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Narcotopía
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Libro electrónico500 páginas5 horas

Narcotopía

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El Triángulo de Oro es una franja montañosa de Birmania entre Tailandia y China. Allí, un narcoestado hace que los cárteles mexicanos parezcan bandas callejeras. La producción de heroína y de anfetaminas financian el Estado Wa, una nación con sus propias leyes, ejército, escuelas y red eléctrica. Y seguramente nunca habías oído hablar de ellos.
En esta obra de periodismo de investigación que se lee como un thriller, Patrick Winn desvela la historia de la mayor organización de narcotraficantes de Asia, y la lucha de la CIA y la DEA por destruirla. Demasiado increíble para ser cierto. Pero lo es.
IdiomaEspañol
EditorialAmok Ediciones
Fecha de lanzamiento17 mar 2025
ISBN9788419211590
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    Narcotopía - Patrick Winn

    1

    ¿Por qué quería Mindi un matrimonio concertado?

    Nikki miró el perfil que su hermana había adjuntado al e-mail. Contenía una lista de datos biográficos relevantes: nombre, edad, altura, religión, dieta (vegetariana excepto por algún fish and chips de vez en cuando). Cualidades deseables en un marido: que fuera inteligente, compasivo y amable, con valores firmes y una sonrisa bonita. Se aceptaban tanto hombres afeitados como con turbante, siempre que llevaran la barba y el bigote bien cuidados. El marido ideal debía tener un trabajo estable y un máximo de tres aficiones que lo complementaran tanto mental como físicamente. «En ciertos aspectos —había escrito—, debería ser como yo: discreto (un puritano, según Nikki), sensato con el dinero (un tacaño) y centrado en la familia (que quisiera tener hijos cuanto antes)». Lo peor de todo era que el título de su anuncio la hacía parecer un aliño de supermercado: Mindi Grewal, mezcla de oriente y occidente.

    El estrecho pasillo que conectaba la habitación de Nikki con la cocina no era apto para pasearse: las maderas del suelo estaban sueltas y, al más mínimo contacto, crujían con una amplia variedad de tonos. Aun así, Nikki lo recorrió de un lado a otro, con pasos minúsculos, mientras intentaba ordenar sus pensamientos. ¿En qué estaba pensando su hermana? Sin lugar a dudas, Mindi siempre había sido más tradicional (una vez la había pillado viendo un vídeo sobre cómo hacer rotis totalmente redondos); sin embargo, poner un anuncio para encontrar marido era pasarse.

    La llamó varias veces, pero siempre le saltaba el contestador.

    Cuando por fin consiguió localizarla, el sol había desaparecido tras la densa niebla de última hora de la tarde. Faltaba poco para que empezara su turno en el O’Reilly’s.

    —Ya sé lo que me vas a decir —dijo Mindi.

    —¿Te lo imaginas, Mindi? —preguntó Nikki—. ¿De verdad te ves casándote con un extraño?

    —Sí.

    —Pues entonces es que estás loca.

    —La decisión la he tomado yo. Quiero encontrar marido de la forma tradicional.

    —¿Por qué?

    —Porque es lo que quiero.

    —¿Por qué?

    —Porque sí.

    —Tendrás que darme una razón mejor que esa si quieres que te corrija el anuncio.

    —Eso no es justo. Yo te apoyé cuando te fuiste de casa.

    —Me llamaste cerda egoísta.

    —Pero cuando te fuiste, y cuando mamá quiso ir a buscarte para exigirte que volvieras a casa, ¿quién la convenció para que te dejara en paz? Si no fuera por mí, mamá nunca habría aceptado tu decisión. Ahora ya lo ha superado.

    —Querrás decir que casi lo ha superado —le recordó Nikki. El tiempo había aplacado la indignación inicial de su madre,

    que seguía sin estar de acuerdo con su estilo de vida, pero al menos ya no la sermoneaba sobre los peligros de vivir sola. «Mi madre no lo habría permitido ni en sueños», solía decir para demostrar lo moderna que era, con un tono de voz a medio camino entre el lamento y la fanfarronería. «Mezcla de oriente y occidente».

    —Estoy siendo fiel a nuestra cultura —dijo Mindi—. Mis amigas inglesas conocen chicos por internet o en las discotecas y tampoco parece que les vaya muy bien. ¿Por qué no intentarlo con un matrimonio concertado? A nuestros padres les funcionó.

    —Eran otros tiempos —protestó Nikki—. Tú tienes muchas más oportunidades de las que mamá tenía a tu edad.

    —Soy una mujer culta, he estudiado enfermería, tengo trabajo...

    Este es el siguiente paso.

    —Pero es que no debería ser un paso más. Es como si estuvieras comprándote un marido.

    —No es eso. Lo único que quiero es un poco de ayuda para encontrarlo. Además, tampoco es que nos vayamos a ver por primera vez el día de la boda. Ahora está permitido que las parejas tengan más tiempo para conocerse.

    Nikki se estremeció al oír «está permitido». ¿Por qué necesitaba permiso de nadie para hacer lo que le diera la gana con su vida amorosa?

    —No te resignes. Viaja. Conoce mundo.

    —Ya he visto suficiente mundo —resopló Mindi, concretamente en un viaje de chicas a Tenerife el verano anterior, durante el que había descubierto que era alérgica al marisco—. Además, Kirti también está buscando un chico que sea compatible con ella. Ya es hora de que las dos sentemos cabeza.

    —Kirti no encontraría un chico compatible con ella ni aunque entrara volando por la ventana —replicó Nikki—. No es rival para ti.

    Nunca se había llevado bien con la mejor amiga de su hermana, que era maquilladora de profesión o «artista del retoque facial», según su tarjeta de visita. El año anterior, durante la celebración del veinticinco cumpleaños de Mindi, Kirti le había pegado un repaso de arriba abajo y había llegado a la conclusión de que «Ser guapa a veces también significa esforzarse para parecerlo, ¿sabes?».

    —Mindi, yo creo que estás aburrida.

    —¿Y aburrirse no es un buen motivo para buscar pareja? Tú te fuiste de casa porque querías ser independiente. Yo quiero casarme porque quiero formar parte de algo, quiero tener mi propia familia. Tú no lo entiendes porque aún eres muy joven. Todos los días, cuando vuelvo a casa después del trabajo, solo estamos mamá y yo. Quiero volver a casa y que haya alguien esperándome. Quiero explicarle cómo me ha ido el día, cenar con él y hacer planes de futuro.

    Nikki abrió los archivos adjuntos que venían con el e-mail. Había dos primeros planos de Mindi, con una sonrisa de anuncio y con su melena espesa y lisa cayendo por encima de los hombros. La otra fotografía era de la familia al completo: su madre, su padre, Mindi y Nikki durante las últimas vacaciones que pasaron juntos. No era su mejor foto de familia; todos salían con los ojos entornados y se les veía minúsculos en comparación con el paisaje. Su padre murió a finales de aquel mismo año; un ataque al corazón fulminante que le había arrebatado el aliento en plena noche, como un ladrón. Nikki sintió que se le revolvía el estómago y cerró el archivo.

    —No uses fotos de familia —le dijo a su hermana—. No quiero que mi cara acabe entre los papeles de una casamentera.

    —Entonces qué, ¿me vas a ayudar?

    —Va contra mis principios.

    Nikki tecleó «argumentos contra el matrimonio concertado» en el buscador y clicó en el primer resultado.

    —¿Pero me vas a ayudar o no?

    —«El matrimonio concertado es un sistema injusto que socava el derecho de la mujer a escoger su propio destino» —leyó Nikki en voz alta.

    —Tú limítate a retocar mi perfil para que suene mejor. A mí esas cosas no se me dan bien —replicó Mindi.

    —¿Has oído lo que te acabo de decir?

    —Alguna tontería en plan radical. He dejado de escuchar a partir de «socava».

    Nikki volvió al perfil de su hermana y encontró que faltaba un acento: «Busco a mi alma gemela. ¿Quien será?». Suspiró. Mindi estaba decidida a seguir adelante, eso estaba claro. La cuestión era si ella quería formar parte del proceso.

    —Vale —respondió—. Pero solo porque con esto que has escrito te arriesgas a atraer a un montón de imbéciles. ¿Por qué te describes como «amante de la diversión»? ¿A quién no le gusta divertirse?

    —Cuando acabes, ¿te importaría colgarlo en el tablón de anuncios?

    —¿Qué tablón de anuncios?

    —El que hay en el templo principal de Southall. Ya te mandaré los detalles.

    —¿En Southall? Estás de coña.

    —Está mucho más cerca de tu casa y yo tengo turno doble en el hospital toda la semana.

    —Pensaba que había páginas web para estas cosas —dijo Nikki.

    —Había pensado colgarlo en SijMate y en PunyabPyaar.com, pero hay demasiados indios a la caza del permiso de residencia. Si alguien ve mi perfil en el tablón de anuncios del templo, al menos sabré que está en Londres. Southall tiene el gurdwara¹ más grande de Europa, lo cual significa que tengo más posibilidades que si lo cuelgo en el de Enfield.

    —Tengo mucho trabajo últimamente.

    —Venga ya, Nikki. Eres la que tiene más tiempo libre de las dos, y lo sabes.

    Nikki obvió el tono acusador de su hermana. Ni ella ni su madre consideraban que un puesto de camarera en el O’Reilly’s fuera un trabajo a tiempo completo. No valía la pena explicarles que aún estaba buscando su vocación, ese trabajo que le permitiera marcar la diferencia, que estimulara su mente, que fuera un reto, que le hiciera sentirse valorada y recompensada. Por desgracia, ese tipo de trabajos escaseaban y la crisis no había hecho más que empeorar las cosas. En los últimos meses, incluso la habían rechazado como voluntaria en tres ONG por los derechos de la mujer, desbordadas por la cantidad de solicitudes que llegaban a recibir. ¿A qué más podía aspirar una chica de veintidós años con la carrera de Derecho a medias? En el clima económico actual (y seguramente en cualquier otro), a nada.

    —Te pagaré —dijo Mindi.

    —No pienso aceptar tu dinero —replicó Nikki sin pensárselo ni un segundo.

    —Espera. Mamá quiere decirte algo. —Se oyó una voz de fondo—. Dice que te acuerdes de cerrar las ventanas. Ayer por la noche comentaron algo en las noticias sobre una oleada de robos.

    —Dile a mamá que no tengo nada que valga la pena robar

    —respondió Nikki.

    —Te contestaré que aún te queda la decencia.

    —No, demasiado tarde. Me la dejé en la fiesta de Andrew Forrest, después del baile de graduación del instituto.

    Mindi no dijo nada, pero Nikki podía oír perfectamente el reproche al otro lado de la línea.

    Más tarde, mientras se arreglaba para ir a trabajar, consideró la oferta económica de su hermana. Era un gesto muy caritativo por su parte, aunque sus problemas no tenían nada que ver con el dinero. Su piso estaba encima del pub y el dueño le perdonaba el alquiler a cambio de que siempre estuviera disponible para hacer turnos extra. Además, lo de ser camarera era temporal, ya debería estar haciendo algo de provecho con su vida. Cada día que pasaba era un recordatorio de que ella seguía estancada mientras que todo el mundo a su alrededor avanzaba. La semana anterior, mientras esperaba el tren, había visto de lejos a una antigua compañera de clase. Con cuánta decisión se dirigía hacia la salida de la estación, con un maletín en una mano y una taza de café en la otra. Nikki empezaba a temerle al día, a las horas en las que era más consciente del Londres que la rodeaba, ese en el que el tiempo pasaba y todo parecía haber encontrado su lugar.

    Un año antes de acabar los estudios obligatorios, Nikki había acompañado a sus padres a la India para visitar templos y consultar a gurús para que la orientaran como es debido sobre su futuro. Un gurú le había pedido que se visualizara estudiando la carrera que quería mientras él entonaba plegarias para convertir sus visiones en realidad. Nikki se había quedado en blanco y aquella imagen de la nada era la que había llegado a los dioses. Como cada vez que viajaban a su país de origen, recibió instrucciones muy precisas sobre todo lo que no podía decir delante del hermano mayor de su padre, que los acogía en su casa: nada de palabrotas; ni mencionar que era amiga de chicos; cero impertinencias; hablar siempre en punyabí para mostrar agradecimiento por todas las clases de verano a las que había asistido porque sus padres intentaban inculcarle la cultura de su pueblo. Durante la cena, cuando su tío le preguntó por las visitas a los gurús, Nikki se mordió la lengua para no contestarle: «Putos timadores. Me saldría más barato que mis amigos Mitch y Bazza me leyeran la mano».

    Su padre habló por ella.

    —Parece que estudiará Derecho.

    El futuro de Nikki estaba decidido. Su padre ignoró sus dudas aduciendo que era una profesión segura y respetable, garantías que solo eran temporales. La ansiedad de saberse en el lugar equivocado ya desde el primer día de clase no hizo más que empeorar a lo largo del curso. En segundo estuvo a punto de suspender una asignatura y el profesor se reunió con ella para decirle que «quizá esto no es lo tuyo». Se refería a la asignatura, pero Nikki se dio cuenta de que el comentario era extrapolable a todo lo demás: el tedio de las clases y las tutorías, los exámenes, los proyectos en grupo y las entregas. No eran lo suyo para nada. Aquella misma tarde dejó la universidad.

    Como no tenía el valor de contárselo a sus padres, todas las mañanas salía de casa con la cartera de piel de segunda mano que había comprado en Camden Market y se pasaba el día deambulando por las calles de Londres, que eran el escenario perfecto para su miseria, con sus viejas torres y su cielo intoxicado de hollín. Dejar la universidad fue todo un alivio, aunque pronto se convirtió en ansiedad por no saber qué hacer con su vida. Después de la primera semana deambulando sin rumbo fijo, Nikki empezó a ir a manifestaciones con su mejor amiga, Olive, que trabajaba como voluntaria en una organización llamada UK Fem Fighters. Había muchos temas por los que indignarse. El Sun seguía sacando modelos en topless en la página tres. El gobierno, como parte de las nuevas medidas de austeridad, había reducido a la mitad el financiamiento de los centros de acogida para mujeres. Las reporteras de guerra recibían amenazas o eran agredidas mientras hacían su trabajo. Japón seguía masacrando ballenas sin sentido (esto no tenía nada que ver con el feminismo, pero a Nikki le daban pena las pobres ballenas y pedía firmas por la calle para una campaña de Greenpeace).

    Un día, un amigo de su padre le ofreció un puesto de becaria

    en su empresa y no tuvo más remedio que confesar que había dejado la universidad. Su padre no era de los que gritaban para expresar su decepción, prefería la distancia. En la discusión posterior a la confesión, Nikki y su padre se retiraron cada uno a su habitación, y Mindi y su madre se dedicaron a orbitar entre los dos. Lo más cerca que estuvieron de levantarse la voz fue después de que su padre enumerara la lista de cualidades que, según él, hacían que la carrera de Derecho fuese perfecta para su hija.

    —Tanto potencial, tantas oportunidades, y las vas a malgastar

    ¿en qué? Ya casi ibas por la mitad. ¿Qué piensas hacer a partir de ahora?

    —No lo sé.

    —¿Que no lo sabes?

    —Derecho no me entusiasma.

    —¿Que no te entusiasma?

    —Ni siquiera intentas entenderme. Te limitas a repetir todo lo que digo.

    —¿QUE REPITO TODO LO QUE DICES?

    —Papá —intervino Mindi—. Tranquilízate. Por favor.

    —No pienso...

    —Mohan, el corazón... —le advirtió su esposa.

    —¿Qué le pasa a su corazón? —preguntó Nikki, y miró a su padre, que apartó la mirada.

    —Papá ha sufrido algunas anomalías últimamente. Nada serio, los electrocardiogramas han salido bien, pero tiene la presión a ciento cuarenta sobre noventa, lo cual es bastante preocupante. Encima hay antecedentes de trombosis venosa profunda en la familia, así que hay que vigilarlo... —respondió Mindi; un año trabajando de enfermera y aún seguía utilizando la jerga médica en casa como si fuera una novedad.

    —¿Y eso qué quiere decir? —preguntó Nikki, impaciente.

    —De momento nada. La semana que viene le harán más pruebas.

    —¡Papá!

    Nikki corrió junto a su padre, pero este levantó una mano y la detuvo a medio camino.

    —Lo has estropeado todo.

    Fueron las últimas palabras que oyó de boca de su padre. Unos días más tarde, sus padres compraron dos billetes para la India, a pesar de que solo habían transcurrido unos meses desde la última visita. Su padre quería pasar más tiempo con la familia, esa fue la explicación de su madre.

    Los días en que amenazaba a Nikki con enviarla de vuelta a la India si se portaba mal eran cosa del pasado; ahora preferían exiliarse ellos mismos.

    —Espero que cuando volvamos hayas recuperado la cordura

    —le dijo su madre.

    A Nikki le dolió el comentario, pero estaba decidida a no provocar más peleas. Hizo las maletas disimuladamente. Cerca del piso de Olive, en la zona de Shepherd’s Bush, había un pub que buscaba camarera. Cuando sus padres volvieran de la India, Nikki ya se habría marchado.

    Pero su padre murió en la India. Sus problemas de corazón resultaron ser más graves de lo que creían los médicos. En los cuentos tradicionales de la India, todos con moraleja, los hijos descarriados siempre eran los causantes de los problemas de corazón, de los tumores cancerígenos, de la caída del pelo y de cualquier enfermedad que sufrieran sus pobres padres. Nikki no era tan tonta como para culparse de la muerte de su padre, pero estaba segura de que las pruebas que tenía pendientes en Londres, y que había pospuesto por culpa del viaje, lo habrían salvado. El sentimiento de culpa la carcomía por dentro de tal modo que no pudo llorar la muerte de su padre. El día del entierro, deseó que brotaran las lágrimas y le proporcionaran cierto alivio, pero no lo hicieron.

    Dos años después, seguía preguntándose si había tomado la decisión correcta. A veces se planteaba la posibilidad de retomar los estudios, aunque la idea de tener que volver a leer casos prácticos o asistir a aquellas clases soporíferas le parecía inconcebible. Quizá la emoción o la entrega solo eran cualidades secundarias en una vida adulta y estable. Si un matrimonio concertado podía funcionar a la perfección, ella también debería ser capaz de mostrar interés por algo que, de entrada, no le entusiasmara, y esperar a que con el tiempo le gustara.

    Por la mañana, Nikki salió de casa y fue recibida por una cruel ráfaga de lluvia en la cara. Se cubrió la cabeza con la capucha del abrigo y recorrió los quince minutos que la separaban de la estación de tren con su querida cartera rebotando contra la cadera.

    Mientras compraba un paquete de cigarrillos en el quiosco, le sonó el móvil en el bolsillo. Era un mensaje de Olive.

    Oferta de trabajo en una librería infantil. Perfecto para ti! En el periódico de ayer

    Nikki sonrió. Olive llevaba leyendo las ofertas de trabajo del periódico desde que le había contado que no sabía si el O’Reilly’s duraría mucho más tiempo abierto. El pub estaba en las últimas; la decoración anticuada se veía demasiado deslucida como para pasar por moderna y el menú no podía competir con el de la cafetería que acababan de abrir justo al lado. Sam O’Reilly, el dueño, pasaba más tiempo que nunca en su pequeño despacho, rodeado de montañas de recibos y facturas.

    Nikki respondió.

    La he visto. Piden mínimo cinco años de experiencia en ventas. Necesito un trabajo para conseguir experiencia y experiencia para conseguir un trabajo...

    Qué locura!

    Olive no contestó. Era profesora de instituto en prácticas y raramente mandaba mensajes entre semana. Nikki también se había planteado la posibilidad de estudiar para ser profesora, pero cada vez que oía a Olive hablar de lo camorristas que eran sus estudiantes, se alegraba de trabajar en el O’Reilly’s. Allí al menos solo tenía que lidiar con algún que otro borracho inofensivo.

    Nikki escribió otro mensaje.

    Vendrás esta noche al pub? No te vas a creer adónde estoy yendo...Southall!

    Apagó el cigarrillo y se unió a la multitud que se disponía a subirse al tren.

    Durante el trayecto, Nikki vio desaparecer Londres y los edificios de ladrillo rojo se convirtieron en desguaces y zonas industriales. El cartel de bienvenida de Southall, una de las últimas estaciones de la línea, estaba escrito en inglés y en punyabí. Se fijó primero en el punyabí, sorprendida por lo familiar que le resultaba aquel trazo lleno de curvas y giros. Las clases de verano en la India incluían leer y escribir en gurmukhi ², habilidades que más tarde le resultarían muy útiles en las fiestas, en las que, a cambio de una copa gratis, escribía el nombre de sus amigos ingleses en servilletas de bar.

    A través de las ventanas del autobús que conectaba la estación con el templo, vio más carteles bilingües en los escaparates de las tiendas y sintió que le empezaba a doler la cabeza. Era como estar partida en dos: mitad británica, mitad india. Había ido a Southall varias veces con su familia cuando aún era muy pequeña, a alguna boda en el templo o simplemente de compras, en busca de curri fresco. Aún recordaba las extrañas conversaciones de sus padres, divididos entre el amor y el odio hacia aquel barrio repleto de compatriotas. ¿No sería genial tener vecinos punyabíes? Pero entonces

    ¿porqué habían venido a vivir a Londres? Con el tiempo, la zona norte de la ciudad se fue convirtiendo en su hogar. Cada vez tuvieron menos excusas para ir a Southall, que acabó desapareciendo en el pasado como ya había ocurrido con la India. El bajo de una melodía bhangra tronaba desde el coche que iba por el carril contiguo. En el escaparate de una tienda de telas, una fila de maniquís ataviados con saris de todos los colores sonreían con recato a los viandantes. Las verdulerías derramaban su género sobre la acera y una columna de vapor se elevaba desde el carrito de las samosas que ocupaba la esquina. No había cambiado nada.

    En una de las paradas, subió al autobús un grupo de adolescentes entre risas y conversaciones cruzadas. De repente, el conductor frenó y salieron disparadas hacia delante, gritando todas al unísono.

    —¡Joder! —exclamó una.

    Las demás recibieron el exabrupto con carcajadas, pero enmudecieron en cuanto vieron que los dos hombres con turbante que estaban sentados delante de Nikki las fulminaban con la mirada. Se hicieron gestos las unas a las otras hasta que se hizo el silencio.

    —Mostrad un poco de respeto —protestó alguien.

    Nikki se dio la vuelta y vio a una mujer mayor mirándolas de arriba abajo mientras pasaban a su lado.

    Casi todos los pasajeros se bajaron en el gurdwara, igual que Nikki. Su cúpula dorada resplandecía frente a unas nubes de un gris plomizo y los vitrales de la segunda planta estaban repletos de florituras de color zafiro y naranja. Las casas victorianas que rodeaban el templo parecían de juguete comparadas con la majestuosidad de aquel edificio blanco. Nikki se moría de ganas de fumarse un cigarrillo, pero había demasiadas miradas curiosas. Sentía cómo se le clavaban en la espalda cuando adelantó a un grupo de mujeres de cabello cano que se dirigían a paso lento desde la parada del autobús hacia el arco de entrada del templo. Cuando era pequeña, los techos de aquel enorme edificio le parecían infinitos, y comprobó que aún seguían siendo increíblemente altos. Del interior de la sala de oraciones surgía el leve eco de un cántico. Nikki sacó un pañuelo del bolso y se cubrió la cabeza. El vestíbulo del templo había sido reformado desde su última visita, hacía unos cuantos años, y los tablones de anuncios ya no estaban tan a la vista como antes. Se paseó un buen rato en silencio, evitando hacer preguntas. Una vez, había entrado en una iglesia en Islington para preguntar por una calle y había cometido el error de decirle al párroco que estaba perdida. La conversación que siguió, sobre descubrir a Dios dentro de uno mismo, duró tres cuartos de hora y no le sirvió precisamente para encontrar la línea Victoria del metro.

    Al final, localizó los tablones de anuncios cerca de la entrada

    del langar³ . Eran dos, muy grandes, y ocupaban casi toda la pared: matrimonio y servicios a la comunidad. El primero estaba repleto de anuncios, mientras que el segundo tenía un aspecto bastante desolado.

    EH, HOla, QuÉ Tal? ES COñA! SoY UN Tío BaStAnTe TRanQuILoTe AL QuE NO Le Van LoS MaMOnEoS, Te LO ASeGUrO. Mi OBJE TIVO EN LA VIDA es DisFRuTaR, ViVIR El PRESENTE y PReOcUPaRmE LO MÍNiMo. Y SObRe TOdO QuIErO ENcONtRaR A Mi PRiNcESa PaRA TrATaRLa COmO SE MeREcE.

    CHICO SIJ DE FAMILIA JAT CON BUEN LINAJE BUSCA CHICA SIJ CON ORÍGENES SIMILARES. IMPRESCINDIBLE GUSTOS COMPATIBLES Y MISMOS VALORES FAMILIARES. SOMOS ABIERTOS SOBRE MUCHOS TEMAS, PERO NO ACEPTAREMOS CHICAS NO VEGETARIANAS NI CON EL PELO CORTO.

    Pareja para profesional sij.

    Amardeep ha terminado un máster en contabilidad y busca a la chica de sus sueños.

    Fue el primero de su promoción en conseguir un puesto ejecutivo en una de las empresas de contabilidad más importantes de Londres.

    La interesada debe tener una formación equivalente, con un máster a poder ser en alguna de las áreas siguientes: finanzas, marketing o ADE. Nosotros nos dedicamos al negocio textil.

    Mi hermano no sabe que he colgado esto aquí, pero he pensado que no perdía nada intentándolo. Está soltero, tiene veintisiete años y está disponible. Es muy inteligente (¡¡¡tiene dos másters!!!), divertido, amable y educado. Y lo mejor de todo es que está TREMENDO. Ya sé que es un poco extraño que lo diga su propia hermana, pero es que es verdad, ¡lo juro! Si quieres verlo en foto, mándame un e-mail.

    NOMBRE: SANDEEP SINGH

    EDAD: 24 GRUPO SANGUÍNEO: 0 POSITIVO

    ESTUDIOS: GRADUADO EN INGENIERÍA MECÁNICA OCUPACIÓN: INGENIERO MECÁNICO AFICIONES: DEPORTES Y JUEGOS

    ASPECTO FÍSICO: PIEL MORENA, 1,72 M, SONRISA AGRADABLE. VÉASE FOTO.

    —No lo cuelgo ni de coña —murmuró Nikki, y le dio la espalda al tablón.

    Vale, puede que Mindi quisiera seguir la vía tradicional, pero estaba demasiado bien para cualquiera de aquellos chicos. El perfil de su hermana, o la versión modificada por Nikki, hablaba de una chica compasiva y segura de sí misma que había conseguido el equilibrio perfecto entre tradición y modernidad.

    Me siento igual de cómoda en un sari que en un par de tejanos. Mi pareja ideal es un hombre al que le gusta salir a cenar y que es capaz de reírse de sí mismo. Soy enfermera de profesión porque disfruto cuidando a los demás, pero también quiero un marido autosuficiente porque valoro mi independencia. Me gusta ver películas de Bollywood de vez en cuando, pero en general prefiero las comedias románticas y las de acción. He hecho algún viaje que otro, pero ahora mismo prefiero esperar y seguir viendo mundo cuando encuentre a esa persona especial que me acompañe en la aventura más importante de todas: la vida.

    A Nikki se le escapó una mueca al leer la última línea, aunque sabía que era la típica frase que a su hermana le parecería profunda. Volvió a revisar el tablón. Si se iba de allí sin colgar el anuncio, Mindi acabaría enterándose y no la dejaría en paz hasta que volviera para terminar lo que había empezado. Pero si lo colgaba, su hermana podría acabar con cualquiera de aquellos tipos. Nikki se mordió la cutícula del dedo gordo; se moría de ganas de fumarse un cigarrillo. Al final, lo colgó, pero en la esquina más alejada, donde era casi invisible, superpuesto a los escasos anuncios del otro tablón. Técnicamente, había cumplido con su cometido tal y como le había sido encomendado.

    De pronto, oyó que alguien carraspeaba. Dio media vuelta y se encontró cara a cara con un hombre delgaducho que se encogía de hombros como si estuviera respondiendo a una pregunta. Nikki lo saludó con la cabeza y apartó la mirada, pero el tipo le habló.

    —¿Estás buscando...? —Señaló tímidamente hacia el tablón—. ¿Marido?

    —No —respondió Nikki—. No es mi estilo.

    No quería atraer su atención hacia el anuncio de Mindi. El tipo tenía los brazos delgados como palillos.

    —Ah —repuso visiblemente avergonzado.

    —Solo estaba mirando el tablón de la comunidad —continuó Nikki—. Busco un trabajo de voluntaria o algo así.

    Le dio la espalda y fingió que seguía revisando el tablón, asintiendo cada vez que acababa de leer un anuncio. Allí había coches en venta y habitaciones en alquiler. También se había colado algún candidato en busca de esposa, pero no era mucho mejor que los que ya había descartado.

    —Entonces te dedicas al servicio comunitario —insistió el desconocido.

    —Vaya, tengo que irme.

    Nikki fingió que buscaba algo en el bolso para evitar más preguntas y se dirigió hacia la entrada. Fue entonces cuando vio un anuncio que le llamó la atención. Se detuvo y lo leyó en voz baja, deslizando los ojos lentamente por cada palabra.

    Clases de escritura. ¡Apúntate!

    ¿Alguna vez has pensado en escribir? Nuevo taller de técnicas narrativas, personajes y voz. ¡Cuenta tu historia!

    Los talleres culminarán con la publicación de una antología con los mejores trabajos.

    Una nota manuscrita debajo del anuncio decía: «Clase solo para mujeres. Se necesita profesora. Trabajo remunerado, dos días a la semana. Contactar con Kulwinder Kaur en la Asociación de la Comunidad Sij».

    No decía nada de títulos o experiencia previa, lo cual resultaba alentador. Nikki sacó el móvil y apuntó el número. Se percató de la mirada curiosa del hombre de antes, pero la ignoró y se unió a un grupo de fieles que acababan de salir del langar.

    ¿Se veía capaz de dirigir un taller de escritura? Había publicado un artículo en el blog de las UK Fem Fighters comparando su experiencia como receptora de piropos indeseados en Nueva Delhi con la de Londres, artículo que había aguantado tres días enteros en la lista de entradas más leídas. Sin duda estaba capacitada para dar lecciones de escritura a cuatro mujeres del templo. Y existía la posibilidad de publicar una antología con los mejores trabajos. Quedaría genial como experiencia editorial en un currículum que, de momento, seguía vacío. Sintió un cosquilleo en el estómago: era esperanza. Aquel podía ser un trabajo con el que disfrutar y del que sentirse orgullosa.

    La luz se filtró en el templo a través de los enormes ventanales y bañó las baldosas del suelo con un resplandor cálido, hasta que las nubes volvieron a tapar el sol. Justo cuando Nikki se disponía a salir del edificio, le llegó la respuesta de Olive.

    Dónde está Southall?

    La pregunta cogió a Nikki por sorpresa. Hacía un montón de años que eran amigas, seguro que alguna vez le había hablado de Southall, ¿no? Aunque se habían conocido en el instituto, cuando ya hacía años que sus padres habían decidido que aquellas expediciones eran demasiado engorrosas. Por eso Olive se había librado de sus quejas cada vez que malgastaban un sábado entero en ir en busca de cilantro en polvo y de semillas de

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