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Juan Marsé: Periodismo perdido (Antología 1957-1978)
Juan Marsé: Periodismo perdido (Antología 1957-1978)
Juan Marsé: Periodismo perdido (Antología 1957-1978)
Libro electrónico297 páginas3 horas

Juan Marsé: Periodismo perdido (Antología 1957-1978)

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Información de este libro electrónico

Juan Marsé dice que no es periodista. Pero lo es.Galardonado con los principales premios literarios, incluido el Cervantes, mantiene Marsé que el periodismo sólo fue para él un modo de ganar un dinero que le permitía hacer literatura.
Debutó en 1957 en la revista Arcinema, prosiguió en un catálogo de sastrería llamado Don y maduró como redactor jefe en las revistas Bocaccio y Por Favor. Este libro rescata sus textos iniciáticos, críticas de cine, teatro y televisión, entrevistas a folclóricas y toreros, consultorios sentimentales y retratos que le elevaron a maestro del género.
Polemista, valiente, ágil, sincero, divertido y contundente, esta antología abarca desde su periodismo bajo censura hasta el preludio de la libertad de expresión.
La selección, avalada por el autor, demuestra que sus textos perdidos mantienen la vigencia de todo clásico y que el buen periodismo sólo es buena literatura apresurada.
Aunque Marsé no se lo crea.
IdiomaEspañol
EditorialEDHASA
Fecha de lanzamiento21 ene 2013
ISBN9788435045988
Juan Marsé: Periodismo perdido (Antología 1957-1978)

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    Juan Marsé - Joaquim Roglan

    PRIMERA PARTE

    INTRODUCCIÓN

    El caso del periodista descreído

    Juan Marsé (Barcelona, 1933) no se considera periodista. Y, sin embargo, lo es. Argumenta el autor que nunca ha sido un periodista como sus amigos Manuel Vázquez Montalbán o Joan de Sagarra porque no se ha dedicado a la información diaria, ni le interesa demasiado la actualidad y es lento, minucioso y permanente corrector de sí mismo. Galardonado con los principales premios literarios que se otorgan en España, hasta llegar a la cima con el Cervantes, mantiene Marsé que el periodismo sólo fue para él un modo de ganar un dinero que le permitía dedicar su vida a la literatura. Algo parecido al oficio de aprendiz de joyero que ejerció en Barcelona. O al de ayudante de laboratorio que practicó en París durante el que fue el peor verano de su vida, según lo tituló y relató en un diario. Con su periodismo, entendido como un medio de sustento como cualquier otro, compraba tiempo para construir su obra de ficción. Como resultado, su literatura es de las más estudiadas en universidades españolas y extranjeras, mientras que su periodismo ha sido el gran olvidado.

    Tal vez porque el periodismo es literatura apresurada y efímera, Marsé siempre ha mostrado cierto desapego por la actividad informativa. No obstante, todas las palabras que desde 1957 ha escrito en revistas y en diarios ocuparían casi tantas páginas y folios como sus novelas. O quizá más, si no se empeñase en descontar de su biografía oficial algunos libros que considera divertimentos y que, precisamente, están compuestos por acumulaciones y recopilaciones de series publicadas en diarios y revistas, como es el caso de Un paseo por las estrellas o el de Momentos inolvidables del cine. En su bibliografía oficial sólo conserva dos títulos de su periodismo, quizá porque es un sentimental o porque ya están descatalogados y son difíciles de hallar. Se trata de Señoras y Señores y de Confidencias de un chorizo, compuestos respectivamente por los retratos y los artículos que escribió en la revista Por Favor. En cuanto a su otra obra, La gran desilusión, le ha costado cuarenta años admitir que son crónicas periodísticas entre históricas y sentimentales.

    Diga lo que diga Marsé, su periodismo comienza en la revista Arcinema, prosigue en una especie de catálogo de sastrería de lujo llamado Don. La revista para el hombre, continúa con su tarea como redactor jefe en las revistas Bocaccio y Por Favor, y como colaborador en el El País desde 1987. No está nada mal para alguien que no se considera periodista, pero que fue uno de los pioneros de un periodismo nuevo en España y elevó el género del retrato periodístico a categoría de arte literario. Pero de lo que aquí se trata no es de debatir sobre un periodista que ya en 1957 fue calificado de polemista, valiente, ágil, implacable, sincero y a veces demasiado contundente por el editor de la revista donde debutó. De lo que aquí se trata es de rescatar y recopilar algunos de sus textos periodísticos perdidos a lo largo de los años, desconocidos por sus lectores habituales, olvidados por los más prestigiosos especialistas de su obra literaria, pero sumamente interesantes y divertidos para el lector actual y del futuro.

    Descartados todos los cuentos y relatos que publicó en revistas literarias y todos los textos de no ficción que aún se pueden encontrar en las librerías, aunque sean de lance, esta antología abarca desde 1957 hasta 1978 y agrupa un muestrario de críticas, entrevistas, crónicas, reportajes, retratos y otros géneros periodísticos tan personales que a veces resultan difíciles de clasificar o etiquetar. Junto a ellos, se rescatan también algunos cuentos que publicó en revistas y que no constaban en ninguna de sus antologías de narrativa corta. Más o menos clasificados todos ellos como ordena y manda la ortodoxia periodística, el resultado es una lectura de Juan Marsé en estado puro y primitivo. Además, estos materiales periodísticos sirven también para hacer un retrato de sí mismo que sus lectores pueden reconocer y componer a través de los artículos publicados desde sus inicios bajo la censura franquista hasta la transición democrática.

    Como todo lector de prensa sabe, hay quien firma como escritor, quien firma como periodista y quien lo hace como escritor y periodista, como si ambos oficios no consistiesen en poner una palabra detrás de otra para contar una historia. Siempre lejos de debates teóricos, así como de quienes pretenden delimitar las muchas veces difusas fronteras entre periodismo y literatura, Juan Marsé sólo firma como Juan Marsé, aunque en 1957, cuando debuta con 24 años, firma como Juan Marsé Carbó. Más adelante, usará otros seudónimos como Juan Faneca, John Faneca, Samuel Cramer y Popea Smith en unos textos que pocos imaginaban o sabían que podían ser suyos.

    Sea como sea, en esta antología se comprueba que Juan Marsé es un gran periodista, aunque él, según dijo cuando recibió el premio Cervantes, sólo se considera un narrador que procura tener una buena historia que contar, y procura contarla bien. Una frase que es una lección de periodismo. Con o sin vocación de periodista, el autor ya había desvelado durante muchos años en la prensa sutiles lecciones de periodismo y hasta recetas y fórmulas magistrales propias para el ejercicio de esa literatura apresurada y efímera llamada periodismo. Y si en estas páginas se recupera su periodismo, es porque existe y se había perdido.

    UN DÍA ESCRIBIRÉ. DEBUT Y FORJA DE UN PERIODISTA

    Arcinema (1957-1960)

    La obra periodística de Juan Marsé comienza el año 1957 en la revista Arcinema, en la que escribe críticas y crónicas de cine y de teatro, realiza entrevistas y participa en las páginas de debate con lectores y críticos. Firma sus primeros textos como Juan Marsé Carbó y por las mañanas trabaja en un taller de joyería. Sus años de aprendizaje periodístico en Arcinema coinciden con sus años de aprendizaje literario. En 1957, publica su primer cuento, Plataforma posterior, en la revista Ínsula, que en 1959 le edita también su segundo cuento, La calle el dragón dormido. Y el mismo año gana el Premio Sésamo de cuentos con Nada para morir. Mientras colabora con la revista, prepara también su primera novela, Encerrados con un solo juguete, que queda finalista del Premio Biblioteca Breve de Seix Barral.

    Nacida en el año 1952 como un boletín informativo exclusivo para los abonados al Archivo Estudio Foto Cinematográfico Amateur, a partir de 1956 Arcinema se convierte en revista mensual para el público en general y se publica hasta 1960 con los subtítulos Revista mensual cinematográfica y Revista mensual cinematográfica para el aficionado. Fundada y editada en Barcelona por José Antonio Soler-Bru Carreras, la dirige Alberto Escofet y Marsé debuta junto a periodistas de la época como Picó Junqueras, Adolfo Gil de la Serna, Enrique Ibáñez, Pedro Permanyer, María Bellogín, Alejandro Vilar, Agustín Cantel y con el propio editor, Soler Bru. Su primer director aún recuerda a Marsé como un joven con inquietudes literarias que no conocía a fondo el mundo literario donde se adentraba. Le gustaba escribir cosas de cine y de teatro, y le acompañé a un par de entrevistas, pero era un género en el que no se sentía cómodo y no insistí, porque mis colaboradores sólo escribían sobre lo que les gustaba. Entonces aún no se veía demasiado claro su futuro literario, pero era muy tenaz y más adelante ya se intuía que tarde o temprano se saldría con la suya.

    Por su parte, Marsé admite que Arcinema le permitió conocer el mundo de la bohemia y de la farándula. Es cuando descubre la vida nocturna, las copas y tertulias en el legendario bar Apeadero, en la calle Balmes, y vecino de la editorial Seix Barral y del estudio del poeta y amigo Jaime Gil de Biedma. Es el bar donde comienza a relacionarse con escritores como Carlos Barral, Gabriel Ferrater, Jaime Salinas, Salvador Clotas o José Agustín Goytisolo, entre otros. No obstante, a quien todavía recuerda con especial cariño es a Joaquim Amat Piniella, autor de la novela K.L Reich, una estremecedora historia sobre los campos de exterminio nazis que Marsé recomienda editar y se publica en años difíciles. Otro personaje a quien conoce en esas tertulias es Celestí Martí Farreras, periodista cultural y deportivo del diario Tele/Exprés, que le inocula el virus del gusto por el periodismo y le pone en contacto con otros colegas del diario La Vanguardia. A partir del bar Apeadero, el aprendiz de joyero, de periodista y de novelista se adentra en la ruta de otros garitos nocturnos de Barcelona como Copacabana, Pastís, Jamboree y la Bodega Bohemia.

    El periodismo iniciático de Marsé se publica en la sección Nuestra mesa simbólica, de unos a otros, que es una página de debate entre críticos y lectores aficionados al cine. Su primer texto es una carta abierta al crítico Miguel Domingo sobre la película El Ferroviario. Y su primera frase es: La crítica, la limpia crítica cinematográfica puede resultar a veces peligrosa.[1] Consciente de ello, el aprendiz de crítico escribe unas veinte críticas de cine y otras tantas de teatro. Las de cine aparecen en una sección propia titulada Séptima página. Algunas de las cintas más conocidas que comenta son: Rififi, Distrito Quinto, Las noches de Cabiria, Un condenado a muerte se ha escapado, Un rey en Nueva York, Mi tío, El puente sobre el río Kway, Orfeo Negro, Quiero vivir, El largo y cálido verano, y La hora final, con la que se despide de la revista en mayo de 1960. Combinando cine francés, italiano, norteamericano y español, entre los cineastas que comenta destacan Federico Fellini, Vittorio de Sica, Stanley Kramer, Robert Bresson, Jacques Tati y Charles Chaplin.

    Sus críticas teatrales siguen la misma línea de informar y opinar sobre teatro español y extranjero. Entre las obras que comenta hay: Tres etcéteras de don Simón, de José María Pemán; La rosa tatuada, de Tennessee Williams; Panorama desde el puente, de Arthur Miller; Las cartas boca abajo, de Antonio Buero Vallejo; La Herencia, de Joaquín Calvo Sotelo; Final de partida, de Samuel Beckett; Mirando hacia atrás con ira, de John Osborne; Ejercicio para cinco dedos, de Peter Schafer; Ana Christie, de Eugene O’Neill; Los fantasmas de mi cerebro, de José María Gironella; La gata sobre el tejado de zinc, de Tennessee Williams; o Réquiem por una mujer, de William Faulkner, con adaptación de Albert Camus.

    Desde el primer momento sus textos periodísticos se alejan de las gacetillas al uso, sobre las cuales Marsé responde en una encuesta de Arcinema: La gacetilla es perniciosa desde el momento que se interna, con una ignorancia insultante, en un campo que pertenece a la crítica por razones de valía personal. Y aunque la mayoría de la gente no preste ya crédito a tales notas, mientras exista un sólo espectador que sea engañado por ellas, serán un mal. Llevan, además, al igual que las frases publicitarias de los anuncios, una cantidad tal de estupideces que ofende el sentido común.[2] En esas primerizas piezas periodísticas, ya se aprecia su estilo crítico, con afirmaciones y adjetivos tales como: En cine sólo es bueno aquello que es lo mejor; Los españoles jamás nos hemos visto reflejados en el teatro de Pemán; "Dejando aparte suspense y demás zarandajas de incapacitados, Distrito quinto sorprende; Buero Vallejo cala hondo y no mixtifica; Los personajes de Williams son primitivos, violentos y bellos en el mal; Vergonzosa apatía y terrible vacío que se desprende de todos los escenarios españoles; Reparten Oscars como si fuesen confites en una boda. No hay que hacerles el menor caso; La labor y el talento de Berlanga no acaban de cuajar; El peor mal de nuestro cine es haberle vuelto la espalda a la realidad española". Su visión crítica del cine ha sido una constante en su periodismo, en su novela y en su vida, hasta el punto de que Marsé ha renegado de todas y de cada una de las versiones cinematográficas de sus novelas, excepto de una que no llegó a realizarse.

    En Arcinema, Marsé comienza a fraguar algunos de sus mitos cinematográficos, que se repetirán en su periodismo y en su literatura. Son mitos de la época de cine de barrio con sesión continua. Además de artículos antológicos como Literatura y cine y El teatro español mutilado, escribe sus dos primeras entrevistas, un género periodístico en el que nunca se ha prodigado. La primera se titula Lola Flores entre nosotros; y la segunda, Reflexiones, ideas, palabras con Mario Cabré, que firma junto al editor Soler-Bru poco después del célebre romance del actor y torero catalán con Ava Gardner. En las fotografías, se ve a Marsé tomando notas en una libreta, pero él asegura que lo hacía para disimular, porque en realidad las transcribía de memoria. En cuanto a la crónica El teatro español mutilado, escribe en ella: Esto es una crónica triste, la crónica de un espectador cansado, humillado, vencido. No es para menos. Uno ya está harto. No obstante, es una crónica cargada de futuro y de confianza en una juventud ignorada y paciente, fuerte y sana, que aguarda sin duda vigilando y atendiendo con cariño una realidad nacional que nada tiene que ver con ese teatro aburguesado y decadente que nos ofrecen nuestros vates. Así lo creo. Y Marsé forma parte de esa juventud.

    Poco después de esta crónica esperanzada, gana el premio Sésamo de cuentos con Nada para morir. La revista Arcinema publica la noticia, la comenta y le felicita. En una columna que lleva la fotografía de su documento nacional de identidad, se le llama amigo y colaborador y se afirma: "Los lectores de Arcinema conocen a Juan Marsé Carbó por sus escritos sobre cine y teatro. Marsé, que es más polemista que crítico, más escritor que artista, confecciona sus artículos con un ideario muy personal, valiente, ágil y a veces demasiado contundente. Nosotros, que sabemos lo que vale, lo preferimos en el terreno de lo teatral —aunque lo de cine siempre nos interese— por cuanto su criterio está afincado en una posición importante de lo que el teatro es y debería ser. Sus escritos, que a veces resultan implacables, siempre sinceros y con buen conocimiento de causa, nos resultan de lo más interesante por sus opiniones y por la forma en que están desarrolladas. A Marsé, desde estas páginas, le reiteramos nuestra felicitación por el premio conseguido y le auguramos y deseamos otros y mejores triunfos".

    Aunque no va firmada, en esa nota amigable, cortés y también crítica se adivina la pluma de su editor, Soler-Bru, quien en 1960 cierra Arcinema por falta de rentabilidad y porque tiene más devoluciones que ventas. Cuando Marsé deja la revista, se ha ganado ya una merecida fama de crítico y de polemista, valiente, ágil, implacable, sincero y a veces demasiado contundente. Es cuando el escritor se va a París, escribe algunos guiones para el cine y acaba sus dos primeras novelas. Cuando regresa a Barcelona y al periodismo, ya ha publicado Encerrados con un solo juguete y Esta cara de la luna. A partir de entonces, ya nunca más escribirá sobre teatro.

    SAMUEL CRAMER ENTRE ESCRITORES Y PAÑEROS

    Don. La revista para el hombre (1964-1967)

    A su retorno de París, Juan Marsé publica en la revista Triunfo su cuento La mayor parte del día y comienza a colaborar con Don. La revista para el hombre. Fundada en 1964 por Luís Marquesán, amigo de Jaime Gil de Biedma, por el diseñador Yves Zimmerman y por el fotógrafo Eugeni Forcano, Don es más un gran y lujoso catálogo a todo color de moda masculina al estilo de los que se encuentran en las sastrerías más caras de Barcelona, que no una revista de literaria o de información en el sentido estricto. Cuesta 150 pesetas cada ejemplar y 250 pesetas para los abonados a dos números anuales. Editado por empresarios catalanes del textil, a quienes Marsé llama los pañeros de Sabadell, el semestral Don perdura hasta 1967 y la mayor parte de su contenido consiste en fotografías de modelos y en publicidad de ropas y tejidos.

    Dirigida por José María Fabra, Marquesán es el proyectista y decide aportar a Don una imagen culta y de calidad literaria con firmas de prestigio como Gil de Biedma, Gabriel Ferrater, Carlos Barral, Néstor Luján, Joan Perucho, Josep Maria Espinàs, Manuel Vázquez Montalbán y otros autores del entorno de Gil de Biedma que Marsé ya conoce desde las tertulias del bar Apeadero y de la editorial Seix Barral. De hecho, es Gil de Biedma quien invita a Marsé a escribir en una revista que Forcano define como una insólita y atrevida manera de hacer imágenes y escritos. Además de las firmas de Forcano y de Zimmerman, entre los fotógrafos de Don aparecen las de Oriol Maspons y Colita.

    Con reportajes como La línea Gaudí, La gastronomía y sus afinidades, Vinos de España, Esplendor y miseria del cóctel, Belleza y erotismo o Barcelona de noche, y con los cuentos y relatos de los escritores citados, Don puede

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