practicismo con intensas huellas de la filosofa estoica.
No dio Roma grandes filsofos polticos al estilo de
Platn y Aristteles. Pero cre el Derecho. Esta es la
contribucin de la Roma clsica a la teora poltica.
De ella proviene la nocin de la soberana del Esta-
do, la de la monarqua absoluta, y la de la monarqua
que ha de ajustarse a una ley. Tambin encierra el
germen del Derecho internacional extendido a todos
los hombres y a todos los pueblos.
La poltica de la Edad Media se basa en Roma y
Aristteles. La influencia del filsofo griego sirvi
para fertilizar las arideces del pensamiento romano.
La poltica medieval consta de la universalidad -he-
redada de Roma y del concepto social aristotlico.
Sin embargo, el Sacro Imperio careci de la unidad
romana y dividi el poder entre diversos pretendientes.
No destaca, aparte de mltiples pensamientos, aisla-
dos como fogonazos, ninguna teora poltica que se
adapte a las complejidades del mundo medieval. Por
otra parte, en la Edad Media surgi el feudalismo, la
forma poltica que ha representado una mayor opre-
sin, una autntica explotacin. Los vasallos, pisotea-
dos por el seor, se estremecan de ira, hervan de odio.
Algo de esto, como algo de seoro feudal, ha llega-
do hasta nuestros das. Perdidos en pueblos y ciuda-
des todava respiran seres que albergan cargas de
feudalismo. Finalmente, la conciencia poltica de la
Edad Media se reviste con el ropaje de la religin y
establece, sobre doctrinas procedentes del Derecho ro-
mano y de Aristteles, las sanciones de la Iglesia.
Pero la ms importante sintona de lo religioso y lo
poltico acontece durante la Reforma. El odio poltico
de los siglos xvi y XVII tiene mucho de religioso. Nun-
ca se vio arrojarse a la cara con ms furia los textos
sacados de la Escritura que entre los rivales polticos
de entonces. En aquel clima apareci Maquiavelo cuya
esencia doctrinal se caracteriza porque invita a los
tiranos a prescindir de toda consideracin tica. Ni-
cols Maquiavelo ve a Italia debatirse en constantes
escaramuzas suscitadas por las ambiciones e intrigas
del papado y las frecuentes intervenciones del poder
militar. A fin de salvar a su pueblo no se le ocurre
ms que la creacin de un Estado totalmente autorita-
rio a cuyo anhelo subordina cualquier clase de consi-
deracin moral y trato leal entre los hombres. Su sis-
tema poltico se ha calificado de monstruoso. El Prnci-
pe, de Maquiavelo del que luego hablaremos en otros
aspectos, insistiendo en la idea del nacionalismo y
abriendo perspectivas ilimitadas al poder secular, vino
a ser el manual secreto de los monarcas ambiciosos, que
se lanzaron a construir fuertes Estados nacionales sobre
las ruinas del Imperio universal y de la Iglesia universal.
Cada vez se destacan ms las corrientes hacia lo re-
ligioso. Luteranos y calvinistas comienzan por atacar
al Papa. Sin embargo, estos conflictos no son exclusi-
vamente religiosos. Para vencer al Papa, Martn Lu-
tero y sus partidarios tienen que recurrir al poder
temporal, a buscar su proteccin. Solicitan la alianza
de varios Estados, y se ven obligados a apoyar las pre-
tensiones a la monarqua absoluta de los gobernantes
que simpatizaban con su causa. As nace la simbiosis
entre la novsima Iglesia luterana y los anhelos de los
prncipes alemanes. Al hacer de la religin un asunto
de conciencia individual y directa interpretacin de
las Escrituras, sin la mediacin de una Iglesia inspi-
radora y universal, los luteranos resultaron tan defen-
sores de la monarqua absoluta que sta pronto se vol-
vi amenazante para la misma libertad religiosa que
ellos predicaban.
El rumbo de Calvino es distinto. Su revolucin fue
fundamentalmente moral. Procuraba hacer por igual
de la Iglesia y del Estado instrumentos de control de
las vidas humanas. Con gran sentido imperialista,
Calvino era el Papa de Ginebra. Al romper con los
catlicos tiene que armar a su Estado para que pro-
teja su Iglesia. Este gobierno an conserva algn ras-
go democrtico en Ginebra, pero en los otros lugares,
donde los calvinistas son minora y se ven persegui-
dos, adopta la forma de self-government, de go-
bierno de propia soberana.
La Reforma en Inglaterra es muy diferente a la con-
tinental. El cisma entre Enrique VIII y el papado no
suscit bsicos problemas ni teolgicos ni morales.
Fue una ruptura exclusivamente institucional sin apar-
tarse de la Teologa ni del Cdigo del catolicismo. Si
en Ginebra el Estado se haba convertido en una rama
de la Iglesia, en Inglaterra la Iglesia vino a ser una
rama del Estado. Esto suscit luchas entre los mismos
reformadores. Los calvinistas, cuyo fin era la revolu-
cin moral sustentada por la unin de la Iglesia y del
Estado, no aceptaban lo que aconteca en Inglaterra.
All, en este momento, surge Richard Hooker, que se
vuelve contra ellos y los trata de obcecados al querer
sacar de las Escrituras reglas obligatorias de con-
ducta aplicables tanto a lo religioso como a lo tem-
poral. El mundo est hecho de complejidad; hay un
ancho campo de la conducta sobre la cual Dios no
estableci ningn precepto universal, sino que dej al
hombre libre para, decidir sus actos conforme a las
circunstancias de tiempo y lugar, aunque siempre bajo
la regla de la ley natural y de la razn.
El siglo xvn es un siglo abrasado de odio y surca-
do de guerras. El elemento religioso y el poltico se
funden con las clases comerciales resueltas a destruir
la monarqua absoluta en nombre de la libertad de
conciencia, y a crear un Estado responsable ante las
nuevas necesidades del comercio, ante la nueva indus-
tria, ante las nuevas formas de la agricultura.
A no ser porque los Estuardos bajo la fascinacin
de su fatal creencia en el derecho divino de los reyes,
hicieron egregios desatinos, el puritanismo ingls di-
fcilmente hubiera triunfado. Pero al perder Carlos I
la cabeza al dejrsela cortar, Inglaterra cay
bajo la dominacin de los Santos, aunque sin grandes
influencias del gobierno ginebrino. Cromwell, en reali-
dad, gobern por s mismo. Sin embargo, la autocra-
cia no era fcil de arraigar en Inglaterra y se hizo
inevitable la restauracin. No obstante, cuando Car-
los II tom el poder ya haban quedado restringidas
las facultades monrquicas inglesas. Dado que las cla-
ses comerciales no eran lo suficientemente poderosas
para cargar con el peso del gobierno, ste pas a la
aristocracia territorial. Las clases aristocrticas son las
que rigen a Inglaterra desde 1688 en adelante.
El autntico fundador de la teora poltica britni-
ca fue Toms Hobbes de Malmesbury, el cual defien-
de la monarqua, pero, en pugna con la doctrina del
derecho divino, crea su tesis del contrato social. Lo
primero que necesita la sociedad es el orden y se pre-
cisa un poder absoluto para mantenerlo. Es decir, cual-
quiera que sea la forma de gobierno, a l corresponde
una autoridad total sobre los subditos. Esta doctrina la
rechazaron todos los partidos polticos. La aristocracia
no quera hacer causa comn con Hobbes porque de-
seaba una monarqua de derecho divino. Los adversa-
rios de la monarqua no la acataban porque su afn
era limitar el poder del rey. Los Santos tampoco la
aceptaban pues su idea consista en fundar un gobier-
no de bases teolgicas, no temporales.
Bajo nuevos aspectos, la influencia de Hobbes se
manifiesta posteriormente en Locke, el filsofo de la
Revolucin inglesa de 1688. En contra de Hobbes, que
crea que la condicin natural del hombre era el es-
tado de guerra, Locke vuelve al concepto de Arist-
teles: la sociedad es natural al hombre; y se propo-
ne restringir los lmites de la autoridad gubernamen-
tal y confirmarlos en el deber de proteger la libertad
y la propiedad de los subditos. El pueblo tiene derecho
a revocar y abolir el gobierno, por l mismo institui-
do, si en cualquier momento traiciona su mandato.
As, el gobierno se entiende como defensor de los de-
rechos de la propiedad. Tal es la versin terica del
hecho prctico de la Revolucin inglesa de 1688. A
partir de esta fecha, Inglaterra se entrega a los gobier-
nos aristocrticos con una monarqua limitada y cons-
titucional a la cabeza.
Estas ideas polticas surgidas en Inglaterra, en el
siglo XVII, se proyectan al continente, especialmente a
Francia. Montesquieu, de esencia aristotlica, fervien-
te admirador de la constitucin inglesa, es el primer
poltico cientfico moderno. Escribe: Existen tres es-
pecies de gobierno: el republicano, el monrquico y
el desptico. Pero, inmediatamente, distingue, den-
tro de la repblica, la democracia y la aristocracia. En
realidad, la doctrina de Montesquieu aboga por la se-
paracin de los poderes en legislativo, ejecutivo y ju-
dicial, y se inclina por el ejercicio de los tres median-
te autoridades diferentes, punto que considera como
garanta de la libertad poltica y civil.
Prximo a Montesquieu, surge Juan Jacobo Rous-
seau, que se aduea de la doctrina del contrato social
de Hobbes y Locke y la usa como una explicacin del
origen y de la existencia de la sociedad. Establece la
diferencia entre soberano y gobierno, la cual deja el
poder supremo en manos del pueblo entendido como
soberano. El gobierno ha de ser un mero delegado de
la autoridad, siempre sujeto a la voluntad del pueblo.
En la doctrina de Rousseau el soberano el pueblo
es un factor activo en la obra de la sociedad, no un
mero elemento pasivo que presta aquiescencia a la del
gobierno. Esto es cien por cien democrtico. Rousseau
aspira a poner al pueblo en condiciones de gobernar
de hecho y no nominalmente.
Acontece algo curioso en las ideas de Rousseau. No
acepta que el pueblo soberano pueda estar represen-
tado o delegar sus derechos. Debe legislar por s mis-
mo y directamente, lo cual slo es factible en una so-
ciedad lo bastante pequea para que todo el pueblo
concurra a una asamblea. Juan Jacobo Rousseau, ciu-
dadano de Ginebra, nos lleva otra vez a la ciudad-esta-
do como la nica especie de sociedad en que los trmi-
nos del contrato social pueden cumplirse.
La obra de Rousseau ejerci una influencia inmen-
sa. Leyndola, la gente aprendi tanto la teora de
la soberana popular, como la del gobierno democr-
tico. Rousseau ense que la voluntad del pueblo era
el nico fundamento legtimo de la accin poltica.
Por aquel entonces se produce el alzamiento de las
colonias americanas contra Inglaterra. El fondo teri-
co de su independencia son las interpretaciones de la
constitucin inglesa propuestas por Montesquieu, y
principalmente los principios esenciales del Contrato
social de Rousseau. Ha sido Juan Jacobo Rousseau
el autntico creador de la doctrina democrtica.
Cuando estalla la Revolucin Francesa, Europa se
sumerge en enconadas disputas sobre los principios del
derecho humano y poltico. Al igual que la constitu-
cin americana, La declaracin de los derechos del
hombre recoge las ideas y argumentos de Locke, Mon-
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tesquieu v Rousseau. Pero la Francia revolucionara,
sitiada por los enemigos de la libertad, igualdad y
fraternidad, pronto se vio obligada a abandonar la se-
paracin de poderes en favor de una concentracin
activa y extrema de la autoridad poltica. Rousseau
gua a Francia y a sus admiradores durante toda la
poca revolucionaria. Y es Rousseau, al insistir en la
soberana ilimitada de la sociedad, el que prepara el
camino a la dictadura de Napolen como jefe guerre-
ro de la joven v amenazada Repblica. Tambin lo
que acab siendo el gobierno de Ingl at erra: una de-
mocracia parlamentaria, que sustituy a la aristocracia
parlamentaria, tiene la impronta de la Revolucin Fran-
cesa y, por lo tanto, el antecedente de Rousseau. Sin
embargo, la teora que desencadena esta gradual trans-
formacin de aristocracia en democracia corresponde
a la escuela llamada de los radicales filosficos, en
la que principalmente destac Jeremas Bentham. que
puso su sello en el Acta de Reforma de 1832.
El benthamismo influy poderosamente en el pen-
samiento y en la accin poltica inglesa el resto del si-
glo. Prescindiendo de ideas anteriores, los radicales
filosficos basaban el derecho poltico en la utilidad.
El fin de la poltica no deba ser otro que la felicidad
del mayor nmero. No el bienestar de la sociedad como
conjunto, sino el de las personas individualmente con-
sideradas, es decir, un individualismo democrtico.
Mientras Napolen barra los pequeos reinos y prin-
cipados de Europa, limpindolos de supervivientes feu-
dales y equipndolos con los instrumentos de un
nuevo y simplificado cdigo legal, los benthamis-
tas ingleses, sordos a los ambiciosos evangelios
sobre los derechos del hombre, iban censurando
institucin tras institucin, sometindolas a la prue-
ba de esta simple pregunt a: Hasta qu punto
esto proporciona o aumenta la felicidad humana?.
As, lentamente, se abrieron las puertas al des-
arrollo de un capitalismo ilimitado. Pero la idea
de la mayor felicidad del mayor nmero cuaj en
un proceso constructivo. Su evolucin est represen-
tada por la obra de John Stuart Mili. Inglaterra, du-
rante la poca victoriana, acepta y adopta el laissez-
faire convencida de que el Estado deba abandonar
las cosas econmicas a su propia tendencia, lo cual
restringa la esfera de accin del Estado y daba
rienda suelta a la iniciativa privada. A ello se uni
una intensa poltica sanitaria puesto que la salubridad
e higiene pblicas son bsicas para la felicidad hu-
mana.
Mientras Inglaterra contina su reajuste, acontecen
en el continente grandes sucesos. La doctrina poltica
europea recibe la inmensa influencia de Hegel que glo-
rifica el poder y la autoridad del Estado, obligando al
individuo a buscar su propio destino, no en las cosas
que le conciernen a ttulo privado sino en su contribu-
cin a la vida estatal y mediante ella. El Estado es
para Hegel un ser mstico, un fin en s mi smo; los in-
dividuos que, en algn momento se juntaron para
formarlo, deben contribuir en la medida de sus respec-
tivas capacidades. En su ser deben encontrar el objeto
de su propia vida. Hegel subordina las pretensiones
del individuo al bienestar del Estado, el sumo bien.
Por otra parte, Hegel se inclina a la autocracia. Exalta
la unidad nacional y preconiza la sumisin. Manifiesta,
asimismo, tendencia a la aristocracia pues insiste en
las diferentes capacidades de los hombres para servi-
cio del pas en vez de insistir en la igualdad de las ne-
cesidades humanas. Confunde fcilmente la virtud del
Estado con su poder. Y ensalza la guerra y el impe-
rialismo, nico medio de realizar el destino propio de
cada pueblo. Sobre todo, Hegel niega la aspiracin ha-
cia la fraternidad humana. Los hombres deben estar
armados los unos contra los otros como supone que
ocurra en su condicin natural.
De la concepcin hegeliana del Estado surgi el nue-
vo credo poltico que iba a amenazar a todos los de-
ms: el socialismo marxista. Para Hegel el progreso
consiste en la realizacin gradual de la Idea' , de la
cual las cosas no son ms que reflejos. Este proceso
aparece en cada etapa como un conflicto en el que la
idea dominante se encuentra con su opuesta, con su
contradiccin, hasta que, del choque entre ambas,
brota una fusin de lo nuevo y lo antiguo, crendose
as una sntesis, una idea superior y mezclada de las
dos anteriores, la cual, a su vez, ser superada por un
proceso similar del conflicto. Esta es la tesis de He-
gel de la que se aduea Carlos Marx. Pero la vuelve
del revs.
Cree Marx que el factor determinante no es la
Idea, sino el aprovisionamiento material de la so-
ciedad, el cual dicta nuevos mtodos de produccin y
nuevas organizaciones econmicas y sociales desti-
nadas a desarrollarse en el futuro. Tal es la concep-
cin materialista de la Historia, que hace de los
poderes de produccin, en su incesante desarrollo, la
verdadera causa del cambio de las estructuras sociales
y de las relaciones entre las clases de la sociedad.
Estudiando a fondo el problema de las clases, des-
de el tiempo en que el poder perteneca exclusivamente
a los grandes terratenientes y la sociedad estaba estruc-
turada de acuerdo con sus necesidades, Marx da a los
obreros capacidad y oportunidad de organizarse con-
tra sus patronos. El destino de la clase obrera es de-
rribar a la clase capitalista y a todo su sistema eco-
nmico. La clase trabajadora est mejor dotada que
la clase a la que va a sustituir para poner en pleno
uso los crecientes poderes de produccin de que el
hombre dispone. As, despus de la victoria del pro-
letariado, ya no quedar ninguna clase a quien ex-
plotar. Con el advenimiento de una sociedad sin cla-
ses la explotacin habr cesado. Como luego vere-
mos, el problema de clases, la lucha de clases, si-
gue siendo el leit-motiv del odio poltico. La teora
de Carlos Marx ha tenido inmensas repercusiones prc-
ticas.
La doctrina de Marx aparece ntegra en el Mani-
fiesto Comunista que public, en colaboracin con
Engels, en 1848. Al principio, ni el socialismo ni el
comunismo, derivados directamente de la doctrina mar-
xista. tenan la bastante fuerza para ofrecer a las lu-
chas europeas el ao 1848 es llamado el ao de
las revoluciones su principal solucin. Francia,
por ejemplo, se hizo republicana, pero poco despus
adopt el imperialismo de Napolen III. En Alema-
nia no se logr la unidad nacional ni la democracia
constitucional. En Inglaterra todo sucumbi ante el par-
lamentarismo de las clases dominantes. La influencia
del Manifiesto Comunista verdaderamente se senti-
r con posterioridad en dos hechos importantes: el
levantamiento de la democracia social, tras la funda-
cin de la Primera Internacional de 1864, y el estallido
del comunismo, tras la Revolucin rusa de 1917.
No slo en sentido poltico, sino en muy diversos,
se producan, coincidiendo con la irrupcin de Marx,
hondas variaciones en Europa. Las teoras evolutivas
de Darwin dieron a los pensadores una nocin orgni-
ca de la sociedad. Herbert Spencer y Huxley son bue-
nas pruebas de ello. Su obra, continuada por otros,
aport nuevas directrices de tipo antropolgico y psi-
colgico a la teora poltica en la cual influy decisi-
vamente la obra de Sigmund Freud. Y se comienza el
estudio de los instintos sociales del hombre, animal so-
cial de accin ms instintiva que racional. Las formas
y proyectos de organizaciones sociales y polticas de-
ben ser juzgadas, mejor que a la luz de la pura razn
deductiva, en relacin con los instintos y pasiones hu-
manas.
An se dilatan las bases de las teoras polticas. A
principios de siglo, toma forma una sublevacin teri-
ca y prctica contra la democracia parlamentaria cu-
yas concepciones son excesivamente simples. De acuer-
do al antecedente de ciertas doctrinas medievales, el
Estado no es el centro de toda organizacin social. Es
una de tantas instituciones y asociaciones. Cada cual,
en su grado, incorpora un elemento de la existencia
total de la comunidad. El Estado es una parte de la
misma. As aparece en escena el pluralismo pol-
tico.
Cuando estas bases estaban elaborndose, estall la
guerra en Europa. Tal experiencia blica reforz el
convencimiento de que los Estados, para poder movi-
lizar sus inmensos recursos nacionales, se A'ean obliga-
dos a acudir al consejo y a la asistencia de una cohor-
te de asociaciones funcionales a las cuales tenan que
usar como agencias de su ejecucin poltica. La indus-
tria v el comercio pasaron al servicio nacional en ca-
lidad, sobre todo, de cuerpos consultivos. Adems, la
guerra vino a ser la seal de la revolucin. Para la
teora poltica, la ms importante fue la Revolucin
rusa de 1917. El partido bolchevique, guiado por Vla-
dimir Lenin, lanza al mundo su autoritario desafo.
El comunismo es el marxismo interpretado confor-
me a las ideas y condiciones del siglo xx. Es Estado
capitalista no puede ser aplicado para fines socialis-
tas. Hay que derrumbarlo. Los obreros han de crear
un nuevo Estado destinado a servir a los nuevos fines
que son completamente distintos de los antiguos. El
pueblo soberano respaldar y sostendr al gobier-
no con su voluntad organizada; pero entre el prole-
tariado y el gobierno ejecutivo debe haber un cuerpo
intermedio, una expresin colectiva y organizada de la
voluntad de la clase proletaria. Esta es la funcin del
partido comunista, abierto a todos los proletarios que
tienen conciencia de su clase y deseo de participar en
la obra y en las responsabilidades de la nueva clase
gobernante. De esta nocin ha surgido el sistema
dual de gobierno de la Rusia contempornea donde el
proletariado est representado dos veces: primero,
como una clase soberana en el sistema de soviets
locales y de los distritos, ante el congreso nacional
sovitico de toda la URSS; y segundo, como una cla-
se gobernante en el Partido comunista, a la cual per-
tenece la flor y nata del proletariado. As, el Partido
comunista es el que discute y resuelve la mayora de
las cuestiones. El congreso de los soviets tiene por mi-
sin fundamental difundir y promulgar la poltica es-
tablecida en el Partido.
No solamente el comunismo ruso desafa en Europa
a la democracia parlamentaria. La misma tendencia
late en el fascismo italiano, cuya realidad profunda
es la nacin, y el fin de su poltica: engrandecerla
y encontrar un rgano que sea expresivo de toda la
vida nacional. Benito Mussolini, antiguo socialista,
quiso terminar las luchas de facciones suscitadas por
la guerra en Italia. Dada la debilidad del gobierno
parlamentario italiano, nadie tena poder ni autori-
dad para sostener la ley. El fascismo destruy la or-
ganizacin obrera y la sustituy por otra en la que,
en lugar de sindicatos socialistas, existan uniones go-
bernadas por agentes fascistas. El fascismo da forma
al llamado Estado corporativo, que se concibe no
como un exclusivo conjunto de individuos, sino de
individuos agrupados, segn sus diversas funciones, en
cierto nmero de corporaciones mediante las cuales
participan en la vida del Estado. El fascismo, al igual
que el nacional-socialismo de Hitler representa una
variacin de la democracia par dent ari a hacia la
dictadura.
A la vista del esquema precedente, el fenmeno del
odio poltico se puede proyectar, a fin de comprender-
lo de acuerdo a sus circunstancias y momento, a cada
lapso de espacio o de tiempo. En la actividad \ des-
arrollo de la sociedad humana ocupa un lugar muy
destacado. En torno a l giran grandes acontecimien-
tos histricos.
Si se intenta extraer la esencia del odio poltico,
tanto del surgido en la ciudad-estado griega como del
engendrado a consecuencia de las teoras de Hegel, ve-
remos que nace, por una parte, de la rivalidad de
ideales; por otra, de sentimientos claramente zool-
gicos.
En efecto, el poder, el ms destacado fin de la po-
ltica, acta siempre en el campo de fuerzas de algn
dominio de intereses. La natural tendencia a la pro-
pia conservacin y medro de cuanto signifique algo
positivo de carcter personal, familiar o nacional, in-
duce a la agresividad y a la lucha. Slo la conciencia
moral vence al odio oponindose al egosmo que
persigue el triunfo de la subjetividad del modo ms
objetivo. Lo que mejor logra esto es la victoria pol-
tica.
El hombre quiere dar expresin intelectual a sus
tendencias. Sin embargo, la direccin de sus actos de-
pende en pequea parte de l y en gran manera del
ambiente. Los cerebros se desintegran mientras el ele-
ment inmaterial de las funciones mentales perdura.
La individualidad intelectual est determinada por la
combinacin de factores genticos y de factores cul-
turales que pertenecen a los grupos, a la especie y al
medio en que sta vive sometida a toda clase de in-
fluencias. La experiencia personal implica una selec-
cin de tales factores externos. En sentido poltico,
lo captado y lo heredado impulsan a la conquista del
poder. Pero el poder no es necesario adquirirlo uno;
basta con que lo adquieran los de uno. Parece que
as tambin se comparte a la escala del nivel personal.
Definir la rivalidad poltica presenta como mximo
inconveniente el de su variedad. En ella interviene la
poca y la ideologa. Quiz su significado real estriba
en que otros aspiran a la misma meta a travs de
distintos credos y diferentes programas. Este es, a mi
juicio, el motivo bsico del odio poltico, el cual, en
us fases exacerbadas, pudiera reducirle a la inten-
cin de aniquilar al rival que obstruye el camino
hacia el poder.
Las probables consecuencias de una rivalidad po-
ltica despiertan mltiples odios, derivados de los
conflicto de aqulla, que van desde el motn urbano
hasta la guerra. Sin embargo, esto no es autntico
odio poltico. El odio poltico es ms abstracto, qu-
micamente puro. Tiene mucho de profesional. Por cier-
to, que el profesionalismo resulta un fenmeno cada
vez ms interesante. Progresivamente, el amateur
cede su sitio al profesional. As acontece en el juego,
en el arte y hasta en el sexo. Hay profesionales del
ftbol y profesionales del amor. S; el odio poltico
tiene races de profesionalismo. Pretende evitar el
triunfo del ideal ajeno, obstculo primordial a la
satisfaccin de las ansias que impulsan a la lucha.
De ello se libra el verdadero idealista aunque tambin.
ste, a veces, termina haciendo lo subjetivo objetivo. La
diferencia entre el odio poltico genuino y el derivado
de la poltica se revela en el que sienten los individuos
de una nacin contra los de otra cuando ambas estn
en guerra por motivos que a los ciudadanos, desde el
punto de vista personal, ni les van ni les vienen; y en
el que siente una persona contra los miembros del
bando que ha matado a su padre. En los dos casos,
el odio es del segundo tipo, a consecuencia de una ra-
zn poltica, pero no esencialmente poltico. Esto no
excluye, por supuesto, que tal odio sea ms feroz.
El odio poltico procede de un hecho totalmente an-
tinatural. Lo que voy a decir es utpico, pero muchas
de las divisiones que existen en el mundo, entre ellas
la divisin poltica, son artificiales. A pesar de que,
segn Aristteles, el hombre es un animal social, y,
por tanto, la sociedad necesita una estructura en la
que l intervenga de acuerdo a su capacidad, al ser el
mundo un todo coherente cuya unidad biolgica es
nica cuando la molcula inorgnica pas a clula
viva dio pie a las gnesis tanto del ciprs como del
lagarto, de la rosa como de Goethe tambin debiera
ser nica la organizacin poltica, social y econmica
del mundo. Parece que el desconocido destino del
hombre y aqu es donde se abren las posibilidades
metafsicas y religiosas alter las cosas desde el
principio. Las diferencias humanas se iniciaron ya en
las hordas, consanguneas e incestuosas, de la Pre-
historia, con la divisin del trabajo por sexos y con
el elemental concepto de la propiedad privada. Ello
oblig a unos a vivir para otros en calidad de siervos
o. ms tarde, como asalariados. En tal momento co-
menz la separacin del mundo en dos bandos antag-
nicos que llega hasta hov bajo dos frmulas concretas:
el capitalismo frente al proletariado v el totalita-
rismo Estado corporativo contra la democracia.
En la teora poltica jams puede prescindirse de las
diferencias de raza ni de las religiosas, pero lo pol-
tico se acuesta ms hacia lo econmico, hacia la des-
igualdad en poder adquisitivo. Aunque slo exista una
clase de hombres, como slo existe una clase de
vida lo dems es evolucin, la organizacin po-
ltica lo hemos visto en su desarrollo a lo largo
de la Historia se adapta a las necesidades y a las
caractersticas de los millones de seres humanos que
pueblan la Tierra. As nacen las diferencias; as nacen
las luchas; as nacen los odios polticos que, unidos
a otras agresividades, han determinado tantos siglos
de guerra.
El odio poltico siempre es igual. Para conocerlo
sirve cualquier poca. Proyectando su fenomenolo-
ga sobre ella, se apreciarn las correspondientes
variaciones. La letra ser distinta pero no la msica.
Nos interesa el presente puesto que no hay ms rea-
lidad que la que aparece en los instantes precisos que
vivimos. El pasado hemos de traerlo al presente por
medio de imgenes o recuerdos. Y, cara al futuro,
aparte de que tenemos que inventarlo en el instante
mismo en que estamos viviendo, sentimos indiferen-
cia la gente, dice Bertrand Rusell, se preocupa por
cosas mundanas, aunque slo sea una mala digestin,
a nadie le preocupa lo que va a ocurrir en el por-
venir o una extraa serenidad para decir, como la
Iglesia, que no preferimos ni rechazamos ninguna
forma de gobierno con tal que, siendo justo y apto,
procure el bien de los ciudadanos. El hombre alcoholi-
zado de poltica afirma esto respecto al porvenir.
Aferrado al presente, considera que lo nico justo y
apto son las ideas que l profesa.
Las grandes directrices polticas de hogao se de-
rivan de Carlos Marx, de su concepto materialista de
la Historia. Aunque los nuevos tiempos han aportado
nuevas modalidades polticas, la oscilacin del pn-
dulo histrico nos ha devuelto, en muchos aspectos,
a la poca del Renacimiento, incluso excedindola
en crueldades y bestialidad. La lucha por el poder
sigue fiel a su esquema clsico, a aquel teorema de
ajedrez de Maquiavelo, segn el cual su tarea con-
siste en determinar la poltica ms factible que re-
quiere una situacin dada. Ha de explicar tambin
cmo tiene que realizarse dicha poltica de un modo
despiadado y duro. En esta teora inclua el carcter
de la poca, la lucha entre el feudalismo moribundo
y la vanidad burguesa en pleno alumbramiento. Hoy,
una fuerza ansia el poder para defender los intereses
de la clase dominante; otra lo pretende para proce-
der a una equitativa distribucin de la riqueza. En
el escenario de las luchas polticas existe el concepto
de clases. Y ste es el gran problema del odio pol-
tico, su conspicuo mantenedor.
En torno a la diferencia de clases giran los impulsos
de posesin y los impulsos de creacin del hombre.
Los primeros tienden a retener o adquirir bienes pri-
vados que no deben ser compartidos. As piensan las
clases altas. Pero los impulsos creadores tienen que
lograr y utilizar los bienes para los que no debe
haber posesin privada.
La diferencia de clases lleva implcito un sentido
eminentemente econmico. A nadie se le ocurrira
hablar de diferencias de clases refirindose, por ejem-
plo, a la clerical y a la seglar. Con ello se pretende
definir la clase capitalista, la burguesa o clase media,
y los proletarios. Es decir, dinero; pura economa.
Tal diferencia ya significa una desigualdad de la que
puede brotar, y de hecho brota, el odio. Todo esto ni
es nuevo, ni pertenece exclusivamente al mundo mo-
derno. La lucha de clases existe desde que comenz
a establecerse la propiedad privada que determin
la gran sima entre los amos y los siervos. En esa
sima han tenido lugar los grandes conflictos de la
Historia. Contra esa sima se levant Espartaco. Y
para borrarl a nos han enseado que muri Cristo.
Sin embargo, la Iglesia cree que siempre existir
la lucha de clases y, en su virtud, el odio de clases.
Len XIII, en su encclica Rerum Novarum, base
de toda la doctrina social catlica, dice: Es imposible
que en la sociedad civil todo el mundo sea elevado
al mismo nivel. Esto es, sin duda, lo que persiguen
los socialistas. Mas son vanos todos sus esfuerzos
contra la Naturaleza, pues ella es. en efecto, la que ha
dispuesto que entre los hombres haya diferencias
tan mltiples como profundas, diferencias necesarias
de las que espontneamente nace la desigualdad de
condiciones e individuos. Sobre la divisin de la so-
ciedad en clases de condiciones desiguales, Po X
sostena que es conforme al orden establecido por
Dios el que en la sociedad humana haya soberanos
y subditos, patronos y proletarios, ricos y pobres,
sabios e ignorantes, nobles y plebeyos (Po X, Mota
proprio sobre la Accin Popular Cristiana, 18-2-1903,
B. P. I. pg. 109). Po XII afirm que la historia
de todos los siglos prueba que siempre ha habido
pobres y ricos; la inflexible condicin de las cosas
humanas permite prever que siempre ha de ser as.
(Po XII, Sertum Laetitiae, 1-2-1939. B. P. I., pgi-
na 281). Hace pocos aos asegur Juan XXI I I : Aquel
que se atreve a negar la diversidad de clases sociales
contradice el orden de la Naturaleza (Ad Petri Cathe-
drum.D. C, 1959, col. 903).
El odio de clases, me temo mucho que perdurar por
los siglos de los siglos. Qu queda? La resignacin.
Y el que no se resigna, los millones que no se re-
signan...?
Independientemente de estas opiniones, otras han
basculado entre dudas respecto a la justicia o injus-
ticia de la diferencia de clases. En el siglo xvi, Toms
Moro deca en La utopa: La igualdad no puede exis-
tir all donde impera la propiedad individual, porque
cada uno pretende tener derecho para poseer cuanto
le sea posible, y la riqueza pblica, por grande que
sea, acaba por caer en manos de un pequeo nmero
de individuos que dejan a los dems en la indigen-
cia. La causa principal de la miseria pblica es el
nmero de nobles, de ociosos, que viven de la vida y
del trabajo de otros. Tambin Toms Mnzer excla-
maba : Todos somos hermanos y es Adn nuestro
padre comn. De dnde procede, pues, esa dife-
rencia de rango y bienes que la tirana ha estable-
cido entre nosotros y los grandes del mundo? Por
qu vivimos en la pobreza, llenos de trabajos, mien-
tras ellos nadan en la abundancia?
Cuanto ms violenta e intensa sea la lucha de clases,
ms concentrado se hace el poder; y ms fcil resulta
el arraigo del odio. En efecto, los sistemas adquisiti-
vos impulsan a que unos manden y otros obedezcan.
Y todos llegan a odiar. Ocurre a veces, como en la
Revolucin Francesa, que la propiedad cambia de
mano para surgir, en varios aspectos, otro modo de
explotacin.
Si intentamos sintetizar la lucha de clases, lo pa-
radigmtico es penetrar en el conflicto entre el socia-
lismo y el capitalismo. Actualmente, con la excepcin
de los Estados Unidos de Norteamrica, casi todos
los pases viven esta tensin, albergan un movimiento
y unas tendencias socialistas cuya fuerza influye en
lo gobiernos. Y un poderoso Estado, la URSS, es
de estructura y de rgimen netamente socialista, man-
tenindose apartado del mundo capitalista, mientras
desafa a las dems naciones con su demostracin ob-
jetiva del socialismo como sistema prctico y como
credo terico. Aunque los partidos socialistas de otros
pases no estn de acuerdo totalmente con el comu-
nismo, la diferencia de clases, y los puntos de vista
derivados de la misma, constituyen la lnea divisoria
en la poltica de los pueblos. Es la fuente de las ms
importantes rivalidades. La tendencia invasora del so-
cialismo se encamina a inmiscuirse en las cuestiones
internas de todos los Estados. He aqu el origen de la
gran batalla. El odio poltico pertenece a un binomio
cuyos factores son el sentir y el deseo, esto es, sen-
tirse oprimido y desear oprimir. Hay miembros de
partidos comunistas con mentalidad opresora y los hay
de partidos conservadores con mentalidad oprimida.
Aqullos buscan el poder poltico y social como sustitu-
to del poder econmico del que carecen. Estos quieren
el orden como medio de hal l ar una tranquilidad exis-
tencial inalcanzable con todas sus riquezas. En conse-
cuencia, por albergar el hombre instintivamente la ten-
dencia al poder, los odios polticos revelan que el indi-
viduo quiere el poder no para servir sino para servirse.
La vida y la historia revelan arquetipos humanos
del odio poltico. Churchill, por ejemplo, siempre
odi a Alemania, a la poltica alemana. En 1939, a
los pocos meses de reintegrarse a su antiguo puesto
en el Almirantazgo, dijo que toda su vida anterior
haba sido slo una preparacin para aquella hora.
Esta es una guerra inglesa y su finalidad es la des-
truccin de Alemania. Mucho debi ser su jbilo
cuando pase el humo de su habano entre las ruinas
de Berln... Churchill era todo un temperamento po-
ltico. Y es muy importante la influencia del factor
hombre en el proceso poltico, porque de l se deriva
una gran parte de su desarrollo y proyeccin social.
De l depende, tambin, el odio poltico. As lo vemos
en el caso de Stalin, en el cual resaltaba una enorme
crueldad que por ser, incluso, de tipo fsico cae de
lleno en el sadismo. Sola divertirse en su casa de
campo degollando ovejas o prendiendo fuego a hormi-
gueros rociados de petrleo. Los enconos y resenti-
mientos de Stalin pasaron de su rbita personal a la
pequea escala provinciana y luego a la gran escala
del pas entero. Se forj su propio plan decenal y
aun quinquenal de venganza, caracterstica del odio
poltico de origen temperamental y muy devastadora
porque, muchas veces, invoca el prestigio de la patria.
Acusar de traidores a los dems es un medio de per-
severar en el poder. Lenin cre la mquina mediante
una asociacin continua con las masas. Stalin se apo-
der de ella y elimin a todos los obstculos dis-
puestos a disputrsela, igual que haba aniquilado hor-
migas en su finca. Testigo excepcional de su vida, y
vctima destacada de su odio, Len Trotsky dice que
la alianza ruso-alemana satisfizo su anhelo de ven-
ganza. Ansiaba, sobre todo, afrentar a los gobiernos
de Inglaterra y Francia, hacer purgar las ofensas
sufridas por el Kremlin antes de que Chamberlain
dejase de cortejar a Hitler. Negoci en secreto con los
nazis sin abandonar las relaciones franco-britnicas.
Y enga a Londres y Par s presentando de sopetn
el pacto de no agresin entre la URSS y el Reich.
* * *
Una de las enfermedades del mundo actual es el ra-
cismo. Existen enormes bandos en pro del racismo, y,
afortunadamente, enormes bandos en contra del ra-
cismo. Ejemplo al canto. Como dice Pierre Paraf: en
los Estados Unidos se mantiene una lucha encarni-
zada contra el racismo en los Estados del Sur, en los
cuales la mayora de los blancos se oponen legal y
fsicamente a la igualdad de los ciudadanos negros.
Ni siquiera los nios de color son tratados con mayor
indulgencia. Y el mundo siente an el choque produ-
cido por la muerte de John F. Kennedy, enrgico y
paciente defensor de los derechos de los negros y
digno sucesor de Abraham Lincoln, que haba pagado
con su vida su adhesin a los derechos del hombre.
En la Unin Sudafricana la segregacin que se conoce
con el nombre de Apartheid ha sido consagrada por la
ley y la constitucin. La mayora de las personas
se encuentran, en consecuencia, privadas de los dere-
chos cvicos, acorraladas en verdaderos apriscos lejos
de los blancos. Les est prohibido mezclarse y comu-
nicarse con ellos, a no ser dentro de la subordinacin
del trabajo. El vocablo Apartheid indica la calidad
de aparte o segregacin. En sentido total significa la
segregacin social, econmica, poltica y sexual, con
criterio racial. Es un esfuerzo para aislar a la raza
blanca de la negra. Todo esto significa en el fondo
odio racial, todo esto va contra la igualdad de los
seres humanos bien claramente defendida en los De-
rechos del Hombre. Todos los seres humanos nacen li-
bres e iguales en dignidad y en derecho, reza el pri-
mero de los puntos de la Declaracin Universal de
los Derechos Humanos, aprobada por la Asamblea
General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre
de 1958.
A la difusin y a la aplicacin de los Derechos
humanos se opone el racismo, el odio racial que hace
correr sangre a torrentes.
14
Lo que el odio racial sea, alguno de sus motivos y
muchas de sus proyecciones de todo, desde dife-
rentes puntos de vista me he ocupado en otra oca-
sin vamos a examinarlo aqu, de acuerdo al estilo
radiogrfico, simplificado, de este libro, en alguna de
las situaciones tpicas en que ese odio se condensa y
cultiva. Incluso expresndome as, forzosa y delibera-
damente voy a ser muy esquemtico; tendra que es-
cribir si no un tratado de historia universal. Con tales
salvedades y advertencias, centremos nuestra aten-
cin en el problema judo. De l podemos deducir
mucho en torno al odio racial.
Unos 2.000 aos antes de Cristo, Europa y Asia
central eran tierras ms templadas y ms hmedas
que en la actualidad. Por ellas discurran tribus nr-
dicas de individuos altos con el cabello rubio y los
ojos azules. Estos pueblos, cuyo contacto entre s ha-
ca que hablasen meros dialectos de un idioma comn
primitivo, estaban destinados a representar un primor-
dial papel en la Historia. Eran gentes agrestes, habi-
tantes de praderas y bosques que llevaban sus tiendas
y enseres arrastrados por bueyes peludos. Construan
sus chozas con zarzas y barro. Cosechaban t ri go;
posean el bronce y, seguramente, fueron los descu-
bridores del hierro fundido. Al principio, no tenan
caballos. Cuando los obtuvieron, comenzaron a usar-
los para fines de traccin. A diferencia de otros
pueblos, establecidos a lo largo del Mediterrneo,
su vida social no giraba en torno a los templos. Sus
jefes eran ms caudillos que sacerdotes, dentro de
una organizacin de tipo aristocrtico sin atisbos rea-
les ni divinos. Ciertas familias fueron distinguidas
como nobles y llamadas a la jefatura. Estos hombres
cultivaban la oratoria. Animaban sus marchas con
festines, beban copiosamente y gustaban de los can-
tos y narraciones de sus compaeros de especial
vocacin a quienes llamaban bardos. Por carecer
de escritura, los recuerdos de esos bardos constitu-
yeron su literatura primitiva. La prctica de la de-
clamacin hizo de su lenguaje un potente instrumen-
to expresivo. Estos hombres, altos, rubios y de ojos
azules, quemaban los cadveres en lugar de enterrar-
los. Estos hombres eran los arios.
Los arios se extendieron hacia Occidente. Llegaron
a Francia, a Britania y a Espaa. A punta de lanzas
de bronce, los primeros arios los celtas goidli-
cos arrasaron a los pobladores de Britania e Irlan-
da. Luego surgi otra oleada los celtas breto-
nes, que introdujeron el hierro en Inglaterra, y de
cuya lengua se deriva la de los habitantes del pas
de Gales. Nuevas tribus celtas penetraron en Espaa,
ponindose en contacto con los vascos y con los fe-
nicios de las costas. Al mismo tiempo, ms arios
recorran la pennsula itlica y otros, que hablaban
snscrito, ocuparon, con anterioridad al ao 100 a. de
Cristo, el norte de la India y algunos pases monta-
osos del Asia Central.
Las antiguas civilizaciones fueron sufriendo la in-
vasin de los arios. Sobre todo, la pennsula de los
Balkanes. Mil aos antes de Cristo, los arios haban
borrado ya de Grecia la civilizacin egea.
A partir del siglo ix antes de Cristo, uno de los
asuntos ms importantes de la Historia es el referir
cmo los pueblos arios crecieron en podero y multi-
plicaron sus empresas hasta someter al mundo an-
t i guo: semita, egeo y egipcio. Los arios vencieron
desde el punto de vista de lo externo; pero la lucha
entre ideas y procedimientos continu mucho tiempo
despus de que el centro del mundo estuviera en
sus manos. La verdad es que esa lucha persiste a
travs de los siglos. Y alcanza su cumbre dram-
tica cumbre en nuestros das.
De 1854 a 1929 vivi un cientfico alemn, Karl
Osear Gunther, el cual sostuvo una teora respecto a
la superioridad de la raza aria. El concepto de lo
ario, que en snscrito significa honorable o arist-
crata, da origen a una de las persecuciones ms te-
rribles de la Historia. El antisemitismo, a consecuen-
cia de aquella pretendida superioridad, es una pura
cristalizacin del odio racial, de este odio que va
del que se cree superior al inferior, pero que por
algo teme a ste, y del que siente el considerado como
inferior hacia el que le oprime o amenaza.
El proyecto de exterminar a los judos, que el III
Reich llev adelante con todas sus consecuencias, tiene
antecedentes en cuanto al sentido racial que lo inspir.
Los primeros datan del siglo xvm.
En 1786, William Jones esgrime su famosa teora
lingstica. Segn ella, las analogas entre el sncrto
y el grupo de lenguas constituido por el latn, el griego
y el alemn inducen a creer en un origen comn, en
una lengua madre que corresponde a miembros de
una misma raza. Resuena por primera vez en Europa
el aviso de que existen unos hombres superiores. Son
los descendientes de aquellos altos, rubios, de ojos
azules, que quemaban a sus muertos.
Los estudios y las investigaciones raciales surgen
por doquier. Todo es buscar argumentos a favor de
una superioridad innegable de la raza aria que al-
canza su acm con la teora de Gunther y la de Rosem-
bacli. El clima se prepara. Millones de personas ha-
cen sus particulares discriminaciones raciales que,
andando el tiempo, se transformarn en la amarilla
mueca del odio.
A partir de 1901 comienza a circular por Europa
i
un libro cuya legitimidad nunca ha estado clara.
Se trata de Los protocolos de los sabios de Sin. Re-
ne las actas del congreso sionista celebrado en Ba-
silea en 1897 y sostiene la tesis de un gobierno mun-
dial semita basado en el poder del oro. Tenemos en
nuestras manos la mayor fuerza del mundo, el oro,
y en cuarenta y ocho horas podemos retirar de nues-
tros depsitos todo el que queramos. El libro, por
el contrario, no relata que en aquel congreso se habl,
por primera vez, de un hogar nacional, de lo que
ha llegado a ser el Estado de Israel. Los historiadores
abrigan muchas reservas sobre la legitimidad de Los
protocolos de los sabios de Sin. Es igual. Aunque
se les considera inductores al antisemitismo la chispa
haba saltado mucho antes.
Se llama Dispora la dispersin de los judos por
el mundo, viviendo en medio de otros pueblos, sin
mezclarse con ellos, conservando su religin y sus
costumbres, casi siempre odiados y frecuentemente per-
seguidos. Anunciada por los profetas Aventar
todas tus reliquias a todo viento, Ezequiel, V. 10; te
reducir a ser el oprobio de las naciones, id. 14 se
inici con el cautiverio de Babilonia y se consum con
la destruccin del Templo. La dispersin de los ju-
dos es un denso captulo de la Historia.
Ya en el siglo i, Estrabn y Sneca dicen que no
hay un pas en la tierra sin judos. Pero lo que en
realidad nos interesa aqu es el antisemitismo.
Como se ha dicho hartas veces, existe antisemitismo
donde quiera que haya judos. Todas las investigacio-
nes y estudios realizados para intentar comprender el
odio universal a los judos, conceden una conside-
rable importancia a las profecas y a la muerte de
Jess en el Calvario.
En el mundo antiguo se halla un intenso movimiento
antisemita, provocado por escritores y eruditos, en
contraste con la proteccin que el poder pblico con-
ceda a los judos. Los forjadores de la mentalidad
antisemita fueron escritores de la fase helenstica. Los
latinos se limitaron a imitar en esto a los griegos,
los cuales actuaban contra los judos, principalmente,
a causa de intereses religiosos. Este hecho excit la in-
clinacin hebrea a las letras clsicas, quiz con el
fin de buscar un medio defensivo y contestar con el
mismo que eran atacados.
El ms antiguo escritor antisemita de que se tiene
noticia es el historiador Manethon, sacerdote egipcio
del tiempo de Ptolomeo Filadelfo; vivi durante el
siglo III antes de Cristo, y escribi en griego la his-
toria de su pas. Segn esta obra, los hiksos, arrojados
de Egipto, haban fundado, para guarnecerse de los
sirios, una ciudad llamada Jerusaln. En ella caban
los cientos de miles fugitivos. Transcurridos 520 aos
de la expulsin de los hiksos, Amenofis, rey de Egip-
to, deseaba ver a los dioses. Esta ansia posea sus das
y sus noches, no dejndole momento de reposo. A
fin de calmar sus impaciencias y angustia, consult a
un adivino. Este le dijo que slo podra conseguir
su deseo cuando hubiera limpiado el pas de leprosos y
gente inmunda. Amenofis envi a las canteras del
Este a 80.000 leprosos e inmundos, entre los que se
encontraban algunos sacerdotes. Al saberlo el adivino,
temiendo haber atrado la clera de los dioses, se
suicid. Dej escrita esta profeca: Los inmundos
encontrarn aliados y dominarn Egipto durante trece
aos... Bastante tiempo despus de la muerte de
aqul, los inmundos pidieron a Amenofis la ciudad
de Anaris, abandonada por los hiksos, y el faran
se la concedi. Establecidos all, eligieron por jefe a
un sacerdote de Helipolis, leproso, llamado Osarsiph.
Al recibir su juramento de fidelidad, ste les impuso
como principales mandamientos sacrificar los anima-
les sagrados de los egipcios; no adorar a los dioses;
no tener comunidad con nadie, sino slo entre s.
Osarsiph tom entonces el nombre de Moiss; fortific
la ciudad y solicit y logr la alianza de los 200.000
hiksos de Jerusaln. Amenofis, aterrorizado al ver
que se cumpla la profeca de su adivino, se retir con
el buey Apis a Etiopa, y aguard los trece aos. Du-
rante este tiempo los leprosos y los hiksos dominaron
Egipto, procediendo al incendio de ciudades y aldeas,
al saqueo de templos, a la profanacin de los dolos,
y a comerse los animales sagrados. A los trece aos,
volvi Amenofis con su ejrcito y su hijo Ramesces,
y arroj a los enemigos a los confines de Asira. As,
pues, los judos son los descendientes de aquellos
leprosos expulsados de Egipto.
Hacia el ao 135 antes de Cristo, en Apamea, Siria,
naci Posidonio (Posidonio de Apamea), filsofo es-
toico que estudi en Atenas y que viaj mucho, lle-
gando a Italia y a Espaa. Muri en Roma tras haber
redactado unos 52 libros de historia. En algunos de
ellos habla de la fbula de la cabeza de asno que los
judos adoraban en el templo de Jerusaln y de la
del griego prisionero en el mismo y engordado para
ser ofrecido en cruento sacrificio.
En el siglo i antes de Cristo vivi en la isla de Ro-
das Apolonio Moln, uno de los ms encarnizados
enemigos de los judos entre los escritores del mundo
antiguo. Escribi mucho contra ellos, reprochndoles
no adorar a los mismos dioses que los dems hom-
bres y afirmando como lo haba hecho Posidonio de
Apamea que en el templo de Jerusaln rendan culto
a la cabeza de un asno. Presenta a Moiss como un
mago que abus de la credulidad de su pueblo. Ataca
la ley de los judos, pero su inquina contra ellos es
tan grande que, adems, les acusa de no cumplirla.
Los tilda de ateos, de enemigos del gnero humano,
carentes de civilizacin y de espritu, y tan salvajes
que son los nicos que nunca han realizado algo
til para la vida humana. Sus constantes acusaciones
resultan frenticas, epilpticas. Pasan de un extremo a
otro. Ora les echa en cara su cobarda; ora se asombra
de su locura y audacia. Y se indigna porque en sus
ritos y ceremonias religiosas se niegan a recibir a los
que no profesan la suya.
Josefo y Plutarco han recogido fragmentos de la
obra de Lismaco, nacido en Alejandra o en Cirene,
que esto no es seguro. En la Egipcaca, historia del an-
tiguo Egipto, dedica pginas llenas de odio saudo
a los judos. Cuenta que en tiempos del rey Boccho-
ris, los judos de Egipto padecan lepra, sarna y otras
varias enfermedades contagiosas. Refugiados en los
templos, vivan de limosna. Muchos egipcios sufrieron
su contagio quedando intiles para el trabajo y casi
para la vida, por lo cual sobrevino la esterilidad en
las tierras egipcias. Desolado, el rey consult el
orculo de Jpiter Ammn. As supo que el nico
medio de conjurar el azote era purgar los templos de
gentes impuras, contaminadas de judos arrojn-
dolas al desierto. Los ms enfermos fueron ahogados
en el mar, envueltos en lminas de plomo. Los su-
pervivientes, temiendo morir de hambre, o ser vctimas
de las bestias salvajes, celebraron consejo. Acordaron
pasar la primera noche con grandes fuegos y ayunar
para implorar a los dioses. Al da siguiente, se levant
de entre ellos un hombre llamado Moiss el cual les
aconsej que marcharan todos reunidos, hasta que
saliesen de los desiertos a pases cultivados. Y les
propuso mandamientos tales como no mostrarse ac-
gedores ni benvolos ms que con sus hermanos de
raza; que si otros les pidieran consejo se lo dieran
antes malo que bueno; que demolieran los templos
y altares del camino. Habiendo jurado todos los judos
obediencia, emprendieron la marcha por el desierto
hasta llegar a un pas frtil, hospitalario. All, tras
gran matanza y saqueo, en aquella tierra que no
era otra que la Judea, fundaron la ciudad de Hiero-
losima. Ya en estos relatos de Lismaco se hace alu-
sin al exclusivismo de los judos, a su extraordinario
apoyo mutuo, idntico al de los tiempos modernos.
Otros escritores antijudos del mundo antiguo son
Cheremn, Filn de Biblos y Appin. Este ltimo,
sobre todo, los acusa de prestar juramento en nombre
de Dios creador de cielo, mar y t i erra; de no favore-
cer a los extranjeros, principalmente a los griegos;
de no tener leyes justas, ni de tributar a Dios un culto
conveniente a su naturaleza. Por otra parte, considera
que toda su raza no ha tenido ningn hombre impor-
tante equiparable a Scrates o a Zenn. Finalmente,
dice ser vicio de los judos el inmolar en sacrificio
a los animales domsticos y en cambio no comer su
carne. Y se burl a de la circuncisin.
Frente al ataque de los griegos y egipcios, el pueblo
semita elabor una importante literatura apologtica,
debida casi toda a judos helenizados de la Dis-
pora Aristeas, Filn. Aristbulo, etc. Sus obras
tratan de establecer la verdad de los hechos acerca del
origen de los hebreos y del xodo, segn el relato
bblico. Refutan toda clase de acusaciones injurio-
sas e intentan poner de acuerdo la doctrina bbli-
ca con las opiniones de los ms ilustres poetas y
filsofos griegos Orfeo, Homero, Pl at n y de-
mostrar que los sabios helnicos se inspiraron en la
tradicin bblica o la plagiaron. Este es el leit-mo-
tiv de la literatura judeo-helenstica de la Dispora.
El mundo latino tambin tuvo su literatura antise-
mita aunque, desde luego, menos importante que la
griega. Fundamentalmente se dedica a criticar las cos-
tumbres de los judos, sobre todo la circuncisin, el
sbado, las restricciones alimenticias y, en especial, su
religin. Sorprende al pagano que los judos no
tengan simulacros de su dios y por ello los consideran
ateos. Unos dudan de si veneran a Sat urno; otros a
Baco; otros la cabeza de un asno, como ya haba
sido propalado en Grecia. Pero los ms hablan de un
deus incertus (Lucano, Farsalia, II, 593), o reco-
giendo una opinin de Plutarco, dicen que si se abs-
tienen de comer carne de cerdo es porque tributan
culto divino a este animal. A todo hebreo lo llaman
circunciso. Esto origina mofas y burlas de aristocra-
cia y populacho, que, desbordando la stira, les consi-
deran enemigos del gnero humano. El ms importante
de los escritores antisemitas latinos es Tito Cornelio
Tcito.
Tcito repite la fbula de que los judos son egip-
cios descendientes de los leprosos expulsados por
Bocchoris y conducidos a Palestina por Moiss, sacer-
dote de Helipolis. Asimismo, afirma que en aquella
tierra eliminaron a sus habitantes y construyeron Je-
rusaln, y el Templo donde Moiss introdujo la
adoracin de la cabeza de un asno y el inmolar car-
neros y bueyes en ludibrio de Ammn. La adoracin
al asno se debe a que estando los judos en el de-
sierto, acometidos de terrible sed, vieron unos asnos
salvajes, y siguindolos encontraron agua. Entre todos
los comentarios hostiles que Tcito les dedica, sobre-
salen los que se refieren al aspecto religioso, esgri-
midos casi en forma de una teora. En efecto, los ju-
dos no reconocen ms que una divinidad, y una di-
vinidad sin simulacro, por lo cual tratan de impos
a todos aquellos que adoran a dioses de materia
perecedera. Ni en la ciudad, ni en el templo levantan
imgenes de su dios. Ni a reyes ni a Csares les
rinden este honor. Se abstienen de la carne de cerdo
en recuerdo de la lepra que les afect, puesto que este
animal es propenso a ella. A Tcito casi todas las
costumbres de los judos le parecen absurdas y sr-
didas. Slo se tienen afecto entre s ; hacia los dems
no sienten ms que un feroz odio. Han instituido la
circuncisin para reconocerse por ese signo negativo.
Lo nico que Tcito les halla digno de alabanza lo
resume brevemente: Proveen a la multiplicacin
de la raza; ya que matar a un recin nacido es
tenido por ellos por un crimen. Consideran inmor-
tales las almas de los que mueren en batalla o vc-
timas de un castigo. De aqu su deseo de prole y de
desprecio a la muerte...
El Islam y el judaismo presentan muchas analogas.
Ambos proceden de la Biblia. Mahoma resulta un pro-
feta como los profetas hebreos. Inicialmente, Ma-
homa pens en incorporar a los judos a su fe e incluso
fundir su doctrina con la doctrina hebraica. Perciba
el parentesco entre las dos religiones, pues l mismo
estaba saturado de ideas judas. Pero pronto, a con-
secuencia de las disputas que Mahoma sostuvo con
los rabinos de Medina, surgi la ruptura. Y entonces
se declar enemigo del judaismo. Haba dispuesto
que se rezara mirando hacia el Norte, hacia Jeru-
saln. Decidi que se hiciese mirando al Sur, hacia
la Meca. Para diferenciarse tanto de judos como de
cristianos, orden llamar a la oracin a voces y no
con trompetas, como los judos, ni con campanas,
como los cristianos. En alguna sura del Koran, Mahoma
ataca abiertamente a los j ud os: Vuestros corazones
se han endurecido, son como rocas y ms duros, pues
de las rocas salen torrentes, las rocas se hienden y
manan agua. Mahoma guerre contra los judos. Y
aparte de las cuestiones religiosas, respecto a las
cuales los judos no son verdaderos creyentes no
han sido ennoblecidos por el Islam y deben ser
mantenidos en situacin inferior el musulmn des-
precia especialmente al hebreo. Le mira mal y le hace
vctima de vejaciones que considera merecidas. Se
trata de un odio racial, de un repudio a la obstinacin
judaica, a su supuesta avaricia.
Pasando de este rpido esbozo del antisemitismo del
mundo antiguo, al del mundo medieval, topamos en
seguida con la expulsin de los judos de Francia y
de Espaa, con la matanza de Bradenburgo en 1510,
y otras barbaridades. En esta poca se sigue cultivan-
do el mito de la avaricia juda como base del menos-
precio y del odio hacia ellos. Lo mismo persiste hoy.
Siempre que Shylok el inefable Mercader de Ve-
necia, de Shakespeare cuenta los ochavos en un es-
cenario, el pblico re maliciosamente. Ya sali el
avaro, el judo. De que tales trminos se empleen como
sinnimos tiene la culpa la crueldad de los cristianos.
(As lo demuestran Graetz, Baer y Dubnov en unos
volmenes sobre la historia de la judera, que rezu-
man llanto y sangre, segn el acertado comentario
de Jos L. Serrano.)
La prodigiosa capacidad de supervivencia de los
judos lleg a provocar un autntico pavor supersticio-
so en las mentes cristianas del medievo, alucinadas por
el miedo a una contaminacin judaica. A esto se uni
la hostilidad de gremios y mercaderes temerosos de la
posible competencia hebrea. El Concilio Lateranense
IV prohibe a los judos, a part i r de 1215, el ejercicio
de profesiones cristianas, no dejndoles otro recurso
i
que miserables menesteres artesanos, o la usura. Desde
entonces, el pueblo judo vivir marcado por la man-
cillante obsesin del dinero, su nica proteccin, su
medio exclusivo de sobrevivir. Pero no debe olvidarse
que uno de los motores decisivos de la usura juda
no ha sido otro que la despiadada presin tributaria
de los cristianos. Al judo se le toleraba la existencia
siempre y cuando sangrase oro. Aunque radicaran en
territorios donde desde tiempo inmemorial se hubiesen
sucedido las generaciones, no se les reconoca el de-
recho de residencia sino mediante permisos peridica-
mente renovados a precios exorbitantes. Para acoger-
se a la proteccin de los seores feudales haban de sa-
tisfacer sumas crecidsimas. Para poderse casar, hasta
para nacer, y casi para respirar, se les exiga a los
judos dinero, cada vez ms dinero, siempre mucho
ms que a los critianos, a travs de feroces impuestos
progresivos. Slo poda casarse un hijo por familia.
Si stas rebasaban el cupo asignado a cada judera
local, se las fraccionaba dispersando a sus miembros
en el destierro. Viene ya de lejos el odio a los judos.
A partir de la Edad Media, principalmente, millo-
nes de personas han odiado al pueblo judo por con-
siderarle deicida. Ahora resulta que no lo fue. Da
a da, mayor nmero de cristianos se unen en amistad
con los fieles de la sinagoga. El movimiento comenz
cuando, segn la frase de un maestro de Israel,
la negra sotana signific un refugio y una acogida
humana. Ha proseguido al socaire de la renovacin
bblica y ecumnica de la Iglesia. Juan XXIII, en
solemne ocasin, abri sus brazos a los delegados de
una gran asociacin juda y les di j o: Yo soy Jos,
vuestro hermano. Y bajo el pontificado de Pablo VI
se ha absuelto a los judos del delito de deicidio por-
que a Dios no se le puede matar. No haba pensado
nadie esto antes? An as, perdonan a los judos mu-
chos catlicos que se comportan a diario como ms
papistas que el Papa? No lo s. Hace poco me conta-
ba, lleno de estupor, un buen prroco: El otro da,
una de mis feligresas me dijo que si era verdad que
absolvan a los judos de haber matado a Cristo, no
entraba ms en la Iglesia...
Independientemente de que a Dios no se le pueda
matar, y considerando que la Teologa nada tiene que
ver con el mtodo ni con el rigor histrico, una de las
mayores injusticias de cierta Historia es imputar a
los judos la muerte de Jess. El odio nacido de tal su-
puesto contra ese pueblo, a casi todos nos lo han
intentado incorporar al bagaje sentimental desde la
niez. En el colegio la palabra judo la utilizbamos
como insulto. Y durante Semana Santa nos enseaban a
los judos, a los que mataron a Dios. Y existe en al-
gunas regiones espaolas la costumbre de matar
judos el da de Jueves Santo y Viernes Santo, de
bar en bar y de taberna en taberna. Por cada vaso de
vino o limonada, un judo menos.
El culpar a los judos de la muerte de Jess es
una injusticia basada, en el mejor de los casos, en la
ignorancia histrica. Las pruebas de lo contrario han
estado siempre ante los ojos de quien las quisiera ver.
De un modo muy sucinto mencionar ahora algunas
de ellas.
Como dice Joel Carmichael, la maldicin que pesa
sobre los judos, respecto a la muerte de Jess, es un
error judicial. No fueron los judos sino los romanos
los que la quisieron y los que la ejecutaron.
El aspecto de la divinidad de Jess, a los romanos
ni se les vino a las mientes. Para ellos, Jess y sus
fieles eran nacionalistas, revolucionarios resueltos
a combatirles. Lo acontecido es lo siguiente: un go-

bernador romano crucifica a un judo inocente en el
plano poltico, pero considerado culpable de un delito
contra la religin juda. Sin embargo, el ttulo de
rey de los judos, que se refiere a poder temporal,
' representa una infraccin hacia Roma. Por ello, en
realidad, Jess es condenado a muerte. Y a una muerte
romana. Eran los romanos quienes ajusticiaban me-
diante la crucifixin. Los judos utilizaban la estran-
gulacin, la lapidacin, la pira o la decapitacin. La
crucifixin, muerte infamante reservada a los esclavos
y ms tarde tambin a los agitadores de provincias
y a los enemigos polticos, los romanos la haban re-
cibido de los cartagineses y stos, a su vez, la des-
cubrieron en los persas. Pero no slo el modo de la
ejecucin de Cristo tiene la impronta romana. Jess fue
muerto como rey de los judos, ttulo que supona
pretensiones al poder. Aunque esta acusacin no con-
cerna en nada a la religin interesaba al Estado
romano. Tambin es cierto que un tribunal judo el
Sanhedrn incrimin a Jess por proclamarse el Me-
sas. No obstante, entre las acusaciones de las auto-
ridades judas a Jess, destaca una singular coinci-
dencia : considerarse Mesas es lo nico capaz de
suscitar la inquietud poltica de los romanos. Tal
hecho no era un crimen contra el judaismo. Prescin-
diendo de su aspecto divino, los romanos interpreta-
ran el trmino Mesas como un simple circunlo-
quio o un eufemismo de la palabra Rey. Para los
judos, las funciones espirituales y temporales se con-
fundan en el Mesas. Los romanos vean en ello la
busca del poder. Lo puramente religioso del problema
los dejaba indiferentes. En todo caso, aunque creerse
el Mesas fuese la acusacin de los judos, que til-
daron a Jess de blasfemo, la sentencia la dictaron y
la ejecutaron los romanos; el fiscal era romano, y la
pena capital se aplic a la manera romana... Si, como
acaba de proclamar la Iglesia, los judos no son dei-
cidas, porque nadie puede serlo, tampoco son cul-
pables de la muerte de Ieschov bar Iosehp.
He aqu a un pueblo que, por razones diversas, ha
sido vctima de odios a lo largo de la Historia. He
aqu a un pueblo que camina hacia la total tragedia
cuando la Alemania nacional-socialista adquiere su m-
ximo poder, cuando Hitler da la seal. Yo he visto
en Jerusaln una fotografa definitiva. El partido, el
ejrcito y el gobierno aparecen agrupados bajo la
ensea nazi durante una concentracin. Hitler vibra
en uno de sus espasmdicos discursos. Como fondo,
un inmenso, monumental l et rero: Die Jude sind un-
ser Unglck, los judos son nuestra desgracia.
De lo poco que ley Hitler, en su sentido antisemita
influy La voluntad de dominio, de Nietzsche, y el
odio fantico de Wagner a los judos, sobre todo, el
valor simblico que se concedi a su obra. Hasta el
inmenso poder de la msica, que como una religin
conmueve y sugestiona a los individuos, ha servido de
incitacin para odiar a la raza juda. A la msica de
Wagner se la llam arte ario, pues favoreca la
unin de pueblos y de hombres ideales. Era una m-
sica propia de su raza y, en consecuencia, una forma
de ataque a la otra raza, a la vergonzante, a la juda.
Nietzsche y Wagner contribuyeron, tanto como las
teoras de Rosemberg y de Gunther, a cimentar las
ideas de Hitler sobre la superioridad de la raza aria.
De seguro mucho ms que Los protocolos de los sa-
bios de Sin, que el mismo Fhrer consideraba ap-
crifos. Rausehning, en su libro Hitler me dijo, aporta
estas hitlerianas pal abras: De no existir el hebreo
habra que inventarlo, pues para el pueblo personifi-
ca el mal absoluto.
Campos de concentracin, cmaras de gas, hornos
crematorios. La empinadsima y larga escalera de Mant-
hausen por la que se obligaba a subir a los prisione-
ros corriendo con pesadas cargas a su espalda hasta
que caan vctimas de un colapso; incendios de ba-
rrios enteros; experimentos biolgicos (judos en lugar
de ratas) ; madres esterilizadas. Seis millones de ju-
dos muertos; doce millones de ojos cegados!, que
a algunos se les aparecern mirndolos sin trmino,
testifican hasta donde puede llegar el odio racial en la
especie humana. Quien, al caer la tarde, bajo el cielo
tan extraamente azul de Jerusaln, llegue al Monte
del Recuerdo, entre en La Tumba de los Corazones
y lea a la luz de la Nertamid llama perpetua los
nombres de los campos de concentracin, y el n-
mero de vctimas sacrificadas en cada uno de ellos;
quien, en la planta baja de este simblico mausoleo,
conozca los protocolos de esterilizacin de las mu-
jeres judas, contemple las fotografas de adolescentes
mutilados sexualmente, las de ancianos y nios des-
nudos cavando su propia fosa, las pastillas de jabn
hechas con grasa de judos, las lmparas de piel de
judos, las pildoras verdes del veneno que les obli-
gaban a tomar, las piscinas llenas de pies, de manos,
de brazos; los cuerpos caqucticos de ojos aterrados,
comprender, de modo inolvidable, hasta sentir sus
noches asaltadas de angustia, lo que es el odio racial,
lo que el concepto del antisemitismo y la creencia en
la superioridad de los arios impuls a hacer al III
Reich...
Como dice Frangois Mauriac, la proscripcin de una
raza de hombres por otros hombres no es un aconte-
cimiento nuevo en la historia de la humani dad; fue
siempre obra de personas dominadas por el odio.
Pero nuestra generacin tuvo el privilegio de ser tes-
is
tigo de la massacre ms extensa, la mejor planeada,
la mejor realizada: una massacre administrativa,
cientfica, concienzuda, tal como poda ser una mas-
sacre organizada por alemanes. Los hechos consisten
en el exterminio a sangre fra de seis millones de hom-
bres, mujeres y nios judos que redujo en dos tercios
la poblacin total juda de Europa en pocos aos.
La cuestin abarca un importante trozo de la historia
del homo sapiens, quirase admitir o no. Concreta-
mente, de la historia de una nacin que, durante si-
glos, ha representado uno de los planos ms desta-
cados de la civilizacin occidental, pero la cual, a con-
secuencia de una ideologa poltica, sufri un fenmeno
aberrante, patolgico, pues incumbi a la colectividad
alemana, actuando bajo la direccin de los jefes que
ella se haba dado, el intento de exterminar a la raza
juda. En todo momento, el antisemitismo nacional-
socialista fue un problema racial, un odio racial, no un
odio poltico destinado a defenderse de una ms o me-
nos hipottica conspiracin universal de los judos.
El judo dijo Adolfo Hitler es el antpoda del ario.
En el ao 1933, cuando Hitler ascendi al poder,
se adoptaron las primeras medidas contra los judos
alemanes que comenzaron por el boicot de sus co-
mercios, que les vedaron la funcin pblica y el
foro, y que excluyeron a los mdicos judos de las
cajas de seguridad social. En 1935 las leyes raciales
de Nremberg dieron una fisonoma estructurada y
caracterstica del antisemitismo alemn. Slo un
' Volhsgenosse' (un compatriota) puede ser ciudada-
no. Slo quien sea de sangre alemana, independien-
temente de su confesin, puede ser compatriota. Un
judo no puede serlo.
Durante los primeros aos del nazismo, sus gran-
des jefes como Streicher y Goebbels ya expresan
pblicamente sus intenciones sanguinarias. Streicher
dice en un discurso: Es un error creer que la cues-
tin juda pueda ser resuelta sin derramamiento de
sangre; slo de una manera sangrienta habr de
resolverse. Y en un reportaje publicado en 30 de julio
de 1933 en Sunday Referee, le dice Goebbels a un pe-
riodista ingls: Mueran los judos!, fue nuestro gri-
to de guerra durante doce aos. Que revienten al fin!
En Nremberg, el 15 de septiembre de 1935, se es-
tableci la ley para la proteccin del honor y de la
sangre al emanas:
Consciente de que la pureza de la sangre alemana
es la premisa de la perpetuacin del pueblo alemn,
e inspirado en la voluntad indomable de asegurar el
porvenir de la nacin alemana, el Reichstag vota la
siguiente l ey: 1. Quedan prohibidos los matrimonios
entre judos y personas de sangre alemana o asimilados.
2. Quedan prohibidas las relaciones extramatrimona-
les entre judos y personas de sangre alemana o asi-
milados. 3. Los judos solamente podrn tener a su
servicio mujeres de sangre alemana o asimilados de
ms de 45 aos. 4. Queda prohibido a los judos
utilizar los colores nacionales alemanes. Les est per-
mitido usar estandartes j ud os; el ejercicio de este de-
recho ser protegido por el Estado.
Estas leyes fueron indispensables para la realiza-
cin de los proyectos de Hitler.
Hitler pretenda dominar el mundo. Hoy nos per-
tenece Alemania, maana ser el mundo entero, era
la cancin de las S. S..
Para ello Hitler deseaba una juventud dura, vio-
lenta y cruel; con la fuerza y la belleza de las fieras
jvenes. Y estos atributos del pueblo por el que sus-
piraba nicamente podan lograse sobre la base de
una pureza racial, con exclusivos miembros arios.
Toda la doctrina de Hitler tena un algo de es-
tilo religioso, pues tambin aspiraba a extirpar el
cristianismo y a reemplazarlo por un culto y una
moral nuevos, por una fe fuerte y heroica en un
Dios indiscernible del destino y de la sangre. La
sangre, siempre la sangre. Esta es la principal ob-
sesin de Hitler. El alma racial, la misteriosa lla-
mada de la sangre, es el poder inmanente y superior
encarnado por el Volk, por el puebl o; debe sumi-
sin incondicional y absolutamente al Fhrer que es su
emanacin; y el Fhrer, por percibir infaliblemente las
directivas del alma racial, es tambin el gran sacer-
dote que sabe interpretar la voluntad divina.
Pero el alma racial, la sangre, el Volk, a pesar
de la uncin con que se les reverencia, son conceptos
ligeros y vagos mientras no se los haga tangibles a
los fieles oponindoles una antirraza, un antipueblo.
El judo, principio de la impureza y del mal, simbo-
liza al Diablo. Y para la religin de Hitler el Diablo
era de absoluta necesidad. Como ha dicho Poliakov,
esa dualidad maniquea resultaba esencial. La exis-
tencia del Diablo haca comprensible al Dios. Des-
encadenando el odio al impuro, se fomentaba la ado-
racin de la divinidad. Para dar a todo un poder
ms conveniente, para volver al Diablo ms tangible,
haba que rodearle de un horror sagrado, conjugando
la hostilidad a los judos con los instintos bsicos.
As se fustig el principio de la sangre ligndolo a
representaciones sublimes como la madre y la esposa.
Por eso se apel a la sexualidad, por eso comenzaron
las informaciones pornogrficas del Strmer, en las
cuales los protagonistas eran los judos. As se va
creando un estado de conciencia: el judo es impuro
y mancilla todo cuanto toca, al igual que todo lo que
le pertenece y participa de l. Hay una ciencia y un
arte de j ud os; tambin hay cafs que les consideran
indeseables y calles que les est prohibido transitar.
Las leyes de Nremberg se hacen extensibles a los ani-
males. Los consejos municipales prohiben que el toro
comn sirva a las vacas de propiedad de judos. Sus
cabras no pueden tener contacto con el macho cabro
comunal. Y los peluqueros de perros rehusan pelar
a los perros de judos. Das Schwarze Korps, prego-
nero de las S. S., indica a sus lectores que todo
alemn posee el derecho a detener a un judo que se
muestre en pblico junto a una mujer alemana, em-
pleando la fuerza si fuese necesario.
Mediante estos mtodos, una atmsfera de horror
sagrado impregn a millones de alemanes. Si una
minora aborreca al judo impulsado por un odio
homicida, una mayora, que no era esencialmente an-
tisemita, dejaba asesinarlos, y hasta prestaba su ayuda
por lo mismo que les vea execrados. De otra manera
difcilmente se hubiese podido asesinar a seis millones
de seres humanos, sin la connivencia tcita del pueblo
alemn. Pero, eso s, antes de comenzar la massacre
de 1939 a 1945, los nazis dieron oportunidades a
los judos. Cuando en 1933, ya rotas las hostilidades,
un judo de la pequea ciudad de Wrtenberg, Fritz
Rosenfelder, aterrorizado, se suicida, el peridico
Nachrichtendienst der N. S. D. A. P. publica, el 24 de
agosto del mismo ao, este comentario: Fritz Rosen-
felder es razonable y se ahorca. Nos sentimos felices
y no vemos inconveniente alguno en que sus congne-
res nos digan adis de la misma manera...
Los archivos del campo de concentracin de Bu-
chenwald indican que en tres das entraron 10.454 ju-
dos los cuales fueron tratados con el refinamiento
sdico en boga: acostados al raso en pleno rigor in-
vernal; golpeados y torturados durante largas horas,
mientras un altavoz vociferaba: A todo judo que
quiera ahorcarse se le ruega hacerlo cuidando tener
en la boca un trozo de papel con su nombre para que
sepamos de quin se t rat a. . .
Y nada ms. Nada hace falta aadir al trato que
el nacional-socialismo alemn dio al pueblo judo.
Todo el mundo lo sabe. El problema del antisemitis-
mo tiene como ha tenido en el mundo antiguo y
en el medieval otra mayor dimensin.
El antisemitismo, a pesar de lo dicho, no es, en el
mundo moderno, un fenmeno exclusivamente alemn,
ni siquiera centroeuropeo. Es un fenmeno universal.
Se odia al judo dondequiera que el judo exista. El
antisemitismo ms que una doctrina es un instinto.
Y no es cosa de describir todas sus vicisitudes hist-
ricas. En 1881 comenzaron en Rusia los progroms o
matanzas de semitas. Y tambin en el siglo pasado
se fund en Francia una liga antisemita. Y todos cono-
cemos el famoso asunto Dreyfus en el que el espritu
francs se ensa con la sangre juda representada por
el militar injustamente condenado.
Se acusa al judo de que es sucio, que despide un
olor nauseabundo, que es ruin, bajo, falso, avaro, co-
barde, tramposo. Y sobre todo ello se cimenta una
gran porcin del odio a su raza. Por otra parte, en
muchas conciencias existe la opinin antisemita. Esto
de la opinin antisemita exige una particular medita-
cin. Como comenta Sart re: Si un hombre atribuye
total o parcialmente las desgracias de su pas y sus
propias desgracias a la presencia de elementos judos
en la comunidad en que vive, si se propone reme-
diar ese estado de cosas privando al judo de algunos
de sus derechos o apartndole de algunas funciones
econmicas y sociales o expulsndolo del territorio
o exterminndolos a todos, se dice que tiene opinio-
nes antisemitas. Y esta opinin antisemita alcanza una
amplsima proyeccin. Algunos hombres quedan s-
bitamente impotentes si saben que la mujer con quien
se acuestan es juda. Hay una repugnancia hacia el
judo como hay una repugnancia hacia el chino o el
negro en ciertas colectividades. Esto es en sntesis el
odio racial. Esto es en sntesis lo que llaman opinin
antisemita. Sartre se niega a admitirla como tal, puesto
que no se puede calificar de opinin a una doctrina que
apunta expresamente a determinadas personas y que
tiende a suprimirles sus derechos o a exterminarlos.
El judo vive en el mundo sintindose odiado,
sin, en realidad, saber por qu. Quiz esta incg-
nita tragedia donde mejor ha quedado sintetizada,
en sentido simblico as lo apunta Sartre, es
en El Proceso, del judo Franz Kafka. Como el
hroe de la novela, el judo est empeado en un
largo proceso: no conoce a sus jueces, apenas conoce
a sus abogados, ignora qu se le reprocha y, no obs-
tante, sabe que se le tiene por culpable. El juicio se
dilata sin cesar, y el judio aprovecha para precaverse
de mil maneras; pero cada una de estas precauciones
tomadas a ciegas lo hunde un poco ms en la culpa-
bilidad. Este interminable proceso lo roe invisiblemen-
te, y a veces, le sucede que ciertos hombres lo prenden,
lo arrastran, pretendiendo que ha perdido su proce-
so. Y lo asesinan en un terreno baldo de los arrabales.
De otros odios raciales no voy a hablar ahora. En
mi libro Radiografa del dictador ya me he ocupado
de los problemas de esta ndole suscitados entre los
occidentales y los asiticos y entre los negros y los
blancos. No considero necesario insistir en ello porque
los conflictos raciales, en cuanto factores etiolgicos
del odio quedan, a mi juicio, claros en lo dicho sobre
la cuestin juda. nicamente quiero aadir que en
el racismo de negros y blancos existe un autntico
captulo aparte, al que se ha prestado muy poca
atencin. Me refiero al caso de los mestizos, principal-
mente de los mulatos.
Pocas cosas producen ms desequilibrio, ms deso-
lacin, que no llegar a ser del todo. Y ste es el caso
del mulato. Por una parte, alberga un odio heredado;
por otra, pertenece a esa raza que odia. Y lo cierto es
que no es ni blanco de verdad, ni de verdad negro.
La ira acumulada en el mestizo es doble porque l es
doblemente semejante y no llega a ser idntico a nin-
guno de los polos de los cuales emerge. Sufre la falta
de pureza en su propia individualidad.
Todo inclina a creer que el mulato a quien odia
es al blanco, no al negro. El mulato siente ms odio
hacia el blanco que su negro progenitor porque es
ms semejante a l. Sin embargo, el problema ha
de ser muy personal, muy individual. En un hbrido
racial el odio de este tipo puede dirigirse a un color
como a otro. Instintivamente depende de la concen-
tracin de cada una de las razas, de que el mulato
sea ms negro o ms blanco. Hay que reconocer, no
obstante, que la sociedad blanca menosprecia en grado
superior al mulato que la sociedad negra. Y tal vez
sea ste el motivo que acrecienta el odio del mulato
hacia los blancos. Probablemente, el mestizo es ms
propicio a los resentimientos. Racialmente no est
definido. El mestizo es el boceto de un color.
Del odio religioso tambin he tratado en la obra
mencionada. Adems, el odio religioso en la actua-
lidad prcticamente no existe. Ya no es motivo de gue-
rras ni de otras barbaridades como lo fue en tantas
pocas de la historia. Las gentes se sienten cada vez
ms atradas por las cosas de este mundo. Es muy di-
fcil que luchen, que maten pensando en el otro.
V i l
EL CNIT DEL ODIO
En una gran proporcin el cnit del odio es el cri-
men. Y de un modo paradjico, la sociedad expresa
su odio al delincuente grave privndole de la vida,
es decir, mediante la pena de muerte. No es ste el
lugar ni la ocasin para tratar de este ltimo tema,
aunque s para apuntar unas breves observaciones
sobre el mismo, antes de abordar el anlisis del crimen.
Yo, en ningn caso partidario de la pena de muerte,
no s en qu dosis las sentencias de pena capital ac-
tan como castigo ejemplar o como directa y tere-
brante manifestacin del odio al delincuente. Cada vez
que esta cuestin se plantea a nivel de dilogo las
opiniones son dispares, contrapuestas, apasionadas.
Parece que quienes defienden el llamado derecho de
matar con justicia lo que odian no es el delito sino
al delincuente.
Durante mucho tiempo, hombres abrasados en el
pensar y en el sentir, como son los filsofos y los te-
logos, sostuvieron que el Estado no tena el derecho
a quitar la vida a nadie aunque fuese un malhechor.
Por otra parte, a medida que los castigos corporales,
empleados para dominar a los delincuentes, fueron
sustituidos por otros mtodos, ms respetuosos para
la persona humana, como las penitenciaras, comenz
la declinacin de la pena de muerte. Y en muchas na-
ciones result abolida, y luego, debido a diferentes cir-
cunstancias restaurada. El tema es antiguo y actual.
Como antigua y actual aparece la pregunta de si es
legtima o no la pena de muerte. A este respecto
evoco ahora tres respuestas.
A quienes consideran ilegtima la pena de muerte,
les dice santo Toms de Aquino que tal teora condu-
cira a declarar ilegtimas a todas las penas: Si el
Estado no puede quitarnos la vida, so pretexto de
que no nos la dio, tampoco puede utilizar prisiones,
ni multar, puesto que no nos dio ni nuestra libertad
ni nuestro patrimonio.
Calvino lleg a idntica conclusin: Si el Seor,
al armar al magistrado, tambin le orden el uso de
la espada, cuando ste castiga de muerte al malhe-
chor, ejecutando de ese modo la venganza de Dios,
obedece a su mandamiento. Que los que dicen que est
mal derramar la sangre de un malhechor vayan a
quejarse a Dios.
Sin embargo, a pesar de estas manifestaciones tan
brbaras, y volviendo a Toms de Aquino, el Doctor
Anglico no critica la hostilidad de la Iglesia hacia la
pena de muerte, ni niega el clebre proverbio de los
canonistas segn el cual a la Iglesia le horroriza la
sangre. Durante la Edad Media, la Iglesia consider
su deber luchar por todos los medios contra el exceso
de la justicia secular y en especial contra el abuso de
la pena de muerte. Y su constante hostilidad hacia ella
se revela en el Cdigo de Derecho Cannico de 1917
que en el Canon 984 dictamina irregular al juez que ha
pronunciado una sentencia de muerte, cerrndole el
acceso al sacerdocio. La Iglesia, aunque en determina-
da pocas promocion las guerras religiosas, no pue-
de admitir nunca el derecho de matar porque no acep-
ta ninguna manifestacin de odio. Cristo deshizo la
ley del Talin contenida en el Deuteronomio. Al
vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano
por mano, pie por pie, opuso que al que te abofetee
en la mejilla derecha presntale tambin la otra.
Modernamente, los positivistas italianos recomien-
dan la pena de muerte contra los recidivantes invete-
rados, e inclusive contra los locos criminales. Y en
cuanto a la legitimidad de tal castigo, Carnelutti lo
presenta como una simple aplicacin de la teora de
expropiacin por causa de utilidad pblica, ya que el
criminal puede ser privado de su vida si all reside el
inters de la colectividad. La pena de muerte aparece
as como una venganza que persigue un fin higinico.
Que conste aqu esta personal apreciacin de que la
pena de muerte es una manifestacin del odio. Discutir-
lo nos llevara muy lejos y por otros caminos que no
son del caso. Tengamos nicamente presente que, ade-
ms de quitar la vida, la pena capital roba el derecho
a la muerte, a la propia muerte, porque, como ha dicho
Rilke, hasta lo que se hubiera llegado a ser o has-
ta lo que se hubiera podido llegar a ser estn siem-
pre prietos o resumidos en el instante que sobreviene.
Ahora volvamos al crimen, cumbre negativa de la
convivencia.
En tiempos remotos, incluso el suicidio fue consi-
derado como un crimen. Los jueces instruan un pro-
ceso contra la memoria del muerto, y despus de la
sentencia su cadver era arrastrado por las calles, col-
gado de una horca. Se le negaba sepultura y lo arroja-
ban a un estercolero. As manifestaba aquella sociedad
la inmoralidad que siempre entraaba el matar a al-
guien, aunque fuese a s mismo. Por el contrario, en
muchas tribus ha existido ignoro si an persistir
en alguna latitud la costumbre religiosa del parrici-
dio, en virtud de la cual la piedad filial obligaba a
los hijos a dar muerte a sus padres enfermos o dema-
siado ancianos. Y en Esparta era legal el infanticidio
de los dbiles o tarados. Aparte de estos casos, todo
crimen ha sido considerado por el mundo como el
ms grave delito. Pero tambin interpretado de muv
diversas formas.
En la Edad Antigua, tanto en las sociedades orien-
tales como occidentales, donde todo hecho trascenden-
tal se vinculaba al resultado de un conflicto entre es-
pritus del bien y espritus del mal, el criminal cons-
titua la personificacin de estos ltimos. El cristia-
nismo, a la cada del mundo pagano, mantuvo un con-
cepto parecido. Los malos espritus cedieron el paso
a la idea del Diablo. El criminal era un posedo por
el Diablo, un scubo sometido a su voluntad me-
diante un pacto misterioso firmado a veces con su
propia sangre. La filosofa de los siglos XVII y XVIII,
inspirada en los moralistas griegos, elimin la inter-
pretacin del criminal como un ser demonaco, dejan
dolo escuetamente en un ser perverso, a partir de su
consciencia y libertad de determinacin para decidir su
destino. En nuestros das se considera al criminal al
margen de cualquier aspecto metafsico o religioso. La
conducta de tal delincuente est motivada por una
constelacin de factores. Los ms importantes son su
constitucin especfica, el medio social en que acta y,
sobre todo, la resultante de la relacin entre uno v otro
factor. De acuerdo a tal ptica, los penalistas y crimi-
nlogos actuales consideran al crimen como un hecho
social realizado por un hombre cuya personalidad es-
pecfica le induce, o predispone, a realizar ciertos ac-
tos cuando se halla en cierto medio o se desenvuelve
en cierto clima. Slo el enunciado de este concepto ya
da idea de su vastsima complejidad. En efecto, por
una parte, el hombre; por otra, el mundo. La estruc-
tura fsica y psquica del individuo, los trastornos que
en l acontecen, su carga hereditaria, imposible de
prever, la educacin recibida, el gnero de vida, los
impactos del medio social. Esta unidad, integrada por
tan diversos componentes, est en contacto con otras
unidades, con otras personalidades que estimulan a
la suya mediante innumerables incitaciones, est en
contacto con ambientes de dimensiones y clases diver-
sas capaces de impulsarle al bien o al mal. Siempre el
hombre y su circunstancia, binomio del que puede bro-
tar la furia, el amor, el crimen, o vivencias tan serenas
como el agua estancada.
A la vista de la constelacin citada se plantea inme-
diatamente el problema de la responsabilidad o irres-
ponsabilidad del delincuente. Si no es libre para rea-
lizar sus actos, si resulta vctima de instintos que
su razn no puede domear, si est determinado im-
placablemente por la influencia del ambiente, por _
qu hacerle responsable de lo que le es ajeno? Debera
achacarse todo a su carga gentica, a su pathos, a
las nocivas presiones del mundo que distorsionan su
personalidad. Pero el hombre es un ser volitivo due-
o, en gran parte, de sus actos. A pesar de la noche
o del caos que se ciernen sobre l, siempre percibe,
asegura Bonger, la voz del bien, un aviso suave y bajo
que le dice que un acto est mal hecho y le aconseja
abstenerse de volverlo a realizar. Es la voz de la so-
ciedad que le hace responsable. Esto no afecta, natu-
ralmente, a los dementes, a los que no son.
Aqu el crimen nos interesa exclusivamente en cuan-
to manifestacin y consecuencia del odio. Por ello slo
haremos mencin a un tipo especial de crmenes y cri-
minales : a los pasionales y a los polticos, dando a
i
ambos calificativos la mayor amplitud posible ms
all de su estricto, especfico significado.
El considerado, ya desde los tiempos de Lombroso y
Ferri, como crimen pasional obedece a un largo pro-
ceso de incubacin afectiva o a una momentnea ex-
plosin de la misma ndole. De acuerdo a las ideas
expuestas en pginas anteriores, de acuerdo a la rea-
lidad psicolgica, podramos matizar un poco ms la
terminologa. Y denominar crimen pasional al debido
al primer motivo y crimen emocional al debido al se-
gundo. As quedaran ambos respectivamente respalda-
dos por la pasin del odio o la emocin de la ira.
Pero no se trata de complicar ms las cosas. Todo el
mundo comprende lo que significa la denominacin
de crimen pasional.
Considerando a una persona con las condiciones pre-
vias, mencionadas en diferentes puntos de este libro,
para llegar a ser un criminal, no es muy difcil cono-
cer la esencia de tal delito. Se explica fundamental-
mente mediante los sentimientos de venganza y de
celos, derivaciones del odio. Ellos envenenan al hom-
bre hasta impulsarle al aniquilamiento de quien se los
inspira o de quien considera, en alguna forma, culpa-
ble de eso que hiere y retuerce su existencia, de esa
niebla que le impide ver y respirar, de ese mordisco
que le desgarra crnicamente. O de repente.
Por venganza o por celos, por odio en cualquiera de
sus formas y derivaciones, el crimen pasional es con-
secuencia directa de la exasperacin, algo rudo y s-
pero que posee al individuo y que procura encontrar
una salida, emerger en el mundo exterior. La manera
ms drstica de hacerlo es eliminando, matando al
causante de tan terrible y angustiosa experiencia in-
terna. La exasperacin produce enormes descargas de
influjo psquico y nervioso, que llevan a disparar una
pistola o a clavar un cuchillo en el corazn. nica-
mente as el criminal encuentra un alivio de urgencia
a las vivencias que lo carcomen. La exasperacin, como
es obvio, sigue otros caminos. Desde el suicidio a la
absoluta inaccin. Pero la crisis de exasperacin que
aqu nos interesa tiene un fin extremista. No conoce
freno ni lmite y por eso, de modo caliente o fro, con-
duce al crimen. Es capaz de destruirlo todo, de rom-
perlo todo. Es como el amok, estado de espritu racial,
tan observado en Malasia, que impulsa a su presa a
precipitarse sobre los que encuentra en su camino para
matarlos hasta que ella misma muere o es reducida.
Tambin en el criminal pasional, abrasado de ira o
de odio, existe un elemento de perversidad, una espe-
cie de genio de la destruccin cuya alegra estriba en
perder todo, en arruinarlo todo. Intenta curar su des-
gracia a travs de la catstrofe.
Esto, ms o menos, y de modo sucinto, es lo que
puede apreciarse en los crmenes por odio engloba-
dos bajo el epgrafe de crmenes pasionales. Sin em-
bargo, el problema, considerado en profundidad, es
mucho ms complejo. Hay un terreno propicio para
su desarrollo. De modo vago y aproximado podemos
hablar de constitucin emotiva que, como ha demos-
trado Logre, se manifiesta por eretismo reflejo difuso,
excitabilidad tendinosa y cutnea, tendencia a los so-
bresaltos, a la retraccin crispada y a la distensin
explosiva. Estos seres parecen saetas en acecho prestas
al disparo. En su campo moral resultan sensitivos, in-
cluso tmidos. Y siempre susceptibles. Soportan mal
cualquier sinsabor o afrenta. Conservan enquistados
en su intimidad los recuerdos penosos, fuente bsica
de su odio. Por otra parte, suelen ser eternos insatis-
fechos que no han logrado dar cima a sus aspiracio-
nes, a la fuerza expansiva de su yo. Y, con frecuencia,
padecen complejos de inferioridad que les inclinan a
dudar de su valor personal, de su suerte y de su m-
rito. Les puebla un cierto nihilismo que anhela actuar
a cualquier precio y, como no pueden lograr nada
bueno, se liberan haciendo el mal. Sus debilidades y
fracasos los transforman en violencia agresiva. Estn
obligados a destruir lo que no dominan.
El psicoanlisis aporta nuevas luces respecto al cri-
men pasional. Demuestra que el ejecutor intenta siem-
pre aprovecharse de un modo inconsciente de todo in-
fortunio para descargar la tensin pulsiva que lo llena.
En los delitos afectivos, dice Hugo Staub, existe una
debilitacin de la fuerza moral debida a las vivencias
de la primera infancia, al odio sentido contra lo que
uno resultaba impotente. En su mayor parte, adems
de la apariencia cierta, late un acto de venganza sim-
blica contra una autoridad (padre o madre-i/reago),
a causa de los injustos agravios anteriormente sufridos.
Un odio especial es el motivo del crimen perpetrado en
personas hacia las que no se siente nada afectivo o in-
cluso desconocidas. Este es el caso real que Truman
Capote ha relatado prodigiosamente en su novela A
sangre fra. Dos jvenes, Perry y Dick, asesinaron
en noviembre de 1959, en el pueblo de Holcomb,
Kansas, al granjero Clutter, a su mujer y a sus dos
hijos Kenyon y Nancy, nios de quince y diecisis aos
respectivamente. El crimen fue realizado del modo
ms salvaje, a sangre fra. Los asesinos no conocan
a sus vctimas, no podan odiarles. Les robaron poco
ms de cuarenta dlares. Pero Perry y Dick sentan
odio contra todo y contra nada. Eran seres posedos
por impulsos agresivos incontrolables, lacrados por
sendos complejos de inferioridad que les proporcio-
naban conciencia de su debilidad e impotencia. El es-
tudio psiquitrico de estos delincuentes demostr su
marcada inhibicin sexual uno era invertido y su
desarraigo de todo, incluso de s mismos. En sus cri-
sis violentas se sentan hasta aislados de su yo, como
si estuviesen contemplando a otro. Sentan por la vida
propia la misma indiferencia que sintieron por la de
la familia Clutter, vctima de uno de los crmenes
ms nefandos de nuestros das en el que no medi nin-
guna razn afectiva, ni en realidad de otro tipo. Cri-
minales natos? En el fondo de todo crimen siempre
queda sin esclarecer su razn profunda, como si exis-
tiera un ltimo misterio en la personalidad del que
mata. Lo que en este sentido ha llegado a saberse se
debe nicamente al buceo psicoanaltico de las tortuo-
sidades ntimas del hombre, que sigue siendo lo que
Alexis Car re dijo de l : ese desconocido.
Al habl ar del odio poltico, de la rbita poltica
como uno de los factores ambientales del odio, queda-
ron tcitamente expuestas las razones que pueden in-
ducir al crimen poltico. Consecuencia, generalmente,
de rivalidades ideolgicas o de otras tendencias di-
recta o indirectamente ligadas a las mismas. Los mo-
dernos estudios sobre la gnesis de ese delito siguen la
senda del psicoanlisis. Freud habl del origen del
Estado como desarrollo progresivo de la horda y de la
comunidad familiar, por medio de la proyeccin de la
personalidad del padre, acogida por el nio en su pro-
pio ser. Es decir, el Estado tiene para el hombre un
significado anlogo al de la autoridad paterna en el
nio. De resultas, en el crimen poltico en todo de-
lito poltico la agresividad contra la existencia o
la autoridad del Estado revela el sentido inconsciente
de las ansias agresivas que integran el complejo de
Edipo. Freud concluye que estos delincuentes no
fueron capaces de superar su conflicto edipiano ni
transformar el odio al padre en amor. Creemos, como
16
Jimnez de Asa. que esta interpretacin psicoanaltica
de los delincuentes polticos peca de ser excesivamente
generalizada, que el error del psicoanlisis consiste en
querer interpretarlo todo a base del complejo de Edi-
po. Sin embargo, este penalista espaol le da gran
valor en ciertos casos, a los que califica de falsa de-
lincuencia poltica. Representan una forma de racio-
nalizacin de esa conducta. Es ms, para Jimnez de
Asa muchos sujetos que se creen a s mismos autnti-
cos delincuentes polticos construyen una doctrina re-
volucionaria o se adscriben a las frmulas polticas
ms extremistas para poder dar cauce a sus tenden-
cias parricidas, ms o menos sublimadas, sin remor-
dimientos culpables. Otras veces hace ms de trein-
ta aos que Jimnez de \ sa se ocup de este tema
se ejecuta un asesinato con un fin poltico o social,
pero su autor fue guiado, en el fondo, por el deseo de
descargar su innata perversidad. La ocasin no hizo
ms que poner en movimiento su potencia agresiva a
pesar de que el mismo delincuente se crey inspirado
por sentimientos altruistas de mejora y progreso. En
toda agitacin poltico-social, en las pocas de fuerte
fermentacin colectna l as guerras civiles son buen
ejemplo aparecen, junto a los idealistas, otros indi-
viduos movidos por los impulsos ms bajos. Seres
miserables y asalariados que. bestialmente, siembran
el crimen y la destruccin. En las revoluciones, dice
Mira, es cuando se revea con claridad, de un modo
brutal pero inequvoco, lo que cada hombre lleva den-
tro de s. su desnudo psquico. El ncleo de la mismi-
dad se muestra desamparado de todas las formaciones
habituales que lo visten y enmascaran, substrayndolo
al conocimiento ajeno. Nunca como entonces el odio
acuchilla ms las horas, ni aparecen ms camisas man-
chadas de gasolina y sangre en las carreteras.
En la interpretacin de la criminalidad a la que
nos referimos ahora, el psicoanlisis ha experimentado
una notable depuracin en cuanto mtodo exploratorio.
Se ha suavizado, por as decirlo, al no achacar todo al
complejo de Edipo. l a permitido conocer tambin
el valor de la homosexualidad latente, del impulso ex-
hibicionista, de la ciega tendencia destructiva del nar-
cisismo, y la importancia del carcter histrico o neu-
rtico obsesivo en las epopeyas y en los hechos catas-
trficos. En relacin con estos factores. Wittels expli-
ca las dos ltimas guerras mundiales por el aumento
de la brutalidad que hace gozar a unos y sufrir a otros.
Y define el concepto de poltica radical como la conse-
cuencia de la opresin feroz. La explotacin crnica
lesiona continuamente nuestro narcisismo lo cual pro-
duce, reactivamente, las actitudes radicales. Del discur-
so espasmdico, que parece que slo defiende castillos
de honor, se pasa al asesinato. El odio llama al odio.
Incluso el radicalismo pasional hace tambalear las
convicciones ideolgicas de los hombres. Por esta ra-
zn no sorprende su paso de un campo a otro. Fritz
Wittels evoca, en este sentido, las figuras de Danton y
Robespierre. El primero participa en la revolucin con
entusiasmo, pero pronto se cansa y desilusiona. Robes-
pierre fue monrquico, y despus lleg a la conclusin
de que haba que matar a cien mil aristcratas. Riesgos
del radicalismo pasional, de la poltica radical que tam-
bin llev de pronto elementos de las filas nazis a las
comunistas y viceversa. Los extremos se tocan y se con-
funden, o se reemplazan entre s, como el odio al amor.
A pesar de lo expuesto, el psicoanlisis sigue con-
cediendo valor al complejo de Edipo. En su obra
Radikalismus in Psychoanalytische Bewegung, Wit-
tels establece la siguiente conclusin: el complejo de
Edipo, violento y no liquidado, lleva a la transferencia
de las tendencias parricidas, que se convierten en una
oposicin contra los soberanos y sistemas gobernantes.
Tras esta persistencia de la pulsin parricida se escon-
de un fuerte impulso destructivo que busca una repre-
sentacin psquica en los ideales extremistas, cuya di-
reccin cambia a menudo, en forma sorprendente.
Fijmonos ahora en el trabajo de George W. Wilson
sobre John Wilkes Booth, el asesino de Lincoln (John
Wilkes Booth: Father's murderer). Cuando Bruto
mat a Julio Csar pronunci las palabras sic sem-
per tyrannis. En el escudo del Estado de Virginia,
patria de Booth, figura esa frase que adems repiti
ste despus de asesinar a Abraham Lincoln. La iden-
tificacin de Booth con el dictador romano resulta
an ms patente si tenemos en cuenta que el segundo
nombre de su padre fue tambin el de Bruto. La ni-
ez de John Wilkes Booth transcurri oreada por los
copiosos mimos de su madre y hermana. De su padre
recibi malos tratos. Era un hombre dominante y
agresivo. En su carrera de actor teatral tuvo grandes
xitos que el hijo nunca pudo alcanzar. El asesinato
de Lincoln fue un acto que realiz Booth para librarse
de la sugestin paterna. Matando a Lincoln, el hombre
que, como Csar, haba querido ser rey, Booth preten-
di liberar al Sur de los Estados Unidos, derrotado en
la guerra de Secesin. Simblicamente, el Sur, su pa-
tria oprimida, representaba para l la madre sometida
al padre. Su exclamacin antes de fallecer: Madre,
muero por mi patria, tiene el sentido oculto de:
Madre, por ti he matado a mi padre. Un determi-
nante ms del crimen pudo ser un sueo que tuvo la
madre de Booth poco despus de nacer ste. En el
sueo ella le vio cometiendo un crimen terrible y pe-
reciendo de una manera trgica. Repetidas veces la
madre narr pblicamente el sueo. Tal vez, con el
pretexto de ridiculizarlo, Bootli mat a Lincoln, el
actor actor como el padre del magnicida ms im-
portante de la escena poltica norteamericana, duran-
te esos aos de lucha. Y le mat en un teatro en el que
su propio padre haba conseguido xitos clamorosos.
Con un acto criminal, John Wilkes Booth se convirti,
a su vez, en el hombre ms importante.
El crimen poltico presenta otra faceta muy intere-
sante estudiada tambin por el psicoanlisis. Se refiere
al juicio y a la condena del delincuente. La profunda
observacin psicolgica de esta cuestin le lleva a
decir a Hugo Staub que existe una correlacin entre
la supervivencia del complejo de Edipo y el atentado
contra el Estado. Gracias a ella comprendemos por
qu los delitos polticos se castigan habitualmente con
una crueldad desproporcionada y con una dureza sin
objetivo. El juez es el representante de la autoridad es-
tatal. En el ejercicio de su profesin se identifica con
el Estado, cuya existencia tiene que proteger. De modo
completamente inconsciente considera, por ello, la
agresin contra el Estado como dirigida contra su pro-
pia persona. En consecuencia, responde de la manera
ms fuertemente agresiva.
Yo espero ardientemente, adems de conocer otros
factores, lo que desde el punto de vista psicoanaltico
puede averiguarse respecto al asesinato de John Ken-
nedy, Luther King y Robert Kennedy. Aparte de los
factores raciales, polticos y econmicos, tiene que ha-
ber algo ms que nos ayude a conocer mejor el fen-
meno del odio que es capaz de sentir el hombre cuyas
venas son recorridas por oleadas verdugas. En todo
crimen, repito, hay siempre un ltimo fondo incom-
prensible. El psicoanlisis ha contribuido mucho a es-
clarecerlo, ms all de lo que y no en sentido kan-
tiano puede hacer la llamada razn prctica.
VIII
ODIO Y ARTE
El artista, a quien, por supuesto, no voy a tratar de
definir, persigue, e incluso logra, la creacin de un
mundo propio. Aun cuando su fin sea reproducir el
ambiente transmite sus vivencias personales, esto es,
la representacin significativa del objeto. Aparte de
que la imitacin exacta no es el fin del arte, toda obra
artstica tiene un valor simblico, intelectual, o que
afecta a la vida del nimo regida por emociones y pa-
siones. Para expresarlo, y para que el espectador lo
capte, interviene bastante lo intuitivo, principalmente
en las artes plsticas y en la msica. Menos en la lite-
ratura, porque la representacin significativa es algo
inmediatamente unido a las palabras. Quiz el ltimo
valor del arte, el ms hondo, es decir, el primero, sea
el simblico. Y esto afecta al que dice y al que escu-
cha. Al espectador del arte no le queda otro remedio,
para comprender la obra, que tratar de revivir en s
mismo los sentimientos de que ella est saturada. Sen-
timiento no quiere decir en este caso precisa y exclusi-
vamente sentimental. Abarca todas las zonas que perte-
necen a la comprensin, imprescindible para el trato
con las obras de arte. Claro que tambin el arte puede
impresionar aunque no se comprenda. Todo esto co-
rresponde a lo que en esttica se llama Einfhlung: el
modo de expresar y aprehender simblicamente las
cosas.
El contenido de la Einfhlung abarca toda clase de
sensaciones. Sin embargo, su parte principal consiste
en el hecho de proyectar en las cosas nuestra persona-
lidad moral. La Einfhlung, normalmente, hace refe-
rencia a lo que siente el contemplador del arte, a su
sentirse en el exterior, pero por afinidad puede aplicar-
se al artista, a lo que el mismo siente y expresa, pues,
a fin de cuentas, es un creador a partir de la contempla-
cin del mundo. No podramos concebir un artista sin
sentidos. Hasta el que exclusivamente reflejase lo sub-
consciente, el surrealista absoluto, trasmitira en sus
obras lo que desde fuera abord esa profunda capa
de su personalidad. Sentimos lo exterior, mientras lo
observamos, merced a los estados internos particula-
res que nos evoca. Y stos los trasladamos a los seres
y a las cosas captadas. Juzgamos triste una mirada,
alegre una msica, melanclico un paisaje, haciendo
de tal manera simblico lo percibido. La Einfhlung
puede ser positiva o negativa, segn que el objeto co-
rresponda a nuestro propio ser o no. Reputamos bello
lo que produce la positiva; feo, la negativa. Y la mis-
ma valoracin corresponde a lo afectivo, a los polos
amor y odio. Se trata de identificaciones. Si una esta-
tua expresa orgullo, nos enorgullecemos, pero adems
la estatua indica tambin el orgullo de su autor. El
arte es asunto de t res: de la vida, del artista y del es-
pectador.
Freud, al enfrentarse con el tema de la creacin ar-
tstica, mostr su gran inters, su viva curiosidad, por
eso que el artista extraa de sus temas para conmover-
nos tan singularmente. Dedujo que su trabajo, como
el contenido de los sueos y el juego de los nios, tie-
ne sus races en la vida inconsciente de las fantasas,
las cuales, con frecuencia, provienen de dramticas rea-
lidades internas que emergen de los estratos ms pro-
fundos del psiquismo. Toda labor de creacin o subli-
macin parte de fantasas depresivas dirigidas a res-
t aurar y recrear el objeto perdido o destruido. El nio
supera el perodo inicial de su vida, dominado por in-
tensas angustias y con una elemental divisin de los
objetos en buenos y malos o perseguidores. Luego lo
integra todo. Entonces aparecen sus sentimientos de
dolor o de culpa por los ataques fantsticos que di-
rigi contra ese objeto querido, al que siente haber
daado con su odio y ahora necesita reparar. Tales
ideas guiaron fundamentalmente a Marcel Proust al
escribir A la recherche du temps perdu. La obra
representa la ms lograda tentativa literaria de recu-
perar lo amado perdido y de reparar lo odiado.
Todo lo vivido en cualquier nivel psquico, inter-
viene en la creacin artstica. Entre ello, el odio. Y este
odio, a travs de la Einfhlung, el espectador puede
captarlo. Someramente diremos que el gran proble-
ma del odio queda perfectamente revelado en la tra-
gedia clsica. Hanna Legal dice que el autor destruy
todos sus objetos amados en la misma forma que ha
podido hacerlo el espectador. Uno y otro sienten en
su interior la muerte y la desolacin. Pero el autor
se enfrenta a ello y logra que el espectador, en lugar
de hui r de sus vivencias depresivas, haga lo mismo.
As, a pesar de la devastacin y la ruina, el mundo
sobrevive. Los objetos destruidos vuelven a la vida
y se hacen inmortales. Partiendo del caos y la des-
truccin, el artista crea un mundo total, completo y
unificado.
En esta exposicin fragmentaria interesa sealar
ahora la relacin que existe entre lo conocido como
feo y el fenmeno del odio. Rodin llama feo a lo
que sugiere enfermedad, sufrimiento, destruccin; a
lo inmoral, vicioso, criminal y a toda anormalidad
que origine mal est ar: el alma del parricida, del
traidor, del egosta. Proyectando estos conceptos
al arte es evidente que tienen mucho que ver con
el odio. La fealdad y la destruccin son expresiones
del instinto de muerte. La belleza o el deseo de unir en
ritmos y tonalidades corresponde al instinto de vida.
En resumen: Tnatos y Eros, muerte y vida, odio y
amor.
Hemos visto la polimorfa relacin entre el senti-
miento de culpabilidad y el odio. Y la culpa tiene,
como dice Grinberg, una participacin trascendental
en la produccin literaria de todos los tiempos. As
se revela, por ejemplo, segn las investigaciones de
Grimberg y Rochefort, en la obra de Kafka.
Franz Kafka mantuvo una difcil relacin con su pa-
dre, el cual represent para l una imagen persecutoria,
poco comprensiva y con severas caractersticas su-
peryoicas. Muchos personajes kafkianos estn impreg-
nados de una culpa persecutoria y de una fuerte am-
bivalencia frente a figuras autoritarias que acrecientan
dicha culpa. No hay ms que leer, para comprobarlo,
la Carta a mi padre, vivo exponente de las tensio-
nes entre padre e hijo. Al mismo tiempo, esta obra
revela un hondo dramatismo. Kafka hace como una
confesin de su impotente amor filial para que a quien
debe la vida comprenda lo ms importante del mundo.
Por el hecho de ser judo, Kafka eleva a la total tras-
cendencia los conflictos librados con su padre. Los
judos ven en el padre a un ser sagrado. Debido a
ello, la amenaza que Franz Kafka oy un da proferir
al suyo: Te destrozar como a un pescado, aparte
del impacto inconsciente de amenaza de castracin.
tuvo para l un sentido esotrico, la fuerza de la im-
precacin de un profeta, una especie de maldicin
divina. El rechazo de su padre le cre a Kafka un
complejo de culpabilidad que. como siempre, revierte
en odio a uno mismo. Otros factores intervinieron tam-
bin en esta hostilidad contra s mismo, tan evidente
en el solitario de Praga. La captacin de su propio
esquema corporal, su determinacin somtica, encona
a Kafka contra s. Kafka odia a su cuerpo. Era alto,
delgado, tuberculoso. Y tena horror de verse en un
espejo. En su Diario habla de modo cruel de su
ineptitud fsica. Manifiesta un decidido odio a su
propia persona y repugnancia hacia la gente flaca,
al mismo tiempo que admira a los gruesos. Por eso
se nota inferior ante su padre, dotado de una fuerte
constitucin fsica. En su propia casa se halla como
un extrao, como algo sucio. Y abandona el hogar,
deja a sus padres para instalarse en un barrio de
Praga. Se siente culpable y se odia por su culpa-
bilidad. Y piensa que los dems le odian. En La meta-
morfosis el problema de la culpa aparece expresado
predominantemente a travs del lenguaje somtico.
El protagonista de La metamorfosis, Gregorio Samsa,
se convierte, de pronto, al despertar una maana, en
un monstruoso insecto, en una especie de escarabajo
o cucaracha, que es repudiado por todos. Psicoanal-
ticamente esta metamorfosis descubre una serie de
conflictos psicolgicos muy ntimos del autor. En
el bicho, Kafka incorpora todos los aspectos nega-
tivos de las imgenes que le rodean y de su propia
personalidad. Este recurso masoquista, opina Grimberg,
precio de una culpa persecutoria no elaborada, lo
llevar inevitablemente a sucumbir ante sus instintos
destructivos, encontrando finalmente la muerte. Pero
el simbolismo de La metamorfosis es mucho ms am-
plio. Revela el sufrimiento del autor a consecuencia
de la tuberculosis que, tempranamente, a los cuaren-
ta y un aos, seg su vida. El dolor que el protago-
nista de la novela siente en un costado ha sido in-
terpretado como el dolor pleurtico de Kafka. Y el
lquido oscuro que le sale por la boca al insecto como
las hemoptisis del escritor. Sin embargo, el problema
ms importante tratado en La metamorfosis es el de
ndole social. Se refiere al odio. Al odio que la so-
ciedad siente hacia el enfermo, hacia el tuberculoso, a
quien considera como un ser indeseable. En la vida
todos huyen de l porque le temen y, en su virtud, le
odian. En la obra todos huyen a Gregorio Samsa, trans-
formado en insecto. Los compaeros de trabajo, la cria-
da que abandona la casa, su familia que le aisla en una
habitacin. El enfermo queda sumido en el vaco,
abandonado a su sufrimiento, con sus silencios, con
sus ayes, con sus lgrimas. Todos ven en l un pe-
ligro. Kafka denuncia en La metamorfosis el odio al
dolor, a la enfermedad, el odio a quien evoca la
muerte en la que nadie quiere pensar. El propio
Kafka termina odiando la vida. Dbil, enfermo, rodea-
do de soledad e indiferencia, camina como un sonm-
bulo. Por eso escribe: Mi deseo continuo es no
estar en la tierra. nicamente encontrar la libera-
cin a travs de la muerte.
Kafka se siente culpable. De su enfermedad, de los
conflictos con su padre. Vive con el fantasma de
la culpa persecutoria a cuestas. Esto lo refleja en
El proceso. Nunca, como en esta novela, se ha hecho
una descripcin tan perfecta del complicado drama
ntimo que una persona puede sentir ante la culpa
persecutoria. El origen de esa culpa se desconoce
porque proviene de las zonas ms recnditas del in-
consciente. Un dramtico suspense aprisiona cons-
tantemente a Jos K.... el protagonista de El proceso,
navegando en un clima donde no existen lmites entre
la fantasa y la realidad. No sabe el motivo de su
detencin, ni llega a conocer a sus jueces. Peregrina
ansiosamente, llevado de un lugar a otro, de una a
otra hostilidad, implacable e ignota, que se cierne
contra l. Nada de lo que oscuramente se le imputa
tiene relacin con la justicia comn. Extrasimos
personajes actan como intermediarios de sus jueces
supremos. Jos K. . . vive entre la ilusin y la deses-
peranza, el perdn y el castigo, la rebelda y el some-
timiento. El aparato judicial que le acosa se disuelve
en ramificaciones mltiples. Y l, apoderado de un
banco de Praga, no consigue llegar nunca ms que a
los escaos inferiores de esa justicia que no da la cara.
Cada vez que Jos K. . . grita a los representantes de
sus invisibles perseguidores, escucha la misma frase:
Nosotros nada podemos hacer. . . Vuelve a su trabajo,
interrumpido cada poco por nuevos interrogatorios,
por nuevas visitas a srdidas oficinas instaladas en
buhardillas de raros edificios de Praga. Una culpa
desconocida lo persigue sin tregua. Hasta la muerte.
La vspera de su treinta y un aniversario, dos descono-
cidos, dos seores, cumpliendo el veredicto del tribu-
nal, lo llevan a una cantera de Strahov. Una vez ha-
llado ese lugar, el seor hizo seas a su colega, quien
condujo a K. . . hasta all. Estaba muy cerca de la pa-
red en la cual haba arrancado una piedra. Los seores
echaron a K. . . a tierra, le inclinaron contra la pie-
dra y colocaron su cabeza encima de ella. . . Ya est
J os K... al borde de la muerte, al borde de la libera-
cin. Uno de los seores abri a continuacin su le-
vita y sac de una vaina colgada de un cinturn que
llevaba alrededor del chaleco un cuchillo largo y del-
gado de carnicero, de doble filo, lo blandi en el aire
y examin los dos filos a la luz... La persecucin
imagen de la culpa persecutoria, el odio el
odio de unos hombres contra oros, el odio sentido ha-
cia los judos, como va dijimos le han llevado a
Jos K. . . a la inmovilizacin, a la impotencia que pre-
cede a su asesinato. Y nada ha podido saber sobre su
acusacin. Sus miradas ca\eron sobre el ltimo piso
de la casa que tocaba a la cantera. Como si surgiese una
luz, los dos batientes de una ventana "e abrieron en lo
al t o; un hombre mu\ delgado y dbil a aquella dis-
tancia y a aquella altura se inclin bruscamente ha-
cia afuera, lanzando sus brazos hacia adelante. . .
Quin era? Un amigo? Un alma buena? Al-
guien que tomaba parte en u desdicha? Alguien que
quera ayudarle? Era uno slo? Eran todos? Ha-
ba todava un recurso? Existan objeciones que no
se haban planteado todava? Ciertamente las haba.
La lgica, al parecer inquebrantable, no resiste a un
hombre que quiere vivir. Dnde estaba el juez que
no haba visto nunca? Dnde estaba la alta corte a
la cual nunca haba llegado? Levant las manos }
abri desmesuradamente los dedos. Pero uno de los
seores acababa de agarrarle por la garganta; el otro
le hundi el cuchillo en el corazn y se lo volvi a
hundir dos veces ms. Con los ojos moribundos, vio
todava a los seores inclinados mu\ cerca de su rostro,
que observaban el desenlace mejilla contra mejilla.
Como un perro! dijo: y era como si la ver-
genza debiera sobrevivirle.
En relacin con el odio a uno mismo, Freud ha es-
tudiado profundamente a Dostoievsky. Descubri en l
una disposicin instintiva perversa, de tipo sadomaso-
quista e incluso criminal, que influy en sus accesos
epilpticos, producidos por estmulos psquicos espe-
cficos. Los ataques convulsivos comenzaron en la
infancia de Dostoievsky, pero se intensificaron des-
pus del impacto que sufri a los dieciocho aos a
consecuencia del asesinato de su padre. Freud establece
un paralelismo entre el parricidio de Los hermanos
Karamazov y el sino del padre de Dostoievsky. Ya en
Ttem y Tab, haba planteado el parricidio como
el crimen primordial de la humanidad. En muchas per-
sonas, aunque no ha) an inalado a su padre, los senti-
mientos agresivos experimentados hacia l son la causa
de los diversos accesos de muerte que alancean su vida.
A veces adoptan la forma de enfermedad, como la
epilepsia de Dostoie\sky. cuyo significado profundo
cree Freud consiste en una identificacin con el
muerto basada en la culpa por las fantasas agresivas,
por el deseo de muerte contra el padre. Segn con-
fesin del propio Dostoievsk) en las confidencia*
a su amigo St raj o\ su hri t abi l i dad y depresin tras
los ataques obedecan a que no poda librarse de la
sensacin de haber incurrido en una culpa ignorada,
de haber cometido algn terrible crimen.
Es muy significativo Ja influencia del odio en la
creacin literaria. A este respecto, hay que tener en
cuenta, de modo paradigmtico, que tres obras cum-
bres de la literatura universal como Edipo rey, de
Sfocles; Hamlel, de Shakespeare, y Los hermanos
Karamazov, de Dostoievsky. tratan el mismo tema
del parricidio.
Quiz la obra ms representativa del odio es Mac-
beth. Es la tragedia de la violencia, sobre todo de la
ambicin. Shakespeare sumerge a sus personajes en
el caos, en una constante lucha entre la vida y la
muerte. Todo es furia. Cada naturaleza se empea en
destruir a la otra. En el principio de toda accin est
la violencia, y la violencia constituye su desenlace.
Como ha dicho Hazltt: una pasin acarrea la pasin
contraria. \ parece que hasta los pensamientos se tro-
piezan y chocan en la oscuridad. La tragedia entera es
un caos desordenado de cosas extraas y criminales, en
que el suelo tiembla bajo nuestros pies. Y lo peor es
que la violencia, el odio y el horror estn selectiva-
mente encarnados en una mujer, en lady Macbeth, ser
sin escrpulos femme dhai ne, nunca femme
d' amour que slo ansia el poder y la venganza a
cualquier precio. Lleva en su sangre la destruccin.
Y hasta ella misma sucumbe en el momento de rea-
lizar sus mximas ambiciones. Poco antes, la ambicin
y el odio que ha sentido la llevan a despreciar total-
mente a los dems. Al evocar la sangre sobre la que
su poder se sustenta, dice: i Qu importa que llegue
a saberse, si nadie puede pedir cuenta a nuestro po-
der. . . ! Claro que el ms feroz de los odios ya haba
sido descrito por Homero en La lliada cuando re-
lata la clera de Aquiles. Cuando Aquiles vuelve al
lado de los griegos y se dispone de nuevo a luchar
con las huestes de Agamenn, ms que nada por ven-
gar la muerte de su amigo Patroclo, todos los odios
del Averno culebrean bajo su armadura. Encendido
de una ira nunca imaginada lucha con Hctor y lo
mata. En el momento que sus pies huellan el cuerpo
moribundo del prncipe troyano. el odio que siente le
hace querer comer la carne ensangrentada del hombre
que ha vencido.
Una gran parte de la teora del odio est contenida
en El prncipe, de Maquiavelo. Lo ms importante
que se deduce de esta obra es que para subsistir y sa-
l i r airoso en el mundo es preciso ser un malvado. El
Prncipe justifica y autoriza la traicin y el asesinato.
Los hombres deben ser lobos inteligentes, tan letrados
como guerreros y sanguinarios. Es decir, si quieren
triunfar han de seguir antes el impulso del odio que
el del amor. El mundo slo puede estar bajo el rei-
nado de la fuerza, de la opresin, del ltigo. Maquia-
velo ha sido el primitivo inspirador de los dictadores
modernos. Pero Nicols Maquiavelo no se limit a
exponer sus agresivas teoras en El Principe. Poste--
nrment e escribi otro libro, la Vida de Castruccio
Castracani, en el que vuelve a la carga y pinta la
imagen de lo que considera el perfecto gobernante. Cas-
truccio Castracani fue un nio abandonado. Lleg a
ser soberano de Lucca y de Pisa. Y alcanz tal pode-
ro que constituy una seria amenaza para Florencia.
Realiz muchas acciones que por su virtud y ventura
pueden servir de gran ejemplo. Una de tales accio-
nes de feliz memoria consisti en lo siguiente: La
familia de los Poggio, de Lucca, se haba sublevado
contra l, y Stfano Poggio, hombre pacfico y de edad
avanzada, aplac los motines y les prometi su inter-
vencin. Entonces ellos depusieron las armas tan im-
prudentemente como las haban tomado. Volvi Cas-
truccio. Stfano, creyendo que Castruccio le estaba muy
obligado, sali a su encuentro; no le pidi clemencia
para s, por juzgar que no lo haba de menester; lo
hizo para otros de su familia, rogndole que perdonase
a la juventud, en gracia de su antigua amistad y de las
obligaciones que l, Castruccio, tena con su casa. Res-
pondile Castruccio de buen grado y dicindole que
tuviese esperanza, mostrndose ms alegre de encon-
t rar los nimos apaciguados que inquieto se mostrara
al tener noticia del alboroto. Encareci mucho a St-
fano que hiciese venir a todos a su presencia, al mismo
tiempo que daba gracias a Dios, porque le brindaba la
ocasin de mostrarse clemente y generoso. Acudieron,
pues, todos bajo la palabra de Stfano a Castruccio, y
en unin del propio Stfano, fueron hechos prisioneros
y se les dio muerte.
17
No es de extraar que, creando este tipo de hroes,
Maquiavelo admirase inmensamente a Csar Borgia, el
mayor asesino y traidor de su siglo, hijo del Papa
Alejandro VI.
El anlisis de la influencia del odio en las artes nos
llevara muy lejos y por muy diversos caminos que no
corresponden a mi intencin. No obstante, vamos a di-
latar un poco ms esta sucinta exposicin del tema.
La propiedad bsica del arte es manifestar en la obra
el carcter esencial, o uno de los ms importantes, de
algo, generalmente del propio artista o, sobre todo, de
la poca. Tambin es fundamental en l lo que Taine
ha llamado temperatura moral. A este respecto, hay
algo que destaca en la arquitectura romnica. Podra-
mos hablar de una especie de odio a lo exterior. La
verdad est dentro, en lo ntimo, en el refugio capaz de
dar esperanza a los corazones. Todos los peligros para
el alma pertenecen al mundo. Por eso las obras arqui-
tectnicas de la poca sumergen al hombre entre co-
lumnas robustas, en profundas gravedades sombras.
Debe estar oculto en un refugio de fuertes estructuras
y construcciones macizas donde apenas llegue la luz,
donde apenas penetre el recuerdo de que existe otra
vida fuera del dilogo con Dios. Pero este dilogo es
excesivamente trgico, como demasiado austero es el
que mantiene la piedra con el cielo. Persistir hasta
que estalle el gtico y la luz, transformada a travs de
los vitrales en prpura sangrienta, en reflejos de topa-
cios y amatistas, inunde las catedrales. S, la arquitec-
tura romnica tiene un algo, bien aparente, bien real,
dirigido a preservar de las nocivas influencias exter-
nas. Ms que la exaltacin de la intimidad, representa
la condena a lo de fuera, a las pompas y festines mun-
danos, a cualquier intento de pensar. Los edificios ro-
mnicos, con sus mezquinas ventanas, albergan odio
a la luz y al aire. A la libertad que predica la natura-
leza. Exponen el sentimiento y las ideas de un tiempo
oscurantista que tiende a ver a Cristo selectivamente
como juez implacable de las andanzas humanas.
Hasta ahora hemos hablado de la relacin entre arte
y odio en cuanto ste ha influido en la creacin arts-
tica. Al fin y al cabo, los efectos de tal pasin, segn
hemos visto, han resultado altamente positivos dada
la calidad de las obras influidas por ella. Es una
consecuencia del imperativo biolgico, que de modo
inexorable se cierne sobre el arte. Detrs de l est
siempre el hombre que lo crea. Est su raza, su nacin,
su salud, su edad, sus estados de nimo. No es lo mis-
mo la obra del joven que la del viejo, etc. Pero dentro
de esta temtica tambin debe considerarse un fenme-
no inverso: el arte como vctima del odio.
Hay en la historia del arte un captulo muy lamen-
table. Se trata de la prdida de las obras artsticas,
siempre debida a una agresividad, a un odio. Esto slo
podemos considerarlo como simblico en una gran
parte. La causa de la muerte de la mayora de las obras
de arte ha sido debida a las fuerzas de la Naturaleza, a
los incendios, a los terremotos, a las erupciones vol-
cnicas. A una agresividad telrica que hizo perder,
vctimas de terremotos, los templos de Olimpia, los
edificios sagrados de Delfos, las Termas de Mileto.
Erupciones volcnicas arrasaron Pompeya, Hercula-
no y Catania. Y gigantescos incendios destruyeron ex-
tensas zonas de Roma y de Alejandra. El arte, vctima
de la tierra. Como dice Waetzold, el seno de sta nos
proporciona los dos valores opuestos: el material para
crear y la destruccin. La tierra nos procura la piedra
y el metal, la madera y el color, pero tambin oculta la
sal que en muchos sitios aflora a la superficie. Y la sal
es de efecto demoledor para las obras de arte. Concen-
trada al pie de las columnas de mrmol, corroe lenta-
mente la piedra y disminuye su grosor hasta que_ la co-
lumna se desploma. As sucumbieron templos en Palmi-
ra, y as sucumbi el templo del dios Jonsu en Karnak.
Tambin tiene gran fuerza destructora el viento cargado
de arena que, a travs de los siglos, ha ido carcomien-
do el rostro de la esfinge de Giseh. Nunca acabaramos
el recorrido de las prdidas artsticas debidas a la agre-
sividad de la Naturaleza de la que nunca podremos li-
brarnos. No obstante, estas prdidas abundan igualmen-
te a consecuencia de la agresividad, del odio humano.
En la Edad Media los ladrones de metales saquea-
ban ruinas antiguas y templos en busca de los pernos
de bronce que unan los sillares con los tambores de
los justes de las columnas. Eran frecuentes los derrum-
bamientos. Durante la Revolucin Francesa, desvarios
intelectuales y la locura de las masas enfurecidas de-
capitaron en Pars, en Reims, en Saint-Denis, valios-
simas esculturas de santos que no podan arrastrar a
la guillotina. Una de las maravillas del mundo, la
pagoda de porcelana erigida en el siglo xv por el em-
perador chino Yung-lo fue destruida durante la re-
vuelta de Tai-ping de 1860. Los romanos saquearon
los templos griegos. Fanatismos religiosos y polticos
cometieron atrocidades innumerables de esta ndole.
Los soldados de Luis XII destrozaron el proyecto, una
gran maqueta, de la mejor escultura de Leonardo de
Vinci: la estatua ecuestre del monumento a Francisco
Sforza. En Pars, los discpulos del pintor David tiro-
tearon uno de los principales cuadros de Watteau. Si,
tambin el arte ha sido vctima del odio humano.
Ahora, para terminar este captulo, volvamos a cier-
tos matices del fenmeno del odio reflejados en la
pintura. He elegido, como ejemplo, a un maestro de la
pintura actual, a Antonio Tapies.
No pretendo decir que la pintura de Antonio Tapies
traduzca ninguna clase de odio, ni que ste sea el
tipo de vivencias producidas por sus cuadros en el es-
pectador. Pero, a mi juicio, junto a todos los valores
lricos, metafsicos o csmicos que se quiera, revela
una notable dosis de violencia. Antonio Tapies ha sido
estudiado por diversos crticos e intelecuales de va-
riada procedencia. En Espaa principalmente por Cir-
lot, en una meritoria y profunda labor informativa res-
pecto al significado de su pintura a la que no es ajena
la condicin potica de este escritor.
Segn confesin del propio Tapies, en sus comien-
zos experiment la influencia de Mir, de Klee y del
surrealismo en general. Y sus preferencias pictricas se
han dirigido a las artes de Oceana y frica; al arte de
las civilizaciones mesopotmica y egipcia, y a las ca-
ligrafas orientales. Tambin le han atrado especial-
mente los frescos romnicos, los primitivos espaoles
e italianos, los tenebristas espaoles del siglo XVI
consecuencia de la influencia de Caravaggio, las
pinturas negras de Goya, Monet, Van Gogh y Picasso.
Tapies considera que en su pintura existen varios pe-
rodos o pocas que oscilan desde el primitivismo y la
abstraccin, mezclados, hasta la abstraccin con el
empleo de materiales diversos, pasando por otras de
realismo mgico y surrealismo y de abstraccin lrica.
Pero, en fin, yo no voy a tratar aqu de estudiar la pin-
tura de Tapies, para lo cual sera incluso ocioso que
declarase mi falta de competencia. Me limitar a unos
breves y concretos comentarios derivados de mi cali-
dad de espectador, de mdico y de escritor, de mi ca-
lidad de naturalista, acogindome a la palabra que
tanto gustaba de emplear Maran.
Supongo que estos matices de violencia global que
yo capto en la obra de Tapies no han de sorprender.
Parece ser que la eclosin de su pintura fue presidida
por una especial violencia. Juan Eduardo Cirlot dice
que Tapies, como si se hubiera sentido indignado, en
la aurora de su evolucin, por un ambiente esttico que
se refugiaba en la calma de todos los compromisos, e
indignado tambin por una resistencia de las fuerzas
oscuras que determinan los grandes cambios cultura-
les e histricos, se consagra a la creacin de una pin-
tura de la densidad que manifestar el drama de una
materia que divide, sostiene, reduce y subleva el es-
pritu. As, en este brillante comentario del escritor
cataln, Tapies aparece de entrada como un hombre
violento, como un revolucionario. Y su obra estar
constantemente recorrida de espasmos, fisuras, arran-
camientos y grietas. Esto es precisamente sobre lo
que quiero llamar la atencin, sobre la violencia que
emana de los cuadros de Tapies. A qu puede ser de-
bida lo ignoro pues pertenece a la inabordable inti-
midad de su creador. Pero me acontece pensar que no
es ajena a la furia, y al odio, tan evidentes en el mun-
do actual, al fin y al cabo, el mundo del artista.
Existen algunos cuadros grises de Tapies, dice Cirlot,
con huellas de sombras, perturbados por cruces que
se graban con la furia de una protesta. Y toda su obra
est signada por el grattage, desde el araazo sutil
al arrancamiento brutal. Hay en el grattage un simbo-
lismo que tanto corresponde al rasguo real en la car-
ne, como a la herida espiritual. Tambin evoca Cirlot.
en su afn de explicar, conceptos psicoanalticos segn
los cuales los sentimientos reprimidos de odio y de
culpabilidad, as como el deseo de afecto, hallan su
expresin sintomtica en el rasguo. Ignoro si algo
de esto se podr aplicar o no a la personalidad de
Tapies. Pero lo que para m no tiene duda es que mu-
chas de sus obras patentizan una violencia, lo que no
excluye todas las serenidades y todos los grandes si-
lencios presentes asimismo en su pintura. Tapies, como
cualquier artista, capta lo que el mundo le ofrece, y
luego lo remite metabolizado desde su yo. La violen-
cia del mundo actual siempre relacionada con el odio,
quiz tambin otras violencias geolgicas? con-
flictos de espritu y materia?, las veo lcidamente
expresadas a travs de la portentosa obra de Antonio
Tapies. Tal es mi Einfhlung.
IX
VIOLENCIA Y PALABRA
Probablemente nadie ha captado, como Goethe, el va-
lor, la potencia dinmica de la pal abra. En la primera
parte del Fausto, el viejo doctor se halla perplejo
ante un difcil problema. No sabe cmo traducir al
alemn el comienzo del Evangelio de San Juan: En
el principio era el Verbo. Fausto rehusa traducir lo-
gos por verbo, rechaza la posibilidad de expresar-
lo por sentido o fuerza. Y finalmente se decide a
escribir: Im anfang war die Tat, en el principio
exista el acto. Otros han t raduci do: En el principio
exista la palabra. Goethe resuelve lcidamente el pro-
blema y nos muestra el valor dinmico del verbo.
El medio esencial de comunicacin de que los hom-
bres disponemos es la palabra. El amor es conversa-
cin, dice Aldous Huxley en Contrapunto. Y el odio,
en gran parte, cuestin de pal abras. Y de actos. He
aqu la genialidad de la visin de Goethe. Los hom-
bres no solemos mordernos como hacen los animales
que se destrozan unos a otros en la forma cumbre de
la agresividad oral. Pero cometemos grandes violen-
cias utilizando palabras. Esto es tan obvio que no ne-
cesita dilatarse con ms explicaciones. Todo el mun-
do comprende lo de la ofensa de palabra y obra. Efecti-
vamente, la obra sigue a la pal abra. El acto est en el
principio, en la palabra. As retornamos al punto
de part i da: en el principio exista el acto, en el
principio exista la palabra.
En varios lugares de este libro hemos visto, referido
a diferentes tpicos, las relaciones entre la violencia y
el odio y, por tanto, la energa destructiva de ambas
vivencias y expresiones humanas. Tambin hemos apun-
tado ciertos efectos positivos que puede tener la violen-
cia. De esto, y a modo de ejemplo, voy a tratar ahora,
proyectndolo a una especial e importante actividad
y a un tipo concreto de personas. La actividad es la
oratoria y las personas, naturalmente, los oradores.
Ambas entidades, la abstracta y la humana, han teni-
do y tienen gran influencia en la formacin de las
conciencias colectivas. Igual impulsan a la solidaridad
y la limosna, a dar pan y sangre para los semejantes,
que conducen a la guerra.
La oratoria puede inspirar muchos sentimientos, ins-
t aurar diversas emociones, contribuir a la fermentacin
de pasiones, o sumergir en la inerte y absoluta indife-
rencia. Pero en cualquiera de los casos, su accin po-
sitiva imntica, agitadora o serenadora de masas
radica bastante en su fuerza, exactamente en su vio-
lencia. Esto se debe a que el hombre posee una agre-
sividad biolgica de conquista. Sin ella queda sumido
en la inaccin. Desde este punto de vista podemos
considerar la agresividad que alberga la franqueza.
Las explicaciones francas, que muchas veces consisten
exclusivamente en expresar el reconocimiento de los
defectos del otro, acercan, en principio, mucho ms que
alejan. Por razones algo parecidas, en tiempos de gue-
rra, dice Richard, los civiles son, globalmente, ms
rencorosos que los soldados lo cual no debe obedecer
simplemente al hecho de que los soldados den salida
a su agresividad, por medio de actos, sino porque tienen
contacto directo con el enemigo y lo conocen. Los civi-
les no lo conocen ms que a travs de su imaginacin,
excitada al mximo por los medios de comunicacin
de masas. Cualquier expresin se realiza mejor cuanto
ms liberada est. Y toda liberacin implica siempre
violencia.
Volviendo a la palabra, parece que slo lo violento,
lo agresivamente brillante, conmueve a las multitudes
hasta impulsarlas a iniciar el camino hacia un desti-
no. Hitler y Mussolini lo demostraron cumplidamen-
te en la poca de sus imperialistas dictaduras. Antes lo
haban demostrado Demstenes y Cicern. Y Mirabeau
cuando habl a los representantes del pueblo reunidos
en un recinto dedicado al juego de pelota. La onda ex-
plosiva de sus pal abras arrastr a las gentes. Y la
violencia del verbo de Castelar, que suplicaba violen-
tamente amor, logr una noche, a pesar de la oposi-
cin mental y urea de los propietarios antillanos, el
paso ms decisivo para la libertad de los esclavos. Y
Pablo de Tarso, en la ciudad de Amatonte, en Chipre,
habl, ebrio de violencia, de Cristo, y desenmascar,
ante el procnsul romano, al hipcrita israelita Bar-
jesu, azote de los pobres y dbiles, vampiro de sudor
y sangre. Cmo se espolea el cumplimiento del deber,
o se siembran nuevos deberes, ante las palabras vio-
lentas que despiertan las fuerzas dormidas, o enfermas,
del al ma! Seguramente quien dict las primeras noi
mas, el primer cdigo, la primera legislacin impositi-
va de conductas en los primeros ncleos de hombres,
lo hizo a gritos, mostrando en ellos la verdad, el sen-
tido del orden, la direccin que deba llevar la fuerza.
Los conductores de masas, fisiognmicamente y me-
diante otros gestos, tanto si expresan sus convencimien-
tos como si representan pantomimas, han conseguido
grandes triunfos gracias a la violencia de sus arengas.
Tambin ha sido sta catapulta de desastres. Existe
una arenga de Napolen en la que merece la pena
detenernos. Arenga, como todas las suyas, violenta,
despert enorme agresividad en sus tropas y las con-
dujo a la victoria. Cuando invade el Norte de Italia
para que el rey de Cerdea, aliado de Austria contra
Francia, tenga que separarse de la coalicin, trata de
levantar el espritu de sus soldados con la siguiente
procl ama: Soldados: estis casi desnudos y mal ali-
mentados; el gobierno os debe mucho, pero no puede
daros nada. Vuestra paciencia y el valor demostrado
en estos lugares son admirables. . . Yo quiero conduci-
ros a las llanuras ms frtiles del mundo. Ricas pro-
vincias y grandes ciudades caern en vuestro poder,
y all encontraris honores, gloria y riquezas. Soldados
de It al i a: os faltar acaso el valor o la constancia?
Los triunfales resultados de las napolenicas cam-
paas de Italia, los describe la historia. La violencia
francesa derrot a la italiana. Y en esa violencia influ-
yeron las citadas palabras de Napolen que excitaron
la ira, la agresividad, el odio de sus hombres. Napolen
clam al hambre, al fro, a la pobreza. Y el hom-
bre siempre est dispuesto a ingerir lo que su orga-
nismo reclama. Para que las impresiones sean pro-
yectadas al lugar del espacio donde reside el objeto
que las produce, es necesario que ese espacio se haya
formado en la mente. En la mente de sus tropas, mal
vestidas y hambrientas, infunde Napolen la idea del
pan, de las ropas, de las riquezas de las ubrrimas tie-
rras de Italia. Con dura y atractiva emocin desenca-
dena la violencia de sus masas.
Tambin muchos triunfos de la oratoria se deben a
lo contrario, a la serenidad, a la sobriedad, a ese modo
de hablar tan ntimo que por s solo convence. John
Kennedy derrot as a Nixon, a travs de la televisin,
cuando ambos aspiraban a la presidencia de los
Estados Unidos. Quiz esta forma de producirse sea
la idnea del presente y el camino del futuro, pues las
gentes se han liberado de las mitificaciones. Pero a
lo largo del tiempo ha pesado ms lo otro, lo violento.
E incluso hoy sigue arrastrando el verbo ardiente. Y
los ritmos musicales frenticos, agresivos, sugestionan
e impulsan a las masas jvenes. La violencia del so-
nido msica o pal abra hace presentir una evasin,
una prxima locura. Cada hombre, sin saberlo real-
mente, se pasa la vida buscando su propia locura, como
busca su propia muerte. Parafraseando a Rilke podra-
mos decir: dame, Seor, mi propia locura. Porque all
est mi propia vida aunque, a merced de ella, encuen-
tre mi propia o mi ajena muerte.
Constantemente hay que inventar o reinventar una
tempestad personal. Se trabaja violentamente el afn
competitivo excita la agresividad y se busca la di-
versin violenta. El hombre de hoy, tecnificado, busca
diversiones presididas por la agitacin y el ruido, lo
que fustigue los nervios y no d reposo al espritu.
Max Picard lo ha dicho claramente: el hombre es un
apndice del ruido de su radio. Y Glasser afirma que
el espritu, tembloroso tras las excitaciones del da,
pide mantenerse en movimiento y experimentar una
nueva cadena de impresiones, slo que estas impresio-
nes deben ser ms ardientes y excitantes que las pa-
sadas. Todo esto en el fondo y en la forma es vio-
lencia. Quin dijo que el hombre aspiraba al des-
canso? Persigue el frenes, tal vez para olvidarse de su
irremediable, absoluta soledad. As huye del silencio
de las cosas, del silencio propio y del de las otras per-
sonas con las que no puede comunicarse del todo. Es
lgico que la violencia del lder, del orador, le arras-
tre como lo arrastra la violencia de la msica, del
alcohol o de las drogas.
Entre el actor teatral y el orador existe tanto pa-
recido como entre una ostra y otra ostra. Sin embargo,
el orador tiene una capacidad creadora y una libertad
que le es completamente ajena e imposible de alcan-
zar al actor. Ambos son proyectores de emociones.
Aunque a menor escala
;
el cmico suscita emociones
ms intensas que el orador. El artista lanza un dardo
cuyo efecto es difcil de saber lo que despierta o
evoca en el espectador. El orador tiende a persuadir,
a convencer a su auditorio, a modificar o a vigorizar
sus opiniones. A insuflarle otras nuevas. Su labor
es ms compleja y difcil. Siendo de ndole intelec-
tual, para poner en marcha tal zona del hombre ha
de recurrir al sentimiento. Para llamar al cere-
bro utilicemos los clsicos pero injustificados t-
picos ha de apelar al corazn. Si quiere inspirar
amor u odio, paz o guerra, solidaridad o no coopera-
cin, lo lograr tanto mejor cuanto con ms violencia
se exprese.
Son raros los llamados oradores completos. Esta
cualidad se refiere a su grado de efectividad sobre la
gente que los escucha. Platn hablaba de la elocuen-
cia como de un arte nada simple. El orador, en su
opinin, tena que reunir la ciencia de los filsofos,
la sutileza de los dialcticos, la diccin de los poetas y
la voz y el gesto de los cmicos. Se le olvid al in-
mortal griego aadir a este repertorio la violencia
del tigre. Claro que tambin existe, considerando que
toda conquista precisa agresividad, la candidez de la
paloma, que es una suave, dulce violencia.
De un modo elemental y burdo podemos dividir a
los oradores en dos grandes grupos. Unos aspiran a
producir en el auditorio emociones de ndole intelec-
tual, teoras, esquemas de meditacin; los otros se
dirigen preferentemente a los sentimientos y a las
pasiones de las multitudes: la alegra, el pnico, la
clera, el odio. Son stos los que enardecen a las
masas y han influido decisivamente sobre el destino
de las naciones. Los de oratoria violenta, agresiva, lo
cual no quiere decir que el tema de sus arengas o
discursos tenga que ser necesariamente de esa ndole.
Se puede inducir a la reconciliacin, y a la paz, de
modo violento. Pero, generalmente, el orador de este
tipo pretende, mediante la violencia lgica y formal
de sus palabras, despertar la agresividad creadora o
destructiva. Este orador ha sido magistralmente des-
crito por Shakespeare en Julio Csar. Tras la
muerte del dictador, Marco Antonio habla a la mu-
chedumbre que al comienzo le oye con indiferencia.
Luego se le entrega. Se le entrega cuando Marco
Antonio excita su violencia a travs, primero, de la
violencia de sus propias palabras, y luego mostrn-
doles el manto ensangrentado de Csar: Si tenis
lgrimas, disponeos ahora a verterlas. Todos cono-
cis este mant o! Recuerdo cuando Csar lo estren.
Era una tarde de esto, en su tienda, el da que venci
a los ervos. Mirad, por aqu penetr el pual de
Casio! Ved qu brecha abri el envidioso Casca!
Por esta otra le hiri su muy amado Bruto! Y al
retirar su maldecido acero, observad cmo la sangre
de Csar parece haberse lanzado en pos de l ! . . . As
quiere Marco Antonio que se lance el pueblo, as ex-
plota Marco Antonio la muerte de Csar para sus
propios fines. Y conmovi hasta el delirio a las
masas transmitindoles su aparente o sincera pena y,
sobre todo, su agresividad. Pero l no se conmovi.
Como suele acontecer en los oradores, que slo lo
fingen.
Al orador le acometen accesos de angustia, de in-
dignacin, de clera, sobre todo antes, cuando pre-
para sus discursos. En el momento de pronunciarlos
es dueo de s. Mas la actitud y la intencin que los
preside resulta reforzada por la mise en scene. Se
cuenta que Castelar, en los minutos previos a su
discurso, estaba posedo por espantoso nerviosismo,
como una fiera enjaulada. En cuanto empezaba a
habl ar se serenaba y entonces era cuando verdadera-
mente pareca el trueno. Cuando resultaba eficaz su
ardor, su violencia creadora.
En la oratoria interviene un sinfn de factores, pero
el valor efectivo de stos est en razn directa de las
violencias que impregne su exposicin. Son los ciclo-
nes quienes arrastran las piedras, derriban rboles,
o impulsan a los hombres.
X
ODIO Y PERDN
El perdn es la remisin de la pena merecida. Un
sentimiento que borra de la existencia las ofensas o
el mal recibidos.
El hombre es el nico animal capaz de perdonar
como es el nico que sabe que ha de morir. La convi-
vencia humana necesita constantemente del perdn.
Y una base fundamental de la doctrina de Cristo es-
triba en perdonar a los enemigos.
Aqu no vamos a tratar de la esencia ni de las
manifestaciones del perdn, sino de dos aspectos muy
concretos del mismo. Primero, de cierto perdn que
en lugar de reemplazar al odio se deriva de l. Se
puede seguir odiando a travs del perdn aunque el
hecho, a simple vista, parezca paradjico.
El perdn, cuando implica el olvido, puede disolver
toda unin. Se perdona al ofensor y se le elimina del
paisaje de la propia existencia. Dicen que tambin
se perdona pero no se olvida (esto, la verdad, nunca
lo he entendido). Y es muy probable que al disolver el
perdn al odio ste sea sustituido por amistad, por
afecto, por amor. (El segundo aspecto del perdn
al que luego me referir.) Entonces se mantiene la
unin, sigue la cadena. Y el perdn liga a las perso-
nas como puede ligarlas el amor, como puede ligar-
las el odio. Existe, adems, otro perdn diferente a
18
todos stos. Una generosidad a veces queda en
mera cobarda, que es, realmente, variacin del odio,
pues esta pasin persiste estratificada en la intimidad
personal, palpitando en las redes de las visceras, yendo
de ac para all en las ondas de la sangre.
Quien odia siente, en principio, su amor propio
malherido, acaso destrozado, a pesar de que intenta
acumular sombra y humo para no captarlo. Qu no
imaginar al fin de curar, de dar satisfaccin a su he-
ri da? Sus clulas se excitan en un afn enloquecido
de consuelo. Slo la venganza calma el martilleo que
le azota y los pinchos que le rajan. Pero si domina su
ira, si serena su fuego, hasta puede, racionalmente,
llegar a encontrar un camino indirecto de preparar los
destrozos inferidos a su yo. Una turbia y honda me-
ditacin atraviesa sus horas. Y, de pronto, se da cuen-
ta de al go: la mejor forma de odiar es mostrando
que no lo hace. La mejor venganza consiste, precisa-
mente, en no vengarse. As, su agresor el que odia
siempre se considera agredido estar condenado
a permanecer frente a l en situacin de deudor. Y
l con la fuerza que tienen los acreedores en un ne-
gocio cualquiera. Cabe mayor refinamiento? Un
psiclogo espaol, muerto lejos de la patria y la-
mentablemente poco recordado, dice que con ello se
satisface la necesidad de aportar una compensacin
al lesionado sentimiento autoestimativo, al mismo
tiempo que se evita la razn de temer una nueva
vulneracin del mismo. En efecto, la venganza re-
sulta empresa peligrosa, llena de riesgos, donde si
abundan las satisfacciones su culminacin consti-
tuye el ms grande placer no escasean los peli-
gros. Su meta primordial es quedar encima, como el
aceite cuando se mezcla con el agua. Una de sus
formas lgicas tiende a devolver bien por mal. Obran-
do de tal suerte resalta, a odas la miradas, la supe-
rioridad sobre el adversario. De aqu la frase de
Marco Aurel i o: El mejor modo de vengar la in-
juria es no parecerte al que te la infiri. Voil
el perdn como forma de odio, como etiqueta de una
superioridad que persigue y logra la humillacin del
otro. El odio tiene hambre de victoria. En lucha contra
todo, slo entiende la poltica de la superioridad. No
soporta que nada palidezca el fulgor de quien lo al-
berga. Vomita chorros para afirmarse ante s mismo
y ante el mundo. El odio puede disfrazarse hasta de
la fuerza irresistible de la delicadeza, o de la genero-
sidad del perdn. Sabe que as lograr incluso el
remordimiento del rival. Y entonces la venganza al-
canza su acm, llega a su apoteosis. El enemigo vibra
al menor hlito, sangra al menor contacto. Mira
constantemente hacia el foco central del que le per-
dona, seor absoluto de sus ideas, y que a l, su ofen-
sor, lo rodea de silencio y soledad. Lo destruye man-
samente.
Adems de la prostitucin del perdn descrita, exis-
te el perdn emanado no de la sublimacin del odio
sino de su transformacin en amor, o de lo que tiene
de puerta de entrada para el mismo. Tal es el perdn
conciliatorio.
El odio, como la sexualidad, sufre sus inversiones.
Cuanto ms encendido, ms posibilidades tiene de
iluminar con un resplandor contrario.
El bios es una confusin de energas misteriosas,
sin lmites, en constante crecimiento y en constante
inhibicin. El exceso de placer es con frecuencia an-
tesala de la muerte. Y el mayor dolor, entrada al me-
jor de los goces. El hombre est afiliado a dos par-
tidos, el pasado y el futuro, que determinan su pre-
sente. De la cumbre del odio puede brotar la base
de afecto. El insulto llega a palabra de amor, el gesto
brutal a ademn compasivo. Para ello, lo odiado debe
dejar de inspirarnos miedo o inseguridad. Esto acon-
tece si, a travs de las mil posibilidades que tiene de
hacerlo, adopta una actitud sumisa, esboza algo que
parezca humillacin. As, la agresividad se transforma
en ternura, o en sospecha de ternura, lo cual el
distinguir las voces de los ecos, a fin de cuentas,
es lo mi smo: un problema de acstica o de ptica, de
todos modos, de mecnica ondulatoria.
Sentida la actitud del otro del rival, del enemigo,
o de quien sin ser ninguna de ambas cosas rechaza
nuestro amor y por eso despierta nuestro odio ha
de surgir en la limitada, aunque notada como inmensa,
intimidad del yo la seguridad. Y nace el sosiego y se
desencadena la potencia, la sensacin de superio-
ridad, la confirmacin del propio valor y la eficiencia.
Tales factores inducen a pactar con el objeto de la
antigua hostilidad.
Desde el pasado, ya extinguido, se prev la tran-
quilidad del futuro en relacin con lo odiado. Me-
diante el perdn conciliatorio cristaliza un presente
donde el odio cede el sitio al amor, la enemistad a
la amistad, la aversin a la atraccin.
No voy a decir que de la inversin de la ira brota
el amor, pues la ira es emocin y el amor pasin.
Pero, debido a ese fenmeno, de la emocin de la ira
surge la emocin del deseo por supuesto, no nece-
sariamente ertico y de la pasin del odio la pasin
del amor. 0 sea, del estado iracundo, colrico, se pasa
al estado afectivo, amoroso, en una forma, aparente-
mente compasiva, que en el fondo alberga una deci-
dida admiracin. Como ya hemos dicho, el odiador
siempre valor lo odiado y por eso no poda desinte-
resarse de ello. Al producirse la catarsis, la depura-

i
I
cin o liberacin del odio estalla en el odiador un
sentimiento de aprecio aprisionado antes por la vio-
lencia de la ira y del miedo. Y su carne y su espritu
dejan de temblar de deseos de escarmiento y de
afanes homicidas. Contemplan y quieren sorber el
contenido del corazn ajeno. Y aspiran a hacerlo
propio, a mojar el sentimiento de dos en un solo
sentimiento.
XI
LIBERACIN DEL ODIO
Si el hombre no se libera de la agresividad, de la
violencia, de todo lo que, en suma, es odio, la huma-
nidad est perdida. El progreso tcnico alcanzado
por el homo sapiens, puesto al servicio de la
pasin ms negativa que en l puede desarrollarse,
es capaz de provocar un Apocalipsis no intuido ni
por san Juan. Pero no es preciso llegar a estas con-
sideraciones extremas y masivas. El odio constante-
mente destruye a los seres humanos aunque todava
no haya sonado la hora final. La guerra, el crimen,
la traicin, el genocidio, estn ante nuestros ojos
atnitos. Y todos, en mayor o menor grado, somos
responsables de ello. Cada nuevo da trae a nuestra
captacin un renovado paisaje de ruinas. Se rajan
y se queman las tierras, sangran los cuerpos, se an-
gustian las almas. Las manos y las mentes de los
hombres estn contaminadas de grmenes de aniqui-
lamiento. Millares de escorpiones, bien o mal vestidos,
con frac o taparrabos, con uniforme de un partido o
de un pas, o embutidos en el exclusivo de s mismos,
siembran crimen y veneno, son responsables del ham-
bre, de la desolacin y de la muerte. Parece que
todas las miradas tienen brillo de lobo, como si el
fin primordial de la convivencia fuere mordernos unos
a otros las entraas, arrasar los campos, destruir las
fbricas, disolver los cerebros y erigir teoras de ca-
dveres sobre la yerba o el cemento. Mueren negros,
blancos y amarillos mientras los dems dormimos,
trabajamos, o soamos nuevos poderes para conquis-
tar lo ansiado, caiga quien caiga. El tiempo y el es-
pacio estn preados de huesos, y de nufragos cuya
piel slo sirve de blanco de bombas y de balas. Las
horas, horadadas y muertas, dan lugar a nuevas vidas
que en gran proporcin se rompen sin llegar a nin-
gn destino positivo. Y es que el odio derriba lde-
res e individuos annimos, soldados y generales. Hoy
la gente muere pronto y a destiempo, calzados o sin
zapatos, limpios o sucios, en el combate o en la ca-
rretera, en pasillos o en balcones de hoteles. El
odio deja a los hombres hasta sin muerte. Y otros
tienen que seguir empujando, desde el sitio en que
el hermano o el enemigo cay, para perseguir lo
mi smo: ruptura de derechos y de poderos, cadenas de
ojos humillados.
El odio, como el amor, se infiltra en muchsimos
entresijos de la vida. Es necesario y urgente investi-
gar y exponer lo que los hombres podemos hacer
para liberarnos de su garra. Solamente as desapa-
recer, o se reducir, la violencia que asaetea al
mundo. Yo no soy ningn predicador moralista y, por
lo tanto, nada puedo decir en este sentido. En el pre-
sente libro he procurado habl ar del odio a travs de
lo captado por una observacin objetiva que intenta
adivinar el alma profunda de las personas y las
cosas. Adems, los mdicos conocemos bien la com-
plejidad de las reacciones humanas y sabemos que
para la ciencia es inabordable el esclarecimiento de
las causas primeras. No voy a enfrentarme con el
problema de la liberacin del odio ni a nivel moral,
el religioso amaos los unos a los otros ni
menos a nivel filosfico. Todo esto est ya
lisera, y la verdad de poco ha servido. Solamente se
e ocurre hablar a nivel biolgico, considerando
ti fenmeno del odio, y an mejor el de la ira que,
al fin y al cabo, es la que engendra el odio. Haciendo
abortar la ira puede darse un gran paso contra el
odio, impedir que la clera se enquiste, que la emo-
cin se transforme en pasin. El primer daado es uno
mismo, el preso de su propia clera. La vctima de
estas actividades psquicas tan peligrosas que im-
pulsan a destrucciones de todo tipo, al crimen y al
suicidio.
En busca del equilibrio y del sosiego, hemos de
comenzar por evitar las tensiones que fermentan en
el desarrollo habitual de nuestros actos. Slo a partir
del hoy es factible construir o prever el maana.
Sumergidos en la accin hay que calcular la velo-
cidad con que podemos desarrollarla. La prisa, el
vrtigo de la ambicin ya lo he dicho desenca-
denan la agresividad. Las tensiones que a menudo
hunden a los individuos en excitaciones o depresiones,
proceden, ms que de sus actividades, ms que de su
trabajo, de la ansiedad de lograr poder, de sentirse
aliviados de la influencia del otro. Y es lamentable
porque la vida humana, en el fondo, es primordial-
mente solidaridad. El que trabaja en ventanillas buro-
crticas pierde los estribos si la cola de personas que
est ante l se dilata. El deseo de realizar su labor
con demasiada rapidez, el liberar su yo de lo que a
pesar de que se sea su medio de vida considera
como opresin de los dems, le exaspera. E incluso
puede llegar a vivir atormentado por la idea de una
lucha contra reloj. Todo lo que se opone al disfrute
para s de su tiempo le resulta hostil. Especial ner-
viosismo, singular ansiedad, empieza a poseerle. Y
su cuerpo lo acusa. Molestias en los msculos de la
nuca, dolores de cabeza, disturbios a la hora del
sueo, que tarda en llegar o es agitado. Como al da
siguiente las causas persisten, se instaura el crculo
vicioso. Si el sujeto no se serena, no se relaja, est
perdido. Se sentar en actitud de ataque, que l consi-
dera de defensa; su voz adquirir tonos agresivos;
cada vez se tornar ms irascible porque no encuen-
tra ni su tiempo, ni su sitio. No es raro leer en los
peridicos que alguien se ha liado a tiros en la calle
disputando un lugar de aparcamiento para su coche.
Lo que entendemos por disgustarse, cuando afecta
a la zona de la ira constituye un razonamiento interno
muy nocivo. La tensin arterial sube, las lceras de
estmago se agravan. La irascibilidad es siempre
perjudicial. Primero, para el que la siente; segundo,
para el que la recibe. Es fcil habl ar de self control,
pero bastante difcil lograrlo. El autodominio tambin
experimenta notables variaciones, debidas al ambiente
externo o al terreno individual. El aumento de la edad
hace a las personas ms irritables e impacientes. Idn-
tico fenmeno se ha observado en los animales. Un
gorila o un len jvenes pueden ser bastante mansos
con su dueo, pero a medida que envejecen se mues-
tran ariscos, constantemente agresivos, y hay que te-
nerlos siempre en la jaula.
Un clnico de tanta experiencia y talento como
Walter Alvarez. dice que el hombre inteligente evi-
tar albergar rencores y enemistades, aunque slo sea
porque pueden envenenarlo fsicamente mediante to-
xinas qumicas formadas en el organismo.
El rencor, una de las ms habituales manifestacio-
nes del odio, es causa de grandes disturbios funcionales
v orgnicos que caen de lleno en la patologa. As
se ve con frecuencia en las relaciones matrimoniales
donde las rfagas de amor y de odio constituyen un
clima nada raro, motivo de diversos estados que os-
cilan de lo neurtico a lo psicoptico.
El odio, y cualquier manifestacin colrica, induce
al ataque, a la tragedia o a lo absurdo. Alvarez cita
un caso muy demostrativo de esto ltimo. Un hombre,
proclive a la clera, tuvo avera en su coche, cuyos
frenos fallaron en una pendiente. El vehculo rod
carretera abajo hasta que se detuvo al chocar contra
un seto. El individuo se encoleriz tanto que pidi
prestado un martillo de herrero y destroz el motor.
As aprenders, deca, mientras descargaba fren-
ticamente su indignacin. Es indudable que el sujeto
actuaba como un autntico enfermo al conferir al
coche personalidad y sentimientos. Enfermo de ira,
enfermo de odio, como tantos criminales. Conocido
es el mal de los celos que consume a nios y adultos,
y resulta matriz de rencores y venganzas. Montaigne
deca que no hay clera tan completa ni tan terrible
como la que engendran los celos. La clera, proyec-
tada centrfugamente, hiere o mata. Tambin puede
hacer lo mismo en sentido centrpeto, enfermando o
matando a quien padece sus propios accesos. Wen-
ceslao e Isabel de Baviera murieron a consecuencia
de sendos arrebatos colricos. Cito estas ancdotas his-
tricas como ejemplo de la autoagresividad del odio.
Por otra parte, el hombre contra s mismo es uno de
los palpitantes temas del presente. Incluso la medi-
cina se ocupa ya de las llamadas enfermedades por
autoagresin, debidas a auto-anticuerpos, a sustan-
cias derivadas de las proliferaciones de linfocitos, que
disuelven o destruyen los elementos vitales del pro-
pio cuerpo. Quede aqu este hecho sealado sobre la
marcha.
En sentido moral son los filsofos, los educadores,
los polticos y los pastores de almas los que pueden,
y deben, contribuir a liberar del odio. En sentido
biolgico, hay que intentarlo a base de liberarnos
de la ira, de la emocin que, si no se extingue o
se sublima, dar origen a la nefasta pasin del odio.
La cuestin es la siguiente: puede domesticarse la
i ra?
El proceso de domesticacin de la ira, intente
realizarlo uno mismo, o bajo direccin tcnica, psi-
colgica, consiste en que su ncleo energtico sea
puesto al servicio del progreso como hace el fsico
con las enormes fuentes de energa natural. Mira
dice que usar el fuego sin quemarse, el agua sin aho-
garse y el viento sin ser arrastrado, son triunfos
de la tcnica que han permitido al hombre el dominio
de la Naturaleza. Usar el miedo sin anularse, la ira
sin consumirse y el amor sin extasiarse es quiz ms
difcil de lograr, pero no imposible. Los vicios pueden
ser transformados en virtudes. Y Freud ha demostrado
lo que es la sublimacin, y las rutas que sigue este
fenmeno liberador de angustias, de agresividades, y
consolador de tantas frustraciones.
El impulso destructivo de la ira es capaz de conver-
tir a los hombres en asesinos. Enquistada en la pro-
fundidad personal odio, sus efectos son an ms
desoladores y nocivos puesto que la pasin que los
engendra es algo caracterizado por su permanencia.
En cualquier caso, hay en la ira un deseo de dominio,
de triunfo del individuo sobre lo que le irrita o le
oprime.
La sublimacin del proceso iracundo exige que
se descargue en direcciones y formas productivas, no
destructivas. La fuerza devastadora de un torrente pro-
pulsa las turbinas que hacen frtil la comarca antes
inundada. As, tambin es factible transformar la
ingente potencia destructora de la ira en impulso la-
borioso que nos lleve, debidamente sublimada y di-
rigida, a dominar las manifestaciones de la vida cul-
tural.
Freud considera antagnicos, en cierto modo, la ci-
vilizacin y el placer. Cree que el precio de la cultura
es la renuncia a las satisfacciones ms primarias que
el hombre primitivo obtena directa y fcilmente. Lo
prohibido por la sociedad a causa del desarrollo cul-
tural, moral y religioso, semejante a los antiguos
tabs de nuestros antecesores, nos lleva a reprimir y
comprimir los impulsos naturales, los cuales revierten
sobre nosotros dando con frecuencia origen al sufri-
miento y a la angustia. La consecuencia ms destructi-
va de ambos induce al hombre a su propio aniquila-
miento. Es el homo sapiens el nico animal capaz de
suicidarse premeditadamente.
La Psicologa moderna va ms all de las inmensas
conquistas iniciales de Freud. Resulta evidente que la
alternativa de la ira en relacin con quien la alber-
ga no es solamente destruir o destruirse, anul ar o
anularse. El fenmeno humano ofrece otras posibili-
dades representadas por la derivacin de los impulsos
iracundos hacia la aventura exploradora, vulgarmente
conocida como curiosidad.
El impulso curioso inicia en el conocimiento de la
realidad exterior, a penetrar en sus reconditeces, a
revelar sus secretas esencias. Mantuvo a Koch aferra-
do al microscopio hasta que descubri el bacilo de la
tuberculosis; y es el que ha llevado al hombre a un
medio csmico distinto al suyo, camino de ponerse en
contacto con otros seres capaces de pensar.
El impulso curioso determina el dominio intelec-
tual de la realidad que siempre nos espera como pin-
cho o como luminoso sosiego. Por eso, conocer algo
significa, prcticamente, hallarse en condiciones de-
fensivas y ofensivas superiores a las que tenemos
frente a lo desconocido. Esto demuestra la relacin
entre el miedo y la ira.
El miedo alcanza su apoteosis frente a lo descono-
cido, lo que equivale a la idea de la nada, puesto
que la nada no se puede conocer ni explorar. A me-
dida que rellenamos con la realidad conocida los
huecos de lo desconocido, nos invade la serenidad,
nos sentimos ms dueos de nosotros mismos. Nos
sentimos iracundos porque no estamos tan a merced
de las amenazas del fracaso. Y es as como la fuerza
de la ira, transformada en curiosidad, puede gastarse
en trabajo explorador. La accin la ira es esencial-
mente accin, procede de la irritabilidad se hace
til o se sublima. La ruta ms habitual de esta su-
blimacin son las empresas que tienen el significado
de competir. Competicin con los dems o competi-
cin con el ambiente. Se habla mucho en los medios
deportivos del coraje de un ciclista, o de un jugador
de ftbol. Qu es, sino ira, energa iracunda, este
coraje que permite al routier coronar un puerto
antes que su ri val ? Qu hace que el extremo gane,
tanto por velocidad como por coraje, la accin a
un defensa del equipo contrario? Un grado ms en
esta sublimacin aparece en el alpinista que alcanza
un pico inaccesible, o en el campen que derriba las
barreras de los records.
A partir de la curiosidad, la ira puede o no con-
sumirse en menesteres provechosos.
En cuanto captamos datos y detalles, comprende-
mos el sentido y la esencia de lo que sin la curiosidad
ignoraramos. Y nos ligamos a ello.
Hay una diferencia entre presin colrica y presin
exploradora. Ambas nos sujetan al objeto. La primera
trata de destruirlo; la segunda pretende asimilarlo,
a fin de producir rendimiento. Precisamente, en ese
trnsito de una actitud aniquiladora a una actitud ex-
ploradora se marca la va por la que podr ser domes-
ticada la ira. Todo esto es muy realista pues en
cuanto un objeto proporciona determinados benefi-
cios inspira un principio de querencia hacia l. De-
seamos lo que resulta til. Luchamos por conservarlo
y defenderlo.
La exploracin conduce a la explotacin y sta a
la comunidad o coincidencia de fines inmediatos, a
travs del eslabn de la colaboracin. Muchas iras y
odios polticos, raciales, de clase se superan por
la cultura y la colaboracin social. La anttesis del
capitalismo y el comunismo se superan paulatina-
mente, en la medida en que los acontecimientos llevan
a la colaboracin y al conocimiento de la interdepen-
dencia forzosa de sus representantes. Esta interdepen-
dencia es esencial. Sin capitalismo no podra existir
comunismo, y viceversa. De igual modo, observa Mira,
el domador acaba queriendo a sus leones, y muchos
prisioneros terminan aorando al cancerbero, a pesar
de que en uno y otro caso no se cumplen los re-
quisitos fundamentales para la total metamorfosis y
dilucin de la ira inicial.
En vista de lo expuesto debe quedar un corolario
prctico: para transformar la iracundia destructiva
y anuladora en impulso constructivo y progresivo, es
preciso establecer la comprensin recproca entre los
trminos iracundos. Encauzada la energa de la ira
hacia la curiosidad, estimamos aquello que resulta
beneficioso. El problema siempre consistir en pro-
yectar la ira a la creacin a travs de la curiosidad
y del inters, lo que equivale no a amordazarla sino a
sublimarla. Extinguida la ira, ya no hay posibilidades
de que arraigue el odio. 0 sea, que en todo caso,
existen dos posibilidades de evasin positiva para
la energa iracunda. Un consumo directo, esencial-
mente material, que utiliza como medios de ejecu-
cin los msculos trabajos de fuerza, oficios ma-
nuales, deportes, cultura fsica, y un consumo in-
directo sublimado. Este es el que se produce en todo
esfuerzo psquico. En el intelectual, en el investigador,
en el artista, en el que lucha por una causa social,
poltica o moral. Cuanto estas diversas ocupaciones
absorban ms nuestros impulsos agresivos, ms li-
berarn de la emocin de la ira o de la pasin del
odio. Pero tambin el odio per se puede tener una
gran capacidad positiva e incluso creadora. Proba-
blemente, sin el feroz odio que Anbal senta hacia
los romanos no se hubiera arriesgado a atravesar los
Alpes.
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COLECCIN UNIVERSITARIA DE BOLSILLO
PUNTO OMEGA
1. Jacques Rueff: La poca de la inflacin.
2. Mircea Eliade: Lo sagrado y lo profano.
3. Jean Charon: De la fsica al hombre.
4. M. Garca-Vi: Novela espaola actual.
5. E. Mounier: Introduccin a los existencialismos.
6. J. Bloch-Michel: La nueva novela.
7. J. Maritain: ...Y Dios permite el mal.
8. N. Sarraute: La era del recelo.
9. G. A. Wetter: Filosofa y ciencia en la Unin Sovitica.
10. Urs von Balthasar: Quin es un cristiano?
11. K. Papaioannou: El marxismo, ideologa fra.
12. M. Lamy: Nosotros y la medicina.
13. Charles-Olivier Carbonell: El gran octubre ruso.
14. C. G. Jung: Consideraciones sobre la historia actual.
15. R. Evans: Conversaciones con Jung.
16. J. Monnerot: Dialctica del marxismo.
17. M. Garca-Vi: Pintura espaola neofigurativa.
18. E. Altavilla: Hoy con los espas.
19. A. Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
Tomo I.
20. A. Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
Tomo II.
21. A. Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
Tomo III.
22. Los cuatro Evangelios.
23. Julin Maras: Anlisis de los Estados Unidos.
24. Varios: La nueva novela europea.
25. Mircea Eliade: Mito y realidad.
26. Varios: La civilizacin del ocio. -*
27. Pasternak: Cartas a Renata.
28. A. Bretn: Manifiestos del surrealismo.
29. G. Abetti: Exploracin del Universo.
30. A. Latreille: La Segunda Guerra Mundial (2 tomos).
31. Jacques Rueff: Visin quntica del Universo. Ensayo so-
bre el poder creador.
32. Carlos Rojas: Auto de fe (novela).
33. Vintila Horia: Una mujer para el Apocalipsis (novela).
34. Alfonso Albal: El secuestro (novela).
35. S. Lupasco: Nuevos aspectos del arte y de la ciencia.
36. Theo Stammen: Sistemas polticos actuales.
37. Lecomte du Noy: De la ciencia a la fe.
38. G. Uscatescu: Teatro occidental contemporneo.
39. A. Hauser: Literatura y manierismo.

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