El primer movimiento: Un Juego de Sombras, #1
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Para el detective asesor más grande del mundo, una carta robada en el reservado Club Diógenes debería ser una simple distracción. Pero cuando Sherlock Holmes investiga, se ve arrastrado a una partida de ajedrez mortal que se juega en las neblinosas calles de Londres. El rastro de pistas, marcado por siniestras piezas de ajedrez, conduce a un impactante asesinato y a una dramática confrontación con su archienemigo, el Profesor Moriarty.
Con el Napoleón del Crimen finalmente tras las rejas, la ciudad respira aliviada. Pero para Holmes, la victoria se siente inquietantemente hueca. Su desasosiego se confirma cuando llega un mensaje críptico, advirtiéndole que, aunque haya capturado al rey, no ha visto la jugada de la reina.
Holmes comprende con una certeza escalofriante que la captura de Moriarty no fue una derrota, sino un sacrificio calculado. Un nuevo jugador, hasta ahora invisible, ha tomado el control del tablero: una mente maestra despiadada que ha estado manipulando los acontecimientos desde las sombras.
Ahora, atrapado en una red de intrigas que se extiende desde el hampa criminal hasta el corazón mismo del gobierno británico, Holmes debe cuestionar la lealtad de su propia sangre. Para salvar al Imperio, deberá desentrañar una conspiración orquestada por un fantasma y ganar un juego donde cada victoria podría ser un paso más hacia una trampa perfectamente dispuesta. Porque en Un Juego de Sombras, el adversario más peligroso es aquel que no se puede ver.
Aliaksandr Zakharau
Alexander Vladimirovich Zakharov is an author working at the crossroads of genres: from historical-adventure novel with elements of psychological drama to short stories and novellas. His prose, created in forced emigration, is a study of the detailed disclosure of the human soul: fear, choice, intuition, maturation and freedom. For a long time he wrote 'on the desk', experimenting with different styles - from vintage elegance to laconic modernism. The historical context in his books serves not as a setting but as a living environment where feelings are heightened and destinies intersect on the verge of a great turning point. The author combines the precision of the epoch with a multi-layered intrigue: the plot is built as a system, where each plot point is echoed in an unexpected denouement, and details acquire significance at the most necessary moment. His prose is imbued with subtle psychology and sensuality. He is not afraid to experiment with styles, from vintage elegance to laconic modernity. He writes for those who appreciate not only atmosphere and dense, multi-layered narrative, but also the author's handwriting, which constantly changes from book to book.
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El primer movimiento - Aliaksandr Zakharau
Capítulo 1: Una visita en Baker Street
Una espesa bruma envolvía Londres, transformando las sucias calles en corredores fantasmales de la gran ciudad. La tenue luz de los faroles apenas se abría paso a través del denso velo. El golpeteo sordo de los cascos sobre el empedrado y los carruajes que se desvanecían lentamente en la neblina blanquecina creaban una atmósfera de misterio y reclusión.
En el acogedor salón del número 221B de Baker Street reinaba el silencio. El doctor Watson estaba sentado en un sillón junto a la chimenea, hojeando sin prisa el periódico matutino. Un ligero aroma a tabaco flotaba en el aire; sobre la mesa humeaba una pipa, abandonada por su dueño.
Sherlock Holmes permanecía de pie junto a la ventana, observando los tenues faroles de gas y las siluetas de los transeúntes que desaparecían en la niebla. No llevaba su levita, vestía solo el chaleco, con los brazos cruzados sobre el pecho. Su mirada era concentrada, pero pensativa.
—Está usted demasiado silencioso, Holmes —rompió el silencio Watson, apartando la vista del periódico—. Debo admitir que eso me inquieta mucho más que sus experimentos con reactivos químicos.
Holmes esbozó una leve sonrisa, sin volverse.
—El silencio, Watson, a veces es más útil que las palabras.
Se acercó a la chimenea, tomó su pipa y dio una profunda calada.
—Hoy en el Times
se informaba que un diplomático de Francia, Sir Henry Douglas, ha llegado al puerto de Londres —señaló Watson, doblando el periódico—. ¿Me parece que usted conocía a ese caballero?
Holmes soltó una fina voluta de humo y asintió.
—Oh, sí. Un hombre extremadamente cauto, por no decir reservado. Sin embargo... —hizo una pausa—, hace todo lo posible por parecer impecablemente honesto.
—No creo que haya nada reprochable en ello, Holmes.
—Ahí está el problema, Watson —sonrió Holmes—, una reputación ideal es también una especie de máscara.
En ese momento, llamaron a la puerta con fuerza. La señora Hudson, con cierta ansiedad en el rostro, se asomó a la habitación.
—Señor Holmes, tiene una visita urgente.
Tras su hombro apareció una figura alta con un largo abrigo. Era Mycroft Holmes, el hermano mayor de Sherlock, conocido por su sagacidad y su influencia en los círculos gubernamentales. Su aparición en la casa de Baker Street presagiaba el inicio de una nueva investigación o la llegada de información importante.
Capítulo 2: El misterio de la carta desaparecida
«Cuanto más impecable es la fachada, más secretos esconde detrás».
Una llovizna comenzaba a caer, deslizándose por los cristales en regueros oscuros, como si intentara revelar los secretos ocultos tras ellos. Mycroft Holmes estaba de pie junto a la chimenea, su imponente figura proyectaba largas sombras sobre las paredes del salón. Parecía imperturbable, como siempre, pero un temblor apenas perceptible en sus dedos, que jugueteaban con la cadena de su reloj, delataba una tensión oculta.
—Es un asunto sumamente desagradable, Sherlock —comenzó Mycroft, su voz sonaba uniforme, pero en ella se podía detectar una leve vibración que solo alguien que lo conociera muy bien podría percibir.
—Como cualquier asunto del que usted, Mycroft, decide encargarse personalmente —señaló Holmes con calma, volviendo a sentarse en su sillón. Sus movimientos eran pausados, pero ocultaban una energía latente, una disposición para la acción.
Watson, sentado en el sillón de enfrente, observaba atentamente al mayor de los Holmes. Sabía que si este hombre, conocido por su reserva e influencia, se había tomado la molestia de venir personalmente a Baker Street, el asunto era realmente importante.
—¿Un robo, por supuesto? —Holmes se estiró perezosamente para coger su pipa, sus movimientos eran fluidos y medidos, como los de un gato a punto de saltar.
—Sí. Y no uno simple —Mycroft hizo una pausa, su mirada se volvió más intensa, penetrante—. Ha desaparecido una carta.
Sherlock Holmes se llevó la boquilla a los labios, pero no llegó a aspirar. Sus ojos se entrecerraron y miró a su hermano con atención, de forma inquisitiva.
—Curioso.
Mycroft lo miró fijamente, manteniendo en su rostro una absoluta impenetrabilidad.
—Desapareció de una caja fuerte en el Club Diógenes.
El silencio se apoderó de la habitación, roto únicamente por el crepitar de la leña en la chimenea. Watson frunció el ceño.
—Permítame, Mycroft, pero siempre he considerado su club como un lugar donde cualquier tipo de curiosidad es considerada de mal gusto —dijo Watson, y en su voz sonaba una sincera perplejidad—. ¿Cómo ha podido ocurrir un robo tan audaz?
El Club Diógenes era conocido como el lugar más exclusivo de Londres. En él no se fomentaban las conversaciones, y la entrada a extraños estaba estrictamente prohibida. Era un refugio para aquellos que valoraban la soledad y el silencio, donde cada miembro podía disfrutar de la tranquilidad sin temor a una atención molesta.
—Precisamente eso es lo que hace que el caso sea tan complejo —Mycroft se ajustó los puños, sus movimientos eran precisos y medidos, como siempre—. La caja fuerte no fue forzada. La cerradura está intacta. Pero la carta ha desaparecido.
Holmes exhaló el humo lentamente, manteniendo la calma en su rostro, pero en sus ojos brilló una aguda curiosidad.
—¿Y a quién pertenecía?
—A Sir Henry Douglas —respondió Mycroft.
Watson enarcó las cejas con sorpresa.
—¿El diplomático que regresó de Francia?
—El mismo —confirmó Mycroft.
—¿De qué naturaleza era la carta? —preguntó Holmes.
Mycroft negó con la cabeza.
—De suma importancia.
Holmes asintió, pero no pidió más detalles. Sabía que Mycroft no revelaría más de lo que considerara necesario.
—¿Y quién fue el
