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EL CRIOLLISMO JOS REVUELTAS
[1914-1975] Mexicano. Naci en Durango. Su hermano Silvestre fue un famoso compositor, su hermano Fermn, pintor, y su hermana Rosaura es actriz de cine. Pas parte de su juventud en la crcel por sus ideas radicales. En Los muros de agua (1941) narra su destierro en la colonia penal de las Islas Maras. Siendo periodista del diario El Popular, su novela El luto humano (1943) fue escogida para representar a Mxico en el segundo concurso Farrar y Rinehart. Otras novelas son Los das terrenales (1949), En algn valle de lgrimas (1956), Los motivos de Can (1957), Los errores (1964) y El apando (1969). Tiene tres colecciones de cuentos: Dios en la tierra (1944), Dormir en tierra (1960) y Material de los sueos (1974). Su encarcelamiento en 1968 por motivos polticos provoc protestas internacionales de escritores y catedrticos. El cuento que reproducimos, Dios en la tierra, proviene de la coleccin de 1941.
DIOS EN LA TIERRA
LA POBLACIN estaba cerrada con odio y con piedras. Cerrada completamente como si sobre sus puertas y ventanas se hubieran colocado lpidas enormes, sin dimensin de tan profundas, de tan gruesas, de tan de Dios. Jams un empecinamiento semejante, hecho de entidades incomprensibles, inabarcables, que venan... de dnde? De la Biblia, del Gnesis, de las Tinieblas, antes de la luz. Las rocas se mueven, las inmensas piedras del mundo cambian de sitio, avanzan un milmetro por siglo. Pero esto no se alteraba, este odio vena de lo ms lejano y lo ms brbaro. Era el odio de Dios. Dios mismo estaba ah apretando en su puo la vida, agarrando la tierra entre sus dedos gruesos, entre sus descomunales dedos de encina y de rabia. Hasta un descredo no puede dejar de pensar en Dios. Porque quin si no l? Quin si no una cosa sin forma, sin principio ni fin, sin medida, puede cerrar las puertas de tal manera? Todas las puertas cerradas en nombre de Dios. Toda la locura y la terquedad del mundo en nombre de Dios. Dios de los Ejrcitos; Dios de los dientes apretados; Dios fuerte y terrible, hostil y sordo, de piedra ardiendo, de sangre helada. Y eso era ah y en todo lugar porque l, segn una vieja y enloquecedora maldicin, est en todo lugar: en el siniestro silencio de la calle; en el colrico trabajo; en la sorprendida alcoba matrimonial; en los odios nupciales y en las iglesias, subiendo en anatemas por encima del pavor y de la consternacin. Dios se haba acumulado en las entraas de los hombres como slo puede acumularse la sangre, y sala en gritos, en despaciosa, cuidadosa, ordenada crueldad. En el Norte y en el Sur, inventando puntos cardinales para estar ah, para impedir algo ah, para negar alguna cosa con todas las fuerzas que al hombre le llegan desde los ms oscuros siglos, desde la ceguedad ms ciega de su historia. De dnde vena esa pesadilla? Cmo haba nacido? Parece que los hombres haban aprendido algo inaprensible y ese algo les haba tornado el cerebro cual una monstruosa bola de fuego, donde el empecinamiento estaba fijo y central, como una cuchillada. Negarse. Negarse siempre, por encima de
2 todas las cosas, aunque se cayera el mundo, aunque de pronto el Universo se paralizase y los planetas y las estrellas se clavaran en el aire. Los hombres entraban en sus casas con un delirio de eternidad, para no salir ya nunca, y tras de las puertas aglomeraban impenetrables cantidades de odio seco, sin saliva, donde no caban ni un alfiler ni un gemido. Era difcil para los soldados combatir en contra de Dios, porque l era invisible, invisible y presente, como una espesa capa de aire slido o de hielo transparente o de sed lquida. Y cmo son los soldados! Tienen unos rostros morenos, de tierra labranta, tiernos, y unos gestos de nios inconscientemente crueles. Su autoridad no les viene de nada. La tomaron en prstamo quin sabe dnde y prefieren morir, como si fueran de paso por todos los lugares y les diera un poco de vergenza todo. Llegaban a los pueblos slo con cierto asombro, como si se hubieran echado encima todos los caminos y los trajeran ah, en sus polainas de lona o en sus paliacates rojos, donde, mudas, an quedaban las tortillas crujientes, como matas secas. Los oficiales rabiaban ante el silencio; los desenfrenaba el mutismo hostil, la piedra enfrente, y tenan que ordenar, entonces, el saqueo, pues los pueblos estaban cerrados con odio, con lminas de odio, con mares petrificados. Odio y slo odio, como montaas. Los federales! Los federales! Y a esta voz era cuando las calles de los pueblos se ordenaban de indiferencia, de obstinada frialdad y los hombres se moran provisionalmente, aguardando dentro de las casas hermticas o disparando sus carabinas desde ignorados rincones. El oficial descenda con el rostro rojo y golpeaba con el can de su pistola la puerta inmvil, brbara. Queremos comer! Pagaremos todo! La respuesta era un silencio duradero, donde se paseaban los aos, donde las manos no alcanzaban a levantarse. Despus un grito como un aullido de lobo perseguido, de fiera rabiosamente triste; Viva Cristo Rey! Era un Rey. Quin era? Dnde estaba? Por qu caminos espantosos? La tropa poda caminar leguas y ms leguas sin detenerse. Los soldados podan comerse los unos a los otros. Dios haba tapiado las casas y haba quemado los campos para que no hubiese ni descanso ni abrigo, ni aliento ni semilla. La voz era una, unnime, sin lmites: Ni agua. El agua es tierna y llena de gracia. El agua es joven y antigua. Parece una mujer lejana y primera, eternamente leal. El mundo se hizo de agua y de tierra y ambas estn unidas, como si dos opuestos cielos hubiesen realizado nupcias imponderables. Ni agua.
3 Y del agua nace todo. Las lgrimas y el cuerpo armonioso del hombre, su corazn, su sudor. Ni agua. Caminar sin descanso por toda la tierra, en persecucin terrible y no encontrarla, no verla, no orla, no sentir su rumor acariciante. Ver cmo el sol se despea, cmo calienta el polvo, blando y enemigo, cmo aspira toda el agua por mandato de Dios y de ese Rey sin espinas, de ese Rey furioso, de ese inspector del odio que camina por el mundo cerrando los postigos... Cundo llegaran? Eran aguardados con ansiedad y al mismo tiempo con un temor lleno de clera. Que vinieran! Que entraran por el pueblo con sus zapatones claveteados y con su miserable color olivo, con las cantimploras vacas y hambrientos. Que entraran! Nadie hara una seal, un gesto. Para eso eran las puertas, para cerrarse. Y el pueblo, repleto de habitantes, aparecera deshabitado, como un pueblo de muertos, profundamente solo. Cundo y de qu punto apareceran aquellos hombres de uniforme, aquellos desamparados a quienes Dios haba maldecido? Todava lejos, all, el teniente Medina, sobre su cabalgadura, meditaba. Sus soldados eran grises, parecan cactus crecidos en una tierra sin ms vegetacin. Cactus que podan estarse ah, sin que lloviera, bajo los rayos del sol. Deban tener sed, sin embargo, porque escupan pastoso, aunque preferan tragarse la saliva, como un consuelo. Se trataba de una saliva gruesa, innoble, que ya saba mal, que ya saba a lengua calcinada, a trapo, a dientes sucios. La sed! Es un anhelo, como de sexo. Se siente un deseo inexpresable, un coraje, y los diablos echan lumbre en el estmago y en las orejas para que todo el cuerpo arda, se consuma, reviente. El agua se convierte, entonces, en algo ms grande que la mujer o que los hijos, ms grande que el mundo, y nos dejaramos cortar una mano o un pie o los testculos, por hundirnos en su claridad y respirar su frescura, aunque despus murisemos. De pronto aquellos hombres como que detenan su marcha, ya sin deseos. Pero siempre hay algo inhumano e ilusorio que llama con quin sabe qu voces, eternamente, y no deja interrumpir nada. Adelante! Y entonces la pequea tropa aceleraba su caminar, locamente, en contra de Dios. De Dios que haba tomado la forma de la sed. Dios en todo lugar! All, entre los cactus, caliente, de fuego infernal en las entraas, para que no lo olvidasen nunca, nunca, para siempre jams. Unos tambores golpeaban en la frente de Medina y bajaban a ambos lados, por las sienes, hasta los brazos y la punta de los dedos: a...gua, a...gua, a...gua. Por qu repetir esa palabra absurda? Por qu tambin los caballos, en sus pisadas... ? Tornaba a mirar los rostros de aquellos hombres, y slo adverta los labios cenizos y las frentes imposibles donde lata un pensamiento en forma de ro, de lago, de cntaro, de pozo: agua, agua, agua. Si el profesor cumple su palabra...! Mi teniente... se aproxim un sargento. Pero no quiso continuar y nadie, en efecto, le pidi que terminara, pues era evidente la inutilidad de hacerlo. Bueno! Para qu, realmente...? confes, soltando la risa, como si hubiera tenido gracia.
4 Mi teniente. Para qu? Ni modo que hicieran un hoyo en la tierra para que brotara el agua. Ni modo. Oh! Si ese maldito profesor cumple su palabra...! Romero! grit el teniente. El sargento movise apresuradamente y con alegra en los ojos, pues siempre se cree que los superiores pueden hacer cosas inauditas, milagros imposibles en los momentos difciles. ...crees que el profesor... ? Toda la pequea tropa sinti un alivio, como si viera el agua ah enfrente, porque no poda discurrir ya, no poda pensar, no tena en el cerebro otra cosa que la sed. S, mi teniente, l nos mand avisar que con seguro aistaba... Con seguro! Maldito profesor! Aunque maldito era todo: maldita el agua, la sed, la distancia, la tropa, maldito Dios y el Universo entero. El profesor estara, ni cerca ni lejos del pueblo para llevarlos al agua, al agua buena, a la que beban los hijos de Dios. Cundo llegaran? Cundo y cmo? Dos entidades opuestas enemigas, diversamente constituidas aguardaban all: una masa nacida de la furia, horrorosamente falta de ojos, sin labios, slo con un rostro inmutable, imperecedero, donde no haba ms que un golpe, un trueno, una palabra oscura, Cristo Rey, y un hombre febril y anhelante, cuyo corazn lata sin cesar, sobresaltado, para darles agua, para darles un lquido puro, extraordinario, que bajara por las gargantas y llegara a las venas, alegre, estremecido y cantando. El teniente balanceaba la cabeza mirando cmo las orejas del caballo ponan una especie de signos de admiracin al paisaje seco, hostil. Signos de admiracin. S, de admiracin y de asombro, de profunda alegra, de sonoro y vital entusiasmo. Porque no era aquel punto... aqul... un hombre, el profesor...? No? Romero! Romero! Junto al huizache... distingues algo? Entonces el grito de la tropa se dej or, ensordecedor, impetuoso: Jajajajay...! y retumb por el monte, porque aquello era el agua.
Una masa que de lejos pareca blanca, estaba ah compacta, de cerca fea, brutal, porfiada como una maldicin. Cristo Rey! Era otra vez Dios, cuyos brazos apretaban la tierra como dos tenazas de clera. Dios vivo y enojado, iracundo, ciego como l mismo, como no puede ser ms que Dios, que cuando baja tiene un solo ojo en mitad de la frente, no para ver sino para arrojar rayos e incendiar, castigar, vencer.
5 En la periferia de la masa, entre los hombres que estaban en las casas fronteras, todava se ignoraba qu era aquello. Voces slo, dispares: S, s, s! No, no, no! Ay de los vecinos! Aqu no haba nadie ya, sino el castigo. La Ley Terrible que no perdona ni a la vigsima generacin, ni a la centsima, ni al gnero humano. Que no perdona. Que jur vengarse. Que jur no dar punto de reposo. Que jur cerrar todas las puertas, tapiar las ventanas, oscurecer el cielo y sobre su azul de lago superior, de agua area, colocar un manto prpura e impenetrable. Dios est aqu de nuevo, para que tiemblen los pecadores. Dios est defendiendo su iglesia, su gran iglesia sin agua, su iglesia de piedra, su iglesia de siglos. En medio de la masa blanca apareci, de pronto, el punto negro de un cuerpo desmadejado, triste, perseguido. Era el profesor. Estaba ciego de angustia, loco de terror, plido y verde en medio de la masa. De todos lados se le golpeaba, sin el menor orden o sistema, conforme el odio, espontneo, sala. Grita viva Cristo Rey...! Los ojos del maestro se perdan en el aire a tiempo que repeta, exhausto, la consigna: Viva Cristo Rey! Los hombres de la periferia ya estaban enterados tambin. Ahora se les vea el rostro negro, de animales duros. Les dio agua a los federales, el desgraciado! Agua! Aquel lquido transparente de donde se form el mundo. Agua! Nada menos que la vida. Traidor! Traidor! Para quien lo ignore, la operacin, pese a todo, es bien sencilla. Brutalmente sencilla. Con un machete se puede afilar muy bien, hasta dejarla puntiaguda, completamente puntiaguda. Debe escogerse un palo resistente, que no se quiebre con el peso de un hombre, de un cristiano, dice el pueblo. Luego se introduce y al hombre hay que tirarlo de las piernas, hacia abajo, con vigor, para que encaje bien. De lejos el maestro pareca un espantapjaros sobre su estaca, agitndose como si lo moviera el viento, el viento, que ya corra, llevando la voz profunda, ciclpea, de Dios, que haba pasado por la tierra.
COMENTARIO
El tercer grupo de escritores de la Revolucin Mexicana naci entre 1904 y 1914. Antes de llegar a la adolescencia, la Revolucin, en sus fases armadas, se haba acabado. Tranquilizado el pas, pudieron dedicarse a los estudios y se formaron como escritores bajo la influencia de la literatura experimental de 1920-1929. Agustn Yez (1904-1980), Mauricio Magdaleno (1906) y Jos Revueltas (1914-1975) sienten, como sus precursores, la fuerza pica y la emocin de la Revolucin y adems llevan un nuevo aporte al tema. Por estar un poco alejados de la accin, pueden apreciarla ms dentro de su perspectiva histrica valindose de los adelantos tcnicos introducidos en la literatura universal, sobre todo, por James Joyce. En realidad, esta tercera generacin debe clasificarse entre los cosmopolitas, pero los incluyo aqu para no romper la unidad temtica.
En Dios en la tierra, un pequeo episodio de la Guerra de los Cristeros (1926-1929) se convierte en una visin trgica del odio primitivo y eterno entre los hombres. Igual que Ferretis en Hombres en tempestad, Revueltas empieza su cuento con una visin csmica. Sin embargo, por tener a la mano ms recursos artsticos, no se contenta con sugerir una escena del Libro del Gnesis; va ms all; crea el escenario del hombre cavernario. Jams humaniza a sus personajes. Son esculpidos en piedra, lo mismo que los aztecas ptreos del pintor Jos Clemente Orozco. La trama se reduce a una lucha entre dos elementos bsicos: la piedra y el agua. La piedra, que es el odio, que es la muerte, que es Dios, triunfa sobre el agua suave y amorosa que fecunda el mundo. Para captar la fuerza de esta lucha, Revueltas maneja la prosa con gran destreza. Sus oraciones y frases tienden a ser breves y de un valor escultural: La poblacin estaba cerrada con odio y con piedras. A veces, toda una oracin consta de una o dos palabras: Negarse. Ni agua. Para captar el estilo del Viejo Testamento, emplea varias oraciones que empiezan con la palabra y. Casi nunca figuran las conjunciones subordinadoras. Esta falta de interdependencia estilstica refleja los grandes muros que separan a los hombres unos de otros. Esta misma sensacin se intensifica con vocablos gigantescos: enormes, inmensas, descomunales, gruesas y siglos. Los elementos bsicos de la lucha se destacan por su repeticin: Dios, odio, piedras, puertas cerradas, agua. A veces un vocablo se repite algo transformado pero con el mismo efecto abrumador: desde la ceguedad ms ciega de su historia. Como otra especie de repeticin, la mayor parte de las oraciones estn construidas sobre series de dos o tres frases paralelas: de tan profundas, de tan gruesas, de tan de Dios; en despaciosa, cuidadosa, ordenada crueldad; donde se paseaban los aos, donde las manos no alcanzaban a levantarse; nadie hara una seal, un gesto. Escasea casi totalmente el dilogo. Las pocas palabras pronunciadas por los personajes, sean annimos o tengan nombres sin individualizarse, quedan sin contestacin para reforzar la impresin de los muros entre los hombres. El mismo narrador se permite varias preguntas y exclamaciones retricas (en series de dos o tres) que sirven tanto para insistir en el aislamiento del hombre como para interrumpir los trozos descriptivos.
7 Aunque Revueltas crea su mundo de odio con cada palabra, la estructura del cuento depende de su final. Poco a poco se procede de lo ms general hasta llegar a la concentracin de todo ese odio en el castigo horrible que sufre el profesor pueblerino a manos de los cristeros. Antes de llegar al desenlace, el narrador presenta a ambos grupos mediante nueve cambios de escena, sin decrnoslo. El lector tiene que participar activamente en el cuento para enterarse bien de que a veces las palabras del narrador se refieren a los cristeros y a veces, a los federales. La participacin del lector en el penltimo prrafo es de gran importancia: para quien lo ignore, debe escogerse y dice el pueblo. Ah se narra la muerte del profesor como si se estuviera dictando una clase desde un pupitre de madera. El tono poco enftico, en contraste con el tono csmico de todo el cuento, produce el efecto deseado: un horror inolvidable. La obsesin de los narradores mexicanos con el tema revolucionario sigui hasta mediados de la dcada del 60. Mientras las dcadas del 20, del 30 y del 40 fueron dominadas respectivamente por las tres generaciones ya estudiadas, la dcada del 50 fue dominada por la cuarta generacin, la de Juan Rulfo (1918-1986), y la dcada del 60 fue dominada por la quinta generacin, la de Carlos Fuentes (1929). Slo fue con la aparicin hacia 1965 de la muy precoz sexta generacin encabezada por Gustavo Sainz (1940) y Jos Agustn (1944) cuando se rompi la hegemona del tema revolucionario.