Morelos El Machete de La Nación
Morelos El Machete de La Nación
La generacin de la Reforma escribi muchsimos textos sobre la guerra de Independencia. Era para ellos el referente histrico obligado. La solidez del movimiento de Hidalgo, Morelos, Mina, Guerrero, es el punto de partida para la reconstruccin de un nacionalismo repleto de contenidos sociales. Estos textos son una buena muestra. Morelos
I.
El viajero
Era uno de los primeros das del mes de octubre de 1810. El sol descenda lentamente en el horizonte, y sus rayos ardientes baaban el bosque de ciruelos entre el cual se levantan el humilde templo y las pobres y dispersas casitas que forman el pequeo pueblo de Nucuptaro. Nucuptaro est situado en el sur del estado de Michoacn, en medio de esa inmensa cadena de montaas que no termina sino hasta las costas del Pacfico. El pueblo est en medio de un bosque de rboles de ciruela; pero all el calor excesivo hace a la tierra rida y triste, un sol abrasador seca las plantas, y apenas unos cuantos das, cuando las lluvias caen a torrentes, los campos se visten de verdura, y los rboles se cubren de hojas; despus los rboles no son sino esqueletos, y las llanuras y los montes presentan un aspecto tristsimo. En octubre, pues, la naturaleza no se ostentaba all con sus encantos, un viento abrasador levantaba en las caadas nubecillas de polvo, y el cielo, sin una sola nube, pareca velarse con una gasa que daba a su fondo azulado un tinte melanclico. Delante de las casitas del pueblo, y a la sombra de un cobertizo de palma, se meca indolentemente un hombre, sentado en una hamaca. Aquel hombre pareca estar en todo el vigor de su juventud; era de una estatura menos que mediana, pero lleno de carnes; moreno, sus negras y pobladas cejas tenan un fruncimiento tenaz, como indicando que aquel hombre tena profundas y continuas meditaciones, y en sus ojos obscuros brillaba el rayo de la inteligencia. El vestido de aquel hombre, de lienzo blanco, era semejante al que usaban los labradores de aquellos rumbos: un ancho calzn y una campana, que es una especie de blusa. Tena entre las manos un libro, y sin embargo no lea, meditaba, porque su mirada vaga se perda en el espacio. De repente le sac de su distraccin el ruido de una cabalgadura; volvi el rostro; y casi al mismo tiempo se detuvo cerca de all un anciano que llegaba caballero en una magnfica mula prieta.
Buenas tardes d Dios a su merced, seor cura dijo el recin llegado. Muy buenas tardes contest el de la hamaca levantndose y dirigindose al encuentro de su interlocutor. Qu viento nos trae por aqu al seor don Rafael Guedea? Aqu vengo de dar una vuelta por Tacmbaro, y a ver si me da posada esta noche su merced. Con todo mi gusto contest el cura. Mndese usted apear. Vaya, Dios se lo pague al seor cura Morelos.
Don Rafael entreg su mula a los criados que le acompaaban, se quit las espuelas y el pao de sol, y abrazando al cura con grande efusin, se entr a sentar con l debajo del cobertizo.
II.
Grandes noticias
Y qu deja de nuevo mi seor don Rafael por esos mundos? pregunt el cura. Cmo! exclam el otro, pues an no sabe su merced las novedades? No. Hay algo nuevo? Mucho, y muy grave. Cunteme usted, cunteme usted. Pues, recuerda su merced al seor bachiller don Miguel Hidalgo, que estaba en Valladolid en el colegio de... S, s, y mucho; le ha sucedido algo? Pues no diga nada! Est su merced para saber, que se ha levantado. Levantado? Levantado contra el virrey y contra los gachupines. Pero, es cierto?, es cosa de importancia? pregunt Morelos, pudiendo contener apenas su emocin. Tan cierto, que toda la gente de tierra fra anda ya revuelta; no se dice ms, ni se habla de otra cosa sino del seor Hidalgo, que quiere libertar a la Amrica, y que tan grave es el negocio, que el 16 de septiembre amaneci ya levantado el seor cura que era de Dolores, y el da 28 haba tomado ya Guanajuato, que dicen que hubo mucha mortandad, y que estar ya muy cerca de Valladolid: cuentan, y es seguro, que trae muchsima tropa, y los gachupines estn huyendo y cerrando los comercios y dejando sus haciendas; en fin, no s cmo vuestra merced no sabe
nada, porque la novedad es muy grande, y el seor Hidalgo tiene por todas partes muchos que lo aclaman y lo requieren. Morelos haba seguido la narracin de su amigo sin perder una sola palabra; sus ojos se abran desmesuradamente, su rostro se coloreaba, el sudor inundaba su frente, y su pecho se agitaba como si estuviera fatigado por una lucha. Por fin, cuando Guedea termin su relacin, Morelos no pudo ya contenerse; levantse trmulo, dej caer el libro que tena en las manos, y alzando los brazos y los ojos al cielo, exclam con un acento profundamente conmovido, mientras dos gruesas lgrimas rodaban por sus tostadas mejillas. Dios mo! Dios mo!, bendito sea tu nombre! Despus, dejndose caer en la hamaca, apoy su rostro sobre las palmas de las manos, y pareca que sollozaba en silencio. Don Rafael Guedea, enternecido tambin, contemplaba respetuosamente a Morelos, sin atreverse a dirigirle una sola palabra. Sin duda el viejo hacendado comprenda el choque terrible que deba haber sufrido aquel gran corazn al saber que ya tena una patria por la que poda sacrificarse. Morelos se haba sentido mexicano por primera vez; el paria, el esclavo, el colono, escuchaba el grito de independencia. Aquel placer era capaz de causar la muerte.
III.
El guerrillero
Pocos das despus de esta conversacin, Hidalgo, con el ejrcito independiente, salta de Charo (inmediaciones de Valladolid) para dar la clebre batalla de Las Cruces, y al mismo tiempo, aunque con opuesta direccin, se desprenda de all don Jos Mara Morelos. Morelos iba a emprender la campaa por el sur, y por todo elemento para acometer tan aventurada empresa, el seor Hidalgo haba dado al cura de Carcuaro un papel con la siguiente orden, firmada tambin por Allende: Por el presente comisiono en toda forma a mi lugarteniente, el bachiller don Jos Mara Morelos, cura de Carcuaro, para que en las costas del sur levante tropas, procediendo con arreglo a las instrucciones verbales que le he comunicado. En manos de un hombre vulgar, aquella autorizacin quiz no hubiera servido ni para levantar una guerrilla; pero Morelos era un genio.
Sobre aquellas cuantas lneas trazadas en un papel, Morelos iba a fundar una reputacin gigantesca; aquella orden era para l la vara mgica con la que iba a levantar ejrcitos, a fundir caones, a dar batallas, a tomar plazas, a formidar por fin a los virreyes y al monarca espaol. Durante el camino hasta llegar a su curato, Morelos march solo, pero su imaginacin le presentaba por donde quiera divisiones en marcha, batallones en movimiento, cargas de caballera, asaltos, combates, escaramuzas, todo el cuadro, en fin, de la terrible campaa que iba a emprender. Morelos lleg a Carcuaro, y all reuni 25 hombres mal armados, y comenz su carrera militar. Conforme a las instrucciones del seor Hidalgo, se dirigi a las costas del sur. Saliendo de Carcuaro, lleg a Churumuco, pas el gran ro de Zacatula por las balsas, lleg a Coahuayutla, tom el camino de Acapulco, siguiendo desde all toda la costa. Por ltimo, dos meses despus de haberse puesto en campaa con 25 hombres, Morelos contaba ya con dos mil infantes, gran nmero de jinetes, cinco caones y considerable cantidad de pertrechos de guerra. Casi todo el armamento y todo el parque haban sido quitados al enemigo.
IV.
El caudillo
Desde esa poca, Morelos fue el caudillo prominente en la guerra de Independencia. Vencedor unas veces, vencido otras, pero siempre constante, valeroso, inteligente, el humilde cura de Carcuaro era un hroe. Por todas partes se haca sentir su poderoso influjo; por todas partes, a su nombre, se levantaban partidas, se organizaban tropas y se daban combates. Y no se contentaba slo con defender su causa por medio de las armas, sino que sostena constantemente difciles polmicas con los curas y las principales personas del clero, que valindose de la religin, pretendan apartar al seor Morelos del camino que se haba trazado. La historia de las campanas del hroe, es la historia de todas las poblaciones, de todos los bosques, de todas las llanuras del sur de nuestra patria, y sus recuerdos viven imperecederos en todos esos lugares. Pero el apogeo de la gloria de aquel grande hombre est en el sitio de Cuautla. Reducido Morelos a defenderse en esa ciudad, que hoy lleva con orgullo el nombre del ilustre caudillo, dio pruebas de la grandeza de su genio. Una ciudad pequea en una llanura, abierta por todos lados, con unas fortificaciones hechas de prisa y sumamente ligeras: sta era su posicin.
Un ejrcito bisoo, casi desnudo, con malas armas, con pocas municiones, y constando de un reducido nmero: estos eran sus elementos de defensa. Flix Mara Calleja, el vencedor de AcuIco, de Guanajuato y de Caldern, seguido de un numeroso ejrcito bien armado, perfectamente disciplinado, orgulloso con sus victorias, provisto de abundantes vveres y municiones, y constantemente reforzado: esto representaba el ataque. Y sin embargo, Morelos resisti sesenta y dos das, y aquel sitio mereci con razn el renombre del famoso. Vironse all episodios de valor inauditos para impedir que los sitiadores cortaran el agua; los sitiados hicieron prodigios, y vivieron los que custodiaban la toma, bajo una constante lluvia de proyectiles. Por fin la situacin se hizo desesperada; el hambre oblig a los insurgentes a tomar una resolucin extrema, y la noche del 2 de mayo de 1812, el seor Morelos sali de la plaza, atraves con su pequeo ejrcito la lnea de circunvalacin, abrindose paso a viva fuerza, y aunque sufriendo grandes prdidas, y libre ya de aquel peligro volvi a ser el alma inteligente y guerrera de la lucha de independencia.
V.
El mrtir
La suerte abandon por fin a Morelos, y en la ac- cin de Texmalaca (5 de noviembre de 1815) cay prisionero en manos del general espaol Concha. El martirio deba coronar aquella vida llena de gloria, y Morelos march al patbulo lleno de valor. La Inquisicin, el clero, el virrey, la Audiencia, todos quisieron tener parte en el sacrificio, todos quisieron herir a su vctima, todos hicieron gala de su crueldad con aquel hombre que los haba hecho temblar, y a cuyo solo recuerdo palidecan. Semejantes a una jaura hambrienta que se arroja ladrando y furiosa sobre un len herido, as aquellos hombres organizaron su justicia contra el pobre prisionero de Texmalaca. La Inquisicin le declar hereje, el clero le degrad del carcter sacerdotal, la Audiencia le conden por traidor al rey, y el virrey se encarg de la ejecucin. Y el hereje, el traidor, el mal sacerdote, el ajusticiado, era, sin embargo, un hroe, un caudillo en la ms santa y ms noble de las luchas; era, sin fin, el hombre ms extraordinario que produjo la guerra de Independencia de Mxico (Alamn). Morelos fue fusilado en San Cristbal Ecatepec, el 22 de diciembre de 1815.
Cuando la sangre de aquel noble mrtir reg la tierra, cuando su cuerpo acribillado por las balas dej escapar el grande espritu que durante cincuenta aos le haba animado, entonces pas una cosa extraa que la ciencia an no explica satisfactoriamente. Las aguas del lago, tan puras y tan serenas siempre, comenzaron a encresparse y a crecer, y sin que el huracn cruzase sobre ellas, y sin que la tormenta cubriera con sus pardas alas el cielo, aquellas aguas se levantaron y cubrieron las playas por el lado de San Cristbal y avanzaron y avanzaron hasta llegar al lugar del suplicio. Lavaron la sangre del mrtir y volvieron majestuosamente a su antiguo curso. Ni antes ni despus se ha observado semejante fenmeno. All estaba la mano de Dios!
El barrign
Eduardo E. Zrate Durante la pica guerra de la Independencia, el seor Morelos recibi una carta suscrita por un amigo suyo residente en esta capital y concebida, poco ms o menos, en estos trminos: S, de buena fuente, que el virrey ha pagado a un asesino para que lo mate a usted; no puedo darle ms seas de ese hombre, sino que es muy barrign... Estaba almorzando el hroe cuando recibi esa carta, leyla atentamente, pleg sus espesas cejas, y en esos momentos se le present un individuo de abultado abdomen, solicitando que lo admitiese a su lado para prestar sus servicios en pro de la cau- sa nacional; sonriente el seor Morelos, hizo que el husped se colocara a su diestra, comparti con l su frugal almuerzo; sali, concluido ste, a recorrer el campamento; volvi a la hora de la cena; hizo llamar al forastero, torn a colocarlo a su derecha, y, levan- tados los manteles, fuese a acostar, habiendo hecho colocar antes otra cama junto a la suya y ofrecise- la al forastero; en seguida apag tranquilamente la luz, se volvi del lado de la pared y echse a roncar con la tranquilidad del justo. Espantado ante tanta serenidad el asesino, que, realmente iba a seda, no se atrevi a perpetrar su crimen y, furtivamente, se fug... Al clarear el da, incorporse en su lecho el seor Morelos, volvi su vista al que cercano estaba y, no vindolo ocupado, pregunt a su asistente: Qu es del seor que anoche durmi aqu? Seor le contest el soldado, dicen que esta madrugada, muy temprano, ensill su caballo, mont y se fue. El generalsimo pidi recado de escribir y, con su letra gorda, clara y firme, contest a su amigo: Le doy mil gracias por su aviso, pero puedo asegurarle que a esta hora no hay en este campamento ms barrign que yo.
III
Don Mariano Matamoros, en el ao de 1810, cuando Hidalgo proclam la Independencia de Mxico, era cura de Jantetelco. En 1811 se present al seor Morelos en Izcar, y desde esa fecha milit a su lado, hasta la desgraciada batalla de Puruarn. Matamoros es llamado por la mayor parte de los historiadores, el ms valiente de los insurgentes. En el famoso sitio de Cuautla, Matamoros, por orden de Morelos, se puso al frente de una fuerza de caballera y logr romper las lneas enemigas.
Matamoros se inmortaliz con la clebre batalla de San Agustn del Palmar, en cuya accin no slo dio muestras de su valor y genio militar, sino que adems prob, como l mismo lo dice en su parte al seor Morelos, que los independientes no se haban lanzado a la guerra con el objeto de robar. El convoy custodiado por las tropas espaolas derrotadas en el Palmar, fue respetado, y todo el comercio de la Nueva Espaa pudo decir entonces que los insurgentes eran soldados disciplinados, y no hordas de bandidos, como les llamaba Calleja. Al hablar Matamoros de esta accin, dice: La batalla fue dada a campo raso para desimpresionar al conde de Castro- Terreo, de que las armas americanas se sostienen, no slo en los cerros y emboscadas; sino tambin en las llanuras y a campo descubierto. Constantemente estaba Matamoros organizando tropas, a la cabeza de las cuales tena a cada paso que batirse, y sin duda, a no ser por la desastrosa expedicin a Valladolid, Matamoros hubiera libertado completamente todo el territorio que hoy comprenden los estados de Puebla, Oaxaca y Vera- cruz. Pero Dios lo haba dispuesto de otro modo.
IV
El da 3 de febrero de 1814, en la plaza de Valladolid, iba a ser fusilado un hombre. Era ste de pequea estatura, delgado, rubio, de ojos azules, y su rostro conservaba las huellas de las viruelas. Marchando con ademn resuelto colocse al frente de sus soldados; se escuch luego una descarga; aquel hombre haba dejado de existir. Matamoros haba muerto en el patbulo; la causa de la Independencia perda a uno de sus ms nobles caudillos. El seor Morelos, segn su propia expresin, perda su brazo derecho. Mxico libre, declar a Matamoros benemrito de la patria, y sus restos mortales se guardaron en la Catedral de esta ciudad.
I
Empezaba a anochecer cuando llegu a la casa del maestro Altamirano. Nos sentamos frente a frente, junto a un balcn alumbrado por la lividez del crepsculo. Y de esta suerte, en la hora vespertina, el maestro y yo platicbamos en medio de la vida serena, de las cosas crepusculares. Qu misteriosas energas ligan las palabras con las palabras para llevarlas muy lejos de lo actual hasta los campos maravillosos del pasado? Yo no s cmo empezamos a hablar de Morelos: de su infancia entenebrada por la orfandad, de su juventud erran- te por entre los caminos y las soledades, cuando era atajador de mulas, y cuando iba, como Mahoma, visitando pueblos, transportando riquezas, poniendo en contacto ideas. Dijimos que las lgrimas del hurfano y los do- lores de la niez desamparada ensearon, sin duda, a Morelos, a sentir los dolores ajenos, haciendo bro- tar, segn la teora de los modernos psicologistas, la mariposa divina del amor hacia los dems desde la crislida obscura del egosmo. Dijimos tambin que la existencia sembrada de sobresaltos, de inquietudes y de sorpresas, la vida del arriero, llena de fisonomas nuevas, ensearon al mismo Morelos a no sorprenderse nunca, a compren- der a los hombres y a comprender el secreto de las cosas. El maestro hablaba con una voz que tena entonaciones anlogas a las de una lira de bronce; sus manos, en armoniosos movimientos, se agitaban en la sombra, acompaando el ademn a la palabra. Yo lo escuchaba sorprendido, y en el seno de la obscuridad creciente nacan y se eslabonaban los recuerdos, los hermosos hijos de la idea.
II
Morelos, me dijo entonces el maestro, llevaba en su alma el sentimiento, engendrado por su niez dolorosa, y la observacin producida por su juventud errante; sus ojos de mago saban hurtarle sus secretos a la sombra, y sus palabras de tribuno saban conquistar las voluntades de los hombres. Vio a lo lejos la claridad de la ciencia, y avanz entonces a buscarla; la encontr en Valladolid, entre las fuertes paredes del colegio de San Nicols. Oy cmo hablaba de ella, con acento de inspirado, el rector don Miguel Hidalgo; pero, al or hablar de la ciencia, oy tambin hablar de su divina hermana la libertad, y posedo entonces de un doble y repentino amor, se sinti do- minado por dos ideales, y fue desde aquel momento el paladn de la verdad y de la
independencia. Por eso se orden sacerdote, porque as avanzaba en el sendero de la ciencia, y por eso ms tarde en el altar de la patria ofreci su vida en aras de la libertad; pero fue siempre su amor a los otros, conquistado con sus sufrimientos de nio, el que hizo el milagro de su fe republicana inextinguible, y fue siempre su conocimiento de los hombres principiado en sus viajes de arriero, el que hizo el milagro de su talento organizador para la guerra. El dolor, la observacin y la voz de Hidalgo, fueron los tres factores del genio; se conjuraron con las dotes primordiales, se fundieron con los elementos nuevos, y he aqu que en seguida durante las guerras de Independencia, tal vez ms alto que nadie en la Amrica, el hurfano, el atajador de mulas, el cura de Carcuaro, subi al Veladero, a Tixtla, a Cuautla, a Orizaba, a Oaxaca y al Castillo de Acapulco, para mostrar a los tiranos y a los cobardes, al infinito mar y al infinito cielo, la bandera blanca y azul de nuestra independencia. Es intil repetir lo que todos saben: el poema pico de Cuautla, que resuena en los aires como un clarinetazo de triunfo; la toma de Oaxaca, que parece una hazaa increble; la redencin casi inverosmil del fuerte de San Diego; pero si se recuerda cualquiera de los hechos de Morelos, en el ms insignificante se revela su grandeza. Una noche, el gran luchador se acerc con sus guerreros a la brava costa de la mar del sur. El intrincamiento inconmensurable de las grandes selvas del estado de Guerrero velaba las aguas. Una tempestad haca sentir su aliento enorme a travs de los rboles, el viento produca inextinguibles, intermitentes y salvajes clamores. Sobre las cabezas de los valientes el crespo mar de las hojas se estremeca con sacudimientos que parecan causados por un terror sobrehumano; se dira que las palmas inmensas, cuyos penachos tocaban el cielo, y las grandes lianas, tendidas de rbol en rbol, y hasta las hierbas experimentaban un espanto infinito. A ratos, la luz sulfurosa de los relmpagos pona gotas de claridad entre los rboles y de sbito, ronco y profundo, como un quejido o como un grito de clera sobrenatural, retumbaba el trueno. Los valientes se detenan apoyados contra los rboles, los ms osados marchaban hacia lo desconocido y lo inmenso, hacia el mar lleno de rabias y de terrores sin nmero; pero al frente de todos iba Morelos; su cabeza tranquila luca ceida por su pauelo blanco, cuyas puntas flotaban, y en medio de la conmocin gigantesca que precede a las grandes tempestades, l iba en silencio, altivo y solemne, como si fuera el supremo vidente de lo sublime. De pronto, ante l se acabaron los rboles y se mostr el mar; la costa all terminaba, a pico, insondable, un pedestal sobre el abismo, el formidable culebreo y el convulsivo amontonamiento de las aguas se desenroll entonces con toda su fuerza sobre el ocano indefinido. El viento, este titn invisible y obscuro, corra sobre la soledad hirsuta; las nubes, apenas entrevistas, formaban una marejada negra sobre las aguas, la lluvia se desat copiosa en raudales, en torrentes. El bosque centenario cantaba detrs su grande himno; la mar desenvolva sus mil ruidos, que son estertores, y sollozos, y truenos. El cielo se alumbraba de repente con fulgores lvidos que vertan la claridad sobre el horror; un instante, las tinieblas aullantes del agua, del viento y de la nube, eran sacadas de la sombra a la
luz del rayo; pero en seguida, de sbito, retrocedan a lo negro, y entonces vivan en lo obscuro, gigantescamente, las formas prodigiosas de la borrasca, palpitantes e in- finitas. Pudiera afirmarse que en el cielo, cubriendo todo con sus alas negras, salpicadas de reflejos lvidos, estaba el pjaro infinito de la tormenta. Y no obstante, sereno, dichoso en medio del terrible desencadenamiento, teniendo a sus espaldas a sus guerreros, hundidos en la selva, y sintiendo quebrados por los rayos los palmares centenarios, Morelos, cruzando los brazos sobre el pecho, erguido e indomable, vea, guardando en su alma la sonata infinita de los elementos, la tempestad. Y su pauelo blanco, como si estuviera vivo sobre sus sienes, agitaba sus puntas flotantes. Enfrente del estertor de las olas y de los cielos, Morelos crea ver a la Amrica toda, hundida en la sombra como la mar, lejos del cielo como la mar misma, y no obstante, toda ella sacudida por el deseo insaciable de abismarse en la claridad y de conocer el progreso, irguindose titnica y soberbia contra los tiranos, como el mar contra los vientos, y poblando el espacio con sus gritos de agona y de gloria. Bajo el acantilado, mientras las olas se San Miguel Charo estrellaban, levantando, como enormes flores blancas sostenidas por intermitentes tallos lquidos, sus explosiones de espuma los pjaros del mar, las cenicientas gaviotas, se hundan entre las rfagas lanzando speros gritos. Por instantes el agua se iluminaba con fosforescencias extraas, como si su clera se hiciera luz; se tornaba de sbito en blanca, y entonces la borrasca pareca una batalla nunca soada, que libraran millones de gigantescos gladiadores lvidos. Morelos, ante el mar, era semejante al dios de las borrascas; aquella pea volada sobre el abismo y colocada bajo el otro abismo, el del cielo, era el pedestal digno de l; pareca, sin saberlo, regir la suerte confusa de los ejrcitos de las olas; pareca mandarlas; la noche entera estuvo de pie electrizado l mismo ante las fulguraciones blancas de los relmpagos. Cuando luego fue calmndose el mar; cuando todo peligro hubo cesado; cuando las olas se aplacaron, y el viento, cansado de luchar, se fue aletargando; cuando la selva ces de agitarse, entonces en el cielo sin nubes se dilat la luz de la maana, y Morelos, todava de pie, contemplaba la iluminacin ferica del ocano, la tranquilidad gloriosa de las aguas. Aquella borrasca era un smbolo: era lo mismo que la guerra de Independencia, preada de horrores, llena de catstrofes; pero en ella, a ratos, la misma tormenta se haca fosforescente, se tornaba luminosa, y por fin, tras ella, deba venir tambin la aurora divina, la libertad de la Amrica.
III
El maestro dej de hablar, y an vea yo a Morelos, en su pedestal, ante el ocano; la noche haba cerrado, y an me pareca ver el albor de la aurora sobre las aguas, por fin serenas.
I
Acababa de tronar el grito de libertad en Dolores, el pueblo mexicano haba despertado a una vida de gloria: veloz como el relmpago se haba difundido el entusiasmo patrio hasta los ms remotos confines del continente, y las sangrientas escenas de Guanajuato tenan conturbados a nuestros audaces dominadores. La voz de un prroco sexagenario, poco antes entregado a las tranquilas ocupaciones de la ciencia, la industria y los deberes de su ministerio, fue una convocacin de guerra que encontr eco en todos los corazones. Desde el opulento hacendado hasta el humilde labrador; desde el sesudo letrado hasta el indio abyecto, todos se improvisaron guerreros y, en chusma turbulenta y desordenada salan de la capital de Valladolid con direccin a Mxico. Digna de Tito Livio era la pintura de un ejrcito de ms de sesenta mil hombres, la mayor parte medio desnudos en marcha confusa, armados de hondas, de palos, de picos, de fusiles, de machetes, y de instrumentos de labranza, enarbolando lienzos de distintos colores, llevando algunos de ellos la imagen de la virgen de Guadalupe; empapados otros en la sangre vertida a torrentes en Granaditas, y esta multitud mezclada de mujeres, de nios, y de ancianos, todos entusiastas, todos con un solo corazn para sentir el fuego de la libertad, y con una voz que lanzaba un anatema de exterminio contra la Espaa. En un pueblecito miserable, llamado San Miguel Charo, distante cuatro leguas de Valladolid, mientras atravesaba el llamado ejrcito, reciban los obsequios de una persona particular los primeros caudillos, en una casita de la plaza. Se hablaba con orgullo de las pasadas victorias, se recordaban con alegra los heroicos hechos, se soaba en lauros y renombre, y la alegra y el entusiasmo regocijaban los pechos y daban animacin a los semblantes. Entre tanto, sonaban fuera de la casa los gritos de la chusma belicosa, que vitoreaba a sus jefes idolatrados, al pasar frente al lugar en que estaban posando. Mientras la oficialidad, en su mayor parte no muy subordinada ni circunspecta, beba y charlaba estrepitosa en un extremo de la mesa, en el otro conversaban con calor dos personajes que quiero describir.
Era el uno de cabello cano y frente morena y espaciosa, su mirar concentrado y enrgico, su nariz aguilea, y su cabeza inclinada hacia adelante, qu s yo si por el peso de los aos o agobiada por sus grandes concepciones, como se doblega la rama cargada de frutos. Formaba contraste con tan grave personaje, el joven con quien hablaba; sera su edad como de treinta aos o treinta y cinco a lo ms, sus maneras francas, su frente espaciosa; pero cubierta por sus rizados cabellos rubios, que caan sobre ella en desorden, su mirada ardientsima, su hablar resuelto, y su continente marcial. Seor cura, deca, djeme usted con mis dragones, que vive Cristo! que no me queda ttere con cabeza y crase usted, que mientras no se discipline esa chusma, no vale un comino. Sin embargo, seor don Ignacio, ella ha vencido en Granaditas, y sesenta mil hombres, y valientes, no son fciles de destruir; adems, s que ellos aprendern. Sesenta mil hombres! Valos usted, unos cargan con sus hijos, otros quieren ir en formacin como quien va a una romera, y hace poco, voto va! que me tuve que echar a pechos un vaso de aguar- diente, para desengaarlos que no tena veneno... Usted lo quiere todo en una hora. No, seor: quiero que el soldado sea soldado, que se subordine, porque si no, vive Dios! Vea usted... Vamos, calma, que todo se remediar. Pues a ese paso pero yo los arreglar: fuera mujeres, fuera muchachos, su ejrcito, su ordenanza. Esos son castillos en el aire: tienen escuela donde aprender, y parece que no han estado muy torpes en la primera leccin; dgalo Riao. Ms se hubiera acalorado la conversacin si la presencia de un personaje, que se acerc con paso tmido y roz con su vestido el respaldo de la silla en que estaba uno de los interlocutores, no hubiera interrumpido la conversacin. Era un hombre de regular estatura, pero robusto; su color trigueo, un poco plido; el cabello spero caa sobre su frente con descuido; su barba terminaba como una lnea a la mitad de su carrillo; su ceja era fruncida, y su nariz roma; su labio superior, tosco, con una ligera expresin de sonrisa; pero en sus ojos ardientes, penetrantes y vivsimos, revelaba un alma enrgica y emprendedora. Acercse, como he dicho con embarazo y poca gracia a los personajes descritos, y con dificultad expres tartamudeando, que deseaba se le admitiese en la clase de capelln del ejrcito, para lo cual tena licencia. Cmo es eso? Se resuelve usted a abandonar su curato?
S, seor. Y est usted decidido a cambiar una vida tranquila por nuestras aventuras? Hace tiempo que lo estoy... Hablaron luego en voz baja los tres que sostenan el dilogo, mientras los curiosos y la oficialidad burlona y maligna se diverta a costa del original capelln que iba a tener. Han visto ustedes una figura ms poco militar? Quin lo conoce? Es el cura de Carcuaro. Cmo se llama? No recuerdo; pero se cuentan de l mil extravagancias. Es un hombre obscuro, sin carrera. Dicen que es hijo de un carpintero, que se dedicaba hace algunos aos a la arriera, que en uno de sus viajes compr en Mxico un Nebrija, y des- pus de estudiarlo, cuando tena 25 aos, se le meti en la cabeza ser clrigo. Estamos haciendo tal adquisicin de padres, que se hace increble cmo anda el diablo tan suelto entre nosotros. Silencio, oiremos lo que responde: acaba de preguntarle el seor cura, que cmo se resolvi a seguirnos. Callaron todos, y se oy la voz del cura de Carcuaro que deca: Vine, como dije a ustedes, a Valladolid, en fines del ao pasado, a la casa de mi hermana; convidronos a un coloquio, y no falt all quien hablase del tumulto de Iturrigaray, y las prisiones ejecutadas en aquellos das (la voz del cura se animaba gradual- mente), no s lo que sent; se me represent nuestra opresin, nuestro oprobio, y conceb un odio contra los tiranos, que me tuvo inquieto y engendr espontneo y eterno un pensamiento de combatir por la libertad de mi patria Bien, muy bien. Retirme con esa idea, proyect construir un fortincito en mi curato, sondolo punto de defensa; all a mis solas, despus de mis trabajos, pensaba en ejrcitos, en asaltos, en victorias, y lloraba despus al ver mi ignorancia en todo. Al decir esto, su voz era de trueno, su mirar imponente, tena arrebatado y enternecido a su auditorio... Padre, me parece que mejor ha de ser usted un general que un capelln. Vamos, djese usted de cosas, arroje la turca y cargue contra el mundo si se nos opone.
Un pliego de papel... Llevaron el papel, escribieron, y al calce firm el anciano que estaba en la cabecera de la mesa: Miguel Hidalgo y Costilla. Conque, lo dicho: a revolucionar el sur, y veamos si de aqu a algn tiempo recibimos cartas del coronel Morelos, que anuncian que han olido su plvora en Acapulco. Camarada! venga un abrazo; si algo se ofrece, cuatro letrajos, ya sabe usted, a Ignacio Allende, y vive Cristo! que aqu est un corazn que sabe ganarse amigos. Quedaron unos murmurando, otros aplaudien- do al coronel Morelos, mientras ste, silencioso y modesto, tom su camino para su curato, sin ms auxilio que el del cielo; pero ufano, con el pensamiento au- daz de dirigirse a Acapulco dentro de pocos das.
II
Trasladmonos ahora al cerro del Veladero, situado en una costa de Acapulco: el cura de Carcuaro acababa de llegar con cerca de 700 hombres; mientras su tropa se alojaba y dispona a resistir al enemigo. Galeana, dijo a un oficial: dej usted recomendado a vila el Ahuacatillo? S, seor Y ese Nio, cundo le llora en el odo a Paris? Yo creo que para principios de diciembre entrante lo tenemos encima y estaremos en apuros. Apuros! En poca agua se ahoga usted. No ve usted que sal del curato con dos trabucos y una carabina descompuesta, y ahora ya hasta artillera tenemos? S, artillera, un can Nio Ese Nio ha de dar muy malas noches a los gachupines: no se olviden las avanzadas por Las Cruces y San Marcos. No, seor. Vaya usted, que yo mientras soy ingeniero, con cueros de res y con ladrillos. El da 8 de diciembre de 1810, seran las ocho de la maana, cuando distinguieron a don Francisco Paris, que vena sobre el campo de Morelos con mil 500 hombres; ste hizo al principio varias tentativas para evitar un rompimiento en que iba a derramar- se sangre de hermanos; todo fue en vano, empese la lid, las fuerzas de Paris combatan con increble denuedo; el seor Morelos resista con igual intrepidez. Montado en un brioso caballo, con su
lanza en la mano recorra los puntos ms comprometidos, animaba con su ejemplo a los soldados, distribua sagaz las fuerzas, se multiplicaba en sus acertadas disposiciones, y una no desmentida serenidad infunda es- fuerzo a sus soldados. A la cada de la tarde retirse el enemigo, avergonzado, y las fuerzas insurgentes proclamaron con delirio el nombre de su jefe. No era aquella gente una chusma desordenada que atacaba en grupos, que se descarriaba desobediente. No, eran soldados subordinados que con regularidad y con destreza se defendan. Paris se retir a Jonaltepec para volver de nuevo a la carga, despus de reponerse un poco. No perdi un instante Morelos, entabl negociaciones secretas en el campo enemigo, se impuso de sus oficiales, de las cualidades de estos, lisonje a los descontentos y se relacion con ellos, siendo de los principales un capitn, don Mariano Tabares, ofendido por haber sido preso en aquellos das, porque desaprob la prisin de lturrigaray.
III
Era una noche obscursima: el ruido de las olas y el grito de quin vive? de los centinelas interrumpa solemnemente el silencio: el seor Morelos paseaba inquieto en su cuarto, reflexionando su crtica posicin, por la carencia de vveres, y conociendo que necesitaba una victoria para acreditar su nombre e inspirar confianza a sus soldados, fij el codo sobre una mesa que all haba, apoy su frente abrazada en su mano, despus tom una pluma, traz algunas lneas, y una expresin de jbilo ba su semblante. Seor ayudante exclam, que me llamen a don Julin Dvila. A pocos momentos se present ste: Seor! Bsqueme usted a don Marcos Landn. En presencia de los dos extendi Morelos el papel donde haba trazado las toscas lneas, y poniendo un eslabn en manos de uno de ellos, para que sirviese de contrasea, les dej partir. Los soldados no saban dnde los llevaba. La mayor parte de ellos qued oculta en un bosque. Repentinamente rompi la obscuridad el relmpago vivsimo de sesenta armas de fuego disparadas por los espantados, otros se rindieron, y Paris mismo, lleno de pavor, sali disfrazado del campo, preguntando por Morelos, ardid que le salv la vida. La sorpresa anterior revel a la luz de la victoria, no a un guerrillero temerario y constante, no a la mano que ejecuta a ciegas su venganza, sino a la inteligencia sagaz y combinadora, terrible en
el enojo: era la fuerza dirigida por el talento, combinacin hasta entonces descuidada entre los insurgentes. Ochocientos prisioneros, setecientos fusiles, cinco caones, y algunas cargas de parque, vveres y dinero, fueron el resultado de esta empresa gloriosa. Poco tiempo repos Morelos a la sombra de sus nacientes laureles. Uno de los das de febrero de 1811, seran las cuatro de la maana cuando a cierta distancia de la fortaleza de Acapulco brillaba en el campo una luz solitaria, defendala del viento un farolillo, la tropa marchaba en el mayor orden y silencio, se oa el rumor de las pisadas, y las toses reprimidas de los soldados. El seor Morelos marchaba risueo como siempre que se vea frente al peligro. Seor cura, mucho temo una traicin, porque no han contestado con su luz a la de nuestro farol. Tengo dadas mis disposiciones; creo que Gago no nos vender; pero siempre desconfiando, he distribuido la tropa de modo que no toda se comprometa; que no muevan el farol de Puente de Hornos. Mi general, avanzaremos nosotros, daremos la contrasea y despus ir usted. No, marchemos adelante, muchachos. Lleg la tropa hasta la puerta de la fortaleza, pareca sta desierta, mantvose algunos momentos indecisa la tropa, nada interrumpa el silencio... oyronse unos pasos, y por la cerradura preguntaron con misterio: Viene ah el seor cura Morelos y el comandante Tabares? Morelos dijo a otro que respondiese que no; hzolo as, y a esta palabra se coron sbitamente el castillo de gente, pareca un volcn la fortaleza, re- tumbaba el suelo con el estampido de la artillera, y eran tan redobladas y sostenidas las descargas, que brillaban los alrededores del castillo como si ste se hubiese incendiado; la reflexin del fuego en el foso, el silbar de las balas, las nubes de humo rasgadas por los relmpagos de nuevas descargas, y sobre todo la sorpresa, desorden al ejrcito insurgente; slo Mo- relos, en pie y tranquilo, pareca complacerse en aquel espectculo terrorfico. Conociendo que era mengua que huyesen sus soldados, los exhort a volver frente al enemigo; revolvanse indecisos, tronaba su voz ahogando la grita la soldadesca espaola, y oyndose entre el estrpito de los caones: por fin, desbandase su gente y emprende la fuga. Corris, cobardes exclam iracundo, yo les pondr un puente que facilite el paso; y tomando la delantera de la tropa, se arroj al suelo en un es- trecho de preciso trnsito. Los soldados retrocedieron espantados a vista de aquella barrera, levantaron a su general, y se unieron a su derredor con entusiasmo.
IV
El virrey Venegas conoci la superioridad temible del nuevo campen que saltaba a la arena, y mand numerosas fuerzas para que lo persiguiesen; pero como la relacin minuciosa de sus encuentros y victorias no es de mi objeto, ni posible de reducirse a los lmites de mi artculo, dejo al exacto bigrafo tan preciosos materiales, para elevar una sublime columna de honor a su hroe, mientras yo, cambiando las decoraciones de mi teatro, traslado la escena al frente de Tixtla, ocupada entonces por los coman- dantes espaoles Coso y Guevara. Brillaba la feliz aurora del 12 de agosto de 1811; el alegre toque de diana despertaba al soldado, para que realizase sus sueos belicosos; el caonazo de saludo era como el himno a la salida del sol, y el ruido de las armas, el relinchar de los caballos y todos los aprestos militares indicaban la proximidad de la batalla. El sol doraba el campanario del pueblo de Tixtla, coronado de tropas realistas, y fortificado, lo mismo que la plaza del Calvario, que dejaba ver de trecho en trecho en sus reforzadas trincheras aprestada la gruesa artillera. Pero el humilde cura de Carcuaro, aquel hombre obscuro y sin carrera, haba desplegado su vuelo de relmpago, y era el general adulado, por la victoria, y haba caminado desde la ardiente costa de Acapulco hasta Tixtla, bajo un dosel de laureles; sus criados, que eran entonces toda su compaa, se haban tornado en un ejrcito respetable, valiente y moralizado, y en su derredor levantaban sus frentes los Galeanas, los Matamoros y los Bravos. La campaa es el festn del soldado, por eso se impacientaban los insurgentes a la vista de Tixtla y por eso un clamor de jbilo mezclado a la msica y los vivas, respondi al primer caonazo disparado desde las trincheras de aquel pueblo, a las nueve de la maana. El cielo estaba sereno, el campo alegre, y por la atmsfera tranquila subi lenta la columna de humo de los primeros fuegos. Morelos continu su conversacin llena de donaire y cuentos oportunos, mientras las granadas reventaban a su frente, y se cruzaban las balas en todas direcciones; tena su traje sencillo, su chaqueta de lienzo, su pauelo blanco cuidadosamente amarrado en la cabeza. Repartironse en orden las tropas. Al principio se interrumpi el tiroteo. Despus empese en una parte; en otra, hzose por fin general. Una nube espesa ocultaba la poblacin, y el campo como sombras. Veanse discurrir los soldados y surcaban las rfagas de fuego de las descargas, y las llamaradas del can, aquel humo negro, y amarillento, por el resplandor vivsimo del sol. Defendanse los realistas con una intrepidez increble; con encarnizamiento combatan los insurgentes; retemblaba el suelo al estampido de los caones, y los ecos de la msica marcial
enardecan las almas y levantaban clamores entusiastas, entre los que se perciban el resollar de los caballos fatigados o el gemir doliente de los moribundos. Se alzaba la llama del can en un punto comprometido? Alumbraba la frente impasible de Morelos que alentaba a sus compaeros. Retumbaba un acento en medio de la ms empeada refriega? Era la voz de Morelos. Cundan en el aire mil vivas alegres? Era la presencia de su general, a quien lo saludaban como a un dios, con ternura, con la seguridad de vencedores. El combate se prolongaba, mantenindose indeciso hasta ms de la mitad del da, aunque el esfuerzo no aminoraba: en las tropas insurgentes se comenz a notar la escasez de parque, que se hizo muy sensible a la cada de la tarde. En estas circunstancias empese una vivsima lucha en una batera enemiga, se distingua all por su arrojo temerario un joven moreno, de ojos rasgados y vivsimos, y que rea en medio del asalto, dejando ver su dentadura blanqusima. El muchacho alegre, insolente, todo lo animaba, y su alborozo inspiraba ardimiento, y el placer de repente desaparece de entre sus compaeros, deslzase arrastrndose como una serpiente bajo la curea contraria, y al ir a dar fuego un artillero, disprale un tiro, apodrase del can, levanta en sus manos un saco de plvora, y lleno de gozo les grita a sus amigos: Ya tenemos parque. Este incidente influy no poco en aquella accin; los realistas se defendan con despecho; el sol estaba al ocultarse suspendido en el borde del horizonte, cuando una llama crdena penetr entre el torbellino de humo, y gritaron: quemazn! Efectivamente, comenzaron a arder las principales casas del pueblo, crujan las vigas, y de tiempo en tiempo se desplomaban los techos, cesando las llamas para trepar despus serpenteando en las paredes y levantarse terribles. La confusin no tuvo lmites, los lloros de los nios, los alaridos espantosos de las mujeres. Los realistas despavoridos, refugironse en la parroquia, sonaron las campanas, y el cura de ella, agente servilsimo de los espaoles, se present en la puerta de la iglesia: Morelos le mand que se retirase, y no perdi momento en reparar las fortificaciones, previendo que poda ser hostilizada aquella plaza.
V
Despus de dejar guarnecido el pueblo con 104 hombres al mando del intrpido Galeana, pas Morelos a Chilpancingo, donde se solemnizaba con diversiones pblicas la asuncin de nuestra seora, patrona de aquel pueblo. En el mismo da se supo en Chilapa, cuartel general de los espaoles Fuentes y Recacho, la salida del seor Morelos y la falta completa de parque de los de Tixtla.
Fuentes precipit su marcha, y penetr con aire triunfal por algunas calles del pueblo; pero al llegar a las trincheras de la plaza, encontr una resistencia que no esperaba. En medio de las diversiones dieron a Morelos esta noticia en Chilpancingo, y le pedan parque con suma urgencia; aunque en aquel pueblo haba una fbrica de plvora, estaba hmeda e inservible; Morelos dijo al correo que al otro da hara una visita a Galeana, que lo esperase por Cuauhtlapa. En efecto, la maana siguiente, en medio del ms empeado tiroteo y cuando entrevean los espa- oles insolentes una victoria, suena repique a vuelo en la parroquia de Tixtla; los realistas lo interpretan como un ardid para excitar el entusiasmo insurgente, y casi tocaban con la mano las trincheras, preguntan- do con mofa si estaban locos, cuando el can Nio tron a sus espaldas en una altura. Volvieron el rostro y vieron al seor Morelos con el lanzafuego an en la mano, porque l haba disparado tiro tan certero. Los soldados insurgentes respiraron aquel aire de victoria que rodeaba a Morelos: los vivas llenaron el viento; las msicas y el repique alegraban las almas; quisieron los realistas formar cuadro; pero saltando la trinchera entre una nube de humo, y blandiendo su lanza Galeana, se arroj entre ellos, los desorden violento como el rayo; acudieron sus fieles soldados, y los lanceros impetuosos de Morelos, y entonces la derrota fue completa y la carnicera horrible: queda- ron en el campo lagos de sangre; corran al ocaso ca- ballos sin jinetes, y veanse revolcar los heridos en el suelo; hicieron los insurgentes cerca de ochocientos prisioneros, doscientos muertos, recogiendo adems, equipajes, municiones y vveres. Nada falt para hacer brillante esta victoria, ni la muerte de un traidor, porque fue cogido prisionero Gago, el de Acapulco, y mandado fusilar al instante. En la noche de ese da dictaba Morelos a su secretario una carta dirigida a Rayn, en la cual, entre otras cosas, le deca: Hasta esta fecha, 16 de agosto de 1811, he tenido veintisis batallas, veintids ganadas completamente, y en cuatro hice una retirada honrosa. Lejos de envanecerse con una carrera triunfal, magnfica y feliz, que haca ondear el pabelln insurgente en casi todos los puntos del sur de la provincia de Mxico, con un ejrcito que lo adoraba como a un padre, y con un prestigio robusto y prepotente, manifest en la administracin civil un juicio y un talento admirables: su primer principio fue no hacer variacin ninguna en el estado de las cosas, limitndose a remover las personas que no le inspiraban confianza, para lo cual nombr intendentes y subdelegados; pero la administracin de justicia y la de hacienda continuaron en los trminos establecidos por las le- yes, sin permitir que los comandantes se arrogasen ni la una ni la otra, como suceda frecuentemente entre los jefes insurgentes que no estaban bajo sus rdenes. Tampoco se permita a los jefes militares imponer contribuciones, ni molestar a los habitantes con vejaciones arbitrarias, tan comunes en otras partes, y que haban hecho odiosa la insurreccin.
La junta de Zitcuaro entenda inmaturamente en el sistema poltico, en los momentos que se disputaba palmo a palmo el terreno, y cuando no haba an nocin de que fuesen representantes aquellos miembros. Deseaba el seor Morelos el establecimiento de un gobierno; pero lejos de convertirse en intrprete arbitrario de la voluntad nacional, quera que fuese esta declaracin obra del pueblo, cuya soberana re- conoci. Rehus reconocer el ttulo hipcrita que tom la Junta de Zitcuaro, de representante de Fernando VII; y aunque esto se quera paliar como medida de convencin y de una poltica sagaz, el seor More- los no quiso que aquel cuerpo tuviera otros ttulos que los que le otorgase la espontnea voluntad de los pueblos en el goce de sus derechos. Estos rasgos pintan el instinto de la poltica verdadera, como agente de la felicidad comn, y no como el arte de la superchera y del engao. En nuestros tiempos hemos visto muchos sucesores audaces de las pitonisas de la antigedad, que quieren interpretar los orculos de su divinidad, el pueblo, en qu no creen ms que cuando los incensa, o se deja alucinar con sus doctrinas.
VI
Grato para m sera poderme detener en la relacin de las victorias del seor Morelos, que sucedieron a las de Tixtla. Chautla, lzcar, Tenancingo y otros pueblos aclamaron su nombre victorioso, lo vieron terrible en medio del calor de la batalla, lo admiraron en el campo de Tenancingo, enfermo, sobre una caja de guerra, en medio de las balas, dando sus rdenes tranquilo y risueo, como si asistiese a un festn; all tambin lo vieron compartir su alimento con el sol- dado indio, que abra su corazn salvaje y oprimido al roco de una amistad generosa y franca. Pero ha llegado Morelos a Cuautla de Amilpas; y quiero descansar con mis lectores mientras la pluma fcil del seor Mora nos describe aquel lugar donde germinaron tantas hazaas. La poblacin est formada sobre un terreno de poca elevacin, que domina las cercanas a considerables distancias, y en las inmediaciones de la lnea interior en que terminan las casas, se hallan grandes plantos de pltanos y arboledas espesas: su mayor extensin es de norte a sur en poco ms de media legua, y su anchura de este a oeste no excede un cuarto de legua. En la parte del oeste corre de norte a sur una atarjea de mampostera, de vara y media de espesor, que va gradualmente elevndose de doce a catorce varas, y termina en la hacienda de Buenavista: entre el pueblo y las lomas de Zacatepec, que se hallan al este, corre el ro cuya caja es de ms de doscientas varas; pero cuya corriente, aunque abundante y rpida, no ocupa por lo comn sino una parte muy corta, cindose a un canal de doce a quince varas.
En los primeros das de febrero de 1812, sali de Mxico don Flix Mara Calleja, con direccin a Cuautla, al frente de un ejrcito que haba llenado de terror el Bajo: el 18 dej el campo de Pasulco, con el objeto de reconocer a CuautIa, y el 19 formaliz su primera tentativa de asalto. Desde una altura percibi el ejrcito al general Morelos, que platicaba festivo con sus oficiales. Est usted cierto de lo que me dice, curita? diriga esta pregunta a un hombrecillo de mediana estatura, rubio, picado de viruelas, y con sus ojos azules llenos de viveza y expresin: era Matamoros. Cmo si estoy cierto? Son ms de ocho mil hombres; uno a uno no hemos de dejar ninguno, y si no, permtame usted que les vaya a saludar, por vida de...! Coronel! Guarde usted sus bros para Bue- navista, y cuidado con el nombre: no hay que cegarse por nada de esta vida. Y dgame usted, seor Galeana, San Diego que tal est de fortificado? Porque lo que de noche se hace... Es cierto, seor, se trabaj toda la noche; pero no por eso est mal. Hola! Hola! Vean ustedes dijo con inters Morelos, parece que tiene mucha prisa de saludar- nos Calleja; forzoso ser dar nuestras rdenes para recibirlo. Mi escolta! Dragn, acerca mi caballo! Galeana se puso al paso del general, y aunque dcil y tmido en su trato, le rog encarecidamente no se aventurase en un reconocimiento imprudente. Djeme usted, Galeana, slo voy al Calvario a reconocer con mi anteojo al enemigo. Acompaar a usted, mi general replic el valiente. No, no es necesario; voy de paseo. Y el invencible Galeana, se mordi en silencio los labios y pesaroso dej alejar a su amado general al frente de su escolta. Est visto dijo casi con las lgrimas en los ojos y sin perderlo de vista, va a hacer una de las suyas; y estar yo aqu! Hola! seor oficial continu, mande usted poner al momento vigas en las torres, que observen al general. Pasebase inquieto Galeana cerca de su caballo, reprimiendo sus tentaciones de montarlo, y acariciando su crin negra como el bano. Oyse de repente el fragor de la artillera, que desde antes haba emboscado Calleja a los lados del camino: espantados los vigas de las torres, gritan: que nos cogen al general; y Galeana en su corcel, rpido como la voluntad de Dios, desapareci, al socorro de su jefe.
Entretanto, alrededor de Morelos se haba agrupado la fuerza enemiga, la sorpresa y la lluvia de balas dispersaron su escolta, no quedando sino muy pocos a su lado: junto de l acababa de caer, acribillado de heridas, un soldado querido: se revol- va en un crculo de enemigos como un len cerca- do de diestros cazadores; pero se haca campo con sus armas, disparando sus pistolas a los que ms de cerca lo seguan, y sin perder su gravedad majestuosa y tranquila: Muchachos deca con flema, no corran, que las balas no se ven por las espaldas. Mi general, mi general, salvmonos, corramos, mi general. Ms honroso es morir matando, que entrar en Cuautla corriendo. Avancemos, mi general. ste es el paso de mi caballo, el que quiera que lo siga. Los realistas crean tener su presa entre las manos, anticipaban gritos de contento y redoblaban su esfuerzo. Mientras en el campo de Morelos cunda la confusin y se propagaba la alarma, en los momentos ms desesperados apareci el acero invencible de Galeana y de sus arrojados costeos: como el huracn dispersa las arenas, ahuyent a los que cercaban a Morelos: los soldados se encarnizaron al extremo de arrojar las armas de fuego para combatir con sus machetes. El ejrcito, despus de recobrado su general, lloraba de gozo, y Galeana, con la risa en los labios y las lgrimas en los ojos, no cesaba de abrazar a su general, hacindole al mismo tiempo cariosas reconvenciones por su arrojo, y sobre todo, porque no lo haba llevado consigo. Al siguiente da el ataque fue ms formal: Calleja marchaba a la retaguardia de su ejrcito en un coche, seguro de su triunfo; penetraron los realistas por la calle Real, la artillera y la infantera redoblaban sus tiros, cubranse los contendientes con una nube espessima de humo, ponindose a medio tiro de la trinchera de la plaza de San Diego. El coronel que mandaba aquella seccin percibi a Galeana, sublime y terrible como era siempre, en medio del combate, y dejando or su voz entre el estruendo de las armas, le grit, desprendindose de sus filas: Ah, infame! Sal, que a ti te buscaba. Galeana estaba a su frente. Disparle el espaol con una pistola, sonri Galeana, apunt al insultante coronel, y cay en tierra. Era valiente dijo Galeana, y lo condujo en sus brazos dentro de la trinchera para que le administrasen los auxilios divinos.
La tropa realista segua enfurecida su lucha; penetr por el interior de las casas barrenndolas para comunicarse por este medio: las familias se arrodillaban despavoridas ante la soldadesca ciega, y se multiplicaban escenas que desgarraban el corazn. Un malvado propag dentro del campo insurgente la voz de que Galeana haba perdido la plaza; cundi el desaliento, qued la batera de San Diego casi solitaria, y slo un jovencillo obscuro estaba junto a la artillera. Aprovechndose de su desamparo un dragn le hiri en un brazo; derribado el joven, dejando un rastro de sangre en el suelo en que se arrastraba, y alzndose con dificultad, prendi fuego al can, conteniendo al enemigo, que avanzaba sobre la batera. Quedaron en el campo como 400 cadveres, y muchos fusiles, que recogieron los insurgentes. El da 20 de febrero de 1812 remiti Calleja al virrey el estado de muertos, heridos, contusos y extraviados en la accin del da anterior, en los trminos siguientes: Oficiales muertos: 4. Heridos: 7. Contusos: 11. Muertos de tropa: 15. Heridos de tropa: 55. Heridos levemente: 40. Contusos de tropa: 43. Extraviados: 3. Ms en el oficio o parte, del 21 del mismo mes, se expresa as: Yo me encuentro embarazado con ms de 200 heridos y enfermos mal asistidos, que dudo si los remitir a Ozumba, desde donde por Chalco podrn con menos incomodidad dirigirse a sa, o si me sito en alguna hacienda inmediata por no exponerlos a que el camino los empeore. El da 5 de marzo Calleja comenz formalmente el sitio, pronosticando que no dejara piedra sobre piedra en la poblacin rebelde, y creyendo fcil de realizar sus proyectos exterminadores en poco ms de ocho das. Aunque en lo pblico se menta oficialmente, exagerando los triunfos de los realistas y pintando el de Cuautla como un sitio sin importancia, sofocan- do as la revolucin en el sur de Mxico, la correspondencia reservada entre el comandante en jefe y el virrey era amarga, y en sus groseras contradicciones realzaba los talentos de Morelos, presentndolo real- mente como un enemigo astuto y formidable. Los disgustos entre Calleja y Venegas haban llegado a conocimiento del pblico, debilitando la opinin entre los realistas mismos, y siendo eficaz agente del prestigio del general Morelos. Deseaba Venegas que en un asalto y por la fuerza de las armas, se terminase una lucha que tena despierta la atencin; y Calleja por su parte rehusaba aventurar en un ataque la nombrada adquirida en sus anteriores campaas. Vea uno la exigencia del asalto como una venganza, y el otro interpretaba las demoras del sitio como ineptitud y cobarda.
No obstante, se prodigaron a Calleja los recursos, situndose en Chalco tropas suficientes para mantener franca la comunicacin con Mxico.
VII
Entre tanto, el general Morelos en su terreno suma- mente abierto, con sus reducidas fuerzas, y sin ms recursos que su ingenio y su inflexible constancia, recurra a sus inspiraciones, y todo lo creaba para resistir al enemigo. Se provey de vveres, improvis trincheras, entabl relaciones con algunas de sus partidas errantes para interceptar las comunicaciones del gobierno y proporcionarse recursos, y supla su talento inagotable las faltas todas que se notaban. Ya como guerrero, el primero en el campo, sus huellas guiaban a sus soldados a combatir; ya como general astuto, entablaba negociaciones con los des- contentos para imponerse de cuanto le convena. Ya por ltimo, alegre, comparta con sus oficiales sus alimentos, dndoles ejemplo con una conducta intachable. Celebraba con regocijo y haca publicar las acciones heroicas de sus soldados, fomentaba el contento con diversiones que daban testimonio de su desprecio al enemigo, y muchas veces al retumbar el can y al rasgar los aires las bombas, triscaba con sus amigos en festivas jamaicas, llenando el aire las msicas militares. Imposible es seguir la detenida relacin de un asedio que dur sesenta y tres das, marcado cada sol con mil hazaas dignas de renombre. Este asedio forma por s solo la epopeya sublime de la existencia de Morelos, y el panegrico completo de sus ilustres generales, es el episodio ms bello de la guerra de la Independencia y el orgullo de nuestros recuerdos nacionales. Combatir da a da, momento a momento, contra fuerzas siete veces superiores, con la agona de la sed y del hambre, con el azote de una epidemia destructora, y encontrar para todo recurso, y convertir en un festn el teatro de la muerte; hechos son estos que escritos en otro idioma y odos por otros hombres menos indolentes que los de Mxico, pasaran tradicionales a las generaciones futuras, cada vez con ms lustre y encanto. Pasar en silencio el recobro del agua por el impetuoso Galeana, construyendo entre una lluvia de balas un fortn para impedir que la cortasen. No mencionar el ardid del capitn Anzures en medio de la noche, tocando con un tambor por di- versos puntos a degello, desconcertando as una vil traicin, y convirtiendo sta en perjuicio de los rea- listas, que engaados se destrozaron mutuamente. Mientras las numerosas huestes de Calleja, reducidas al ltimo extremo, an insultaban con despecho a los insurgentes en medio de la consternacin ms sombra; as se expresa este general mismo hablando de los sitiados:
Si la constancia y actividad de los defensores de Cuautla, fuese con moralidad y dirigida a una justa causa, merecera algn da un lugar distinguido en la historia. Estrechados por nuestras tropas, y afligidos por la necesidad, manifiestan alegra en todos los sucesos, entierran sus cadveres con repiques, en celebridad de su muerte gloriosa, y festejan con algazara y bailes el regreso de sus frecuentes salidas, cualquiera que haya sido el xito, imponiendo pena de la vida al que hable de desgracias y de rendicin. Este clrigo es un segundo Mahoma, etc. Las vctimas de la peste, en el campo americano, eran numerossimas, y los horrores del hambre se hacan palpables de da en da; pero a aquel ejrcito de hierro nada lo desalentaba, renaciendo su vigor del fondo mismo de sus calamidades. Resolvise, pues, Morelos a dar un ataque decisivo a las bateras del Calvario, que estaban al mando del brigadier Llano; distrajo la atencin del enemigo por varios puntos donde tena repartida su fuerza. Lanzaron sobre el baluarte dicho, granadas de mano, y reforzando la tropa que mandaba Morelos en persona, los valientes de Galeana, tomaron la artillera y los obuses de Llano. Esta victoria no fue, sin embargo, de importantes consecuencias, porque los soldados, por apoderarse de los vveres, se distrajeron en la persecucin del enemigo. La dilacin del sitio, las prevenciones de Calleja, y las simpatas que se haba creado Morelos en la capital misma, tenan en graves conflictos al gobierno espaol que, herido en lo ms vivo su nombre y poder, vea prolongar sin esperanza una lucha en que se encontraba altamente comprometida su existencia. Recurri Calleja entonces al halago y a las pro- mesas de indulto; al efecto, el 30 de abril hizo sea y condujo el alfrez Calpiz al campo insurgente, indulto para Morelos, Galeana y Bravo. El primero recibi el papel, y sin vacilar escribi en su reverso: Otorgo igual gracia a Calleja y los suyos. La situacin de Calleja lleg a ser tan comprometida, que el 2 de mayo deca al virrey oficialmente: Excemo. seor: Conviene mucho que el ejrcito salga de este infernal pas lo ms pronto posible; y por lo que respecta a mi salud, se halla en tal estado de decadencia, que si no la acudo en el corto trmino que ella puede darme, llegarn tarde todos los auxilios. VE. se servir decirme en contestacin lo que deba hacer. Dios, etc. Campo sobre Cuautla, mayo 2 de 1812. A las cuatro y media de la maana. Decidise, por fin, Morelos, a evacuar Cuautla, y una noche de los primeros das de mayo, a la luz de la luna, comenz a salir en buen orden y con las precauciones debidas el reducido ejrcito, por el baluarte del agua, en medio del Calvario y Amelcingo.
Galeana ocupaba la vanguardia, entre sta y el centro iba el general Morelos, mandando la retaguardia el capitn Anzures, de quien hemos hablado. Muchos de los vecinos de Cuautla se unieron al ejrcito: haba avanzado ste un largo trecho, cuan- do reson el quin vive? de un centinela realista; Galeana le contest con la muerte, pero entonces se hizo la alarma general, y el fuego se rompi por to- das partes. Los gritos de: Viva nuestra seora de Guadalupe! Viva la Amrica!, fueron la seal del combate, que se empe con encarnizamiento; no obstante, el ejrcito insurgente verific una retirada lenta y honrosa, retirada que equivali a una victo- ria, segn conceptu a los americanos. He aqu el rpido bosquejo del clebre sitio de Cuautla: en l gast el gobierno espaol 1700,000 pesos, sacrificando lo ms florido de su tropa, menoscabando extraordinariamente su opinin. El sitio de Cuautla fue el sepulcro de la reputacin de Calleja. As se expresa Zavala hablando de Morelos, despus del sitio: La fama del hroe se llev entonces hasta las estrellas, un entusiasmo que ocupaba los espritus de los criollos. En Mxico mismo se cantaban los elogios del campen nacional, y su nombre ya era una seal de triunfo para los mexicanos.
VIII
Despus de la salida de Morelos de Cuautla, Huajuapan, Tehuacn, Orizaba y otros varios pueblos aclamaron sus armas victoriosas. En este momento llama nuestra atencin una tienda de campaa situada en la villa de Etla, cerca de Oaxaca. Era el 24 de noviembre de 1812; la tropa que rodeaba la tienda de campaa, an no reposaba de las fatigas de un camino fragoso y despoblado. En el interior de la tienda haba algunas piedras que servan de asientos a varios oficiales, muchos bultos de equipaje esparcidos sin orden, y algunos asistentes en un extremo disponiendo la cena. Morelos dictaba a un oficial sus rdenes; todos lo escuchaban en silencio. Seor amanuense, haga usted saber a los seores la orden del da. El escribiente ley: A acuartelarse en Oaxaca. Todos hicieron un movimiento de sorpresa; Oaxaca estaba al mando del teniente general Gonzlez Saravia, perfectamente parapetada y defendida por un ejrcito valiente y numeroso; la tropa de Morelos acababa de llegar, sufriendo las fatigas de un viaje penoso; en su mayor parte estaba desnuda y hambrienta.
No dirn ustedes, seores dijo Morelos a sus oficiales, que no les busco para maana mejor alojamiento. Bien, bien, mi general, veremos al famoso coronel Saravia, en esa puerta de La Soledad. Firme el pulso maana, seor colegial: usted va a mandar la artillera. No hay cuidado, seor, aqu con mi lpiz estaba mapeando el terreno. Bien me parece, seor Tern. Y usted, seor Galeana, dnde trae el mapa? Ah lo formarn, seor, los cuerpos de los gachupines que deje tendidos. Eso es pedirme la vanguardia; se la doy a usted. El seor Bravo el centro. Y yo me quedo mano sobre mano, mi general? Seor Matamoros, usted manda la retaguardia, y la reserva yo: ven ustedes que soy el menos ambicioso.
IX
Ardiente es el sueo que antecede al combate. Al da siguiente, antes de las nueve de la maana todo estaba listo y en poder del gobernador Bonavia una orden de puo de Morelos, intimando que se rindiese antes de dos horas. La intimacin fue despreciada, y entre los gritos de jbilo rompieron las msicas, y retumb el can como el primer grito de muerte o de victoria. La artillera obraba prodigios; el joven que la mandaba diriga sus tiros certeros con el mejor xito; Morelos lo admiraba regocijado de lejos con su anteojo; dejmosle noticiar sus triunfos a los que tiene a su lado. Perfectamente, seor. Tern tom la puntera: qu horror! ha cado un soldado junto a l; pero ni movi el pulso... Temerario, ya hace transportar a brazo el can de Llano. Que viva! Bien!, ahora corre por toda su lnea, ya no lo percibo. Maldita humareda! Jess! Es cierto, vanlo, vanlo... salt al puente, se apoder de l! Valiente joven, t sers la gloria de tu patria. Dnde est? Oigan el repique; ha entrado a la plaza. Muchachos, viva Tern! Asistentes, traigan aqu el almuerzo. Esto lo deca bajo la granizada de balas del fortn de La Soledad, y en inminente riesgo; sin embargo, all daba sus rdenes, tranquilo, all inspiraba su serenidad y ardimiento.
Entre tanto el teniente coronel Victoria sostena una encarnizada lucha del otro lado del foso, in- mediato al juego de pelota; oa empeado el tiroteo en las calles y plazas, envidiaba los triunfos de sus compaeros que anunciaban los repiques del Carmen, Santo Domingo y San Diego; pero sus obstina- dos adversarios, defendidos por el foso, le dirigan una granizada de balas y hacan replegar a sus sol- dados; rasgaban el aire las granadas y bombas: en el agua del extenso foso caan a plomo los cadveres, y como fieras encerradas en una jaula, vean a sus enemigos que los burlaban con audacia. Aqu los aguardamos gritaron los insolentes realistas. Entonces Victoria desnudando el acero, les dijo: Va mi espada en prenda, voy por ella , y en seguida se arroj al foso. A pocos momentos proclamaba la libertad sobre la muralla enemiga. Tern, Galeana, Lados, Matamoros y Morelos mismo, haban penetrado en la ciudad, sosteniendo en cada calle un combate, disputndose palmo a palmo un terreno sembrado de cadveres; el estrpito de las armas, el repique a vuelo de las campanas, los gritos de vencedores y vencidos, la confusin, el tu- multo, ofrecan cierto contraste con las puertas de las casas cerradas y con el aspecto lgubre de la ciudad, que pareca esperar consternada la decisin de lucha tan sangrienta. Nadie pudo contener los desmanes de la soldadesca victoriosa; entregse al saqueo y al desorden: sobre el campo de muerte se entroniz la orga... Siguironse las represalias y castigos... Cumpla el se- vero historiador con la dura ley de consignar estas manchas que afean la historia en el libro de la inmortalidad. Una inmensa riqueza recogieron en Oaxaca los insurgentes. Morelos respet al clero, que lo haba escarnecido: el obispo tuvo un nico sntoma de talento en su vida: fugarse a la hora del peligro. Este hombre servil haba descrito a Morelos con cuernos y cola, como a los demonios de retablo. Religin santa! ms te han perjudicado ministros como estos, que Lutero y Voltaire. Morelos descans de sus fatigas organizando nuevas fuerzas, vistiendo a sus soldados, creando una maestranza que diriga don Manuel Tern, y tratando de borrar los recuerdos de la pasada catstrofe con diversiones pblicas y actos benficos, captndose en poco tiempo la voluntad general.
X
Haban transcurrido poco ms de dos aos, desde que el humilde cura de Carcuaro, al frente de una fuerza reducida y bisoa, combata por primera vez en El Veladero, con el ejrcito de don Francisco Pa- ris.
Era el da 26 de marzo de 1813, cuando un ejrcito engrandecido y un general dolo de su patria y mimado por la fortuna, se presentaba con sus huestes victoriosas en aquel mismo punto al que le puso por nombre con tanto donaire, Paso a la eterni- dad, cuando apenas brillaba la aurora de su esplndido ingenio militar. Prepar con detenido clculo el ataque de la ciudad y fuerte de Acapulco; fue tomada la primera el 12 de abril, a las oraciones de la noche. Intmase la rendicin del castillo, que estaba al mando de don Pedro Vlez, natural de la villa de Crdoba; pero este mexicano inflexible manifest la ms decidida resistencia. La posicin ventajosa que ocupaba, la abundancia de recursos que reciba por la isla de La Roqueta, distante dos leguas del fuerte, la retirada por mar, y la superioridad de sus armas, le daban si no certeza del triunfo, al menos esperanza de resistir cuanto fuese necesario para que lo auxiliasen, con buen xito, las tropas realistas que enviase el gobierno. Morelos, inagotable en concepciones felices, emprendi un sitio para l, de un nuevo gnero, hostilizando a los sitiados por mar y por tierra, sosteniendo recios y continuados combates. El invencible Galeana, aventurndose en una dbil canoa, favorecido por las sombras de la noche, tom la isla protectora de que hemos hablado; sin embargo, el ejrcito espaol persisti en la defensa del fuerte. La dilatacin de un auxilio que afliga tanto a los sitiados como a los sitiadores, las enfermedades y el hambre que atormentaba a los insurgentes decidieron a Morelos a volar el castillo, minando el terreno; pero estando para concluir esta operacin, aventur una ltima tentativa de asalto, en consideracin a las familias inocentes que encerraba el castillo. El 17 de agosto en la noche, dice el seor Morelos, determin que el seor mariscal don Hermene- gildo Galeana, con una corta divisin, ciera el sitio hasta el foso, por el lado de Los Hornos, a la derecha del castillo, y el siempre valeroso teniente coronel don Felipe Gonzlez por la izquierda, venciendo ste los grandsimos obstculos de profundos voladeros que caen al mar, rasando el pie de la muralla, y dominado del fusil y granadas que le disparaban en algn nmero. Superse todo no obstando la obscuridad de la noche y la dificultad del seor mariscal, de pasar dominado del can y de todos sus fuegos, sin ms muralla que su cuerpo, hasta encontrarse el uno con el otro, y sin ms novedad que un capitn y un soldado heridos de bala de fusil. Tan imponente maniobra aterr al enemigo, suspendi sus fuegos y pidi parlamento, que dio por resultado la completa rendicin del castillo, despus de seis meses de resistencia. Por aquellos das se hicieron palpables las diferencias entre los vocales de la Junta de Zitcuaro, Rayn, Verduzco y Liceaga, encontrndose por momentos, y perjudicando notablemente la causa de la patria.
Para terminar tan odiosas diferencias, favorecido por la reciente victoria de Acapulco, crey el seor Morelos llegado el tiempo de la reorganizacin de la propia Junta, titulndola Congreso, expidiendo al efecto formal convocatoria. Aunque algunos han juzgado con sangrienta severidad la Junta de Zitcuaro, como entorpecedora de las operaciones militares, y como vida de la reasuncin de los poderes, es innegable que contribuy eficazmente a moralizar la revolucin, que se dedic a discutir los principios ms luminosos de libertad y de conveniencias polticas, que ramific e hizo extensiva la revolucin cuanto fue posible, y que bajo sus auspicios se dirigi la opinin pblica por medio de la prensa, de la manera ms eficaz y honrosa para la nacin. Antes de que se concediese en Mxico la pasajera libertad de escribir, las brillantes plumas de Cos y de Quintana Roo, discutan nuestros derechos, legalizaban nuestras causas, profundizaban cuestiones sublimes que vindicaban nuestro nombre en Europa, y creaban simpatas por nuestra causa. El Ilustrador americano, debido a la ingeniosa imaginacin de Cos, propagaba doctrinas llenas de buen juicio y claridad. Por otra parte, los sucesos de Espaa en aquella poca, la atrevida discusin de los escritores euro- peos sobre los derechos del pueblo, y la lectura de las quejas de los diputados a las cortes espaolas, sobre la conducta de nuestros dominadores, despertaban a Mxico de un letargo en que haba durado trescientos aos. En Mxico mismo, el Lic. Bustamante y otros, ya con las festivas alusiones de la crtica, ya en escritos llenos de dignidad, combatan al poder al frente de su solio, y en medio de peligros incalculables. Cierto es que se ansiaba por las bases de un sistema que garantizase la existencia de la nacin independiente y libre; pero esto exiga detenida meditacin, porque en tiempos de revueltas suele ser de funesta trascendencia toda exageracin de principios. La opinin de Zavala es que el seor Morelos debi haberse restringido a fijar por s mismo ciertos principios generales, que tuviesen por objeto asegurar garantas sociales, y una promesa solemne de un gobierno republicano representativo, cuando la nacin hubiese conquistado su independencia. De todas maneras, parece inmatura la instalacin de un cuerpo que realmente no poda ni aun contar con el terreno en que deliberar nada menos que sobre la Constitucin mexicana. El Congreso de Chilpancingo estuvo muy distante de ser un rebao miserable de esclavos del poder militar; pero en cambio, si hemos de creer a Zavala, multiplic de tal modo sus disposiciones impracticables, que hizo embarazosa la marcha de Morelos en los instantes que le era ms necesaria la concentracin del poder, para obrar rpido, con arreglo a las exigencias del momento. Muchas veces las imaginaciones exaltadas no calculan la distancia de las teoras a los
hechos, y ya hemos visto sacrificada ms de una conveniencia pblica, a un elegante giro oratorio o al amor propio empeado en una cuestin escolstica. El Congreso mismo parece convencido ntimamente de estas verdades, pues en su reglamento, redactado por una pluma que ha sido el escudo de la patria y la gloria de nuestra literatura, ms bien se estableca la divisa de poderes, como una frmula consecuente con los principios liberales y la civilizacin del mismo, reservando, de hecho, el ejercicio real del poder al seor Morelos. Despus, el Congreso fue el receptculo de quejas contra Morelos mismo, un recurso de insubordinacin y un obstculo de los planes militares. Debo a la bondad de mi maestro y favorecedor, el seor Lic. don Andrs Quintana Roo, el siguiente documento indito, en que se queja el seor Morelos de la conducta observada por el Congreso de Chilpancingo. Dice as: El reglamento bajo cuyo pie se regener nuestro gobierno y reinstal el Congreso, VE. lo dict. Haga por su parte se cumpla, e influya todo lo posible, para que con la integridad que nos caracteriza, se vaya reformando con la solemnidad de las actas, para que el pueblo no anule lo practicado, conforme al reglamento o lo que se haga con ste. En el reglamento se queda el Congreso, de representantes, con slo el poder legislativo, y en el da quiere ejercer los tres poderes, cosa que nunca llevar a bien a la nacin. Aquel reglamento se public; varios ciudadanos tienen copia y saben quin fue su autor. Cmo, pues, ha sido esta mutacin tan repentina? No hablo ms, porque a VE. le toca, y hasta ahora no me ha manifestado su arrepentimiento o nuevo descubrimiento. VE., pues, tomar a su cargo la conferencia privada y particular con los compaeros, hasta allanar estos gravsimos inconvenientes. No estoy tan ciego que no conozca necesaria alguna reforma; pero sta debe hacerse con la misma formalidad por actas discutidas, en las que sea odo el generalsimo, aqul a cuyas instancias se regener el gobierno. Dgame VE. su sentir, para que no perdamos tiempo. No s cmo se asienta en el plan que quiere adaptar SM., que los pueblos no quieren vales en cobre, pues con continuacin estn ocurriendo a esta superioridad; y ahora que estoy escribiendo sta, acaba de llegar un memorial acerca de eso. Dios guarde a VE. muchos aos. Huacura, Mayo 18 de 1814. JOS MA- RA MORELOS. Excmo. seor vocal, Lic. don Andrs Quintana. Perdneseme esta cansada digresin sobre el Congreso de Chilpancingo; y anudando el orden cronolgico de los sucesos, acompaemos al general Morelos despus de asegurada la fortaleza de Acapulco, y dejar instalado el Congreso, en medio del regocijo general, el 13 de septiembre de 1813.
XI
Dirigise Morelos a Valladolid con su divisin, victorioso; y aqu comienza la serie de sus desgracias, porque hay hombres que siguen la idea de los astros; llegan al zenit, hermosos y radiantes, y no vuelven a adquirir su brillo sino pocos momentos antes de desaparecer a nuestros ojos. El general vencedor en cien combates yace ahora sombro y silencioso en una estancia de la hacienda de Puruarn; ha visto desaparecer a sus ojos lo ms florido de su ejrcito: a los que daba el ttulo de compaeros y de amigos los ve en poder del brbaro ene- migo victoreando an su nombre, y oye la mano de la guadaa de la fortuna inconstante, cavar el sepulcro de sus ilustres generales; pero nunca fue ms grande Morelos que visto a la luz lvida de la adversidad. Fue la batalla de Puruarn sangrienta, y mi pluma se resiste a describirla: el brillo del acero realista desapareci bajo la sangre americana: en lo ms recio del choque vio Morelos caer de su caballo al general Matamoros, y carg frentico para salvarlo; pero lo alejaron, y entonces una lgrima aislada surc la mejilla, tostada por el sol de las victorias. La conducta de Morelos se coment desfavorablemente, porque la adversidad no tiene ms amigo que Dios. Morelos descollaba en medio de su desgracia, como el cedro robusto que se salv del incendio de la selva. El 5 de febrero de 1814, con voz sosegada y entera, de entre las ruinas de su ejrcito y su gloria, diriga al seor Quintana Roo la notable comunica- cin que original se ha servido franquearme, y a la letra dice: Excemo. seor: Es preciso llevar con paciencia las adversidades. Acompao a VE. copia del oficio orden que despacho al coronel don Vctor Bravo, para que mitigue en parte los cuidados, no porque yo sea capaz de quitarlos. Consultando a la mayor seguridad y economa, perder maana domingo en preparar los mejores lugares de Tepantitln, para cuo y maestranza, pues no podemos estar ocho das sin estas oficinas; pero el lunes deo dante seguir a alcanzar el ejrcito, y a que nos veamos quam primum. El religioso, el mal religioso despachado por Calleja, merece acabar sus das en una bartolina, pri- vado absolutamente de la comunicacin, aun de los pjaros. Yo encargo a VE. esta privacin, para que no engae a los simples. La premura del tiempo no me permite extenderme a ms; y si no fuera arrogancia, aadira que an ha quedado un pedazo de Morelos y Dios eterno. Dios guarde a VE. muchos aos. Tepa, febrero 9 de 1814. JOS MARA MORELOS. Excemo. seor Lic. don Andrs Quintana Roo. En tropel acosaron las desgracias al ejrcito insurgente, y de abismo en abismo se iba precipitando a su exterminio. Hubo da en que, perdida toda esperanza, aquel general Galeana, que por sus altos hechos mereci el renombre de invencible, desposndose de sus vestidos militares en presencia de Morelos, le dijese, con voz enronquecida por el llanto: General, es forzoso que nos separemos.
Cmo! Podra usted abandonarme en la adversidad, amigo mo? Seor, a usted lo defiende su saber y su nombre; yo voy a mi pobre casa a ocultar mi vergenza de no haber muerto en el campo con mis compaeros: vuelvo casi desnudo, y sin ms auxilio que el de Dios. Yo no s ni escribir una letra; pero labrar la tierra con mis manos, y ella me sustentar. Cuando me llamaba la victoria, compaeros, pude vacilar en seguirla; ahora que me espera la muerte no dudo, es fuerza ir a su encuentro. Eso no, mi general: sgame, yo lo obedecer, lo defender, y comeremos un propio pan, hablando de nuestras campaas y de las desgracias de la nacin. Vea usted, Galeana, an tengo esperanzas. Debemos continuar nuestros trabajos: si estos fueren intiles, usted me admitir en sus tierras, las labrar para ganar el sustento. Interrumpamos este dilogo, que sucesos ms graves deben ocupar mi pluma.
XII
Es el 5 de noviembre de 1815; a alguna distancia del pueblo de Texmalaca, se percibe un ejrcito custodio del Congreso de Chilpancingo. Sus ilustres miembros tocan el trmino de una dura peregrinacin, en medio de los sobresaltos de la guerra, cambiando de lugar constantemente, por la obstinada persecucin de Negrete; impertrritos y unidos en su desgracia, acababan de publicar una Constitucin, en que a pesar del juicio acre de Zava- la, se consignaban nuestros ms preciosos derechos, proclamando la soberana del pueblo. Al frente de este ejrcito marcha un hombre, a quien todos iban sometidos, que les prodigaba paternales cuidados, y empleaba por ellos su vigilancia personal. Los archivos, el parque, las mujeres y nios, ocupaban los carros y se dirigan a Tehuacn. Brillaba el sol con apacible claridad, ondeando sus reflejos en las armas, seran las diez de la maana; adelantse el seor Morelos por las lomas a reconocer Texmalaca, cuando en una barranca lo atacaron los enemigos: empeos de la accin con su reducida tropa; los fuegos lo baaban por todos lados en tan desventajosa posicin. Avancen!, avancen!, cazadores repeta tomando la delantera, y entre una lluvia de balas; pero unos despus de otros caan, al tocar un punto dominado por los fuegos enemigos. Lobato, evite usted la fuga de esa tropa.
Entonces ese jefe comprendi mal el movimiento, y abandonando uno de los flancos se introdujo la ms horrible confusin. A qu correr? deca Morelos: aqu tenemos un sepulcro al natural. La tropa se reanim, el esforzado don Nicols Bravo estaba al lado de Morelos. Viva la Amrica! y cargaron con mayor bro; pero el sitio era tan escabroso y profundo, que aparecan a centenares los insurgentes, sin or ni su clamor de muerte fuera de la barranca. Seor Bravo, retrese usted, vaya a escoltar el Congreso, que aunque yo perezca, importa poco. A pocos momentos de la retirada de Bravo, qued Morelos con un solo criado, pero an se defenda con denuedo. Cay su caballo acribillado de balas, tom otro de un dragn, diciendo: Pronto se cans este caballo, y anduvo bien poco. Alto, cobardes! Morir combatiendo con el ms valiente. Cesaron los fuegos enemigos. Morelos quiso desembarazarse de las espuelas, ech pie a tierra para pasar por la aspereza. En ese momento lo cercaron los realistas, al mando de Carranco, cobarde desertor de los americanos. No lo esperaba de usted, amigo; parece que nos conocemos y le regal uno de sus relojes por premio de su accin. El repique, los cohetes y las dianas publicaron esta prisin, ms importante para los espaoles, que cien victorias.
XIII
Cargado de grillos, entre los ultrajes de una soldadesca brutal, y en medio del insultante regocijo de un populacho estpido, atraves las poblaciones desde Texmalaca a Mxico, donde el gobierno es- paol, aterrado con su presa inerme, multiplic sus medidas de seguridad. El 27 de noviembre, el Santo Tribunal de la Inquisicin juzg al seor Morelos, y le hizo veintitrs cargos. El seor Morelos respondi con dulzura, defendiendo la justicia de su causa, vindicando el nombre insurgente, y desvaneciendo los cargos de hereja que se le hicieron. Los inquisidores dictaron su sentencia, y en ella lo condenaban a la pena de deposicin, a que asistiera a su auto en traje de penitente, con sotanilla sin cuello y vela verde.
En consecuencia de haber aprobado la causa una junta de telogos, procedise a la degradacin. All en un banquillo, frente a sus jueces, re- vestido de los sagrados paramentos, con la hiel que derram el hombre en la solemnidad de estos actos, y con un anatema que forma la tortura de las almas religiosas, furonlo despojando uno a uno de los ornamentos sagrados, hasta ser llevado al verdugo a raer sus manos; momento tremendo en que se oy un gemido ahogado al seor Morelos, y se vieron salir de sus ojos dos lgrimas que sin enjugarse rodaron a su vestido. As el Santo Tribunal lo entreg a la justicia civil, que consum la obra. Una noche, en su calabozo, cuando ms atormentado se hallaba por sus penosas circunstancias, son la puerta, y no volvi el semblante, porque era frecuente que lo fueran a insultar en su desgracia algunos espaoles que con tal objeto cohechaban al carcelero. Pero cul fue su sorpresa cuando se oy nombrar con la mayor dulzura: Seor, vengo a pedir a usted un favor. Cul es? Muy grande, seor. Aqu tiene usted las alhajas de mi mujer; sta es la cajita de mis pobres ahorros, seor. Qu quiere usted decir con eso? El carcelero duerme el sueo de la embriaguez, usted no tiene grillos, en las puertas no hay centinelas... Slvese usted, seor, que su ida es el tesoro de mi patria. Sin poder casi articular palabra, Morelos, por el llanto del reconocimiento, dijo a su libertador: Amigo mo, es muy fcil cosa averiguar que usted me ha sacado, pues usted entra y sale por razn de su destino en estas crceles; usted tiene familia, y de consiguiente, dentro de poco es perdido con ella. El cirujano oa, con los ojos rasados de lgrimas, y en medio del mayor desconsuelo Morelos continu: No permita Dios que yo le cause el menor dao; djeme morir, y en m terminar todo. La resolucin de Morelos fue inflexible, contentse con que el cirujano le dijese su nombre. ste, con un enojo mezclado de ternura, le dijo abrazndolo: Francisco Montes de Oca. Fue trasladado en medio de la noche el seor Morelos a la Ciudadela, donde permaneci con la seguridad correspondiente, mientras le formaba la causa el seor Bataller, con un sigilo extraordinario.
Mxico estaba en un estado de consternacin difcil de pintarse: en los templos se decan misas por el alivio de su suerte, y todos corran en tropel a conocer al caudillo mexicano; desde las puertas y ventanas, los padres alzaban a sus hijos en brazos, para que lo viesen; las mujeres no podan reprimir sus lgrimas, y la juventud generosa no se cansaba de admirarlo. Ni un signo de temor, ni una mirada de abatimiento, ni un solo movimiento de impaciencia; sin hacer alarde de un quijotismo pedante, mscara mu- chas veces de almas apocadas, conversaba afable con los oficiales que lo custodiaban, captndose su vo- luntad.
XIV
El da 23 de diciembre de 1815 lo sacaron de su prisin, habiendo tomado sus precauciones sobre la salida de las tropas; tan pblica as era la ansiedad general por la existencia de Morelos. A poco ms de una legua de Mxico, en medio de llanuras ridas, y ocultndose entre montones de tierra en que estn las salinas, hay un pueblecito de indios que se llama San Cristbal Ecatepec; a l lleg el seor Morelos, y a poco se sirvi la comida que se tena preparada de antemano. Los asistentes a la mesa estaban plidos y desconcertados; ms de un oficial mezclaba a su alimento sus lgrimas. El seor Morelos hablaba de cosas indiferentes. Seor Concha, sabe usted que esta iglesia no es tan ruin como yo crea. Vamos, coma usted, que el camino abre el apetito. Seor, efectivamente, la iglesia es bonita. Slo el terreno s es demasiado rido; ya se ve, donde yo nac fue en el jardn de la repblica. Me han dicho que es usted de un pueblecito inmediato a Valladolid. No, seor, nac en la ciudad, pero como desde nio tuve una vida errante, pocas veces he permanecido en Valladolid. Acabronse de servir los manjares; algunos dejaron la mesa con precipitacin, y unos a otros se vean en un silencio, que tena no s qu de pavoroso e imponente. Pasebase Concha precipitado, llegaba hasta cerca de Morelos, y se retiraba arrepentido. Por fin, con una voz insegura le dijo: Sabe usted a qu ha venido aqu? No a punto fijo, pero lo presumo... a morir.
Los oficiales se estremecieron y quedaron plidos. Tmese usted el tiempo que necesite. Compaeros, antes fumaremos un puro, porque sta es mi costumbre. Fumlo despacio, sigui hablando con calma y dulzura tal, que los oficiales no se atrevan a levantar los ojos, enjugndolos al descuido. Encerrse despus con el vicario, y como catlico, levant el alma con fervor al dios de las misericordias. En este momento se oy el redoble. Hola dijo Morelos, a formar... No mortifiquemos ms. Vamos, seor Concha, venga un abrazo. Seor general! Nada de afligirse, ser el ltimo. Meti despus los brazos en su turca: Bah! sta ser mi mortaja! aqu no hay otra. Sac en seguida su reloj: empu con solemnidad una cruz, y march. Qu va usted a hacer? pregunt al que le iba a vendar los ojos. No hay aqu objetos que me distraigan. Los soldados tenan pintado el dolor y la consternacin en los semblantes, guardaban un silencio sepulcral. Insistieron en que se vendase los ojos, lo ejecut por s mismo, pregunt con voz enrgica por el lugar... Dijronle: Adelante. Fuego. Tron la descarga, y con horribles convulsiones se quiso levantar. Entonces dispararon una segunda; aztase el cuerpo, trmulo, en un lago de sangre; despus lanz un gemido penetrante y horrible, y qued inmvil.
Vicente Riva Palacio (1832-1896) Escritor y poltico mexicano que particip activa- mente en la guerra de Reforma y la intervencin francesa. Fue gobernador de los estados de Mxico y Michoacn, y magistrado de la Suprema Corte de Justicia.
Desde los diarios El Ahuizote y El Radical combati la administracin del presidente Se- bastin Lerdo de Tejada. Particip tambin como redactor y editorialista en La Orquesta. Escribi novelas histricas inspiradas en el periodo colo- nial, basadas directamente en los archivos nacio- nales, a los que tena acceso. Entre sus obras estn Calvario y Tabor; Mon- ja y casada, virgen y mrtir; Martn Garatuza; Las dos emparedadas; Los piratas del Golfo; La vuelta de los muertos; El libro rojo; 1520-1867; Las liras hermanas; Memorias de un impostor: don Guilln de Lampart, rey de Mxico; Historia de la adminis- tracin de don Sebastin Lerdo de Tejada; Flores del alma, poemas por Rosa Espino (seudnimo); Los ceros; Mxico a travs de los siglos; Pginas en ver- so ; Mis versos; Cuentos del general; Un secreto que mata; y Tradiciones y leyendas mexicanas.
Ezequiel A. Chvez (1868-1946) Abogado, educador y filsofo. Fungi como gobernador del estado de Aguascalientes. Promovi la creacin de los cursos de psicologa y la introduccin de esta disciplina en Mxico. Junto con Justo Sierra logr que se creara la Secretara de Instruccin Pblica y Bellas Artes, que en aquella poca formaba parte de la Secretara de Justicia. Fue rector de la Universidad Nacional en dos ocasiones, fundador y director de la Escuela Nacional Preparatoria. Dirigi tambin la Facultad de Altos Estudios. Perteneci a varias instituciones cientficas y particip en la fundacin del Colegio Nacional. Su obra abarca las reas de filosofa, psicologa y educacin.
Eduardo E. Zrate (Puebla) Abogado, autor del libro Quin era Morelos? Magistrado en el Tribunal de Justicia del Distrito Federal. Muere en 1931.
Guillermo Prieto (1818-1897) Escritor y poltico mexicano, novelista, cuentista, poeta, cronista, periodista, crtico teatral y ensayista. Ocup diversos cargos gubernamenta- les, como de ministro de relaciones exteriores y de hacienda. Fund, con Andrs Quintana Roo, la Academia de Letrn. Escribi sobre tres periodos histricos tras- cendentales del siglo XIX: la independencia, la guerra contra Texas y el imperio de Maximiliano. Durante la rebelin de los polkos, en 1847, combati del lado de los conservadores, sin embargo despus se uni a los liberales. Debido a su apoyo a Jurez y a las crticas realizadas a la dictadura de Santa Anna fue perseguido y exiliado.
Escribi en Los San Lunes de Fidel, El Monitor Republicano, y Don Simplicio (diario satrico que fund con Ignacio Ramrez). Particip en el Plan de Ayutla. Ignacio Manuel Altamirano lo nombr el poeta de la patria. Entre sus obras estn Memorias de mis tiempos, El alfrez, Alonso de vila y El susto de Pinganillas.