Indopacífico: Eje de la geopolítica globa
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Juan Manuel López-Nadal ingresó en la carrera diplomática en 1980. Sus experiencias de primera mano en el continente asiático, donde ha sido embajador de España en Tailandia, Camboya, Birmania y Laos y cónsul general en Hong Kong, le han convertido en uno de los grandes especialistas en asuntos asiáticos.
Juan Manuel López Nadal
Nació en Palma de Mallorca (1951). Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona, se graduó en periodismo en la EOP de Barcelona. Máster en Estudios Europeos en el Colegio de Europa, Brujas, Bélgica (1975). Periodista en Diario de Mallorca (1975-78). Ingresó en la carrera diplomática en 1980. Secretario y cónsul en Pekín (1980-82); segunda jefatura en Yakarta (1982-85); asesor diplomático del presidente del Congreso de los Diputados (1986-88); segunda jefatura en Túnez (1988-81); Nueva Delhi (1991-93) y Bangkok (1993-96); subdirector general del Sudeste Asiático (1996-98); consejero cultural en Lisboa (1998-2000); director general de Relaciones Exteriores del Govern de les Illes Balears, Palma (2000-2002); encargado de negocios en Kabul, Afganistán (2002); segunda jefatura en Copenhague (2002-2004); embajador en Tailandia, Camboya, Birmania y Laos con residencia en Bangkok (2004-2009); embajador en Misión Especial para Asia (2009-2011); cónsul general en Hong Kong (2011-2015); Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Hong Kong (2014); cónsul general en Estrasburgo (2015-2018); jubilado en 2018 con el rango de Embajador de España. Especialista en asuntos asiáticos y autor de diversas publicaciones y conferencias. Vive en Son Servera, Mallorca.
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Indopacífico - Juan Manuel López Nadal
Índice
SÍNTESIS
INTRODUCCIÓN
CAPÍTULO 1. EL FIASCO DEL FIN DE LA HISTORIA Y EL RETORNO DE LA GEOPOLÍTICA
CAPÍTULO 2. LOS FUNDAMENTOS GEOGRÁFICOS E HISTÓRICOS DEL INDOPACÍFICO
Alcance geográfico del concepto del Indopacífico
El Indopacífico en la Historia
CAPÍTULO 3. EL INDOPACÍFICO: CONSTRUCCIÓN Y CONSOLIDACIÓN DE UN CONCEPTO GEOPOLÍTICO
Tres motores y una consecuencia
La construcción académica del concepto del Indopacífico
La asunción y consolidación geopolítica del Indopacífico
CAPÍTULO 4. EL GRAN JUEGO DEL INDOPACÍFICO: ACTORES Y ESTRATEGIAS
Dos superpotencias frente a frente: China y Estados Unidos
Cinco actores fundamentales
Otros actores relevantes
CAPÍTULO 5. EL GRAN JUEGO DEL INDOPACÍFICO SE PONE EN MARCHA
El QUAD
La estrategia de China en el Indopacífico
Nordeste asiático; dos triángulos frente a frente
Los dilemas de la ASEAN y de sus Estados miembros: entre la centralidad y la irrelevancia
CAPÍTULO 6. EL INDOPACÍFICO, ÁREA DE CONFLICTOS
El conflicto del mar de China Meridional
El contencioso sobre Taiwán450
El contencioso entre China y la India en el Himalaya y la rivalidad sino-india en el océano Índico
El contencioso sino-japonés sobre las islas Senkaku/Diaoyu y el peso del legado de la Historia
Amenaza nuclear y vientos de Guerra Fría en la península coreana
La guerra civil en Birmania y sus efectos regionales
Otras potencias del Indopacífico
Otros posibles focos de conflicto
CAPÍTULO 7. EL INDOPACÍFICO Y EUROPA
La Unión Europea y el Indopacífico
Visiones estratégicas de algunos Estados europeos
Vinculando a Europa con el Indopacífico: estrategias de conectividad
Las relaciones transatlánticas en el Indopacífico y la estrategia de la OTAN
CAPÍTULO 8. MÁS ALLÁ DEL INDOPACÍFICO
El Indopacífico y sus periferias
El Indopacífico y Eurasia
El Indopacífico y el Sur global
CAPÍTULO 9. INTERCONESIONES
Geopolítica, geoeconomía, tecnología, información y desinformación
La interconexión entre política interior y política exterior
La interconexión de los conflictos en el Indopacífico… y más allá
CONCLUSIÓN. REFLEXIONES E INTERROGANTES
BIBLIOGRAFÍA
NOTAS
FOTOS
Hitos
Cover
Índice de contenido
Página de título
Página de copyright
Dedicatoria
Conclusión
Bibliografía
Notas finales
JUAN MANUEL LÓPEZ NADAL
Nació en Palma de Mallorca (1951). Licenciado en Derecho por la Universidad de Barcelona, se graduó en periodismo en la EOP de Barcelona. Máster en Estudios Europeos en el Colegio de Europa, Brujas, Bélgica (1975). Periodista en Diario de Mallorca (1975-78). Ingresó en la carrera diplomática en 1980. Secretario y cónsul en Pekín (1980-82); segunda jefatura en Yakarta (1982-85); asesor diplomático del presidente del Congreso de los Diputados (1986-88); segunda jefatura en Túnez (1988-81); Nueva Delhi (1991-93) y Bangkok (1993-96); subdirector general del Sudeste Asiático (1996-98); consejero cultural en Lisboa (1998-2000); director general de Relaciones Exteriores del Govern de les Illes Balears, Palma (2000-2002); encargado de negocios en Kabul, Afganistán (2002); segunda jefatura en Copenhague (2002-2004); embajador en Tailandia, Camboya, Birmania y Laos con residencia en Bangkok (2004-2009); embajador en Misión Especial para Asia (2009-2011); cónsul general en Hong Kong (2011-2015); Máster en Relaciones Internacionales por la Universidad de Hong Kong (2014); cónsul general en Estrasburgo (2015-2018); jubilado en 2018 con el rango de Embajador de España. Especialista en asuntos asiáticos y autor de diversas publicaciones y conferencias. Vive en Son Servera, Mallorca.
Juan Manuel López Nadal
Indopacífico
Eje de la geopolítica global
© Juan Manuel López Nadal, 2025
© Los libros de la Catarata, 2025
Fuencarral, 70
28004 Madrid
Tel. 91 532 20 77
www.catarata.org
Indopacífico.
Eje de la geopolítica global
isbne: 978-84-1067-268-0
ISBN: 978-84-1067-205-5
DEPÓSITO LEGAL: M-1.056-2025
THEMA: JPSL/1QSN/1QSP
este libro ha sido editado para ser distribuido. La intención de los editores es que sea utilizado lo más ampliamente posible, que sean adquiridos originales para permitir la edición de otros nuevos y que, de reproducir partes, se haga constar el título y la autoría.
En memoria de mi tío Guillermo Nadal Blanes, que me llevó a descubrir la magia de Asia, los caminos de la diplomacia y la geopolítica y los tesoros de la música clásica.
Síntesis
El presente trabajo describirá los motivos por los que el concepto geopolítico de Indopacífico se ha impuesto y ha reemplazado al anterior de Asia-Pacífico. Cuatro hechos fundamentales han dado origen a la nueva construcción geopolítica del Indopacífico: el auge de una China cada día más asertiva y su percepción como potencial amenaza para la seguridad de su entorno; la emergencia de la India como potencia regional y eventual elemento equilibrador frente al coloso chino, la creciente importancia de las comunicaciones marítimas entre los océanos Índico y Pacífico para la economía y la geoestrategia mundial, y la intensificación de la rivalidad geoestratégica entre China y los Estados Unidos a lo largo de la última década.
Tras un breve repaso a sus dimensiones geográficas y a sus antecedentes históricos se describe la construcción académica del nuevo concepto y su progresiva asunción por los responsables políticos endógenos y exógenos. Se exponen también las estrategias de los principales Estados y organizaciones regionales, el entramado de alianzas y coalescencias entre ellos y los principales focos de conflicto en este amplio espacio marítimo-terrestre, llamado a convertirse en eje de la geopolítica mundial en este siglo.
Finalmente examinaremos la posición de la UE ante esta nueva realidad, y trataremos de vislumbrar el ámbito de interacción entre el Indopacífico y otros espacios geopolíticos en el plano global.
Introducción
En el mundo de la geopolítica el término Indopacífico (mapa 1) es ya un concepto generalmente aceptado. Estos conceptos son construcciones ideacionales que reflejan la correlación de fuerzas sobre un determinado espacio y la materialización de las percepciones, ideas y concepciones normativas de los principales actores, los Estados y dentro de ellos las principales potencias. La escuela constructivista de las relaciones internacionales nos ofrece un enfoque que me parece adecuado para abordar con rigor el objeto de nuestro estudio. Se trata de entender el término Indopacífico como una auténtica construcción geopolítica que, como todas ellas, tiene un carácter no permanente, pues se crean, se modifican y pueden incluso llegar a ser superadas por otras nuevas construcciones que las reemplazan. Porque, como veremos en los capítulos sucesivos, el Indopacífico es ya un concepto consolidado, pero también se encuentra a su vez en constante evolución.
Tuve la fortuna de pasar la mayor parte de mi vida profesional como diplomático en Asia o en relación con los asuntos asiáticos, y este hecho suscitó en mí una tremenda atracción por aquel continente tan rico y diverso, por sus gentes, por sus culturas y por sus estilos de vida. Esta pasión asiática continúa inspirando mi vida tras la jubilación y ha sido el impulso que me ha llevado a desarrollar este trabajo de investigación que humildemente presento en este libro.
Advertiré asimismo que los hechos y acontecimientos se suceden en el Indopacífico —como en todo el mundo— de un modo tan vertiginoso que algunas de las conclusiones que exponga al cerrarse este trabajo —el 10 de noviembre de 2024— pueden haber quedado desfasadas cuando el libro llegue a publicarse. La prospectiva es siempre un ejercicio difícil y arriesgado, y en geopolítica de manera muy especial.
Me interesa destacar también que he tratado de abordar toda la problemática que se desarrollará en esta obra con la máxima objetividad y rigor. He consultado fuentes muy diversas, y he recogido puntos de vista muy distintos.
Pero objetividad no quiere decir neutralidad. No puedo ser neutral frente a las agresiones, las violencias, las violaciones de los derechos humanos o de las normas de derecho internacional, la supresión de las libertades, las desigualdades e injusticias de los imperialismos expansionistas, o los sistemas totalitarios o dictatoriales de cualquier tipo.
Y a estos efectos quisiera dejar bien claro que cuando me refiero a un país o a un grupo de países en concreto y lo hago en términos de crítica o de censura no me estoy refiriendo a la población de dichos países, sino a sus gobernantes y regímenes políticos.
Todos los pueblos de Asia y del Indopacífico merecen por igual mi afecto y mi respeto.
Capítulo 1
El fiasco del fin de la historia
y el retorno de la geopolítica
Existe un consenso generalizado entre los historiadores y académicos en considerar que la Guerra Fría, iniciada apenas concluida la Segunda Guerra Mundial, y caracterizada por el enfrentamiento entre dos bloques liderados respectivamente por los Estados Unidos y por la Unión Soviética (URSS), llegó a su conclusión en el período que se situaría entre los años 1989, con la caída del emblemático Muro de Berlín, y 1991, con la disolución de la URSS.
La derrota del modelo comunista soviético llegó a hacer creer a muchos que la Humanidad se encaminaba hacia un futuro en el que, más allá de los problemas planteados por las desigualdades y el subdesarrollo, las naciones del mundo vivirían en paz, en un orden presidido por la democracia política y por una economía de libre mercado (vulgarmente, capitalista); recordemos que en 1992 hizo furor el libro publicado por el académico norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama bajo el elocuente título de El fin de la Historia y el último hombre¹.
En esta obra su autor recogía el sentimiento, por entonces muy extendido, de que la conclusión de la Guerra Fría nos traería un mundo en paz, en el que la ausencia de conflictos nos brindaría oportunidades para avanzar en el desarrollo económico y en el bienestar social bajo la guía del libre mercado. La bipolaridad de la Guerra Fría daría paso a un mundo unipolar, bajo la hegemonía benigna de unos Estados Unidos dedicados a promover los valores de la democracia política y de la libertad
económica.
El triunfalismo ingenuo de Fukuyama olvidaba que el final de la Guerra Fría y la disolución de la URSS no suponía automáticamente el final de los conflictos en el mundo, que continuaron causando estragos en lo que hoy denominamos el Sur Global, es decir, la mayor parte de Asia y la totalidad de América Latina y de África. Obviaba asimismo que la desigualdad inherente al sistema capitalista impedía en la práctica, aun en ausencia de conflictos entre bloques, resolver los gravísimos problemas del subdesarrollo en que aún vivía la mayoría de la Humanidad, así como las tremendas desigualdades prevalentes en el seno de las sociedades desarrolladas.
Pero dejando al margen esas carencias, y otras de las que por aquel entonces apenas se hablaba, como el cambio climático, lo cierto es que la obra de Fukuyama reflejaba el optimismo generalizado que en las sociedades occidentales siguió al final de la Guerra Fría y la creencia de que el mundo debía aprovechar las oportunidades que le brindaba un orden de paz.
Si proyectamos nuestra mirada al devenir de los treinta años largos transcurridos desde entonces, deberemos concluir que esas oportunidades no se aprovecharon adecuadamente, pues no solo no se puso fin a la interminable serie de conflictos internacionales e internos que prosiguieron en Asia, África y América, sino que incluso aparecieron otros en la misma Europa, derivados de la disolución de la antigua Yugoslavia, que devolvieron el espectro de la guerra con todas sus atrocidades a nuestro continente, hoy recrudecidas a consecuencia de la guerra de agresión de la Rusia de Vladimir Putin contra Ucrania, o de la brutal e inhumana operación supuestamente antiterrorista y realmente genocida y de limpieza étnica llevada a cabo por el ejército israelí contra los palestinos en Gaza y Cisjordania, extendida más recientemente al sur del Líbano y con consecuencias alarmantes para la región y el mundo.
Y ciertamente llama la atención —y repugna— la doble vara de medir del mundo democrático occidental, representado por Estados Unidos y por la UE, que mientras no vacilan en condenar con toda razón la agresión rusa y en apoyar al pueblo ucraniano agredido muestran una actitud radicalmente diferente en Oriente Medio, dejando hacer lo que se le antoje al agresor israelí y abandonando a su triste suerte a los palestinos.
Y bien poco se ha hecho para superar la desigualdad inherente al desarrollo capitalista, como lo ponen de manifiesto los crecientes movimientos migratorios de masas de seres humanos que tratan de huir de la guerra y de la miseria y que no encuentran entre nosotros la acogida que merecerían.
Cierto es que la desaparición de la dialéctica bipolar de bloques y el fracaso del modelo comunista soviético dejó abierta la puerta al desarrollo de un proceso de globalización económica capitalista; las lecciones del desmoronamiento del modelo soviético y el estruendoso fracaso del maoísmo llevarían a un líder visionario, Deng Xiaoping, a iniciar un proceso de reformas que transformarían radicalmente la economía china, sacando de la pobreza a cientos de millones de personas y, mediante su apertura al exterior, convertirían gradualmente a China en un actor determinante en la economía y en la geopolítica mundial. Eso sí, sin alterar sustancialmente el modelo político totalitario de partido único.
Y en ese contexto de euforia capitalista global, los intercambios comerciales, las inversiones y el desarrollo tecnológico hicieron augurar a los optimistas que el fomento de la interdependencia económica no solo alejaría el espectro de la guerra, sino que las libertades económicas interpretadas en el sentido de la ortodoxia capitalista conducirían también, de manera gradual, a la demanda de mayores libertades políticas, y con ella a la expansión del modelo democrático. Se daba por descontado que la propagación de la economía capitalista y la paulatina incorporación a la misma de países bajo regímenes políticos autoritarios conduciría a los mismos a reajustar sus parámetros políticos en un sentido más democrático y respetuosos de los derechos humanos.
Lamentablemente la evolución de los acontecimientos no ha ido en este sentido, y hoy los regímenes autoritarios y dictatoriales se ven en disposición de desafiar a unas democracias cada vez más frágiles, como se observa con el crecimiento y difusión de modelos iliberales, en el alarmante ascenso de los movimientos de ultraderecha en Europa y en América, y en la ya mencionada falta de ejemplaridad de las democracias ante la persistente agresión israelí contra Palestina.
Pero por si pudiesen quedar dudas acerca de la fragilidad del orden mundial posterior a la Guerra Fría, el espectacular derrumbamiento de las Torres Gemelas de Manhattan por sendos aviones secuestrados por la organización terrorista islamista Al Qaida el 11 de septiembre de 2001 puso de manifiesto, de una manera tan gráfica como tremenda, que el nuevo mundo feliz vaticinado por Fukuyama no era más que una quimera.
Seguirían en el recién estrenado siglo XXI dos décadas de incertidumbre e inestabilidad, con el estrepitoso fracaso de la mal llamada guerra contra el terrorismo, que tendría sus derivaciones en las malhadadas aventuras lideradas por Estados Unidos en Afganistán y en Irak; mientras en el primero de esos dos países la retirada humillante de Kabul y el retorno al poder de los talibanes eran la más clara expresión de un absoluto fracaso, la eliminación del régimen de Saddam Hussein bajo el pretexto —rotundamente falso— de la eliminación de unas armas de destrucción masiva inexistentes daría paso a la plasmación de un Estado fallido cuya inestabilidad prosigue hoy, con consecuencias para su vecindario próximo.
Por no hablar de las tragedias de Siria, Libia o Yemen, de la persistente ocupación ilegal del Sáhara Occidental por parte de Marruecos, y la colonización e imposición de un sistema de apartheid contra los palestinos por un Gobierno israelí cada vez más agresivo y escorado a la ultraderecha.
Y qué decir también de los conflictos endémicos en el África subsahariana, donde el final de la opresión y el expolio del colonialismo europeo no supuso ni la paz ni el progreso en unas sociedades desgarradas por el tribalismo, las dictaduras, las desigualdades y las nuevas manifestaciones de explotación neocolonial. Las escasas democracias africanas son frágiles, y resultan fáciles presas para golpistas y dictadores de todo signo, que tienden a sustituir los viejos vínculos con sus antiguos colonizadores por la protección en absoluto desinteresada de potencias autoritarias como China o Rusia.
No menos frágiles son los sistemas políticos formalmente democráticos de América Latina, donde —dejando al margen la Cuba paleocastrista— el populismo iliberal y antidemocrático de los Bolsonaro o los Milei, de un lado, y de los Maduro o los Ortega, del otro, tiene efectos en todo el continente. Y cuando algunos dirigentes bienintencionados como el chileno Gabriel Boric, el brasileño Lula da Silva o el colombiano Gustavo Petro buscan combatir las tremendas desigualdades socioeconómicas de sus países sin menoscabar los principios de la democracia y el respeto a los derechos humanos se encuentran, lamentablemente, con obstáculos internos y externos que intentan frenar tan loables propósitos.
En síntesis, basta con ver cuál es el estado actual de nuestro mundo, repleto de conflictos y de problemas de toda índole, para darnos cuenta de que la Historia dista mucho de haber concluido, sino que en el momento en que nos encontramos la incertidumbre parece dominarlo todo. La globalización económica y la revolución tecnológica no han acabado con los viejos principios de la geopolítica ni con la rivalidad entre potencias.
Y el hecho realmente determinante para el cambio de paradigma geopolítico mundial ha sido la emergencia de China como superpotencia regional y global hasta llegar a la situación actual, pues al escribirse estas líneas el desafío de la nueva potencia china a la hegemonía de los Estados Unidos está dando lugar a un debate sobre si estamos ya —o vamos a estar muy pronto— ante una nueva Guerra Fría.
A fin de poder analizar lo que supone el auge de China en Asia y en el mundo es preciso repasar, siquiera sea de forma sintética, la evolución de la situación política, social y económica en ese país y las consecuentes derivaciones en su política exterior a lo largo de estas tres últimas décadas.
Tras suprimir brutalmente los movimientos de protesta popular con la masacre de la pequinesa plaza de Tiananmén, el 4 de junio de 1989, y superar el impacto internacional de esos tremendos sucesos, el aparato del Partido Comunista de China (PCCh), liderado en la práctica por Deng Xiaoping, concentró todos sus esfuerzos en un ambicioso programa de reformas económicas que, constatado el fracaso del modelo maoísta de comunismo ortodoxo y la desaparición de la URSS, tenía el objetivo fundamental de promover un radical cambio económico y social sin que por ello se viese alterado el modelo político de partido único vigente.
El ejercicio resultó un éxito rotundo. La apertura de China a la economía de mercado —sin merma del control político de la operación por el PCCh— supuso un enorme progreso para el país, que consiguió sacar de la pobreza a centenares de millones de personas, convertir una economía estancada y en ruina en uno de los motores de la economía de Asia y del mundo; el crecimiento económico, la urbanización y la apertura de China al resto del mundo —materializada en el ingreso de la RPCh en la Organización Mundial de Comercio (OMC) el 11 de diciembre de 2001—, un hecho que tendría consecuencias tan importantes, aunque en sentido muy distinto, como los atentados contra las Torres Gemelas de Manhattan en septiembre de ese mismo año.
Y todo ello con el desarrollo de una política exterior sabia e inteligente: China tenía que aprovechar al máximo las oportunidades que su apertura al resto del mundo le ofrecía, y para ello era fundamental que los vecinos de China en Asia y sus potenciales socios en el resto del mundo no percibiesen el auge económico de China como una amenaza, sino como una oportunidad.
El eje determinante de esa política exterior pragmática, constructiva y no amenazante se encierra en la celebérrima máxima de Deng, tao guang yang hui, yousuo zuowei (韬光养晦), que traduciríamos como mantened un perfil bajo, sed discretos y esperad vuestro momento, mientras conseguís resultados prácticos
².
El Estado-Partido chino continuó sustancialmente la línea trazada por el pequeño timonel
bajo la dirección de su sucesor inmediato, Jiang Zemin (1992-2002), y en el primer mandato del sucesor de este, Hu Jintao (2002-2012). Con esa política pragmática, centrada en el crecimiento económico y en la proyección internacional del país, China consiguió ser la primera potencia comercial y la segunda potencia económica mundial.
En ese período China normalizó sus relaciones con todos los países de Asia, convirtiéndose en interlocutor privilegiado de la ASEAN (Asociación de Naciones de Asia Sudoriental), fundador de la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái) y del grupo de los BRICS, miembro activo de los principales organismos económicos globales, mejorando sus relaciones con países vecinos críticos, como Japón, India y Rusia.
En el plano interno se mantuvo la primacía absoluta del PCCh, pero Deng promovió algunas reformas no desdeñables en el sistema para evitar la personalización y el culto a la personalidad del maoísmo, tales como la limitación de mandatos y el fomento del liderazgo colectivo. Puede decirse que, mediante esa actuación, la China de Deng y de sus inmediatos sucesores contribuyó a promover la utopía de Fukuyama, ya que logró ser percibida como un socio y no como una amenaza por sus vecinos asiáticos y por sus principales interlocutores mundiales.
Dominaba entonces en Estados Unidos y en Europa la creencia —que lamentablemente se demostraría falsa— de que el crecimiento y las reformas económicas de China y su apertura al mundo impulsaría en algún momento mayores demandas de libertad política y de respeto a los derechos humanos, y quizás de manera gradual, una transformación del régimen dictatorial del PCCh en un autoritarismo benigno a la singapureña, o incluso —en el colmo del optimismo— a una democracia. Recordemos la referencia del entonces secretario de Estado adjunto de los Estados Unidos, Robert Zoellick, afirmando que China llegaría ser un socio responsable (responsible stakeholder) en la gobernanza mundial.
Tremenda ingenuidad que, tal como sucedería con la Rusia de Putin, ha llevado a Europa a unos niveles de interdependencia con China que, como se empieza a advertir, comportan evidentes riesgos desde el punto de vista de nuestra seguridad.
Porque los sabios consejos de Deng Xiaoping empezaron a ser arrinconados en la encrucijada que tuvo lugar en los años críticos de 2008 y 2009, cuando la conjunción de una serie de acontecimientos condujo a dar un giro radical a la política exterior de Pekín, que fue dejando de lado su enfoque discreto y cooperativo y presentando una imagen cada vez más asertiva, o incluso agresiva, que tendría las consecuencias que a lo largo de este trabajo vamos a examinar.
En efecto, en ese período crítico se suceden una serie de hechos que se demostrarán determinantes en este dramático giro de la política exterior china desde la moderación a la agresividad. Enumeremos brevemente esos hechos.
En el año 2007 concluye el primer mandato de Hu Jintao, y entra en el Comité Permanente del Buró Político del PCCh —el órgano máximo de dirección del Estado-Partido— un hasta entonces desconocido Xi Jinping, que asumiría la vicepresidencia de la República Popular y se prefiguraría como sucesor de Hu Jintao.
En el año 2008 tiene lugar la quiebra de la empresa norteamericana Lehmann Brothers, que desencadenaría una tremenda crisis financiera, económica y social que tardaría años en superarse. Los responsables de Pekín creyeron entonces percibir un momento de debilidad en Estados Unidos y en Occidente en general.
En verano de 2008 se celebraron en Pekín los Juegos Olímpicos, y China no dejó de aprovechar esta ocasión para mostrarse al mundo como un país con voluntad de potencia y de poder, para volver al lugar que a su entender debe recuperar tras el llamado siglo de humillación nacional.
En marzo de 2009 se produce un incidente al enfrentarse un patrullero chino con el destructor norteamericano Impeccable, de maniobras en el mar de China Meridional.
El 9 de mayo de 2009 China envía una Nota Verbal a las Naciones Unidas declarando que ostenta la soberanía indiscutible sobre las islas, islotes y atolones del mar de China Meridional y sobre sus aguas adyacentes, dentro de la línea de nueve trazos. Esta reivindicación entra en colisión con las soberanías que sobre parte de dichas aguas y formaciones mantienen Filipinas, Vietnam, Malasia y Brunéi.
El 1 de octubre de 2009 se celebra el 60 aniversario de la República Popular de China con un espectacular desfile militar. En la tribuna de Tiananmén, Hu Jintao repite las palabras de Mao sesenta años antes en el mismo lugar: China se ha puesto en pie
.
Diversos especialistas advirtieron poco después el significado de un cambio tan radical en la política exterior china³, con el abandono paulatino de los consejos de Deng Xiaoping. En las cancillerías asiáticas y occidentales esta percepción tardaría algo más en producirse, y aún sigue habiendo responsables políticos en algunos lugares empeñados en negar la evidencia. Habría que esperar diez años más, hasta 2019, para que la UE calificase a China como rival sistémico⁴.
En cualquier caso, no resulta casual a mi juicio que esta nueva imagen asertiva y prepotente de China haya ido de la mano con la construcción y consolidación del concepto geopolítico del Indopacífico, que es sobre todo —además de otras cosas más que iremos examinando— un instrumento de los principales actores regionales y globales para responder al auge de una China que ha ido dejando de percibirse como una oportunidad para aparecer en toda su cruda realidad como un desafío y como una potencial amenaza.
Pero antes creo conveniente que aclaremos conceptos sobre nuestra visión espacial y temporal del Indopacífico, en función de los parámetros espaciales y temporales que nos aportan la geografía y la historia.
Capítulo 2
Los fundamentos geográficos e históricos del Indopacífico
Alcance geográfico del concepto del Indopacífico
Los tres conceptos centrales de la geopolítica son el espacio, el tiempo y el poder, y la correlación entre ellos. De la cuestión central del poder y sus equilibrios vamos a tratar con detalle a lo largo de este trabajo, pero creo indispensable que abordemos previamente los elementos espaciales y temporales del concepto que aquí nos ocupa: el Indopacífico.
Al abordar la cuestión de qué es, dónde está y cuáles son los límites del Indopacífico (mapa 2) la respuesta que primero se nos ocurre es directa y sencilla: todo el espacio marítimo que abarcan ambos grandes océanos y sus respectivas áreas terrestres, sean estas las islas que los dos océanos contienen como las áreas contiguas continentales de ambos. Pero si nos centramos en el carácter de construcción geopolítica del concepto la respuesta puede ser mucho más compleja y limitada. Más aún, podremos encontrarnos con una diversidad de respuestas tanto por parte de los estudiosos y académicos como sobre todo por parte de los dirigentes políticos de los actores estatales implicados.
Por ello mismo resulta de gran interés el estudio de la investigadora japonesa Wada Haruko sobre los ajustes geográficos del concepto del Indopacífico y sus consecuencias⁵. En efecto, no todos los actores relevantes entienden el concepto de Indopacífico de la misma manera y con los mismos límites y contornos geográficos, sino que cada uno de ellos lo hace según sus propios criterios, que obedecen por lo general a la percepción de sus propios intereses. En el estudio citado la autora explica con detalle la visión geográfica del Indopacífico desde la perspectiva de los principales actores residentes y no residentes.
Así, por ejemplo, destaca las diferencias en el seno del QUAD (Diálogo de Seguridad Cuadrilateral), ya que mientras Estados Unidos y Australia mantienen un enfoque limitado —desde la costa occidental de la India al oeste hasta las islas del Pacífico Sur y las costas norteamericanas del Pacífico—, la India y el Japón ofrecen unas visiones más extensas, pues abarcan en la práctica desde la orilla oriental del continente africano hasta las costas pacíficas del continente americano.
Wada también hace referencia a las visiones europeas, más coincidentes por lo general con la visión amplia indo-japonesa que con la más restrictiva de Washington y Canberra, señalando en particular la visión francesa, que, como único país europeo residente en el Indopacífico⁶, supera incluso el enfoque amplio indo-japonés, pues no solo aplica el concepto de Indopacífico al contorno total de ambos océanos, sino que lo extiende incluso al área del Antártico.
Es interesante examinar en el artículo citado las razones y los motores (drivers) que conducen a unas u otras percepciones, pero en realidad todas ellas coinciden en un elemento capital y fundamental: el núcleo del Indopacífico está en el Asia marítima, y concretamente en el Sudeste Asiático, extendiéndose más allá por las zonas marítimas contiguas y por el conjunto del continente asiático.
También es interesante el análisis de las distintas visiones espaciales del Indopacífico del experto militar francés Vaimiti Goin, que describe la óptica geográfica de los documentos estratégicos de Alemania, Australia, Canadá, China, Estados Unidos, Francia, India, Japón, Nueva Zelanda, Países Bajos, Reino Unido y la UE⁷.
Por todo ello, creo que debemos abordar el concepto geográfico del Indopacífico englobando a todos los espacios marítimos y terrestres, insulares y ribereños, de ambos océanos, lo que incluiría en el Índico a las riberas orientales de África y a las áreas marítimas del Oriente Medio —con los estratégicos estrechos de Bab el Mandeb y de Ormuz—, y en el Pacífico al conjunto de Oceanía y de los territorios ribereños del continente americano, desde el estrecho de Bering al de Magallanes.
Sin embargo, es evidente que en la construcción geopolítica del Indopacífico en su configuración actual existirían un núcleo, un espacio central y una periferia. El núcleo estaría en el Sudeste Asiático, y particularmente en Indonesia, entre los estrechos de Malaca y de la Sonda. El centro estaría en todo el contorno marítimo de Asia, desde Pakistán hasta Japón, y se extendería por el continente asiático: desde Pakistán, Afganistán, Asia central y Mongolia hasta la Siberia rusa, por una parte; y por el norte del océano Pacífico hasta las costas de América del Norte y las islas del Pacífico Sur por otra. Los contornos oceánicos de África, Oriente Medio y América Latina (Central y del Sur) constituirían las periferias.
Pero, teniendo en cuenta la eterna dialéctica entre espacio y tiempo que caracteriza a la geopolítica, no podemos descartar que en el río en constante movimiento que es la historia de la humanidad los territorios africanos y/o latinoamericanos que hoy se sitúan en los márgenes del Indopacífico puedan incrementar su importancia geopolítica y adquirir con el tiempo una centralidad que hoy mismo no tienen. Por eso trataremos de la interacción entre el Indopacífico y sus periferias en Oriente Medio, África y América Latina de manera singularizada al final de este trabajo.
Y aquí, en este momento, creo que ha llegado la hora de que la geografía dé paso a la historia. ¿Es de verdad el Indopacífico un concepto nuevo?
El Indopacífico en la Historia
Historiadores, antropólogos, sociólogos, especialistas en relaciones internacionales y académicos de otras disciplinas han puesto de manifiesto en sus respectivas investigaciones cómo, a lo largo de los siglos y desde tiempos muy remotos, pueblos, culturas, religiones, civilizaciones y estilos de vida han circulado ininterrumpidamente entre las cuencas de los océanos Índico y Pacífico.
La primera y más concluyente de las pruebas la tenemos en la existencia y movilidad de los llamados pueblos austronesios, palabra de origen griego que viene a significar algo así como pueblos de las islas del sur
, y, como han destacado diversos autores —véanse en particular los trabajos de Côme Carpentier de Gourdon⁸ y Philip Bowring⁹—, el gran motor de estos intercambios y la difusión de la civilización austronesia fue indudablemente el comercio marítimo, que llevó a estas poblaciones a asentarse en lugares tan distantes como Madagascar y la isla Mauricio, junto a las costas orientales africanas del Índico, y a través de las islas de Taiwán, Filipinas e Indonesia en el Sudeste Asiático, hasta las islas polinesias y melanesias de Oceanía, en el Pacífico Sur. Los austronesios son por tanto el primer testimonio histórico de la existencia del Indopacífico como espacio compartido marítimo y terrestre, preferentemente insular.
En el artículo anteriormente citado, el historiador e indólogo francés Côme Carpentier de Gourdon nos ofrece un detallado recorrido histórico sobre los intercambios entre pueblos y civilizaciones a través del gran espacio Indopacífico; tras enumerar el hecho capital de la difusión de los pueblos austronesios —cuyas similitudes culturales y lingüísticas perviven en la actualidad—, el autor examina primeramente los intercambios anteriores a la llegada de los colonizadores europeos.
Menciona hechos muy significativos, tales como la expedición del navegante chino Xu Fu por los mares del sur en busca del elixir de la inmortalidad en el año 219 antes de Cristo, los viajes marítimos de comerciantes indios a las costas africanas y a las de China, Corea y Japón; la difusión del budismo desde la India al Sudeste Asiático y al Asia oriental; las expediciones de navegantes árabes y persas por las costas africanas y asiáticas que llevaron el Islam desde Madagascar hasta Indonesia.
Comercio, cultura, religión y estilos de vida se entremezclan e intercambian a lo largo y ancho de esa extensa región. Eso nos ayuda a explicar cómo las influencias culturales india y china se han difundido más allá de la periferia marítima de Asia, y cómo —siglos antes de la llegada de los colonizadores europeos— los navegantes árabes y persas habían difundido el islam por toda la cuenca indopacífica, desde Zanzíbar hasta las Molucas.
Cabe también considerar el impacto que tendría en el Indopacífico la llegada de los navegantes-exploradores-colonizadores europeos, comenzando por los portugueses. Bartolomeu Dias alcanzó y dobló el cabo de Buena Esperanza en 1488; Vasco de Gama llegó a la India (Calicut, en el actual estado de Kerala) en 1498, poco después de que Colón creyera haber llegado a las Indias en 1492, a través del Atlántico. Los portugueses serían los primeros europeos en alcanzar las costas de la India y en cruzar a comienzos del siglo XVI el estrecho de Malaca, al que dieron nombre, y transitar a través de este del Índico al Pacífico.
Los portugueses, y en menor medida los españoles, dominarían la proyección europea hacia el Indopacífico a lo largo del siglo XVI; proseguirían su expansión por el Pacífico alcanzando Taiwán (a la que llamaron Formosa) en 1513. Poco después fundaron Macao en la costa meridional de China, y llegaron a Japón en 1571. Portugués también fue Fernando de Magallanes, el primero que transitó del Atlántico al Pacífico por el estrecho que hoy lleva su nombre, y que alcanzó la isla de Cebú, en Filipinas, donde murió, dejando a su ayudante vasco Juan Sebastián de Elcano el trabajo de completar la primera circunnavegación de la Tierra.
De ese modo, el siglo XVI concluyó con un dominio de esta vasta región oceánica por las potencias ibéricas; Portugal se hizo con el control del océano Índico, implantándose desde las costas del sudeste africano (Mozambique), hasta el subcontinente indio y Ceilán, entrando posteriormente en el Pacífico a través de Malaca y estableciendo factorías en Macao, Taiwán y Japón.
Tras los portugueses llegarían los españoles, que se asentaron en Filipinas y en algunas islas del Pacífico (Guam, Marianas, Carolinas…). Serían los españoles los que establecerían la primera ruta comercial transpacífica, desde el puerto de Manila al de Acapulco, en México, con el célebre Galeón de Manila, que llevaba especias y sedas al continente americano y a cambio transportaba la plata mejicana a las Filipinas¹⁰. Carpentier de Gourdon concluye que el Pacífico fue por entonces un enorme lago español
con puntos de apoyo en México, Perú y Filipinas.
Pero el dominio ibérico del espacio Indopacífico se vio desafiado con la llegada de los holandeses a principios del siglo XVII, con su Compañía de las Indias Orientales (VOC). Los comerciantes neerlandeses expulsaron a los portugueses de Malaca, de Ceilán y de Taiwán, pero su principal objetivo y logro colonial sería la dominación del estratégico archipiélago conocido por entonces como las Indias Orientales y que hoy es la República de Indonesia. Es precisamente en Indonesia, junto con Australia, donde confluyen y se encuentran los dos grandes océanos Índico y Pacífico.
La presencia neerlandesa proseguiría hasta mediados del siglo XX, si bien se vio a su vez acotada y limitada por la de la siguiente oleada de colonizadores, los británicos, que fundarían su propia Compañía de las Indias (East India Company) y, desde su núcleo central en el subcontinente indio, crearían a lo largo de los siglos XVIII y XIX un imperio con proyección universal, incluyendo el dominio prácticamente total del vasto espacio Indopacífico.
Los británicos, los holandeses y en menor medida los franceses se harían herederos de las experiencias imperiales ibéricas, tanto en el Atlántico como en el Índico y el Pacífico, los secretos de las navegaciones interoceánicas, el establecimiento de factorías comerciales y de bases militares, el comercio de especias, sedas, porcelanas y otros productos exóticos, y también el innoble y vergonzoso tráfico de esclavos. Este fue el legado del colonialismo, con todas sus secuelas de dominio, represión, saqueo y explotación de los pueblos autóctonos, de sus tierras y de sus recursos naturales. El frenesí colonizador en África y en Asia alcanza su cenit entre finales del siglo XIX y principios del XX, donde viejos y nuevos imperios se disputan el botín; tras los portugueses, españoles, holandeses, británicos y franceses, se sumarian en el epílogo del siglo XIX los alemanes, los rusos y los estadounidenses, que en 1898 se harían con las antiguas colonias españolas de Cuba, Puerto Rico y las Filipinas.
La guerra rusojaponesa de 1904-1905 concluiría con la victoria nipona y la humillante derrota del imperio zarista, que sería el presagio de la revolución bolchevique de 1917. Por su parte, Japón se lanzaría entonces a su propia aventura imperial en lo que denominaría esfera de coprosperidad asiática, que terminaría trágicamente en agosto de 1945 con las bombas nucleares que arrasaron Hiroshima y Nagasaki.
Nada más finalizar la Segunda Guerra Mundial se pondría en marcha el proceso descolonizador, con la paulatina expulsión de las potencias europeas de sus posesiones coloniales. Tal como había sucedido con la expansión y auge del colonialismo entre los siglos XVI y la primera mitad del XX, el proceso de descolonización se centró en gran medida en la región del Indopacífico, comenzando por Asia en los años cuarenta y cincuenta y culminando en África en los años sesenta y setenta.
Tras la dramática partición de la India británica que dio lugar al nacimiento de la India y de Pakistán en 1945, seguirían las independencias de Indonesia (1949) y de las antiguas colonias francesas de Indochina, Camboya, Laos y Vietnam —que quedaría temporalmente dividido en dos partes como consecuencia de la Guerra Fría—, mediante los acuerdos de Ginebra de 1954. Como es sabido, Vietnam y sus vecinos debieron proseguir su combate contra los nuevos ocupantes norteamericanos en una larga y sangrienta guerra que terminó con la retirada norteamericana de Saigón (hoy Ciudad Ho Chi Minh) en mayo de 1975.
En 1955 tuvo lugar en la ciudad indonesia de Bandung la Conferencia Afroasiática que daría lugar al Movimiento de los No Alineados, cuyos padres fundadores serían el indio Jawaharlal Nehru, el indonesio Sukarno y el egipcio Gamal Abdel Nasser. Se configuraría así un tercer bloque de países, fundamentalmente afroasiáticos, reacios a alinearse con ninguno de los dos bloques que protagonizaron el período de la Guerra Fría: el occidental, liderado por los Estados Unidos, y el bloque organizado en torno a la Unión Soviética.
Una de las consecuencias geopolíticas de la Guerra Fría fue la construcción de la megarregión del Asia-Pacífico como uno de los teatros fundamentales donde se libraría la confrontación de la Guerra Fría. Recordemos las guerras de Corea a comienzos de la década de los cincuenta, y la posterior guerra de Vietnam (o de Indochina), entre mediados de los sesenta y mediados de los setenta. Aunque el proyecto de crear una OTAN en el Pacífico (la efímera SEATO) fue un absoluto fracaso, Estados Unidos organizó una red de alianzas bilaterales (Hub and Spokes) con los principales centros en Japón, Corea del Sur, Filipinas, Tailandia, Australia y Nueva Zelanda, al objeto de contener el expansionismo del bloque adversario, liderado por la URSS y secundado en una primera fase por la República Popular de China, proclamada por Mao Zedong en 1949. Tanto Moscú como Pekín apoyaron activamente al bando antioccidental, primero en la península coreana y luego en Indochina.
Un hecho determinante en la geopolítica mundial sería el cisma sino-soviético y la divergencia entre Mao y Khruschev en un proceso iniciado a finales de los años cincuenta y que concluiría con la ruptura entre Moscú y Pekín. La confrontación obedeció a motivos ideológicos, puesto que Mao acusó a Khruschev de haber abandonado los principios del marxismo-leninismo; pero también a razones geopolíticas, desembocando en los enfrentamientos armados en la frontera de ambos países en la zona del río Ussuri, en 1968 y 1969.
Aunque a pesar de la ruptura tanto China como la URSS continuaron apoyando a Vietnam del Norte en su guerra para liberarse de la ocupación militar norteamericana, el distanciamiento entre ambas capitales comunistas resultó irreversible, dando un giro a la correlación de fuerzas en Asia-Pacífico con la espectacular visita del presidente norteamericano a Mao Zedong en Pekín, en febrero de 1972. Este viaje había sido preparado cuidadosamente por el secretario de Estado Henry Kissinger y por el primer ministro chino Zhou Enlai, y en él desempeñó un papel mediador el entonces jefe del Gobierno de Pakistán, Zulfiqar Ali Bhutto; no es casual que tanto China como Estados Unidos habían apoyado a Pakistán en la guerra contra la India —apoyada a su vez por la URSS— de ese mismo año 1971, desastrosa para Islamabad, y que daría lugar al nacimiento de Bangladesh.
El cisma sino-soviético tuvo importantes consecuencias geopolíticas tanto en la por entonces dominante región de Asia-Pacífico como en la zona de Asia Central y Meridional; en la primera de ellas el triunfante y reunificado Vietnam, apoyado por la URSS, invadió y ocupó la Camboya de los Khmer Rojos, protegidos por Pekín; tanto China como (más discretamente) Estados Unidos apoyaron a la variopinta resistencia camboyana hasta lograr la retirada de las tropas de Hanoi, con la firma de los Acuerdos de París, en 1991. Entretanto, los vietnamitas habían infligido una humillante derrota a los invasores chinos en 1979, de la misma manera que habían expulsado a los norteamericanos y antes que a estos a los franceses.
En Asia Meridional y Central la rivalidad entre India y Pakistán, nacida de la India británica en 1947, continuó con la ya mencionada guerra de Bangladesh en 1971, en la que Moscú apoyó a la India mientras Washington y Pekín respaldaban a Pakistán; el apoyo sino-norteamericano a Pakistán fue una pieza geopolítica clave para el que ambas potencias proporcionarían a los variopintos grupos de muyahidines antisoviéticos afganos que, con el decisivo apoyo del cuarteto formado por China, Estados Unidos, Pakistán y Arabia Saudita, expulsaron al ejército soviético y derrocaron al Gobierno de Kabul.
La derrota de los vietnamitas en Camboya y la de los soviéticos en Afganistán fueron los elementos clave, junto con los acontecimientos en la Europa del Este y en la propia URSS, que conducirían a la disolución de la Unión Soviética y al final de la Guerra Fría en 1991.
Pero, como ya hemos visto, fallan las predicciones optimistas de Fukuyama y de otros muchos como él, que creían que la unipolaridad hegemónica supuestamente benévola de los Estados Unidos llevaría al triunfo absoluto y mundial de la democracia liberal y del capitalismo, denominado eufemísticamente economía de mercado, y con ellos, ¡nada menos que al fin de la historia!
En todo caso, y a los efectos que aquí nos ocupan, lo cierto es que durante las dos primeras décadas posteriores al final de la Guerra Fría —la última del siglo
