Tristezas de la pieza del hotel Germn Rozenmacher
Golpearon a la puerta. Y el Gran Flix que haba estado toda la tarde sentado en la oscuridad de la pieza del hotel, hamacndose desesperada y lentamente en la silla mecedora, salto casi al or los golpes y prendi la lamparilla que colgaba del techo manoteando luego atropelladamente sus anchos tiradores, mientras miraba los manchones del empapelado floreado de la pieza que destilaba una sucia humedad que le dio vagas ganas de llorar. Miro los cajones vacios amontonados hasta el techo y su cama debajo de la pileta donde se haban lavado por las maanas y miro el hueco blanquecino que haba dejado en el piso la cama de ella. Y volvi a saber que a la cama de ella se la haban llevado ayer y que estaba solo en el mundo y que la lluvia caa suavemente sobre la avenida de viejos hoteles de cpulas negras como se donde estaba. Y tuvo ganas de llorar. Su corazn. Su corazn palpitaba exagerado, enloquecidamente fuerte, frentico como un pjaro que enloqueca cada vez que golpeaban a la puerta. Siempre le haba pasado as durante la ltima semana cuando haban golpeado a la puerta y l se enfureca contra su grotesca impulsividad de muchacho porque ya tena cincuenta y tres aos. Quin es?-dijo, tragando saliva y escuchando el montono caer de la lluvia en la avenida. Soy yo-contesto del otro lado una voz de mujer. La mucama. Era la mucama. Un momento- dijo precipitndose hacia la pileta para peinarse en el espejo rajado donde casi no e vean los rostros reflejndose. Y se vio, as de arrugado, azotado por las visiones de s mismo, por las infinitas humillaciones soportadas y por esa nostalgia irremediable que lo haba hecho estarse toda esa semana sentado en la penumbra, frente a la estufa de barrotes enrojecidos que calentaba apenas, hamacndose suavemente en la silla mecedora, escuchando dentro de si mismo las voces de su soledad y de los das que ya no volveran jams. Su corazn estaba aterido y afuera las lluvias del invierno haban cado todo el tiempo.
Muerta. Su madre estaba muerta. Esa vieja paloma sabia y suave ya no volvera a aletear nunca ms. Se abrazo a s mismo, temblando de frio y de tristeza, y despus cruzo la pieza y abri la puerta. Una carta, seor.
Y Flix no poda dejarse de ver vencido y ansioso y desdichado. -Qu quieren de mi?-. Sollozo algo dentro de l y sinti que toda su vida era una llaga polvorienta que se iba, que se deshaca, que se estaba yendo.
Una carta?-dijo respirando aceleradamente, ahogado de ansiedad. De quin?-pregunto en voz baja. Alguien le escriba. Se acordaban de l. Carta de Dios-. De quin?-pregunto de nuevo, con miedo, sin atreverse a abrir la carta que tena entre sus manos. All estaba el Gran Flix. Nadie haba venido a verlo despus del entierro. Ni sus parientes ni sus clientes. Lo haban olvidado. Qu era l para sus parientes sino el to soltern y apacible que iba de visita? Quiz era algo ms. No del todo agradable. Una vasta familia toda llena de personas respetables, todos mdicos, ingenieros, abogados, todos con chapas en la puerta, triunfadores. O si no vendedores de primera clase, comerciantes con millones de pesos, mujeres, hijos, nietos. Y l no haba dejado de ser un pequeo vendedor callejero, metido en sus negocios de tres por cinco. Se vea cinco, diez, quince aos atrs, cuando su madre era todava joven y trataba de aconsejarlo sobre la mejor manera de hacer negocios, porque siempre haba esperado ser una mujer de negocios, que los dos formaran una sociedad comercial indestructible desde el momento en que ambos haban bajado del barco que los haba trado de un pequesimo pueblo europeo ahora quiz inexistente. Apenas dos judos solos en la ciudad nueva y extraa.
Y l haba salido a recorrer calles, incansable, apacible, con sus ojos adormecidos y lentos, y al fin del da al volver a la pensin- siempre haban pensado en juntar dinero para hacerse una casa, pero nunca haban tenido el suficiente-, al fin del da su madre, la reina madre, escuchaba acerca de todos los lugares donde l haba estado y despus ella lo ayudaba a l, el prncipe delfn, a sacarse los pantalones, a los treinta y ocho aos, y le llevaba la cena a la cama. Y por fin su madre haba envejecido de pronto y su hermosa opulencia habladora, avasallante, se haba ido marchitando, secando, despacio, insensiblemente y por fin haba renunciado a dirigir los negocios de su hijo, y se fue encerrando en el mutismo amargado de su vejez, cerrada al mundo, reinando en el pequeo principado de esa pieza de hotel, sin entender demasiado bien como marchaban las cosas afuera en el nuevo mundo y resistindose a entenderlas. Haban hablado entre s con infinita paciencia; nadie lo haba entendido como ella, nadie lo haba aconsejado as, como su pequea voz minuciosa lo haba hecho. Y ahora estaba muerta. Y en esa semana se haba derrumbado de repente, y ahora era esa cosa lamentable que se arreglaba y se peinaba frente al espejo porque alguien haba golpeado en la puerta, una voz de mujer trayndole una carta. Porque no haba quedado nadie. Primero haba ido con su madre los domingos a tomar el t en los comedores, cada vez ms lujosos y confortables de los parientes, pero despus ella haba resuelto enclaustrarse y entonces l iba solo. Sola enamorarse en silencio de las sobrinas jvenes y se quedaba hablando y tomando t hasta muy tarde y entonces tenan que echarlo para irse a dormir. Su madre haba tratado de engancharlo con varias seoritas de excelente familia, frente a las cuales el Gran Flix haba huido prestamente porque deca que ninguna era lo suficientemente aceptable, y entonces segua a las mujeres por las calles hacia cosas feas en las plazas y amueblados, a veces, no muchas, porque
haba que tener dinero para hacer el amor, y una casa hermosa y calefaccin y msica tenue, pero l no tena nada de eso y segua aorando la posibilidad de levantar una casa, y tener hijos y una mujer y hasta haba ido a las agencias matrimoniales, pero le sacaron plata y le presentaron mujeres torpes y feas o si no mujeres que engordaran tiernamente a razn de diez kilos por ao y se asqueo y dejo de andar en eso. Y?- dijo la fea voz impaciente de la mucama. El pens de nuevo en esa carta y tembl. Era absurdo. Pero lo cierto es que nunca reciba cartas y siempre, especialmente desde haca una semana, las estaba esperando. La abri. Nadie podra escribirle, y si embargo jadeaba. Quiz alguna carta de un pariente, alguna invitacin a una fiesta. Pero no. Haca mucho, l tena que confesarlo, se haba convertido en un visitante indeseable y lo trataban con cierta frialdad. O se pasaban el tiempo hablando de los hijos que el Gran Flix pudo tener y que en ese caso andaran por la misma edad que los de ellos. Adems era el soltern, el pariente pobre el kuntenik que vagabundeaba por los boliches y los cafs vendiendo baratijas, con los puos de la camisa raidos y la tela de la asentadera demasiado lustrosa. Llegaba y apenas se sentaba naca, sin poder evitar, dentro suyo una asombrosa habilidad para decir las cosas ms lamentables en el momento menos adecuado. Tena una especie de sentido de la oportunidad al revs. As, por ejemplo, entraba y vea unas manchas en el tapizado de los sillones y entonces, ausententemente, indicaba con el dedo y con cierta constancia implacable, deca: -Estos tapizados estn manchados. Se dieron cuenta?-o si no-: Se acuerdan cuando todos andbamos muertos de hambre?- y este ltimo era precisamente el tema que no haba que tocarse nunca. Haba silencios bruscos, penosos, mejillas enrojecidas de vergenza o de ira, toses. Y entonces l se daba cuenta y sola llevarse la mano a la boca como para retirar lo dicho y miraba torpemente como si preguntara: -Qu, he dicho algo malo?- y as, a pesar suyo, se haba convertido en una especie de juez grotesco de las casas lujosas que tan trabajosamente haban construido sus parientes; as, hablando lo que no deba. Porque no solo descubra cucarachas aplastadas en las paredes inmaculadas de los cuartos con aire acondicionado. Una vez haba dicho, con toda naturalidad: -Ayer lo vi a Carlos un primo suyo que tenia fabrica de confecciones- con una negra por corrientes.
Una vez haba sido un chiste pesado que se arreglo con algunas risas, pero cuando sigui viendo cosas as, y preguntaba por el contrabando de medias del to Oscar, simplemente lo dejaron de invitar a tomar el t. Y el sufra, y se daba cuenta que no haba sido siempre as, sino que solo ltimamente se haba puesto tan torpe. Y adems se miraba al espejo, y vea que nada en su rostro de hombre serio poda anticipar exabruptos, como los que deca. Y el mismo tambin dejo de visitarlos. Y ahora no tena a nadie en el mundo. Estaba solo como un perro. Carta de su novia. Eh?- dijo la mucama roncamente por el costado de la boca.
Era un poco cuadrada, baja, de nariz torcida y miraba al mundo de costado, con la cabeza inclinada a la izquierda, como precavindose o juzgando, o maldiciendo, o dispuesta siempre al contraataque. Pero tena hermossimos y suaves y calmos ojos grises que oscurecan, con un poco de buena voluntad, el hecho de que fuera fea. Haba algo de hombruno y rezongante en su vos y en sus manos en jarras a la cintura, y en sus gruesas piernas enfundadas en medias de lana arrolladas en los tobillos. Mir, temblando, el texto de la carta. La carta deca: Venga al bar Len el lunes a las diez. Hay una remesa de camisas de seda italiana que quiero que me coloque. F. Era uno de sus grandes negocios. Trago saliva y trato de irse endureciendo. Tragando, tragando, todo lo que haba estallado esa desolada tarde de lluvia y todos esos espantosos das dentro suyo. Haba estado toda esa semana sentado all, en la penumbra,, hamacndose en la mecedora, esperando a alguien, con una desesperacin que le dola por todo el cuerpo, como si lo hubieran golpeado infinitas veces por dentro; jadeando de soledad, repitindose que ni siquiera tena un pjaro para hacerle compaa, y que era una horrible vergenza reconocerlo, pero simplemente no poda soportarlo. Y se dijo que el mismo ya estaba viejo y que pronto no podra hacer otra cosa que sentarse en la mecedora para esperar a la muerte y algo dentro suyo grit, algo irresignable, y algo aull dentro suyo, y entonces la vio y, como necesitaba sentirse vivo, encogindose como para que no lo vieran sus parientes respetables, para que no supieran como volva a las andadas, dijo: Podramos tomar un caf, seorita, no le parece?
La otra, con su cara morocha, lo miro sin sorpresa, turbiamente: - Como si no tuviera otra cosa que hacer.- -Sus ojos lo escudriaron un ratito-: Avisa, viejo verde. -Y despus dijo-: Y bueno, total. Salgo a las diez. Me costara un poco de plata, pero voy a hacer el amor, pens Flix mientras tras la ventana caa la lluvia sobre la Avenida de Mayo y los manchones de luz de los antiguos y dorados faroles, imperiales y barrocos, se reflejaban brillosamente sobre el pavimento. Haba anillos de caf volcados por innumerables tazas sobre el mrmol de la mesa en el saln para familias del enorme caf con grandes ventiladores de madera inmviles en el techo, y haba paredes grises que se descascaraban y hombres viejos y algunos muchachos jugando al billar, en el fondo, con sillones giratorios en torno a las mesas de pao verde, mientras en una pileta la canilla goteaba en la peluquera del caf - una pieza junto a los billares, cerca del bao, con dos sillones enlosados de peluquero y sendos ovalados espejos con flores en los bordes-; haba hombres de cara enjabonada y olor a locin y haba un lustrador que merodeaba entre los zapatos de los hombres que jugaban al domin en otras mesas y estaba tambin una enorme caja registradora con ngeles labrados, y ellos dos, sentados en la seccin familias, apoyados contra la baranda de madera, que divida el reservado del resto del gran caf humoso, que tenia mesas de madera. Cuando la gente caminaba, los viejos tablones del piso crujan. Tras la vidriera correaba, apaciblemente, afuera la noche.
Me gusta pasar las noches de lluvia sentado en los cafs- dijo el Gran Flix.
Ella estaba all sin polvo ni rouge porque no se haca demasiadas ilusiones, solo una mujer gastada por los trabajos y los das, aunque era joven. Mezclo el azcar con una mano spera y oscura. Me gustan sus manos- dijo l. Y la acaricio suavemente. Bah-dijo ella encogindose de hombros. Mi madre se muri la semana pasada- dijo l, intensamente, a media vos apretndole la mano, agarrndose de ella que lo miro de pronto, sorprendida porque era muy viejo, y haba hablado confesndose como un muchacho. Mmm-gruo ella molesta por el completo abandono que l haca, por la entrega implicada en esa confesin. Sinti lastima. Me gustan- dijo el mirndole las manos. Bah- repiti ella-. Lavan y planchan, cosen y rasquetean-. Junto los dedos en un montn y los agito desencantada e interrogativamente. Pero me gustan.-Lo senta de veras. Senta gratitud por estar ella con l. Ella se encogi de hombros Que tipos, ustedes, los solterones. No hay nada que hacerle. Se derriten en seguida por cualquier mujer. Es cierto. Pero me gustan lo mismo. Bueno-dijo ella impacientndose y Flix se asusto. Que deba hacer?
Ofrecerle dinero, invitarla a comer, fingir aplomo y llevarla a una pieza? Por un segundo tembl pensando que ella podra negarse y entonces toda la servidumbre se enterara que l era un viejo ansioso y excitado, siempre a la pesca; que basura. Y?- dijo ella agitando de nuevo los dedos en montn-. Qu pasa? Est conmigo o viaja? Si viaja me voy. No me gusta la gente que viaja. Yo estoy aqu, no me pianto- y golpeo la mesa con los nudillos para indicar que estaba agarrada al mundo.
Entonces Flix, sintiendo que iba a decir una de sus torpezas irremediables pero sin poder evitarlo ya casi arrepentido, pregunto: Quiere a alguien usted? No s, a alguien en el mundo. Vea-dijo ella encendiendo un cigarrillo-. Djese de historias. Levantarse a las seis, limpiarme la pieza. Limpiar todas las piezas de los dems. Lavar en la pileta del patio. Coser botones, zurcir medias, remendar camisetas. Estar en la
portera a la tarde. Ver pasar a la gente, para arriba y para abajo, enfrente mo, por la escalera de la calle. Fumar un cigarrillo antes de cenar. Y salir a las diez. Frita. Y vos crees que todava tengo tiempo para preguntar, para contarme historias? -movi la cabeza con el cigarrillo entre los labios, y de pronto, como acordndose de algo dijo con calma-: Si. Alguna vez quise. Alguna vez, a un hombre. Que no me quera a m.-Se encogi de hombros. Y con cierta furia y con cierta vagusima tristeza agrego-: Y despus se muri...-La furia creci un poco y ella dijo-: Que tanta historia? A m no me gustan las preguntas. Para qu sirven? Yo tambin quise muchas veces y no me quisieron- dijo Flix. Y bueno- dijo ella-. As es la vida.
Flix se revolvi en el asiento y meti la mano en el bolsillo. Seguramente era hora de irse. A cualquier parte. A un cine. A una cama. A cualquier parte. No- dijo ella adivinando algo-. No quiero irme. Estoy bien. Con un galn scrachato ero no importa. Estoy bien.
Flix imagino que eran muy jvenes y trato de cerrar los ojos pero vio el caf humoso y sinti que le dola el hgado, y tena mal gusto en la boca. Tendra que comprarse algo para tener a alguien en la pieza. Un pjaro, quiz. He visto volver algunos pjaros- dijo de pronto-. Es curioso. Vuelven tan temprano este ao, en medio del invierno Y se van- dijo ella pensando en otra cosa. S. Parece que traen el verano. Y dnde pueden meterse con todo este frio y esta soledad y estas largas lluvias? No se- dijo ella -.En todo caso se van. O se esconden en los campanarios. Quien sabe. Se retuvieron las manos, como nufragos, a travs de la mesa. Voy a comprarle una crema para las manos- dijo l. Bah- gruo ella-.Son toda una porquera. Yo me compraba todas las que anunciaban en el radioteatro y me clave. Una buena porquera. Yo voy a conseguirte una buena. Yo conozco a mucha gente. Soy capaz de venderle cualquier cosa a cualquier persona. Soy un gran vendedor. Justamente recin me trajiste una carta de un cliente mo. Tiene un gran negocio para m. Para el Gran Flix. Porque me llama el gran Flix.
Casi pareci ella querer preguntarle algo pero se recogi en s misma y se sumi en un hondo silencio con sus labios gruesos de provinciana quemada, experimentada, guarnecida y avisada para que nada pudiera tomarla de improviso. A m no me engrups. No, en serio- dijo l, y empez a hablar de toda la gente que conoca , de todos los lugares donde haba estado, que no eran muchos pero si los suficientes como para que su imaginacin se situara en infinitas aventuras que bordeaban vagamente la realidad y la ficcin de tiempo. Y a poco los grises ojos desconfiados quedaron ms y ms absortos en sus palabras hasta que lo escucharon profundamente. Cuando termino, ella parpadeo, pens un rato largo y finalmente rio luminosamente, por primera vez en la noche. Que macaneador.- Lo miro pensativa-. Sos un tipo raro vos. De dnde te sacaron?- dijo de nuevo. No est mal- dijo ella-.Caminar por la ciudad sin relojes, recorrer las calles, sin parar mucho en ninguna, a la aventura, entre la gente. Est bien. Regular. Se parecen un poco, todas esas calles. Al final uno se aburre. Entonces quiero ir a casa, sentarme en la mecedora, mirar desde la ventana los coches de la avenida. Pero a veces es lindo caminar as- dijo l y se encogi de hombros; entonces se dio cuenta que haba dicho algo al estilo de ella. Y supo que estaban solos el medio de la noche. Y entonces, de pronto pens en el desamor. En el hombre al que ella haba querido y no la haba correspondido; en las mujeres que haba querido l, inalcanzables, ignorndolo, rechazndolo; en las seoritas de buena familia que quiz alguna vez lo haban querido a l y que no haba aceptado, y se dijo que todo era una cadena sin fin. Corazones como cazadores solitarios que buscaban desesperadamente sus presas inapresables que huan en la selva del desprecio convirtindose en cazadores. Ansiedad, y temblor, y melanclicas trompas de caza sonando en la soledad de cada uno, llamando quebradamente al otro. Llamando. No somos, lo que se dice, el uno el gran amor del otro- dijo ella con el cigarrillo en la boca. Flix sinti dbiles ganas de llorar y dijo: No.
Se vio all, haciendo un poco el idiota. Pens en las medias de lana que caan sobre los gruesos tobillos de ella, que era toda un poco absurda y cansada y sin embargo desafiante. Bueno. Vamos- dijo ella.
Adnde vamos? Pens Flix. Excitadamente se imagino a los dos proyectando un matrimonio un poquito de conveniencia. Sinti que ni siquiera eso era demasiado probable. Adems casarse con ella Salieron. No llova ms. Frente al circo, con las innumerables lamparillas de colores de la marquesina reflejndose sobre la vereda mojada, haba salido una banda y su director, con una franja roja en la gorra azul, diriga a los trombones y las trompetas y al gran tambor, toda una orquesta de vientos que bramaban en la vereda delante del circo mientras el hombre zancudo cruzaba la Avenida de Mayo con la cabeza a la altura del primer piso y arrojaba volantes que revoloteaban por entre las altas casas grises de siete u ocho pisos con sus negras cpulas puntiagudas como cascos de soldados imperiales de preguerra. Al pasar por un kiosco l compro una gran barra de chocolate que ella se fue comiendo en silencio caminando por las calles mojadas barridas por el viento mientras bajo la marquesina la orquesta callejera tocaba debajo de un farol. Un pasodoble. Entraron en un hotel. Hicieron el amor. Salieron un rato despus. Bueno -dijo ella-.Aqu se acaba la funcin.
Pasaron entre algunos letreros luminosos, negocios cerrados y teatros y cafs, exhalando luces. Estaban a media cuadra de su hotel. Nos vemos maana?- dijo l con ansiedad. Lejanamente, los msicos callejeros tocaban en la noche. Qu ms da -dijo ella.
A la noche siguiente, los vidrios estaban opacados de frio y ella entro con la nariz colorada y echando humo azul por la boca. Tiritaba un poco. Los anillos de otros cafs manchaban el mrmol de la mesa. El pens que ella era muy joven y, sin saber por qu, eso le hizo asentir con la cabeza. Adems, la corbata tena pequeos lunares de todos los tonos imaginables sobre la tela. Quiero que hablemos- dijo l. El mozo se inclino en ese momento entre ellos. Qu tomas?- pregunto l. Caf. Dos cafs.
Yo no veo de qu cosa haya que hablar. No hay finales felices. Como en la radio. A propsito. Hoy estuvo brutal el capitulo. Una actriz se ve que tena que hacer el papel de resfriada y se la pas estornudando todo el tiempo. Que brbaro. Qu bien lo haca-dijo ella. Se acomod en la cilla y cruz las manos sobre el mrmol. Tena una bufanda azul. Se la saco. Quiero ir al cine- dijo Bueno. Pero antes yo quisiera-dijo Flix y se interrumpi a si mismo Qu hiciste hoy?- pregunto ella Flix saco un diario de la noche del bolsillo para que se fijara en la cartelera de los cines. Anduve por ah. Tengo unos triciclos para vender, a comisin. -Carraspeo, palpndose el saco, buscando los cigarrillos. Podramos ir a ver esto- dijo ella y le sealo abajo, en la pagina, con un dedo.