Sombras en el jardín y otras historias escalofriantes
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Diez historias que perturban incluso a las conciencias más tranquilas. Del terror gótico al psicológico, estos cuentos te harán dormir con las luces encendidas. Pero ten cuidado: las pesadillas también ocurren estando despierto.
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Sombras en el jardín y otras historias escalofriantes - Luis Bernardo Pérez
Sombras en el jardín
y otras historias escalofriantes
Luis Bernardo Pérez
Ilustraciones de Diego Álvarez
Sombras
en el jardín
MARTÍN había pasado toda la tarde y parte de la noche haciendo su tarea de química. Cuando al fin terminó, un gran cansancio se apoderó de él. Consultó su reloj: las diez. Le dolían el cuello y la espalda. En su cabeza los elementos de la tabla periódica ejecutaban una alocada danza formando toda clase de sustancias y combinando sin ton ni son sus respectivos números atómicos.
Lentamente guardó los cuadernos y los libros. Después apagó la lamparita del escritorio y se puso de pie. Su habitación quedó a oscuras. Fue hasta la ventana abierta. Necesitaba despejarse y respirar un poco de aire fresco. La luna inundaba con su pálido resplandor el jardín trasero de la casa. Los arbustos y el gran roble que se alzaba en el centro lucían fantasmales bajo esa luz.
Tras varios minutos, cuando estaba a punto de cerrar la ventana y correr las cortinas, vio algo extraño en el jardín. Una silueta alargada salió a toda velocidad de la casa del perro. Esa casa había sido el hogar de Sultán, un gran danés que estuvo con la familia desde cachorro y cuya muerte, ocurrida dos años atrás, todos lamentaron. Desde entonces aquel cubículo de madera con techo de dos aguas había permanecido allí, abandonado y medio oculto entre la hierba, en espera de una nueva mascota o de que el papá de Martín lo convirtiera en leña.
La silueta que Martín había visto salir de allí se lanzó a toda velocidad hacia la enredadera que cubría la pared del fondo. Luego se escuchó el característico ruido de las hojas. Era como si esa silueta —fuera lo que fuera— estuviera trepando por el muro apoyándose en las ramas de la hiedra. Después, todo volvió a quedar en silencio.
¿Qué fue eso?
, se preguntó Martín. Tras meditar un poco, decidió que se trataba de un animal, quizá una rata o un gato sin dueño que utilizaba ese sitio como madriguera. Tal explicación, sin embargo, no le pareció satisfactoria, pues aunque la penumbra le había impedido distinguir con claridad ningún detalle, aquello parecía más grande que cualquier rata o gato que conociera. Tampoco podía ser un perro callejero, ya que, hasta donde sabía, los canes no trepan bardas. A lo mejor fue un chimpancé
, pensó, y esta ocurrencia le hizo sonreír.
Martín bajó a la sala para darles las buenas noches a sus padres. Ambos miraban con gran atención las noticias.
—Hay un plato con guisado en el horno de microondas, Martincito —le informó su madre sin despegar la vista de la televisión.
—No tengo hambre, gracias —dijo Martín después de darle un beso en la mejilla.
—Tienes que alimentarte, hijo. Estás en pleno crecimiento —intervino su padre, quien tampoco dejaba de observar la pantalla. Sin duda se trataba de una noticia importante.
A Martín nunca le habían interesado los noticieros. Además, estaba demasiado cansado para prestar atención. Sin embargo, permaneció unos minutos en la sala escuchando al jefe de la policía local hablando sobre la desaparición de varios niños en el transcurso de las últimas semanas. Se temía que hubieran sido secuestrados. En la pantalla aparecieron las fotografías de varios pequeños de entre seis y siete años. El más reciente era un chico pecoso llamado Tadeo.
—Qué niño tan lindo. Ojalá lo encuentren pronto —dijo la mamá de Martín en tono conmovido.
Martín subió a su habitación. Se quitó la ropa, apagó la luz y se tendió en la cama. Estuvo escuchando un CD de su grupo de rock favorito mientras una idea o, más exactamente, una sospecha comenzaba a tomar forma en las profundidades de su cerebro. Sin embargo, el sueño lo venció antes de que esta sospecha lograra ascender hasta la conciencia.
Mientras dormía, una alarma sonó dentro de su cerebro. Martín se despertó. Miró su reloj. Las manecillas luminosas marcaban las cuatro de la mañana. Algo lo inquietaba. Aunque no podía explicar la razón, estaba seguro de que la cosa que había salido de la casa del perro tenía alguna relación con la noticia de los niños desaparecidos. Se le ocurrió que una bestia salvaje o algún extraño monstruo vivía allí adentro, una criatura que por las noches salía a cazar niños para devorarlos. Al principio esta ocurrencia lo sobrecogió. Después se dio cuenta de que se había dejado arrastrar por su imaginación.
Intentó volver a dormirse, pero no lo logró. Estuvo dando vueltas en la cama hasta que, finalmente, tomó una decisión. Necesitaba sacarse esa idea de la cabeza. Se puso de pie y buscó su bata y la linterna de pilas que guardaba en un cajón. Salió de la recámara sin hacer ruido. En la casa reinaba el silencio.
Bajó las escaleras, atravesó la sala
