El secuestrador de mentes
Por F. K. Glezger
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F. K. Glezger
F. K. Glezger nació el 6 de octubre de 1989 en México. Siendo parte de una familia multicultural en la que hay mezclas de diversas partes del mundo como México, España, Francia, e incluso, Asia. Nunca se identificó con una bandera o nacionalidad, reconociendo la importancia de vernos como seres humanos que comparten un solo mundo. Adquirió el amor por la lectura y la escritura desde muy temprana edad por su abuelo, Antonio Gerard. Amante de la ciencia ficción, El secuestrador de mentes es su ópera prima en el mundo de la novela y la primera parte de una saga que promete misterios e intriga.
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El secuestrador de mentes - F. K. Glezger
F. K. Glezger
El secuestrador
de mentes
El secuestrador de mentes
F. K. Glezger
Esta obra ha sido publicada por su autor a través del servicio de autopublicación de EDITORIAL PLANETA, S.A.U. para su distribución y puesta a disposición del público bajo la marca editorial Universo de Letras por lo que el autor asume toda la responsabilidad por los contenidos incluidos en la misma.
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© F. K. Glezger, 2018
Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras
Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com
universodeletras.com
Primera edición: julio, 2018
ISBN: 9788417436261
ISBN eBook: 9788417436674
Sé que siempre nos cuidarás
desde donde estés, en especial a ella,
y que algún día volveré a besar tus mejillas.
Ya no tienes frío. ¿Verdad?
En otro mundo
LUGAR: Ordos
TIEMPO: Desconocido
El manto azul rey de la noche cubría el cielo malgastado, sin embargo, absolutamente nadie podía notar ese cielo azul ni a las estrellas que escondía. Inmensas nubes de lluvia ácida se extendían hacia el infinito y borraban todo rastro de universo visible. Bajo ese cielo oculto se encontraba una sucia metrópoli futurista como cualquier otra, aparentemente, nada especial.
Aparte del constante y bullicioso ajetreo de su población, podría decirse que la ciudad era perfectamente normal; enormes edificios con espectaculares diseños se erguían amenazantes —aunque un poco desgastados, ya que la lluvia ácida era cada vez más frecuente—, miles de tiendas y departamentos exhibían luces fluorescentes y señalamientos, nombres de marcas y restaurantes centelleaban, mientras las plazas mantenían abiertas sus puertas invitando a la clientela a gastar desmedidamente su poder adquisitivo en caprichos, uno que otro zeppelín dirigible surcaba lo alto mostrando basura publicitaria, mientras que las pantallas y ventanas de los diferentes establecimientos estaban apartadas para las mejores noticias, pues los enormes zeppelín estaban pasados de moda. Nadie miraba más al cielo, y por qué tendrías necesidad de hacerlo cuando podías sentarte en tu restaurante favorito y jugar en la mesa de «cristal» con pantalla táctil mientras ordenabas, nada de molestos meseros hartos de su vida o de atenderte con una sonrisa, podías ordenar cómodamente desde la sucia pantalla de cristal de tu mesa y esperar a que el ciborg más cercano llevara tu pedido.
En una mesa solitaria, oculta por la oscuridad del establecimiento, se encontraba un hombre mayor, blanco, que rondaría los cincuenta años de edad, bebiendo un vaso de algo parecido al strega. Usaba un sombrero viejo que cubría la mitad de su rostro, pero se podía divisar claramente una aguileña nariz gruesa, su larga cabellera negra hasta el hombro escondía una que otra cana y tenía una curiosa cicatriz en forma de cruz en la mejilla izquierda. Toda su vestimenta recordaba los antiguos piratas, su aspecto era descuidado y usaba una gabardina vieja de color café con botas negras. Observaba a la puerta como si esperara algo importante mientras relamía sus gruesos labios partidos. Cada cierto tiempo, sacaba un reloj de bolsillo de su gabardina para contar los minutos, no era un reloj especialmente bello, algunos son de oro o plata, pero este tenía una apariencia tosca y parecía forjado de algún metal barato, lo único que le caracterizaba era una leyenda inscrita en la tapa: Somos lo que prometemos. Bebió el último trago, de su amada bebida no quedaba más que una gota solitaria. Inspeccionó el vaso detenidamente —su ojo izquierdo se movía extrañamente más lento que el derecho— y llegó a la conclusión de que por más que lo deseara, su vaso no era mágico y no se rellenaría de la nada. Una sombra desconocida se aproximó mientras observaba a través del vaso, inmediatamente lo colocó en la mesa y se dispuso a hablar, pero lo interrumpieron:
—¿Eres Bosco?
La voz del joven era especialmente diferente, era una voz dulce y seria, nada parecida a su aspecto. Lucía de unos veintisiete años, su largo cabello negro alborotado cubría una parte de su rostro, pero dejaba una mirada solemne y unos ojos rasgados. Definitivamente, rasgos asiáticos. La ropa del joven también era llamativa, con muñequeras color vino que se asomaban debajo de una gabardina negra y una bufanda gris. A pesar del cabello largo y despeinado, su aspecto era pulcro, toda su ropa se veía nueva, limpia y a la moda. Se notaba un contraste entre ambos personajes. El joven suspiró:
—Soy…
—Sé muy bien cuál es tu nombre —lo interrumpió el hombre, que efectivamente, era Bosco, luego vaciló un poco al verlo, recorriendo su imagen por completo como si inspeccionara cada detalle—. ¿No eres muy joven para …? —refunfuñó bajando la voz—. No importa… —Le hizo un gesto para que se sentara. El chico tomó asiento—. Vamos, pide lo que quieras —le dijo, mientras abría diversos menús en la mesa de pantalla táctil—. Kai, ¿cierto?
Kai asintió, no parecía estar acostumbrado a las mesas táctiles, porque la observó un poco antes de atreverse a tocarla. «Gracias, supongo», le dijo mientras observaba el menú, pero ninguna opción le era familiar. Había imágenes de platillos y descripciones en un idioma que no entendía, quizá árabe o alguna otra variante, no podía determinar cuál. Las tonalidades de los platillos eran demasiado llamativos, entre rojos y amarillos, y uno que otro parecía un embutido atropellado. Quien fuera el dueño de aquel extraño local no tenía el mínimo sentido de estética y decoración de comida.
—Gracias, pero prefiero comer después… —dijo Kai levantando la vista y mirando de frente al hombre —. Verás, los secuestros suelen quitar el apetito.
—Como quieras —El hombre dio dos clics en la mesa con su dedo índice ignorando el comentario, aparecieron cinco bebidas diferentes en forma de holograma y seleccionó una dos veces, luego hizo un ademán con la mano y las bebidas desaparecieron —, pero obviamente me vas a acompañar a tomar, y eso no fue una pregunta.
—De hecho, comprenderá que no estoy realmente interesado en beber algo aquí.
Bosco soltó una carcajada burlona.
—¿Desconfianza? ¿Tan pronto? —Una sonrisa chueca se retorcía entre las comisuras de sus labios—. No me digas que secuestrarte me ha puesto en duda —se burló soltando una carcajada—. ¿Sabes? Una vez leí que en algunos lugares de Asia es una gran descortesía, por no llamarle falta de educación, rechazar alcohol de alguien mayor.
—Pero no estamos en una de esas partes de Asia, ¿cierto? O tal vez sí… Es difícil decirlo dado que me sometieron, me durmieron y desperté aquí. Es obvio que no es Nueva York. ¿Dónde estoy?... ¿Dubái?... ¿Taiwán? Aunque por el aspecto descuidado del local y de las personas, parece más bien el tercer mundo, y por la tecnología que observo, es obvio que forman parte de alguna organización criminal importante. Si esperan obtener algo de mí, espero respuestas… —Kai le miró fijamente, sus ojos no demostraban ninguna emoción en especial, era una mirada fija, deductiva, como si examinará todo paso a paso.
Bosco estrelló su puño contra la mesa sobresaltando a Kai. Después de unos segundos de cruzar miradas Bosco se reía a carcajadas.
—Me caes bien muchacho, tienes temple, eso ya no se encuentra hoy.
Kai fue quien examinó esta vez al sujeto, era obvio que no le daba muy buena espina, y no se debía solo a su aspecto descuidado, su ojo izquierdo tenía una extraña tonalidad miel y reflejos dorados que se veían a contraluz.
Una chica de corte pixie y cabello rosado se acercó, llevaba un uniforme de camisa y falda blanco y rojo, de muy mal gusto, pero eso no fue lo que llamó la atención de Kai, si no sus pies o, mejor dicho, la ausencia de ellos, sus piernas parecían de plástico, y donde debía tener los pies había cuatro ruedas pequeñas, como si sus pies hubiesen sido reemplazados por patines. La chica dejó dos vasos con una extraña bebida frente a Bosco. Kai pensó que su físico podía ser el resultado de algún accidente y aquellas piernas eran una especie de prótesis bastante mal diseñada. No podía dejar de mirarla. Bosco lo notó e intentó distraer su atención colocando uno de los vasos frente a él.
—Pero qué descortés soy, ya perdonarás los modales de este mortal. —Sonrió de forma sarcástica—. Mi nombre es Bosco, y creo que no he respondido a tu pregunta: No, no estamos en ningún lugar de Asia, aunque sí tenemos algo de criminales, debo admitir, pero no somos un grupo grande.
Kai lo miró sin ánimos de seguir la conversación, estaba atento a su alrededor, como quien llega a un país desconocido por primera vez y no se siente muy seguro. Observaba atentamente su entorno, no con miedo, sino con cautela. Era un restaurante —si se le podía llamar así— bastante sucio, pequeño y vacío, las únicas personas que alcanzaba a escuchar parecían estar en la cocina detrás de una puerta de madera con un círculo de cristal en medio, ocasionalmente, se veía una sombra pasando de un lado a otro, las mesas eran todas de ese «cristal didáctico», y aunque estaban bastante descuidadas, parecían tener una tecnología sorprendente, pues funcionaban como pantallas táctiles en las que se visualizaba el menú del día y a veces, se mostraban anuncios comerciales a manera de pequeños hologramas. Todo en aquel bizarro local se sentía viejo y nuevo a la vez, la luz parpadeaba y había un aroma extraño a filete de pescado quemado y avena. A lo lejos veía la entrada del local, era de cristal y se veían luces pasar fuera, tal vez de autos, pensó que, en el peor de los casos, si esa puerta estaba cerrada, podría romperla con un golpe fuerte usando una silla y huir. Después de sentirse confiado con su inspección del lugar y habiendo planeado una huida en caso de necesitarla, procedió:
—Bueno…—soltó de pronto—. ¿Qué estoy haciendo aquí, Bosco? ¿Dónde estoy?
—¡Ah! Tú sí que eres directo, muy bien, muy bien… —Sonrío dejando su bebida—, eso me gusta…, así debe ser un hombre…, y por cierto… —Su mirada se tornó sombría—, me da mucho gusto que preguntes… —El rostro de Bosco pareció ensombrecer—. Será mejor que tomes un trago para esto —le recomendó Bosco dejando a la vista dientes amarillos en su sonrisa.
—No voy a tomar nada Bosco, ¿qué quieres de mí? ¿Dónde estoy? Si es dinero, yo...
—No me interesa tu dinero —le interrumpió—, seré directo, no voy a andarme con rodeos. ¿De acuerdo? Esto suena extraño, pero necesito una historia, la historia de tu padre, para ser específico.
—¿Mi padre? Pues, lo buscas en el lugar equivocado, la última vez que lo vi tenía cinco años.
—Eso ya lo sabía, te he estado observando desde hace algún tiempo.
—Vaya, me siento adulado —se burló sin reír, algo que no ocasionó mucha gracia a su captor.
—Sé que me vas a ayudar, hay muchas cosas que dependen de eso en este momento —dijo seriamente Bosco—, y basta con que escuches mis motivos para hacerte entrar en razón.
—No entiendo nada de lo que dices. ¿Dónde estoy? Sé que no es Nueva York y mucho menos Japón.
Bosco soltó par de carcajadas.
—Oye. ¿No te sientes como en otro mundo?
—Muy simpático. Si quieres mi ayuda, dime de una vez por todas dónde me has traído.
—Si eso es lo que quieres, ¿por qué no sales a dar un vistazo? —Le señaló la puerta de cristal en la entrada—. Quizá ver las cosas por ti mismo te ayude a entender por qué hago lo que hago.
Kai le miró incrédulo, si lo había secuestrado para llevarle a ese extraño lugar, ¿por qué lo dejaría salir a la calle tan fácil? ¿Acaso no le preocupaba que escapara o que gritara pidiendo ayuda? Decidió tomar la oportunidad. Se volvió hacia la puerta desde su asiento, aparentemente no veía nada nuevo; afuera había gente caminando en diferentes direcciones, luces que pasaban a toda velocidad, probablemente motocicletas y autos, pero había algo más. Ahora que miraba detenidamente lo notó. Había algo extraño en el panorama…era..., era…, no ..., no podía ser.... Kai se levantó con trabajo de la mesa, sin poder dar crédito a lo que veía y caminó hacia la entrada. Caminaba incrédulo, pero no quería dar marcha atrás, pues lo que veía, jamás lo había visto antes y no había manera de que se perdiera comprobar si era real, o tal vez, si estaba de suerte, solo era un sueño.
—No te recomiendo salir, solo observa, esta noche hay lluvia ácida —le dijo Bosco, previniéndolo—. Aunque tampoco sería para tanto, lo peor que te ocasionará es ardor y comezón en la parte de tu cuerpo con la que tenga contacto. Solo deberías preocuparte si esas gotas te tocaran a diario, la exposición frecuente ocasiona cosas un poco peores en materia orgánica.
Kai retomó su camino, mientras se acercaba a la puerta su corazón latía con más fuerza.... ¿Por qué Bosco le había preguntado si no se sentía como en otro mundo? Al llegar a la entrada, las puertas no se abrieron, simplemente desaparecieron mientras él las cruzaba, como si fuesen una especie de visión, entonces se atrevió a dar un paso hacia fuera, sintió un cambio de clima con un frío doloroso y viento. Ahí estaba, frente a una acera por la que circulaban personas en todas direcciones, personas con trajes que les protegían de la lluvia ácida, trajes muy completos, de texturas lisas que parecían seda, pero en los que las gotas resbalaban como si fueran impermeables, también llevaban paraguas, y muchos usaban máscaras de gas. Más allá de la acera, donde debería estar la calle con autos y motocicletas, no había nada, los autos eran escasos y flotaban, o al menos parecían alguna especie de versión futurista de un auto sin llantas sobrevolando edificios. Se atrevió a caminar más lejos, debía ver lo que seguía, llegó al final de la acera y se encontró con un barandal. Miró hacia abajo con recelo, pues las alturas le ocasionaban vértigo; la calle sobre la cual caminaba era una de muchas decenas de calles que conectaban a los edificios. No estaba en Nueva York, y no tenía idea de qué lugar era ese, pero el comentario de Bosco retumbaba en sus oídos: «¿No te sientes como en otro mundo?». Sintió picor en la cabeza, debía ser la lluvia que lo mojaba, caminó en reversa y de espaldas chocando con algunas personas hasta que golpeó contra la pared de vidrio del restaurante.
—¿Dónde estoy? —preguntó de nuevo sin perder la vista de la gran ciudad futurista.
—En Ordos —dijo la voz de Bosco que estaba parado detrás de él.
—¿En qué parte del mundo está Ordos?
—No está en tu mundo.
—Esto es ridículo... ¡Imposible! —exclamó Kai sin apartar los ojos de la increíble ciudad, mientras un enorme zeppelín surcaba el cielo frente a él—. ¿Qué hago aquí?
—Vas a ayudarme.
—¿Ayudarte a qué?
—A sobrevivir.
Kai
LUGAR: Nueva York, en nuestro mundo.
TIEMPO: Actual. Unas horas antes de conocer a Bosco.
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