yo estuve en mi jardin encantado
Por Brigitte Kanzler
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Yo te amo. Yo sé que he cometido errores. No siempre te he comprendido, ni me he esforzado por hacerlo.
Estuve tan ocupada con mis propios problemas, que a veces los dejé a ustedes dos, Kwey y tú, abandonados. En esa época no me di cuenta, pero más tarde lo entendí y me arrepentí mucho.
Seis años después de tu partida, Manuel me dijo durante una visita a Bogotá: "Brigitte, desde hace mucho tiempo quiero decirte que tú has sido siempre la persona más importante en la vida de Ravny". Estas palabras fueron bálsamo para mi alma y me dieron el valor para escribir todo.
No puedo saber si publicaré este libro. Tal vez lo he escrito sólo para mi hijo. Si lo leyera solamente una persona con un hijo enfermo y aprendiera algo, entonces habrá valido la pena escribirlo.
Gracias por llamarme y por darme así la oportunidad de acompañarte y aprender.
Te amo.
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yo estuve en mi jardin encantado - Brigitte Kanzler
YO ESTUVE EN MI JARDÍN ENCANTADO
Brigitte Kanzler
Yo estuve en mi jardín encantado
© Brigitte Kanzler
Colombia
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida ni almacenada en ningún sistema de grabación, ni transmitida de manera alguna, así sea por medios electrónicos, mecánicos, de fotocopiado, de grabación o cualquier otro, sin el previo consentimiento por escrito.
ISBN 978-3-7375-6153-2
Copyright Brigitte Kanzler ©
YO ESTUVE
EN MI JARDÍN ENCANTADO
A mis hijos, por amarme y dejarse amar.
El dolor por la pérdida de mi hijo nunca va a desaparecer, pero como estoy segura de verlo otra vez, he aprendido a convivir con él.
Brigitte
Y O E S T U V E E N M I J A R D Í N E N C A N T A D O
Ravny:
Yo te amo. Yo sé que he cometido errores. No siempre te he comprendido, ni me he esforzado por hacerlo.
Estuve tan ocupada con mis propios problemas, que a veces los dejé a ustedes dos, Kwey y tú, abandonados. En esa época no me di cuenta, pero más tarde lo entendí y me arrepentí mucho.
Seis años después de tu partida, Manuel me dijo durante una visita a Bogotá: «Brigitte, desde hace mucho tiempo quiero decirte que tú has sido siempre la persona más importante en la vida de Ravny». Estas palabras fueron bálsamo para mi alma y me dieron el valor para escribir todo.
No puedo saber si publicaré este libro. Tal vez lo he escrito sólo para mi hijo. Si lo leyera solamente una persona con un hijo enfermo y aprendiera algo, entonces habrá valido la pena escribirlo.
Gracias por llamarme y por darme así la oportunidad de acompañarte y aprender.
Te amo.
Y O E S T U V E E N M I J A R D Í N E N C A N T A D O
RAVNY ES Y HA SIDO LA LLAVE DE MI ALMA
Con Ravny nos hicimos amigos un día cualquiera, de la noche a la mañana. En honor a la verdad, nos conocíamos de vista, pues sucedió en esa época universitaria en que nunca había nada qué hacer, salvo andar por la calle, de pirueta en pirueta, buscando la mejor manera de matar el tiempo. Muchas de esas tardes en que la vagancia era el pan diario, Ravny y yo nos encontramos en algún lugar de la ciudad. Pero no éramos amigos: a pesar de tener conocidos mutuos, nadie nos había presentado. Eso sí, sabíamos cada uno quién era el otro, no sólo de nombre sino incluso toda nuestra corta biografía, pues para entonces los gays en Bogotá no sumábamos tantos como habríamos deseado, pero el chisme pululaba más que ahora.
Recuerdo que una noche, en plena rumba de Safaris –la más conocida discoteca gay en la Bogotá de los 80, ubicada en la Avenida Caracas con calle 73- Ravny y yo nos quedamos mirando fijamente a los ojos por un lapso que, en su momento, me pareció una eternidad. Quizás esperando que alguno de los dos diera el primer paso y saludara. Pero ninguno lo hizo.
Así como en aquella ocasión, muchas más se nos presentaron a lo largo de 1988: por más que para algunos parezca increíble, ambos éramos demasiados tímidos.
Finalmente alguna tarde, mientras levantaba pesas en Sport´s Gym, escuché una voz preguntar mi nombre desde la puerta del gimnasio al que acostumbro ir desde joven. Salí a la calle y me encontré con un amigo cartagenero al lado de la figura lánguida de Ravny, porque en ese entonces él tenía una mirada re triste y una figura desgarbada de adolescente en receso. Por fin alguien nos presentaba. Con mi paisano costeño hablamos un par de bobadas, que era lo que se hablaba por entonces, y los vi partir en el Mazda 323 gris que siempre le conocí a Ravny. En esa ocasión, debo confesar, mutuamente nos caímos bastante mal. De hecho, a duras penas nos dirigimos la palabra, que debió haber sido tan sólo para pronunciar los nombres que ya de rato conocíamos.
No lo volví a ver por mucho tiempo. De repente, Ravny desapareció por completo del mapa bogotano. Era como si se lo hubiese tragado la tierra. Supe luego que un amor fue la causa que lo alejó casi un año de la escena capitalina.
Nos reencontramos un día cualquiera a finales de 1989, y fue cuando, de la noche a la mañana y sin mediar explicación, nos volvimos uña y mugre. Por supuesto, yo era la uña.
Fue en Music Factory donde nos reencontramos, un bar propiedad de Cacho -quien por entonces ya comenzaba a ser el rey de la rumba de esta ciudad, situado en plena calle 82, cuando ésta era de veras la Zona Rosa de Bogotá. Allí se escuchaba música de la que por entonces llamaban alternativa, que venía a ser Euraser, Pet Shop Boy, The Cure, etc. Era un sitio pequeño, completamente cuadrado, con una barra al fondo apenas perceptible entre el sosiego de la rumba, la estridencia de los parlantes y el humo asfixiante que despedía cada rincón. En realidad, solía haber más humo que gente, pero los rumberos salíamos de allí con la sensación de que el lugar estaba repleto y que a duras penas se podía caminar.
Desde aquel día, con Ravny volvimos cada fin de semana a este lugar. A este, y a muchos otros, pues fue a partir de entonces que comenzó nuestra amistad. Una amistad que tenía mucho de cariño – muchísimo- pero más aún, de compañía. Quizás por eso, por acompañarnos en todo el quehacer cotidiano y compartir la rutina mortificante de la juventud, pronto llegó el momento en que sabíamos tanto el uno del otro que no era necesaria la palabra. Es este el mejor momento de una amistad, cuando uno disfruta el silencio de la
