La renovada muerte: Antología del noir mexicano
Por F.G. Haghenbeck
4.5/5
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«En esta colección de cuentos Noir de los mejores autores mexicanos de este siglo, un atlas de las letras policiacas del país, se trata de dar una muestra de esta novedosa camada de escritores que abrazaron el compromiso de portar la bandera de la literatura negra sin enfado. Alzándose como autores que deseaban recuperar el espacio perdido con libros que se sienten globales, menos enraizados en la imagen institucional o en una falsa mexicanidad. Las narraciones muestran la descomposición del país, pero no se limitan a gritarlo en plana principal. Más bien lo disecan cual cadáver en forense, mostrándonos las causas de su defunción. En cambio, abiertamente le dan prioridad a la narración, al lenguaje y a la trama. Con eso, las obras se vuelven un reverbero que expresa mejor que nadie a esta sociedad, su idiosincrasia y la extraña forma de apreciar la vida, a través de la muerte.»
Francisco Haghenbeck
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F.G. Haghenbeck
F. G. Haghenbeck (1965-2021) foi um escritor mexicano e um argumentista premiado, conhecido pela sua série Sunny Pascal e pelos romances policiais sobre a Idade de Ouro de Hollywood. O seu romance El Diablo Me Obligó tornou-se, em 2018, uma série da Netflix: Diablero. É autor de O Livro Secreto de Frida Kahlo, que foi publicado em mais de 20 países.
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- Calificación: 4 de 5 estrellas4/5
Aug 23, 2021
Si estás en la búsqueda de escritores Mexicanos y no sabes por dónde empezar, este es el libro perfecto.
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La renovada muerte - F.G. Haghenbeck
1
Los maravillosos olores de la vida
Paco Ignacio Taibo II
Ciudad de México
HAY UN ANTES Y UN DESPUÉS EN LA LITERATURA NEGRA EN MÉXICO. Ese quiebre es PIT II, el más importante representante del género en español con su serie del detective Belascoarán Shayne, éxito de ventas en todos los idiomas donde fue traducido, convirtiéndose en un referente que posicionó el neopoliciaco como las santas escrituras que mejor mostraban el horror, absurdez y caos del final del siglo XX en Latinoamérica. Paco es reconocido por su lucha social, así como su importante labor en la promoción a la lectura, sirvió de catalizador e imán de todos los escritores que deseaban mostrar la realidad de sus países usando las herramientas del policiaco. Su voz encontró eco en los extremos del mundo. Bernardo Fernández, Bef, explica el legado de Paco en los escritores negros actuales: Taibo es el papá de todos. Regañón, bromista y altanero, nadie salió librado de su influencia. Nos enseñó cómo ser escritor policiaco en un país donde te mataban por menos que eso
. Incluí este cuento suyo, cuando deja de lado el neopoliciaco para adentrarse en nuevos estilos, mezclando géneros tal como se hace hoy. Podríamos decir que es el primer Noir paranormal mexicano. Como siempre, Paco Ignacio Taibo II rompiendo barreras.
1. ¿Qué pasa, Marcial?
Desde Chihuahua a Ciudad Juárez, todo el pinche camino completito, las manos le vinieron oliendo a muerto, le apestaban a difunto. Por más que encabronado se las llenó de colonia de azahares de Sanborns, se las lavó con tequila La Herradura y meó en ellas, ya desesperado, a la altura de la ciudad más fea del norte de México, Villa Ahumada.
Lo peor es que ni muerto había. Aunque estaba convencido de que eran las manos, angustiado se detuvo en una gasolinera a mitad del desierto, buscó en la guantera un gato muerto, levantó los asientos delanteros y terminó abriendo la cajuela de su Datsun, sólo para descubrir lo que se podía prever: que estaba completamente vacía.
Se reportó a su jefe de grupo guardándose mucho de decirle la verdad: mucho menos lo de la peste en las manos, porque iban a pensar que se había vuelto un pobre puto culero, que vivía espantado y por lo tanto que como policía judicial era absolutamente reemplazable.
El jefe lo miró desde arriba: la cachucha de los Dodgers y la greña salida, bajando despacito por el chaleco bordado, el cinturón de gran hebilla hasta llegar a las botas vaqueras y luego lo mandó a un rancho de forraje, a verificar los números de serie de las trilladoras, porque supuestamente el propietario se las había comprado a un traficante nuevo que no estaba en la jugada.
Marcial llevaba sin dormir dos días y bacha por culpa de un trabajo que no había salido, estaba obsesionado por el extraño olor que salía de sus manos y por tanto empezó mal en aquella historia. En lugar de mirar los números de serie, acusó de entrada al ranchero de usar las trilladoras para recoger una inexistente cosecha de mota, siguiendo la práctica habitual de primero acusar y luego averiguar. Se hizo de gritos, rompió una jarra de agua de jamaica, tiró al suelo una fuente de tacos dorados, le rompió la mandíbula a la esposa del ranchero de un cachazo de pistola cuando protestaba y amenazó de muerte a los dos chavos si su padre no le decía dónde estaba el plantío. Uno de los chavos se cagó, el padre trató de meterle a Marcial un fierrazo con un cuchillo de cocina, y éste le voló la cara de un tiro… Total, un pinche desastre.
De regreso, las manos le seguían oliendo a muerto. Se pasó por la oficina de la policía judicial federal, pero su jefe no estaba, y debieron verle cara de muerto, porque lo mandaron a dormir. En el Hotel Sarita, en la zona roja de Chihuahua, donde llevaba una semana durmiendo, se pasó la primera mitad de la noche frotándose las palmas de las manos con maestrolimpio, fab de limón y lavamatic, pero ni así. Los vapores de los detergentes lo empedaron peor que una botella de brandy. Hacía mucho que no había estado tan borracho y la cama se le movía de aquí para allá. Un cristo con mano rosa lo miraba fijamente desde la pared. Se movía tanto que rápidamente lo identificó como un cristo trapecista. A las cuatro de la mañana, mientras vomitaba, creyó escuchar cómo en la tele hablaban de él, lo mencionaban por su nombre (emperador romano maricón que…), en un programa gringo de concursos para desvelados. Eso le dio más miedo.
Desayunó con su jefe de grupo en Las Cazuelas, huevos rancheros para el jefe y tres cafés negros para él, mientras reportaba el enmierde que había hecho en la casa del ranchero de las supuestas trilladoras de los mariguaneros, que no era mariguanero, pero que igual lo dejó jodido allá por Ojinaga.
El jefe le explicó pacientemente que hay ocasiones en que salen bien las cosas y otras en que no salen. Que así es esto, que a veces sí, y a veces tampoco. Y a media conversación le preguntó: ¿Qué tanto te andas oliendo las manos, pinche Marcial? ¿Te huelen a mierda o qué?
Para cambiar de tema, Marcial se ofreció para hacer una talacha en una colonia de las afueras de la ciudad, donde en las noches los pájaros se estaban cagando de pie por el pinche frío, y ahí hacer unas rondas nocturnas, unas guardias para encontrar a un tal Demetrio, del que andaban diciendo que era medio hermano del Roñas, quien a su vez tenía una orden de búsqueda y captura por matar a un judicial en Nogales. Un trabajo nocturno que nadie quería hacer. El jefe lo miró de lado, como sospechando.
Desesperado, Marcial Cirules Marulán, agente de la policía judicial federal, de 35 años, hijo de Elvira y de Gastón, nativo de Tepic, Nayarit, divorciado, se detuvo en una gasolinera a la entrada de la avenida Revolución y se regó las manos con gasolina de la bomba. Le echó tal mirada al despachador que a éste se le frunció el culo, y ni se le ocurrió musitar palabra. Frotó las manos y luego las limpió bien a bien con estopa que un chavito le alcanzó.
Le dio mil pesos al escuincle por la estopa, pero el olor seguía ahí, de manera que encendió un ronson de oro que se había robado de un difunto, muerto en un asalto, y en lugar de fumarse un marlboro, se encendió la mano izquierda. No ardió mucho. La estopa había quitado bastante gasolina.
Una ambulancia de la cruz roja lo recogió del suelo de la gasolinera media hora después. No sólo tenía la mano quemada, también fracturada la clavícula izquierda y dos costillas, porque cuando estaba tirado en el suelo chilloteando por el dolor de la mano, se le acercó un cabrón que no alcanzó a ver, pero al que seguro le debía algo, y le metió varias patadas por la espalda.
Le dieron veinticinco días de incapacidad laboral en el Seguro Social, y su jefe de grupo ni le quería hablar cuando se reportó. Nomás le dijo: Quita de ahí, pendejo. Ni me mires, güey
.
De ahí que la vox populi comenzara a llamarlo El Mano Santa
, El Mano Negra
, La Manita Chaquetera
, y lo anduvieron botaneando con que le quiso tapar un bostezo a un tragafuegos. Él ni se inmutó. Bastante mosqueado estaba con que las manos ahora le estaban oliendo a muerto y a mierda y a tatemadas al mismo tiempo. Todo el rato andaba con un inhalador pegado a las fosas nasales, dizque porque tiene asma.
2. La Bruja
Si en su casa la televisión estaba permanentemente encendida era para matar la soledad, no porque conjurara espantos. Ella no creía en esas cosas. No gastaba mucha luz. Según le habían dicho en el banco, gastaba más luz una plancha eléctrica, un refrigerador que no estuviera bien sellado, un calentador eléctrico.
No le importaba el canal. Cuando pasaban meses y se aburría de los rostros de los comentaristas de los noticieros, de las series repetidas, los cómicos, las telenovelas, simplemente cambiaba a otro, al siguiente. Tampoco le importaba lo que decían. Tenía la televisión encendida a bajo volumen para que no molestara a los vecinos, sobre todo en las noches.
Y entonces, se preguntaba, ¿si la quiero para matar la soledad, por qué la dejo encendida cuando estoy fuera de la casa? Para eso, para matar la soledad cuando no estoy y que haya menos soledad cuando llego, se respondía.
Pero no era para hacer conjuros para lo que la televisión se mantenía permanentemente encendida en el hogar. Para hacer magias se necesitaban imágenes inmóviles: dibujos, pinturas, fotografías, recortes de periódico, actas de nacimiento, certificados de secundaria. Por lo menos ella necesitaba eso, no podía actuar con cosas que se le movían.
Helena trabajaba en un banco como cajera y cuidaba niños gringos en un hotel sábados y domingos, para que los padres pudieran salir de farra. Con eso la iba librando en medio de la crisis, y los desamores. La brujería era, ¿cómo decir?, un pasatiempo, una distracción. Y no podía hacer mucha brujería al mismo tiempo, tenía que concentrarse, amarrarla, fijarla. Últimamente aunque sólo tenía cuatro en progreso, una no le estaba saliendo bien. Tenía la de dejar mudo al perro, la de seducir al hermano del gerente, la del judicial para que le olieran las manos a muerto y la de que ganara mucho dinero doña Elisa, la de la tienda de la esquina.
Quizá la última fallaba porque era abstracta, ambigua, porque ¿cómo se gana mucho dinero? Estaba pensando en cambiarla por otra, por ejemplo, una en la que todos los que entraran a la tienda le pagaran a la vieja con billetes de diez mil pensando que eran billetes de cinco mil, pero siempre se corría el riesgo de que doña Elisa los corrigiera y les diera bien el cambio.
También estaba el problema de la precisión. El perro había estado mudo un rato, pero luego había empezado a balar como borrego, y el hermano del gerente una vez se había bajado el zíper de la bragueta enfrente de ella, y costó un demonial convencerlo de que no se podía coger a la cajera de una institución bancaria decente a las once de la mañana en la sucursal Reforma del Banco Internacional de Chihuahua, con unos posibles mirones como público. Lo del policía parecía ir bien, porque el tipo iba al banco con guantes y a cada rato se sobaba una mano con otra y se rascaba.
¿Si iba bien, por qué quería El Enano cambiarlo?
3. Los designios de El Enano
—¿Puedes hacer que los demás sientan el olor que él siente? ¿Que a los demás les huelan las manos gacho? Hasta desde lejos —preguntó El Enano.
—No sé, espera… Creo que no. No, no puedo —respondió Helena—. Sólo se las puede oler él… Es mejor, ¿no?
—¿Cómo se puede quitar algo que sólo él siente? ¿Qué va a hacer? Ir al médico y decirle: Fíjese que me apestan las manos a muerto, vea
. Y el otro huele y nada…
Helena se estaba peinando su larga melena negra. Cuando no traía los lentes de fondo de botella era maravillosa, una belleza. ¿Por qué no se cura la miopía?
En Cuba hacen la operación. O que se haga magia, se dijo El Enano contemplando cómo el cepillo subía y bajaba deslizándose hasta el borde de la espalda.
—Eres una bruja de segunda —dijo El Enano.
Helena adivinó por dónde venían los tiros y respondió otra vez, como las mil veces anteriores, la pregunta no hecha:
—No, no puedo hacerte crecer. Puedo hacer que otros te vean más alto… No sé, diez centímetros, doce a lo mejor.
—No sirve.
Helena se miró al espejo y sonrió.
4. Quieto, Marcial
Durante las últimas horas de la noche, el olor parecía surgir de sus manos y extenderse por el cuarto, impregnando las paredes, las ropas de la cama, la pantalla de la televisión. Al amanecer el olor cedía un poco y Marcial podía dormirse un rato.
¿A quién había matado él que le había dejado el olor detrás? Se preguntaba en las mañanas desesperado. Había matado a una docena de cristianos, a más, si contaba los que se le murieron sin dejar el cuerpo, los que murieron una semana después, lejos de él, con un balazo en la pierna a mitad de la sierra de Chihuahua. Había matado a tres mujeres y a una vieja, había matado a un indio tarahumara y al gerente de una fábrica de quesos. Había matado nomás por matar, porque el que es más cabrón mata de vez en cuando para que se sepa que puede, nomás para guardar la fama; había matado en peleas de borrachos y en trabajos sucios y menos sucios de la policía. Había matado a competidores de un narco por encargo, y había matado por accidente. Era su trabajo, ¿no? ¿Entonces por qué chingaos uno de los muertos venía de regreso con el pinche olor a estarlo chingando? Había sido suerte, como la ruleta. También lo podían haber matado a él, ¿no?
Cuando se presentó el viernes a ver a su jefe, tras un fin de semana de terrores en solitario, tenía los ojos amoratados, un fuerte temblor en las manos y una mirada huidiza.
—¿Qué chingaos te está pasando, Marcial? —preguntó el jefe mirándolo con cuidado.
Marcial se preguntó si el otro no tenía su mismo problema y ya se había acostumbrado, porque aquel hijo de la chingada había matado más que él, había hecho mil chingaderas más que él, había marraneado toda su vida, mucho más que él. A lo mejor el jefe también olía a muerto pero ya se había acostumbrado.
Olfateó con cuidado.
—¿Qué chingaos me andas oliendo, güey? ¿Te estás metiendo algo en el cuerpo, pendejo? ¿Te estás inyectando alguna mamada?
Marcial negó con la cabeza.
—Es que tengo catarro, una pinche gripa bien culera.
—Si sigues de raro te voy a correr, güey —dijo el jefe. Luego lo contempló atentamente, decidiendo si aún le daba confianza.
—Te me vas a vigilar el Hotel Luna y si ves a este cuate, lo detienes —dijo tirando una foto por encima de la mesa—. No te lo vayas a echar pa’lante, nomás lo traes, es un cuate que le debe dinero a un amigo de un amigo…
El Enano estaba en la puerta de la oficina haciendo lo que hacía normalmente, limpiando botas y zapatos.
Cuando Marcial pasó a su lado le soltó una patada en la espalda. El Enano le sonrió.
Rondó por las afueras del Hotel Luna esperando al tipo, un hombre alto de pelo canoso, bien vestido. Después de un rato de dar vueltas por el estacionamiento, entró y terminó encontrándolo en el restaurante, desayunando unos huevos con machaca. Fue directo hacia él.
—Perdone, licenciado, ¿podría acompañarme? —dijo mostrando la placa.
El otro lo miró fijamente.
—Dile a tu jefe que cuando yo quiera paso a verlo, que no me ande con mamadas.
El olor subía profundamente desde las manos que Marcial prudentemente había escondido en los bolsillos. Quizá por eso en lugar de dialogar, sacó la mano derecha del bolsillo y le soltó tremenda bofetada al personaje. La cabeza campaneó y el tipo escupió un diente junto con los huevos que estaba comiendo. Luego metió la mano a la funda sobaquera y cuando tenía la cuarenta y cinco a medio sacar Marcial le metió dos tiros en la cabeza.
Los parroquianos del Hotel Luna se habían tirado bajo las mesas y se escuchaban aullidos aquí y allá. Marcial miró el desastre: la sangre que brotaba de los restos de la cabeza del personaje, la mesa caída. Caminó sin saber a dónde y se encontró en la cocina del hotel. Ahora olía a muerto por todos lados, pensó Marcial, tratando de salir de allí. A lo mejor el olor se quedaba ahí adentro. Ya no lo perseguía. En el patio uno de los clientes estaba vomitando. Marcial se olió las manos. La peste a difunto era aún más fuerte. Caminó hasta un pequeño jardín frente a la puerta principal, tomó un machete que estaba clavado en la tierra al lado de un rosal, apoyó la mano izquierda sobre la cajuela de un Ford y se la cortó de un tajo.
5. La Bruja
La bruja se puso una minifalda verde y una blusa turquesa, y salió a los cuarenta grados a la sombra, dispuesta a no dejarse derrotar por el calor.
El Enano la estaba esperando en la puerta del banco.
—Se murió ese hijo de la chingada.
—Ni modo —dijo ella—. Ya le tocaría la suerte.
—¿Y ahora qué sigue?
6. Olor a muerto
Cuando el jefe de la Policía judicial del estado de Chihuahua, un tipo alto, elegante, y de sienes canosas, que había asesinado a seis inocentes en los últimos tres años y ganado medio millón de dólares limpios trabajando para unos narcos de Houston, salió del despacho del gobernador percibió el olor a muerto en torno suyo. Había perdido quince minutos explicando por qué un pendejo agente suyo había matado al jefe de los policías estatales del estado vecino. Nuevamente el olor llegó hasta las ventanas de su nariz como una oleada fétida. Miró alrededor antes de subirse al coche sin hallar nada excepcional, pero el olor a muerto se intensificaba cuando arrancó la camioneta. Puso el aire acondicionado. Eran las manos. Eran las manos. Retrocedió en el pensamiento unos instantes y sólo pudo recordar haberle estrechado las manos a dos personas, al mismo gobernador y al jefe de prensa. ¿Le habían contagiado algo esos culeros? Levantó las manos del volante y aspiró creando una cueva con las palmas en torno de su nariz. ¡Olía a muerto, carajo!
2
Gris Toledo y su lindo Bebé
Élmer Mendoza
Culiacán, Sinaloa
CON LA LLEGADA DEL SIGLO XXI, ÉLMER MENDOZA SE UBICÓ COMO uno de los escritores mexicanos vivos más importantes a nivel internacional. Su obra se lee en distintos idiomas y es tema de análisis en universidades. Es citado como el creador de la mal llamada literatura del narco, siempre alabado por su magnífico uso del lenguaje, siendo un constructor de historias que revelaban la realidad desquebrajada a la que se enfrenta este país donde la moral es sólo neblina lejana que descompone las imágenes. Desde su Culiacán, centro neuronal del narcotráfico, Élmer ha dado una perspectiva de los criminales y víctimas que conviven día a día en esta extraña realidad que palpita entre balas y corrupción. A través de la novela Balas de plata (Tusquets, 2007), ganadora del Premio Tusquets, nos presentó al Zurdo Mendieta, un policía alejado del cliché estadounidense al que le gusta el aguachile, la poesía de Benedetti, el whiskey y navegar en la vida con esa ética ambigua, reflejo claro de la idiosincrasia del mexicano. Sus libros, desde El asesino solitario (Tusquets, 2007), se imponen en la lista de los más leídos en el país. Élmer Mendoza es un referente para cada escritor y lector del Noir, no sólo por su magnífica habilidad sino como ejemplo de integridad y gentileza.
Jefe, por favor manténgame al tanto de lo que pase; no quiero desconectarme.
Gris, concéntrate en que vas a tener al niño, eres detective pero vas a ser madre; no seas de esas cabronas que están pensando cómo deshacerse de sus crías antes de que nazcan.
La detective se despedía del Zurdo Mendieta para tomar su permiso de maternidad. Según su ginecóloga, en cinco días daría a luz a un hermoso bebé.
Cómo cree, quiero a este chamaco y como le conté, el Rodo está vuelto loco, anhela estar conmigo en el parto; pero no quiero perder el toque; además usted me lo prometió, no se haga.
Está bien, me puedes marcar cuantas veces quieras.
Una hora después entró la primera llamada.
¡Jefe, me están secuestrando, estoy en…!
En ese punto se cortó la comunicación. El Zurdo se quedó helado. ¿Qué chingados pasa, Gris secuestrada, por quién, para qué, dónde? Como bólido entró en la oficina del comandante Briseño sin consultar a la secretaria que lo vio azorada. Atendía el teléfono, ¿por qué los jefes siempre están hablando con alguien? Le hizo señas desesperadas de que colgara y el funcionario, con mala cara, dijo al teléfono: señor procurador, un momento por favor. Edgar, ¿qué carajos te crees? No tienes ningún derecho a interrumpirme, por si lo has olvidado, soy tu jefe, así que lárgate por esa maldita puerta antes de que te saque a patadas. Jefe, acaba de llamar Gris Toledo, me alcanzó a decir que la estaban secuestrando, luego se interrumpió la llamada, quizá le arrebataron el celular. Briseño abrió la boca, se disculpó con el procurador y colgó. ¿Que no salía con licencia desde ayer? Se fue hace una hora, vino a despedirse; alcanzó a llamar pero sólo dijo eso. Edgar, hay que moverse, justo de eso hablaba con el procurador, me estaba pidiendo que investigáramos dos casos de secuestro de mujeres con embarazo avanzado que ocurrieron anoche, les sacaron el bebé y las dejaron abandonadas, una en una casa en ruinas de la colonia Las Quintas y la otra en Bachigualato, cerca del aeropuerto, ambas están muy graves en el hospital del Seguro Social. Ah, caray, entonces no es un secuestro casual. Ahora movilízate, llévate a toda la corporación si te da la gana, y mantenme informado.
Mendieta convocó a su equipo, incluyó al Marciano Robles que recién regresaba de tomar un curso sobre técnicas antisecuestro en la Ciudad de México y estaba a punto de incorporarse a la unidad correspondiente, que sumado al Camello, Terminator, Ortega y su gente, pensaba que era lo que requería. Su instinto le indicaba que el comandante tenía razón: debía apresurarse, ¿por dónde empezar? Marciano, lo que les conté es lo que tenemos, ¿qué sugieres? Robles abrió la boca, iba a decir que debían empezar por el principio, pero la intensidad con que el resto lo observaba lo convenció de que no era momento para bromas. Gris era una de las agentes más queridas y efectivas de la PM. Por lo que cuenta la llamada ocurrió hace quince minutos. Dieciséis. Pidamos a los patrulleros que detengan cualquier vehículo sospechoso. ¿Cuál sería el indicio para hacerlo? Pues, exceso de velocidad, nerviosismo, si llevan un bebé, lo normal. Camello, solicita a los compañeros que actúen, no les des explicaciones, si alguien hace una detención, que nos llame de inmediato. Stevejobs, busca lo mismo con tus amigos de las redes, si ven no sólo un carro circulando, sino llegando a una casa abandonada, que nos avisen. Ambos salieron como de rayo. Lo otro, dijo el Zurdo. Es que todos nos vamos a las calles con la misma instrucción. Estaba consternado. Los demás siguieron la indicación sin chistar. Antes de salir preguntó a Angelita, que se encontraba lívida. ¿Te comentó algo, iba directo a su casa o a alguna otra parte? Hoy nada, ayer contó que había visto una ropita maravillosa en Fórum, que pasaría por ella. ¿Ayer? Sí, jefe. ¿Es antojada, que hubiera ido a algún lugar por algo? Pues no, creo que
