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Ahora guarda un secreto: en su casa tiene oculta a una niña, y nadie debe descubrirlo.
Ella escapó, huyendo de algo, de alguien.
Ahora está en la casa de él, y no sabe si sentirse a salvo o en peligro.
Ella no sabe quién es él, no conoce su historia. Él tampoco conoce la de ella.
Pero sus destinos se conectarán y el pasado irrumpirá en su presente, provocando lo inimaginable.
Una historia de suspenso sobre las heridas, el duelo, y las decisiones que pueden destruir a uno, y a los que estén a su alrededor.
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El carpintero - Joel Lalia
1
Una semana después
Mira el mueble, casi reflexivo. Es el momento de contemplarlo antes del toque final: es su ritual. Mientras lo hace, se aleja unos metros. Ve en plano completo el modular mediano que acaba de terminar. El contraste de la palidez de la madera de pino con el verde del césped de su patio trasero siempre lo hace sonreír; de hecho, es lo único que lo hace sonreír últimamente.
Luego de un momento, se acerca nuevamente y moja el pincel con el barniz oscuro. El frasco reposa en una mesita hexagonal que hizo hace cuatro años. Está pintada de gris, con los bordes difuminados en negro, que le dan un aspecto añejado. Empieza a pincelar con delicadeza, sintiendo la suavidad de las cerdas del pincel y de la madera lijada. Es sencillo para él, pero aun así se concentra, se deja llevar por el movimiento de su mano, que parece tener vida propia. Respira hondo, absorbiendo el aire primaveral, viendo cómo la madera toma otro tono, otro carácter.
Un lado terminado, ocho minutos.
Siente sed. Suspira por el calor que siente y mira el cielo completamente azul, sin ninguna nube a la vista. El sol lanza rayos de luz directo a su piel, pero no está sudando, al menos no aún. Levanta la botella de agua fría que había preparado y bebe.
Se coloca en la parte de atrás del mueble, que es del doble del tamaño de los laterales, y sigue pincelando. Hacia arriba, luego hacia abajo, esparciendo el barniz uniformemente, deslizando el brazo con lentitud hacia un costado, hasta llegar al otro borde. Es el turno de las patas traseras, comienza a tonalizarlas.
De pronto, escucha el ruido de la puerta abriéndose.
Ladea la cabeza para echar un vistazo y la ve, parada en la alfombra de mimbre que separa la casa del patio trasero. Está afuera. Él se para de un salto, haciendo que el modular se caiga hacia adelante, impactando en el césped. Sale corriendo, con el corazón palpitándole tan fuerte que parece que va a estallar, y con la sangre hirviendo cada vez más. Llega hasta ella y, tomándola del brazo, la mete a la cocina, cerrando la puerta con todas sus fuerzas.
—¿Qué crees que estás haciendo? —le grita, furioso—. ¿Por qué saliste? ¿En qué estabas pensando? —sin darle tiempo a contestar, sigue escupiendo sus palabras sin control—. ¿No entiendes que nadie puede verte? ¿No entiendes que si alguien te descubre voy a estar en problemas?
Por fin, inhala y exhala lentamente mientras cierra los ojos, tratando de calmarse, aunque no lo consigue. Abre los ojos para volver a mirarla y continúa, esta vez sin gritar, pero con la misma intensidad en sus palabras.
—¿Qué tal si alguien te ve y llama a la policía? Ya te dije que si alguien descubre que vives conmigo, voy a estar en graves problemas. Podría ir a prisión. ¿Quieres que vaya a prisión por tu culpa?
Vuelve a respirar profundo y ella, con los ojos llenos de lágrimas, niega con la cabeza. Primero lo hace despacio, y luego con más velocidad, acercándose a él.
—No. No quiero que vayas a prisión —le dice con voz temblorosa—. Lo siento.
—¿Recuerdas las reglas? ¿Cuáles son?
—Que nadie me vea, y que nadie me escuche.
—Perfecto —le dice él—. No es tan difícil. —Luego hace una pausa, y sigue—: Estás castigada. Tendré que volver a encerrarte en el cuarto.
2
La pantalla de su celular se ilumina al mismo tiempo que el aparato comienza a vibrar. Mientras come un filete de pescado y puré de papas a grandes bocados, James lo mira y ve el nombre de contacto que anuncia la pantalla: Mamá. Lo ignora y sigue comiendo, mientras vuelve a clavar la mirada en dirección a su televisor LED, aunque este está apagado. Hace tiempo que no mira la televisión ni escucha la radio. Solo se conecta con el mundo exterior a través de internet, ya que es la única forma de controlar lo que quiere ver y escuchar, que es casi nada.
Nota que las vibraciones se detienen, su madre se cansó de esperar que conteste. Suspira con amargura al pensar en lo molesta que debe estar por las múltiples llamadas que él había ignorado y por los mensajes que no contesta; también en lo enojada que estaría de saber que no ve ni escucha las noticias: «Tienes que saber lo que está pasando en el país y en el mundo, no puedes vivir en una burbuja», solía decirle cuando él manifestaba su poco interés en estar actualizado acerca de todo. Nunca le importó, y ahora mucho menos.
Escucha un leve sonido, y ya sabe de dónde viene. Sigue comiendo para terminar su plato, mientras ve su reflejo oscuro en la pantalla del televisor. Las luces están apagadas, y la única fuente de iluminación es una pequeña lámpara que trajo de su habitación, que está conectada y colocada sobre su pequeña mesita hexagonal. En su imagen reflejada en la pantalla oscura nota que en su cabello aparecen cada vez más canas, las puede ver aun a metros de su reflejo. No llegó a los cuarenta años y ya tiene canas: otro fracaso de su cuerpo, o de sus genes, o cualquier otra razón biológica, piensa, aunque ciertamente, no el más grave.
Un instante después, otra vez el sonido. Esta vez, los golpes contra la puerta suenan con más fuerza. Respira profundo y se lleva las manos a la cara. Está tensionado. Su pierna izquierda no deja de subir y bajar frenéticamente mientras intenta controlar sus emociones, golpeando las baldosas marrones del suelo con nerviosismo. Está enojado porque la niña lo desobedeció: había salido al patio cuando él estaba ocupado, distraído, poniéndolo en riesgo. Aunque también debe recordarse a sí mismo que, por más que quiera, no tiene el control de la situación, ya que ni
