E MI L I A N A L O H R
BENEDICTINA DE SANTA CRUZ DE HERSTELLE
L OS
MI S T E R I O S
P AS CUAL E S
A
IJ3^LlAJLQS,.IEL^MaiiaGRM-A.. .,..,... , _
Public este libro la Editoria,
FWEDRICH PUSTET, Regensburg, 1957
con el ttulo
DIE HEILIGE WOCHE
* * *
Lo tradujo al espaol
EMILIO LADRN DE CEGAMA
CON LICENCIA ECLESISTICA
psito Legal: M. .15.060-1963.Nm. Rgtro. 5.419-63
Copyright para todos los pases de engua espaola en
EDICIONES GUADARRAMA, S. L.-MADRID, 1963
Impreso en Espaa por
Talleres Grficos de Ediciones Castilla, S. A., Madrid
CONTENIDO
4
Introduccin 13
BENDITO SEA EL QUE VIENE.DOMINGO DE
RAMOS 27
PERFUME DE VIDA PARA LA VIDA.LUNES
SANTO 63
PADECER LA PASIN DEL SEOR.MARTES
SANTO 83
HA LLEGADO LA HORA.MIRCOLES SANTO ... 97
CENA Y TRADICIN.JUEVES SANTO 117
CON CRISTO EN LA CRUZ.VIERNES SANTO ... 173
ESTA ES LA NOCHE.SBADO SANTO Y VIGILIA
PASCUAL 205
INTRODUCCIN
"^Huyamos de la rutinal Estrangula al hombre,
le aparta de la verdad, le aleja de la vida" \
Con estas palabras exhorta Clemente de Alejandra
a los paganos de su tiempo a no dejar pasar lo nuevo
y verdadero o sea, el cristianismo que comenzaba
a brillar entre ellos por una cmoda adhesin a la
acostumbrada pompa del culto a los dioses. Esta ad-
vertencia podra no carecer de sentido dirigida tam-
bin a nosotros cristianos catlico-romanos del si-
olo XX.
o
Es propio del hombre encontrarse muy a gusto
dentro de su piel y desear permanecer ah sin ser mo-
lestado. Dentro de su "piel" quiere decir: dentro de
todo lo que forma parte de su habitual forma de vida,
interior y exteriormente. Esta enfermedad es mucho
ms frecuente de lo que se cree. Caracteriza al "bur-
gus" (j)or esta palabra no se entiende aqu una po-
sicin social, sino una actitud tpica), que a pesar de
todas las revoluciones de las ltimas dcadas, y a pe-
sar de todos los peligros por los que sigue pasando
nuestra existencia humana, todava no ha desapare-
1
Clemente de Alejandra, Protrptico XII, 118, 1.
15
cido. La mayora de nosotros, si nos examinamos con
sinceridad, la encontraremos todava bien viva en
nosotros, dispuesta a construir en seguida y a instalar-
se de nuevo sobre la ms pequea tabla. Nos gusta la
costumbre y la cultivamos con ternura, teniendo a
mano palabras bellsimas para justificar esta inclina-
cin. Es indispensable, decimos, para crear y conser-
var una cultura y para fundar una tradicin.
De acuerdo: cultura y tradicin edifican la vida;
pero no son creadas ms que por el que est con la
mirada abierta, siempre vivo, siempre dispuesto, y
presiente la gracia cuando se acerca sobre la ola de
lo venidero. Cultura y tradicin no son una forma
rgida, inmvil, sino algo que se mueve, que vive,
que se est haciendo sin cesar. As como la creacin
est siendo creada continuamente por Dios, y la nue-
va creacin o Redencin durar hasta el ultimo da, de
igual manera nosotros no debemos dejar ni abando-
nar a s mismo a nada de lo que Dios nos ha dado
para que lo cultivemos
2
y transmitamos '. La par-
cela de tierra que cultivo, el macizo donde planto, el
nio a quien educo, deben ser objeto de mi constante
solicitud, si quiero que prosperen, crezcan, florezcan,
den fruto. Y lo mismo sucede con todo arte, ciencia y
religin.
Es verdad que, por lo que se refiere a esta ltima,
no podemos aadir nada a la Revelacin que Dios nos
ha dado de una vez para siempre. Pero, podemos
' colere, de ah cultas y cultura.
' trdere, de ah traditio.
16
penetrar a tientas en ella, tratar de explorar sus pro-
fundidades insondables, convertirla en vida y amor,
en sabidura y piedad. Es un tesoro que nos ha sido
confiado en la Biblia y en la doctrina de los Pa-
dres, en el culto y en la Liturgia, y podemos, se-
gn la parbola del Seor, meter diariamente las ma-
nos y sacar a luz una joya tras otra, lo viejo y lo
nuevo, nova et vetera \ sin que el tesoro, siempre
idntico a s mismo, disminuya ni se cambie, sin que
se le aada ni se le quite nada.
As, no debe sorprendernos que tambin en Teo-
loga parezca haber corrientes que van y vienen, que
en la piedad cambien las tendencias y actitudes, que
incluso lo ms intangible, los Dogmas, aumenten, y
la Liturgia, al parecer lo ms slidamente estable-
cido, sufra cambio y evolucin y se renueve con
relacin al pasado.
Hoy da vivimos en una poca de cambios y reno-
vaciones en el terreno eclesistico y sobre todo en el
litrgico. El proceso comenz en los aos que pre-
cedieron a la Primera Guerra Mundial y se intensi-
fic en los que la siguieron con el "Movimiento li-
trgico". Parece que muchas cosas saludablemente
iniciadas por l se van estabilizando ahora poco a
poco. El restablecimiento de la Vigilia Pascual en el
ao 1951 y el decreto de la Sagrada Congregacin
de Ritos de noviembre de- 1955 son los primeros in-
dicios, y no es de creer que sean los nicos. En medio
de estos cambios que ejercen un fuerte influjo en la
4
Cfr. Mateo, 13, 52.
17
vida de piedad del individuo, apliqumonos tambin
a nosotros la advertencia del antiguo escritor ecle-
sistico: "Huyamos de la rutinaV.
Sera imprudente y un poco presuntuoso creer que
eso no va para nosotros o que no nos es necesario.
La mayora de las veces suceder lo que dice el Seor
en la parbola: "Nadie que tenga vino aejo quiere
el nuevo, porque dice: el aejo es mejor"
5
. Por eso,
a ancianos que han vivido durante toda una vida en
un mundo de formas religiosas cultuales sobre
todo, que ha permanecido siempre idntico a s
mismo llegando a ser considerado como casi inamo-
vible, resulta muy difcil adaptarse de pronto a unos
ritos que, en muchos casos, ni siquiera han sido trans-
formados a fondo, sino slo ligeramente modificados.
No obstante, pueden darse cuenta de que las nuevas
formas estn ms cerca de lo primitivo y esencial que
las anteriores. Una tal desazn frente a lo nuevo es
menos asunto de entendimiento que de "gusto": el
vino aejo "sabe" mejor, es ms "deleitoso" al paladar
que el nuevo.
Adems, no deja de ser una osada restablecer an-
tiguos ritos, despojndolos de excrecencias y extrati-
ficaciones posteriores, a lo que est expuesta toda ins-
titucin humana con el correr del tiempo. La inmovi-
lidad puede ser perniciosa porque trae en pos de s la
fosilizacin. El progreso puede ser tambin perju-
dicial si no se avanza (o, segn los casos, se retrocede)
hacia lo mejor. En general, ser ms fcil librar de la
Lucas, 5, 39.
18
esclerosis de la vejez a formas de vida, a formas de
culto, que desandar el camino de un falso progreso
y hacer que desarrollos frustrados tomen la direccin
contraria hasta llegar a la simplicidad primitiva. Tan-
to en uno como en otro caso, hay un peligro: En los
intentos de renovacin por cautelosos que sean puede
suceder que aqu y all, con el afn de limpieza, se
barran de en medio cosas buenas, razonables y dignas
de ser conservadas. No debe olvidarse que en tales
tentativas la voluntad, ms o menos dirigida por el
entendimiento, ha de enfrentarse a lo establecido, y
con frecuencia es difcil decir cundo esto sufri vio-
lencia en su desarrollo, cundo fue desviado de su
direccin propia, deformado, y necesita, por tanto,
ser enderezado.
Por eso, tanto al principio como en el curso de una
renovacin ha de ser considerado ante todo el plan,
la, ley, la medida, segn la cual se han ido desarro-
llando las formas; o lo que podra llamarse su arque-
tipo en Dios, que resplandece, con ms o menos in-
tensidad, en todos los cambios sufridos a lo largo del
tiempo. Entonces se podr descubrir sin esfuerzo en
dnde las curvas de desarrollo se apartan de la pura
lnea de origen, ensanchndose sin mesura o enco-
gindose miserablemente. As se podr encontrar, sin
ms, el camino de salud, del retorno a la lnea de
crecimiento que ha querido Dios, no los hombres.
Esto tiene mayor aplicacin a la liturgia de la Igle-
sia de Cristo, al culto de la Ecclesia, que a cualquiera
otra institucin humana. A ella, como en otro tiem-
po a Moiss, ordenador de la Antigua Alianza y de
19
su culto, se ha dicho: "Mira, y hazlo conforme ni
modelo que en la montaa se te ha mostrado" \ Vara
la Ecclesia esta montaa es el Glgota. En el mo-
mento en que all, como nueva Eva, madre de todos
los vivientes, naci a la vida terrestre del costado del
Salvador moribundo, segundo y eterno Adn, fue
hecha testigo y cooperadora de la nica y verdadera
liturgia que Cristo celebr a la vista del cielo y de la
tierra; testigo y co-sacrificadora del nico sacrificio,
de la nica victima agradable a Dios, la que el Hijo
Unignito de Dios hecho hombre ofreci a su Padre
celestial por los -pecados del mundo.
Pero la forma, la maravillosa e incomprensible ma-
nera de que este sacrificio, ofrecido de una vez para
siempre por el nico y eterno Sacerdote, se haga pre-
sente a todas las generaciones que habran de seguir
a lo largo de todos los siglos, y la manera de ofrecerlo
en medio de cada una de ellas para que todos en-
cuentren la remisin de sus pecados y la salud en la
adopcin como hijos esta forma original de la nica
gran Liturgia, de la potente obra de Dios, en la que
el Padre por el sacrificio del Hijo obr la redencin
de la humanidad, se la haba transmitido Cristo a
sus Apstoles bajo los smbolos de pan y vino, ya en
la vspera de la sangrienta consumacin del sacrificio.
Y esta nica y maravillosa liturgia sacrificial fue co-
municada, en la santa ordenacin, por los Apstoles,
verdaderos liturgos y sacerdotes de la Ecclesia, a to-
dos los sacerdotes futuros, como un misterio divino
' xodo, 25, 40.
20
transmitido de la manera ms fiel en su forma y en
su contenido. As el "modelo" que "fue mostrado
sobre el monte" a la Ecclesia, un modelo de induda-
ble realidad y de la ms poderosa eficacia, contina
viviendo en su Liturgia, como misterio, sacramento,
sacrificio, eucarista, o como quiera llamrsele: opus
Dei perpetuo, obra de Dios incesante para la salud
del mundo, latreia cotidiana, culto ininterrumpido
que ofrece a Dios el hombre redimido.
La cuestin est en saber cmo una institucin de
origen tan plenamente divino y cuya forma de actua-
lizacin futura ha sido trazada de antemano por Dios,
puede estar sometida a defectos de desarrollo, padecer
cambios y deformaciones que alteran la pureza de
su forma original, haciendo as que futuras genera-
ciones se sientan obligadas a renovar y restablecer lo
primitivo. Es verdad que el ncleo de una tradicin
tan divina nunca puede estar afectada por cambios y
modificaciones que son el destino comn de todas las
instituciones puramente humanas. En su liturgia ofi-
cial nunca actualizar ni celebrar la Iglesia otra cosa
que la Pascua de Cristo; as fue llamado aquel pri-
mero y nico sacrificio "sobre el monte", porque se
consum en el da en que los judos, en Jerusaln, in-
molaban el cordero pascual para conmemorar el ani-
versario de su salida de Egipto, del paso del Mar
Rojo y de su Alianza con Y ave.
En esta Pascua juda haba proyectado Dios una
figura, una sombra anticipada de lo que El quera
hacer cuando llegara la plenitud de los tiempos, no
slo en uno sino en todos los pueblos: por el verdadero
Moiss, verdadero Hijo de Dios, los culpables hijos
de Adn habran de ser conducidos a travs del mar
del pecado y de la muerte a la tierra prometida de la
Gracia y de la foliacin divina. El Hijo de Dios, re-
bajndose a nuestra muerte y, a travs de ella, vol-
viendo resucitado y vivo, a ocupar su trono en el
reino del Padre, nos abri a todos nosotros el camino,
el paso a travs de la muerte y de la tumba, para en-
trar en la vida divina. A este paso, a ejemplo de la
Antigua Alianza, le llamamos Pascha, y, con los
Padres, la interpretamos como transitus. Esta Pascua
por la cual Cristo satisfaca al Padre y libraba de su
pecado a los hombres conducindoles a participar en
la vida divina, es el contenido de la Liturgia que trans-
miti a su Iglesia y la que sta ha conservado intacta
hasta este da. En el ncleo no ha habido ningn
cambio. La Iglesia celebra imperturbable la misma
santa Pascua: una vez al ao en los das del suceso
histrico, semanalmente cuando vuelven el da y la
hora de su transitus, y diariamente cuando repite lo
que hizo y la orden hacer el Seor en la ltima
Cena.
Pero, si no ha habido ningn cambio, por qu
entonces una renovacin} Por qu un Ordo hebdc-
madae sanctae instaurarais, una liturgia renovada, res-
taurada, de la Semana Santa} La respuesta se encuen-
tra en la misma expresin "Semana Santa", en el
hecho de que hay una tal semana. La primitiva Pas-
cua de la Iglesia consista en un nico oficio noctur-
no, as como la Pascua del Seor, 'en el fondo, no fue
ms que un acto, un paso llevado a cabo en el ins-
tante de la noche pascual, que no conoci ningn
hombre porque no tuvo ningn testigo. Pero no le
ha sido dado al hombre quedar satisfecho con la su-
blime simplicidad de las obras de Dios. Le gusta des-
plegarla en lo que sigue y en lo que acompaa a cada
una de sus distintas fases tal como se desprenden de
su desarrollo visible en el tiempo. Ah est el germen
de cambios y modificaciones en la Liturgia de la
esia, en especial de la solemnidad de la Pascua;
ah est el germen de una "Semana Santa", y hasta
de una larga preparacin de cuarenta das a la Pascua
y de un perodo de cincuenta das de jbilo y de ale-
gra despus de Pascua; ah est, por ltimo, el ger-
men de todas las restantes solemnidades y fiestas de
la Liturgia cristiana, de todo el ao litrgico y de
todos los sacramentos de la Iglesia. Todo esto brota
del nico acto de Dios, del nico sacrificio que le
"fue mostrado" a la Ecclesia "sobre el monte": el
sacrificio de Cristo. Y eso est bien y en acuerdo con
la voluntad de Dios, por estar basado en la naturaleza
del hombre. La Iglesia no se opone a la intencin
divina ai dejar a sus hijos en libertad para conmemo-
rar el primer da de la Semana Santa, el Domingo de
Ramos, la entrada de Jess en Jerusaln; el Jueves
Santo, la ltima Cena; el Viernes Santo, la cruci-
fixin. Slo que ha de ser una "conmemoracin"
que, en su participacin en estas distintas fases de la
obra de salud, permanezca siempre consciente de que
no podemos considerar, celebrar ni actualizar ningu-
na de ellas en particular si no es dentro de la totali-
dad del Misterio. Porque debemos tener en cuenta que
Igl
23
todas estas cosas ya no se suceden en el tiempo, una
detrs de otra, como ocurri en aquel nico entonces
en Jerusaln, sino ms bien estn presentes en la
simultaneidad del Misterio, sustrado al tiempo y a
la Historia.
Slo all donde permanece viva esta conciencia,
conserva el culto de la Iglesia, y en especial el de la
Semana Santa, su verdadera naturaleza. No es contra
la esencia de la Liturgia el hecho de que en la cele-
bracin de la nica obra de salud la mirada humana
se concentre en las distintas fases de su realizacin.
Mientras los que as la celebran mantengan la uni-
dad y la cohesin de todas estas fases, no hay que te-
mer ninguna grave alteracin del culto divino. Pero
cuando se considera en s mismo, aisladamente, un
aspecto individual, separndole de su dependencia del
todo, existe el peligro de que la Liturgia deje de ser
todo lo que es. Entonces se impone una renovacin,
una reforma, y el restablecimiento del rito primitivo
de la Iglesia se presenta como un deber sagrado. Para
los simples fieles significa la necesidad de compren-
der en estos casos el imperativo de la hora, no encas-
tillndose por pura comodidad en una "costumbre"
que, por falta de perspicacia, nos hace depender de
lo que no es esencial.
Uno de los objetivos principales de la actual "Ins-
tauracin" de la Liturgia pascual es hacer comprender
de nuevo a los fieles la unidad del acontecimiento
pascual dentro de la multiplicidad de ritos y celebra-
ciones tal como se han ido desarrollando con el trans-
curso del tiempo. Es preciso que la Semana Santa
24
vuelva a convertirse en una solemnidad unitaria en
la que cada uno de sus aspectos particulares, coloca-
do en el sitio que le corresponde, ponga de manifiesto
la totalidad tanto en sus distintas partes como en su
unidad, y asegure a cada uno de los fieles y a toda
la comunidad eclesial una participacin viviente y
activa en la Pascha Domini.
En eso reside tambin lo que se ha llamado el ob-
jetivo pastoral de la reciente reorganizacin litrgica.
Que, adems, para hacer posible y facilitar al pueblo
la participacin viva e inteligente de la Pascua nica
y total, se haya procedido a algunas reducciones, omi-
siones y reformas de textos venerables por su antige-
dad o, inversamente, a la introduccin de algn nuevo
rito, sobre esto, naturalmente, puede haber discrepan-
cia de opiniones. El tiempo nos dar a conocer si en
cada caso se acert con lo que convena. Cuando no
haya sido as, la Iglesia, madre amorosa y prudente,
no vacilar en rectificar un error.
Pero, no hay nada que temer mientras permanezca
a salvo el principio fundamental. La Liturgia es, ante
todo, obra de Dios y culto de Dios; por su parte, un
obrar para nosotros; por nuestra parte, un obrar para
El y ante El, un juego en su alabanza, un himno
a su gloria. Por lo que al pueblo se refiere; se debiera,
sin duda, hacer posible que participara en este juego,
que juntara su voz en este himno. No obstante, hay
que andar con prudencia, no sea que por drselo al
pueblo, quitemos algo al Seor. La Iglesia ms bien
habr de proceder con verdadera pietas (es decir, con
absoluta justicia para con Dios), como esposa y madre
25
al mismo tiempo. Como esposa dir: Ego dico: opera
mea reg, "mi obra para el Rey"
7
. Pero como madre
de sus hijos: Misereor super turbam, "tengo compa-
sin de la muchedumbre" '. Y como es Esposa del
Verbo y por El es Madre, su sabidura la ensear a
hacer justicia a uno y otros.
El intento de este libro consiste, pues, en respon-
der al deseo de renovacin, de manera que tratemos de
encontrar en los distintos ritos, viejos y nuevos, la
nica T'ascua que los une a todos en una solemnidad
y en todos obra nuestra salud.
Salmo 44, 2.
Marcos, 8, 2.
26
BENDITO SEA EL QUE VIENE
DOMINGO DE RAMOS
"LLEGADA AL PUERTO"
Este da es principio y fin. El tiempo de Cuaresma
se ha acabado, la Pascua comienza. "El navio ha lle-
gado a puerto", se dice en la liturgia sirojacobita de la
Semana Santa. "Hemos llegado al puerto de la vida,
los que hemos pasado del ayuno a la Pasin... El
ayuno est acabado, la Pasin del Hijo nico de Dios
comienza" \
Bonito pensamiento, caracterstico de la sensibilidad
oriental; podemos descansar en la Pasin de Cristo
como el navio en el puerto. Durante el ayuno somos
nosotros los que todava trabajamos y nos fatigamos,
expuestos a las tempestades de la tentacin, sobre el
agitado y peligroso mar de la ambicin humana;
ascesis, ejercicio, actividad el hombre tiene la pa-
labra. Ahora, esto ha llegado a su fin; el navio est
en el puerto Dios tiene la palabra. Pero El calla.
Padece, y es sta la nica obra que puede salvar-
nos. La pasin del Hijo de Dios hecho hombre es
1
Adolf Rcker, Die "Ankunft im Hafen" des syr.-ja-
kobit. Vestrituds und verwandie 'Riten. "Jb. f. Liturgiewis-
senschaft", 3 (1923), pp. 83 y 84.
29
el puerto, el descanso en la inquieta bsqueda de sa-
lud del hombre pecador. En la celebracin sacra-
mental de la Pasin y Muerte de Cristo que son un
padecer y un morir para la resurreccin y la vida, con
otras palabras, en la presencia litrgica de la Pascha
Domini est la esencia y la significacin de la Se-
mana Santa, aquello que la convierte en teatro del
obrar exclusivo de Dios y por lo mismo del descanso
absoluto de nosotros. Descanso que no se adquiere,
es verdad, ms que por un acto de la ms alta in-
tensidad : el navio no descansa en el puerto de la
presente obra de Dios ms que al precio del sacrificio,
del entero abandono del esfuerzo propio y de la
entrada sin reservas en la accin del Seor, en su
Pasin. Pero precisamente por eso la precedente "tra-
vesa", el ejercicio, la ascesis, no carecan tampoco de
sentido ni de la necesaria relacin con el "descanso":
El ayuno purifica, y slo un corazn purificado sabe
sacrificarse, desprenderse de s mismo, dar el impulso
que libera de la inclinacin propia y penetra en el re-
poso de Dios que obra padece.
Tambin para la Iglesia romana, durante todo el
primer milenio, el da de hoy estaba bajo el signo
del sufrimiento, de la Pasin del Seor. De passione
Domini, "de la Pasin del Seor", se lee en los an-
tiguos sacramntanos para designar el sexto Domingo
de Cuaresma
2
. Lo importante en este da, lo que le
da su nombre, es "la Pasin del Seor", el relato
2
Sacramenlarium Gelasianum, PL 74, 1093; SacrO-
mentarium Gelasianum d'Angoulme, p. 32.
30
evanglico de la "Pasin del Seor" cuya lectura so-
lemne (segn Mateo) en la celebracin litrgica de
este da, hace caer en la cuenta a un auditorio es-
tremecido de que han pasado realmente "del ayuno
a la Pasin". El martes, mircoles y viernes siguien-
tes se leern los relatos de la Pasin de los restantes
evangelistas Marcos, Lucas y Juan. De esta ma-
nera, la palabra de la Sagrada Escritura nos introduce
de lleno en la Pasin del Seor, aun antes de que
haya comenzado propiamente la Pascua. Desde la an-
tigedad, durante esta ltima semana antes de la Pas-
cua, "Semana Grande" o "Semana Santa"
3
los fieles
han conmemorado con lecturas bblicas el recuerdo de
la Pasin y muerte de Cristo. La peregrina aquitana
Etena (o Silvia) que visit, a finales del siglo iv, los
Santos Lugares de Jerusaln participando all en la
Liturgia de la Semana Santa, nos habla de tales lec-
turas, con frecuencia largas, hechas en la Iglesia, y a
las que escuchaban con la misma atencin el clero, los
monjes, las monjas y el pueblo, estallando no raras
veces en lamentos y lgrimas por la acerba Pasin de
la que nuestros pecados han sido la causa. Sobre todo
entre los fieles de la Iglesia Oriental est viva la
conciencia de que la Semana Santa es ms apropiada
que ningn otro tiempo del ao para la lectura de la
Biblia \
1
En la antigedad cristiana se han usado ambos
nombres.
4
Cfr. lo que a este propsito dice el P. Willibrord
Verkade, el "monje-pintor" de Beuron, en la "Bened.
Monatsschrift", 1935 (p. 117), de un pintor ruso, amigo
31
As, pues, guiada por la palabra evanglica, la
Iglesia va penetrando a fondo en la Pasin de Cristo.
Y va sintiendo cada vez ms que est "en el puerto".
La preparacin ha terminado, el drama de la reden-
cin comienza. El corazn, purificado en largas se-
manas de penitencia, se arma para el sacrificio. El
Padre levanta el cuchillo sobre el Hijo nico y todos
los que forman parte de este santo cuerpo han de in-
clinarse como miembros dciles, junto con la cabeza,
bajo la mano sacrificadora de Dios.
EL OFICIO NOCTURNO
Austero y sombro aspecto. Realmente, "la puerta"
de la Semana Santa se presenta aqu como puerta de
la muerte. Ya en el oficio nocturno el nuevo rito
ha dejado inalterado al antiguo se levantan las l-
gubres sombras de la muerte y comienzan los lamen-
tos doloridos. En las lecciones del primer nocturno,
la Iglesia vuelve a abrir el libro proftico con el cual,
el domingo pasado ha dado comienzo al tiempo de
Pasin. Lee a Jeremas a quien no dejaremos de or
suyo, que viva en el sur de Francia como emigrado. En
la primavera de 1934, cuando estaba enfermo de muerte,
le escriba: "Y ahora se acerca la Pascua, una fiesta que
siempre ha sido para m especialmente profunda y gran-
de. Hay en casa un sirviente, un cosaco, a quien la tor-
menta ha arrojado tambin aqu. Hemos decidido leer el
Evangelio todas las noches durante la Semana Santa y
ayunar rigurosamente. Tanto a m como a l nos har
bien."
32
durante toda la Semana Santa hasta la noche de Pas-
cua. Jeremas es el Profeta del tiempo de Pasin, como
Isaas es el del tiempo de Adviento. Tipo (es decir,
imagen, figura) vetero-testamentario del Hijo de Dios,
del Salvador doliente, precede a su arquetipo as ahora
en el preludio litrgico de la ptesencia renovada de la
Redencin como en otro tiempo en su prehistoria.
Junto con los responsorios (cantos intermedios)
5
, las
lecciones de Jeremas del primer nocturno hacen sur-
gir una imagen proftica, enteramente fiel en su sim-
bolismo, de lo que la lectura de la Pasin de la Misa,
en sobrio relato histrico, pondr ante nosotros con
asombroso realismo y actualidad.
LA LECTURA DE LA BIBLIA COMO SACRAMENTO
Comprendamos la importancia, la grandeza y la
dignidad de estas lecciones, tanto de las de la noche
como de las de la maana. Siendo palabra de la Es-
critura, palabra de Dios, participan del Misterio de la
Liturgia. Tambin ellas son, en un sentido ms am-
plio, Sacramentos, smbolos, llenos de la presencia
de la obra de salud, y han de ser no slo odas, perci-
bidas con el odo, sino debidamente gustadas comi-
das y bebidas como el pan y el vino de la Eucarista,
con fe en su contenido y con hambre interior de l.
Como en el banquete eucarstico se tiene cuidado de
5
Han sido tomados tambin, parte, de los Profetas;
parte, de los grandes Salmos de Pasin; algunos han sido
compuestos libremente inspirndose en la Biblia.
33
que no caiga nada de las preciosas especies ", de la
mi sma manera se ha de procurar no perder una sola
palabra de la Sagrada Escritura cuando es leda en la
Iglesia; porque t ambi n de ella se alimenta el hom-
bre interior. "Como la carne de Cristo es una verda-
dera comida y su sangre una verdadera bebida", es-
cribe San Jernimo, "as nuestro nico bien en la
vida presente es comer esta carne y beber esta sangre,
no slo en el Misterio (del Al t ar), sino t ambi n en la
lectura de la Escritura"
7
. Tambi n en ellas recibimos
a Cristo, nos hacemos una carne y una sangre con El ,
un cuerpo y un espritu. Y, como en el sacramento del
Altar, es siempre El, el Seor muert o y resucitado, o
mejor, el que padece y resucita, el que sale a nuestro
encuent ro, penetra en nosotros y nos introduce en su
muert e y resurreccin hacindonos padecer y triunfar
j unt o con El . As, entendida y practicada como es
debido, la lectura de la Escritura se convierte, dentro
del conjunto de la Liturgia, en un verdadero Mi st eri o
que se consuma en el Sacrificio y en el Sacramento
del Al t ar.
LA INFIDELIDAD DE ISRAEL
No es siempre fcil penetrar en este fondo sacra-
ment al del Ant i guo Test ament o y extraer de l la m-
dula de la obra de salud. As , no haramos entera
justicia a las lecciones de Jeremas de los maitines de
* Esta precaucin se haca necesaria sobre todo en la
antigedad cristiana, cuando todava se reciba en la mano
el pan consagrado.
1
In Ecclesiasts, c. III.
34
este da si no viramos en ellos ms que al Profeta
perseguido y rechazado por su pueblo, y al Seor y
Salvador rechazado que est prefigurado en l. Es pre-
ciso que consideremos una segunda figura que apa-
rece junto al Seor, un interlocutor humano a qui en
dirige su pal abra: su puebl o, Israel. La palabra de
Dios no es, pues, queja, sino acusacin, recriminacin
apasionada; pero con aquel tono de invencible amor
que sobrepuja a cualquiera infidelidad. Penetramos
aqu hasta el fondo del cliz de la Pasin de Cristo
y casi gustamos sus heces amargas. No es la Pasin
como tal lo que hace el trago tan amargo, sino la cau-
sa de la Pasi n: la infidelidad de Israel.
En tres cuadros la via desierta, la novilla obsti-
nada y la esposa infiel pi nt a el Profeta lo inconce-
bible : que el hombre deje el gape de Di os. El
Seor haba pl ant ado cepas escogidas, "slo brotes
autnticos". Pero no dieron fruto, la via qued de-
sierta. Oh t, vinea electa, plantacin "escogida",
amada, t te has convertido en vinea aliena, en tierra
"extraa", desierta \ El Seor haba domesticado un
animal 'noble pero ste ha sacudido el yugo de su
cerviz y se ha escapado de la mano bondadosa: Non
serviam, " No quiero servir" fue la respuesta de
Israel al Seor, a qui en deba llevar como un moble
corcel a' su jinete. Estar "posedo" por Dios esta
maravilla de las maravillas, le pareci poca cosa
9
.
El Seor haba educado a una virgen, la haba esco-
8
Cfr. Jeremas^ 2, 21; 2.
a
Leccin.
' Cfr. Ibid., v. 20
35
gido como esposa El mismo era su ms bello adorno,
el ceidor de su honestidad. Pues, qu es lo que
"adornaba" a Israel ms que a todos los otros pueblos
y salvaguardaba su santo honor sino la fe en el Dios
nico y la Alianza con El? "Se olvida por ventura
la doncella de sus galas, y de su ceidor la esposa?
Pues mi pueblo se ha olvidado de m ya desde das
sin cuento"
1
. Respuesta de Israel al gape de Dios:
olvido. Respuesta de Dios a la infidelidad de Israel:
eterno recuerdo. El pueblo se olvida, Dios se acuerda.
El pueblo huye del Seor el Seor viene a su pue-
blo. Viene en la persona de su Hijo, para padecer y
morir por el pecado de su pueblo. El que rechaza
el amor de Dios, debe morir. Pero ino es Israel quien
muere, sino el Hijo de Dios en lugar del culpable. A
los pecadores, a los "prfugos" Dios les prepara un
puerto de paz en la Pasin de su Hijo: "la llegada
al puerto".
ENTRADA EN JERUSALEN
He aqu el punto de contacto entre las lecturas del
primer Nocturno y las del tercero: Antiguo y Nuevo
Testamento, infidelidad de Israel y misericordia de
Dios, extravo de Israel y Dios que sale en su bs-
queda. Viene el Hijo de Dios para expiar con su san-
gre el pecado de "la virgen Israel", de la esposa de
Yav. Da su sangre como rescate por la que ha cado
10
Jeremas, 2, 32; 3.
a
Leccin.
36
en las redes de Satn, con su sangre calma su sed
ardiente. Pretium et foculum, precio del rescate, elixir
de vida. Es el tema del sermn de Pasin de San Len
el Grande
l l
que leemos en el segundo Nocturno. En
el tercero, habla San Ambrosio de la venida de Dios
Hijo. Llega a Jerusaln, al lugar de sus tormentos. De
camino, encuentra la borrica y su pollino atados
imagen de la humanidad sustrada al cuidado de
Dios
12
. "Advierte cuan malo y amargo es haber
abandonado a Dios" ". El que huye de Dios, cae en
las garras de Satn. Esa es la cabalgadura que "no
quera servir", no quera llevar a su Seor: la borrica
a la que desatan los Apstoles para conducirla a Cris-
to imagen de Israel, imagen de la Sinagoga infiel.
Ha cambiado sta de actitud, ha cesado en su
rebelda? El lenguaje figurado del relato sagrado pa-
rece responder que no; pues no es la borrica la que
lleva al Seor, sino el pollino que ha venido con ella.
La ciudad abre sin duda sus puertas: Sin acoge a su
Seor. El pueblo se apresura a salir a su encuentro, a
recibirle triunfalmente. Extiende sus vestidos sobre el
camino, lo siembra de flores y de verde, hace ondear
palmas y ramos de olivo, lanza vivas y hosannas:
"Bendito sea el que viene". Se ha convertido Israel,
ha vuelto al Seor? Quiere dar al Hijo lo que ha
negado al Padre? As podra parecer. Pero, dentro de
seis das el camino del Seor estar marcado con sam-
11
Sermo XI de Passione Domini, c. 3; 6.
a
Leccin.
12
Cfr. Mateo, 21, 2; a este propsito, Ambrosio, In
Lucam, 9, 4 (...de paradiso eiecti in castello...religait).
" Jeremas, 2, 19; 2.
a
Leccin.
37
gre en vez de flores y el hosanna se habr cambiado en
Cmcifige : " A la Cruz con El! ".
No, Israel no se ha convertido todava, Israel per-
siste todava en su non serviam, "No quiero ser escla-
vo". Pero el Hijo de Dios viene para morir por
Israel. Y la Redencin le acompaa en su cortejo.
Junto a la borrica, su madre, trota el pollino que lleva
al Seor. Un noble vastago de la raza rebelde. De l
ser de quien venga, al fin, la salvacin de Israel. En
el pollino ven los Padres la imagen de un pueblo jo-
ven, nuevo, de la Iglesia, reunida de entre todos
los pueblos ". El pequeo animal, el joven pueblo no
ha llevado todava a ninguno sobre s "; pero ya ha
llegado su hora: llevar al que ha sido resucitado y
exaltado, al "Seor Jesucristo en la gloria de Dios
Padre" ". Se dejar domar, embridar y montar el que
durante tanto tiempo estuvo indmito, suelto y sin
ser montado por nadie, Y as suceder lo que dice el
Apstol: La muchedumbre de pagarnos entrar en la
Iglesia de Dios, y entonces se salvar tambin Israel,
junto con todos ellos ' ' . La madre seguir a su cra y
la cra conducir a la madre, es decir: la nacida en
segundo lugar, la Iglesia de los paganos, preceder a
la escogida en primer lugar, a Israel, y sta la seguir,
porque estaba ciega cuando se la apareci la salud.
M
Cfr. Ambrosio, o. c, 9, 5: Et bene: in quo nemo
sedil, quia nullus antequam Christus nationttm populos
vocavit ad ecclesiam.
15
Cfr. Marcos, 11, 2; Lucas, 19, 30.
le
Filipenses, 2, 11. Epstola.
17
Cfr. Romanos, 11, 25 s.
38
Este es el tormento del Seor en medio de su triun-
fo : la ceguera de corazn de su pueblo. Los Hosanna
no le engaan. El lo sabe: a pesar de lo espontneo
y triunfal del recibimiento no habr una confesin de-
cisiva, un encuentro autntico, una verdadera acogi-
da. Las puertas se abren, pero no los corazones. Por
eso en este da de triunfo, el Seor se lamenta y llora
sobre la ciudad querida y sobre el pueblo de su elec-
cin: "Si al menos en este da conocieras lo que
hace a la paz tuya! Pero ahora est oculto a tus
ojos" ". Y todava seguir oculto mucho tiempo. Ni
siquiera la sangre de Cristo curar esos ojos ciegos
devolvindoles la vista. Ni la terrible miseria de la
ciudad cercada de enemigos, hambrienta, moribunda,
como ha previsto Jess, ablandar en arrepentimiento
los corazones endurecidos abrindolos al Seor. Pa-
sarn siglos y milenios e Israel habr de ir entre muer-
tos y ms muertos hasta que caiga la ceguera de sus
ojos cerrados. Porque, al fin, los ciegos vern "a
quin han traspasado" " y reconocern la Vida que
ha estado colgada, da y noche, ante sus ojos y en la
que no han credo
20
.
" Lucas, 19, 42.
" Cfr. Zacaras, 12, 10; Juan, 19, 37; Apocalipsis,
1, 7.
20
Cfr. Deuteronomio, 28, 66; Len Magno, Sermo VIH
de Fassione Domini, c. 6.
39
LA VOCACIN DE LOS GENTILES
Pero en medio de esta dolorosa tristeza del Seor
brilla un relmpago de alegra; los gentiles quieren
ver a Jess. Gentiles, helenos, tal vez proslitos del
Judaismo, han venido a Jerusaln para la fiesta. Se
dirigen a Filipo, el apstol de nombre griego, origina-
rio de Betsaida, pas limtrofe entre judos y gentiles :
"Seor, queremos ver a Jess"
21
. Felipe habla a su
paisano Andrs y juntos se lo dicen al Seor. Y as
alcanzan los paganos el cumplimiento de su deseo.
Son testigos de algo sorprendente. A la vista de estos
gentiles, que le buscan, el Seor, afligido por la in-
fidelidad de su pueblo, cae en una especie de rapto
sagrado. El encuentro que Jerusaln le ha rehusado
ha llegado no obstante a producirse. El pueblo nue-
vo, joven, de quien El haba ya tomado posesin bajo
la simblica figura del pollino no cabalgado hasta en-
tonces por nadie, viene ahora en su busca en unas
cuantas primicias. Entonces, el alma del Seor se
estremece como en otro tiempo junto al pozo de Ja-
cob cuando vio el campo "amarillo para la siega"
sa
. El
encuentro con estos gentiles le dice que su muerte no
ser en vano aunque, al menos por ahora, no haya
podido ganar a Israel. El recoger en otros campos la
cosecha de su muerte. "Si el grano de trigo no cae
en tierra y muere, quedar solo; pero si muere llevar
21
Juan, 12, 21.
" Juan, 4, 35.
40
mucho fruto"
23
. Ahora, en el camino de la Pasin,
se le da a El, "grano de trigo" dispuesto para morir,
la promesa del fruto. Y en el atardecer de este da,
cuando la tristeza por Israel y el miedo de la muerte
cercana le hacen temblar, esta promesa le consuela.
Llegar a suplicar ahora (impulsado por la angus-
tia del corazn del hombre Jess): "Padre, lbrame de
esta hora" ?
2
\ No, no lo har, porque ahora sabe con
toda claridad que El debe pasar por esta hora y por
qu razn: para la salvacin de los gentiles, para la
salud de todos. Ahora, quiere y busca la Cruz para
subir a ella como a trono de gracia y atraerlo todo a
s. "Levantado de la tierra, atraer todos a m"
2S
. La
grandiosa visin del porvenir le arrastra cada vez con
ms fuerza. Ve a Satn, prncipe de este mundo,
arrojado fuera, ve al mundo ante el juicio de Dios
26
,
ve resplandecer la gloria del Padre sobre la Cruz del
Hijo y, con noble nimo, se siente empujado hacia
la muerte para que sta haga descender la gloria. Ol-
vidando todo cuanto le rodea, no mira ms que al
Padre en el que ve el gran "director de escena" del
drama de su vida, y entra en dilogo inmediato con
El : "Padre, glorifica tu nombre" ". Es decir: Padre,
dispon de m. S que, segn el secreto designio de tu
voluntad, slo mi muerte podr hacer descender tu
gloria sobre la tierra. Hgase tu voluntad. Y del cielo
25
Juan, 12, 24.
24
Juan, 12, 27.
2
* Juan, 12, 32.
" Juan, 12, 31.
27
Juan, 12, 28.
41
viene la respuesta: "Le glorifiqu y de nuevo le glori-
ricare
Esta es la corona de este da: la consagracin de la
muerte y la promesa de victoria con que el Padre enva
a su Hijo a la Pasin. As se pone de manifiesto el
significado de la entrada en la ciudad. Tambin ella
formaba parte del plan de Dios que se revela cada vez
ms claramente como el origen de estos acontecimien-
tos. Guiados por El. los judos han debido preparar
al Seor, a quien no podan comprender, un cortejo
destinado a celebrar anticipadamente, en el umbral
de su Pasin, su triunfo definitivo y su gloria futura.
A las palmas, anuncios de victoria, se une ahora la
corona de la vida y de la gloria, que desde la mano de
Dios desciende sobre la cabeza del Hijo consagrada
a la muerte.
LA PROCESIN DE LOS RAMOS
Aunque estos textos no se leen hoy, ni en Maiti-
nes ni en la celebracin de la Eucarista
29
, no obstante
es preciso recurrir a ellos para comprender, como es
debido, por de pronto las lecciones del tercer Nocturno
y sobre todo la procesin de los Ramos, y entrever en
sta el Misterio propio del da una parte del Miste-
28
lbid.
Estn en la percopa evanglica del sbado que pre-
cede al Domingo de Ramos (aliturgico, en otro tiempo).
Antes formaban parte del Evangelio del lunes despus del
Domingo de Ramos (Cfr. p. 68, nota 3).
42
rio total de la Pascua. O en una vspera de la
Pascua, no estar, tal vez, revelada toda la Pascua,
que comprende muerte y resurreccin, muerte como
fuente oscura de la doxa { = gloria) ? En tiempos anti-
guos se llamaba a este da una Pascua (antes de la
Pascua), la Pascba florum o floridum, la "Pascua flo-
rida". Anticipaba el camino de la Pascua, el camino
de la muerte; pero lo sembraba de flores y de signos
de victoria, porque la batalla estaba ganada antes de
haber comenzado.
Este bonito y melodioso nombre y la costumbre
que refleja estn en relacin con la procesin que im-
prime su sello a este da y trata de representar el mis-
terio que encierra. Dada su importancia para la com-
prensin de todo este da y de toda la Semana Santa,
pudiera pensarse que se encuentra en el Ordo litr-
gico ya tempranamente. En realidad no la encontra-
mos hasta una poca relativamente tarda. Tiene su
origen en Jerusaln, lo cual es significativo, porque el
recuerdo del modelo evanglico, de la entrada del
Seor en Jerusaln, encontraba all, en las estaciones
concretas del camino, su mejor fundamento. Sin em-
bargo, aun all la procesin no se introduce hasta el
siglo iv. En los tiempos ms antiguos, dominaba to-
dava demasiado la idea de la unidad de la Pascua, que
se reduca a una "noche verdaderamente bienaventu-
rada" y no dejaba sitio para un desarrollo independe-
te de ritos particulares. Adems, la difcil situacin de
la joven Iglesia, que segua padeciendo persecucin, se
opona al desarrollo de tales fiestas de carcter ms
pblico.
43
Pero, en el siglo iv, cuando la Iglesia consigui su
libertad y, en Jerusaln, los Santos Lugares de la vida
y Pasin de Jess, adornados de magnficos santua-
rios, se ofrecan a la veneracin de los fieles, comenz
a fijarse la mirada en los aspectos particulares e hist-
ricos. El nico gran acontecimiento de salud comenz
a desplegarse poco a poco en sus distintos actos his-
tricos y las "estaciones" de la vida humana de Cristo
Salvador, descubiertas y hechas visibles en Tierra
Santa, invitaron a los cristianos a recorrer paso a paso
su camino de Pascua, El afn por una representacin
realista y dramtica de lo que sucedi en otro tiempo
se apoder de la Liturgia e hizo surgir, en primer lu-
gar en Jerusaln, aquellas solemnidades de la Semana
Santa a las que la peregrina aquitana Eteria (o Silvia)
asisti con tanta edificacin como atestigua su diario
de viaje.
As se lleg al "Domingo de Ramos" en Jerusaln,
brillante fragmento de este relato y tan conocido
que mo hay por qu repetirlo aqu textualmente
30
.
Basta el hecho de que a medioda todo el pueblo sa-
la de Jerusaln y se diriga hacia el monte de los
Olivos en donde, entre lecciones y cnticos en la
iglesia de Eleona, se pasaban las dos primeras ho-
ras de la tarde; despus se ascenda ms arriba a
Inbomon, sitio de la Ascensin, y all de igual ma-
nera se consagraban otras dos horas a la lectura, a la
oracin y al canto de himnos y antfonas, hasta que,
al fin, a las cinco de la tarde, el relato evanglico de
" S. Silviae peregrinatio, 31.
44
la entrada de Jess en Jerusaln daba la seal de mar-
cha. Dejando en medio al obispo, en lugar de Cristo
(tn eo typo, quo tune Dominas) se pona en movi-
miento la muchedumbre -viejos y jvenes, nobles
y villanos y, entre continuos cnticos e incesantes
hosannas, llevando palmas y ramos de olivo en las ma-
nos y sosteniendo en los brazos a los nios ms pe-
queos, bajaban del monte a pie, y lente, lente "poco
a poco", se dirigan a la ciudad llegando entrada la
noche, a la Anstasis, la iglesia de la Resurreccin,
en donde, con el rezo de Vsperas y la adoracin de
la Cruz, se clausuraba esta larga solemnidad. No hay
duda de que el pueblo estaba animado por la fe y
el amor, y por una fuerte tendencia a la actualiza-
cin de sucesos pasados, no dejndose asustar por nin-
gn sacrificio a fin de emular a los pueri hebraeorum,
de que habla el sagrado texto. Este entusiasmo fue
contagioso. La solemnidad pas de Jerusaln a otras
iglesias de Oriente, sobre todo de Siria, y algunos
siglos ms tarde tenemos noticia de una celebracin
anloga del sexto domingo de Cuaresma en las Igle-
sias de Espaa y de Galia, as como en las restantes
Iglesias de Occidente, hasta que al fin, en una poca
relativamente tarda (probablemente no antes del si-
glo xi) Roma adopt tambin esta costumbre.
La forma y el desarrollo de la procesin son en casi
todas partes los mismos que en Jerusaln, prescin-
diendo de algunas pequeas diferencias que con el
tiempo se han ido formando de pas on pas y de pue-
blo en pueblo. Tanto en Occidente como en Oriente
se acompaaba al Obispo como si se acompaara en
45
procesin al mismo Cristo. A veces, el centro de la
procesin lo formaban objetos sagrados as el libro
del Evangelio en las Iglesias de Galia, y una gran
cruz en las de Italia, llevados respetuosamente por
diconos; el libro o la imagen sagrados resplandecan
en medio de la multitud, como smbolos del Seor
mismo a quien se veneraba y aclamaba en determi-
nadas estaciones de la procesin establecidas de ante-
mano. En otros pases (en Inglaterra), la santa Euca-
rista ocupaba el lugar del libro o de la imagen, pero
esto era una excepcin. El asno de bronce con la fi-
gura del Seor montado era exclusiva de Alemania
y revela la tendencia germana hacia lo sensiblemente
real. Por lo dems, en tiempos posteriores, no han
faltado en la procesin del domingo de Ramos, como
en otras costumbres litrgicas, proliferaciones y des-
viaciones hacia lo folklrico. Pero de la poca de es-
plendor de esta fiesta nos han llegado no pocos cua-
dros pintorescos y alegres, procedentes de ciudades
espaolas y francesas, alemanas e italianas, relatos
que, como el de Etena, nos muestran a un pueblo
conmovido rindiendo homenaje a su Seor. Lo mismo
que en Jerusaln, se reunan lejos de la ciudad, con
frecuencia sobre una colina (el monte de los Olivos)
y all, en un santuario destinado para el caso, eran
bendecidos y distribuidos las palmas y ramos de oli-
vo (o lo que hubiera en su lugar) y en medio de
cnticos de jbilo, entre los que dominaba el Ho-
sanna, se volva a la ciudad; en la catedral, con la
lectura de la Pasin y el Santo Sacrificio, se recobraba
la austera gravedad de la Pascua que comenzaba.
46
LA BENDICIN DE LOS RAMOS
Lo que distingua desde el principio a Occidente
de Oriente en la celebracin de la Pascua era la ben-
dicin de los ramos que eran llevados en la procesin.
Eteria habla largamente de la procesin, pero no
dice nada de una bendicin de ramos. Esto est en
relacin con las ideas de los primeros tiempos. En-
tonces no se pensaba en bendecir ni consagrar a los
objetos de culto litrgico. Quedaban santificados por
el hecho de estar apartados para servicio de Dios que
santifica todo lo que pasa a ser propio suyo. La mis-
ma consagracin de altares e iglesias era todava des-
conocida entonces; e incluso las vrgenes que se en-
tregaban al Seor no necesitaban consagracin algu-
na. Cuando la celebracin del Domineo de Ramos se
introdujo en Occidente, ya haban cambiado estas
ideas. Y as en los ms antiguos testimonios sobre la
procesin se encuentra tambin la previa bendicin
de los ramos que poco a poco adquiri una gran im-
portancia. Estructurada como una Misa sin sacrificio
eucarstico, parecida a una missa sicca, pero con la
que nada tiene que ver, ni en su origen ni en su sig-
nificado ", contiene toda serie de cantos, lecciones y
oraciones que figuran en el Misal romano para la
51
Ad instar "missae siccae". As A. Bugnini-C. Braga,
Ordo hebdomadae sanctae instauratus (1956), p. 36. Cfr.
Johannes Pinsk, Die Missa Sicca, "Jb. f. Liturgiewissen-
schaft", 4 (1924), p. 109, nota 88.
47
ante-misa, y alcanza su punto culminante en un pre-
facio que, por lo dems, es un antiguo prefacio de
mrtires sin relacin directa con la bendicin de los
ramos
32
. De muchos de estos elementos, de las ora-
ciones sobre todo, haba un gran nmero y eran ad
libitum, es decir, a escoger. Por exceso de celo se
lleg a recitarlas todas en una misma solemnidad,
pensando reforzar la bendicin por la acumulacin
de plegarias. Esto suceda en un tiempo en que ya
no se entenda el simbolismo de la procesin de Ra-
mos ni el Misterio que encierra. Los ramos benditos
pasaron a ser lo ms importante, una especie de sa-
cramental que se lleva a casa como un talismn y se
cuelga en la habitacin o en el establo para protec-
cin de personas y animales.
Con razn, el Ordo instauratus ha corregido esta
concepcin poniendo de nuevo el acento sobre la
procesin y despojando el rito de la bendicin del
exceso de oraciones y de cantos. Nadie lo lamentar,
pues en l haba realmente proliferaciones que deban
ser podadas, aunque se eche de menos este o aquel
pasaje, sobre todo la magnfica oracin Deus, qtti
miro dispositionis ordine, de la que no se censuraba
tanto la extensin cuanto se admiraba el simbolismo;
sobre todo, siendo as que Baumstark cree distinguir,
tanto en este como en otros textos del Ordo ante-
rior, reminiscencias de antiguos textos griegos de la
32
Para el Prefacio de la Bendicin de los Ramos, cfr.
Odo Casel y Antn Baumstark en "Jb>. f. Liturgiewiss", 2
(1922), pp. 107-110 y Odilo Heiming, ibid., 4 (1924), p-
ginas 183-185.
48
liturgia del Domingo de Ramos ". En todo caso, no
estar mal que retengamos de esta oracin lo que las
palmas y ramos de olivo quieren decir: que en estos
das nos acercamos a la victoria de Cristo sobre la
muerte y a la uncin con el Santo Pneuma del Re-
sucitado.
Los ritos occidentales de la fiesta de Ramos tienen
en comn no slo la bendicin sino tambin la orde-
nacin de la procesin. Desde los tiempos de Ludovi-
co Po, cuando el obispo Teodulfo de Orleans com-
puso su himno para el Domingo de Ramos, lleg a
ser costumbre cantar estos hermosos dsticos a la vuel-
ta de la procesin a la ciudad o al entrar en la Iglesia
principal cuando se iba de una iglesia a otra, sin
salir de la ciudad. El canto era alternado entre un
pequeo coro, colocado sobre el muro de la ciudad o
en el interior de la iglesia, y el gran coro de la mul-
titud que responda a cada uno de los dsticos repi-
tiendo a modo de estribillo la primera estrofa. En
esta costumbre la idea de llegada, de acogida, de en-
cuentro, de entrada adquiere un relieve de singular
belleza.
" Cfr. Antn Baumstark, Orientalisches in den Tex-
ten der abendlandischen Falmenfeier, "Jb. f. Liturgiewiss".
7 (1927), pp. 148-153.
49
CARCTER ESCATOLOGICO DE LA CELEBRACIN
El canto que atrae e invita desde el interior, y la
espera ante la puerta aadan a la escena a la puerta
de la ciudad o de la iglesia un algo escatolgico. La
ciudad y, con mayor razn, la catedral aparecan ya
no slo como imagen de la Jerusaln terrestre, sino
ante todo como la Sin celeste descendida a la tierra
y en la que el Rey (Cristo), como vencedor de la
muerte y seor de la vida, pide entrada con los redi-
midos por El. Aqu se manifiesta claramente la idea
de la Parusa, tan prxima a la de la Pascua: en el
fondo, la muerte y la resurreccin ponen ya fin al
tiempo terrestre, fundan el nuevo en y abren la
entrada a la eternidad ", es decir; a la inmortalidad
de Dios, a la ciudad celeste. Hemos sido ya, segn
la Epstola a los Efesios
3S
, exaltados al trono del Pa-
dre con el Resucitado.
As la representacin de la entrada histrica de
Jess en Jerusaln y el encuentro con su pueblo, se
prolonga en la visin de su prxima subida pascual
al Cielo y de su toma de posesin del "reino" de su
Padre al fin de los tiempos. Este carcter escatolgico
apareci todava ms marcado cuando, bajo el influ-
jo de los ritos sirios y armenios ", se introdujo la
triple llamada con el palo de la Cruz. El cortejo es-
perando ante la puerta cerrada se asemejaba ahora a
14
Cfr. la oracin del Domingo de Pascua.
50
la muchedumbre de fieles que piden entrar en el con-
vite nupcial de los Cielos como se describe en la pa-
rbola de las vrgenes del Evangelio, una de las pa-
rbolas escatolgicas de Jess, que ocupa un puesto
importante precisamente en las ltimas conversaciones
de Jess con sus discpulos. Sabemos que, por ejem-
plo, era leda en la liturgia siro-jacobtica al comien-
zo de la Semana Santa, y que la ya tantas veces
mencionada "llegada al puerto", igualmente un rito
de esta iglesia, era una representacin dramtica de
la parbola de las vrgenes que llenaba de temblor
escatolgico el Oficio de la noche del Lunes Santo.
Pero aqu aparecen cambiados los papeles, pues el
Seor de la sala nupcial a donde espera entrar la
procesin, es Cristo, escondido detrs de la puerta.
As como en otras partes (en el rito mozrabe), el
corto dilogo tomado del Salmo 23, en el que se
repite la pregunta: "Quin es este Seor de la
Gloria?" con la respuesta definitiva del Obispo: "El
Seor de los ejrcitos, se es el rey de la Gloria"
3
',
hace pensar ms bien en la entrada triunfal del re-
sucitado en el cielo. Pero stos son acontecimientos
que en el orden intemporal de Dios son simultneos.
En todo caso, muestran, como ya lo hemos dicho, la
interna proximidad de la Parusa y de la Pascua.
Sin duda, es posible dar una interpretacin esca-
tolgica de la idea contenida en el Domingo de Ra-
mos, aunque no se llegue a la representacin simb-
" Efesios, 2, 6.
" Cfr. Rcker, o. c.
" Salmo 23, 8 y 10.
51
lico-plstica que hemos descrito. Con todo, no se
puede menos de sentir cierto pesar de que se haya
suprimido en el Ordo instauratus el canto alternado
a la puerta y los golpes en la misma. Es verdad que
la escena en nuestra forma romana, que slo haba
conservado el golpear y no las palabras que lo acom-
paaban, no era ya tan impresionante como antes.
No obstante, uno hubiera deseado que se conservara
el rito y, tal vez, que se volviera a la forma antigua;
no porque nos inclinemos hacia una dramatizacin
de la historia santa y de las parbolas y menos an
a una especie de misterio medieval dentro del culto,
sino nicamente a causa de su contenido simblico.
Frente a tantas degeneraciones en la celebracin del
Domingo de Ramos hacia lo vulgar o lo divertido para
el pueblo, el rito de los golpes a la puerta en sus dis-
tintas formas hubiera podido contribuir a mantenerla
dentro de un carcter austero y grandioso, realmente
en acuerdo con la Pascua. Porque la Pascua es veni-
da, muerte y trnsito; un venir a la muerte y un
pasar a la vida. De ah lo irrevocable, lo ltimo y
definitivo de la Pascua. Ahora bien, la Parusa es la
Pascua definitiva, la decisin irrevocable, el trnsito
sin retorno. La Parusa consuma, hace perfecta la
Pascua de Cristo y la del cristiano. De ah la espe-
ranza de la Parusa de los primeros cristianos en la
noche de Pascua: anhelaban el fin que consuma. En
la liturgia celebramos una pascua perpetua, a lo largo
de das y de aos; en la Parusa la Pascua perpetua
se hace Pascua eterna.
En este orden de ideas hubiera sido de desear que
52
se conservara tambin una de las antfonas ms lar-
gas del rito anterior, la Cum audisset. Es cierto que
ms que una mera aclamacin es un relato, y que
puede representar gran cantidad de dificultades para
el canto; no obstante, tal vez se la hubiera podido
conservar confiando su interpretacin a una schola
cantorum. Porque en esta manfica antfona est
realmente vivo algo de la eterna Pascua, algo de la
Parusa y del despuntar del nuevo en, algo de la
fuerza avasalladora de una llegada a la aeternitas.
Pensemos slo en el fragmento hmnico Quantus est
iste\ "Qu grande es ste. . . !" "Este es el que ha
de venir para salvar a su pueblo. El es nuestra salud
y la salvacin de Israel. Los Tronos y las Dominacio-
nes se apresuran a salir a su encuentro. No tengas
miedo, hija de Sin, he ah a tu rey que viene a ti.
Viene montado en un pollino, como est escrito. Sal-
ve, oh Rey, arquitecto del mundo. T has venido
para redimirnos
2S
".
FIESTA DE LOS RAMOS Y MISTERIO DE CRISTO
En esta antfona est expresado claramente el sen-
tido de la celebracin del Domingo de Ramos. Es un
smbolo que comprende el Misterio de Cristo en
cuanto se encarna, aqu y ahora, en el culto. Y se
muestra en eso lo que Odo Casel <no se cansaba de
" 2.
a
Antfona de la Procesin en el antiguo rito.
53
repetir : "El Misterio es siempre un todo"
39
. Es una
alusin a la primera Epifana: Este que viene es el
esperado tanto tiempo, el desideratus y el venturas
de los tiempos antiguos, aqul que ha de venir. Es
el Mesas, el Salvador. Viene para "la salvacin del
pueblo", y El mismo es la salud de todos, porque El
es "el redentor", "el liberador". El paga la deuda de
la humanidad. A un alto precio: El paga con su san-
gre, fretium et poculum. Con lo suyo propio paga
por lo que es suyo, pues El hizo el mundo, y el
mundo le pertenece. Esto se refiere a la segunda fase
de la obra de salud, la Pasin, que est estrechamente
unida a la Epifana: vino como hombre, para poder
sufrir y morir. Con todo, qu grande es!, no per-
manece muerto. Pasa a travs de la muerte y de la
tumba para ir al Padre. Las potestades anglicas se
acercan y le acompaan. La resurreccin y la exalta-
cin consumen la obra terrestre del Seor y acreditan
la Parusa, con la cual son una misma cosa. Qu
grande es el que viene!, clama el cielo cuando el
Crucificado se eleva a las alturas hasta el trono del
Padre. Qu grande es el que viene!, clama tambin
la Ecclesia de la tierra en este da en que celebra
este triunfal adventus, en la Liturgia del Domingo de
Ramos ; y lo mismo clamar en su ltima venida, al
fin de los tiempos, cuando El vuelva "en el esplendor
de sus santos".
Tal vez ninguna otra antfona ilumina tan clara-
Cfr., por ejemplo, Das christliche Kullmystermm
(1948
s
), p. 127.
54
mente el misterio del Domingo de Ramos. Con todos,
el nuevo rito lo hace en cierta manera patente, in-
cluyendo en la liturgia los significativos Salmos 23
y 46. En uno omos el dilogo a la puerta de la Igle-
sia, la pregunta por el verdadero rex gloriae, y la res-
puesta : "El es el Seor de los Ejrcitos". El otro
describe la llegada del Crucificado y Glorificado al
cielo, su subida al trono y el asombro de las potesta-
des en la altura.
Y como verdadera conclusin se aade entonces el
Salmo 147: "Alaba, Jerusaln, a Yav". El rey no
viene solo, la esposa est a su lado: Sin, la redi-
mida; Sin, la liberada, la bienamada, la perdonada,
la acogida de nuevo en gracia. "Alaba, Jerusaln, a
Yav; alaba, Sin, a tu Dios. Por haber hecho firmes
las cerraduras de tus puertas y haber bendecido en ti
a tus hijos. El dio la paz a tu territorio, te saci de
la flor del trigo. El manda su decreto a la tierra, y
su palabra corre velocsimamente... No hizo tal a
gente alguna, y a ninguna otra manifest sus jui-
cios
40
". No poda expresarse ms hermosamente el
Misterio del Domingo de Ramos: El Seor llega a su
ciudad. Y derrama sobre ella todas las bendiciones de
su soberana presencia: seguridad, paz, vveres, doc-
trina, ley. Es el cuadro de una ciudad antigua que re-
cibe la visita de su seor ", y bajo este smbolo
" Salmo 147, 1-4 y 9.
" Vase Odo Casel, Misterio de lo venidero, ed. Guada-
rrama, 1963; Ernst H. Kantorowicz, The "King's Advent"
and the enigmatic panels in tbe doors of Santa Sabina.
"The Art Bulletin", vol. 26 (1944), pp. 207-231; adems,
55
es infinitamente ms. Dios visita su ciudad, su pue-
blo, su esposa, la da su Logos, el Hijo, y en El todas
las cosas: hijos nacidos de Dios, pan del cielo, su
sabidura, su misterio, la revelacin de su oculto plan
de salud. Con ningn otro pueblo ha hecho esto.
Ahora, las sombras de la noche han sido totalmente
absorbidas por la luz del da: Sin, la infiel, ha reco-
brado la gracia, redimida por la sangre del Hijo de
Dios. Una nueva Sin ha nacido, la Ecclesia, y en
ella tambin Israel encuentra, al fin, su salud.
Este es el grandioso significado de lo que "repre-
sentamos" hoy en nuestra celebracin de los Ramos:
El Hijo de Dios viene y edifica su ciudad (la edifica
con su sangre), rene a su pueblo, muere por su es-
posa y se une a ella para siempre. Toda la economa
de salud se hace patente en un rito figurativo, en un
"juego" simblico. Es en verdad Pascba floridum,
una fiesta florida, las bodas del Cordero, en cuya
sangre ha lavado sus vestidos la esposa. Y los hijos
de la Iglesia, estos verdaderos pueri hebraeomm, exul-
tan de jbilo. "Cuando el Seor entraba en su ciu-
dad, los hijos de los hebreos anunciaron anticipada-
mente la resurreccin de la vida, agitando ramos de
palma y clamando: Hosanna en las alturas" ".
los artculos de Theophora Schneider que son su con-
tinuacin : "Er wird meine Stadl erbauen, ("Weihnachts-
brief der Abtei Herstelle", 1949, pp. 24-34) y Der Ad-
vent des Konigs, ("Weihnachtsbrief der Abtei Herstelle"
1950, pp. 3-17); por ltimo, la meditacin del Mircoles
Santo de este libro.
42
8.
a
Antfona del nuevo Rito (a la entrada en la
iglesia), que ha sido conservada del antiguo.
56
\
Del rito de la procesin del Domingo de Ramos se
desprende, pues, con toda claridad: Dios viene y
salva. Visita su "ciudad", la santa Iglesia. Celebra
en ella su adviento, un adviento distinto del de la
fiesta de la Encarnacin y del Nacimiento, un se-
gundo Adviento que consume al primero; El viene
hemos de repetirlo una y otra vez, El viene a
morir por nosotros. Cundo un emperador que vi-
sitara alguna de sus ciudades la ha mostrado tanta
gracia, tanto amor? Dnde encontrar un rey gran-
de como ste, grande en su gape? Viene a su Igle-
sia, para celebrar en ella el Misterio de su muerte,
pues El ha deseado comer esta Pascua con nosotros.
Quantus est istel "Alabado, bendito sea el que vie-
ne en el nombre del Seor! "
Gloria, alabanza y honor a ti,
Cristo Redentor.
A quien la flor de la infancia canta
un -piadoso hosanna "
LOS SANTOS MISTERIOS
Seo-n el nuevo Ordo, los ornamentos del clero en
la Procesin de los Ramos han de ser rojos. Muy fi-
namente sentido. El rojo es el color de la alegra y del
triunfo, pero tambin es el color de la sangre y del
" Teodulfo de Orleans, Himno para la procesin del
Domingo de Ramos.
57
dolor. Alegra, jbilo pascual anticipado resuenan
en todo este da de la Semana Grande, de la Semana
Santa; pues grande y santo y digno de toda alegra
y de todo jbilo es el acontecimiento que tiene lugar
hoy y en los seis das siguientes. Pero el jbilo se
empaa de tristeza, la alegra se junta al dolor cuan-
do, despus de acabada la procesin, el color rojo cede
su puesto al violeta y da comienzo la celebracin de
la Santa Eucarista. Sabemos que el Seor viene para
salvarnos en el sacrificio del Altar como sobre el ara
de la Cruz, y sabemos que El vence siempre. Esto
nos llena de gozo y nos mueve a dar gracias. Pero el
amor de su iglesia, <nuestro amor, se duele con el
Seor que padece por nuestros pecados, que son la
causa de su Pasin. En la procesin tiene la palabra
la alegra; en el santo Sacrificio, la tristeza ".
Como el domingo pasado, primero de Pasin, tam-
bin en ste hay que entender todos los cantos ni-
camente como palabras del Seor que va a la muerte.
Estamos ante la inminencia de la Pasin. El temblor
de la agona del monte de los Olivos y el mortal
abandono en la Cruz llegan a nosotros desde estos
cantos. Son splicas y lamentaciones del ms absolu-
to abandono. En primer lugar el Salmo 21, del que
11
Como los textos de la misa siguen siendo los mis-
mos que los del antiguo Rito, he reproducido aqu al-
guno de los comentarios al Domingo de Ramos de mi
libro El Ao del Seor. El misterio de Cristo en el Ao
litrgico (2 tomos, ed. Guadarrama, 1963). Ocasionalmente
har lo mismo ms adelante sin hacer ninguna indicacin
en cada caso.
58
estn tomados el Introito y el Tracto: "Dios mo,
Dios mo! Por qu me has desamparado?... Soy
un gusano, no un hombre; el oprobio de los hom-
bres y el desprecio del pueblo" ". Qu bien puesto
est aqu, al comienzo de la gran semana de dolor,
este Salmo en el que David vio profticamente los
sufrimientos del Mesas, en el que la palabra del mis-
mo Dios ha expresado, muchos siglos antes, los tor-
mentos de su pasin humana!
A continuacin, sigue la Pasin, el relato evan-
glico de estos grandes dolores. De nuevo omos la
voz de Cristo; como antes en las lecciones profticas
de la Vigilia y despus en el Salmo mesinico, as
ahora en el ltimo grito de su vida terrestre. Su ago-
na se hace realidad y presencia en la palabra divina
de la Sagrada Escritura.
En el Ofertorio, una de las partes ms sobrecoge-
doras de todo el Gradual romano, sobre todo por su
meloda, la Pasin del Seor aparece concentrada en
un solo grito de una afliccin estremecedora. El sa-
crificio ms grande, ms perfecto es consumado: un
hombre, el hombre, en el cual estn incluidos todos
los dems, porque es al mismo tiempo Dios, el hom-
bre del que todos procedemos y en el que todos sub-
sistimos, se ha entregado a Dios hasta la muerte y
el aniquilamiento. No hay sacrificio que pueda ser
ms perfecto. "El oprobio me destroza el corazn y
desfallezco: esper que alguien se compadeciese de
m, y no hubo nadie; alguien que me consolase, y
*
s
Salmo 21, 2 y 7; Tracto.
59
no lo hall. Dironme a comer hil, y en mi sed me
dieron a beber vinagre" ". Un sufrimiento hasta la
aniquilacin. Y lo soporta libremente: por la salva-
cin del mundo, por nosotros.
Ante esta voluntaria humillacin de su Seor pue-
de la Iglesia desear otra cosa que unirse a su sacrifi-
cio, para manifestar " su humildad y su paciencia,
segn la advertencia del Apstol: "Tened los mismos
sentimientos que tuvo Cristo Jess... se humill, he-
cho obediente hasta ia muerte, y muerte de cruz"?
Y si as lo desea, qu otra cosa puede hacer sino en-
tregarse de nuevo a la voluntad del Padre, hoy, aho-
ra, en estos santos Misterios, preparada a cualquier
afliccin, a cualquier sufrimiento en sacrificio per-
fecto con Cristo y en Cristo: "Padre... hgase tu vo-
luntad"? " Aqu apunta el gran tema de los das
siguientes, que ha sido preparado a lo largo de toda
la Cuaresma: la obediencia en el dolor como fun-
damento de la exaltacin. En el don de s est el
secreto de la victoria. La lectura de la epstola del
Apstol indica cmo el sufrimiento que contempla-
mos en el misterio del Altar est en estrecha relacin
con el triunfo de la procesin que le ha precedido.
"Por lo cual Dios le exalt y le otorg un nombre
sobre todo nombre, para que al nombre de Jess doble
la rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en
" Salmo 68, 21-22; Ofertorio.
" Oracin.
" Filipenses, 2, 5 y 8; Epstola.
" Mateo, 26, 42; Comunin.
60
los abismos, y toda lengua confiese que Jesucristo
es Kyrios
50
para gloria de Dios Padre" ".
Esta es la confianza de la Iglesia en los sufrimien-
tos de este mundo: si ella sufre con el Seor, triun-
far tambin con El. Y puede decir con El en la
Pasin: "T me has tomado de la diestra, me gobier-
nas con tu consejo y al fin me acogers en tu glo-
ria"
S2
. Este es el fruto que espera de la celebracin
de la Pascua : "Todopoderoso y eterno Dios que, para
dar al gnero humano un modelo de humildad a
imitar, has hecho que nuestro Salvador tomara carne
humana y padeciera en la Cruz; concedednos la gra-
cia de manifestar en nosotros su paciencia para par-
ticipar tambin en su Resurreccin" ".
En el lenguaje de la Iglesia primitiva, la palabra
griega Kyrios significa la exaltacin y la soberana de
Cristo despus de su Pasin y a causa de ella: el Seor
glorificado por la Pasin. Para detalles concretos, cfr. la
misa del prximo Mircoles Santo.
51
Filipenses, 2, 9-11; Epstola.
52
Salmo 72, 24; Gradual.
53
Oracin.
61
PERFUME DE VIDA PARA LA VIDA
LUNES SANTO
Ayer, domingo, en la antfona del Magnficat per-
cibamos una vez ms el doble acento que caracteri-
za todo este da y que, con ms o menos claridad,
seguir sonando todos los das de la Semana Santa:
"Escrito est: Herir al pastor y se dispersarn las
ovejas de la manada. Pero despus de resucitado os
preceder a Galilea. AH me veris", dice el Seor \
En este momento, la Iglesia vuelve a recoger, ligera-
mente modificada, la prediccin con la cual, ya en
el domingo de Quincuagsima, fortificaba nuestro co-
razn para los das de Cuaresma y de Pasin, para
que la vista de los sufrimientos del Seor no haga
vacilar nuestra fe en el fin "que transfigura y no
consume"
2
.
Si ya entonces el inolvidable Et die tenia resurget,
en la meloda gregoriana, alcanzaba la altura de la
promesa, la prediccin de la Resurreccin se anuncia
en este da con un sonido incomparablemente ms
claro todava. No se predice el hecho, no; se prome-
te un encuentro, una entrevista del Seor, un volver
1
Matee, 26, 31-32.
* Agustn, In Joannem Tractalus 55, 2.
65
a ver los compaeros de su vida terrestre, ms an:
una visin del Resucitado por todos los hijos de la
Iglesia. "All me veris". Ver, esto significa para los
Apstoles, a quienes fue dirigida esta palabra, no
slo ver con los ojos corporales, sino conocer con la
mirada interior. Conocer que hay algo ms y dis-
tinto de lo que se desangraba en la Cruz y, entre
lgrimas, fue colocado en el sepulcro; ms que el
maestro y amigo terrestre que recorra Galilea con
los suyos; conocer que ahora en este hombre se ma-
nifiesta ms bien aquella gloria que sobre el monte
de la Transfiguracin se haba mostrado a los tres
discpulos predilectos. Y precisamente por eso, por-
que la prediccin de la Resurreccin ya entonces, en
el tiempo de la vida terrena de Jess, significaba
ms que un volver a verse terreno y corporal, por-
que los mismos discpulos de Jess no podan reco-
nocer al resucitado ms que cuando El como a los
dos de Emas les abra los ojos del alma, precisa-
mente por eso la promesa vale tambin para nos-
otros, los que vivimos hoy da, los que no vemos (con
los ojos del cuerpo) y, sin embargo, vemos, vemos en
la fe.
Qu fiel es el Seor! Cmo consuela a su espo-
sa, la santa Iglesia! Con qu mano tan firme nos
sostiene y nos conduce por el camino de la muerte!
S, es una realidad: lo que sucedi una vez, suceder
siempre. No siempre de nuevo, sino siempre lo mis-
mo, lo nico, no hoy como entonces, sino entonces
y hoy. Ayer hemos entrado con el Seor en Jerusaln.
Hemos tendido a su paso nuestros vestidos nuestras
66
envolturas egostas y le hemos salido al encuentro
en la desnudez de nuestra propia humildad. Hemos
cortado ramos de palmas los vanos retoos del r-
bol de nuestra pretendida grandeza terrena y los
hemos arrojado a los pies del Altsimo voluntariamen-
te humillado, entre los cascos de la paciente humil-
dad, de la bestia de carga que ya en tiempos de
Balaam hall gracia ante el Seor. Estamos despoja-
dos y desnudos, y hemos seguido con sencillez de co-
razn al humilde Seor del mundo y con El hemos
entrado en Jerusaln.
Ya no se puede volver atrs: estamos con Jess,
con sus discpulos en esta ciudad, y la ciudad de su
seoro, la ciudad de su Pasin. Esta entrada signi-
fica : padecer con El, morir con El, y despus al
fin reinar con El. As nos lo decan el jbilo de
los cantos de la procesin, mientras pareca desmen-
tirlo los lamentos de la misa. As nos lo deca, ayer
por la noche, la antfona con la que comenzamos
nuestra meditacin: herirn al pastor, se dispersar
el rebao, pero die tenia el muerto resucitar de en-
tre los muertos y vivir, y los suyos con El, todos
nosotros con El. Consolaos, le veremos de nuevo!
Primero, Judea y Jerusaln; proceso, muerte, sepul-
tura. Pero despus Galilea: la vida, la contempla-
cin: Cum resurrexero... videbitis me. La vida est
colgada de la muerte. El que va con su Seor a la
muerte, va con El a la vida y a la soberana. El que
no tiene miedo de ir a Jerusaln, no dejar de llegar
a Galilea. La ley del morir (en obediencia a Dios)
establece que la muerte desemboque en la vida.
67
Con esta seguridad absoluta, las vsperas del do-
mingo nos conducen a los maitines del lunes. Sus
lecciones preparan la celebracin de los Misterios en
la figura de la cena de Betania. Digno de notarse:
no habamos entrado definitivamente en Jerusaln,
en la ciudad de la muerte, y no se haban cerrado sus
puertas detrs de nosotros? Y de pronto, otra vez
Betania, la casa de la amistad y del retiro, el amor
que sirve, el convite y la uncin? Es posible volver
atrs despus de haber puesto la mano en el arado?
Salir de la ciudad en la que un celo malvolo ha en-
cerrado al Seor como en una fortaleza sitiada por
la muerte?
O, hay algo que no est en regla? Ha habido
confusin en las lecciones? Podra parecer as, pues
en el Evangelio de San Juan se encuentra primero
la cena en Betania, y despus la entrada en Jerusaln.
Ahora bien, en la Liturgia actual es a la inversa:
el sbado antes del Domingo de Ramos omos la pe-
rcopa de la entrada, y el lunes siguiente ia descrip-
cin de la cena. Y, en todo caso, esta ltima parece
estar en su puesto: "Seis das antes de la Pascua".
Los ms antiguos leccionanos romanos la sealan pa-
ra este da
3
que, originariamente alitrgico, fue re-
lativamente pronto incorporado a la celebracin am-
pliada de la Pascua y recibi su liturgia propia. A
juzgar por la antigedad de los leccionarios, esto debe
* Por lo dems, en una forma ms larga {Juan, 12, 1-36)
incluyendo el texto que actualmente se lee el sbado pa-
sado. Cr. Th. Klauser, Das romische Capitulare Evange-
lorum (1935), pp. 23 (86), 69 (100), 110 (96, 150 (109).
68
de haber sucedido en Roma ya antes de que se cele-
brara all el sexto domingo de Cuaresma con la ben-
dicin y la procesin de Ramos. El sbado anterior a
este domingo sigui siendo alitrgico despus de que
el lunes tena ya su liturgia. Se comprende que ms
tarde, una vez introducida la procesin, se asignara a
la vspera del domingo de Ramos el evangelio de la
entrada de Jess en Jerusaln, para que al mismo
tiempo fuera como el preludio de aqulla. As sin
pretenderlo se pudo haber llegado a la divisin de
la percopa del lunes y a la desde el punto de vista
histrico "equivocada" ordenacin de las dos par-
tes. Ahora bien, la fidelidad a la sucesin histrica
de los hechos no puede ser nunca el fin de la Litur-
gia, con tal de que sta permanezca consciente de su
esencia como accin actual de Dios, como un conti-
nuo presente en el que todo sucede a la vez y se
compenetra al modo divino; por eso ninguna reforma
postenor de la Liturgia ha tenido por necesario mo-
dificar nada de esto.
Contentmonos, pues, tambin nosotros, de haber
estado "ayer" en Jerusaln y de estar "hoy" de nue-
vo en Betania. No hay ninguna salida del crculo de
la muerte en el que hemos entrado con el Seor. La
Pascua ha comenzado, y la cena en Betania forma
parte de ella, lo mismo que la entrada en Jerusaln.
Estos hechos histricos son ante todo, como lo eran
ya entonces (Juan pone empeo en sealarlo), signos
simblicos. Esta cena en la cual un muerto resucita-
do se sienta a la mesa con los vivos, teniendo a su lado
a uno que est destinado a la muerte y a la resurrec-
69
cin, es ciertamente de una naturaleza especial: pro-
mesa de vida y de reunin eternamente indisoluble
de comensales en el reino que se avecina.
Factum audivimus, mysterium requiramus. "He-
mos odo lo que ha sucedido, investiguemos el Mis-
terio"
4
, dice San Agustn en su comentario del texto
evanglico de esta noche. "Investiguemos el Miste-
rio" quiere decir: la realidad profunda y verdadera
que se oculta en el hecho externo. La cena es de
fiesta, aunque de una alegra amortiguada; y Mara
unge los pies del Seor: qu es lo que verdadera-
mente sucede? Aqu, ahora, entre nosotros? Seis
das antes de la Pascua, de la Pascua litrgica? La
Iglesia celebra el banquete eucarstico y se alegra, no
como Mara por un solo muerto, sino por muchos
que en estos das de Pascua vuelven a la vida en el
Sacramento de la Penitencia: "Lzaro" vive y est
entre los comensales. Y Mara es decir, la Iglesia
misma, unge los pies del Seor. Dentro de unos
das consagrar los leos santos y vivificantes: el cris-
ma de la confirmacin, de la ordenacin sacerdotal, el
leo de la extremauncin.
Es ste el misterio que se revela en lo ocurrido en
Betania? Agustn interpreta la uncin de los pies de
Jess como un acto de candad para con los pobres.
Pero, con eso, nos deja a deber el "misterio" de que
quera hablarnos, mantenindose en el terreno de la
aplicacin moral. Es preciso penetrar ms profunda-
mente. En lo que lee en Juan, -no tiene la Iglesia
* Agustn, ln Joannem Tracttttus 50, 6; 1.
a
Leccin.
70
a Cristcry slo a Cristo ante los ojos? De El habla
en los Responsonos que intercala entre las lecciones.
En este momento, al menos, no se preocupa de los
pobres.
-
No acaba de or decir a Jess: "A los po-
bres los tenis siempre con vosotros; a m no me te-
nis siempre?"
s
. Es Jess, es su muerte, lo que la
importa. El mismo habla de su sepultura \ En los
cnticos intermedios la Iglesia va desplegando el cua-
dro de Jess cercado de odio y de muerte y pone en
su boca la voz de la queja, de la acusacin, de la
llamada de auxilio: "No han tenido ninguna con-
sideracin conmigo, me han escupido a la cara. Me
han herido con sus lanzas; todos mis huesos estn
quebrantados. Me tuve por muerto, en tierra" ' . A los
muertos se les embalsamaba para la sepultura. Y El
mismo Jess refiere a su muerte la uncin con que le
honra Mara. Asimismo, el leo santo de la Iglesia
est al servicio de la muerte. Pero, ms an al servi-
cio de la vida.
Hoy, como entonces, el amor de los corazones fie-
les lo emplea para el muerto y resucitado, para el Hijo
del Hombre y de Dios. La envidia del traidor se
escandaliza de este homenaje. Pero Jess, con toda
la majestad que le da su conciencia mesinica, da
expresamente razn a la "prdiga" contra los envi-
diosos. A El le es debida esta muestra de respeto y
de amor. No puede haber derroche en la alabanza y
en el amor a Aquel en quien se ha manifestado vi-
s
Juan, 12, 8; Evangelio.
* Juan, 12, 7; Evangelio.
7
Tercer Responsorio (citado libremente).
71
siblemente el amor de Dios. Todo tesoro, toda belle-
za, todo aroma de la tierra debera ser acumulado
sobre Aquel que ha creado todo y que ha venido para
renovarlo todo. Una vez ms encontramos, frente al
indignado asombro de sus adversarios, esa tranquila
majestad de Jess, que encuentra del todo en regla
las alabanzas de la multitud y los hosanna de los ni-
os. "Si stos callasen, gritaran las piedras"
8
. Cmo
podra permanecer mudo el mundo cuando aparece
Aquel que lo ha hecho? As, pues, lo que ha hecho
Mara de Betania est tambin en regla. Es ms, en
el orden de las cosas dispuesto por Dios, no slo es
justo y permitido, sino lo nico necesario. Mara de
Betania, la amante, hace siempre espontneamente,
a impulso de su amor, lo nico necesario. Y eso es
siempre contrario a la razn natural: a sta le parece
ociosidad \ le parece derroche. Pero ante Jess, el
Hijo de Dios hecho hombre, es lo debido, lo nico
necesario. "Pobres, los tenis siempre con vosotros;
a m no me tenis siempre". Para quin estn las
cosas, los hombres de este mundo sino para Aquel
que las ha hecho? Para los pobres, est El ah. No es
necesario que nadie se preocupe por ellos. Cuando
uno se prodiga a s mismo por Dios, no salen per-
diendo los poderes. La preocupacin angustiosa del
mundo, cuando alguno mira slo a Dios, es siempre
que no se descuiden los intereses de aqu abajo. Qu
error tan grande! El que se prodiga por Dios es de
' Lucas, 19, 40.
' Cfr. Lacas, 10, 38-42.
72
Dios y," junto con Dios, tiene puesta su mano sobre
el Universo.
Pero, ahondemos an ms. Las palabras del cuarto
Evangelio apuntan siempre ms all de su sentido
inmediato, a un segundo y tercer estrato simblico
en donde se descubren los verdaderos misterios. Si al
Hijo de Dios hecho hombre le es debido todo ho-
nor, todo derroche de amor, ante todo le ser debida
la uncin. Desde antiguo han sido bendecidos sacer-
dotes y reyes. Como signo de eleccin divina y de
una virtud divina se derram el leo sobre Aarn,
sobre David, sobre la cabeza de Salomn. Ahora bien,
Cristo ha sido enviado a este mundo para tomar po-
sesin de la herencia de aqullos: "Sacerdote para
siempre, segn el orden de Melquisedec"
10
, verda-
dero rey del mundo. Como Sumo Sacerdote ha de
ofrecerse a s mismo a Dios: gran sacrificio expia-
torio por los pecados del mundo; como Rey ha de
"reinar desde el madero" ". La cruz es el altar de su
sacrificio sacerdotal, el trono de su realeza. Por eso
habla de su muerte como de una elevacin, en un
doble sentido: 'Cuando sea levantado de la tierra,
lo atraer todo a m"
12
. Ahora que est cerca de la
pasin, esta "elevacin" es inminente. Y le es debida
la uncin. Ya ayer lo anunciaban los ramos en las
" Salmo 109, 4; cfr. Hebreos, 5, 6, 7 y 17.
11
Cfr. Salmo 95, 10 y v. 12 del Himno Vexilla regs
frodeunt de Venancio Fortunato: Regnavit a ligno Deus.
Estas palabras no se encuentran en la Vulgata, pero segn
San Justino mrtir, pertenecen al texto (errneamente).
12
Juan, 12, 32.
73
/nanos de la multitud entusiasmada. Asimismo, el
nardo que Mara de Betania derrama hoy sobre Jess,
es smbolo de aquella invisible uncin celeste, de la
virtud divina de la que se dice profticamente en el
Salmo: "Dios, tu Dios te ha ungido con leo de
la alegra ms que a tus compaeros" ". De este leo
de alegra que Dios Padre ha derramado sobre la
cabeza ensangrentada y coronada de espinas de su
Hijo, es de donde toma ste su nombre: Cristo, Un-
gido. Y porque el camino para esta uncin pasa por
la muerte y la tumba, por eso dice Jess con doble
sentido: "Djale, lo tena guardado para el da de
mi sepultura" ". La uncin formaba parte del entie-
rro. La uncin de Mara, la amante, anuncia de ante-
mano muerte y sepultura de Jess y la gloria consi-
guiente de su realeza y sacerdocio eternos. La "pr-
diga" se muestra tambin como verdadera creyente
en Jess.
Y no se ha de olvidar tampoco una cosa: los
luchadores ungan su cuerpo antes del combate en la
arena. Tambin Cristo va a la pasin como un lu-
chador. Se trata del gran combate: la lucha a muerte
con el enemigo de Dios Satn. La uncin que
haba de fortalecer y dar elasticidad, para esta lucha,
a su naturaleza humana como el cuerpo de un lucha-
dor, esta uncin con la virtud de Dios la recibi el
Seor de la mano del Padre en el monte de los Oli-
vos. Y tambin de ella, la uncin de Betania es una
figura y una imagen anticipada.
13
Salmo 44, 8; Antfona de la consagracin del altar.
14
Juan, 12, 7; Evangelio.
74
El nardo de Mara exhala, pues, el perfume de
fiesta de la vida, de la realeza y del sumo sacerdocio
de Cristo, y al mismo tiempo recuerda la lucha y la
muerte, la tumba y el entierro. Pero el misterio mas
profundo que este perfume nos hace barruntar es
aqul que nos ha sido revelado ya hace algunas se-
manas en el aceite milagroso de Eliseo
15
. Cristo mis-
mo es el nardo, el ungento derramado del cielo que
segn el plan amoroso de Dios ha de elevar toda la
humanidad si cree en El al sacerdocio' y a la
realeza. El pomo el cuerpo humano de Jess ha-
ba de ser quebrado en la muerte, para que el nardo
se derramara y desde la cabeza, Cristo resucitado, un-
giera todo el cuerpo de la Iglesia y le consagrara como
cuerpo regio y sacerdotal de Cristo. Este alabastro
haba de ser quebrado para que el ungento celestial
llenara los recipientes vacos de la Iglesia, impregnara
con su perfume toda la casa y enriqueciera a los "po-
bres". Pues ste es el verdadero misterio de la uncin
de Betania que el traidor no poda percibir, pero que
nosotros podemos reconocer con regocijo. El ungen-
to que all fue derrochado por amor a Jess es la ver-
dadera riqueza de los "pobres", es la vida divina que
se derrocha a s misma, que comunica primero al
Hijo y por El, brotando de sus llagas, a los pobres,
es decir, a los hombres privados de la gracia y desti-
nados a la muerte.
Este misterio del milagroso torrente de aceite que
Cfr. la Leccin del mircoles despus del domingo
3." de Cuaresma. Vase adems Emiliana Lohr, El ao del
Seor (ed. de 1955), pp. 323-329.
75
fluye del cielo y enriquece la pobreza del mundo
pecador fue anunciado ya en tiempos de No por la
paloma con el ramo de olivo como un don divino
de reconciliacin; despus fue prefigurado simbli-
camente por el aceite milagroso del profeta y ms an
por la uncin de Mara. Pronto se har una realidad
mstico-litrgica en la bendicin de los leos del Jue-
ves Santo v en la uncin de los nefitos el Sbado
Santo. Cuando, el Jueves Santo, las solemnes palabras
de la bendicin invoquen la virtud de Cristo sobre el
leo que lleva su nombre, y cuando, poco ms tarde,
en la noche de Pascua, el obispo o el sacerdote unja
la cabeza de los nuevos bautizados con este santo
Crisma, entonces la accin simblica de Mara, la
amante, habr alcanzado su plenitud de sentido, en-
tonces se habrn hecho realidad todas las figuras sim-
blicas de los tiempos antiguos, y habr sido revela-
do el misterio oculto. Entonces la paloma divina vue-
la hacia el arca de la Iglesia con el ramo de olivo
llevando la vida que ha surgido de la muerte. En-
tonces se llenan los recipientes vacos de la Iglesia
nunca le faltan, pues diariamente vienen al mun-
do innumerables hombres que estn privados de la
vida divina. Entonces Mara de Betania prepara de
verdad la sepultura de Cristo, cuando los bautizados
y sepultados con Cristo reciben de manos de la Igle-
sia la uncin sagrada. Entonces se expande a rauda-
les por toda la casa de la Iglesia el "buen olor de
Cristo" ", y ha de enmudecer la voz del odio porque
" 2 Corintios, 2, 15.
76
la pobreza agasajada se llena de jbilo por este amo-
roso derroche.
Este da se muestra, pues, alegre y festivo por la
imagen prometedora de estas riquezas cercanas. Pero
a su lado est presente a los ojos de la Iglesia el ma-
nantial amargo de tan gran perfume. Mientras que
el ungento de Mara exhala su olor y el perfume
de Cristo alegra el corazn de la Iglesia, sta dirige
su mirada a la corteza herida del rbol que destila las
"olorosas lgrimas" " del ungento celestial. "Si la
madera no es herida no puede despedir de s un tal
perfume... As tambin Cristo, crucificado sobre el
madero de la prueba, llor sobre el pueblo para lavar
nuestros pecados, y de lo ms profundo de su mise-
ricordia derram el blsamo cuando dijo: 'Padre,
perdnalos; porque no saben lo que hacen'. Entonces
fue traspasado en el madero y sali sangre y agua
ms dulce que cualquier blsamo, un sacrificio agra-
dable a Dios, que derrama sobre la tierra entera el
perfume de la santidad; y como blsamo de un r-
bol, as sale una virtud de su cuerpo, de la que El
mismo dijo: 'Siento que ha salido de m una vir-
tud' "
18
.
En Jos responsonos del oficio nocturno y en las
antfonas de Laudes la Iglesia expresa la queja, la lla-
mada de auxilio del "rbol" herido de cuyas llagas
brotan torrentes de bendiciones. Slo la antfona del
17
Pontificale Romanum, Bendicin de los leos en el
Jueves Santo.
18
Ambrosio, In Psalmo 118, III, 8.
77
Benedictus alude a la exaltacin que aguarda tras
tanta humillacin: "Glorifcame, Padre, junto a ti
con la gloria que tena antes de que el mundo fuera
creado" ". En este texto brilla de sbito el fondo de
oro de la filiacin divina que eclipsa por un instante
la Pasin del Hijo del hombre. Pero no, la Pasin no
puede quedar eclipsada: la cruz est en la encumbra-
da luz de la gloria de Dios. Gloria y oprobio son in-
separables.
En los cnticos de la misa vuelve a hablar otra
vez Cristo paciente. En la lectura escuchamos su voz
conmovedora. El est preparado, El quiere soportar
la herida a causa de la bendicin que saldr de ella
y traspasar con aliento de vida y de salud el mundo
lleno de fetidez mortal. El, el Hijo de Dios, prodi-
gar su vida, lo ms ntimo el perfume de su
corazn misericordioso, a los pobres. Pero, siendo
hombre, sentir el dolor. Ei hombre Jess clama a
su Padre: "Ensame a hacer tu voluntad"
20
. Lo
s: soy el vaso que ha de ser quebrado, el rbol cuya
corteza ha de ser desgarrada, y estoy dispuesto a su-
frirlo. "He dado mis espaldas a los que me heran
y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no
escond mi rostro ante los que me ultrajaban y me
escupan. Hice mi rostro como de pedernal
21
. Y, sin
embargo: Seor, Padre, yo soy un hombre me
19
Cfr. Juan, 17, 5. El texto escriturario est ligeramente
modificado en la Antfona.
20
Salmo 142, 10; Oncio.
21
Isaas, 50, 6 y 7; Leccin.
78
duele aydame, ensame a hacer tu voluntad.
T me has "abierto los odos" a tu voluntad y a tus
deseos, "no me vuelvo atrs"
2
\ Escucho, percibo tu
voz: hgase tu voluntad. Ensame a hacer tu vo-
luntad.
As penetra la Iglesia (y el alma) en el corazn
agonizante de Jess de donde fluye el buen olor de
vida. Y no la es difcil comprender qu es lo que
est en combate: es el corazn de su Esposo, es
ella misma, la desposada y hecha una sola cosa con
El, la que en ese momento lucha y combate por el
cumplimiento de la voluntad divina. El la ha plan-
tado como rbol oloroso en el desierto de este mundo
para hacer de l un paraso. Crece sobre una tierra
rida, como un retoo del rbol del Glgota, y ha
de soportar continuamente los golpes y las punzadas
de los impos para que no se cierre nunca la herida,
para que nunca cese de derramar el blsamo de la
vida. "La Iglesia est herida, pero con la herida del
amor; pues sa es la herida que recibi Cristo y de
ella fluye blsamo...
23
. Por eso, porque ella tiene la
misma herida, comprende el dolor, la queja del
Amado; por eso lucha y suplica con El : "Ensame
a hacer tu voluntad." Pero tambin experimenta con
El que la dulzura y suavidad de este blsamo re-
fluye sobre el herido mismo fortalecindole y con-
solndole con el aliento cercano de la vida divina
" Isaas, 50, 5; Leccin.
" Ambrosio, In Psalmo 118, v. 16.
79
fruto de esta pasin. As, impulsada por la fuerza
de este divino aliento de vida, puede elevarse sobre
sus sufrimientos, sobre s misma, en Dios, y decir:
"Comparezcamos juntos" cabeza y cuerpo; en
Cristo nico "quin es mi adversario? Que se
ponga frente a m! Si el Seor Yav, asiste, -quin
me condenar? Todos ellos caern en pedazos como
vestido viejo. La polilla los consumir. Quien de
vosotros tema a Yav, oiga la voz de su siervo. El
que ande en tinieblas, sin luz, que confe en el
nombre de Yav y se apoye sobre su Dios" ".
Una vez ms el poder de la vida triunfa sobre las
sombras de la muerte. Como decamos al principio,
el sonido claro de la victoria flota en lo alto. Volve-
mos a oirlo en las Vsperas, cuando resuena en la
antfona del Magnficat la voz del Seor: "No ten-
dras ningn poder sobre m si no te hubiera sido
dado de lo alto"
2S
. La conciencia de su divinidad
sostiene al hombre que sufre y le mantiene erguido.
En medio de los rugidos del caos desencadenado est
en pie regiamente el rbol de la vida, con su llaga
olorosa: Cristo, Cabeza y Cuerpo, Cristo y su Igle-
sia. Y nosotros, sus hijos filii excussorum
2
\ los
hijos de los maltratados, de los oprimidos, de los
heridos qu otra cosa podemos hacer sino mirar
hacia Aquel "al que traspasaron"
2T
, de cuya herida
24
Isaas, 50, 8-10; Leccin.
25
lun, 19, 11.
26
Salmo 126, 4 (Vulgata).
27
Zacaras, 12, 10; cfr. Juan, 19, 37 y Apocalipsis, 1, 7.
80
fluye nuestra vida y por cuyo olor respiramos: "Os
suplicamos, Dios omnipotente, nos concedis que los
que desfallecemos por nuestra flaqueza en medio de
tantas adversidades, cobremos aliento por la Pasin
de vuestro Unignito Hijo"
2
\
21
Oracin.
/ /
PADECER LA PASIN DEL SEOR
MARTES SANTO
Es maravilloso cmo las figuras bblicas, una vez
que han entrado en la Liturgia, comienzan a vivir en
ella con una vida propia. Un da las transmite al
otro, una vigilia a la siguiente, rara vez a propsito,
lo ms a menudo sin intencin, cambiando de mu-
chas maneras, pero produciendo a la larga una con-
tinuidad que nos facilita echar races en el mundo
litrgico. Los nova et vetera que la Iglesia (y en ella
Cristo como buen padre de familia) saca infatigable-
mente del tesoro de la Biblia para ofrecrnoslos a
nosotros, hacen que nos sintamos en ella como en
casa propia. Rodeados una y otra vez por las mismas
imgenes familiares las comprendemos cada da ms
profundamente y podemos entender cada vez mejor su
lenguaje alegrico hasta que llega el momento en
que, dejando atrs toda figura y todo smbolo, somos
hechos dignos de entrar en la misma realidad de Dios.
La Liturgia de ayer nos despidi con la imagen del
olivo herido por causa nuestra. Hoy, cuando espera-
ramos nuevos smbolos en la nueva vigilia, volvemos
a encontrarnos en la primera leccin frente al mismo
Mmbolo. Otra vez un olivo verde, de hermosa talla,
frondoso y cargado de frutos, precursor y ancestre del
85
sagrado madero en el que ayer, confusos y agradecidos,
estaban fijos nuestros ojos llenos de lgrimas. Olivara
uberem, pulchram, fmctiferam, speciosam vocavit
Dominus nomen tuum \ Orculo del profeta Jere-
mas en el que un Otro, que ha de venir, levanta su
voz intemporal. Estas palabras de asombro a las que
sigue de cerca una queja llena de reproche, se dirigen
a Israel. Israel era un hermoso olivo plantado y cui-
dado por la mano de Yav para que diera fruto en
abundancia. Pero el jardinero celeste, l mismo, ha
prendido el fuego que consume su planta.
Cmo conmueve en la lectura latina la forma fe-
menina del nombre : oliva! Israel era la prometida, la
esposa de Yav, una oliva bella, fecunda, la maravi-
lla de los rboles de los imperios antiguos y la pre-
ferida de Yav \ Pero la esposa fue infiel; hizo sa-
crificios a los dolos inanimados, ella la esposa del
Dios vivo. Libantes Baalim \ "haciendo libaciones"
a Baal, los escogidos se han apartado del Dios de su
juventud. La oliva ha llevado en ofrenda el jugo de
sus frutos a altares extranjeros. Por eso Yav ha de-
jado que se agostara su vida y una vez seca, la ha
exterminado en el fuego. En el fuego de la visita di-
vina, de la invasin de los enemigos, de la guerra y
del cautiverio.
La virgen de Israel ha sido infiel y ha sido recha-
zada por Dios. La oliva escogida ha dejado de hallar
gracia a los ojos de Yav, y todo lo que ha quedado
1
Jeremas, 11, 16.
2
Cfr. Jeremas, 11, 15.
3
Cfr. Jeremas, 11, 17.
86
de ella es un huerto de olivos junto a Jerusaln, en el
que el Hijo de Dios lucha con la voluntad salvfica
del Padre que le condena, a El su Unignito, a mo-
rir en lugar del infiel. Dentro de dos noches este
comienzo de la Pasin de Jess, la agona de Getse-
man, se remontar en el ciclo litrgico y nos introdu-
cir con la violencia de las primeras gotas de sangre
de Jess en el fiat de su aceptacin del sufrimiento.
No son las lamentaciones de la noche del cercano
Jueves Santo las que resuenan en las lecciones de Je-
remas de los maitines de hoy? Este Profeta que a
cambio de su apasionada solicitud por su pueblo no
cosech ms que mofas y escarnios, ultrajes y perse-
cuciones, es la verdadera imagen de Aquel que apa-
reci como cumplimiento de todas las profecas para
la salud de Israel y que fue rechazado y crucificado
por este mismo Israel. En Jeremas, como en tantas
otras figuras del Antiguo Testamento, Cristo se ha
anticipado a s mismo y ha presentado queja contra
Israel y por Israel, el hermoso olivo que se sec por la
aridez del pecado y se convirti en Cruz para su jar-
dinero y Salvador.
Una consternacin atnita se desprende de las ple-
garias del Justo del Antiguo Testamento que esta no-
che recita la Iglesia como oracin de su Seor y Ca-
beza, consternacin de que pueda haber tanta perfi-
dia, tanto odio de Dios y de los hombres en el corazn
humano. 'Yav, hzmelo saber y que yo lo entien-
da. Entonces vi con claridad su proceder conmigo.
Estaba yo entre ellos como inocente cordero que sin
saberlo era llevado a la muerte, pues haban tramado
87
una conjura contra m dicindose: Vamos a darle
veneno en el pan, le raeremos de la tierra de los vi-
vos y no se har ms memoria de su nombre. Oh
Yav Sebaot, juez justo, que escudrias los rones
y el corazn. Que vea yo en ellos tu venganza, pues
a t te he confiado mi causa" \ Esta es la voz del
hombre Jess; as ha debido de hablar El con su
Seor y Padre en las ltimas noches antes de su Pa-
sin, sobre todo en la noche de Getseman.
Slo en un pasaje se abre paso la voz del Hijo de
Dios que consciente de la voluntad paterna clama
venganza sobre los deicidas para que en la desgracia
reconozcan su injusticia y se conviertan al Seor. En
realidad, este grito de venganza resuena todava como
una dulce splica. Pero ya desde la leccin siguiente
alcanza una fuerza tan potente que es imposible no
orlo. El que est sentado a su derecha dice al Seor
del Trono: "T los plantas y ellos echan races, cre-
cen y fructifican; te tienen a t en la boca, pero est
muy lejos de t su corazn. T, oh Seor! me co-
noces ; t me ves, t penetras los sentimientos de mi
corazn para contigo. Renelos como rebao desti-
nado a la matanza, consgralos para el da de la
mortandad... Dice: 'Dios no ve nuestros cami-
nos' "
s
. Terribles palabras de la clera divina que
con sbito resplandor de lo alto encienden el ros-
tro del siervo de Dios atormentado y paciente re-
velndole como el que en realidad es: Dios igual
4
Jeremas, 11, 18-20.
' Jeremas, 12, 2-4.
S8
al Padre, que misericordioso y justo al mismo tiem-
po, lo mismo tiene en la mano el rayo de la ira
que el leo de la misericordia, ambas cosas para
salvacin de los perdidos. Los remedios en la mano
del divino Salvador cortan y queman, son casi crue-
les. Salvador y juez al mismo tiempo, nos salva
slo a travs de muerte.
Pero, la espada de la clera traspasa su propio
corazn, antes de que se abata sobre los culpables;
as nos lo revela la conmovedora lamentacin de la
leccin tercera. Un extrao pasaje el nico del
libro de Jeremas en el que no es el profeta, en
lugar de Dios, quien se lamenta, sino el Seor mis-
mo. El Padre o el Hijo? No es posible determinar-
lo. Tan pronto parece ser el Padre que se lamenta
por el Hijo entregado por su amor: "He entregado
lo que ms amaba en manos de enemigos"
6
. Tan
pronto parece ser el Hijo, que se aflige por su "casa"
y "heredad" que le haba sido preparada en Israel y
ahora est desierta por culpa del pueblo 'de la espo-
sa: "Muchos pastores han entrado a saco en mi
via y pisotearon mi heredad, han convertido mis
deleitosos campos en desolado desierto. Hicieron de
ella campo de desolacin y est ante m triste y aso-
lada. Toda la tierra es desolacin por no haber quien
recapacite en su corazn" ' .
El Seor ha venido a un desierto de ah su tris-
teza en el monte de los Olivos, y ha de transfor-
* Jeremas, 12, 7.
7
Jeremas, 12, 10-11.
89
marlo en el Paraso que era al principio. Ha encon-
trado un olivo seco y quiere hacer surgir en l nuevos
retoos. Para esto va a la muerte. Con su sangre
empapar la tierra endurecida, regar las muertas
races del rbol seco. Tal vez, con estos remedios re-
surja la vida.
Pero la sangre de Cristo por preciosa que sea
no puede por s sola obrar este milagro. La tierra
muerta, el rbol agostado han de hacer tambin lo
que est de su parte. La esposa infiel ha de emprender
ella misma el camino de la penitencia, del retorno al
Seor. Todos nosotros, que esperamos la redencin
y la salud de la Pasin y Muerte del Seor, hemos
de aceptar humildes y contritos la muerte en la que
hemos incurrido por el pecado. Hemos de tomarla
sobre nosotros como Cristo la ha tomado: como
sentencia del Padre, como realizacin de su justicia
que exige la muerte en expiacin por la desobediencia
del hombre. Para decirlo en una palabra, no debemos
padecer ms o menos pacientemente muestra
Pasin, no debemos morir ms o menos resigna-
damente nuestra muerte, sino que hemos de en-
trar en la Pasin y en la Muerte de Cristo, que es
puro don de s, pura obediencia y voluntad de ex-
piacin.
El olivo seco no puede volver a ser la noble oliva,
tal como fue creada desde el principio si no con-
siente en ser cruz de Cristo. Siendo cruz, cargada
con la Pasin y la Muerte del Seor, el rbol profa-
nado, cuya vida estrangul la serpiente, resurge a
una vida nueva y da frutos ms ricos que antes. "Ha-
90
biendo amado a los suyos, Jess los am hasta el
fin" \ Cantamos en el Benedictus al amanecer de
este segundo da de la Semana Santa. "Hasta el fin",
es decir, como la Epstola de San Pablo a los Pili-
penses no cesa de repetrnoslo en estos das: "Hasta
la muerte de cruz" \
No podemos evitar la muerte. Tal es la senten-
cia : "Morirs de muerte"
10
. Pero el Hijo de Dios,
el amor del Padre hecho hombre se ha interpuesto
entre nosotros, condenados a muerte, y la justicia
de Dios y, una vez para siempre, se ha sometido
a juicio en sustitucin de todos nosotros, haciendo
que se ejecutara en El la sentencia. Con esto no se
nos ha eximido de morir. Pero la muerte de Cristo
nos ha sido dada como un modelo al cual ajustamos
para que nuestra muerte ya no sea desesperada,
como la muerte natural de los impos, sino saludable
y vivificadora, como la muerte por obediencia y amor
del Seor. El que toma la mano de Cristo y sube a su
lado en la Cruz, deslizndose dentro de su Pasin y
de su Muerte como dentro de la armadura de uno
ms fuerte o, mejor, del ms fuerte, del destinado a la
victoria y a la vida, ese "representar", "recorrer"
(peraget), para decirlo cot una expresin de la
oracin del da, la Pasin del Seor, la vivir en-
teramente desde el principio hasta el fin haciendo y
padeciendo con el Seor a la manera de un gran actor
* Juan, 13, 1.
9
Cfr. Vilipenses, 2, 8.
10
Gnesis, 2, 17.
91
trgico que representa (peragit) toda la vida y la pa-
sin de su hroe.
La splica de padecer y morir as con Cristo y de
"representar" (peragere} perfectamente la Pasin del
Seor es la pieza central de la misa de hoy. Esta no
pertenece ms que la de ayer a los tiempos primiti-
vos; pero no obstante, encaja con la mayor perfec-
cin en el cuadro de conjunto de la liturgia de esta
semana. Todo ser provecho as lo cree con razn
la maternal solicitud de la Iglesia, si sus hijos
entran en la Semana Santa, con este sentimiento y
este deseo de su voluntad: de padecer la Pascua de
Cristo, de recorrerla de un extremo a otro hasta el
"fin transfigurante, no aniquilante". "Oh Dios
omnipotente y eterno! " as suplica, "concdenos
recorrer de tal manera los Misterios de la Pasin del
Seor que merezcamos obtener el perdn (de nues-
tros pecados)".
En esta splica se encierra, expresado con una
concisin clsica, el programa de vida del cristiano;
porque en eso consiste la vida de todo cristiano desde
el bautismo hasta su muerte corporal: Dominicae
passionis sacramenta peragere. "Representar el Mis-
terio de la Pasin del Seor", padecer la Pasin del
Seor. Una vez, en la nica vida terreno-histrica
que le ha sido dada, todo hombre ha de realizar esta
accin, ha de recorrer este camino: la subida del
Hijo del Hombre desde Galilea hasta Jerusaln, hasta
la Cruz, su descenso a la muerte, al sepulcro, a los;
infiernos. Es el camino de penitencia del hombre
cado, el camino de penitencia y de salud de Adn.
92
Cristo ha recorrido de tal manera este camino de
muerte que se ha convertido para nosotros en camino
de salud y de vida. Cristo ha padecido de tal manera
la Pasin que sta procura la remisin: remisin de
la culpa de Adn que El asumi y expi por todos.
El ha ido por delante, nosotros debemos seguirle.
Y, como El, tambin nosotros, para obtener la re-
misin. Para que "seamos libres de toda decrepitud
del pecado, que nunca deja de acecharnos, y seamos
capaces de la santa novedad en la que Cristo vive
junto al Padre" ". Todo depende del trmino de este
camino que no es descenso, sino subida trnsito,
superacin de s mismo, de lo humano: una trans-
figuracin, una divinacin. Esto quiere decir per-age-
re : recorrer, padecer representar hasta el fin hasta
la consumacin. "Todo est consumado"
t2
, dijo Cris-
to agonizante. Haba recorrido el camino hasta el fin,
haba sufrido la pena del pecado de Adn: todo esta-
ba consumado.
Cristo lo ha realizado de una vez para siempre.
Pero esta Pasin y esta consumacin se hacen diaria-
mente presencia y realidad misteriosas en la santa
Liturgia. Por nosotros, que estamos todava en cami-
no, que todava no hemos padecido toda la medida
que se nos ha sealado de la Pasin de Cristo. Por
nosotros, para que nos sirva de entrenamiento diario
aquello que hemos de realizar una vez en el curso
de nuestra vida terrestre. Padeciendo y muriendo
11
Oracin sobre el pueblo.
" Juan, 19, 30.
93
msticamente la muerte de Cristo en la Liturgia,
hemos ejercitado cada da en lo que hemos de reali-
zar una vez en el tiempo terreno. Pero cada uno
de estos entrenamientos es ya una verdadera parti-
cipacin a la Pasin del Seor, as como el bautismo
es ya una verdadera participacin a la muerte de
Cristo, de suerte que el que realiza una vez los Mis-
terios de la Iglesia con una donacin de s, semejante
a la de Cristo crucificado, ese ya habra muerto en
realidad, estara ya del otro lado, junto al Padre. Pero,
quin es capaz de hacerlo as? Para esto nos ha
sido dada la santa Liturgia, la celebracin diana y
anual de la Pasin del Seor, para que de cuando en
cuando muramos ms, nos desprendamos ms de este
mundo, pasemos ms perfectamente a la "santa nove-
dad", hasta que su prctica cotidiana, en el culto, nos
conduzca a una realizacin perfecta en la muerte cor-
poral.
En este da de preparacin, en esta celebracin
anual de la Pascua, la Iglesia no cree poder insistir
lo suficiente para grabar en el corazn de sus hijos
este pensamiento de preparacin, de padecer cada da
msticamente lo que un da se ha de realizar en el
tiempo. Y as como ruega con ellos y por ellos para
que participen en la Pasin, as pone sin cesar ante
sus ojos, en las lecciones y en los cnticos, esto que
han de padecer. De ah, la lectura de la historia de
la Pasin hoy y maana, como en el pasado Domingo
de Ramos y en el prximo Viernes Santo. De ah,
as figuras profticas: ayer, Isaas, que endurece su
rostro en una ptrea paciencia frente a los que le n-
94
jurian; hoy Jeremas, que se deja "arrastrar a la muer-
te como un manso cordero"
13
. De ah los cuadros
de la Pasin de los Salmos mesinicos que surgen
sin cesar en los cnticos de la misa de este da. Cada
palabra de estos Salmos y de estas lecciones que,
como palabra de Dios, es, en la boca de la Iglesia,
una palabra eficaz significa para nosotros "ejerci-
cio", un ejercicio de morir, una preparacin para
aquel temfus beneplaciti, "tiempo de la benevolen-
cia" ", cuando Dios "en la plenitud de su miseri-
cordia" transformar toda nuestra muerte en vida.
En aquella vida eterna que ahora, en cada ejercicio de
morir, es depositada como germen en nosotros y hace
preciosa, por la esperanza en la plenitud de la pose-
sin, esa muerte que nos acerca a ella. Y as, el
ejercicio diario de la muerte, participando en su pa-
sin, nos une tan perfectamente con el Seor que
muere y resucita, que recibimos parte en su divino
y soberano poder sobre la vida y la muerte, y con
El y en El podemos decir lo que cantamos en las
vsperas de esta tarde como antfona del Magnficat:
"Tengo poder para dar mi vida y poder para volver
a tomarla" ".
13
Jeremas, 11, 19; Leccin de la misa.
14
Salmo 68, 14; Comunin.
" Juan, 10, 18.
95
HA LLEGADO LA HORA
MIRCOLES SANTO
Este da, colocado exactamente en la mitad de la
semana, proyecta directrices claras hacia adelante y
hacia atrs. Con el Domingo de Ramos tiene en co-
mn la nota triunfal, el motivo de la llegada y de la
entrada. Abre, en cierto modo, una segunda puerta
solemne a la ciudad santa y levanta sobre el que hace
su entrada montado humildemente sobre un pollino,
un arco de triunfo imperial tan magnfico como no
fue construido nunca para Csar alguno. As lo ad-
vierte cualquiera que est un poco familiarizado con
la pompa de los cortejos imperiales de la antigedad
y con las entradas triunfales de los generales que
volvan victoriosos en la antigua Roma. Le basta
or los primeros acentos del Introito de hoy o el
lenguaje triunfal de Isaas, 62, 63 \ Ya en la ex-
presin de invencible confianza que se dejaba or en
la Antfona del Magnficat de ayer, se anunciaba
esta nota caracterstica de hoy. Aquel que puede dar
su vida libremente y no menos libremente puede re-
cobrarla despus de haberla sacrificado, en otras pa-
labras, Aquel que no slo puede morir por su causa,
1
Leccin 1.
a
de la misa.
99
sino que adems puede resucitar y vivir por ella, se
est seguro de cualquier triunfo y de un podero ili-
mitado; porque es Dios y no mero hombre. As se
fortalece en nosotros cada vez ms la certeza de que
en cada da y en cada hora de la Semana Santa nos
vamos acercando a la muerte, pero que, en definitiva,
es una fiesta de la vida lo que se nos prepara.
Es significativo que vuelvan a ser los Oficios de
la noche los que, con sus oraciones y lecturas, nos
hacen sentir el escalofro de la muerte. Este Oficio
parece ser una continuacin inmediata de los Maiti-
nes del martes. Aunque la Feria IV fue, sin duda,
introducida en la Pascua litrgica y distinguida por
una liturgia propia antes que los dos das preceden-
tes
2
, no obstante, en el Oficio de la noche no se
advierte ninguna ruptura. En la noche del martes al
mircoles la Iglesia ms bien prosigue la lectura del
Antiguo Testamento comenzada en el Oficio de la
noche del martes. Omos de nuevo a Jeremas cuya
lucha con Dios, cuya apasionada acusacin y mal-
dicin de Israel no se puede comprender, si no se
percibe en sus palabras la voz del Hijo de Dios y del
Hombre, oprimido, lleno de dolores y, sin embargo,
invencible, con poder para dar su vida y para reco-
brarla, con poder tambin para atraer sobre los dei-
2
As lo indica el mayor nmero de lecciones en la
misa; adems, el carcter ms solemne de la Feria IV, ya
desde la antigedad da de estacin, y una nota en los ser-
mones de Len Magno segn la cual ste habra continua-
do el Mircoles Santo un sermn de Pasin comenzado el
domingo (el actual Domingo de Ramos).
100
cidas "el da de la desgracia" ' a fin de que se les
convierta en salvacin.
La figura del Antiguo Testamento se hace hoy
todava ms difana que en la vigilia de ayer y deja
aparecer en luminosa transparencia a uno ms grande
que se oculta en ella: Cristo en su doble naturaleza,
tal como le encontraremos tambin en la misa, ya
como el siervo de Dios lleno de dolores que en dul-
ces quejas desahoga ante el Padre su alma afligida,
ya como igual a Dios, con iguales derechos de juez
y vengador que el Padre, y que en una apasionada
acusacin clama por el da de la venganza que el
mismo tiempo aniquila (para este mundo) y salve
(para la vida eterna) a los malos. Slo este modo de
interpretacin (tan empleado por los Padres de la
Iglesia) de la Antigua Alianza, y esta idea de su
transparencia (tipicidad o simbolismo) nos orienta,
como hilo conductor, a travs de las lecciones y cn-
ticos del Antiguo Testamento que constituyen una
parte tan grande de la Liturgia de la Iglesia, sobre
todo en estos das. Entonces comprendemos con qu
amor el Padre celestial, mucho tiempo antes de la ve-
nida de su Hijo al mundo, traz un bosquejo de este
Hijo bienamado, prometido a los hombres y espe-
rado por ellos, de El y de su obra, para mantener
despierto el deseo y fortalecer la esperanza.
Uno de los mayores atractivos de la Liturgia (el
Seor quiso hacernos tambin atractivo lo necesario
para nuestra salud) consiste en descubrir cuidadosa-
' Jeremas, 17, 18; 1.
a
Leccin.
101
mente en sus textos la huella del dedo de Dios desde
el principio del mundo y ver resplandecer cada vez
ms clara y distintamente la realidad salutfica den-
tro de la cual hemos nacido por la gracia. Las afirma-
ciones del Nuevo Testamento sirven en alguna ma-
nera de prueba por el ejemplo, y las palabras del
Evangelio ponen su sello sobre las antiguas Escritu-
ras y nuestra interpretacin de las mismas, confir-
mando que hemos descifrado rectamente los signos
apenas bosquejados En este da es relativamente
fcil de comprender la verdad nueva encerrada en los
signos verdaderos antiguos. El lenguaje de los Pro-
fetas es inequvocamente el lenguaje de Cristo. Ex-
presamente lo indican los cnticos que siguen a cada
una de las lecciones (Responsonos). Aunque tomadas
de otros libros de la Biblia distintos, estas frases
intercaladas suenan casi como una continuacin in-
mediata de los orculos de Jeremas, y queda confir-
mada de nuevo la idea de que Nuestro Seor Jesip
cristo se refleja en todas las partes del Antiguo Tes-
tamento, hablando y exhortando, padeciendo y rei-
nando, de suerte que es precisamente a causa de esto
por lo que hay una unidad entre las partes ms an-
tiguas y las ms nuevas de la Antigua Alianza: to-
das se refieren a Cristo, todas las designan a El.
Es en el segundo Responsono de los Maitines de
este da donde esto resalta con ms claridad: "Se
dijeron entre s los impos... Pongamos asechanzas
al justo, que nos molesta y se opone a nuestro modo
de obrar. Pretende tener la gnosis (es decir, la cien-
cia de Dios) y llamarse hijo del Seor. Se glora de
102
tener a Dios por Padre. Veremos si sus palabras son
verdaderas. Porque si es Hijo de Dios, El le acoger
y le librar de las manos de sus enemigos. Conde-
nmosle a muerte afrentosa" \ Esto lo escriba el
autor del libro de la Sabidura de algunos judos
piadosos que, en su tiempo (un siglo antes de Jesu-
cristo) padecan persecucin por parte de los egipcios
malintencionados. Era l consciente, hasta qu pun-
to sus palabras describan la suerte de Jeremas, muer-
to haca mucho tiempo, y cmo, al mismo tiempo,
designaban anticipadamente al nico, al Hijo de
Dios, lleno de dolores, que se lamenta, sufre y triun-
fa en Dios en todos los siervos de Dios martirizados
en el pasado y en el porvenir? Es sorprendente cmo
el texto del libro de la Sabidura, hasta en las pala-
bras y en el tono, puede ser puesto en boca de Jess.
y por lo mismo orienta plenamente en esta direccin
la lectura de Jeremas, haciendo de sus palabras
palabras de Jess. El arte y la sabidura de la Iglesia,
su inteligencia iluminada por Dios, rene con pa-
ciente esfuerzo los mltiples detalles, diseminados
en las partes ms diversas de la Biblia, para formar
con ellos en la Liturgia la figura del Salvador pa-
ciente (o triunfante) y presentarlo como un todo.
Una vez que el Responsono, tomado del libro de
la Sabidura, ha dado a conocer tan expresamente
el nombre del Hijo de Dios, con lo cual se ha hecho
claro de quin se trata, ya no necesitan ninguna
explicacin ms los lamentos de venganza y las mal-
4
Sabidura, 2, 12-13, 16-18 y 20.
103
diciones de las lecciones de Jeremas. Como en el
Oficio de la noche anterior, los comprendemos sin
dificultad como palabras del Hijo de Dios a quien. y
slo a Elr el Padre ha transmitido el juicio, que El
ejerce con misericordia, para que la venganza pro-
duzca la salud,
Pero la queja dolorosa que llena estas lecciones,
culmina en un formidable grito de angustia que ya
hemos odo en la misa del viernes pasado: Non sis
tu mihi formidini!, "no me hagas temblar. Protge-
me el da de la tribulacin"
5
. Slo con uno tiene el
Seor que habrselas en la situacin amenazadora y
terrible en que se encuentra. No con un hombre,
no; con ninguno de esos seres engaados y enfureci-
dos, pues ninguno de ellos hubiera tenido potestad
sobre El, si no les hubiera sido dada de lo alto. Dios,
el Padre, les deja libres las manos a los malos para
que sirvan a los planes de su justicia y de su amor.
Dios, el Padre, abandona al Hijo, porque su justicia
reclama expiacin por el pecado del mundo, y por-
que su amor quiere librar a los pecadores. Toma el
cuchillo que quit a Abrahn de la mano y sacrifica
lo que no haba dejado sacrificar a aqul: su nico
Hijo. Es, pues, este rostro paternal de Dios, con su
misteriosa mezcla de justicia y amor, lo que hace
temblar a Jess. Esto y nada ms que esto. Porque
en l y slo en l est el "no" implacable que en el
Monte de los Olivos decidir el resultado de la lucha
del hombre Jess con la voluntad de Dios. "Si es po-
" Jeremas, 17, 17; 1.
a
Leccin.
104
sible...", suplica Jess. Pero, no, responde el Padre,
no es posible, y si alguno lo sabe, eres t, Hijo mo,
confidente del misterio de mi amor. Si no fuera ms
que un hijo de hombre, habra esperanza de salva-
cin; pero precisamente porque es Hijo de Dios
que, por sacrificio de un incomprensible amor, quie-
re salvar al mundo, por eso es preciso que Cristo
muera. El lo sabe. Y aunque a El, como Hijo del
hombre se le hace espantoso y terrible el rostro im-
placable del Padre, como Hijo de Dios sigue con-
vencido en el fondo de que esta justicia ha de seguir
su curso sobre su cuerpo humano para que el Amor
triunfe en la muerte.
De ah el irresistible, el radiante acento de triunfo
con el que la misa de este da, ya desde el comien-
zo, ahuyenta las sombras de la noche. Como si sta
no hubiera existido y como si los motivos de pasin
de las noches y de los das precedentes no hubieran
tampoco existido, este Introito empalma inmediata-
mente con el alegre jbilo de la procesin de Ramos
del domingo pasado. "Al nombre de Jess doble la
rodilla cuanto hay en los cielos, en la tierra y en los
abismos; pues el Seor se ha hecho obediente hasta
la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual Jess, Cristo
es Seor para gloria de Dios Padre" \ "Qu toques
de clarn son stos? Un heraldo que hace una procla-
macin, una orden de homenaje universal, un Csar
en el esplendor de su dignidad soberana, ms an,
en el esplendor de la apoteosis, rodeado de la aureola
' Filipenses, 2, 10, 8 y 11; Introito.
105
de lo divino, introducido en la esfera de lo celestial.
Un Kyrios, un Dios terreno, elevado, an en vida,
por la fe del pueblo, hasta la luz de la divinidad.
As desfilan ante nuestra mirada interior las imge-
nes de la antigua soberana.
El nombre de Kyrios las suscita. Toda la pesada
pompa de la soberana del antiguo Oriente y de la
gloria imperial romana, inspirada en ella, surge ante
nosotros. La pretensin ilimitada a la dignidad di-
vina, est vinculada a l: no por gracia divina, sino
por una suerte de igualdad con Dios debida al 'na-
cimiento, a la filiacin divina. Hijo de los dioses,
dios l mismo y por tanto portador y dispensador de
vida divina, esto es, segn la concepcin del antiguo
Oriente, el soberano. A l le es debida adoracin,
homenaje de todos los seres celestes, terrestres e in-
fernales. En este sentido es como hay que entender
nuestro Introito. Pablo, que viva en contacto inme-
diato con este culto imperial al soberano precisa-
mente en su tiempo el orgullo de los cesares romanos
se iba acercando cada vez ms a la antigua imagen
oriental del soberano, Pablo sabe qu es lo que
quiere decir cuando llama a Jesucristo Kyrios. "Jesu-
cristo es Kyrios para gloria de Dios Padre", dice l,
o sea: reina sobre la tierra, pero su trono est en el
cielo a la derecha del Padre divino; es Hijo de Dios
y Seor del Universo.
Pero y esto es lo maravilloso, lo paradjico, lo
propiamente cristiano en la predicacin del Apstol,
y de lo cual no existe ningn paralelo en el paganis-
mo antiguo antes, el Kyrios se ha hecho obediente
106
hasta la muerte y muerte de cruz. Por eso est en la
gloria de Dios Padre, En medio de todo el jbilo del
homenaje rendido al soberano vuelve a resonar ahora
el oscuro taido de la muerte. Es verdad que apenas
es perceptible tan plenamente cambiado parece.
literalmente absorbido por el tono jubiloso de victo-
ria que lo domina todo. No obstante, permanece
subyacente esta nota de dolor y de tristeza. Y a me-
nudo parece como si quisiera sobreponerse a los sones
claros, a los vtores y a los toques de clarn. Pero, por
ltimo, como siempre en esta semana, acaban por
equilibrarse, por acercarse uno a otro, y, en fin,
por mezclarse dando por resultado ese tejido de
alegra y de dolor, de muerte y de triunfo que con-
vierte a la liturgia pascual romana en lo que es: fiel
espejo de la Pascua de Cristo.
La misa de hoy y en particular su Introito es uno
de los ms bellos ejemplos. Ya en la Epstola del
domingo pasado nos salan al encuentro las palabras
de Pablo, que ya no nos dejarn hasta la maana de
la Resurreccin. La muerte y la vida aparecen indi-
solublemente unidas, radicalmente vinculadas una a
otra: porque fue obediente, por eso es Kyrios. El
obediente hasta la muerte es soberano del Universo;
el siervo de Dios, Dios; la cruz, su trono; la sangre
que corre en su muerte, su prpura imperial; la co-
rona de burlas, su corona de victoria y su diadema
real. Regnavit a ligno Deas, "Dios rem desde la
Cruz" '. atrae todas las cosas a s, las rinde todas a
7
Cfr. p. 73, nota 11.
107
sus pies, somete a los pueblos de la tierra non ferro
sed ligno, "no por el hierro, sino por el madero"
s
,
por el madero de la cruz.
Las dos lecciones desarrollan, en lenguaje simb-
lico, el doble cuadro, maravilloso y paradgico: el
del dominador de pueblos bajo la imagen del la-
garero, y el del hombre de dolores. La figura
triunfal del lagarero se presenta en primer lugar. La
Iglesia tiene mucho empeo en dirigir la mirada hacia
el fin de la Pasin que es lo que la da sentido. El
cuadro se desarrolla ante nosotros con grandeza apo-
calptica : el luchador gigante, solo en medio de un
mar rugiente de pueblos, rodeado de luz y empujado
sin cesar hacia adelante por la clera divina contra
tanta bajeza, tanta innoble maldad que le cubre de
espuma asquerosa y amenaza tragarle. Pero, El, inac-
cesible, invulnerable domina todo este repugnante
tumulto. Enviado como vengador de la divina ma-
jestad ofendida, est solo en medio de un mundo
enemigo de Dios. Pisa el lagar de la clera divina.
Los racimos de pueblos caen, demasiado maduros,
de la via del mundo en la cuba de la muerte. Y el
pie divino los aplasta como a frutos que bebieron
demasiado vidamente el sol de la gloria terrena,
medio podridos, destinados a la muerte. Se tie de
rojo el vestido del lagarero solitario. Vestido de pr-
pura, rey y vencedor, vuelve del gran da del juicio
a su trono, en los brazos del Padre. Y el jbilo es-
* Agustn, ln Psalmo 54, 10.
108
talla en el Cielo y, sobre la tierra purificada, un po-
deroso asombro:
"Quin es aqul que avanza enrojecido, con vesti-
dos ms rojos que los de un lagarero, tan magnfica-
mente vestido, avanzando en toda la grandeza de su
poder? Soy yo el que habla justicia, el poderoso para
salvar. Cmo est, pues, rojo tu vestido, y tus ropas
como las de los que pisan las gentes? He pasado con
furor, he hollado con ira, y su sangre salpic mis
vestiduras y manch mis ropas. Porque estaba en mi
corazn el da de la venganza y llegaba el da de la
redencin. Mir, y no haba quien me ayudara, me
maravill de que no hubiera quien me apoyase; y
salvme mi brazo, y me sostuvo mi furor, y aplast
a los pueblos en mi ira, y los pisotee en mi furor,
derramando en la tierra su sangre. Cantar las mi-
sericordias de Yav, ensalzar la gloria de Yav, todo
cuanto ha hecho por nosotros" '.
No se podra contemplar cuadro ms grandioso de
los sufrimientos de Cristo, ni anunciar mejor su
sentido profundo, su objeto y su fin. Son combate y
juicio, ejecucin de una sentencia de Dios. La obe-
diencia dolorosa del Hijo de Dios es el juicio sobre
la inobediencia del mundo que no quiere creer; el
comienzo del juicio que se ha de consumar al fin de
los tiempos. En esta leccin de Isaas se encierran
rasgos escatolgicos acusados. Como el Apocalipsis,
describe aquello que est sucediendo siempre y que
se consumar al fin de los tiempos: el combate con
" Isaas, 63, 1-7; 1.
a
Leccin.
109
el dragn antiguo que no cesa de agitar al mar de
los pueblos contra Dios y contra su Ungido. El ma-
ligno ser vencido como en la muerte de Jess, as
en todo tiempo no por la fuerza, sino por la obe-
diencia y el sufrimiento hasta la muerte.
Esto es precisamente lo que nos sugiere la imagen
del lagar. Para el que mira al fondo de las cosas,
presenta un doble aspecto: el lagar de la ira es al mis-
mo tiempo el lagar del sufrimiento; el lagarero que
pisa es al mismo tiempo el racimo que es aplastado.
As nos lo indica la segunda leccin de la misa de
hoy. Nos muestra al vencedor de Edom, al vengador
y ejecutor de la clera divina como "el despreciado,
desecho de los hombres, varn de dolores". "Como
retoo de raz en tierra rida" surge ante la mirada
del Profeta que le contempla, "no hay en l parecer,
no hay hermosura", "como uno ante quien se vuelve
el rostro". "Tom sobre s nuestras enfermedades y
carg con nuestros dolores, y nosotros le tuvimos por
castigado y herido por Dios y humillado. Fue traspa-
sado por nuestras iniquidades ...y en sus llagas hemos
sido curados. Todos nosotros andbamos errantes,
como ovejas siguiendo cada uno su camino, y Yav
carg sobre l la iniquidad de todos nosotros"
10
. As
se transforma ante nuestros ojos la imagen del laga-
rero. La sangre que tie sus vestidos es la suya propia.
El pisa el lagar de la clera de Dios, pero l es el
primero y, en realidad, el nico que padece. Como
Hijo de Dios ejecuta la sentencia, pisa el lagar; pero
10
halas, 53, 2-6; 2.
a
Leccin.
110
como hombre carga l mismo con la culpa de todos,
se entrega al juicio, padece en el lagar de la clera
de Dios.
Por eso los Padres le vieron msticamente prefigu-
rado en el grueso racimo de los dos exploradores
Fue trado sobre un palo para hacer ver al pueblo en
el desierto la feracidad de la tierra prometida. As
Jess, el Hombre-Dios, el grueso racimo de tierra
extraa que colgado del palo de la cruz, nos hace ba-
rruntar en el desierto de este mundo la gloria del
celeste. Este grueso racimo es aplastado en el lagar
de la Pasin, en el que pisa la clera divina, a causa
de los pecados de los hombres. Pero su sangre que
corre, llena para nosotros pecadores "el cliz de la
eterna salvacin"
12
. Cristo, Hijo de Dios: el lagare-
ro; Cristo, el Hijo del Hombre, el racimo aplastado
ste es el misterio del lagar, con dos aspectos, como
todos los verdaderos smbolos. Lo que es "pisado"
en las cubas es el viejo cuerpo de pecado de Adn.
Lo que corre es la sangre de Dios, es el vino de la
vida eterna de la que hoy oiremos decir a Jess: "No
volver a beber con vosotros del fruto de la vid hasta
que llegue el reino de Dios"
I3
. As habl a sus dis-
cpulos antes de su muerte. Pero con su muerte co-
menz el reino de Dios. Desde entonces bebe El a
diario con los suyos el vino de la vida eterna, que
" Cfr. Nmeros, 13, 23 s.
12
Missale Romanum, Canon Missae (JJnde et memo-
res').
" Lucas, 22, 18; Pasin.
111
El les prensa cada da en el Misterio de la presencia
de su Pasin.
As la nota de triunfo sigue dominando. Con el
cliz de la alegra en la mano, Cristo, golpeado y
aplastado, sube del lagar de la Pasin. Como un ale-
gre lagarero se acerca a su esposa la Iglesia y la ofrece
la bebida de la vida. "Decid a la hija de Sin: Llega
tu salvador, viene con su recompensa" ". Su recom-
pensa : el vino de la vida eterna y la comunidad de
los que "beben sobriamente"
I5
a su mesa. Su re-
compensa : la estirpe inmortal de los que han nacido
de El : "Ofreciendo su vida en sacrificio por el pe-
cado, tendr posteridad... Por eso yo le dar por
parte suya muchedumbres, y recibir muchedumbres
de botn; por haberse entregado a la muerte y haber
sido contado entre los pecadores" ". As habla el
Padre eterno, que conoce el fin de todas las cosas, a
su Hijo que padece en el tiempo. Esta es su respues-
ta a la llamada de auxilio del que es aplastado en
el lagar de la Pasin, llamada que en el Gradual y en
el Tracto de la misa de hoy penetra nuestros odos y
desgarra nuestro corazn. Son palabras tomadas del
Salmo 68 y del 101, que cobran aqu como en nin-
guna otra parte su verdadera vida. "No escondas
de tu siervo tu rostro, porque estoy en angustia;
apresrate a orme. Slvame, oh Dios!, porque
amenazan ya mi vida las aguas. Hndome en pro-
14
Isaas, 62, 11; 1.
a
Leccin.
15
Cfr. Ambrosio, Himno de los Laudes del lunes (Lae~
ti bibamus sobriam, ebrietatem spiriius).
16
Isaas, 53, 10 y 12; 2,
a
Leccin.
112
fundo cieno, donde no puedo hacer pie; me sumerjo
en el abismo y me ahogo en la hondura"
17
. "Escu-
cha, ! oh Yav!, mi oracin y llegue a ti mi clamor...
Cuando te invoco, apresrate a orme. Pues se des-
vanecen como humo mis das y se tuestan mis
huesos como en horno. Est seco mi corazn y
consumido como heno, y me olvido de comer mi
pan..."
1S
. En medio de estas quejas doloridas resue-
na como respuesta la promesa de eterna descenden-
cia para el que ha sido abandonado y muere. Y, de
pronto, con una fe absoluta, en una visin proftica,
el paciente se reanima. La queja se interrumpe, se
cambia en un canto de esperanza, casi de accin de
gracias por la salvacin firmemente creda y ya con-
templada: "Pero t, oh Seor!, permaneces eter-
namente. T te alzas y tienes misericordia de Sin;
porque ha llegado el tiempo de que le seas propicio" ".
Venit tempus: "Ha llegado el tiempo". Cuntas
veces no habremos odo decir a Jess: "Mi tiempo
no ha llegado todava"
20
. Por fin ahora se dice: "El
tiempo ha llegado". Esta es la recompensa del que
sufre: saber que ha llegado el tiempo, y que ste es
el tiempo de la misericordia. Para El es el tiempo de
la Pasin, para Sin el tiempo de la misericordia.
Aqu, ante todo se pone de manifiesto quin es
este paciente, cmo penetra en una esfera entera-
mente distinta, ms all de toda violencia humana,
Salmo 68, 18; Gradual.
Salmo 101, 2-5; Tracto.
Salmo 101, 13-14; Tracto y Comunin.
Juan, 7, 6 (cfr. tambin Juan, 2, 4, 8 y 20).
113
ms all de todo tormento terreno. Mientras padece
y muere como hombre, vive verdaderamente como
Hijo de Dios en los planes del gape divino que
abarcan el espacio y el tiempo y cuyo designio no es
la Pasin del Hijo, sino la redencin de los pecado-
res. Est en juego Sin, la nueva Sin: la Ecclesia
de Dios. La imagen de la esposa de la liberada, de
la redimida, de la purificada est ante los ojos del
que padece. Es ella su verdadera recompensa. "Decid
a la hija de Sin: Llega tu salvador, viene con su
recompensa" ~\ Con ella, como el esposo con la
esposa. T misma, nueva Sin, Ecclesia de Dios a
quien se acerca el que padece pero ya no como pa-
ciente, sino ms bien jubiloso, triunfante como la-
garero y vencedor, t misma eres su hermosa re-
t> y
compensa: el cliz que El llenar con su gloria, del
cual beber con alegra el vino nuevo en el reino de
Dios.
A causa de este cliz de alegra no rechaza el otro,
el cliz de dolor que le alarga el Padre. Mezcla con
lgrimas su bebida " y no teme la amargura de la
hil ni la acidez del vinagre; pues ya se acerca el
ngel consolador con el cliz de la alegra. El tiem-
po ha llegado: el tiempo de la Pasin y el tiempo de
la misericordia. Tiempo de lagar, tiempo de bodas.
El tiempo de las bodas de Dios con su creatura ha
21
Isaas, 62, 11; 1.
a
Leccin. Cfr. la enrgica traduc-
cin de Martn Buber: "Sprecht zur Tochter Zion: /
Wohlan, / deine Freiheit kommt! / wohlan, / sein Sold
ist bei ihm, / sein Werklohn vor seinem Antlitz."
" Salmo 101, 10; Comunin.
114
llegado. Del lagar donde sufre el esposo fluye el vino
de la vida divina y la esposa es el cliz que se ofrece
para recogerle, Y beben todas las generaciones de la
tierra de Oriente a Occidente, desde el principio
hasta la hora actual, los llamados y los invitados, los
convidados de las bodas reales, todos beben de l y
dicen llenos de admiracin al anfitrin y esposo di-
vino : "T has guardado hasta ahora el vino me-
jor" ". Y El responde: venit ternpus, "ahora ha lle-
gado el tiempo".
Juan, 2, 10.
115
CENA Y TRADICIN
JUEVES SANTO
CENA DOMINI
El mircoles de la hebdmada sancta la liturgia
milanesa canta un prefacio propio del da en el cual
constituye la nota dominante la representacin de la
Cena Domini y el deseo de la misma. Hoy (mir-
coles), confesin y perdn de los pecados, maana
sobreabundancia de los dones espirituales; hoy, cum-
plimiento de la penitencia prometida, maana trn-
sito del ayuno a la fiesta, un santo festn en mesas
abundantemente provistas, recepcin, admisin entre
los comensales de la Santa Cena es la insistente
splica de este canto de alabanza, una splica que
est tan segura de ser escuchada que ya antes de
haber recibido lo que pide, alaba, bendice y da gracias.
Ut eras [nos~\ venerabilis cenae dapibus saltes...
eras nos ad sacratissimae cenae introducs] \ Qu
hambre del banquete, de deleite, de saciedad! Qu
deseo de ser introducido, iniciado, admitido en la ms-
tica Mesa Redonda! Has ayunado durante cuarenta
das, Iglesia Santa, y ahora tienes hambre, como el
1
"Para que nos sacies maana con los manjares de tu
venerable cena... para que nos introduzcas maana en el
convite de tu sagrada cena..."
119
Seor, tu Seor, tuvo hambre despus de haber
ayunado cuarenta das, en el desierto, con las fieras.
Y se acercaron ngeles a El, Hombre-Dios que ayu-
naba, y le servan. Tu ngel, oh Iglesia que ahora,
al fin de tu ayuno, se acerca a ti para alimentarte, es
el Seor mismo. El ha ayunado, ha renunciado a S
mismo, se ha anonadado; El, el Hijo de Dios, se ha
hecho hombre; se ha metido como uva en el lagar,
ha cado en tierra como grano de trigo por eso
hay ahora pan en tus manos, su Cuerpo, y vino' en
tu cliz, su Sangre.
La Ecclesia tiene ante sus ojos la imagen que se ha
hecho realidad pura: el Seor como hospedador y
como alimento. Los Profetas y los Apstoles le han
abierto los ojos: el sbado pasado ha ledo en San
Juan la parbola del grano de trigo; el mircoles, en
Isaas, la del lagar. En las figuras descubre lo que
sucede, lo que pronto, dentro de pocos das, sucede-
r : la muerte del racimo en el lagar, la muerte del
grano de trigo en la tierra, la muerte bajo el signo
de la cruz, la muerte por la cruz; porque el arado,
que prepara la tierra para que reciba el grano, y el
lagar en el que es prensada la uva tienen, en su
estructura ms antigua, ms simple, la forma de
cruz. Pero all donde la cruz ha hecho su obra de
muerte, all est a punto para los hambrientos un
pan nutritivo, all se escancia en el cliz un vino de
alegra. "T pones ante m una mesa... Y mi cliz
rebosa" \ dice la Ecclesia a su Seor y Esposo ahora
2
Salmo 22, 5; cfr. a este propsito el bellsimo artculo
de Jean Danilou, Le psaume XXII et l'initiaton chrtien-
120
cuando al trmino de cuarenta das de ayuno ve su
mesa puesta con el fruto, dulce y amargo al mismo
tiempo, de la pasin. Venit tempus, venit hora. Ha
llegado el tiempo, ha llegado la hora: el tiempo del
lagar, el tiempo de la Pasin, la hora de la cena. La
uva es pisada, el grano de trigo molido, a fin de que
sea para ti, oh Ecclesia "hora de cenar". Venit hora,
la hora ha llegado. Para el Seor, la hora de la
muerte; para ti, la hora de la cena, para que t
gustes en el pan la muerte del trigo, y en el vino
la pasin de la uva que ha sido pisada, y para que
comas, en la amarga Pasin y muerte, la vida divina
y la salud eterna: la inmortalidad.
Y no slo t, sino tambin todos aquellos que toda-
va no viven en ti, casa del Seor, que todava no
comen a tu mesa el pan de Dios, ni beben el vino
de la vida eterna, aquellos que todava no han pa-
sado del ayuno a la fiesta y del hambre a la comida
porque en su ceguera tienen por estrecha la casa, y
la comida por inspida, tambin esos acabarn co-
miendo y hartndose
:
bebiendo y embriagndose con
la gloria de Dios. Pues t te levantars de la mesa
y, en medio de la alegra del festn, saldrs apre-
suradamente afuera, te pondrs a la puerta de tu
casa y hars entrar a los que todava andan erran-
tes por el desierto de este mundo y comen con lgri-
mas el pan amargo de la penitencia. " Oh vosotros,
los sedientos!, venid a las aguas; aun los que no
ne. "La Maison Dieu" n. 23 (1950), pp. 54-69. Cfr. en Da-
nilou, Sacramentos y Culto segn los Santos Padres (Ed.
Guadarrama, 1962), pp. 254-274: "El Salmo 22").
121
tenis dinero. Veni d
;
comprad pan y comed; venid,
comprad sin dinero, sin pagar, vino y leche. . . Escu-
chadme y comeris lo mejor y os deleitaris con man-
jares suculentos. Dadme odos y venid a m ; escu-
chadme y vivir vuestra al ma" *'. As reunirs en
torno a la mesa del Seor a los extranjeros, a los ale-
jados de Dios por el pecado, para que resulte una
santa familia y, por la participacin a un nico pan,
crezca el Cuerpo nico.
La Iglesia de Mi l n conduce as a sus hijos hacia
el gran da de la Cena, y la liturgia romana se ex-
presa de manera parecida en la alegora del lagar \
Del ayuno a la fiesta. Levantaos, sentaos a la me-
sa! Esa es la consigna del ltimo mircoles antes de
Pascua, y ella nos abre el acceso al Misterio del Jue-
ves Santo. Este es, ante todo, el da de la cena:
Feria V in Cena Domini, como le ha bautizado la
Iglesia romana, y el Natale Calas, "naci mi ent o del
cliz", como se le llam en la Galla meridional y oc-
cidental . Cena Domini, "la Cena del Seor", pues
el Seor dio la cena, se sent a la mesa con los suyos
como padre de familia y El mi smo es el pan que El
parte, la bebida que El ofrece: Cena del Seor. Y
3
Isaas, 55, 1-3; Profeca 5.
a
de la Vigilia pascual se-
gn el antiguo Rito.
' Cfr. Isaas, 62, 11; 63, 1-7; 1.
a
Leccin de la misa
del Mircoles Santo.
5
As es designado el 24 de Marzo en el calendario de
Polemius Sylvius. Cfr. Synkletika Grn, Art. "Becher" en
Reallexikon fr Antike und Christentam II (1954), col.
61; asimismo, Bugnini-iBraga, o. c, p. 67 y Ludwig Eisen-
hofer, Handbuch der katbolischen hiturgie (1941
=
) I p. 514.
122
convite de bodas. Pues en los doce, que participan
a la Cena del Seor, est presente la Ecclesia de la
que ellos son los Padres ms antiguos y ms ilustres,
la Ecclesia que ellos fundan con su sangre como
mrtires testigos que mueren por ella \ Calicem
Domini biberunt, et amici Dei facti sunt. "Bebie-
ron el cliz del Seor, y fueron hechos amigos de
Di os" '. Del Cliz que llena la sangre del Seor
beben los comensales, los primeros escogidos (los
principes ") sacando fuerza para morir como testigos
fieles, para derramar su propia sangre, a fin de que
de esta sangre que unida a la sangre del Seor, llena
su copa nupcial, la Iglesia saque fuerza para nuevos
al umbrami ent os.
Por eso, dice con todo derecho al divino Hospeda-
dor y Esposo: Caix meus..., quam praeclarus est\,
" qu precioso es mi cl i z! " \ Y esta palabra de
admiracin la repite cada da en el Canon de la misa,
cuando celebra la memoria de aquella primera y l t i ma
Cena del Seor: ...Accipiens et hunc praeclarum ca-
6
Isti sunt, qui viventes in carne', flantaverunt eccle-
siam sanguine suo. "Estos son los que, viviendo en la car-
ne, han plantado la Iglesia con su sangre". Cfr. Breviarium
Romanum, 7.
a
Responsorio de los Maitines del Comn de
los Apstoles.
' Ibid.
8
Cfr. Salmo 44, 17; Breviarium Romanum, 3.
a
Ant-
fona de Maitines, verso del 2. Nocturno, Responsorio bre-
ve de la Sexta del Comn de los Apstoles; asimismo Sal-
mo 46, 10; Breviarium Romanum, 4.
a
Antfona de Maiti-
nes del mismo Comn.
Cfr. pp. 120 s., nota 2.
123
licem, "tomando tambin este precioso cliz". El lo
tom, y ella lo bebi. El lo toma a diario, y ella lo
bebe a diario. Pero nunca con mayor alegra y gratitud
que hay en el "nacimiento del cliz". De l ha brotado
su vida y la de todos sus hijos: vinum germinans
virgines, este "vino" ha "hecho nacer vrgenes
En verdad, calix praeclarus, calix salutis perpetuae,
un cliz precioso, maravilloso
n
, un "cliz de salud
> 1 2
perenne
LA CENA PASCUAL
Y nuestra admiracin aumentar ms todava cuan-
do meditemos ms profundamente en el milagro.
Todava no conocemos del todo el misterio de este
cliz, el misterio de esta cena. De qu cena se
trata? Ya lo hemos odo, de la Cena Domini, de la
Cena del Seor ", de la ltima Cena antes de su
Pascua, antes de su trnsito al Padre por la muerte.
El mismo la llama su cena pascual. "Ardientemente
he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de
ecer
10
Cfr. Zacaras, 9, 17. .
11
Cfr. nota 9.
12
Cfr. Missale Romanum, Canon Missae (Unde el me~
mores).
" Cena = comida principal, tomada al atardecer.
14
Lacas, 22, 15; Breviarium Romanum, Antfona del
Jueves despus del Primer Domingo de Pasin (el "pnme-
mero" en relacin al Domingo de Ramos, llamado ahora
Dominica II Fassionis).
124
Pero esta ltima cena del Seor que precede in-
mediatamente a su prendimiento, es una verdadera
Cena Pascual? Segn Juan, el da siguiente era el
da de la preparacin de la Pascua juda, y en la tarde
del viernes, a la hora en que Jess mora en la Cruz,
eran sacrificados en el Templo los corderos pascua-
les
ia
, de suerte que la cena del Jueves mo habra
pasado de ser una cena ordinaria. Sin embargo, aun
as sigue siendo vlida la palabra del Seor. El sabe
lo que dice: sta es su Pascua... Como Israel antes
del paso del Mar Rojo, as El antes del trnsito al
Padre, est ante su Pascua, y el cordero que come
con los suyos es El mismo. Y hoy, en la misa de la
tarde del Jueves Santo, cuando la Ecclesia como
heredera de los Doce se rene en torno del Seor
presente en el Obispo (o en el Sacerdote), sigue sien-
do la Pascua lo que El celebra con ella. Su Pascua y
la nuestra. No la antigua Pascua juda, sino la nue-
va Pascua cristiana. No la figura, sino la realidad.
La "pascua mstica", la "pascua pura", la "pascua de
los creyentes"
la
. Carne y sangre de un Cordero, del
"Cordero de Dios, que quita los pecados del mun-
do"
17
. Pues, cmo hubiera podido decir el Seor a
los judos: "El pan que yo os dar es mi carne, vida
del mundo" ". "Mi carne es verdadera comida y mi
15
Cfr. Odo Casel, Art und Sinn der ltesten christl.
Osterfeier, "Jb. f. Liturgiewiss." 14 (1934), pp. 54-55.
16
Canon de Pascua de la liturgia griega compuesto
por San Juan Damasceno.
17
lun, 1, 29.
18
han, 6, 52.
125
sangre verdadera bebida; el que come mi carne y
bebe mi sangre est en m y yo en l"
10
. Lo que
El haba prometido despus de la milagrosa multipli-
cacin de los panes, con escndalo de los judos e
incluso de algunos de sus discpulos, ms dbiles
eso lo cumpli ahora en la noche de la ltima Cena
ante la mirada de sus fieles; eso lo cumple hoy en-
tre los descendientes de aquellos fieles, entre los cre-
yentes y bautizados, Bajo las especies simblicas del
pan y del vino stos reconocen "al carnero de Dios"
cuya figura apareci ya en tiempo de Abrahn sal-
vando a Isaac de ser inmolado
20
.
MISTERIO
Pero cmo puede servir de alimento lo que no
ha sido inmolado todava en sacrificio? Cmo pue-
de ser presentada la sangre en el Cliz si todava
no ha sido derramada en la muerte? Hasta el vier-
nes, en la hora en que se sacrificaba el cordero pas-
cual, no se ofreci el Seor en la Cruz como ver-
dadera vctima pascual. El muri en viernes y, no
obstante, ya en la tarde del jueves se dio como man-
jar "'. Y no sucede hoy da lo mismo? El Seor
ha resucitado para nunca volver a morir; pero, sin
embargo, cada da da en alimento a la Iglesia su
cuerpo inmolado. Cmo comprenderlo? De dn-
10
Juan, 6, 56-57.
20
Cfr. Gnesis, 22, 13.
~
l
Cfr. Casel, o. c.
126
de procede la Cena Pascual si el Seor no ha sido
sacrificado todava como Cordero pascual? De don-
de procede ese cuerpo inmolado bajo la especie de
pan partido, de dnde esa sangre derramada bajo
la especie de vino, si el Seor se sienta vivo a la
mesa ?
La pregunta penetra en el corazn del Misterio
en cuanto ste es accin cultual. Porque una cosa
es cierta: dondequiera que haya cena pascual, an-
tes ha debido haber inmolacin del Cordero Pas-
cual. Por tanto, si el Seor en la vspera de su
muerte ya se da en manjar a los suyos, es preciso
que ya en ese instante haya sido consumada su Pas-
cua, o sea, su Pasin y Muerte, de una manera tan
real y verdadera como en el Viernes Santo, aunque
bajo el velo de una accin simblica. Son pronun-
ciadas palabras de bendicin, de accin de gracias,
de transustanciacin; se parte el pan, se ofrece el
cliz, y el hombre sencillo, que piensa no en con-
ceptos, sino en imgenes, sabe lo que esto quiere
decir: aqu y ahora, en la vspera de su Pasin, ya
el Seor se ofrece como "carnero de Dios" por los
pecados del mundo y se da como manjar a los hom-
bres para que se hagan partcipes de Dios. Por eso,
el Gradual de la misa de esta tarde anuncia con
razn: "Cristo se ha hecho por nosotros obediente
hasta la muerte, y hasta la muerte de Cruz" ", y
el Evangelio: "Habiendo amado a los suyos, los
am hasta el fin"
23
. Antes del hecho sangriento
Filipenses, 2, 8; Gradual.
'~* Juan, 13, 1; Evangelio.
127
del Viernes Santo, ambas cosas son ya realidad y
actualidad en la Cena simblica del Jueves Santo.
Pero, lo que sucedi una vez, antes del hecho
histrico, tambin puede suceder despus en el fu-
turo siempre que se repita segn la voluntad del
Seor, "en memoria suya", esta escena simblica de
la Cena. "Cuantas veces comis este pan y bebis
este cliz anunciis la muerte del Seor" " nos en-
sea hoy el Apstol. Desde un principio los Aps-
toles y la Iglesia primitiva han entendido de esta
manera las palabras y la accin simblicas de Jess
en la Ultima Cena: como una actualizacin cultual
de su Pasin y de su Muerte, como un Sacrificio y
una Cena pascual. Si la Iglesia sigue haciendo lo
que su Seor y Sumo Sacerdote ha hecho en el Ce-
nculo de Jerusaln, en esa fraccin del pan, en
esa efusin del vino est representado el sacrificio
del nuevo Cordero Pascual: su cuerpo sacrificado y
su sangre derramada. Y si lo est su muerte, tambin
su resurreccin, su glorificacin, su vida divina, in-
mortal, que es inseparable de su muerte por ser el
fruto magnfico de la misma y la manifestacin de
que el Padre ha aceptado y consagrado el sacrificio
del Hijo. Y as, en esta gran "tradicin" " del da
de hoy, en el rito de la Cena simblica que nos fue
"transmitida" para que lo imitramos, se nos da el
Seor mismo. No slo su palabra, no slo su doc-
21
1 Corintios, 11, 26; 8.
a
Leccin de las Tinieblas y
Epstola de la misa vespertina del Jueves Santo.
25
Cfr. Secreta y Hanc igitur, ibid.
128
trina, sino El mismo, el Cristo viviente con todo lo
que El hizo y har por nuestra salud: el Hijo de
Dios hecho hombre, crucificado, resucitado y que
ha de volver en el ltimo da.
AMOR HASTA EL FIN
Podra preguntar alguno: Por qu esta "tradi-
cin"? Por qu no es suficiente el sacrificio del Vier-
nes Santo? Por qu, adems, la continuacin ms-
tica del Sacrificio instituida el Jueves Santo? No hay
ms que una respuesta: Porque el Seor nos am.
Porque nos am hasta el fin. Porque nos am como
esposo. Porque quiso las bodas, la perfecta identifica-
cin. Porque debamos participar en su muerte a fin
de que participramos en su vida. Porque ha amado
tanto nuestra libertad que no ha querido redimirnos
contra nuestra voluntad, sin nuestra cooperacin; por-
que quera una esposa, no una esclava; porque que-
ra dejarnos en libertad para beber su cliz o para
rechazarlo. Libre participacin de Dios, comunidad
de muerte y de vida con el Seor tal es para nos-
otros, hombres, el sentido de la "tradicin" de hoy.
Y esto la caracteriza como Misterio. Como Misterio
en el sentido verdadero, antiguo y cultual, es decir:
corno actualizacin sacramental de una accin salu-
tfera histricamente -pasada, que da participacin al
hombre en la obra y en la vida divina, arrancndole
a s mismo, introducindole en el ciclo de la vida di-
vina y hacindole uno con Dios, ms an, Dios.
129
Esto da su grandeza al Jueves Santo, esto le hace
precioso para nosotros: Dios se nos da en el Misterio
de la Cena Domini y este don es vida. Pero los hom-
bres no pueden apropirselo ms que a travs de la
muerte. Porque los hombres son pecadores. Sus ma-
nos estn manchadas. Haban sido creados para re-
cibir el don de Dios, como nios, en manos inocen-
tes. Su pecado fue haber querido arrebatar el don
antes de tiempo. Quisieron coger con sus propias
fuerzas el fruto del rbol de la ciencia y as llegar a
"ser como Dios", en lugar de esperar la perfeccin
de su estado, de gracia original, en la visin de Dios
y en la plena participacin del ser y de la vida divi-
na. Haba entrado el ansia en el ojo del hombre y la
codicia en sus manos y en su corazn. La mano, que
quiere poseer, se fue tras el don y lo perdi. Habi-
tuado a coger, el hombre ech mano del Dios hecho
hombre cuando vino para drsenos.
Pero el instante del ms grave pecado es el instan-
te de la ms grande gracia. Cuando la mano del
hombre, cuyo pecado haba comenzado cogiendo el
fruto prohibido, atent contra Dios mismo, llegando
as al colmo del pecado, entonces volvi a hacerse ca-
paz de recibir. A ninguna otra mano hubiera Dios
colmado con ms gusto que a la mano de Judas, una
vez que ste dej, por fin, la bolsa y arroj el salario
de la traicin. El, que era el ms miserable, en su
ceguera no lo reconoci as. Pero la porcin ms es-
cogida de la humanidad s que lo comprendi. Bajo
la Cruz estaba la Iglesia que recibi el cliz de salud
con la sangre de Dios. En la ltima Cena Pedro se
130
dej lavar los pies, para tener parte en el Seor. He
aqu que todo se ha hecho nuevo. El hombre re-
nuncia a su lucha titnica y deja humildemente que
se cumpla en l la obra misteriosa de Dios. La hora
del nacimiento de la Liturgia ha sonado. Este da
la ha hecho posible; pues ella, la Liturgia, es obra
y don de Dios que quiere ser recibido, no arreba-
tado.
TRADICIN
As se explica el doble aspecto maravilloso del Jue-
ves Santo. Es un da de alegra, porque Dios se da
al hombre, y un da de tristeza, porque, para que el
hombre pudiera recibir el don, fue necesario el dei-
cidio. La Iglesia celebra hoy con alegra y dolor el
recuerdo de una doble "tradicin". Celebra el dies
traditionis
u
, "el da santo en el cual Nuestro Seor
Jesucristo fue entregado" " y, al mismo tiempo, el da
"en el cual Nuestro Seor Jesucristo entreg a sus dis-
cpulos el Misterio de su cuerpo y de su sangre"
zs
.
Los trminos tradere y traditio, siempre que apare-
cen en la Liturgia de este da, oscilan entre la luz y
la sombra de su misteriosa ambivalencia.
En todo caso, significan una "transmisin". Trado
26
Usado ya en los primeros tiempos, as como los de-
ms nombres del Jueves Santo. Cfr. Hermann Schmidt,
Geist and Geschichte des Grndonnerstags. "Liturg. Jb."
3 (1953), pp. 241 s.
27
Missale Romanum, Canon Missae (Commttnicantes).
2
* Ibid. (Hanc igitur).
131
(de trans y do) quiere decir, a la letra, que yo doy del
todo una cosa soltndola de mi mano y pasndola
a otra. Si yo entrego as una cosa, ya no tengo nin-
gn derecho, ningn poder sobre ella. Derecho y
poder pasa a su nuevo propietario. En una tal trans-
misin puede haber la ms noble, aunque la ms
dolorosa, renuncia a una cosa muy querida, en el
caso de que la necesidad nos fuerce a despojarnos de
ella. Puede haber tambin en tal traditio una pura
alegra cuando un gran amor al que la recibe convier-
te la ofrenda en un don libre, en un regalo de un
corazn amante. Pero por otra parte, puede haber
traicin e infidelidad, en desprenderse de un bien en-
tregndolo a otros, cuando se trata de algo de lo que
uno no puede desprenderse, de algo a lo que uno est
ligado hasta la ruina y la muerte, que uno ha de
defender y conservar hasta la ltima gota de su san-
gre. O cuando se reconoce que la mano en la que se
va a dejar el don no es pura ni cuidadosa, no es fiel
ni segura, que va a profanarlo y a echarlo a perder.
Esto vale de cosas y mucho ms de hombre; vale
especialmente de las doctrinas y conocimientos, y
ante todo de los Misterios de la fe y del amor, de
la presencia y de la accin del Dios en el hombre,
de todo lo que del ms all ha sido confiado a nues-
tra vida terrestre, de los pignora aeternitatis, de las
prendas del mundo divino.
Una de stas fue confiada a los discpulos, les fue
entregada por Dios mismo: el hombre Jess y en El
la presencia corporal de Dios, el Evangelio del ga-
pe del Padre. Por El y sta es la traditio de este
132
da, que en los Apstoles, como primicias de la Igle-
sia, se nos dio tambin a nosotros por El, el Mis-
terio del pan y vino eucarsticos, de la carne y de la
sangre sagradas de Cristo, del sacrificio expiatorio y
vivificante, del manjar de inmortalidad, de las arras
de una vida en la Gloria de Dios. Uno se asusta ante
la grandeza de estos dones; uno se asusta, huma-
namente hablando, ante la osada de Dios que pone
un tal don, mejor dicho, el nico don El mismo en
la persona de su Hijo en manos tan miserables, y
lo entrega a una proteccin tan dudosa. Y en reali-
dad, esta incomprensible empresa de Dios fracasa (de
nuevo, humanamente hablando). La traditio de Dios,
que se dio en su Hijo a los hombres para que ellos
se lo dieran unos a otros, esta cadena de una traditio
tan maravillosa y planeada con tanto amor, se rompi
desde el principio. La amorosa donacin que Dios
hizo de S mismo se convierte por culpa del hom-
bre en abandono de s mismo; y en lo que al hom-
bre se refiere, en malversacin de lo que le ha sido
confiado, en traicin y en deicidio. En el instante
en que alcanza su culmen el sacrificio que Dios hace
de s mismo en el Misterio de este da el sacrificio
y la cena eucarstica precisamente en este instante
rechaza el hombre la mano de Dios, le traiciona ven-
dindole a su mortal enemigo y abandona el Mis-
terio de Dios.
Esto es lo espantoso de este da, lo que verdadera-
mente hace estremecer de horror: esta unin insepa-
rable de gape divino y de infidelidad humana. Pro-
duce dolor el verlo, amargo dolor, porque no es slo
133
Israel quien se aparta, ni es slo Jerusaln quien que-
branta su fidelidad, ni slo Judas qui en traiciona,
sino que t ambi n Pedro reniega y los hijos de la
Iglesia estn asimismo expuestos a la tentacin de
infidelidad, de apostasa, de traicin, y una y otra
vez sucumben a ella en las horas de debilidad. Este
dolor es no slo dolor nuestro, es ante todo dolor
de Cristo, que vive en su Iglesia, este dolor es un
rasgo esencial de este da.
LAS TINIEBLAS
Este dolor alcanza su plena expresin en el Oficio
de la noche del Jueves Santo. Ya la forma primitiva
de las Horas, mant eni da en estos ltimos das antes
de Pascua
!
", y que tiene algo de inslito, de austero
y arcaico, podra dar la impresin de un Orden li-
trgico encaminado a sabiendas a la seriedad y a la
tristeza. En todo caso, sta es la impresin que con
frecuencia, ha producido y sigue produciendo, y los
liturgistas medievales no han dejado de interpretarla
en este sentido; aunque, probabl ement e, en este caso
no haya entrado en juego ms que "la ley de la con-
servacin de lo antiguo, en un t i empo de gran ri-
queza litrgica
29
Las horas se empiezan sin el Deas in adiutorium, los
Maitines, sin el Invitatorio. Se suprimen himnos, captulos,
versculos, Te Deum de Maitines, etc. Cfr. adems Bugnini-
Braga, o. c, p. 65.
30
Cfr. el artculo as titulado de Antn Baumstark en
"Jb. f. Liturgiewiss." 7 (1927), pp. 1-23.
134
Una impresin parecida produce la manera particu-
lar de apagar los cirios en las Tinieblas de estos tres
ltimos das de la Semana Santa. Es conocida la cos-
t umbre. Un gran candelera en forma de tringulo
sostiene qui nce cirios
31
que son apagados uno tras
otro, al fin de cada uno de los salmos de los Mai t i nes
y de los Laudes, hasta que no queda encendido ms
que el cirio de la punt a del candelera. A ste no se le
apaga, sino que se le retira encendido del candelera y
se le mantiene oculto detrs del Al t ar durant e la lti-
ma oracin: despus se le saca afuera y se le vuelve a
colocar en su sitio de antes. Esta costumbre, que pue-
de explicarse muy sencillamente por razones mera-
ment e prcticas ", recibi pronto una interpretacin
simblica: la extincin de los cirios representa la
huida de los discpulos y de los apstoles al comien-
zo de la Pasin de Jess. El nico que queda encen-
dido, que se oculta y se saca de nuevo colocndole
en la cspide del candelabro, es la imagen del Seor
abandonado de todos que va solo a la muert e, pero
no permanece en el sepulcro, sino que resucita y
resplandece en una nueva vida. Esta misteriosa cos-
31
El nmero de los cirios ha oscilado, segn tiempos
y lugares, entre 7, 9, 12, 14, 15 y 24. El nmero de 15
corresponde a la suma de los Salmos que se rezan en Mai-
tines y Laudes (9+5). Por lo que se refiere al cirio so-
brante, v. ms arriba.
32
O bien se dice- se han ido apagando uno tras
otro los cirios a medida que iba aumentando poco a poco
la claridad de la aurora, o bien se ha querido indicar, apa-
gando los cirios, el nmero de Salmos ya recitados. Cfr.
Bugnini-Braga, o. c. y Eisenhofer, o. c, p. 514.
135
tumbre de los cirios ha ejercido desde siempre una
impresin cuando menos momentnea y a veces du-
radera, sobre los asistentes a las Tinieblas ", sobre
todo en unin con la otra misteriosa costumbre de
las "Tinieblas", el strefitus, ruido confuso de gol-
pes '\ que, segn la interpretacin simblica de los
comentaristas medievales, representa los espantosos
fenmenos naturales que acompaaron la muerte de
Jess, una especie de irrupcin del Caos, aunque
tambin en este caso la Historia podra hacer remon-
tar el origen de esto que parece lleno de significacin
a simples motivos de orden prctico
ss
. Pero, aunque
sea as, es cierto que no necesitamos atender slo a
estas formas externas de las Tinieblas para percibir
la tristeza de Cristo por la traicin de los suyos, la
inutilidad aparente de su pasin en este aspecto y la
compasin de la Iglesia. El rezo mismo, en ntima
participacin a estas cosas, nos da una inteligencia
mucho ms profunda de las mismas.
" Jean-Louis Barrault, el actor francs, intrprete de
Claudel en el teatro, habla del "extraordinario drama de los
cirios que van siendo apagados uno tras otro hasta que
el ltimo es escondido detrs del altar, como para conservar
la ltima llama, el alma del mundo, que est en vela du-
rante la muerre de Cristo..." Cfr. Eduard-Maria Lange,
Besuch bei Claudel en "Michael", nmero del 8 de agosto
de 1954.
"* Lo producen los que participan en el Oficio, golpean-
do todos a una con los nudillos sobre la sillera del Coro.
" En su origen probablemente no era ms que una se-
al para indicar el fin del Oficio.
136
EL PRIMER NOCTURNO
Como en los das y noches precedentes, omos la
voz de Cristo y de la Iglesia estas dos voces que
no son ms que una en las palabras profticas del
Antiguo Testamento. En los Salmos de David, en
las Lamentaciones del profeta Jeremas resuena la
gran lamentacin fnebre de los tiempos antiguos,
que slo ahora, en la boca de Cristo y de su Iglesia,
nos revela su verdadero sentido. Tanto en sta como
en las noches sucesivas los Salmos han sido escogidos
con cuidado, colocando a cada uno bajo una antfo-
na que, tomada del salmo, hace ver por qu se canta
en este da y hora.
"Porque me consume el celo de tu casa; los de-
nuestos de los que te vituperan caen sobre m"
36
.
Con esta antfona se inicia de manera impresionante
la vigilia de Jueves Santo, y en seguida nos sentimos
en el centro de la realidad, escondida no slo en este
nico Salmo, sino ms bien en todas las Tinieblas;
y, en verdad, incluso en el centro de toda la litur-
gia de la Pascua. Reconocemos sin esfuetzo la pala-
bra del cantor y suplicante del Antiguo Testamento
como una revelacin que Cristo hace de s mismo,
semejante al gran discurso del "Yo soy" del cuarto
Evangelio. Es cierto que no es tampoco mera casua-
" Salmo 68, 10; 1.
a
Antfona de las Tinieblas del Jue-
ves Santo.
137
lidad, que precisamente el autor de este Evangelio
al hablar de la expulsin de los mercaderes del
Templo se acuerde de estas palabras del Salmo que
se confirman aqu y ahora como una verdadera Pro-
feca de Cristo ". El ltigo en la mano de Jess lo
dice ms claramente que las palabras: "El celo de tu
casa me devor". Segn los Sinpticos, la expulsin
de los mercaderes ocurri el Domingo de Ramos, in-
mediatamente despus de la entrada triunfal en Je-
rusaln; as que el Seor la realiz casi de cara a la
muerte. Pocos das despus haba de consumar en la
Cruz, padeciendo, lo que haba comenzado en el
Templo, haciendo. Su "celo" por la verdadera casa
de Dios en la tierra le llev consecuentemente del
Templo a la Cruz, del testimonio de la palabra y de
la accin al testimonio de la sangre: su celo le con-
sumi hasta la ltima gota de sangre.
As la Antfona arroja su luz sobre todo el Salmo
iluminndole en todas sus partes como profeca del
Salvador paciente. "No hay duda dice San Hila-
rio, el Salmo 68 contiene el Misterio de la Pa-
sin del Seor sacramentum passionis Domini
38
.
Volvemos a encontrar aqu las palabras que nos con-
movieron el martes pasado: dominicae passionis sa-
cramenta peragere. Lo que la oracin peda, una
verdadera participacin en la Pasin del Seor, nos
lo pone ante los ojos el Salmo proftico; hace que el
drama se desarrolle ante nosotros. Desde la primera
37
Cfr. Juan, 2, 17.
" Hilario, ln Psalmo 68, I.
138
palabra hasta la ltima va trazando un cuadro de la
Pasin de Cristo: le presenta como el hombre a
quien ''llegan las aguas hasta el cuello"
3
' ; el que
como Jons, bajo las olas del mar, clama al Padre
"desde el cieno del fondo"
40
; el que, rodeado de
crueles verdugos, cubierto de burla y de escarnio,
de injurias y de ignominia, levanta no obstante la
cabeza intrpidamente, y consciente de su filiacin
divina invoca el juicio y la venganza de Dios sobre
los impos, no para perderlos, sino para mejorarlos
y convertirlos, de una horda del demonio, en una
comunidad de adoradores y amadores de Dios. Es
un cuadro parecido al que nos ofrecan en las noches
anteriores las lecciones de Jeremas. En efecto, a
travs de lo sombro y en apariencia desesperanzado
de las desnudas imgenes de Pasin, el Salmo nos
conduce hacia el final dichoso. El que ha sido de-
vorado por su celo por la causa de Dios se muestra
no como una vctima sacrificada sin sentido, sino
agradable a Dios" ", y el "pobre" y "el paciente"
que en su tormento clama en vano por un "consola-
dor" ", se encuentra al fin sano y salvo en una Sin
liberada y reconstruida, mejor an, en un mundo re-
dimido y nuevo " y en una comunidad exultante de
35
Salmo 68, 2. Segn la nueva versin latina del Salmo.
La Vulgata traduce de un modo menos concreto y, sin
embargo, ms enrgico: "hasta la vida".
40
Salmo 68, 3.
Cfr. ibid., vers. 32.
" Ibid., vers. 30.
" Ibid., ver. 21.
" Ibid., vers. 35-36.
139
jbilo que esto ya no lo dice el Salmo, pero lo
sabe y lo dice la Ecclesia recibe la vida de la muerte
de su Salvador.
El tono agudo de la vida, de la victoria y de la
alegra vuelve a dominar aqu caracterizando el Sal-
mo como una pieza autntica de la liturgia pascual.
De igual manera el breve Salmo 69 que le sigue, y
que parece un compendio de lo anterior, expresa
ms bien el nimo y la segura confianza del siervo
de Dios oprimido que su tristeza y sus lamentos y
el Salmo 70 pone fin al triple acorde de la salmodia
del primer Nocturno con la oracin del anciano vc-
tima de la opresin. Esta oracin refleja la Pasin
del Hijo de Dios que desde su juventud sobrenatural
y divina ha pasado a la vejez y decrepitud de la
carne humana pecadora, y acaba tambin con pala-
bras de confianza y de firme esperanza, e incluso con
un alegre cntico de alabanza.
LAS LAMENTACIONES
Es verdad que las tres lecciones que siguen preci-
pitan de nuevo al alma en un sufrimiento al parecer
sin salida. Como en el Domingo de Ramos volvemos
a ver frente al Seor como verdadera causa de su
Pasin y de la amargura sin fondo de su dolor a la
esposa infiel, al pueblo escogido y vuelto prevari-
cador, a la ciudad querida y ay! traidora, entregada
al Juez divino a quien ella ha tenido la osada de
juzgar. Este cuadro estaba ante los ojos del Seor,
140
cuando, inmediatamente despus de su entrada triun-
fal en Jerusaln, llor sobre la ciudad que se haba
negado obstinadamente a todos los llamamientos de
su amor, incluso a este ltimo. A nosotros se nos
presenta hoy, en la Vigilia del Jueves Santo, como
lamentacin
4S
del profeta Jeremas ", espantosa en
el lenguaje realista de un hombre que ya en su tiem-
po fue testigo ocular de una horrible destruccin de
Jerusaln
LA TENTACIN EN EL MONTE DE LOS OLIVOS
Pero por sobrecogedora que sea su descripcin,
queda no obstante muy lejos de lo que en aquellos
das, entre la entrada en Jerusaln y el prendimiento
del Jueves Santo, pas ante la mirada omnisciente del
Seor: la ruina cercana de Jerusaln bajo las armas
romanas. En el Monte de los Olivos, a la vista de!
Templo refulgente, Jess haba predicho al pequeo
grupo de los Doce, este cuadro del terror venidero, a
45
En griego threnos, en latn lamentatio, de ah que
las lecciones del primer Nocturno sean llamadas "Lamen-
taciones". No son tanto lecturas como cantos fnebres,
cuya antigua meloda, que se remonta quiz a la Sinagoga,
acenta todava ms la impresin que produce el texto.
Cfr. Photina Rech, Die Lamentationen der Kartage. "Os-
terbrief der Abtei v. Hl. Kreuz zu Herstelle" (1950), pp.
16-30.
" Sobre la atribucin de este texto al Profeta, cfr. Thar-
sicius Paffrath, Die Klagelieder (1952), pp. 6 ss.
" Bajo Nabucodonosor, 587 a. C.
141
fin de quitarles su funesta confianza en la magnifi-
cencia y solidez exteriores y confirmar su fe en Aquel
que poda destruir el Templo de Dios (un otro, es
verdad, ms precioso que el que admiraban los dis-
cpulos) y edificarle de nuevo en tres das.
Estas imgenes de los padecimientos pasados y fu-
turos de su pueblo junto con la visin proftica del
fin del mundo, que El hizo surgir ante sus discpulos
en estos ltimos das de su vida eran para el Seor
mismo algo tan horrible y atormentador que ningn
consuelo humano poda librarle. Por eso es sobre-
manera significativo que la Iglesia haya incluido las
Lamentaciones de Jeremas en la liturgia de las Ti-
nieblas. La lamentacin proftica tiene en este mo-
mento, casi en la Vigilia de Pascua, una funcin
importante. Es, en efecto, una mirada a la ruina se-
gura y prxima de Jerusaln, a la dispersin de Israel,
a los indecibles sufrimientos del pueblo y al mismo
tiempo, a su dureza de corazn y a su repulsa del
Mesas esta visin de la culpa y de los padeci-
mientos de Israel, al comienzo de su camino pascual
deba turbar profundamente al Seor, a lo menos en
el mbito de su naturaleza humana. Era, por as
decirlo, el cebo que Satn le arroj en la noche del
Monte de los Olivos para prender en el anzuelo
a este precioso pez (cuya esencia no poda conocer
quien haba sido cegado por Dios) y atraerlo a las
aguas muertas de su reino. Es verdad que ya antes,
en el desierto, haba experimentado el Corruptor la
resistencia sobrehumana del hombre Jess, pero sin
que llegara a reconocerlo con seguridad como el
142
Hijo de Dios. Por eso el Tentador, entre risas de
burla, renueva su intento en el instante en que la
posicin de Jess, segn la humana comprehensin,
estaba debilitada hasta el extremo. Rodeado de ene-
migos, seguro de una muerte cercana, el Seor te-
na que reconocer a la vista de su pueblo, misera-
ble, descarriado y casi perdido, la inutilidad de su
Encarnacin, de su Pasin y Muerte, el cruel fra-
caso de su obra de amor tena que dudar.
Tal vez as, instruidos por la lectura litrgica de
la Escritura podremos comprender la noche del Se-
or en el Huerto de los Olivos. Aunque, quin
de nosotros, hombres, puede penetrar en el Corazn
de un Dios-Hombre y comprender realmente sus
padecimientos, su tentacin? Apenas si se pueden
entrever cuando en los primeros Salmos del Oficio
nocturno contemplamos al Seor en su Pasin e in-
mediatamente despus, en las Lamentaciones, omos
su queja sobre Sin, ms an, el lamento de la ciu-
dad misma.
LAMENTACIN SIN FIN
Se lamenta de su dolor, en lugar de todo el pue-
blo. Israel, Jerusaln, la ciudad santa, era la novia,
la esposa de Yav. Pero se ha prostituido con pue-
blos extranjeros y con sus dioses, porque esperaba
ms de ellos que de Yav el esposo de su juven-
tud. Y ha quedado duramente decepcionada: los
amantes extranjeros han abusado de ella y la han
143
abandonado despus a la ignominia. Su santuario
ha sido profanado por los paganos. Sus sacerdotes,
sus vrgenes estn afligidos porque ya no se cele-
bran sacrificios solemnes ni se bailan danzas sa-
gradas. Los caminos que conducen al Templo estn
desiertos, abandonados y silenciosos; ya no se oyen
los sagrados cnticos de los peregrinos. Est sentada
sola y desierta, quejndose rechazada y abando-
nada tanto por su verdadero esposo, justamente eno-
jado, como por los falsos amigos. Desolada, tie-
ne los ojos fijos en la lejana por donde sus hijos
que le han sido arrebatados "marchan cautivos ante
el opresor" ". Slo la queda una nica esperanza:
se lamenta ante la faz de Yav: percibir El en
sus gemidos la voz del arrepentimiento y la con-
fesin de su culpa? Se compadecer de ella?
Nuestra poca, nuestra generacin comprende sin
dificultad los antiguos lamentos de Sin. Hemos
visto a los descendientes lejanos de esta desdichada,
a los judos de nuestros das, desaparecer en una
nube de exterminio que ahogaba hasta la misma
queja. Hemos tenido que contemplar con horror
cmo en Alemania gobernantes obcecados se cons-
tituyeron injustamente en vengadores de una culpa
que ellos impos como eran no podan de nin-
guna manera comprender. Al mismo tiempo hemos
visto tambin los caminos de dolor de otros pueblos
y los de nuestros propios hermanos: fugitivos sin
cuento, personas arrastradas lejos de sus hogares,
48
Lamentaciones, 1, 5; 1.
a
Lamentacin.
144
transplantada contra su voluntad, prisioneros, tor-
turados, deshonrados. Hemos visto nuestras ciuda-
des en llamas y en ruinas, nuestras viviendas asola-
das, nuestras iglesias profanadas y derruidas. Y ni
siquiera una sola vez hemos tenido la gracia de po-
der lamentarnos como Sin. Porque los hombres de
nuestros das han olvidado "quejarse" y "gloriarse",
porque, en una larga medida, han perdido a Dios.
El impo sufre y muere sin queja ni gloria; pues la
queja se queda delante de Dios, y la gloria glori-
fica a Dios. "Los himnos se marchitan en el cora-
zn de aquellos que no alaban a Dios" ". La queja
es tambin un himno, un himno de signo negativo,
pero, con todo, un himno: tambin la desgracia
que procede de la culpa alaba a Dios cuando reco-
noce su origen.
Habiendo pasado por tales experiencias hemos ad-
quirido, precisamente a travs de ellas, una com-
prensin enteramente nueva del antiguo lamento de
Sin. Ya no es slo el pueblo del profeta Jeremas,
ya no es slo la Jerusaln del tiempo de Jess los
que en las Lamentaciones de nuestras Tinieblas al-
zan sus quejas y provocan las de otros. Ahora, esta
afliccin sobre los muros de Sin crece, sobrepujando
el tiempo y penetrando en lo perdurable. Ahora,
esta ciudad derruida y desierta presenta mltiples
rostros. Son los deserta saeculorum, las "devastacio-
nes de los siglos" que desde ella nos miran fija-
" Agustn, In Psalmo 72, 6.
50
Isaas, 58, 12.
145
mente; viejos escombros, y en medio de ellos, al-
gunos que nos son conocidos casas queridas que
murieron demasiado pronto. Todava sigue lamen-
tndose Jerusaln, sigue lamentndose Jud; y se
lamentan tambin todos los pueblos y pocas, se
lamenta la humanidad entera. Nos lamentamos tam-
bin nosotros, y por todos nosotros se lamenta la
verdadera y eterna esposa, la que ha permanecido
fiel, la Ecclesia.
Se lamenta aqu y ahora, en las Tinieblas del
Jueves Santo, ante la faz de Dios, por los pecados
de la hija de Sin, por los pecados del mundo, y en
primer lugar por los pecados de todos sus hijos.
Ella, la Ecclesia de Dios, la iniciada en su misterioso
designio est sentada, en esta vigilia, sobre las
ruinas de los tiempos y llora el pecado de todos los
hombres. Llora por s y por sus hijos: llora tambin
por los que no tienen lgrimas, llora de misericordia
por stos que son los ms desgraciados: pero Hora
mucho mis todava por amor a Cristo, su Esposo.
Llora vindole esta noche postrado en el Huerto de
los Olivos, abandonado por los ms fieles de los
suyos, traicionado por su Apstol, cargado con los
pecados de Sin, con los pecados del mundo, y al
parecer abandonado hasta por el mismo Dios, su
Padre.
Este hombre abandonado en Getseman tambin se
lamenta, y no encuentra tampoco a nadie que le
consuele; y tambin l llora. No lloran sus ojos,
llora todo su cuerpo no lgrimas, sino sangre.
Gracias a esta sangre, es escuchado el lamento de la
146
luja de Sin s ahora no, al fin de los tiempos.
Gracias a esta sangre es escuchado el lamento de la
Iglesia ahora, en este instante. Y es escuchado
as: Dios, el Padre, toma los pecados del mundo y
los carga sobre el Hijo inocente; toma al inocente
cargado de pecados y venga en l los pecados de to-
dos los pecadores. As, el culpable es perdonado, y el
inocente, tentado. Tentado de retirarse; tentado de
intervenir en el plan de salvacin para librarse a s
mismo; tentado de dudar del fruto de su muerte,
porque sabe que el grano cae ciertamente en tierra
y muere, pero el germen amenaza de ser sofocado por
el pecado del mundo que est siempre retoando.
En esta noche, la Ecclesia se lamenta por este
inocente as tentado, padece con l; presta voz a su
afliccin en los Responsorios que siguen a las Lamen-
taciones. Hoy s que llevan este nombre con la ma-
yor razn: son la "respuesta" a la lamentacin de la
humanidad. La Pasin del Hijo es la respuesta del
Padre al grito de dolor de los pecadores atribulados;
pueden "descansar"
S1
en esta Pasin. Pues Cristo
"ha cargado con nuestros pecados, y padece por
nosotros; ha sido herido a causa de nuestras iniquida-
des. Con su sangre hemos sido curados. Verdadera-
mente, tom sobre s nuestra enfermedad y carg
con nuestros dolores" ".
Cfr. la meditacin sobre el Domingo de Ramos, pp.
29 s.
43
Cfr. Isaas, 53, 5 y 4; 3er. Responsorio de las La-
mentaciones.
147
LOS PENITENTES
As habran de reconocerlo llenos de gratitud, des-
pus de los nefitos, ante todo, los poenit entes, los
pecadores pblicos, a quienes en otro tiempo se les
volva a admitir en este da en la comunidad de!
Cuerpo de Cristo, en la Ecclesia. Al mismo tiempo
que de las penalidades de la penitencia quedaban
tambin verdaderamente libres del peso de la culpa
y, por el abandono del Seor, se convertan en "alle-
gados de Dios"
s3
. La prctica penitencial de la
Iglesia ha cambiado; ya no se exige la penitencia
pblica, y el Jueves Santo ha quedado empobrecido
en un rito que echamos de menos porque correspon-
da profundamente a la esencia de este da. Porque,
el que es tentado y da buena prueba de s en el
Huerto de los Olivos, se preocupa de aquellos que
son tentados y con frecuencia sucumben. Aun en
medio de su tristeza y de su angustia mortal mira a
los que estn amenazados: "Mi alma est triste has-
ta la muerte. Quedaos aqu y velad conmigo" ".
"Velad y orad, para que no caigis en la tentacin"
55
.
Y en las Lecciones de San Agustn, del segundo
Nocturno, vemos las manos del crucificado exten-
53
Pontificle Romanum, De reconciliatione poeniten-
tium, p. 343.
" Mateo, 26, 41; 2 Responsorio de las Lamentaciones.
55
Mateo, 26, 41; 1er. Responsorio de las Lamentacio-
nes.
didas hacia los pecadores: "El Seor... extenda sus
manos hacia un pueblo incrdulo y recalcitrante (a
la letra, contradicente); y, sin embargo, esperndolos
tambin a ellos, deca: 'Padre, perdnalos, porque
no saben lo que hacen' "
5
\ En el instante en que
se comete en l el mayor pecado del mundo, su mi-
rada busca a aquellos que han cometido este crimen,
para atraerlos tambin a s, como lo haba prometido
despus de su entrada en Jerusaln. Apenas comienza
a padecer, apenas comienza a correr su sangre, cuan-
do ya busca y encuentra corazones que purificar y
vivificar. Cuan eficazmente expresaba en otro tiem-
po el rito de la reconciliacin de los penitentes esta
amorosa actitud del Seor! Aun antes de que el
grano de trigo haya cado y muerto en la tierra, daba
ya, en la reincorporacin de los pecadores, su primer
hermoso fruto. El segundo maduraba en la noche de
Pascua: en la regeneracin de los nefitos. Auge-
mur regenerarais, crescimus reversis, dice la Ecclesia
en la reconciliacin de los penitentes, dichosa de la
doble cosecha de vida nacida de la nica muerte
fructfera; "aumentamos a causa de aquellos que
renacen; crecemos a causa de aquellos que retor-
nan
16
Agustn, In Psalmo 54, \2 (con citas de Isaas, 65,
2, Romanos, 10, 21, y Lucas, 23, 14).
" Pontificle Romanum, De reconciliatione poeniten-
tium, p. 341.
149
EL SEGUNDO NOCTURNO
Es como si esta visin de la salud nacida del de-
sastre de la muerte y del pecado, comunicara al des-
arrollo ulterior de las Tinieblas una tenue claridad,
una lucecita de esperanza. Ante todo, las Lecciones
de San Agustn, antes mencionadas un comentario
del Salmo 54 nos ensean a ver y a amar en los
pecadores a futuros hermanos, y reconocemos con
gozo que el mundo "ha sido domado por la cruz, no
hierro
Pero tambin en los salmos del segundo Nocturno
brilla ya la gloria cercana de la Resurreccin y de la
Exaltacin de Aquel que hoy entra en su Pasin. El
esplendor real de la soberana, de la soberana uni-
versal, domina el Salmo 71. El Salmo 72 discute
ante Dios y con Dios, en lenguaje de oracin, acerca
de la incomprensible, y para los justos escandalosa,
felicidad de los pecadores, encontrando la solucin
en estos versos casi pascuales: "T me has tomado
de la diestra, me gobiernas con tu consejo y al fin
me acogers en gloria" ". Aqu est en pocas pala-
bras toda la Pascua: el camino de la humillacin
extrema a la gloria. La Pasin no es descenso, sino
subida radiante, "ascensin" a la gloria del Padre ' .
5!
Agustn, o. c, 12 y 4.
59
Salmo 72, 24; cfr. Gradual del Domingo de Ramos,
Pascua anticipada.
60
Cfr. Lucas, 9, 51 en donde la Pasin, la Pascua del
Seor, estn claramente designadas como "ascensin"; a
150
As, pues, los dos Salmos tienen por contenido Cris-
to y su Pascua. Pero nada nos impide or tambin
en ellos la voz de la Iglesia, ya que ella participa
en los padecimientos y en la gloria de su Cabeza. Por
el contrario, el Salmo tercero (73) del segundo Noc-
turno parece imponer un nuevo retroceso a la alegra
que ya empezaba a florecer. Todo vuelve a ser en
l llamadas de auxilio y splicas de represalias. Sin
embargo, la imagen del Dios Creador, que brilla
inesperadamente en medio del Salmo, no deja nin-
guna duda sobre quin es el que en realidad tiene
todo en sus manos; de suerte que tampoco este canto
carece de una perspectiva luminosa.
JUDAS
Los Responsorios, al contrario, exhalan, de nuevo,
un dolor profundo. Antes era la culpa de Israel y de
Jerusaln, en definitiva, la de toda la humanidad
pecadora, la que abrumaba al suplicante del Huerto
de los Olivos; ahora esta multitud de pecadores y de
pecados se condensa en una sola persona y en un
solo acto, en <el pecador y en el pecado de este da:
Judas, el que traicion al Salvador. Una vez ms se
abre paso un dolor personalsimo de Jess: "Mi ami-
go me traicion con la seal del beso" ". "Uno de
mis discpulos me traicionar hoy". "El que mete
D
este propsito V. Odo Casel, Das christl. Festmysteriam
(1941), p. 69.
61
4. Responsorio de las Tinieblas (adaptacin libre).
151
conmigo la mano en el plato, me entregar en las
manos de los pecadores" "
s
.
Terrible "tradicin" la de esta noche! El cora-
zn de la Ecclesia tiembla tambin con el Seor a
la vista del amigo traidor. Tambin se aflije por el
hombre que sucumbi a tal tentacin en la mis-
ma noche en que Jess resisti al tentador hasta la
sangre. Vae illi per quera tradar ego, "ay de
aquel por quien ser entregado!", omos decir al
Seor. "Mejor le hubiera sido no haber nacido"
63
.
Y la Ecclesia suscribe: "Judas, psimo negocian-
te... Por unos cuantos denanos ha entregado el
Seor a los judos" ". La Iglesia queda aterrada
ante el misterio de esta culpa que segn el plan de
Dios tenia que darse "el Hijo del hombre se
va, como est escrito" "
5
pero que, no obstante,
constituye culpable a su autor. Erat autem nox
66
,
dice Juan con un doble sentido misterioso, cuando
cuenta que Judas sali del Cenculo, "era de no-
che". Noche del pecado, noche de la muerte, no-
che, ante todo, del inescrutable misterio de Dios
que encierra en su oscuridad la culpa y la redencin,
la traicin y la salud, entretejindolas inextricable-
mente. Ante esto, como ante toda accin misteriosa
de Dios, no le queda al hombre ms que la admi-
62
6." Responsorio de las Tinieblas (adaptacin libre).
63
Mateo, 26, 24; Marcos, 14, 21; Lucas, 22, 22; 6.
Responsorio de las Tinieblas.
" 5. Responsorio de las Tinieblas (adaptacin libre).
6S
Mateo, 26, 24.
" Juan, 13, 30.
152
racin silenciosa, la adoracin muda, el temblor
sagrado ante el "enteramente Otro".
As se comprende que, en realidad, slo el Ofi-
cio de la noche se acuerde de la suerte de Judas; la
misa vespertina, verdadera cumbre del da, no le
menciona ms que en la Oracin y eso fugazmente.
Ms a menudo y con mayor insistencia le nombra la
liturgia de Miln, en su misa de este da. No
slo ordena leer el relato de la Pasin hasta la ne-
gacin de Pedro incluidos, por tanto, la ltima
Cena, la designacin del traidor y el beso de Judas
en el Huerto, sino que, adems, inmediatamente
antes de esta lectura tan propia del da, inserta dos-
cantos tomados del Evangelio " que ambos a dos
se refieren al prendimiento y aaden a la citacin
literal de la Escritura una conclusin casi idntica:
Traditis ad cmcifigendum, tradis ad cmcifigendum.
El segundo texto contiene el breve relato del beso
de Judas y la pregunta del Seor invitndole al
arrepentimiento: "Judas, con un beso entregas
al Hijo del hombre?" Todava resulta ms emocio-
nante cuando, despus de la lectura de la Pasin,
se canta, a manera de Antfona, la bella oracin para
la Comunin de la Iglesia griega: "Hijo de Dios,
t me admites hoy como comensal en tu maravillosa
Cena. Yo no entregar tu Misterio a tus enemigos;
yo no te dar un beso como Judas, sino que, como
el buen ladrn, confesndote, digo: Acurdate de
m, Seor, en tu reino." As, una de las dos "tra-
67
Marcos, 14, 49 y Lucas, 22, 47 s.
153
diciones", la mala, tiene en esta Liturgia un acento
ms marcado que en la romana con lo cual resalta
tanto ms agudamente la tajante oposicin de ambas
tradiciones, la desgarradora tensin entre la "tra-
dicin" del amor de Dios y la del odio del hombre.
EL TERCER NOCTURNO
La liturgia romana, por el contrario, despus del
segundo nocturno, se orienta ms resueltamente ha-
cia la gran "tradicin" del Misterio. Leemos, repar-
tido en dos lecciones, el relato de la Cena de la
Primera Carta a los Corintios, que sirve tambin de
Epstola en la misa vespertina de este da, en la
que ocupa un lugar importante como recuerdo li-
teral de la "Tradicin del Misterio". Como novena
leccin de las Tenebrae figuran los versculos si-
guientes de la Primera Carta a los Corintios con la
advertencia sobre la recepcin indigna del Misterio
de la Cena Sacramental. As est puesto de relieve,
con severa gravedad, el pensamiento del Juicio en
que incurre aquel que la recibe indignamente, el
traidor a una tan amorosa "tradicin".
Aqu apunta una vez ms la cercana de Judas
a quien se mencionar en el octavo Responsorio y
precisamente en una advertencia del Seor a los
dems Apstoles (y en ellos, tambin a nosotros).
Judas es propuesto a la inercia de los buenos como
un ejemplo de celo: "As, no habis podido velar
una hora conmigo, vosotros que me habais prome-
154
tido morir por m? No veis a Judas cmo no
duerme, sino que corre a entregarme a los judos?
Por qu dorms? Velad y orad, para que no cai-
gis en la tentacin"
6S
. Palabras graves del Seor,
pero al mismo tiempo muy ntimas y directas, a la
manera profunda de muchas frmulas griegas e ins-
piradas sin duda por ellas. Podran servir de exhor-
tacin en todas las velas nocturnas.
La proximidad del Juicio, sentida en todas las
Vigilias, porque en todas se espera en vela al Seor
y su ltima venida, se percibe claramente en este
Responsorio as como en las Lecciones. La impre-
sin se hace todava ms fuerte en los tres Salmos del
tercer Nocturno. Todos ellos contemplan al Seor
como Juez, en pleno acuerdo con la Pascua de cuyo
comienzo inmediato dice el Seor: "El prncipe de
este mundo est ya juzgado"
M
. El cadver del Hijo
de Dios en la cruz lo atestigua: Dios ha juzgado.
Ha juzgado el pecado del mundo y lo ha vengado
en su Hijo hecho hombre.
" Adaptacin libre de Mateo, 26, 40 y Lucas, 22, 46,
sin duda siguiendo una versin griega. Cfr. Karl Kastner,
Praktischer Brevierkommentar (1923) I, p. 225 y la biblio-
grafa contenida en esta obra.
" Juan, 16, 11.
155
LOS LAUDES
As termina el Oficio de la noche. Trasladado por
el Nuevo Ordo de la Vspera por la tarde a las
primeras horas de la maana o a las ltimas de la
noche
7
, da paso con los Laudes a uno de los das
ms plenos, ms ricos en bienes de salvacin de la
Semana Santa. Son los Laudes habituales de las
ferias de Cuaresma que hoy, enriquecidos con una
Antfona, presentan un aspecto enteramente nuevo
y estn del todo marcados con el sello del da. Una
vez ms vuelve a dirigirse nuestra mirada a la "do-
ble traditio": La A'ntfona del Benedictus habla
del traidor; la Antfona del Cntico de Moiss, en
cambio, se refiere con la bella expresin refectio sanc-
ta, a la Cena Domini que, como verdadera cumbre
del da, nos espera en la Misa de la tarde.
70
Mane, hora competenti, dice el Ordo acerca de la
hora del Oficio. Si por hora competens se entiende la que
"corresponde" a la esencia de las Tinieblas, sta no puede
ser otra que la noche, las ultimas horas de la noche, de
suerte que el ltimo cirio (el que no ha sido apagado) del
Tringulo junt su luz a la del alba, y el Benedictus sea
cantado, como de ordinario, al salir el sol (mane). Cfr. Bug-
nini-Braga, o. c, p. 84, nota 2.
156
LA LITURGIA DEL DA
Es un irse acercando en fiesta a lo largo del da
hasta la tarde, aunque para la mayor parte de los
fieles slo el trabajo de los das laborales llene las
largas horas. Pero nada impide, aun en medio del
trabajo, mantener vivo el deseo del corazn que an-
hela la llegada de la tarde en la que hemos de re-
cibir de las manos del Seor la grande, la santa "Tra-
dicin", el Misterio perenne, la Liturgia perpetua
del Sacrificio y de la Cena, por la que el Hijo de
Dios hecho hombre quiso convertir en presencia
continua la obra de nuestra Redencin. Cmo po-
dra ser nuestro deseo menor que el del Seor mismo
a quien una semana,antes ya oamos decir: Deside-
rio desideravi hoc Pascha manducare vobiscum, an-
tequam patiar, "ardientemente he deseado comer
esta Pascua con vosotros antes de padecer"? ". Le
urga, aun antes de que su sacrificio vivificante fuera
consumado en el tiempo, darle continuidad y esta-
bilidad en el Misterio. La puerta de la Redencin,
una vez abierta, ya no deba cerrarse nunca; la
fuente de la sangre y del agua viva, una vez desata-
da, deba correr por todas las generaciones y todos
los tiempos. Y deba estar en la mano del hombre
mismo el poder abrir diariamente la puerta, el dejar
correr diariamente la fuente; del hombte, es decir,
71
Lucas, 22, 15. Cfr. p. 124, nota 14.
157
de la Iglesia, esa comunidad de los elegidos y cre-
yentes. En ella corresponde a los sacerdotes la pa-
labra y la accin que obran la presencia continua de
la salud de la cruz, pero a esto contribuye no menos
la fe y la receptividad de los dems fieles.
Esta tradicin vespertina del Jueves Santo y el
ardiente deseo de ella que dura desde la maana
hasta la tarde y que aumenta de hora en hora, bas-
tara para hacer de este da "el gran y santo quin-
to" ", como le llamaban los griegos rico y pleno
de salud como ningn otro fuera de la Pascua, de la
que es una parte. Pero todava es mayor su pleni-
tud sacramental. El Sacramentarium Geiasianum con-
tiene adems de la misa vespertina de la Cena Do-
mini que celebra el principal Misterio del da, la
"tradicin" del Sacrificio y de la Cena eucarsticos,
otras dos misas para la maana de este da, una de
las cuales incluye la readmisin de los penitentes
pblicos, y la otra la consagracin de los santos leos.
Demasiadas celebraciones y ritos, en un da, podra
pensarse; una acumulacin de acciones cultuales que
significa para todo el que asiste a ellas, por grande
que sea su fe y su buena disposicin, una cierta so-
brecarga, pudiendo hacer difcil una participacin
verdaderamente intensa. Con todo, esta preocupacin
desaparece si nos damos cuenta de que todas las
gracias del Jueves Santo el perdn de sus pecados
a los penitentes, la virtud divina (el Espritu de Cris-
Hay que aadir la palabra griega -(xpa. = da (en
latn, feria), de ah "la quinta".
158
to) en los santos leos y, en primer lugar, el sacri-
ficio vivificador de Cristo bajo las especies simblicas
de pan y de vino, que todos estos Sacramentos y
sacramentales son "mstenos pascuales", sacramenta
paschalia, todos brotan de una misma fuente, la
Pascba Domini, todos tienen su origen en la noche
de Pascua. En realidad, todos deberan ser celebra-
dos y recibidos en esta noche madre de los misterios,
en la que corre sangre de Cristo y el Espritu de
Cristo es libre de soplar donde quiere; en la que
muere la vida temporal de Cristo para que pueda flo-
recer y comunicarse a todos la eterna. La noche de
Pascua ha cedido muchas de sus riquezas a los das
anteriores, en particular al Jueves Santo; pero todo
permanece, no obstante, en ella como en su origen,
todo refluye derechamente a ella.
LA RECONCILIACIN DE LOS PENITENTES
Esto se aplica en primer lugar a la reconciliacin
de los penitentes. Por desgracia, como ya se ha dicho,
ya no est en uso el hermoso rito de esta santa accin,
dado que la penitencia privada ha sustituido a la pe-
nitencia pblica. Es una pena; porque nada podra
ofrecer una representacin ms clara del retorno pas-
cual del hombre al Paraso de la sociedad de Dios
como la vista de los penitentes: cmo esperan con
los pies desnudos,, miserables, andrajosos, con cirios
apagados en sus manos en el atrio de la Iglesia,
cmo despus el arcediano se los encenda y por fin
159
se acercaba a ellos el Obispo y coga al primero por
la mano, ste al segundo, el segundo al tercero y as
sucesivamente hasta que toda la fila, conducida por
el Obispo, iba entrando en la Iglesia como una
ronda luminosa imagen simblica del retorno pas-
cual de Cristo al Padre a quien El conduce los re-
dimidos como trofeo de victoria y don de gratitud.
Pero, aunque esta celebracin ya no pueda llenarnos
de gozo, es posible no obstante salvaguardar su sus-
tancia aun hoy da. No somos todos pecadores, que
tienen necesidad de penitencia, y no manifestamos
sta voluntariamente cuando el mircoles de Ceniza
recibimos la ceniza bendecida sobre nuestras cabezas?
As, es conveniente que, si no hoy, en uno de estos
das que preceden a la Pascua, nos esforcemos por
reconciliarnos con Dios y por ser recibidos de nuevo
en la Iglesia, aunque sea slo en la esfera de la con-
fesin individual privada, la nica posible hoy da.
Esta tampoco carece del todo de publicidad, ya que
tiene lugar en la Iglesia en donde los dems fieles, si
no nos oyen, al menos nos ven acercarnos al tribunal
de la penitencia. En todo caso, para aquellos a quie-
nes, en el Jueves Santo, fuese posible meditar sobre
el viejo rito de la reconciliacin de los penitentes ",
reconciliarse con Dios y satisfacer por la confesin y
la penitencia a la Ecclesia, contra la cual se peca no
73
Para el Rito de la reconciliacin de los penitentes,
cfr. el Pontificale Romanum, pp. 339-351; para la misa, el
Sacramentarmm Gelasianum, PL 74, 1095-1099; V. ade-
ms, Pierre Jounel, Le jeudi saint "La Maison-Dieu",
n. 41 (1955), pp. 35-39.
160
menos que contra Dios, habran aprovechado bien
este da lleno de esperanza y se habran preparado
convenientemente a la Cena Dornini vespertina.
Porque el vivo deseo de comer la Pascua con el Se-
or no es autntico ms que cuando nosotros, los
culpables, participamos en su voluntad de peniten-
cia y de expiacin que a El, inocente, le condujo a
la Cruz. El as purificado podr sentarse con mayor
confianza a la santa mesa del Seor y or con mayor
razn las palabras de Jess en el Evangelio de la
misa vespertina: "El que se ha baado no necesita
lavarse, est todo limpio"
7
\
MISSA CHRISMATIS Y BENDICIN DE LOS LEOS
A pesar de su seriedad, el rito de la reconciliacin
de los penitentes y lo que hoy ocupa su lugar, la pe-
nitencia y la conversin individuales, tienen un ca-
rcter de alegra pascual; la reincorporacin de los
convertidos encierra, en efecto, una primicia de los
frutos gloriosos de la Pascua. Pero la solemnidad, la
alegra, el resplandor pascual son todava ms pro-
pios de la segunda (hoy nica) misa de la maana del
Jueves Santo, la antigua Missa chrismalis o Chrisma-
tis que nos ha devuelto el Ordo instauratus. El mero
hecho de que la consagracin de los leos y, por con-
siguiente, la misa en la que sta tiene lugar, sea
celebrada por el Obispo, la da un carcter de fiesta
que es acentuado adems por el numeroso squito
71
Juan, 13, 10; Evangelio de la misa vespertina del
Jueves Santo.
11
161
del Pontfice. Doce sacerdotes, siete diconos y siete
subdiconos, todos con ornamentos blancos de da
de fiesta, por no hablar de los ministri de rango in-
ferior, acompaan al Obispo al Altar. En cabeza,
entre dos ceroferarios, va un turiferario con el incen-
sario. Le siguen, de dos en dos, los subdiconos,
despus los diconos, los sacerdotes, un subdicono
con el libro del Evangelio, y por ltimo el Obispo
entre los dos cannigos ms dignos de su Iglesia; un
cortejo imponente de verdad, que puede darnos una
primera impresin fugaz de la grandeza y de la sig-
nificacin de lo que va a suceder.
Por de pronto, el Santo Sacrificio sigue su curso
habitual hasta la frmula de bendicin, hacia el fin
del Canon, que en otro tiempo era pronunciada so-
bre las ofrendas de los fieles: "Por El (Jesucristo), oh
Seor, creas todos estos dones, los santificas, los vivi-
ficas, los bendices y nos los das." Entonces, se hace
una pausa en el desarrollo de la accin santa: el Obis-
po se dispone a consagrar los leos. El momento est
bien escogido: el aceite pertenece tambin a los dones
buenos de Dios que el pueblo ofrece para el servicio
del Altar y que eran bendecidos con la oracin Per
quem. Los cantos, oraciones y lecturas de la misa
han preparado la consagracin. Una parte de estos
textos se remonta a una venerable antigedad:
s
as,
ante todo, el Prefacio " y las oraciones, que se en-
cuentran ya en el Gelasiano. Los cantos y las lec-
" Cfr. Sacramentarium Gelasianum, PL 74, 1099-1102.
" Ibid., 1099. Cuando la Missa Chrismatis cay en
desuso fue incluido en el Prefacio de la bendicin de los
162
turas son, por el contrario, recientes. Una cuidadosa
y consciente eleccin, caracterstica de los nuevos for-
mularios de misa, ha reunido muchos pasajes de los
libros del Antiguo y Nuevo Testamento acerca del
leo y de la uncin sagrada. Pero tampoco faltan en-
tre stos, textos de carcter ms bien histrico-na-
rrativo, referencias a la Salud de Dios escondida en el
smbolo del leo sagrado y operante en la uncin
sacramental.
En la Antfona del Introito, a la entrada del Obis-
po, se alza la voz de Dios desde el Antiguo Testa-
mento y ordena a Moiss: "Haz un aceite para la
uncin sagrada y habla a los hijos de Israel: Ese
ser el leo de la uncin sagrada para m de genera-
cin en generacin" ". As que ya entonces puso el
Seor la mano sobre su criatura, el aceite, y, adems
de sus cualidades naturales, la dot con virtudes
celestes, para que en las manos de los profetas sirviera
a sus santos fines. De la abundancia de aceite que
los hombres cosechan del fruto del olivo y extraen en
el trujal, se reserv Dios una parte que no habra
de servir ms que para ungir la tienda y el arca de la
Alianza, el altar con todos los utensilios del santua-
rio y en primer lugar a Aarn, el Sumo Sacerdote, y
a los dems sacerdotes "santificndoles" para el Se-
or. Dios indic al detalle cmo haba que mezclar
este aceite. Nadie podra tratar de imitar esta mezcla
para usarla en la vida ordinaria (despus del bao, en
leos, de donde ha sido sacado y trasladado de nuevo a su
verdadero sitio como Prefacio de la misa.
" xodo, 30, 25 y 31.
163
las fiestas), si no quera incurrir en la clera venga-
tiva de Yav. As, la Antigua Alianza tena ya su
leo santo con el cual eran ungidos los reyes y sacer-
dotes de Israel quedando consagrados al Seor y sus-
trados a todo contacto profano. De este leo de un-
cin de entonces Dios, con sabia previsin, hizo una
imagen de un don y de una gracia futura, una imagen
de la vida y del espritu divinos que, en la plenitud
de los tiempos El quera derramar como un torrente
de leo celeste " sobre los hombres para hacer de
ellos sus reyes y sacerdotes.
No es una casualidad la unin de la Antfona con
el Salmo 88 en el que Dios por medio del profeta-
cantor dice: "He hallado a David, mi siervo; lo he
ungido con mi leo consagrado" ". La Iglesia, ani-
mada ella tambin de espritu proftico, contempla
los tiempos y las generaciones en una nica imagen
de eleccin y consagracin divina: el leo de Moiss,
siglos ms tarde, unge a David como rey, y en David
unge Dios mismo, por una misteriosa anticipacin,
al futuro rey y Sumo Sacerdote de la Nueva Alian-
za, a su Hijo y Cristo, el "Ungido" por excelencia,
a cuius nomine santo Chrisma nomen accsit, "de
cuyo santo nombre recibi el suyo el Crisma"
M
. Y
con el nombre, la esencia: la virtud salvadora, y san-
tificadora, el Pneuma de Cristo, que sobrepuja infi-
nitamente todas las virtudes naturales del leo y
extiende al hombre interior su accin refrescante,
78
Cfr. la Meditacin sobre el Lunes Santo.
7
* Salmo 88, 21.
10
Pontificle Romanttm, Benedictio Chrismatis, p. 361.
164
fortificante y curativa en el mbito corporal. As
resulta de la "criatura leo" "un Sacramento de sa-
lud y de vida perfectas" ", un smbolo lleno de Cris-
to que en los renacidos del agua y del Espritu
Santo consume toda "corrupcin del primer nacimien-
to", los unge como "sacerdotes, reyes, profetas y mr-
tires"
M
, hace de cada uno de ellos un templo per-
fumado de vida y de inocencia, un "participante de
la v:da eterna (es decir, divina)" y "un co-heredero de
la gloria celestial"
M
.
De esta maravilla, que transforma una creatura
bienhechora en un sacramento que consagra y san-
tifica, habla no slo el gran Prefacio de la bendicin
del Crisma, al que acabamos de citar abundante-
mente. De ella dan testimonio tambin todas las
lecciones y oraciones de la Missa Chrismatis y la
celebran todos sus cantos. En el Gradual se entrete-
jen hermosamente la alegra del alivio corporal y de
la uncin espiritual. Los versos profticos del Sal-
mista, que son en primer lugar un sencillo cntico
de accin de gracias por la buena creatura, aceite que
hace florecer la carne del hombre " y exultar de
" Ibid.
82
Ibid,
" Ibid., p. 362.
84
Lstima que la nueva versin del Salmo no haya
podido mantener aqu el giro concreto de la versin anti-
gua, que, en vez de iodo, deca: reflomit caro mea "mi
carne ha vuelto a florecer" (Salmo 27, 7). Y, en el verso
siguiente, christi, en vez de uncti, deca ms y descubra
inmediatamente, incluso a quien desconociera la lengua, la
relacin entre crisma y Cristo.
165
jbilo su corazn ante el dador de todo bien, son al
mismo tiempo una verdadera Eucharistia por el sa-
cramento de la uncin celestial, en la que Dios se
hace la "fuerza" de su "pueblo", la Ecclesia, y el
protector de su Cristo. Pero en el canto del Ofertorio
el profeta-cantor y con l la Ecclesia, la Profetisa de
la Nueva Alianza, se muestran arrebatados por la
visin que Dios les presenta del misterio del leo
santo y de la uncin celeste. Dirigindose de igual
manera a Cristo y al cristiano, trata de expresar el
misterio en pocas palabras: "Amas la justicia y abo-
rreces la iniquidad; por eso Dios, tu Dios, te ha un-
gido con el leo de la alegra" "
5
. Lo que quiere de-
cir: por este "amor" y por este "odio", oh Cristo!
has satisfecho a la Justicia divina en la Cruz y has
expiado en tu sangre la "iniquidad" del pecado. Por
eso Dios, "tu Dios", o sea el Padre, te ha ungido
con el "leo de la alegra, es decir, con la alegra de
la nueva vida nacida de la Cruz, con el Pneuma de la
Resurreccin. En ti, Cristo, cada uno de tus miem-
bros, todo cristiano sabe amar y odiar como T, por
tu amor y por tu odio, vivir y morir por la justicia
de Dios, y con este testimonio de la muerte vencer
la iniquidad Satn y el pecado del mundo-. Con
el Pneuma de Cristo, que El, el protomrtir, ha con-
seguido por su Cruz y por su muerte, con este "leo
de la alegra" derramado de la mano del Padre, es
ungido tambin el cristiano como mrtir, es decir,
es llamado y fortalecido para testigo de la Justicia
y contra la iniquidad.
" Salmo 44, 8; Ofertorio.
166
Con esto, el Misterio de la uncin sacramental en
el Bautismo y en la Confirmacin, en el Orden y en
la Extremauncin, queda comprendido y expresado
en toda su profundidad. nicamente, el Prefacio (de
la misa y de la bendicin), en su lenguaje neotesta-
mentano ms claro y en su forma de expresin cris-
tiano-sacramental, va ms lejos todava. Al lado de
estas expresiones tan densas y enrgicas, los textos
de ndole ms histrico-narrativa de la misa Eps-
tola, Evangelio y Comunin tienen menos peso.
Con todo, no deja de ser significativo que ya los
Apstoles curaran los enfermos por medio de una
uncin "en el nombre del Seor" ". "En el nombre
del Seor", esto es lo importante. El nombre de Cris-
to, el Ungido, que por el don de su sangre
87
ha
conseguido el "leo de uncin" invisible a los ojos del
cuerpo, el Pneuma santo, convierte el leo natural en
dador de la gracia celeste que nos renueva segn el
hombre interior {mentibus) y nos traslada de lo an-
tiguo a lo nuevo
8S
, realizando por tanto en nosotros
una obra verdaderamente pascual. As, tanto por su
accin como por su origen, el sacramento de la un-
cin se muestra como un Misterio de vida nacido de
la muerte de Cristo, como un verdadero fruto de la
Pascua. Al mismo tiempo, el autor de este Misterio
junto con su Pneuma parecen tan compenetrados
con el Sacramento, que se comprende la actitud del
" Santiago, 5, 14; Epstola.
17
"Da sangre y recibe Pneuma", reza un antiguo pro-
verbio monstico.
" Cfr. la Postcomunin de la Missa Chrismatis.
167
ms profundo respeto y de fe viva con la cual, durante
la accin consecratona, Obispos, Sacerdotes y Dico-
nos saludan y veneran al leo exorcizado y consa-
grado, casi como a una persona: Ave, sanctum Chris-
ma\ Ave, sanctum oleum\ ". En el fondo, es el
mismo Cristo a quien invocan y ante quien doblan
la rodilla. Sera de desear que, siguiendo el ejemplo
de los catlicos franceses, todos los aos pudieran
algunos fieles de cada parroquia hacer el viaje a la
ciudad episcopal, para asistir all a la consagracin de
los santos leos y recibirlos en nombre de su comu-
nidad a la que se los entregaran solemnemente
para que, tambin ella, pudiera ensalzar los Sacra-
menta paschalia saludndolos con el Ave de la fe y
y del amor *.
EXEMPLUM CARITATIS
Una vez que la consagracin del leo de la Missa
Chrismatis ha dado a la maana del Jueves Santo
un resplandor verdaderamente paradisaco, un hlito
de frescura primaveral y joven ", todo est preparado
Ponlificale Romanum, o. c, p. 362 y 364.
Cfr. Pierre Herbin, Note sur la route des saintes
Huiles, "La Maison-Dieu", n. 19 (1950), pp. 115 ss.; Jean-
Baptiste Molin, La route des sainles Huiles, Ibid. n. 41
(1955), pp. 64-68; Louis Bouyer, Le jeudi de la Cene, Ibid.
n. 45 (1956), p. 51.
No habra que interpretar "Grndonnerstag" ms
bien como dies viridium, da del "reverdecer" y de los "re-
verdecidos", es decir, de los renovados en la santa savia de
168
para la reunin vespertina de la Cena. Esta cierta-
mente no puede eliminar el recuerdo de la malvada
"tradicin" para la muerte, pero ms bien gozar
con la alegra de la buena "tradicin" del sacrificio
vivificante de donde brotan todos los dones y gra-
cias pascuales. As, desde el comienzo de este Oficio
de la tarde est presente el alegre gloriarse en la
Cruz de Cristo
92
; pero en su continuacin lo est el
exem-plum ", el gran "ejemplo" del lavatorio de los
fies, en el cual el gape de Dios muestra de lo que
es capaz: de hacerse hombre y de lavar los pies de
sus criaturas, es decir, tomar sobre s el lodo de sus
pecados y llevarlo a la cruz para que desaparezca en
el fuego de un holocausto perfecto; en fin, en el
centro de la misa, el Misterio en el que se realiza
lo que prometa el exemplum : la muerte de Dios
para vida del mundo.
EUCHARISTIA
Un resplandor clido y solemne envuelve el atar-
decer del Jueves Santo. Cosas, lugares, sucesos que
en la vida ordinaria se nos hacen cercanos y entraa-
la juventud (lo que, en primer lugar, puede referirse a los
penitentes que han sido recibidos de nuevo, pero tambin
anticipando la noche pascual a los ungidos con el leo
consagrado hoy, a los nefitos), y no como da del "llanto"
(de "gronen", "gruen", en dialecto bvaro = llorar) y de
la tristeza? Cfr. a este propsito Eisenhofer, o. c, pp. 513 s.
y Bugnini-Braga, o. c., p. 67.
'
2
Cfr. Glatas, 6, 14; Introito de la misa vespertina.
" Cfr. lun, 13, 15; Comunin de la misa vespertina.
169
bles, tranquilos y alegres, dichosos y tonificantes,
aparecen en este atardecer sublimados a lo santo y a
lo divino, ganando as una altura y una gloria que
al mismo tiempo nos encanta y nos estremece, que
lo mismo nos hacen penetrar en lo ms hondo de
nuestro interior como nos transporta infinitamente
lejos de nosotros mismos. Esa es la casa al atardecer,
con su cenculo iluminado: la Iglesia en la hora de
la misa vespertina. Est la mesa puesta con copas y
platos: el Altar. Esa es la cena: pan y vino. Ah
estn las luces y cantos. Ese es el Seor de la casa
con una escogida servidumbre, todos en hbitos de
fiesta: el celebrante con los ministros del Altar. Hay
una numerosa concurrencia de invitados: hombres,
mujeres y nios: la comunidad de los fieles. Todos
se conocen y se aman y el anfitrin va de uno a otro
para lavar los pies de sus invitados. Entonces se
renen los cantores y cantan el himno: Ubi caritas
et amor, Deus ibi est, "donde est la caridad y el
amor, all est Dios" ". Una presencia est en la
sala y abraza a todos ms estrechamente que los mu-
ros de la casa. Nadie sabe quin ha llevado el pri-
" Este himno, del que el misal actual no contiene ms
que tres estrofas, parece haber sido compuesto, segn Dre-
ves, en Francia, segn Wilmart, en Vcrona, pero, en todo
caso, en el siglo ix, probablemente en un ambiente mons-
tico en donde estaba en uso el lavatorio de los pies una
vez por semana. Cfr. Guido M. Dreves, Litargische Hym-
nen des Mittelalters, "Anal, hymn." XII, pp. 24-26, y An-
dr Wilmart, Auteurs spirituels et textes dvots du Moyen
Age latn (1932), p. 26-36, cit. por Bugnini-Braga, o. c,
P
. 75.
170
mero la mano a la comida. Pero ahora hay uno que
da gracias y todos comen de una misma fuente de
oro el mismo blanco pan. Y hay una alegra y una
paz y un dichoso estar juntos, aunque todos saben
que uno ha de morir para que exista esta fiesta;
aunque todos sienten al entrar en la sala un temblor
helado; uno ha salido y maquina la traicin. Pero la
fiesta no se interrumpe, y permanece el calor de la
intimidad; pues "la vida" es ms fuerte que la muer-
te. De su muerte hace "la fiesta anual del mundo" ",
y si muere ahora es slo para poder darse en alimen-
t o: alimento y festn, vida y bienaventuranza a pe-
sar de la traicin y de la muerte.
Y la fiesta dura hasta entrada la noche. Es verdad
que se quita la mesa despus de haberse terminado
la cena. Pero esto no es ningn motivo de tristeza
ni de afliccin. Ha sido siempre costumbre as en la
Iglesia de Dios como en toda buena casa, quitar
la mesa despus de la comida. Uno no ha de pensar
por eso en la muerte que arrebata y despoja al hom-
bre, ni en el abandono del moribundo, ni en la huida
de los discpulos, ni en la desnudez de Cristo en la
Cruz " ; pues el Seor permanece viviente entre nos-
otros. Ni tampoco debe desconcertarnos el que sean
,5
Ambrosio, De excesstt fratrs sui Satyri, 2, 46.
" As se acostumbraba a explicar, simblicamente, en
la Edad Media y hasta los tiempos modernos, la denudalio
altaris del Jueves y Viernes Santo. Ya se haba olvidado
o se haba dejado de tener en cuenta que en la antigedad
cristiana se despojaba el Altar despus de cada celebracin
litrgica.
171
retirados del Altar los restos de la Santa Cena y se
guarden en otro sitio de la casa de Dios para el da
siguiente. Esto no es un entierro del Seor, y el
lugar en que es encerrado no es una tumba que se
haya de visitar y junto a la cual se haya de hacer
guardia durante la noche. Porque, una vez ms:
el Seor viene, y el pan sagrado, que es su Cuerpo,
vive tambin y da vida; y todo esto es motivo de
alegra y de accin de gracias. En esta noche, cier-
tamente se puede y se debe dar gracias al "autor del
sacrificio" " y dispensador de los Misterios. Sabo-
rear la cena y dar gracias por la santa "tradicin"
en esto puede consistir la "sobremesa" de la Cena
Domini, y los que aman a Dios la prolongarn tal
vez hasta la medianoche ".
Pero entonces surge algo nuevo.
" Cfr. Missale Ambrosianttm, liturgia del Jueves San-
to (da sacrificio aactorem suum).
" Es la intencin de la Iglesia que el traslado del Sa-
cramento, que no es ms que un acto necesario y que en
otro tiempo se haca sencillamente y sin ornato, se lleve
a cabo tambin hoy dignamente, aunque sin pompa espe-
cial, y que la adoracin no se prolongue demasiado; sobre
todo, que no se la considere como una "visita al Sepulcro",
lo que es contrario a la realidad. Cfr. Joachim Kettel, Zur
Liturgie des Griindonnerstags, "Liturg. Jb." 3 (1953), pp. 60-
74; y Bugnini-Braga, o. c, pp. 79-82.
172
CON CRISTO EN LA CRUZ
VIERNES SANTO
Ya pas el da cuyo "centro y corazn"
1
fue la
Cena del Seor, y comienza otro en cuya cumbre
est la Cruz. Dies amaritudinis, lo llama San Am-
brosio "da de amargura"
2
. Escalofros de muerte
flotan en la noche que todava le envuelve. Estamos
como en tierra de nadie, entre dos das, uno de los
cuales nos comunica todava su calor, mientras el
otro comienza ya a llenarnos de fro y de espanto.
Erat autem nox
s
, omos decir a Juan. No es la pri-
mera vez en esta semana. Estas palabras nos han
acompaado continuamente. Pero es como si hoy por
vez primera nos descubrieran todo su sentido. "Era
de noche", cuando Judas sali para traicionar a su
Maestro; cuando Jess sali a inmolarse por nos-
otros. Era de noche, y ahora lo es; estamos en medio
de ella. Noche antes del "da de la amargura". Se aca-
b el resplandor de la tarde iluminada, la alegra de
la cena, la clida intimidad de la casa. Se acab la
cercana de los amigos y la santa comunidad de los
hermanos. Noche del Seor antes de su Pasin:
1
Bugnini-Braga, o. c, p. 79.
2
Epstola 23, 12.
s
]uan, 13, 30.
175
oscuridad y angustia de muerte, traicin y prendi-
miento, negacin y huida. Despus, al romper el da,
juicio y condenacin; ms tarde, durante la larga
maana y el caluroso medioda, la amarga Pasin;
por ltimo, cuando est el sol en su cnit, la muerte
en la Cruz. Dies amaritudinis, da de amargura para
la santa Iglesia que recorre el camino pascual de su
Seor junto con El. La tarde anterior se ha sentado
con El a la mesa y ha comido del sacrificio que El
anticip de una manera mstico-simblica; ahora no
vacila en entrar con l en la cruenta realidad de este
sacrificio. Es de noche, y la Ecclesia se prepara para
hacer guardia mientras el Seor sale al paso a su
hora .
LAS TINIEBLAS
De nuevo recurre la Iglesia a los Salmos de Da-
vid, a las Lamentationes ]eremiae. La segunda noche
de las Tinieblas ha comenzado, y la oscuridad pa-
rece haber aumentado todava. Tambin hoy relam-
paguean aqu y all los resplandores de la Resurrec-
cin, pero son vueltos a absorber por las tinieblas
ms rpidamente an. Como en la pasada noche, la
impresin ms desoladora la produce la queja del
Profeta sobre la desdichada Sin. Un cuadro de des-
truccin y de ruina tal como nos es conocida por
una amarga experiencia propia: muros cados, puer-
tas derribadas, cerrojos partidos "el antemural est
176
en duelo" '. La ciudad y sus habitantes estn fuera
de la ley; todos pueden entrar en ella, el ladrn y
el asesino; ya no hay segundad ninguna, ni ex-
terior ni interior: Non est lex, "ya no hay ley"
5
. Re-
suena como un clamor: ya no hay ley lo que sig-
nifica el caos, la anarqua. Cuando, junto con la
fortificacin exterior cede la unidad interior, y con
el orden civil se disuelve tambin el orden superior,
divino, entonces todo est perdido. Y, que lex sig-
nifica aqu orden divino es obvio tratndose de un
libro del Antiguo Testamento. La ley bajo la cual
estaba Jud era Yav, nica y exclusivamente El, sus
mandamientos. Adems, en este pasaje, junto con
la ley se nombra a los Profetas: stos ya no tienen
visiones
6
.
La desorganizacin es completa, pues falta adems
un gobierno humano. El rey y los prncipes del reino
estn lejos, prisioneros de los gentiles. Los venerables
ancianos estn sentados en saco y ceniza, sin fuerza
para la salvacin del pueblo. Las vrgenes pasan sus
das llorando tristemente \ La miseria crece y el
hambre aumenta en el pas asolado y saqueado. Ni -
os y lactantes expiran sobre el pecho agotado de su
madre. En las calles de la ciudad yace marchita y
muerta de sed la vida tierna y joven. El Profeta mira
desconsolado a su pas, a su pueblo, a su ciudad:
* Lamentaciones, 2, 8; 1.
a
Leccin de las Tinieblas del
Viernes Santo.
5
Ibid., 2, 9.
' Ibid.
' Ibid., 2, 10.
12
177
"a quin te comparar, hija de Jerusaln?, cmo
te consolar, virgen hija de Sin? Grande como el
mar es tu afliccin quin te sanar?" ". Falsos
profetas, que hablaban para halagar al pueblo, han
hecho llegar las cosas a ese estado. Ahora los enemi-
gos se ren del pueblo de Yav, se burlan de la ciu-
dad que era, en otro tiempo, la "alegra del mundo" *.
La afliccin del Profeta es tan grande que, en una
nueva lamentacin se identifica enteramente con
aquellos por quienes llora, confundido totalmente con
su pueblo. Ahora es l mismo la ciudad desdichada,
el pueblo aniquilado: sitiado, cercado, encadenado,
muriendo de hambre un perdido a quien Yav ha
cerrado toda salida
10
. Terrible destino! Ya no le
queda nada a este Profeta para poder cambiar la
suerte de su pueblo. No puede hacer ms que trans-
mitir su queja a los siglos. Esta es su misin. Ha de
venir uno mayor que l que tomar sobre s la culpa
y la pena, que sufrir su pena hasta el fin y expiar
su culpa, para que Sin vuelva a vivir.
Ahora, al amanecer del Viernos Santo, Este, ms
grande, est ante nosotros. Sobre el fondo de la la-
mentacin proftica, su Pasin se nos hace compren-
sible y gana en claridad. Por esto deba padecer el
Mesas, el Cristo: por el bien de Sin. En los Res-
ponsorios que siguen a las Lecciones, su queja se
mezcla de manera extraa a la de los Profetas, y, en
1
Lamentaciones, 2, 13; 2.
a
Leccin de las Tinieblas.
' W , 2, 15.
10
Cfr. Lamentaciones, 3, 1-9; 3.
a
Leccin de las Ti-
nieblas.
178
un sentido ms profundo que en Jeremas, la Pa-
sin de Cristo es verdaderamente la pena del pecado
de su pueblo. El la soporta y la vencer. Pero a El
tambin le est permitido quejarse y nosotros omos
su queja en esta noche: "Todos mis amigos me han
abandonado. Aquel a quien yo amaba me ha trai-
cionado" ". "Via ma escogida, que yo haba plan-
tado, cmo te has vuelto amarga para m? A m
me crucificas y dejas en libertad a Barrabs"
I2
. La
queja se convierte en acusacin, pero no obstante el
amor tiembla en ella. Una y otra, queja y acusacin,
van buscando al pueblo extraviado y querido por el
cual corre la sangre del que se lamenta.
Tambin en los Salmos que completan este primer
Nocturno de las Tinieblas, la queja dolorosa cons-
tituye un tema dominante, sobre todo en el conmo-
vedor Salmo 21 al que slo se le puede comparar
el Salmo 68, que en las Tinieblas del Jueves Santo
representa un papel anlogo. Todo este Salmo 21
resuena casi como una versin ms del relato evan-
glico de la Pasin. Nunca dejar de ser un milagro
que el Salmista haya podido expresar tan textual-
mente y a la letra los sufrimientos de Aquel que ha-
bra de aparecer siglos ms tarde. Es el milagro de
la tipologa vetero-testamentana que slo era posible
porque Dios tena en su mano el sello del arquetipo
y marcaba con l sin cesar, a lo largo del tiempo, fi-
11
Cfr. Job, 19, 14 y 19; 1er. Responsorio de las Ti-
nieblas.
12
Cfr. Jeremas, 2, 21 y Mateo, 27, 26; 3er. Respon-
sorio de las Tinieblas.
179
guras (tipos) cuya vida proceda del modelo (antitipo)
y que por su semejanza a l anunciaban de antemano
su venida definitiva. El rey combatido del Salmo 2,
el Ungido de Dios a quien ste engendra como hijo
suyo y le hace Seor del mundo
ls
, el Siervo de Dios
paciente del Salmo 21, quien acaba dando gracias al
Seor en una comunidad de los que aman y adoran a
Dios, la Ecclesia del futuro; en fin, el justo del
Salmo 26 que, en medio de todos los asaltos, confa
tranquilamente en Dios y permanece firme en El
cada uno de estos es un Tipo de Cristo, Hijo del
Hombre y de Dios que padece en la Cruz y desde la
Cruz reina.
En el segundo Nocturno nos conmueve, ante todo,
el Salmo 37, splica de un pecador castigado por su
pecado, que se vuelve arrepentido al Dios justiciero.
En l se oculta y se revela Cristo bajo la figura de
aqul a quien El ha venido a salvar, el culpable Adn,
cuya carne de pecado ha asumido. El Salmo 39, que
sigue a continuacin, comienza con el alegre cntico
de alabanza del redimido y anuncia el Misterio de la
Red encin: no son los sacrificios ni los holocaustos
los que aplacan a Dios, sino el humilde cumplimien-
to de su voluntad; la obediencia del segundo Adn
borra la desobediencia del primero. Por eso, el tercer
Salmo de este Nocturno (53), puede ser considerado
tambin como una confiada splica a Dios en cual-
quier necesidad. El "s" a la voluntad de Dios produ-
ce el cambio. Por el holocausto de una perfecta obe-
13
Cfr. Salmo 2, 7-8.
180
diencia hasta la muerte, el Seor en la Cruz llega
a ser el primero y ms grande de los mrtires, cafut
martyrum, "cabeza de los mrtires" " como le acla-
ma San Agustn en las lecciones del segundo Noc-
turno.
Estas nos conducen al tercer Nocturno, en el que
la luz y la sombra forman tal vez el contraste ms
violento de esta larga Vigilia. El Salmo 58, que
describe los repugnantes manejos de los enemigos
bajo la imagen de perros sin amo y hambrientos, y
hace or el clamor del hombre cercado pidiendo
auxilio y venganza; el Salmo 87, al que se podra
llamar un "viaje al Hades", es como un incesante
hundirse en la regin de la muerte, del hombre so-
metido a prueba y torturado: Traditus sum et non
egrediebar, "he sido traicionado, cercado, y no pue-
do salir"
l s
; por ltimo, el Salmo 93, el grandioso
an de venganza estos tres cantos dan al tercer
Nocturno el sello sin duda ms sombro del conjunto
de las Tinieblas de estos das. Aqu parece haberse
llegado al paroxismo del dolor, a la frontera de la
muerte. nicamente el verso 19 del ltimo Salmo
arroja una pequea lucecita de consuelo en estas
tinieblas: "Cuando las angustias se han multiplica-
do en mi corazn, tus consolaciones deleitan mi al-
ma '
16
. Esta lucecita se transforma, en las lecciones
Agustn, ln Psalmo 63, 3; 4.
a
Leccin de las Tinie-
blas.
15
Salmo 87, 9; 8* Antfona de las Tinieblas.
Salmo 93, 19 (segn el nuevo texto latino).
Pl
181
de la Epstola a los Hebreos, en llama viva. Nos
muestran a Aquel que por sus padecimientos aprendi
obediencia
1T
-aquella obediencia salvadora, la nica
que poda redimirnos como el gran Sumo Sacerdo-
te y Mediador que ha penetrado en el Cielo y nos ha
conseguido libre acceso al Trono de la Gracia
18
.
Con esta mirada en el Cielo abierto, llega a un fin
luminoso la parte ms oscura de las Tinieblas. La
luz de esperanza que tan radiosamente brilla ya no
ser vencida por las sombras de la muerte que vuel-
ven a surgir en los Laudes. Al contrario, ser refor-
zada con el cntico de Habacuc, que, retornando en
la Liturgia del da ", da al dies amaritudinis un
cierto sello de victoria y le caracteriza como un ver-
dadero dies Paschae
20
. La pasin por obediencia del
Unignito de Dios es el derecho de aduana que
vuelve a abrir el Cielo al primer Adn pecador. Con
esta dichosa certeza concluye el Oficio Nocturno def
Viernes Santo, Pero la Antfona del Benedictus de
los Laudes, que anuncia en las sencillas palabras del
Evangelio la muerte y la sepultura del Seor, nos
advierte que todava no es tiempo de descansar en
esta certeza y de entregarse a la alegra. Es preciso
recorrer hasta el fin el camino pascual del Seor, pa-
decer hasta el fin el dies amaritudinis. Dios en su
17
Cfr. Hebreos, 5, 8; 9.
a
Leccin de las Tinieblas.
18
Cfr. Hebreos, 4, 14 y 16; 7.
a
y 8.
a
Lecciones de las
Tinieblas.
" Cfr. 1er. Responsorio de la Liturgia del Viernes Santo.
20
Tertuliano, De Oratione, 18.
182
misericordia no ha querido ms que darnos una luz
para que pudiramos llegar hasta el fin sin desfa-
llecer.
LA LITURGIA DEL DA
As, pues, la Iglesia ha entrado orando en la ma-
ana del Viernes Santo. El ltimo cirio del tringulo,
el nico que no se ha apagado, lucha con su dbil
llama contra la luz creciente del alba. Lentamente se
despierta la Iglesia de su contemplacin nocturna.
Se encuentra en el da, en el primero de aquellos
das de los cuales el Seor ha dicho: "Vendrn das
en que les ser arrebatado el esposo, y entonces ayu-
narn"
21
. Acordndose de estas palabras del Seor,
la Iglesia primitiva pasaba las cuarenta horas antes
de la Pascua en profundo recogimiento y en un ri-
guroso ayuno. Cesaba el trabajo servil as como el
placer mundano. Los fieles vivan slo para su Se-
or. Participaban en su Pasin. Con El estaban col-
gados en la Cruz, con El reposaban en el sepulcro.
Todos juntos toda la Iglesia presente no eran
ms que el nico Cristo: el que padeca y mora, el
que descansaba en el sepulcro. "Ayer agonic con
Cristo en la Cruz... Ayer mor con El... Ayer fui
enterrado con El"
22
, dice San Gregorio Nacianceno
en una de sus homilas de Pascua.
21
Mateo, 9, 15.
Gregorio de Nacianzo, Oratio in sancta Pascha I, 4.
183
Hoy se omite la celebracin del Santo Sacrificio.
Hasta la Pascua no podr reanudarse, ya que el Mis-
terio comprende muerte y resurreccin. El carcter
de duelo y penitencia del Viernes Santo quedara
anulado con la habitual celebracin de la santa misa;
porque la naturaleza de eista celebracin encierra
siempre un carcter alegre. El Misterio de la Pasin
y de la Sangre de Cristo, cuya "tradicin" conme-
morbamos ayer, al mismo tiempo que la muerte del
Seor, anuncia su resurreccin y su vida. La vida
est indisolublemente unida a la muerte de la cual
ha surgido como su fruto. Cuando se celebra la me-
moria de la muerte de Cristo, est tambin presente
su resurreccin y su vida. Esto es lo nico que nos
permite hablar de una celebracin del sacrificio. Slo
se puede celebrar la vida. La muerte, como tal, es
siempre y exclusivamente objeto de duelo. La muerte
de Cristo, lo mismo. Si este "anuncio de la muerte"
suscita alegra es nicamente por el hecho de que el
Misterio de la santa misa la celebra como muerte
salutfera. Ms que una memoria de la muerte es
una celebracin de la vida
2
'.
Lo mismo sucede con la Pascua. Esta es, en el
Por eso no se celebran los Misterios en el biduum
sacrum, segn una antigua tradicin cristiana. As el Papa
Inocencio I, para justificar el ayuno semanal del sbado,
da la siguiente explicacin al obispo Decencio de Gubbio:
"Es sabido que los Apstoles pasaron aquellos dos das
(viernes y sbado) en tristeza y afliccin, escondidos por
miedo a los judos y no hay duda de que en los dos das
mencionados ayunaron tan rigurosamente que la tradicin
de la Iglesia ensea que en estos dos das (viernes y sbado)
184
curso del ao, lo que era la liturgia del da del Seor
en la Iglesia primitiva, lo que es hoy la santa misa
de cada da: memoria alegre de la muerte y de la
resurreccin. Representa, como su nombre indica,
el trnsito de la muerte a la vida, el paso de la fron-
tera entre el pas terreno de la muerte y el reino di-
vino de la vida. Por eso la memoria de la Pascua es
tambin una fiesta, por eso tambin en ella domina
la alegra.
Pero todava no estamos en la Pascua, en el trn-
sito. Todava no hemos llegado a la frontera, no esta-
mos ms que en camino. La Iglesia est todava en
el camino de la muerte, y en l ve la muerte como tal,
como consecuencia del pecado en todo su horror, no
como muerte salutfera y fuente de vida. Por eso
est llena de tristeza, y esta tristeza es de penitencia.
Por su orgullo y desobediencia, el hombre es respon-
sable de esta muerte; la Iglesia llora y expa en la
Cruz y en la tumba de Cristo la culpa del hombre.
El Seor est muerto y sepultado, le ha sido arreba-
tado el esposo de la vida. Con El ausente, no puede
celebrar los Misterios de la vida. El Sumo y Eterno
Sacerdote ha de estar presente, vivo, si quiere ofrecer
el sacrificio con El y por El. Hoy slo puede contem-
plar al muerto y llorarle, reconocer el pecado de los
hombres a la vista de su cruz y sepultura e implorar
misericordia como el buen ladrn. La certeza de la re-
surreccin no se deja ver ms que como una luz
no deben celebrarse de ninguna manera los Misterios".
(Epstola 25, c. 4).
185
lejana en estas tinieblas de muerte, y en este da la
Iglesia fija a propsito su mirada ms en las sombras
que en la luz. Se identifica con su SeY que quiso
gustar en la cruz, hasta las heces, la amargura de la
muerte y del abandono de Dios y, a pesar del cono-
cimiento divino que tena de su resurreccin, la gus-
t realmente. La Iglesia, como bien dice San Grego-
rio, est colgada con su Seor en la Cruz y sepultada
con El.
A esto corresponda ya el Oficio de la noche. A
esto corresponde todava ms lo que vemos suceder
hoy en la casa de Dios. No hay Misterio del santo
Sacrificio para hacer presente la muerte y la resurrec-
cin y derramar la alegra de la vida. No hay ms
que oracin y leccin, adoracin respetuosa de la
santa Cruz, splicas y cantos llenos de duelo, con la
mirada puesta en la Cruz y en el Seor moribundo.
Pero ningn Sacrificio dispensador de salud. La
"Misa de los presentificados" no es ms que una ce-
lebracin de la comunin, desconocida tambin en la
antigedad cristiana ".
24
Ya hemos visto que en tiempo del Papa Inocencio I,
o sea al principio del siglo v, no haba en la Iglesia romana
ni sacrificio ni comunin. Lo mismo suceda en la Iglesia
de Jerusaln, ya que la peregrina Eteria no nos dice nada
de una comunin el Viernes Santo. Esta no fue introdu-
cida hasta el siglo vm y, aunque suprimida en el siglo XII
en la Iglesia romana, en muchos sitios dur hasta la Edad
Media, e, incluso, hasta los tiempos modernos. Para los do-
cumentos, V. Bugnini-Braga, o. c, pp. 105 ss.
186
LA PROSKYNESIS
Aunque no sea un Sacrificio, el rito del Viernes
Santo conserva an algunos elementos de la ms an-
tigua liturgia de la misa, como la larga oracin de
splica, la proskynesis de los sacerdotes y su muda
oracin al comienzo de la reunin cultual. Estos res-
tos del pasado reciben de la tonalidad general del da
un sentido especial, tanto ms cuanto que tienen para
nosotros un carcter inslito. Los sacerdotes yacen
postrados en silencio sobre las gradas del Altar des-
pojado de todo ornato. Slo la Cruz cubierta de ne-
gro mira desde la desnuda Mensa a los que estn
postrados. Detrs de ellos, en la nave de la Iglesia,
la muchedumbre de fieles se mantiene silenciosa.
Nunca esta actitud de la proskynesis, tan rara ahora
en nuestra liturgia occidental, habla con ms fuerza
que hoy. La vergenza de la maldad que Dios sufre
de parte de los hombres obliga a la Iglesia a postrar-
se en el polvo. Se prosterna, se anonada. No es que
quiera dejar de existir, sino que quiere dejar de exis-
tir para s. Declara su voluntad de padecer, de pade-
cer junto con su Seor, de padecer para expiar. Ella
no ha pecado. Pero siente el peso del deicidio como
su propia culpa. Porque sigue habiendo hombres,
antes hijos de la Iglesia, que ponen sus manos asesi-
nas en el Ungido del Seor. Cristo ha resucitado, es
verdad, y ya no muere. Pero el Viernes Santo to-
dava contina. Todava sigue padeciendo Cristo en
187
sus miembros. Por eso la Iglesia est postrada ahora
a los pies de la Cruz, dispuesta a soportar la clera
de Dios. Como Cristo. Con El. Esta es la verdadera
faz de la Iglesia. Ahora que ella la oculta es cuando
se manifiesta. No est en el mundo para dominar,
sino para servir y para padecer. Esta es su misin,
como fue la misin de Cristo. El mandamiento del
Padre. Y "su mandamiento es vida eterna"
25
.
Esta esperanza de la vida es poderosa en la Iglesia.
Aun hoy da. La prontitud para el sufrimiento es lo
que define su actitud, no la desesperacin. Se prepara
a la Pascua, a la muerte que conduce a la vida. Aun-
que en este da no se entregue mucho a la alegra
de esta expectacin, no por eso deja de expresar su
firme esperanza en ella. Ya desde la primera oracin
en voz alta, en la que cambio feliz introducido
por el Ordo instauratus despus de la larga oracin
muda de la proskynesis, recoge los sentimientos, los
deseos y splicas de todos: "Oh Dios, que por la
Pasin de tu Cristo, nuestro Seor, has anulado la
muerte heredada de la antigua culpa; concede que,
identificados a El, llevemos por la santificacin la
imagen de la gracia celeste as como hemos llevado
por la violencia la imagen de la naturaleza terrena".
Juan, 12, 50.
188
LAS LECCIONES Y LOS RESPONSORIOS
La Iglesia se confirma en esta esperanza llena de
fe por la lectura de la Sagrada Escritura a la cual
ahora, despus de haberse levantado de la proskyne-
sis, se entrega con amoroso afn. La Iglesia de nues-
tros das sigue as una antiqusima costumbre. Ya
la peregrina Eteria (Silvia) nos dice hablando del
Viernes Santo en Jerusalen: "Se pone un asiento ante
la cruz para el Obispo, y de las seis a las nueve no
hay otra cosa que continua lectura, de esta manera:
en primer lugar se leen los pasajes de los Salmos en
los que se habla de la Pasin; despus, de los Aps-
toles, tanto de las Epstolas como de los Hechos de
los Apstoles, en los que hablan de la Pasin del
Seor; tambin se leen de los Evangelios los pasajes
en los que el Seor padece. Igualmente se lee de
los Profetas lo que predicen de la futura Pasin del
Seor: Y as desde las seis hasta las nueve se lee
constantemente (en los Libros Sagrados) o se cantan
himnos para hacer comprender al pueblo cmo todo
lo que predijeron los Profetas de la futura Pasi(n
del Seor se halla confirmado, como realmente su-
cedido, por los Evangelios y las cartas de los Aps-
toles. Y as, durante estas tres horas, aprende el pue-
blo que no sucedi nada que no hubiera sido predi-
cho de antemano, y que nada fue predicho que no
se haya realizado enteramente"
2
. Como entonces,
28
Silviae peregrinatio, 67.
189
lo mismo ahora. La Iglesia se sienta a los pies de la
Cruz y lee en los Profetas, en los Salmos, en el Evan-
gelio lo que se refiera a la Pasin del Seor. Ha co-
menzado a hacerlo en las Tinieblas de la noche (o
del amanecer). Ahora, en las primeras horas de la
tarde, en el tiempo en que el Seor padeci en la
Cruz, contina haciendo lo mismo. Ve cmo la pa-
labra de los videntes se ha realizado en la sangre;
y el Espritu de Dios, que habla por ellos, le inter-
preta la dura realidad de la Cruz. Ella comprende
as la amarga necesidad de esta Pasin de Dios, y no
queda sin la consoladora visin de un resultado salu-
tfero. Porque la profeca del pasado predice toda
la Pascua: la muerte y la vida nacida de la muerte.
Por eso estas lecciones y cnticos profticos convie-
nen a este da que, con todo su carcter de peniten-
cia, no pretende ms que preparar a la Pascua y
tiende hacia la vida que sta ha de comunicar.
OSEAS
En primer lugar omos el mensaje de Oseas en el
que junto a la prediccin de la Pasin resuena en se-
guida el acento pascual de la Resurreccin: "Venid
y volvamos a Yav: El desgarr, El nos curar; El
hiri, El nos vendar. El nos dar vida a los dos
das, y al tercero nos levantar y viviremos ante
El" ". Durante todo el tiempo pascual, el rito tno-
27
Oseas, 6, 1-3; 1. Leccin.
190
nstico repite estas palabras del Profeta en el Oficio
de la noche **. Y as como son tan apropiadas enton-
ces, no lo son menos hoy. Si despus de la fiesta de
la Pascua ensalzan la realidad litrgica consumada,
hoy anuncian la esperanza cierta. La Iglesia sabe es-
coger sus textos. Nada ms adecuado a este momento
que estas palabras viejas de muchos siglos. Expresan
lo ms exactamente posible lo que es, aqu y ahora,
el Viernes Santo: la perfecta unidad del sufrimiento
de Cristo y del sufrimiento del cristiano, la expiacin
y la esperanza del cuerpo mstico de Cristo en su re-
surreccin, esperanza que no se distingue entre los
sufrimientos.
HABACUC
Esta esperanza resuena de una manera ms solem-
ne y ms firme todava en los Responsorios que si-
guen. La Iglesia est estremecida de admiracin ante
las obras de Dios, terribles y no obstante tan miseri-
cordiosas, que se manifiestan en la Cruz, y en su
emocin, una vez ms, no encuentra palabras ms
apropiadas que las antiqusimas de los Profetas. Se
asombra y balbucea con Habacuc: "O, oh Seor, lo
que nos diste a or. El miedo se apoder de m. Con-
templ tus obras y me asust. Te das a conocer en
medio de dos animales vivientes. Se han cumplido
los aos: t eres conocido. El tiempo ha llegado, oh
28
Breviarium Monasticum, Leccin breve de Maitines
en las ferias del tiempo pascual.
191
Seor, t te muestras descubierto. Mi alma estaba
aterrada; en medio de tu clera te acordaste de la
misericordia. Dios viene del Lbano. El Santo viene
del monte enselvado y umbroso. El cielo resplandece
con los destellos de su gloria y la tierra est llena de
su alabanza"
29
. Hoy tambin se manifiesta "entre
dos seres vivos", entre estos dos misteriosos seres vi-
vos que, en diferentes figuras, aparecen siempre que
Dios se revela. Como el nio recin nacido aparece
en el pesebre entre dos animales, como el Seor he-
cho hombre aparece en el Monte de la Transfigura-
cin entre Moiss y Elias, as aparece el Crucificado
entre dos ladrones, revelando la implacable Justicia,
pero tambin la incomprensible misericordia de Dios.
"El Santo" ha llegado desde el alto monte de
la divinidad, cuya cima inaccesible, el Padre Eterno,
estaba, para la mirada humana, "enselvada" y "um-
brosa", es decir: oculta e invisible pues "Dios na-
die le vio jams; Dios Unignito, que est en el
seno del Padre, se nos le ha dado a conocer"
3
. El,
la cima lejana que para Israel permaneci oculta en
el humo y la nube y que incluso a Moiss el amigo
de Dios, no lleg a descubrrsele enteramente, se ha
acercado a nosotros como un hombre a otro hombre.
Cada palabra del Hijo de Dios hecho hombre le ha
ido despejando ms y ms hasta que al fin qued al
descubierto y visible para todos, cuando la Cruz de
Cristo fue plantada sobre el monte. Entonces fue
Habacuc, 3, 2-3 (traduccin segn el texto latino del
Misal Romano); 1er. Responsorio.
30
Juan, 1, 18.
192
conocido como la cumbre de la Justicia que cumple
su palabra y castiga el pecado con la muerte"; en-
tonces fue conocido como la cumbre todava ms
alta de la Misericordia que hace del Hijo inocente
vctima de la Justicia para poder indultar al culpa-
ble. Ante esta altura qu minsculo aparece el "tu-
multo de los pueblos que se amotinan contra Dios
y su Ungido" "! Las tinieblas del pecado, el humo
de la pasin humana se disipa ante su resplandor que
"cubre los cielos"
3
". La Justicia del Seor es "alta
como los montes de Dios" ", su misericordia "se
levanta hasta los cielos" " y "permanece eternamen-
te
As, de los libros pro fticos, como de los Salmos
del Oficio de la noche, sale un destello de la gloria
de la Justicia y de la misericordia divinas, triunfantes
en la Cruz, e irrumpe en medio de la tristeza peni-
tente de la Iglesia. El canto apocalptico de Habacuc
proyecta la luz de la resurreccin e incluso el resplan-
dor de las llamas de la Parusa. Pero la Iglesia no se
detiene en esto. Todava no se ha hecho realidad li-
trgica lo que la palabra proftica la promete. Por
eso permanece en el recogimiento y en la tristeza
continuando a instruir a sus hijos, mediante la Sa-
grada Escritura, sobre el cercano acontecimiento de
Salud.
31
Salmo 2, 1-2; 1.
a
Antfona de las Tinieblas.
32
Habacuc, 3, 3; 1er. Responsorio.
33
Salmo 35, 7.
31
Salmo 35, 6.
35
Salmo 135, 1.
13
193
XODO
En la leccin tomada del xodo vuelve, con la
figura del cordero pascual, a la humildad de la Cruz
y dirige nuestra mirada sobre la plenitud de salud sa-
cramental que para nosotros se ha derramado de las
llagas del Cordero de Dios. Trayendo a nuestra me-
moria, a la vista de la Cruz e inmediatamente antes
de la lectura de la Pasin, este acontecimiento tipo-
lgico de la Antigua Alianza, la Iglesia nos descu-
bre el sentido pleno de la crucifixin y muerte de
Cristo como la obra de salud para el pueblo de Dios
de la Nueva Alianza. El simbolismo de este hecho
ha sido comentado en detalle con tanta frecuencia
que nos basta con recordarlo aqu. El Seor pasa por
la noche a travs de Egipto y hiere de muerte a todos
los primognitos. Los israelitas, por mandato de Dios,
han sacrificado un cordero sin defecto ni mancha y
con su sangre han marcado las puertas de sus casas.
Por dondequiera que brilla la seal de sangre, pasa de
largo el vengador.
Esta es la gran Pascua, el paso que a lo largo de
la noche de los tiempos se repite continuamente en
el verdadero Israel, en la Ecclesia. Egipto el mun-
do enemigo de Dios y Faran Satn, el prncipe
de este mundo tratan de someterla a la esclavitud
del pecado. Pero el Verbo de Dios " pasa a travs
" Segn Sabidura 18, 14 s. fue el Verbo de Dios, se-
gn xodo 11, 4 s. y 12, 29, fue el Seor mismo quien
hiri a los primognitos de Egipto.
194
del mundo y en castigo los hiere con la espada de la
ira divina, mientras la Ecclesia no cesa de celebrar
la mstica inmolacin del verdadero Cordero de Dios,
como ayer le fue encomendado; no cesa de comer su
carne a prisa, porque el paso del ser y obrar del
mundo al ser y obrar de Dios apremia, cada da de
nuevo, a los fieles, y con la sangre de Dios unge
puertas, es decir, los labios de los fieles ", para que
los as marcados y sellados escapen a la clera de
Dios.
Con esta figura salvfica del nuevo Cordero pascual
ante los ojos, la Iglesia, en el Salmo de Pasin
3
" que
sigue y en la historia de la Pasin segn San Juan,
se entrega a la meditacin de los sufrimientos de
Cristo. En el Salmo omos, como lo hemos odo tan
a menudo en estos ltimos das, las splicas que Aquel
que lucha con la muerte y el infierno dirige a su Pa-
dre y Salvador. Pero en la Pasin de San Juan en
el prendimiento, en el interrogatorio ante Anas y
ante Caifas, ante Pilatos surge una y otra vez, tras
la faz del que sufre amargamente, la real cabeza del
Seor del mundo que va a la muerte porque quiere,
porque lo quiere el Padre del Cielo. "No tendras
ningn poder sobre m si no te hubiera sido dado de
Jo alto
" Para los antiguos cristianos el simbolismo era claro
porque reciban la Eucarista bajo los dos aspectos.
" Salmo 39, 2-10; 2. Responsorio.
" Juan, 19, 11.
195
LAS ORACIONES SOLEMNES
Nunca, tal vez, es la Iglesia tan consciente del
inestimable tesoro que ha sido puesto en sus manos
con esta voluntaria Pasin del rey eterno. Por eso en
la gran splica llamada en otro tiempo Oratio fide-
lium, porque slo podan asistir a ella los fieles-
rene a todos los miembros de su Cuerpo, a todos
los estados de la Iglesia, pero tambin a los alejados
de Dios y a los extraviados, a todos los menesterosos
del mundo, bajo la Cruz de su Seor, para implorar
"por su Cruz y su Pasin" "' la misericordia de Dios
por todos.) No es que estas oraciones tan impresionan-
tes hayan sido siempre algo exclusivo del Viernes
Santo. En toda celebracin del santo Sacrificio, ya lo
hemos dicho, se elevan a Dios, como hoy todava se
acostumbra en la Iglesia griega. En la liturgia ro-
mana slo el Oremus, que hoy carece de significacin
seala al principio del Ofertorio, el momento en que
en otro tiempo tambin la Iglesia latina alzaba sus
manos para la splica solemne. Podra tal vez lamen-
tarse la supresin de una oracin tan poderosa en la
celebracin de nuestros Misterios. Pero la prdida
significa al mismo tiempo ganancia. Este da lo prue-
ba. Como l es el nico que ha conservado las Ora-
tiones solemnes, uno las siente espontneamente como
algo nico y estrechamente vinculado a la esencia del
Viernes Santo, aun sabiendo que no es as. Imposi-
40
Per crucem et passionem taam libera nos, Domine]
(Invocacin de las Letanas de todos los Santos).
196
ble que estas splicas se pierdan en el vaco, se dice
la comunidad que participa a ellas. Hoy penetran
inmediatamente en el corazn abierto del Seor, se
posan en sus manos traspasadas. Presentando las ci-
catrices de sus heridas interceder ante el Padre en
favor de las splicas de su Ecclesia y su sangre derra-
mada por nosotros, que clama ms alto que la san-
gre de Abel ", ser oda y obtendr gracia.' As lo
prometan ya las lecciones de las Tinieblas, con las
palabras de la Efistola a los Hebreos.
Y no es El el Crucificado mismo, no es ya su
Cruz el cumplimiento de todos estos ruegos que la
Ecclesia eleva hasta El? No le ha conseguido El,
durmiendo sobre la Cruz, la quieta et tranquilla vita,
la vida tranquila en Dios, el orden de salud que de
El imploraba? '
2
Todos los rdenes de la Iglesia, to-
dos los que han recibido de Dios vocacin o ministe-
rio, gracia o misin, no sacan de la sangre inmola-
da del Seor la fuerza del Pneuma para mantenerse
en su Orden y desempear rectamente su ministe-
rio? " Y no es la Cruz el hito ante el cual todos
los falsos caminos extraviados de paganos y judos,
todos los vanos caminos de propia eleccin por don-
de van los herejes, han de acabar por torcer su rumbo
en direccin al fin?"
44
. Estos brazos extendidos sobre
41
Hebreos, 12, 24.
42
Cfr. l.^Oratio pro snela Ecclesia.
43
Cfr. 5.
a
Oratio pro mnibus ordinibas gradibusque
fidelium.
44
Cfr. Oratio pro unitate ecclesiae, 8
a
Oratio pro con-
versione judaeorum y 9.
a
Oratio* pro conversione infidelium.
197
la Cruz no se han abierto para abrazar a todos en la
unidad y en la comunin del cuerpo de Cristo? Y
no est en este Rey, que reina desde la Gruz y que
ha sometido al mundo no por el hierro de la violen-
cia sino por el leo de la ignominia, la verdadera
escuela, la nica en la que los dirigentes de los pue-
blos podrn aprender a conservar en la religio la inte-
gritas, en la religin la integridad y en la patria la
se emitas, en la patria la seguridad?
45
No est aqu,
en la Cruz, "el puerto de Salud" para los navegan-
tes, el "retorno al hogar" para los peregrinos? " En
este hombre golpeado y herido no est la salud di-
vina para toda dolencia de la humanidad? " Este
hombre clavado a la Cruz no tiene la llave de todas
las prisiones del mundo, cuando ensea a los prisione-
ros una libertad que ningn tirano les puede arreba-
tar, la libertad de decir 's" a la voluntad de Dios?
Realmente, una plenitud de salud que est patente a
su Ecclesia en aquel que fue tenido por el mundo
como "sin salud". Tal vez era preciso que estas ora-
ciones solemnes se suprimieran en los dems das
para que manifestaran en este da nico, todo su po-
der. Pero cada uno de los fieles en particular gustar,
sin duda, repetirlas en otros das, aunque en un bre-
ve compendio que podra tomarse de una antigua
45
Cfr. 4? Oratio -pro res publicas moderantibus, que
en el nuevo Ordo ha ocupado el lugar de la Oratio -pro
Imperatore, desde hace mucho tiempo cada en desuso.
" Cfr. 6.
a
Oratio pro fidelium necessitatibus.
" Cfr. Ibfd.
198
homila pascual de San Hiplito: "A Ti te invoca-
mos, oh Dios y Seor, Cristo, Rey espiritual de los
siglos. Extiende continuamente tus manos podero-
sas sobre tu santa Ecclesia y sobre tu santo pueblo" ".
LA ADORACIN DE LA CRUZ
Con esta splica insistente la Iglesia se ha acer-
cado a la cumbre del Oficio del Viernes Santo. Aho-
ra es tiempo de descubrir la Santa Cruz y de mos-
trarla a todo el pueblo: "Ved aqu el madero de la
Cruz del cual estuvo colgada la salud del mundo" ".
Aunque ya no pueda presentarse a la mirada de los
fieles, como en otro tiempo en Jerusaln, la verdade-
ra Cruz del Seor o, como hoy todava en muchos
sitios, una partecita de esta venerable reliquia, la
Iglesia se ve, no obstante, en todas partes frente a
esta nica Cruz y se arrodilla ante la misericordia de
Dios que se ha hecho visible en este duro leo:
Venite adoremus\ "Venid, adormosla". Prosterna-
da en el polvo, con el beso de la adoracin, que en
el antiguo Oriente se practicaba en los pies y en la
orla del vestido de los reyes, rinde homenaje a la ma-
jestad del amor divino abismndose en su conciencia
del pecado del hombre, que ya al principio del Ofi-
cio de este da la haca arrojarse rostro a tierra. Una
vez ms, a la vista de la Cruz descubierta, da estre-
mecedora expresin a este sentimiento en los "Im-
48
Citado por Odo Casel, Arl und Sinn der altesten
cbristl. Osterfeier, "Jt>. f. Liturgiewiss". 14 (1934), p. 28.
" Antfona ad detegendam Sanctam Crucem.
199
properios", reproches y acusaciones cue pone en los
labios del Seor que sufre. Tiene el corazn tan des-
garrado por ellos, en medio de su contricin, no en-
cuentra otro recurso, ante el nombre del Santo que la
hace temblar, que refugiarse en la misericordia de
Aquel que otorga el perdn: "Santo Dios, Santo
fuerte, Santo inmortal. Tened piedad de nosotros."
En dos coros, griego y latino, resuenan las antiguas
aclamaciones
50
, como si la Ecclesia entera se con-
gregara corriendo desde Oriente y Occidente para
confesar unnimemente ante el Seor crucificado, la
santidad de Dios y el pecado del gnero humano.
S, la Ecclesia entera. El nuevo Ordo lo pone de
relieve de la manera ms hermosa, no reservando la
adoracin de la santa Cruz a solos los sacerdotes y
ministri, como hasta ahora, sino que convoca a todos
los fieles a dar testimonio de su amor y su respeto
a la Cruz, doblando las rodillas, y besndola. Sin
duda, este retorno a la antigua costumbre, que Ete-
na vio ya en Jerusaln y que poco ms tarde fue in-
troducido en Occidente, es uno de los principales
mritos del Ordo instauratus. Precisamente;, la parti-
cipacin de todos en la adoracin de la santa Cruz
responde a la intencin principal de la reforma litr-
gica : la participacin activa del pueblo fiel en la obra
cultual de salud. Porque, una cosa es que yo vea
50
Proceden, as como los Improperios, de la Iglesia
Oriental. Cfr. Antn Baumstark, Der Orient und die Ge-
s'nge der Adoratio Crucis, "Ib. f. Liturgiewiss". 2 (1922),
pp. 1-17; y tambin Bugnini-Braga, o. c, p. 104 y la bi-
bliografa que en ella se cita.
200
hacer al clero la adoratio crucis en un presbiterio, tal
vez muy alejado y difcil de abarcar con la mirada, y
otra que yo mismo me dirija a las gradas del presbi-
terio, me acerque a la santa Cruz y con el beso del
amor d respuesta a la desgarradora pregunta del Se-
or: "Pueblo mo, qu te he hecho? o en qu te
he contristado? Respndeme" '". Si no soy ms que
espectador de este acto de adoracin, podr, s, admi-
rarle, pero le dejar pasar ante m sin que me esti-
mule en lo ms ntimo una bonita ceremonia que
no obliga a nada.
;
Pero, si, por el contrario,- yo mismo
me acerco y, en la imagen del Crucificado, toco con
un santo beso al Seor, entonces me consagro a El
en la vida y en la muerte, afirmo mi deseo de partici-
par en su Pasin y Muerte, de padecer con El su
Pascua, ahora en el culto, e incesantemente en todas
las dificultades de la vida diana. Si mi beso no quie-
re ser un beso de Judas, ha de decirle: a Ti, mi fi-
delidad, Kyrios Christo. Introdceme en tu santa
Pascua. Este beso a la Cruz el da y a la hora en que
Cristo muri
5=
es una pblica renuncia al Yo, al
mundo y a Satn, es un pblico testimonio por Cris-
to y por su Cruz, y al mismo tiempo una ntima
promesa nupcial de no pensar en adelante nada, no
amar nada, no querer "tener" nada ms que Cristo:
nihil amori Christi praeponere, "no anteponer nada al
amor de Cristo" "'.
ol
Cfr. los Improperios.
" Segn el Ordo Instauratus, el Oficio del Viernes
Santo es una solemnis actio litrgica postmeridiana.
"" Regula Sancti Benedicti, c. 4.
201
COMUNIN
As comprendido y practicado, el acto simblico de
la adoracin de la Cruz puede hacerse un verdadero
Misterio que, aunque no de la manera perfecta del
Sacrificio y banquete eucarsticos, realiza una verda-
dera unin con el Seor que sufre y muere. Por eso,
la Iglesia podra haberse contentado con esta especie
de communio, sin necesidad de volver a introducir la
comunin de los fieles en la liturgia del Viernes San-
to, aunque es verdad que ha sido practicada tempra-
no y durante largos siglos ". Pero es precisamente la
adoracin a la Cruz lo que nos hace comprender por
qu la Iglesia ha vuelto a poner la communio de los
fieles a continuacin de la adoratio. Al que con un
beso se ha declarado dispuesto a participar en la Pa-
sin de obediencia del Seor, no se de debe privar
de la posibilidad de sellar este "s" a la Pascua de
Cristo comiendo su Cuerpo sacrificado, y de recibir
de l la fuerza para padecer esta Pasin hasta el fin.
En este sentido, como expresin de la participacin
a la Pasin y muerte de Cristo, tiene su importancia
la comunin del Viernes Santo. Sin embargo, no es
como en cualquier otro da, una alegre comida pas-
cual a la mesa del Resucitado, no es el banquete an-
ticipado de la bienaventuranza celeste. Hoy no es,
en realidad, ms que comida para el camino, vitico
Bt
Cfr. p. 186, nota 24.
202
(como en otro tiempo la Pascua de los judos) por la
virtud del cual podamos como el Profeta llegar al
monte de Dios: Glgota arriba, junto a la Cruz del
Seor.
LA ALEGRA POR LA CRUZ
Con esto hemos alcanzado la cumbre del Oficio
de este da. La Cruz erguida no ya sobre el monte
del Calvario a las puertas de la antigua Jerusaln,
sino sobre el Altar de la nueva Jerusaln, no est ya
cercada por el tumulto de blasfemias de los soldados
paganos y de los fariseos judos, sino respetuosamente
abrazada por la Ecclesia que aqu, en el momento de
mayor tristeza, recibe, como consuelo en la Cruz, un
destello anticipado de la alegra de la resurreccin:
"Adoramos, Seor, vuestra Cruz; alabamos y glori-
ficamos vuestra santa resurreccin; porque por este
madero vino el gozo a todo el mundo" ". La Pascua
parece haber sido anticipada por un instante. La
Iglesia canta la alegra y la Resurreccin. Esto es lo
que hemos de retener del Viernes Santo: la inolvi-
dable impresin de este canto de alegra, todava, es
verdad, contenida, traspasada de tristeza, pero, en lo
ms hondo, dichoso: "Por la Cruz vino el gozo a
todo el mundo".
Esto es caracterstico de la actitud fundamental de
la Iglesia no slo en su Liturgia, sino en toda su vida.
55
Antfona para despus de la Adoracin de la Cruz.
20'J
Camina a lo largo del tiempo con el Seor hecho
hombre y lleva la Cruz con El. Ve una y otra vez,
cmo es derramada la sangre de Cristo por las ma-
nos de los impos y es sacrificada la vida del ungido
de Dios; porque, en los miembros de su Cuerpo Ms-
tico, muere por ella el Seor mismo. Su Viernes San-
to dura a travs de todos los tiempos y sus tinieblas
ms espesas estn todava por llegar. Pero ella no se
queja, no vacila. Est de pie, como Mara, bajo la
Cruz. Sufre en la Cruz sin quejarse, como Jess. Y
siempre que la asalta la muerte, muere en testimonio
de Dios y segura de la vida.
Su vida es una vida de cruz, un via-crucis, un mo-
rir continuo. Pero su voz es la voz de la alegra; su
Liturgia es la fiesta de la vida. Realmente, sufre la
muerte, pero vive ya en la resurreccin. Porque su
comida es el manjar de la inmortalidad: el cuerpo
del Resucitado. Ella no puede perecer. Al contrario,
en la ruina del mundo est ella sola en pie, tal como
hoy se nos presenta, no conservando de la misa ms
que la oracin por el pueblo y la santa comunin, dia-
riamente muerta y diariamente resucitada, con los
brazos levantados rogando por sus verdugos e implo-
rando en el signo de la Cruz la alegra para el mun-
do martirizado. Es ms, orando con sus manos ex-
tendidas, en perfecta identidad con el Seor, ella
misma es la Cruz, de la que hasta el fin de los tiem-
pos y por toda la eternidad se dir: "Por la Cruz
vino el gozo a todo el mundo".
204
EST ES LA NOCHE
SBADO SANTO Y VIGILIA PASCUAL
DA O NOCHE?
"...Y al fin lleg la noche de Pascua con sus ale-
gres y jubilosos sonidos. A medianoche resuenan,
por fin, de la boca del celebrante y del dicono, entre
el resplandor de todos los cirios de un mar de ci-
rios ondeantes en las manos de los asistentes las
palabras de alegra largo tiempo esperadas, ansiadas:
'Es el da de la Resurreccin; dejmonos iluminar,
oh hombres. Pascua del Seor, Pascua! Porque
Cristo, nuestro Dios, nos ha hecho pasar de la muer-
te a la vida, de la tierra al cielo, a nosotros que can-
tamos el cntico de la victoria. Y se eleva de mil bo-
cas el cntico de la victoria de la noche Pascual:
Cristo ha resucitado de entre los muertos, despus
de haber vencido a la muerte por la muerte y haber
dado la vida a los que estaban en las tumbas'. Y una
y otra vez resuena este brevsimo versculo, santifi-
cado por su poderossimo contenido y por el uso de
los siglos, como la mejor expresin, la ms amable,
la ms conocida, familiar a todos, a la vez popular
e ntima, de la jubilosa alegra pascual de la Iglesia" \
1
Nicols Arseniew: Ostkirche und Mystik (1925), pp.
17 s.
207
As describe Nicols Arseniew la fiesta de Pascua
de la Iglesia Ori ent al . Nos encontramos aqu con la
herencia del cristianismo primitivo, conservado por la
Iglesia Oriental en su liturgia, sobre todo en la ce-
lebracin de la noche de Pascua. Pero a nuestra li-
turgia romana-occidental tampoco la falta nada de
esta alegra exuberante por la vida eterna resucitada.
Slo que durante largo tiempo habamos olvidado la
verdadera liturgia pascual romana.
Ci ert ament e, no es el Domi ngo de Pascua, como
a veces podra parecer, el que ms presente nos hace
el acontecimiento salutfero de la celebracin de la
Pascua. La Iglesia sabe cunto dicen tiempo y lugar
en el simbolismo de la accin litrgica. Escoge con
cuidado el da y la hora de sus fiestas y solemnidades.
Cmo podra querer celebrar precisamente la "fiesta
de las fiestas" \ la "solemnidad de las solemnidades",
la santa Pascua a otra hora, distinta de la que le
corresponde? Este maravilloso acontecimiento perte-
nece a la 'noche. Nadi e fuera de la noche lo ha visto.
La noche envuelve el comienzo de la vida divina en
el mundo. Esta nace en la noche y en las tinieblas
del pecado a fin de transformarlas en luz y en da.
En la noche mace el nio Jess del seno de la Vir-
gen; en la noche renace el hombre Jess del seno del
sepulcro.
Slo una de estas grandes noches de redencin, a
la que est, vinculada nuestra verdadera vida, ha sido
2
Canon de San Juan Damasceno para el da de Pas-
cua; Oficio de la liturgia griega para la maana del Do-
mingo de Pascua.
208
conservada cont i nuament e y celebrada con solem-
nidad por la Iglesia romana: la noche de Na -
vidad. La otra, la noche de Pascua, ha desaparecido,
prcticamente al menos, con el correr de los siglos.
Motivos de orden externo
3
, que no es ste el lugar
de discutir, han conducido a la Iglesia Occi dent al ,
en una poca relativamente tarda, a trasladar la li-
turgia solemne de la noche de Pascua a la vspera,
a la maana del Sbado Santo. No obstante, sigui
siendo, conforme a su esencia, una solemnidad noc-
turna, como lo dan a entender los mismos t ext os; y
cualquiera que se fije lo suficiente podra, a pesar de
esta anticipacin, llegar a penetrar en el sentido ple-
no de la fiesta de Pascua. Muc ho ms fcil resulta
para nosotros, a quienes la sabidura de nuestro pa-
dre P o XII ha devuelto la celebracin de la noche
de Pascua. Ahora conocemos, es ms, lo vivimos, que
el Sbado Sant o, que hasta ahora por la anticipacin
de la Vigilia, presentaba un resplandor pascual, es
originaria y esencialmente un da de duelo alitrgi-
co \ consagrado como el Viernes Santo a la prepara-
cin de la Pascua por la penitencia y la oracin.
* Cfr. Josef A. Jungmann, Die Voruerlegung der Oster-
vigil seit dem christl. Altertum, "Liturg. Jb." 1 (1951),
pp. 48-54.
1
Cfr. Jean Hild, Le sttmedi saint, jour aliturgique, "La
Maison-Dieu", n. 28 (1951), pp. 136-159.
u
209
LAS TINIEBLAS
Lo mismo que el Viernes, el Sbado de la Semana
Santa comienza tambin en la ltima hora de la no-
che, con las Tinieblas ". Pero son en realidad Tinie-
blas, "Maitines sombros"? Es como si fuera injusto
su nombre. Es verdad que tambin hoy estn llenos
de lamentos; lamentos por la desventura de Jerusa-
ln, lamentos por la muerte del Seor. Sin embargo,
lo propiamente sombro, desconsolado, desesperado
casi, ha retrocedido. El rayo de alegra que ha sur-
gido al descubrir la Cruz, sigue brillando como una
tenue y tranquila luz de esperanza sobre la comuni-
dad de fieles. Se parece a las mujeres junto al Sepul-
cro, que se inclinaron y "miraron al sitio que le pu-
sieron" ' . Le cobija una paz radiante, disfrute antici-
pado de aquel "claro atardecer" que el Himno de
Nona pide da tras da. "Duermo ahora en paz y
descanso"
7
, dice la primera Antfona de Maitines, y
todo lo que la sigue est acorde con este mismo tono
tranquilo e incluso alegre "El habitar en su tienda,
descansar en tu santo monte" *. "Mi carne (marti-
rizada) descansa, reposa en la esperanza" *.
5
Mane, hora competenti, vuelve a decir el nuevo Rito
acerca de la hora del Oficio.
' Marcos, 15, 47.
1
Salmo 4, 9; 1.
a
Antfona de las Tinieblas.
8
Salmo 14, 1; 2.
a
Antfona de las Tinieblas.
* Salmo 15, 9; 3.
a
Antfona de las Tinieblas.
210
Las mismas lamentaciones ya no pueden ensom-
brecer esta creciente claridad. Es verdad que la se-
gunda y la tercera despliegan una vez ms el horri-
ble cuadro del pueblo vencido, de la ciudad destrui-
da : abominacin y desolacin en el Santuario; casas
incendiadas, mujeres ultrajadas, nios muertos de
hambre en las calles. Y en los Responsorios correspon-
dientes se alza el mismo clamor de queja y de peni-
tencia dirigido a la ciudad culpable: "Levntate, Je-
rusaln, despjate de los vestidos de alegra! Cbrete
de cilicio y de ceniza! Pues en ti ha sido muerto el
Salvador de Israel. Deja correr tus lgrimas a torren-
tes da y noche y no descanse tu pupila! Pues en ti
ha sido muerto el Salvador de Israel" ". Gime como
una virgen, pueblo mo! Aullad, pastores, en cilicio
y ceniza! Pues ha llegado el da del Seor, grande y
amargo. Ceios vosotros, sacerdotes, y lamentaos,
ministros del Altar, y cubrios con ceniza! Pues ha
llegado el da del Seor, grande y amargo" ".
Pero toda esta desolacin aparece en cierta manera
atenuada por la Lamentacin precedente, la primera,
que produce el efecto de una alabanza a la misericor-
dia de Dios salida de un corazn contrito, y contina
oyndose como un son reconciliador en medio de los
gritos de dolor que siguen: "Es una gracia de Dios
que no hayamos sido consumidos; porque no se ha
agotado su misericordia. Se renueva cada maana:
" Adaptacin libre de Bamch, 5, 5 y 4, 36 y de La-
mentaciones, 2, 10 y 18; 2. Responsorio de las Tinieblas.
11
Joel, 1, 8; Jeremas, 25, 34; Sofonas, 1, 14; y Joel
1, 13; 3er. Responsorio.
211
grande es su fidelidad! El Seor es mi heredad,
dice mi alma: por eso espero en El. El Seor es
bueno para los que esperan en El, para el alma que
le busca. Cosa buena es esperar en silencio la salud
de Dios. Bueno es para el hombre llevar su yugo
desde la juventud. Est sentado solo y en silencio,
porque El (el Seor) se le impuso"
12
. Aqu est la
salida en los sufrimientos, la superacin y la victo-
ria. El sufrimiento viene de Dios, no de los hombres;
es castigo del pecado. Por eso conviene soportar en
silencio, con espritu de penitencia, lo que El impu-
so para expiacin del pecado. Dios es ciertamente mi-
sericordioso aun cuando nos castiga; porque no
hubiera podido aniquilarnos enteramente a los culpa-
bles, a nosotros, los culpables? En vez de hacerlo
as ha descargado el castigo sobre uno, Cristo, el
"Hombre", que "est sentado en silencio" y soporta
la clera divina, "presenta sus mejillas al que le gol-
pea" y "se sacia de oprobios"
13
, "no abre su boca
cuando le maltrataban" y "es entregado a la muerte
para que su pueblo viva" " Sentimos dnde reside el
carcter reconciliador de estos cantos: en la revelacin
del sentido misterioso y del fin redentor de todo su-
frimiento, en la humilde esperanza, en la misericor-
dia final, y en la gracia devuelta que hace soporta-
bles pruebas ms terribles y protege contra la deses-
12
Lamentaciones, 3, 22-28; 1.
a
Lamentacin de las
Tinieblas.
IS
Lamentaciones, 3, 28 y 30; 1.
a
Lamentacin de las
Tinieblas.
14
Isaas, 53, 7 y 12; 1er. Responsorio de las Tinieblas.
212
peracin. El Hijo de Dios sufre y muere por eso,
todo acabar en vida y paz.
En el segundo Nocturno, esta sosegada devocin,
esta tranquila, pero firme esperanza del corazn hu-
millado y purificado en el sufrimiento, se eleva de
pronto a una casi jubilosa seguridad: "Abrios, puer-
tas eternas, que va a entrar el Rey de la Gloria"
l
\
"Creo firmemente que ver los bienes del Seor en
la tierra de los vivos" ". "Oh, Seor, T has arran-
cado mi vida a los infiernos" ". Aunque poco des-
pus en los Responsorios de este Nocturno, vuelve a
sollozar la queja porque "nuestro pastor se ha mar-
chado, se ha secado la fuente de agua viva" ", porque
"muere el Justo y nadie lo siente en su corazn"
19
;
no obstante la segundad de la victoria se mezcla en
todas partes al lamento anulando su tristeza. "Nues-
tro Salvador ha hecho saltar las puertas de la muerte
junto con sus cerrojos, ha derribado las barreras del
Hades" y "ha vencido el podero de Satn"
20
. Es
ms, en las lecciones de este Nocturno uno cree or
casi una ligera risa cuando San Agustn habla de los
guardias del Sepulcro que, estando dormidos, habran
visto cmo los discpulos robaban su cuerpo, una li-
gera risa de triunfo por la necedad del diablo que
" Salmo 23, 9, 4.
a
Antfona de las Tinieblas.
" Salmo 26, 13; 5.
a
Antfona de las Tinieblas.
17
Salmo 29, 4; 6.
a
Antfona de las Tinieblas.
11
Adaptacin libre de Jeremas, 17, 13, segn la versin
griega; 4. Responsorio de las Tinieblas.
" Isaas, 57, 1; 6 Responsorio de las Tinieblas.
2
* Cfr. nota 18.
213
acaba siempre por ser el engaado, engaado por
su
propia mentira
21
.
En la tranquila seguridad el triunfo, cantos y lec-
ciones del tercer Nocturno adquieren un tono de paz
profunda: "Dios me ayuda y me acoge"
22
. "La paz
en su sitio; Sin, su morada"
23
. Es como si los Sal-
mos cambiaran de aspecto bajo la direccin de estas
Antfonas que respiran paz. No se nos ha presen-
tado el Salmo 75 de las Tinieblas del Jueves Santo
como el gran Salmo del Juicio, y el Salmo 53 de los
Maitines de ayer como un grito de auxilio en la ex-
trema necesidad? Hoy se cambia en plegarias de es-
peranza, de sosiego y de paz. Slo el tercer Salmo
de este Nocturno, el ltimo del Oficio de esta noche,
parece desentonar. Se trata del sombro Salmo 87 que
ayer nos aterrorizaba como una quintaesencia de la
tristeza y de la desolacin. Es el nico en que ha
fallado el arte de la transmutacin? no se ha
encontrado para l ningn motivo consolador que
hubiera cambiado un poco su aspecto fnebre?
Parece que no, pues la Antfona de este Salmo,
21
Cfr. Agustn, ln Psalmo 63, 13/15; 4.
a
-6.
a
Lecciones
de las Tinieblas.
22
Salmo 53, 6; 7.
a
Antfona de las Tinieblas.
23
Salmo 75, 3, 8.
a
Antfona de las Tinieblas. En el
fondo dicen lo mismo las dos mitades del Salmo que for-
man la Antfona: el latn fax equivale a salem (=paz);
por eso Jerusaln es interpretada por los Padres como visio
pacis ( = visin de paz); y Sin es Jerusaln. Sin es inter-
pretada, adems, como specnlatia; tiene, por consiguiente,
un significado parecido. Cfr. Agustn, ln Psalmo 50, 22,
passim.
214
sacada de l mismo, parece un retorno a la queja
desesperada: Factus sum sicut homo sine adiutorio,
inter mortuos lber, "estoy como un hombre sin ayu-
da, libre entre los muertos"
2
" Texto oscuro, a lo me-
nos en su segunda parte. "Libre entre los muertos".
Qu quiere decir esto? Equivale este "libre" a
"fuera de la Ley", a "merced de" cualquier injuria y
arbitrariedad, como un muerto que ya no puede de-
fenderse? En ese caso esta Vigilia que nos pareca
tan iluminada por un resplandor de consuelo y de
esperanza, tan cercana a la vida, acabara, no obstante,
en el abismo de la muerte.
Pero no, aqu debemos dejarnos guiar por la ex-
gesis de los Padres. Esta nos pone sobre una pista
enteramente distinta, sobte una pista de claridad ma-
tinal. En la expresin, tan difcil de interpretar, in-
ter mortuos lber ven los Padres de los primeros si-
glos, San Agustn, por ejemplo, una magnfica
prueba de la divinidad de Cristo. Slo Cristo fue ver-
daderamente un "libre entre los muertos", porque slo
El estaba "en la semejanza de la carne de pecado,
sin pecado entre los pecadores" "
6
. Slo el pecado, por
sentencia divina, somete al hombre a la muerte. As,
pues, si uno est sin pecado, la muerte no le puede
retener, ha de dejarle libre. Este fue el gran error
de Satn: crey poder entregar al Seor a la muerte
porque llevaba la carne de pecado del hombre con-
denado a muerte. Hubo de reconocer, demasiado tar-
24
Salmo 87, 5-6; 9.
a
Antfona de las Tinieblas.
25
Agustn, ln Psalmo 87, 5-
215
de, que sobre este nico no se le haba dado ningn
derecho, porque en la carne de pecado de Adn, un
hombre entraba en el mundo de los muertos y, nico
"libre entre los muertos", volva a salir vivo. Y no
solo, sino como Caudillo y Libertador de todos los
que desde Adn murieron creyendo en la salvacin
futura. El que, tiene poder para dar su vida y para
volver a tomarla
2
\ baja al reino de los muertos ni-
camente para abandonarlo vivo con los vivos. As,
bien entendida, esta Antfona refleja precisamente el
triunfo pleno del Seor, su victoria sobre el pecado y
la muerte; y las sombras fnebres del Salmo no tie-
nen otra finalidad que la de hacer de negro fondo
para que resplandezca tanto ms claramente la vida,
nacida de la muerte.
Esta claridad verdaderamente pascual que resplan-
dece de una pequea Antfona se prolonga en lnea
recta y se hace infinitamente ms profunda en las
lecciones de la Epstola a los Hebreos, que siguen a
continuacin. Abren el reino superior, el reino de la
vida al que Cristo ha pasado desde el mundo inferior,
el mundo de la muerte: solus nter mortuos lber.
No por la sangre de animales sacrificados, como el
Sumo Sacerdote de la Antigua Alianza, sino "por su
propia sangre entr de una vez para siempre en el
Santuario (del cielo)" " y con El tambin nosotros
cubiertos con su sangre. La muerte era necesaria, por-
que "sin efusin de sangre no hay remisin de peca-
2
' Cfr. }uan, 10, 18; V. tambin Agustn, o. c.
27
Hebreos, 9, 12; 9.* Leccin de las Tinieblas.
216
dos" ". Pero ahora, una vez que la sangre del Cor-
dero inmolado ha borrado el pecado del mundo, la
soberana de la muerte ha sido quebrantada, el cami-
no de la vida ha quedado abierto y nosotros somos
en la muerte y en la sangre de Cristo "libres en-
tre los muertos".
El camino a travs de la Cuaresma y su ltima
etapa, la subida de la escarpada vertiente de la Se-
mana Santa, nos ha conducido a la cumbre, all don-
de se da el viraje de la muerte a la vida, del sufri-
miento a la dicha. Pero lo extrao era que, para
nuestros ojos humanos, iba continuamente hacia aba-
jo en vez de ir hacia arriba, que esta ascensin pareca
ms bien descenso, cuyo trmino era un abismo en
vez de una cumbre, Pero ahora en este momento
de las ltimas Tinieblas nos damos cuenta poco a
poco de dnde en realidad estamos: sobre la cum-
bre, a las puertas de la vida, inmediatamente antes
de la Pascua, del ltimo paso decisivo, del trnsito
definitivo al otro lado. Ahora, ya no puede sorpren-
dernos que la primera Antfona de Laudes resuene
como un clarinazo de la vida, como un hurra jubi-
loso del vencedor de la muerte y del infierno: "Oh
muerte, yo ser tu muerte; tu mordedura, oh infier-
no
Se podra pensar por un momento que la Pascua
se ha realizado ya. Pero la continuacin de los Lau-
21
Hebreos, 9, 22; 9.
a
Leccin de las Tinieblas.
2
" Oseas, 13, 14; 1.
a
Antfona de Laudes
217
des muestra que la passio no se ha acabado todava;
aunque haya cambiado su aspecto y se haya conver-
tido en una beata passio, una "dichosa Pasin" ".
Hacia el fin de Laudes la triunfal alegra que acaba
de encenderse parece de nuevo amortiguada ligera-
mente y convertida en una queja tristemente dulce de
la Iglesia junto al Sepulcro del Amado: "Las muje-
res estaban sentadas junto al sepulcro se lamentaban
y lloraban al Seor" ". Este es el tono que marca el
carcter propio de esta noche y de todo el da siguien-
te : una suave queja, una tenue luz de esperanza con-
templada a travs de un velo de lgrimas.
Quin no se sentir agradecido por habernos sido
devuelto en esta forma el ltimo da de la Semana
Santa: un da de silencio fecundo antes del acon-
tecimiento sobrecogedor de la noche! Tal vez son
los mejores narradores rusos los nicos que han lle-
gado a describirle como es en realidad *~: una pausa,
una ltima espera santificada por el reposo del Seor.
La Iglesia se ha sentado junto al Sepulcro para llorar.
Contempla dnde han colocado a su Seor, dnde
la Mujer ha acostado a Adn, dnde ha enterrado al
hombre, dnde le ha precipitado con su consejo ".
Ella lo ve y llora. Llora junto al Sepulcro del Seor,
30
Missale Rornanurn, Canon Missae (Unde et me-
mores).
31
Gfr. Mateo, 27, 61; Antfona del Benedictus.
32
Cfr. tal vez Iwan Schmeljow, Im Jahr des Herrn,
en la pequea antologa del mismo nombre de Cari H.
Erkelenz (1952), pp. 7-22.
33
Pedro Crislogo, Sermo 80.
218
como el Seor ha llorado junto al Sepulcro de Lza-
ro : sobre la muerte del hombre, sobre la tumba de
la vida, sobre el pecado que ha matado al autor de la
vida. Pero sus lgrimas se deslizan dulces y calladas.
Ya no es la desgarradora queja del Domingo de Sep-
tuagsima lo que la sacude. La muerte de Adn ha
perdido en el Sepulcro de Cristo todo su horror. La
muerte por obediencia ha borrado el pecado. La mas-
sa damnata
si
ya no se precipita de pecado en pecado,
de muerte en muerte, sino que el cuerpo del Obe-
diente "descansa en esperanza". Un presentimiento
de la "dicha" de la culpa que nos ha merecido tan
gran Redentor"
3S
, un presentimiento de la "dicha" de
la Pasin, que ha merecido "el nombre sobre todo
nombre" y la "gloria de Dios Padre"
36
, deja al que lo
contempla (la Iglesia y el alma) tranquilo y lleno
de esperanza.
LUZ JOVEN
As va pasando lentamente el da, entre ayuno,
llanto y oracin ininterrumpidos, y cuanto ms se
acerca el atardecer tanto ms se retira el sosiego lleno
de lgrimas, dando lugar a una alegre espectacin.
34
Agustn, Enchiridion (De fide,. spe et caritate),
27; Breviarium Rornanurn, 5.
a
Leccin (Breviarium Mo-
nasticum, 7.
a
Leccin) del Domingo de Septuagsima.
35
Missale Rornanurn, Praeconium paschale.
36
Filifenses, 2, 9 y 11; Epstola del Domingo de
Ramos.
219
Antiguamente eran sobre todo los nefitos los que
anhelaban ardientemente la noche. Para ellos lo mis-
mo que para el Seor, era la gran noche del nacimien-
to, el seno maternal que daba a luz eterna una nueva
vida. En la maana del Sbado Santo se haban re-
unido para la ltima preparacin. Una vez ms un
exorcismo les haba purificado de la inhabitacin del
Maligno. La uncin de los odos y nariz con saliva,
la uncin de todo el cuerpo con aceite " haban con-
tinuado curando y librando a los nefitos, de manera
simblica, de la posesin del pecado, abriendo su sen-
tido interior a lo divino y fortalecindoles como "atle-
tas de Cristo" para la "lucha de este mundo" ". Des-
pus en la solemne abrenuntiatio, los futuros cristia-
nos haban renunciado a Satn, hasta entonces su cau-
dillo, a sus pompas y a sus obras y haban jurado
fidelidad al Kyrios Cristo, en cuya milicia entraban
ahora. La redditio, la repeticin de lo que antes se
les haba dicho
s
y desde entonces frecuentemente
repetido ", haba concluido con la recitacin en voz
alta del Smbolo delante de toda la comunidad de los
fieles. Estaba dado el ltimo paso. Lo que dependa
de su voluntad y de su fervor humano estaba cum-
plido. Ahora ya no quedaba ms que la espera silen-
ciosa de la consagracin, la ltima preparacin del
" En Oriente; en Occidente slo se ungan algunas
partes del cuerpo.
" Ambrosio, De Sacramentes I, 2, 4.
" El mircoles de la 4.
a
semana de Cuaresma.
" Por ej., el mircoles de la Semana de Pasin.
220
alma por la oracin, el ayuno y la plena entrega a lo
desconocido que esperaban con tanto anhelo. Ms
que ningn myste pagano, entraban en una oscuridad
completa. Saban qu era lo que les iba a suceder:
salvacin y nuevo nacimiento, pero todava segua
oculto para ellos el cmo. Haban recibido la doctri-
na; pero lo ms grande, la "tradicin" de los Mis-
terios estaba todava por llegar. Por eso esperaban ar-
dientemente la noche que habra de iniciarlos.
Y con ellos toda la Ecclesia de los fieles. Para todos,
iniciados y no iniciados, es, hoy como entonces, la
gran noche de los Misterios, la santa noche-madre de
la vida nueva. Al no bautizado le trae la iniciacin,
al bautizado la renovacin, al penitente la reviviscen-
cia de la consagracin. As la esperanza los empuja
a todos hacia la noche. Nadie piensa en dormir. No
hay da tan ansiado como esta noche. El piadoso de-
seo se anticipa anhelosamente a las horas. Por fin el
sol se ha puesto. Pero, oscuridad completa no la ha-
br en esta noche. La luna, llena de primavera, est
grande y reluciente en el claro cielo nocturno. Su luz
baa de plata las plazas de las iglesias, los caminos
por donde los fieles se apresuran al Oficio. El frescor
de la noche les hace estremecerse con la esperanza
de un nuevo comienzo. Es santa esta hora del tiem-
po terreno. Ha visto la creacin del mundo que Dios
llam a la existencia en la primavera. Nos trae tam-
bin esta nueva creacin de la Gracia. Es la hora pri-
maveral de la tierra. Suelta la lengua de las cosas mu-
das y abre el odo del corazn a los hombres. En esta
221
noche todo lo creado habla su lenguaje simblico, y
el hombre lo entiende. El universo se hace transpa-
rente. La hora de los Misterios ha sonado.
El creyente lo sabe: Dios est obrando. Ahora que
reposa en el Sepulcro, remata sus antiguas obras. Es-
ta noche dar vigor nuevo a la Creacin. Y este nue-
vo nacimiento, lo mismo que el primero, comienza
tambin en el signo de la Luz. Para la Iglesia, la
luz siempre es un smbolo del Verbo eterno de quien
dice la Escritura: "En El estaba la vida, y la vida era
la luz de los hombres. La luz luce en las tinieblas"
4I
.
Para ella, las luces que se encienden al atardecer son
siempre un resplandor de esa eterna luz en las tinie-
blas del tiempo y una ocasin para dar gracias a
Dios, "luz inextinguible" y "Creador de todas las lu-
ces" ", una ocasin para alabar a Cristo que, como
"verdadera piedra angular" hace brotar el fuego de la
claridad divina, como la llama del pedernal ".
La antigua Iglesia celebraba la hora de encenderse
las lmparas al atardecer como un cotidiano "sacrificio
vespertino" ", un sacrificio de luz y de alabanza a
Dios, y era consciente de que en el smbolo de esta
luz terrena y en el cntico de alabanza, con el que la
saludaba, devolva a Dios Padre al mismo Cristo, luz
41
Juan, 1, 4 s.
42
Cfr. la 2.
a
Oratio para la bendicin del fuego en el
rito antiguo.
" Antes la primera y ahora la nica Oracin para la
bendicin del fuego.
Salmo 140, 2; Praeconium paschale.
222
divina aparecida sobre la tierra, "esplendor de la glo-
ria del Padre
<0
.
Y cundo esta conciencia poda haber hablado ms
alto que en la Noche de Pascua? Esta es, por volun-
tad de Dios, la madre de la verdadera luz. Ha visto
despuntar de la piedra del Sepulcro el divino rayo
de la luz, la chispa de la eterna claridad que brot de
Cristo, piedra angular, cuando Dios le golpe con
sufrimientos hasta la muerte. Por eso los Misterios
de la luz marcan el comienzo de esta santa noche. Ya
en el mismo atrio de la iglesia envuelve al que llega
el resplandor dorado de la luz. El fuego nuevo, recin
sacado de la piedra, alza su llama alegremente hacia
el cielo estrellado de la noche. La luz de la tierra sa-
luda a las luces del cielo. El celebrante, el dicono y
los dems ministros rodean la llama, bendicindola
y consagrndola. Esta visin refuerza la conciencia
de un nuevo comienzo. Era una costumbre del anti-
guo Oriente como de la antigua Grecia y Roma
la renovacin solemne del fuego el da de ao nuevo.
Ahora el fuego nuevo descenda del cielo y la fiesta
se transformaba en una solemnidad religiosa. Al cns-
tiano la consagracin del fuego en la noche pascual
le dice que el tiempo ha sido renovado en Cristo, que
con su Resurreccin ha comenzado el verdadero ao
jubilar, el tiempo intemporal del nuevo en, es decir,
de la vida divina. Con la alegre procesin que trans-
porta el fuego nuevo al Santuario, pasamos por la
45
Ambrosio, Hymno Splendor palernae gloriae; Bre-
viarium Romanam (y Breviarium Monasticum), Laudes
del Lunes.
I
223
puerta abierta de esta nueva era divina. Flores de pri-
mavera alfombran el camino y exhalan el perfume
de la resurreccin. Amanece un nuevo da.
El interior de la Iglesia est todava sumergido en
la oscuridad nocturna. Pero en el momento en que
la procesin pasa al umbral, brilla una primera llama,
tenue y viva a la vez: el cirio pascual, la luz de la
noche pascual, encendida en el fuego nuevo. La Igle-
sia se ilumina con el resplandor de la resurreccin.
Todava no se ha realizado el milagro; pero ya pro-
yecta su luz. Lo que en la cumbre de la solemnidad
de esta noche se har presencia cultual en el santo Sa-
crificio, aparece anticipado en una representacin sim-
blica. "La luz de Cristo!", clama el dicono a la
muchedumbre que espera en la oscuridad, y el silen-
cio florece en una exclamacin de jbilo lanzado por
cientos de voces: "Gracias sean dadas a Dios '. El
antiguo saludo a la luz vespertina " tiene en esta
hora pascual un significado especial: el Seor ilu-
mina hoy a su Ecclesia para el camino de la Pascua,
como en otro tiempo a los israelitas en el paso del
mar Rojo. Ms an: Cristo ilumina en ella. En cada
uno de sus miembros, en cada hijo de la Ecclesia
vive el Seor resucitado como una luz interior. Le
poseemos y le sostenemos en nuestras manos como
4
' Cfr. Odo Casel, Der osterl. Lichtgesang der Kircbe,
"Liturg. Zschr". (1931/32), pp. 179-191; Franz J. DSlger,
Lumen Christi, "Antike und Christentum" 5 (1936), pp.
1 ss.; Aemiliana 'Lohr, Abend und Morgen ein Tag (1955),
pp. 537 ss. (Este libro aparecer muy en breve en Ediciones
Guadarrama.)
224
a los cirios, todos los cuales van a ser encendidos en
la llama del cirio pascual y en un abrir y cerrar de
ojos llenarn el interior de la iglesia con una oleada
de gloria y de claridad: "Luz de luz" ". "Dios es
el Seor: El nos ilumina"
4S
. El milagro creador del
primer da, se repite: "La luz luce en las tinieblas" ",
y esta vez, las tinieblas la comprenden, la retienen.
Y el corazn no desea otra cosa que alabar.
Estando todos en pie con los cirios encendidos en
la mano transformados ellos mismos en lmparas
ardientes en las que arde la luz de Cristo, el di-
cono, con ornamentos blancos de alegra, se dirige
al facistol e invita al cielo y tierra y a la Ecclesia
entera para celebrar juntos esta solemnidad entonan-
do a continuacin el Praeconium paschale, el jubiloso
canto de alabanza a la "dichosa noche"; a la luz que
ha nacido en ella, a Cristo, el verdadero Cordero
Pascual que con "su sangre derramada por amor ha
borrado la sentencia de la antigua culpa", ha consa-
grado y ungido nuestras "puertas" abrindonos as
el camino que del Egipto del pecado conduce a la
tierra prometida de la resurreccin. Canto de alaban-
za a las celestes columnas de luz que ilumina a los
que han sido liberados y retornan a sus hogares; loa
a su imagen terrestre, el cirio pascual; a la abeja, en
fin, que habiendo recogido la miel y preparado la
cera de esta simblica luz pascual, es "la madre vir-
47
Missale Romanum, Ordo Missae (Credo).
18
Salmo 117, 27.
40
Juan, 1, 5.
15
225
ginal"
50
y como una virgen Mara ha dado al mundo
la verdadera luz pascual, Nuestro Seor Jesucristo y,
como una Virgen-Madre, la Ecclesia, nos vuelve a
encender cada ao esta luz en el sagrado Misterio
litrgico.
Hay que haber odo una vez este canto pascual de
alegra, y hay que haber presenciado este cuadro, en
medio de la noche, como ha vuelto a celebrarse aho-
ra: la iglesia oscura con la muchedumbre que aguar-
da conteniendo el aliento, y en primer lugar la sola
llama del cirio pascual, cuya luz apenas llega a hacer
brillar la blanca seda de los ornamentos del dicono
(qu alegra el solo brillo blanco de este ornamento
despus de los sombros violetas y negros de los das
pasados!); despus, a la tercera aclamacin a la luz,
el encenderse de cientos de cirios en las manos de los
fieles. Un cuadro de otros tiempos, como en la An-
tigedad cristiana, en aquellas espaciosas baslicas que
describe Prudencio en su himno para encender las
lmparas ": llenas de una innumerable multitud de
fieles, todos con cirios en las manos, adems de las
muchas lmparas preciosas que se balancean al extremo
de las cuerdas suspendidas de las vigas del techo, ad-
50
Los antiguos crean que la abeja no engendraba su
cra por fecundacin, sino que la recoga de los ptalos de
las flores. Cfr., p. ej., Ambrosio-, De virginibus, 18, 40;
Rore pascitur apis, nescit concubitus, mella componil, "la
abeja se nutre de roco, no conoce la fecundacin, hace la
miel".
51
Lber Cathemernon V, Hymnus ad incensum lu-
cernae.
226
mirablemente decoradas, o que ardan sobre altos
candelabros; un mar inmenso de luces en el que bri-
llaba el oro y los colores de os mosaicos, resplande-
can las columnas de mrmol y de prfido, y, domi-
nndolo todo, temblorosa de alegra, la voz joven del
dicono, la incomparablemente dichosa meloda que
llama a la puerta del Cielo, se lanza impetuosamente
sobre la tierra y encadena todos los corazones con las
cadenas de alegra del mensaje pascual: "Esta es la
noche... Esta es la noche... Oh noche verdaderamen-
te dichosa!"
Haber odo y contemplado esto con la sencillez
de un corazn de nio, que ha conservado la facultad
de pensar en imgenes y smbolos es haber com-
prendido la verdadera Pascua cristiana. Este es y si-
gue siendo el Misterio de la noche. Pero "esta noche"
est en todas partes donde hay hombres, donde el
pecado del hombre y la muerte, fruto del pecado, han
ensombrecido el da claro de los orgenes de la crea-
cin de Dios. "Esta noche", que de su pobre seno
estril no poda dar a luz ms que suspiros, lgrimas
y splicas de auxilio, ha hecho descender sobre s la
misericordiosa luz de Dios. Ha bajado para ilumi-
narla. Al principio pareca como enterrada en medio
de sus tinieblas, cuando en realidad viva y penetra-
ba poderosamente la oscuridad, consagraba la tumba
transformndola en seno materno, y resurga de nue-
vo de ese oscuro seno como una radiante creatura ce-
leste. Nosotros mismos, la humanidad creyente de
todos los tiempos, somos esta "noche verdaderamente
dichosa", que de su seno estril ha podido dar al
227
mundo a la luz eterna: Cristo, que venci en el
Bautismo las tinieblas de nuestros pecados y brilla
como estrella de la maana en nuestros corazones ".
A esta estrella de ia maana que "no conoce ocaso" "
la coge llena de jbilo nuestra noche, como una ma-
dre a su hijo recin nacido y, transformada en su
esencia por este nacimiento, es "clara como el da"
y "verdaderamente dichosa" ". Pues esta noche del
funesto pecado del hombre y de la clera de Dios se
ha convertido en la noche "de la dichosa Pasin del
Seor" y de la misericordia de Dios; la tumba de la
luz y de la vida divina se ha convertido en madre de
la resurreccin y del da eterno.
Por eso el Praeconium pasckale, al comienzo de la
noche de Pascua y, sobre todo el haec nox, constan-
temente repetido, tiene este acento impresionante al
que ningn creyente puede sustraerse. Habla no de
acontecimientos pasados y que no nos conciernen,
sino de aquello que ahora y siempre sucede en nos-
otros cuando en el curso del ao vuelve la hora
de la Pascua; canta la transformacin de nuestra
noche de pecado en el claro da de la vida de Cristo.
Y basta un corazn humilde, consciente de esta os-
curidad del pecado, para comprender, sin instruccin
ms profunda, lo que quiere decir la luz y el canto de
alabanza de la noche de Pascua. El que cree y es
humilde, ya desde ahora, al comienzo de la gran
" Cfr. 2.
a
Pedro, 1, 19.
" Missale- Romanum, Praeconium fascnale.
" Salmo 138, 12; Praeconium faschale.
" Ibid.
228
noche de Misterios, comprender en esta elocuente
unidad de smbolo y palabra, el Misterio total de la
Pascua, llegando a la invencible certeza de la Pascua
que es la nica capaz de hacer soportable la noche de
nuestra vida terrena, la certeza de que "Cristo ha
resucitado!" Ha resucitado verdaderamente!" ".
Y "la Luz luce en las tinieblas" ".
PROFECA Y REALIZACIN
Lo que resplandece con ms fuerza en ese Praeco-
nium faschale, que engloba Cielo y Tierra, es "el
inestimable amor del gape"
58
que "ha entregado
al hijo para redimir al esclavo"
5S
. Esta es la fuente
celeste de la luz de esta noche, que derrama tal cla-
ridad que hace "amable"
6
la misma oscuridad mor-
tal del pecado de Adn. Es la luz inextinguible del
amor de Dios la que nos ha iluminado, como ver-
dadera columna de fuego, en nuestro camino litrgi-
co de la Pascua y que ni siquiera nos ha abandonado
en el fondo mismo del ocano de sufrimientos, como
en otro tiempo tampoco abandon a Cristo. Ella ha
iluminado la mesa de la ltima Cena y en el Sepulcro
" Saludo pascual de la cristiandad oriental.
" Juan, 1, 5.
" Praeconium paschale.
" Ibid.
" Ibid.
229
del Seor ha mantenido encendida la llama de una
esperanza imperecedera.
Es tambin la luz que conduce a la Ecclesia en el
ltimo trecho del camino hacia la verdadera Pascua.
Una vez ms, la Iglesia vuelve a reunir a sus hijos
al resplandor de la nueva luz para que se arrepientan
y se preparen una ltima vez. Santas lecturas, alter-
nando con cnticos de alabanza, llena, como siem-
pre, las largas horas de la vigilia nocturna. Pero en el
fuego nuevo del amor de Dios se enciende ms res-
plandeciente que nunca la sabidura de la Ecclesia.
Junto al atril del lector brilla el cirio pascual; su luz
cae sobre las pginas del Antiguo Testamento. Cristo
ilumina la oscuridad del pasado y da a conocer en
todas partes el plan de salud del gape que tiene el
hombre en sus manos desde el principio; no le ha
abandonado y hoy le conduce a su trmino. Cundo
estar el alma ms preparada para este acontecimiento
que esta noche! La abnegacin y la penitencia con-
tinuas de las pasadas semanas, los padecimientos ms-
ticos de los ltimos das la han esponjado saludable-
mente. El resplandor anticipado de la Pascua y el
torrente de, jbilo del Exultet la han levantado hasta
lo ms ntimo del corazn de Dios. Ahora olvida el
tiempo y la hora y se sumerge enteramente en la con-
templacin del "inestimable amor de caridad". Como
una buena alumna, la Ecclesia repite por una ltima
vez en esta noche la leccin que la sabidura divina
no se ha cansado de inculcarla desde el Domingo de
Septuagsima. Toda la historia de la humanidad
esta revelacin del amor de Dios que ha desfilado
230
ante nosotros tantas noches, desde Septuagsima es
resumida una vez ms, como en un compendium, en
las Profecas de esta noche.
Un "fiambre extraordinario para las lecciones del
Oficio de la noche: Profecas. Comnmente los pa-
sajes de la Sagrada Escritura que se leen a Maitines,
as como los fragmentos tomados de los Padres, se
llaman simplemente lectiones; y parece ser ste tam-
bin el nombre primitivo de las lecturas del Antiguo
Testamento de la noche de Pascua, nombre que ha
vuelto a darles el nuevo rito. No sin fundamento;
porque la denominacin prophetia no aparece hasta
una poca relativamente tarda: Durando no la co-
noce todava ". As, pues, la Antigedad no aboga-
ba por la conservacin de este ttulo; pero este punto
de vista poda no ser siempre ni el primero ni el
nico cuando se trata de la conservacin o supresin
de nombres y ritos que vienen usndose sin oposi-
cin desde mucho tiempo. El nombre prophetia, aun-
que no de una gran antigedad, tiene no obstante
otros fundamentos de peso en su favor a causa de lo?
cuales podra lamentarse que se le haya sustituido por
el ms incoloro de lectio. Pro-phetia expresa, en efec-
to, exactamente el significado de las lecturas del
Antiguo Testamento en la liturgia de la noche de
Pascua. Para los Padres y hasta ahora la Iglesia ha
mantenido esta interpretacin hacindola suya todo
el Antiguo Testamento, en todos sus sucesos y fi-
61
Durando muri en 1296. El nombre de prophetia
no comenz a usarse hasta ms tarde en los siglos xiv y xv.
Cfr. Bugnini-Braga, o. c, p. 132, nota 55.
231
guras, es una profeca cuyo objeto es Cristo; una
prediccin (no slo en palabras, como en los libros
propiamente profticos, sino en la figura de los hom-
bres, de las cosas, de los acontecimientos) de la apa-
ricin de Dios en carne humana y de su obra salv-
nca. Precisamente en este carcter proftico del An-
tiguo Testamento ve la Iglesia, desde el tiempo de
Jess y de los Apstoles, la prueba de la unidad de
la revelacin de Dios, que desde Adn hasta Cristo
progresa en lnea recta y alcanza su "plenitud" en
el Seor.
Ya hemos tenido muchas ocasiones de referirnos a
esta tipicidad del Antiguo Testamento, a su simbo-
lismo pretendido por Dios. Cuanto ms nos acerca-
mos a la Pascua, tanto ms se amontonan sobre nos-
otros los personajes y los sucesos simblicos del An-
tiguo Testamento; los vemos realizados paso a paso,
por as decirlo, precisamente en la historia de la
Pasin del Seor. Ut scriptura impleretur
62
, ut con-
summaretur scriptura ", "a fin de que se cumpliese
Ja Escirtura", son palabras de Jess y de su evange-
lista, que nos salen al paso constantemente sobre todo
en el relato de la Pasin. Pero ya al comienzo de
su enseanza haba dicho Jess: "Escudriad las Es-
crituras... Ellas son las que dan testimonio de M "
e4
.
La Iglesia sigue este mandato del Seor durante toda
la Cuaresma, y son verdaderamente Profecas de la
salvacin obrada por Cristo las que en este santo
" Juan, 19, 24 y 36. Cfr. tambin Juan, 17, 12.
" Juan, 19, 28.
" Juan, 5, 39.
232
tiempo y especialmente en su cumbre, la noche de
Pascua, la Iglesia hace or a sus fieles en'Slos sucesos
del Antiguo Testamento. As, pues, hubiera podido
mantenerse sin error el nombre prophetia, que hu-
biera tenido la ventaja de poner bien de manifiesto el
carcter propio, proftico de estas lectiones. Queda, no
obstante, suficiente ocasin de hacerlo en los sermones
de Cuaresma, para los cuales apenas podra haber
tema ms provechoso que la explicacin de las pro-
fecas pascuales.
Todava ms doloroso que la prdida del nombre
ha sido la necesidad de reducir el nmero de lecciones
de la Vigilia Pascual. Existe realmente esta nece-
sidad? Se nos dice que lo exigen as motivos de orden
pastoral. Y es, por lo dems, posible y fcil de com-
prender. Porque, si ya Gregorio el Grande, en una
poca en que los fieles entendan todava el latn e
incluso lo hablaban, se vio obligado a reducir a cuatro
las doce lecciones profticas para no fatigar dema-
siado al pueblo en esta noche tan abundante en he-
chos litrgicos
65
, con mucha mayor razn se impona
hacerlo hoy cuando la mayora de los participantes
a la Vigilia Pascual ya no entienden el latn, y ha-
cerles or tantos textos latinos y tan largos sera pe-
dirles demasiado. Pero no por eso deja de ser dolorosa
la prdida de ocho lecciones y sera de desear y de pe-
dir que en el curso de la evolucin litrgica se en-
65
Cfr. Bugnini-Braga,o. c, pp. 132 ss.; y adems Bo-
nifatius Fischer, Die I^esungen der romischen Ostervig
unter Gregor d. Gr., "Festschrift Alban Dold" (1952), p-
ginas 144-159.
233
contrara de nuevo la posibilidad de volver a*l antiguo
nmero de doce
6
, sin exigir demasiado de la capa-
cidad de comprensin del pueblo ". Mientras tanto,
asi la predicacin como tambin la meditacin pri-
vada podran inspirarse, como ya hemos dicho, en las
lecciones suprimidas; de esta manera la vivencia de
la Pascua en los fieles sera extraordinariamente pro-
funda y se ensanchara en una visin de la Historia
de la Salud, cuya importancia en la experiencia indivi-
dual de la redencin jams se apreciar con exceso.
Por estas razones nos hemos credo obligados a tener
tambin en cuenta en nuestra exposicin el cuadro
de conjunto de las doce Profecas, lo cual no puede
menos de beneficiar a la comprensin de los cuatro
textos restantes.
Al comienzo del ciclo proftico se encuentra, hoy
como ayer, una leccin del primer libro de la Sagrada
Escritura, del Gnesis. Tratndose de un nuevo co-
mienzo, por dnde empezar sino por el primer co-
mienzo, por el origen del mundo? En el relato de
la creacin del libro del Gnesis se abre ante nosotros
el reino de la vida en el que el amor de Dios coloc
al hombre en un principio
68
. "Era muy bueno"
6
\
dice la Sagrada Escritura, y estas palabras resuenan
El nmero ha oscilado en el curso de los aos. Cfr.
sobre esto tambin Bugnini-Braga, o. c.
Tal vez, por una lectura en las dos lenguas, como
ya se ha hecho en muchas partes.
Gnesis, 1, 1-31; 2, 1-2; 1.
a
Leccin de la noche
de Pascua.
Gnesis, 1, 31.
234
llenas de sentido en esta noche de la salud que ha de
volver a hacer bueno todo lo que el pecado y la
muerte devastaron en esa creacin en otro tiempo
perfecta. En las lecciones del Diluvio, del sacrificio
de Abrahn y del paso del mar Rojo
70
aparecen des-
pus las figuras vetero-testamentanas de esta repara-
cin y nueva creacin que el santo Sacrificio de la
Pascua ha de hacer presente en seguida. Como el
gran Diluvio lav en otro tiempo la tierra manchada
por el pecado, y como el arca construida por mandato
de Dios salv de la ruina comn a unos pocos justos,
as en esta santa noche, el agua del Bautismo limpiar
muchos pecados y el arca de Dios de la Iglesia abrir
sus puertas a los nuevos llamados y escogidos, para
transportarlos sanos y salvos a las playas de la eter-
nidad sobre las olas de este mundo donde la clera
de Dios sepulta a los impos. Hoy tambin volar la
paloma, con el ramo de olivo, sobre el agua del bau-
tismo que da al mismo tiempo muerte y vida, para
anunciar la paz a la nave de la Iglesia, cuando "el
leo de la salud" y el "crisma de Nuestro Seor Je-
sucristo" " se derramen en las fuentes bautismales, y
los nefitos reciban, con la uncin santa, el Pneuma
(es decir, la vida) de Dios y de Cristo que, buscando
un lugar de reposo en la tierra, lo encuentra en el
arca de la Ecclesia y en las almas de los bautizados.
Hoy tambin se combar en el cielo de la Iglesia el
70
Esta ltima es la nica de las tres que ha sido con-
servada en el nuevo Rito, ocupando ahora el segundo lugar
despus de la leccin sacada del Gnesis.
71
De benedictione aquae baptismalis.
235
brillante arco de la paz, el camino real hacia el
Padre, que Cristo, el "gran Pontfice" ha construido
en esta noche nica con las lgrimas y los sufrimien-
tos mortales de su vida terrena y con el esplendor
solar de su resurreccin, camino que El ha sido el
primero en recorrer. Es el signo de la alianza, que
Dios concluye con nosotros en Cristo, puro "s" a la
voluntad divina.
Pero toda esta alianza se concluye "sobre sacrifi-
cio" ". Por eso la leccin siguiente, bajo el smbolo
del sacrificio de Abrahn designa el verdadero sa-
crificio que dio y da validez a la Nueva Alianza, el
sacrificio de Cristo, que ya anticipadamente libr a
Isaac de la inmolacin y en la figura del misterioso
carnero se dio a conocer a s mismo como el "Cordero
de Dios que quita los pecados del mundo" ". As
esta leccin, como centro del grupo de cuatro, seala
con su ndice proftico la verdadera cumbre de la
celebracin de la Pascua: el Sacrificio del Altar, del
cual reciben su virtud todos los restantes Misterios
de esta santa noche.
Con el fragmento siguiente, sacado del xodo,
vuelve de nuevo la Iglesia a la contemplacin del
Misterio del Bautismo. En el paso del mar Rojo nos
pone delante de los ojos la segunda figura tpica de
este Sacramento en la Antigua Alianza, y al mismo
tiempo nos ensea a comprender la Pascua cristiana
en el sentido de los Padres: como paso y travesa,
73
Salmo 49, 5.
78
han, 1, 29.
236
como transitas. As como el Antiguo Israel, bajo la
direccin de Moiss, atraves el mar Rojo a pie en-
juto y alcanz la ruta del desierto que conduca a la
Tierra Prometida, mientras que los egipcios se hun-
dan en las olas, as en la noche de esta Pascua li-
trgica, el mar del Bautismo sepultar al infernal
Faran, y el nuevo Israel de Dios, la Iglesia, atrave-
sar con el Seor las aguas de la Pasin, subir desde
el bautismo de muerte hasta la orilla de la nueva
vida y, en su virtud, volver a tomar el camino de
esta vida hasta la Tierra Prometida de la eternidad.
Segura de su prxima llegada, la Ecclesia, como una
nueva Miriam, entona el mismo nuevo canto de ale-
gra y de victoria con el cual, en otro tiempo, Moiss
y Miriam dieron gracias al Seor por el milagro del
mar Rojo. As la liturgia romana expresa en forma
velada y simblica lo que de manera ms clara dice
el Canon pascual de Juan Damasceno en la liturgia
griega: "Pascua del Seor. Pascua. Porque Cristo,
Nuestro Dios, nos ha conducido de la muerte a la
vida, de la tierra al cielo, y nosotros cantamos el him-
no de victoria" ".
As concluye la primera serie de figuras profticas
del Pentateuco. Nos ha enseado cmo Dios "ha
creado maravillosamente al hombre y ms maravillosa-
mente le ha redimido" ", cmo "ha enderezado lo
cado, ha rejuvenecido lo decrpito, y todo es resta-
blecido en su integridad por Aquel de quien todo ha
71
Oficio de la maana de Pascua.
" Oracin despus de la 1.' Leccin.
237
tomado su origen" ". Vemos como Dios "no ha des-
preciado ni abandonado" ai hombre despus de su
cada, "sino ms bien le ha educado como un Padre
misericordioso" "; en No ha concluido una alianza
con l, en Abrahn ha confirmado esta alianza y la
ha bendecido con promesas, y en Moiss ha comen-
zado a cumplir la promesa. Y llenos de alegra re-
conocemos ahora cmo la actual reviviscencia litr-
gica se enlaza inmediatamente al antiguo hecho de la
Historia de Salvacin. En esta noche, en efecto, el
"Sacramento pascual" " del Bautismo realiza de modo
eminente la promesa con la cual fue recompensada
en otro tiempo la fe de Abrahn. Por su fe es en
verdad el "Padre de todas las naciones" '" agrupadas
por la fe y formando la Ecclesia. Esta noche aparece
as iluminada por los "milagros antiguos"
,0
, que
ahora resplandecen con mayor claridad que entonces,
cuando no slo un pueblo, sino hombres de todas las
naciones, de toda edad y sexo son librados de la
esclavitud de Faran (es decir, de Satn) y el "mundo
entero", por el "bao de regeneracin" es elevado a
"Hijo de Abrahn" y a "la dignidad de Israel"
81
.
El gtupo de las cuatro lecciones siguientes est
tomado de los Profetas. Celebran en frases hmnicas
y en magnficas imgenes la eleccin de Israel, su
" Oracin despus de la 2.
a
Leccin (en el antiguo Rito).
77
Liturgia griego-jacobita, Anaphora.
78
Oracin despus de la 3.
a
Leccin (en antiguo Rito).
79
Ibid.
, 0
Oracin despus de la 4.
a
Leccin (actualmente, la 2.
a
).
" Ibid.
238
retorno futuro, su regeneracin y su gloria definitiva
despus de su larga infidelidad y de los terribles cas-
tigos. Nuestra mirada interior entrenada ya por la
contemplacin de las imgenes precedentes, contem-
pla ahora con facilidad, a travs del velo proftico,
la realidad de la Nueva Alianza. Todas estas lecciones
son un himno de alabanza al nuevo Israel, la Igle-
sia, y al amor de Dios que le ha otorgado tal gloria.
A la Ecclesia se aplican hoy las palabras del Pro-
feta; son dirigidas a los nefitos: "Esta es la he-
rencia de los servidores de Yav, y la bendicin que
de m les vendr, dice Yav"
S2
. La Ecclesia es la
tierra frtil y rica en agua a donde el Profeta invita
a los hambrientos y sedientos de la tierra para que
beban "sin pagar" " el agua de la vida de la fuente
del Bautismo y se sacien con el pan y el vino de la
Eucarista
8
\ En la Ecclesia es donde se han realizado
las promesas que David recibi de Dios; pues en ella
vive el "Hijo de David", Cristo Jess, el que ha sido
dado "a los pueblos como testigo" de la gloria de
Dios, como "Prncipe y Dominador"
8S
. Por El, la
Iglesia misma se convierte en testigo de Dios entre
los extranjeros y los desconocidos que de un extremo
a otro extremo de la tierra afluyen a ella "a causa del
Santo de Israel" que la glorifica ". Ante ellos ne-
fitos y bautizados da testimonio, en esta noche, de
*
2
Isaas, 54, 17; 5.
a
Leccin (en el antiguo Rito).
, s
Isaas, 55, 1; ibid.
'
4
Ibid.
" Ibid., v. 4.
" Ibid., v. 5.
239
las obras maravillosas del "Logos de Dios" que pro-
cede de la boca del Padre y no vuelve a El "vaco" ".
Porque en esta santa celebracin anual de la Liturgia,
que va a llegar ahora a su cumbre, le ha visto realizar
todo aquello para lo cual haba sido enviado "": su
salvacin.
La Iglesia es la nueva creacin maravillosa que el
Logos de Dios hecho hombre ha realizado en la
tierra y que est creando continuamente de nuevo en
la santa Liturgia: la "casa de Dios" en la tierra,
"grande, elevada, inmensa" ", enriquecida con los
tesoros de la sabidura divina y de la vida eterna. En
medio de imperios gigantescos, de pueblos hbiles y
orgullosos de su ciencia, que lo saben todo y lo
pueden todo, pero "ignoran el camino de la sabidu-
ra"
90
, vive ella como nica escogida y llamada, tal
como el profeta Baruch la contempl, como la "bien-
amada de Dios" ". la nica a la que fue dado conocer
la senda de la sabidura. Porque ella es la esposa de
Dios, que "ha sido visto en la tierra y ha andado entre
los hombres"
92
. Ella ha visto al Logos de Dios hecho
hombre y ha recibido de El los "mandamientos de
vida" ". Por eso es la nica en la tierra que conoce
87
Ibid., v. 11.
88
lbid.
88
Baruch, 3, 24. 25; 6.
a
Leccin (en el antiguo Rito).
90
lbid., v. 23.
81
lbid., v. 37.
" lbid., v. 38.
" lbid., v. 9.
240
el Misterio de la vida, o sea, que slo puede crecer
en unin constante con la Sabidura divina ".
"El que se mantiene unido a ella consigue la
vida"
9i
. Esto lo sabe la Ecclesia porque en Cristo, la
Sabidura de Dios hecha hombre, se ha apoderado
de su eterna vida. En ella se ha cumplido la gran
visin del profeta Ezequiel que tiene ante sus ojos
en la sptima leccin. Ella es el pueblo que estaba
muerto y ha vuelto a vivir a la voz del Logos y al
soplo de su Pneuma, La Humanidad estaba dispersa
y desgarrada, inerte y reseca como osamentas de un
cementerio, hasta que el Logos de Dios hecho hom-
bre habl su palabra creadora: "Yo vivo y vosotros
tambin viviris" ". y de la boca del Resucitado
sopl sobre los muertos el aliento vivificador de Dios:
"Recibid el Pneuma Santo" ". Entonces se cumpli
la visin del Profeta, la Ecclesia fue creada, los muer-
tos y los dispersos se juntaron para formar el ''nico
hombre perfecto" "
8
. La Iglesia aguarda en esta noche
que se reproduzca este milagro; se har presente a
ella junto con la muerte y la resurreccin del Seor.
Se realizar de nuevo en sus nefitos, y ahora es en
su misma boca, como en otro tiempo en la del Pro-
feta, es donde ha sido puesta la palabra creadora de
Dios, que manda al Pneuma y por el Pneuma otorga
vida eterna a los muertos. Mira a sus nefitos y por
Cfr. ibid., v. 14.
Baruch, 4, 1.
Juan, 14, 19.
Juan, 20, 22.
Hiplito de Roma, De Antichristo, c. 3.
241
16
su boca habla Cristo, el nico y verdadero Profeta, el
Logos y Creador hecho hombre: "Yo abrir vuestros
sepulcros y os sacar de vuestras sepulturas, pueblo
mo... Yo pondr en vosotros mi Pneuma y vivi-
ris..." . Y con El habla la Ecclesia, la esposa del
Logos, consciente del poder que habita en ella: "Ven,
oh Pneuma!, ven de los cuatro vientos y sopla
sobre estos huesos muertos, y vivirn"
m
. Anticipa
as lo que dir dentro de poco junto a las fuentes
bautismales: "Enva el Pneuma de adopcin para
regenerar a los nuevos pueblos que nacen en la fuente
bautismal"
10
\
As, pues, sabiendo que ella misma ha nacido de la
muerte a la vida, de los milagros pasados y presentes
saca la "firme esperanza en los futuros" "
2
. La visin
del Profeta no se refiere slo a su desarrollo y creci-
miento, ni slo a la virtud vivificante de sus Sacra-
mentos; le garantiza tambin la resurreccin futura
al fin de los tiempos. Mira sin miedo a los inmensos
cementerios del mundo, a la vida muerta diariamente
por Satn y sus secuaces. Por mucho que se multi-
plique la muerte, ms inconmovible es an su certeza
de que ninguno que "est escrito para la vida en
Jerusaln"
10
\ es decir, que haya escrito su nombre
90
Ezequiel, 37, 12 y 14; 7.
a
Leccin (en el antiguo
Rito).
100
Ibid., v. 9.
101
De benedictione aquae baptismalis.
103
Oracin despus de la 7.
a
Leccin (en el antiguo
Rito).
10S
Isaas, 4, 3; 8.
a
Leccin (actualmente, la 3.
a
).
242
en el libro del Bautismo de la Iglesia y no le haya
borrado de l por el pecado, podr morir a la vida
eterna. Ella, la nueva Jerusaln, guarda "el resto
santo" de aquellos que, por la fe y el Bautismo, "se
salvaron en Israel" "". En medio de ellos reina glo-
riosamente Cristo, "el retoo del Seor"; es para
ellos "nube durante el da" y "resplandor de fuego
durante la noche", y la Ecclesia los protege como
"tienda contra el calor del da, los cobija y los de-
fiende contra el turbin y el aguacero"
105
de este
mundo. Y los que viven y crecen, as protegidos en
medio de los rigores de un mundo enfermo de pecado,
permanecern eternamente. De nuevo la visin pro-
ftica mira al mismo tiempo al presente y al futuro;
se refiere a la Ecclesia tanto en su existencia terres-
tre como en la futura, celestial.
Esta segunda serie de smbolos de las lecciones pro-
fticas se termina con el canto de la via, del profeta
Isaas. En la boca de la Iglesia es un testimonio de
gratitud por lo florido y fructfero de su propio ser
que, a la luz de la profeca, se le ha mostrado como
"campo y via" del Seor lleno de bendiciones
10
\ A
El, que "siembra la buena simiente" y que "planta ce-
pas escogidas"
107
, le da gracias en esta hora jubilosa,
porque todas sus flores y frutos han nacido de su
muerte y de su resurreccin. A El le invoca para que
bendiga su nueva y joven plantacin, la prole de sus
101
Ibid., v. 2.
105
Ibid., v. 2, 5 y 6.
106
Oracin despus de la 8.
a
(3.
a
) Leccin.
107
Ibid.
243
nefitos, a fin de que, "arrancada la maleza de las
espinas y abrojos, produzcan dignos y ptimos fru-
>> IOS
tos
Hay algo luminoso, florido, primaveral en todas
las lecciones, cnticos y oraciones de este segundo
grupo; exhalan ya alegra de la cercana resurreccin.
En la siguiente vuelve a dominar la gran seriedad de
la Pascua: la lucha entre la muerte y la vida. El
Cristo de la Pascua aparece prefigurado en un triple
smbolo, creando la Ecclesia por su muerte y su re-
surreccin, padeciendo y triunfando. Como verdadero
Cordero pascual marca con su sangre la casa de la
Ecclesia y protege a sus fieles de la clera del Juez
Divino "' . Como nuevo Jons vuelve a salir del
"vientre del seol"
110
, y, resucitado, llama a los paga-
nos a la conversin y a la vida para Dios ' ". En fin,
como verdadero Moiss deja en herencia al pueblo de
Dios de los bautizados la ley de la Nueva Alianza ' "
que infunde alegra en vez de terror, perdona y ani-
quila al pecado y da salud en vez de practicar la
venganza "*. En las palabras del antiguo cntico de
Moiss
114
con que termina la leccin del Deutero-
108
Ibid.
10
" xodo, 12, 1-11; 9.
a
Leccin (en el antiguo Rito).
110
han, 2, 3.
111
Juan, 3, 1-10; 10.
a
Leccin (en el antiguo Rito).
112
Cfr. Deuteronomio, 31, 22-30; 11.
a
Leccin (actual-
mente, la 4.
a
).
113
Cfr. la oracin despus de la 11.
a
(4.
a
) Leccin.
"* Cfr. Deuteronomio, 32, 1-4; Cntico despus de la
11.
a
(4.
a
) Leccin.
244
nomio, la Ecclesia oye su voz, la voz del amado, su
ley, la ley del gape.
Era hasta ahora la penltima y ahora es la ltima
de la Vigilia Pascual. En el antiguo rito segua el
relato del Libro de Daniel, de los tres jvenes en el
horno, que figura como lectura final en los sbados
de las Cuatro Tmporas, pero que el Sbado Santo
se presentaba en toda su pica amplitud, modelo
magnfico del arte narrativo oriental
115
. Las lecciones
de esta noche no podan introducirnos ms adecuada-
mente a la accin litrgica propiamente dicha. La
salvacin del horno encendido de los tres mrtires del
Antiguo Testamento es uno de los tifos ms
bellos de la resurreccin. "Ha resucitado del Sepulcro
Jesucristo, que libr del horno encendido a los tres
jvenes", reza en alabanza de los tres jvenes la An-
tfona pascual de los Laudes del Domingo. La rela-
cin entre el pasado y el presente est expresada en
ella de la manera ms concisa: el Logos de Dios, el
que en otro tiempo se apareci a los tres jvenes en
medio del fuego, trayndoles, por medio del soplo
de su Pneuma divino, refrigerio y salvacin, "en la
plenitud de los tiempos" hecho hombre, se libr a s
mismo en virtud de su divinidad, del fuego de los
sufrimientos mortales. La Iglesia, a travs del velo
de la figura tpica, mira a la prxima reproduccin
de este hecho en el santo Sacrificio de la noche de
Pascua. Al mismo tiempo sta le da la seguridad de
115
Cfr. Daniel, 3, 1-24; 12.
a
Leccin (en el antiguo
Rito).
245
que en todas las pruebas olorosas de este mundo y,
en primer lugar, ante las amenazas de los poderosos
enemigos de Dios, el Resucitado la cubre y la pro-
tege, a ella y a sus hijos, con las alas refrescantes de
su Pneuma, y al final de los tiempos la sacar de las
llamas de esta vida para transportarla al refrigerio
eterno del cielo.
En medio de esta alegre seguridad se levanta la
Iglesia de su contemplacin para entrar en la accin
de los Misterios propiamente dicha. La lectura pro-
longada de la Escritura la ha preparado de la mejor
manera a la "celebracin" ordenada y digna del "Mis-
terio pascual" "' . Ha echado una mirada profunda
al plan de redencin del Creador y ha reconocido
"que la creacin del mundo al principio no era ms
sublime que el sacrificio de nuestro Cordero pascual,
Cristo, al fin de los tiempos"
117
. Con otras palabras,
la redencin no es ms que una parte, una continua-
cin de la obra creadora, sanando y reconstruyendo la
creacin originaria. Y la "celebracin del Misterio
pascual", que hace presente la redencin, es, pues, un
verdadero acto creador, la nueva creacin de lo que
haba sido hecho al principio y fue daado por el
pecado, y la Iglesia sabe para qu obra tan sublime
alza sus manos en esta hora: en Cristo, su Seor y
Esposo, emprende la creacin de la vida nueva.
116
Oracin despus de la 7.
a
Leccin (en el antiguo
Hito).
117
Oracin despus de la 9.
a
Leccin (en el antiguo
Rito).
246
BODAS DIVINAS Y NUEVO NACIMIENTO
Aunque esta nueva creacin de la vida tiene su
primera representacin sensible en el Bautismo, no
debemos olvidar dnde hay que buscar la fuente de
este agua purificadora y vivificante. Ha brotado del
costado herido del Seor crucificado. No tendramos
Bautismo, si el Seor no hubiera muerto por nos-
otros. De su mortal herida fluye el agua que ha sido
para nosotros el bao de regeneracin. La muerte del
Seor es la fuente de la vida para los que creen en
El. Por eso, el Sacramento del Bautismo (como todos
los dems Sacramentos) est en la ms ntima rela-
cin con el santo Sacrificio del Altar. De ste, que
reproduce la muerte y la resurreccin del Seor, saca
su fuerza purificadora y vivificadora el bao de la
regeneracin.
Por eso la obra pascual de la nueva creacin se fun-
da en el santo Sacrificio de la noche de Pascua. Slo
por medio de este santo Sacrificio est verdaderamente
consumada la Pascua del Seor. Desde la noche de
la Cena, la Iglesia no ha vuelto a celebrar el Misterio
de la santa misa. Ha pasado los das y las noches en
ayuno y oracin esperando. Esta misma noche no ha
sido hasta ahora ms que un anhelo ardiente de la
Pascua del Seor. En cierta manera pareca anticipado
ya en la bendicin del fuego y en el Praeconium fas-
chale del comienzo de la noche. Pero slo el santo
Sacrificio de medianoche la da plena realidad. La hora
247
de la celebracin eucarstica es propiamente la hora de
la Pascua, anhelada durante semanas.
En el santo Sacrificio celebramos la memoria cul-
tual de la muerte y de la resurreccin del Seor, ce-
lebramos su exaltacin al trono del Padre. De la
herida de muerte del Seor inmolado fluye para nos-
otros el agua salutfera del Bautismo, la bebida vi-
vificante de la Eucarista. La boca del Resucitado
expira "el Pneuma Santo"
lls
, es decir, la vida divina
que deshace el pecado en el hombre enfermo y muerto
por l. El Cristo de la Pascua, muerto y resucitado,
no puede hacerse presente entre nosotros sin traer
consigo la plenitud de su vida que ha nacido de la
Cruz y se derrama a torrentes en los Sacramentos.
Estos son el Bautismo y la Eucarista en primer
lugar verdaderamente sacramenta faschalia, Sacra-
mentos pascuales, parte y efluvios del nico gran
faschale sacramentum "' del que proceden. Por eso
el Misterio de la Redencin culmina en el Misterio
del Sacrificio que, como actualizacin de la muerte
y de la resurreccin de Cristo, es el Misterio de la
Pascua en el pleno sentido de la palabra.
Podra sorprender que el Bautismo, por incorpora-
do que est a la noche de Pascua, no figure en se-
gundo lugar, despus del santo Sacrificio, no siendo
ms que el torrente cuya fuente es la muerte sacri-
ficial de Cristo. Pero, en el terreno litrgico no se
puede contar con el antes y el despus del tiempo
115
Juan, 20, 22.
n
* Oracin despus de la 3.
a
y 7.
a
Lecciones (en el anti-
guo Rito).
248
terreno, sucesivo. Hay que considerar ms bien a
los Misterios de la noche de Pascua como un todo,
precisamente como la presencia sacramental de la
muerte y de la resurreccin de Cristo de la que reci-
bimos la salud y la vida. Por eso, se podra muy bien
anteponer el Bautismo al Sacrificio, a fin de hacer
posible a los nefitos la participacin en l, sin que
haya que olvidar por eso el Bautismo, que, como
todos los Sacramentos, tiene su fundamento ltimo
en el sacrificio de Cristo. El torrente de vida atravie-
sa impetuoso esta noche; le remontamos hasta su
manantial y ya antes de llegar bebemos en el torrente
la misma agua, es decir: en el Bautismo recibimos
ya la accin saludable de la presencia del Sacrificio.
La bendicin del agua bautismal, a la que es pre-
ciso volver ahora nuestra mirada, nos descubre al
primer vistazo hasta qu punto considera la Iglesia el
paschale sacramentum como un Misterio nupcial.
Ya el Jueves Santo indicbamos cul es su funda-
mento. El Seor no quiso redimirnos sin nuestra
cooperacin. Ha querido unirse con nosotros para la
obra de la nueva creacin y de la revivificacin. Pero
la unin de dos para dar juntos la vida, es unin
esponsal y nupcial. Por eso el Misterio de la Reden-
cin y de la nueva creacin, en el cual el hombre y
Dios actan juntos, equivale a lo que Pablo llama
magnum mysterium, el "Misterio grande"
2
del
cual es un smbolo el matrimonio terreno del hom-
bre y la mujer. "Gran misterio es ste, pero entendi-
12
Efesios, 5, 32.
249
do de Cristo y de la Iglesia" " \ El Dios hecho hom-
bre se une con la Humanidad escogida "a la cual el
Seor ha llamado", la Ecclesia, para la nueva crea-
cin de la vida divina en el hombre. La colaboradora
que ha escogido para su obra de salud es su virginal
esposa. En la muerte de Cristo en la Cruz ven los
Padres el sueo mstico del nuevo Adn; en el
agua y en la sangre que fluyen de su mortal herida,
los dos grandes Sacramentos de la Iglesia, Bautismo
y Eucarista, y con ellos a la Iglesia misma en su ser
de esposa y madre, dispensadora de vida. Como nue-
va Eva, madre de la vida, procede del costado tras-
pasado del nuevo Adn y se desposa con l en la
resurreccin. Nace del corazn del que muere, y del
aliento del Resucitado
122
recibe su vida divina, que
ella transmite, a modo de mujer, por sus Sacramen-
tos. Es preciso tener presente esta teologa de los
Padres, si se quiere comprender del todo la liturgia
de la noche de Pascua, en particular, la bendicin del
agua bautismal.
La noche de Pascua es con toda propiedad la fies-
ta nupcial de la Ecclesia. Todas las figuras esponsa-
les y nupciales que desde la fiesta de la Epifana nos
han acompaado llenas de promesas a lo largo del
ao litrgico, encuentran hoy su realizacin. La fi-
gura del pozo de Jacob se ha hecho realidad ". La
mujer que no tena marido y perteneca a muchos ha
121
Ibid.
122
Cfr. Juan, 20, 22.
121
Cfr. Juan, 4, 5-42; Evangelio del viernes despus del
tercer Domingo de Cuaresma.
250
vuelto a encontrar a su nico esposo celeste que tena
destinado desde el principio. Por fin la Humanidad
ha reconocido a Aquel a quien slo pertenece el
saludo que por mucho tiempo ha dirigido a un menti-
roso y seductor: "Salve, esposo! Salve, esposo,
luz nueva!" " \ "No hay ms que una luz, no hay
ms que un esposo: Cristo ha recibido el privilegio
de estos nombres"
12S
. Aqu, en la noche de Pascua,
en los labios de la Ecclesia, ante la luz del cirio pas-
cual, figura de Cristo, alcanza su verdadero sentido
el clamor de los antiguos Misterios. Es de noche; el
esposo est ah. Llega a la casa de la esposa y la en-
cuentra despierta. Mientras le saba fuera, en la
noche del sepulcro, el sueo no cerr sus prpados.
Ahora, ha vuelto a ella vivo. "Sus cabellos estn cu-
biertos de la escarcha de la noche"
126
. Trae todava
en su cuerpo las huellas de la Pasin. Pero est a su
puerta engrandecido hasta lo sobrehumano, transfi-
gurado en su cuerpo, revestido de la divinidad: "mira
por la ventana, atisba por entre las celosas"
12
\ Hasta
este momento no le ha visto ms que a travs de ven-
tanas y celosas, a travs de los orculos y los smbolos
121
Firmico Materno, De errore profanorum religionum,
19, 1.
125
Ibid.
126
Cantar de los Canteres, 5, 2; cfr. Paulino de ola,
Epstola 23: Qttae autem nox intellectu spiritaale putanda
nisi passio domini...
127
Cantar de los Cantares, 2, 9; cfr. Ambrosio, De Isaac
et mima, 4, 32-33 en el que a "ventanas" se le da el signi-
ficado de Profetas, per quos dominas genus respexit huma-
num, priusquam in trras ipse descanderet.
251
de los Profetas. Ahora ha salido de la oscuridad de
la noche y su presencia viviente en la gloria de su
resurreccin eclipsa todo smbolo y toda profeca.
Milagros de la gracia dan a conocer la proximidad
divina. La pila bautismal brilla en la oscuridad de la
Iglesia; la ilumina la luz pascual. Se derrama en ella
el santo leo y crisma que se mezcla al agua. El ce-
lebrante, en lugar de Cristo, est ante ella y ora
sobre las aguas. En su boca, el Logos divino pide a
la vida de Dios que penetre en el agua: "Dios om-
nipotente y eterno, estad presente en estos Misterios
de vuestra gran piedad, estad presente en estos Sa-
cramentos; enviad el Pneuma de adopcin para reen-
gendrar a los nuevos pueblos que van a naceros de la
fuente bautismal; para que cuanto hemos de hacer
por nuestro humilde ministerio sea consumado por la
eficacia de tu poder"
128
. "Mira, Seor, la faz de tu
Ecclesia" esta faz es Cristo, tu Hijo "y multi-
plica en ella nuevos hijos tuyos, T que alegras tu
ciudad con el torrente de tu gracia y abres en todo
el mundo la fuente del Bautismo para renovar a los
pueblos. Que, por orden de tu majestad, reciba del
Pneuma Santo la gracia de tu Unignito Hijo. Fe-
cunde el Pneuma Santo, por la misteriosa interven-
cin de su luz
129
, esta agua preparada para la rege-
neracin de los hombres, para que, en virtud de la
santificacin, renazca del seno inmaculado de esta
128
De benedictione aquae baplismalis.
12
' Segn la versin original, se ha de leer luminis, no
numinis; cfr. Sacramentarium Gelasianum XLIV, Conse-
cra to fontis (PL 74, 1110).
252
fuente divina una nueva creatura, progenie celeste.
Y que a todos, distintos en el sexo o en edad, la gracia-
madre alumbre a una misma infancia"
130
. "Y T,
Dios omnipotente, asiste lleno de bondad a los que
observamos estos preceptos. Sopla amorosamente sobre
este agua"
13
'. "Bendice T, con tu boca, este agua
ordinaria, para que adems de su natural propiedad
de lavar los cuerpos, sea tambin eficaz para purifi-
car las almas"
18
\ "Que la virtud del Santo Pneuma
descienda en la plenitud de esta fuente y fecunde toda
la substancia de este agua con la virtud de regene-
rar"
133
. "Sea santificada y fecundada esta pila con el
leo de salud para que d la vida eterna a los que
renazcan de ella" " \
As se lleva a cabo por la palabra y la accin sim-
blicas ms simples la santa oendicin del agua que
representa a la madre Iglesia. En el rito de la ben-
dicin del agua bautismal llega a su perfeccin el
poder expresivo del simbolismo litrgico. El agua,
indispensable y querida para el hombre, preciosa
sobre todo en los pases clidos -"lo ms excelente
es el agua"
135
, dice el griego Pndaro, el agua
deba aparecer por su misma naturaleza especialmente
ia
De benectictione aquae baptismalis.
131
Ibid.
132
Ibid. (soplando tres veces sobre el agua).
133
Ibid (sumergiendo tres veces el cirio pascual en el
agua.
134
Ibid.
J3S
Pndaro, Olmpica I.
253
apropiada a "servir a los divinos Misterios" "'. Sur-
gida de la tierra y portadora de vida, fluida e inde-
cisa, amable y graciosa y de fcil impresionabilidad
es, como ya decan los antiguos " ' y lo confirma la
Iglesia en la bendicin del agua bautismal "*, la
verdadera imagen de lo femenino. Oscura por s mis-
ma, la vuelve replandeciente la luz. Cambiando con-
tinuamente de forma y de color, se configura segn
la voluntad ajena y refleja el color de su contorno.
Obedece al soplo del viento, a los astros del cielo y
a la mano del hombre. En la misteriosa duplicidad de
su ser expresa candor infantil y seduccin demonaca,
alumbra la vida y la mata, es causa de peligro y de
salvacin, de dao y de salud, de dominacin y de
ruina. Se vuelve siempre lo que Dios o el hombre
hacen de ella, en lo cual coincide con toda la creacin.
Por eso en la Historia Sagrada, tanto del Antiguo
como del Nuevo Testamento, el agua se muestra obe-
diente a Dios y fecundada por Dios "
9
. Pero la Li-
turgia, en cuanto actualizacin de la obra de salva-
cin, contina y lleva a su plenitud pneumtica lo
que, en el orden de la naturaleza, haba comenzado
al principio, y prefiguraba el futuro. En efecto, tam-
bin en la Liturgia y sobre todo /en la liturgia de esta
santa noche el agua es, como al principio de la crea-
"' Missale Romanum, Ordo ad faciendam aquam be-
nedicta.,, 2.
a
Oracin.
137
Varro: femina aqua.
138
Cfr. ms arriba, las citas de la bendicin del agua
bautismal.
13
* De benedictione aquae baptismalis.
254
cin, seno fecundo de la vida, bendecido por Diosp
"El Pneuma de Dios se cerna sobre las aguas"
14
.
Este mismo soplo de Dios sale hoy de la boca del
celebrante e inspira su fuerza divina en el agua de la
pila bautismal./En el primer da de la creacin la
luz brillaba sobre las aguas del principio, y hoy tam-
bin la luz nueva la luz de Pascua ilumina las
aguas bautismales) En otro tiempo, el Logos, la pala-
bra creadora de Dios, hizo salir el elemento seco, la
tierra, de las aguas primigenias
l dl
; de igual manera,
hoy, por la voz del celebrante, el Logos creador de
todas las cosas hace salir del agua bautismal una
nueva creacin, una "generacin celeste", una nueva
infancia. Es del todo claro: lo que sucedi al prin-
cipio se repite y se consuma hoy en un orden ms
elevado. Hoy como entonces, luz, soplo y palabra
humana son imgenes y smbolos de la invisible
fuerza creadora de Dios. Pero/el agua, entonces ver-
dadero seno de la vida natural, ^s hoy el "seno in-
maculado de la fuente divina") es decir, de la vida
pneumtica
112
. Luz, perfume y soplo, el Seor resu-
citado une y mezcla su vida divina con la naturaleza
terrestre de la Ecclesia y/engendra en ella la "gene-
110
Gnesis, 1, 2; 1.
a
Leccin.
141
Cfr. Ibid., v. 9.
142
Cfr. De henedictione aquae baptismalis, y, adems,
la inscripcin del baptisterio de S. Giovanni in Fonte de la
Baslica de Letrn en Roma (del tiempo de Sixto III, 432-
440): Virgneo faetu genitrix ecclesia natos, / quos pirante
Deo conci-pit, amne parit, "en un parto virginal, la Madre
Iglesia da a luz en el torrente a los hijos que ha concebido
del soplo de Dios".
255
racin celeste" del hombre nuevo, del hombre de
Cristo, que es toda la imagen de su padre y proge-
nitor: un muerto y, por la muerte, vivo. El agua
del Bautismo le ha hecho morir y le ha vivificado. Ha
sido para l sepulcro de su vida antigua y seno ma-
terno de una vida nueva.] Un solo sepulcro le ha re-
cibido muerto y renacido a la vida inmortal, junto
con Cristo: el sepulcro del agua que es una misma
cosa con la tierra de donde brota.
As, en la liturgia de la santa noche de Pascua,
habla el agua un misterioso lenguaje simblico que
revela en el Misterio de esta noche unas bodas santas
y un nuevo nacimiento mstico. Es verdad que este
lenguaje simblico no se comprende del tcdo ms
que cuando, en este momento, inmediatamente des-
pus de la bendicin del agua bautismal, se admi-
nistra el Bautismo, como hoy todava se hace en
Roma en la iglesia de Letrn, y poco a poco vuelve
a ser costumbre tambin entre nosotros. Aunque
slo el antiguo rito del Bautismo por inmersin ex-
presa el Misterio en un smbolo enteramente claro.
El nefito era sumergido tres veces en el agua que-
dando sepultado en ella para volver a emerger en
seguida otras tres veces del agua de este sepulcro.
Luego era ungido, y, vestido de blanco, entraba en
la iglesia iluminada por la luz del cirio pascual, unin-
dose a la comunidad de los fieles como uno de ellos.
En tal momento la resurreccin se haca para todos
una presencia tangible.
Y as sigue siendo hoy, lo mismo que entonces,
aunque, con el cambio de forma exterior, el smbolo
256
haya perdido fuerza expresiva
I4S
. El Bautismo es y
ser en todo tiempo y principalmente en la noche
de Pascua la imagen viva de la muerte y de la re-
surreccin de Cristo. En el nefito ve la Iglesia a
Cristo, su Selor, que vuelve vivo de la tumba. Pero
al mismo tiempo, ste que ha renacido del agua
y del Pneuma se nos muestra como "hijo de la re-
surreccin" " \ retoo de la unin santa de Cristo
y de su Ecclesia, hijo del agua y de la luz, nacido
de la gran noche-madre de la Liturgia: de la santa
noche de Pascua. Est en medio de la Ecclesia
como encarnacin radiante del Misterio de Pascua,
que en l se manifiesta como el Misterio de la vida
nacida de la muerte.
As en l, como tambin en todos los que le ro-
dean llenos de gozo, en toda la comunidad de los
fieles que, como testigos de la santa celebracin, se
vuelven a hacer conscientes de su propio ser de
bautizados. El nuevo rito de la noche de Pascua con
la renovacin de las promesas del Bautismo, que
sigue inmediatamente a la bendicin de la pila bau-
tismal o eventualmente al Bautismo, sale al encuen-
tro de este anhelo de un nuevo don de s, de una
nueva disposicin a vivir constantemente en el Bau-
tismo, es decir, en la muerte de Cristo, en la cual
hemos sido bautizados. Una vez ms se ha tenido
en cuenta la necesidad que siente el pueblo de una
participacin activa en la Liturgia. Este rito no ca-
Por lo dems, an hoy est permitida segn el Ri-
tual la inmersio, comprendida en el baptizo.
141
Lacas, 20, 36.
17
257
rece tampoco de precedentes antiguos. Hubo, en
efecto, en otro tiempo una Pascha annotinum, una
conmemoracin anual del Bautismo de los fieles, que
todava en tiempos ms recientes algunos prrocos ce-
losos han seguido celebrando con sus fieles, fuera de
la Liturgia
145
. Ahora ha sido incorporada a la misma
celebracin litrgica de la noche de Pascua y, sin
duda, que no quedar infructuosa. Ms eficazmente,
con todo, que por este acto de ndole ms que nada
moral, la asamblea de fieles ser introducida de nue-
vo en su Bautismo por la accin del santo Sacrificio
que ahora comienza; pues el Bautismo tambin forma
parte de la grande obra de salud que se hace presen-
te ahora en el Sacrificio.
LA VIDA ESCONDIDA
Para ver realizado en su plenitud el Misterio de la
Pascua, la Iglesia se dirige ahora desde la pila bau-
tismal al altar del Sacrificio. Toda alianza se confirma
con un sacrificio, y la alianza de esta noche no estara
consumada si no fuera consagrada y sellada por la
sangre de una vctima. La alianza nupcial de Cristo y
su Ecclesia, que fue representada ntualmente en la
bendicin de la pila bautismal y ejerci ya su fuerza vi-
vificadora en el Bautismo, alcanza ahora su plenitud
en la celebracin del santo Sacrificio; es ms, slo
141
Cfr. Bugnini-Braga, o. c, pp. 137 s. y la bibliografa
que all se cita.
258
bajo el sello del Sacrificio queda verdaderamente con-
cluida. Porque la Esposa nace de la inmolacin de su
divino Esposo, y de la mortal herida de la vctima
brota la vida que de El recibe y, que como Madre-
Virgen, transmite a sus hijos, los creyentes. Por eso
la accin bautismal -ya lo hemos dicho no tena
sentido ni eficacia ms que en relacin con la cele-
bracin del Sacrificio que haba de seguirla; y ahora,
como el Sacrificio primitivo se ha realizado una vez
en el tiempo y se renueva cada da en el culto, poda
ser presupuesto en la ceremonia bautismal de esta
noche y ejercer su eficacia por anticipado.
La Iglesia lo sabe y, aunque en su solicitud por
sus nefitos ha adelantado el Bautismo para que no
quedaran privados del pan de los vivos en la noche
de su nacimiento, no obstante considera la liturgia
de la noche de Pascua como un todo unitario, y no
olvida dnde est el eje de esta solemnidad y el ori-
gen de cada uno de sus Misterios. En esta noche com-
prende perfectamente la fuerza mstica y la univer-
salidad del Sacrificio que celebra cada da. Junto con
la muerte, torna presente la resurreccin y toda la
obra salutfera: con la muerte de Cristo, el nacimien-
to de la Ecclesia; con su resurreccin, sus bodas y la
vida de sus hijos. "Sobre este Sacrificio" "" se con-
cluye cada da de nuevo la alianza santa. De este Cor-
dero inmolado brotan las aguas de la vida que hoy
llenan la pila bautismal.
De ah que todos los Misterios de la Pascua no
' " Cfr. Salmo 49, 5.
259
seran nada sin este Sacrificio del que son irradiacio-
nes. Slo ahora, cuando el celebrante se acerca al
Altar, se apodera de nosotros, que estbamos espe-
rando, la certeza: Estamos en la Pascua del Seor!
Hasta este momento dominaban la tristeza, la peni-
tencia, la purificacin, la preparacin, el anhelo, la
espera; ahora comienza la fiesta, la boda, el banque-
te, la alegra. El largo ayuno tiene su fin en la co-
munin pascual, cuyo rito ha transmitido el Jueves
Santo. Ahora ha llegado el momento de hacer uso
solemne de esta "tradicin". Lo que ha anticipado
el Jueves Santo, se hace hoy realidad ms plena. El
Seor est en medio de nosotros y dice: "Ardiente-
mente he deseado comer esta Pascua con vosotros"
14r
.
Antes se levant y se ci para purificarnos en su
sangre
14s
, a unos por la penitencia, a otros por el
Bautismo; ahora que estamos purificados, nos invita
a su mesa, y comienza el banquete que, segn la vo-
luntad del Seor, anuncia su muerte y su resurrec-
cin y hace msticamente presente su Pascua.
Ahora se descorre el velo proftico y de las figuras
se destaca la realidad "
5
. Ahora la creacin es creada
de nuevo, y todo vuelve a ser "perfecto". Ahora cons-
tituye la maana y la tarde un nuevo da. Ahora el
nuevo Adn se duerme en la muerte de la Cruz y de
su lado viene a la existencia la nueva Eva. Ahora
117
Luces, 22, 15; cfr. la Meditacin del Jueves Santo.
1U
Cfr. Juan, 13, 4-11; para su interpretacin simblica,
V. la meditacin del Jueves Santo.
119
Cfr. para esto y para lo que sigue, el captulo "Pro-
feca y Realizacin.
260
queda sepultada la culpa en el agua, y no pocos jus-
tos, sino muchos pecadores se salvan en la nave de la
Iglesia. Ahora vuela la paloma con el ramo de olivo
y se comba el arco de la paz. Ahora el Padre celes-
tial sacrifica a su nico Hijo, y el "carnero de Dios"
muere para que quede indemne el Hijo del Hombre.
Ahora es "inmolado Cristo, nuestro Cordero pas-
cual"
15
, y su sangre unge y asegura la casa de la
Ecclesia contra el ngel de la clera que empua la
espada. Ahora el nuevo y verdadero Moiss nos pre-
cede en el camino de la Pascua y nos conduce a tra-
vs de las aguas bautismales de su Pasin y de su
muerte, a las riberas de la resurreccin. Ahora los
sedientos beben de balde el agua de la vida; ahora
la Sabidura divina aparece sobre la tierra y se mezcla
con los hombres; ahora, al ruido del trueno del Lo-
gos de Dios y al soplo de su Pneuma, se despiertan
las almas muertas; ahora "el resto" santo de los ele-
gidos contempla la presencia de Dios en la nube y
en el fuego. Ahora nosotros, los que estamos de paso,
comemos la carne del nuevo Cordero pascual, "asado
sobre el altar de la Cruz", y "gustamos su sangre
rosada y vivimos para Dios"
l sl
. Ahora el divino
Jons, resucitado "del vientre del seol", llama a los
paganos a penitencia. Ahora el verdadero y eterno
Moiss promulga la nueva ley del gape. Ahora se
acerca a nosotros, que estamos sufriendo en el horno
ls
.
a
Corintios, 5, 7; Epstola y Comunin del Do-
mingo de Pascua.
151
Breviarium Monasticum, Himno de Vsperas del
tiempo pascual.
261
encendido de este mundo, el cuarto personaje miste-
rioso y nos refresca con el soplo salvador de su pneu-
ma. Ahora luce la verdadera luz pascual y cae del
cielo el fuego nuevo cuyo bello resplandor brillaba
en imgenes simblicas al comienzo de la noche.
Fuego del cielo consume la impureza terrena de las
ofrendas que en forma de pan llevamos al altar para
presentarlas al Padre junto con el pan cimo, Cristo;
y el Seor que ahora toma posesin de nosotros nos
envuelve en luz divina.
Y ahora, cuando todo lo contemplado y sentido
hasta este instante alcanza su ltima realidad en el
Sacrificio, es el lugar y el momento de cantar el ver-
dadero cntico de Pascua, el Praeconium paschale.
Todo el sufrimiento de los das pasados, toda la
intensidad de la experiencia de esta noche se resuelve
en un primer grito de alegra que nada ni nadie puede
reproducir; ha de ser odo con los propios odos y, a
ser posible, cantado con la propia boca para que el
corazn sepa de una vez para siempre qu es la re-
surreccin. Es el Alleluya de la noche de Pascua, el
primero despus de largas semanas de ayuno y de
recogimiento silencioso, despus de das de pasin y
muerte msticas con el Seor. Quien esperara ahora
un jbilo estruendoso, no habra comprendido todava
la verdadera Pascua cristiana. Este Alleluya se eleva
con un pesado aleteo. Se remonta penosamente desde
la tumba de Adn y lleva en sus alas las gotas de la
sangre de Cristo. Es el cntico nupcial de la noche de
Pascua, que va clareando poco a poco en el abrazo del
da de la resurreccin. Pero esto no son ms que pala-
262
bras. El primer Alleluya de la noche de Pascua es un
misterio y, como todos los misterios, es inefable.
Toda la vida del cristiano es como este Alleluya:
un canto de alegra, suave y sostenido que, en medio
de la noche dolorosa del tiempo, saluda el alborear del
da eterno. Lo que expresa este par de slabas y de in-
tervalos deba estar grabado en nuestro corazn: la
certeza de la resurreccin en medio del continuo mo-
rir de esta vida temporal. La certeza que, en la noche
de Pascua, inmediatamente antes del canto del Allelu-
ya, anuncia la breve lectura de la Epstola a los Colo-
senses: "Hermanos, si fuisteis, pues, resucitados con
Cristo, buscad las cosas de arriba, donde est Cristo
sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de
arriba, no en las de la tierra. Estis muertos, y vuestra
vida est escondida con Cristo en Dios. Cuando se
manifieste Cristo, vuestra vida, entonces tambin os
manifestaris, gloriosos con El" "'. Esta es la suma
de la experiencia de la Pascua, lo que ha debido obrar
en nosotros, as como en los nefitos de la Iglesia pri-
mitiva: muerte con Cristo, vida con Cristo. Muerte
del hombre viejo, muerte del cuerpo de pecado; re-
surreccin del hombre nuevo, vida en el Pneuma. En
el sepulcro de esta noche ha de permanecer lo que en
nosotros pertenece a la tierra, a lo de "abajo", en lo
que tiene de corrompido, de satnico, de pecaminoso.
Tal es el sentido de esta noche; por eso se llama la
noche de Pascua: en ella debemos alejarnos de todo
lo que amamos pecaminosamente: lejos del pecado,
153
Colosenses, 3, 1-4; Epstola.
263
lejos del yo, lejos de "Egipto". Aprisa, porque el
ngel exterminador, con su espada, mata a todo lo que
est al servicio del "Faran". Lejos de Egipto y al otro
lado, en el desierto, donde Cristo venci a Satn con
oracin y ayuno. Al otro lado, en el desierto donde
habita entre nosotros la gloria de Dios en la santa
tienda de la Iglesia. Y, a travs del desierto, ms all,
hacia Canan: del desierto de este mundo a la tierra
prometida de Dios. Ms all, hacia "lo de arriba",
"en donde Cristo est sentado a la diestra del Padre".
Es ahora cuando Cristo pasa a El; ahora cuando el
Sacrificio mstico anuncia su muerte y su resurreccin.
Ahora es la Pascua, el trnsito de la muerte a la vida.
Arriba!, es la hora en que hemos de pasar con El.
Esta noche ha matado el yo, dejmosle en su tumba.
Sera una carga demasiado pesada para el trnsito; en
la huida no se arrastra consigo a los muertos. Slo los
vivos pasan a "lo de arriba". El mundo se re de nos-
otros. Por qu vivs -dice como si no vivierais?
El no ve ms que nuestra muerte, el cadver de nues-
tro pecado, de nuestro yo. El no ve de nosotros ms
que lo que est "abajo", y eso es un sepulcro. No ve
lo que de nosotros est "arriba": nuestra resurrec-
cin. Nuestra vida est escondida "arriba", "con Cris-
to en Dios". Un da se har visible a todos: cuando
Cristo vuelva, al fin de los tiempos, en la gloria de su
vida resucitada. Esta vida es nuestra vida, su cuerpo
glorioso es nuestro cuerpo. Porque hemos muerto con
El al pecado y hemos enterrado en el agua del Bautis-
mo lo que en nosotros es terreno. Por eso hemos sido
hechos miembros de su cuerpo resucitado. Vivimos
264
con El "arriba", junto al Padre. Como El estamos
muertos y escondidos a "lo de abajo", a la tierra. En
el ltimo da sta, la tierra, nos ver con El.
Esta es la esperanza que se inflama a la luz de la
Pascua: la esperanza de la Parusa. En la noche de
Pascua, los cristianos primitivos aguardaban la vuelta
de su Seor. Cuando haba pasado la medianoche,
se decan: no se ha decidido todava a venir visible-
mente. Entonces celebraban el santo Sacrificio y entra-
ban con El de nuevo en el Misterio de su muerte y de
su resurreccin y pasaban una vez ms hacia El, hacia
"arriba", al Padre. Este es el sentido ltimo del santo
Sacrificio en la noche de Pascua: consumar la Pascua,
el trnsito. Realiza en nosotros la resurreccin y anti-
cipa su manifestacin, la Parusa. La cumbre y la
consumacin verdadera de la noche de Pascua est
ms all de esta temporalidad, en el' comienzo del l-
timo da y en la aurora de la eternidad.
Y ste ha de ser el fruto que hemos de sacar de esta
fiesta: la certeza inconmovible de que somos intem-
porales, eternos, del otro lado, de "arriba". Los sufri-
mientos de esta vida ya no podrn afectarnos en lo
profundo; porque no alcanzan ms que lo que est
ya muerto en nosotros. Y ya no tenemos nada que ver
con el pecado; porque hemos muerto al pecado. Ya
no tenemos que ver ms que con Dios; porque nues-
tra vida vive escondida en El. Nuestra vida cristiana
ha de estar marcada por la noche de Pascua; entonces
tendr echadas sus races "arriba" y no vacilar 'aba-
jo", sino que se mantendr firme y dar fruto.
La celebracin litrgica de esta noche ha comen-
265
zado en el sepulcro. Pero ahora lo sabemos ya: el
sepulcro est vaco. Se ha aparecido el ngel y ha
anunciado la resurreccin " ' . El sacrificio est consu-
mado. Hemos comido la carne del Cordero pascual,
hemos pasado al otro lado. No nos queda ms que.
una cosa por hacer: obedecer al mandato del n-
gel. Anunciar la resurreccin a los que buscan, a
los que dudan, a los que no creen: "No est aqu.
Ha resucitado, como lo haba dicho"
l s
\ "Buscad las
cosas de arriba, donde est Cristo sentado a la dies-
tra de Dios; pensad en las cosas de arriba, fio dn
las de la tierra" ' " .
Cfr. Mateo, 28, 1-7; Evangelio.
Mateo, 28, 6; Evangelio.
Colosenses, 3, 1-2; Epstola
266
CRISTIANISMO Y HOMBRE ACTUAL
Volmenes publicados
1.ROMANO GUARDINI: El ocaso de la Edad Moderna.
2.URS VON BALTHASAR : El problema de Dios en el hom-
bre actual.
3.ROMANO GUARDINI: Oraciones Teolgicas.
4.URS VON BALTHASAR: Teologa de la Historia.
5..THEODOR HAECKER: Qu es el hombre?
6.URS VON BALTHASAR: El cristiano y la angustia.
7.ORLOS PARS : Mundo tcnico y existencia autntica.
8.ROMANO GUARDINI : La esencia del cristianismo.
9.'JEAN DANILOU: Sacramentos y Culto segn los San-
tos Padres.
10.DIETRICH VON HILDEBRAND : Moral autntica y sus
falsificaciones.
11.ILDEFONSO HERWEGEN: Iglesia, Arte, Misterio.
12.CARLOS CASTRO CUBELLS : Lo religioso y el hombre
actual.
13. ROMANO GUARDINI : La realidad humana del Seor.
14.K. RAHNER, O. KARRER, URS VON BALTHASAR, SCHMAUS,
etctera: Teologa actual.
15.ROMANO GUARDINI: Jesucristo.
16.o. SEMMELROTH: Creo en la Iglesia.
17.ROMANO GUARDINI: La Madre del Seor.
18.]. LORTZ: Unidad Europea y Cristianismo.
19.ROMANO GUARDINI : La imagen de Jess, el Cristo, en
el Nuevo Testamento.
20.-EUGEN WALTER: Mensaje de la salvacin para el
hombre actual.
21.ROMANO GUARDINI: Verdad y Orden (4 tomos).
22.ODO CASEL: Misterio de la Cruz.
23.ROMANO GUARDINI: Sobre la esencia de la obra de
Arte.
24.ROMANO GUARDINI: Religin y Revelacin (2 tomos).